lunes, 18 de noviembre de 2019

LA PELEA DE PEDROLA (SIGLO XIV. PEDROLA)


168. LA PELEA DE PEDROLA (SIGLO XIV. PEDROLA)

LA PELEA DE PEDROLA (SIGLO XIV. PEDROLA)


La reconquista había finalizado hacía tiempo en todo Aragón y quienes habían hecho de la guerra un medio de vida debían buscar aventuras fuera de él, ya dirigiéndose al sur —donde todavía quedaba en manos moras buena parte de la actual Andalucía, en torno a la ciudad de Granada—, ya lanzándose a la aventura que el Mediterráneo podía proporcionar sin duda.

En el interior del reino, sin embargo, no siempre hubo la paz y el sosiego deseados, pues las diversas pugnas entre los señores, el secular enfrentamiento entre los agricultores y los ganaderos, y las múltiples rencillas locales entre familias con intereses más o menos encontrados dieron origen a no pocas luchas más o menos sangrientas.

Este era el ambiente y el clima en el que, entre otros muchos lugares, vivía Pedrola. En efecto, dos familias influyentes de la localidad se hallaban enfrentadas por cuestiones patrimoniales, aunque el amor entre jóvenes de ambas no andaba lejos, como solía ser habitual. Pero el caso ahora era que sendos caballeros, representantes de las dos casas rivales, se desafiaron y lucharon en duelo hasta que uno de ellos muriera.

La pelea fue extremadamente larga y ambos contendientes estaban casi exhaustos cuando un golpe de fortuna favoreció a uno de ellos, que estuvo en condiciones de matar a su rival. Sin embargo, generosamente perdonó la vida a su contrario.

Cuando renació la calma y se restañaron poco a poco las heridas, la mente y el corazón aunaron sus esfuerzos de modo que el vencedor, en lugar de vanagloriarse por una victoria que a punto estuvo de segar una vida, decidió dar gracias al cielo porque la sangre no había corrido, fundando una cofradía, la de Nuestra Señora de los Ángeles.

Tanto caló el gesto en el pueblo que su recuerdo se perpetuó, de modo que, durante las fiestas anuales en honor de la virgen de los Ángeles, un divertido festejo pretendía recordar el histórico duelo.

[Sánchez Pérez, José A., El culto mariano en España, pág. 42.]

LOS MARCILLA Y LOS SEGURA, FRENTE A FRENTE


167. LOS MARCILLA Y LOS SEGURA, FRENTE A FRENTE
(SIGLO XIII. TERUEL)

Vivían en Teruel dos familias ilustres, la de los Marcilla, muy noble, y la de los Segura, muy rica. Pertenecía Juan Martínez, un joven apuesto, a la primera de ellas, y, desde su más tierna infancia, sentía un profundo amor por Isabel, algo menor que él e hija de los Segura, quien correspondía a su amor.

Lamentablemente, por ser Juan hijo segundo no podía aspirar a la fortuna familiar para ofrecérsela a Isabel. Así lo veía don Pedro Segura, quien se oponía a la boda que tanto deseaban los enamorados por la desigualdad de fortuna, de modo que viendo que el único modo de casarse con Isabel era aportando riquezas al matrimonio, decidió Juan marchar a las cruzadas a hacer fortuna, no sin antes obtener la promesa de su amada de que lo esperaría al menos durante cinco años.

Pasaba el tiempo y el joven Marcilla no regresaba, por lo que don Pedro Segura aconsejó a su hija que aceptara como marido al acaudalado Pedro Fernández de Azagra, hermano bastardo del señor de Albarracín. Pero Isabel, aun sabiendo que iba contra la voluntad de su padre, se negaba a casarse hasta que no hubieran transcurrido los cinco años de ausencia de Juan, su prometido. No obstante, llegado el día en que se cumplía el término fijado, Isabel no tuvo más remedio que aceptar el matrimonio con el rico pretendiente de Albarracín.

El mismo día de la boda, cuando aún sonaban las campanas, entraba don Juan en Teruel. Nada más enterarse de la noticia, corrió en busca de Isabel tratando de evitar lo que ya era irremediable: Isabel se había casado. Al caer la noche, Juan consiguió acercarse a la muchacha, manteniendo ambos una breve y clandestina conversación. Juan, a pesar de verse perdido, solicitó de ella un beso en prueba de amor. Pero Isabel, convertida en una mujer casada, se lo negó, pues no podía faltar a su palabra. En ese mismo instante el joven cayó muerto.

Cubierta con un velo, asistió Isabel al entierro de Juan. De pronto, se acercó para darle el beso que la noche anterior le negara, quedando muerta en el acto sobre el cuerpo del joven. El pueblo entero, en medio de un gran dolor, decidió enterrar juntos a quienes habían muerto verdaderamente de amor.

[Beltrán, Antonio, Leyendas aragonesas..., págs. 62-64.]

LOS MARCILLA Y LOS SEGURA, FRENTE A FRENTE  (SIGLO XIII. TERUEL)




http://www.bodasdeisabel.com/