lunes, 22 de junio de 2020

228. EL AMOR, NUEVA RELIGIÓN

228. EL AMOR, NUEVA RELIGIÓN (SIGLO XII. RICLA)

228. EL AMOR, NUEVA RELIGIÓN (SIGLO XII. RICLA)


Allá por los años 1186 o 1187, siendo señor del castillo de Ricla Martín Pérez de Villel o Berenguer de Entenza, no se sabe bien cuál de los dos, vivía en esta villa con su familia Calila, una joven musulmana educada según la ley del Corán. La muchacha no sólo era de noble corazón sino que, además, poseía una belleza sin igual. Su destino parecía estar ya escrito: pronto debería tomar esposo de entre los jóvenes moros de su comunidad.

Pero la casualidad quiso que, paseando un día por las calles de la villa, Calila se cruzara con Guzmán, un joven cristiano, que quedó cautivado por la belleza de la joven mora y la acompañó complacido hasta su casa. Entre ambos surgió rápidamente el amor. Pero, aunque los dos eran de buenos sentimientos y su amor era verdadero, pronto comprendieron que su diferente educación podría complicar su relación.

Guzmán era un gran trovador; con mucha sensibilidad componía e interpretaba canciones que causaban una fuerte impresión entre quienes lo escuchaban. También a Calila le causaban placer. Pero ello era contrario a su religión, de manera que pidió a Guzmán que abandonara su afición y se convirtiera al Islam. El joven no podía aceptar tal petición de su amada, pues la música era vital para él. Por eso, consciente de los problemas que seguramente surgirían en el futuro, Calila pidió a Guzmán un sacrificio: que renunciara a su amor.

El muchacho no pudo asumir la ruptura y se entregó a la bebida, de manera que, en cierta ocasión, acabó completamente embriagado, desmayándose ante la puerta de su amada. Calila, que se dio cuenta de lo ocurrido, lo recogió del suelo y lo cuidó hasta que estuvo recuperado, comprendiendo ambos que no podían renunciar a sus sentimientos comunes.
Para salir del atolladero en el que se encontraban, decidieron borrar al unísono de sus respectivas religiones aquellas cosas que les separaban y mantener exclusivamente las que les unían, que eran las verdaderamente importantes. De este modo, Calila y Guzmán se casaron y vivieron en paz.

[Yanguas Hernández, Salustiano, Cuentos..., págs. 172-176.]

227. EL ALMA DEL CASTILLO DE GALLUR


227. EL ALMA DEL CASTILLO DE GALLUR (SIGLO XII. GALLUR)

Con la reconquista de Zaragoza, pasó a depender del rey aragonés gran parte de lo que hoy es Aragón, incluido Gallur. La nueva administración cristiana propició que los moros que lo desearon permanecieran en sus tierras, pero muchos marcharon a al-Andalus. En la villa del Ebro, la mayor parte de la población agarena marchó.

No obstante, para prevenir cualquier intento de recuperar Gallur, el rey edificó un castillo, que puso bajo la custodia de un tenente de su confianza, don Artal de Alagón, que rigió con tino la tenencia durante seis u ocho años. Sin embargo, en los momentos finales dio muestras de un cierto desequilibrio psíquico que todo el mundo achacó al ejercicio del poder y a la responsabilidad del cargo, aunque la leyenda nos proporciona un motivo bien distinto.

Una noche de plenilunio —cuando estaba dando un paseo de ronda por el interior del castillo— creyó ver un haz de luz que se había desvanecido al llegar al lugar. No obstante, una voz femenina le rogó que volviera a la noche siguiente. Esperó impaciente y cuando llegó el momento, de nuevo divisó el resplandor. La voz le dijo que todavía no tenía suficiente fuerza para dejarse ver, pero que poco a poco se le iría presentando. Y así fue.

Vio primero sus ojos; luego, sucesivamente, la boca, las manos, el cuerpo entero, cubierto con un vestido blanco. Era bella. Al preguntarle don Artal quién era y qué hacía allí, la muchacha —que dijo llamarse Serena Alma— confesó ser mora y cuando toda su familia emigró ella se quedó en Gallur, donde había nacido, vagando de un lugar a otro hasta que murió, siendo enterrada en el solar del castillo, del que formaba parte. Por eso había intentado ponerse en contacto con él buscando su compañía. Don Artal acabó enamorándose de Serena Alma, pero su falta de corporeidad convirtió aquel amor en imposible, lo que fue afectando a su equilibrio personal.

La historia se repitió con los tenentes sucesores de don Artal, Palacín y Blasco Maza, quienes también vivieron semejante aventura e idéntico final. Después, la fortaleza pasó a depender de la Orden del Temple y, tras ésta, de la del Hospital. Por fin, el castillo dejó de ser útil y fue abandonado no quedando de él vestigio alguno. Pero nadie duda que Serena Alma sigue vagando por los contornos, enamorada del Gallur donde había nacido.

[Yanguas Hernández, Salustiano, Cuentos y relatos aragoneses, págs. 11-14.]