Pocos jóvenes tan
gallardos y engreídos como Alvar Sánchez Muñoz, admirado por las
muchachas turolenses y deseado para emparentar con su casa por varias
familias. Sin embargo, Alvar tenía predilección, que no amor,
por Sancha Martínez de
Marcilla, hija de Juan Martínez de Marcilla, cabecera de los
linajudos Marcilla, enemigos tradicionales de la familia Muñoz.
Alvar hacía objeto a
Sancha de constantes mofas, tanto en público como a través del
patio común de sus casas, con el beneplácito de su familia. No
obstante, como suele ocurrir tantas veces, aquel odio y encono se
convirtieron de repente en atracción mutua, primero, y en amor,
después.
Desde ese instante, la
vida de Sancha y Alvar cambió. El deseo de estar juntos se vio
naturalmente dificultado. Y, aunque ambos jóvenes se ganaron la
comprensión de la dueña que velaba por Sancha y lograron burlar
toda vigilancia, la situación se hizo tan insostenible que
decidieron confesar sus sentimientos.
La reacción de los padres fue
fulminante. Él fue enviado fuera de Teruel; ella, confinada en una
lóbrega habitación de la casona familiar. Dejaron de verse durante
varios meses, pero esa circunstancia no apagó sus mutuos
sentimientos.
Estando así las cosas,
sucedió que Alfonso V pasó por Teruel camino de Valencia, y el Juez
de la villa —a la sazón un Marcilla—, tratando de pacificar a
las distintas banderías, organizó una fiesta en el alcázar real a
la que, por deferencia o por miedo, asistieron todos. Alvar y Sancha
no sólo tuvieron ocasión de verse, sino que, al son de la música,
mientras danzaban, planearon la huida juntos.
El día convenido, en
sendos caballos, tomaron rumbo a Alfambray Montalbán, pero fueron
descubiertos. La persecución duró poco y aunque Alvar se aprestó a
luchar, sus perseguidores acabaron con su vida. Los Marcilla salieron
impunes del lance, puesto que el fuero turolense penaba el rapto,
aunque lo fuera con consentimiento de la persona raptada.
Un peirón de piedra,
quizás mandado levantar por Sancha, fue testigo del lugar de la
tragedia, mientras los Marcilla y los Muñoz perseveraban en su
encono.
[Del Tornero, Andrés, «La
Cruz del Peirón, leyenda turolense», en Heraldo de Teruel, 8
(1896), 2-4; 9 (1896), 4-6.
Caruana, Jaime de, «La
Cruz del Peirón», en Relatos..., págs. 94-101.]
172. LUCHAS DE LOS LUNA
CONTRA LOS URREA (SIGLO XV. LA ALMUNIA)
Hallándose en Antequera
preparando hueste contra el moro el noble castellano don Fernando,
llegaron al campamento mensajeros con la triste noticia de la muerte,
sin heredero directo, de don Martín el Humano, rey de Aragón, su
tío. Por los mismos mensajeros supo, asimismo, cómo las tierras del
reino aragonés quedaban enormemente alteradas por las intrigas de
varios pretendientes, fundamentalmente por la pugna entre don Pedro
de Urrea (partidario y defensor del propio don Fernando), que «quería justicia»
frente a los demás pretendientes, y don Antón de Luna, erigido en
defensor del conde de Urgell como rey «por fuerza» y no por razón
y derecho.
Ante la difícil situación
creada, intentó el arzobispo zaragozano don García de Heredia
actuar de mediador entre ambas partes, dirigiéndose para ello hacia
La Almunia de Doña Godina, con el fin de «concertallos» y hacerles
entrar en razón, pero don Antón de Luna, que estaba acampado con
sus guerreros junto a Almonacid de la Sierra, le salió por sorpresa
al encuentro arropado por más de cincuenta caballeros armados
quienes, tras herirle con sus lanzas, provocaron su muerte.
Enterado don Pedro de
Urrea del crimen perpetrado en la persona del arzobispo, acudió
presto con sus huestes a Zaragoza para enfrentarse al conde de
Urgell, quien, como monarca que pretendía ser, se había trasladado
con celeridad a la capital acompañado de un gran ejército y la
intención de tomarla y coronarse en San Salvador como tal. Junto al
mercado, cerca del Ebro, al pie de las murallas romanas, con el
torreón de la Zuda por testigo, tuvo lugar una sangrienta batalla,
en la que el conde quedó vencido y obligado a huir de la ciudad
vadeando como pudo el río.
Almonacid de la Sierra debe su nombre a la antigua comunidad árabe y a su situación aunque hay discrepancias sobre su significado, pues podría significar «lugar fronterizo» o «el monasterio». // Ahora leed aquí abajo: al-Munascid //
El Castillo y la villa de Almonacid de la Sierra fueron fundados por el musulmánal-Munascid, siendo citados por el cronista al-Udri. Por ello, la época de dominación musulmana fue importante para la localidad; el topónimo, el trazado de sus calles y la tradición alfarera así lo atestiguan. De su pasado morisco dan cuenta una serie de manuscritos árabes y aljamiados encontrados en la localidad, que se custodian en la biblioteca Tomás Navarro Tomás, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. El hallazgo tuvo lugar al reparar una casa antigua en el verano de 1884, constituyendo uno de los más importantes hallazgos de este tipo realizados en la península ibérica.
Como reducto árabe, Almonacid resistió los envites cristianos hasta el reinado de Alfonso I el Batallador. Tras su reconquista, la población pasó a manos de la condesa doña Sancha y más tarde a las de Pedro de Sessé, señor de Medina. A finales del siglo XIII, Almonacid fue concedida a Pedro Martínez de Luna, fundador de los Luna de Almonacid y de los que derivarían los de Illueca.
Pero los Luna perdieron la población cuando Antón de Luna, ferviente partidario del pretendiente a la corona Jaime II de Urgel, asesinó en 1412 al obispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, quien apoyaba a Fernando de Antequera, a la postre rey después del Compromiso de Caspe. El nuevo monarca de Aragón confiscó a Antón de Luna todos sus bienes, entre ellos la villa de Almonacid, pasando ésta a ser propiedad de Pedro Ximenez de Urrea en 1414, quien sería primer Conde de Aranda. La casa de Urrea regiría los destinos de la localidad hasta la supresión de los señoríos en 1812.
La población de Almonacid, que contaba con 88 hogares —unos 400 habitantes— de acuerdo al fogaje de 1495, estaba mayoritariamente compuesta por moriscos, conviviendo junto a judíos y cristianos. Por ello, la expulsión de los moriscos a comienzos del siglo XVII, tuvo importantes repercusiones para la localidad. El geógrafo portugués Juan Bautista Labaña recogió en su Itinerario del Reino de Aragón, realizado entre 1610 y 1611, que «Almonazir es un lugar grande situado al pie de la sierra, es del conde de Aranda, quien tiene en este lugar una muy buena casa situada en lo alto de un otero, al pie del cual yace el lugar». Asimismo explica que «fue población de moriscos y fueron los últimos que salieron de este reino, había 300 vecinos y ahora no hay más que cincuenta». Las cifras aportadas por historiadores apuntan que pudo haber más de 1 200 habitantes de Almonacid expulsados de sus casas. Ello conllevó un gran retraso en el desarrollo de la localidad que no fue superado hasta muchos años después, aunque los señores concedieron en 1628 una carta de población a los colonos con que se repobló Almonacid.
Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España de 1845, describe a Almonacid en los términos siguientes: «Tiene 300 casas de regular construccion distribuidas en varias calles y plazas espaciosas y bien empedradas; un pósito, una carniceria, dos posadas públicas, una escuela de primeras letras... y una iglesia parroquial bajo la advocación de Nuestra Señora». Refiere que «el terreno llano en general es de buena calidad y muy feraz, aunque pudiera serlo mas á tener las aguas suficientes para el riego». En cuanto a la economía, señala que la localidad «produce vino, trigo puro, centeno, cebada, avena, garbanzos, judías, pocas frutas y hortalizas, y cria ganado lanar, cabrío y alguna caza» y que quedaban algunas alfarerías, la fábrica de aguardiente y la arriería.