DE LA MORA DE GUADALAVIAR (SIGLO XII.
GUADALAVIAR)
La suerte estaba echada. Los guerreros
cristianos dominaban la situación por doquier. Cuando le tocó la
hora al reino sarraceno de Albarracín, que no podía esperar ayuda
alguna, la mayor parte de la población mora permaneció en sus
casas, pero sus principales responsables políticos huyeron hacia el
Levante y el Sur.
Entre los emigrantes, marchó presuroso
un jinete llevando a la grupa de su montura a una joven y bella mora.
Como el peso de ambos dificultaba la huida, al llegar al pie de la
Muela de San Juan, a la entrada de una enorme gruta, el jinete
sarraceno descabalgó a la joven, diciéndole que le esperara allí
hasta su regreso, en el que todavía confiaba.
La «cueva de la mora», aunque ni
grande ni profunda, tiene en sus entrañas recónditas moradas y
quebrados pasadizos, de modo que la gente, temerosa, no se atreve a
entrar. Lo cierto es que la bella joven musulmana, tras quedarse
totalmente sola, se aposentó en la oquedad y se dispuso a esperar
cuanto tiempo fuera preciso.
Mientras, los victoriosos ejércitos
cristianos, imparables en su avance, se apoderaron por completo del
reino albarracinense, de modo que el regreso al pasado musulmán, que
había sido glorioso, fue imposible. Pero la bella joven siguió
esperando a su caballero.
Todavía ahora hay quien dice que, año
tras año, el día de san Juan, cuando las primeras luces del día
iluminan las cumbres de la Muela de San Juan y van invadiendo con
lentitud las gargantas y valles que confluyen en el valle del brioso
Guadalaviar, la muchacha sale de la cueva y, sentándose a la vera de
una fuente clara que mana junto a la misma, se la ve peinar
pausadamente, sin prisa alguna, su larga y negra cabellera con un
peine de oro, sirviéndole las aguas de espejo. Luego, terminado su
tocado, regresa a la cueva para salir sólo al año siguiente,
esperando eternamente presa de tan singular encantamiento.
[Tomás Laguía, César, «Leyendas y
tradiciones...», Teruel, 12 (1954), 143-144.]
* Hasta no hace mucho, los mozos de la
comarca, junto con sus jóvenes esposas, solían acudir a celebrar
junto a la fuente —como «Fuente de los Mozos» se le conoce— el
segundo banquete tras las nupcias, esperando que la constancia y la
fe en una promesa, cual fue el caso de la bella muchacha mora,
fortaleciera el vínculo recién estrenado.
Allá por los años 1186 o 1187,
siendo señor del castillo de RiclaMartín Pérez de Villel o
Berenguer de Entenza, no se sabe bien cuál de los dos, vivía en
esta villa con su familia Calila, una joven musulmana educada según
la ley del Corán. La muchacha no sólo era de noble corazón sino
que, además, poseía una belleza sin igual. Su destino parecía
estar ya escrito: pronto debería tomar esposo de entre los jóvenes
moros de su comunidad.
Pero la casualidad quiso que, paseando
un día por las calles de la villa, Calila se cruzara con Guzmán, un
joven cristiano, que quedó cautivado por la belleza de la joven mora
y la acompañó complacido hasta su casa. Entre ambos surgió
rápidamente el amor. Pero, aunque los dos eran de buenos
sentimientos y su amor era verdadero, pronto comprendieron que su
diferente educación podría complicar su relación.
Guzmán era un gran trovador; con mucha
sensibilidad componía e interpretaba canciones que causaban una
fuerte impresión entre quienes lo escuchaban. También a Calila le
causaban placer. Pero ello era contrario a su religión, de manera
que pidió a Guzmán que abandonara su afición y se convirtiera al
Islam. El joven no podía aceptar tal petición de su amada, pues la
música era vital para él. Por eso, consciente de los problemas que
seguramente surgirían en el futuro, Calila pidió a Guzmán un
sacrificio: que renunciara a su amor.
El muchacho no pudo asumir la ruptura y
se entregó a la bebida, de manera que, en cierta ocasión, acabó
completamente embriagado, desmayándose ante la puerta de su amada.
Calila, que se dio cuenta de lo ocurrido, lo recogió del suelo y lo
cuidó hasta que estuvo recuperado, comprendiendo ambos que no podían
renunciar a sus sentimientos comunes.
Para salir del atolladero en el que se
encontraban, decidieron borrar al unísono de sus respectivas
religiones aquellas cosas que les separaban y mantener exclusivamente las que les
unían, que eran las verdaderamente importantes. De este modo, Calila
y Guzmán se casaron y vivieron en paz.
219. LOS AMORES IMPOSIBLES DE ZOMA Y
MARÍA (SIGLO VIII. DAROCA)
Foto: Julio E. Foster
Conquistada Daroca por Tarik, uno de
sus primeros alcaides fue Zoma, al que se le recuerda tanto por la
torre de la mezquita que mandara edificar como por sus amores
imposibles con la cristiana María. En efecto, cuando un día
caminaba Zoma hacia la mezquita, se cruzó en la calle con una
muchacha que iba a por agua. A partir de ese momento fue incapaz de
orar con recogimiento ni de dormir con sosiego, pensando en la
muchacha del ánfora. Al día siguiente, Zoma contó al santón
Abú-Amer la promesa que hiciera de edificar una mezquita si Mahoma
le concedía la fortuna de hallar una mujer hermosa con la que
desposarse, hablándole del encuentro del día anterior y el sueño
subsiguiente, en el que el ángel Azrael le presentaba a la joven a
la par que unos genios del arte construían una pequeña pero hermosa
mezquita.
El santón preguntó a Zoma si la joven
era mora o nazarena, contestando éste que cristiana, lo cual
dificultaba la posible unión, máxime siendo él la primera
autoridad musulmana. No se arredró el alcaide y, confiando en que la
podría convencer para que renunciara a su religión, comenzó a
edificar la mezquita, que pronto estuvo finalizada junto a su bello
minarete. Entre tanto, Zoma y María, sin que jamás mediaran
palabra, buscaban todos los días el encuentro fugaz de la calle de
la Gragera (Grajera), aunque sabían ambos cuantas cosas les separaban.
Todo continuó así hasta que un día
un joven cristiano fue denunciado ante el alcaide de maldecir contra
Mahoma. Si era verdad, significaba su condena de muerte, a pesar del
levantamiento de la población mozárabe en su favor. El destino
quiso que el presunto condenado fuera hermano de María, la joven
enamorada de Zoma.
La muchacha, por salvar a su hermano,
solicitó audiencia al alcaide, que desconocía el parentesco. Los
enamorados se hablaban por primera vez. Zoma prometió a la joven salvar
a su hermano si ésta accedía a ser su sultana favorita. La negativa significaba
la condena, como así fue. No obstante, María le dijo a Zoma que si
él se convertía al cristianismo sería su esposa. A pesar del amor,
no podía haber acuerdo. La religión les separaba... Pero cuando
María descendía llorosa por la escalinata del palacio, Zoma, que no
podía resistir la pena de su amada, la llamó: «No llores más, tu
hermano será salvo». Y María, agradecida y enamorada a la vez,
cayó en sus brazos.
[Beltrán, José, Tradiciones y
leyendas de Daroca, págs. 48-54.]
Nombrada Colegial en el año 1377, es Basílica desde 1890.
Su primitiva fábrica fue románica, pero se amplió y remodeló en repetidas ocasiones durante la época gótica, rehaciéndose casi por completo, a la vez que se cambiaba la orientación de su cabecera a fines del siglo XVI.
La iglesia actual se hizo entre 1585 y 1592, según trazas renacentistas, pero con tradición gótica y fue su constructor Juan Marrón. La puerta principal es obra de 1603, realizada por los canteros Laroza, Pontones y Aguilera. Es una iglesia de tipo de salón, de tres naves con capillas entre los contrafuertes y cabecera con coro; igualmente se hizo un baldaquino a imitación del que se halla en el Vaticano. El grupo de la Anunciación fue esculpido por el zaragozano Francisco Franco en 1682. El coro y órgano pertenecen a la antigua iglesia y son obra del siglo XV. Este órgano está considerado como de los mejores de España y en él fue maestro el célebre Pablo Bruna.
Del edificio románico -posiblemente construido sobre la Mezquita Mayor de Daroca una vez reconquistada la ciudad por Alfonso I en 1120- sólo se conserva el ábside orientado hacia el este, una ventana del crucero y la moldura con ajedrezado del primitivo lado del Evangelio. Su cabecera corresponde con la actual capilla de los Corporales; opuesta a ella, la puerta principal, del Perdón. Es obra de los últimos años del siglo XII y de los primeros del XIII. Llama la atención, al exterior, el particular sistema de montar el tejado, sobre modillones que apean en arquillos.
La puerta del Perdón presenta en su tímpano la visión del Apocalipsis: Cristo triunfante entre el sol y la luna, y ángeles que portan los instrumentos de la Pasión; es adorado por la Virgen y San Juan, que interceden por los hombres, los cuales son despertados de sus tumbas por ángeles trompeteros. Es obra del siglo XIV que fue remodelada arquitectónicamente en el siglo XV. La torre es de piedra sillar, obra de 1441, costeada por doña María, la mujer de Alfonso V, y enfunda otra anterior, mudéjar, de los siglos XIII y XIV.
CAPILLAS
En el interior de la iglesia, comenzando a la mano derecha de la entrada, se suceden distintas capillas. La primera, la capilla del Patrocinio, está cubierta con bóveda estrellada, acogiendo un retablo con mazonería renacentista, obra muy posiblemente de Juan de Palamines, en cuyo interior destacan grupos escultóricos policromados con figuras y relieves en alabastro, representando el Nacimiento de Jesús, la Coronación de la Virgen y la Adoración de los Reyes entre otros, todo obra del s. XV. A ambos lados se encuentran la sepultura en alabastro de una canonesa de Rueda, obra de finales del s. XV, y el sepulcro bajo arcosolio de un caballero yacente en sarcófago de rasgos renacentistas y ángeles góticos. La capilla se cierra con una verja del s. XVI.
Sigue la capilla de la Anunciación, mandada construir en 1609 por Pedro Terrer de Valenzuela. El retablo es obra de Juan Miguel de Orliens, concluído el 31 de octubre de 1609 dentro de un estilo romanista. En los muros laterales aparecen pinturas relativas a Melquisedec y Moisés. En las cuatro trompas aveneradas de la capilla se representa a los cuatro Evangelistas en altorrelieve, obra también de Orliens. En el pavimento está la lauda sepulcral de bronce perteneciente al arzobispo Terrer de Valenzuela. La verja que cierra la capilla, de bronce dorado con las armas de los Terrer, es obra del rejero de Zaragoza Juan Blanco con diseño de Juan Miguel de Orliens, quedando manifiesta la colaboración del escultor en la concepción total de la capilla.
La tercera, la capilla de los Corporales, es la antigua cabecera de la iglesia románica. Es una afortunada (y rara en España) construcción de tipo franco-flamenco. Toda la capilla forma parte de un conjunto unitario con decoración gótico-flamígera, siguiendo el concepto de capilla-relicario, donde se custodian los Corporales. Parece que se empezó por encargo de Juan II de Aragón y se terminó con el Rey Católico; en ella pudo trabajar el escultor darocense Juan de la Huerta y asimismo Pere Johán, que trabajaba en el retablo de La Seo de Zaragoza. A finales del siglo XVII se abrió el óculo que sirve de ostensorio y se pintaron las figuras con ribetes y lunares dorados. Llaman la atención los relieves que narran la historia del milagro de los Corporales, con un hábil y gracioso trabajo lleno de detalles documentales de la época.
Acto seguido nos aparece la capilla de Santa Ana, resto del edificio medieval y lugar por donde se entra a la sacristía. Fue posesión del señor Esteban Lop y sus descendientes. Son de interés las cinco laudas sepulcrales que aparecen en el pavimento.
Linda con ésta la capilla de Santo Tomás, edificada en la reforma del siglo XVI y entregada al canónigo Salvador Bádenas. El altar principal es del siglo XVIII. A ambos lados, los retablos de San Juan Evangelista y de San Joaquín y Santa Ana, obras platerescas del s. XVI, este último mandado hacer en 1586 por Francisco Balaguer.
La siguiente capilla, hoy dedicada a San Miguel, en un principio fue llamada de Nuestra Señora la Coronada, pues tuvo el retablo y la imagen de la Virgen Goda, trasladada allí en el s. XVII cuando se hizo la capilla de los Terrer. Esta Virgen, obra del s. XIII, se expone en el Museo de la Colegial. Actualmente la capilla la ocupa el retablo de San Miguel procedente de la iglesia del mismo nombre, obra gótica de estilo sienes realizado a fines del siglo XIV. A ambos lados contemplamos el retablo de la Magdalena (siglo XVII) y el lienzo de San Jerónimo en el desierto (siglo XVI).
Dejando a la derecha la entrada al Museo, penetramos en la capilla de la Purísima. Su interior acoge un retablo del s. XVII. El muro se abre lateralmente comunicando con el coro, situado en el centro de la cabecera del templo, en el que destaca la sillería capitular de madera, perteneciente al templo gótico, obra del fustero zaragozano Juan Lañes, realizada entre 1494 y 1495.
Frente al coro se encuentra el Altar Mayor, de estilo barroco, inspirado en el baldaquino de San Pedro de Roma. Se compone de cuatro columnas salomónicas de mármol negro, colocadas en 1677, sobre las que descansa un entablamento con las imágenes de los cuatro Doctores de la Iglesia, rematado en cúpula calada con linterna similar y armas de la Colegial y del obispo Terrer, mecenas de la obra. El interior se completa con el grupo escultórico de la Asunción, tallado en madera blanca por los zaragozanos Francisco y Pedro Franco en 1682 y quizá no terminado hasta cinco años más tarde.
Ya en el lado del Evangelio, comunicada con el coro, aparece la capilla de la Soledad con un retablo del siglo XVII. A continuación se pasa a la capilla del Cristo, que mandó construir mosén Domingo Moros, donándola en 1607. El retablo actual, con esculturas policromadas, data del siglo XVII. Ante él una serie de laudas sepulcrales.
Por último, la capilla de San José, entregada a la familia Celaya, en cuyo frontal luce su blasón heráldico. El retablo, en madera dorada, pertenece al siglo XVIII. A ambos lados encontramos varios lienzos, representando uno de ellos a «San Jorge triunfando en la batalla de Alcoraz». Las pinturas de la cúpula las realizó Mariano Miguel en 1897.
149. LA MUERTE DEL CONDE ARTAL, SEÑOR
DE MEQUINENZA (SIGLOS XIV-XV. MEQUINENZA)
Estamos en Mequinenza. Era señor del
castillo el conde Artal, hombre tan temido como odiado por su
crueldad y licenciosas costumbres. Entre sus aficiones, destacaba la
caza, que solía practicar de manera asidua por los campos y montes
de la comarca. En cierta ocasión, cuando perseguía con encono a una
piezapor los alrededores, vio por el camino a Alicia, hermosa y
recatada muchacha, hija de un honesto campesino de la localidad.
Dirigió hacia ella su caballo, a la par que el padre de la joven se
encaminó, asimismo, hacia el lugar temeroso de lo que pudiera
pasarle a su hija.
Molesto el conde por la actitud
defensiva y desconfiada del campesino, arreó a su caballo para
alejarse al galope, pero no sin antes conminar a la muchacha a que
acudiera al castillo, sin excusa alguna, a la hora de oración. Alicia, temerosa por lo que
pudiera sucederle si no obedecía al conde, tuvo que ser consolada
por su padre.
Cuando caía la tarde, cubierto el
cielo por negruzcas y amenazadoras nubes, padre e hija —temerosos
por cuanto pudiera suceder en él— ascendieron al castillo, puesto
que no podían negarse a la petición de su señor natural sin caer
en desgracia. Llegados a la fortaleza y avisado el conde, su alegre
semblante al llegar a la sala cambió al ver al padre de la muchacha,
que fue conminado a marcharse. Ante su negativa, fue apresado por la
fuerza y conducido a las mazmorras, donde quedó confinado y cargado
de cadenas.
A solas ya en la estancia el conde
Artal y Alicia, ésta no sólo se negó a brindar con la copa de vino
que aquél le ofreciera, sino que tiró su contenido por el suelo.
Hubo forcejeo entre ambos y la joven, en un instante de sorpresa, se
dirigió corriendo hacia la amplia balconada, arrojándose al vacío
para ir a caer en la balsa que había junto al castillo. A la vez que
esto sucedía, el mismo rayo que iluminó el salto mortal de la joven
cayó sobre la torre en la que se hallaba el conde Artal, cuyo cuerpo
quedó totalmente carbonizado y sepultado entre los sillares
arrancados de los muros.
A costa del sacrificio personal de
Alicia y de su padre, aquellos que les sobrevivieron en el señorío de Mequinenza aliviaron, en parte, su condición servil.
[Aldea Gimeno, Santiago, «Cuentos...»,
C.E.C., VII (1982), 9-74, págs. 59-60.]
El castillo de Mequinenza es un palacio-castillo intacto en lo alto de una colina dominando la confluencia de los ríos Ebro, Segre y Cinca, ubicado en la localidad homónima de Aragón (España). Fue construido por los Moncada, señores de la baronía de Mequinenza. Data de los siglos XIV y XV, aunque en 1959 lo reformó considerablemente el arquitecto Adolf Florensa. Señala el punto fronterizo entre Aragón y Cataluña, y entre las provincias de Zaragoza y Lérida.
Pese a que actualmente es una propiedad privada que pertenece a la Fundación ENDESA, el régimen de visitas al Castillo permite hacerlo los martes no laborables por la mañana. Para ello, hay que ponerse en contacto con la Oficina de Turismo del Ayuntamiento de Mequinenza.
En origen el castillo se ha identificado con la fortaleza musulmana descrita por el cronista árabe Edridi con el nombre de Miknasa que decía de ella que era “pequeña, de fuerte aspecto y se halla en las fronteras del Andalus”.
Alfonso II de Aragón cedió a Armengol VII de Urgel en 1192 la villa de Mequinenza y el castillo, pasando a partir del siglo XIII a dominio de la familia Moncadas que en 1581 recibió el título de marquesado de Aytona y en 1722, por extinción de su línea directa, sus señoríos recayeron en el ducado de Medinaceli.
Durante la rebelión contra Felipe IV fue una fortaleza de primera línea donde pudo refugiarse el ejército real, derrotado por el franco de Charcot (1644). En la guerra de la Independencia española el castillo fue atacado por tropas francesas a lo largo de 1808 y 1809 y capituló ante el general Suchet tras una larga lucha en 1810. El nombre de Mequinenza aparece en el Arco de Triunfo de la plaza L’Etoile y figura entre los nombres de las plazas fuertes: Nápoles, Plaisance, Madrid y Mequinenza. En 1816 el rey Fernando VII reincorporó Mequinenza y su castillo a la Corona como acuartelamiento militar. Tras la guerra civil, en 1939, el castillo quedó sin guarnición y se abandonó. En la actualidad pertenece a la Fundación Endesa y solo es visitable los martes previa llamada al ayuntamiento. Se encuentra en muy buen estado de conservación.
Castillo gótico de finales del siglo XIV y principios del XV aunque al haber estado en uso hasta la primera mitad del siglo XX, las fortificaciones exteriores atienden a características de la arquitectura militar moderna.
Hasta la llegada de los tiempos modernos, la villa y el castillo de Mequinenza formaron un conjunto único. Las murallas del castillo no se limitaron a circunscribir o cobijar las construcciones militares ubicadas en la cima escarpada sino que, como indicaba Quadrado "los muros de su mole se desprenden y bajan hacia el Ebro para abrazar holgadamente a la población". En aquel entonces, cabe pensar que la población se ubicaba entre murallas y después de la desaparición de éstas, creció y se expansionó considerablemente siempre a orillas del Ebro. Las luchas que debió sufrir constantemente el castillo y la población hicieron que éstos no pudieran expansionarse y embellecerse, siendo ambos víctimas de incendios y saqueos, durante las invasiones sarracenas, durante las luchas medievales y durante el asedio francés en la Guerra de la Independencia.
El castillo-palacio es de forma cuadrangular irregular, con seis torres rectangulares y una séptima que pentagonal que es fruto de una reforma del siglo XVII. Dos de las torres guardan la entrada. El castillo se encuentra sobre un espolón de 185 m de desnivel divisando la confluencia de los ríos Segre, Cinca y Ebro. Está protegido en la vertiente sur por una escarpada ladera en la que son visibles los restos de una muralla que desciende buscando hacia el río y en el lado norte la protección proviene de un foso artificial.
El acceso al castillo se realiza por su flanco meridional, a través de una puerta con arco de medio punto protegida por dos torres. En la puerta se conserva el blasón de los Moncada. El interior se organiza alrededor de un patio descubierto sobre el que se articulan las dependencias y con aljibe excavado en la roca. En el sur tiene tres arcadas apuntadas y en el ala norte conserva una escalera que conduce a la segunda planta, donde está la Sala de Armas cubierta por bóveda de cañón apuntado. En el ala oeste está la gran sala, que conserva los macizos arcos diafragmas que sustentaban la techumbre de vigas, siendo el lugar donde se ubicaba la antigua capilla.
En el año 1133 la población, en manos de los árabes, es conquistada por Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. Nuevamente, la población es reconquistada por los sarracenos y finalmente fue conquistada definitivamente por Ramon Berenguer IV en 1185. Alfonso II de Aragón al casarse con doña Sancha dió a esta como prenda de su real estimación la villa de Mequinenza. Más tarde, en 1192, el mismo rey la cede a Armengol, conde de Urgel. Del Dominio de los Condes de Urgel pasó el castillo y la villa de Mequinenza al de Ramón Guillén de Moncada y por sucesión hereditaria, pasó a los Marqueses de Aytona y después a los Duques de Medinaceli.
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En 1212, Pedro II prometió a su hija legitimada (contraída fuera de su matrimonio) Constanza de Aragón, al noble Guillén Ramón de Moncada en una fiesta celebrada en Tauste. La dote que aportaría la infanta serían los señoríos de Mequinenza, Aytona, Albalate de Cinca, Serós y Soses con todos sus derechos, castillos, villas y términos. Se iniciaba así la rama de Aytona del linaje de Moncada, que toma el nombre del más importante de los señoríos que Constanza recibió. A partir de este momento, los descendientes del linaje de los Moncada serán los señores de Mequinenza.
Año
Señor
1212 (año de la dote) - 1250
Constanza de Aragón, I señora de Aytona
1243/1245 - 1266
Pedro Ramón de Moncada, II señor de Aytona
1266?-1285
Guillén Ramón de Moncada, señor de Serós y Mequinenza
1253 - 1266?*
Constanza de Moncada
1285-1313
Berenguela de Moncada, señora de Serós y Mequinenza
1313-1320
Elisenda de Moncada, Señora de Serós y Mequinenza
1320-1322
Oto de Moncada "el Viejo", IV señor de Aytona
1322-1327?
Elisenda de Moncada, Señora de Serós y Mequinenza
1327?-1341
Oto de Moncada "el Viejo", IV señor de Aytona
1341-1354
Oto de Moncada y Moncada, V Señor de Aytona
1354-1371
Guillén Ramón de Moncada, VI Señor de Aytona
1371-1421
Oto de Moncada, VII señor de Aytona
1421-1455
Guillén Ramón de Moncada, VIII señor de Aytona
El castillo de Mequinenza fue mansión en 1288 de Carlos II de Anjou Príncipe de Salerno, hijo de Carlos de Anjou, rey de Nápoles y Sicilia, dado en rehenes por Alfonso III a sus barones.
Alfonso III hizo prisionero al citado Príncipe de Salerno cuando el padre de éste disputaba a aquél la Corona de Sicilia, después que había estado desposeído de ella en las famosas vísperas sicilianas y atribuido aquel reino a la Casa de Aragón. Alfonso encerró a aquel preso, inicialmente en el castillo de Monclús, pero viendo la poca seguridad que ofrecía por la proximidad con Francia, lo trajo al castillo de Mequinenza hasta que fue puesto en libertad en 1288 en cumplimiento del tratado de Canfranc. Una de las condiciones impuestas era que la Provenza caería bajo el vasallaje de Alfonso III si Carlos de Anjou incumplía aquello a lo que se le obligaba. Fray Miguel de Salas indicaba la importancia del Castillo de Mequinenza ya que "a un príncipe tan grande no se le daría Palacio que no fuera proporcionado a la grandeza y soberanía de su persona".
El Castillo de Mequinenza sufrió diversos embates al comienzo de siglo XIX con la Guerra de la Independencia y la invasión napoleónica. En aquel momento, Madoz destaca que la población formó "compañías enteras con su juventud que se hallaban en los memorables sitios de Zaragoza". Los franceses, después de haber tomado Lérida quisieron hacer lo mismo con Mequinenza cuya posesión ansiaban por considerarla la "llave estratégica del Ebro" y estar situada en una altura dominante sobre la desembocadura de los tres ríos. El mariscal Suchet, que mandaba en aquella zona encomendó al general Musnier aquella misión. Pero Mequinenza y su castillo resistieron heroicamente durante tres embates acometidos por el ejercito francés durante el año 1808. El ataque se reanudó en junio de 1809 nuevamente con derrota francesa. Musnier, viendo que la operación era muy difícil por la situación estratégica defensiva del castillo decidió que abriría un camino desde Torrente de Cinca que conduciría hasta el poniente de Mequinenza para hacer llegar a sus hombres y su artillería al castillo. La dura operación puso se puso en marcha el 15 de mayo de 1810 y se alargó hasta el primero de junio, tiempo en el cual los franceses ocuparon las posiciones más importantes a orillas del Ebro y del Segre.
El Castillo se hallaba en ese momento defendido por 1.200 hombres al mando del coronel Carbón. En la noche del 2 al 3 de junio se abrió la brecha y en la del 4 al 5 el ejército francés logró penetrar en la villa, saqueando y prendiendo fuego a muchas casas. Tres días después, destruidas las principales defensas del castillo y sin abrigo alguno, la guarnición española se rindió, quedando prisionera de guerra. La conquista del Castillo de Mequinenza supuso una de las grandes victorias en el valle del Ebro, por lo que debido a su gran importancia decidieron inscribirla en el Arco del Triunfo de París inmediatamente debajo del nombre de Madrid.
La fortaleza siguió prestando posteriormente sus servicios hasta época reciente. Después de la rendición francesa, mantuvo guarnición durante el siglo XIX y se vió afectado por nuevos avatares políticos y militares que sucedieron en la historia de España y especialmente durante las guerras carlistas. Ya había perdido ya su posición de palacio residencial de los Moncada y los Marqueses de Aytona y sus dependencias se habían adaptado a las necesidades de la guerra incluyendo nuevos dormitorios, la residencia del gobernador, almacenes de artillería, almacenes de fortificación, calabozos, dormitorios de artilleros, horno de pan, cementerio o varios polvorines.
En 1816 hay constancia de una R.O. dictada por el rey Fernando VII con fecha de 31 de mayo de 1816 que expone que la villa de Mequinenza solicita al rey ponerla bajo su real dominio. El dia 10 de enero de 1819 el corregidor de la ciudad de Fraga pasó a las Casas del Ayuntamiento y a su Sala Capitular para hacer cumplir la Real Orden a través de la cual la villa y su plaza pasaban a ser incorporadas a la Real Corona. El Duque de Medinaceli, anterior propietario, exigió a la corona diversas compensaciones como dar posesión de un horno de pan de cocer, de varias dehesas, treudos, derechos a participaciones de frutasy diezmos, señalando que el señorío sobre la villa de Mequinenza y el Castillo no pertenecían más que a la Corona. El Castillo de Mequinenza había quedado en un estado de abandono importante con el derrumbe de sus techos y parte de sus murallas.
Una de las primeras referencias que se encuentran del castillo es en la obra "Aragón" de José María Quadrado que en 1844 describe así su ubicación:
"Sobre la frontera misma de Aragón, ríndele el Segre sus caudales recién confundidos con los del Cinca, y en el amenísimo confluente, en aquel trifinio, por decirlo así, de las tres provincias aragonesas que por poco no viene a coincidir con el de los tres reinos que formaban la coronilla, asiéntase una antigua y noble villa colocada en medio de tres grandes ríos, como para hacer al principal los honores de la despedida". (Los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca, patria del autor Quadrado, distan bastante. Creo que el cabeza cuadradase refería al tercer reino como Cataluña, despreciando el propio de Mallorca).
Juan de Mariana, en su famosa "Historia de España" describe Mequinenza como "la que César llamó Octagessa, Pueblo fuerte por su sitio y por las murallas, está asentada en la parte que los ríos Cinca y Segre se juntan en una Madre".
Fray Miguel de Salas recoge en su obra "Vida de Sta. Agathoclia, Virgen y Mártir, Patrona de la Villa de Mequinençaen el Reyno de Aragón" publicado póstumamente en 1697 ya se apuntan diversos asentamientos anteriores "porque con los varios sucesos de los tiempos se ha perdido la memoria de quién fué el que asentó para su fundación la primera piedra".
Pascual Madoz apunta a que el castillo se asienta "en la cima de una montaña aislada, que sirve como barrera a los ríos Ebro y Segre, en el punto de su confluencia. Consiste en una casa fuerte o palacio antiguo que fue del Marqués de Aytona, cuya figura es irregular en todos sus lados, siendo el mayor de treinta y cuatro varas y media, el menor de veinte y siete y su altura de nueve con torres en todos sus ángulos y en la longuitud de los lados mayores que miran al S. y O., estando la puerta en aquel". Como curiosidad Madoz apunta a que el Castillo de Mequinenza recibe el nombre de "el Macho" o "el Mocho" (refiriéndose a aquello que falta la punta o la debida terminación, ya que en el Castillo no había ninguna torre destacada por encima de las otras) y describe su estado como "miserable y reducido".
2.55. LA PÉRDIDA MUSULMANA DE LANAJA
(SIGLO XII. LANAJA)
Tras la derrota de Fraga sufrida por
Alfonso I el Batallador, algunas de las tierras tan trabajosamente
ganadas a los musulmanes en los valles del Cinca y del Alcanadre
volvieron a perderse, lo que significó un momentáneo retroceso y
hubo que volver a empezar. Por eso, unos años después, en 1142, una
vez repuestos de la derrota, los cristianos se disponían a
reconquistar varias de estas plazas, entre ellas Lanaja, en plenos
Monegros.
En estos momentos, las escaramuzas
armadas entre cristianos y moros eran constantes, pero también se
daban ciertas relaciones amistosas producidas por el trato casi
continuo que mantenían en los últimos años. Por lo tanto, no es de
extrañar en absoluto que uno de los caballeros cristianos aragoneses
se enamorara perdidamente de la hija del alcaide musulmán de Lanaja,
aunque ésta no compartiera con él el mismo sentimiento.
Una vez decidida la reconquista de
Lanaja, las tropas cristianas entraron en la población, que apenas
se pudo defender, y nuestro caballero se lanzó a la búsqueda de la
joven agarena. La encontró donde sospechaba, orando en la mezquita,
pero ella no sólo volvió a rechazarle una vez más, sino que huyó
precipitadamente a través de los pasadizos subterráneos que
llevaban desde la mezquita al palacio. El joven la persiguió.
Cuando el guerrero cristiano estaba a
punto de alcanzar a la bella mora, sucedió algo increíble: ésta se
convirtió repentinamente en un toro amenazante y feroz, que pasó a
perseguirle de manera enconada hasta que, a duras penas, se pudo
poner a salvo.
Mientras la situación en la calle era
ya desesperada para los moros, su alcaide, enrocado en su palacio,
buscaba a su hija desesperadamente sin hallarla. De pronto, oyó unos
mugidosque le condujeron hasta el toro, comprendiendo el
encantamientode su hija. Cuando intentaban encontrar la manera de
desencantarla, volvió a suceder otro prodigio: el toro no sólo
quedó paralizado, sino que se convirtió repentinamente en oro.
Antes de capitulary entregar la plaza, el alcaide escondió el toro
dorado en lugar tan seguro que, aun a sabiendas de que existe, nadie
ha podido encontrarlo todavía.
[Andolz, Rafael, «Dichos y hechos del
Altoaragón. La leyenda de Lanaja», Folletón del Altoaragón, 59
(28 de marzo de 1982), pág. VIII.]
Lanaja es un municipio de la provincia de Huesca(Aragón, España). Además del núcleo urbano, comprende las entidades de población de Cantalobos y Orillena. Su población es de 1.324 habitantes (INE 2014).
Lanaja está situada al norte de la depresión del Ebro, junto al barranco de los Paúles, afluente del Flumen, a 369 msnm. Forma parte de la comarca de Los Monegros, estando a 17 km de Sariñena, la capital comarcal, y a 61 km de Zaragoza.
Su temperatura media anual es de 14 °C y su precipitación anual de 475 mm.
En la localidad se encuentran los yacimientos de Val de Lupo, Valderrey, Peñalveta, La Malena y Aldea del Correo. Todos ellos indican que el poblamiento de esta zona abarca desde el Neo-Eneolítico hasta el imperio romano. En Aldea del Correo, yacimiento perteneciente a la época romana, se han advertido restos de construcción que debieron pertenecer a un establecimiento rústico de la época.
El topónimo Lanaja es de origen árabe. En el siglo X, varias mesnadas de Abderramán III fueron en auxilio del rey de Zaragoza Abu Yahya, al mando de Nadja, antiguo esclavo que llegó a ser el primer general del Califato. Una hipótesis es que se dio el nombre de Al Nadja a este poblado en honor a Umm Kuraish al Nadja, hermana del general Nadja, favorita de la esposa del califa.
Jerónimo Zurita, historiador del siglo XVI, cree que fueron los guerreros franceses, al servicio de Alfonso I el Batallador, quienes se apoderaron de todas estas tierras entre 1114 y 1118, señalando expresamente que tomaron Sariñena y otros lugares donde hasta entonces los moros se habían defendido en sus castillos. Por tanto, se puede situar la reconquista cristiana de Lanaja en torno a 1115.
Posteriormente, Jaime I entregó Lanaja a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, con sede en el Monasterio de Sigena, y de dicho monasterio dependía en todos los aspectos al ser feudo donado por el Rey. Se pagaban los tributos a los clérigos del monasterioen una dependencia construida al efecto y conocida como «el granero de la diezma», donde se entregaba la décima parte de las cosechas de cereales, aceite y vino. Cuando en el siglo XVI éste resultó pequeño, se construyó uno nuevo junto a la iglesia de la Asunción. La dependencia del monasterio perduró hasta mediados del siglo XVIII, momento en el que Lanaja comenzó su vida como municipio independiente, coincidiendo sus límites con los que Alfonso I había establecido al hacer entrega a la Orden Sanjuanista.
En 1507, se establecieron los Cartujos de San Bruno en lo que hoy es la Cartuja de la Virgen de Las Fuentes. Con la desamortización de Mendizábal, la Cartuja pasó a manos de sus actuales dueños, la casa de Bastaras, quienes al adquirirla, registraron la propiedad en la vecina Sariñena al ser los impuestos más baratos en dicho municipio.
En el siglo XIX, Lanaja sufrió las correrías de los carlistas y de varias partidas de bandoleros, que operaban en la comarca desde sus refugios en la cercana sierra de Alcubierre. Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España de 1845, señala que Lanaja «tiene 216 casas, de las cuales, las dos terceras partes solo tienen un piso, y las restantes dos, ofreciendo por consiguiente pocas ó ninguna comodidad; están unidas formando 2 plazas y diferentes calles sin empedrar».
La Guerra Civil fue especialmente cruenta en Lanaja. En los primeros días de la sublevación militar de 1936, fue rechazada una primera incursión de falangistas provenientes de Zaragoza; todavía se conserva en lo alto del Saso un monolito, conocido por el «Monolito de los falangistas», que recuerda la muerte de un alférez y seis falangistas cuando intentaron entrar el 24 de julio de 1936. Al día siguiente, la iglesia parroquial fue saqueada, siendo destruidas las obras de arte que había en su interior, así como la documentación existente. Ese mismo día, una fuerza militar procedente de Zaragoza ocupó el pueblo, pero tuvo luego que replegarse por la cercanía de columnas de milicianos catalanes. Varios vecinos y trabajadores fueron llevados a Alcubierre y allí fusilados por falangistas. Los milicianos catalanes no hicieron nada malo. Finalmente, la villa fue ocupada a finales de julio por la columna Arquer-Piquer del POUM.
Lanaja permaneció leal al gobierno de la República hasta la caída del frente de Aragón en marzo de 1938, por lo que sufrió intensos bombardeos por parte de la aviación del ejército de Franco. La ruptura del frente provocó el éxodo de una parte de la población hacia Cataluña. Al ser definitivamente ocupada la villa por las tropas franquistas, se desencadenó una fuerte represión que produjo un número indeterminado de víctimas.
La iglesia parroquial de la Asunción parece que fue construida sobre la mezquita musulmana y ésta, a su vez, sobre la primitiva iglesia visigoda de la localidad. Consta de dos naves diferentes. La del norte, más antigua, responde al estilo gótico cisterciense, probablemente de la segunda mitad del siglo XIII y tiene tres tramos abovedados en forma de cañón apuntado. El ábside del lado norte tiene siete paños y dos ventanas apuntadas, decoradas con las acostumbradas puntas de diamante o columnillas, dovelas y chambrana.
La nave sur es algo más larga y consta de cuatro tramos de cañón apuntado. Se comunica con la nave antigua por un gran arco del mismo perfil pero muy achatado. En su muro se abre una hermosa puerta abocinada, enmarcada por dos contrafuertes, decididamente gótico; la portada parece ya de los siglos XIV o XV, lo que permite inferir en que fecha tuvo lugar la ampliación del templo.
La Ermita de San Sebastián, situada en el «Saso» —montículo desde el cual se domina todo el pueblo— se edificó en el lugar que en tiempos pasados estuvo el Castillo de Montoro, del cual apenas perviven los restos de una muralla. Es una construcción del siglo XVIII de estilo barroco popular.
La Ermita de Santa Bárbara, a 1 km del casco urbano, se encuentra en ruinas desde la Guerra Civil.
El Pozo de hielo, la nevera, situado en el Saso, se usaba para conservar el hielo recogido en invierno para usarlo en verano. Es un aljibecilíndrico, cubierto superiormente con una cúpula de gruesos muros de mampostería. Tiene 6 m de diámetro y más de 11 m de altura.
Por su parte, el Caño es una construcción subterránea de unos 400 m que se encuentra en al parte norte la población. Por el tipo de construcción se puede pensar que es de época árabe.
De la Guerra Civil se conserva, en la carretera de Cantalobos, un emplazamiento para ametralladoras o también para fusil ametrallador. Fue proyectado y construido por ingenieros y soldados republicanos. Esta estructura de hormigón armado protegía como fortín y observatorio a un vasto territorio en dirección noroeste y noreste, dentro de un conjunto defensivo hoy prácticamente inexistente, enmarcado en la denominada «línea Lenin» de defensa.
En 2009 fue inaugurado en Lanaja, en el edificio del siglo XVI llamado el Granero de la Diezma, el Museo Barbie, dedicado a la conocida muñeca de Mattel. La colección contaba con más de mil piezas, entre ellas más de 700 «barbies» y 200 trajes confeccionados por su propietaria. El museo cerró en 2011 y se prevé su traslado a Cuba.
El 20 de enero es la festividad de San Sebastián, en la actualidad las fiestas pequeñas. La víspera se encienden las tradicionales hogueras.
El 19 de marzo, San José, aquí llamada Fiesta de Quintos, se organiza una fiesta para los jóvenes que cumplen 20 años.
En la festividad de San Isidro, el 15 de mayo, las mujeres suelen ir por la mañana andado hasta el Monasterio de Nuestra Señora de la Fuentes. En la antigüedad este día servía para ir a pedir agua a la Virgen de las Fuentes.
Las fiestas mayores de Lanaja, en honor a San Mateo, tienen lugar entre el 20 y el 24 de septiembre. Cabe destacar el día 20 el desfile de carrozas, y el 21 la procesión y la representación del «dance». Éste es de los clásicos de pastorada, con mayoral, rabadán y dieciséis danzantes en grupos de cuatro.
Una de las tradiciones más arraigadas entre los vecinos de Lanaja es la del tesoro del Castillo de Montoro. Se cuenta que durante la dominación musulmana, uno de sus reyezuelos mandó fundir el oro recaudado a los habitantes del poblado, dándole la forma de un toro. Ocultó el toro de oro en el pasadizo que conducía desde el castillo a la mezquita y, de acuerdo a la tradición, permanece todavía enterrado.