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domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXIV.


CAPÍTULO XXXIV.

Entran los godos en España, y de los reyes que hubo de aquella nación hasta Amalarico, y de san Justo obispo de Urgel.

Habían entrado los godos en las tierras del imperio con gran poder; y sin hallar la resistencia que era menester para impedir su entrada, llegaron a Italia y después de varios sucesos, tomaron la ciudad de Roma y la saquearon, salvo los lugares sagrados. Procuró el emperador Honorio, como mejor pudo, sacarlos de Italia y darles en qué entender con los vándalos, alanos y suevos, y otros que ya eran señores de ella. Aceptáronlo los godos, por persuasión de Gala Placidia, hermana del emperador Honorio y mujer de Ataulfo, rey godo, que fue señora de gran virtud y cristiandad. Esta lo supo tan bien disponer todo, que dejando Italia se vinieron los godos a Francia, y de aquí entraron en España, y Ataúlfo, (Adolfo, Adolf) rey de ellos, escogió por cabeza y silla del nuevo reino que entendía fundar la ciudad de Barcelona. Esta es la entrada de los godos en España, acerca de la cual dicen los autores muchas cosas; pero como el intento de esta obra es dar razón de los señores y sucesos de los pueblos ilergetes, dejando lo mucho que hay que decir, apuntaré solo lo que hace a nuestro propósito, siguiendo en todo lo posible al autor de Flavio Lucio Dextro y a Marco Máximo, obispo de Zaragoza, en sus fragmentos históricos, nuevamente descubiertos, por haber sido testigos de vista de lo que pasó en estos tiempos, y haber tenido plena noticia de todo. Gozó Ataúlfo del reino solos tres años, y murió el de 416, a 21 de agosto. Está sepultado en la parte más alta de la ciudad de Barcelona, pero ignórase el lugar.
Por muerte de Ataúlfo, hicieron su rey los godos a Sigerico, que había trabajado y consentido en su muerte; pero Dios, que es justo, no quiso que quien tan mal lo había hecho con su rey y señor durara mucho en el reino, y aunque, por vivir con sosiego, había hecho paz con los romanos, aborrecido por esto de los suyos, le mataron a puñaladas, habiendo tenido el reino poco más o menos de un año.
Dice Próspero en su crónica, que de Ataúlfo había quedado un hijo llamado Walia. Era hombre guerrero y diestro en las armas, y sucedió en el reino, y tuvo al principio algunas guerras, y cansado de ellas, él y los suyos hicieron paz con los romanos, y uno de los capítulos de ella fue que dejasen volver a Gala Placidia, viuda de Ataúlfo, al emperador Honorio, su hermano, la cual hasta estos tiempos había quedado en España, y no se le había permitido salir de ella, aunque lo deseaba mucho y su hermano deseaba tenerla cabe si, por ser mujer muy sabia y de gran consideración. Este rey, unido con los romanos, hizo guerra a los vándalos y sacó de España a Gunderico, rey de ellos, y habiéndoles sojuzgado a todos, pasó a Toledo, y murió de una larga enfermedad en el año 433 de Cristo señor nuestro, según se infiere de Marco Máximo, obispo de Zaragoza, en sus fragmentos.
Teoderico o Teodoredo fue rey de los godos por muerte de Walia: este quebrantó la paz con los romanos y tuvo guerras con ellos, que a la postre pararon en concordia; y después de haber reinado treinta y tres años, murió el del Señor 468, en una batalla que él y Aecio, general de los romanos, tuvieron con el fiero Atila, rey de los hunos, en que quedó vencido aquel fiero y bárbaro rey, que blasonaba no ser hombre, mas que azote de Dios. En vida de este rey, y a los veinte y dos años de su reinado, que era el de 440 de Cristo señor nuestro, acabó nuestro ilustre y pío caballero barcelonés Flavio Lucio Dextro, hijo de san Pacián, obispo de Barcelona, que fue prefecto pretorio del Oriente y gobernador de Toledo, sus fragmentos históricos que, para mayor gloria de Dios y honra de tantos santos de que da noticia, han parecido en nuestros días, con aplauso y gusto de todos los varones doctos y píos, con una aprobación tan universal, que hasta los más críticos sienten bien de ellos (1), por el gran beneficio que todo el mundo, y más nuestra España, ha recibido con la invencion de tal libro, sobre el cual han ya escrito doctísimos varones, unos comentando aquellos, y otros defendiéndoles, y todos aprobándoles. Murió Dextro el año 444, a 22 de junio, siendo ya decrépito y de edad de 76 años, según escribe Marco Máximo, obispo de Zaragoza, que continúa aquellos, y a Dextro le llama varón docto, pío y prudente.

(1) Hállase al margen, de igual letra y tinta que el resto del manuscrito, una nota en catalan que dice así: Nota que en lo que toca à Dextro se ha de mirar, perque homens doctissims ho tenen per obra de algun modern: conéixse, perque vá molt desmemoriat. Esto prueba, como dijimos en el preliminar de la obra, que el autor no le dio la última mano, y que no es de extrañar, por consiguiente, que se hallen algunas incorreciones o notas de esta clase, que revelan acaso nueva adquisición de noticias acerca de un mismo punto, para rectificarlo más adelante.

Después de Teodoredo hacen los autores modernos mencion de Turismundo, y le ponen en el catálogo de los reyes godos; y dicen haber sido cruel y vicioso, y tal, que los suyos no le pudieron sufrir y le mataron con una sangría; y antes de morir, con un cuchillo que halló a mano, mató dos o tres de los que entendían en la sangría, porque conoció la maldada de ellos. Su reino, dicen que con tres años quedó acabado; pero Marco Máximo, obispo de Zaragoza sin hacer memoria de este rey, ni de Teodorico, pasa a tratar de Eurico, cuyo reino tuvo principio el año de 468. Este ganó en Francia a Marsella y otros lugares, y afligió mucho todo aquel reino, y acabó de sacar los romanos de España, después de haber 700 años que la poseían, con los sucesos que hemos dicho. Este dio leyes escritas a los godos, y con ellas de allí adelante se gobernó España; y murió el año de 482 en Arles (Arlés, Arle en Provenzal) de Francia, que había ganado.
Alarico, hijo del precedente, fue levantado por rey de los godos; tuvo guerras con los franceses, y un capitán llamado Pedro, se le levantó en Cataluña con la ciudad de Tortosa y muy gran partida de tierra, y el rey envió su ejército que le venció, prendió y quitó la cabeza, que después enviaron al rey, que estaba en Zaragoza. Murió en una batalla que tuvo con la gente de Clodoveo rey de Francia, en el año 505, después de haber reinado veinte y tres años; y dice Marco Máximo, que el mismo Clodoveo le traspasó de una lanzada.
Gesalaico sucedió después de Alarico, su padre, y fue bastardo; y aunque quedó Amalarico legítimo, por ser de edad de cinco años, escogieron al hermano mayor, estimando más ser gobernados por un hombre bastardo, que de un niño legítimo. Fue hombre vil y de bajos pensamientos, y en su tiempo, ni hizo cosa buena, ni de consideración, y el primer año desamparó el reino, y pobre y fugitivo se retiró a Francia, donde vivió hasta el año 510 de Cristo señor nuestro.
Teodorico, rey de Italia, era abuelo de Amalarico y se encargó del gobierno de España, durante la menor edad del nieto; y aunque su residencia continua era en Italia, pero cuando era necesario venía a España, ordenando le que convenía para el buen gobierno de ella, por lo que comunmente es contado por rey de España, hasta el año 526 o cerca de él, que, siendo mayor de edad el nieto le dejó el gobierno y él se volvió a Italia, dejándole casado con Clotilde, hermana de Clodoveo, rey de Francia, señora de excelentes e incomparables virtudes, y por eso muy perseguida de Amalarico, su marido, el cual era arriano y ella muy católica, y por esto quieren algunos contar desde el dicho
año 526 el reinado de Amalarico. Murió este rey el año del Señor 531, en una batalla que tuvo con los franceses, en que ellos quedaron vencedores, recibiendo de esta manera el justo pago de los malos tratamientos que hizo a la reina su mujer y demás católicos.
En vida de este rey y por estos tiempos floreció el glorioso san Justo, obispo de Urgel. Fue este santo natural del reino de Valencia, y hermano de tres santos, que todos fueron obispos e hijos de un mismo padre y madre. El mayor de los cuatro se llamó Nebridio y fue obispo de Egara, pueblo de Cataluña, no lejos de la villa de Terrasa: este hallamos firmado en el concilio primero Tarraconense, celebrado el año de 516, y en el Gerundense, celebrado el año de 517, y en el segundo Toledano, año 527; y después
fue obispo de Barcelona, y en su tiempo celebró el primer concilio de los de aquella ciudad, y él se firmó después del metropolitano. Fe este concilio el año 540. El otro hermano se llamó Justiniano, y fue obispo de Valencia; y el otro se llamó Elpidio, y no se sabe de qué Iglesia fuese prelado. San Justo, siendo de pequeña edad, fue puesto en los estudios, y salió tan aprovechado de ellos, que por sucesión de tiempo fue ordenado sacerdote y después obispo de Urgel, y fue el primero. Hallóse en algunos concilios de su tiempo, como fue el Toledano segundo, el cual, según parece del proemio del mismo concilio se celebró a 16 de las calendas de junio, era 565, en el año quinto del rey Amalarico; es a 17 de mayo del año del Señor 527: y a este concilio llegaron él y su hermano Nebridio, de Egara, en ocasión que ya estaba acabado y hechos los cánones; pero por ser tan grande la autoridad y doctrina de estos santos hermanos, aunque no eran sufragáneos de Toledo, les rogaron que firmasen lo hecho, y así, después de todos los obispos, firmó san Justo de esta manera: Justus, in Christi nomine Ecclesiae Catholicae Urgellitanae episcopus, hanc constitutionem consacerdotum meorum in Toletana, urbe habitam, cum post aliquantum tempus advenissem, salva auctoritate *priscorum canonum, probavi et subscripsi: y antes de san Justo había ya firmado su hermano Nebridio, por ser mayor de edad y haber más tiempo que era obispo. Firmóse también en el concilio Ilerdense, celebrado en el año 546, del cual diré después.
Escribió este santo algunas obras, y en particular un comentario, en sentido alegórico, sobre los Cantares de Salomón, que, aunque es muy breve y ocupa pocas hojas, tiene mucha claridad y por eso es muy alabado, por ser cuasi imposible una obra buena ser clara. Dura esta obra aún el día de hoy y está én la Biblioteca Veterum Patrum, en la cual, a más de la claridad en declarar el testo, se conoce en el autor una dulce agudeza en penetrar y descubrir los misterios que el Espíritu santo nos quiso enseñar en aquellos cánticos de aquel sapientísimo rey.
Gobernó su Iglesia poco más de veinte años, y murió después del año 546, y no en el año 540, como dice Diago; y esto lleva camino, porque le hallamos en el concilio Toledano segundo, celebrado el año 520, y en el de Lérida, celebrado el año 546, y es fuerza que fuese obispo veinte años, poco más o menos, porque tantos corren del un concilio al otro. Celébrase su fiesta a los 28 de mayo, y se ignora el lugar donde está sepultado. Hacen memoria de este santo el Martirologio romano y Baronio sobre él, san Isidoro, en el libro 6 de Varones Ilustres, capítulo 21, Marieta en sus vidas de santos de España, Ambrosio de Morales en su Historia de España, Gaspar Escolano en la de Valencia, el doctor Padilla en la Eclesiástica, fray Vicente Domenech en su Flos sanctorum de Cataluña, y otras muchos.

sábado, 14 de marzo de 2020

CARTA DE UN ARAGONÉS, AFICIONADO A LAS ANTIGÜEDADES DE SU REYNO

CARTA DE UN ARAGONÉS, 
AFICIONADO A LAS ANTIGÜEDADES DE SU REYNO
A OTRO ADICTO
A LAS OPINIONES POCO FAVORABLES
DE ALGUNOS ESCRITORES EXTRAÑOS
ZARAGOZA:
EN LA OFICINA DE MEDARDO HERAS. 

Con las licencias necesarias,

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Editado por Ramón Guimerá Lorente. Ortografía actualizada con excepciones en cursiva.
Fuente: https://archive.org/stream/bub_gb_X2JZAAAAcAAJ/#mode/2up (se puede descargar en pdf y otros formatos)

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Pág. III

Sine ira, et sine odio, quorum
Causas procul habeo.
CIC.

Muy Señor mío: En un respetable Congreso de Literatos desvió V. su discurso con estudio premeditado contra nuestras antiguas Cartas desacreditándolas sin otro fundamento, que el de la opinión de un Escritor del día, cuyos talentos venero sin poder deferir de manera alguna a su dictamen, no obstante la escasez de mis luces. No puedo disimularlo, sentí vivamente la injuria que V. renovó a nuestros mayores, y al sagrado lugar donde se guardan los monumentos de nuestros antiguos trofeos, y las cenizas de los héroes
Aragoneses; y si mi particular posición, y las circunstancias del Congreso no me permitieron vindicarla allí mismo, no puedo menos de hacerlo ahora , según me lo propuse desde luego.

La Invasión y dominación arábiga, su sacudimiento, la formación y establecimiento de la Monarquía en Aragón son obras que por su magnitud, y por el largo espacio de cuatro siglos que ocuparon, suponen y envuelven una multitud de hechos interesantes, y dignos de la posteridad. Mas por desgracia la historia de esta época ha quedado en gran parte sepultada por siempre en el olvido, y otra bien considerable lo está todavía bajo el polvo de nuestros archivos. Los nacionales coetáneos, o casi coetáneos, o no cuidaron de perpetuarla con sus escritos, u otros monumentos históricos, o debemos suponer que estos perecieron muy pronto, porque apenas se tiene noticia de una sucinta e informe crónica del siglo X y de muy pocas inscripciones del mismo, y siguientes. Lo propio puede decirse de los de otras Provincias vecinas, pues solo tocan por incidencia algunas de nuestras cosas, y esto con aquella concisión y oscuridad que generalmente caracteriza sus escritos. En este apuro, para formar un cuerpo regular de historia, era preciso buscar los miembros esparcidos, y casi confundidos en dichas obras, y otros que de la misma manera se hallan en nuestros Diplomas, Cartas, Instrumentos, y recogidos cuantos se pudiese, combinarlos, y unirlos con el mejor orden para lo cual se requería un largo estudio, y juicio acendrado.

Ya habían pasado cerca de doscientos años cuando alguno pensó en indagar y escribir la serie de los acontecimientos de aquella época, y otros después hasta el siglo XV, hicieron lo mismo; pero como los objetos estaban tan distantes, el semblante de las cosas muy demudado, y estos espectadores no podían ser muy perspicaces en una edad escasa de luces, propensa a lo maravilloso, y en que se carecía de archivos, y otros recursos necesarios para su empresa, estaba para ellos obstruido el medio por donde solamente podían conseguirla, y era inevitable que intentándola por otros adquiriesen ideas y noticias nada seguras, y a veces tan encontradas como se ve en sus crónicas. Sin resolver, no obstante el problema sobre si son de mayor consecuencia los adelantamientos, o los atrasos que han ocasionado a nuestra historia, no puedo dejar de oponer a la presunción, que para con algunos favorece a estos primeros Cronistas, de haber podido disfrutar, y aun disfrutado mejor la antigüedad que sus sucesores, el hecho positivo, y fácilmente demostrable, de que no vieron muchas memorias que todavía se conservan y no combinaron, ni entendieron bien algunas que vieron.

Después de estos se siguieron otros amantes de nuestra historia, que no hallándola corriente en otras fuentes que en las citadas crónicas bebieron allí sin recelo alguno los varios sistemas y opiniones que daban de si, según los parajes o Provincias de donde habían emanado. Prevenidos de esta manera a favor de ellas, debía suceder, que consultando después la antigüedad en si misma no siempre la entendieran en el sentido genuino, y también que empeñados, y muchas veces con ardor en contrarios sistemas, y partidos nacionales, se excediesen a impugnar la verdad, y a rebajar el crédito de los documentos que se les oponían en tono tan claro y decisivo que no admitía tergiversación. Así estos Escritores, lejos de corregir y arreglar sus sistemas por el
norte de las Cartas, como dicta la sana y verdadera crítica, intentaron todo lo contrario.
Zurita, que floreció en el siglo XVI, y que entre los Historiadores nacionales se ha merecido el más distinguido lugar, no quiso entrar en una empresa a la cual le llamaba su genio y talentos. Ansioso y apresurado hacia el rico caudal que le ofrecían con abundancia, aunque no sin grande trabajo, los siglos más luminosos, corrió de priesa y superficialmente por los cuatro primeros y más oscuros, confesando de paso, que se estaba en la mayor incertidumbre de ellos; y los abrazó en solas cincuenta y ocho páginas (1), aunque cada uno requiere un volumen no pequeño.

Creían nuestros Literatos más imparciales y estudiosos, que una gran parte de nuestra antigua historia se mantenía todavía para nosotros en el informe errado que he dicho, y dudaban que jamás saliese de él, cuando algunos Escritores extraños, afectando aquella satisfacción propia que inspira la verdad cuando nos favorece con su rostro, han combatido y ridiculizado las opiniones anteriores, notando su contradicción, inconsecuencia y falta de apoyo en la antigüedad, y nos han delineado el plan histórico que debemos seguir. Todavía han hecho más: han condenado a descrédito y destierro perpetuo de la Provincia de la historia muchísimos diplomas, y otras cartas, y memorias de nuestros archivos, y de los vecinos, porque sus copias o extractos publicados en las obras de sus antecesores, no se conforman a las ideas y opiniones que tienen de
nuestras cosas. Aún han hecho más, y lo sumo que puede hacerse, lo han desacreditado alguna vez en general, dándolos por sospechosos o apócrifos, y por falsarias, a las personas que por largos siglos se han esmerado en su conservación y custodia, creyendo prestar un obsequio muy importante al Estado. Tal ha sido la suerte de nuestras antigüedades, y especialmente de las cartas que se han hecho servir de adminículo a nuestra historia.
Mas si debe perdonarse a los autores de la primera y segunda clase que he señalado, por las circunstancias en que escribieron, nada favorece a nuestros coetáneos para disculparles de haber deferido tan ciegamente a las copias o extractos de nuestras cartas publicados por autores de una edad en que nuestra diplomática estaba todavía en la cuna, y a quienes al mismo tiempo entre otros muchos defectos notan de ciegamente apasionados por la glorias de la patria. No puede disculpárseles tampoco de haber juzgado de la legitimidad o falsedad de las cartas, sin haberlas examinado por si mismos en sus originales, ni de haber intentado escribir nuestra historia sin recorrer antes nuestros archivos, siendo indispensable en el estado en que se halla,ni en fin de haberse gobernado para uno y otro por los conocimientos diplomáticos adquiridos en otras Provincias, siendo indudable que cada una respecto a la otra, y aun respecto a si misma en diversos tiempos, ha variado notablemente en los estilos, escritura, datas y lenguage, así como en sus demás usos y costumbres. Por lo mismo no dudo que si semejantes Censores hubiesen inspeccionado nuestros instrumentos y memorias originales hallarían desmentidos a primera vista muchos hechos, anacronismos, contradicciones y defectos, que ya la violencia, ya el imperfecto conocimiento de la antigüedad, les ha imputado. Para convencer, así esto como lo demás que llevo dicho, bastará por ahora examinar las objeciones que se han hecho contra los documentos de que V. hizo particular mención, ya que en mi actual posición y designio no me sea posible empeñarme en las largas discusiones que exige la materia.

Un Concilio del siglo XI, celebrado en el Real Monasterio de San Juan de la Peña, es el que primeramente reputó V. por apócrifo, sin producir para esto otra razón que la de haberlo dicho así un Literato de primera nota. A cinco pueden reducirse hs objeciones que este propone. La primera la toma de la data del Concilio, suponiéndola de la Era MLXII, a la cual corresponde el año cristiano de 1024, en que no se verifica el reynado de Don Ramiro I. de Aragón, que según las actas se encontró en él.
El fragmento de estas se conserva en el Libro o Cartulario gótico del mismo Monasterio, de donde lo copió y publicó su Abad Don Juan Briz Martínez con la expresada data, (2) como lo habían hecho otros antes que él; pero la que verdaderamente tiene es de la Era MLxII, y a ella corresponde el año cristiano de 1054, en que no se duda reynaba Don Ramiro I. Si V. no quiere creerme sobre mi palabra podrá pasar armado de todo el rigor y nimiedad de la implacable crítica a cerciorarse por si mismo en el citado Cartulario, pero entretanto, para los que me favorezcan, debo manifestar la causa de la equivocación que han padecido los editores del Concilio, El uso de la x (es una x con un signo arriba, una coma horizontal: vírgula, rayuelo) numeral con vírgula o rayuelo empezó a cesar entre nosotros desde fines del siglo XII: en el XIV ya generalmente se había perdido el conocimiento de su valor, que es de quarenta y no se volvió a recobrar hasta mediado el XVII, en cuyo intervalo son innumerables los anacronismos, y otros yerros que se han cometido por esta ignorancia en las copias y en las obras de nuestros historiadores.
Briz Martínez, apurado muchas veces por la misma en la combinación de las cartas, recurrió como otros a desatar el nudo gordiano, tomando la Era española por año de Cristo; mas aunque este arbitrio disminuía la dificultad se defraudaban, no obstante, veinte y dos años a la verdadera data, y por esto entre otras equivocaciones padeció
dicho autor la de triplicar los Abades Paternos del citado Monasterio en el siglo XI, que solo fueron dos, la de hacer dos Abades Blasios de solo uno, y finalmente la de fixar la muerte del Abad Paterno, segundo de nombre, en el año 1042, con cuya fecha mortuoria se forma otro argumento infundado sobre que no pudo el Abad Paterno asistir al Concilio Pinatense, como se lee en sus actas.
En segundo lugar se objeta que es increíble que a un Concilio convocado por el Rey de Aragón por asunto de poca monta, y solo interesante al Monasterio, concurriesen muchísimos Obispos, no solo aragoneses, pero aun los castellanos y navarros, súbditos de otros Reyes, que no tenían relación alguna con Don Ramiro.

Las actas del Concilio, y cuantas copias se han publicado de ellas nos dicen con uniformidad, que solo concurrieron los Obispos Sancho, Garcia y Gomesano, pero como en las mismas se hace mención de otro Concilio celebrado en tiempo del Rey Don Sancho el Mayor, y de varios Obispos que a él concurrieron, se ha confundido uno con otro incorporando las cláusulas y trocando el sentido, y de este trastorno se ha originado sin duda una dificultad que hace poco favor a un mediano latino, y que pudiera haberse realzado del mismo modo con la concurrencia del Rey Don Sancho el Mayor, que así mismo resultaría (3). No es menos de admirar que quien presuma alguna versación en la historia ignore que los Reyes de Castilla y Pamplona, después Navarra, tenían con Don Ramiro las estrechas relaciones de parentesco y vecindad. Con lo dicho queda igualmente desvanecida la inverosimilitud imaginaria de que muchos de los Obispos que asistieron al Concilio de Pamplona en el año de 1023 viviesen y concurriesen al Pinatense en 1062, pues ni éste ce celebró en dicho año, ni concurrieron los Obispos que se supone.
La tercera objeción es más seria: no puede creerse, dicen, que se congregase un Concilio solo para conceder al Monasterio de S. Juan de la Peña el exorbitante Privilegio de que los Obispos de Aragón se nombrasen perpetuamente de sus individuos. Las actas hacen mención de cánones nicenos, de ordinaciones y decretos de un Concilio, celebrado en tiempo de Don Sancho el Mayor, y así deja conocerse que no se congregaría solamente para expedir el expresado Privilegio; y por esto sin duda algunos autores han dicho que aquellas actas solo son un fragmento de las originales. Parece también inferirse que en el Concilio que mencionan de tiempo del Rey Don Sancho el Mayor, y que en alguna manera puede llamarse nacional, se había determinado que en lo sucesivo se celebrasen con alguna frecuencia estos sínodos provinciales en Aragón, Castilla y Pamplona, o Navarra, sin duda por la necesidad que había de ellos en días tan desgraciados para la religión y disciplina eclesiástica, y que concurriesen los Obispos de aquellas Provincias en atención a su corto número en cada una. Son muchos los ejemplares de semejantes Concilios en aquel tiempo por las mismas causas, y basta recordar por ahora el que los impugnadores del Pinatense admiten, y que se celebró pocos años después en la Ciudad de Jaca, con asistencia de los Obispos de Pamplona o de Leire, como en él se dice, de Aux, de Bearne, &c. Pero cuando en el Pinatense únicamente se hubiese tratado del insinuado Privilegio, este solo podrá parecer exorbitante a quien no conozca nuestro estado civil y eclesiástico en aquella época, ni la pía afección de Don Ramiro I al Monasterio, ni su frecuente residencia en él, ni sus liberalidades para con el mismo, ni el ascendiente que en su real ánimo tenía el Obispo de Aragón D. Sancho, ni el empeño que éste tomaría habiendo sido individuo del mismo Monasterio, ni en fin la precision casi inevitable de recurrir a esta escuela de virtud y letras en un Reyno ceñido a la corta extensión de las Montañas. A todo esto podrá añadir quien quisiere la ignorancia de aquellos tiempos, a la cual se atribuyen mayores exorbitancias. Mas si una de las pruebas incontrastables a favor de las cartas antiguas es ciertamente la de haber tenido efecto, ningún sensato podrá dudar de la verdad del Privilegio, siendo constante que desde entonces los Obispos de Aragón fueron electos entre los individuos de la Real Casa Pinatense, hasta la unión de nuestro Reyno con el Condado de Barcelona, prescindiendo de ulterior investigación.
La cuarta objeción se funda en el supuesto de haberse decretado en el Concilio de Jaca del año 1060, que los Obispos no se intitulasen de Aragón, y sin embargo así lo hace Don Sancho en el Pinatense.
Este argumento podría hacer alguna fuerza a quien admitiese tres errores de data del Concilio Pinatense, de la del Jacetano, y del hecho que se enuncia. Se ha visto que aquel se celebró en el año de 1054. Es cierto que éste fue en 1063, y no en 60, como por mala inteligencia de las notas numerales de la Indiccion, y contra las expresas de la Era y año, han entendido algunos; y también lo es que en sus actas originales, en sus copias antiguas, y en las publicadas por diversos autores, no se halla una sola palabra de la cual pueda inferirse la inhivicion del título de Aragon a sus Obispos; por lo contrario en ellas, y en el Breve Pontificio que las confirmó, se habla de Obispo y Obispado de Aragon como de cosa la más sabida y recibida en uso.

La objeción quinta y última se deduce de la impropiedad del título de Obispo de Aragon, como si todo Aragón fuese un Obispado.
Así discurren los que no conocen la antigua corografía de nuestro Reyno, que baxo el nombre de Aragon solo comprehendia entonces las que hoy se denominan Montañas de Jaca o poco más hacia la parte oriental y occidental; y que aun después de haberse dilatado grandemente tardó a dar su nombre a los paises conquistados; mas en fin cuando bajo él se comprendían ya varios Obispados se sustituyó al de Aragón el título de Jaca. que antes se le había dado también, y que después se usó juntamente con el de Huesca, que era el primitivo. Lo mismo puede responderse con proporción al reparo que se hace del título de Obispo de Castilla, mencionado en las actas del Concilio Pinatense, y nunca oido por sus impugnadores, quienes antes de haberlo propuesto debieran haber demarcado rigurosamente el pais, que entonces se denominaba Castilla, haciendo ver que no comprehendia más de un Obispado, y aun en este caso, si ellos se han tomado la licencia de nombrar castellanos y navarros algunos Obispos del tiempo que se trata, no alcanzo porque han de negarla a nuestros mayores, que por su parte podrían reconvenirles de no haber oido jamás el título de Obispos navarros, ni aun de Reyno de Navarra.
Satisfecho cuanto se ha dicho contra el Concilio de San Juan de la Peña voy a examinar del mismo modo lo que se objeta a los documentos, que acreditan la introducción de la reforma o disciplina monástica cluniacense en España hacia el año de 1020, a solicitud del Rey Don Sancho el Mayor, que también reputó V. por apócrifo citando al mismo autor, el cual tiene este hecho por fabuloso, y admira, no tanto que los franceses (de cuyo carácter moral hace una pintura terrible) lo hayan inventado, cuanto el que se haya adoptado tan fácilmente por nuestros Escritores, aun los más insignes. De los tres documentos que se impugnan los dos se han hallado y hallan en España, y aunque el tercero que se encontró en Roma llevaba, según se dice, la nota de ser natural de Aragón, pero en la Parroquia que se le asigna, ni se halla su partida, ni el más leve vestigio de su nombre.
El primero es un Diploma del Rey Don Sancho el Mayor a favor del Real Monasterio de Oña, contra el cual se proponen nada menos que doce indicios de falsedad; pero debo prevenir desde luego, que la versión castellana publicada por su impugnador es bastante libre, y que recayendo algunas dificultades sobre el sentido de las palabras y fuerza de las expresiones debiera haberse exhivido el texto original latino para satisfacer al lector imparcial. El primer indicio de falsedad se funda en no verificarse la data de la Era 1071, año de la Encarnación 1033, a 27 de Junio día Sábado, porque el 27 fue Miércoles en dicho año.
Las circunstancias en que me hallo no me permiten recurrir por ahora al original, ni a mis papeles, donde acaso con data más segura quedaría luego desvanecida la objeción: mas como quien la propone no ha visto sino la copia del Privilegio, que publicó el P. Yepes (4), ignoro si el defecto está en el autógrafo, o en el copiante. Sin embargo las repetidas observaciones que he hecho sobre los errores de datas en las copias, y en caso idéntico en las publicadas por el M. Yepes, me persuaden que este padeció equivocación. En efecto no conoció este autor, ni otros, el uso que los antiguos hicieron del secundo calendas notándolo en esta manera: II. Kalendas, en vez de pridie, y tomó las dos unidades por V numeral, pues no comprehendiendo su verdadera significacion, y valor, no podía acomodarlas de otra manera; y resultó el quinto kalendas en lugar del secundo, y la diferencia de tres días. Yepes pues copia la data del Diploma Oniense: Era MLXXI noto die Sabbato V. Kalendas Iulii; y en el original debe ser: //. Kalendas Iulii, esto es a dos de las calendas de Julio, que es el día treinta de Junio, que en el año 1033 fue ciertamente Sábado. Mas en fin, cuando en la Carta se hallase aquel ligero anacronismo tampoco sería suficiente para desacreditarla, pues mayores se ven en otras antiguas, y modernas, sin que pueda dudarse de su legitimidad.
El segundo indicio de falsedad se toma de la importunidad de dirigirse el Diploma a todos los Obispos y fieles del mundo, tratándose principalmente de la fundación o reforma de una Casa religiosa, lo cual solo pudo parecer objeto digno y suficiente al Compositor francés para ensalzar su nacion y Monasterio.
La fórmula de la direccion del Diploma (5) con las mismas palabras o equivalentes es común, y como decimos de caxon en muchísimas de nuestras antiguas cartas, aun tratándose asuntos de menos importancia, y así, lejos de ser un indicio funesto a su verdad, la comprueba en grande manera. Pero dado de barato, que el Compositor fuese francés, y que se señalase por su amor a la patria, y a la congregación de Cluni, parece natural el pensar que tratándose de establecer la observancia Cluniacense concurriese algún Monge de Cluni, y también que se le encargase, o se ofreciese a la confección del Diploma, pues aunque no se conceda a los Cluniacenses que fuesen más santos que los españoles, no será fácil negarles que entonces eran mejores latinos. Esto supuesto nada le sirven al Impugnador las repetidas sospechas que forma de ser el Diploma de composición galicana, y por el contrario se convierten a favor de los que sostienen la introducción de la disciplina Cluniacense en España.
El indicio tercero contra el Diploma son en la opinión contraria las expresiones de salud y felicidad en la presente vida y en la futura, las cuales tienen resabio de pluma extranjera, que no supo imitar los formularios de nuestros antiguos Reyes.
Podía dar por satisfecha esta dificultad con lo que acabo de decir; pero debo añadir todavía, que en otros diplomas auténticos se hallan las mismas o semejantes expresiones que en el original latino, y que en éste no se encuentra la de salud, ni en rigor el concepto de las castellanas para el caso en cuestión (6).
Tampoco puede argüirse por los formularios de los Reyes de Asturias sobre los de nuestros Reyes de Aragón, quienes imitaron muchas veces las fórmulas y estilos franceses, especialmente hasta mediado el siglo XI, como verá el que quiera cotejar sus diplomas con los de los Duques, y Condes de las Provincias francesas vecinas, o no muy distantes de la nuestra. (Nota: la Occitania, con la lengua occitana, langue d´Oc).
Se objeta por cuarto indicio contra la verdad del Diploma el estilo sobrado culto para aquel siglo, y diferente de las otras escrituras de la misma edad.
Reproduzco lo dicho sobre los dos indicios antecedentes, añadiendo, que nuestras escrituras acaso podrán graduarse de un mismo estilo miradas muy a bulto, pero si se las observa en particular se reconocerá, que el estilo tiene no solo en un mismo siglo, sino también en un mismo año y día, tantos grados como el termómetro, según la cultura, o incultura de los compositores.
Indicio quinto: la falsa, y aun inverosímil gloria que se apropia el Rey Don Sancho de haber arrojado a todos los sacrílegos herejes, que inficionaban con su pestífero aliento
a religiosidad de nuestra nacion.
Los sentimientos, que solo por el nombre de hereges en España se manifiestan impugnando el Diploma son ciertamente laudables de buen español, y de buen católico, que también debe sentir los haya en cualquiera pais, pero el Historiador no debe disimular el hecho, y de este se trata. Ya se reconoce de contrario, que por desgracia de nuestra nacion los hubo por entonces hacia las playas de Valencia o de Cataluña, aunque se quiere les convenga más bien el nombre de locos o fanáticos, y puede que las expresiones del Diploma les acomoden también baxo este concepto (7). Ya sea pues que se propagasen desde aquellas costas y llegasen a nuestro pirineo, o que viniesen de otra parte, lo cierto es, que en los dominios de Don Sancho el Mayor se insinuó esta terrible epidemia, como lo comprueba, entre otras , una apreciable memoria de aquel tiempo, en la cual se elogia a Pamplona por su zelo contra los hereges, dando a entender que no estaban muy lejos de allí, aunque sin especificar su casta; pero gracias al cielo desaparecieron pronto.

El sexto indicio es: que la fundación o reforma de San Juan de la Peña, según todos los documentos en que se funda la fábula francesa, sucedió por los años 1020, cuando el
Rey Don Sancho el Mayor no había humillado todavía su altivez y poder de los Agarenos, como se dice en el Diploma.
En este solo se lee: Que oprimida y sojuzgada la mayor parte de España por los Agarenos, el Rey Don Sancho había extendido más que medianamente los confines de sus Estados y Provincias (8); y en efecto los había dilatado por la parte del Ebro, aunque después volvieron a perderse algunas de sus conquistas, y también había arrojado a los Árabes de una parte de la Ribagorza; pero no se dice que hubiese humillado su altivez y poder; expresiones que no solo sobrepasan mucho, sino además se oponen al concepto de las originales.
E1 séptimo indicio se toma de decirse en el Privilegio, que el Orden Monástico es el más perfecto de todos los Órdenes de la Iglesia de Dios, lo cual no merecía la aprobación y firma de los Obispos, cuyo estado de perfección es mucho más alto.
Me parece que cualquiera que examine el Diploma (9) entenderá que habla del Orden Monástico con respecto a los demás regulares, de los cuales es más perfecto el que se dedica a la vida contemplativa, y no en comparación absoluta de todos los Estados de la jerarquía eclesiástica; y que cuando el concepto del Compositor hubiese sido tan excesivo, como se interpreta de contrario, es de creer que los Obispos que firmaron, o no hicieron atención a aquellas pocas palabras vertidas, por incidencia, o las entendieron en el sentido obvio y natural. Mas en ningún caso sería responsable la verdad del Diploma, respecto a los hechos que estaban a la vista de los que intervinieron en su confección, y expedición, y que forman el asunto a que se dirige.

Indicio octavo: la falsa suposición de que en Navarra, u otras Provincias de España no había Monasterios, ni casas de perfección religiosa, ni era conocido absolutamente el Orden Monástico.
Dos veces se insinúa en el Diploma la falta de la perfección monástica por estas palabras: Cuya perfección viendo que faltaba en el Reyno, que Dios me había dado, &c.: el Orden Monástico era entonces desconocido en toda nuestra patria, &c.
En el primer pasaje se contrae sin duda a los Estados de la dominación del Rey Don Sancho la falta del Orden Monástico perfecto, y tampoco lo dudará en el segundo quien sepa, que en el idioma constante de nuestros mayores las palabras: nuestra patria, equivalen a nuestro Reyno, Estados de nuestra dominación, o nuestra Provincia; y en efecto solo se habla de aquel pais donde el Rey, al paso que sentía vivamente que no se conociese el Orden Monástico, quería establecerlo, lo cual conviene solamente a sus Estados. En ellos no se conocía la verdadera observancia monástica, y los que entonces se llamaban Monasterios se componían de Clérigos dedicados a la vida activa, y residentes por la mayor parte en las Iglesias Parroquiales unidas a sus Casas en calidad de Curas o Priores, que independientemente disfrutaban sus rentas: se componían también de seglares, que se retiraban por gusto, o por provecho, sin estar obligados con orden, o profesión alguna. Esto eran entonces los Monasterios de Leire, y de San Zacarías, que se citan de contrario (aunque con equivocación de la situación, y denominación verdadera del segundo) y otros de los Estados del Rey D. Sancho el Mayor, Los muchos Monasterios, y autores de reglas monásticas de las demás Provincias de España, que florecieron en diversos siglos, y que recuerda el Impugnador para probar, que no era desconocida la disciplina monástica, ni aun la Benedictina en nuestra Península, de nada sirven para el caso, en que se trata solamente del Reyno de Don Sancho el Mayor, y en tiempo determinado.


Indicio nono: Es proprio, se dice, de un Escritor francés el desprecio con que se habla de España, como si en materia de religión y piedad viviese sumergida en las tinieblas.
Las palabras del Privilegio son: Para alumbrar las tinieblas de nuestra patria con la perfección del Orden Monástico, (10) y acabo de decir, que por nuestra patria solo se entienden los paises sometidos a la dominación del Rey Don Sancho, y que en ellos había tinieblas; ni esto puede dudarlo quien sepa los aciagos sucesos que acababan de acarrearlas, por los cuales los Monasterios habían decaído necesariamente de su primer instituto: pero en fin las tinieblas en expresión del Diploma, no son tan densas como en concepto del intérprete contrario.

Se propone por décimo indicio de falsedad el empeño con que se representan los Monges de Cluni como los más santos y perfectos de todo el orbe, lo cual manifiesta el espíritu galicano.
Si se meditan las palabras del Diploma se verá, que su espíritu es muy diferente del que se las presta de contrario : Por consejo de varones prudentes, dice el Rey D. Sancho,entendí que el Monasterio Cluniacense, que sobresalía entre los demás Benedictinos, podía proporcionarme mejor que ninguno la enseñanza la disciplina monástica para establecerla en mis Estados; la comparación pues y la preferencia del Monasterio Cluniacense solo se hace respecto a los demás Monasterios Benedictinos, que estaban proporcionados al intento, y de los cuales tenía noticia el Rey Don Sancho por medio de los varones religiosos que le informaron. No es posible que el Rey y sus Consejeros estuviesen informados, no digo de la observancia mayor o menor de todos los del orbe, pero ni aun de sus nombres; ni puede creerse que intentasen graduar el mérito
de los que de ninguna manera conocían, o que no eran concernientes a sus fines. Se podría además entrar en una larga discusión, así sobre las circunstancias de los que informaron, como sobre el modo de pensar del Rey Don Sancho, y sus relaciones en otros países, para ver de qué Monasterios se pudo tener la noticia necesaria para el objeto, y porquè el de Cluni era más adecuado; pero sería en vano, pues aunque las expresiones de la Real Carta tuviesen el sentido que las de su Impugnador, no perjudicarían a la verdad del objeto principal y hechos presentes que se narran; y de
ellas deberían responder solamente las personas que inspiraron al Rey Don Sancho aquel concepto, o el que lo vertió al componer la Carta.

Indicio undécimo: el suponerse fundado el Monasterio de Oña en el año de 1010, reformado en 1029, muerta en este intermedio la Abadesa Trigidia en concepto de santidad, y pervertida hasta la disolución una comunidad dirigida por una santa, y en los primeros años de su fervor.
Aun concedido cuanto se supone, para fundar este argumento, nada convence no pudiendo negarse que el mal a veces gana mucho en poco tiempo, y que esta pudo ser una de las que no deja dudar una deplorable experiencia.
¿Pero acaso es cierto que el Monasterio de Oña se fundase en el año de 1010, y no antes? ¿que la Trigidia fuese propiamente Abadesa? ¿que esta congregación fuese de Monjas, y no de Monges, y la disolución tan grande como se pondera? Cada uno de estos puntos exige una profunda investigación imposible de hacerse en mis actuales circunstancias y fuerza de mi propósito; pues para éste basta decir por ahora, que en las inmediaciones u oficinas del Monasterio Oniense había algunas mujeres más bien ofrecidas a prestar algunos servicios a la Casa por particular devoción, que dedicadas al Señor por profesión religiosa, como se veía entonces en otras Casas semejantes, y que el Diploma habla del poco recogimiento y amortiguado fervor de las mismas en general, o por la mayor parte; por lo cual pareció preciso, como se hizo en otros Monasterios, apartarlas del de Oña. Con esto es componible la existencia de un Monasterio simple, o dúplice, cuyos Individuos no estuviesen tan relaxados como sus sirvientes o adherentes.
Indicio duodécimo: inverosimilitud en las fechas y firmas del Diploma, ya porque hecha la reforma en 1029, y dirigiéndose al Papa, y a todo el Orbe se retardase el aviso cuatro contra la práctica ordinaria y común de nuestra nacion, ya en fin, porque es muy notable que entre tantos Obispos que firmaron este Diploma ruidoso no firmen los de Navarra, Reyno primitivo y principal de dicho Soberano.

La primera razón de inverosimilitud que se alega queda satisfecha, con la respuesta al indicio segundo, donde dije cuán común era entonces aquella fórmula de direccion, de la cual en los siglos siguientes, hasta el nuestro, se hallan todavía algunos vestigios aun en las escrituras particulares; y por lo tocante al atraso de la expedición del Diploma pueden exhivirse muchos de mayor importancia, expedidos tantos o muchos más años después de las fundaciones o asuntos que los motivaron.
La segunda razón tiene también contra si muchísimos ejemplares, especialmente antes de mediado el siglo XI, y en diplomas del mismo Don Sancho el Mayor; y todavía podría dudarse si la inversión de las subscripciones en la copia del Oniense ha provenido de descuido y confusión de las columnas, en que se hallan distribuidas en el original, como ha sucedido tantas veces.

Por lo que respecta a la tercera razón es muy notable se llame ruidoso un Diploma, porque lo firman varios Obispos, siendo estilo corriente de nuestros antiguos Monarcas y otros Señores, hacer subscribir sus cartas por todos los sujetos de algún carácter que se hallaban en la Corte al tiempo de la expedición; y que se echen de menos las firmas de los Obispos de Navarra (prescindo de la impropiedad de esta denominación) como si hubieran tenido precisa obligación de asistir y firmar, o como si aún en tal caso no hubieran podido tener motivo para dejar de hacerlo, o no se hubiera encontrado vacante ninguna Sede.
Concluye el Impugnador del establecimiento de la reforma Cluniacense en España refutando una vida de San Iñigo, que se supone pertenecer al Real Monasterio de S. Juan de la Peña, y hallada en Roma entre los papeles del Cardenal de Santa Severina, y una
inscripción del siglo XV que se lee en el Real Monasterio de Oña; pero como al mismo tiempo reconoce que ni una ni otra es muy antigua, solo queda el cargo de defenderlas a los que en ellas funden su parecer a favor de la introducción de dicha reforma.
Entre tanto no puedo omitir, respecto a la primera, el reparo de que habiendo conservado en su larga peregrinación la nota de Pinatense no haya quedado en esta Casa vestigio alguno de sus actas, que ya se confiesa de contrario haber perecido, ni si quiera de su anterior existencia, y por tanto el Monasterio Pinatense no debe prohijarla, sino substituir a su apellido el de Romana o Severinense.
Queda en fin convencido el ningún fundamento de las objeciones con que se ha intentado desacreditar los documentos expresados, y los hechos que contienen, y que se comprueban además con otros testimonios fidedignos, que no es de mi propósito recordar por ahora. He demostrado con las pocas pruebas que indirectamente resultan de mi contextacion las freqüentes y casi inevitables equivocaciones que se han padecido en las copias, trabajadas en tiempo tan escaso de conocimientos diplomáticos, como abundante de tropiezos para no acertar en la investigación e inteligencia de la antigüedad: se deja conocer, que es muy arrojada la empresa de juzgar de la legitimidad de las cartas originales por semejantes copias, y con solas las nociones adquiridas en los archivos de otras Provincias; y es consiguiente, que estos juicios no satisfagan a los lectores imparciales y sensatos, ni puedan hacer decaer su fé a los respetables testimonios de la antigüedad. Ellos son la prueba de mayor autoridad y peso que puede producirse en los tribunales de justicia, y entre los sabios y hombres de bien. Induputabile testimonium vox antiqua cartarum: en ellos interesan comunmente los particulares, las Comunidades, las Provincias, el Estado, y la Regalía; y por tanto las leyes civiles y canónicas los han protegido siempre con toda su fuerza y autoridad, y han considerado como un atentado contra el derecho común, contra el Estado, y el Príncipe, el atacarlos sin aquel fundamento y convicción que exige la razón bien meditada, es decir, sin argumentos invencibles.
Pero no admira tanto, que no obstante se hayan hecho algunas censuras tan infundadas y amargas contra nuestras cartas por unos rivales implacables, cuanto que muchos de nuestros aragoneses ciegos y olvidados enteramente de la justicia e intereses de la patria, hayan celebrado con aplauso los sangrientos despojos de nuestro crédito, de nuestras glorias, y de nuestro común y particular interés. Tales han sido en efecto los que sino se hallaban satisfechos por las copias publicadas debían haber trabajado por su parte en apurar la verdad en sus originales, y por el contrario han convenido en esparcir también sobre nuestros archivos las negras manchas del descrédito e impostura: tales los que seducidos por la aparente congruidad de unos sistimas convinados a gusto han abandonado del todo a nuestros Historiadores nacionales, como si no hubieran dicho una sola verdad en todas sus obras. Es preciso, sí, reconocer que en ellas no se encuentra propuesta nuestra historia con aquella convicción necesaria que satisface y tranquiliza al lector sabio e imparcial, y que se observan varias equivocaciones, contradicciones y defectos; pero al mismo tiempo es muy cierto que contienen la verdad, aunque desfigurada en su aspecto, y como dividida y descompuesta en sus verdaderos miembros, por la agregación e interpolación de otros heterogéneos; y también son bien conocidas las causas imperiosas que han influido en este desorden, y que disculpan sobremanera a nuestros Escritores. Pero ni la verdad, ni la disculpa, favorecen a los sistemas que nuevamente se han subrogado, y por los cuales se nos retarda el establecimiento de nuestra Monarquía hasta fines del siglo IX, se nos propone a Iñigo Arista por primer Rey feudatario de los de Asturias, se nos disminuye la gloria de muchos Soberanos, reduciéndolos a solos cinco desde el mismo Arista hasta D. Sancho el Mayor, se defrauda la pertenencia de sus peculiares trofeos, y respectivos derechos a las Provincias de Aragón y Pamplona, o Navarra, confundiendo los principios de la soberanía en cada una; y finalmente se vierten otras muchas opiniones destituidas asímismo de todo fundamento, y en menoscabo de nuestras verdaderas glorias.
Mas volviendo a mi propósito, para dar por último una prueba cabal del furor censorio con que se ha tratado hasta la sombra de nuestras antigüedades, y de la desconfianza que deben inspirarnos, a pesar de su erudición, los que nos hablan por relaciones ajenas, basta recorrer brevemente lo acaecido con unas inscripciones, que como pertenecientes al Real Panteón de San Juan de la Peña publicó el M.R.P.M. Yepes en el tom. III, Cent. III, f. 14 y 15 de la Crónica general de la Orden de S. Benito. Yepes, pues, que por muchas leguas no se acercó al Monasterio Pinatense, pidió una razón de su fundación, y demás objetos conducentes a su Crónica. El Abad, a quien se dirigió, y que se hallaba ausente, pasó este encargo a uno de sus Individuos, y éste para desempeñarlo luego, y sin molestia, recurrió a un MS. trabajado pocos años antes por otro llamado Barangua, y con él satisfizo la comisión.
Este MS. es una miscelánea tan singular, y con tan enormes anacronismos, que apura
la paciencia del lector. Entre muchas cosas trata de la fundación de San Juan de la Peña, propone un catálogo de sus Abades, copia dos inscripciones verdaderas de su antiguo atrio, que son la décimasexta y décimaséptima publicadas por Yepes; de las cuales la primera pertenece a Doña Ximena muger de Rodrigo el Cid, mas pereció la lápida donde se leía, aunque se conserva una copia auténtica, y la segunda que todavía existe es del Senior Fortunio Enneconis, ò Iñiguez. Ambas inscripciones han merecido la aprobación en la censura de que voy a hablar, y esto no obstante, que la segunda se ha publicado con un enorme anacronismo, como puede verse cotejándola con la original. Pero el principal objeto en el citado MS. parece fue formar un compendio o memoria histórica de los Reyes, y otras personas Reales, que el autor creyó ser de Aragón, y estar enterrados en el Panteón de dicho Monasterio, y lo hizo componiendo un elogio más o menos breve de cada uno. A estos elogios, que por la mayor parte terminan en castellano, se dio principio con un epígrafe o texto latino a manera de inscripción sepulcral con fecha mortuoria en números arábigos, y estos textos se copiaron y enviaron al P. M. Yepes. ¿Con qué satisfacción y vanidad no habría muerto su autor si hubiera previsto que en fin sus textos se publicarían un día en letras de molde, se colocarían después en una colección de lápidas y medallas del tiempo de los Árabes, y ocuparían la férula de un ilustre Censor, aunque para volverlos más negros que la tinta con que los escribió?

En efecto, tal es el origen, y tal el fin de las quince primeras inscripciones publicadas por Yepes, y censuradas y ridiculizadas en nuestros días de un modo que ofende gravemente a uno de los Monasterios más insignes y venerables de España. ¡Qué tiempo tan bien empleado en publicar las inscripciones de los espacios imaginarios, y en azotar el ayre con la férulacensoria! Tal vez se me dirá, que de todo esto son responsables los que enviaron a Yepes aquella relación. Prescindo de que la conducta, o errores de uno o dos Individuos, jamás debe convertirse en oprobio de un cuerpo, y menos en asunto de literatura; y también de que no sirve de disculpa a un crítico la deferencia que no debió conceder a otras personas, ya sospechosas en su concepto, ya según el que generalmente se forma de su edad poco seguras, y versadas en la materia; y prescindo en fin de que esta exigía examinarse al ojo, o por lo menos comprobarse nuevamente por testimonio de persona instruida. Mas por ventura ¿fue sorprendido Yepes en su buena fé, o se iludió a si mismo? No es posible en esta parte disimular su poca atención a las palabras que copia de la carta o razón con que el Dr. D. Diego Juárez acompañó aquellas memorias: Los epitafios o memorias, dice este, de personas eminentes y principales que están enterradas en esta cueva, sin meterme en averiguar los años en que murieron por las disputas que hay entre los autores Zurita, Garibay, y Blancas y otros, y yo no ser buen Juez, pondrelos puntualmente, como entiendo que es la verdad, de la manera que aquí los tenemos y leemos, dexando para quien más supiere que los ajuste. Síguense a estas palabras quince textos del MS. a manera de inscripciones, y las dos verdaderas que ya he notado, y dice luego Yepes: Concluye la memoria de los epitafios puestos en las sepulturas de esta manera: Praedicti Reges dederunt Monasterio praedicto multa loca, montes et redditus quibus in hunc diem sustentantur. A primera vista se descubre en las palabras de Juárez una incertidumbre y ambigüedad sobre la existencia y verdad de aquellas memorias, capaz de suspender el juicio más precipitado, y si luego se reflexiona con alguna detención sobre el sentido y concepto que envuelven se encuentra que no se habla de verdaderas inscripciones, sino de un catálogo o lista de las personas principales que se creían enterradas en la Real Casa de San Juan de la Peña, y que por tal se envió a Yepes. La denominación de epitafios es lo único por donde podría persuadirse que lo eran, pero luego se descifra por las palabras inmediatas, que por la conjunción disyuntiva ò, y por el propio significado de memorias, manifiestan ser unas apuntaciones o razón de las personas enterradas. Lo mismo declaran las palabras siguientes sobre las encontradas opiniones de los autores, respecto al año de la muerte de dichas personas, pues ni esto es componible con las datas de inscripciones verdaderas, que serían superiores a la opinión de aquellos Historiadores, ni estos disputaron de inscripciones, sino de la existencia de algunas personas Reales, y lugar de su entierro. Por último declara el Dr. Juárez abiertamente su concepto, diciendo, que así entendía ser, que así se tenían y leían, y que dexaba el ajustarlos y corregirlos a quien lo entendiese mejor, lo cual solo puede convenir a unas memorias escritas, y a su parecer ciertas, sobre las personas enterradas, y de ninguna manera a inscripciones que él hubiera visto en sus lápidas, o copiadas de manera que hiciese fé.
En efecto, no solo no las vio así el Dr. D. Diego Juárez, pero ni pudo inspeccionar los diez y ocho Sepulcros Reales de los veinte y siete que se hallan en el Panteón de S. Juan de la Peña. Desde el siglo XII tienen estas veinte y siete urnas de piedra la misma disposición que hoy: están distribuidas en tres órdenes: sobre las nueve del primer orden descansan nueve del segundo; y sobre estas las nueve restantes, sin dexar medio o hueco alguno por donde inspeccionar las cubiertas de las diez y ocho primeras: a todas sirve de cimiento, respaldo y dosel la grande peña que ha dado nombre al Monasterio, y que antes de haberse dilatado por aquella parte (cuando de orden y a expensas del católico y piadoso Monarca Don Carlos III, augusto Padre del que felizmente reyna, se reedificó el Panteón) de tal manera ceñía y encerraba los Sepulcros Reales, aun por su frente y costados, que quasi venía a parecer una grande urna de los mismos. Es natural pensar que los diez y ocho primeros tendrán respectivamente sus inscripciones, mas de ellas no ha quedado alguna noticia del siglo XII, en que se completó la linea superior que los cubre, ni de los siglos inmediatos. Pero estuvo tan lejos de andar en estas averiguaciones D. Diego Juárez, o por mejor decir el autor del MS., que ni si quiera copió las inscripciones que tenía a la vista en las urnas del orden superior, y basta para convencerlo el testimonio nada sospechoso para el caso del M.R.P. Fr. Josef Moret, ilustre Cronista del Reyno de Navarra, y autor de las Investigaciones de sus antigüedades. En esta obra dice, que inspeccionó por si mismo los Sepulcros Reales del Panteón Pinatense, y que de los del orden superior copió las inscripciones que publica, que si bien me acuerdo son de D. Ramiro I, Don Sancho Ramírez, Don Pedro I, y su hija la Infanta Doña Isabel; y cotejadas éstas con las memorias correspondientes en la Crónica de Yepes se verá que no son las mismas, ni en ellas hay números arábigos, datas de años, u otros defectos que se notaron en estotras. Es pues, de admirar que quien ha leído a Moret haya preferido a la autoridad de este testigo de vista la de Yepes, que habla baxo palabra de otro, y con tan grave equivocación en el concepto, como he manifestado.

En fin, señor Adicto, si de una parte he renovado con grande sentimiento la memoria de los insultos que impunemente se han hecho a nuestro Reyno, y a nuestros monumentos más respetables, por otra veo con indecible satisfacción que no está ya muy lejos el momento en que una noble emulación excitará la larga indolencia de los talentos, para ofrecer a nuestra patria un obsequio de la mayor necesidad e importancia, poniendo a cubierto de los golpes de la ignorancia y envidia los preciosos depósitos de sus grandes y antiguas glorias.
Entre tanto B.L.M. De V.
As. Cs. y Ts.
Zaragoza y Diciembre 3 de 1800.



Notas.

(1) Anales de Aragón, tom. I

(2) Historia de San Juan de la Peña y del Reyno de Aragon, lib. II, c. 45.

(3) Praesidente glorioso Principe Ranimiro una cum veneralibus Episcopis Sanctio, et Garsia, et Gomesano, et Abbatibus S. Ioannis .... ita Sanctius Episcopus Aragonensis exorsus ets loqui: Pro disciplina...tractaremus ea, quae ad ordinationis tenorem pertinent iuxta Nicenorum Canonum instituta .... ac mansura solidemus, sicut EST PRAEDESTINATUM ET CONSTITUTUM AB INCLITO REGE SANCTIO totius Hisperiae domino in praesentia Episcoporum Subscriptorum, Mantii Episcopi Aragonensis, et Sanctii Pampilonensis, et Garsiae Naiarensis, et Arnulphi Ripacurtiensis, et Iuliani Casteliensis, et Pontii Ovetensis, et aliorum plurimorum Episcoporum, nomina quorum longum est dicere.

(4) Crónica general de la Órden de San Benito, tom. V, Apend. , Escrit. XLV.

(5) Sanctius gratia Dei Hispaniarum Rex .... Domino Papae S. Romanae Sedis, et Apostolicae Ecclesiae, et totius Orbis Archiepiscopis, et omnibus ecclesiastici ordinis, coeterisqie populis christianis, &c.

(6) Prospera vitae praesentis, et gaudia super mae felicitatis.

(7) Omniumque sacrilegorum haereticorum, quomdam religiosi tamen patricae pestifere opprimentium versutiis canonicali disciplina resecatis, &c.

(8) Magna ex parte oppresa Hispania, et expugnata a spurcissima gente Agarenorum, decentissime fines nostrarum provinciarum ampliavi.

(9 y 10) Incidit mae menti summa christianae perfectionis, quam Dominus iuveni salvationem animae suae quaerenti: demonstrans ait: Si vis perfectus esse, &c .... Quam perfectionem dum imperio mihi a Deo comisso deesse comperi vehementer dolui, nam ordo monasticus omnium ecclesiasticorum ordinum perfectissimus tum temporis omni nostrae patriae erat ignotus .... et perfectione monastici ordinis tenebras nostrae patriae illuminare, tandem inspirante Deo a prudentibus, ac religiosis viris salubre reperi consilium, quibus referentibus didici, quia perfectionem huius sanctae, quam requirebam prefessionis, nemo perfectius ostendere poterat, quam congregatio Monasterii Cluniacensis, quae in eodem tempore clarius coetiris Monasteriis S. Benedicti perfecta florebat regulari religione, auxiliante Deo, et venerando Abbate Odilone administrante, &c.

viernes, 28 de junio de 2019

LA DONACIÓN DE ABETITO A SAN JUAN DE LA PEÑA, SIGLO X


3. EL MUNDO CRISTIANO

3.1. LOS REYES

88. LA DONACIÓN DE ABETITO A SAN JUAN DE LA PEÑA
(SIGLO X. SAN JUAN DE LA PEÑA)

LA DONACIÓN DE ABETITO A SAN JUAN DE LA PEÑA  (SIGLO X. SAN JUAN DE LA PEÑA)


Durante el largo reinado de don García Sánchez II (934-970), en cierta ocasión visitó y permaneció durante varias jornadas en el monasterio de San Juan de la Peña el conde de Aragón Fortún Jiménez, siendo muy bien recibido y acogido por la congregación de frailes que entonces encabezaba con reconocido acierto el abad Jimeno.
Sin duda alguna —por las naturales dificultades que para el desarrollo de la agricultura presentaba el terreno en el que estaba asentado—, la base en la que sustentaba su economía el cenobio pinatense era eminentemente ganadera, lo cual significaba, sin duda alguna, una cierta colisión de intereses con los rebaños del cercano poblado de Atarés, de modo que el abad Jimeno debió convencer al conde para que tratara de delimitar con claridad y legalmente los términos donde podían pacer sin impedimentos los ganados de su subsistencia y evitar así enfrentamientos que no deseaban.
Poco tiempo después de aquella visita, comunicó el conde Fortún Jiménez al rey el proyecto y, acompañados por el obispo jaqués Fortún, decidieron trasladarse ambos al monasterio no sólo para redactar y firmar el documento de delimitación, sino también para recortar al conde de Atarés algunas de sus importantes prerrogativas y donar al cenobio quinientos siclos de plata, una antigua moneda bíblica. Además, el monarca decidió confirmar a los monjes la licencia para llevar a pacer sus ganados y cortar leña en el monte Abetito.

Años después, ya en 959, según la tradición, regresó en cierta ocasión a San Juan de la Peña el rey García Sánchez II y, viendo que, a pesar de sus órdenes concretas, los monjes se sentían completamente inermes ante el poderoso señor de Atarés, ordenó que los términos pinatenses no pudiesen ser atravesados por nadie a no ser con el permiso expreso del abad o, en caso contrario, los monjes tenían potestad desde aquel momento para matar vacas, puercos y carneros sin que ello pudiera dar origen a ningún tipo de pleito real. Desde aquel instante, el monasterio de San Juan de la Peña comenzaba a cimentar así el que sería con el tiempo su importante señorío.
[Risco, P., España Sagrada, 30, págs. 409-413.
Ubieto, Antonio, Historia de Aragón: Literatura medieval, I, págs. 45-46.]



viernes, 31 de mayo de 2019

reina Petronila, conde Berenguer, Alfonso II

En esta genealogía del siglo XIV aparecen representados la reina Petronila, el conde Ramon Berenguer IV y el rey Alfonso II, hijo de ambos. Se aprecia perfectamente quienes sí son representados CON corona (reyes), y quien es representado SIN corona (NO rey).

reina Petronila, conde Berenguer, Alfonso II

jueves, 14 de marzo de 2019

Prólogo al lector, dedicatoria

Prólogo al Lector.

Opinión fue de Plato príncipe de los
filósofos, que no había más de un entendimiento para todos los
hombres: pues los unos con los otros se entendían, y casi se
encontraban en unos mismos (mesmos) conceptos y pensamientos: Pero si
cuando dijo (dixo) el buen Philosopho,
viera sus célebres obras
vertidas en otra lengua, y descubriera algunas discrepancias de
sentidos, y ajenos entendimientos de sus divinos conceptos causados
por la traducción (traduction) de ellas (dellas), es cierto que
revocara su opinión y sentencia, y se arrimara a otra, no menos
delicada y moderna, que afirma, No haber cosa más lejos de la
traducción que (que con tilde) lo traducido (traduzido). Como se
echa bien de ver, por estar según entendemos los conceptos y
verdaderos sentidos de lo escrito tan apegados a la fragua y sentido
del que los escribió (escriuio): que como de la miel vaciada de una
vasija en otra se queda pegado algo en la vertida: así en lo
traducido de una lengua en otra, no hay duda, sino que siempre se
desea algo, que se quedó en la primera: En tanto, que ni la
elegancia de la lengua, ni el bien rodeado estilo de la traducción
basta para hinchir este deseo.
Por esta causa, y por lo que con
razón se persuaden los Poetas, que ninguno interpretara sus poemas
mejor que ellos mismos, me pareció que la Real historia presente,
que poco ha compuse en lengua Latina, ninguno mejor que el propio
autor la traduciría en lengua Castellana. Y por eso me adelanté,
antes que otro me tomase la mano, y porque no la errase para si y
para mí, determiné de emprenderla. Puesto que no han faltado
algunos, que por esto me han querido zaherir, y como dar en rostro
porque siendo yo natural Aragonés, y no criado en Castilla, me
usurpe el oficio ajeno, y ose escribir en lengua peregrina. A lo cual
respondo, que harto más peregrina me era la Latina, pero si esta con
el grande estudio y diligencia que en el usarla y aplicarla a la
composición de la historia puse, se me hizo familiar y doméstica:
porque, no habiendo sido menor la curiosidad y consulta de expertos
con que me he valido para el mismo efecto de la Castellana, no será
tan suave y bien cogido fruto el que de tan continuado trabajo y
consulta se ha sacado? Mayormente no siendo la lengua Aragonesa
ajena, sino muy hermana (como se probara) de la Castellana, y que no
solo se tratan y entienden las dos desde su origen acá, pero aun
casi con las mismas palabras, letras y acentos que su común madre la
Latina les dio, se escriben y pronuncian, y por eso son entre si muy
comunicables entrambas? Confiado pues de esto, me atreví no solo a
traducir, sino (pero) también a añadir y quitar, a rehacer y
mejorar lo que para mayor claridad (claredad) y verdad de la historia
se me ha ofrecido de nuevo, después que salió a luz la Latina: pues
para esto se le da al propio autor (lo que se niega a otro cualquier
Intérprete) licencia más que Poética. Para que si en algo faltare,
o excediere a lo que debe a ley de buena traducción la nuestra:
puedas (prudente lector) tomar esta como historia por si de nuevo
fabricada. Y pues la majestad de su argumento, junto con su mucha
verdad, la igualan con las más principales historias del mundo: no
habrá para qué tener tanta cuenta con los solecismos, que en el
estilo y escritura de ella hallares: cuanta con nuestro fin y bien
intencionado propósito, de que así por la una, como por la otra
lengua, se alcance y entienda por todas partes la verdadera y
cumplida historia de este tan esclarecido y famosísimo Rey, hasta
aquí tan deseada.









AL MVY
ALTO Y MVY PODEROSO SEÑOR DON PHELIPPE DE AVSTRIA PRÍNCIPE DE LAS
ESPAÑAS.

El arcediano Gómez Miedes

S. y P.
P.

Plutarco, autor gravísimo en el libro que escribió de la
virtud y fortuna de Alejandro Magno, cuenta de él, como siendo niño,
oyendo a sus Ayos ensalzar mucho el Imperio y grande poder de
Philippo su padre por las muchas tierras y Reynos que había
conquistado, lloró ante ellos, y preguntado por qué lloraba,
respondió, porque mi padre ha ganado tanto que no me ha dejado nada
que ganar.
Harto más que a él cuadra a V. Alteza este felice
lloro: porque si reconocemos la poca parte que Philippo tuvo del
mundo, aunque se junte con ella la que su hijo Alejandro conquistó
por si, a respecto de la que nuestro gran Rey Philippo padre de V.
Alteza invictísimo posee, que comparada con la de ellos, es como de
un cuerpo humano a su pie, o como del mundo todo a su decena parte,
verdaderamente que como niño que de harto llora, podrá V. Alteza
llorar y reír todo junto, por verse hijo del mayor señor y Monarcha
que hasta hoy ha habido en el mundo, y llegado a tanto, que no hay
más que codiciar, sino rogar al Omnipotente Señor del cielo, y de
la tierra, de cuya mano ha
venido todo, que pues no hay menos que
hacer en conservar lo ganado que en conquistarlo, nos de gracia para
que con aquella Cristiandad y prudencia que él mismo Philippo ha
llegado a tan alto poder y Monarquía: la herede V. Alteza, y
conserve como a hijo de tan soberano padre debe, y ella requiere. Mas
porque es de poca gloria el heredar donde no concurre el merecerlo,
mayormente en herencias de gobierno, es necesario entender como para
ser digno de tan sublimado Imperio, y para mejor regirlo y
gobernarlo, conviene valerse entre otras de las cinco más heroicas,
y más
propias virtudes de Príncipes, sin las cuales ningún
grande Imperio pudo bien mantenerse:
como son bondad, religión,
justicia, constancia, y disciplina militar: porque estas no solo
están como piedras (que llaman Mercuriales) dispuestas como guía y
lumbre, para mostrar a los Príncipes el verdadero camino por donde
han de llegar a lo sumo, pero también les sirven de fundamentales,
para que estribando sobre ellas, puedan llevar sobre sus hombros
cualquier carga de gobierno por grave que sea. Como se echa (hecha)
de ver entrando por la
luenga
y heroica prosapia de los antepasados Reyes de Castilla y de Aragón,
en los cuales resplandecieron estas virtudes, y fueron por ellas muy
señalados en sus hechos, aunque no se hallaron todas juntas en unos,
sino repartidas entre todos. Pues los unos fueron así buenos Reyes,
que no se preciaron de otra cosa más que ser muy pacíficos, y por
eso se les atrevieron algunos. Otros que de muy religiosos, por
llegar al Reyno de los cielos menospreciaron el de la tierra: y que
por haber sido tan amigos de la paz Cristiana, no movieron guerra
fino contra infieles. Otros por guardar mucha justicia merecieron el
nombre de justos pero fueron poco guerreros. Otros que por su
constancia conservaron bien su Imperio, sin perder nada de lo ganado,
más no pasaron adelante para aumentarlo. Finalmente otros que fueron
muy diestros y venturosos en la guerra, pero en el gobierno de paz
muy descuidados. De manera que entre tantos hallaremos muchos de
nuestros Reyes que florecieron, y fueron muy señalados en alguna de
estas virtudes, pero quien vistiese el arnés de todas ellas, y que
más al
biuo
y para más tiempo que ningún otro las representase todas juntas al
mundo, ni se lee, ni se dice de otros tantos, como de los ínclitos e
invencibles don Hernando III, Rey de Castilla, llamado el santo, y
don Jaime de Aragón primero de este nombre, llamado el conquistador:
los dos de una edad, y consuegros: los dos grandes conquistadores, y
muy iguales en la intención y fines: los dos finalmente que por
haber sido en las virtudes reales, que dicho habemos, singularísimos,
fueron también en los éxitos (
succesos)
de sus empresas felicísimos, más porque las historias de Castilla
tienen muy bien probada su intención y verdad en lo que
admirablemente escriben del mismo Rey don Hernando (de quien también
hacemos heroica mención en esta historia) veamos como a don Iayme le
cupo el así poder hablar del arnés, como vestirle: para que con muy
justo título puedan los dos, junto con el gran ser de sus personas,
partirse la felicidad y gloria de las conquistas de España. Porque
sabemos de don Jaime, como allende de haber sido su concepción y
nacimiento milagrosos, probó su gran bondad en esto, que nunca la
tuvo ociosa, y con haber sido de de los suyos muy perseguido, nunca
les volvió sino bien por mal. Su religión fue cosa diurna, por
haber siempre insistido en echar del mundo la falsa secta de los
Moros, para introducir la verdadera religión Cristiana: como lo
mostró no solo con las nuevas órdenes de religiosos que introdujo
en sus Reynos: pero con los dos mil Templos que fundó para la
sustentación del culto divino. Su justicia fue tanta para con sus
súbditos y para consigo mismo, que con ser de suyo muy
misericordioso, nunca se apartó de ella, y si cayó en alguna
injusticia (sinjusticia) también la purgó con satisfacción
pública. En la constancia fue raro y admirable, pues ni grandes
adversidades, ni malos consejos, ni estorbos de los suyos fueron
parte para que dejase de conservar lo ganado, y llevar siempre
adelante sus empresas. En conclusión su virtud y disciplina militar
fue tan excelente y heroica, que en esta excedió a todos, por tan
grandes
rayzes
de valor como hecho en ella: pues se vio que a los ocho años de su
edad tomó juntamente el
sceptro
de Rey y el estoque y gobierno de la guerra, y no se puede
encarecer
el maravilloso tiento, y más que humana prudencia, con que en los
sesenta y un años que reinó, gobernó juntas las dos cosas. Además
que a los principios, puesto que por las muchas revueltas y
contradicción que halló
en sus dos propios Reinos, los
hubo
casi a conquistar de nuevo: no por esto dejó, pacificados estos, de
pasar a conquistar tres otros de los Moros, con los cuales dobló su
Imperio, y mereció el renombre de conquistador, que todos con muy
justa razón le dieron. Porque con esto llegó a ser el primero que
puso la piedra fundamental, donde comenzó a levantarse el grande
Imperio, y tan extendida monarquía, que ahora (agora) felizmente
vemos de nuestra España. Pues se prueba clarísimamente, que estado
ella como cerrada le abrió la puerta, y dio felicísima salida a los
Reyes sus descendientes, y sucesores para conquistar y ganar los
demás Reynos, que después acá fueron por ellos adquiridos. Porque
si consideramos la entrada y general destrucción que los Moros de
África hicieron por toda España, hallaremos como quedó tan
postrada y oprimida (opresa), que pasaron muchos siglos, antes que se
pudiese cobrar la mitad o poco más de ella y que así por tener
tantos enemigos dentro de casa, como por los circunvecinos de África,
jamás pudieron los
Reyes de Aragón, ni de Castilla emprender
jornada alguna fuera de los límites de España.
Siendo así que
a los Aragoneses y Catalanes, los Moros de África con los de
Mallorca y Valencia: a a los Castellanos, los mismos de África con
los del Andaluzia y Portugal, tenían tan acosados, y como
encorralados dentro sus Reynos: que apenas alzaban la cabeza los
Cristianos para emprender guerra dentro o fuera de España, cuando
luego eran
sobrellos
los Moros: hasta que este invencible Rey vino al mundo a reinar en
Aragón y Cataluña, el cual por haber también ejercitado en su
niñez y mocedad la milicia, y con el favor de su gente
bellicosissima de nuevo sojuzgado y pacificado sus Reynos: a los
veynte años de su edad emprendió la conquista de las Islas Baleares
Mallorca y Menorca, vecinas a sus Reynos, y puestas al paso de
África. Las cuales por estar tan llenas de corsarios señoreaban
aquel mar, robando y quitando la contratación de los Cristianos, y
dando paso a los de África, para que ajuntados con los de Valencia y
Granada, destruyesen los Reynos de Aragón y Cataluña, no perdonando
a los del Andaluzia. De suerte que ganadas por este Rey las dos
Islas, y puestas en ella su gente y armadas, no solo refrenó a los
de África, y alcanzó el pacífico navegar para los suyos, pero
facilitó con esto la conquista que hizo luego del Reyno de
Valencia
, y aun hecha ella acabó la del Reyno de Murcia. Con
este alivio teniendo ya los Reyes de Aragón doblado su Imperio, y
ganado el de la mar, comenzaron a levantar cabeza, y a ser temidos de
los Moros. Y así abierta por aquella parte la puerta de España,
salió luego el gran Rey don Pedro hijo del mismo don Jaime con
grandísimo ejército de Catalanes y Aragoneses pasó en África, y de
allí dio vuelta sobre Sicilia y la ganó, y poseyó del todo. No
mucho después su hijo el Rey don Jaime II, nieto del primero, por su
valor y gran poder por mar, fue investido por Papa Bonifacio para la
conquista del Reyno de Cerdeña.
Acabo
de años
el Rey don Alonso de Aragón
IIII. de este nombre fue a conquistar a Nápoles, y al fin la ganó.
Tras esto en tiempo de sus nietos, habiéndoseles quitado los
Franceses, el católico Rey don Fernando de Aragón le cobró de
ellos, y lo juntó con los demás Reynos de la corona. Este mismo
siendo ya casado con la esclarecida doña Isabel Reyna de
Castilla
, y con la junta de los dos Reynos aumentadas las fuerzas de
entrambos, emprendió la conquista del Reyno de Granada, y con el
gran poder de Castilla lo ganó, y sujeto del todo para ella. De allí
por la bondad divina se le abrió otra mayor puerta para las
Occidentales Indias, y con el valor y constancia de los mesmos marido
y mujer Reyes, y fuerzas de Castellanos sojuzgaron las mayores Islas
que primero se descubrieron de ellas. A estos sucedió su felicísimo
nieto y aguelo de V. Alteza Carlos V. Emperador máximo, el cual en
comenzando a reinar por ejecución de su magnanimidad y constancia
(proprias Virtudes suyas) mandó pasar de las Islas adelante el
descubrimiento de las dichas Indias y parte Occidental, y llegar a la
tierra firme, donde conquistó las dos más ricas y más extendidas
provincias del mundo, que fueron la nueva España, que incluye en si
muchos Reinos y la inmensa región del Perú que contiene cuatro
tantos y se extiende de más acá de la linea equinoccial hasta el
círculo del otro polo antártico en las cuales como Cristianísimo y
pío lo primero fue mandar introducir nuestra santa fé y religión
Cristiana y edificar muchas ciudades como colonias llevadas de
España. Además que no solo el Imperio Occidental, pero también en
los estados de Flandes por su patrimonio con los de Milán por su
conquista, fueron por él aplicados e incorporados en la señoría y
corona de España. De manera que no quedando por fin y remate de
todo, sino lo que mucho tiempo se deseó que la España toda se
juntase en uno, y fuese de un señor: esto vemos claramente como por
la providencia divina se reservó para el mismo gloriosísimo
Philipo, y que lo cumplió cuando habiéndole nuestro señor heredado
del Reyno de Portugal con sus Orientales Indias, entró en él con
poderosísimo ejército y echando de él a los rebeldes lo pacificó
y añadió al universal Imperio de España, y con esto llegó a gozar
de las más alta y más extendida Monarquía que jamás se vio en el
universo, según que de su grandeza y superioridad a todas las demás
que son, y fueron, se hablará más largamente en el libro XIII de
esta historia. Todo para que de aquí pueda colegir V. Alteza, que si
conforme a la sentencia antigua, el principio es más que la mitad de
las cosas, por cuan verdadero cimiento, y glorioso principio de este
tan inmenso Imperio debe tenerse, el que este buen Rey por su parte
(como se ha probado) dejó puesto de su mano: cuan sólido y
firmísimo, pues tiene la verdadera fé y religión Cristiana por su
único fundamento. Además que fue el mismo Rey tan curioso y
solícito del aumento y conservación de sus Reynos, que como por
registro y secreto del verdadero modo de conquistar y conservar lo
ganado, nos dejó escrita y compuesta de su propia mano, como por
comentarios, su historia y vida, aunque en su lengua corta y
peregrina: pero tan verdadera y llena de hazañas, cuanto falta de
elocuencia y ornamento de palabras. Por donde pareciéndome que
pasaba muy adelante el descuido de muchos autores graves, por no
haber puesto las manos en obra tan provechosa, haciendo historia por
si de las cosas de este Rey, siquiera por dar sujeto a su tan
extendida fama y renombre, que van por el mundo como accidentes sin
sustancia, me atreví a ponerla a gesto, y escribirla en las dos más
generales, y más extendidas lenguas que hoy se hallan en el
universo, Latina y Española: En la primera la saqué a luz muy pocos
años ha, y la dediqué a la felice memoria del esclarecido don Jaime
Príncipe (que agora lo es mucho más en el cielo) hermano de V.
Alteza, y que llegó a sus manos la obra, la cual bajo su glorioso
nombre se divulgó por toda la Europa, y entendiendo era accepta a
los extraños, pareciome sería tanto más agradable a nuestra
España, por ser de cosas acaecidas dentro de ella, y así
determiné escribirla segunda vez en esta lengua, por satisfacer a la
importuna demanda de muchos, y mucho más porque V. Alteza gustase
más presto de ella, con fin que de aquel mismo tiempo y niñez que
este buen Rey comenzó a reinar y pelear todo junto; comience V.
Alteza
con tal lectura a entender y aficionarse a lo uno y a lo otro.
Porque si verdad es lo del proverbio que dice, Los niños se
entienden, mayor impresión hará en V. Alteza leer y contemplar por
si mismo las cosas puestas por su orden, que aquel varonil niño
en
su tierna edad hacía, que cuanto le dijeren y recitaren de él a
pedazos sus Ayos y maestros: y así he dejado la historia repartida
en los veinte libros como la Latina, dividiendo cada uno de estos por
breves capítulos, como descansos, para que con menos trabajo y mayor
advertimiento pueda
V. Alteza leerlos. más aunque a los
principios va la historia muy atada con la Latina, de manera que
parece más traducción que historia por si, es tanto lo que se ha
añadido por toda ella, y también mudado y mejorado en muchos
lugares, que deja de ser traducción, y siendo una misma verdad, hace
historia por si en esta lengua. La cual cierto merecía otro estilo
más subido y limado, aunque no más claro (si no me engaño) ni más
acompañado de verdad que el nuestro, y por eso es tanto más digna
de que V. Alteza, y todos los Príncipes del mundo se den a la
lición
de ella, para que de pequeños la tomen por espejo y comiencen a
preciarse de las cuatro más principales y soberanas bondades, o
virtudes que en el verán representadas; de las cuales este sobre
cuantos Reyes ha habido en el mundo se preció más que todos: como
fue de buen hombre, de buen Cristiano, buen capitán, y buen Rey: a
fin que como los mismos Padre y Aguelo de V. Alteza por haber imitado
las pisadas de este buen Rey, valiéndose de sus tan ricas virtudes,
llegaron a poseer medio mundo: así V. Alteza, imitando a los tres,
alcance el otro medio, y después de muchos años de vida el eterno
del Cielo Amen,
Amén.