sábado, 20 de junio de 2020

206. LA LOSA MORA (SIGLO XIV)

206. LA LOSA MORA (SIGLO XIV)

206. LA LOSA MORA (SIGLO XIV)


Quienes defienden la teoría de que en las altas tierras pirenaicas apenas si hubo moros están en un craso error, aunque, por descontado, su influencia fue mucho menor allí que en el llano ibérico en el que había grandes ciudades habitadas por musulmanes. Lo cierto es que los ejemplos de la estancia de moros en las tierras altas, de quebrados y bellos parajes, son abundantes y algunos de sus recuerdos son ciertamente poéticos y bellos, cual pudiera ser el caso de la mora de Saravillo y sus alrededores.

En una ocasión, ocurrió, y así lo recuerdan todavía los cristianos viejos de estas tierras, que una mora, todavía joven y con capacidad para amar, lloraba de manera desoladora la presumida muerte del hombre al que quería, pues hacía tiempo que no sabía absolutamente nada de él después de haber salido a hacer la guerra.

Desconsolada y temerosa ante aquella duda que le atormentaba noche y día, la mora dejó su casa y cuanto en ella tenía y decidió caminar sin rumbo fijo en busca de su hombre moro. Iba vagando de valle en valle, procurando no ser vista por nadie. Llevaba una pesada losa sobre su cabeza, mientras hilaba hebras de lino para poder tejer suaves camisas y desgranaba múltiples oraciones dedicadas a su Dios en busca de consuelo.

Un día no más feliz que otros, en un paraje apartado y lleno de silencios, halló los restos mortales del hombre al que buscaba, que estaban todavía envueltos en la chilaba que ella le tejiera ante el trepidar de la leña que ardía en el hogar. Descargó con mimo y sumo cuidado, como si de una pluma de ave se tratara, la losa pesada que transportaba en la cabeza y cubrió con ella para siempre al moro de sus sueños. Allí se conserva todavía y puede verse la «losa mora» para dar testimonio de lo sucedido a cuantos guardan un ápice de sensibilidad en su espíritu aunque recen a otro Dios.

[Andolz, Rafael, «Dichos y hechos del Altoaragón. Mascún misterioso», Folletón del Altoaragón, 22 (1981), pág. VIII.]


Dolmen situado entre los pueblos de Nasarre y Otín, en la sierra de Guara. Se accede a él desde Rodellar, siguiendo el camino que lleva a la primera de éstas poblaciones por los incomparables parajes del barranco del Mascún. Su datación corresponde al eneolítico (III-II milenio a.d.C.). Su excavación en 1934-35 dio ajuar común a estas construcciones consistente en cerámica lisa, dos puntas de flecha, ocho cuchillos y un raspador todos ellos de sílex. Además aportó dos hachas de piedra pulimentada y un punzón de bronce.


Cuenta la leyenda, a él asociada, que un rey moro quedó prendado de la belleza de una joven cristiana habitante de esos contornos. Ella le correspondía pero no así sus familiares que veían imposible el amor entre dos personas que rezaban a dioses diferentes. Una mañana, pensaron en huir a otro lugar donde poder vivir su amor sin que nadie los conociera ni los juzgara. Muy temprano, quedaron en el fondo del barranco de Mascún, con la esperanza de que nadie viera su escapada. Sin embargo no fue así. Caballeros cristianos vieron a la feliz pareja enfilar el camino del norte e iniciaron una implacable persecución. Los caballos de guerra, mucho más rápidos, poco tardaron en alcanzar a la pareja mientras que sus jinetes disparaban una lluvia flechas. En un quiebro del camino, los enamorados pusieron pié a tierra y se escondieron entre grandes arbustos. Los caballeros pasaron veloces y el ruido de los cascos de sus monturas se perdió en la lejanía. El rey moro, feliz porque creía que había logrado despistarlos, volvió la cabeza a su amada en el momento en que ésta, mirándolo con ojos lánguidos, exhaló su último aliento. Una de las flechas había alcanzado a la joven en el corazón. Loco de dolor, dejó a su amada en el suelo, justo en el lugar donde había fallecido y amontonó grandes piedras para que las alimañas no profanaran su cadáver. Cuando los caballeros cristianos volvían con las manos vacías, él salió a su encuentro y se dejó matar para permanecer por siempre al lado de su amada. Los cristianos, al ver tamaña prueba de amor, lo sepultaron en la misma tumba que había construido y que, desde entonces, se llama Losa Mora.
Otra leyenda, sin embargo, asegura que el dolmen fue construido por una filadera gigante que caminaba hilando por el camino que va de Rodellar a Otín. Llevaba en la cabeza una gran piedra en equilibrio mientras andaba. Cuando terminó su labor y se sentó, lo hizo en medio de dos grandes piedras que surgían verticales del suelo. Allí quedó depositada la piedra que llevaba sobre su cabeza y allí continúa, formando el dolmen.
Lugar mágico para las gentes de todo el contorno, también se contaba la historia de un tendero de Rodellar que, cada vez que pasaba junto al megalito, aparecía misteriosamente una figura, mujer unas veces, hombre otras, que se montaba en el burro que llevaba y lo molían a palos.
Por último, otra creencia en torno a este monumento indica que se trata de la tumba de un soldado de las guerras carlistas.

Acceso

Autovía A-22, desvío hacia Bierge y Rodellar.
Una vez llegados a esta última población, cogeremos el precioso, marcado y concurrido sendero que nos lleva al cauce del barranco del Mascún. Pasaremos por la surgencia conocida como “Fuente del Mascún”, y enseguida nos desviaremos a la izquierda por el barranco de Andrebot.
Dejado definitivamente el cauce del barranco, la senda se convertirá en pista que nos llevará a los altos de Nasarre donde, indicado y ligeramente desplazado a la derecha de la pista, encontraremos el dolmen.

Entorno

El interfluvio entre el barranco del Mascún y el Alcanadre es una altiplanicie caliza, completamente deforestada por la presión antrópica secular. Sin embargo, el paisaje, el entorno geológico y la rala vegetación que nos acompaña nos hablarán de vidas austeras, de economía de subsistencia y de los pueblos que pasaron por estos parajes agrestes y poco propicios para la vida humana.

Estado de conservación

Buena

Información adicional

Datos de la ficha: José Miguel Navarro

205. EL AMOR DE ZORAIDA Y LOS ALARIFES DE TERUEL


205. EL AMOR DE ZORAIDA Y LOS ALARIFES DE TERUEL
(SIGLO XIV. TERUEL)

A principios del siglo XIV, los cristianos turolenses decidieron adosar una torre a las iglesias de San Martín y San Salvador y para ello se convocó un concurso entre alarifes cristianos y musulmanes. Tras presentar los proyectos, se decidió encomendar cada una de ellas a sendos alarifes mudéjares turolenses, Omar y Abdalá, amigos entre sí, y cuyos proyectos tenían grandes semejanzas. Sin embargo, la amistad que les unía se convirtió en odio puesto que un día, cuando caminaban juntos, vieron en una ventana a Zoraida, una bella muchacha mora, que cautivó a ambos. Ninguno cedió en sus pretensiones y, cada uno por su lado, fue a hablar con Mohamad, su padre, mientras ella estaba indecisa sobre a cuál de los dos elegir para marido.

Torre de San Martín, Teruel
Torre de San Martín, Teruel

Torre de San Salvador, Teruel
Torre de San Salvador, Teruel

Las obras comenzaron el mismo día. Omar, las de la torre de San Martín; Abdalá, las de San Salvador. Dadas las divergencias que ahora les separaban a causa de Zoraida, cubrieron las torres con andamiajes,

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de modo que ninguno viera lo que el otro hacía. Mientras presionaron a Mohamad quien, ante el dilema, resolvió entregar la mano de su hija a aquel que finalizara antes su torre, siempre que reflejara la perfección y belleza mostradas en el proyecto respectivo.

Abdalá estableció relevos, incluso en horas de comer; Omar, burlando la vigilancia policial, organizó turnos de noche. La actividad era frenética, pero nadie conocía los progresos de ambos, hasta que un día Omar anunció el término de sus obras. Había ganado la carrera y, con ella, la mano de Zoraida.

Ante la población concentrada a sus pies, se quitaron los andamiajes que cubrían la torre: lacerías, columnillas, estrechas ventanas, azulejos y ajedreces iban mostrándose a los admirados turolenses. Omar gozaba de su obra y de su triunfo. Sin embargo, cuando la torre se mostró al completo, su autor lanzó un grito de angustia y desesperación: en lugar de erguirse recta hacia el cielo azul, creyó que la torre aparecía a la vista ligeramente inclinada, un oprobio que no podía admitir su orgullo de maestro alarife. Las prisas parecían haber sido malas consejeras de modo que ascendió a lo alto de la torre y se lanzó al vacío, prefiriendo la muerte a una vida sin amor y sin honor.
Pocos días después Abdalá entregó su torre y ganó la mano de Zoraida.
Teruel incorporaba para los siglos venideros dos joyas auténticas.

[Caruana, Jaime de, «Las torres de Teruel», en Relatos..., págs. 57-68.]