Libro XX.
Capítulo primero.
De los avisos que el Rey
tuvo por el gobernador de Murcia de la venida de Abenjuceff sobre la
Andalucía, y como por la ausencia del Rey de Castilla no había
quien la defendiese.
Siendo ya el Infante don
Alonso hijo y nieto del Rey, declarado legítimo sucesor en los
Reynos de su padre, y jurado Príncipe de común consentimiento de
todos los Prelados, grandes y Barones, y de los Síndicos de las
ciudades y villas reales de los tres Reynos que en las cortes se
hallaron: determinó el Rey en las diferencias que con el Vizconde y
los demás de su parcialidad tenía, no proceder más con rigor, ni
fuerza de armas contra ellos, pues se le habían humillado, sino con
clemencia, y benignidad hacerlos venir a su obediencia. Además de
haber claramente entendido que mucho antes se le hubieran sujetado,
si las cartas y palabras de don Fernán Sánchez no se los estorbara.
Por donde se vio que la muerte del mismo Sánchez fue causa del
reconocimiento de ellos. Con esto despachadas las cortes pasó de
Lérida a Barcelona, a fin de convocar de nuevo a los mismos, para
que de bien a bien se juzgasen las diferencias, porque quedasen para
siempre asentadas. Pero el mismo día que entró en Barcelona llegó
a él un correo con cartas del gobernador de Murcia, dando aviso como
Abenjuceff Miramamolin de Marruecos con poderosísimo e infinito
ejército que de sus Reynos, y otros había congregado, estaba ya a
la lengua del agua para pasar al Andalucía, con fin de juntarse con
el Rey de Granada que ya lo aguardaba: para volver a cobrar toda la
Andalucía, y según amenazaban, pasar más adelante para hacer lo
mismo de toda España. Además de esto que estaban los lugares
marítimos desiertos de gente y de municiones, y sin ningún aparato
de guerra, y lo peor era, estar por este tiempo el Rey don Alonso
ausente, y por su ausencia las cosas de todos sus Reynos tan turbadas
y perdidas, que si con tiempo no se acudía con el remedio, no solo
sería sojuzgada muy en breve toda el Andalucía pero también
pasaría el mal adelante a los Reynos de Aragón, Cataluña, y
Valencia. Porque tomada la Andalucía se tenía por muy creído que
luego darían sobre Murcia, y por consiguiente se entrarían por el
Reyno de Valencia, y lo demás quedaría seguro. Por tanto le
suplicaba se apiadase de aquellos Reynos, y no permitiese quedar
privados sus propios nietos de todos ellos, y que tuviese cuenta ante
todas cosas con el Reyno de Murcia, que había de ser el paradero de
los enemigos. Como el Rey entendió esta nueva, que ya era vieja para
él, por lo que abajo diremos, no dejó de entristecerse tanto,
sintiendo mucho la ausencia de don Alonso tan fuera tiempo, que era
la causa de tantos daños, y de que los moros se atreviesen a pasar
tan a menudo en España. Pero no por eso perdió un punto de su gran
generosidad y ánimo: ni eran parte la edad y años para dejar de
tener todo el tesón contra la fortuna. Y por no perder cosa de lo
hasta allí ganado en opinión y fama, determinaba de emprender esta
guerra él mismo en persona. Y así respondió con el mismo correo al
gobernador de Murcia, como luego sería él mismo en persona con él,
o enviaría con toda presteza a su hijo el Príncipe don Pedro con
buen ejército en su socorro. Y entendiendo donde estaba recogido don
Alonso le escribió, increpándole duramente por la ausencia tan
fuera tiempo como a sus Reynos hacía, viéndolos puestos en tan
grande estrecho y necesidad, para que acudiese a valerles que él no
le faltaría. Pero don Alonso ni respondió, ni acudió al
llamamiento del Rey, por estar muy recogido hacia las Asturias de
Oviedo en lugares de si fuertes, temiéndose de las conspiraciones
que sus hermanos y vasallos querían hacer contra su persona, por la
muerte de don Fadrique su hermano, y de don Symon Ruyz de Haro, y
otros caballeros, de que le inculpaban. Por lo cual y su tan extraña
condición y trato para con los vasallos, vuelto después a Castilla,
y queriendo señorear como antes, de nuevo fue perseguido por su
hermano don Manuel, e hijo don Sancho que reinaba, y de los mismos
vasallos, con tanto rigor que por sentencia le privaron del gobierno
y administración general de sus Reynos. Cosa rara con haber sido
este Príncipe además de tan supremo letrado como dicho habemos, en
la ciencia de Astrología, y que por su mano fueron recopiladas las
cuatro partidas de la copiosísima y general historia de España, fue
liberalísimo y muy valeroso y guerrero, y que con haber perdido cosa
en todos sus Reynos de cuanto el gloriosísimo Rey don Fernando su
padre ganó: tuvo continua guerra contra el Rey de Granada, y le ganó
el Reyno de Murcia y lo incorporó en la corona Real de Castilla.
Capítulo II.
Por el cual se descubren las causas y antecedentes de la venida de
Abenjuceff, y como el Rey de Granada fue el promovedor
de esta guerra.
Antes que vengamos a
tratar del successo y effectos desta guerra de Abenjuceff, conviene
descubrir, y que se entiendan las causas y aparatos de ella: por ser
cosas harto dignas de considerar y poner en memoria. Hallándose el
Rey de Granada muy acosado de las continuas guerras que don Alonso
Rey de Castilla le movía, y que apenas le había cogido el Reyno de
Murcia, cuando ya con el favor del Rey de Aragón su suegro lo había
cobrado, y por ser ya perdida para los Moros Valencia, de suerte que
ya no le quedaba en España amigo, ni valedor alguno de su secta para
poderse valer contra e Rey de Castilla: determinó recorrer al favor
y amparo de los Reyes de África, que siempre fueron muy voluntarios
en mover guerra a España, entre otros al gran Miramamolin de
Marruecos llamado Abenjuceff: por ser mozo gallardo, valiente y muy
poderoso en gente y dineros, y mucho más deseoso de ganar honra, la
cual ponían los Moros no tanto en mover guerras y alcanzar victorias
de ellos entre si, cuanto en sojuzgar a los Cristianos, y por esto en
mover guerra contra España como contra Cristianos, no había moro
que no se dispusiese muy de corazón para seguirla, y poner toda su
felicidad en matar un Cristiano. De manera que pareciéndole que
Abenjuceff tomaría de buena gana esta empresa: le envió sus
embajadores con muy buenos presentes de las mejores cosas de España
para atraerle a su voluntad, y en suma le escribió que si se
disponía a pasar al Andalucía con el mayor ejército que pudiese,
estaría aprestado para favorecerle con todo su poder, pues se
partiesen a medias todo lo ganado, asegurándose que acabaría con
facilidad esta empresa por muchas causas y razones. Señaladamente
por la ausencia del Rey de Castilla, que se había ido sin saber
donde y para muchos días, y que había dejado sus Reynos
encomendándolos a su hijo, mozo de poca experiencia en cosas de
guerra, y muy apartado del Andalucía: la cual por la ausencia de su
Rey, estaba muy desguarnecida de gente y armas, y sin eso toda la
tierra y gente dividida en parcialidades: porque los grandes y
Barones del Reyno, no solo estaban mal con su Rey, pero entre ellos
había muy grandes pasiones: ni obedecían de buena gana a don
Fernando su Príncipe ya jurado, por el odio del padre, y por ser
mozo de poca edad, y en las cosas de la guerra, como dicho está, muy
inexperto: y que no había por qué recelarse del Rey de Aragón, ni
de su poder y ejército, por hallarse muy ocupado y entretenido de
sus vasallos, con quien tenía muchas diferencias, y estar todos sus
Reynos puestos en bandos y parcialidades, y que hallaría más presto
favor que resistencia en ellos. Cuanto más que le aseguraba de todo
daño que se le pudiese seguir por la parte de Aragón, porque él
movería guerra contra los de Murcia y Valencia y los entretendría
para que con más seguridad y valor pudiese la esclarecida gente de
Marruecos sojuzgar el Andalucía, demás que en desembarcar él, y
poner el pie en ella, tenía por muy cierta la rebelión de los Moros
de Valencia en su favor, y que por esta vía quedaría enredado el
Rey de Aragón para no pasar adelante a buscarle. Finalmente le
certificaba que en sabiendo que hubiese desembarcado con su gente,
acudiría luego a la hora a ser con él con X mil caballos y XXX mil
infantes. Le cuadró mucho a Abenjuceff la embajada y designo del Rey
de Granada, y holgándose infinito de tan buena ocasión que se le
ofrecía para ganar mucha fama y gloria en esta empresa, después de
haber bien recibido y despedido los embajadores, dando su fé y
palabra que haría luego su pasaje con todo el ejército y poder que
tenía, comenzó a imaginar y pensar muy de propósito sobre el modo
y arte que tendría para tomar a los Andaluces descuidados y de
improviso, y como ataría mejor las manos al Rey de Aragón, para que
no pudiese salir de sus Reynos, ni impedirle su empresa.
Capítulo
III. De la embajada que Abenjuceff envió al Rey, el cual entendida
su astucia despidió a los embajadores sin respuesta, y como el Rey
de Granada se confederó con los Arraezes
de Guadix y Málaga (Malega).
Se siguió que
para mejor salir Abenjuceff con su intención y designios (desiños),
mandó luego pregonar guerra por todos sus Reynos y señoríos, y los
de sus amigos, fingiendo ser contra un su vasallo Moro valiente y
poderoso, al cual había puesto por gobernador en Ceuta ciudad
marítima, muy fuerte y bien provista de gente y municiones, y se le
había rebelado y alzado con ella, y porque se sospechaba de él
tenía trato secreto con los Cristianos del Andalucía para darles
paso contra los de Marruecos, o con este achaque mantenerse en su
rebelión. Tras esto con el mismo engaño y ficción envió dos Moros
principales con muy suntuosa embajada al Rey que estaba en Barcelona,
con la cual le rogaba que para la guerra y castigo grande que quería
hacer contra un su vasallo rebelde, por que resultase en muy notable
ejemplo para Moros y Cristianos, le enviase hasta quinientos caballos
jinetes de los más escogidos y nobles de Aragón, juntamente con la
armada de XX naves, y que sabida su voluntad le enviaría luego
doscientos mil besantes Ceutineses para que más presto se pusiesen
en orden y aportasen en cualquier puerto de sus Reynos fuera el de
Ceuta. Con condición, que si el cerco puesto sobre ella se alargase
por más de un año, solo que la ciudad se tomase, le enviaría
cincuenta mil besantes, y a los caballeros no solo les daría dobles
pagas con sus armas y caballos enjaezados, pero aun con otros muchos
dones los enviaría a sus casas muy aventajados. Lo pensó todo esto
Abenjuceff no muy fuera de propósito, considerando que estando
ausente el Rey de Castilla, todo el gobierno y defensa de ella y del
Andalucía había de venir a manos de su suegro el Rey de Aragón, y
que según su valor y fuerzas no dejaría de emprenderlo. Y por eso
le estaba bien socolor de amistad pedirle los quinientos caballeros y
armada por mar, para que disminuyéndole por esta vía su poder y
fuerzas, no le sobrasen para valer y defender al de Castilla. Mas
como después de oídos los embajadores de Abenjuceff, el Rey
descubriese el engaño y cautela con que venían, y también se
persuadiese haber sido toda esta máquina y concierto fabricado por
el Rey de Granada, les oyó bien pero ninguna respuesta les dio, sino
que hecho muy buen tratamiento a sus personas, mandó se saliesen de
sus Reynos cuan en breve pudiesen. De esto no se afrentaron los
embajadores, mas lo tomaron con paciencia, porque conocían el Rey
había entendido el engaño de la embajada, y se temían de peor
respuesta. Luego supo esto el Rey de Granada: y temiéndose que los
Arraezes de Guadix y Malega sus vecinos y enemigos con quien tenía
treguas, que acabadas estas luego serían inducidos por el Rey de
Aragón para que le moviesen guerra por una parte, y el Rey por otra,
se adelantó a confederarse con ellos, notificándoles la venida de
Abenjuceff con el ejército poderosísimo que traía, para que se
ajuntasen con él, y todos tres se entrasen por la Andalucía
adelante, pues él tomaba a cargo de hacer rostro al Rey de Aragón
si viniese contra ellos por la vía de Murcia. Pues como los Arraezes
viniesen en lo que pedía y aconsejaba el Rey de Granada, escribió
luego a Abenjuceff, se diese prisa en pasar el estrecho con su
ejército, que a la hora le entregaría dos principales villas del
Andalucía, que eran Algezira y Tarifa muy cercanas al puerto do
desembarcaría, para su primer alojamiento. Y que tenía ya de su
parte a los Arraezes de Malega y Guadix que le ayudarían mucho en
esta jornada.
Capítulo IV. Como el Rey dio prisa al Príncipe don Fernando de
Castilla para que saliese con ejército contra Abenjuceff, el cual
desembarcado ajuntó su campo con los Arraezes y dieron batalla y
mataron a don Nuño de Lara con su gente.
Luego que se
partieron de Barcelona los embajadores de Abenjuceff, y se entendió
claramente que la guerra que se aparejaba en Marruecos no era contra
el Gobernador de Ceuta sino contra el Andalucía, y que venía
Abenjuceff en persona con el mayor poder y número de gente que nunca
se vio, escribió el Rey al Príncipe don Fernando su nieto que se
hallaba en Burgos,y le envió un capitán de los más expertos que en
su ejército tenía, para que después de haberle significado el gran
peligro en que sus Reynos del Andalucía estaban con la venida de tan
grande muchedumbre de enemigos como entraban en ella, le animase y
diese orden en preparar lo necesario para la defensa de ella. Y que
con la más gente, y diligencia que pudiese, marchase para la
Andalucía, exhortando de paso a los pueblos, y rogando con cartas y
mensajerías a todos los grandes y barones de sus Reynos, tuviesen
por bien de seguirle y acompañarle en esta jornada, de cuyo successo
dependía el ser y común bien, o mal de toda España. Pues él en
persona se entraría con su ejército por el Reyno de Murcia, y
movería guerra contra los de Granada, que eran los promovedores de
esta guerra, a efecto de divertir al enemigo, para que dividido,
fuese más fácil el acometer y vencer por si a cada uno. Por este
tiempo como ya Abenjuceff tuviese congregada toda su gente y no
pudiese encubrirse más el fingimiento y engaño de la guerra de
Ceuta con que pensó engañar al Rey con su embajada: hizo de nuevo
publicar guerra contra la Andalucía, y en recibiendo el último
aviso del Rey de Granada, luego se embarcó con todo su ejército y
pasó el estrecho de Gibraltar, y desembarcado tomó luego posesión
de las dos villas Algezira y Tarifa, como arriba dijimos. Fue tanta
la gente que pasó con él, que según se entiende por la historia de
Castilla, fueron XVII mil de a caballo, y la infantería pasaban de
ciento y treinta mil: como fue del todo desembarcado el ejército se
alojó en las dos villas y luego llegaron a él los embajadores del
Rey de Granada con presentes y muchas vituallas para el ejército, y
entendiendo las diferencias que el de Granada y los Arraezes de
Guadix y de Malaga tenían entre si, y que andaban en conciertos,
vino él en persona con poca gente a verse con ellos, y con su venida
acabó de hacerse el concierto entre ellos. Con esto juntados los
ejércitos de Granada y de los Arraezes con el de Abenjuceff, se
partió entre ellos la provincia para que cada uno acometiese y
emprendiese su repartimiento señalado. A Abenjuceff cupo Sevilla con
su comarca: al de Granada Iahen con sus contornos. Los Arraezes
pareció que debían acompañar a Abenjuceff por no ser práctico en
la tierra, y que le guiasen. Puesto que convinieron en esto, que si
el Rey de Aragón venía la vuelta de Murcia en socorro de ella, por
que no se entrase por Granada hallándola sola sin gente de guerra, o
por Guadix y Malega que estaban cercanos a Murcia, pudiesen el de
Granada con los Arraezes dejar a Abenjuceff y volver por su casa.
Pero antes que los ejércitos se dividiesen andando por la provincia
comenzaron a talar los campos y a destruir y saquear todos los
lugares y villas que no estaban en defensa, de suerte que iba toda
ella en muy gran ruina. Era entonces gobernador de Cordoua don Nuño
Góçales de Lara, el cual luego que entendió que había saltado en
tierra Abenjuceff dio aviso al Príncipe don Fernando a Burgos, como
era tan innumerable el ejército de los Moros de África que ocupaban
toda la Andalucía y la destruían de manera, que si no acudían con
pronto y buen socorro de a caballo para alancear la gente desarmada
como venían la mayor parte de los Moros, no se vería más señor de
ella. Don Fernando que oyó esto, se turbó mucho, y aunque el Rey su
abuelo (como dijimos) le animó antes con sus cartas y embajada,
todavía en ver a los enemigos ya dentro de casa, y a su padre
ausente, y así con pocos años y menos experiencia en las cosas de
la guerra además de la flojedad y poca afición con que los grandes
y barones del Reyno se movían a seguirle, perdió algún tanto el
ánimo. Con todo, hecho un ejército de presto, envió a su hermano
don Sancho con mucha parte de él, y con toda la caballería la
vuelta de Córdoba, para socorrer a don Nuño, y luego siguió él
con la otra parte del ejército. Pero antes que don Sancho llegase,
sabiendo don Nuño que Abenjuceff marchaba para la ciudad de Écija,
no muy lejos de Sevilla, juntó la más gente que pudo que fueron
hasta número de trescientos caballos, y cinco mil infantes, y con él
se puso primero en ella. Mas como fuese valeroso capitán y
magnánimo, aunque en esto mal considerado, no sufriéndole el
corrçon
de estar encerrado, determinó de salir afuera y meterse en campo, y
sin aguardar la gente de don Sancho, por si solo con los suyos
acometió a los enemigos aunque muy aventajados en número y armas,
lo que fue causa de su rota. Trabada la pelea combatieron los de don
Nuño tan valerosamente que por muchas horas fue igual y dudosa la
victoria: pero como Abenjuceff sobrase en gente, y los Arraezes con
los de Granada que entendían el modo de pelear de los Cristianos les
hiciesen cruel resistencia, don Nuño quedó muerto, y con él
doscientos y cincuenta de los de a caballo, y cuatro mil infantes: de
los cuales no quedara uno solo vivo para traer la nueva, si no fuera
por una pequeña villa algo fortificada que no la nombra la historia,
donde se recogieron los que pudieron escapar del campo. En este día,
si Abenjuceff no consintiera a los suyos detenerse en la presa y
despojos del campo, sino que prosiguiera la victoria, no hay duda,
según que la provincia estaba desprovista y atemorizada con la nueva
que se divulgó de esta victoria, la sojuzgara toda de una vez, y
saliera con su empresa. Mas el temor que tuvo de la venida de don
Sancho y don Fernando, y querer contentar a los suyos que tan
encarnizados estaban en la presa, y pereza que de ahí les tomó para
pasar adelante: también por haber quedado muchos heridos y muertos
en la batalla, no le dejó seguir el alcance, y también por no
dividir el ejército en muchas partes.
Capítulo V. De la gente
que el Arzobispo de Toledo hizo contra Abenjuceff, y que por mucho
adelantarse fue preso de ellos y vencido su ejército, y a la fin
muerto y cortada la cabeza y las manos.
En este medio viendo los
grandes y Prelados de Castilla cuan de veras iba este negocio de los
Moros luego que supieron el triste suceso de don Nuño de Lara y de
los suyos, cada uno por si hizo gente de guerra en sus tierras para
juntarse con el ejército de don Sancho. Entre otros el Arzobispo de
Toledo don Sancho hijo del Rey, (de quien antes hablamos) entendiendo
los grandes daños y pérdidas de gente y ganados que Abenjuceff iba
haciendo por la provincia, no pudiéndolo sufrir como Príncipe
valeroso, hizo a costa suya un mediano ejército de infantería por
el Reyno de Toledo. El cual juntado con la caballería de la ciudad,
y de Madrid, de Guadalajara, y de Talavera de la Reyna, todas villas
muy principales del Arzobispado, sin tener noticia de la rota de don
Nuño y los suyos, llevó a toda esta gente hacia la ciudad de Jaén,
a donde ya era llegado don Lope Díaz de Haro: y todos deliberaron de
aguardar allí puestos en fortificación al ejército de don Sancho,
para que juntos diesen sobre los enemigos, que sin duda hicieran
efecto. Mas el Arzobispo inducido por el mal consejo y lisonjas de un
Comendador de Vcles, llamado Martosio (que las pagó muy bien
muriendo de los primeros) diciéndole que trayendo don Lope tan poca
gente, y él mucha, muy lucida y mejor armada, no se había de
detener, ni perder la ocasión de tan gloriosa victoria que podía
alcanzar de los Moros, para poderse atribuir a si solo el haber
librado la provincia: mayormente andando los enemigos muy gloriosos y
descuidados por la victoria de don Nuño (que ya había llegado la
nueva de ello) y que infaliblemente los vencería. Alabó el
Arzobispo el consejo del Comendador, y le cuadró tanto, que en lugar
de hacer alto, y por ocasión de la triste nueva, tomar consejo sobre
lo que debían hacer: luego sin dar razón a don Lope, ni a los demás
capitanes de su ejército, mandó que le siguiesen todos, y sin hacer
reseña de la gente, ni mandarles ponerse a punto de pelear, se puso
delantero, y marchó con tanta prisa hacia donde estaban los
enemigos, que estaban cerca, que sin esperar que se pudiesen poner en
orden sus gentes, ni que acabase de llegar la retaguardia, él mismo
arremetió de los primeros a dar en ellos. Los de Abenjuceff que los
vieron venir tan sin orden a meterse a pelear con ellos, salieron con
grande ímpetu muchos juntos de la gente de a caballo, y con sus
acostumbrados alaridos y estruendo de atambores, los tomaron en
medio, e hicieron tan horrible estrago y matanza en los pobres
Cristianos que ninguno escapó de muerto, o preso, hasta la propia
persona del Arzobispo que fue preso por la gente de Granada, a donde
querían ya llevarle y presentarle a su Rey. Lo cual visto por los de
Abenjuceff, levantaron muy grande alboroto sobre ello: y en un
momento se dividió todo el ejército de los Moros en dos
parcialidades, contendiendo sobre cual de las dos se había de llevar
la persona del Arzobispo, o los de Granada que fueron los que
realmente le prendieron: o los de Abenjuceff que hacían cabeza y
eran la mayor parte del ejército. Y como después de haber mucho
debatido de palabras sobre ello, viniesen ya a las manos, el Arraez
de Málaga viendo el alboroto y juego tan mal parado, y que había de
suceder en común ruina de todos, llegó con gran cólera do el
Arzobispo estaba preso en medio del ejército de los de Granada, y
tirándole una azagaya le atavesó por los hombros de parte a parte
con tanta fuerza que cayó luego en tierra muerto. Diciendo el
Arraez, no quiera Mahoma, que por respeto de un perro mueran tantos y
tan señalados capitanes, y con ellos se pierda todo el ejército, y
luego le cortó la cabeza y la mano derecha, en que llevaba las
sortijas y anillos pontificales, y con esto se apaciguaron todos.
Luego entendieron en despojar los muertos y saquear el Real y bagaje
de los Cristianos, que iban riquísimos, y pasaron adelante la guerra
los moros con buen ánimo por haberles sucedido tan prósperamente en
las dos primeras jornadas que se les habían ofrecido contra los
Cristianos.
Capítulo VI. Como
viniendo el Príncipe don Fernando con el ejército adoleció y
murió, y don Sancho su hermano se levantó con el Reyno, y como fue
el Príncipe don Pedro a la defensa de Murcia.
Por el mismo tiempo don
Fernando que partió de Burgos y enviada la mitad del ejército
delante con don Sancho su hermano, venía poco a poco recogiendo la
gente que de las villas y ciudades se le enviaba, oyendo las nuevas,
que tuvo juntas de las dos rotas de don Nuño y del Arzobispo su tío,
y como con todos sus ejércitos habían quedado muertos en el campo a
manos de los moros, lo sintió tanto que del todo se demudó, y
entrándose en un pueblo grande que llaman Villareal para hacer allí
junta de todo el ejército, adoleció de tan recia calentura, que muy
en breve murió de ella, en la flor de su mocedad y peor tiempo que
podía ser para sus Reynos. Hizo su testamento, y dejó a don Alonso
su hijo muy niño heredero universal de todos sus Reynos y señoríos.
Mas don Sancho hermano del muerto pretendiendo que a él venía la
sucesión del Reyno, hallándose con el ejército en pie, en muriendo
su hermano, comenzó a tomar posesión del Reyno, y tratarse como
Rey. Para más confirmarse en ello, mandó convocar a los grandes y
principales del Reyno, y a los síndicos de las universidades, y
congregados, de su voluntad y consentimiento envió capitanes y
gobernadores con mucha gente de guarnición para ponerla en las más
principales fortalezas del Andalucía, y él aumentando de cada día
su ejército, osó pasar a Sevilla. Entrado en ella, y siendo muy
bien recibido de todos, estableció allí su Reyno, y proveyó muy de
propósito las cosas de la guerra. Pues ya don Alonso su padre por su
larga ausencia, o por las causas dichas, no osaba volver a sus
Reynos. Y así por esto, como porque muy pocos seguían a don Alonso
hijo de don Fernando, regía libremente don Sancho sin contraste
alguno. Desde entonces comenzaron en Castilla a levantar la cabeza
los Cristianos contra los moros: mayormente por lo que ahora diremos.
Como en este medio el Rey que estaba en Barcelona aderezando la
armada por mar, y gente por tierra para tomar la vía de Murcia,
oyese los prósperos éxitos que Abenjuceff había tenido en la
guerra, por el mal gobierno de los de Castilla, y con el favor de los
de Granada, habiendo vencido a los Cristianos dos veces, y en la
postrera prendido y muerto al Arzobispo su hijo con tanta crueldad.
Además de esto, don Fernando su nieto haber fallecido en tal tiempo,
y que todo iba derrota, mandó al Príncipe don Pedro que ya estaba
en el Reyno de Valencia con la gente que halló allí a punto que
eran mil caballos y V mil infantes, se pusiese dentro en Murcia para
socorro de los de Castilla, y que juntándose con la gente de Murcia
hiciese guerra contra el Reyno de Granada señaladamente contra los
de Málaga: porque de esta manera dividiría el ejército de los
enemigos.
Capítulo VII. Como por la guerra que don Pedro movió contra Granada
y Málaga, se dividió el ejército de los Moros y el Rey emprendió
la defensa de Castilla.
Partió luego
don Pedro con la gente que halló hecha en Valencia, y se fue para
Murcia, a donde con la que halló de guarnición en las fronteras, se
entró por el Reyno de Granada, dando el gasto a la campaña y
saqueando y asolando villas y castillos, llevándolo todo a fuego y a
sangre: señaladamente en las tierras y aldeas de Malega, pues por la
muerte del Arzobispo de Toledo hecha por el Arraez de Malega llevaba
ánimo y orden de asolarlo todo. Luego que supo esto el Rey de
Granada, que se estaba siempre en su ciudad, viéndose atajado y con
su perdición al ojo, envió a mandar al general de su ejército que
había enviado en ayuda de Abenjuceff, y también al Arraez de Malega
que para resistir al Príncipe don Pedro y atajar sus grandes
crueldades y destrucción que en lo de Granada y Malega hacía, se
despidiesen de Abenjuceff, y se volviesen a la hora para Granada. Los
cuales en recibiendo el aviso se fueron a despedir de Abenjuceff, y
sin más consulta se partieron con toda su gente y se volvieron a
Granada. Pues como el Miramamolin así súbitamente se hallase solo y
desamparado de los compañeros, que con tanta prisa y promesas de que
no faltarían de ser siempre con él todo el tiempo que la guerra
durase, le habían hecho venir a valerles: y entendiese que el
Príncipe don Sancho que estaba en Sevilla mandaba hacer grande
aparato de armada por mar, para impedirle el paso y vuelta para
África, y en fin no esperase ya de otra parte socorro: dejó de
hacer más cabalgadas por la provincia, por mucho que los suyos se
hubiesen cebado en ellas, y sin atender a tomar una buena tierra para
fortificarla, y dejar un pie en la provincia, pues con el favor del
Rey de Granada la pudiera bien conservar, se volvió con todo su
ejército para Algezira: adonde se detuvo algunos días, hasta que
don Sancho, con el entretenimiento que don Pedro hizo a los de
Granada y Arraezes, se rehizo, y pudo con el ejército que le acudió
de Castilla, y el que ya tenía, haberlas con Abenjuceff, y, o por
concierto, o como quiera (que no lo toca la historia del Rey) le echó
de toda la Andalucía. Entretanto el Rey de muy lastimado por la
muerte del Arzobispo su hijo, confiando se había de vengar de
aquellos crueles perros, de cada día hacía más gente, y con fin de
ir él en persona, mandó pregonar guerra contra ellos: pues de ver a
los Reynos de Castilla tan desamparados tenía obligación por el
beneficio de sus nietos de emprender la defensa de ellos: también
porque resultaba de ella la seguridad y conservación de los propios:
poniendo como sabio su principal fin y estudio, no tanto en
conquistar Reynos, cuanto en conservar los conquistados. De aquí
venía que preguntándole algunas veces sus íntimos criados, por qué
tomaba tan de veras esta guerra contra los moros, no le bastaban los
Reynos ya ganados? Respondía, qué me aprovecha haber ganado tantas
y tan gloriosas victorias con los Reynos conquistados, si con el
continuar la guerra, no conservamos lo ganado? Y si por aniquilar
(anichilar)
y perseguir a los enemigos de Dios, no empreamos la vida en cuanto
podemos? Por estas causas, y por no dejar sin venganza la muerte del
Arzobispo, no se puede creer con el ánimo que se preparaba para
proseguir esta guerra. Y así escribió a todas las ciudades y villas
Reales, y a los grandes y Barones de sus Reynos, rogándoles que para
la fiesta y Pascua de resurrección acudiesen a Valencia con el mayor
poder de gente y armas que pudiesen. Todo esto pasó antes que se
dividiese el campo y ejército de los Moros, con la nueva que
tuvieron del estrago que don Pedro hacía en las tierras de Granada y
de Málaga, y así como se siguió que Abenjuceff, viendo que se le
fueron los Arraezes y los de Granada, se recogió, como hemos dicho,
a Algezira, y se volvió a África, o no salió más en campo, no
tuvo necesidad el Rey, pues Murcia quedaba en defensa, de ir contra
ellos.
Capítulo VIII. De los alborotos populares que se movieron en
Zaragoza contra los regidores de la ciudad, y lo mismo en Valencia, y
como se apaciguaron.
Estando el Rey en
Barcelona aparejando con gente y armas para proseguir la empresa
contra los moros, le llegó nueva de Aragón, como en Zaragoza
súbitamente se habían levantado grandes alborotos llamando al arma
y libertad, con tan grande ímpetu y furor del pueblo contra los
regidores, que llaman jurados, de la ciudad, que viniendo con sus
mazas delante e insignias purpúreas de magistrados a remediar el
ruido, echaron mano de ellos los alborotadores, y al principal jurado
en cap, que dicen, que se llamaba Gil Tarin, mataron cruelmente. Como
lo entendió el Rey, escribió al justicia de Aragón, que hiciese
tan ejemplar justicia de los delincuentes, que fuese escarmiento para
todos. El justicia hizo sus diligencias y a muchos que prendió de
ellos hizo cortar las cabezas. De la misma manera, y en un mismo
tiempo, se levantó en Valencia otro alboroto y tumulto a manera de
comunidades, de los populares contra los oficiales Reales y de la
ciudad, sin que se entendiese, ni se pudiese sacar en limpio la
ocasión de ello, como tampoco se entendió en lo de Zaragoza, mas de
un furor y deseada licencia de pueblo, y llegó a tanto que echaron a
los jurados y oficiales Reales de la Ciudad, y les asolaron las
casas, siendo el capitán de ellos uno llamado Miguel Pérez que era
hombre célebre y muy estimado de los del pueblo, siendo uno de
ellos. Avisado de esto el Rey que había llegado ya de Barcelona a
Tortosa, mandó a don Pedro Fernández su hijo persiguiese aquellos
traidores, y que hiciese ejemplar justicia de ellos: el cual puso tal
diligencia en perseguirlos que luego huyeron todos, y quedaron
perpetuamente desterrados de la ciudad y Reyno, y los que
disimuladamente volvieron fueron presos y hechos cuartos. Por este
tiempo vinieron a Valencia muchos señores y barones de los Reynos
para seguir al Rey en esta jornada contra Abenjuceff y los de
Granada, a los cuales recibió muy bien el Rey, y mandó aposentar y
proveer de toda cosa, y estando poniéndose en orden para ir contra
Granada, se estorbó la ida, por la nueva que llegó del Andalucía
como el campo de Abenjuceff se había dividido por las causas arriba
dichas. Por lo cual, y por las necesidades que en Valencia se
ofrecían, para atajar las nuevas rebeliones de los moros del Reyno,
que con la fama de Abenjuceff, y favor de los de Granada se
levantaron, determinó de no pasar adelante, sino quedarse en
Valencia, por acudir a los principios de los males.
Capítulo IX. De las rebeliones que hubo en el Reyno y de la venida
de Alazarch por caudillo de ellas, y de la del Conde de Ampurias, y
como se cobraron los lugares rebelados.
En el tiempo
que las cosas del Rey de Granada iban prósperas con la venida de
Abenjuceff, ciertos moros del Reyno, siendo muy solicitados por los
de Granada, y persuadidos de que ningún tiempo se les podía ofrecer
en la vida más oportuno que entonces para rebelarse contra los
Cristianos, se conjuraron, y con el secreto favor y gente de a
caballo que les enviaron los de Granada, comenzaron a fortalecer
algunas villas y castillos, echando de allí los Cristianos que
moraban en ellas. Esto por muy secreto que iba siempre se entendió
que fue intentado a los principios por Abenjuceff, teniendo por
averiguado que no podría salir con la empresa del Andalucía, si no
entreteniendo al Rey con meterle la guerra dentro de casa, y también
por lo que hicieron los Arraezes y Rey de Granada por divertir al
Príncipe don Pedro que tanto los aquejaba (aquexaua)
dentro de sus tierras. Y así enviaron ciertas compañías de gente
de a caballo muy escogidos de los dos ejércitos al Reyno de
Valencia, con los cuales la rebelión crecía de cada día, y
cerraban los caminos de manera, que ningún Cristiano dejaba de ser
desbalijado
y robado, y si resistía muerto. Entre otros un Moro rico llamado
Abrahimo, comenzó a reedificar, y fortalecer un castillo llamado
Serrafinestrat el cual poco antes había el Rey mandado derribar,
como lugar aparejado para semejantes rebeliones, según el paso y
asiento áspero y enriscado que tenía. Los primeros que se rebelaron
fueron los de Tous, y los lugares de las tres valles de Alcalá,
Gallinera, y Pego, con los de Guadalest, Confrides, y Finestrat, en
la región de la Contestania. Esto fue antes que los jinetes de
Granada y de Abenjuceff entrasen en el Reyno. Después de entrados
ellos, se rebelaron con mayor ocasión los lugares de Montesa y
Vallada, con otros pequeños pueblos junto a Xatiua: y el mal iba
creciendo de cada día, porque los de Granada enviaban nuevas
compañías de gente de a caballo con dinero y armas a los del Reyno.
Por esta causa estando el Rey en Valencia ajuntó los señores y
Barones de los tres Reynos que allí se hallaban, de cuyo parecer y
voto, publicó guerra contra los rebeldes, pues se hallaba con la
gente hecha y puesta en armas. Para esto se proveyó de vituallas, y
mandó llamar al Príncipe don Pedro. El cual poco antes, dejando
buena parte del ejército en guarnición en el Reyno de Murcia en las
fronteras de Granada, se fue con la otra a Cataluña: y de muy
sentido y lastimado por lo que el Conde de Ampurias había hecho
contra su querida villa de Figueras (según arriba dijimos) comenzó
a hacer cruel guerra a las tierras y vasallos del Conde. Pero no
embargante todo eso, usó el Conde de un buen ardid contra el
Príncipe, porque dejando sus tierras muy bien guarnecidas de gente y
fortalecidas, se vino derecho a Valencia con la gente de guerra que
pudo a servir al Rey contra los rebeldes y concertar sus diferencias
entre él y el Príncipe. Cuya venida con tanta y tan bien armada
gente, fue al Rey tan grata y acepta, que luego mandó pregonar por
toda Cataluña que ninguno fuese osado de seguir al Príncipe don
Pedro en la guerra que llevaba contra el Conde de Ampurias, y a quien
lo contrario hiciese le fuese cortada la cabeza. Finalmente
determinando el Rey con el ejército que tenía hecho salir en campo
para dar contra los rebeldes, muchos de ellos que lo sintieron fueron
luego con mucha humildad y arrepentimiento a reconciliarse con él.
De estos fueron los primeros los de Montesa y Vallada con otros
cercanos, a los cuales perdonó fácilmente, porque se reconocieron
luego, y pidieron perdón, y también porque no se rebelaron antes,
sino después que la gente de Granada entró en el Reyno, y tuvieron
alguna más justa causa para rebelarse que los de Tous, Alcalá, y
val de Gallinera (Guillanera)
con sus veziños,
a los cuales no quiso perdonar el Rey sino hacerles cruel guerra. Con
esto se partió de Valencia, y vino a Alzira, donde supo como los de
Thous, que está cerca, fortificaban su castillo, y se habían hecho
fuertes en él, a los cuales envió un capitán con su compañía
para decirles se diesen, lo cual dijo el capitán, y añadió de
suyo, no rehusase de hacerlo, pues tenía bien conocida la benignidad
y buena gracia del Rey para los que llanamente se le entregaban. Mas
confiados ellos del socorro que les traía el Capitán Alazarch (el
que pocos años atrás había sido perpetuamente desterrado del
Reyno, y ahora volvía con los de Granada para ser caudillo de los
rebeldes) respondieron que ellos no tenían, ni conocían por Reyes y
señores sino al Miramamolin Abenjuceff, y al Rey de Granada, que al
Rey de Aragón le tenían por buen hombre, mas no por propio y
natural Rey de los moros. Vuelto el capitán al Rey con esta
respuesta, dijo más, que había, aunque de lejos, reconocido la
fortaleza, y que no tanto por estar muy fortalecida, cuanto por el
socorro de Alazarch que aguardaban por horas, había dejado de
combatirla y tomarla. Entonces el Rey pasó de Alzira a Xatiua, para
alegrar y dar ánimo con su presencia a los soldados de guarnición
que estaban repartidos en las dos fortalezas.
Capítulo X. Como los
Moros dieron asalto a la villa de Alcoy, y fueron repelidos y
Alazarch muerto, y que saliendo los de Alcoy tras ellos dieron en una
celada y fueron degollados.
En llegando el
Rey a Xatiua envió parte de la caballería e infantería a Alcoy y
Cocentayna, dos villas muy principales y ricas de la Contestania, las
cuales después que el Rey echó los Moros del Reyno, quedaron como
desiertas, y se poblaron de Cristianos, a los cuales se repartieron y
establecieron las tierras y campos de ellas, teniendo fin a que los
moros no se apoderasen más de villas ni pueblos cercados. Y por esta
causa desde entonces fueron pobladas de Cristianos, y solo quedaron
los Moros en los lugares pequeños hechos vasallos de los señores, a
los cuales así el Rey como sus hijos y descendientes Reyes
repartieron por Baronías todas las tierras que poseían los Moros
por el Reyno. Pues como después de haber enviado el Rey el socorro a
las villas para defenderse de los doscientos y cincuenta jinetes con
el capitán Alazarch que había llegado de refresco de Granada, estos
con los del Reyno marcharon para batir a Alcoy, y llegados, parte se
pudieron no muy lejos de la villa en celada, parte arremetieron a dar
el asalto sobre ella: pero les fue tan mal en el asalto, que se
hubieron de retirar de veras, con muy grande daño y pérdida suya:
quedando los más de ellos muertos, o mal parados, y su capitán
Alazarch cruelmente herido de una saetada de la cual murió allí
luego: puesto que no tardó mucho a ser vengado. Porque como los
Moros levantaron el cerco, y se retiraron llevando el cuerpo de
Alazarch con grandes llantos y alaridos (araridos),
los de Alcoy de muy ufanos por la victoria pasada, salieron con
grande ímpetu siguiéndolos sin llevar ningún orden, pero los moros
retirándose medio huyendo los llevaron hasta dar en la celada. De la
cual salieron tan rabiosos, que juntamente con los del asalto, de tal
manera revolvieron sobre los Cristianos que los degollaron casi a
todos.
Y Capítulo XI. Como los Moros tomaron algunas fortalezas, y de la
victoria que alcanzaron de ellos los Cristianos en el campo de Liria,
con otra presa en Beniop, y como los Moros saquearon a Luchent.
Como se divulgó la nueva
triste para moros y Cristianos, de la muerte de Alazarch y pérdida
de los de Alcoy, por arte e industria de los de Granada, sintieron
mucho los Moros del Reyno la muerte de Alazarch, pero con la victoria
siguiente tomaron grande orgullo, y comenzaron a combatir algunas
fortalezas donde había guarnición de Cristianos, con esto volvió a
cobrar fuerzas la conjuración y rebelión de los Moros. Por donde el
Rey volvió a Valencia, y de nuevo mandó llamar a todos los señores
y barones del Reyno que por razón de las tierras establecidas a
ellos en feudo, estaban obligados a seguirle en la guerra, y estar en
defensa del Reyno. Los primeros que acudieron al llamamiento fueron
don García Ortiz de Azagra señor de Albarracín, y el lugarteniente
del Maestre del Temple (que según afirma Asclot en su historia) era
don Pedro de Moncada, con algunas compañías de infantería y de
caballos. Los cuales como entendiesen que había asomado un gran
golpe de gente de hasta X mil moros de a pie en el campo de Liria a
cuatro leguas de la ciudad, para saquear algunos lugares, y también
las cabañas de Cristianos, salieron el lugarteniente y don García
con hasta mil y doscientos jinetes, y llegados a vista de los Moros
los acometieron con tan esforzado y varonil ánimo que mataron
doscientos y cincuenta de ellos, tomando pocos a merced, los demás
se les huyeron a más andar faltando, de los nuestros solo un
escudero con cinco caballos que murieron. De este hecho tan singular
quedó el Rey muy admirado, y alabó mucho el gran valor de estos dos
caballeros y de toda su gente y compañeros: a los cuales hizo
mercedes. Luego volvió el Rey a Xatiua por ser su presencia muy
necesaria en aquella parte para dar ánimo y socorro a los que
estaban en guarnición por las fortalezas, y hacer rostro a los moros
que le amenazaban jurando que le habían de quitar a Xatiua. Estando
allí entendió que muchos de aquellos jinetes de Granada habían
pasado por el valle de Albayda más arriba de Xatiua en socorro de
los de Beniop, a donde tenía hasta dos mil de ellos cercados don
Pedro Fernández. El cual como buen capitán e hijo de tal padre, se
dio tan grande prisa en prevenir al enemigo, que antes que los de
Beniop pudiesen fortalecer su castillo, ni llegarles el socorro, les
dio asalto, y tomó la fortaleza, y entró en la villa y los degolló
a todos. Por donde los de a caballo que venían en su ayuda sabiendo
la destroza, y pérdida de ellas volvieron las riendas y se fueron
para Luchente lugar de Cristianos, el cual como estuviese mal
provisto de gente y armas fácilmente le tomaron y saquearon.
Capítulo XII. Como por detener al Rey que no fuese a Luchent, fue
gran parte del ejército con los de Xatiua vencidos de los moros, y
lo mucho que el Rey lo sintió.
Como el Rey supo el saco y
pérdida de Luchent sintiolo mucho y tomó grande cólera sobre ello.
Y aunque por su vejez y una grave dolencia que había tenido de la
cual apenas había convalecido, estuviese muy flaco y debilitado, con
todo eso determinó de ir en persona a perseguir los Moros con el
ejército que se hallaba. Mas por mucho que el Vicario del Temple, y
don Ortiz, y el Obispo de Huesca le rogaron no saliese de la ciudad
hallándose con tan pocas fuerzas por la dolencia pasada, ni se
pusiese en medio de tan desesperados enemigos para perder su vida con
la de todos sus Reynos, no dejó por eso de ponerse a caballo para
irse con el ejército contra ellos: pero como todos a una mano se
ajuntasen a impedirle la salida, prometiéndole que todos ellos irían
en persona contra los enemigos, si se quedaba en la ciudad, porque a
no hacerlo le desampararían y se irían: a esto decía que él solo
los acometería: hasta que persuadiéndole los médicos, y
pronosticándole nueva dolencia que por ser el tiempo tan caliente, y
el camino tan áspero se le seguiría: ni aun por esas mostraba
querer quedar. Finalmente como sobreviniesen los Prelados y Teólogos
que le amenazaban a voces con la ira de Dios y penas del infierno, si
no evitaba un tan manifiesto y evidente peligro de su persona y vida:
y tras ellos acudiesen los religiosos con todo el pueblo y mujeres
con grandes voces y lloros poniéndosele unos y otros amontonados
delante: se quedó muy triste y angustiado en la ciudad. Y así los
del ejército por complacerle, luego sin ningún orden tomaron la vía
de Luchente, sin hacer provisión alguna de tiendas ni bagaje, ni
tampoco de vituallas, como si ya tuviesen la victoria en la mano: y
caminaron toda la noche con grandísima fatiga y pesadumbre a causa
del excesivo calor. Llegando pues a Luchent muy de mañana,
descubrieron los enemigos que al parecer serían quinientos caballos
y tres mil infantes, puestos bien en orden, y que de cada hora les
acudía más gente, a los cuales en llegando arremetieron los
nuestros tan desordenadamente, sin esperarse los unos a los otros,
pero con tanto valor y esfuerzo, que no fueron parte los capitanes
para detenerlos a buenas cuchilladas, ni para que se dejasen de
trabar tan reñida y cruel batalla. Porque es cierto, según el
coraje que los nuestros llevaban, si a los enemigos no les creciera
el socorro de todo aquel valle, sin duda se defendieran de los
primeros: y no fueran tan miserablemente vencidos, y la mayor parte
de ellos degollados, con el buen don Ortiz y el hijo de don Bernaldo
Entensa con la mayor parte de la caballería. Lo mismo fue de los de
Xatiua que por detener al Rey, se juntaron haciendo cuerpo por si, y
no llegando juntos con el ejército del Rey, sino con el mismo
desorden, mezclándose en la batalla, fueron todos degollados por los
Moros, con tanta presteza, sin escapárseles ninguno a causa que
luego eran los jinetes con cualquier desmandado, que (según dice
Marsilio) fue divulgado proverbio entre los de Xatiua de esta rota,
el martes aciago. Fueron presos en esta batalla algunos caballeros y
nobles, señaladamente el vicario del Maestre del Ospital, el cual
fue llevado a Biar, donde se habían ya rebelado algunos Moros del
pueblo con el favor de los jinetes, mas fue luego liberado por la
industria de un moro tornadizo que había sido soldado del Rey, y
amaba mucho al Vicario, y después de la muerte del Rey lo trajo sano
y salvo al Príncipe don Pedro, y recibió mercedes por ello. Sabido
pues por el Rey el rompimiento y gran pérdida de su ejército con
los de Xatiua, lo sintió en el alma, y mucho más cuando entendió
que por no llevar orden los suyos, sin esperarse los unos a los
otros, y sin considerar primero el número y puesto de los enemigos,
se arrojaron a ellos. Y así tanto más se afligía por no haber ido
en persona con ellos, porque sin duda lo hubiera mejor considerado
todo, y con el gran orden que tenía en el pelear, con el cual había
siempre con pocos prevalecido contra sus enemigos, aunque muchos más,
no se le escaparan estos. Estando en esto llegó el Príncipe don
Pedro con algunos principales señores de los dos Reynos, al cual
luego el Rey entregó la parte del ejército que le quedaba con otra
más gente de guerra que había mandado hacer para que fuese a
distribuirla por las fortalezas del Reyno a las fronteras de Murcia.
Lo cual pudo hacer don Pedro pacíficamente, porque luego después de
la batalla de Luchent, los jinetes, hecha muy buena presa y despojado
el campo, se retiraron la vuelta de Granada que no parecieron más, a
causa de estar ya deshecho el campo de Abenjuceff, y con haberse
retirado el ejército de Granada, cesado la guerra. Por lo cual
sintió el Rey algún alivio de su gran pesar, pues quedaba el Reyno
pacífico, y eran muertos los caudillos de los Moros, y los que
quedaban de muy perdidos y destrozados de las guerras pasadas también
deseaban mucho reposar. Y lo mismo los Cristianos que de llevar
siempre las armas a cuestas ya no podían más sufrirlas.
Capítulo XIII. Como el
Rey adoleció en Alzira, e hizo general confeßion de sus culpas, y
llamó al Príncipe don Pedro, y de las cuatro cosas notables que le
encargó para su regimiento.
Por mucho que el Rey se
recreó y alegró su espíritu con ver la guerra acabada, y con la
ida de los jinetes, y muerte de los caudillos y cabezas de la
rebelión, quedando el Reyno pacífico y quieto: todavía los
trabajos pasados, las aflicciones de cuerpo y alma, con la carga de
los muchos años, fatigaron tanto su persona, que no pudo librarse de
caer en una muy grave dolencia, la cual le fue ya antes pronosticada
por los médicos, y así por consejo de ellos, siendo el tiempo
rezissimo de calores, y ser Xatiua muy subjecta a ellos, se partió
con mucho dolor de dejarla, porque la amó siempre mucho y
acordándose de la gran pérdida de gente que por su servicio hizo en
la jornada de Luchent, se le doblaba el dolor en apartarse de ella.
Se vino para Alzira, a donde porque se le aumentaba la dolencia,
después de haber recorrido por su memoria y conciencia sus culpas y
vida pasada, hizo una confesión general con muy grande
arrepentimiento de todos sus pecados, ante el Obispo de Valencia, y
otras personas religiosas que siempre llevaba consigo, y recibió el
cuerpo de nuestro Señor Iesu Christo con muchas lágrimas y
manifiestos indicios de verdadera contrición. Mas como después de
hechos y procurados muchos remedios los médicos desconfiasen de su
salud, y se lo notificasen, alzó las manos al cielo y dio gracias a
su criador porque le llamaba en tiempo que tenía todo su corazón y
pensamiento puestos en él, y por cobrar a él le pesaba muy poco
dejar el mundo. Y luego mandó llamar al Príncipe don Pedro, con
cuya vista y presencia se holgó mucho. Al cual el día siguiente por
la mañana, oída con mucha devoción la misa, en presencia de los
Prelados, grandes y barones que allí se hallaron, le amonestó mucho
a que con los ojos del alma, mirase y ponderase muy bien los grandes
y tan inmensos beneficios que la bondad divina había hecho a su Real
persona en este mundo por todo el tiempo de su vida, habiéndole
concedido reinar por espacio de sesenta años y algo más, y a gloria
suya infinita, y alcanzar victoria de los enemigos de su santo nombre
en cuantas guerras emprendió contra ellos, además de los Reynos y
señoríos que tan prósperamente le había permitido conquistar y
añadir a la corona Real: que por tanto confiase alcanzaría las
mismas mercedes y mayores de su divina mano, si en todo caso se
preciase de llevar siempre delante sus ojos y alma cuatro cosas las
cuales de presente le advertía. La primera, si amase y tuviese a
Dios por su único y soberano Rey y señor sobre todas las cosas, y
le temiese, y se encomendase a él con todas las propias muy de
verdadero corazón y alma. La segunda si mediante justicia, llegase a
tener sus Reynos y pueblos conformes con mucha paz y concordia:
porque de aquí se sigue no solo la salud y conservación, pero el
aumento y ampliación de ellos, y hasta aquí llega la obligación de
los Reyes. La tercera, si mantuviese firme vínculo de amor y
concordia con don Iayme su único hermano de padre y madre. Pues no
por otro fin había dado en segundo lugar a don Iayme el Reyno de
Mallorca con las demás Islas y estados de Mompeller y Perpiñan tan
cercanos a sus Reynos de la corona: sino para que juntadas las
fuerzas y ánimos de ambos hermanos, hiciesen por mar y por tierra
continua guerra en la costa de África para ser señores del mar. La
última que no harían cosa más acepta a nuestro señor, ni a si más
agradable, ni para los Reyes, y Reynos más segura, que echar a
cuantos Moros había del Reyno: porque estos como de si sean
capitales enemigos de los Cristianos: jamás tendrán verdadera paz
con ellos, y ni con ruegos, ni buenas palabras, ni aun obras, se
doblarán intrínsecamente a estar bien con los Cristianos. Además
de esto le encargó tuviese mucha cuenta con el Obispo de Huesca, a
quien había criado en palacio de pequeño, y por haber salido tan
principal hombre y de tan buen espíritu y letras, le había hecho su
gran Chanciller de Aragón, y también a su hermano el Sacristán de
Lerida, y a Vgon Mataplana Arcediano de Vrgel todos personas
fidelísimas, y de su Real consejo, juntamente con los criados
antiguos de palacio, a los cuales deseaba tuviese en mucho y los
aventajase a todos los demás. Finamente recelando que si moría de
aquella dolencia, el Príncipe con los demás querrían llevar su
cuerpo fuera del Reyno al Monasterio de Poblete, y que por
acompañarle y ausentarse del Reyno, se podría levantar alguna nueva
rebelión, ordenó que si la muerte le tomaba en Alzira, su cuerpo
fuese depositado en la iglesia mayor de nuestra señora que él había
mandado edificar en ella. Y si en Valencia, en el templo mayor: hasta
que acabada del todo la guerra, fuese llevado al mismo Monasterio en
Cataluña, y allí sepultado.
Capítulo XIV. Como el Rey
tomó el hábito de los frailes Bernardos y hecho testamento, se hizo
traer a Valencia donde murió, y su cuerpo fue depositado en la
iglesia mayor.
Dicho esto por el Rey,
como ya la habla le fuese faltando, paró un rato, y tomando un
cordial, o sustancia, cobró algún esfuerzo, y queriendo apartarse
del todo de las cosas de acá, y no pensar en otras que las soberanas
y perpetuas, renunció libera y absolutamente sus Reynos y señoríos
conforme a la repartición últimamente hecha y aprobada por todos,
al Príncipe don Pedro. Porque lo demás del Reyno de Mallorca y
señoríos de Mompeller y Perpiñan con los demás que en la misma
repartición están contenidos y cupieron al Infante don Iayme, poco
antes le había ya puesto en posesión de ellos. Hecho esto, mandó
que le vistiesen el hábito del glorioso sant Bernardo y orden de
Cistels, de la cual siempre fue muy devoto, con ánimo de pasar al
monasterio de su religión y orden de nuestra señora de Poblete, y
hacer allí profesión de la regla, para dedicarse del todo al
servicio de Dios y contemplación de las cosas celestiales el tiempo
que le quedase de vida. De manera que por quererlo así el Rey y
obedecerle el Príncipe don Pedro, con mucha humildad y lágrimas
puesto de rodillas le besó las manos, y recibida su bendición, se
partió luego hacia los confines de Murcia, por si la dolencia y
muerte del Rey causase algún movimiento en los de Granada, por
suceder en los Reynos don Pedro, de quien tan lastimados quedaban
ellos y los Arraezes por la destroza que poco antes habían hecho en
sus tierras. Llegó a Biar, y cobró luego la fortaleza que con el
favor de los jinetes de Granada poco antes los de la villa habían
quitado a los Cristianos, y puso gente de guarnición en ella, y se
detuvo por allí pocos días aguardando en qué pararía la dolencia
del Rey. El cual viendo que su mal siempre crecía, se mandó traer a
Valencia, en una litera, al cual salió a recibir toda la ciudad con
harto más llanto que alegría, y se aposentó dentro de ella. Luego
en llegando entregó su testamento sellado al Obispo de Valencia,
para después de ser muerto publicarlo, y como ya propinquo a la
muerte la voz y alientos le faltasen, y se le diese el Sacramento de
la extrema unción, encomendándose muy de corazón y alma a Cristo y
a su bendita madre, con el ayuda y esfuerzo de los Prelados y
religiosos que le asistían, y con santísimas palabras le endreçauan
sus afectos, levantados los ojos y manos juntas al cielo dio el alma
al Señor que se la había criado y encomendado: a los IX del mes de
Iulio, año de nuestra redención MCCLXXVI, habiendo llegado a edad
de LXVIII años, luego fue embalsamado su cuerpo y depositado en la
iglesia mayor como lo tenía mandado. La sepultura y obsequias se las
hicieron con mediana pompa y ceremonias por la ausencia del Príncipe
y de los hermanos, estando todos por mandato del Rey distribuidos por
diversas partes del Reyno para su defensa, de manera que ninguno de
ellos se halló presente a la muerte del padre, sino que a ejemplo
del Príncipe, cada uno acudió a su puesto: hasta que de ahí a poco
tiempo vuelto el Príncipe y coronado Rey, le hizo llevar con muy
grande pompa y suntuosidad Real al monasterio de Poblete donde está
magníficamente sepultado.
Capítulo XV. Que muerto el Rey se publicó su testamento por el cual
se entiende los hijos que tuvo y cómo los colocó a todos.
Muerto el Rey fue abierto
y leído su testamento, hecho y firmado de su mano, y sellado con su
sello en Mompeller a XXVI de Agosto, cuatro años antes de su muerte.
En el cual aprobaba las donaciones y repartimientos hechos de sus
Reynos y señoríos en favor de don Pedro y de don Iayme hijos
legítimos de doña Violante, como de su verdadera y legítima mujer
nacidos: A don Iayme y a don Pedro hijos que tuvo de doña Teresa,
declaraba también por legítimos. De estos al mayor hizo donación
de la villa de Xerica con su fortaleza y baronía en el Reyno de
Valencia con todo su territorio y jurisdicción. Al menor dio la
villa, castillo y baronía de Ayerbe, con otros lugares en el Reyno
de Aragón: con condición que el hermano que tuviese hijos sucediese
al que no los tuviese. Y careciendo los dos de hijos volviesen a la
corona Real. Y mas que muriendo don Pedro y don Iayme hijos de doña
Violante sin hijos, sucediesen en todos sus Reynos y estados don
Iayme y don Pedro de doña Teresa, y estos quiso que fuesen
preferidos a qualesquier hijas aunque fuesen de doña Violante.
Puesto que después de hecho este testamento, por causas muy graves
(como en el precedente libro mostramos) tuvo por nulo el matrimonio
de doña Teresa, quedando en lo demás el testamento en su fuerza.
Tuvo otros hijos bastardos, a don Fernán Sánchez de la Antillona,
que miserablemente fue echado y ahogado en el río Cinca, a quien el
Rey había dado la casa de Castro, de donde su hijo don Felipe
Fernández y sucesores se han siempre denominado. Tuvo a don Sancho
Arzobispo de Toledo. Último a don Pedro Fernández de una nobilísima
dama Aragonesa llamada Berenguera Fernández, diferente de la otra
Berenguera hija de don Alonso señor de Molina, de la cual ningún
hijo tuvo. Dio a don Pedro Fernández la Baronía de Yxar (Híjar) en
el Reyno de Aragón, de la cual también se denominó él y todos sus
descendientes, que después han aumentado el estado con haber juntado
con la casa el Condado de Belchite, y con este es agora una de las
principales casas y señorías de Aragón. Tuvo cuatro hijas de doña
Violante, de estas la mayor casó con el Rey don Alonso de Castilla.
La segunda, Gostança con don Manuel hermano del mismo Rey. La
tercera, doña Isabel con don Felipe Rey de Francia. La cuarta doña
María se metió en religión. También llama por herederos y
sucesores en los Reynos, a los hijos de estas, en caso que los cuatro
primeros hijos no los tuviesen. Finalmente prohibió que por ningún
tiempo sucediesen mujeres en los Reynos. De donde se colige, que
contando las mujeres, y a don Alonso hijo de doña Leonor la primera
mujer tuvo el Rey XIII hijos, y fueron los más de ellos no solo
heredados de Reynos y señoríos, pero como salidos de sus entrañas
generosísimas, y criados al pasto de su ejemplo de vida y hazañas
esclarecidas, fueron tales, que merecieron ser hijos de tal padre.
Capítulo último. Donde se hace epílogo y sumaria relación de la
vida, virtudes y señaladas hazañas de este Rey.
Para que concluyamos ya, y
lleguemos al fin de la historia y por remate de ella pongamos ante
los ojos de todos los Reyes y Príncipes del mundo que presiden en el
gobierno de grandes imperios, una perfecta imagen y retrato, no solo
de un sabio Rey y Príncipe para tiempo de Paz, y de un famosísimo e
invictísimo capitán para tiempo de guerra, pero de un perfecto y
Cristianísimo varón para todo tiempo, haremos aquí un breve
sumario como epílogo, así de las aventajadas virtudes, y heroicas
hazañas de este Rey como de sus intenciones y fines Cristianísimos,
que siguió toda la vida. Porque si miramos su fé y religión
Cristiana, hallar las hemos no solo testificadas por su singular
estudio y devoción con que defendió y amplió la religión
Cristiana: pero muy confirmadas por la obra, con los dos mil templos
que por él fueron mandados edificar a gloria de Dios. Si
consideramos su magnanimidad y valor, desde su niñez tuvo ánimo
para regir los más principales cargos del mundo de Rey y de gran
capitán. Si su consejo en el determinar, ninguno oyó más atento el
ajeno que él, pero con ninguno acertó más que con el propio. Si su
prudencia, en sus consideradas acciones y tanta igualdad de vida con
tan prósperos sucesos, descubrimos que fue prudentísimo. Si su
gobierno de Repub. quién fundó leyes, quién hizo fueros, y reformó
los antiguos, como pudo discrepar de la buena administración de
ella? Si su sagacidad y providencia en la guerra, aunque fue
increíble su celeridad y presteza en prevenir al enemigo: no le
faltó madurez y tiento para el acometerlo. Si tratamos de su
admirable persona, su aspecto venerable, salud y disposición
corporal: ninguno se halló en sus Reynos de mayor, ni más bien
proporcionada estatura, ninguno fue más valiente, sano, y hermoso,
ni a quien más por su majestad de persona, suavidad de rostro, y
afabilidad y trato, se aficionase todo el mundo. Gozó de tanta salud
que pasó toda la vida sin dolencia grave, sola una fue la que
lentamente sin perturbar su ánimo le acabó: Si su modestia y
templanza, no se vio Rey en el comer y beber más templado: ni en los
deleites y pasatiempos más moderado: ni en el decir y hacer más
recatado, y ni en fin de regocijos que no fuesen de armas, más
apartado. Si venimos a su valor y esfuerzo en las empresas de guerra,
por lo cual alcanzó renombre y título de conquistador: de quien
entendemos que se halló en treinta batallas, como pudo carecer de la
esclarecida fortaleza, con las demás virtudes militares? Si su
admirable constancia, quién ningún hecho grande dejó de emprender,
ni desistió jamás de la empresa, y que salió siempre con ella, no
será su blasón de constante? Mas ni pudo perder su natural ser de
clemente, por mucho que se mostró áspero y severo con un su tan
desobediente y rebelde hijo: pues para con las demás gentes y
pueblos, no solo se mostró siempre liberal y clementísimo: pero sin
perder algo de su autoridad, fue con todos humanísimo. Qué diremos
de su paciencia, pues demás, que sin caer de su estado, siempre, do
fue menester la tuvo: ninguna se comparó con la que prestó con sus
tíos don Sancho y don Fernando, perpetuos émulos y perseguidores
suyos. Qué no suplirán su liberalidad y magnificencia (propias
virtudes Reales) pues en las presas y despojos de las ciudades, y de
reales de enemigos, nunca retuvo cosa para si, todo lo repartió, y a
todos enriqueció? Finalmente las divinas virtudes de justicia y
misericordia, así las ejercitó, que no solo alcanzó por ellas ser
tan amado y como temido de los suyos: pero aun por las mismas fue muy
estimado y alabado de sus enemigos: y por ellas mereció en el Reynar
por tan luengo y felice tiempo, ser a todos cuantos Reyes hubo muy
aventajado. Porque reinó cumplidos sesenta años, y dejó a sus
hijos y sucesores no solo pacíficos y con doblados Reynos de los que
heredó: pero les abrió el camino para alcanzar los que después acá
se han adquirido. Por donde como no sea tenida en más la virtud del
ganar, que la del conservar lo ganado: Qué cosa pudo ser para este
Rey más gloriosa, que ni de los Reynos que heredó, ni de los que
por su mano conquistó, ni en vida suya ni de sus sucesores hasta hoy
se haya perdido un palmo de tierra? Qué más feliz y dichosa, que
haber sido él mismo el principio y fundamento (como en el proemio se
prueba) del inmenso imperio, y de la mayor monarquía que nunca se
vio en el mundo, cual hoy mantiene nuestra España, rige y administra
el invictísimo don Felipe segundo de este nombre su gran Rey y señor
de ella?
LAUS DEO.
Impreso en
Valencia en casa de la viuda de Pedro de Huete, a la plaça de la
Yerua. Año 1584.