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domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XXII.


CAPÍTULO XXII.

De lo que hizo Pompeyo en España, y principio de las guerras civiles entre él y Julio César.

Pompeyo Magno, después de muerto Sertorio, apaciguó toda España y la dejó en devoción y obediencia del senado romano; y hecho esto, se volvió a Roma; y en esta ocasión dejó las memorias que de él quedan con nombre y título de Trofeos, que muy largamente describe Compte en su Geografía. En Roma triunfó por las victorias que en España y Francia había alcanzado de los enemigos de Roma, y dejados los ejercicios en que hasta aquella ocasión y en servicio de su patria se había ocupado, casó con Julia, hija del gran Julio César. Era aún recién casado, cuando le nombró el senado gobernador y procónsul de esta provincia, que comenzaba a inquietarse, confiando el senado que la prudencia de Pompeyo y el ser muy amado de los naturales, serían parte para aquietar los humores que se levantaban en daño de la república romana. Sintió mucho Pompeyo este levantamiento, por aguarle el contento del matrimonio y haberse de ausentar de su querida Julia, la cual, por algunas razones que da la ley Observare, De officio Proconsulis, no quiso llevar consigo en el gobierno, el cual le fue dado por cinco años, con gran cantidad de dinero, provisiones, bastimentos, armas y otras cosas necesarias para la guerra. Nombró Pompeyo tres legados, que fueron Lucio Afranio, Marco Petreyo y Terencio Varron, a quienes mandó pasar en su nombre a España, quedándose él en Roma con su querida Julia, porque sentía a par de muerte haberse de apartar de ella, porque la amaba en extremo, aunque gozó poco de ella, porque murió presto, con grande desconsuelo del marido. Esta muerte de Julia dio ocasión que se fuesen descubriendo los odios y envidias que había entre César y Pompeyo, que de secreto cundían; pero por razón de la afinidad se disimulaban todo lo posible. Pompeyo era muy poderoso y bien quisto (visto, querido : quisto) en Roma, y César no lo era menos; y de aquí se originaron las guerras civiles, que fueron de tan pésima calidad, que del todo destruyeron la república e imperio romano, que hasta aquel tiempo tanto habían florecido. La ocasión y principio de esta guerra fue envidia y ambición y codicia de mandar, todo fundado en vanagloria, pasiones de que ambos eran muy tocados.
a Pompeyo era sospechoso el poder de César, y a César pesaba la autoridad y
dignidad de Pompeyo; este no quería igual, ni César superior; y como si el imperio romano no bastara para saciar la codicia de los dos, pelearon por él, así como si no fuera suficiente para el uno de ellos. Pretendió César el consulado, y decían los pompeyanos no poderlo, por estar ausente; y César no quiso presentarse en Roma, como era costumbre, por no dejar los ejércitos que tenía a su cargo, con que confiaba alcanzar el mando e imperio, a que llegó pocos años después; antes bien procuró con muchas diligencias que Pompeyo dejase los que él tenía en España; y viniera en ello, sino por sus amigos, que se lo desaconsejaron. Era el bando de Pompeyo muy poderoso, y no tanto el de César; y prevaleció en el senado, que se mandara a César que dentro de ciertos días dejase su ejército, y que no pasase el río Rubricon (Rin, Rhein ?) con él, porque era el término y límite de su provincia, que dividía Italia de Francia, y si lo hiciese, quedaba declarado enemigo del pueblo romano; pero todo esto no le atemorizó, antes bien llegó con él a las orillas de aquel río, y consideró que de no pasarle se seguía la destrucción y ruina de él y de su casa, de pasarle, la de la república romana. Prefirió su útil y provecho, y diciendo aquellas palabras tan sabidas: Eamus quo deorum ostenta, quo inimicorum iniquitas vocat; jacta esto alea (se conoce más: alea jacta est); vamos a donde los dioses y la iniquidad de mis enemigos me llaman, que echada está la suerte; luego le pasó y se fue a Roma, donde se hizo nombrar cónsul, y abriendo el erario, esparció todo el dinero que había en él con los soldados, haciéndoles larga paga de aquel dinero que no era suyo; y Pompeyo, confiado de los legados que tenía en España, pasó a Macedonia, con pensamiento de juntar allá grandes poderes para resistir a César, el cuál, cuidando poco de otras cosas, con su acostumbrada celeridad y presteza pasó a España, para pelear con los legados y gente de Pompeyo, hasta vencerlos y echarlos de ella, con pensamiento que, salidos ellos, le sería fácil apoderarse de todo el imperio y señorío romano; porque el mayor impedimento que hallaba, era esta gente de armas que Pompeyo tenía en España: y veníale muy bien estar ausente Pompeyo, el cual entre otras cosas que hizo muy poco acertadas, fue esta de pasarse a Macedonia, teniendo todas sus fuerzas en España, y perdidas aquellas, quedaban él y todas sus cosas en un infeliz y desdichado estado.
De esta venida de César tuvieron noticia los capitanes de Pompeyo, por medio de Bibulio Rufo, que llevaba órdenes de Pompeyo de lo que habían de hacer para resistir a César, a quien de cada día aguardaban en España. Tenían los legados de Pompeyo dividido el gobierno de España: Lucio Afranio gobernaba la Citerior, que es la Tarraconense; Terencio Varron, desde Sierra Morena hasta Guadiana, y Marco Petreyo, toda la Andalucía y Lusitania; y para mejor resistir el poder de César, Petreyo, con toda la gente que pudo llevar, se fue a juntar con Afranio, y hecha reseña, hallaron tener treinta mil soldados romanos de a pie y dos mil de a caballo, y ocho mil infantes españoles y cinco mil de a caballo, que eran todos cuarenta y cinco mil hombres. Estos, llegados a Cataluña, se alojaron por los pueblos ilergetes, junto a la ciudad de Lérida y a orillas del Segre, escogiendo aquella ciudad por lugar a propósito para aquella guerra, y de donde les pareció poder defender toda la tierra; y para impedir la entrada de César, enviaron algunas compañías a los montes Pirineos, y se alojaron por el collado del Portús entre el Rosellón y el Ampurdan, y en el lugar donde está hoy el castillo de Bellaguarda; y Lucio Afranio se metió en Castellon de Ampurias, confiando resistir el poder de César, cuya venida no podía tardar mucho. En esta ocasión llegó Cayo Fabio, legado de César, con bastante número de soldados, para desembarazar los pasos de los Pirineos; y fue su venida de tan grande fruto, que los soldados y gente de Pompeyo dejaron sus puestos y se retiraron a Lérida: y Fabio no entró, sino que les fue siguiendo, sin hallar contrario alguno, y se alojó a vista de Lérida, sobre el río Segre; y para poderle pasar con comodidad, labró dos puentes de madera, una junto a su real y otra no muy lejos de la ciudad de Balaguer, para poder pasar por ellas las bestias y ganados del real, para apacentarse por los extendidos y dilatados campos de Urgel, porque las pasturas que eran de la otra parte, sobre Segre, ya eran consumidas. Pasó esto en los meses de abril y mayo, tiempo en que suele haber en aquel río grandes avenidas, porque se derriten las nieves de los montes y sierras por donde pasa aquel río, que notablemente le hacen salir de madre. Un día había enviado Fabio por la una de estas dos puentes, más cercana a Lérida, dos legiones para que guardaran los ganados que habían de pasar después de ellos; pero no fue posible, porque una súbita avenida, después de pasados los soldados y antes que pasaran los ganados, se llevó la puente que había sufrido demasiado peso, y los pedazos de ella, que iban río abajo, dieron noticia a Afranio como la puente quedaba rompida, y supo luego por sus espías, como la gente de Fabio quedaba atajada debajo Segre, sin poder pasar el río. No quiso Afranio perder esta ocasión, y luego envió sobre la gente de César cuatro legiones y todos sus caballos. Lucio Planco que era cabo de las dos legiones, temió la caballería y se retiró a un alto y se fortificó como mejor pudo, porque no tuvo tiempo de pasar a la otra puente que estaba hacia Balaguer (hombre, hay un trocito desde Lérida a Balaguer); y allá en aquel alto sufrió el ímpetu de la gente de Pompeyo, con alguna pérdida de la suya; y perecieran sin duda las legiones si Fabio no enviara de presto dos de las que le habían quedado para socorrer a Planco; y estas pasaron por la puente más cercana de la ciudad de Balaguer, porque se persuadió que los de Afranio no dejarían aquella ocasión en que podían hacer grande daño a los que habían salido: y es cierto que lo hicieran, si Fabio no acudiera; y toda la gente de César quedó muy maltratada, aunque el mismo César, contando esto, lo disimula.

CAPÍTULO VII.


CAPÍTULO VII.

De la venida de los Romanos. Sucesos y guerras entre ellos y los Cartagineses.

El poder de los cartagineses era tan grande en España, y se iba de cada día acrecentando, que la república romana, émula y enemiga capital de ellos, conoció cuán floja y mal mirada había sido en dar lugar a que mejorasen tanto sus hechos en España, y acordó de mirar en todas las ocasiones se ofreciesen, cómo podría remediar su negligencia y descuido pasado, buscando algún color con que los atajase; y porque sabia que en España había tales aparejos de gentes y voluntades, que pondrían ánimo a los cartagineses para volver a cobrar lo que les habían quitado los romanos en las islas de Cerdeña y Sicilia, de cuya pérdida, aunque lo disimulaban, habían quedado muy lastimados, sin duda Roma quisiera principiar el estorbo que quería hacer a la potencia de los cartagineses en España, si no tuviera información en este mismo tiempo de que los franceses de tras los Alpes se querían juntar con los galos cisalpinos, que es lo que hoy decimos Lombardía, para sojuzgar y destruir del todo la república romana. Por acudir a tan gran peligro, no pudieron estos romanos al presente comenzar en España lo que intentaban contra los cartagineses, pero probaron lo que pudieron, según las otras ocupaciones les daban lugar; porque primeramente renovaron las concordias antiguas con la misma Cartago, porque sabían que si ella y los franceses acometían a la par, no pudieran defenderse. a más de esto, procuraron muy en secreto buscar algunas entradas en España, enviando mensajeros a Marsella; y aunque con otro color, pero el fin de la embajada era para tratar por medio de ellos liga y confederación con los de Empurias, villa principal en Cataluña, no lejos de los montes Pirineos, donde comienza el principio de España y que era la cabeza y más principal pueblo de los Indigetes, que estaban entre cabo de Creus y la ciudad de Gerona. Por medio de los de Empurias, y a su instancia, se concertaron los de Sagunto y Denia. Holgaron todos de la amistad de Roma, por la fama de su buena fortuna y de la fé, bondad y virtud que mantenía a sus amigos, lo que no era en los cartagineses, que a trueque de hacer su negocio, no guardaban la palabra sino en cuanto les convenía para sus provechos y no más. De esta manera entraron los romanos en España a los 528 años de la fundación de Roma y 224 antes de la venida de Jesucristo señor nuestro: y fue tan grande el contento que tuvieron los romanos de esta entrada, que no se pueden contar las gracias que por ello hicieron a sus dioses, de alcanzar parte en tierra tan rica y llena de hombres discretos y valientes; y confiando los romanos de tal nación, tuvo ánimo aquella república para enviar su embajador a Cartago, para pedir y saber si la destrucción de Sagunto había sido orden del senado cartaginés, o acción sola de Aníbal, porque estaban los romanos muy agraviados de aquello, por ser los saguntinos confederados y amigos suyos y tocarles la defensa y amparo de ellos; y después de diversas satisfacciones que dieron los cartagineses a los embajadores romanos, que más parecían escusas que otra cosa, cuenta Tito Livio, que habiendo oído el embajador romano las razones de un cartaginés, escusando el estrago que los suyos habían hecho en Sagunto, tomó una parte de su toga, y la plegó haciendo un seno, y les dijo a los de aquel senado: «Aquí dentro os traemos la guerra y la paz: escoged y tomad de estas dos cosas la que más quisiéredes;» y no espantados de esto los cartagineses, le dijeron a grandes voces, que lo que más quisiese; y el embajador romano, desplegando el seno que había hecho de su vestidura, les dijo que les daba la guerra, y ellos respondieron que la aceptaban, y que con el mismo corazón que la recibían la entendían proseguir. Salieron los embajadores de Cartago y vinieron a España, porque esta era la orden que llevaban, para solicitar las ciudades que quisiesen tener su parte y apartarlas de la amistad de los africanos; y dice Livio, que llegaron primero a unos pueblos llamados Bargusios, de quienes fueron muy bien recibidos: Ad Bargusios primùm venerunt, à quibus benignè accepti. Eran estos pueblos de Cataluña, según dicen Florián, Pujades y otros; y tengo por cierto que eran los de Balaguer y sus contornos, por hallar que Tolomeo entre los pueblos Ilergetes pone en primer lugar un pueblo llamado Bergusia, al que el autor que tradujo la Geografía de Tolomeo en lengua italiana dice ser Balaguer: y no va esto fuera de camino; pues dice Beuter, que ya antes de la destrucción de Sagunto los romanos tenían confederados muchos de los pueblos (que) estaban entre el río Ebro y los Pirineos, aunque se ignora qué romano pasó primero en estas partes, o cómo se introdujeron estos conocimientos y confederaciones; y no faltan algunos que dicen haber pasado algún romano llamado Curcio, que dio el nombre al río de Noguera Ribagorzana (Ripacurcia, Ribagorça, Ribagorza, Ripacurçia, etc), que pasa por medio de los pueblos Ilergetes y viene a desaguar en el río de Segre entre las ciudades de Balaguer y Lérida, en la región o términos donde estaban estos pueblos Bargusios y la ciudad Bargusia, a quienes quedó tal amor y buena voluntad al senado y pueblo romano, que sus embajadores no hallaron en su primera entrada otros pueblos que los recibiesen con mayor amor y muestras de buena voluntad que estos, por lo mucho que estaban cansados del mando y gobierno de los cartagineses, que eran muy aborrecidos de todos aquellos españoles, creo yo que por la crueldad hecha en Murviedro (muro verde), cuya fama sonaría ya por la región de ellos y por otras muchas, o por algún agravio de que estarían sentidos de tiempo pasado cuando los cartagineses procuraban meter sus gentes por aquellas tierras. De aquí pasaron los embajadores romanos a Aragon, en una región a partida de tierra que llama Livio Volcianos (o Voloianos), de quien no se halla memoria en los cosmógrafos antiguos; pero, según se conjetura, caían aquellos pueblos o gentes en la Celtiberia y en la parte más vecina de los Bergusios. Llegados aquí los embajadores romanos, no fueron tan bien recibidos como ellos pensaban; porque les dieron tal respuesta, que fue divulgada por toda España, y fue causa que todos los otros pueblos se apartasen de la amistad de los romanos; porque después de haberles los embajadores romanos propuesto su embajada, se llevaron uno de los más principales, quien les dijo:
«¿Qué vergüenza es esta vuestra, romanos, que andeis pidiendo que antepongamos vuestra amistad a la de los cartagineses, habiendo sido los saguntinos más cruelmente vendidos por vosotros, que destruidos por los cartagineses? Id allá a buscar amigos, donde no se sabe la perdición de Sagunto, que siempre será lamentable ejemplo para que ninguno se fíe más en la fé y compañía de vosotros;» y así les mandaron salir de su comarca, y dice Livio que no hallaron mejor respuesta en ningún pueblo de España.
En este estado estaban las cosas de los romanos en España, cuando en Roma se armaban naves a toda prisa y hacían soldados para pasar acá, y valiéndose de los amigos y de otros que confiaban de nuevo ganar, resistir a los cartagineses hasta del todo echarles de ella, y vengar los agravios y sinrazones que habían hecho a los saguntinos, amigos y confederados del pueblo romano. Aunque estas armadas y levas de soldados eran notorias a los cartagineses, pero no sabían ni atinaban para qué tanto aparato de guerra y tanto soldado, ni juzgaban dónde habían de descargar tales nublados, y todos estaban advertidos. Estando con esta duda y suspensión en España, que era la parte para donde menos pensaban hacerse aquellos aparatos, descubrieron una mañana en el mar de Cataluña copia de navíos largos a manera de galeras bastardas, bien armadas y puestas a punto de guerra, hasta número de setenta, que doblaban el cabo de Creus y se encaminaban al golfo de Rosas, enderezando su camino, a lo que se podía conjeturar, hacia Empurias. Traían en la delantera cuatro galeotas de Marsella, las cuales, como fustas amigas y conocidas ya de los emporitanos, se adelantaron para sosegarlos, si por casualidad tuvieran algún recelo de ver esta flota que se les acercaba, certificándoles ser gente romana, que venían no solo para defender a los amigos y confederados viejos que tenían acá, sino para tomar otros nuevos y echar fuera de España a los cartagineses con su capitán Asdrúbal y otros que la tiranizaban. Venía por capitán general un caballero romano llamado Neyo Scipion, por sobre nombre Calvo, hermano de Cornelio Scipion, que era uno de los dos cónsules que aquel año regían la república romana. Entrado ya Neyo Scipion con su armada por el golfo de Rosas, llegaron a Empurias, y allí, con la seguridad y buena relación que les trajeron las galeotas marsellesas, fueron alegremente recibidos, y saltaron en tierra sin
alguna contradicción ni embargo.

CAPÍTULO XVIII.


CAPÍTULO XVIII.

Estado de las cosas de España, y de los gobernadores que vinieron a ella; presa de Corbins y Arbeca, pueblos ilergetes.

La pérdida de las décadas de Tito Livio ha oscurecido casi lo mejor de los hechos de nuestros ilergetes y de los demás españoles, y puesto en olvido lo que aconteció por estos reinos; de donde viene que todos los que escriben de estos tiempos, pasan tan de corrida, como cosa de que no tienen nada que decir ni afirmar con certeza. No dudo yo que después de haber pasado todo lo que queda dicho, quedarían herederos y descendencia de Belistágenes o de su hijo, príncipes de los ilergetes, que poseerían en devoción del pueblo romano aquellos pueblos; pero tengo también por cierto, que esta devoción no sería de mucha durada, porque estaban los romanos tan deseosos de tener guerra con Ios españoles, y por ocasión de ella merecer triunfos, ovaciones, coronas, adquiriendo riqueza y reputación, que ellos mismos aborrecían la paz y sosiego; y eran tantas las sobras y tiranías que usaban con los españoles, que ellos mismos eran causa y ocasión que cada día hubiese levantamientos y tomasen las armas contra ellos, para librarse del yugo tan pesado en que estaban metidos; pero el fruto y provecho de estos levantamientos y empresas no era para ellos, sino para los romanos, que, con título de rebeldes al senado y pueblo romano, de fementidos y perjuros, les quitaban la hacienda, tomaban los pueblos, y a veces los vendían por esclavos, y ellos quedaban ricos, atrayendo a si todo el oro y plata que podían, para meterlo en Roma en sus triunfos y ovaciones, ganando reputación entre los suyos y buen nombre en aquella ciudad; y lo que más era de lamentar fue, que jamás tuvieron los romanos guerra en ninguna provincia de España, que, para sojuzgarla, no se valiesen de la gente de otra provincia de España; y era tal la desdicha de los nuestros, que jamás se supieron unir y juntar todos, y hacer un cuerpo para echar a los romanos, porque si así lo hicieran, es cierto que quedaran libres de enemigos tan continuos, codiciosos y pesados; pero la poca confederación y discordias de los nuestros, admitió los extranjeros, y aún los engrandeció: y esta ha sido siempre la felicidad de las naciones bárbaras que han llegado a España, de cartagineses, romanos, godos, moros y otros, que nunca les ha faltado el favor y socorro de los naturales, que son los que después lo han llorado, cuando la experiencia les ha enseñado ser imposible el remedio.
Sucedió a Marco Catón en el gobierno de Cataluña, que era provincia de la España Citerior, Sexto Degio y de la Ulterior Publio Scipion Nasica, que era hijo de Cayo Neyo Scipion, aquel de quien queda dicho que murió a manos de Mandonio e Indíbil y sus ilergetes. Sexto Degio tuvo algunos encuentros con los vecinos del Ebro que, cansados de los inmoderados y excesivos tributos que les pedía, tomaron las armas diversas veces con gran daño de sus romanos; y si no le valiera Scipion, que estaba en Portugal, quedara del todo perdido y acabado. a estos sucedieron, Cayo Flaminio en la Citerior, y Marco Fulvio Flavio Nobilior en la Ulterior; y respetando Flaminio el valor de los españoles, porque no tenía el ejército ni el poder que los otros procónsules habían tenido, no solo conservó la paz con ellos, sin hacerles sobras ni agravios, pero a sus armas más presto volvió las espaldas que la cara. Después de estos vino Lucio Emilio Paulo y el mismo Marco Fulvio fue confirmado otra vez, y gobernaron los años 189 y 188 antes de Jesucristo señor nuestro. Al año siguiente tuvimos a Publio Junio y Plaucio Hipseo: a estos fueron sucesores Lucio Manlio Acidino y Cayo Atinio, que gobernaron los años 186, 185; y los años siguientes de 184 y 183 fueron nombrados en Roma Lucio Quincio Crispino para la Ulterior, y Cayo Calpurnio Pisón para la Citerior; y en el entretanto hubo algunas revoluciones en Portugal, do murió Cayo Atinio que gobernaba aquella provincia (Lusitania), y Acidino tuvo guerra con los celtíberos, junto a Calahorra; y si no
llegara un poderoso ejército de tres mil soldados de a pie y doscientos de a caballo, todos romanos, y veinte mil infantes y trescientos caballos latinos, lo pasaran mal.
En el año siguiente fueron nombrados Aulo Terencio Varron para la Citerior, y P. Sempronio Longo para la Ulterior: a estos dio el senado cuatro mil soldados de a pie y cuatrocientos de a caballo, todos romanos, y cinco mil infantes y quinientos caballos latinos, para que con esta gente y caballos reformasen los ejércitos de España, y enviasen los soldados viejos a descansar, según era estilo de aquella república, que nunca olvidaba el premio ni descanso de los que bien habían servido. En tiempo de este Varron, los vecinos de Corbins, pueblo de los ilergetes, que está en un alto donde se juntan Segre y Noguera Ribagorzana, cansados de los romanos y de su insaciable codicia, tomaron las armas para librarse de ellos, y lo mismo hicieron otros pueblos vecinos, aunque lo calla Livio, y solo dice de Corbins. Sus palabras son estas (1: Liv., lib. 39, c. 42. ): Aulus Terentius in Suessetanis oppidum Corbionem vineis et operibus expugnavit, captivos vendidit; quieta deinde hiberna et citerior provincia habuit. Dice que Aulo Terencio, por fuerza de armas, con torres y cavas que hizo alrededor de ellas, tomó la villa de Corbion y vendió por esclavos todos los que tomó vivos. Por haber hecho mención en este lugar de la palabra vineis, explica lo que es este instrumento y dice fray Gerónimo Román en su República, que hoy llaman gato y los latinos vinee o vineas,
y era hecho de esta manera: tomaban madera lijera y delgada y tablas, y armaban una como tumba ancha, de ocho pies de altura, y de largo diez y siete; estaba muy llena de aldabas y asas; cercábanla y guarnecíanla por los lados de mimbres, porque aunque tirasen muchas pedradas y golpes, no se rompiese. Iba guarnecida y cubierta de pieles de animales recién muertos, y estos muy doblados, porque si acaso viniese fuego, no lo pasase fácilmente; y puestos dentro muchos hombres, iban con sus artificios muy apriesa, y llegando a los muros, los minaban y daban con ellos en tierra. Hacen mención de esta máquina Propercio, Vegecio, Lipsio y otros. Asímismo dice Livio, que vendió por esclavos a todos aquellos que cogió vivos en aquella ciudad. El modo como se hacían estas ventas era, que sacaban en lugar público a los que habían de ser vendidos, y les ponían guirnaldas en las cabezas, y con esta señal daban a entender que eran cosa de la república, para que los comprasen de mejor gana, por la seguridad grande que había en la venta; y esto era lo que dice Livio en otro lugar sub corona vendere. Asímismo a estos esclavos, para que fuesen más vistosos, les ponían en pie sobre una piedra algo levantada, y a los que eran vendidos así, decían que erant de lapide empti, esclavos comprados de encima la piedra; y si los tales eran ultramarinos, les pintaban los pies de una pintura o engrudo blanco, para que el que compraba supiese lo que compraba; y asímismo, cuando vendían otras cosas, hincaban una lanza en el lugar donde se hacía una almoneda, y a este tal modo de vender las cosas llamaban subhastare (sub+hasta o asta), que es lo mismo que ponellas debajo de la lanza o vendellas debajo la lanza o debajo la guirnalda. Con esta presa de Corbins quedó muy sosegada esta parte de Cataluña, y en todos los pueblos ilergetes nadie le osaba mover, escarmentados todos con el castigo que había hecho Terencio con los de aquella villa, el cual se quedó en Cataluña, donde invernó (se dice que dijo: recullòns, quína rasca fot), aunque después no le faltaron encuentros con los celtíberos, junto a Ebro, donde les tomó algunos pueblos.
Lo que aquí se puede dudar es, si este pueblo Corbion es Corbins; porque de las palabras de Livio se echa de ver claro que era en los suesetanos, región diferente, aunque muy cercana de los ilergetes, y Corbins, como hoy se ve, está entre Lérida y Balaguer, a la orilla de los ríos Segre y Noguera Ribagorzana, que es en medio de los pueblos ilergetes. Seguiré en esto la opinión de Gerónimo Pujades (1: Lib. 3, cap. 52. ), que siente ser Corbins, y siguiendo a Florián de Ocampo, halla que los ilergetes y suesetanos eran muy vecinos y rayaban en la vuelta del septentrion con los vascones, en cuya región moraban las suesetanos, que tomaron el nombre del pueblo de Sangüesa, que antes se llamaba Suesa, según parece en cartas públicas y privilegios que dice haber visto aquel autor, concedidos por el rey de Aragón y Navarra, donde está aquel pueblo; y así fue muy posible por razón de la vecindad, como vimos a Indíbil valerse de los suesetanos, como de vecinos que le eran, siempre que quisiese; y fue fácil cosa a Livio meter a Corbins en los suesetanos, extendiendo los límites de ellos hasta Segre, entendiendo que Corbion estaba en su distrito; y hácese más creíble esto, porque, entre los pueblos del reino de Navarra y merindades de ella no hallo ninguno que se llame Corbion, ni aun le sea semejante en el nombre, y es muy fácil a los autores forasteros, como era Tito Livio, alargar o estrechar los términos de las provincias, escusados de no haber estado en ellas.
Esta presa de Corbins fue año de 181, y el año después entró Varron triunfando en Roma, y llevó en el triunfo gran tesoro. Terentius, qui ex Hispania decesserat, ovans urbem iniit. Translatum, argenti pondo IX millia CCCXX; auri LXXX pondo, et duae coronae aureae pondo LXVII, que, según el traductor de Livio, eran mil trescientas libras (pondo, pound) de plata, ochenta y dos de oro, y sesenta y siete que pesaban las coronas del mismo metal; y Ambrosio de Morales, que lo reduce a la moneda de ahora, dice que las dos coronas de oro pesaban valor de setecientos ducados, y lo demás subía a valer poco menos de cien mil ducados; do se echa de ver la riqueza que había en España, pues no habiendo hecho otras conquistas, ni tenido otras victorias, sino esta de Corbins y otras de los celtíberos, llevó tanto tesoro a Roma.
En este mismo año fueron pretores en la España Citerior Quinto Fulvio Flaco, y en la Ulterior Publio Manlio. La primer cosa que hallamos haber hecho Fulvio Flaco, fue poner cerco en un lugar fuerte en los pueblos ilergetes llamado Urbicua, que hoy llamamos Arbeca, a fines del llano de Urgel (lo pla de Urgell), no lejos de los montes de Segarra, muy señalado por el insigne alcázar (alcássar, al-qasr árabe, que vinieron después) que tenían en él los duques de la casa de Cardona, señores que fueron de aquel pueblo y baronía. Los de este pueblo debían haber hecho algún gran movimiento, pues obligó a Flaco que luego diera sobre él: túvolo cercado muchos días, y le dio muy recios combates, y en ellos perecieron muchos romanos, y vinieron para socorrerle muchos celtíberos; pero no fueron poderosos para hacer alzar el cerco, aunque hubo muchas peleas y escaramuzas, porque siempre hallaron brava resistencia, y perecieron muchos romanos y otros quedaron heridos; y los celtíberos de cansados se volvieron, porque no se sentían con fuerzas para valer a los cercados, aunque hicieron todo lo que les fue posible, y así la ciudad fue tomada, saqueada y del todo destruida, y los despojos de ella dio el pretor a los soldados. Así lo cuentan todos, sacándolo de Tito Livio (1: Liv., lib. 40, c. 16. ), cuyas palabras son estas:
Fulcium Flaccum, oppidum hispanum, Urbicuam nomine, oppugnantem, Celtiberi adorti sunt: dura ibi proelia aliquot facta; multi romani milites et vulnerati, et interfecti sunt. Victi perseverantia Fulvii, qui nulla vi abstrahi ob obsidione potuit, Celtiberi, fessi proeliis variis, abcesserunt. Urbs, amoto auxilio eorum, intra paucos dies capta et direpta est; praedam militibus praetor concessit. Ha parecido traer estas palabras, para deshacer la opinión de algunos, que han afirmado que Arbeca era en la Celtiberia, lo que no dice Livio, sino que los celtíberos la socorrieron, aunque Pujades no quiere que Urbicua sea Arbeca, sino un pueblo llamado Ciutat, que está más abajo de la Seo de Urgel, en la ribera del Segre, en un alto, o Ciutadilla, que está (a) dos leguas de Arbeca, no muy lejos del monasterio de Poblet (1).
Alcanzada esta victoria, prosiguió este pretor su gobierno, que para la España tarraconense fue harto peor que una peste; pues en algunas batallas que tuvo con los españoles, afirma Paulo Orosio (2), natural de Tarragona, autor muy antiguo y grave, que en la España tarraconense mató veinte y tres mil hombres y cautivó cuatro mil; y Ambrosio de Morales, que lo saca de Tito Livio, dice haber muerto treinta y dos mil celtíberos, presos diez mil y novecientos caballos y ciento sesenta y dos banderas, lo que no hubiera sido, si no le hubieran favorecido otros españoles amigos suyos, que esta fue, como dije, la desdicha de estos reinos, que siempre tuvieron los romanos de su parte españoles por amigos, con cuyas fuerzas vencieron y destruyeron a los otros que estaban en desgracia de los romanos, y siempre salió de nosotros mismos el astil con que fuimos cortados.

(1) Pujad., lib 3, c. 53.
(2) Oros., lib. a, c. 20, in fine.

domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXVI.

CAPÍTULO XXXVI.

De los obispos que ha habido en Lérida y Huesca, ciudades principales de los pueblos ilergetes.

(1) Deben leerse con desconfianza todos estos episcopologios: quien desee más amplias y más seguras noticias, consulte el Viage literario de Villanueva, la España sagrada, y otras obras que tratan ex profeso de la materia, que nuestro autor hubo de tocar tan sólo incidentemente, y aun, como hemos dicho, sin tiempo para corregir lo escrito.

Tratando en esta historia de las cosas más excelentes y más notables que hallo en los pueblos ilergetes, quedo obligado, como a parte principal, tratar de los obispos que ha habido en tres ciudades de ellos: estas son Urgel, Lérida y Huesca. De los de Urgel pienso tratar en sus propios lugares, por estar muy mezclados los hechos de los obispos y de los condes. De los de Lérida y Huesca pienso hacer aquí dos catálogos; el de Lérida más largo y más cumplido que el de Huesca, porque de los primeros no hallo más memoria de la que anda en un sínodo que juntó en dicha ciudad su obispo don Francisco Virgilio, y aún faltan algunos que han llegado a mi noticia, a más de los que están en aquel catálogo. De los de Huesca solo los nombraré, y si importa hacer de alguno de ellos, para mejor inteligencia de esta obra, mención, lo haré; porque de lo demás que pudiera decir, hallará cumplida narración el lector en la historia de Huesca, que con mucha erudición y aplauso de todos ha sacado a luz Francisco Diego de Aynsa e Iriarte hijo de ella. Es tanta la honra y lustre que recibe una ciudad por el obispo, que no puede un pueblo llamarse propiamente ciudad, no habiendo en ella obispo (o McDonald´s hoy en día); cuya dignidad la ennoblece del modo que se puede llamar imperial, por gozar de privilegios imperiales, como lo dice el jurisconsulto Alejandro; y por ser de la primera y de las mejores de la Iglesia, que tuvo principio de los santos apóstoles, fray Gerónimo Román, en su República Cristiana, dice que es orden, y fúndalo en que la Iglesia romana, en la primera colecta que canta el viernes santo, que es por el papa dice: «Roguemos por nuestro beatísimo papa N., para que Dios, que lo puso en el orden de los obispos, etc. »; que ser patriarca, primado y arzobispo, no es sino oficio y cargo, aunque al fin todos son obispos, y tanto quiere decir obispo como vigilante u hombre que mira sobre la grey: y este nombre obispo era muy usado entre los romanos, y era magistrado en la república, y su cargo era cuenta de la provisión común de la ciudad, así de pan como de otras cosas; y parece en el Digesto en el título De muneribus et honoribus, ley últ., § 7; y Cicerón, en la epístola XI del libro séptimo Ad Atticum, hace memoria de este magistrado con nombre de obispo; y después los cristianos lo tomaron para los prelados que rigen las Iglesias, y a ellos pertenece la jurisdicción de todos los clérigos de su diócesis, y aun antiguamente los monjes les estaban sujetos; pero después se eximieron: y comunmente son más los obispos que los patriarcas, primados y arzobispos; porque en cada ciudad ha de haber un obispo, según se saca de muchos concilios y decretos, y no se permite que en lugares y villas ruines haya obispos, porque no sea estimada en poco la dignidad. En Italia hay muchos, porque hay muchas ciudades; y en España no hay tantos de gran parte, porque no hay tantas ciudades; y comunmente estos son más ricos que aquellos, porque tienen más súbditos, y aun obispos hay que tienen dos ciudades, como en Cataluña el de Urgel, que tiene la ciudad de Urgel que se llama Seo de Urgel, y la ciudad de Balaguer; y el de Vique, que tiene las ciudades de Vique y de Manresa; y esto porque sea mayor la renta de la mensa episcopal, y se puedan tratar con el fausto y ostentación decente a tan alto oficio, y dar largas limosnas a los pobres, y sean más estimados de los seglares y respetados de sus súbditos; y por esto nuestros pasados dieron a las Iglesias y prelados muchas jurisdicciones, rentas y vasallos de que en el día de hoy gozan, ilustrando con ellos su persona y oficio; y así podemos afirmar que de las ciudades más principales de España son Lérida y Huesca y la Seo de Urgel, pues muy pocas tuvieron obispos antes que ellas.
De la de Urgel es muy posible san Tesifonte nombrase su primer obispo: de las otras dos tengo por cierto que los tuvieron al principio que España recibió la fé católica con la predicación del apóstol Santiago, aunque no tenemos de Lérida noticia hasta el año 268 de Cristo señor nuestro, de san Licerio; y de los de Huesca no tuvimos noticia hasta Vincencio, que lo fue el año 553; pero es cierto que antes de estos hubo otros de que no nos queda noticia, como acontece a las Iglesias de Toledo, Zaragoza y otras, que ignoran muchos de sus antiguos y primeros prelados y pastores; y san Ildefonso en sus Claros Varones se queja del descuido de los antiguos en escribir los nombres de los obispos; y así no será culpa mía en estos episcopologios de estas tres Iglesias, pasar largos años, y aun centenares de ellos, sin nombrar los obispos que fueron en estos tiempos; porque es sabida la falta que tuvimos de escritores de aquellos tiempos y poca curiosidad que había en ejercicios de letras, porque sabían más valerse de las lanzas para sacar de España los enemigos, que de plumas para dejar memorias de sus hechos; y así, tomándolo de los episcopologios de Lérida y Huesca, y de lo que dejaron escrito Padilla y se halla en los concilios y en otros libros, diré lo que he visto, con deseo que el curioso y deligente que hallare otras noticias las ponga en su lugar, supliendo y enmendando aquello en que aquí hubiere falta o yerro.

Catálogo de los obispos de la ciudad de Lérida.

El primer obispo que hallo de esta ciudad fue el glorioso san Licerio, del cual, aunque en el episcopologio que sacó a luz, en un sínodo que anda impreso el año 1618, el obispo don Francisco Virgilio, sucesor de este santo, no haga memoria, ni menos en la tabla de los días feriados de la corte de aquel obispado, ni fray Vicente Domenech hable de él en su Flos Sanctorum de santos de Cataluña; con todo, no ha querido Dios se perdiese del todo la noticia de él, porque Dextro la da en el año 268, y dice: Init sedem *ilerdensem S. Licerius, vir sanctisimus, ad quem missit litteras Paulatus, episcopus Toletanus. Que san Licerio, varón santísimo, fue el primer obispo de Lérida, y que Paulato, obispo de Toledo, le envió cartas: y después, en el año 311, dice el mismo autor: Concilium Toleti contrahitur, in defensione illiberitani: Sanctus Licerius, episcopus carensis vel carinensis, (suena como Cariñena) in Hispania, Ilerdae, (hoy en día se pronuncia con esta ae : e final: Lleidae : Lleide, por los autóctonos, como Tortosae, y en la provincia de Zaragoza: Favara : Favarae, Maella : Maellae) celebratur, quò translatus fuisse dicitur cum sede: y el Martirologio romano, a 27 de agosto, dice: Ilerdae, in Hispania Tarraconensi, Sancti Licerii, episcopi: y Marieta en sus Santos de España, dice: «Reza la Iglesia de Lérida de este santo obispo Licerio y confesor, a los 27 del mes de agosto;» y Alfonso de Villegas dice: “De san Licerio, obispo y confesor, reza la Iglesia de Lérida a 27 de agosto.” Fue este santo obispo Carense o Carinense, y de aquí pasó a Lérida con su Iglesia, de suerte que el obispado Carinense o Carense fue transferido a Lérida, y san Licerio, que era obispo de este obispado, lo fue de Lérida, y de aquella hora adelante Lérida fue hecha silla episcopal como hoy lo es, y no sabemos que en la que dejó san Licerio fuese puesto otro obispo, ni aun podemos atinar dónde era.
El emperador Antonino en su Itinerario, hace mención de Care y le pone inter Siminium et Cesaraugustam; y Plinio, lib. 3. cap. 3., dice: Carenses populos, in Hispania, complutensibus proximos esse. Y así estaban estos pueblos muy lejos de la ciudad de Lérida, y por otro nombre los llamaban en latín Caracitani; y hace de ellos memoria Plutarco en la vida de Sertorio, y el autor del Diccionario histórico y poético dice llamarse así, de Caraca, pueblo de la España Tarraconense, entre los carpetanos, que son los que hoy decimos del reino de Toledo; si ya no dijésemos que Cara fuese Guadalajara, a quien Antonio de Nebrija llama Caracia o Caraca, de donde derivan Caracitani y Caracenses, que son los de Guadalajara. Sea uno o sea otro, lo cierto es que este pueblo estaba más arriba de Zaragoza, y pareció conveniente en aquella ocasión que la silla episcopal fuese transferida a Lérida, que por ser muy poblada necesitaría de pastor y prelado; y por eso el padre Bivar dice, que las cartas que Paulato, arzobispo de Toledo, escribió a san Licerio fueron sobre la translación de una Iglesia a la otra, por ser primado y pertenecerle el mirar las causas y conveniencias de esta translación, que debió ser por andar en aquellas partes muy cruel la persecución, o por necesitar la ciudad de Lérida de pastor; más que la ciudad o pueblo que dejaba san Licerio, cuya vida fue santísima y el gobierno muy prudente, y por eso obligó a Dextro, en el año 311, que el santo sería muerto, a volver a hacer memoria de él.
Prudencio es el segundo obispo que hallo de Lérida: este floreció el año 400; y dice Dextro que él y Heros, obispo de Tortosa, y Lázaro, obispo de Vique, enviaron a Paulo Orioso con cartas y con los cánones que se habían hecho en el concilio de Zaragoza, el que se había congregado el año 380, a los obispos de África que estaban celebrando un concilio general. Lo que contenían estos cánones y porqué fueron enviados a estos obispos, y de la herejía de Prisciliano, contra quien se juntó aquel concilio, hablan largamente Carrillo, en la vida de san Valero; Padilla en su historia eclesiástica, y Bivar en los comentarios de la historia de Lucio Dextro.
Andrés fue el tercer obispo, el cual en el año 540 asistió al primer concilio de Barcelona; y García de Loaysa, en las adiciones al concilio Ilerdense, dice que este fue antecesor de Februario.
Februario, cuarto obispo, asistió al concilio Ilerdense, del cual queda hecha memoria arriba, congregado por Sergio, arzobispo de Tarragona, el año 546; y Graciano, en su Decreto, en muchas partes se vale de los cánones de este concilio. Murió el mismo año de 546.
Ampelio sucedió a Februario, y luego, el mismo año, asistió al concilio que se congregó en Valencia, de siete obispos.
Polibio asistió y firmó en el concilio Toledano tercero congregado en tiempo del rey Recaredo, a 8 de los idus de mayo, año de Cristo 589, en el cual se hallaron sesenta y dos obispos, y condenaron la herejía de Arrio. (Arrianismo).
Amelio asistió y firmó en onceno lugar el concilio Barcinonense segundo, celebrado el año 14 del rey Recaredo, y en el año de Cristo 599.
Suesario asistió al concilio Egarense, que se juntó en Egara, en el principado de Cataluña, cerca de la villa de Terrasa, y no en Ejea de los Caballeros, como han afirmado algunos, el año de 614.
Fructuoso asistió al cuarto concilio Toledano, no menos grave y principal que el tercero, en el cual se hallaron también sesenta y dos obispos y siete procuradores de obispos ausentes, que también se firmaron en él. Celebróse en tiempo del rey Sisenando, año 634, y firmábanse los obispos por la antigüedad de la consagración, y a este cupo el cuadragésimo segundo lugar. Asistió asímismo al sexto concilio Toletano, celebrado a 9 de febrero del año 638, en el segundo año del rey Chintila, al que asistieron cuarenta y siete obispos de España y Francia, y cinco procuradores de obispos ausentes.
Gauduleno o Gaudiolano. En su tiempo se celebró octavo concilio Toledano, a 17 de las calendas de enero del año de Cristo 653, con asistencia de cincuenta y dos obispos: entre ellos no se halló Gauduleno, sino que envió a *Suterico, diácono, que asistió y firmó por él.
Eusendo asistió y firmó en dos concilios Toledanos: estos son, el décimotercero, que se celebró en tiempo del rey Ervigio, y se hallaron en él cuarenta y ocho obispos, ocho abades, veinte y siete procuradores o vicarios de obispos, y veinte y un condes y varones ilustres; el otro fue el decimoquinto, donde asistieron y firmaron sesenta y dos obispos, once abades y otras dignidades, cinco vicarios de obispos ausentes, y diez y siete condes. Celebróse este concilio a los 15 de mayo de 688.
*Auredo (no se lee bien) fue puesto en silla episcopal después de Eusendo. Este asistió y firmó el concilio Toledano décimosexto que se congregó a 2 de mayo del 693, y hubo cincuenta y ocho abades, tres vicarios de obispos ausentes, y quince condes o varones ilustres. Era rey de España Egica, y era el año sexto de su reinado y también del pontificado de Sergio; y este es el último de los obispos de Lérida que fueron antes de la pérdida de España, permitida de Dios por los pecados del pueblo y de los que le regían, como apuntamos en su lugar.

jueves, 14 de marzo de 2019

Libro noveno (nono)

LIBRO NONO




Capítulo primero. De la
ocasión que al Rey se ofreció estando en Alcañiz para determinar
la conquista del Reyno de Valencia.




Apenas había
el Rey acabado la conquista de los reynos de Mallorca y Menorca (que
bastara sola esta para perpetuar su glorioso nombre y fama) cuando
por orden de y disposición del cielo, se le ofreció nueva ocasión
para para emprender otra mayor y más provechosa a sus reynos, que
fue la de sus vecinos los Moros y reyno de Valencia. Negocio arduo, y
por muchas causas harto más dudoso que el pasado: así por la
infinidad de moros, que por aquel tiempo estaban muy extendidos por
España, y eran casi señores de la mitad de ella, y que moviendo
guerra contra algunos de ellos, era cierto que habían de favorecer
unos a otros contra los Cristianos: como por ser el Reyno marítimo y
vecino de África para poder ser de ella muy presto socorrido: demás
de ser de si fértil, y muy cultivado, y que por su mucha abundancia
podría mantener guerra por mucho tiempo: principalmente por haber en
él gente belicosa, y que para su defensa, estaba de todo género de
armas bien provista. Finalmente por querer el Rey a solas, sin
valerse del favor y ayuda de otros Reyes en prenderla, confiado, de
que pues en esta empresa tenía las mismas intenciones que tuvo en la
de Mallorca, de echar fuera del la impía secta de Mahoma, por
introducir la fé Christiana, no emprendería cosa deste jaez por
ardua que fuese, que con el favor divino, no saliese con ella. Mas
porque ya antes comenzó el mismo esta jornada, y por estar muy
ocupado y distraído en otras, no pudo proseguirla, será bien que
declaremos, donde, y por quién al Rey se ofreció la ocasión, qué
causas y motivos tuvo para emprender tan de veras esta conquista, de
la cual nunca partió mano hasta verla del todo acabada. Dice pues la
historia, que como el Rey partiendo de Mallorca llegase a tomar
puerto en los Alfaches en Cataluña junto a las bocas del Ebro, y de
allí diese licencia a don Nuño para visitar su condado de Rosellón,
y el se quedase con el Comendador Folcalquier vicario del gran
Maestre del Ospital: determinó de irse con él a Aragón: y pasando
por el campo, y a vista de Tortosa, junto a las sierras de Benifaça
(donde tomada Morella comenzó el Rey a edificar un monasterio
devotísimo del orden de Cistels, como adelante diremos) entró por
tierra de Morella en Aragón, y fue a parar en la villa de Alcañiz
de la frontera (nuestra patria
carissima)
así dicha porque tiene enfrente de si a Cataluña, donde quiso
reposar y solazarse por algunos días, pareciéndole pueblo de arte,
muy alegre y aparejado para todo género de recreación, por ser una
de las más insignes villas del reyno, que tiene a Cataluña al
levante, y a Valencia al medio día, y está asentada en un recuesto
de monte que mira al poniente, con una muy fructífera y extendida
vega, que la rodea de todas partes salvo del Septentrión, donde tiene
montes que la defienden de la tramontana. Es población de Mil casas
altas y hermosamente labradas, con las calles y plazas enlosadas, y
con su cercado muy ancho, fuerte, y bien torreado muro. Tiene para su
defensa, a la parte de arriba en lo más alto del recuesto, una
fortaleza y castillo inexpugnable, y por la de abajo, un río
profundo llamado Guadalope (
Guadalobos)
que la cerca: cuya agua con la de muchas otras fuentes ayuda tanto
con su riego a fertilizar sus campos y bien cultivada vega, que no
solo producen todo género de mieses y varios frutales, pero son muy
suaves y delicados: y que sin esto es su campaña riquísima de
carnes, y de toda diversidad de caza y venados, según que de todo
esto y de los ingenios de sus ciudadanos, se hace más copiosa
mención en nuestros comentarios de Sale libro 5. De los cuales solo
diremos, como cerca el gobierno de su República se tratan con tan
pía y ahidalgada concordia: que como fruto que nace de ella, han
emprendido grandísimas y suntuosísimas obras públicas por
beneficio de la patria, y han salido con ellas: mas la han tanto
ennoblecido, que no sin causa se siguió por disposición divina que
el Rey para conformar con los suyos, y determinar una tan santa y
memorable empresa, se retirase a este pueblo tan hecho a conformidad
y concordia. Donde en aquella sazón para mejor deliberar sobre ella
era llegado a ver al Rey don Blasco de Alagón, el cual había bien
dos años que andaba por el mismo reyno en compañía de Zeyt Abuzeyt
(como se ha dicho antes) reconociendo con curiosidad los pueblos y
fortalezas que estaban en defensa, anotando las entradas y salidas
dellos, con las comodidades para batirlos, y las armas y gente de
guerra que había en la tierra para su defensa: además de haber
ganado muchos amigos de los Moros, de cuyo favor y avisos se
aprovechó después mucho el Rey para la conquista. De suerte que
hallándose allí don Blasco con el comendador Folcalquier
aposentados en lo alto de la villa, subieron con el Rey una mañana a
un sobrado de la casa, adonde en un tanto que el Rey y don Blasco
miraban a todas partes, y gozaban de tan deleitosa y extendida vista
como por lo llano, y tan arbolado de la vega se descubría: el
comendador se puso a una parte del sobrado a contemplar muy de
propósito la bellísima presencia y
personado
del Rey (andaba a la sazón, por ser tiempo caluroso,
horro
de vestiduras
luengas)
como siendo de tan eminente estatura y grandeza de cuerpo, que se
entiende fue de cuatro
cobdos
y medio de alto, era tan bien proporcionado de miembros, blanco y
rubio claro de barba y cabello, y de tan suave aspecto y majestad de
rostro, que otro más dispuesto, ni más bel hombre (
hóbre)
que él no se hallaba en todos sus reynos. Considerando, pues, del
que no siendo de edad mayor de XXV años no solo hubiese apaciguado
sus reynos, y domado los rebeldes, pero que fuera de ellos tuviese ya
conquistadas las Islas Baleares, y triunfado de su Rey y destas:
movido por inspiración divina, puso los ojos tan de hito en su Real
persona, que lo echó de ver el Rey, y le dijo: qué es lo que estáis
tan atentamente contemplando, nuestro gran Comendador? En verdad
(señor y Rey nuestro) dijo el comendador, que cuanto más miro y
contemplo vuestra tan admirable y graciosa presencia, y debajo de
ella considero las extrañas y tan señaladas empresas que desde niño
coménçastes a hazer, junto con el felice successo de todas ellas:
tanto más vengo a creer, que algún Ángel bueno las guía, y que
pues tenéis a Dios de vuestra parte, debéis pasar adelante y
emprender otras mayores. Y pues con la presa de las Islas sois ya
señor del mar Ibérico, y habéis triunfado de los corsarios del,
volváis a tierra firme, y deis por las tierras marítimas, sobre
todas, por la ciudad y Reyno de Valencia, pues lo tenéis tan vecino
a los vuestros, y como dentro de casa. Porque saliendo con él, no
solo libraréis a los vuestros de tan continuos daños y pérdidas
que padecen con tan mal vecindado: pero seréis el primero que
haureys
abierto el paso a la corona de Aragón para osar entrar en la
conquista de África. Demás de ser muy justo y debido que conquista
que fue tantas veces comenzada por vuestros antepasados, sea por vos
proseguida y acabada. Pues con la ventaja que lleváis a todos ellos
en el poder y acrecentamiento de Reynos, no hay duda, sino que
mediante el favor divino, saldréis con la empresa. Mayormente
estando el Reyno diviso, y puesto, como vemos, en dos parcialidades,
y que podemos bien decir, que sois ya señor de la una, pues tenéis
la de Abuzeyt por vuestra. Y más con la presencia y asistencia de
don Blasco, que tan sabidas y reconocidas tiene las salidas y
entradas del reyno, y sus pocas, o muchas fuerzas y aparejo de
guerra, y que con su consejo y guía, no habrá (
haura)
cosa que no se acierte. Y así en conclusión me parece, que a vos y
a vuestros reynos importa tanto llevar a delante esta empresa, que
haureys
ganado muy poca honra, y menos opinión de sabio y prudente capitán,
en
hauer hechado
los enemigos de lejos,
quedándoseos
los mayores y más perniciosos en casa. Don Blasco, que oyó razones
tan verdaderas, y tan bien deducidas para mover el ánimo del Rey a
hecho tan heroico desta conquista, loó y aprobó , sin más réplica
todo lo que por el comendador fue tan sabia y prudentemente apuntado:
en tanto, que después de haber hecho él también sus razones y
discursos sobre ello, y en todo conformado con los del comendador,
concluyó su plática, diciendo, que para comenzar la conquista con
toda comodidad y ventaja del Rey y su ejército, ninguna otra tierra,
ni plaza en todo el reyno se ofrecía más oportuna, que la villa de
Burriana. Así por ser pueblo grande, bien fortificado, y cabeza de
toda su comarca: como por ser muy fértil de campaña, y bastante
para mantener la guerra. Pues aunque estaba metida muy adentro del
Reyno, también era marítima, para poder ser muy presto por mar
socorrido el ejército cuando estuviese sobre ella. Demás que siendo
tomada, se podría muy bien fortificar de manera, que a pesar de la
ciudad, que está a una jornada, y de todo el reyno, podría allí
hibernar (
yuernar)
el ejército, y con solas las cabalgadas y correrías del campo
mantenerse sin otras muchas comodidades para el ejército, que puesto
el cerco sobre ella se descubrirían.



Capítulo II. Como
cuadró al Rey el parecer del comendador y don Blasco, y de las
nuevas causas de la empresa, y del Bouage que fue impuesto a los
Catalanes, y
tallon
a los Aragoneses para esta guerra.






Fueron al Rey muy
aceptas las palabras y advertimientos del comendador, en conformidad
de lo que también dijo don Blasco sobre la conquista del Reyno de
Valencia. La cual no tanto por el provecho que se le podía seguir:
cuanto por relevar a sus reynos de tan continuos daños como
recibían, tenía muy grande obligación de
emprendella.
Y así determinó emplearse del todo en ella. Para esto mandó
convocar a los demás de su consejo en la misma villa, ante quien
propuso esta su voluntad y empresa, por oír las razones de cada uno
para mayor justificación de ella. La cual como a todos pareciese muy
santa y provechosa,
tomose
por resolución. Que muy justa y debidamente se podía mover guerra
contra Zaen Rey de Valencia, por ser tirano que había usurpado el
Reyno ajeno: y porque había ofendido a su Real Majestad, y a sus
reynos en muchas maneras. Lo primero porque sin preceder causa justa
para ello, echó del reyno a Zeyt Abuzeyt verdadero y legítimo Rey
de Valencia, y le desposeyó del, por solo que se había retirado de
hacer correrías con la tala de campos en sus vecinos de Aragón y
Cataluña, y porque no trataba con crueldad a los cautivos
Cristianos. Lo segundo porque estando el Rey y los suyos ocupados en
la guerra y conquista de Mallorca, Zaen había salido, con mano
armada a correr el campo, y hecho gran daño en los confines de
Cataluña, hasta llegar junto a Tortosa y Amposta fortaleza muy
principal de los del Ospital: y no contento de haber talado los
campos y hecho muy grande presa de cautivos en su comarca, de vuelta
había acometido a Vldecona villa grande de la mesma orden, puesto
que se le defendió valerosamente, y se retiró con gran daño suyo.
Finalmente porque habiéndole enviado el Rey sus embajadores para
querellarse dl por todos estos daños y excesos que había hecho en
su tierra, y que no por eso se apartaría de su amistad, solo que le
pagase la quinta parte de los portazgos de Murcia que cada año se le
debían, y en el pasado no se le habían pagado: los despreció, e
hizo burla de ellos, y de la recompensa que por los daños hechos le
pedía. Y de los portazgos, respondió, que le quitaría cada año la
mitad de ellos. Oídas por el Rey todas estas causas, de común
parecer y voto de los del consejo fue Zaen condenado, a que fuese
perseguido, y se le moviese guerra a fuego y a sangre pues por ser el
Reyno de Valencia por antigua división comprendido en la conquista
de Aragón, tocaba al Rey reparar estos daños, y echar del reyno a
los causadores dellos. Con esto se partió el Rey para Monzón
(
Monçon),
a donde mandó convocar cortes. Y
ayuntados
los grandes y Barones de los dos reynos, con algunos Prelados de
iglesias, y con los Síndicos de las ciudades y villas reales, les
propuso los grandes beneficios y provechos que para la provisión y
seguridad de sus reynos se seguirían con la conquista del Reyno de
Valencia, por ser tan rico y abundante de todas cosas, como
claramente todos lo sabían y entendían: y mucho más por echar del
tan mala vecindad de infieles enemigos de Dios y de su santo nombre,
que no atendían sino a robarles sus haciendas, y cautivar los
Cristianos: que por evitar esto, era su principal fin ganarle para
introducir en él la santa fé católica y religión Cristiana: que
todo redundaba en muy gran servicio de nuestro señor, y evidente
beneficio y utilidad de sus reynos circunvecinos al de Valencia. Para
lo cual les notificaba los grandes y excesivos gastos que en la
empresa se habían de hacer: que les rogaba no dejasen de ser largos
en ayudarle con sus haciendas: siendo para empresa donde él había
de aventurar su persona por hacer bien a ellos. Como a todos
pareciese muy santa y justa la proposición y demanda del Rey, y
viniesen bien en lo que tocaba a los gastos: fue impuesto el Bouage a
los Catalanes, que lo prometieron de muy buena gana, y con mayor
brevedad que nunca lo cogieron y se lo dieron. Demás desto se
ofrecieron las ciudades y villas Reales de Cataluña a servirle en
esta guerra con gente y armas, por mar y por tierra. Por lo semejante
fue demandado favor a los Aragoneses, los cuales para la misma
guerra, de buena gana, y con mucha afición de servir al Rey
consintieron el
tallon
que se les impuso, que algunos le llamaron
herbage,
y era un tanto conforme a los frutos que cada uno cogía de sus
heredades y tierras, el cual pagaron más gustosamente, y en mayor
cantidad, los que estaban más apartados del Reyno de Valencia:
porque los vecinos y comarcanos ya contribuían en ser quintados para
haber de ir personalmente a la guerra. Con esto comenzó el Rey a
hacer gente, y bastecer su ejército, dándose toda la prisa posible
por no perder otra tan oportuna ocasión como se le ofrecía a causa
de las distensiones y discordias que entre si tenían los Reyes Moros
de España, los cuales, o por la amistad de Abuzeyt, o por otras
causas estaba mal con Zaen. Aunque las discordias entre los mismos,
Abuzeyt y Zaen cabezas del reyno, fueron más al propósito que
todas. Porque ya por esta causa se había dividido el Reyno en dos
parcialidades. Y es cosa natural que lo dividido y esparcido es más
débil y flaco que lo que está conjunto y unido.








Capítulo III. Como
consultado el sumo Pontífice sobre la conquista de Valencia la
aprobó, y concedió la cruzada para ella, y del concierto hecho con
don Blasco para comenzar la guerra.






No le pareció bien
al Rey comenzar guerra tan ardua y dudosa, mayormente por ser contra
infieles sin consultarla primero con el sumo Pontífice Gregorio IX,
que entonces regía la iglesia de Dios. Por esto envió sus
embajadores a Roma para representar ante él, y su colegio de
Cardenales la gran utilidad y provecho que a sus Reynos se le seguía,
y a toda España con esta conquista, juntamente con el
acrecentamiento de la fé católica y Cristiandad que en lo
conquistado se introduciría para más aumento y obediencia de la
sede Apostólica: que para mejor proseguir la empresa suplicaba a su
Santidad le enviase la bendición, con la gracia e indulto de la
santa Cruzada. A los cuales respondió el Papa con muy grande
contentamiento: que le placía y se alegraba mucho de entender los
buenos intentos y santos fines que el Rey llevaba en sus empresas,
por verlas tan endreçadas al servicio de nuestro Señor, y
acrecentamiento de su santo nombre y de su iglesia: que las pasase
adelante con la gracia del Señor, y que no solo con dones
espirituales, pero con hacienda y gente, si menester fuese, le
favorecería con todo el amor y diligencia como era obligado: por ser
esta empresa tan propia y dedicada al beneficio y aumento de la
universal iglesia. Y así le enviaba la triunfante insignia y armas
de la santísima Cruz de Iesu Christo nuestro Señor: certificándole
que en virtud de aquella vencería a los enemigos de ella. También
abrió el Thesoro de la sacratísima pasión y méritos del Señor,
concediendo con la santa Cruzada poder de absolver de todos pecados,
a los que con la insignia de la Cruz, y con ánimo de ensalzar la
santa fé católica fuesen a esta guerra. Fue publicada esta
bulla
en Monzón en tanto que las cortes se tenían, y por los predicadores
de ella muy encarecida y ensalzada. Entendió también el Rey, en que
así los grandes y barones de los reynos como todos los capitanes y
soldados tomasen y llevasen sobre sus armas y vestidos una Cruz
colorada. De ahí acabadas las cortes el Rey volvió a Alcañiz, a
donde muy de continuo consultaba con don Blasco sobre la conquista,
informándose de los lugares más fuertes del reyno y por cuales se
comenzaría la conquista. Mas siempre insistía don Blasco en que
Burriana era el más cómodo puesto para comenzarla. Pero el Rey
todavía era de diverso parecer, y decía que sería mejor entrar por
Morella, por ser villa fortificada y más cercana y frontera de
Aragón, para tener las espaldas seguras, no quedase nada atrás por
conquistar. Y así teniendo el Rey por muy cierto que haría mucho a
su propósito que don Blasco la comenzase por Morella, perseveró en
persuadírselo, puesto que ya antes habían los dos altercado sobre
ello algunas veces, mas don Blasco nunca había querido arrostrar a
ello. Por lo cual determinó el Rey venir a conciertos con él: y
para más atraerle a su propósito, prometió dejarle de buena gana
todos los lugares y villas que él se ganase de los Moros. Fue
contento del partido don Blasco, y hecho este concierto se partió
para Morella que no está lejos de Alcañiz. Llegando pues a vista de
ella, puso su gente en celada, y con la inteligencia y favor que
tenía dentro con algunos principales de la villa, tuvo por cierta la
presa.











Capítulo IV. De la ida del Rey a Teruel, y como pasó a Exea de
Aluarrazin a cazar, a donde le vino nueva como la gente de Teruel
habían tomado a Ares, y don Blasco a Morella.






Luego que don Blasco
partió para Morella el Rey se fue para Teruel, trayendo consigo al
comendador Folcalquier, y pasó a un pueblo principal más arriba
junto al mismo río que se llama Exea de Albarrazin para recrearse
con la montería de venados y puercos
jaualies
de que tanto abunda aquella tierra, por habérselo mucho encarecido
don Pedro Azagra señor de Albarracín, que le convidó a la caça, y
le aposentó y regaló muy magníficamente en dicho pueblo: lo que
para el Rey fue de mucho gusto y recreo. Estando pues en lo mejor de
la caza llegó a él un correo de a pie con aviso que los soldados de
Teruel, que por su orden estaban en guarnición en la frontera del
reyno de Valencia, con cierto ardid de guerra se habían entrado en
la villa de Ares, y tomado el castillo de ella: y que lo defenderían,
si les proveyesen de más gente, antes que el Rey de Valencia enviase
la suya para cobrarlo.
Holgose
estrañamente
el Rey con esta nueva.
Porque es Ares pueblo fuerte, y puesto en lo más eminente de todo el
reyno, que está por la parte de oriente y medio día altísimo y a
peña tajada levantado: tanto que sirve de atalaya para descubrir lo
muy lejos del reyno, y que aprovecharía con la gente de guarnición
no solo para impedir las correrías de los Moros, pero para con más
seguridad hacer contra ellos las suyas los Cristianos. Luego el Rey
envió allá quien de su parte des dijese el gran servicio que había
recibido dellos con tal presa: que tuviesen buen ánimo y defendiesen
la villa y fortaleza, porque él mismo en persona sería presto con
ellos. Y así se partió luego, mandando a la gente que tenía hecha
en Teruel de a pie y de a caballo que le siguiesen. La cual Fernando
Díaz y Rodrigo Ortiz hidalgos principales de Teruel, llevaron a la
villa de Alfambra (cuyo nombre morisco tiene el río que pasa por
ella y entra más
abaxo
en Guadalauiar) donde se había de ayuntar el Rey con ellos. Pues
como partiese de Exea, y pasando por el barranco de Caudet llegase a
Alhambra al anochecer, cenó y durmió poco: porque a la media noche
se levantó, y no embargante el gran frío de la tierra, por ser ya
entrada de invierno, se puso en camino, y a largo paso llegó al
amanecer al puerto de Montagudo. De allí ya tarde arribó a
Villarroya lugar de la orden del Ospital: a donde el comendador
Folcalquier, que siempre le seguía, le hospedó muy regaladamente, y
durmiendo pocas horas, muy de mañana volvió a su camino. Llegando
pues a lo más alto de aquellas sierras, descubrieron de lejos un
ballestero de a caballo que a campo
traviesso
venía a más andar, enviado por don Blasco, y llegado al Rey dio
aviso como la gente de don Blasco había tomado la fortaleza de
Morella, y con ella apoderándose de la villa. El Rey que oyó esto,
mostró muy grande alegría y regocijo con la nueva: aunque a la
verdad en su ánimo no dejó de entristecerse harto: porque conforme
al concierto hecho, Morella quedaba por don Blasco: y se dolía mucho
porque en comenzar la conquista, la presa de una tan importante plaza
no le hubiese cabido a él, sino a don Blasco.












Capítulo V. Como fue aconsejado el Rey tomase el camino de Morella,
y de los grandes trabajos, y hambre que padeció por llegar a ella
antes que don Blasco.






Caminando el Rey muy
dudoso y pensativo de la vía que tomaría, si proseguiría la de
Ares, o entraría en la de Morella: llegó a una encrucijada donde se
partía el camino para Morella, y paró allí. Como juntase con él
Fernando Díaz, y le viese parado, y dudoso sobre cual de los dos
caminos tomaría, pensando lo que podía ser, dijo. No queráis señor
(os suplico) seguir agora el camino de Ares, y dejar el de Morella,
siendo esta villa la más importante fortaleza de todo el reyno,
hecha tan a vuestro propósito, y para espantar los ánimos de los
Moros, antes seguid el camino de ella con toda prisa, primero que don
Blasco se meta dentro. Porque conozco la condición y tesón del
hombre tan soberbio y interesado, que si una vez se apodera de ella,
más dificultad tendréis en cobrarla del que de los Moros. Entonces
llamó el Rey a don Pedro Azagra, y a don Atorella, y al Comendador,
y pidioles qual de los dos caminos debían seguir. Como sintió esto
Fernando Díaz luego fue con ellos a esforzar más su parecer y voto
de nuevo: añadiendo que en la diligencia y presteza estaba puesto el
buen suceso desta empresa: que por eso le había de mandar a la gente
de a pie de Teruel, que dejado el bagaje atrás, pues caminaban por
tierra segura, siguiesen a la ligera el estandarte de los de a
caballo. Pareciendo a todos esto bien, entraron en el camino de
Morella, y llegados al río Calderas , de allí caminaron por montes
y valles desiertos, y los más ásperos del mundo, sin haber rastro
de camino hasta que llegaron al río que pasa a
rayz
del monte donde está puesta Morella: y sin más aguardar, ni tomar
aliento, subió el Rey a lo alto del con extraño afán y diligencia,
por ser asperrimo , con el ejército que de verlo ir delante fue
luego en su seguimiento. Adonde asentó su Real (que por esto aun hoy
se llama el collado del Rey) y está tan
propinco
a la villa, que de allí se podía fácilmente impedir a cualquiera
la entrada y salida de ella. Luego mandó que a los primeros soldados
que subieron, se les diese algún refresco, que apenas se halló por
quedar el bagaje abajo, para que se pusiesen en el paso, y no dejasen
salir, ni entrar en la villa a ninguno que no fuese preso, y
traydo
ante si. La causa por que el Rey mandó guardar aquel paso tan
estrechamente, y nunca partir los ojos de la villa, porque los
soldados de la fortaleza que estaban por don Blasco, no pudiesen
darle aviso de su venida, pues tampoco don Blasco los podía
descubrir viniendo por la otra parte de la villa. Y así estuvo el
Rey toda la noche padeciendo intolerable frío, por la mucha nieve
que había en el collado, y más por el continuo velar, sin estar
debajo de cubierto. Y por lo mismo, los de caballo que por seguirle
dejaron sus caballos y subieron a pie por el monte arriba, estaban
muy fatigados y desacomodados, a causa de no haber podido subir al
monte por su aspereza las acémilas (azemilas) cargadas con el bagaje
y tiendas. Y que se halla por verdad que el Rey entre todos padeció
grande hambre, ni comió de propósito por tres días desde la cena
de Villarroya hasta allí, por no perder tan buena ocasión del
collado.











Capítulo VI. Que don Blasco fue preso al entrar en Morella y traído
ante el Rey, le rogó le entregase la villa y la entregó. Y como el
Rey fue a la villa de Ares y proveyó a los soldados.





Luego el día
siguiente después que el Rey subió al collado, y puso su guarda a
vista de la puerta de la villa, llegó por la mañana don Blasco con
algunos de a caballo para entrar en ella, no sabiendo de los que
estaban en celada por el Rey. Y así fue preso por Ferná Pérez de
Pina, que era capitán de la guarda.
Traydo
ante el Rey le recibió con abrazos y mucha fiesta, alabando mucho su
valor y destreza en haber tan presto ganado la villa, y de lo mucho
que se había holgado con el aviso que le dio de ello. Por lo que le
rogaba con toda llaneza tuviese por bien de entregársela con la
fortaleza, prometiendo le reconocería este servicio con muy buena
recompensa. Como esto oyó don Blasco comenzó a pensar mucho sobre
ello, y casi a negar la demanda. Pero volviendo el Rey y los
capitanes a instarle sobre ello, queriendo ya poner las manos en él,
si no condescendía con los ruegos del Rey, en fin se determinó en
hacer de necesidad virtud, y perder de su derecho por contentar al
Rey. Luego se fue con toda la gente de guarda, y llamando a sus
soldados de la fortaleza, vinieron y la entregaron con la villa a los
capitanes del Rey. Al cual don Blasco primero que todos prestó los
homenajes y entró con él en Morella. De donde sacados sus soldados,
y la guarnición de la fortaleza, dio lugar a que pusiesen el
estandarte con la guarnición y gente del Rey en ella. A quien con
los de la villa también se rindieron luego todas las Aldeas. Y
dejando allí a uno de los principales barones que traía consigo
encomendada la tierra, se puso en camino para la villa de Ares, así
dicha (según fama) porque a causa de la gran altura del lugar,
fueron en él puestas antiguamente las Aras, o altares para
sacrificar a los Dioses. Entrando allí el Rey alabó mucho, y
agradeció a los soldados de Teruel la presa de la villa, mandando
les dar dobles pagas, y reforzar la guarnición de ella. Al otro día
queriendo se partir de allí, oyó misa por la mañana, y puesto de
rodillas hizo gracias al santísimo sacramento por la victoria de
aquellas dos tan importantes plazas, ganadas sin derramamiento de
sangre, y como primicias de su empresa, mandó luego edificar en las
dos sus templos, para que se continuasen en ellos los oficios y
sacrificios divinos. De allí partió para Teruel, llevando consigo a
Zeyt Abuzeyt, el cual se halló presente al entrego de las dos
villas, y de nuevo se sujetó al Rey, dada su fé que no dejaría
durante la guerra, de hallarse con su persona, en ella, y que con
todos sus deudos y amigos que tenía en el Reyno le serviría.











Capítulo VII. De la donación que el Rey hizo a don Blasco del
condado de Sástago por Morella, y de las dos encomiendas mayores de
Aragón, y del ejército con que comenzó la conquista.






Salió de Teruel el
Rey a dar una vista y reconocer los pueblos de Aragón comarcanos a
los de Castilla, por atajar algunas diferencias que entre ellos se
ofrecían. Como fuese en Calatayud, acordándose de aquel memorable
servicio y liberalidad de don Blasco en conquistar a Morella, y
entregársela con la fortaleza, pareciole debía hacerle alguna
honesta recompensa con la villa de Sástago, que era de las buenas
Aragón con sus arrabales y término fertilísimo, que lo riega el
río Ebro: por haber sido esta antes empeñada por el Rey don Pedro
su padre en muy poca suma de dinero a don Artal de Alagón padre de
don Blasco. La cual le dio con todo el estado perpetua y libremente,
y más la fortaleza de María que está en el campo de Zaragoza. Del
cual tiempo acá la gente y familia Alagonesa que ya en aquella Era
florecía en antigüedad, en sangre Real, y hechos memorables, con el
aumento del estado, quedó entre los Aragoneses después de la casa
Real por muy principal entre todas. Hizo se esta donación y
recompensa a don Blasco muy sobrepensado, de consejo y parecer de los
grandes del reyno que se hallaron presentes, y así fue con mucho
aplauso de todos sellada y firmada por el Rey. El cual como fuese ya
señor de las dos villas, y hubiese puesto en ellas guarnición de
soldados, para pasar adelante a poner cerco sobre Burriana, mandó
convocar cortes en Teruel, por hacer allí junta de todo el ejército,
y de propósito entrar en la conquista del Reyno. Donde se ayuntaron
los Vicarios de los maestres del Temple y del Ospital, con los
maestres de Vcles y de Calatrava. Destos dos últimos, aunque la
fundación y cabezas estaban en Castilla, también había en Aragon
algunas encomiendas instituidas por los Reyes, para contra Moros: y
destas, la encomienda mayor de Ucles (
Vcles),
está fundada en la villa de Montalbán, de la cual se hablará
presto. Y la encomienda mayor de Calatrava en la villa de Alcañiz:
con otras menores de las mismas dos órdenes fundadas en otros
lugares de Aragón. También se fundaron otras en el reyno de
Valencia después de conquistado.
Assi
mismo se juntó con ellos don Bernaldo Montagudo Obispo de Zaragoza,
que por muerte de don Sancho Ahones poco antes había sido elegido,
Don Pedro Azagra señor de Albarracín, don Ximen Pérez de Taraçona,
a quien después el Rey hizo merced de la Baronía de Arenos, con
otros muchos señores del reyno. Con los cuales cuando se comenzó a
formar el ejército, no pasaba de ciento y veinte caballos ligeros, y
mil infantes, sin los que hizo Teruel, y los que enviaron Calatayud y
Daroca, que todos llegaban a doscientos y cincuenta caballos, y mil y
quinientos infantes.











Capítulo
VIII. Que después de
auituallado
el ejército en la comarca de Teruel, partió el Rey con el campo
para la villa de Xerica, y de las escaramuzas que tuvo con los Moros
de ella.







Confiando el Rey
sería pronta la venida de la gente que le había de enviar de la
Proença el conde su primo, con la de Cataluña que había mandado
hacer, salió de Teruel con tan pequeño ejército como dijimos. Y
porque su fin era, por atemorizar a los moros, irles talando los
campos y destruyendo cuanto le viniese delante, mandó muy bien
proveer el ejército de pan y
ceuadas,
de los campos del Pobo (
Pouo)
y Visiedo lugares principales de la comunidad, y también de muy
buenos tocinos y saladuras de Teruel y Albarracín. Más adelante,
llegado a la Puebla de Valverde tomó copia de carneros, y del campo
de Sarrión muy buenas vacas por ser estas dos tierras de grandes
pastos para crianza de ganados mayores y menores. Con esto prosiguió
el campo para Xerica villa primera del Reyno de Valencia. Y
comenzando a marchar, llegaron de Sarrión a la Iaquesa postrer lugar
de Aragon, donde está la casa de la Aduana, y registro de las
mercadurías
que entran y salen del un Reyno al otro. De allí pasado el río
seco, que agora divide los reynos (porque antiguamente la división
solía ser por el río Aluentosa que está más hacia Aragón y en
las divisiones era el límite) entraron en el de Valencia, y hicieron
sus correrías por algunas Aldeas de Xerica moderadamente, por estar
mezcladas con Cristianos. De ahí descendieron por el monte de la
Lacoua, de cuyo alto se descubría muy bien la villa de Xerica,
principal entre los antiguos Edetanos, cercada de muy recio muro,
demás de ser su asiento naturalmente fuerte. Porque está en un
montecillo algo enhiesto y levantado, y en lo más alto del fundada
la fortaleza, casi inexpugnable: porque tiene delante de si la villa
por defensa, y detrás el río profundo, del cual hasta lo alto de
ella es todo peña tajada. Su principal fuerza consiste en ser la
gente belicosa, cual suele ser la que está en frontera: por tener
siempre por enemigos los vecinos que son de diferente señor, y se
ofrecen ocasiones para venir muchas veces a las manos, y estar
siempre unos contra otros malintencionados. Sabida por Zaen la
entrada del Rey con ánimo y aparejo de conquistar el Reyno por la
parte de Xerica, temiéndose no le acaeciese como en lo de Morella,
que por no haber enviado el socorro con tiempo se perdió: les
proveyó de cuatro compañías de soldados escogidos: los cuales con
la gente de la tierra hacían buena defensa. Destos salieron al
camino ochocientos infantes muy bien armados para estorbar a los
nuestros la tala de sus campos, y tan apacible y fructífera huerta:
pero mandó el Rey no se comenzase a talar cosa hasta el día
siguiente: porque no peleasen los nuestros sobre cansados del camino,
sin tener primero hecho algún asiento y reparo para el ejército. Y
como luego después de la bajada del monte poco más de una legua
llegasen a un pequeño pueblo llamado Viver, que agora es principal,
mandó parase cerca de allí el campo junto al río Palancia, que va
a dar en Murviedro. En viniendo la mañana comenzaron a talar los
campos y huertas que están entre Viver y Xerica con gran dolor de
sus dueños que lo veían. Eran mil infantes y treinta de a caballo
los que iban guardando los lados a los gastadores que pasaban hacia
la villa haciendo la tala, sin que saliesen a impedirlo de cerca los
del pueblo por miedo de la caballería que los alancearía: pero de
lejos, puestos en lugares escondidos los ballesteros, hacían gran
daño en los gastadores, y por esto no pasaron aquella tarde más
adelante. El día siguiente remediaron los del Rey este daño muy a
su salvo. Repartiendo la gente de a caballo, parte por el monte que
está cerca de la vega a la mano diestra, del otra parte del río,
parte por los mismos campos: tomando los primeros de la vanguardia de
pie las adargas de los de a caballo, para defender con ellas a los
que les seguían de las saetas de los Moros, los cuales por venir de
lejos no encarnaban. Y así sosteniendo este primer ímpetu, pasaban
adelante. Tras estos venían los ballesteros que en asomar el Moro le
derribaban, y luego los gastadores, los cuales seguros del peligro del
día antes, lo destruían (destruyan) todo.












Capítulo IX. Que por haberse pasado adelante gran parte del
ejército, dejó el Rey de cercar a Xerica, y pasó hasta llegar a
vista de Burriana, cuyo asiento y campaña se describe.






En tanto que esto pasaba
en el campo de Xerica, los maestres del Temple, y del Ospital con los
de Vcles y Calatrava, por atraer al Rey a lo de Burriana, se pasaron
con una buena banda de caballos, y setecientos infantes, más
adelante de Xerica, sin tocar en Segorbe por estar a la devoción de
Abuzeyt. Y siguiendo el río abajo se metieron muy adentro en el
Reyno hasta que llegaron a vista del castillo de Murviedro, que está
a cuatro leguas de la ciudad, donde a mano izquierda está el camino
para el valle de Segó dicho antiguamente de Sagunto que sale hacia
la mar. El cual estaba muy cultivado, con mucha variedad de mieses,
de granos menudos, de que le mantienen mucho los moros, y muy poblado
de lugares. Como este se mandó también talar, y destruir, salieron
luego a tropel gran muchedumbre de rústicos, sin ningún orden, para
reconocer la gente nueva de guerra que se les metía por la tierra,
pensando poderles impedir el paso. Entendido por el Rey, de los
maestres y gente que se había desmandado, y que por codicia de
llegar a Burriana se pasaban tan adelante, dejó de cercar a Xerica,
y se fue con todo el campo en seguimiento dellos, y aunque encontró
de camino con una pequeña villa dicha Torrestorres, no quiso
detenerse en ella, siendo de enemigos, sino de paso talarle sus
campos y vega, que tenía bien cultivada, por no divertirse de la
conquista de Burriana: mayormente que no menos que los maestres
desearía el llegar a ella, luego con todo el ejército junto. Con
esto pasó muy adelante por el mismo valle, dejando a Almenara a la
mano derecha, y por la falda de su castillo llegó a dar en el grande
llano de Burriana. Allí se le descubrió un campo espaciosísimo y
fertilísimo, y a la vista muy deleitoso, cercado de montes a modo de
media luna, desde Almenara que está junto a la mar, al medio día,
hasta el promontorio, o cabo de Orpesa al Septentrión, que distan
entre si una jornada, tomando la linea recta ribera del mar, del un
cabo al otro. Está el llano muy lleno de acequias que de las fuentes
y río, vulgarmente dicho Millàs, se derivan, y riegan muy grande
parte del hasta la mar: y con esto es tanta su fertilidad, que
ayudada de la buena cultura del labrado, no es inferior en provecho a
cualquier otro campo del Reyno. Pues demás del mucho pan, vino,
aceite, ganados mayores y menores que produce, con otras muchas
semillas, y morales para la seda, solía también ser muy abundante
de arroz y de azúcar, que son de las principales mercaderías del
Reyno: también de mucho pescado y mercadurías infinitas, que por
ser marítimos gozan todos los pueblos que en este llano se
encierran, que son muchos porque así de los que están situados en
lo llano como por los montes y valles que van a dar en él, se
descubren al pie de treinta entre villas y lugares. Era entonces la
villa de Burriana la mayor y más fuerte de todas, así porque les
excedía en la fertilidad y cultura, como por la vecindad del mar
para ser bien provista: la cual por su grande sitio y altos muros era
como alcázar de toda aquella comarca. Y demás que abundaba de todo
género de vituallas, no dejaba de ser la gente de ella muy belicosa,
y con esto estaba muy puesta en defensa: mayormente después que Zaen
le envió los mil y quinientos soldados de refresco: sabiendo que la
intención y venida del Rey se encaraman contra ella. Y así la
proveyó de todas armas y pertrechos, y de ingenieros para repararla
y defenderla: con fin de enviar mucho más socorro, por lo que se
persuadía que la salud y conservación de todo el reyno dependía de
la defensa de ella.











Capítulo X. Como el Rey asentó el cerco sobre Burriana, y de las
escaramuzas que cada día se tenían con los de la villa.






Llegó el Rey con
todo su ejército mediado Mayo a los contornos de Burriana. Y después
de haber bien mirado su gran
circuytu
con tan bien torreado muro, mandó, por ser el tiempo ya muy
adelante, y la tierra calurosa, asentar el campo con gran diligencia
para más abreviar la empresa. Puso se el cerco por toda ella, aunque
otros dicen que no, sino a la parte de la tierra. Porque hacia la
marina era muy pantanosa y también porque a respecto del gran
circuytu, el ejército era pequeño y tan limitado por entonces, como
dicho
hauemos.
Fue pues avisado el Rey por los adalides y espías, de la grandeza y
municiones de la villa, de la gente que había de pelea también de
las más flacas, y más fuertes partes de la muralla, y a qué parte
de ella podrían mejor encararse las máquinas y trabucos: finalmente
del
auituallamiento,
y como tenían cumplida provisión para medio año de cerco. Asimismo
los de la villa en este medio no dormían, antes con la misma
curiosidad que los nuestros echaban sus espías, y se entendían con
algunos moros que fingiendo ser Cristianos, andaban revueltos en el
campo del Rey como soldados, y por estos tenían aviso de los
discursos y designios del Rey y sus cosas. También se entendió como
se hallaban dos mil y quinientos hombres de pelea dentro, entre los
de Zaen y los de la villa, gente esforzada y bien proveyda, y que
mostraron muy bien a los Cristianos lo que podían y valían, demás
del buen ánimo y esperanza cierta que Zaen les daba, desde la
ciudad, diciendo sería con ellos muy presto con ejército formado
para socorrerles. Pues para que luego diesen alguna muestra de si, y
comenzasen a poner la guerra en campo, cuatrocientos dellos, los más
lucidos de Zaen, salían cada día a escaramuzar con los nuestros, y
a estorbar que no acabasen de cercar el Real con el palenque y
cestones, acometiéndolos bien diestramente por la parte más flaca:
de manera que siempre hacían más daño que recibían, y que
encargar sobre ellos el campo con muy gentil orden se retiraban. Como
esto vio el Rey, mandó poner en tres partes guarda de cada ciento y
cincuenta caballos, para que al salir de los moros hiciesen señal a
los del ejército, y los entretuviesen: y que la una parte del
ejército se estuviese queda en guardia del Real y la otra corriese a
la escaramuza, y que en retirándose los Moros tentasen de entrarse
revueltos con ellos en la villa, porque les seguiría todo el
ejército. Era la ocasión y asidero destas escaramuzas el ganado de
carneros y vacas del ejército, que entre el Real y la villa se
apacentaban, y en estos daban los de dentro haciendo presa de ellos
todas las veces que salían a escaramuzar, la cual los nuestros les
quitaban de las manos. Y desta manera continuando las escaramuzas,
volvían siempre de ambas partes con las manos sangrientas.












Capítulo IX. Como crecía de cada día el ejército del Rey, y de la
batería que se dio a la villa con las machinas, y como fueron rotas
por los Moros, y en la defensa dellas el Rey herido.






En este medio, a la
fama de tan encendida guerra que llevaba el Rey en la conquista del
Reyno, venían gentes de todas partes para hallarse en ella,
señaladamente de Aragón y Cataluña llegaron las compañías de
infantería y de a caballo que el Rey había mandado hacer. Con las
cuales el ejército vino a ser de hasta veinte y cinco mil infantes,
y dos mil caballos. Con esto los asaltos fueron de allí adelante más
recios y porfiados. Porque llegadas por mar las machinas y
instrumentos grandes de guerra, de Mallorca, y de Cataluña, que se
quedaban en las atarazanas desarmados, y venían en piezas, mandó el
Rey armarlas muy de propósito. Entre otras levantaron una gran torre
hecha de trabazón
(trauazon)
de muchas tablas dobles, conforme a las que antiguamente usaban los
Romanos, y las que usó el mismo Rey en el cerco de Mallorca. La
movían los soldados a todas partes con tan buen arte y concierto,
que se sentía poco el trabajo inmenso que les daba, a respeto de lo
que se holgaban de contentar y servir al Rey en ello: viendo su
graciosa presencia, y la afabilidad y humanidad con que los exhortaba
y animaba. Llegaron pues con la machina tan cerca del muro, que
estaba a menos de un tiro de piedra: y como se sobrepujase la
muralla, con facilidad descubría lo interior de la villa, la cual
batían con piedras, azagayas, lanças y saetas, haciendo muy grande
estrago en ella: tanto que ninguno de los vecinos se tenía por
seguro en su casa. Con todo eso el valor y destreza de los soldados
de Zaen con los de la villa era tanto, y con tan valeroso ánimo la
defendían, que a la postre pudieron muy bien resistir con sus
contramáquinas a la nuestra, y con sus bien encaradas saetas mataron
tantos de los que de lo alto de la machina peleaban, que ya no había
quien pelease, e hicieron parar a los que por la parte de abajo la
meneaban. Porque eran tantas las saetas y pasavolantes que de las
torres del muro que sobrepujaba a la machina, tiraban, así contra
los de arriba, que la defendían, como contra los de abajo que la
movían, y le iban alrededor: que ni el Rey con andar a pie
empavesado animando con su presencia a todos, ni los capitanes
recibiendo en sus escudos las saetas, y esforzando a voces, fueron
parte para entretener que la torre con otras machinas no fuesen
desamparadas, hasta que la noche despartió la pelea: quedando el Rey
herido con cuatro flechazos, aunque por gracia de Dios ninguno de
ellos hizo llaga peligrosa. Entonces confesó el Rey (según en la
historia refiere) que los Moros de Valencia eran harto más valientes
que los de Mallorca.











Capítulo XII. Que se armaron nuevas machinas, y de la gran hambre
que en el campo hubo, y falta de dinero, y como se remedió todo.






Quedaron los nuestros y
los de la villa tan cansados de la escaramuza pasada, que de aquellos
tres días siguientes, ni los Moros salieron a escaramuzar como
solían, ni los nuestros atendieron a otro, que a tener puesta gente
de guardia para las demás machinas, y a entender luego por la mañana
en retirar a fuera la torre machina, porque estaba tan maltratada y
deshecha, que antes causaba embarazo a los nuestros, que daño a los
enemigos. Ayuntado el consejo sobre lo que debían hacer determinaron
por otra vía batir la villa, y fue haciendo sus trincheras, y
allegándose el ejército poco a poco al muro. Para esto juntaron
todas las machinas y trabucos menores por encararlos hacia aquella
parte del muro, a donde se enderezaban las trincheras, hasta tanto
que por allí le abriesen, ya que no había lugar para minarle, a
causa de ser la tierra muy húmeda y pantanosa, y que con la vecindad
del mar manaba toda agua. Estuvo hasta aquel tiempo el Real provisto
de pan y cebadas, y de toda cosa abundantemente, que lo daba la
tierra. Mas como de cada día acudiese gente de todas partes, y el
ejército fuese creciendo, comenzó a haber hambre, y vino a ser tan
grande, señaladamente de pan y cevadas, que compelidos desta
necesidad, se trató de alzar el cerco, y que cada uno se volviese a
su tierra. Lo cual como tuviese al Rey afligido y triste: porque
apenas se podía defender de la importunidad de muchos, que insistían
en que se retirase el campo, y repartiese por las fronteras de Aragón
y Cataluña, antes que la hambre los echase, y Zaen sobreviniese y
triunfase de ellos. Estando en esto, vino nueva al campo de que
habían arribado a la playa dos galeotas, la una de Bernaldo de
Sentaugenia, gobernador de Mallorca, y la otra de Pedro Martel, de
Tarragona, y Tortosa, que traían gran abundancia de trigo y cebadas
con otras vituallas para el campo. Por las cuales, como si vinieran
del cielo, el Rey hizo gracias infinitas a nuestro señor, y mandó
que se tomasen, y pagasen sesenta mil sueldos por ellas. Aunque con
la falta de pan, también se descubrió la que había de dinero: que
ni se hallaba de donde pagar estos panes, ni quien se obligase por
ellos, entre los del campo, sino los vicarios de los Maestros del
Temple y del Ospital. Y aun estos no se obligaran, si no tuvieran
firme esperanza, que de los lugares y villas que se ganasen de los
Moros les había de caber buena parte para sus órdenes. Con esto se
tomó a cambio el dinero de los mercaderes que seguían el campo, y
se pagó lo que por el pan y cebadas se debía. Finalmente mandó el
Rey, que las galeotas se quedasen por guarda de la costa del mar, de
algunos corsarios que Zaen enviaba a fin de impedir al campo la
provisión de mar. Y como las galeotas hicieron rostro, acudieron de
toda aquella marina barquillos con vituallas.











Capítulo XIII. Como por las dificultades que había en tomar a
Burriana, quiso el Abad don Fernando persuadir al Rey alzase el cerco
de ella.






Aunque las necesidades de
pan y vituallas se remediaron, en el campo el Rey escribió de nuevo
al gobernador de Mallorca, continuase en proveerlo de más. Por otra
parte descubrían de cada día mayores dificultades para ganar la
villa, y comenzaban a murmurar sobre ello los que nacidos y criados
en lo más alto y frío de Aragón, les fatigaba mucho el calor de la
tierra baja, y deseaban extrañamente salir deste extremo, como
ganado de ovejas, por volver al suyo. Por esto el Abad don Fernando,
y otros del consejo, que nombra el Rey, Don Blasco, don Ximen de
Vrrea, Liçana, Muça, y Taraçona consintiendo en un mismo parecer,
procuraba en todo caso persuadir al Rey levantase el cerco y se
fuesen, pensando que gustaría el Rey dello, por verle tan triste y
pensativo, a causa del mal successo de la torre machina, y que se
quejaba por verse tan desgraciado, y para menos que sus antepasados
diciendo que a ellos todo les sucedía prósperamente, no como a él,
que en el cerco de una sola villa le salía todo al revés. Con esta
ocasión, pensando hacerle servicio se fueron para él juntos, y
tomando la mano don Fernando le habló desta manera. Señor y Rey
nuestro, el haberos sucedido hasta aquí en la guerra todas las cosas
prósperamente, causa que agora destas, como de muy adversas, os
aflijáis demasiado, y que de veros, que no sois mucho más dichoso y
felice que los capitanes antiguos, os tengáis por infelice y
desdichado. Lo cual parece cosa fuera de razón, y que no conviene a
vuestro honor y reputación el tanto despreciaros por ello. Ya que
todo esto os viene de no querer medir las cosas de la guerra con la
fortuna adversa, sino solamente con la próspera, y así se sigue
desto, que derraméis muy fuera tiempo tantas quejas de vos mesmo,
diciendo, que vuestros antepasados fueron más venturosos que vos en
armas: como sea así que en su tiempo tuvieron ellos sus desgracias y
pérdidas, como en este de agora tenemos las nuestras. Porque no solo
alcanzaban ellos sus victorias con derramamiento de sangre, y dudosos
successos, pero con mucho desaliento, y largas de día en día, hasta
que con intolerable trabajo y paciencia llegaban al cabo de ellas: y
aun con todo eso se les fueran de las manos, sino siguieran el tiempo
conforme al discurso de su mudanza y ocasiones: y así es menester en
esto imitarles. Pues habéis emprendido guerra, harto ardua, y más
difícil y peligrosa de lo que pensábamos. La cual a vos, y a
nosotros con todo el ejército pone en tanta estrechura, que se
pueden de hoy más esperar mucho mayores males que hasta aquí de
ella, si no dais lugar al tiempo, y os conformáis con el estado y
oportunidad que se os ofrece agora para ganar el renombre y fama de
prudente. Porque tenéis señor muy bien experimentado el valor y
esfuerzo de los enemigos, que tan valerosamente se defienden: habéis
hallado la villa tan fortificada de gente y armas, que no solo no les
habemos derribado ninguna de sus machinas y reparos: pero las
nuestras nos han tanto maltratado, que ha sido forzado retirarlas: y
que deste daño nuestro ha crecido tanto ánimo a los enemigos,
cuanto creo de cada día va faltando a los nuestros. Los cuales ya
murmuran de nosotros, y nos dan en rostro la falta que tenéis de
consejo: porque siendo tan maltratado, y habiendo padecido lo que
todos hemos visto, en esta guerra: no tratéis de dejarla, o
diferirla para otro tiempo. Y que habiéndoos puesto tan adentro en
tierras de enemigos, ya no esperéis sino que os cerquen por todas
partes, y nos podamos todos. Añádese a esto la gran falta de dinero
que se padece, y que no puede durar mucho la abundancia de pan que
agora tenemos, por lo que acrecienta de gente el ejército de cada
día: y sabemos que está ya agotada de vituallas toda la comarca.
Sin eso, comienza ya mucho a fatigarnos la incomodidad del tiempo que
está tan adelante, así por ser la tierra caldísima, como por el
Sol ferventísimo que anda ya para entrar en la Canícula. Dejo
aparte lo mucho que se quejan, y dan voces los escuadrones de las
ciudades, y villas Reales, diciendo que las mieses están ya en
sazón, y que es menester darle licencia para ir a segarlas, y a
coger lo suyo cada uno. Demás de otras muchas causas, hay una que no
importa poco para dejar sin daño la guerra: que Zaen desea más
presto acometeros con dineros que con armas, y sabemos ha prometido
dar una muy grande suma, porque nos apartemos del cerco. Lo que no
dejamos de aconsejaros, y que se debe recibir eso y mucho más de un
tan bárbaro y tirano enemigo: para que con ese mismo dinero podáis
hacer mayor ejército contra él, y con más oportuno tiempo del año
volver a conquistarle, no digo a Burriana, pero a la misma ciudad de
Valencia con todo el Reyno.







Capítulo XIV. Que
oído don Fernando, tuvo el Rey su acuerdo, y por las causas y
razones que de si dio, determinó de continuar el cerco.





Oída la larga plática
que don Fernando en su nombre y de los principales del consejo tuvo
ante el Rey, le dijo que respondería a ella. Y revolviendo su
pensamiento sobre cuanto se le había dicho, por ser cosas bien
dignas de considerar, y que tenían su haz y envés: todavía como
fuese de tan alto y divino ingenio, pasando por muchas cosas que le
inclinaban a seguir lo mejor: consideró que era perder mucho de su
honra y reputación, levantar el cerco de la villa, donde apenas
había dos meses que le tenía puesto: no habiendo querido apartarse
de la conquista de Mallorca harto más ardua y desviada de sus reynos
que esta, por mucho que algunos de los suyos también lo procuraban,
cuando había ya un año que la proseguía. Demás que sería, con
semejante muestra de flaqueza y temor, dar ánimo a sus enemigos para
que le tuviesen en poco:y también mucho más afrentoso, trocar el
honesto triunfo que esperaba de la victoria, con el vil dinero del
enemigo: teniendo por cierto que el consejo que para esto le daban
los suyos, particularmente don Fernando, que siempre le fue siniestro
para sus empresas, era vendido, a quien se creía, que Zaen con
dádivas había para este efecto sobornado. Por esto determinó dejar
los de este consejo y parecer, y sobre negocio tan grave oír el de
otros menos apasionados y más celosos del bien común. Señaladamente
del Arzobispo de Tarragona, y Obispo de Zaragoza, y los demás
Prelados que allí se hallaron: también de los Maestres y Vicarios
de las órdenes, con los otros grandes y Capitanes del ejército,y de
don Guillen de Mompeller su tío. Los cuales ajuntados en la tienda
del Rey, y consultados, si atentas las causas y razones que don
Fernando había propuesto ante él (que se recitaron fielmente todas)
para alzar el cerco de Burriana, y dejar por entonces de proseguir
esta guerra, estaría bien al Rey seguir este parecer, sin perder
nada de su honra y reputación, o sería mejor seguir lo contrario. A
lo cual todos, siendo de un mismo voto y sentencia, respondieron, que
no solo importaba a la honra del Rey, pero a la de sus Reynos, y
mucho más a la de todos los Capitanes y principales del ejército,
siendo tan grande y poderoso, perseverar hasta morir sobre el cerco.
Quien otro sentía, no tenía gana de pelear, y le sería mejor, el
consejo que daba de recogerse el ejército, tomarlo para si. La cual
determinación se envió luego a don Fernando y los de su opinión,
por resolución y respuesta.











Capítulo XV. Que don Guillen Dentensa tomó a cargo la guarda y
gobierno de las machinas, y como salieron de la villa y ponerles
fuego, y defendiéndolas fue herido, y curado por la mano del Rey.






Determinado que hubo
el Rey de no partirse del cerco, por las buenas causas arriba dichas,
don Guillen que fue el principal autor deste consejo, tomó a su
cargo llevar adelante las trincheras con las machinas hasta las
puertas de la villa, y de estar en la defensa dellas, con ánimo de
no partirse de aquel puesto con sus soldados, que trajo de Guiayna,
hasta que fuese el foso lleno, y quedase el paso llano para
arremeter, y dar el asalto. Mandó también el Rey a los de su guarda
Real de quien más se confiaba, que eran los Almugauares (destos se
hablará más adelante) que estuviesen siempre en guarda de don
Guillen, para cuando los de la villa saliesen a dar contra las
machinas, para lo mismo se ofrecieron muy de veras los caballeros del
Temple, y se pusieron en orden para esta defensa, como aquellos que
siempre solían ser en las escaramuzas de los primeros. De manera que
con la diligencia de don Guillen, y de don Ximen Pérez Taraçona, y
de sus soldados, que se juntaron con él, allegaron las machinas,
que por entonces solo servían por escudo y defensa de los que
entendían en henchir y cegar el foso, hasta igualarlo con el suelo
de arriba, y en agujerear el muro. Con este allegamiento de machinas,
comenzaron a enojarse los de dentro, y a más embravecerse contra
ellas, no echando de ver los agujeros que se hacían en el muro. Y en
tanto que por aquella tarde cesó la batería de las machinas, y se
fue la gente a reposar, salieron doscientos soldados de la villa con
grande silencio, con sus manojos de esparto encendidos para dar fuego
a las machinas: haciéndoles la centinela los del muro, puestos por
todo él muchos ballesteros para llover saetas sobre los que
acudiesen del campo a la defensa de ellas. Esto no pudo ser intentado
tan a la sorda que no dejase de sentirlo don Guillen, el cual estaba
muy atento para notar cualquier mínimo movimiento de los enemigos. Y
así arremetió con su gente y los Templarios contra los que ponían
fuego, y dio tan valerosamente con ellos que sin dejarles efectuar
cosa alguna, los hizo retirar con grande estrago a la villa. Puesto
que desta refriega quedó herido don Guillen de una saeta en la
pierna por los del muro: y como lo supo el Rey, mandó que lo
trajesen a su tienda Real, a donde de su propia mano le sacó el
hierro de la saeta, que se le había quedado enclavado en la pierna,
y le lavó la herida, y se la vendó (
enbendo)
en presencia de todos los cirujanos del campo, que se admiraron, y
alabaron la destreza y mano del Rey en tal oficio: como aquel que se
había preciado de hallarse en la cura de muchos heridos, y con su
buen ingenio aprendido en aquel particular el modo de
curallos.
Estuvo luego sano don Guillen, y no bastó el Rey a detenerle, que no
fuese las noches a asistir en su puesto. Con todo eso los de la villa
no dejaban cada noche de hacer sus salidas, y dar sobre las machinas:
aunque eran también recibidos de la gente de guarda, que siempre se
volvían con alguna pérdida.












Capítulo XVI. Como el Rey se puso en guarda de las machinas, y
corriendo tras los que salían a quemarlas, llegó a hincar su lanza
en las puertas de Burriana.






Viendo el Rey el
buen efecto que las machinas hacían en el cegar del foso, y
aportillar del muro, entendía con grande curiosidad en la
fortificación y conservación dellas: y por lo mismo los de la villa
conociendo el mal que les hacían, no pudiendo prevalecer contra
ellas del muro, como antes contra la torre máquina, no atendían a
otro que a darles fuego. Como esto lo acometiesen cada noche, púsose
el mismo Rey muy de propósito a rondar el campo, y a reconocer la
guarda que de las machinas se hacía. Y como una noche no hallase
puestos en centinela aquellos a quien de día la había encomendado,
ni diesen el nombre, determinó de ahí adelante hacer él mismo en
persona la guarda con nueve caballeros, y poner su escudo colgado en
las máquinas, como
decurión,
o cabo
descuadra
que asiste a los de guardia. Como supieron esto por sus espías los
de la villa, luego muy alegres, pensando hacer una gran presa de la
persona del Rey, salieron doscientos y cincuenta de ellos los más
escogidos, con sus manojos encendidos para dar fuego a las machinas:
de los cuales solos cuarenta iban con escudos y fuego, los demás
todos eran ballesteros: llegando ya para poner fuego, fueron
descubiertos de dos escuderos del Rey, el cual en tocar alarma salió
con los nueve caballeros de su puesto, siguiéndole los demás de
guarda, y dio en los Moros con tanto ánimo, que sin más esperar,
volvieron las espaldas, y el Rey que los siguió, con la oscuridad,
se revolvió de tal suerte con ellos, que llegó a las puertas de la
villa, e hincó su lanza en la principal dellas. Pero como las saetas
anduviesen muy espesas, le fue forzado echado su escudo a las
espaldas retirarse con buen orden hasta salir del peligro, del cual
se recelaron tanto en el Real, que ya llegaba casi todo el ejército
con antorchas encendidas, y muy en armas, a buscar su persona, con
muy grande sobresalto de todos, a causa del rumor que se había
esparcido por el campo, que no parecía el Rey, que se había
perdido, que era preso, o muerto. Y aunque el sentimiento y
alteración era común por la pérdida, no todos la lloraban de
pesar: porque alguno de los que más entonaba la mala nueva, tomara
la muerte del Rey por vida.











Capítulo XVII. De la memorable, y nunca oída hazaña que el Rey
hizo por salvar la honra de su ejército.






No se puede dejar de
escribir con letras de oro, lo que refieren del Rey todos los
historiadores de su tiempo en este caso, de su tan heroica, singular,
y nunca oída hazaña, o por mejor decir, sacrificio que de si mismo
quiso hacer, por la salud y honra de su ejército: con la cual no
solo se igualó con todos los Reyes y capitanes del mundo, pero les
excedió con mayor gloria y prudencia, que cualquier de los Decios
capitanes Romanos, cuando por salvar sus ejércitos perdieron
indiscretamente las vidas. Cuentan pues del Rey que continuando su
cerco, como estuviese muy triste y despechado, de ver por una parte
la brava resistencia de los de la villa, y nuevo socorro que Zaen
entendía en enviarles: por otra, la porfía de don Fernando, y los
de su opinión, porque alzase el cerco, y se retirase a Aragón: y
que si le alzaba sin hacer algún buen efecto, o sin alguna honesta
causa y razón, en cuan grande mengua y afrenta ponía a si, y a todo
su ejército: determinó, aunque con manifiesto riesgo de su vida y
persona, dar tal salida al negocio, que contentase a la mayoría (
a
los más
) y salvase la honra (honrra)
de todos. Para esto, sin dar parte dello a persona alguna, se
encomendó a Dios y a su bendita madre, y saliendo noche y día a las
escaramuzas, se desabrochaba el jubón, y desmallada la cota,
descubría su pecho y persona, oponiéndose a las saetas, y a los
demás siniestros de las escaramuzas: para que padeciendo en algo su
Real persona, tuviese el ejército una honesta causa para levantar el
cerco, y anteponer la salud de su Rey a la presa de una villa. Pero
con el favor divino pudo hacer muy verdadera experiencia de su
animosísimo e incomparable valor, y quedar su persona y cuerpo libre
de todo riesgo y peligro, cuyo ánimo había ya sido tan asaetado de
angustias que le causaban los suyos: porque en fin no dudó de
aventurar su persona, solo que la honra y salud de su ejército se
salvase.











Capítulo XVIII. Como caída una torre del muro se dio el asalto, y
aunque resistieron los Moros, se dieron a partido, y se tomó la
villa, y de las mercedes que el Rey hizo aquel día.





Continuando noche y
día las machinas y trabucos en hacer su oficio encarándolas a una
torre que estaba en una esquina de la muralla, quiso Dios que vino
toda al suelo, y por ella quedó abierta la entrada a los nuestros.
Los cuales cobrando grande ánimo, el día siguiente, como el foso
estuviese ya lleno con la ruina de la torre, no solo por ella, pero
por otras partes tentaron de escalar el muro, y de una acometieron la
entrada. Pero el valor y virtud de los de dentro fue tanto, con hacer
rostro y cuerpo de guardia detrás de la torre caída, poniendo allí
un tercio de la gente, y la demás repartida por la muralla, que por
todo aquel día, aunque con gran pérdida suya, se entretuvieron
valerosamente: y quedó para el siguiente hacer todo el ejército del
Rey su mayor fuerza. Como esto entendieron los de dentro, comenzaron
a desconfiar de su salud y vida, así por verse acometer por tantas
partes, y que las ruinas del muro eran irreparables: como por
entender que las fuerzas y poder de los Cristianos siempre iban
aumentando, viendo que los combates postreros eran muy más recios
que los primeros. Por donde tardando ya mucho el socorro de Zaen,
determinaron de entregarse al Rey, si les escuchaba de partidos que
sería permitiéndoles se saliesen todos con sus mujeres y hijos, y
también con su ajuar y alhajas (
axuar y
halaxas
), a la villa de Nules, muy
cerca de allí: lo cual notificaron al Rey por sus embajadores. Pues
como el partido pareciese bien a los grandes y consejeros del Rey,
fue también él contento dello, y se les concedió de buena gana, y
así más si más pidieran, por haberlos hallado tan valerosos en la
defensa de la villa. Y así se salieron luego con mucha presteza, y
asegurados de todo daño se trasladaron a la villa de Nules. Puesto
que por la prisa no pudieron cargar con todo, quedó algo para los
soldados, los cuales en un punto lo dieron a saco. Entró pues el Rey
con su ejército en Burriana la víspera del glorioso Apóstol
Santiago, después de pasados dos meses de cerco sobre ella, villa
célebre, y que por su valerosa defensa de entonces acá ha sido, y
será siempre muy nombrada. Donde el día siguiente del santo Apóstol
celebró el Rey su fiesta, con muy grande regocijo y alegría de todo
el ejército, a honor y gloria de nuestro señor, y de su bendita
madre, mostrándose muy liberal para muchos: señaladamente lo fue
para los caballeros del Temple que más se señalaron en esta
conquista. Hizo merced de cierta parte de la villa y de sus campos,
la cual poseen hoy los comendadores de la orden de Montesa.
Finalmente después de puesto asiento en las cosas del gobierno de la
villa con su comarca, y su gente de guarnición, por si Zaen quisiese
mover algo, y renovar la guerra, despidió por entonces el ejército:
alabando mucho a todos los soldados, y prometiéndoles que en la
presa de la ciudad, para la cual los emplazaba, tendría muy grande
cuenta con ellos, y con los buenos servicios que de ellos había
recibido. Con esto cada uno se fue a sus tierras, y también al Rey
por negocios urgentes le era forzado dar vuelta por Aragón. Para
esto dejó a don Blasco, y a don Ximen de Urrea para solos dos meses
con gente de guarnición en guarda de Burriana, hasta que don Pedro
Cornel, a quien había nombrado por gobernador de ella, y de su
comarca viniese de Aragón. No quiso el Rey desamparar esta plaza que
tanto le costaba, por mucho que el Obispo de Lerida, y don Guillen
Cervera monje de Poblete, que allí se hallaron, se lo porfiaron en
presencia de Pero Sanz, y Bernaldo Rabaça, que servían de
secretarios y eran de los prudentes hombres que el Rey tenía en su
consejo. Satisfizo el Rey a la porfía con muchas razones en
contrario, concluyendo que con el mismo ánimo y fuerzas que había
ganado a Burriana la había de conservar: por lo mucho que estimaba
la comodidad y oportunidad del lugar, para proseguir desde allí la
guerra y conquista comenzada.











Capítulo XIX. Como el Rey fue a Teruel, y entendido que Peñíscola
se le entregaba, fue allá y se apoderó de ella, y de las tierras,
que ganaron los Comendadores y don Ximen de Vrrea.






Presa Burriana, y dejada
gente de guarnición en ella, se partió el Rey para Tortosa, y de
allí dio vuelta para Teruel donde hizo gracias a los Ciudadanos y
hidalgos por el buen servicio que en esta guerra le habían hecho, y
que se acordaría del. En tanto que atendía en asentar algunos
negocios del reyno que allí acudieron, le vino aviso de Burriana, de
don Ximen de Vrrea como había convidado a los de Peñíscola se
diesen con las condiciones y partido que quisiesen, a su Real
persona, que serían bien recibidos, donde no, que les denunciaba
crudelísima guerra. Y que habían respondido que si el Rey viniese
en persona a ellos se le rendirían a toda merced suya, porque sabían
la benignidad y amor con que recibía a los que libremente se le
entregaban, más que por conciertos. Como entendió esto el Rey,
luego tomó siete de a caballo de los principales que le seguían,
con los de su guarda y bagaje ordinario, y se fue para Peñíscola
por el mismo camino que fue antes para Ares y Morella, y llegando
bien adelante, tomó a mano derecha, con tanta prisa que a tercero
día que partió de Teruel al anochecer, llegó a las puertas de
Peñíscola. Como se certificó de los ánimos y determinación del
pueblo, por que no pareciese que era cautelosa su entrada, mandó
poner las tiendas en el campo, y quiso dormir allí aquella noche. Al
cual salieron los principales de la villa, y le besaron la mano, y le
proveyeron de vituallas y ropa para su persona y los demás, con
grande solicitud y afición. El día siguiente salieron el Alcayde y
oficiales reales con todo el pueblo, y dadas las llaves recibieron al
Rey con gran triunfo, y como a su verdadero señor se entregaron la
fortaleza. El cual les ofreció todo buen tratamiento, y concedió
cuanto le pidieron. En este medio los Vicarios del Temple y del
Ospital con sus Comendadores y gente de guerra, partieron de Tortosa
hasta donde habían poco antes acompañado al Rey, y dando vuelta por
el reyno, fueron a Xivert y Cervera villas de Moros no lejos de
Peñíscola, y pusieron cerco sobre ellas. Por cuanto mucho antes por
los Reyes don Alonso y don Pedro abuelo y padre del Rey, fue hecha
merced dellas a sus órdenes, para siempre que el Reyno se
conquistase por ellos, o por sus sucesores. Como los pueblos vieron
la gente de guerra, y el aparato que había sobre ellos para
combatirlos, se dieron luego con las fortalezas, y quedaron para
siempre sujetos a las dos órdenes. Por el mismo tiempo volviendo el
Rey de Peñíscola para Burriana, tomó de paso a los Polpis, pueblo
señalado, pero apenas hay agora vestigio del: donde le alcanzó el
ejército que volvió de Teruel y de otros pueblos comarcanos, y hizo
capitán del a don Ximen de Urrea, el cual tomó todos los pueblos de
aquella comarca que agora llaman el Maestrado, hasta Burriana, por
fuerza o a partido. Tomó entre otros a Castellón de Burriana, que
agora llaman de la plana: y es el más principal pueblo de toda ella,
así en su asiento llano y vega fertilísima y muy extendida, como en
grandeza de sitio y bien labrados edificios, y que son gente de
lustre y belicosa. Tomada esta plaza volvió sobre Burriol, las
Cuevas, y Vilafanes, que entonces eran pueblos cercados, y se le
entregaron: de Cabanes que agora es pueblo insigne por las ferias que
allí se tienen, como de moderno, no hace memoria del la historia.
Finalmente tomó Alcalá de Xivert que era el más fuerte, y como
amparo de toda aquella comarca, a causa de su fortaleza, que estaba
con guarda y muy provista de todas armas. Cuyo Alcayde, y los del
pueblo (puelo) como entendieron que todos los pueblos comarcanos se
habían rendido, se dieron sin más resistencia. Desta fortaleza como
cosa de confianza hizo merced el Rey de su tenencia y derechos al
mismo capitán don Ximen de Vrrea, para él y a sus descendientes
perpetuamente. Allegó el Rey a Burriana antes de cumplirse los dos
meses que había tomado de plazo hasta la venida de don Pedro Cornel,
a quien había dado el gobierno de Burriana, y quedose allí hasta
que llegase.











Capítulo XX. Como el Rey yendo a caça de grullas le dieron tan
grandes graznidos que tomó ocasión dello, para proseguir la guerra
contra los Moros en la ribera de Xucar. Y del río de los ojos y
otras cosas.






En este medio que se
aguardaba la venida de don Pedro Cornel, el Rey por su recreación se
dio a montería, principalmente de jabalíes, que los hay por los
pantanos de Burriana (que allí dicen Almarjales) junto a la marina,
en abundancia y grandísimos: y a vuelta dellos también a caza de
grullas. Las cuales como se levantaron y pusieron en su orden
triangular pareciéronle al Rey dignas de ser admiradas y
contempladas por la gente de guerra. Pero siguiéndolas, como en
llegar el Rey junto a ellas diesen tan excesivos graznidos por el
aire, cuales nunca antes sintieron los que seguían la caza: el Rey
que más atentamente consideraba el graznar (
graznear)
dellas, vino a persuadirse, que le amonestaban, como al buen capitá
le estaría mejor en tierra de enemigos turbar el orden de ellos, que
no de ellas. Y así, propuso luego de ir a dar una refriega por toda
aquella tierra que está de la otra parte de la ciudad ribera del
río Júcar (
Xucar),
por atemorizar a Zaen, talando los campos y saqueando los lugares.
Para esto juntó su ejército que estaba alojado por los pueblos
comarcanos: y escogió solos treinta de a caballo con ciento y
cincuenta Almugauares y más setecientos infantes, todos a una gente
muy lucida: y puesto en orden su bagaje, pasada la media noche
comenzó a marchar con ellos: pero no pudo ir tan secreto, que al
pasar por junto la villa de Almenara no fuese descubierto por las
guardas. Los cuales viendo que andaba gente nueva por la tierra,
luego desde su castillo y fortaleza que está en un monte alto dieron
señal y aviso con fuegos a los de Muruiedro a una legua de ella, y
de allí por las atalayas dispuestas en cada pueblo hicieron también
sus señales y fuegos a Puçol y a Valencia. De manera que hasta los
del río Xucar, y por toda su ribera voló la fama, en menos de vn
hora, que entraban enemigos por la tierra. Mas aunque sintió el Rey
era ya descubierto, no por ello (como dice la historia) dejó de
continuar su viaje, antes mandó que el bagaje pasase a delante. Y
así a paso tirado llegaron a Paterna y Manizes dos buenos lugares y
muy nombrados, por la obra y vajilla de barro maravillosa que allí
se hace, los cuales están a una legua de la ciudad. Apenas pues fue
de día, cuando ya el Rey tuvo el ejército
dessotra
parte del río de Valencia, pasando los de a caballo por la parte que
se podía vadear: y los de a pie hecho un escuadrón, por la puente
de Quarte, que estaba más abajo hacia la ciudad. De allí fueron por
la torre de Espioca: de donde se adelantaron doscientos soldados con
el bagaje la vuelta de un pueblo llamado Alcocer, rico y muy
abundante de arroz y seda y otros frutos junto a Xucar. Siguiendo el
mismo camino el Rey llegó a un pueblo llamado Maçalabès, también
de muy fértil tierra y abundosa de lo mismo, y es una de las
baronías del reyno. La cual poseen los de la familia y linaje de los
Milanes, descendientes de aquellos antiguos dos hermanos Ramon y
Vguet del Milan, que dieron origen y principio a esta familia en este
reyno (cuya principal cabeza son los Illustres Condes de Albayda)
porque sirvieron estos hermanos al Rey caballerosamente en la
conquista con sus personas y haciendas, como se muestra por haber
sido nombrados, y heredados entre aquellos, en quien el Rey ganada la
ciudad de Játiva (
Xatiua),
mandó hacer repartimiento de las heredades y tantos Reales para cada
uno de los que en esta jornada le siguieron. Y es cierto que a este
repartimiento no fueron acogidos ínfimos, o simples soldados, sino
caballeros y gente señalada, como capitanes y criados del Rey, o
caballeros aventureros que a su propia costa le seguían en la
guerra: como se declara por un libro intitulado Memoria de los
repartimientos: el cual está en el Archivo de la mesma ciudad de
Xatiua muy bien autenticado, y los susodichos Ramon y Vguet del
Milan, en él contenidos. Hízose este libro, o Aranzel de los
repartimientos en el año del señor MCCXLVII. Siendo el Rey de edad
de XXXVIII años. Está pues este pueblo asentado a la ribera del río
que llaman de los Ojos, dicho así, porque poco más arriba de él
nascen en
tierra llana muchas fuentes como ojos de agua que hechos muy grandes
arroyos, luego se recogen en una canal, y hacen este río formado: y
hay opinión que nacen de otras tantas aguas que pocas leguas más
arriba se hunden bajo tierra. Otros dicen que son brazos secretos del
río Xucar que pasa muy cerca, porque le vehen crecer cuando crece
Xucar, mas no es por eso, sino que creciendo el Xucar impide la
entrada al de los Ojos, que va a dar en él, y le hace regolfar en
tanta manera, que viene su agua a salir de madre, y extenderse por
los campos para dejarlos bien (
pa dexar
los bié
) fertilizados. Tiene otra
propiedad este río a causa de tantos ojos, que no solo donde nace,
pero también hay de ellos río abajo: porque
acaesce
que si una res cae (
cahe)
en él, y cualquier otra cosa grande, se hunde que nunca más
parece,
y así es muy peligroso su paso.







Capítulo XXI.
De la acequia Real que mandó el Rey sacar del Xucar en el territorio
de Alzira, de su admirable
architectura
y provecho, y de los muchos lugares que se han fundado por ocasión
de ella.









Como llegase el Rey
a vista de Alzira, y desde un alto contemplase toda aquella tierra de
la otra parte del Xucar, tan hermosa y bien cultivada, tan llena y
fértil de árboles, y variedad de mieses, a causa del riego que el
mismo río hacía por toda ella: y viese que la tierra que desotra
parte del río pisaba, era tan llana y aparejada para producir tantos
y tan diversos géneros de frutos y mieses como la otra, si fuese
igualmente cultivada, y ayudada con el riego del mismo río:
considerando también que este era grande y caudaloso, que podría
así bien dar razón a las dos partes, sin mucha disminución suya:
consultó
sobre ello
con sus ingenieros y expertos. Los cuales tanteada la tierra, y
pesada el agua, hallaron podía muy bien sacarse del mismo río una
muy grande acequia, para regar con ella mayor cantidad de tierra
desta, que de la otra parte del río: y dado que había algunas
notables y bien costosas dificultades para traer la acequia,
resolvieron, que no faltaría ingenio ni industria para vencerlas, y
salir con la empresa. Con esto propuso el Rey en su ánimo siempre
que fuese señor de la villa de Alzira, poner en ejecución esta
obra. Mas aunque el Rey no mandó poner luego mano en ella, hasta
después de tomada Alzira: todavía pues hallamos ya hecha la
acequia, y con tanto ingenio acabada, la describiremos en este lugar
de la historia. Mandó pues el Rey en siendo señor de Alzira, sacar
esta tan principal acequia (que por eso llamaron del Rey) del río
Xucar, y para llevarla se cavó una madre o canal tan profunda y
ancha, que casi cabe y se va por ella la tercera parte del río:
tomando el agua desde un pueblo que llaman Antella, que está junto a
él, tres leguas más arriba de Alzira: cuya canal abraza dentro de
si el término y territorio desotra parte, a modo de una media luna,
conforme al término que está de la otra parte regado con otra
acequia antigua, aunque no tan grande, sacada del mismo río. Pero lo
que más hay que notar en la del Rey es, que no fue parte para
impedir la obra, la extraña dificultad que se hallaba para dar al
agua su corriente: porque se le oponía de travieso, un gran
torrente, o río que hoy llaman de Algemesi, lugar antiguamente
pequeño, y agora es villa grande y de las más ricas del reyno, por
la comodidad del acequia: cuyos márgenes son tan altos, y el agua va
tan profunda dentro dellos, que no se podía pasar ni atravesar con
arcos, o conductos por encima del torrente, ni lo sufría el peso del
agua: sino que con admirable arte de los ingenieros se venció la
dificultad de naturaleza, desta manera. Que antes de llegar la
acequia al barranco, o torrente, abrieron la tierra, y por debajo de
ella a picos, o como mejor pudieron, hicieron una canal, o madre de
más de cuarenta pasos de largo, con tan firmes y bien argamasadas
paredes y con su encaramada bóveda por do encaminaron el agua hasta
que volviese a descubrirse, y pasar adelante y esto con tan firme y
permanecedera obra, que de cuatro cientos años, o poco menos a esta
parte, ni jamás se ha cegado, ni por muchas crecientes y avenidas
del torrente que por encima han pasado, se ha sumido el agua sobre
ella, ni el curso de la acequia poco ni mucho impedido: antes con su
próspera y continua corriente, riega y fertiliza el término de más
de XX lugares, que por la comodidad de la acequia, como está dicho,
se han fundado después acá por los contornos de ella. Y así
comenzando a cultivar y regar aquel territorio, se descubrió tanta
fertilidad y abundancia en todo género de mieses y frutos, que no
solo se iguala con las demás tierras del Reyno, pero en arroz y seda
se aventaja a todas. Porque es tanto el provecho que destas dos
mercaderías de allí se saca, que por ellas realmente vienen a ser
estos lugares los más ricos y prósperos de todo el Reyno.








Capítulo XXII. Como los soldados del bagaje saquearon a Alcocer, y
con otras cabalgadas que el Rey hizo, se volvió a Burriana, y como
se le rindió Almenara.






Llegado pues el Rey
al río de los Ojos, y hecho alto en Maçalaues la gente y soldados
que iban primeros con el bagaje se metieron a saquear el primer
pueblo grande que les vino delante que fue Alcocer, junto, y desta
parte del Xucar, y hecha la presa se volvieron al bagaje y retiraron
hacia donde estaba el Rey. En el mismo tiempo los de a caballo que se
habían echado a la mano izquierda hacia la marina, y habían robado
los lugares de aquella partida que eran aldeas de Alzira, se volvían
al Rey con la presa delante: el cual se detuvo en Albalate de
Pardinas, pueblo que está junto al río, hasta que toda su gente que
se había esparcido a robar se recogiese, y en fin con sesenta Moros
que vinieron a su parte se contentó, y volvió por el mismo camino,
pasando el río de Valencia por la misma puente de Quarte sin hallar
ningún estorbo, ni muestra de enemigos, hasta Burriana, donde
celebró la fiesta de la natividad del señor con mucha solemnidad.
Este mismo día don Pedro Cornel entró allí, con una buena banda de
caballos, y el Rey le dio la gobernación y tenencia de Burriana, con
toda su comarca: y demás de la gente de a caballo, le añadió
seiscientos infantes para que hiciese sus cabalgadas contra Onda,
Nules, el val de Uxò, y Almenara, talando campos y haciendo presas,
conque mantuviese su gente, y amedrentase los Moros de la tierra. A
esta sazón un escudero antiguo de don Pedro llamado Miguel Perez, a
quien había enviado antes con su recámara a Burriana, y tenía
amistad con algunos vecinos de la villa de Almaçora pueblo pequeño,
pero fuerte, y una legua de Burriana, le dijeron que para cierta
noche enviase el gobernador algunos pocos soldados, que les darían
entrada en la villa por aquella parte del muro donde verían un
faron
encendido, y que los repartirían en tres torres, para que
sobreviniendo el ejército se apoderase de la villa: porque así era
la voluntad de los más. Siendo dello contento, y muy alegre Miguel
Pérez: y prometiéndoles sería la villa muy bien tratada, y ellos
bien galardonados del Rey, relató al gobernador su señor lo que de
los de Almaçora había entendido, y hecho trato con ellos: llevó el
gobernador a su escudero ante el Rey, y como supo del trato lo
aprobó. Y luego mandó poner en celada cerca de la villa un
escuadrón de hasta quinientos soldados de a pie y treinta de a
caballo. Destos envió veinte con otros tantos de a pie a las ancas
de los caballos, con la gente que llevaba las escalas, y otros
instrumentos de guerra, guiados por Miguel Pérez. Acudiendo pues a
la segunda vela y hora del concierto, y descubierto el faron,
pusieron las escalas al muro, y subiendo cinco dellos, hallaron a los
del concierto que les ayudaron a subir, y entrar en la villa: y los
llevaron a una casa, donde acudieron muchos del pueblo, y sin
decirles nada los ataron y pusieron en una mazmorra los dos dellos:
pero los tres últimos viendo la traición, escapándoseles de entre
las manos, se acogieron a una torre del muro, y haciéndose allí
fuertes, dieron grandes voces, llamando traición: oyendo esto los
que estaban en celada acudieron de presto y hallando las escalas
puestas subieron el muro, y echadas del abajo las guardas, se
metieron por las casas y calles, y librados los presos, antes que
amaneciese fue la villa ganada, y saqueada, y muertos o huidos los
vecinos de ella. Desta manera se ganó Almaçora sin pérdida de
ningún Cristiano. Entró luego en ella el Rey y reconociéndola toda
puso gente de guarnición, y la incorporó (
encorporola)
en la tenencia de don Pedro, y pues los Moros se habían ido, por ser
pequeña y fuerte, mandó se poblase de Cristianos, a los cuales
repartió las casas campos y heredades, que fueron soldados viejos ya
cansados de seguir la guerra: de allí se volvió a Burriana. La cual
siempre mandaba fortificar y poner en defensa, para de allí
continuar la conquista. Luego salió a dar una vista por todas
aquellas villas y lugares de la comarca que ya se habían ganado de
los Moros, y en esto se detuvo otros dos meses para más animar al
gobernador, y gente de guarnición con su presencia.












Capítulo XXIII. Como llevando el Rey consigo a don Blasco y a don
Ximen de Vrrea se fue para la villa de Montalbán, cuyo asiento se
describe, con los admirables efectos y causas de su frescura.






Asentado ya lo del
gobierno y tenencia de Burriana, y puesto don Pedro Cornel en la
presidencia de ella, partió el Rey para Aragón los últimos de
Mayo, llevando consigo a don Blasco y a don Ximen de Vrrea, que de
fatigados de residir tanto tiempo en Borriana tierra baja y calurosa,
deseaban subir a la sierra para pasar el verano en tierra fresca. Y
porque lo mismo deseaba el Rey, y la guerra daba lugar a ello por
entonces, fue le dicho como ningún pueblo de todo Aragón era más
fresco, ni regalado de verano que la villa de Montalbán, donde
estaba la encomienda mayor del orden de Sanctiago en el reyno de
Aragón
, a medio camino de Teruel y Alcañiz, y a jornada y media de
Zaragoza. Luego se partió el Rey para ella, y llegado a la gran
sierra que llaman del Buytre, recreose mucho con tan larga y
extendida vista de tierras que de ella se descubren y montes a más
de veinte leguas. De allí descendió en unos muy profundos valles,
donde está metido Montalbán al pie de un monte alto y blanco en
medio de un muy ancho valle puesto, por donde pasa un río que llaman
Martín, que más adelante es grande y caudaloso. Descubriose pues el
valle rodeado de montes altísimos, y aunque muy blancos: nace con
todo esto de las entrañas dellos aquella piedra negra que en Latín
llaman Gagates, y en Romance Azabaje: de la cual, parece cosa
increíble, ver las imágenes (
imagines)
y figuras lucientes (
luzientes)
de bulto que los artífices de aquel pueblo
dolan
y acaban con tanta perfección (
perficion),
que como mercadería de valor la remiten con mucha ganancia a
diversas partes del mundo. También se descubrió la grande espesura
de viñas que hay por los montes que están juntos a la villa. Los
cuales puesto que son poco dispuestos para dar pan y otras mieses,
por estar muy inhiestos: están, como dicho es, tan llenos de viñas
y con sus pámpanos hacen tan alegre vista de lejos, que no parecen
otro que las guirnaldas de Baco (
Bacho).
Y es así que el vino que sale de ellas es mucho y muy bueno, con una
propiedad natural de templanza, que por muy largo que del se beba
alegrará bien, pero no desatinará al que le bebiere. La causa que
para esto dan son las cuevas, o bodegas que hay en cada casa de la
villa, profundísimas a pico hechas, y fresquísimas (
frigidissimas)
de verano: porque a causa del gran calor del sol que reverbera por
aquel valle, y es muy caluroso, el frío se recoge a lo íntimo de
ellas, y como se experimenta por los agujeros, o respiraderos que
dellas salen a las calles, echan soplos de viento
frigidissimo,
quando el sol más hierve: llega esto a tanto que como los que de
presto se echan en el río, se espeluznan de frío, así los que
pasan por delante aquellos respiraderos se alteran de tan frío aire
como sale dellos. Con esto las calles y casas están de aire, que se
goza en ellas del más suave fresco que se puede desear por aquellos
tres meses de verano. De manera que el vino y agua salen de las cavas
tan fríos, que bebidos, casi igualan con la nieve. Y esta es la
causa porque bebiendo mucho no se turba el juicio del
bebiente:
por lo que el frío comprime los vapores en el estómago, y no los
deja subir ardientes, sino templados al
celebro.
De aquí se entiende claramente, como está dicho, que para gozar de
todo regalo en el tiempo del gran calor, no hay otro asiento de
pueblo más saludable, ni más regalado que Montalbán en España:
pues allende del beber fresco, y de bueno, también es en el comer
regaladísimo y muy provisto (
proveydo)
de excelentísimo pan, carnes, y cazas. Demás de ser pueblo
regocijado y de gente llana y conversable.












Capítulo XXIV. Del contento que el Rey tuvo en Montalbán, y de las
mercedes que hizo a don Blasco, y de la plática que tuvo con don
Ximen de Vrrea sobre las cosas de Mallorca.






Bien se le pareció
al Rey quedar contento del asiento y templanza de la villa de
Montalbán, junto con el regalo y servicios que los del pueblo le
hicieron el tiempo que allí estuvo, pues como suelen los hombres de
contentos dar en agradecidos, y hacer mercedes, se acordó en ella de
los memorables servicios de don Blasco, así por la libre
renunciación
que le hizo de la villa de Morella, como por el buen consejo que le
dio de comenzar la guerra por Burriana, que por haberle sucedido
también las dos cosas, quiso hacerle mercedes. Y así le concedió,
que de vida suya poseyese a Morella, y fuese señor de ella,
reservando para si solamente la torre más alta y más fuerte del
castillo, que llaman
celoquia,
que debe ser la del homenaje, y que presidiese como alcayde de ella
el Capitán Fernando Díaz, o Ximeno Taraçona con gente de
guarnición. Esta merced la tuvo don Blasco en tan grande estima y
favor, que le besó las manos por ella: y dio su fé y palabra por si
y por su hijo don Artal en presencia de don Ximen y los criados del
Rey, que muerto él, se restituiría Morella a la casa Real sin
contradicción alguna. También confirmó el Rey de nuevo en favor
del mismo don Blasco, para él y a sus sucesores, la donación que le
hizo antes del Condado de Sástago, y lugar de María. Aguardando
pues el Rey que pasase el estío, y solazándose mucho con el buen
fresco de la tierra, vino en buena conversación con don Ximen y don
Blasco, a discurrir sobre las guerras pasadas, y prósperos successos
dellas, hasta que llegaron a tratar de Mallorca, y del pacífico
estado de que las dos Islas gozaban. Con cuyas conquistas, decía,
que puesto que le habían costado trabajos, y sangre de amigos, pero
que había con ellos ampliado y aprovechado mucho a sus reynos, no
solo con la provisión de tantas y tan excelentes mercaderías como
salían dellas: más aun por haber purgado todo aquel mar de los
corsarios dellas, y de la de Berbería: concluyendo, que a no tener
las Islas, fuera vana, y por demás la empresa de Valencia. Y que por
esto tenía más cuidado que nunca del gobierno y conservación de
ellas. A esto salió don Ximeno, que también había tenido cargos en
aquella conquista, y sabía muy bien lo que pasaba por entonces sobre
el gobierno y regimiento dellas, diciendo. Ciertamente, mi señor y
Rey, puesto que no tengáis necesidad de consejo, porque os sobra
para todos, que oiréis de mi, por vía de advertimiento, uno, aunque
falto de prudencia, pero bien cumplido de fidelidad y es que tengo
recelo no se pierdan muy presto esas Islas que tanto preciáis, por
vuestra culpa. Porque todo cuanto
pusistes
de trabajo y diligencia en ganarlas, agora es mayor el descuido y
negligencia que usáis en mantenerlas: por haberlas puesto en mano de
don Pedro de Portugal, hombre (como todos sabemos) para
defendellas,
de los más inútiles y impertinentes del mundo. Como oyó esto el
Rey con tanta verdad dicho, y que lo hablaba Vrrea con afición y
buen celo, se le sonrió, mandando que no pasase adelante
sobre
ello
: porque vería muy presto la
enmienda de su yerno: pues ya don Pedro había salido de las Islas, y
vuelto a Cataluña, y por la recompensa que le había dado de ciertas
villas y castillos, le había vuelto a renunciar las Islas libremente
con todos sus derechos y acciones. Finalmente como comenzó ya el
tiempo a refrescar, hechas por el Rey gracias con algunas mercedes a
los de Montalbán, por el buen servicio y hospedaje que le hicieron,
se partió para Zaragoza, y de allí a Huesca.







Fin del libro nono.