167. LOS MARCILLA Y LOS SEGURA, FRENTE
A FRENTE
(SIGLO XIII. TERUEL)
Vivían en Teruel dos familias
ilustres, la de los Marcilla, muy noble, y la de los Segura, muy
rica. Pertenecía Juan Martínez, un joven apuesto, a la primera de
ellas, y, desde su más tierna infancia, sentía un profundo amor por
Isabel, algo menor que él e hija de los Segura, quien correspondía
a su amor.
Lamentablemente, por ser Juan hijo
segundo no podía aspirar a la fortuna familiar para ofrecérsela a
Isabel. Así lo veía don Pedro Segura, quien se oponía a la boda
que tanto deseaban los enamorados por la desigualdad de fortuna, de
modo que viendo que el único modo de casarse con Isabel era
aportando riquezas al matrimonio, decidió Juan marchar a las
cruzadas a hacer fortuna, no sin antes obtener
la promesa de su amada de que lo esperaría al menos durante cinco
años.
Pasaba el tiempo y el joven Marcilla no
regresaba, por lo que don Pedro Segura aconsejó a su hija que
aceptara como marido al acaudalado Pedro Fernández de Azagra,
hermano bastardo del señor de Albarracín. Pero Isabel, aun sabiendo
que iba contra la voluntad de su padre, se negaba a casarse hasta que
no hubieran transcurrido los cinco años de ausencia de Juan, su
prometido. No obstante, llegado el día en que se cumplía el término
fijado, Isabel no tuvo más remedio que aceptar el matrimonio con el
rico pretendiente de Albarracín.
El mismo día de la boda, cuando aún
sonaban las campanas, entraba don Juan en Teruel. Nada más enterarse
de la noticia, corrió en busca de Isabel tratando de evitar lo que
ya era irremediable: Isabel se había casado. Al caer la noche, Juan
consiguió acercarse a la muchacha, manteniendo ambos una breve y
clandestina conversación. Juan, a pesar de verse perdido, solicitó
de ella un beso en prueba de amor. Pero Isabel, convertida en una
mujer casada, se lo negó, pues no podía faltar a su palabra. En ese
mismo instante el joven cayó muerto.
Cubierta con un velo, asistió Isabel
al entierro de Juan. De pronto, se acercó para darle el beso que la
noche anterior le negara, quedando muerta en el acto sobre el cuerpo
del joven. El pueblo entero, en medio de un gran dolor, decidió
enterrar juntos a quienes habían muerto verdaderamente de amor.
[Beltrán, Antonio, Leyendas
aragonesas..., págs. 62-64.]
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