Mostrando las entradas para la consulta Benedicto XIII ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta Benedicto XIII ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

domingo, 28 de junio de 2020

356. LA TOZUDEZ DE BENEDICTO XIII


356. LA TOZUDEZ DE BENEDICTO XIII (SIGLO XV. PEÑÍSCOLA)

Discurría el año 1415 y el aragonés don Pedro Martínez de Luna, es decir, el papa Benedicto XIII se hallaba en la ciudad de Perpignan donde fueron a reunirse con él el rey Fernando I de Aragón, el emperador Segismundo, los embajadores del Concilio y los representantes de casi todos los príncipes cristianos. El objetivo que llevaban era único: intentar poner fin al cisma pontificio que tenía divididos a todos los Estados de occidente. Benedicto XIII, al que se le pedía su renuncia, en un largo discurso de seis horas, expuso sus tesis en defensa de sus derechos a ser Papa, de modo que no pudieron arrancarle la dimisión que todos esperaban.

Para buscar el sosiego del que tan necesitado estaba, se trasladó el Papa Luna a la población de Colliure donde a los pocos días se vio obligado a recibir una segunda embajada semejante, con idéntica pretensión y con los mismos resultados negativos.

Muy inquieto ya por el desarrollo de los acontecimientos, Benedicto XIII determinó por fin poner rumbo al castillo fortaleza de Peñíscola, donde recibió un tercero e idéntico mensaje que obtuvo, una vez más, su negativa tajante, demostrando su ánimo, tan inquebrantable y firme como la roca misma que sostenía el castillo de su retiro.

Fue en este último escenario y dentro de ese ambiente tan cargado y enrarecido cuando, al parecer —para reafirmar todavía más su decidida negativa a renunciar a los que creía legítimos derechos para ser papa—, dijo:
«Estoy en mis trece».

La frase, tan corriente hoy entre nosotros para demostrar nuestra pertinacia sobre alguna cosa, tenía en boca de don Pedro Martínez de Luna el sentido de que reclamaba para sí el décimotercer lugar entre los pontífices llamados Benedicto. A pesar de todo, el 6 de enero de 1416 el rey de Aragón, hasta entonces su aliado, le abandonaba a su suerte. Comenzaba para el Papa Luna el comienzo del fin.

[García Ciprés, G., Ricos hombres de Aragón. D. Pedro Martínez de Luna (el «antipapa»), «Linajes de Aragón», II (1911), 186.]

357. EL ENVENENAMIENTO DE BENEDICTO XIII


357. EL ENVENENAMIENTO DE BENEDICTO XIII (SIGLO XV. PEÑÍSCOLA)

Nos hallamos en pleno Cisma de Occidente, cuando los distintos Estados europeos toman partido por uno u otro de los papas existentes, entre ellos el aragonés don Pedro de Luna, conocido como Benedicto XIII. El problema no sólo afectaba a la Iglesia como institución o a las distintas cancillerías, sino que estaba entre la gente sencilla, que discutía, apoyando o vilipendiando a su favorito o su antipapa, según los casos.

Dentro de este clima de crispación generalizada, nos adentramos en una calle de la Florencia medieval, donde se levanta una sórdida y lóbrega cárcel, abarrotada de rufianes y desheredados, entre los que se encuentra una mujer acusada de bruja, hechicera y vidente.

La bruja llevaba varios días pegada a la ventana que daba a la calle intentando divisar a algún clérigo que fuera de la obediencia de Benedicto XIII, pero su espera se había prolongado en demasía para la urgencia del caso, puesto que deseaba transmitirles un importante mensaje.

Por fin, una mañana, por las voces que le llegaban de la calle, supuso que quienes pasaban eran aragoneses, y les llamó la atención con sus gritos. Cuando se aproximaron, agarrada a los barrotes de la mazmorra y con la cabeza metida entre ellos para procurar que no pudiera ser oída desde dentro, les dijo: «Daos prisa, corred a Peñíscola y avisad a Benedicto que por muchas precauciones que tome será envenenado por un servidor íntimo natural de su nación». Los asustados y asombrados viandantes que, en efecto, eran aragoneses, creyeron hallarse ante a los delirios de una loca, e hicieron caso omiso de su vaticinio, aunque eran ciertamente partidarios del papa aragonés.

Lo que si es rigurosamente cierto es que al Papa Luna —en una calurosa tarde del mes de julio de 1418, en su retiro del castillo-fortaleza de Peñíscola— le fueron ofrecidos unos deliciosos dulces de mermelada y miel, acompañados de vino. Comió algunos y pronto se sintió gravemente indispuesto, con continuos vómitos que, en definitiva, le salvaron la vida, pues le permitieron expulsar el arsénico que, en forma de polvos, alguien había mezclado con las golosinas.

[Simó Castillo, Juan B., Pedro de Luna, el papa de Peñíscola, págs. 163-164.]

martes, 23 de junio de 2020

331. EL ESCUDO DE ARMAS DEL JUSTICIA DE ARAGÓN


331. EL ESCUDO DE ARMAS DEL JUSTICIA DE ARAGÓN
(SIGLO XV. ZARAGOZA)

A finales de septiembre del año 1394, después de fallecer el papa Clemente, los cardenales reunidos en la ciudad de Avignon eligieron como sucesor de san Pedro al aragonés don Pedro Martínez de Luna, un miembro destacado de la familia Luna, que se hizo llamar Benedicto XIII.

De todos son conocidos los problemas que este nombramiento acarreó en toda la Europa occidental, lo que motivó que —ante la oposición enérgica y violenta del rey de Francia que apoyaba a otro candidato— don Pedro comenzara una dolorosa peregrinación que le condujo a Génova (donde estuvo acompañado por su confesor, el fraile valenciano Vicente Ferrer), a Saona, a Perpignan y, por último, a Zaragoza, donde llegaba con toda su corte en 1411 y era recibido con el mayor regocijo y enormes muestras de cariño.

Coincidió su presencia en Zaragoza con la conmemoración de la Navidad y asistió aquella noche Benedicto XIII a los maitines, que se celebraron de manera solemne en una basílica llena de fieles. Llegado el momento preciso, dirigiéndose al Justicia de Aragón —en aquel momento lo era don Juan Ximénez Cerdán, que estaba presente en la ceremonia religiosa— le invitó a que cantara la lección quinta, la llamada imperial, rogándole que lo hiciera manteniendo su espada desnuda, con la mano derecha, y levantadas ambas hacia el techo.

Mientras el justicia de Aragón, todavía sorprendido por lo que estaba sucediendo ante tan gran concurrencia, cantaba y mantenía la espada tal como le dijera Benedicto XIII. En aquel momento, éste se dirigió hacia los fieles allí congregados y les dijo que lo mandaba hacer así «por ser este magistrado fénix del mundo, a quien era debido el mayor honor y respeto».
Desde aquel señalado día, por deseo del controvertido papa aragonés Benedicto XIII, el brazo armado con la espada desnuda y levantados ambos hacia el cielo serían los símbolos representativos del justicia de Aragón.

[García Ciprés, G., «Ricos hombres de Aragón. D. Pedro Martínez de Luna (el “antipapa”)», en Linajes de Aragón, II (1911), 184-185.]

316. EL CADÁVER DEL PAPA LUNA


316. EL CADÁVER DEL PAPA LUNA (SIGLO XV. ILLUECA)

Las grandes tribulaciones del papa/antipapa Benedicto XIII, el aragonés Pedro Martínez de Luna, sólo terminaron con su fallecimiento, ocurrido en su voluntario retiro de Peñíscola, en el año 1423. Pero, incluso después de muerto, su recia personalidad siguió dando origen a constantes y múltiples anécdotas y aseveraciones que circulaban de boca en boca, de reunión en reunión, incluso de crónica en crónica.

Benedicto XIII había recibido sepultura en la propia iglesia del castillo roquero que le había servido de baluarte y aún siete años más tarde de su inhumación tuvo lugar allí mismo un hecho ciertamente prodigioso e inexplicable, sobre todo para los más escépticos.

Narra el cronista Martín de Alpartir, quien fuera prior de la Seo zaragozana y camarero del antipapa, que tanto el Domingo de Ramos y como el día de Jueves Santo de 1430, a partir de la humilde tumba de Pedro de Luna, comenzó a extenderse por todas las estancias del castillo-fortaleza una fragancia extraordinaria, cual si fuera fruto del néctar de las más bellas y lozanas flores. Pero, según las crónicas, el aroma embalsamó, asimismo, el ambiente de toda la ciudad y alrededores.

En vista de tal prodigio, el entonces alcaide del castillo —ciertamente desconcertado y temeroso por lo sucedido— mandó aviso urgente al rey Alfonso V, que a la sazón estaba de visita en la villa de Cariñena, pidiéndole consejo sobre qué hacer ante tal prodigio. Entonces, don Juan de Luna, sobrino de Benedicto XIII y conocedor de lo ocurrido, imploró al monarca que ordenara al alcaide del castillo de Peñíscola que le entregase el cuerpo sin vida de su tío para trasladarlo solemnemente a Illueca, su patria chica.

El rey Alfonso V el Magnánimo, conmovido por aquella manifestación última del inefable don Pedro Martínez de Luna, cuya proverbial tozudez tantos problemas diplomáticos le había causado en vida, accedió a lo que se le solicitaba, de modo que el cuerpo incorrupto del antipapa fue llevado desde Peñíscola hasta Illueca y depositado en un sepulcro ubicado en la misma cámara del palacio donde había nacido.

[García Ciprés, G., «Ricos hombres de Aragón. Don Pedro Martínez de Luna (el
«antipapa»)», en Linajes de Aragón, II (1911), págs. 187-188.]

domingo, 28 de junio de 2020

355. EL MAR RECONOCE A PEDRO DE LUNA COMO PAPA


355. EL MAR RECONOCE A PEDRO DE LUNA COMO PAPA (SIGLO XV. PEÑÍSCOLA)

El aragonés don Pedro de Luna era en aquellos momentos todavía Benedicto XIII, pero se había iniciado ya el principio del fin, cuando el mundo le había comenzado a volver la espalda. Estamos en 1415. Tras recibir a varias embajadas encabezadas por el propio Emperador, en las que el rey de Aragón, don Fernando I de Antequera, también participaba solicitando su renuncia al papado, don Pedro siguió terne (en sus trece) en su decisión agravando con ello el conflicto.

Estando en Colliure, donde recibió a los últimos embajadores, y presionado por el desarrollo de los acontecimientos, decidió apartarse a meditar en medio de la soledad y la calma del castillo de Peñíscola. Preparó en poco tiempo el viaje y se embarcó en la pequeña localidad francesa.

No es normal que el mar Mediterráneo presente ribetes bravíos, pero en esta ocasión, cuando el barco de Benedicto XIII había zarpado, se desencadenó una auténtica tempestad. Las olas eran de tamaño oceánico de modo que la nave de don Pedro de Luna desaparecía por momentos. Todo el mundo creyó llegado su último suspiro, de manera que —arrodillados en la bodega, puesto que en la cubierta se corría el riesgo de ser barridos por las enormes olas— los acompañantes pontificios imploraban a Dios.

Don Pedro de Luna, el Papa del Mar como se le denominó en alguna ocasión, desafió la tempestad y se encaminó a la proa de la embarcación. Arrodillado, mirando al cielo, solicitó la salvación para él y para los suyos si la Providencia le reconocía como verdadero vicario de Cristo, de manera que si no era así deseaba y solicitaba que la tempestad hundiera su nave.

Lo cierto es que la tempestuosa tormenta amainó casi en el acto y el mar quedó en absoluto reposo, aunque el cielo seguía enviando una auténtica cortina de agua. El pontífice, dirigiéndose a los suyos, que no daban crédito al portento, les gritó: «¡Proa al sur! ¡Vamos a Peñíscola!».
Aquella prueba divina, en la que el mar representó papel tan decisivo, le reafirmó en su idea de no renunciar a la dignidad pontificia. Peñíscola era el lugar perfecto para la resistencia ante los hombres.

[Simó Castillo, Juan B., Pedro de Luna, el papa de Peñíscola, pág. 161.]

domingo, 14 de julio de 2019

LA CONDESA DE URGELL PRETENDE ENVENENAR A FERNANDO I


132. LA CONDESA DE URGELL PRETENDE ENVENENAR A FERNANDO I
(SIGLO XV. ZARAGOZA)

Coronación de Fernando I de Aragón (detalle del retablo del arzobispo de Toledo Sancho de Rojas, procedente de San Benito el Real Valladolid, ca 1410-1415)
Coronación de Fernando I de Aragón (detalle del retablo del arzobispo de Toledo Sancho de Rojas, procedente de San Benito el Real Valladolid, ca 1410-1415)


Corría el mes de noviembre de 1414 cuando llegaba una vez más a Zaragoza, procedente de Morella, el fraile predicador Vicente Ferrer, persona que gozaba de un gran prestigio en todo el occidente europeo y, sobre todo, en los Estados de la Corona de Aragón. El príncipe Alfonso, que luego sería Alfonso V de Aragón, le recibió con singulares muestras de afecto y le consideró como a huésped destacado.

Poco después de llegar a Zaragoza, estaba el príncipe oyendo un sermón del fraile dominico cuando recibió de su padre, el rey aragonés Fernando I de Antequera, una carta en la que le anunciaba —aunque llegaba con evidente retraso— que el dominico valenciano iba a ir a la ciudad del Ebro, rogándole que le recibiera como se merecía y que procurara por todos los medios a su alcance que los judíos zaragozanos acudieran a escuchar sus sermones.
Sin darle excesiva importancia, le comunicaba, asimismo, cómo por aquellos días la condesa de Urgell había tratado de envenenarle.

Cuando finalizó el sermón, el príncipe Alfonso comunicó al fraile la noticia del fallido envenenamiento y le rogó que al día siguiente celebrase una misa de acción de gracias, como así se hizo. La iglesia de San Salvador se llenó de gente y durante el sermón, Vicente Ferrer dio a conocer públicamente la reprobable acción de la condesa de Urgell, madre de don Jaime de Urgell, candidato, como es sabido, a la corona de Aragón frente a don Fernando I.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., págs. 225-226.]



https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_I_de_Arag%C3%B3n

Fernando I de Aragón (Medina del Campo, 27 de noviembre de 1380 - Igualada, 2 de abril de 1416), llamado también Fernando de Trastámara, Fernando de Antequera, Fernando el Justo y Fernando el Honesto, fue un infante de Castilla, rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Sicilia, de Cerdeña y de Córcega; duque de Neopatria y de Atenas; conde de Barcelona, de Rosellón y de Cerdaña; y regente de Castilla. Fue el primer monarca aragonés de la dinastía castellana de los Trastámara, si bien era Aragón por la rama materna, pues su madre Leonor de Aragón era hermana de Martín I de Aragón, llamado el Humano.

Fernando era hijo segundo de Juan I de Castilla y de Leonor de Aragón, hermana del rey aragonés Martín el Humano, y nieto, por tanto, del rey Pedro IV el Ceremonioso por vía materna, y del rey Enrique II de Castilla, por la rama paterna. Tras estos antecedentes, y dada la posibilidad jurídica de transmisión de la Casa de Aragón por vía materna, el derecho aragonés le otorgaba un rango preferente en sus aspiraciones a la corona de Aragón tras la muerte sin descendencia masculina de Martín I el Humano.

Cuando solo contaba con diez años de edad, su padre el rey Juan I poco antes de morir le invistió en las Cortes celebradas en Guadalajara en 1390, y en presencia de su hermano mayor Enrique, con el señorío de Lara, el ducado de Peñafiel y el condado de Mayorga así como le cedió las villas de Cuéllar, San Esteban de Gormaz y Castrogeriz y le asignó una renta de medio millón de maravedís a costa del tesoro real. Durante la ceremonia el rey le puso sobre la cabeza una «guirnalda de aljófar», símbolo de la preeminencia ducal. Este «heredamiento» fue ampliado tras la muerte del rey, pues este en su testamento le cedió las villas de Medina del Campo y Olmedo. Su matrimonio posterior con su tía Leonor de Alburquerque, cinco años mayor que él, amplió considerablemente su patrimonio territorial, pues no sin razón Leonor era llamada la «Rica Hembra». Poseía las tierras de Haro, Briones, Cerezo y Belorado, en La Rioja; Ledesma y las llamadas Cinco Villas en la región del bajo Tormes; Alburquerque, Medellín, La Cadesera, Alconetar, Alzagala y Alconchel, en Extremadura. También poseía por concesión del rey los territorios de Villalón y Ureña. Así las posesiones de la pareja formaban una franja que desde la frontera de Aragón a la frontera de Portugal dividía en dos el reino de Castilla, sin olvidar que en ella se incluían algunas plazas fuertes más importantes: Medina del Campo, Olmedo, Peñafiel y Alburquerque. Así pues, convertido en el más poderoso señor de Castilla «no es difícil imaginarnos el esplendor de la corte principesca en Medina del Campo», como ha destacado el historiador Jaume Vicens Vives.

A pesar de que, dada su condición de hijo «segundón», el trono de Castilla fue ocupado por su hermano el futuro Enrique III en 1390, la escasa salud de este (padeció enfermedades como el tifus y la viruela, lo que le valió ser apodado el Doliente) y el hecho de que no lograra concebir un varón que heredara el trono, permitió que Fernando albergara esperanzas de llegar a obtener el trono castellano, como demuestra el hecho de que se casara en 1393 con su tía Leonor de Alburquerque, con lo que reforzaba sus derechos dinásticos en el caso de que su hermano falleciera. Sin embargo, el nacimiento de un heredero varón, el futuro Juan II, en 1405, un año antes de la muerte de Enrique III, acabó con las esperanzas de Fernando a ocupar el trono de Castilla.

Al morir Enrique III el Doliente, en 1406, estableció en su testamento que durante la minoría de edad de su hijo Juan II, que entonces contaba con dos años de edad, asumirían la regencia del reino su viuda y madre de este, Catalina de Lancáster, y su hermano Fernando, «ambos a dos ayuntadamente». Sin embargo, la educación y la custodia del rey niño correría a cargo del camarero mayor Juan de Velasco, del justicia mayor Diego López de Estúñiga y de Pablo de Santa María, obispo de Cartagena.

Las desavenencias entre ambos corregentes, instigadas por parte de la nobleza, no tardaron en aparecer, por lo que llegan al acuerdo de dividir el territorio en dos mitades, correspondiendo a Fernando la zona meridional del Reino, que se extiende por los territorios situados al sur de la Sierra de Guadarrama hasta el reino nazarí de Granada, lo que le permitirá reanudar la guerra contra dicho reino que la muerte de Enrique III había paralizado.

Con la reanudación de las acciones militares contra el reino nazarí de Granada, Fernando logra tomar Pruna y Zahara de la Sierra, pero fracasa en la conquista de Setenil, tras lo cual es obligado por el Consejo de Regencia a firmar la tregua que por dos años había ofrecido el rey nazarí Yusuf III.

Tras el periodo de tregua, Fernando retoma la campaña granadina y conquista, el 16 de septiembre de 1410, la importante plaza de Antequera que le dará su sobrenombre más conocido.

Durante su regencia Fernando aprovechó el cargo para engrandecer su casa y asegurar la posición de sus numerosos hijos, tal como reveló en una carta dirigida a su privado Sancho Rojas, obispo de Palencia: / NO solían escribir la tilde en ese tiempo /
«E gracias a Dios, pues tengo cinco fijos e dos fijas, e cada día espero aver más, según la hedad de la infanta, mi mujer, e mía, razón es que comience a buscar de qué hereden».
Así, valiéndose de todo tipo de presiones, favores y sobornos, consiguió que dos de sus hijos fueran nombrados maestres de las dos órdenes militares más importantes de Castilla y que «constituían una potencia territorial, económica y militar en el seno del Estado», según Jaume Vicens Vives: la orden de Alcántara, para su hijo Sancho —que fue investido en enero de 1409 cuando sólo contaba con ocho años de edad—; y la orden de Santiago, para su hijo Enrique, también investido en 1409 con nueve años de edad.6​ Asimismo consiguió la necesaria dispensa papal para que se pudiese celebrar el matrimonio de su hijo primogénito Alfonso con la hermana de Juan II y sobrina suya, María, a quien las Cortes de Castilla reunidas en Tordesillas le concedieron el marquesado de Villena, con el título ducal. El matrimonio de Alfonso con la princesa María, según Jaume Vicens Vives, «cerraba con firme broche el absoluto dominio que don Fernando, gracias a su regencia, a sus propias posesiones y a los maestrazgos que detentaban sus hijos, ejercía en el amplio solar del Mediodía castellano». Y por otro lado, «así se formó la facción de los infantes de Castilla», quienes tras el acceso al trono de la Corona de Aragón de Fernando, serán conocidos como los infantes de Aragón.


En 1410, al morir su tío el rey Martín I de Aragón sin descendencia directa y legítima, Fernando presenta su candidatura a la sucesión del trono aragonés y, aunque en un principio se presentan hasta seis candidatos al trono y Fernando no es de los más favorecidos, la caída en desgracia de Luis de Anjou (que no pudo responder a las peticiones de ayuda militar de sus partidarios debido a la lejanía de Nápoles)​ impulsó su candidatura, que se convirtió en la más potente junto a la de Jaime de Urgel.

Fernando, que contaba con un gran poder económico (su red de señoríos era enorme),9​ un sólido prestigio militar y el ejército castellano a su disposición, contó con el apoyo de la familia valenciana de los Centelles, de la familia aragonesa de los Urrea y de una parte sustancial de la burguesía barcelonesa. Esto, unido a los errores de Jaime de Urgel, entre ellos la conspiración para asesinar al arzobispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, y al apoyo tanto de Benedicto XIII, así como de su confesor, Vicente Ferrer, inclinarán la balanza hacia la candidatura de Fernando, que será refrendado, el 28 de junio de 1412, en el llamado Compromiso de Caspe al ser proclamado rey de Aragón y de los demás estados de la Corona de Aragón.

Según Jaume Vicens Vives, «los compromisarios [reunidos en Caspe] midieron la gloria militar, las riquezas y la habilidad política de que había dado pruebas el regente don Fernando; pero no tuvieron en cuenta la voraz intranquilidad que germinaba en la familia». Una valoración esta última que también había hecho en su momento el aragonés Jerónimo Zurita, quien asimismo destacó que con Fernando llegaba el «govierno de gente estrangera»:
Y que este reino era muy pobre para cinco hijos infantes que el rey tenía, criados en aquella grandeza y riqueza de estados y en supremo señorío, a donde cada qual dellos tenía un infantado. Y cuando la pobreza de las cosas de acá no satisfaciesen a su ambición, era cierto nascer dello el desprecio general de todo y el odio y aborrecimiento de nuestras leyes y costumbres.

Tras realizar el juramento completo como rey el 3 de septiembre ante las Cortes de Aragón reunidas desde el el 25 de agosto de 1412 en Zaragoza, donde varios de sus antiguos rivales para ocupar el trono, como Alfonso de Aragón el Viejo,​ Fadrique de Luna y Juan de Prades, le rendirán pleitesía, se dirigirá a Lérida, donde representantes de su gran rival, Jaime de Urgel, le rinden vasallaje, a cambio del ducado de Montblanc y de la concertación de un matrimonio entre sus hijos Enrique e Isabel.

A continuación, Fernando I se dirige a Tortosa para entrevistarse con su gran valedor Benedicto XIII quien, el 21 de noviembre de 1412, le invistió como rey de Sicilia, Córcega y Cerdeña a cambio del apoyo real en la disputa que Benedicto mantenía con los otros dos papas que simultáneamente gobernaban el orbe cristiano: Gregorio XII y Juan XXIII, en pleno Cisma de Occidente que dividía a la Iglesia Católica.

El 19 de noviembre, Fernando convocaba las Cortes catalanas con objeto de jurar sus usos y costumbres; el 15 de diciembre fueron convocadas, pero no concluirían hasta el 31 de agosto de 1413, debido a la necesidad de sofocar la revuelta de Jaime II de Urgel iniciada en la primavera de este último año; el inicio de las de Valencia se había previsto para el 15 de abril de 1413, pero la sublevación de Jaime II y la coronación en Zaragoza (que se celebró en 1414) impidió su inicio.​ Con la ayuda de todos los estamentos de la Corona sofoca la revuelta y sitia al conde de Urgel en el castillo de Balaguer, que es tomado el 31 de octubre, tras lo cual el antiguo pretendiente al trono de Aragón fue despojado de todos sus títulos y posesiones, así como los de su familia, y conducido a la cárcel de Urueña en Castilla.​ En 1413 propondría a las Cortes catalanas realizar la primera compilación de las Constituciones.

Según una interpretación tradicional, en las Cortes que había convocado en Barcelona, Fernando I tuvo que ceder al denominado pactismo catalán, doctrina que limitaba la autoridad real a favor de las Cortes y de la Generalidad de Cataluña. Este movimiento, encabezado por Joan Fivaller, manifestaba que privilegi atorgat tollent ley paccionada de dret, non val y que privilegi atorgat contra ben publich es nul, por lo que estaban «Decididos a darle antes su vida que la libertad». Sin embargo, todo el presunto «caso Fivaller» o «asunto del vectigal» y la elaboración a partir de este de una teoría del pactismo catalán está considerado actualmente como un relato mítico. En primer lugar porque se trataría en todo caso de una reclamación del municipio de Barcelona y no de la Generalidad de Cataluña, y las quejas de las localidades ante el rey eran habituales tanto en Barcelona como en otros municipios, y en segundo lugar, porque un análisis exhaustivo de la documentación, efectuada por Ramón Grau, revela que lo relatado ya desde los cronistas del siglo XV (en obras de gran componente literario, como la biografía del rey Fernando de Lorenzo Valla) es completamente inexacto, al no haber ni siquiera documentación acerca de una disputa entre el municipio y el rey.​ Además Fernando nombró a Fivaller albacea de su testamento, que otorgó el 10 de octubre de 1415 en Perpiñán.​ Al respecto de este episodio, Verdés Pijuan señala:

Nos hallamos, por tanto, ante todo un mito historiográfico, elaborado con posterioridad a los hechos con una clara intencionalidad política. [...] Como he dicho, fueron los historiadores románticos de la Renaixença los que acabaron de dar carta de naturaleza al relato y, por acción u omisión, la historiografía contemporánea (salvo alguna excepción puntual) ha hecho más bien poco para corregir esta interesada interpretación de los hechos.
Pere Verdés Pijuan, art. cit., 2011, p. 150.

Tras eliminar o neutralizar toda oposición interior, Fernando I se dirigió nuevamente a Zaragoza, donde será coronado en 1414 en una ceremonia que partía del Palacio de la Aljafería y llegaba a la La Seo, tras lo cual dirige su atención a la política exterior.

Fernando I de Aragón reinó poco tiempo; a pesar de ello, en los aproximadamente tres años y nueve meses que duró su gobierno (teniendo en cuenta, además, que la revuelta del conde de Urgel le mantuvo ocupado en sofocarla hasta el 31 de octubre de 1413) reorganizó la Hacienda y saneó la economía y la administración de la Corona. Trabajó en la seguridad ciudadana, intentó impedir las persecuciones contra los judíos y procuró luchar contra la corrupción. También emprendió una reforma de los gobiernos de los municipios buscando una mayor participación de sus representantes. En cuanto a las instituciones políticas, no introdujo cambios estructurales en la organización de la Corona, sino que mantuvo el sistema anterior, procurando que el rey participara como un elemento más integrado en los organismos de gobierno establecidos, lo que contribuyó al fortalecimiento del poder regio. Su gran logro en este ámbito fue restablecer el orden tras el inestable periodo del Interregno.

También apoyo a los mantenedores de la Gaya ciencia, con 40 florins anuales y por la regla de su elecciones.

Normalizó la situación interna de Sicilia con el nombramiento en 1415 de su hijo Juan como virrey de Sicilia, logrando acabar con la guerra civil que desde el fallecimiento de Martín el Joven enfrentaba a la viuda de este, Blanca I de Navarra, con el hijo ilegítimo de aquel, Fadrique de Luna. También orientó a su hijo Juan hacia el Nápoles, proponiendo su matrimonio con la reina Juana, proclamada a la muerte de su hermano Ladislao I de Nápoles el 6 de agosto de 1414, pero el enlace no prosperó y Juan acabó casando con Blanca. Al resto de los llamados por Don Juan Manuel «infantes de Aragón», Enrique, Pedro y Sancho los situó como grandes maestres de las órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara; por su parte, las infantas de Aragón María y Leonor acabaron siendo reinas consortes de Castilla y de Portugal respectivamente. Además, como perteneciente al linaje de Trastámara, Fernando I tenía grandes patrimonios en Castilla, donde era también regente, lo que le permitió de facto gobernar en ambas Coronas, ya que no renunció a la regencia castellana tras alcanzar el trono aragonés.

En la cuestión del Cisma de Occidente, se desvinculó muy pronto de Benedicto XIII (el papa Luna o antipapa) e intentó que renunciase al pontificado, para lo cual se reunió con él en Morella (1414) y en Perpiñán (1415). Tras la decisión tomada en el Concilio de Constanza, reunido el 5 de noviembre de 1414, que destituyó a los tres papas, y la entrevista que Fernando I tuvo con el emperador Segismundo, el rey de Aragón decidió contribuir a poner fin al Cisma dejando de apoyar al papa Luna, lo que permitió que la Corona de Aragón volviera a ocupar el centro de las decisiones en el ámbito europeo y recuperara su posición al frente de la política en el Mediterráneo.

Aseguró la continuidad de la monarquía, aspecto que tantos problemas había causado con la muerte sin heredero de Martín I el Humano, nombrando a su primogénito Alfonso heredero real.

A mediados de 1415 comenzaron los síntomas de la grave enfermedad que le llevaría a la muerte y que fue diagnosticada como arenes de ronyons. Así a principios de 1416, preocupado por sus posesiones en Castilla —cuya regencia aún ostentaba y que ejercía a través de cuatro delegados: los obispos Sigüenza y Cartagena, el conde de Montealegre y el adelantado de Andalucía—, comunicó a su segundo hijo Juan, que se encontraba en Sicilia como lugarteniente suyo, que en cuanto tuviera noticia de su muerte se dirigiera inmediatamente a Sevilla para tomar «a su mano, la parte de govierno que pudiese en aquella provincia por la menor edad del rey».

El 14 de marzo de 1416 su enfermedad se agravó en Igualada,​ donde fallecería el 2 de abril del mismo año.

En su testamento legó la mayor parte de sus posesiones y títulos de Castilla a su segundo hijo Juan, además del ducado de Montblanch, mientras que sus otro hijo Enrique recibía el condado de Alburquerque y el condado de Ledesma. Por su parte su hijo Pedro recibía las ciudades y villas catalanas de Tarrasa, Vilagrasa y Tárrega y las valencianas de Elche y Crevillente.

De su matrimonio con Leonor de Alburquerque tuvo siete hijos:

Alfonso el Magnánimo (1396 - 1458), su sucesor en el reino de Aragón, con el nombre de Alfonso V, y rey de Nápoles, con el nombre de Alfonso I.
Juan el Grande (1398 - 1479), rey de Aragón y de Navarra con el nombre de Juan II.
Enrique (1400 - 1445), conde de Alburquerque, duque de Villena y Gran Maestre de la Orden de Santiago.
Sancho (1401 - 1416). Gran Maestre de la Orden de Alcántara.
Leonor (1402 - 1445), que se casó con Eduardo I de Portugal.
María (1403 - 1445), que se casó con su primo Juan II de Castilla.
Pedro (1406 - 1438), IV conde de Alburquerque y duque de Noto.

LALIENA CORBERA, Carlos y Cristina Monterde Albiac, En el sexto centenario de la Concordia de Alcañiz y del Compromiso de Caspe, coord. por José Ángel Sesma Muñoz, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2012.
SESMA MUÑOZ, José Ángel, El Interregno (1410-1412). Concordia y compromiso político en la Corona de Aragón, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico» (CSIC), 2011. ISBN 978-84-9911-143-8
VERDÉS PIJUAN, Pere, «Las elites urbanas de Cataluña en el umbral del siglo XV: entre el discurso político y el mito historiográfico», La Corona de Aragón en el centro de su historia. El Interregno y el Compromiso de Caspe (1410-1412). Congreso celebrado en Zaragoza y Alcañiz, 24-26 de noviembre de 2010, Zaragoza, Gobierno de Aragón (Actas, 75), 2011, pp. 147-174.
ISBN 978-84-8380-295-3


Vicens Vives, Jaume (2003) [1953]. Paul Freedman y Josep Mª Muñoz i Lloret, ed. Juan II de Aragón (1398-1479): monarquía y revolución en la España del siglo XV. Pamplona: Urgoiti editores. ISBN 84-932479-8-7.


Ascendientes de Fernando I de Aragón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
16. Fernando IV de Castilla
 
 
 
 
 
 
 
8. Alfonso XI de Castilla
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
17. Constanza de Portugal
 
 
 
 
 
 
 
4. Enrique II de Castilla
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
18. Pedro Núñez de Guzmán y González
 
 
 
 
 
 
 
9. Leonor de Guzmán
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
19. Juana Ponce de León
 
 
 
 
 
 
 
2. Juan I de Castilla
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
20. Manuel de Castilla
 
 
 
 
 
 
 
10. Don Juan Manuel
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
21. Beatriz de Saboya
 
 
 
 
 
 
 
5. Juana Manuel de Villena
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
22. Fernando de la Cerda
 
 
 
 
 
 
 
11. Blanca Núñez de Lara
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
23. Juana Núñez de Lara
 
 
 
 
 
 
 
1. Fernando I de Aragón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
24. Jaime II de Aragón
 
 
 
 
 
 
 
12. Alfonso IV de Aragón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
25. Blanca de Nápoles
 
 
 
 
 
 
 
6. Pedro IV de Aragón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
26. Gombal de Entenza
 
 
 
 
 
 
 
13. Teresa de Entenza
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
27. Constanza de Antillón y Cabrera
 
 
 
 
 
 
 
3. Leonor de Aragón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
28. Federico II de Sicilia
 
 
 
 
 
 
 
14. Pedro II de Sicilia
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
29. Eleonor de Anjou
 
 
 
 
 
 
 
7. Leonor de Sicilia
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
30. Otón III de Carintia
 
 
 
 
 
 
 
15. Isabel de Carintia
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
31. Eufemia de Silesia-Legnica