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domingo, 14 de junio de 2020

194. EL TORO DE ORO QUE ESPERA OCULTO


194. EL TORO DE ORO QUE ESPERA OCULTO (SIGLO XI. AYERBE)

Avanzado ya el siglo XI, el empuje de los ejércitos cristianos, apoyado en los cercanos e inexpugnables castillos de Marcuello y de Loarre, obligó a los musulmanes a abandonar su tradicional fortaleza de Ayerbe, que había servido durante tres siglos de vigía frente al paso natural que el río Gállego abre hacia el corazón del viejo Aragón.
Como el empeoramiento de la situación fue progresiva, la preparación de la huida o de la rendición (pues muchos musulmanes optaron por quedarse) no fue precipitada. Se discutió entre todos qué hacer y, entre las decisiones adoptadas antes de emigrar, una llama poderosamente la atención: la de fundir todos los tesoros y objetos que llevaran oro y modelar un hermoso y grande toro dorado, que decidieron ocultar en uno de los pasadizos subterráneos del castillo ayerbense, en espera de que, una vez que mejorara la situación, volverían a recuperarlo.
Lo cierto es que el castillo moro de Ayerbe pasó unos meses después a manos de los cristianos para siempre y el paradero del toro de oro celosamente escondido se convirtió en un secreto. Su existencia estaba fuera de toda duda, y la noticia despertó la codicia de los nuevos señores cristianos, que contrataron a varios adivinos para que les indicaran el lugar exacto de su ubicación, pues los moros que permanecieron en la villa jamás dieron pista alguna sobre el paradero exacto del toro dorado.
Se contrataron, asimismo, jornaleros para que excavaran por turnos en el aljibe donde habían vaticinado los augures que se hallaba la res dorada.
Y aparecieron armas, utensilios varios y bellos vasos de cerámica, pero del toro de oro no había ni rastro, y eso que se había profundizado más de treinta metros. Tras varias semanas de ahondar en la tierra, se abandonó al fin la búsqueda con la burla de todos y la satisfacción íntima de los nuevos mudéjares ayerbenses.
El caso es que todavía en la actualidad, de cuando en cuando, surge alguien que trata de huronear en torno al derruido castillo que fuera de los moros, buscando un toro de oro que los musulmanes ayerbenses enterraron en espera de tiempos mejores.
[Proporcionada por Anusca Aylagas, Manuel Bosque y Juncal Mallén, del Colegio Nacional «Ramón yCajal». Ayerbe.]

domingo, 24 de noviembre de 2019

UN TORO DE ORO ESPERA, Griegos


4. EL MUNDO MUSULMÁN

188. UN TORO DE ORO ESPERA (SIGLO VIII. GRIEGOS)

En lo alto de la Muela de San Juan, en plena sierra de Albarracín, se dice que hubo en tiempos una gran ciudad amurallada, adornada de palacios y jardines, y abundante en tesoros.

UN TORO DE ORO ESPERA (SIGLO VIII. GRIEGOS)


A comienzos del siglo VIII, los ejércitos musulmanes fueron apoderándose con rapidez de toda España, sin encontrar apenas resistencia o, cuando la hallaron, no supuso un obstáculo insalvable, como ocurrió en la hasta entonces tranquila ciudad de la serranía albarracinense. Porque los habitantes de la ciudad de la Muela de San Juan se aprestaron a defenderse, tras esconder sus tesoros, entre los que se hallaba un magnífico toro de oro macizo, heredado del templo pagano de la urbe primitiva. Se reforzaron las defensas, se llenaron almacenes y silos, se prepararon las armas. Pero todo fue inútil; la ciudad ardió, las murallas de seguridad fueron arruinadas y sus habitantes, asesinados.

Uno de los asaltantes, un corpulento berberisco llamado Abén Jair, tuvo la fortuna de encontrar el toro de oro y lo escondió a su vez para intentar sustraerlo al comunitario reparto del botín. Por la noche, tras tirarlo por las desmanteladas murallas a un frondoso bosque, se adentró en éste para enterrarlo en profundo hoyo, cuyo emplazamiento tan sólo conocía él.

El ejército sarraceno prosiguió su avance y la ciudad de la Muela de San Juan quedó desierta, tanto que hoy se desconoce su auténtico emplazamiento. 

Aldeas, pueblos y ciudades fueron cayendo uno tras otro. Al pie de una almena, también dejó la vida Abén Jair, truncada por una saeta, pero antes de morir desveló su secreto a Abén Jaye, su amigo berberisco, para que recuperara el toro dorado y repartiera el fruto de su venta entre él y la familia de Abén Jair.

Buscó Abén Jaye una y otra vez en el lugar indicado por su amigo, pero todo fue inútil. El tesoro no apareció jamás. Y el secreto fue transmitido de generación en generación entre los berberiscos de Albarracín, que siguieron durante siglos removiendo la tierra en vano, porque, según dice la leyenda, el toro de oro no aparecerá hasta que sobre la Muela de San Juan no se reedifique la ciudad incendiada.

[Tomás Laguía, César, «Leyendas y tradiciones...», Teruel, 12 (1954), 140-142.]


La Muela de San Juan es una extensa plataforma calcárea situada entre Griegos y Guadalaviar (provincia de Teruel, Aragón). Su altura media supera los 1.800 metros y alcanza los 1.841 de máximo. Forma parte del conjunto de muelas calcáreas de los Montes Universales, y está aislada por los valles del río Griegos y el valle del alto Guadalaviar cuyo nacimiento se encuentra en la vertiente sur de la Muela. Como casi todas las demás muelas de los Montes Universales, es un sinclinal con pliegues bajos en los flancos y bellas representaciones de llanuras erosivas finiterciarias, recordando externamente a las muelas de la Depresión del Ebro.


El nivel superior duro se compone de estratos de calizas y dolomías del cretácico superior que forman las cornisas kársticas llamadas 'cinglos' y dolinas en embudo. Los niveles más bajos son también más huecos y de materiales terrosos de las formaciones Utrillas y Weald, con arenas y arcillas.

Es una zona en la que la vegetación más abundante es el bosque de Pino Albar junto con sabinas chaparras, estando presente también el enebro, y está muy presente en la zona más alta. En las zonas más bajas y con terreno más arcilloso y húmedo se encuentran los pastos.

La Muela de San Juan cuenta desde hace unos años con una pista de esquí de fondo y un restaurante llamados 'La Colocha'.