CAPÍTULO XXVI.
César, vencidos Afranio y Petreyo, se vino a Lérida, y le quitó el nombre que le habían sobrepuesto, y le volvió el antiguo; y de los sucesos de España hasta la venida del Hijo de Dios al mundo.
Gerónimo Pujades, en su Crónica de Cataluña, dice, no sin fundamento, que César, después de vencidos los enemigos y quedado señor de toda la España Tarraconense y en particular de la ciudad de Lérida, se partió para ella, así para descansar del trabajo pasado, como para ordenar el regimiento de la tierra y aparejar lo necesario para emprender las guerras que pensaba tener en la España Ulterior. Entonces dicen que le quitó el nombre de Mont public que así se llamaba aquella ciudad, y le volvió el nombre de Lérida, que dura hasta el día de hoy. Esta mutación de nombre solo la hallo en Pedro Tomic; y holgara yo mucho de saber aquel autor de dónde la sacó, no hallando tal cosa en los autores antiguos que hacen memoria de esta ciudad, ni aun en el mismo César, que, contando los sucesos que tuvo antes de tomarla y después por menudo, no olvidaría este, y más siendo hecho suyo y que redundaría en honra y decoro de aquella ciudad. Los que han tenido esta opinión dicen que Lérida, por mal nombre y por escarnio, la llamaron Mont public, por ser lugar público y común a los pueblos ilergetes y a cualesquier otros, para sacrificar a los falsos dioses; y el más principal de ellos a buena razón había de ser la diosa Venus, pues, por ocasión de estos sacrificios, siete rameras hicieron su habitación en la plaza que hoy llaman la Zuda, y por la publicidad en que vivían y ejercitaban su deshonesto oficio, llamaban a la ciudad, como por escarnio y burla, Mont public, como hoy suelen llamarse las casas donde vive tal gente: y entre aquellos ciegos gentiles era religión venerar aquel ídolo con mujeres que, perdido el velo de la honestidad, libremente se entregaban a los devotos que visitaban aquella falsa diosa, para honrarla con tales actos; pero no por esto quedó olvidado el nombre de Lérida, antes conservándole aquella ciudad, le daban este otro de Mont public que del todo mandó olvidar César, como a deshonesto y de mal sonido.
Antes que se saliese de España Afranio, acordándose que los infortunios que tuvo se los había pronosticado una esclava que tenía, llamada Afrania, que sería augur o adivina, y había muerto por aquellos días; ya que él había de dejar la España, no quiso que la memoria de ella se perdiera, sino que durase para siempre; y para mejor conservarla, mandóla labrar un suntuoso sepulcro, y en él una inscripción que dice: Afrania. L.L.Chrocale. S., esto es, que aquella memoria la dedicaba a Afrania, que había sido esclava y después fue liberta de Lucio Afranio, y le había pronosticado los infelices sucesos que tuvo en aquella guerra. Hacen mención de esta mujer don Antonio Agustín, Diálogo 6 y el doctor Pujades.
Consérvase aún esta memoria en aquella ciudad, en la calle que baja de la iglesia de san Lorenzo al hospital, sobre la puerta principal de la casa del doctor José Sabata,
catedrático de prima en aquella universidad, y uno de los más doctos e insignes varones que hemos conocido en estos tiempos.
Vencidos ya los enemigos de César, y hecho ya señor de la España Tarraconense, después de haber descansado algunos días en la ciudad de Lérida, pasó a la Ulterior, y allí venció a Marco Varron, legado de Pompeyo; y dejando buen gobierno y regimiento en las dos Españas, se volvió a Roma a recibir la honra del triunfo, que por muchas razones, según el uso de aquellos siglos, le era debido.
Cuarenta y cinco años antes del nacimiento del Señor, según la mejor cuenta, fue la muerte de Pompeyo, a quien sus hechos dieron nombre de grande. Murió en Egipto; y confiado de la autoridad del rey Tolomeo Dionisio que se le declaró amigo, se había recogido en aquel reino y metido por sus puertas, y él le mandó alevosamente matar. Dejó dos hijos: el mayor se llamó Neyo Pompeyo, y Sexto Pompeyo el menor; y fueron los dos valerosos soldados y tan poco afortunados como el padre: quisieron cobrar en España lo que César le había tomado, y pasaron a ella con gran poder; pero César, dejados los negocios que tenía en Roma, con la mayor celeridad que pudo vino a España, y después de varios sucesos quedó vencedor, Neyo Pompeyo muerto, y Sexto se escapó huyendo; y vencidos de esta manera los pompeyanos, César quedó otra vez señor de España, triunfando de sus enemigos, e hizo muchas mercedes a los naturales; y en Cataluña, Tarragona y Ampurias quedaron hechas colonias. (“Ens culunitzan”, dijo otro Pompeyo, Fabra, unos cuantos siglos más adelante, aproximadamente en 1920).
Apaciguada España, dejó en ella César sus gobernadores y se volvió a Roma. Apenas había llegado allá y cuando Sexto Pompeyo, que había estado retirado en la Lacetania, que es parte de Cataluña, comenzó a tentar los ánimos de los paisanos, y halló entre ellos buenos amigos, juntó los que habían quedado de su hermano, y con los suyos se puso en campaña, con ánimo de renovar las guerras pasadas y cobrar lo perdido.
Estando en esto, aconteció la muerte de Julio César, a quien mataron con veinte y tres puñaladas (fue sin querer) en el senado cuando estaba en la cumbre de su majestad y poder, mandándolo todo, sin que nadie osase contradecirle. Fue su muerte en los idus de marzo, esto es, a quince, que, según se lo habían pronosticado Espurina y otros augures y adivinos, era para él, aquel día infausto, aciago y triste, y él haciendo poco caso de tales vaticinios, había hecho burla de ellos y escarnio de los que le adivinaban tales infortunios. Con este suceso quedó tan animoso Sexto Pompeyo, que, sin hallar resistencia en los cesarianos, que con la pérdida de su capitán y caudillo iban con turbación descarriados, se apoderó de toda España Citerior, y pasó a la Andalucía con grande poder.
Marco Lépido había quedado por César en la España Tarraconense, pero imposibilitado de resistir a Sexto Pompeyo; y lo que no pudo acabar con fuerza, lo alcanzó con maña, y concertó con él, que con el dinero y riquezas que había recogido se saliese de España, y fuese a gozar de ellas en Roma; y así lo hizo, y Lépido quedó en España con autoridad y poder de procónsul. Octavio, sobrino de César, fue heredero y sucesor universal, por haberle nombrado tal en su testamento. Era Octavio hijo de Accia, sobrina de César, y de Octavio, pretor de Macedonia. Accia fue hija de Julia, hermana de César, y de Accio Balbo. Tuvo Octavio en el principio muchos encuentros con Antonio y con Marco Lépido que pretendió gran *parte de las provincias del senado romano; y después de haber pasado varias cosas, concordaron que fuese el señorío romano dividido en tres partes, y esta división llamaron triunvirato, de que tantas memorias hallamos en * historias romanas. Octavio quedó con Italia, África, Cerdeña y Sicilia; Marco Antonio con Francia y Flandes, Marco Lépido con las dos Españas, Citerior y Ulterior, y * la Galia Narbonense. De Grecia y Asia no se habló, porque Bruto y Casio, homicidas de César, se habían quedado con ellas. Pactaron que esta división o triunvirato durara por cinco años; pero no se efectuó, porque Octavio se alzó con todo, dejando vencidos a Lépido y Antonio;
y el señorío romano vino a quedar en poder de solo Octavio, que con título de emperador, lo vino a regir y gobernar todo. Vino entonces por procónsul a España Neyo Domicio Calvino, el cual tuvo en nuestra Cataluña guerras con los de Cerdaña, y les venció y tomó tanto tesoro, que quedó muy rico; y la parte que cupo a Octavio fue tal, que bastó para el gasto de su triunfo y reedificar su palacio, que quedaba destruido de un incendio, y le dejó adornado de muchas figuras y artificiosas labores. Pasó esto en el año 38 antes del nacimiento de nuestro señor Jesucristo, cuando comenzó la cuenta de las eras, que tantos años duró en nuestra España, donde no contaban por el año del Señor, sino por el principio del gobierno de Octavio César Augusto, hasta que el rey don Pedro el cuarto de Aragón, como a católico príncipe, dejando la cuenta de las eras de César, mandó contar por los años de la natividad de Cristo señor nuestro (1). Era este modo de contar, que añadían al año de la natividad 38 años, así que el corriente año 1639 de la natividad del Señor, añadiéndole 38 años, será el de la era de César 1677.
(1) Aun cuando el autor afirma que el rey D. Pedro IV fue el que mandó dejar la cuenta de la era de César, debe hacerse presente, que en Cataluña rara vez se encuentra un documento fechado de este modo, ni aún en tiempo de los reyes de Aragón, como puede verse en su archivo; a no ser algunos, pero muy escasos, del tiempo de los primitivos condes, que solían fechar por años de los reyes de Francia, y acumular a veces en un mismo instrumento dos o más cuentas diferentes; de manera, que la referencia de Monfar, cuando supone que D. Pedro introdujo tan útil reforma, debe entenderse respecto a la cuenta por la Encarnación, que era la que se usaba en este país, y no a la era de Cesar. Véase la pracmática de dicho rey, sancionada en las cortes de Perpiñan de 1350.
César, vencidos Afranio y Petreyo, se vino a Lérida, y le quitó el nombre que le habían sobrepuesto, y le volvió el antiguo; y de los sucesos de España hasta la venida del Hijo de Dios al mundo.
Gerónimo Pujades, en su Crónica de Cataluña, dice, no sin fundamento, que César, después de vencidos los enemigos y quedado señor de toda la España Tarraconense y en particular de la ciudad de Lérida, se partió para ella, así para descansar del trabajo pasado, como para ordenar el regimiento de la tierra y aparejar lo necesario para emprender las guerras que pensaba tener en la España Ulterior. Entonces dicen que le quitó el nombre de Mont public que así se llamaba aquella ciudad, y le volvió el nombre de Lérida, que dura hasta el día de hoy. Esta mutación de nombre solo la hallo en Pedro Tomic; y holgara yo mucho de saber aquel autor de dónde la sacó, no hallando tal cosa en los autores antiguos que hacen memoria de esta ciudad, ni aun en el mismo César, que, contando los sucesos que tuvo antes de tomarla y después por menudo, no olvidaría este, y más siendo hecho suyo y que redundaría en honra y decoro de aquella ciudad. Los que han tenido esta opinión dicen que Lérida, por mal nombre y por escarnio, la llamaron Mont public, por ser lugar público y común a los pueblos ilergetes y a cualesquier otros, para sacrificar a los falsos dioses; y el más principal de ellos a buena razón había de ser la diosa Venus, pues, por ocasión de estos sacrificios, siete rameras hicieron su habitación en la plaza que hoy llaman la Zuda, y por la publicidad en que vivían y ejercitaban su deshonesto oficio, llamaban a la ciudad, como por escarnio y burla, Mont public, como hoy suelen llamarse las casas donde vive tal gente: y entre aquellos ciegos gentiles era religión venerar aquel ídolo con mujeres que, perdido el velo de la honestidad, libremente se entregaban a los devotos que visitaban aquella falsa diosa, para honrarla con tales actos; pero no por esto quedó olvidado el nombre de Lérida, antes conservándole aquella ciudad, le daban este otro de Mont public que del todo mandó olvidar César, como a deshonesto y de mal sonido.
Antes que se saliese de España Afranio, acordándose que los infortunios que tuvo se los había pronosticado una esclava que tenía, llamada Afrania, que sería augur o adivina, y había muerto por aquellos días; ya que él había de dejar la España, no quiso que la memoria de ella se perdiera, sino que durase para siempre; y para mejor conservarla, mandóla labrar un suntuoso sepulcro, y en él una inscripción que dice: Afrania. L.L.Chrocale. S., esto es, que aquella memoria la dedicaba a Afrania, que había sido esclava y después fue liberta de Lucio Afranio, y le había pronosticado los infelices sucesos que tuvo en aquella guerra. Hacen mención de esta mujer don Antonio Agustín, Diálogo 6 y el doctor Pujades.
Consérvase aún esta memoria en aquella ciudad, en la calle que baja de la iglesia de san Lorenzo al hospital, sobre la puerta principal de la casa del doctor José Sabata,
catedrático de prima en aquella universidad, y uno de los más doctos e insignes varones que hemos conocido en estos tiempos.
Vencidos ya los enemigos de César, y hecho ya señor de la España Tarraconense, después de haber descansado algunos días en la ciudad de Lérida, pasó a la Ulterior, y allí venció a Marco Varron, legado de Pompeyo; y dejando buen gobierno y regimiento en las dos Españas, se volvió a Roma a recibir la honra del triunfo, que por muchas razones, según el uso de aquellos siglos, le era debido.
Cuarenta y cinco años antes del nacimiento del Señor, según la mejor cuenta, fue la muerte de Pompeyo, a quien sus hechos dieron nombre de grande. Murió en Egipto; y confiado de la autoridad del rey Tolomeo Dionisio que se le declaró amigo, se había recogido en aquel reino y metido por sus puertas, y él le mandó alevosamente matar. Dejó dos hijos: el mayor se llamó Neyo Pompeyo, y Sexto Pompeyo el menor; y fueron los dos valerosos soldados y tan poco afortunados como el padre: quisieron cobrar en España lo que César le había tomado, y pasaron a ella con gran poder; pero César, dejados los negocios que tenía en Roma, con la mayor celeridad que pudo vino a España, y después de varios sucesos quedó vencedor, Neyo Pompeyo muerto, y Sexto se escapó huyendo; y vencidos de esta manera los pompeyanos, César quedó otra vez señor de España, triunfando de sus enemigos, e hizo muchas mercedes a los naturales; y en Cataluña, Tarragona y Ampurias quedaron hechas colonias. (“Ens culunitzan”, dijo otro Pompeyo, Fabra, unos cuantos siglos más adelante, aproximadamente en 1920).
Apaciguada España, dejó en ella César sus gobernadores y se volvió a Roma. Apenas había llegado allá y cuando Sexto Pompeyo, que había estado retirado en la Lacetania, que es parte de Cataluña, comenzó a tentar los ánimos de los paisanos, y halló entre ellos buenos amigos, juntó los que habían quedado de su hermano, y con los suyos se puso en campaña, con ánimo de renovar las guerras pasadas y cobrar lo perdido.
Estando en esto, aconteció la muerte de Julio César, a quien mataron con veinte y tres puñaladas (fue sin querer) en el senado cuando estaba en la cumbre de su majestad y poder, mandándolo todo, sin que nadie osase contradecirle. Fue su muerte en los idus de marzo, esto es, a quince, que, según se lo habían pronosticado Espurina y otros augures y adivinos, era para él, aquel día infausto, aciago y triste, y él haciendo poco caso de tales vaticinios, había hecho burla de ellos y escarnio de los que le adivinaban tales infortunios. Con este suceso quedó tan animoso Sexto Pompeyo, que, sin hallar resistencia en los cesarianos, que con la pérdida de su capitán y caudillo iban con turbación descarriados, se apoderó de toda España Citerior, y pasó a la Andalucía con grande poder.
Marco Lépido había quedado por César en la España Tarraconense, pero imposibilitado de resistir a Sexto Pompeyo; y lo que no pudo acabar con fuerza, lo alcanzó con maña, y concertó con él, que con el dinero y riquezas que había recogido se saliese de España, y fuese a gozar de ellas en Roma; y así lo hizo, y Lépido quedó en España con autoridad y poder de procónsul. Octavio, sobrino de César, fue heredero y sucesor universal, por haberle nombrado tal en su testamento. Era Octavio hijo de Accia, sobrina de César, y de Octavio, pretor de Macedonia. Accia fue hija de Julia, hermana de César, y de Accio Balbo. Tuvo Octavio en el principio muchos encuentros con Antonio y con Marco Lépido que pretendió gran *parte de las provincias del senado romano; y después de haber pasado varias cosas, concordaron que fuese el señorío romano dividido en tres partes, y esta división llamaron triunvirato, de que tantas memorias hallamos en * historias romanas. Octavio quedó con Italia, África, Cerdeña y Sicilia; Marco Antonio con Francia y Flandes, Marco Lépido con las dos Españas, Citerior y Ulterior, y * la Galia Narbonense. De Grecia y Asia no se habló, porque Bruto y Casio, homicidas de César, se habían quedado con ellas. Pactaron que esta división o triunvirato durara por cinco años; pero no se efectuó, porque Octavio se alzó con todo, dejando vencidos a Lépido y Antonio;
y el señorío romano vino a quedar en poder de solo Octavio, que con título de emperador, lo vino a regir y gobernar todo. Vino entonces por procónsul a España Neyo Domicio Calvino, el cual tuvo en nuestra Cataluña guerras con los de Cerdaña, y les venció y tomó tanto tesoro, que quedó muy rico; y la parte que cupo a Octavio fue tal, que bastó para el gasto de su triunfo y reedificar su palacio, que quedaba destruido de un incendio, y le dejó adornado de muchas figuras y artificiosas labores. Pasó esto en el año 38 antes del nacimiento de nuestro señor Jesucristo, cuando comenzó la cuenta de las eras, que tantos años duró en nuestra España, donde no contaban por el año del Señor, sino por el principio del gobierno de Octavio César Augusto, hasta que el rey don Pedro el cuarto de Aragón, como a católico príncipe, dejando la cuenta de las eras de César, mandó contar por los años de la natividad de Cristo señor nuestro (1). Era este modo de contar, que añadían al año de la natividad 38 años, así que el corriente año 1639 de la natividad del Señor, añadiéndole 38 años, será el de la era de César 1677.
(1) Aun cuando el autor afirma que el rey D. Pedro IV fue el que mandó dejar la cuenta de la era de César, debe hacerse presente, que en Cataluña rara vez se encuentra un documento fechado de este modo, ni aún en tiempo de los reyes de Aragón, como puede verse en su archivo; a no ser algunos, pero muy escasos, del tiempo de los primitivos condes, que solían fechar por años de los reyes de Francia, y acumular a veces en un mismo instrumento dos o más cuentas diferentes; de manera, que la referencia de Monfar, cuando supone que D. Pedro introdujo tan útil reforma, debe entenderse respecto a la cuenta por la Encarnación, que era la que se usaba en este país, y no a la era de Cesar. Véase la pracmática de dicho rey, sancionada en las cortes de Perpiñan de 1350.