358. EL PAPA LUNA SE TRASLADA EN
SECRETO A ROMA (SIGLO XV. PEÑÍSCOLA)
Don Pedro de Luna, o sea, el papa
Benedicto XIII, llevaba algún tiempo recluido en su retiro del
castillo-fortaleza de Peñíscola terne en su actitud de no ceder
ante las presiones que recibía de toda Europa, incluida la de su
rey, para que renunciara oficialmente a la dignidad pontificia con
objeto de solucionar la crisis abierta en el papado.
Los días de don Pedro en Peñíscola
transcurrían densos y tensos, preparando argumentos con las que
salir al paso de las medidas tomadas por el Concilio o por el propio
colegio cardenalicio. Pero cada día estaba más solo pues quienes
habían sido sus valedores, como el rey aragonés Fernando I de
Antequera o el propio Vicente Ferrer, que fuera su confesor y
confidente, le dieron al fin la espalda.
Así es que don Pedro de Luna determinó
acudir personalmente y en secreto a Roma, jugándose en ello incluso
su libertad personal. Así es que preparó el viaje sin confiar su
salida fuera de Peñíscola nada más que sus más fieles
colaboradores.
La noche elegida descendió por la
escalera llamada todavía hoy del Papa Luna, un estrecho pasadizo
que, mandado horadar al decir de la leyenda por propio don Pedro en
la roca, comunicaba secreta y directamente con el mar desde lo alto
del castillo, y cuya salida estaba camuflada en el acantilado de la
parte opuesta a la costa.
Aquella noche, triste y desalentado por
la deslealtad de los suyos, descendió hasta el mar y una vez allí
extendió su manto pontificio sobre las olas relativamente calmadas
del Mediterráneo. Luego, apoyado en el báculo que llevaba consigo
como atributo papal, subió sobre el manto y sin hundirse puso rumbo
a Roma, donde se presentó de improviso ante sus enemigos para
entrevistarse con ellos.
Regresó a Peñíscola aquella misma
noche sin que sus gestiones personales hubieran hecho variar las
escasas esperanzas que aún le quedaban de vencer en sus tesis y
retornar a la silla de san Pedro.
[Simó Castillo, Juan B., Pedro de
Luna..., págs. 161-163.