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sábado, 11 de mayo de 2019

UN INTENTO DE RECUPERACIÓN MORA DE DAROCA


2.58. UN INTENTO DE RECUPERACIÓN MORA DE DAROCA
(SIGLO XII. DAROCA)

Después de haber reconquistado Zaragoza, Alfonso I el Batallador tuvo que hacer frente a un importante ejército musulmán en Cutanda, donde venció. Aquella victoria significó la posibilidad de conquistar Daroca, principal enclave murado a la vera del río Jiloca, plaza que, en efecto, pasó a sus manos en 1122. Aunque una parte importante de los moros darocenses decidió quedarse en sus casas, otros optaron por el exilio, refugiándose en tierras de Molina, Cuenca o Valencia, en espera de una reacción que nunca llegó. Algunos, por fin, merodearon por la comarca formando grupos de bandoleros que dificultaban el tránsito por sus caminos. Ello hizo que Alfonso I, como medida de precaución, ordenara una vigilancia permanente de Daroca.
Entre los moros que se hallaban al acecho estaba, capitaneando un importante grupo de hombres de guerra, el jerife Omar ben Ahmed, hijo de Ahmed ben Ibrain, derrotado por Alfonso I en Cutanda. Cuando se consideró con fuerzas suficientes, se propuso la recuperación de Daroca procurándose como aliados a los moros y judíos darocenses.
Envió a Daroca a un alfaquí llamado Jahy ben Jaldum con instrucciones para, una vez en Kal’at Darawka, soliviantar a sus correligionarios, a los que conocía por haber vivido en ella durante buena parte de su vida, conviniendo en la fecha en la que Omar ben Ahmed atacaría las murallas darocenses. Pero Jahy ben Jaldum fue interceptado vestido de cristiano por una partida de jinetes darocenses quienes, tras reconocerle, lo confinaron en la zuda, de modo que no pudo llevar a cabo una parte del plan urdido por Omar ben Ahmed, desconocedor de lo que había ocurrido. Por eso, éste siguió con sus planes y, amparado en la oscuridad de la noche, cabalgó por los llanos de Gallocanta con la intención de asaltar los muros de Daroca aquella misma noche.

UN INTENTO DE RECUPERACIÓN MORA DE DAROCA  (SIGLO XII. DAROCA)

En la villa darocense, los centinelas se habían dormido. Pero quiso la fortuna que, ante el estruendo de las cabalgaduras moras, las ocas levantaran el vuelo asustadas, despertando con sus graznidos a los centinelas. Dada la alerta, los jinetes musulmanes —que no pudieron contar tampoco con la esperada ayuda de sus correligionarios— fueron vencidos y hechos prisioneros, descubriéndose además la misión de Jahy ben Jaldum, que fue ahorcado en la plaza. En reconocimiento a su inesperada y providencial ayuda, los darocenses incorporaron a su escudo seis ocas, en sustitución de otros tantos lirios.

ocas, Daroca, Gallocanta


[Beltrán, José, Tradiciones y leyendas de Daroca, págs. 63-66.]



  • Anser anser domesticus - todas las variedades de ocas domésticas procedentes de Eurasia.

  • la oca del Ampurdán - ave procedente de la cría selectiva del ganso común salvaje en el norte de Cataluña. Se caracteriza por ser blanca y poseer un característico copete sobre la cabeza.

      lunes, 22 de junio de 2020

      262. LA FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE SANTA FE


      262. LA FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE SANTA FE
      (SIGLO XIV. ZARAGOZA)

      262. LA FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE SANTA FE  (SIGLO XIV. ZARAGOZA)


      Los monjes del monasterio de Fuenclara —cenobio que cierta tradición sitúa en las proximidades del río Cinca, en la diócesis de Lérida— estaban siendo molestados constantemente por los hombres de los condes de Urgell, así como permanentemente por los bandoleros que tenían atemorizada la comarca.

      Ante una situación tan difícil como aquella y tras mucho meditarlo, decidieron aceptar la propuesta que les hizo Miguel Pérez Zapata, señor de Cuarte, Cadrete y Purroy, y, a la sazón, gobernador de Aragón: les ofrecía que se trasladaran a una pequeña ermita levantada en Santa Fe, junto a Zaragoza, en el lugar que llegaría a ser importante monasterio cisterciense.

      La comunidad de Fuenclara —ante los reiterados ataques que padecía y deseando vivir en paz para dedicarse por completo a la oración— encomendó a dos de sus más jóvenes monjes para que viajaran a inspeccionar el lugar que se les brindaba. Nada más salir del convento para emprender el viaje, fueron perseguidos y hostigados por los hombres del conde de Urgell (Urgel) hasta acorralarlos en la orilla del río Cinca, desbordado por las recientes lluvias torrenciales y, por lo tanto, imposible de vadear. Cuando estaban a punto de ser alcanzados por sus perseguidores, y ante la admiración y el asombro de aquellos desalmados, ambos monjes lograron atravesar el río tendidos sobre las cogullas de sus hábitos, que hicieron de embarcación segura.

      Una vez solventado el peligro prosiguieron viaje hacia Zaragoza y de allí a Santa Fe, donde inspeccionaron el terreno. Estaba situado en la huerta que riega la Huerva y el paraje era rico y feraz, capaz de proporcionar el alimento necesario a la comunidad, así es que fue de su agrado.
      Regresaron los dos monjes emisarios a su convento de Fuenclara y relataron a sus compañeros la excelencia del paraje que se les ofrecía, de modo que la comunidad entera decidió trasladarse a Santa Fe, donde crearon el monasterio que sería nuevo reducto de sus rezos.

      [Zapater, Alfonso, Aragón...., tomo 15, págs. 2243-2244.]

      jueves, 9 de mayo de 2019

      LA PÉRDIDA MUSULMANA DE LANAJA


      2.55. LA PÉRDIDA MUSULMANA DE LANAJA (SIGLO XII. LANAJA)

      Tras la derrota de Fraga sufrida por Alfonso I el Batallador, algunas de las tierras tan trabajosamente ganadas a los musulmanes en los valles del Cinca y del Alcanadre volvieron a perderse, lo que significó un momentáneo retroceso y hubo que volver a empezar. Por eso, unos años después, en 1142, una vez repuestos de la derrota, los cristianos se disponían a reconquistar varias de estas plazas, entre ellas Lanaja, en plenos Monegros.

      LA PÉRDIDA MUSULMANA DE LANAJA (SIGLO XII. LANAJA)

      En estos momentos, las escaramuzas armadas entre cristianos y moros eran constantes, pero también se daban ciertas relaciones amistosas producidas por el trato casi continuo que mantenían en los últimos años. Por lo tanto, no es de extrañar en absoluto que uno de los caballeros cristianos aragoneses se enamorara perdidamente de la hija del alcaide musulmán de Lanaja, aunque ésta no compartiera con él el mismo sentimiento.
      Una vez decidida la reconquista de Lanaja, las tropas cristianas entraron en la población, que apenas se pudo defender, y nuestro caballero se lanzó a la búsqueda de la joven agarena. La encontró donde sospechaba, orando en la mezquita, pero ella no sólo volvió a rechazarle una vez más, sino que huyó precipitadamente a través de los pasadizos subterráneos que llevaban desde la mezquita al palacio. El joven la persiguió.
      Cuando el guerrero cristiano estaba a punto de alcanzar a la bella mora, sucedió algo increíble: ésta se convirtió repentinamente en un toro amenazante y feroz, que pasó a perseguirle de manera enconada hasta que, a duras penas, se pudo poner a salvo.

      Toro, Lanaja, Huesca


      Mientras la situación en la calle era ya desesperada para los moros, su alcaide, enrocado en su palacio, buscaba a su hija desesperadamente sin hallarla. De pronto, oyó unos mugidos que le condujeron hasta el toro, comprendiendo el encantamiento de su hija. Cuando intentaban encontrar la manera de desencantarla, volvió a suceder otro prodigio: el toro no sólo quedó paralizado, sino que se convirtió repentinamente en oro. Antes de capitular y entregar la plaza, el alcaide escondió el toro dorado en lugar tan seguro que, aun a sabiendas de que existe, nadie ha podido encontrarlo todavía.
      [Andolz, Rafael, «Dichos y hechos del Altoaragón. La leyenda de Lanaja», Folletón del Altoaragón, 59 (28 de marzo de 1982), pág. VIII.]



      Lanaja es un municipio de la provincia de Huesca (Aragón, España). Además del núcleo urbano, comprende las entidades de población de Cantalobos y Orillena. Su población es de 1.324 habitantes (INE 2014).

      Lanaja está situada al norte de la depresión del Ebro, junto al barranco de los Paúles, afluente del Flumen, a 369 msnm. Forma parte de la comarca de Los Monegros, estando a 17 km de Sariñena, la capital comarcal, y a 61 km de Zaragoza.

      Su temperatura media anual es de 14 °C y su precipitación anual de 475 mm.

      En la localidad se encuentran los yacimientos de Val de Lupo, Valderrey, Peñalveta, La Malena y Aldea del Correo. Todos ellos indican que el poblamiento de esta zona abarca desde el Neo-Eneolítico hasta el imperio romano. En Aldea del Correo, yacimiento perteneciente a la época romana, se han advertido restos de construcción que debieron pertenecer a un establecimiento rústico de la época.

      Pero quizás el yacimiento de mayor interés sea el de La Malena, en el barranco de Valonguera, cuyos restos —con abundantes materiales y estructuras de filiación ibérica— muestran que se trata de un poblado indígena posteriormente romanizado. Se ha encontrado material cerámico de la primera Edad del Hierro (700-450 a. C.), cerámica ibérica, cerámica campaniense y restos de terra sigillata hispánica lisa. También se ha hallado una piedra de molino con orificio central y un importante grupo de monedas romanas de algunos emperadores romanos, además de monedas hispano-latinas de Caesaraugusta, Celsa y Osca.

      El topónimo Lanaja es de origen árabe. En el siglo X, varias mesnadas de Abderramán III fueron en auxilio del rey de Zaragoza Abu Yahya, al mando de Nadja, antiguo esclavo que llegó a ser el primer general del Califato. Una hipótesis es que se dio el nombre de Al Nadja a este poblado en honor a Umm Kuraish al Nadja, hermana del general Nadja, favorita de la esposa del califa.

      Jerónimo Zurita, historiador del siglo XVI, cree que fueron los guerreros franceses, al servicio de Alfonso I el Batallador, quienes se apoderaron de todas estas tierras entre 1114 y 1118, señalando expresamente que tomaron Sariñena y otros lugares donde hasta entonces los moros se habían defendido en sus castillos. Por tanto, se puede situar la reconquista cristiana de Lanaja en torno a 1115.

      Posteriormente, Jaime I entregó Lanaja a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, con sede en el Monasterio de Sigena, y de dicho monasterio dependía en todos los aspectos al ser feudo donado por el Rey. Se pagaban los tributos a los clérigos del monasterio en una dependencia construida al efecto y conocida como «el granero de la diezma», donde se entregaba la décima parte de las cosechas de cereales, aceite y vino. Cuando en el siglo XVI éste resultó pequeño, se construyó uno nuevo junto a la iglesia de la Asunción. La dependencia del monasterio perduró hasta mediados del siglo XVIII, momento en el que Lanaja comenzó su vida como municipio independiente, coincidiendo sus límites con los que Alfonso I había establecido al hacer entrega a la Orden Sanjuanista.

      En 1507, se establecieron los Cartujos de San Bruno en lo que hoy es la Cartuja de la Virgen de Las Fuentes. Con la desamortización de Mendizábal, la Cartuja pasó a manos de sus actuales dueños, la casa de Bastaras, quienes al adquirirla, registraron la propiedad en la vecina Sariñena al ser los impuestos más baratos en dicho municipio.

      En el siglo XIX, Lanaja sufrió las correrías de los carlistas y de varias partidas de bandoleros, que operaban en la comarca desde sus refugios en la cercana sierra de Alcubierre. Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España de 1845, señala que Lanaja «tiene 216 casas, de las cuales, las dos terceras partes solo tienen un piso, y las restantes dos, ofreciendo por consiguiente pocas ó ninguna comodidad; están unidas formando 2 plazas y diferentes calles sin empedrar».

      El término municipal de Lanaja fue escenario de la muerte del legendario bandolero Mariano Gavín Suñén «el Cucaracha», acaecida el 28 de febrero de 1875, según el extracto de partidas de defunción de Lanaja en ese año. Fue tiroteado por la Guardia Civil tras haber sido envenenado junto con cuatro compañeros más de su banda en la aldea de Peñalbeta. Tenía fama de generoso, pues robaba a los ricos para dar a los pobres, persiguiendo y vejando a los caciques de la región.

      La Guerra Civil fue especialmente cruenta en Lanaja. En los primeros días de la sublevación militar de 1936, fue rechazada una primera incursión de falangistas provenientes de Zaragoza; todavía se conserva en lo alto del Saso un monolito, conocido por el «Monolito de los falangistas», que recuerda la muerte de un alférez y seis falangistas cuando intentaron entrar el 24 de julio de 1936. Al día siguiente, la iglesia parroquial fue saqueada, siendo destruidas las obras de arte que había en su interior, así como la documentación existente.​ Ese mismo día, una fuerza militar procedente de Zaragoza ocupó el pueblo, pero tuvo luego que replegarse por la cercanía de columnas de milicianos catalanes. Varios vecinos y trabajadores fueron llevados a Alcubierre y allí fusilados por falangistas. Los milicianos catalanes no hicieron nada malo. Finalmente, la villa fue ocupada a finales de julio por la columna Arquer-Piquer del POUM.

      Lanaja permaneció leal al gobierno de la República hasta la caída del frente de Aragón en marzo de 1938, por lo que sufrió intensos bombardeos por parte de la aviación del ejército de Franco. La ruptura del frente provocó el éxodo de una parte de la población hacia Cataluña. Al ser definitivamente ocupada la villa por las tropas franquistas, se desencadenó una fuerte represión que produjo un número indeterminado de víctimas.

      La iglesia parroquial de la Asunción parece que fue construida sobre la mezquita musulmana y ésta, a su vez, sobre la primitiva iglesia visigoda de la localidad. Consta de dos naves diferentes. La del norte, más antigua, responde al estilo gótico cisterciense, probablemente de la segunda mitad del siglo XIII y tiene tres tramos abovedados en forma de cañón apuntado. El ábside del lado norte tiene siete paños y dos ventanas apuntadas, decoradas con las acostumbradas puntas de diamante o columnillas, dovelas y chambrana.

      La nave sur es algo más larga y consta de cuatro tramos de cañón apuntado. Se comunica con la nave antigua por un gran arco del mismo perfil pero muy achatado. En su muro se abre una hermosa puerta abocinada, enmarcada por dos contrafuertes, decididamente gótico; la portada parece ya de los siglos XIV o XV, lo que permite inferir en que fecha tuvo lugar la ampliación del templo.

      La Ermita de San Sebastián, situada en el «Saso» —montículo desde el cual se domina todo el pueblo— se edificó en el lugar que en tiempos pasados estuvo el Castillo de Montoro, del cual apenas perviven los restos de una muralla. Es una construcción del siglo XVIII de estilo barroco popular.

      La Ermita de Santa Bárbara, a 1 km del casco urbano, se encuentra en ruinas desde la Guerra Civil.

      El Pozo de hielo, la nevera, situado en el Saso, se usaba para conservar el hielo recogido en invierno para usarlo en verano. Es un aljibe cilíndrico, cubierto superiormente con una cúpula de gruesos muros de mampostería. Tiene 6 m de diámetro y más de 11 m de altura.

      Por su parte, el Caño es una construcción subterránea de unos 400 m que se encuentra en al parte norte la población. Por el tipo de construcción se puede pensar que es de época árabe.

      De la Guerra Civil se conserva, en la carretera de Cantalobos, un emplazamiento para ametralladoras o también para fusil ametrallador. Fue proyectado y construido por ingenieros y soldados republicanos. Esta estructura de hormigón armado protegía como fortín y observatorio a un vasto territorio en dirección noroeste y noreste, dentro de un conjunto defensivo hoy prácticamente inexistente, enmarcado en la denominada «línea Lenin» de defensa.

      En 2009 fue inaugurado en Lanaja, en el edificio del siglo XVI llamado el Granero de la Diezma, el Museo Barbie, dedicado a la conocida muñeca de Mattel. La colección contaba con más de mil piezas, entre ellas más de 700 «barbies» y 200 trajes confeccionados por su propietaria. El museo cerró en 2011 y se prevé su traslado a Cuba.

      El 20 de enero es la festividad de San Sebastián, en la actualidad las fiestas pequeñas. La víspera se encienden las tradicionales hogueras.
      El 5 de febrero se celebra Santa Águeda, organizada por las mujeres de la localidad.
      El 19 de marzo, San José, aquí llamada Fiesta de Quintos, se organiza una fiesta para los jóvenes que cumplen 20 años.
      En la festividad de San Isidro, el 15 de mayo, las mujeres suelen ir por la mañana andado hasta el Monasterio de Nuestra Señora de la Fuentes. En la antigüedad este día servía para ir a pedir agua a la Virgen de las Fuentes.
      Las fiestas mayores de Lanaja, en honor a San Mateo, tienen lugar entre el 20 y el 24 de septiembre. Cabe destacar el día 20 el desfile de carrozas, y el 21 la procesión y la representación del «dance». Éste es de los clásicos de pastorada, con mayoral, rabadán y dieciséis danzantes en grupos de cuatro.
      Una de las tradiciones más arraigadas entre los vecinos de Lanaja es la del tesoro del Castillo de Montoro. Se cuenta que durante la dominación musulmana, uno de sus reyezuelos mandó fundir el oro recaudado a los habitantes del poblado, dándole la forma de un toro. Ocultó el toro de oro en el pasadizo que conducía desde el castillo a la mezquita y, de acuerdo a la tradición, permanece todavía enterrado.



      Personajes ilustres:
      Camilo Labrador Vicuña (n. 1807). Político y científico español.
      Cristina Grande (n. 1962). Fotógrafa y escritora española.
      José María Javierre Ortás (1924 - 2009). Periodista, sacerdote católico y escritor español.

      1.  Consejo General de Procuradores de España
      2.  Gobierno de Aragón. «Zonas altimétricas por rangos en Aragón y España, y altitud de los municipios de Aragón.»Datos geográficos. Archivado desde el original el 4 de diciembre de 2011. Consultado el 15 de agosto de 2012. Lanaja (Gran Enciclopedia Aragonesa)
      3.  Poblados prehistóricos (Ayuntamiento de Lanaja)
      4.  Saltar a:  Historia del municipio de Lanaja (Ayuntamiento de Lanaja)
      5.  Saltar a:  Historia de Lanaja (www.lanaja.com)
      6.  Madoz, Pascual (Madrid, 1846-1850). Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Establecimiento tipográfico de P. Madoz y L. Sagasti. Volumen V, pág. 57.
      7.  El Cucaracha (Gran Enciclopedia Aragonesa)
      8.  Victimas civiles de la guerra. SPICA. Sistema de información del Patrimonio Cultural Aragonés.
      9.  Mateo Caballero, Roberto (2008). Las batallas de Lanaja. Zaragoza: Comarca de Los Monegros.
      10.  Censo de 1857. Huesca (INE)
      11.  INE: Población por municipios y sexo.
      12.  Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas (Gobierno de España). «Treinta aniversario de las primeras elecciones municipales de la democracia». Archivado desde el original el 6 de marzo de 2014
      13.  Alcaldes de Aragón de las elecciones de 2011
      14.  Gobierno de Aragón. «Archivo Electoral de Aragón». Consultado el 13 de agosto de 2012.
      15.  Saltar a:  Patrimonio (Ayuntamiento de Lanaja)
      16.  Nido de ametralladoras de Lanaja (Bienes de interés cultural de Aragón)
      17.  «El Museo Barbie de Lanaja se trasladará a Cuba»El Heraldo de Aragón. 10 de julio de 2014. Consultado el 7 de noviembre de 2014.
      18.  El Castillo de Montoro (www.lanaja.com)
      19. FEMP. «Listado de corporaciones locales españolas hermanadas con Europa». Consultado el 20 de diciembre de 2013.

      lunes, 18 de octubre de 2021

      EL MAL APÓSTOL Y EL BUEN LADRÓN, DRAMA DE D. JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH.

      EL
      MAL APÓSTOL


      Y
      EL BUEN LADRÓN,


      DRAMA
      DE


      D.
      JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH.


      Cuando
      el espíritu del hombre deja de ser humilde girasol de la luz
      increada, cuando apartados los ojos del cielo se enamora de sí
      mismo; su frágil y prestada soberanía le ensoberbece, forma
      estrecha alianza con mal nacidas pasiones que despóticamente lo
      tiranizan so color de rendirle vasallaje, y poco a poco nace en el
      corazón del hombre la rebeldía, y en su entendimiento crece y se
      entroniza la duda. Entonces, cual un ebrio a caballo, tan pronto cae
      de un lado como de otro, y rodeado de profundas tinieblas, lucha y
      forcejea para abrirse paso a la luz; pero una mano fatal le empuja de
      abismo en abismo, hasta que se hunde en el lodazal de su miseria,
      alumbrado en su congojosa agonía por los vacilantes resplandores de
      la razón, a la manera del que se ahogase con una lámpara colgada
      del cuello. El Sr. Hartzenbusch ha personificado en su drama
      simbólico esa enfermedad de almas soberbias, con aterradora verdad y
      maestría incomparable. Como Paulo en El Condenado por desconfiado,
      que se atribuye a Tirso de Molina, el escéptico de Hartzenbusch es
      un varón singularmente colmado por el Señor de beneficios inmensos;
      a su paso brotan y florecen los portentos de la gracia: es un
      apóstol, es Judas. Pero su aviesa condición y ruines
      pensamientos inutilizan todos los tesoros espirituales que Dios ha
      puesto a su alcance, y una pasión vil, la más infame de todas, le
      acaba de despeñar al abismo de su perdición. ¡Insensato!


      Se
      empeña en acrisolar con su razón envilecida los actos de su Divino
      Maestro.
      Le ve resucitar muertos, y duda; le ve acoger con
      inefable mansedumbre su inaudita traición y duda; le ve morir, las
      peñas se rompen de dolor, y su corazón no se quebranta, y duda
      todavía cuando el orbe todo estalla a los pies de su Señor, muerto
      en la cruz. En cambio, Dimas, bandolero como el Enrico de Fr.
      Gabriel Téllez, deja obrar la gracia sin entorpecer su acción
      inefable con los sofismas y cavilaciones del orgullo, y la secunda
      con los deseos ardorosos de regenerar su naturaleza degradada.
      (En
      el Vita Christi, el niño Dimas, hijo de bandoleros del desierto,
      ladrones y asesinos, es curado por Jesús y María en su viaje a
      Egipto.
      Será después el “ladrón bueno” "buen ladrón" que morirá
      crucificado junto a Jesús. )


      El
      Sr. Hartzenbusch, con el tacto que le distingue, ha puesto en el
      corazón de Judas el apego
      inmoderado a los bienes terrenales, como cómplice poderoso de su
      sempiterno escepticismo. Así, no sólo ha respetado la tradición
      bíblica de todos los tiempos respecto a la pasión que
      avasallaba al traidor de los traidores, sino que ha alejado
      toda idea de predestinación, principio teológico que nuestra
      irreverente sociedad no se mostraría tal vez dispuesta a recibir con
      sumiso acatamiento.
      A esta doble ventaja que lleva al Paulo
      del padre Téllez (Gabriel Téllez es Tirso de Molina) la creación del esclarecido dramático moderno,
      debe agregarse que las manifestaciones naturales de una pasión
      práctica se ajustan más de lleno a las condiciones del drama actual
      que las consecuencias de un principio más o menos abstracto. Con
      igual destreza el Sr. Hartzenbusch se ha abstenido de aglomerar sobre
      la conciencia de Dimas las ignominias y abominaciones con que ha
      cargado la de Enrico el padre Téllez, pues si bien este lujo de
      crímenes podría parecer conducente para patentizar con toda
      evidencia el poder eficacísimo de la gracia; mirándolo bajo el
      aspecto de la utilidad puramente dramática del personaje, es lo
      cierto que tanta maldad le enajenaría la estimación del público,
      causando su milagrosa conversión más sorpresa que tierna y dulce
      alegría. Aún más: si el portento de divina misericordia que salva
      al buen ladrón recayese en un malhechor tan fríamente criminal como
      el Enrico del
      P. Tellez, no hubiera dejado de parecer
      sobrado voluntarioso y gratuito a un siglo tan habituado a deslindar
      los derechos de todos como el nuestro, y tan poco amigo de bajar la
      indomable cerviz ante los inescrutables designios de la Providencia.

      El Sr. Hartzenbusch, con su instinto dramático, ha hecho que los
      crímenes de Dimas arrancasen de la venganza tomada por un acto
      bárbaramente injusto; y la venganza, cuando es la reparación de una
      injusticia atroz, suele encontrar cierta secreta excusa entre los
      hombres, ya que no ante Dios. Damos nuestro humilde parabién al
      autor de tantas obras maestras, por la conciencia con que ha trazado
      las dos figuras principales del drama sacro que nos ocupa, que son, a
      no dudarlo, dos creaciones inmortales por la profunda verdad que las
      enaltece.


      Los
      demás caracteres están briosa y magistralmente trazados. El de
      Procla es un modelo acabado. Su dignidad es una preclara mezcla de la
      entereza esforzada, común en las matronas de la Roma gentil, y del
      vivo sentimiento de noble decoro que constituye la más preciada
      corona de las mujeres cristianas. Esta dignidad castiza y de buena
      ley, que siempre dimana de sentimientos hidalgos y levantados,
      contrasta con los arranques de cesárea vanidad con que su marido
      Poncio Pilatos quiere cubrir la ruin bajeza de sus
      pensamientos y la torpeza de sus liviandades. Betsabé es una
      figura radiante de pureza ideal y de adorable candor. Los rayos de
      celeste luz que parten de la doctrina del Crucificado, no necesitan
      derretir en el bello corazón de María ningún afecto
      bastardo, ninguna pasión vergonzosa. No hacen más que añadir un
      cambiante de divina luz a aquel prisma de puros resplandores. El de
      Sara es de suma belleza. Sumisa, buena, apacible, es toda
      abnegación y bondad. El cuadro de sus ambiciones, y la historia de
      su corazón, están entrañados en esta deliciosa octava:


      SARA.
      Tu amor es mi único anhelo:


      Dar
      el calzado a tu planta,


      Collares
      a tu garganta,


      Lazos
      y lustre a tu pelo.


      No
      quiero cosa ninguna


      De
      cuanto aquí se atesora;


      Quiero
      a mi joven señora


      Porque
      he mecido su cuna.


      Nacor,
      aunque apenas asoma en la escena, aparece bosquejado de perfil con
      palpitante energía. Son admirables las estrofas en que pinta su
      pasión favorita, roca que el aliento de Cristo ha convertido en
      manantial de aguas cristalinas, de amor al prójimo y entrañable
      caridad. Dice así:


      NAC.
      ¿Prestarme crédito


      Dificultáis?
      ¡Ya! ¡Tenía


      Yo
      tanto amor al dinero! -


      Perdí esposa, hijos perdí;


      Pero
      salvé un cofre lleno


      De
      oro. Lloraba a mis hijos,


      Pero
      encontraba consuelo


      Abriendo
      el cofre. Pasaban


      Los
      años, iba en aumento


      Mi
      caudal; otro era el cofre,


      No
      pudiera ya moverlo


      Ni
      Sansón: el arca grande


      Volvió
      mi dolor pequeño.


      Miraba
      yo el oro, y él


      Mirábame
      sonriendo;


      Tocábale
      yo, y hablaba;


      Quedito,
      eso sí, muy quedo.


      «No
      hay mal que no cure yo,»


      Decía,
      sonando a cielo:


      Ya
      suena a cántaro frágil


      Que
      tiran roto al estiércol. -


      ¡Esposa
      mía! ¡Hijos míos!


      Pronto
      necesito veros!


      ¡Avaro
      fui, ya soy hombre!


      Si
      tuviésemos que trasladar todas las tiradas de bellísimos versos que
      esmaltan y enriquecen el drama del Sr. Hartzenbusch, no acabaríamos
      nunca esta informe y desaliñada revista. No podemos, sin embargo,
      resistir al deseo de citar las sublimes estrofas en que Procla
      describe al asombrado Poncio el sueño con que Dios le ha manifestado
      el futuro y glorioso triunfo de la cruz y los ya célebres versos con
      que Dimas relata el acto más meritorio de su vida:


      SUEÑO
      DE PROCLA. (Prócula)


      PROC.
      Escucha. Tarde me dormí, con pena


      La
      prisión del Ungido recordando.


      Por
      él temía, y a la par temblaba


      Por
      ti, sin acertar a separaros.


      Audaz
      mi pensamiento el velo rompe


      De
      los siglos futuros y lejanos,


      Y
      miro alzar y derruir ciudades,


      Y
      virgen tierra de la mar brotando.


      Sobre
      varas de cónsules partidas


      Y
      púrpura imperial rota en harapos,


      Hundiendo
      en lodo sanguinosas aras


      Y
      efigies de metales y de mármol;


      Despedazadas
      Juno y Citerea,


      Sin
      bidente Pluton
      , Júpiter manco;


      Rico
      de oro y marfil, con lenta marcha,


      Entre
      pompa triunfal rodaba un carro.


      De
      pie matrona de sin par belleza


      Descollaba
      en el plinto levantado,


      Y
      en vez de águila de oro vencedora,


      (¿Quién
      pudiera jamás imaginarlo?)


      ¡Tremolaba
      una cruz!
      PIL. ¡Una cruz! ¡Ese


      Instrumento
      cruel, patibulario,


      Lecho
      de muerte para el crimen, sólo


      De
      verdugos y víctimas tocado!


      PROC.
      Ese adoraban, la rodilla en suelo,


      Generaciones
      por venir, de rasgos


      Que
      Roma nunca vio: cruz en su trage,


      La
      cruz de sus pendones era ornato;


      Puesta
      la vi sobre real corona,


      Y
      henchir las plazas y poblar los campos,


      Y
      en altísimas torres empinada,


      La
      región de los vientos dominando.


      Y
      en recia voz unísono decía


      De
      tantas gentes el concurso vario:


      «Creo
      en un solo Ser Omnipotente,


      Dios
      Padre que crió cuanto hay criado;


      Y
      en Jesús, unigénito del Padre,


      Dios
      que hombre fue para su gloria darnos;


      Que
      padeció bajo el poder de Poncio...»


      ¿Qué
      Poncio es ese? pregunté. - «Pilatos,»


      Pontífices
      y reyes me dijeron,


      Mercader
      y pastor, niño y anciano.


      PIL.
      ¡Poncio Pilatos! ¡Yo!


      PROC.
      Tú, esposo mío.


      Válete
      del anuncio: yo he soñado


      Para
      que tú no yerres: mira, Poncio,


      Que
      añadieron después los que me hablaron:


      «Borrará
      el tiempo la memoria y nombre


      De
      Codro y Belo, César y Alejandro;


      La
      del cobarde juez del Nazareno


      Durará
      lo que el sol en el espacio.»
      El trozo en que Dimas cuenta a
      Betsabé la manera como salvó al niño Jesús, que el público acoge
      siempre con tempestades de frenéticos aplausos, es sin duda uno de
      los mejores que han salido nunca de la musa castellana. Es como
      sigue:
      DIM. La historia de niño halaga:


      Oye
      una infantil historia.


      Diez
      años contaba yo,


      Y
      mi padre mercader


      Un
      viaje tuvo que hacer,


      Saliendo
      de Jericó.


      Marchar a Egipto debió:


      Y
      yo, que en pueril estilo


      Manifestaba
      intranquilo


      De
      errante vida el antojo,


      Ver
      quise el piélago Rojo,


      Las
      pirámides y el Nilo.


      Caminamos
      por jarales


      Y
      hondonadas y laderas;


      Bramidos oí de fieras,


      Bramidos
      de vendavales.


      Movedizos arenales
      Embazaron al camello.
      Ya de vuelta su resuello

      Noche barruntó lluviosa:
      Negra vino y espantosa
      Que en
      pie nos puso el cabello.
      De una peña cobijados,
      En mantas
      nos envolvimos,
      Cuando pisadas oímos
      Y voces de hombres
      armados.
      «Cruzarán los tres cuitados
      (Habló una voz) por
      acá;
      El rey niño morirá.
      - Matar al niño es tu encargo

      (Dijo otro); no descuidarse,
      Que pudieran escaparse
      Por
      el torrente a lo largo.»
      Yo temblaba; sin embargo,
      Ya ideaba
      algo atrevido.
      Cesó de pasos el ruido...
      «Padre (dije) ya
      no llueve:
      Cenemos. ¡Al vino! ¡Bebe!»
      Bebió; se quedó
      dormido.
      Mi padre, al amanecer,
      Aún reposaba; ¡yo en vela!

      Corro como una gacela,
      Y en alto me pongo a ver.
      «¡Tres!
      ¡Ellos! ¡Él! Ha de ser
      Disfraz su modesto aliño.»
      Canto,
      me miran, les guiño,
      Y grito en llegando en frente:
      «¡Señora,
      por el torrente;
      Que si no, matan al niño!»


      Esto
      sí que es manejar primorosamente esa lengua pura como el oro, sonora como la plata, flexible como el acero, que Carlos I consideraba hecha
      para hablar con Dios.


      El
      mal apóstol y el buen ladrón
      es una obra trascendental y profunda
      en su intención simbólica, admirable por la verdad magistral con
      que sus caracteres se hallan trazados, por la variedad de las
      situaciones que el variado juego de los mismos produce, por la
      grandiosidad de sus proporciones, y por la incomparable riqueza de su
      versificación. Uno de los méritos que más la avaloran es que la
      sagrada figura de Cristo no aparece nunca en escena, y que el público
      sabe la historia de su pasión y muerte por boca de los demás
      personajes, causando un terror sublime y un interés extraordinario,
      sin exponer los misterios de la agonía de un Dios a los ojos
      profanos de una sociedad que nunca podría poner sus corazones,
      profanados por tanta multitud de mezquinos sentimientos, al diapasón
      del dolor más profundo e insondable y del más alto misterio que han
      asombrado a los cielos y a la tierra.


      El
      Sr. Hartzenbusch, insigne autor de dramas inestimables, ha añadido
      una joya más de gran valor a su diadema de gloria. Cíñala con
      legítimo orgullo, pues la posteridad la colocará también,
      enriquecida sin duda por otras preseas de no menos estimación,
      encima de su nombre glorioso, que es ya una estrella fija en el
      brillante cielo de nuestras glorias nacionales!
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