PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE
NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.
Capítulo primero. De las
causas y razones que movieron al Autor para escribir esta historia.
La vida y hechos del Rey don Jaime de Aragón primero de este
nombre llamado el Conquistador,
con los extraños acaecimientos
de su tiempo, pretendo escribir en estos veinte libros, para que sus
heroicas virtudes, que (guiadas per la soberana mano) levantaron su
nombre hasta los cielos, e hicieron raya y ventaja a las de toda
España, salgan de nuevo a luz: y pueda con el favor divino nuestra
lengua y estilo gloriosamente divulgarlas por todas las partes a do
llegó su fama. En lo cual no pienso hacer pequeño servicio a los
nuestros, pues entiendo mostrar muy a la clara, que las principales
virtudes de guerra, que particularmente florecieron en los
Emperadores y famosísimos capitanes Alejandro magno, Pyrrho, y Iulio (Julio) César, de quien tanto se admiraron los antiguos, todas
ellas
juntas concurrieron en este Rey, y por su valor y manos fueron de
nuevo al mundo representadas: según que por el discurso de la
historia se verá, y las razones que aquí se siguen, nos inducen a
creerlo. Porque haberse hallado en treinta batallas campales, y
alcanzado victoria de ellas: haber domado a cuantos se le rebelaron,
y a ninguno que se le humilló, negado su perdón y gracia: y en
sesenta años que reinó, ninguno haber pasado sin guerra: finalmente
los Reynos que conquistó, no solo haberse conservado por él, pero
aun por sus descendientes hasta en nuestros tiempos poseído.
Todo
esto no excede, o por lo menos iguala, con las hazañas de cuantos
Reyes hubo, y con las de los ya nombrados, se escribieron?
Por
tanto me pareció no era justo que tales y tan señalados hechos, que
hasta aquí la historia escrita por el mismo Rey, y por los de su
tiempo tenían como encerrados debajo su corta lengua Lemosina,
dejasen de comunicarse a las gentes, y por ser las dos más
extendidas y comunicables lenguas la Latina y Castellana escribirlos
en ellas.
Y aunque la grandeza y majestad de la historia acobardaron
mi flaco ingenio, y casi me retiraba de la empresa, la hermosura de
su argumento me hizo aficionar tanto a ella, que mediante el amor
(del cual se dice que no hay cosa más ingeniosa) me atreví a
proseguirla: confiando que con la perseverancia, o vencería la
opinión de muchos, o si no diese perfección a la obra al menos
(alomenos) mostraría el grande ánimo que tuve para emprenderla.
Señaladamente por ser muy mayores y más graves razones las que me
mueven a pasar a delante, que a volver atrás lo comenzado.
Primeramente por la verdad, que hace perpetua cualquier historia y
ser esta escrita por el mismo Rey, y de su mano, con tanta curiosidad
y diligencia, que se entiende por relación de algunos de su tiempo,
que muchas veces, andando en la batalla, echaba la lanza a la
siniestra, y con la diestra tomaba la pluma para apuntar lo que
después en sus comentarios dilataba. Y aunque con duro y poco
elegante estilo (según el barbarismo de aquellos tiempos) pero con
tan cumplida verdad escrita, que de cuantas historias otros de él
escribieron se duda haya alguna más verdadera que la suya: y esto es
lo que a mí más me ha movido a emprenderla. Porque teniendo para
escribir, la verdad por guía, y el ánimo e inteligencia del mismo
Rey que la escribió por compañera, si la diligencia ayudare, confío
saldrá esta historia más clara que las otras, y que será de todos
muy bien recibida. Pues ansí como en las leyes escritas, cuya ánima
(según se dice muy bien) es la razón, y hallada esta se facilita la
declaración de ellas: de la misma manera en las historias militares,
si las secretas razones y causas que tuvo el capitán para dar luego,
o diferir la batalla, que son de grande peso y que solo él las
alcanza, el mismo las declara, es cierto que este tal, y quien le
siguiere, no solo ilustrará con más autoridad sus historias, pero
sin duda las dejará más fieles y verdaderas, que los demás, que
sin esta curiosidad, aunque con mejor estilo y elegancia las
escribieron. Demás de esto, no menos me anima, y lleva adelante mi
empresa la sencillez y llaneza de aquellos tiempos y la buena fe que
entre si trataban las gentes de guerra cuyo principal fin era
adquirir fama con honra: no con feas mañas, ni afrentosos ardides,
sino con verdadero esfuerzo de ánimo y abierta guerra. De aquí era
que pelear de cerca brazo a brazo, y encontrar escudo con escudo, se
tenía por mayor valentía que pelear de lejos, con menos honra y más
al seguro. Por donde era muy fácil a los escritores de los mismos
hechos, que se veen, colegir los ánimos e intenciones, que no se
parecen y con esto encomendar a la pluma la verdadera relación de
ellos. Vino deste tan continuo uso de pelear, y tener todo el ingenio
puesto en el ejercicio de las armas, que en aquella era las gentes
preciasen poco las letras, y mucho menos el artificioso y elocuente
modo de hablar: pues no solo carecían de la buena lengua Latina,
pero aun en la suya propia eran poco curiosos: y así la mezcla y
confusión de lenguas, que entonces había en los reynos de la
corona, hacía confuso y bárbaro el propio lenguaje de cada uno. De
donde al tratar
de las escaramuzas, para animar los soldados, usaban los Capitanes de
muy breves, aunque sentenciosas pláticas. Porque de estar tan
intentos en las cosas y mover las manos, hacían poco caso de las
palabras. Puesto que la brevedad de ellas con otra moderación de
cosas se recompensaba: pues no con tan excesivos y casi infinitos
gastos como en los tiempos de ahora, sino con harto moderados,
acababan muy grandes empresas de guerra, a manera de los
Lacedemonios, cuyo admirable valor y milicia tanto más crecía,
cuanto más en sus ejércitos y Reales se conservaba la templanza de
mantenimientos, con el sabio callar y brevedad de palabras, Y así
puede creerse, que de la mucha abundancia y demasiado hablar que
entre soldados se usa, y del mucho thesoro y vituallas que en el
campo sobran, nace no solo la flojedad de los soldados, pero se
acrecienta la avaricia de muchos Capitanes que miden la honra con el
tesoro, y no hay más fervor de guerra, de cuanto sobra el dinero.
Finalmente lo que más favorece para no dejar lo comentado, es la
verdadera religión y cristiandad de tan poderoso Rey como este, y su
total fin e intento que tuvo para destruir, y desarraigar de sus
reynos la perversa y detestable secta de los moros, por introducir el
santísimo nombre de Cristo, y su fe católica en ellos. Lo cual
mostró bien a la clara, así con la conquista de tres grandes
reynos, que sacó de poder de infieles, como con los dos mil templos
que mandó edificar en diversas partes, y dedicarlos a Christo y su
bendita madre: que solo esto obliga, a cualquier siervo de Dios, y a
mí su humilde sacerdote, a escribir su vida y hechos, como de un Rey
bueno y santo. Habiendo pues brevemente colegido el modo de tratar
las armas y uso de pelear de aquellos tiempos (lo que no sin causa se
ha dicho para mayor luz e inteligencia de lo que se sigue) vuelvo a
certificar al lector, como lo que aquí se contare, se ha sacado no
solo de la historia que el mismo Rey escribió de su mano, y de los
que en vida suya, como testigos de vista, escribieron de ella: pero
también nos hemos valido de la que los diligentes escritores de
nuestros tiempos han recopilado de los Archivos reales, que han
revuelto en
los tres reynos de la corona todo
para más declarar la verdad de esta historia, prefiriendo siempre la
mano del Rey a la de todos los demás:
por una principal razón
que a mi parecer es concluyente. Que si está por ley prohibido,
mentir delante del Príncipe, no se puede creer de un tan Cristiano y
católico como este, quisiese dejar los comentarios, que hizo para
fundamento de su eterno renombre y fama faltos de verdad, y para
siempre mentirosos. Mas porque vengamos al caso, antes que comencemos
a tratar de su admirable concepción y nacimiento: conviene
brevemente declarar lo que de sus ínclitos aguelos don Guillen de
Mompeller, y su mujer la Princesa Matilda hija del Emperador de
Constantinopla, y de sus célebres bodas se ofrece, con otros muy
grandes y extraños casos que a la sazón a los mismos acontecieron,
porque de este casamiento como de un honesto y gracioso repudio que
de Matilda hizo el Rey don Alonso de Aragón, comienza el Rey su
historia.
Capítulo
II, como el Rey don Alonso de Aragón habiendo enviado (imbiado) a
pedir por mujer la hija del Emperador de Constantinopla se casó con
la hija del Rey de Castilla.
Don Alonso el segundo
(comenzando de don Iñigo Arista) xii Rey de Aragón, y Príncipe de
Cataluña (los cuales dos
estados comprenden gran parte de la
España citerior, luego que por muerte de su padre el Príncipe Don Ramón sucedió en ellos, queriéndole ilustrar con matrimonio y
parentesco de los más principales del mundo, envió sus embajadores
a Constantinopla al Emperador Manuel que entonces reinaba, haciéndole
saber como deseaba casar con su hija la Princesa Matilda fin más
dote que su valor y persona. Pareciendo al Emperador bien la demanda,
por tener ya mucho antes entendido lo que Don Alonso valía, y la
grandeza de sus reynos y señoríos, junto con las esclarecidas
hazañas de sus Reyes antepasados, aceptó la embajada, y prometió
dar su hija por mujer
al Rey. Asentadas pues por ambas partes las promesas y capitulaciones
matrimoniales que se acostumbran, quedando a cargo del Emperador
poner la esposa dentro de la raya de España: los embajadores se
volvieron muy contentos, teniendo por muy concluido el matrimonio. En
este medio Don Alonso Rey de Castilla, llamado Emperador de España,
entendida la embajada que para casar con hija de Emperador había
hecho el Rey de Aragón a Constantinopla, no teniendo en menos su
Imperio que el de otros, le despachó sus embajadores, rogando le
tomase por mujer a su hija doña Sancha, pues en linaje, valor y
hermosura no había su par en el mundo. Y porque no desechase este
matrimonio por cualquier otro que se le ofreciese, le advirtió que
este mismo ya antes le había tratado el Príncipe don Ramón su
padre con el suyo, y por haber sucedido guerra entre ellos, había
sido antes diferido que deshecho: y así convenía que se efectuase
para más confirmar, y poner el sello en la concordia que poco antes
entre los dos se había hecho. Oída por el Rey de Aragón esta
embajada, olvidándose de lo que poco antes había tratado con el
Emperador Manuel, aceptó su ofrecimiento, y así fue luego traída
doña Sancha muy acompañada de Prelados y grandes de Castilla a la
ciudad de Zaragoza (çaragoça), cabeza del reyno de Aragón; adonde
fue muy suntuosamente recibida, y celebraron sus bodas con grandes
fiestas y regocijos lo cual se divulgó luego por todas partes, no
sin grande admiración de los que sabían de la primera embajada.
Capítulo
III. Que habiendo llegado la hija del Emperador a Mompeller, supo
como el Rey era casado con otra y lo que hizo el Señor de Mompeller
por casar con ella.
A esta sazón el Emperador Manuel, sin
tener alguna nueva de esta novedad y mudanzas del Rey de Aragón,
encomendó la Princesa su hija a dos principales Arzobispos de la
Grecia, con otros dos grandes del Imperio, para que acompañada con
mucha familia la llevasen a España a concluir el matrimonio con el
Rey: y puestos en camino, andadas ya diez provincias con muy grandes
trabajos y fatigas pasada toda la Francia hasta el Lenguadoque,
que dicen la Guiayna, llegaron a la insigne ciudad de Mompeller, que
llama Caesar Nitiobriga, y dista xxx millas de la raya de España, a
donde fue la Princesa con todos los suyos muy principalmente recibida
y hospedada por don Guillen Príncipe y señor de Mompeller y su
estado. El cual porque sospechó luego la causa de su venida, el día
siguiente significó a los Arzobispos y grandes Griegos como habían
llegado tarde, porque ya el Rey don Alonso de Aragón se había
casado públicamente y celebrado bodas con Doña Sancha hija del Rey
de Castilla, y que en la ciudad había muchos que se hallaron en
Zaragoza presentes a las bodas. Los Arzobispos y grandes que oyeron
tan triste nueva para su señora, quedaron extrañamente espantados,
y como atónitos de tan increíble novedad, y mucho más confusos de
verse tan apartados de sus tierras, y metidos en las extrañas, y con
esto muy faltos de consejo. Y así acudieron al mismo Príncipe, como
a fiel huesped, a quien después de haber contado las causas de su
trabajoso y largo camino; con tan triste suceso, que no sabían el
paradero de tanta calamidad y desventura, le rogaron que en tan
súbito y desastrado caso les aconsejase lo que convenía hacer: si
pasarían adelante a dar en rostro con la presencia de la primera
esposa,
a un tan inconstante y fementido Rey, o si seria mejor
dejarlo todo a Dios y volverse al Emperador: por cuanto estaban con
juramento solemne obligados que siempre que el matrimonio por algún
caso se estorbase, volverían su hija sana y salva a su presencia.
Como Don Guillen oyó esto, tomole muy grande la estima de la
desgracia de la Princesa, y comenzó a consolarlos y ofrecerles muy
de veras su persona y estado, más luego después en la misma plática
puso los ojos en la Princesa, imaginando entre sí, como de la mala
suerte de ella sacaría alguna buena para si, y respondió con grande
cautela, diciendo que se dolía mucho de la desgracia de su señora,
viéndola no solo desterrada tan lejos de su patria, pero muy
desamparada y burlada, maravillándose mucho de la inconstancia
humana, pues siendo la más principal virtud de los Reyes la
constancia, esta con la fe y palabra, se habían perdido en el Rey de
Aragón, cosa harto nueva. Y lo qué más sentía era quedar el
negocio tan enredado y confuso, que no se le descubriría ninguna
buena salida.
Mas porque hay muchas cosas que dado que de suyo
estén muy revueltas, las desenvuelve el consejo pidió se le diese
tiempo para pensar el remedio de ellas, consultándolo con los de su
consejo. Con esto se despidió de ellos, y convocó los más
principales hombres de la ciudad, y juntado el Senado, haciendo
entrar en él algunos principales mozos hijosdalgo (a los cuales
había secretamente descubierto su pecho y fin que llevaba, para que
lo esforzasen) puesto en medio de todos, refirió la plática que con
la Princesa su huéspeda,
y los suyos había tenido representando la
agonía y trabajo en
que estaban puestos; por la triste nueva que les había dado del
anticipado matrimonio y burla que el Rey de Aragón les había hecho,
después de tan largo y trabajoso camino que debajo su real fé y
palabra habían emprendido: y que por hallarse en tierras extrañas y
tan apartadas de las suyas no pedían socorro de dinero, sino de solo
consejo para aliviarse, y dar un honesto desvío a tan miserables y
nunca vistos infortunios: que para esto les había ofrecido dar todo
favor y consejo. Así que a todos los que allá estaban congregados
rogaba mucho le diesen consejo tal en este caso, que a su huéspeda
fuese útil y provechoso, y para él honroso: porque no dejaría de
emplear la vida con todo su estado por sacar de trabajo a una tan
principal señora. Aunque si del mismo hecho naciese alguna buena
ocasión que le conviniese tomar, con el consejo y favor de ellos, no
la perdería ni faltaría a su propia honra en proseguirla.
Capítulo IIII (IV)
Respondieron al señor de Mompeller los de su
consejo.
Oída por el Senado de Mompeller la proposición
hecha por el Príncipe don Guillé, con alguna inteligencia que con
las postreras palabras dio de su intención y ánimo, pareció a
todos, antes que ninguno declarase su parecer y voto en público,
platicar unos con otros sobre cosa tan nueva y ardua: pero temiéndose
Don Guillen que los Senadores viejos votarían muy al contrario de su
opinión y fin, mandó que votasen primero los mozos: cuyo parecer
fue en suma, que el consejo de Don Guillen pedía para su huéspeda,
lo tomase para si, porque parecía orden del cielo, que esta real
doncella, siendo enviada de su padre de tan apartadas tierras para
casar con el Rey de Aragón, fuese desechada de él, y que en esta
coyuntura Don Guillé se la hallase en casa. Y por tanto que sin más
consulta casase con ella: pues le era tan inferior en linaje y sangre
Don Guillen, que no descendiese de los Reyes de Francia sus
progenitores, y que con ser mozo de gentil edad y grandes fuerzas,
junto con su bella disposición de cuerpo, majestad de persona, y
hermosura de rostro, no representase un gran Príncipe y señor, y
con sus heroicas virtudes, no igualase con Príncipes y Reyes: ni
tampoco por desigualdad de señoríos y estado: pues estos no se ha
de medir, ni tener en más, por la grandeza y anchura de tierras, que
por su buen sitio fértil, alegre y deleitoso, cual es el de la
ciudad de Mompeller con todo su distrito: cuya benignidad de cielo, y
fertilidad de suelo, con la vecindad y trato del mar, iguala con las
más principales tierras del mundo. Demás que si esta señora se vee
cuan sola está, cuan desamparada, y sin ninguna dote y desechada,
hallará que en este matrimonio se le habrá trocado su mala suerte
en buena, y por tanto no se le debería dar lugar para hacer lo que
quisiese; sino claramente significarle como en solo aceptar este
matrimonio consiste toda su libertad, y reposo. Y en fin, con ruegos,
o con honestas amenazas, se procurase su consentimiento. Acabado de
decir este parecer por uno de los mozos más nobles que allí se
hallaba, fue por todos los de su edad y estado dado por bueno,
ofreciéndole todos juntamente a poner sus vidas y personas por la
ejecución de él. Con esto mandó Don Guillé que dijesen los demás.
Luego se levantó en pie uno del consejo, hombre anciano y de gran
prudencia, el cual no tanto por refutar, como por confirmar los
buenos motivos y razones del mozo, enderezado su plática a Don
Guillen, dijo de esta manera. Esclarecido Príncipe nunca yo pensara
que la acelerada deliberación de los mozos hubiera tan fácilmente
convenido con el maduro y bien pensado consejo de los viejos: porque
no solo no entiendo apartarme de su parecer y voto, pero ni por
ninguna vía contradecirlo, pues veo que una tan grande hazaña como
esta, que por consejo de los de vuestra edad emprendéis, aunque de
suyo sea atrevida y dudosa, por otra parte es tan señalada y
memorable, que por muchas causas os incita a emprenderla, y por muy
pocas, o ninguna debéis dejar de perseguirla. Porque si hay una sola
eficaz razón que os deba apartar de ella, por lo que sois por
derecho divino y humano obligado a amparar, y enviar el huésped que
habéis recogido en vuestra casa, de la suerte, y con la misma
salvedad que le recogisteis, ni es lícito a persona alguna
quebrantar la fe del hospedaje: con todo eso la ocasión de violarla,
por causa de reinar, es tanta, que no hay otra mayor: por ser casi
iguales con el reinar, los sucesos que de esta empresa se esperan.
Porque si deseáis señor llegar de
mediano Príncipe a supremo,
e igualaros con Reyes y Emperadores, ninguna tan buena ocasión como
esta se os puede ofrecer porque si casáis con esta hija del
Emperador, haced cuenta que tomáis como por esposa la esperanza del
Imperio, pues faltado Alexio sucesor de él, y único hermano de
esta, como es fácil, por el derecho de ella, venir a vos el Imperio:
así viniendo él, por su parentesco mereceréis ser tenido por uno
de los Príncipes del mundo, y por los hijos que tendréis
de
ella, emparentar con Reyes y Emperadores. Y si por ventura os
receláis de la injuria que en esto pensáis hacer al Emperador su
padre quiero que tengáis buen ánimo, y no penséis en tal:
pues
si la comparáis con la notable afrenta que ha recibido del Rey Don
Alonso, creedme que la vuestra será ninguna. Porque entre el
repudiado y aceptado matrimonio hay tanta diferencia, que cualquier
que toma por esposa la mujer repudiada por otro, no mira tanto por la
fama de la esposa,
cuanto por la honra de los padres de ella:
y
por esta causa los pone en muy grande obligación de reconocer tan
buena obra. Y ansí vos señor, no solo no ofenderéis mas aun
obligaréis muy mucho al Emperador con este casamiento. Por donde
valeroso Príncipe, esforzaos a proseguir lo comenzado: porque si la
fortuna ciega, e imprudente suele favorecer a los atrevidos
acometedores, teniendo vos de vuestra parte el maduro parecer y voto
de todos los de este ayuntamiento y Senado, como si fuese del cielo,
será bien que dejéis de acabar tan señalada empresa? Como el viejo
se encendiese en su decir, y con ardor más que de mozo, quisiese
pasar adelante su plática, fue luego con general conformidad del
senado atajado, ofreciendo todos a una una voz a Don Guillé de
servirle con cuanto valían y podían para proseguir tan señalada
hazaña.
Capítulo
V. Que resolviendo el Consejo casase el Señor de Mompeller con la
Princesa, se trató con ella y los suyos, y siendo contentos se
celebraron las bodas y parió una hija.
No se abrió la
puerta del consejo hasta que se determinó que la voluntad del
Príncipe, y deliberación del Senado, se pusiesen en ejecución; y
cerrada y puesta en armas la ciudad, dos principales del consejo
diesen por respuesta a la Princesa lo que se había determinado. Los
cuales se fueron para ella y los suyos, y después de haberles
relatado la consulta, concluyeron su embajada con decir, estaban el
Príncipe Don Guillen y el Senado tan firmes en su deliberación, que
ya no había lugar para escapar de sus manos, ni salir de la ciudad,
sino tomando por único remedio el casamiento; para que todos
quedasen en libertad. Como oyeron esto la familia y criados de la
Princesa, dieron grandes voces con extraños alaridos por ello,
diciendo, que cómo se podía sufrir entre Cristianos cosa tan fea,
tan bárbara, y tan inicua? Habiéndose hospedado su señora debajo
la buena fee
y palabra del Príncipe de la tierra, tratar contra ella uno de los
más feos y atrevidos casos que se podía intentar entre Alarabes?
Empero como aprovechasen poco sus voces, ni tuviesen forma para
librarse de las manos del Príncipe y gente armada, que ya los tenían
rodeados; y ni les diesen lugar, ni tiempo para consultar con el
Emperador; tuvieron entre si consejo, y determinaron de dos males
escoger el menor y salvar la honra de su señora por vía de honesto,
aunque desigual, casamiento, por no dar lugar a que con violencia y
fuerza se le siguiese alguna desgracia, y así habido el
consentimiento de ella, acordaron de tratar con Don Guillen, al cual
por tan atrevido acometimiento, ya le tenían en mucho más y por
hombre de hecho, y pues se había de venir a negocio de matrimonio,
pidieron que prometiese por si, juntamente con el Senado y pueblo de
Mompeller, y se hiciese decreto por todos, que cualquier hijo, o hija
que naciese de este matrimonio sucediese por heredero de la ciudad de
Mompeller con todo su distrito. Aceptado el concierto por Don
Guillen, y loado por los demás, fue luego trocada la tristeza y
lágrimas en muy grande regocijo y alegría, y con la gracia del
Spiritu sancto se celebraron las bodas llenas de toda honra y
concordia, y se hicieron muchas justas y torneos por la caballería
de Mompeller y de otros pueblos y ciudades comarcanas, que
concurrieron a ver la hija del Emperador, y gozar de tan insignes
fiestas y regocijos, con mucho contentamiento de los grandes y gente
Griega, pues por lo que veían (vian), ya no pensaban haber mal
negociado. Los cuales despidiéndose con muchas lágrimas de su
señora la Princesa, se pusieron en camino para Constantinopla;
adonde llegados ante el Emperador, le contaron muy por entero los
grandes trabajos, peligros, e infortunios que con la Princesa habían
hallado, junto con el suceso de todo. De lo cual el Emperador quedó
muy alegre y satisfecho, por la buena relación que del valor y
persona de don Guillé y de su estado le dieron, y más por quedar
contenta la Princesa. Por todo alabó mucho a Dios, y a los Prelados,
y grandes agradeció mucho su trabajo y prudencia, de la cual entre
tantas variedades y mudanzas de fortuna, tan cuerdamente se valieron.
Tuvo al cabo del año cartas de la Princesa como había parido una
hija, la cual por capitulación hecha y firmada por el Senado y
pueblo de Mompeller, había de suceder en el estado.
Capítulo VI. De la poca fé que el señor de Mompeller tuvo con la
Princesa su mujer, y como viviendo ella se casó con otra.
Después
de pasado el regocijo de las bodas, y de haber parido la Princesa una
hija que llamaron doña María, la cual con mucha gracia de todos los
vasallos fue aceptada por sucesora, y
señora del estado: diremos
lo que hizo don Guillen contra la Princesa su mujer, y lo mucho que a
sí mismo faltó; porque se vea la inconstancia y poca fe humana
adonde llega, junto con el abominable vicio de la ingratitud, que usó
contra su propria carne y heredera. Y asimismo el desordenado
apetito, y disoluta vida que de allí adelante tuvo Don Guillen:
siguiendo la natural condición de los hombres carnales: los cuales
cuanto más apetecen la cosa, y con más codicia la desean, tanto más
después de alcanzada la desprecian, y por la hartura que de ella
tienen, buscan la variedad dejándose llevar tras ella. Ansí acaeció
a don Guillen, a quien, siendo de mediano estado, no le bastó haber
casado con hija de Emperador, que venía a casar con Rey, y tener
hijos de ella: sino que vencido de su apetito, no solo se apartó de
su mujer, pero en vida de ella se casó con otra que llamaban Ynes de
España, de quien tuvo tales hijos, que acometió el mayor de alzarse
con el estado, y excluir de la
herencia a doña María su hermana,
siendo verdadera señora de ella:y sobre esto formó gran pleito
delante del sumo Pontífice contra la misma, la cual compareció
luego por su procurador y (como después diremos) fue en persona a
Roma a defender su causa, hasta haber tenido sentencia del mismo
Pontífice por la cual fue dado el estado a ella, y al Príncipe don
Iayme su hijo: como más adelante contará su historia, la cual pues
nos llama para hablar de él, digamos con brevedad por agora las
cosas que en este medio pasaron en Aragón, y Cataluña, pues son a
propósito de la misma historia.
Capítulo
VII. De la muerte del Rey don Alonso, y de los hijos que tuvo, y cómo
dejó a don Pedro los Reynos de Aragón, y Cataluña, el cual salió
en favor del Rey de Castilla contra los Moros, y cobró a Cuenca.
Pasados muchos años después que el Rey Don Alonso de Aragón
con mucha concordia hizo vida con doña Sancha su mujer, y tuvo de
ella al Príncipe don Pedro con otros hijos (como aquí diremos)
acaeció que visitando sus Reynos, hallándose en Perpiñan pueblo
muy principal del Condado de Rosellón, adoleció de una grave
enfermedad, de la cual murió, y fue llevado su cuerpo con pompa real
al monasterio de nuestra señora de Poblet, de la orden de los
Bernardos, que está cerca de la ciudad de Lérida, a medio camino de
la de Tarragona, y es hoy una de las más ricas y
principales
casas de la Europa: la cual había fundado el Príncipe don Ramón
padre de don Alonso, y magníficamente dotado de muchos campos, y
lugares, de joyas y riquezas grandes, por hacer
en él sepultura
para si y para todos los Reyes de Aragón sus descendientes, como a
la verdad se sepultaron en él, hasta que pasaron a reinar a
Castilla. Celebráronle sus exequias con grande pompa, y
lamentaciones en la ciudad de Zaragoza: como lo mereció por su gran
valor y heroicas virtudes, tanto que por su continencia de vida le
llamaron el casto. Dejó tres hijos de doña Sancha, don Pedro, don
Alonso, y don Fernando, con cuatro hijas. Don Pedro que fue el mayor,
sucedió en el Reyno de Aragón, y Principado de Cataluña, con los
Condados de Rosellón, y Pallâs,
los cuales no de principio, sino con el tiempo, por testamento se
juntaron con la casa real. Don Alonso sucedió por testamento en el
Condado de la Proença
de la Aquitania, que llaman Guiayna. Don Fernando, el más pequeño
fue por su padre dedicado a religión en el monasterio de Poblet. De
las hijas la mayor que fue doña Constanza casó con Emerico Rey de
Hungría (Vngria), el cual muerto, volvió a casar con Federico
Emperador y Rey de Sicilia. Doña Leonor, y doña Sancha casaron con
los Condes de Tolosa padre e hijo. La última llamada doña Dulce,
entró en Religión en el monasterio de monjas de Xixena, de la orden
de sant Iuan del Hospital de Hierusalem, edificado y dotado por los
mismos Reyes don Alonso y doña Sancha, junto a la insigne villa de
Sariñena del Obispado de Huesca. No se puede dejar de hacer especial
mención de las mujeres en las historias, porque mejor se entiendan
las afinidades, y parentescos que por ellas vienen a las casas
Reales. Sucediendo pues Don Pedro el II en los Reynos de Aragón y
Cataluña, con los demás estados (salvo el condado de Rosellón, que
con ciertos pactos quedó en don Sancho hijo del Príncipe don Ramón,
y hermano del Rey don Alonso) siendo jurado por Rey con grande
aplauso de todos sus vasallos: y jurados por él todos los fueros y
privilegios concedidos por sus antepasados a los dos Reynos: tuvo
nueva como los Moros de Granada, y Andalucía, habían entrado por la
Carpetania adelante, que agora es el Reyno de Toledo, y tomado y
saqueado de presto algunos pueblos del Rey de Castilla, que
confinaban con el Reyno de Aragón. Por donde antes que pasasen más
adelante, juntó su ejército con el de Castilla, y dando sobre los
Moros, hicieron tan grande estrago en ellos, que no solo les quitaron
la presa que habían hecho, pero los echaron de la tierra, y cobraron
de ellos a Valeria, antigua ciudad de los Carpetanos, que agora
llaman Cuenca. De donde se volvió el Rey Don Pedro con grande
triunfo de esta victoria para Zaragoza.
Capítulo
VIII. De las causas porque se fue a la Provenza donde él y el Conde
su primo se casaron hubieron sendos hijos.
Residiendo el Rey
en Zaragoza, juntamente con la Reyna doña Sancha su madre, a quien,
o por su viudedad (biudez), o por haberlo dejado así en testamento
Don Alonso su marido, le quedaba cierta manera de mando y presidencia
en los Reynos, acaeció que con esto la Reyna iba
a la
mano al Rey en las cosas del gobierno.
Lo cual fue ocasión para haber alguna rencilla entre ellos. Pues
como ayudasen a encender el fuego los criados por sus particulares
intereses, vino a tanto el negocio, que si no se interpusieran los
señores y principales del Reyno a concertarlos, hubiera el Rey
acometido de echar a su madre fuera de él (fuera
del). Mas por quitarse de tan mala
ocasión y enojos, se partió para la Provenza, a ver al Conde Don
Alonso su hermano, al cual halló puesto en bandos contra el Conde
Folcalquier sobre ciertas diferencias antiguas que había entre
ellos, y los concertó, restituyéndolos en toda buena amistad y
alianza. Hecho esto, el Rey y el Conde como mozos de poca edad, y que
conformaban mucho en las intenciones y costumbres de vida, por ser
muy dados a mujeres, escogieron sendas doncellas de las que hay en la
Provenza hermosísimas, señaladamente en la ciudad de Marsella,
mujeres de mediana condición, y de tal manera se enamoraron, que se
casaron clandestinamente con ellas, y luego les nacieron sendos
hijos, el primero fue del Rey, al cual puso nombre Ramón Berenguer,
como el Príncipe su abuelo, y este con su madre murieron luego. De
cuyas muertes al Rey no pesó mucho, por lo que entendió había
hecho en Aragón muy gran sentimiento los pueblos por este
casamiento, y nacimiento de Príncipe: y mucho más los grandes del
Reyno: pero sobre todos lo sintió más la Reyna su madre, la cual
por esto propuso en su ánimo de en volviendo el Rey conformarse con
él, para mejor poder entender en casarle de su mano. Finalmente Don
Alonso el Conde puso al suyo el mismo nombre de Ramón
Berenguer.
Este sucedió después a su padre en el Condado aunque
fue desgraciado como se dirá adelante.
Capítulo IX. Como el Rey pasó a Roma y se coronó por mano del
Pontífice, y del Tributo que impuso sobre sus Reynos en favor de la
sede Apostólica.
Viéndose
el Rey libre del inconsiderado matrimonio, con la muerte de la mujer
e hijo, como fuese valeroso, y muy codicioso de honra, y también muy
rico, por la mucha suma de dinero que a la sazón le habían traido
de sus Reynos: determinó de ir a Roma a coronarse Rey, por mano del
summo Pontífice. Lo cual con muy grande aparato y suntuosidad puso
luego en ejecución, llevando consigo algunos principales de sus
Reynos, los cuales llamados vinieron a acompañarle muy en orden,
como se requería para tal jornada. Partido del puerto de Marsella
con diez galeras que hizo venir de Barcelona, arribó a Genoua, y de
ahí continuando su viaje por la costa de Italia, llegó al puerto de
Ostia, doce
millas de la ciudad de Roma, y subiendo con las galeras por el río
Tiber arriba, fue honrosamente recebido
de algunos Señores de Italia que residían en Roma. Llegó allí el
Senador con el pueblo Romano, y le entraron por la
puente, que agora llaman de Sixto, en
la ciudad, y fue llevado como en triumpho
a sant Ioan de Letran, a besar el pie al Papa Innocencio tercero, del
cual fue muy amorosamente recibido, y opulentísimamente aposentado.
El día siguiente, como ya el Rey hubiese suplicado al Pontífice y
Collegio de los Cardenales por su real coronación, el Papa vino a la
iglesia de sant Pancracio fuera de los muros de Roma, adonde, según
el antiguo uso y cerimonia,
recibió de nuevo al Rey con mucha pompa y solennidad,
acompañado como antes del Senador y pueblo Romano. Fue en este
templo por Pedro Obispo y Cardenal de Portu,
(de cuyo districto
se dice es la iglesia de sant Pancracio) ungido con el olio santo, y
la corona real impuesta en su cabeza por manos del Pontífice, con
las insignias reales. Luego con juramento solemne se obligó, y
prestó la obediencia por si y sus reynos al Pontífice, y a la
Sancta Sede Apostólica. De allí vuelto al Vaticano donde está el
sumptuosisimo
y devotísimo Templo de sant Pedro, dejó las insignias reales, y
tomando la espada de la mano del Pontífice, fue armado caballero
(cauallero). Esta fue la causa porque el Rey Don Pedro hizo al reyno
de Aragón tributario a la sede Apostólica, y prometió por si y sus
descendientes los Reyes, dar cada año en nombre de tributo
doscientos y cincuenta mahozemutos
de oro: teniendo en mucho más la merced que el summo Pontífice le
había hecho, en darle la corona real de su mano, con el título de
católico. Esta moneda fue batida en España por Iuceff Mahozemuto
gran Almanzor, que quiere dezir Emperador de los moros de España, y
valía cada mahozemuto
seis sueldos, como tres reales. Entonces concedió el mismo Pontífice
a los Reyes de Aragón privilegio, para que de ahí (de
a y) adelante pudiesen tomar la corona
real por mano de los Arzobispos de Tarragona, en la ciudad de
Zaragoza: con pacto y condición, que siempre se diese a la sede
Apostólica el tributo por el Rey Don Pedro prometido. De esto se
sintieron mucho, y se quejaron al Rey los grandes y ricos hombres del
reyno, y también las ciudades y villas reales, porque de libres y
exemptos
los había hecho pecheros,
según hace de todo esto larga relación el cronista (coronista)
Gerónimo Zurita (çurita) en sus annales Españoles e Índices
latinos.
Capítulo
X. Como volvió el Rey de Roma a Zaragoza, y de los modos que la
Reyna su madre tuvo para casarle con la señora de Mompeller, y como
fue allá.
Acabadas ya las fiestas de su coronación, el Rey
se despidió del Pontífice y Cardenales, y con mucha gracia del
pueblo Romano, con quien el día de su coronación se mostró muy
liberal y magnífico se volvió con la misma armada por mar, y
desembarcó en el puerto de Colliure en Cataluña. De allí se fue a
Zaragoza, donde con grande triunfo fue recibido. Luego los
principales de su consejo propusieron, que para beneficio y quietud
de sus reynos convenía mucho casarse, y dejar sucesor y heredero: y
para esto considerase la gran dignidad de su persona real, y que no
se sufría
tomar mujer sino de ygual
sangre y digna de tal marido. De lo cual la Reyna Doña Sancha, que
ya se había confederado con el Rey, tenía muy grande cuidado, y
había pensado en la que le convenía escoger por nuera, pues aunque
se ofrecían algunos buenos matrimonios con hijas de Reyes, y con
sucesión de reynos, como el de Chipre, y otros: a ella no le parecía
bien ninguna, teniendo puestos los ojos y el alma en Doña María
Princesa de Mompeller. La cual poco antes, muerto Don Guillen su
padre había quedado legítima heredera, y absoluta señora de la
ciudad y estado, a esta deseaba la Reyna por nuera, y mujer del Rey
su hijo, no tanto por su valor y estado, ni por ser de sangre
imperial, cuanto por algún escrúpulo de conciencia que la
atormentaba, acordándose del agravio pasado, hecho por Don Alonso su
marido contra Matilda hija del Emperador de la Grecia, madre de Doña
María: y de los desacatos y mal tratamiento que su marido Don
Guillen usó con ella, que todo lo refería la Reyna a su propria
culpa, y pensaba repararlo con este casamiento de los hijos de ambas:
puesto que en publicarse este matrimonio, no faltó quien
secretamente dijo a la Reyna mirase muy bien lo que hacía: porque
había muy grande sospecha de Dona María, era secretamente casada
con otro marido, y que tenía dos hijas de ella. La Reyna como fuese
magnánima, y muy porfiada en llevar adelante lo que pretendía, no
solo no dio fé a lo dicho, pero mandó a los que se lo habían
revelado, lo tuviesen muy secreto, y comenzó a dar más priesa
a lo comenzado, temiéndose, que andando este rumor por la Corte, los
grandes, y los del consejo real, no diuertiesen
al Rey de este casamiento. Por eso procuró con mucha
arte y maña de atraerlos a todos a su
parecer, mandando sembrar por el pueblo muchas razones, con las
comodidades provechosas en favor del matrimonio que convenía mucho
al Rey aceptarlo, aunque poco después de concluido, la Reyna padeció
mucho, y pagó la pena de su apresurado deseo: o por el
descontentamiento que del matrimonio el Rey tuvo, o por causas
antiguas, con las cuales se renovaron los enojos y rencillas pasadas
contra la Reyna: en tanta manera, que hasta que murió le duraron.
Así que viniendo bien el Rey en el concierto, los grandes, y
aficionados a la Reyna, por contentarla, loaban el matrimonio con
cuantas razones podían, diciendo que sucediendo el Rey en el
Principado de Mompeller, con ser tierra fuerte y gente belicosa, no
solo aprovecharía mucho para la confederación del condado de
Rosellón su vecino, pero también a los pueblos comarcanos de la
Provenza, y que convenía mucho más por el grande lustre del
imperial parentesco, que con este matrimonio ganaba la casa real de
Aragón, por ser Matilda hija del Emperador de la Grecia, y madre de
doña María: la cual como hija de Emperador, se podía llamar
Augusta (que es título de las Emperatrices) siendo Reyna de Aragón,
para mayor honra y decoro de sus hijos y descendientes. Estas y otras
razones sembradas por el pueblo movieron tanto los ánimos de todos
(por ventura por lo que Dios obraba en este matrimonio) que después
de haberlo consultado con doña María de Mompeller, y en venir bien
ello, el Rey partió muy acompañado de prelados y principales del
reyno para Mompeller, y siendo con grande triumpho recibido de los
Regidores y pueblo, celebró sus bodas con doña María con muy
grande solemnidad y fiestas, para que de aquí saquemos, que no fue
por artificio, ni saber humano, sino por especial obra de la divina
mano, que lo rige y dispone todo suavemente, que con un mismo acto,
no solo la injuria hecha al Emperador, pero la afrenta de su hija,
por la inconstancia del Rey don Alonso, quedasen recompensadas: y con
solo el matrimonio de los hijos de ambas partes, enteramente
restituida la honra a cada cual de ellas. Mas porque el fruto
verdadero de las bodas, y matrimonio, es la generación y
descendencia, digamos de la nunca pensada, y milagrosa concepción de
nuestro gran Rey don Iayme.
Capítulo XI.
De la notable invención y arte que la Reyna doña María usó
viéndose tan despreciada del Rey, para concebir de él.
Conforman
todos los historiadores antiguos y modernos en contar la extraña
concepción y nacimiento del infante don Iayme: puesto que en el modo
y discurso de cada cosa, y como
ello paso, discrepan en algo,
pues los unos lo pasan breve y sucintamente, por más honestidad,
como la propria historia del Rey: otros cuentan muchas y diversas
cosas sobre ello, porque son amigos de pasar por todo, y es cierto
que convienen todos con el Rey, y como está dicho, en solo el modo
difieren. Por tanto tomando de cada uno lo más probable y menos
discrepante, nos resolvemos en lo siguiente. No mucho después que el
Rey celebró sus bodas con doña María su mujer, y se partió con
algún descontento de ella. o porque ya tuviese alguna noticia de su
primer casamiento, o porque de ser el Rey de su costumbre aficionado
y perdido por mujeres la
menospreciase, o en fin porque fuese
Dios servido, que por los mesmos trabajos que pasó la madre pasase
la hija, padeció con él grandes fatigas, y vivió siempre con
sobresaltos y angustias, pues aun con ser ella hermosa y honestísima
no solo la despreciaba, pero así desenfrenadamente se enamoraba de
otras, y le volvía el rostro, que por no hacer vida con ella se iba
de pueblo en pueblo, y cuando le acontecía estar con ella, nunca de
sus doncellas y damas partía los ojos hasta que con grandísima
afición los puso en una hermosísima y honestísima viuda, a quien,
muerto su marido en Mompeller los parientes, que eran gente muy
noble, la encomendaron a la Reyna, para que debajo su amparo y
recogimiento conservase su buena fama y persona. Sintiendo esto la
Reyna y considerando lo que de aquí se podía seguir, para quedar
ella perpetuamente sin hijos, y en desgracia de su marido, y que de
la misma manera que a su madre se le daría repudio y aun peor,
determinó de mirar por si, y salir de Mompeller a una aldea cerca,
que se decía Mirauall, lugar ameno y deleitoso, a la ribera de la
Garona, y llevó consigo a la viuda para mejor guardarla del Rey, y
pasar su ausencia en aquella soledad con paciencia. Pero como temiese
que aquella ausencia, no fuese lazo y ocasión del repudio, determinó
de ganarle por la mano, y en aquellos mismos enredos se le aparejaban
tomar al Rey, mayormente por tan buen medio como halló para ello, en
un criado del Rey muy su privado, y tercero en los amores de la
viuda, que la solicitaba muy disimuladamente.
Pues como la Reina
un día hallase a este criado en un rincón de la sala hablando muy
en puridad con la viuda, llegada a ellos, con voz baja, aunque muy
airada, le dijo. Tengo tan grande ira contra ti, traidor malvado, que
si la maldad que agora tratas de hacer contra la honra de palacio, no
fuese mayor contra mí que contra el Rey mi marido, días ha que ante
sus ojos, por muy privado suyo que seas, te hubiera mandado hacer mil
pedazos, porque pasases por el merecido castigo de tu desordenado
atrevimiento; con todo esto, pues tú eres mandado, y osas an
aventurar la vida por servir a tu Rey mi señor, aunque en ello me
haces notable injuria, digo que por no darle disgusto yo me olvidaré
de ella, y seguiré en todo su voluntad y apetito, y que pues te veo
tan puesto en los amores de esta viuda, (pues así lo quiere mi
fortuna ) no le contradiré: antes tomaré los hijos que hubiere de
ella, por míos propios, como de criada mía, y de mi marido, y me
los prohijare: solo que se tenga cuenta con la honra de esta viuda
por ser mujer principal y bien nacida, a la cual ni ha de ver el Rey,
ni ser visto de ella, y me prometas de tener muy secreto lo dicho y
hecho, y que por
ninguna vía se entienda haber yo consentido en
ello. Como oyó esto el criado del Rey, cuyo camarero era, holgose en
extremo, por ver a la Reyna tan súbitamente de muy airada vuelta en
su favor, y también encaminados los amores del Rey. Con esto se
partió a la hora para Latès pueblo pequeño, donde el Rey estaba a
dos leguas de Miravall, y le contó por orden todo lo que con la
Reyna había pasado: lo cual al Rey plugo mucho: y más de que el
concierto fuese para luego.
De manera
que el Rey, o solicitado por el camarero, o rogado por un principal
barón de Mompeller, a quien la historia Real nombra Guillé Alcala,
fue a prima noche a Mirauall a verse con la Reyna, llevando consigo
al mismo Alcalá, y llegando, fue con grandísima alegría recibido
de la Reyna; a quien también se mostró él con rostro muy afable y
alegre, y se puso a cenar y a conversar muy regocijadamente con ella:
no consintiendo la Reyna que otri
que sus damas les sirviesen a la mesa, la cual levantada, comenzó el
Rey a mirar una a una, como solía, a todas las damas, y como no
viese su amada viuda entre ellas, creyendo estaría retirada para
mejor prepararse y hacer bueno el concierto, fingió sueño, e hizo
señal al camarero que le guiase a la cama, y puesto en ella, aguardó
muy atento, hasta que vencido del sueño se adurmió,
y a la hora la Reyna su verdadera y casta mujer fingiendo ser la
viuda, entró en la cama con su propio marido, y por la mañana antes
que el Rey se levantase mandó abrir las ventanas y llamar a Guillen
Alcala, que aguardaba ya en la antecámara, entrase dentro, para que
pudiese en algún tiempo testificar como había visto en una cama
juntos al Rey y a la Reyna. De donde se levantó el Rey con alguna
cólera, y luego se fue para Lates, y con todo lo hecho, siempre
estuvo muy esquivo y diferente de la voluntad y bien querer de la
Reyna, tanto que poco después hizo público divorcio con ella como
adelante diremos.
Capítulo
XII. De la batalla de Úbeda (Vbeda) donde Vencieron los Reyes de
Castilla, Navarra y Aragón a doscientos mil Moros.
A esta
sazón que el Rey salía de Miravall, fue llamado para acabar el más
alto y más esclarecido hecho de armas que nunca se le ofreció, para
ganar con él mayor fama y gloria, que todos sus antepasados. Porque
partiéndose para Cataluña en llegando a Barcelona recibió cartas
de los Reyes de Castilla y de Navarra, avisándole como había pasado
de África a la Andalucía innumerable ejército de Moros, los cuales
juntados con los de Granada, Portugal, y Valencia llegaban a
doscientos mil, con ánimo, según publicaban, de conquistar de nuevo
toda la España. Por lo cual le rogaban que por el bien común suyo y
de toda la Cristiandad, no dejase de venir luego con el mayor
ejército que pudiese a Toledo, donde los hallaría ya puestos en
orden con todas sus gentes para la general defensa de España.
Entendido esto por el Rey, luego mandó publicar guerra contra moros
por todos sus reinos y señoríos, mayormente por Cataluña, donde se
le ofrecieron todos con gente y armas, y más con el tributo del
bouage que
era como después declararemos. Un tanto por cada cabeza de ganado.
De manera que siendo pregonado sueldo contra moros, sacó de los
reynos
de
Aragón, Cataluña, Mompeller, y la Provenza un ejército
poderosísimo de hasta veinte mil infantes, con tres mil y quinientos
caballos entre hombres de armas y caballos ligeros, los cuales
llegados a Toledo, y juntados con los ejércitos de Castilla y
Navarra, fue fama que llegaron a cien mil infantes y diez mil
caballos. Con esta gente y tan formado ejército fueron a buscar al
de los moros en la Andalucía hacia el barranco Mariano: a las navas
de Tolosa, que dicen, donde los Moros habían asentado su real: y sin
más aguardar, les dieron la batalla, la cual duró muchas horas, y
fue dudosa por ambas partes hasta que con las fuerzas e industria del
ejército Aragonés que servía
de retaguardia (según el
Arzobispo Don Rodrigo lo cuenta en su Historia) la victoria vino a
declararse por los Cristianos, y fue en ella herido el Rey don Pedro,
aunque no de muerte. En esta batalla, conforman todos los que
escribieron de ella haber sido muertos cien mil moros y
que los
demás con el Miramamolin huyeron desamparando el real, el cual fue
dado a saco por los Cristianos, y tomadas las riquísima tiendas del
Miramamolin, con infinitos despojos. Esto fue todo por la liberalidad
y magnificencia del Rey de Castilla don Alonso el viii,
repartido
entre los ejércitos de Aragón y
Navarra que con grande gloria y triunfo de esta victoria se volvieron
a sus reynos: y por los milagros en ella vistos, se instituyó por
toda España la fiesta y solemnidad del triunfo de
la Cruz.
Capítulo
XIII. Del nacimiento del Príncipe don Iayme, y de los extraños
misterios que en su bautismo acaecieron.
En este medio la
Reyna doña María, a quien dejamos en Miravall, deseando que llegase
a bien la real esperanza que del Rey su marido se hallaba en su
vientre depositada, se encomendaba muy de corazón a Dios nuestro
Señor, y a su bendita madre, con sus santos Apóstoles, acrecentando
su devoción con muy grandes obras de caridad y religión, siendo muy
larga y liberal para los pobres, y muy magnífica con las iglesias y
monasterios de religiosos, para que por todos se encomendasen sus
cosas a Dios: tomando con grande paciencia la extrañeza y crueldad
del Rey, y consolándose con el fruto de bendición que esperaba, en
quien tenía puesto todo su descanso hasta que llegó el tiempo del
parto, para lo cual se preparó muy de propósito, como menester era,
para hacer fé y testimonio del buen suceso. Por esto partió de
Miravall y entró en Mompeller, y se aposentó en el palacio de los
Tornamiras,
por ser casa grande, y de muy ricos aposentos: a donde mandó juntar
todos los principales ciudadanos con sus mujeres, para asistir y
hallarse presentes a su parto: del cual con el favor divino nació un
infante muy formado y bellísimo, el primer día de Hebrero
en la noche, año del virginal parto (como dice la historia Real) M.
cc viii, que era día celebrado con ayuno y vigilia de la fiesta y
purificación de la virgen y madre de Dios nuestra Señora.
Cuando
comúnmente por todas las iglesias de la Cristiandad, con mucha
solemnidad se bendicen las velas de cera para ilustrar los
sacrificios divinos. Esa misma noche del nacimiento, el recién
nacido niño fue por mandato (mandado) de su devota madre llevado a
la iglesia mayor de la ciudad, acompañado de todo el pueblo que no
cabía de regocijo, para solo hacer infinitas gracias a nuestro
Señor, y a su gloriosa madre por tan próspero parto, y acaeció
entrar el Infante por la iglesia, pasada la media noche, al punto que
los Canónigos celebraban los maitines, y entonaban en voz alta el
cántico Te Deum laudamus,
a donde hechas gracias, y pasando a otro templo que llaman de sant
Firmin, en el cual así mismo celebraba los maitines, se siguió (lo
que también se tuvo a milagro) que llegó a entrar, al tiempo que en
alta voz comenzaban el cántico Benedictus Dominus
Deus Israel.
Mas determinando la Reyna que el mismo día de la Purificación fuese
el niño bautizado, y pensando sobre cual de los doce Apóstoles le
daría su nombre, mandó traer doce velas de cera blanca de igual
peso, y una misma hechura, las cuales ofreció a los doce Apóstoles,
en cada una escribiendo el nombre de uno, y encendidas todas juntas,
con propósito de que si alguna durase más que las otras, fuese el
nombre del Apóstol, a quien la vela estaba dedicada, impuesto al
niño, y allí acabadas de consumir las otras, la del Apóstol sant
Iayme, o Santiago (que todo es uno), quedó encendida, y luego fueron
al templo, y bautizado el niño le fue como del cielo impuesto el
nombre de Iayme, para que a imitación del glorioso Apóstol patrón
de España, que echó de ella la gentilidad con la introducción de
la ley Evangélica: así don Iayme echase la secta Mahometica de los
reynos por él conquistados, y los sujetase al Evangelio y nombre de
Cristo. Todas estas cosas maravillosas que acaecieron en el
nacimiento del Príncipe don Iayme, como señales de un gran Rey
causaron en doña María su madre grandísima admiración para que a
imitación de la soberana María Reyna de los Ángeles las observase,
como misterios, y en su alma confiriese lo que de tan altos
principios se podía esperar. Porque no era muy diferente de la
tiranía de Herodes en la persecución del niño Iesus, y de su madre
bendita, lo que a don Iayme acaeció, cuando siendo muy tierno,
estando en la cuna (como el mismo lo escribe) le cayó una gran
piedra sobre ella (no se sabe si acaso o echada por alguno que
pensara muerto él, reinar) y aunque con grande estruendo rompió la
cuna quedó el niño sano, y sin lesión alguna. también por lo que
fue después perseguida la madre de sus hermanos, puesto pleyto
contra ella, por quitarle el estado, y que por esto, como se dirá,
fue forzada huir a Roma, y sufrir tan gran dolor como padeció
dejando a su queridísimo (carísimo) hijuelo tierno, de cuatro años,
tan apartado de sí, y que después viniese a poder de sus enemigos,
aquellos que le mataron al padre: de los cuales tanto más se había
de recelar no matasen al hijo, por que faltase quien vengase al mismo
padre.
Capítulo
XIIII (XIV). Como el Rey puso divorcio con la Reyna, y del pleito de
sus hermanos contra ella, y como fue a Roma y hubo sentencia en favor
contra todos.
Desde que el Rey se partió de Mirauall, nunca
después hallamos que volviese a verse con la Reyna, ni bastó su
felicísimo parto, ni su gran paciencia, para ablandar tan duro
pecho, y que dejase de perseguirla tan a la descubierta, que vino a
hacer divorcio con ella. Y no paró hasta que la causa del divorcio
se remitió a Roma al mismo Pontífice Innocencio III, dando por
suficientes causas que doña María antes que casase con él había
consumado matrimonio con el Conde de Comenge en Guiayna, y tenido dos
hijas de él y que siendo este mismo vivo,
sin haber sido apartada de él por autoridad de la iglesia ni dado
por nullo
el matrimonio había contraído el postrero. Mas añadió por causa
de nulidad de su parte que antes de haber consumado el matrimonio con
doña María había carnalmente conocido una prima hermana de ella.
Lo cual entendido por el summo Pontífice cometió luego el
conocimiento de la causa a los principales Prelados de la Guiayna
reservando a si la decisión y sentencia que se había de dar sobre
ella. Pero prevaleciendo el poder y favor del Rey, y conociendo doña
María que su causa iba mal, determinó de recurrir (recorrer) al
mismo Pontífice, y declararle las causas que en descargo suyo y
firmeza del matrimonio tenía, las cuales en suma fueron. Como
forzada ella y amedrentada por las amenazas de muerte que don Guillen
su padre le hizo, hubo secretamente de contraer matrimonio con el
Conde de Comenge, con el cual tenía parentesco y que no se hubo
jamás gracia ni dispensación del Papa para poder legítimamente
casar con él. Y también que era muy notorio como el mismo Conde, al
tiempo que se casaron, estaba ya públicamente casado con dos
mujeres, ambas viudas (biuas), la una llamada Guillerma Barcen: la
otra hija del Conde de Bigorra, y que de las dos tuvo hijos. Toda
esta verdad del hecho bastantemente probada, se envió a Roma muy
autenticada y sellada, a darse en proprias manos de su Santidad. Pero
pareciendo a doña María, que tenía otras más justas causas para
impedir el divorcio,
las cuales no se podían descubrir sino a
sola la persona del Pontífice y también porque el favor del Rey
prevalecería en Roma, ausente ella, determinó de ir allá en
persona, para más bien de su carísimo hijo, el cual dejó
encomendado al gobernador de Mompeller para que hiciese de él a
voluntad del Rey: y ella bien acompañada llegó a Roma, a donde fue
muy honradamente recibida y tratada como Reyna, del Pontífice y
Cardenales y de todo el Senado y pueblo Romano. Y luego después de
oída su información particular, con las demás ya dadas, y muy bien
examinada la causa en contradictorio jvicio con los procuradores del
Rey: de consejo y voto del sacro Collegio de los Cardenales, y
auditores de rota, y habida consulta con los mayores letrados de
Italia, diose por sentencia. Que don Pedro Rey de Aragón estaba
legítimamente casado con doña María hija de don Guillen señor de
Mompeller, por haber sido pública y solemnemente in facie Ecclesiae
contraído el matrimonio: que no se podía deshacer por la objeción
por él hecha de parentesco que había trabado antes del matrimonio
con la parienta de Doña María. Lo cual era de ninguna fuerza y
valor, porque esto nunca se probó: y menos lo que se oponía del
primer matrimonio de doña María con el Conde de Comenge el cual fue
nulo, no solo por el parentesco que doña María tenía con el Conde,
pero mucho más, porque siendo este casado ya antes públicamente con
la hija del Conde de Bigorra, y habido hijos de ella, encubriéndolo
clandestinamente hizo el segundo con doña María que no lo sabía. Y
más porque con violencia de su padre fue forzada a consentir en
ello. Por donde no había lugar de divorcio por ser el matrimonio
legítimamente contraído. Esta fue la sentencia que contra el Rey en
favor de doña María se publicó en Roma, en el mes de Hebrero del
año, M. ccxiij, y quedó registrada en el libro de los decretales
Pontificales como la historia del Rey lo afirma. La cual sentencia
fue luego remitida por el Pontífice al Rey Don Pedro, juntamente con
un rescripto,
por el cual su Santidad le amonestaba y rogaba aceptase y tuviese por
buena la sentencia en favor del matrimonio, pues se había
pronunciado después de haber sido muy mirada y examinada por el
sacro Collegio de los Cardenales y comunicada con los más célebres
Doctores de toda Italia, y que era como de la mano de Dios, por
quietar su conciencia y atajar tantas revoluciones y alborotos
de
sus reynos que fácilmente podrían seguirse de la división y
divorcio, mayormente por la honra de doña María, mujer (como lo
mostraba) prudentísima y Cristianísima: y también de su hijo don
Iayme común prenda de los dos. De cuya sucesión no podía
esperarse sino gran beneficio y pacificación para todos sus reynos.
Mas dudando el Pontífice que el Rey pasase por lo juzgado, cometió
la ejecución de la sentencia a los Obispo de Auiñon y Carcassona,
para que con censuras eclesiásticas compeliesen al Rey, no
admitiéndole apelación alguna, a obedecer la sentencia. Con todo
esto el Rey endurecido en su obstinación y pertinacia, no quiso
obedecer. Por esta causa la
Reyna, a efecto de librarse de la ira
del Rey, y por ver más al seguro el éxito (suceso) de sus negocios,
determinó quedarse en Roma, hasta que con la muerte del uno, o del
otro, le diese fin a tantos males. también por ver concluida la otra
causa y pleito que como dijimos, estaba contestado ante el mismo
Pontífice, entre su hermano y ella. En la cual también se dio
sentencia, y declaró el Papa, que Guillen pretenso
hijo de don Guillen señor de Mompeller, como bastardo, nacido y
procreado en vida de la primera y legítima mujer de don Guillen
fuese inhabilitado para la sucesión y herencia del estado; y que
Doña María su hermana como única hija de don Guillé de legítimo
matrimonio nacida, era la verdadera y universal heredera, que sucedía
en los estados de su padre:
y por la misma causa declaraba como
la sucesión de Mompeller pertenecía al Príncipe don Iayme su hijo.
Con esta sentencia se dio final al pleito, y doña María quedó
pacifica señora de todo su estado.
Capítulo XV. Que el Príncipe don Iayme fue encomendado por el Rey
su padre al Conde Simón de Monfort, y como fue condenada la herejía
que se levantó en la ciudad de Albi.
Al tiempo que esto
pasaba en Roma, movido el rey por la furia y mala intención de
algunos, y por
la sentencia contra él dada, tenía tanta ira
contra la Reyna, que por su respecto mostraba del todo aborrecer a su
propio hijo don Iayme, ni curaba de hacerlo criar como quien era, ni
aun permitía se lo trajesen (truxesen) delante, puesto que debajo de
aquella tierna edad el niño, así con la presencia y dignidad de
rostro, como con la bella estatura y proporción de cuerpo, daba de
si grandes señales de su valor y magnanimidad real: de manera que
siendo de todos muy amado y respetado, a solo el Rey desplacía.
Hallábase a esta sazón en la corte del Rey un caballero principal
llamado Simón de Monfort Conde de Carcassona y Besiers, pueblos
principales de la Guiayna, vecinos a Mompeller, hombre hecho para paz
y guerra, y en armas muy señalado, y que estaba tan obligado al Rey,
que por su intercesión el mismo Pontífice Innocencio III le había
dado en feudo el Condado con otros pueblos. Este teniendo grande
lástima del niño don Iayme, y de la poca cuenta que de él se tenía
para criarlo como a hijo y sucesor en los reynos, rogó al Rey se lo
diese, que lo criaría en su casa, y tendría (ternia) especial
cuidado de enseñarle la disciplina y costumbres reales, y mirar por
él como quien era. No le pesó al Rey de la demanda del Conde,
porque pensaba era su fin prohijárselo para casarle con su hija
única, y hacerle sucesor en sus estados, por esto tuvo por bien que
se lo llevase. Horrible y miserable cosa, que se encomendase y diese
a criar el hijo, a quien antes de cumplir el año había de ser
homicida del padre que se lo encomendó. Era pues este Conde muy
valeroso caballero y capitán famosísimo de aquel tiempo, cuando el
mismo Pontífice mandó juntar grande ejército en Guiayna, y le hizo
general de él, contra los Condes de Tolosa, de Foix y de Comenge,
por ser autores y defensores de la herejía de los Albigenses que
poco antes se habían levantado en la ciudad de Albi en Guiayna,
renovando la aborrecible secta de los Manicheos, Arrianos, y
Vualdenses.
Uno de los que más impugnaron y persiguieron estos
errores con su continua predicación, y públicas disputas, fue santo
Domingo Español, que entonces era Canónigo reglar del orden de S.
Agustín, y fue después por él fundada la religiosísima orden de
Predicadores (como en el libro siguiente diremos) hasta que por el
dicho Pontífice se tuvo el celebérrimo Concilio Lateranense en
Roma, en el cual concurrieron los dos Patriarcas de Ierusalen y
Constantinopla, lxx. Arzobispos, cccc. Obispos, xj. Generales de
órdenes, y ccc Abades, y Priores de monasterios principales, además
de los Embajadores de todos los Reyes y Príncipes Cristianos: por el
cual fue condenada y confundida esta herejía, y los defensores de
ella condenados a privación de sus estados y señoríos,
aplicándolos al fisco de la iglesia, y cámara Apostólica. Para la
ejecución de esto el Conde Monfort por general del ejército, y
antes de todo esto comenzó ya a perseguir a los Condes. Por esta
causa el Rey, siendo cuñado suyo el conde de Tolosa, tuvo gran odio
al Conde Monfort, y entendió en perseguirle.
Capítulo XVI. Como el Rey movió guerra al Conde Monfort, el cual se
le humilló, y no queriendo aplacarle, le dio batalla campal, y mató
su real persona.
Crecía de cada día el rencor y enemistad
que el Rey tenía contra el Conde Monfort, con la nueva
ocasión
que para ello dieron los pueblos de Carcassona y Besiers, por
industria, como se sospechó, del mismo Conde en menosprecio y
notable afrenta del Rey, al cual los pueblos enviaron con engaño sus
embajadores, quejándose del Conde, que los maltrataba y regía
tiránicamente, que le suplicaban los tomase debajo su amparo y
defensa, porque a la hora se le entregarían todos con sus
fortalezas. Lo que siempre se creyó fue hecho con maña y arte del
Conde, para descubrir el ánimo del Rey si escucharía el
ofrecimiento hecho por sus pueblos, para con esta ocasión apartarse
de su amistad. Pues como el Rey viniese con poca gente a los pueblos
del Conde para tomar posesión de ellas y hacer luego venir gente de
guarnición para defenderlos como se lo habían pedido, salían sin
orden al camino, diciendo a voces que ellos emplearían sus vidas y
personas por su alteza, y que esto bastaba para tenerse por obligado
a defenderlos. Con estas palabras fingidas, juntamente con muchas
danzas de mujeres hermosas, que al Rey tanto agradaban, le
entretenían, sin dársele ni permitir pusiese guarnición de gente
en sus tierras. Entendida por el Rey la burla manifiesta, y que era
por invención del Conde ordenada, determinó hacerle abierta guerra
hasta coger su persona.
A lo cual se adelantó el Conde, y (como
dice la historia real) vino a una villa llamada Muret en el campo de
Carcassona, muy cerca de donde el Rey estaba con su ejército que de
presto había mandado hacer, y venir con algunos principales de
Cataluña. Trajo (truxo) el Conde para su defensa mil caballos
ligeros los más escogidos de la tierra, y se puso en orden, así
para acometer, como para defenderse del Rey: el cual como lo supo
movió su ejército, y se fue allegando para cercar la villa y
cogerle dentro. El Conde, que entendió esto viendo su peligro tan
manifiesto por la mucha gente que de cada hora aumentaba el ejército
del Rey, enviole a pedir treguas, y tentó con honestos partidos de
entregársele, queriendo antes hacer experiencia de la clemencia del
Rey, que por armas probar su fortuna. Como el Rey no quisiese
escuchar concierto alguno, antes con la sobrada cólera e ira hiciese
marchar el ejército contra la villa, sin aguardar la demás gente de
Cataluña que para otro día se esperaba, determinó luego en
llegando dar el asalto. Como el Conde vio la dureza del Rey, medio
desesperado, animó de nuevo a los suyos, protestando ante todos,
como se había rendido al Rey, ofreciéndole cuantos medios y modos
de paz había podido, por no venir con él a las manos: pero que pues
no había sido escuchado, ni podido sacar al Rey de su obstinación
sería muy gran mengua suya y de tan valerosa y lucida caballería
como allí se hallaba, rehusar la batalla.
Por tanto les rogaba,
que pues con haberse humillado al Rey, había mejorado su querella,
se esforzasen, y le ayudasen a salir con ella.
Y así
encomendándose todos muy de veras a nuestro Señor, y recibiendo su
santísimo cuerpo en el sacramento, como lo acostumbraban siempre
hacer al entrar en las batallas, salió al amanecer con sus mil
caballos de la villa, y fuese para el ejército del Rey, que ya se
había extendido en dos alas para cercar la villa, dejando aquella
parte, donde el Rey estaba, muy abierta, y mal guarnecida de gente.
Conociendo pues el Conde el pendón del Rey, que suele siempre guiar
la persona real, hizo un cuerpo de todo su escuadrón, mandando a
todos que a ningún enemigo, aunque se rindiese, otorgasen la vida, y
que no perdonasen a grandes ni a pequeños, ni a la misma persona del
Rey. Hecha la señal, arremetió con grande ímpetu con todo el
escuadrón contra el estandarte real, y fue tanto su ardor y
presteza, que antes que los del Rey, que andaban por el campo
esparcidos se pudiesen juntar para defenderle, los del Conde dieron
en el cuerpo de guardia, y los mataron a todos con el mismo Rey. Pues
como se publicase luego por el ejército la muerte del Rey, a la hora
desampararon el campo todos. Lo cual hecho, mandó el Conde recoger
su gente, y sin consentir se saquease el Real, ni entrar en las
tiendas, se volvió con toda la caballería a sus tierras: aliviando
su dolor y tristeza que de la muerte del Rey sentía, con la alegría
y gloria de la victoria.
Fin del libro
primero.
Continuar con el segundo libro