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domingo, 30 de junio de 2019

DOÑA URRACA SOLICITA EL DIVORCIO A ALFONSO I


103. DOÑA URRACA SOLICITA EL DIVORCIO A ALFONSO I
(SIGLO XII. MONTERROSO)

DOÑA URRACA SOLICITA EL DIVORCIO A ALFONSO I  (SIGLO XII. MONTERROSO)


Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, y doña Urraca, reina de Castilla, habían convenido y contraído matrimonio, un enlace promovido con fines políticos, que se proyectó no sin grandes resistencias por parte de sus respectivos vasallos, tanto en Castilla como en Aragón, y que finalizó de mala manera, tras vivir momentos y enfrentamientos muy tensos, incluidos varios confinamientos de la reina castellana.

En Galicia, por razones de índole política que no vienen ahora al caso, la resistencia contra la celebración del matrimonio fue constante y enorme, de manera que ambos monarcas decidieron acudir allí con sus ejércitos para tratar de pacificar a sus nobles. Comenzaba el verano del año 1110 y la expedición primera, tras dura y sangrienta batalla, supuso la toma y captura del importante castillo de Monterroso, dentro de cuyas defensas fue hallado y apresado uno de los rebeldes, el noble Prado.

Al poco de tomar la fortaleza, tuvo lugar allí una tensa y dramática escena, pues Prado se aclamó a doña Urraca, su señora natural, de modo que se refugió materialmente bajo su manto. La reina lo cubrió por completo e incluso extendió los brazos sobre él para demostrar que lo tomaba bajo su protección y amparo. Aquella situación, a la que asistían como testigos varios nobles tanto castellanos como aragoneses, se hizo embarazosa e interminable, mirándose a los ojos fijamente los dos esposos en son de reto.

A los pocos instantes, el rey Alfonso I el Batallador, sin tener ningún tipo de consideración hacia la reina, su esposa, según la versión de la crónica que nos relata lo sucedido, tomó un venablo y lo lanzó contra Prado hiriéndole de muerte. La situación se hizo entonces insostenible y doña Urraca, aconsejada por sus nobles y muy molesta personalmente por lo sucedido, planteó al rey aragonés la disolución del matrimonio solicitándole el divorcio. Luego, sin mediar más palabras, tomó sus enseres y emprendió el regreso hacia León, mientras Alfonso I el Batallador continuaba en Galicia.

[Ubieto, Antonio, Crónicas anónimas de Sahagún, págs. 30-35.]







  • Antonio Ubieto Arteta , ed. 1987. Crónicas Anónimas de Sahagún . Textos Medievales, 75. Zaragoza: Anubar Ediciones.


  • venablo , lanza arrojadiza
    venablo, lanza arrojadiza,
    comprar en aceros de Hispania (Castelserás, Teruel, Aragón)





    Monterroso es una localidad y municipio español, situado en el oeste de la provincia de Lugo, cerca del centro geográfico de la comunidad autónoma de Galicia. Es capital de la comarca de Ulloa, partido judicial de Chantada, y comprende 30 parroquias, compuestas por 108 núcleos de población. En dicho término municipal se encuentra el establecimiento penitenciario de A Vacaloura.


    Se denomina Monterroso porque a mediados del siglo XII se asientan a vivir en el monte, donde está construido el pueblo actual, llamado Monterroso.

    Durante la época romana, el concello era atravesado por varias vías, incluyendo la XIX del Itinerario Antonino, que unía Lugo con Braga.

    Por Ligonde pasa el Camino de Santiago. Concretamente el Camino Francés, siendo ésta parroquia la etapa número 27 en el susodicho Camino.

    Parroquias que forman parte del municipio:

    Arada (Santa María)
    Balboa (San Salvador)
    Bidouredo (Santiago)
    Bispo (Santa María do)
    Cumbraos (San Martiño)
    Fente (San Martiño)
    Frameán (San Pedro)
    Fufín (San Martiño)
    Lavandelo (Santiago)
    Leborei (Santa María)
    Ligonde (Santiago)
    Lodoso (San Xoán)
    Marzán (Santa María)
    Milleirós (San Pedro)
    Esporiz (San Miguel)
    Novelúa (San Cristovo)
    Os Ferreiros (San Cibrao)
    Pedraza (Santa María)
    Penas (San Miguel)
    Pol (San Cibrao)
    Salgueiros (Santa María)
    San Breixo (San Salvador)
    Satrexas (Santa Eufemia)
    Sirgal (Santo André)
    Sucastro (Santa Mariña)
    Tarrío (Santa María)
    Vilanova (San Pedro)
    Viloíde (San Cristovo)

    La base económica del ayuntamiento es el sector primario, especialmente la ganadería. Siguiente en importancia es el sector terciario, concentrado en Monterroso (educación, sanidad, administración, comercio, bancos,etc.), así como el Centro Penitenciario de A Vacaloura.

    En estos momentos, empieza a resurgir el Turismo en la zona, especialmente el rural, ya que existen alojamientos de calidad en este concello, sumándose poco a poco nuevas incorporaciones...

    En semana santa, se celebra el torneo promesas “José Manuel Alvelo”, en el que participan de media, 80 equipos de toda Galicia.

    martes, 23 de junio de 2020

    269. SAN GREGORIO, PEREGRINO


    269. SAN GREGORIO, PEREGRINO (SIGLO XV. ZARAGOZA)

    269. SAN GREGORIO, PEREGRINO (SIGLO XV. ZARAGOZA)


    En cierta ocasión, procedentes del Midi francés, decidieron emprender juntos el camino de Zaragoza los santos varones Licer, Juan, Pantaleón y Gregorio, con la pretensión de visitar el templo de Santa María la Mayor, cuya Virgen se le apareció al apóstol Santiago y tenía fama al otro lado de los Pirineos
    Al doblar las altas montañas pirenaicas, tomaron como guía el curso del río Gállego, pues les habían dicho que, poco después de su desembocadura en el ancho Ebro, se hallaba la meta de su recorrido.

    Arrostraron juntos las mil penalidades del viaje, pero circunstancias diversas motivaron que no pudieran llegar todos al final, como habían previsto. En efecto, cuando llegaron a la altura de Zuera, fue Licer el que, tras caer desplomado por el agotamiento del viaje, fue atendido por sus vecinos, entre los que se quedó a vivir y ante los que hoy actúa como patrón de lavilla.

    Continuaron hacia Zaragoza sus otros tres compañeros, pero Juan, el más anciano, extenuado por la caminata de tantas lunas, decidió quedarse a vivir con la comunidad allí establecida, la que con el tiempo, en memoria de aquel santo varón, acabaría denominándose San Juan de Mozarrifar.

    Apenados por la ausencia de Licer y Juan, Gregorio y Pantaleón siguieron su camino, animados por la noticia de que ya se hallaban cerca de su objetivo. Incluso quisieron acortar y, alejándose del Gállego, tomaron dirección oeste. Cuando fatigados acababan de subir al acampo del Santísimo, Gregorio se desplomó en el suelo, incapaz de seguir, marcando el emplazamiento donde la fe hizo levantar la ermita que hoy le recuerda, lugar desde el que se divisaban las torres de Santa María la Mayor, donde no pudo llegar.

    Gregorio alentó a Pantaleón para que prosiguiera, aunque sus fuerzas también eran escasas, tanto es así que, cuando llegó a Juslibol, viéndose impotente ante el Ebro que le cortaba el paso, decidió quedarse allí, lo que explica su patronazgo de la población actual.

    Sin duda, los cuatro santos varones debieron, con el tiempo, ver cumplido su sueño de visitar el templo y la imagen que les puso en camino, pero regresaron luego a sus respectivos lugares de adopción.

    [Madre, Jesús E., «La ermita de San Gregorio», Zaragoza, 34 (1982), 29-30.]



    miércoles, 17 de julio de 2019

    EL ORIGEN DE LOS AYSA


    137. EL ORIGEN DE LOS AYSA (SIGLO IX. AÍSA)

    EL ORIGEN DE LOS AYSA (SIGLO IX. AÍSA)


    Como tantas otras, la que luego sería importante e influyente familia de los Aysa era un clan hispanogodo que, en el momento de la conquista musulmana, prefirió, antes que pasar a ser mozárabe viviendo en una población gobernada por moros, lanzarse a las altas montañas pirenaicas para llevar, en principio, una vida errante hasta buscar refugio más o menos definitivo entre las sinuosidades del Pirineo jaqués.

    En aquellos escabrosos y bellos parajes, a los que los invasores agarenos llegaron tan sólo en contadas ocasiones por lo caras que solían pagar tales correrías, esta familia hispanogoda decidió levantar un castillo modesto donde hacerse fuerte en caso de peligro, convirtiéndose en defensores y organizadores de las vidas de quienes vivían en la pequeña comarca circundante.

    Cuando comenzó el proceso reconquistador, los caballeros del apellido Aysa empezaron a alcanzar nombradía, siendo famoso su castillo y su valle, que tomaron el nombre de sus señores, y dio origen al nacimiento de toda una villa en torno a los sencillos muros de la fortaleza.

    Poco a poco fueron formando parte de la corte y se les ve haciéndose sitio entre los demás apellidos aragoneses, de modo que en el siglo XIII son abundantes los hechos históricos protagonizados por la familia Aysa, en permanente pugna con el concejo de Jaca.

    Su espaldarazo definitivo tuvo lugar cuando un Martín de Aysa y sus hijos acompañaron al rey aragonés (Pedro II) en la memorable jornada de las Navas de Tolosa, en julio de 1212, de modo que el monarca, en premio al valor y arrojo que desplegaron en aquella batalla, les confirmó el señorío del valle de Aysa, dándoles, además, tierras y monte en Las Tiesas, donde levantaron otro castillo. Pero sobre todo les concedió que pudieran añadir al escudo de armas que hasta entonces usaban una cruz griega sobre un brazo armado que blandía una porra, haciendo alusión a la cruz roja que, semejante a la que utilizarían luego los monjes guerreros de Calatrava, había aparecido en el horizonte durante la conocida y célebre batalla.

    [García Ciprés, G., «Infanzones de Aragón. Los Aysa», Linajes de Aragón, 1 (1910), 56-59.]



    Aísa es un municipio aragonés situado en la comarca de La Jacetania (Huesca). Pertenece al partido judicial de Jaca.


    De su término municipal forman parte también los núcleos de Candanchú, Esposa y Sinués.​ Hay que destacar igualmente la estación de esquí de Candanchú. A comienzos de 2011 el pueblo de Aísa contaba con una población de 159 habitantes.

    Linda por el norte con el término de Ansó, por el este con Canfranc, Villanúa y Borau, por el sur con Jaca, y por el oeste con Valle de Hecho, Aragüés del Puerto y Jasa.

    Aísa se encuentra ubicada a orillas del río Estarrún, uno de los afluentes del río Aragón.

    Entre las cumbres del municipio, destacan el Pico d'Esper (o Aspe), de 2.640 m de altura,​ y Las Blancas, de 2.131 m.

    Parte de su término municipal está ocupado por el Parque natural de los Valles Occidentales.

    En 1966, Aísa incorpora el término municipal de Sinués, según lo dispuesto en el Decreto 2063/66, de 30 de junio, publicado en el Boletín Oficial del Estado número 193, de 13 de agosto.

    Por otra parte, en 1972 se anexiona igualmente el antiguo término de Esposa, de acuerdo con los términos del Decreto 240/72, de 27 de enero, publicado en el Boletín Oficial del Estado número 33, de 8 de febrero.

    Cabe destacar en primer lugar el cuidado caserío del pueblo, con sus tejados formados por lajas de pizarra, ejemplo de la arquitectura rural pirenaica aragonesa.
    Dolmen ubicado en su término municipal, el más antiguo del Pirineo.
    En su término se halla la ermita de San Esteban, en la que se educó Alfonso I el Batallador.
    Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción.
    Iglesia gótica de Sinués.
    Los caseríos de los pueblos de Aísa y Sinués, junto con la Iglesia parroquial de Sinués fueron incluidos en el catálogo de bienes inscritos como parte del sitio Caminos de Santiago de Compostela: Camino Francés y Caminos del Norte de España, dentro del Patrimonio de la Humanidad.

    Es de gran interés el dance de Sinués o palotiau de Sinués, que se celebra por las fiestas del Rosario en Sinués, habiéndose recuperado hace pocos años.














    domingo, 8 de marzo de 2020

    31-35

    31.
    CAPITULARIO PARA TODO EL AÑO. Un volumen en 4.° mayor, en
    pergamino, de 138 páginas. Es del siglo XV. Está foliado con
    números romanos, del estilo propio del tiempo en que fue escrito
    este libro. Al principio tiene una nota que traducida del latín dice
    así: «Comienzan los Capítulos ordinarios, según el
    Breviario
    Romano
    .» Esto indica que dicho libro no fue escrito para esta
    iglesia, porque en aquella época esta catedral tenía su
    rito
    propio
    . Después en el folio 9 se halla otra vez la misma nota.
    Las iniciales de cada capítulo están adornadas con dibujos de
    colores. 







    32.
    CAPITULARIO PARA TODO EL AÑO. Un volumen en 4.° mayor, en
    pergamino, de 216 páginas. Es del siglo XV. Este Códice es muy
    parecido al anterior, aunque está mejor conservado. Fue escrito
    expresamente para esta catedral, como lo demuestra el epígrafe que
    traducido dice así: «Principian los Capítulos para todo el año,
    según el rito de la Santa Iglesia de Tortosa.» Antes de esto
    hay un Calendario muy completo, en el cual, lo mismo que en los de
    otros Códices de liturgia que hemos reseñado, además de expresarse
    los días del mes y de la luna, están las horas
    de día y de noche
    que tiene cada mes.
    También son de notar
    en dicho Calendario algunos rezos que tenía entonces esta
    catedral. Entre estos se halla el día 9 de Noviembre, uno titulado:
    La pasión de la Imagen del Señor, o del Salvador, que es la
    misma imagen llamada del Santísimo Cristo del Salvador, de
    Bérito o de Beyrut, en Siria, que se venera en
    la parroquia del Salvador de Valencia desde el año 1250.

    Este Capitulario también tiene adornadas con dibujos de colores
    las letras iniciales de cada capítulo. Al final están los
    principios de varias antífonas con notas musicales,
    que sin duda servirían para el Canónigo que estaba de
    semana
    en el coro.

    33. GUILLERMO LAVINA. «Camino
    o Dietario de la salud, compuesto por Fray Guillermo Lavina,
    de la orden de frailes menores.» Tal es el título de este
    Códice, que forma un volumen en 4.° en cartulina, de 177 páginas.
    Es del siglo XIV. Se puede decir que está dividido en dos partes.
    Primeramente hay una serie de pláticas o meditaciones,
    y al principio un índice de todas. Se observa que después del
    índice hay cuatro folios truncados, que pertenecen a la
    segunda parte. Al fin de la primera parte, que concluye en el folio
    76, hay una nota que traducida del latín dice: «Concluye el Camino
    o Dietario de la salud, compuesto por Fray Guillermo Lavina,
    Equitanie, de la orden de frailes menores.»
    Sigue luego
    la segunda parte, que contiene los exordios para sermones
    de todas las dominicas del año, y para los santos
    apóstoles, mártires, confesores, etc. Después
    hay una Tabla o división de puntos para sermones de diversas
    materias morales.
    Al principio de este Códice se ve una nota de
    diferente letra y de época más reciente, que dice:
    « Via
    salutis á Fr. Lavina» y después otra que dice: «Sermones de
    Inocencio 3.°» Mas parece que hubo en esto alguna
    equivocación, o tal vez se formó un segundo tomo por separado, en
    el cual se escribieron los sermones de Inocencio III, pues no
    existen en este Códice. Además en la última página hay una nota
    que traducida dice lo siguiente: «Concluye este libro, que se
    denomina de la salud, y que también contiene temas sobre las
    dominicas»; y nada dice de los sermones.
    Es de creer que el
    Códice que nos ocupa sea muy conocido en las bibliotecas antiguas;
    porque los Sres. Denifle y Chatelain dicen que se publicó el siglo
    XV entre las obras de San Buenaventura; y que se halla en la
    biblioteca de Mazarine, n.° 888; en la de Rouen, n.°
    660; y en la de Bordeaux n.° 331. También hace mención del
    mismo el escritor francés Bartolomé Haureau, en la Historia
    literaria que publicó a mediados de este siglo.

    34. MISAL.
    Un tomo en 4.° prolongado, en pergamino, de 396 páginas. Es de fin
    del siglo XII o de principios del XIII
    . Al comenzar hay cuatro
    folios truncados, que parece no corresponden a aquel sitio. En el
    folio 5.° se ve una nota que dice, que este libro es de la sede
    o catedral de Tortosa; y otra en que se lee esto:
    estimat en LXX set sous
    . «Fué valorado en setenta y
    siete sueldos.» Sigue luego una larga oración de San Agustín y
    otra de San Ambrosio, para el principio de la misa, y la notable
    Epístola o Carta pastoral de San León Papa.

    Después hay un antiquísimo Calendario, de tamaño más pequeño
    y de distinta letra que la del Misal. En este Calendario ya está la
    fiesta de San Rufo, y la de la Inmaculada Concepción;
    la primera el día 14 de
    Noviembre
    , como ahora, y la segunda también el 8 de
    Diciembre
    .
    Son dignas de notarse en este Misal, así como en
    otros muy antiguos que hemos reseñado, varias oraciones, bendiciones
    y preces que ahora no se usan. Citaremos una que está añadida al
    final de la página 170, y se refiere al tiempo en que gran parte de
    España aún estaba en poder de los moros. Dice así, traducida del
    latín: «Omnipotente sempiterno Dios, en cuya mano están todas las
    potestades y todos los derechos de los reinos; dignaos auxiliar a los
    cristianos, para que las gentes paganas que confían en su ferocidad,
    sean destruidas con la fuerza de tu poder.»
    En la página 166
    hay un Prefacio con nota musical escrita según el uso de aquel
    tiempo.
    A pesar de su grande antigüedad, este Códice se halla
    perfectamente conservado. Son de admirar en él las hermosas viñetas
    de colores muy finos, que están al principio de cada oración.

    35.
    PEDRO LOMBARDO, O EL MAESTRO DE LAS SENTENCIAS. Un volumen en folio
    en pergamino, de 626 páginas. Es de principios del siglo XIII.
    Contiene los cuatro libros del Maestro de las Sentencias. Al
    principio de cada libro hay un índice. Este Códice está escrito en
    finísimo pergamino y con caractéres muy correctos. Además todas
    las páginas están orladas con dibujos de colores. También tienen
    adornos las iniciales de cada capítulo. Los cuatro libros se
    encabezan con hermosas viñetas; pero falta la del libro 1.° que fue
    rasgada. En el margen hay algunas notas, aunque muy breves.



    36-40




    domingo, 7 de julio de 2019

    PEDRO III DESAFIÓ A UN DRAGÓN


    127. PEDRO III DESAFIÓ A UN DRAGÓN (SIGLO XIII, ponía III)

    PEDRO III DESAFIÓ A UN DRAGÓN, SIGLO XIII, Canigó


    En una de las múltiples estancias de Pedro III, rey de Aragón, en tierras catalanas, quiso cumplir por fin un día su deseo de ascender a la cumbre del pirenaico monte Canigó, que siempre, y más por aquellos tiempos, ha tenido fama de misterioso. Preparó las cosas y se hizo acompañar por dos de sus caballeros, conocedores del terreno.

    Hasta media montaña la ascensión fue tranquila, pero, cuando habían comenzado la segunda parte de la misma, les sorprendió una tormenta de proporciones desacostumbradas. Los truenos, ensordecedores, se enlazaban unos con otros; múltiples relámpagos deslumbraban sus ojos; varios rayos llegaron a derribar algunos árboles; la tromba de agua apenas si les dejaba respirar; el viento se volvía huracanado por momentos.
    El cansancio y el miedo hicieron presa en los dos acompañantes de don Pedro III, lo que no pasó desapercibido a éste. Así que les instó a que se quedaran en la oquedad que en aquel momento les servía de cobijo, pidiéndoles que le esperaran allí hasta el día siguiente, pues él iba a continuar la ascensión. Si no regresaba, debían volver al valle.
    Continuó en solitario el rey, dando muestras de un valor sin igual, hasta llegar con gran esfuerzo a la parte alta del monte donde encontró un pequeño pero bello lago. La tormenta había amainado. Se detuvo en la orilla del espejo y lanzó una piedrecilla al agua. Hacer esto y salir del fondo volando con estrépito un enorme dragón fue todo uno. Con su impresionante cuerpo, nubló el cielo, yendo amenazador de un lado para otro.

    El aliento del monstruo llegaba a la cara del rey, pero éste, fijando sus ojos en los de la fiera y con la espada corta en su mano diestra, le hizo frente. El animal, amansado, se zambulló de nuevo en el fondo.
    El rey había demostrado su gran valor.
    Cumplido su deseo de subir a la cima del Canigó, Pedro III inició el camino de vuelta con la satisfacción íntima de sentirse fuerte.

    // Se parece al mito de la espada de Vilardell o Villardell /
    Se parece al mito de la espada de Vilardell o Villardell





    El macizo del Canigó (denominación oficial desde el 13 de julio de 2012) es un macizo montañoso de los Pirineos, situado en el Rosellón (sur de Francia), entre las comarcas de Conflent, Rosellón y Vallespir.


    La cima, llamada "pica del Canigó", tiene 2784 m. A pesar de su moderada altitud, fue considerada la montaña más alta de los Pirineos debido al brusco desnivel que la separa de la llanura del Rosellón, una prominencia que la hace más impresionante que otras montañas más encajonadas y situadas entre valles más altos.

    En el Canigó están los monasterios de San Martín del Canigó y San Miguel de Cuixá. Por ello la montaña posee un significado especial para el catalanismo e inspiró el cancionero del Canigó, con canciones que empiezan con las palabras:

    Muntanyes de Canigó, fresques són i regalades...
    Así como el poema Canigó de Verdaguer. Llegenda pirenayca (con y, tócate los cojones, Arturo Quintana), del temps de la reconquista, (no pone conquesta ni reconquesta), 


    poema Canigó de Verdaguer.

    Jacinto, Jacint, Verdaguer

    El ministerio francés de Ecología, Desarrollo sostenible y energía ha declarado el macizo como un Grand site national de Francia, y le ha cambiado oficialmente la denominación francesa 'Canigou' por su nombre en catalán 'Canigó':
    // JA JA JA, Canigou francés y Canigó catalán //
    en la explicación que ofrece considera el Canigó como una montaña sagrada de los catalanes.
    // JA JA JA, Rosellón catalán. //

    http://www.etymologie-occitane.fr/langues-et-occitan/index-des-mots-occitans/



    bagou, bagó català
    grigou, grigó 
    català
    bordet-gengou, bordet-gengó català ...

    Como es una cima de fácil acceso, mucha gente se atreve a subir a ella. Pero es el 22 de junio cuando sube más gente, para encender una hoguera que vigilan durante toda la noche. Al día siguiente bajan hasta Perpiñán con antorchas encendidas de esa hoguera y vuelve cada uno a su lugar de origen para, según la tradición, encender todas las hogueras de la noche de San Juan del propio departamento de Pirineos Orientales, Cataluña, Comunidad Valenciana y Baleares.








    jueves, 23 de mayo de 2019

    FUNDACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE PANO


    2.81. FUNDACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE PANO
    (SIGLO VIII. SAN JUAN DE LA PEÑA)

    FUNDACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE PANO  (SIGLO VIII. SAN JUAN DE LA PEÑA)


    En los momentos inmediatamente posteriores a la conquista musulmana de Zaragoza, la principal ciudad del valle medio del Ebro, no era extraño advertir la presencia de pequeños grupos de cristianos huidos y escondidos en bosques, cuevas y montes que esperaban a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos por si podían regresar a los hogares que habían abandonado de manera precipitada. Estos fugitivos solían reunirse para llorar sus penas, solicitar la ayuda de Dios y ayudarse unos a otros. Fue en una de estas reuniones cuando, ante la permanencia de los moros en la ciudad, surgió la idea de reconquistar las tierras perdidas y tratar de fundar una ciudad cristiana.
    Animados por esta ilusionante idea, los cristianos huidos —que conocían perfectamente la zona, pues no en vano era su casa— escogieron una cumbre inaccesible, la cima del monte Pano, como lugar de asentamiento de su primera ciudad tras la invasión agarena. Dicho monte, que situado entre Santa Cruz de la Serós y Botaya, está coronado en su cima por una extensa llanura, por lo que el trazado y la construcción fueron fáciles, máxime cuando aún hoy por allí abundan la piedra y la madera. Se dieron cita en aquel lugar familias enteras que se rigieron por los antiguos usos y costumbres bajo la protección de la Cruz, el auténtico símbolo de su fe.
    No tardó mucho en llegar la noticia de la existencia de esta nueva y pequeña comunidad a oídos de Abdelaziz, gobernador musulmán de Zaragoza, quien, temeroso de que aquel intento pudiera constituir algún peligro, dispuso inmediatamente un ejército, capitaneado por Abdemelic, para tratar de someter a la ciudad de Pano.

    Cuando los cristianos advirtieron la presencia del ejército musulmán se aprestaron a defender sus casas. En principio, las dificultades para acceder al lugar escogido pudieron mantener a salvo sus casas y enseres por un cierto espacio de tiempo, pero finalmente acabó imponiéndose el mayor poderío humano y bélico del ejército atacante, que penetró en la ciudad y la arrasó por completo, frustrando así el sueño de aquellas familias.
    Nada quedó en la ciudad de Pano, salvo esta historia.

    [Martínez y Herrero, B., Sobrarbe y Aragón..., I, págs. 46-48.]


    El Real Monasterio de San Juan de la Peña situado en Botaya, al suroeste de Jaca, Huesca, Aragón (España), fue el monasterio más importante de Aragón en la alta Edad Media. En su Panteón Real fueron enterrados un buen número de reyes de Aragón. Forma parte del camino aragonés del Camino de Santiago. Su enclave es extremadamente singular.


    Cuenta la leyenda, que un joven noble de nombre Voto (en algunas versiones, Oto), vino de caza por estos parajes cuando avistó un ciervo. El cazador corrió tras la presa, pero ésta era huidiza y al llegar al monte Pano, se despeñó por el precipicio. Milagrosamente su caballo se posó en tierra suavemente. Sano y salvo en el fondo del barranco, vio una pequeña cueva en la que descubrió una ermita dedicada a San Juan Bautista y, en el interior, halló el cadáver de un ermitaño llamado Juan de Atarés. Impresionado por el descubrimiento, fue a Zaragoza, vendió todos sus bienes junto a su hermano Félix se retiró a la cueva, e iniciaron una vida eremítica.

    Este sería el inicio del Monasterio del que escribía don Miguel de Unamuno:

    ...la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno, mientras pisoteaban la nieve jabalíes de carne y hueso, salidos de los bosques, osos, lobos y otros animales salvajes.

    Claustro de San Juan de la Peña.
    Claustro de San Juan de la Peña.


    Se habitan estas montañas poco después de la conquista musulmana, al construir el castillo de Pano, destruido en el año 734. El origen legendario del Reino de Aragón también encuentra en el monasterio cueva de San Juan de la Peña su propia historia, cuando reunidos los guerreros cristianos junto a Voto y Félix deciden por aclamación nombrar a Garcí Ximénez su caudillo que les conducirá a la batalla por reconquistar tierras de Jaca y Aínsa, lugar este donde se produjo el milagro de la cruz de fuego sobre la carrasca del Sobrarbe.

    Reinando en Pamplona García Íñiguez y Galindo Aznarez I, conde de Aragón, comienzan a favorecer al Monasterio. El rey García Sánchez I concedió a los monjes derecho de jurisdicción, y sus sucesores hasta Sancho el Mayor, continuaron esta política de protección. Allí pasó sus primeros años San Íñigo. En el reinado de Sancho Ramírez de Aragón adquiere su mayor protagonismo llegando a ser panteón de los reyes de Aragón.

    Fueron devastadores los incendios de 1494 y 1675. A raíz del último de ellos, se construyó el Monasterio Nuevo. El Monasterio Antiguo fue declarado Monumento Nacional el 13 de julio de 1889 y el Monasterio Moderno el 9 de agosto de 1923. La restauración fue dirigida por el arquitecto modernista aragonés Ricardo Magdalena.

    Probablemente existiera algún tipo de cenobio anterior al siglo XI, pero la construcción de mayor importancia empieza el año 1026 por iniciativa de Sancho el Mayor. En el año 1071 el rey Sancho Ramírez cede el conjunto existente a los monjes cluniacenses y favorece su reforma. En este momento se levanta el conjunto que hoy queda, en mayor o menor medida. La reforma benedictina de Cluny no podía obviar la construcción de un claustro que se finalizará ya entrado el siglo XII.

    A finales del siglo XI son un conjunto de capiteles de influencia jaquesa del claustro con temas de animales fantásticos y algunos motivos geométricos y vegetales donde destacan los roleos. Un segundo grupo, formado por veinte capiteles, fue encargado en el último tercio del siglo XII al llamado maestro de San Juan de la Peña, autor anónimo, también conocido como Maestro de Agüero, probablemente para sustituir otro anterior.​ El pequeño recinto ofrecía un cerramiento diáfano en forma de arcadas separadas por columnas. Los arcos se veían rematados con cenefas con el típico taqueado jaqués.

    El Maestro desarrolla un programa sobre escenas bíblicas donde aparecen entre otras el Anuncio a los pastores, la Natividad, la Anunciación, la Epifanía, el Bautismo y la Circuncisión de Jesús, la Última Cena, episodios sobre Caín y Abel, la Creación de Adán y Eva, así como su Reprobación y posterior condena al trabajo. Seguramente el maestro de Agüero solo elaboró los capiteles para dos alas del claustro ya que a finales del siglo XII el monasterio entró en franca decadencia. El programa iconográfico que plantean los 26 capiteles que conservamos parece enfocar la Salvación a través de la Fe escogiendo los episodios más significativos para ello.

    Se trabaja con bajorrelieves casi todos dominados por un horror vacui muy acentuado que provoca contorsiones en algunas figuras que superan el propio marco sacando un brazo como en la escena de Jesús y los Apóstoles. Los gestos son exagerados, casi teatrales, acentuando los ojos y la boca, y confiriendo narratividad a las escenas. En cuanto a las formas, estas se someten a esquemas geométricos que dominan desde la configuración del rostro o los pliegues de los paños, hasta los movimientos de caballos o de la misma agua que se vierte de un jarro a otro.

    En el piso superior se encuentra el Panteón real. En él, durante cinco siglos se enterraron algunos de los monarcas de Aragón y de Navarra. Su aspecto actual data del siglo XVIII.

    En San Juan de la Peña, los reyes de Aragón fueron sepultados en tumbas de piedra colocadas en tres órdenes superpuestos, desde la roca hacia afuera, presentando a la vista solo los pies del féretro. El panteón real ocupa las dependencias de la antigua sacristía de la iglesia alta, que data del siglo XI; fue reformado por Carlos III en 1770, siguiendo las indicaciones de don José Nicolás de Azara y del conde de Aranda, quien quiso ser enterrado en el atrio. La reforma solo afectó a la decoración, quedando los sepulcros en el mismo lugar; se levantó delante de ellos una pared en la que se colocaron láminas de bronce con las inscripciones correspondientes, se distribuyó por la sala profusión de estucos y mármoles, colocando en la pared frontera unos medallones con relieves que representan escenas de legendarias batallas.

    Alberga los restos de algunos monarcas navarros que reinaron en Aragón, de los primeros condes aragoneses y de los tres reyes iniciales de la dinastía ramirense, Ramiro I, Sancho Ramírez, Pedro I, junto con sus esposas.

    En 1889 se le otorga el título de Monumento Nacional que en 1920 es completado con la declaración por parte del rey Alfonso XIII como Sitio Nacional. Ya el 2 de febrero de 2004, el Gobierno de Aragón completa su declaración como Bien de interés cultural con la protección del conjunto monástico y su entorno.

    La mayor parte del fondo documental del Monasterio se trasladó al Archivo Histórico Nacional de Madrid, donde se encuentra en la sección de Clero. Atendiendo a los trabajos publicados, la documentación se divide en tres grandes grupos:

    Textos más antiguos, entre 507 y 1064, que se recogen en el Cartulario de San Juan de la Peña.
    Documentos fechados entre 1064 y 1194.
    Documentos fechados entre 1195 y finales del siglo XV.

    Según la leyenda española sobre el Santo Grial, este permaneció en el monasterio, después de pasar por diversas ubicaciones como la cueva de Yebra de Basa, monasterio de San Pedro de Siresa, iglesia de San Adrián de Sásabe, San Pedro de la Sede Real de Bailo, la Catedral de Jaca, desde 1071 hasta 1399.

    La necesidad de atraer a los peregrinos a Santiago que pasaban por el cercano camino de Jaca al monasterio aconsejó que en él se ubicara la reliquia. En 1399 el rey Martín I se llevó el vaso sagrado al palacio de la Aljafería de Zaragoza, donde estuvo más de veinte años, después de una breve estancia en Barcelona, acompañando al rey y posteriormente se trasladó a la Catedral de Valencia.

    El primer lugar en España donde se celebra con el rito Romano es en el Reino de Aragón en el monasterio de San Juan de la Peña, el 22 de marzo de 1071, durante la estancia del Santo Cáliz en el monasterio y a continuación se oficializa en el resto del reino, sustituyendo al rito mozárabe.

    Martínez y Herrero, Bartolomé (1866). Sobrarbe y Aragón : estudios históricos sobre la fundación y progreso de estos reinos, hasta que se agregó á los mismos el Condado de Barcelona. pp. 54-59. http://bibliotecavirtual.aragon.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=3703

    Enríquez de Salamanca, Cayetano, Rutas del románico en la provincia de Huesca, Las Rozas (Madrid), 1987, pág. 42, ISBN 84-398-9582-8.

    Lapeña Paúl, Ana Isabel (1997). «Documentos en romance del Monasterio de san Juan de la Peña (primera serie, siglo XIII-1325)». Alazet, 9, pp. 215-249.

    La introducción del rito romano en Aragón y Navarra.




  • Sitio web oficial del Monasterio de San Juan de la Peña (en español, francés e inglés)


  • http://www.jacetania.es/jacetaneas/opencms/site/web/conoce_la_comarca/jaca/botaya/?comboIdiomas=spanish

    miércoles, 25 de agosto de 2021

    II, virtudes de Ramon Lull

    II.

    Expuestos
    y bosquejados en resumen los hechos principales de la vida de
    Raimundo Lulio, séanos lícito, antes de entrar en el examen de sus
    obras poéticas, pagar el tributo de admiración que es debido a sus
    virtudes, y que se merece la utilidad que el mundo ha reportado de su
    celo, de su laboriosidad у de su ciencia: tributo que es de tanta
    más justicia, cuanto ha sido tenaz la insistencia con que se atacara
    su doctrina por sistemáticos y violentos adversarios, y con que se
    ha herido su grande reputación por enconados detractores. Así como
    la fama de sus virtudes vuela más alta que el espíritu depresor de
    irascibles enemigos; las saludables máximas, los elevados preceptos
    de la moral más pura, y el sentimiento evangélico más acendrado
    que a raudales brotan de sus numerosas obras, le ponen a cubierto de
    los tiros que la maledicencia y la pasión de escuela, bañados no
    pocas veces en el veneno de la calumnia, han querido dirigirle.
    No
    acudiremos para vindicar a Lulio de las diatribas de sus
    perseguidores a los elocuentes testimonios de sus coetáneos, a la
    deferencia con que le trataron no pocos príncipes, al respecto
    que infundió a los sabios, y a la veneración que inspiró a los
    pueblos, sino al trasunto de su corazón que donde quiera encontramos
    en las páginas de sus inmortales libros, al reflejo de aquella alma
    grande que llevaba por compañeras a la fé para creer en sus
    artículos y vencer a las tentaciones y a la ignorancia; a la
    esperanza para confiar en la fuerza y ayuda del Omnipotente; a la
    caridad para poderlo todo y todo vencerlo; a la justicia para verse
    obligado a dirigirse siempre a Dios; a la prudencia para conocer y
    menospreciar al mundo caduco y engañoso y anhelar la bienaventuranza
    eterna; a la fortaleza para dar aliento al corazón en sus
    penalidades y trabajos, y a la templanza para hacerla señora de su
    apetito (1). (1) Blanquerna, libro 1.° capítulo 8.



    En
    efecto, la fé resplandeció viva e incontrastable en el espíritu de
    Raimundo; ella estuvo a prueba no sólo de las riquezas, de los
    honores y de todas las seducciones del mundo que en más de una
    ocasión le ofrecieron por precio vil de su apostasía, sino de los
    más crudos tormentos y afrentas con que fue perseguida su invencible
    firmeza. A la exaltación de la fé católica hizo el sacrificio de
    su vida entera; por ella abandonó los bienes de la fortuna que le
    era próspera, hizo las peregrinaciones más dilatadas y penosas,
    pasó largas horas en profunda meditación, hizo correr su pluma con
    una actividad inaudita y se expuso a toda clase de derisiones y
    desengaños; por ella combatió sin descanso el cisma, las herejías,
    y todas las sectas enemigas del nombre cristiano, ya con la
    elocuencia de sus palabras, ya con la magia de su pluma, ofreciendo
    siempre el más palpitante ejemplo de abnegación y heroísmo; por
    ella en fin derramó su sangre y padeció martirio. Y ciertamente que
    abrasado en la fé había de estar quien la consideraba como
    principio de la sabiduría y como escala por donde sube el
    entendimiento a penetrar los secretos de Dios (1 : Libro del amigo y
    del amado, vers. 297.); quien con tanta elevación la comprendiera en
    los místicos vuelos de su alma al, exclamar: - "Entró el amigo
    en un prado ameno en donde una multitud de donceles hollando las
    flores del suelo, corrían en pos de un enjambre de mariposas; y
    observó que cuanta era su porfía en cogerlas a tanta mayor altura
    volaban. Esto hizo pensar al amigo que así les acontece a los
    atrevidos que con sutilezas creen haber comprendido a su amado, sin
    ver que este abre las puertas a los sencillos de corazón y las
    cierra a los presumptuosos, y que la fé es quien le hace visible en
    sus secretos por la ventana del amor (2 : Idem, vers. 70.).”



    La
    esperanza de Raimundo no tenía límites, ni bastaron para agostarla
    todos los contratiempos que en varias ocasiones se conjuraron contra
    sus heroicos intentos. Las persecuciones bárbaras de los infieles,
    los desprecios y las burlas de los cortesanos, los peligros y las
    enfermedades que experimentó en sus viajes, en vez de infundirle
    pavura y desaliento, no hacían más que fortalecer su corazón, y
    aumentar los tesoros de su confianza en el poder supremo. Así no nos
    maravilla oírle exclamar, que en Dios había misericordia y
    justicia, y que por esto quiso hospedarse entre el temor y la
    esperanza, porque la misericordia le obligaba a esperar y la justicia
    a temer; que la misericordia y la esperanza multiplicaban el perdón
    en la voluntad de Dios; que el amor le enseñaba a tener paciencia y
    que la sencillez de corazón es la que encomienda confiadamente a
    Dios todos los hechos. (3). (3) Idem. Vers. 98, 205, 335.
    Y en
    otro, lugar al preguntarse: - "Dime, hombre perdido por amor,
    ¿Tienes dinero? ¿Tienes villas, castillos, ciudades, reinos,
    honores y dignidades?" su esperanza le hacía responder: -
    “Tengo a mi amado; tengo en él mi amor, mis pensamientos y mis
    deseos, por él lloro, sufro y padezco, y todo esto vale más que
    poseer reinos e imperios (1)."
    (1) Libro del amigo y del
    amado, vers. 178.



    La
    caridad, esa virtud sublime exclusivamente hija del cristianismo,
    resplandeció en grado heroico en el alma de Raimundo, y fue el móvil
    principal de todos sus actos y sus pensamientos. Ella le hacía
    llorar amargamente la muerte de los que mueren en el error, en la
    ignorancia y en la culpa, y le daba aquella invencible y enérgica
    resolución que arrostraba todos los peligros y triunfaba de todos
    los obstáculos. Abrasado en su llama repartía su fortuna entre los
    pobres, esquivaba en sus peregrinaciones la morada de los poderosos
    para tomar asiento entre la indigencia y en los hospitales, y
    consagraba su existencia a los más asiduos trabajos para enderezar
    los pasos de los extraviados, guiar a los ignorantes, abrir los ojos
    del alma a los que vivían ciegos a la luz de la verdad, o pedir el
    perdón de Dios para los obstinados en sus errores. Su vida no fue
    más que un continuo suspiro por el amor de los hombres, así como
    sus libros son en el fondo un ferviente tributo pagado a la más
    eminente de las virtudes cristianas.
    El amor divino encendió su
    corazón en santa llama elevando su espíritu a la mansión serena de
    los más dulces trasportes. Desde la altura en que su alma se cernía,
    contemplaba el mundo, y veía en él un espejo en donde se reflejan
    la majestad y la grandeza de Dios, ante cuyos resplandores, dice,
    aparecen manchas en el sol (2).
    (2) Idem, vers. 307 y 273.
    En
    la profundidad de los mares veía la del amor del amado; en la
    blancura de los lirios su pureza, y en el mayor encanto de las rosas
    entre las demás flores su hermosura sobre todo lo que existe; en las
    virtudes de las criaturas los más altos misterios de su divinidad y
    las perfecciones de su ser; y en el canto armonioso de las aves el
    dulcísimo idioma de su amor (1). En la soledad hallaba la compañía
    de Dios, y en el bullicio del mundo la soledad; y poseído de místico
    ardor parecíanle lecho de rosas las espinas en que caía por las
    sendas que andaba pensando en su amado (2). Con señas de temor,
    pensamientos, lágrimas y llanto correspondía al amor de su amado y
    le refería las angustias de su corazón; y al preguntarle qué haría
    sin su amor, contestaba que le amaría para no morir puesto que el
    desamor es muerte y el amor es vida (3).
    Decía que la
    bienaventuranza era una tribulación padecida por amor; que los
    suspiros y las lágrimas son mensajeros entre el amigo y el amado,
    para que en los dos haya consuelo y compañía, amistad y
    benevolencia; que el amor ilumina el nublado interpuesto entre ambos
    y hace al amigo resplandeciente como la luna en la noche, como la
    estrella en la alborada, como el sol en el día, como el
    entendimiento en la voluntad (4).
    Tenía por las tinieblas
    mayores la ausencia de su amado; manifestaba que como no podía
    ignorarle no le era posible tenerle en olvido; que acordándose de él
    olvidaba todas las cosas; que crió Dios la noche para que en sus
    noblezas se pensara; y que si vestía tosco sayal, su alma iba
    adornada de agradables pensamientos (5). Si queréis fuego, añadía
    con dulzura, venid a mi corazón y encended en él vuestras lámparas;
    si queréis agua venid a las fuentes de mis ojos, que en lágrimas se
    deshacen; si queréis pensamientos de amor venid a tomarlos de mis
    recuerdos (6).




    (1)
    Libro del amigo y del amado, vers. 311, 266, 315 y 26.
    (2) Idem,
    vers. 55 y 33.
    (3) Idem, vers. 47 y 62.
    (4) idem, vers. 65,
    105 y 123.
    (5) Idem, vers. 134, 131, 137, 149 y 151.
    (6)
    Idem, vers. 174.



    Regaba
    el huerto del amor con cinco ríos y con ello le hacía fertilísimo,
    y plantaba en él un árbol cuyo fruto sanaba todas las enfermedades;
    morir quería para los deleites de este mundo y los pensamientos de
    los malditos que ultrajan a Dios, de cuyos pensamientos nada quería
    puesto que no estaba en ellos el amado; aprendía del amor a tener
    paciencia, de la misericordia a esperar, de la justicia a temer, y a
    creer de la fé y todas estas virtudes le enseñaban a amar; tenía
    vendido su deseo a su amado por una moneda cuyo valor bastara para
    comprar el mundo entero; bebía amor en la fuente de su amado у
    embriagaba de amor y lavábase en ella las manchas de la culpa;
    llamaba a Dios luz irradiante en todas las cosas, como el sol en todo
    el mundo, que retirando su resplandor lo deja todo en las tinieblas;
    y explicaba el amor diciendo que es muerte de quien vive y vida de
    quien muere, alegría en la vida y en la muerte tristura, deleite y
    consuelo en la patria y melancolía en la peregrinación, ausencia
    suspirada y presencia alegre y sin fin, dulzura amarga y amargura
    dulce; y que sus lágrimas eran testimonio de que aún para él no
    había amanecido el día, sino que guiado por el amor caminaba hacia
    su celeste patria en donde no puede haber noche (1). Respondiendo al
    llamamiento de Dios, dice con toda la efusión de su ternura - "¿Qué
    es lo que te place, amado mío, ojo de mis ojos, pensamiento de mis
    pensamientos, cumplimiento de mis perfecciones, amor de mis amores, y
    más aún principio de mis principios? Por tu virtud soy, y por tu
    virtud vengo a tu virtud de donde tomo la virtud (2)."
    (1)
    Libro del amigo y del amado, vers 239, 259, 285, 287, 291, 313, 380 y
    331.
    (2) Idem, vers, 304 y 305
    Agotando por último las
    palabras para expresar el amoroso incendio que devoraba su corazón,
    decía:- "Mi amante me ha robado la voluntad; yo le he dado mi
    entendimiento y sólo me queda la memoria para acordarme de él"
    y contestándose a las preguntas que 
    a
    sí mismo se dirigía, exclamaba:- "¿De quién eres? Del amor.
    ¿Quién te ha engendrado? El amor. ¿Dónde naciste ? En el país de
    amor. ¿Quién te crió? El amor. ¿De qué vives? De amor. ¿Cómo
    te llamas? Amor. ¿De dónde vienes? De amor.

    ¿A dónde vas?
    Hacia el amor. ¿En dónde habitas? Donde está el amor, y todas mis
    riquezas las poseo en el amor (1)."



    Ofreció
    también al mundo nuestro heroico mártir el más sublime ejemplo de
    humildad; y de ella son otros tantos testimonios su poesía titulada
    Canto de Raimundo, el poema el Desconsuelo, muchos pasajes de los
    diálogos del Amigo y del Amado, el libro Phantasticus que ya en otro
    lugar llevamos citado, el de Contemplación que es también el de sus
    confesiones y otros muchos. No reparando en hacer públicos sus
    juveniles desvíos dice haber merecido por ellos la ira de Dios (2);
    confiesa la vanidad que en otro tiempo le ensoberbeciera, el mal que
    hizo, las culpas que cometió (3) y los desprecios con que sus
    proyectos más tarde se recibieron (4). Recordando con dolor los años
    en que había llevado una vida disipada y licenciosa, no reparaba en
    llamarse hombre mundano, y amigo de la liviandad (5); en considerar
    el poco fruto que había alcanzado de sus penosos trabajos, como
    castigo de las ofensas que en la disipación había hecho a Dios (6),
    ni en exclamar que no había hombre en quien cupiese mayor falsedad y
    vileza; que se admiraba de que en tan reducido cuerpo se encerrase
    tanto mal (7); que eran sin número las horas en que se rebelara
    contra Dios y se alejara de su servicio (8), e infinitas las injurias
    hechas a sus amigos (9); aseguraba que había sido el más grande
    pecador de su pueblo (10),



    (1)
    Libro del amigo y del amado, vers 54, 98 y 202. (2) Canto de
    Raimundo, estrofa 1.a
    (3) Desconsuelo, estrofa 2.a (4) Idem,
    estrofa 16. (5) Phantasticus, prólogo. (6) Idem.
    (7) Libro de
    Contemplación cap. 5. (8) Idem cap. 22. (9) Idem, cap. 23. (10)
    Idem, cap. 17.

    nadando
    en el mar de la falsedad y la culpa como la rana en el agua (1); que
    su cuerpo, infecto por la inmundicia de las malas acciones (2), había
    encerrado un alma enferma y llena de pecados (3); que fue tan grande
    la maldad en que la soberbia le tenía postrado, como lo era el
    tesoro de la humildad y misericordia de Dios; que a tanto exceso
    había llegado su desvío que aun las cosas más imposibles las
    acometiera y las tenía por fáciles (4); y dirigiéndose a Dios
    exclama: - "Grande esperanza pueden tener los humildes que 
    sienten
    en sí el fuego de la caridad y de la justicia, porque si hasta a mí
    descendiste humildemente, Señor, que soy el más pecador y miserable
    de los mortales, otorgándome las gracias que te pedí ¿quién ha de
    desconfiar de tu misericordia? (5)."

    Persuadido de sus
    flaquezas, decía que le era imposible vencer en la lucha que por
    honra de Dios emprendiera, a no ayudarle el amado y a no haberle
    enseñado sus noblezas y significado su voluntad (6); y por último
    añadía:- "Si ves a un amante cubierto de galas, honrado por vanidad y obeso por comer, beber у dormir, no encontrarás en él
    sino la condenación y los tormentos (7)."



    Tanto
    como habían sido deplorables los mundanales extravíos a que entregó
    Raimundo los más bellos días de su juventud, fueron ásperas las
    penitencias y las mortificaciones que después se impuso y amargas
    las lágrimas de arrepentimiento que lloraron sus ojos. Gimiendo
    pedía a Dios sin consuelo que le diese fuerzas para sostener en el
    mundo una penitencia que fuese proporcionada a sus grandes agravios,
    que de tantos modos debía hacerla cuantos fueron los en que había
    delinquido (8).



    (1)
    Libro de Contemplación, cap. 68. - (2) Idem, cap. 126. - (3) Idem,
    cap. 132. -
    (4) Idem, cap. 142. - (5) Idem, cap. 92. - (6)
    Libro del amigo y del amado, vers. 140.
    - (7) Idem, vers. 145. -
    (8) Libro de Contemplación, cap. 86.



    Rogábale
    que ya que por sus culpas había convertido en criatura despreciable
    su humana naturaleza, le redujese a tal estado que por las obras
    pudiese alcanzar otra vez a ser tan noble como lo había sido por la
    creación (1): porque sin su auxilio y sin su amor temía perecer en
    el mar de sus culpas, como la nave combatida por la fuerza de las
    olas y la tempestad (2); con lágrimas en sus ojos le adoraba, le
    alababa y le bendecía, confiando en el auxilio con que conforta a
    los pecadores al emprender el camino de la penitencia (3); y pedíale
    que, así como armaba con la espada el brazo del caballero para
    defenderse de los enemigos, diera virtud y fuerza a su alma para
    defenderse de los suyos que sin cesar pugnaban para que le fuese
    infiel y desobediente (4). Decía que las sendas por donde se quiere
    encontrar a Dios son largas y peligrosas, llenas de consideraciones,
    lágrimas y suspiros: que para honrarle es necesario menospreciar el
    cuerpo y las riquezas, dejar las delicias del mundo y arrostrar la
    derision de las gentes: que le tenía sin consuelo la pérdida
    del tiempo pasado, porque era irreparable: que las vestiduras de su
    cuerpo eran de llanto y penalidades: que se entregaba a la soledad y
    agolpábanse pensamientos en su imaginación, lágrimas en sus ojos,
    y en su cuerpo aflicciones y ayunos: que volviendo a la compañía de
    las gentes, desamparábanle pensamientos, lloros y penas, quedando
    solo entre la muchedumbre: y que en el amante con pobres vestidos,
    desdeñado de los demás, pálido y macilento por los ayunos y
    vigilias, se ve la bendición y la bienaventuranza eterna (5). Tanto
    le consolaba la mortificación que llamábala fragancia de flores
    suaves; a lo cual añadía, que en los trabajos se encuentra la vida,
    la muerte en los placeres y en el martirio la gloria; y ensalzando
    los frutos de la mortificación, exclama: - Sembraba el amado en el
    corazón del amigo deseos, suspiros, virtudes y amores, y regábaloseste con lágrimas: sembraba el amado en el cuerpo del amigo
    trabajos, tribulaciones y enfermedades, y el amigo sanaba con
    esperanza, devoción, paciencia y consuelo" (6).



    (1)
    Libro de Contemplación, cap. 30. - (2) Idem, cap. 35. - (3) Idem,
    cap. 86. - (4) Idem, cap. 112. - (5) Libro del amigo y del amado,
    vers. 2, 11, 148, 151, 235, y 145. -
    (6) Idem, vers. 58,
    197, 4 y 96.



    Raimundo
    vivió también completamente desprendido de lo terreno. Sin más
    norte que la voluntad divina, se mostraba indiferente a los caprichos
    de la suerte. Considerándose como peregrino en el mundo, no se dolía
    de los males que la adversidad hacinaba sobre su cabeza; no le tentó
    nunca la ambición de las humanas riquezas, ni suspiró jamás para
    que le fuese próspera la fortuna: antes al contrario, renunciando al
    bienestar y al sosiego que se le ofrecían, quiso ser necesitado y
    pobre, y consintió en pasar por todas las penurias de la indigencia,
    ya mendigando hospitalidad en sus largas peregrinaciones, ya
    arrostrando todas las privaciones y peligros imaginables. Así es que
    adquirió aquella resignación perseverante que le hacía exclamar,
    que entre los trabajos y los placeres que Dios le daba no conocía
    diferencia; que las penas y los goces se unían en él para ser una
    cosa misma en su voluntad; que no tenía otro albedrío que el de
    obedecer a su Criador, y que no teniendo poder en su voluntad no
    podía ser impaciente (1). A esto añadía que de la paciencia nace
    la paz, que no tenía por pobre, sino aquel que lo era de virtudes; y
    que las riquezas no consistían sino en las buenas costumbres y en la
    caridad (2).
    Y considerándose rico en la posesión del afecto de
    Dios, decía que no anhelaba otra fortuna que los trabajos que por su
    amado padeciera, ni otro descanso que el desfallecimiento que su amor
    le ocasionaba; que su médico era la confianza que en Dios tenía
    puesta, y su maestro las significaciones que las criaturas le daban
    de su amado: y por último, exclamaba: - "Vestido estoy de vil
    sayal; mas el amor viste mi corazón de plácidos pensamientos (3)."



    (1)
    Libro del amigo y del amado, vers. 7, 197, 221 y 222. - (2) Libro de
    los mil proverbios (provorbios), cap. 31, 50, 49 y 18. - (3)
    Libro del amigo y del amado, versículos 57 y 151.



    De
    la oración a que por tan largas horas Raimundo se entregaba, decía
    que era nuncio veloz, diligente, sabio y fuerte entre Dios y el
    hombre; que quien ora está con Dios y Dios con él; que es la senda
    perdurable de la beatitud; que ella da al hombre sabiduría y
    fortaleza, amor y alegría, consuelo y resignación, diligencia y
    sobriedad, devoción y riqueza, contrición y castidad y todas las
    virtudes juntas, al paso que aleja del alma todos los vicios (1). La
    consideraba como el puerto de la salud y como la alegría de los
    tristes, añadiendo que ella es quien ahuyenta la muerte, inspira
    amor a los que amar no saben, lava y purifica las manchas del pecado
    y hace al hombre desprendido, elocuente, audaz y fuerte contra sus
    mortales enemigos; exalta la memoria, el entendimiento y la voluntad;
    impulsa al agradecimiento y a honrar y bendecir a Dios, amarle y
    servirle; proporciona la paz y la quietud, y da ánimo para emprender
    el bien y diligencia para evitar el mal; despierta el amor hacia los
    pobres, y es en fin la raíz, origen y ocasión de todos los bienes y
    perfecciones (2). Asegura que la oración tiene más poder que el
    infierno junto; que vale más que todos los bienes y las riquezas del
    orbe; y que es el consuelo más dulce del pecador (3). Y por último,
    dando a comprender hasta donde se elevaba su espíritu en la
    contemplación, exclama: - "La luz del aposento del amado vino a
    iluminar la estancia del amigo, alejando de ella las tinieblas y
    llenándola de placeres, deliquios y pensamientos de amor: y el amigo
    echó fuera de la estancia todas las cosas para que en ella
    descansase su amado (4)".
    (1) Libro de Contemplación, cap.
    360. - (2) Idem, idem. - (3) Libro de los mil proverbios, cap. 30. -
    (4) Libro del amigo y del amado. vers. 101.



    En
    los escarnios y vilipendios de que su celo infatigable le hacía
    blanco, y en las bárbaras persecuciones de que muchas veces era
    víctima, daba muestras de la más bondadosa y pacífica tolerancia,
    hasta el punto de cantar con suavísimo plectro en medio de sus
    penalidades y trabajos: - "Los poderosos, los medianos y los pequeños se complacen en escarnecerme, y el amor, las lágrimas y
    los suspiros hacen languidecer mi corazón; mas al recordar el alma
    mía sus firmes propósitos, siente gozosa acrecer en sí su celo, su
    inteligencia y su voluntad, lo cual le hace siempre gozar en el santo
    servicio de Dios (1)." ¿Y cómo no había de estar adornado de
    esta tolerante suavidad quien amaba a su enemigo por la sola
    circunstancia de ser hechura del Todo-poderoso (2)?



    La
    verdad fue siempre la estrella que le guió en sus hechos, y para que
    ella se propagara por todos los ámbitos del mundo, hizo el
    sacrificio de su bienestar y de su vida. Profesándole un culto
    constante, decía que ella no muere nunca; que quien la vende, vende
    a Dios; que constituye el mayor y más precioso tesoro; y que el
    Eterno ayuda a quien la defiende (3). De la conciencia, decía que
    punza el alma como la espina en el pie: de la devoción, que da
    llanto a los ojos y alegría al corazón; que si debilita el cuerpo,
    robustece el alma, que es la mayor enemiga de la culpa y el mejor
    amigo que es dable encontrar (4); y de la piedad que eleva en sí
    misma el amor y convierte el llanto en un raudal de dulzura (5).
    Decía que el consuelo no es nunca pobre, que no sabe amar quien no
    se consuela, y que no hay para que estar inconsolable como no sea por
    la pérdida de Dios (6). De la obediencia aseguraba que es compradora
    de voluntad: de la perseverancia que es camino que conduce a lo que
    se desea; y de la cortesía que os signo de amables pensamientos (7).



    (1)
    Véase la oda inserta en el capítulo último del libro Blanquerna. -
    (2) Libro de los mil proverbios, cap. 12. - (3) Idem, cap. 19. -
    (4) Idem, cap. 29. - (5) Doctrina pueril, cap. 36. - (6) Idem, cap.
    32. - (7) Idem, cap. 33, 36 y 37.



    Inducía
    a su hijo con su elocuente ejemplo y su persuasiva palabra a ser
    limosnero para que se acostumbrase a esperar en Dios, a ser laborioso
    para alcanzar el bien inestimable de la salud, a ser obediente para
    no ser orgulloso, y a que hablase y tratase siempre con los ánimos
    nobles para adquirir audacia de noble corazón: y con toda la ternura
    de un padre añadía: - “Ten firmeza de ánimo, hijo mío, para
    que no hayas de arrepentirte; ten mesura en tus manos para que no
    seas pobre; escucha para oír, pregunta para saber, da para que
    después encuentres, cumple tus promesas para ser leal, mortifica tu
    voluntad para que no llegues a ser sospechoso, acuérdate de la
    muerte para que no te entregues a la codicia, ten siempre la verdad
    en tus labios para que no seas impúdico, ama la castidad para que tu
    alma sea cándida, sé temeroso para no perder la paz, y ten
    ardimiento para que no te prendan (1)."



    Tanto
    como eran hermosos y vivos los colores con que Raimundo sabía pintar
    las virtudes y hacer agradables los sentimientos elevados y piadosos,
    eran terribles los rasgos con que anatematizaba los vicios y
    delineaba el abismo de la culpa y el mar revuelto de los desvíos
    humanos. Atacando la vida de los sentidos, exclamaba: - "Aspiró
    el amigo las flores y se acordó del hedor del rico avariento, del
    viejo concupiscente y del soberbio desagradecido: probó manjares
    dulces y encontró en ellos la amargura de los bienes temporales y la
    de la entrada y salida de este mundo: se entregó a los goces
    terrenos y apercibióse de lo fugaz de la existencia y del breve
    tránsito de la criatura sobre la tierra, y vino a su pensamiento el
    castigo eterno que ocasionan los materiales deleites; y de aquí el
    desprecio con que el amigo miraba todo goce sensual y mundano (2). Y
    mirando por último las cosas terrenas como medios, no de dar
    satisfacción y placer a sus sentidos, sino de elevar más su
    pensamiento hacia el Dios que las criara, cantaba en otro pasaje:
    -
    “Preguntaron al amigo: ¿qué es el mundo? y respondía: Es un gran
    libro para los que en él saben leer. Preguntáronle si en él se
    encontraba al amado, y dijo que de igual manera que se encuentra el
    escritor en el libro. Y añadieron. ¿En quién está el libro? En el
    amado, respondió el amigo, porque en él se contienen todas las
    cosas, y así es que el mundo está en el amado y no el amado en el
    mundo (3)".
    (1) Doctrina pueril, cap. 93. - (2) Libro del
    amigo y del amado, vers. 328. - (3) Idem, vers. 307.



    Hubiéramos
    de ser más difusos de lo que conviene a nuestro propósito, si
    cuando los actos mismos de la agitada al par que laboriosa vida de
    Raimundo no nos demostrasen el sublime temple de aquella alma
    verdaderamente extraordinaria, nos hubiésemos de detener en
    delinearla al trasluz con los rasgos mismos que dejó esparcidos en
    tantos y tan variados volúmenes. Arraigada profundamente en el
    iluminado doctor la verdad santa del dogma cristiano, y teniendo
    siempre a Dios por centro de todas sus aspiraciones, a la honra y
    servicio de este y a la mayor exaltación de aquella consagraba sus
    facultades todas, conquistando por una parte con el poderío de su
    inteligencia los corazones a quienes no bastaba el heroico ejemplo
    que sus hechos ofrecían, y dando por otra a su siglo el doble
    espectáculo de la más alta y sublimada virtud y de la más
    inconmensurable sabiduría. Así, cuando consideramos en Raimundo
    Lulio al hombre y al sabio, no sabemos si debe sorprendernos más el
    conjunto de los hechos de su vida heroica y de continuada abnegación
    y sacrificio, o el parto prodigioso de su vastísima inteligencia.



    Si
    correspondiesen nuestras fuerzas al entusiasmo y admiración que el
    genio del gran Lulio nos produce, hubiéramos ensayado dar siquiera
    una idea aunque breve de la ciencia de tan célebre como quizás mal
    juzgado maestro; mas el círculo inmenso que abarcó su saber, y el
    tacto, detenimiento y profundísima comprensión que para ello se
    requiere, cuando no fuese el fin concreto y limitado que nos hemos
    propuesto, nos harían desistir de semejante empresa; si bien
    juzgamos harto necesaria ya una razonada y digna vindicación de los
    inmerecidos ataques de que ha sido objeto la doctrina del insigne
    mártir, unida a una sencilla y fundada exposición de lo que acaso
    tenga de apasionado y fanático el encomio que sus apologistas han
    hecho hasta de los defectos de que su sistema adolece. Quizás de un
    concienzudo análisis de las extensas obras de Raimundo, vendríamos
    a deducir que ni uno ni otro bando ha juzgado sin pasión, y que si
    por una parte llegara el encono hasta el extremo de suponer a Lulio
    autor de proposiciones heréticas y absurdas, y de permitirse
    adulterar y tergiversar los originales textos que se buscaban como
    comprobantes de sus asertos, se ha pecado por la otra por el lado
    opuesto de considerarle como infalible en sus opiniones. Pero en
    honor de la verdad sea dicho, en los encomiadores y apologistas de
    Lulio generalmente hemos observado un indisputable conocimiento del
    sistema sobre que discuten, al paso que no pocas veces en las
    diatribas de sus adversarios, vemos inexactitudes e inconsecuencias
    de tanto bulto, que más presuponen el espíritu de secta o de
    escuela, que un estudio profundo de los escritos del maestro cuyo
    mérito tratan de anular.



    Pocos
    autores ha habido quizás en el mundo con más ligereza y
    encarnizamiento censurados. A veces la lectura de uno solo de los
    compendios del esclarecido doctor, ha sido suficiente para que
    críticos, que en otras ocasiones dieran pruebas de sensatez y
    excelente juicio, se hayan creído autorizados para fulminar el
    anatema sobre la generalidad del arte de Raimundo; cuando los varones
    más doctos en la ciencia luliana aseguran y con mucha razón, que no
    es posible formarse una idea exacta y cabal de semejante sistema, sin
    el estudio detenido de las extensas obras de su autor que vienen a
    formar como su gran comentario; y menos todavía sin un conocimiento
    perfecto del particular lenguaje que creó y adoptó para
    desenvolverle. Así pues, muy frecuentemente, en los pasajes de
    difícil comprensión o de harta sutileza, han preferido sus
    adversarios ver más bien embrollados dislates que entretenerse en
    desentrañar o sondear el hondo pensamiento del filósofo, al mismo
    tiempo que sus admiradores se han valido de su misma oscuridad para
    dar a sus ideas más visos de profunda. De todos modos, ni los
    primeros habían de haber olvidado en sus apreciaciones, que nunca el
    hombre, por muy elevado que sea su entendimiento, deja de pagar un
    tributo al carácter, circunstancias y preocupaciones de su siglo, ni
    los segundos de que no hay sistema humano que no esté sujeto a
    errores crasos que una generación más adelantada llegue después a
    conocer y señalar.



    Lulio
    apareció en el mundo literario en la época de los mayores delirios
    de la escolástica; época en que la argumentación dialéctica y las
    aristotélicas sutilezas estaban entronizadas en todas las clases, y
    en que triunfaban hasta de la misma verdad la sofistería lógica y
    las cabilaciones de la metafísica; época en fin en que,
    según expresión de Condillac, las escuelas no eran sino torneos, en
    los que la gloria estaba en el disputar y vencer a trueque de
    ensalzar el error. En medio de esta baraúnda de la ciencia, y
    satisfaciendo su ardiente sed de saber en el abundante manantial de
    los autores arábigos que le apasionaron a sus misteriosas
    combinaciones y a la cábala, amén de la astrología y de la
    química, y que le condujeron también a toda la sutileza del
    escolasticismo, nada tiene de extraño que su entendimiento, aunque
    de suyo claro y penetrante, se inficionase con los defectos de su
    época, y que en el afán de hacerse invencible en la argumentación
    o en la polémica, su vigorosa y rica imaginación buscase y
    concibiese aquel instrumento universal de la ciencia, que si no en
    todos los casos podía dar satisfactoria solución a las cuestiones
    que se propusiesen, coordinaba al menos, robustecía y facilitaba las
    diferentes operaciones de la inteligencia, y subministraba palabras y
    conceptos para discurrir sobre ellas sin salir del rigorismo de la
    lógica que era a la sazón el arte supremo.



    No
    seremos nosotros empero quienes nos convirtamos en ciegos apologistas
    del arte de Raimundo, ni en obcecados detractores de su admirable
    disposición. Creemos un delirio reducir el entendimiento humano a
    semejante mecanismo, pero no nos cabe duda de que, con ayuda de su
    invención brotaron de la mente de Raimundo principios fecundos en
    resultados, ideas grandes y luminosas, que si bien no han sido
    estudiadas como merecen, no han podido menos de llamar la atención
    de grandes pensadores (1): y vivimos en la persuasión de que si se
    procediera al estudio analítico de los escritos del insigne mártir,
    prescindiéndose de la forma y del espíritu escolástico que reina
    en muchos de ellos, y dejándose a un lado los errores científicos y
    las varias creencias y preocupaciones propias de la época, no se
    vacilara en conceder a Raimundo Lulio uno de los primeros puestos
    entre los hombres que más han influido en la marcha progresiva de la
    humanidad.



    (1)
    Entre los filósofos y sabios modernos que han estudiado con
    muchísimo aprecio y veneración varios tratados de Lulio, merecen
    especial mención Leibnitz, Boherave, Hoffman y algunos otros.



    Sin
    embargo, no se negará que alzándose en atrevido vuelo a una altura
    que nadie antes que él había osado trepar, fiado únicamente en sus
    propias y gigantescas fuerzas, y abarcando la ciencia, no por partes,
    sino formando un todo indivisible, puso, para admiración de los
    siglos posteriores, los vastos cimientos de una enciclopedia; y que
    cultivando a fondo todos los ramos de la inteligencia humana, dejó
    consignados sobre cada uno de ellos descubrimientos importantísimos,
    máximas imperecederas o ideas generales, cuyo sello de grandeza
    envidiaran sin duda hasta los primeros sabios de nuestros tiempos.

    La teología o sea la verdad absoluta, era la cima a que le
    conducían de grada en grada, como al Dante, todas las demás
    ciencias; y en tan inmenso campo admira verle recorrer con firme y
    seguro paso y con su extraordinaria fuerza de pensamiento, los
    incomprensibles misterios de nuestro dogma, hasta el de la Concepción
    inmaculada de la Virgen María, cuya reciente declaración ha venido
    a ser un triunfo póstumo para tan consumado teólogo. Y la copia de
    luz con que discurre en largos tratados sobre los artículos de la fé
    católica, y las célebres disputas con los averroístas, con los
    judíos, con los sarracenos y con todos los cismáticos y herejes de
    su tiempo, demuestran el caudal de ciencia teológica que atesoraba,
    cuan a fondo comprendía su entendimiento el espíritu de cada secta
    en particular, y cuan adiestrado había de estar en la polémica para
    sacar incólume y triunfante el catolicismo de la contundente
    argumentación de sus adversarios (1). (1) Es inmenso el número de
    obras teológicas que nos ha dejado Lulio, pues además de las que
    van enumeradas en la relación biográfica que hemos trazado, hay
    muchísimas otras que, por no constarnos la época en que el autor
    las escribió, no las comprendemos en la expresada relación. El
    curioso que desee enterarse del largo catálogo que forman las obras
    de Lulio, podra verlo en la Biblioteca antigua de D. Nicolás Antonio
    y en la edición que de varios tratados de Raimundo, publicó en
    Valencia en el año 1515 Alfonso de Proaza y dedicó al cardenal
    Ximenez de Cisneros.



    Como
    escritor místico se elevó Raimundo a una altura que pocos han
    podido alcanzar. Dotado de un alma superlativamente contemplativa y
    dada al ascetismo, no podía mirar y discurrir sobre el orden
    majestuoso del universo o sobre las maravillas del mundo, sin
    abismarse con íntimo y poético trasporte en la más profunda y
    devota meditación: así es, que hasta en sus obras científicas no
    pocas veces le vemos levantarse en alas de su inspiración sagrada a
    las regiones más encumbradas del misticismo. El gran tratado de
    Contemplación, el precioso opúsculo de Oraciones y contemplaciones,
    el de Alabanzas a la Virgen María, el del Nacimiento del niño
    Jesús, el devocionario que escribió para los reyes de Aragón,
    algunas de sus poesías, y el nunca bastantemente celebrado cántico
    del Amigo y del Amado, son otros tantos testimonios de la
    superioridad de su talento en la literatura mística, que le colocan
    en la esfera de San Juan de la Cruz, de Fr. Luis de León, y de Santa
    Teresa.



    Raimundo
    Lulio brilla también con viva luz como maestro en la predicación.
    Su Arte magna de predicar que contiene un número crecido de
    sermones, es un excelente tratado, que si no se hace notar por su
    elocuencia, es provechoso por el orden y buen método con que trata
    de todas las materias predicables; a cuyo libro pueden añadirse los
    Sermones sobre los diez preceptos, el tratado sobre el Padre nuestro,
    el del Ave María y otros.




    En
    la jurisprudencia tuvo miras metódicas y elevadas que le ponen en un
    lugar distinguido entre los juristas de su tiempo; y nos persuadimos
    de que las obras que sobre la materia dejó escritas acrecentaran su
    fama como maestro en la ciencia de la justicia, si fuesen aquellas
    más leídas y analizadas; así como sus tratados sobre la medicina,
    tanto en su parte especulativa como en sus operaciones prácticas, le
    han valido altísimos elogios de eminentes profesores así antiguos
    como modernos que en su estudio se han detenido, considerándole no
    sólo como un consumado maestro en este ramo del saber humano, sino
    como uno de los escritores a quienes la ciencia debe importantes
    descubrimientos y señalados servicios. Sus Principios sobre el
    derecho, su Ars juris, su Derecho natural, su Arte de aplicar la
    nueva lógica al derecho y a la medicina; y por otra parte los libros
    titulados Principios de la medicina, de la Levedad y peso de los
    elementos, de la Región de la salud y de las enfermedades, el
    tratado sobre la Fiebre, el de la Medicina teórica y práctica, el
    Arte curatoria y otros muchos, bastan para conocer lo que se
    distinguió como jurisperito y como médico.



    En
    la filosofía fue incomparable, dejando en su dilatado campo rayos de
    clarísima luz. En efecto, la lógica y la metafísica fueron
    tratadas por su fecunda pluma bajo un sistema nuevo y exclusivamente
    suyo. Sus libros de moral, entre los cuales van comprendidos el Félix
    de las maravillas del mundo, el Arte de confesar, el del Régimen de
    los príncipes, el del Orden de caballería, el otro del Orden
    clerical, el de los Proverbios y el Blanquerna, le ponen al lado de
    los primeros moralistas que haya tenido el mundo. Con respecto a la
    física, mientras los escolásticos divagaban en cuestiones
    embrolladas y estériles, es notabilísimo ver a Lulio establecer
    sobre la observación y la experiencia el estudio de la naturaleza, y
    entrar con toda la fuerza de su saber en las más profundas
    investigaciones sobre las causas de los fenómenos naturales, y
    extenderse en juiciosas observaciones sobre la electricidad y el
    magnetismo; hablando ya en su libro de Contemplación, escrito más
    de treinta años antes que Flavio Gioja perfeccionase la brújula con
    la rosa náutica, y en otras muchas obras, de la dirección polar de
    la aguja tacta á magnete; y tratando de este asunto, antes
    que otro lo hiciese, de una manera verdaderamente científica
    (1).
    (1) Véanse sobre el particular las disertaciones sobre el
    descubrimiento de la aguja náutica que publicó en Madrid en 1793 el
    P. Antonio Raimundo Pascual, monje cisterciense. Como matemático y
    astrónomo es sin disputa de los primeros de su tiempo, y son dignos
    de ser estudiados sus especiales tratados sobre estas materias, entre
    los que se notan la Geometría nueva, la Geometría magna, el Arte de
    la aritmética, la Astronomía nueva, el libro sobre los Planetas y
    otros muchos, sin contar lo que dejó esparcido con referencia a las
    mismas, en las obras que se ocupan del Arte general. Y por último la
    química es quizás el mejor título de la gloria y la inmortalidad
    de Raimundo. Impulsado al estudio y a las operaciones de esta ciencia
    por su contemporáneo Arnaldo de Vilanova, durante la permanencia de
    ambos en Nápoles, hacia el año de 1293, y aficionado a la misma por
    la lectura de Geber y otros alquimistas árabes, pudo colocarse en
    mejor lugar tal vez que su propio maestro y que cuantos le habían
    precedido. Bajo este punto de vista, que es indudablemente el en que
    ha sido más y mejor estudiado por los extranjeros, Lulio aparece
    como una gran figura, pues mucho es lo que la ciencia le debe en
    sentir de todos. El descubrimiento del ácido nítrico, de cuyo
    reactivo describe la preparación, las importantes observaciones
    sobre el aguardiente, sobre las sales y sobre la calcinación y la
    destilación, y los experimentos notables que dejó consignados en
    sus escritos, son hechos que le acreditan como el primer químico de
    su tiempo. El célebre Boherave le cita como uno de los que mejor han
    explicado la índole de los cuerpos naturales; y para concluir
    trascribiremos lo que estampa un autor francés al hacerse cargo de
    los conocimientos de nuestro autor en el ramo que nos ocupa. -
    "Citaré entre otras, dice, dos ideas generales que son
    sorprendentes. La ciencia tendía en aquella época a buscar la
    quinta esencia en todas las materias, que era una especie de
    principio sutil, ajeno de toda mezcla, y arquitipo (arquetipo),
    por decirlo así, del cuerpo que representa y del cual posee todas
    las propiedades o las virtudes, según la expresión de aquel tiempo,
    en una intensidad absoluta. Raimundo Lulio buscó esta quinta esencia
    ontológica en todos los cuerpos, no sólo en los minerales, sino en
    los vegetales y animales. Curioso es ver como la ciencia actual
    aplica en pequeño, en sus terapéuticas aplicaciones de la química
    vegetal-animal, la idea fecunda, aunque quimérica, que la ciencia
    del siglo XIII, tan poética en su cuna, se creía en estado de
    aplicar desde luego al conjunto de los fenómenos de la naturaleza.
    Nada más parecido a la quinta esencia de Raimundo Lulio, que esas
    modernas operaciones de la química farmacéutica, que anda buscando
    la morfina en el opio, la quinina en la quina, el yodo en las plantas
    marinas, etc., como arquetipos que encierran en muy pequeño volumen
    las más visibles propiedades y las acciones más intensas." -
    "Otra idea hay de Raimundo Lulio que no es menos notable. De
    algunos pasajes, quizás algo difusos y algún tanto oscuros, se
    puede inferir claramente que según él la forma es la cualidad más
    esencial de la materia, y que ella influye mucho en la composición
    química. La ciencia actual no está acorde con esto; mas de cada día
    alcanza resultados que no dejan de tener alguna analogía con la
    opinión de Lulio. Hace ya mucho tiempo que los fisiologistas han
    notado, que en la organización el elemento de la forma tiene más
    importancia que el de la composición, cosa que se comprende muy
    fácilmente: basta en efecto considerar cuan poco varía en cada
    especie la forma vegetal o animal, por muchas que sean las
    modificaciones a que se ve sometido el ser organizado según el
    clima, la estación, la alimentación, el aire y demás
    circunstancias que influyen sobre la composición química. Un hecho
    análogo se observa en la química mineral. Se sabe en efecto que el
    cristal de una sal, por ejemplo, de forma determinada, persiste en
    ella en muchos casos, aun cuando vaya mezclada con otras sustancias
    análogas y aunque sean estas a veces en porción bastante
    considerable. La nueva teoría de las sustituciones, introducida
    recientemente en la química, da también este singular resultado: en
    una composición de muchas sustancias puede un cuerpo en cierta
    manera ser sustituido por su análogo, sin que las propiedades
    físicas y químicas de la composición se alteren en lo más mínimo
    (1)."
    (1) Delecluze. Revue des deux mondes. Nov. De *1840.



    Raimundo
    Lulio ocupa también un puesto muy distinguido en la ciencia de la
    estrategia (estratéjia) militar, y en la de la navegación.
    Para convencerse de sus admirables disposiciones en la primera, no
    hay sino leer su libro sobre la Conquista del Santo Sepulcro y otro
    sobre el mismo objeto que intituló del Fin; y prueba son de sus
    inmensos conocimientos en la segunda y de los sólidos principios en
    que fundaba el estudio de la náutica, lo que dejó sentado en varias
    de sus obras, y entre ellas en su Geometría y en su Arte general
    última, ya que su precioso libro titulado Arte de navegar
    desgraciadamente se ha perdido. El acierto con que discurre,
    estudiando prácticamente sobre los terrenos, acerca del modo como
    había de operar un ejército para apoderarse de la Siria, es digno
    de los mejores y más experimentados capitanes; y en cuanto a los
    conocimientos náuticos de Lulio, bastará que trascribamos lo que
    manifiesta en una de sus excelentes memorias el concienzudo escritor
    D. Martín Fernández de Navarrete.
    - "Para evitar o minorar
    en lo sucesivo tales acontecimientos, reduciendo a un sistema de
    doctrina náutica las prácticas usadas y las observaciones hechas
    por los marinos de levante y del océano, combinándolas con los
    principios de las ciencias exactas, especialmente de la astronomía,
    que tanto habían cultivado los árabes y rabinos españoles,
    escribió el portentoso Raimundo Lulio varios tratados científicos,
    y entre ellos un Arte de navegar, que citan D. Nicolás Antonio y
    otros escritores. Si esta obra hubiese llegado a nuestros días,
    pudiéramos examinar y conocer el método con que trató ciertos
    puntos fundamentales de la navegación, o averiguar si acaso fue un
    mero recopilador de lo que dejaron escrito los antiguos. Pero
    juzgando por la doctrina que vertió en otras misceláneas y
    matemáticas, no podemos dejar de admirar los sólidos principios en
    que fundaba el estudio de la náutica. En una de ellas, publicada en
    1286, trató de los vientos y de las causas que los producen: en otra
    del año 1295, dio excelentes documentos sobre la necesidad que tenía
    el marinero de considerar el tiempo para navegar, los puertos a donde
    debía refugiarse, y sobre la estrella y el imán, los rumbos y
    distancias que andaba, y finalmente sobre cuanto correspondía a su
    profesión. Dijo en su Geometría, que de ella depende la náutica, y
    entre sus figuras se nota un astrolabio para conocer las horas de la
    noche, que dice es de mucha utilidad para los navegantes; y en su
    Arte general última, no sólo puso un compendio de ciertas
    instrucciones para que los marineros ejecutasen con arte lo que
    obraban por pura rutina y experiencia, sino que trató expresamente
    de la navegación (1), sentando que desciende y procede de la
    geometría y aritmética; y en comprobación de ello traza una figura
    dividida en cuatro triángulos y constituida en ángulos rectos,
    agudos y obtusos a semejanza de los quartieres, que hoy sirven tanto
    para la práctica de la navegación, declarando por medio de esta
    invención, cuanto anda una nave según el viento que sopla y el
    rumbo que sigue respecto a los cuatro puntos cardinales, de lo cual
    deduce el lugar o paraje del mar en que se halla a una hora o momento
    determinado; y trata además en aquella obra, de los vientos y de las
    señales para pronosticar su dirección.



    (1)
    Ars generalis ultima, obra que empezó en 1305 y acabó en 1308,
    part. X, cap. 14, art. 96 De navigatione.



    Si
    por esta muestra y otras semejantes que ofrecen los voluminosos
    escritos de Lulio, hemos de juzgar del mérito de su tratado de
    náutica y de sus conocimientos en esta materia con relación a su
    siglo, no podremos menos de maravillarnos de su instrucción cuasi
    universal, de su ingenio original y penetrante, y de su talento vasto
    y combinador en descubrir las relaciones que tienen entre sí todas
    las ciencias y aplicarlas recíproca y oportunamente para dar un
    impulso favorable a sus adelantamientos y facilitar los métodos de
    su enseñanza (1).
    (1) Nicol. Ant. Bibl. vet., tom. II, pág. 122
    y sig. - Pascual, Aguja náutica, pag. 5, SS. 1, 3 y 4. - Fr.
    Bartolomé Fornés, Apolog. contra Feijoo, Dist. 3, c. 6.
    De aquí
    puede inferirse naturalmente que si el primer tratado de náutica en
    la media edad se debe a un español, fue también consecuencia de lo
    mucho que este peregrinó entre las naciones de Europa, Asia y
    África, con motivo de promover las cruzadas; cuyas expediciones
    anteriores, fomentando la navegación e ilustrando la geografía, al
    paso que multiplicaron los intereses y las relaciones de los pueblos
    entre sí, hicieron también recíprocos sus conocimientos,
    principalmente los que se dirigían a facilitar más estas
    comunicaciones por mar, disminuyendo los riesgos y peligros que la
    ignorancia hacía tan comunes y repetidos."



    Contra
    los que cultivaban la astrología judiciaria y la nigromancia,
    escribió Lulio también excelentes tratados, siendo de notar lo que
    en el tantas veces citado cántico del Amigo y del amado expresa con
    referencia al particular, para confusión de los que confundiendo al
    filósofo con el impío escritor de su tiempo llamado Raimundo de
    Tárraga, le han supuesto autor de las heréticas blasfemias
    que este estampó en sus libros. - "Encontró el amigo, dice, a
    un astrólogo adivino, y preguntóle qué cosa era su astrología; a
    lo que contestó que era ciencia que enseñaba a leer el porvenir.
    Errado vas, le replicó el amigo, que lo que tú dices no es sino
    engaño, ciencia de fingidos, fatídicos y mentirosos profetas, que
    infaman la obra del soberano maestro; ciencia reprobada por la
    providencia de mi amado, que promete dar el bien y no el mal con que
    aquella amenaza.” - “Con altas voces iba el amigo diciendo: ¡Oh
    qué vanos son muchos hombres que se dejan dominar por la curiosidad
    y la presunción! Por la curiosidad caen en la mayor de las
    impiedades, abusando del nombre de Dios, invocando con encantos y
    deprecaciones los espíritus malos, y profanando las cosas santas con
    caracteres, figuras e imágenes: por la presunción se han esparcido
    tantos errores como hay en el mundo. Con vivas lágrimas lloró el
    amigo las muchas injurias que cometen los hombres contra su amado
    (1)".
    (1) Libro del Amigo y del amado, vers. 347 y 348.



    En
    las letras fue también Raimundo notabilísimo. Además de sus varias
    obras sobre gramática que le acreditan de muy sabio en el arte, como
    preceptor o humanista escribió un libro de Retórica, que ha sido
    muy encomiado por los inteligentes; al paso que su estilo es puro, y
    su dicción expresiva y elegante, quedando sin disputa el primer
    hablista lemosín entre sus contemporáneos. La ignorancia de
    muchos que sin antecedentes se han creído bastantemente autorizados
    para tratar a su manera del gran maestro, ha tachado de bárbaro el
    latín de sus obras; mas tales críticos debían haber tenido
    presente que es muy dudoso que Lulio escribiese en latín ninguno de
    sus libros, y que el defecto que le censuran no es suyo, sino de sus
    traductores, que no daban en escribir muy correctamente el idioma de
    Marco Tulio en la época de su mayor corrupción.



    Por
    último, hasta en la música fue Raimundo en extremo hábil y perito
    tratando de ella con la ciencia y fijeza con que discurría siempre
    sobre todos los ramos de la inteligencia. Varias son las obras en que
    se ocupó, aunque no exclusivamente, de este arte delicioso, y mucho
    nos engañamos si no es de su mano el excelente libro manuscrito
    titulado Arte de cantar, que hemos tenido ocasión de ver, aunque no
    le encontramos continuado en ninguno de los largos catálogos de las
    obras de nuestro autor.



    No
    acabaríamos nunca si hubiésemos de hacer mención expresa de todo
    lo que fue objeto de los profundos estudios o de las continuas
    meditaciones de Raimundo. Ninguna ciencia humana de las que estaban
    al alcance de su época, dejó de encontrar su lugar en el gran
    círculo que abarcaba su genio; ningún fenómeno de los que se
    presentaron a su siglo con el incentivo de la novedad, dejó de ser
    objeto de las hondas investigaciones del 
    gran
    filósofo. Su talento eminentemente combinador y universal forma
    época en la historia del progreso humano. La fecundidad de su pluma
    asombra, como asombran los numerosos viajes que emprendió, las
    multiplicadas aventuras que le acontecieron, las continuas
    diligencias que hizo para la realización de sus santos proyectos, y
    las predicaciones asiduas que llevaba a cabo para la
    conversión de los infieles. Un hombre de grande ingenio con dos siglos de
    existencia no hubiera podido hacer lo que Lulio en los cincuenta años
    que mediaron desde su conversión hasta su glorioso martirio. Con la
    relación sola de su vida podría haber llenado volúmenes enteros;
    sus escritos forman diez tomos de gran tamaño en la
    edición moguntina, ordenada desde 1721 hasta 1749 por su admirador el
    esclarecido
    Ibo Zalzinger, si bien ella no llega a comprender
    la mitad de las obras de Raimundo. Muchos tratados permanecen todavía
    inéditos, otros se han perdido por desgracia de la ciencia y de las
    letras.



    Además
    de tanta inteligencia, tan vasto saber, y tantas virtudes juntas,
    reunía Raimundo una fuerza de ánimo invencible que le hacía
    arrostrar todas las dificultades para la divulgación y enseñanza de
    su Arte que consideraba como destinado a entronizar la verdad en
    todos los ámbitos del mundo, y triunfar de todos sus adversarios. Y
    con esa firmeza, a la que se unía la novedad que su sistema ofrecía,
    logró que el orbe todo se llenara al punto de su ciencia, de su
    doctrina y de su nombre. Mas no se contentaba solamente con el fruto
    que podía dar la propagación de su sistema en las escuelas, sino
    que para estirpar los errores que se multiplicaban en el mundo en
    medio del cual vivía, ofreció por una parte a la Santa Sede y al
    colegio de cardenales su Arte general, y emprendió por otra largos
    viajes para desempeñar el más penoso apostolado. En medio de estas
    tareas no olvidaba el negocio de la conquista de los Santos Lugares,
    que fue el pensamiento que a todas horas le dominaba, y para cuyo
    objeto agotó todos los recursos de su pluma y todo el tesoro de su
    infinita paciencia, ya trazando planes y proyectos para facilitar la
    empresa, ya interesando en ella a los grandes poderes de la tierra; y
    si unas veces logró el placer de ser escuchado y en parte secundado
    en sus miras, otras tuvo que sufrir con toda la resignación de un
    cristiano la mofa y el desprecio en recompensa de sus laudables
    afanes. ¡Cuánto hubiera cambiado quizás la faz del mundo a haberse
    llevado a feliz término los vastos proyectos del gran pensador de su
    siglo! ¡Y cuántos beneficios no hubiera reportado con ello la causa
    del catolicismo! Mas Raimundo halló tibios a sus contemporáneos, y
    sus exhortaciones se estrellaron contra la irresistible fuerza de las
    circunstancias que le fueron siempre adversas.



    Aunque
    fue mucho empero el celo y la firmeza con quo Lulio ponía en
    ejecución sus ideas, duélenos tener que confesarlo, no anduvo
    siempre acertado en los medios que escojitaba para llevarlas
    adelante, ni eran siempre tan oportunas como convenía. Y no dejó de
    contribuir ciertamente a esta falta de tacto con que en determinadas
    ocasiones procediera, atención que prestaba por desgracia a los
    acontecimientos políticos de su tiempo, en los cuales no se instruía
    lo bastante, extraño como se mantuvo siempre a toda asociación
    civil o religiosa, y ocupado como estaba tan asiduamente en sus
    estudios y combinaciones científicas.



    Mas
    en vano se han levantado envidiosos contra la santidad y heroísmo de
    la vida del eminente mártir, y contra la doctrina del célebre
    filósofo. En vano el vehemente y bilioso inquisidor Nicolás de Aymerich, que hubo de ser expulsado del reino de Aragón por
    sus demasías, lanzó contra Lulio las diatribas más furibundas,
    tildando de heréticas muchas de sus máximas que adulteraba a su
    antojo, y suponiendo condenados sus libros por una bula pontificia
    cuya autenticidad no pudo nunca justificar; la fama del mártir ha
    quedado ilesa, y los merecidos elogios que de sus actos y de su
    ciencia han hecho millares de sabios, son un elocuente, y magnífico
    contrapeso a las decepciones que solo la ponzoña de las malas
    pasiones ha podido dictar contra el más celoso de los apóstoles у
    el más esclarecido de los sabios de la edad media, radiante sol en
    la ciencia y espejo purísimo de todas las virtudes.