sábado, 29 de junio de 2019

SANCHO II DE CASTILLA MATA A RAMIRO I DE ARAGÓN

94. SANCHO II DE CASTILLA MATA A RAMIRO I DE ARAGÓN (SIGLO XI. GRAUS)
 
SANCHO II DE CASTILLA MATA A RAMIRO I DE ARAGÓN  (SIGLO XI. GRAUS)
SANCHO II DE CASTILLA
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Muchas veces los matrimonios concertados entre familias suelen ser fuente de desgracias. Así le sucedió al rey don Sancho II de Castilla, quien se había casado por poderes con una hija de la reina Estefanía de Pamplona sin conocerla previamente.
 
Tras la boda —cuando la joven princesa partía acompañada por su cortejo nupcial hacia tierras de Castilla para encontrarse con su marido— fue raptada por el infante don Sancho, hijo ilegítimo del rey García de Pamplona. Los dos jóvenes estaban enamorados uno del otro desde hacía tiempo y el infante, ante la idea de perder a su enamorada, decidió raptar a la princesa por sorpresa y tratar de huir ambos juntos al reino de Aragón, donde creían que, con toda seguridad, su tío, el rey Ramiro I, les daría cobijo. Y así ocurrió: don Ramiro los recibió con los brazos abiertos.
 
Naturalmente, el rey Sancho II de Castilla, viéndose burlado y agraviado de tal guisa, no pudo permanecer impasible, de modo que, movido por la indignación y el sentimiento de venganza, armó con presteza un formidable ejército y se encaminó a toda prisa hacia tierras de Aragón. Dicen algunos que el mismísimo Cid Campeador se encontraba con los suyos entre las filas del monarca castellano agraviado.
 
Ramiro I fue advertido por los suyos acerca de las intenciones belicosas de Sancho II y decidió salir a
su encuentro, enfrentándose ambos ejércitos junto a Graus, en pleno Pirineo.
La batalla fue dura y larga y, al final, el rey castellano recuperó su honor al dar muerte al rey aragonés, cuya única culpa había consistido en querer al infante don Sancho como a un hijo propio y, por lo tanto, acogerle en momentos de dificultad.

Los guerreros castellanos regresaron a su tierra de nuevo llevándose consigo un amargo sabor de victoria
tras el drama vivido. El rey Ramiro I, por su parte, fue enterrado por los suyos junto a su mujer en San Pedro de Torrecilla. Y Sancho Ramírez, su hijo, se vio precisado a hacerse cargo del gobierno del
reino aragonés, en un momento crucial para la suerte de los cristianos aragoneses en el valle del Ebro.
 
[Ubieto, Antonio, «Una leyenda del “Camino”...», Príncipe de Viana, 90-91 (1963), págs. 5-27.]
 
 
 
 

RAMIRO I NOMBRA OBISPO DE LOS MOZÁRABES ZARAGOZANOS AL ABAD PATERNO

93. RAMIRO I NOMBRA OBISPO DE LOS MOZÁRABES ZARAGOZANOS AL ABAD PATERNO (SIGLO XI. ZARAGOZA)
 
La actividad política, diplomática y de persuasión más que guerrera y reconquistadora de Ramiro I, primer rey de Aragón, fue bastante intensa. Intentó solventar pacíficamente sus diferencias con los pamploneses, dirigidos por su propio hermano García; intimidó a los moros de Lérida —a cuyo walí impuso un tributo a cambio de la paz—; llegó ante Huesca con objeto de atemorizar a su walí, al que hizo tributario; y entabló
buenas relaciones con el rey taifal Almugdavir de Sarakusta, en quien más que a un enemigo al que combatir encontró un amigo con quien tratar.
 
En cuanto al caso zaragozano, el rey de la Aljafería se declaró tributario del aragonés y ambos acordaron
que Almugdavir no prestaría más favor y socorro a sus correligionarios fronterizos de Aragón y Sobrarbe y, por último, los dos monarcas se declararon públicamente como amigos y confederados condenando la acción armada para dirimir sus posibles diferencias futuras.
 
Naturalmente, durante el pacífico encuentro Ramiro I no podía olvidar las condiciones precarias en las
que, desde hacía siglos, se desenvolvían los mozárabes zaragozanos, congregados en torno a la iglesia de Santa María la Mayor, quienes habían sostenido con firmeza y constancia sus creencias, a pesar de todos los inconvenientes. Por ejemplo, hacía ya más de doscientos años que esta ciudad se encontraba sin obispo, tras el exilio de Bencio a Ribagorza, momentos antes de la conquista musulmana de la ciudad.
 
Así es que Ramiro I expuso el problema y exigió y obtuvo del rey Almugdavir el restablecimiento de los
obispos en Zaragoza, nombrando a un fraile de su confianza, Paterno, que era abad de San Juan de la Peña. Los cristianos de la ciudad recibieron así un gran consuelo, abrigando la esperanza de que este
suceso habría de influir poderosamente y ser un motivo para intentar liberar Zaragoza en un día no lejano. En adelante, la serie episcopal continuó, con la circunstancia de que los sucesores de Paterno fueron como él abades del monasterio pinatense.
 
[Martínez Herrero, Bartolomé, Sobrarbe y Aragón, II, págs. 81-84.]