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lunes, 13 de julio de 2020

Capítulo XLVI.


Capítulo XLVI.

De la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.

Muerto Sunyer, sucedió su hijo mayor. Este en el tiempo que su padre entendía en el gobierno del condado de Barcelona, gobernó el de Urgel. No hallamos, por la antigüedad de los tiempos y faltas de memorias (pone momorias), hechos de consideración suyos, hasta el año de 967, que fue el décimotercio de su condado, en que murió Seniofredo, primo suyo y conde de Barcelona, después de diez y siete años había que gobernaba aquel condado y a los cincuenta y uno de su edad: no le quedaron hijos, porque su mujer doña María, hija de Sancho Abarca, rey de Aragón, era de edad. Los más próximos eran sus hermanos: el mayor era Oliva, conde de Besalú, y el que más derecho parecía tener; pero los barones y gente de Cataluña sintieron lo contrario, excluyéndole de la sucesión. Pondéranse muchas razones: Miguel Carbonell (Pere Miquel Carbonell, archivero real de Juan II y Fernando II el católico) dice que no era buen católico, y lo sacó de una *ria (memoria; página 290 mal escaneada) antigua intitulada Flos mundi, que salió a luz * en tiempo del rey don Martín, y el mismo Carbonell * de ella en muchas partes de su historia: Zurita dice *mo. El padre Diago dice lo contrario, y le alaba * católico y buen cristiano, virtud que jamás hom* mancha en este linaje y prosapia: y en prueba de esto * acciones suyas, muy de buen católico, y que si p* sucesión, no fue por esto, sino por el defecto nat* no poder hablar sin dar primero tres o cuatro veces en * con el pie, a modo de cabra, de donde le quedó el * de Cabreta, y también porque no era derecho de * ni bien agestado, como es bien que lo sean las personas * representan majestad real. No falta quien dice, q* flojedad y descuido que tuvo en el gobierno de* le vino el ser desheredado del de Barcelona, que con * con los de Besalú y Cerdaña eran cosa poca. Esto *ria de su padre el conde Sunyer, la confianza que tenía * le había de imitar, y sus reales virtudes y grandes *mientos, le hicieron conde de Barcelona, añadiendo * título al de conde de Urgel. Fue esta elección c* gusto de toda la ciudad y condado, prometiéndose * mil felices y prósperos sucesos, y certísima espera* de esta vez, habían de quedar expelidos los infieles y *tarse la fé de Cristo en esta parte de la Citerior España *.
Cuando empezaba el nuevo conde a disponer aquello *recía convenir al buen gobierno de sus súbditos, no falt algunos disgustos con el mismo Oliva que, como hijo *de de Barcelona, pretendía ser legítimo sucesor del * de sus padres y abuelos, y últimamente de su herman* parecía no había razón bastante para privarle de ello. Estas pasiones y contiendas encendían ya el corazón y sangre a los primos, y el pleito se iba remitiendo a las armas: no había entonces en España las universidades que después, ni se decidían las sucesiones de los reinos por el Código y Di* como cuando murió el rey Don Martín, estaba el derecho en las armas y no en el parecer de letrados, que entonces eran poco conocidos en esta tierra. Los moros no dormían, y sabían muy bien todo lo que pasaba; animáronse por tomar las armas contra los cristianos, y llamaron en su favor a otros muchos de su nación y casta, que no aguardaban sino el principio de esta guerra civil, de quien dependía todo bien de ellos. No era la intención de aquellos nobilísimos príncipes dar ocasión de que el pueblo cristiano fuese destruído de los paganos, antes deseaban lo contrario, ni Oliva estaba tan ciego de su pasión, que no conociese los daños que podían causarse, así a él mismo como a los demás. Era católico, y como tal, no quería que los de su religión y ley quedasen destruidos, ni que las casas suyas y de su primo, que a costa de sangre cristiana hasta aquel tiempo se eran conservadas y defendidas de infieles, enemigos de la cruz de Cristo, fuesen de todo punto acabadas, dejó sus pretensiones; se reconciliaron los dos primos, quedó contento con lo que Dios le había dado, que es el medio más seguro para la perpetuación de los estados, y las guerras que parecía habían de ser intestinas y más que civiles, cesaron de todo punto, con gran descontento de los infieles, que las estaban aguardando.
Luego que el conde Borrell vio deshecho este nublado, entendió en la reforma de algunas cosas necesitaban de ella.
Lo que más cuidado le daba, era estar la ciudad y * obispado de Tarragona sin prelado y en poder de moros, sin esperanza entonces alguna de poderla cobrar. Consta *los arquiepiscopologios de este arzobispado, que desde el año 693 hasta el de 1091 estuvo yerma y sin prelados, y si algunos hubo, es tan poca la memoria que da de esto que es casi ninguna. El estado eclesiástico padecía mucho en Cataluña por la falta de metropolitano y necesitaba volver a la autoridad y esplendor que estaba en tiempo * los godos; negocio tan grave había de consultarse con el romano pontífice; para tratarle y visitar la iglesia de los * grados apóstoles (devoción muy usada entre los príncipes cristianos de aquellos tiempos) se partió para Roma el año de 971, que era el vigésimo año del condado de Urgel, y cuarto del de Barcelona, siendo obispo de aquella ciud* Pedro.
Gobernaba la sede apostólica Juan XIII, y llegado * el conde, le suplicó con muchas lágrimas que, pues por los pecados de la tierra, estaba en poder de moros la ciudad de
Tarragona y todo su campo, se sirviese de unir aquel arzobispado a la Iglesia catedral de Vique, dando el título * arzobispo a Atton, que era su obispo. El pontífice, movido del celo
del conde y de una petición tan justa, concedió todo lo que le pidió y mandó despachar su bula, y la Iglesia * Vique quedó con título y preeminencia de Metropolitana * Atton, a quien el episcopologio de Vique llama Atto o * fue arzobispo. Duró la sede arquiepiscopal en Vique hasta el tiempo de Urbano II, que la ciudad de Taragona volvió a su antiguo esplendor. Esta bula trae el padre Diago, y la sacó de un registro antiquísimo de las cosas del arzobispo de Tarragona, que está guardado en el archivo real de Barcelona, en el armario de Tarragona, núm. 134, folio 36 (1).
1: Es ahora el núm. 3 de la colección general de registros, y en el folio que se cita está efectivamente continuada la mencionada bula del papa Urbano.
Volvióse luego a Cataluña, y en el mismo año de 971 he hallado que asistió a la dedicación del monasterio de san Benito de Bages, del orden del mismo santo, que entonces habían acabado de edificar dos caballeros llamados Rosarno y Vinifredo, hijos de Salta y Ricarda, su mujer, que le emp*. Eran estos fundadores gente noble y rica, y como tales, convidaron a la dedicación la gente más lucida de esta tierra, entre ellos fueron el conde Borrell, Frugifer, obispo de Vique, Visado, obispo de Urgel, y otros muchos, y todos dotaron aquella iglesia magníficamente, según la costumbre y piedad de aquellos tiempos.
Esta venida del conde fue en muy buena ocasión, porque el rey de Lérida, aprovechándose de su ausencia, convocó todos sus amigos, para talar las tierras de los cristianos y dañarlos todo lo posible, creyendo que nadie supliría su falta. El castillo de Solsona y los demás que hay desde él hasta el mar, tirando una línea derecha, eran frontera o límite entre los cristianos y los moros, y años antes, el conde Sinofredo, predecesor de Borrell, había poblado la villa que está a sombra del castillo, y el conde puso ahora en él gente de guerra, y confirmó los términos que le fueron señalados entonces. Fue esta confirmación en el año 973, y dice Zurita que intervinieron en ella el conde Borrell, la condesa Lutgarda, su mujer, y Ramón, su hijo, la vizcondesa E*esa y Guitardo, su hijo, el obispo de Urgel, que * nombre Salla, de quien diremos en su lugar, cuando tratemos de los obispos de Urgel.
El año siguiente, que fue el de 974, a 11 de las calendas de agosto, y en el año décimonono del rey *L de Francia, el conde Borrell y Guifredo, a quien llama su consanguíneo, dieron a nuestro Señor y al monasterio de san Saturnino, mártir, que está en el condado de Urgel, no lejos de lo que llamamos Seo de Urgel, ecclesias que ab antiquo tempore erant fundatas, et sacris altaribus titul* in extremis ultimos findum marcus, in loco vecitato castrum Lordano no vel in civitate Isauna, quae est destructa a sarracenis * ecclesias quae ibi sunt, scilicet in castro Lordano, vel in civitate jam dicta quam in * qui infra sunt * vel ad futurum erunt constructas quaerum prima in ejus castro Lordan, Sancti Saturnini (Saturnino, Sadurní) est nuncupata ecclesia, alia Santa Maria est nuncupata in ipsa civitate de Isena, quae est destructa, alia Sancti Vincentii, q* fuit monasterium in caput jam dicta villae, juxta fontem quae dicunt Clara (Fuenclara, Font Clara). His praefatas ecclesias concedimus et donamus ad praelibatum caenobium, cum eorum laudibus et possesionibus ac universis adquisitionibus cum illarum decimi et primiciis, seu obligationibus fidelium vivorum ac defunctorum ab integre, etc. Firma el conde Borrell y se intitula Comes et marchio, y después de su signo y firma, están escritos los nombres de Visado, obispo que lo era de Urgel, Vifredo, el pariente del conde, que concurrió con él en la dicha donación; Frugifer, obispo de Vique; Evadallo * que se intitulaba princeps cotorum, y otros que se ignora quienes eran, según todo parece en el dicho auto, que está en el real archivo de Barcelona, en el armario 16 * A núm 86 (1).
(1) Equivócase aquí el autor: la escritura que cita se hallaba antiguamente en el *(mal escaneado) núm 7 de la colección del conde Borrell, y la publicó también Marca, aunque con algunas variantes, copiándola de un ejemplar del archivo de la santa Iglesia de Urgel. En su Marca Hispánica, col. 902, podrán leerla ad longum los curiosos. La escritura del Arm.16, saco A, núm. 86, también es efectivamente una donación al monasterio de san Saturnino; pero otorgada por el conde Ramón Borrell, en el año 11 del rey Roberto.
El padre Diago, que vio esta donación y hace memoria de ella en su historia de los condes de Barcelona, quiere que la iglesia del castillo de Lordan se llamase San Saturnino y que la ciudad de Isauna sea Solsona y que la iglesia de ella fuese Santa María. Yo no quiero im* de que afirma aquel autor tan grave, a quien se debe toda veneración, pero digo que he buscado con cuidado si Isauna es Solsona, y hasta ahora no me ha sido posible averiguarlo, y no hallo razón porque Isona y Isauna hayan de ser Solsona, y no Guisona (Guissona), Osona o Isanta, que le son semejantes. (y también Isábena, Roda de)
Por evitar el * que corrían las monjas que estaban en el monasterio de nuestra señora de Monserrate, desmandándose los moros vecinos de aquellas santas montañas contra los cristianos, y porque la abadesa y monjas no eran bastantes a hospedar tantos peregrinos como acudían allá cada día, llamados de la devoción de la Virgen nuestra señora, las trasladó al monasterio de san Pedro de las Puellas de Barcelona, de donde habían salido en tiempo de Vifredo Peloso, para ir a Monserrate, cuando fue la invencion de la santa imagen. Fue esta traslación el año 976, y aquel monasterio, que hasta entonces había sido de religiosas benitas, de allí en adelante fue de monjes claustrales de la misma orden, que salieron del monasterio de Ripoll, al cual estaba el de Monserrate sujeto, con título de priorato, hasta el año 1410, que el papa Benedicto XIII le erigió, en abadiado, y estuvo así hasta el año 1493, que se unió a la congregación de san Benito el Real de Valladolid.
El año siguiente de 977, Oliva Cabreta, conde de Besalú, dotó el monasterio que, so invocación de Nuestra Señora, había edificado en la parroquia de Serrateix el abad Froylano, con consentimiento del obispo de Gerona, Miron, su hermano, y con consejo de Visado, obispo de Urgel; dióle toda la parroquia de Serrateix, y se reservó para sí y sus sucesores que la elección de abad hubiese de ser con su consentimiento y del obispo de Urgel; y entonces los obispos de Gerona y Urgel concedieran remisión de todos sus pecados a los que eligirían sepultura en la iglesia de dicho monasterio, o darían alguna limosna para él, porque aún no tenían limitada los obispos la licencia de conceder indulgencias.
Por estos tiempos los moros de Mallorca, Tortosa, Lérida y Balaguer, con el favor y ayuda de Hiscen, rey de Córdoba, que era cabeza de todos ellos, se juntaron para tomar la ciudad de Barcelona, que era la cabeza y pueblo más principal de Cataluña, y no estaba tan fortificada y prevenida como era menester. El conde salió con su ejército contra ellos, y les dio batalla en el Vallés, junto al castillo de Moncada, en un llano que llamaban de Matabous, y fue en ella vencido y perdió más de quinientos caballos. Fueron siguiendo
los moros el alcance hasta Barcelona, donde el conde con algunos de los suyos se era recogido. Llegaron a ella miércoles primero de julio, año 986, pusiéronle luego cerco, apretándola y combatiéndola con todo rigor y tomaron las cabezas de todos los caballeros que habían muerto en la batalla, y con un ingenio las tiraron dentro la ciudad, y vinieron a dar cerca la iglesia de san justo y Pastor, que no era muy lejos de los muros antiguos, y allá fueron enterradas. Estaba la ciudad sin fuerzas e imposibilitada de defenderse; el conde y los que con él estaban no eran poderosos para defenderla, y así, habido consejo con los ciudadanos y caballeros que había en ella, escogieron salirse y retirarse a lugar seguro, con confianza de volverla a cobrar, antes que perecer miserablemente en ella. Salido el conde, y pasados seis días después de puesto el asedio, fue entrada de los enemigos: el daño que esta afligida ciudad recibió de ellos fue cual se puede pensar de una muchedumbre de bárbaros enemigos; pasaron innumerable gente a cuchillo, otros cautivaron y llevaron a Córdoba, que era cual otra Constantinopla, y a otras tierras de ellos; lleváronse toda la riqueza que estaba recogida en la ciudad, y lo que no se pudieron llevar, particularmente escrituras, lo quemaron todo. Quedó acabada entonces y consumida la memoria de las casas y linajes de aquella ciudad que habían quedado de tiempo de los godos, y los que escaparon de la tempestad vivos, fueron esparcidos por todos los reinos y tierras de los moros. Tomaron asímismo los moros todos los pueblos que había alrededor de Barcelona y por la costa de la mar, y quedaron solos los castillos de Moncada y Cervellon, (Cervelló, Cervellón) que en esta tan grande calamidad se conservaron por los cristianos. A los moros de Mallorca cupieron las riquezas y todo lo que había en el monasterio de san Pedro de las Puellas, y se alojaron en él; a la despedida, en paga del hospedaje, quemaron todo lo que no se pudieron llevar. Lo que pasó con las religiosas, que constantemente todas resistieron a los torpes deseos de los enemigos, refieren el padre Diago y Domenech en sus historias.
Luego que el conde y los (pone lus) suyos salieron de Barcelona, se retiraron a la ciudad Manresa: acudieron allá el conde de Besalú Oliva Cabreta y muchos caballeros de los más principales de este principado, que nombra Pedro Tomic, y porque sus fuerzas no bastaban a resistir a los enemigos, enviaron sus embajadores al pontífice Juan XVI, y a Lotario, rey de Francia, y a Oton, emperador, para hacerles saber los sucesos y estado de la tierra y pedirles socorro y favor; pero aunque los embajadores partieron luego, no estaba tal el estado de cosas que pudieran aguardar la respuesta, porque en el entretanto podía hacerse más poderoso y grueso el enemigo; y así, sin aguardar más, juntó toda la gente que pudo de Cataluña la Vieja, y para que creciese más el número de la caballería, concedió libertad y franqueza militar a todos aquellos que acudiesen con armas y caballo para seguir la guerra. Fue de tanta eficacia esta concesión, que luego salieron en campo hasta novecientos hombres de a caballo, armados y a punto de guerra, y de allí adelante fueron nombrados hombres de parage, (paraje, paratge) para denotar con este vocablo, que en todas las cosas y honores eran iguales a los demás caballeros de Cataluña, ellos y sus descendientes. Con esta gente de a caballo y con muchas compañías de infantería, puso el conde cerco a Barcelona, y le dio tan recios combates, que en breves días la volvió a cobrar, con todos los lugares vecinos y de la marina que habían tomado los moros. Fue esta recuperación muy pronta, y extraordinaria la diligencia del conde en librarla, porque no había aún pasado un mes de la pérdida de ella. Entrados dentro, hallaron la ciudad tan desolada y perdida y tan otra de lo que pocos días antes la habían dejado, que parecía un campo pacido de langostas o dehesa donde fieras hubiesen invernado. Dice Tomic, que pocos días después de cobrada Barcelona, llegó el socorro que el papa, rey de Francia y emperador habían enviado, y que muchos de los caballeros y cabos recién venidos (que él nombra) se domiciliaron en Cataluña, y de ellos descienden muchas y muy nobles familias. Valiéndose el conde de estos nuevos socorros y de la gente que él tenía, marchó en persecución de los enemigos, y les ganó todas las tierras que tenían desde Barcelona hasta Balaguer y Lérida; y si no fuera que el río Segre les impidió pasar más arriba, así como los había echado del condado de Barcelona, llevaba intento de sacarlos del de Urgel.
Necesitaban entonces mucho reparo los muros de la ciudad de Barcelona, porque de las baterías pasadas quedaban muy flacos, y el castillo de ella quedaba muy derruido: en el que aún dura en la calle que llaman la Call (lo Call, el Call), aunque muy derribado, y está pegado a la cortina del muro viejo de la ciudad. En tiempo del rey don Pedro el Católico sirvió de cárcel a don Carlos, príncipe de Salerno, hijo del rey Carlos de Sicilia, sobrino de san Luis, rey de Francia. Su antigüedad y rastros de su grandeza, y no haber otro tal en Barcelona, es argumento cierto ser este el que fortificó en esta ocasión el conde. Encomendóle, según parece en memorias antiguas, a un caballero de su casa llamado Íñigo Bonfill, (Ignacio, Eneco, Nacho, etc) que cuidó a la fortificación de él; y por esto el conde después a 21 de octubre de 989, le dio muchas heredades y posesiones de diversas personas que habían muerto en las guerras pasadas, y no habían dejado hijos ni descendientes.
En agradecimiento de las mercedes que Dios le había hecho, fue muy pío y liberal con las iglesias. A 2 de las nonas de enero del año primero del rey Ludovico, que es el de Cristo señor nuestro 987, dio a Dios nuestro señor y a san Pedro de la ciudad de Vique la mitad del castillo de Miralles, con todos los diezmos y primicias y ofrendas de los fieles, y dice que le pertenecían por sus padres; y porque se supiese lo que contenía en si dicha donación, declara en el auto de ella los límites y términos de aquel castillo; y esta donación la hace también por las almas de Ramón y Ermengaudo, sus hijos, que le sobrevieron.(sobrevivieron)
Miró mucho por la conservación de la jurisdicción y preeminencias eclesiásticas, y según refiere Diago, habiendo sus oficiales capturado a ciertas personas que eran de la jurisdicción eclesiástica, luego que fue advertido de ello Vivas, obispo de Barcelona, le remitió los delincuentes, para que les castigara según sus culpas.
En el año 991 el obispo Vivas dedicó la iglesia de san Miguel Derdol, que llamaban de Olerdula (Olérdola) junto a Villafranca: asistió el conde a la solemnidad, y le señaló los mismos términos o límites que el conde Suniario, (Sunyer) su padre, cuando la edificó, siendo obispo de Barcelona Teuderico.
Al monasterio de san Pedro de las Puellas solo quedaron las paredes mondas, y el conde, como patrón de aquella casa, la restauró, reedificando la iglesia con gran solemnidad: Bonafilla, (Buena hija) hija del conde, tomó el hábito, fue nombrada abadesa, y con ella vistieron otras doncellas, que eran Ermetruyta, Devota, Ermella, Argudamia y Quiratilla, y con el favor del conde recuperaron todas las propiedades o bienes que tenía el monasterio antes de la guerra, y lo que no pudieron probar por autos, por ser quemados o perdidos, probaron con testigos, fundándose en una ley gótica que disponía que escritura o auto perdido se puede recuperar con testigos oculares y que tengan noticia de ella; y de esta manera volvió el monasterio en posesión de muchas cosas que había perdido.
El monasterio de san Cucufate del Vallés (Sant Cugat) fue muy damnificado, porque entonces aún no estaba murado, y los moros le entraron y quemaron todo lo que no se pudieron llevar y en particular las escrituras, que las había muchas; y el abad Oto, que fue muy señalado varón, de quien después hablaremos, instó al conde Borrell que alcanzase del rey Lotario de Francia renovación de lo que les habían quemado, y el conde con este Oto, que entonces aún no era abad, sino prior de aquel monasterio, fue a Francia, y con buenas pruebas alcanzó que se renovasen los privilegios que los reyes de Francia (que entonces tenían algo del supremo dominio en Cataluña) habían dado al convento.
Ocupado el conde en estos ejercicios, y estando en su obediencia todo lo que es desde Villafranca de Panadés a Rosellón y de Segre hasta el mar, le cogió la muerte en la ciudad de Barcelona, en el año sexto de Hugo Capeto, primero rey de Francia, ascendiente del cristianísimo señor Luis XIV, rey de Francia y conde de Barcelona (1), que era el de nuestro Señor 993, después de haber tenido el condado de Urgel cuarenta y dos años y el de Barcelona veinte y seis, y fue sepultado en el monasterio de Ripoll en el mismo sepulcro de sus padres y ascendientes.

(1) Recuérdese que el autor fue partidario de la casa de Francia, durante la calamitosa guerra que afligió a Cataluña en el reinado de Felipe el Grande.

Casó dos veces, la primera con Letgarda, y de ella tuvo a Riquilda, que casó con Udalardo, vizconde de Barcelona, ascendiente de los señores de la casa de Queralt; a Ermengarda que casó con Miron, señor del castillo de Port, cerca de Barcelona; y a Bonafilla, que fue abadesa del monasterio de san Pedro. La otra mujer fue Aymerudis, y de ella tuvo dos hijos, Ramón Berenguer, que fue conde de Barcelona, y Armengol, que lo fue de Urgel (1), y trataremos de él en el capítulo siguiente. Según parece en su testamento, hecho a 24 de setiembre de 993, usó siempre el título de conde y marqués como consta de las escrituras que se hallan de su tiempo, y fue de los primeros señores de España que tuvieron este título y dignidad. (marqués, marchio, de la Marca Hispánica).
(1) Ramón Borrell, no Berenguer, y Armengol, fueron hijos de Letgarda, y no de Aymerudis.
La muerte del conde cuenta Carbonell (Pere Miquel Carbonell) de otra manera, y sácalo de un libro antiguo manuscrito, intitulado Flos mundi, del cual tomó lo más de su crónica; y como aquel autor, por ser archivero del real archivo de Barcelona, tiene tan grande autoridad, le han seguido casi los demás autores que han escrito después de él, como son Beuter, Diago, Garibay, Menescal, Jorba y otros muchos; aunque Zurita, que averiguó mejor que todos las cosas de esta corona, y el abad Carrillo, y Tarafa, canónigo de Barcelona, conociendo el yerro de los que han seguido a Carbonell, lo cuentan del modo queda referido, siguiendo en esto la genealogía de las constituciones de Cataluña y las memorias del anónimo de Ripoll, y otras memorias más antiguas y ciertas porque aquello que dice Carbonell y los que le siguen, que el conde con quinientos de a caballo, en el Vallés y castillo de *Ganta, cerca de Caldes, embistió a los moros y fue vencido y muerto con todos los suyos, y que luego fueron a poner cerco a Barcelona, y para mayor terror y espanto de los cercados, con ingenios les tiraban las cabezas del conde y de los otros que con él murieron, fue equivocación y atribuir lo que pasó en eI año 986, cuando fue presa Barcelona, a tiempos en que gozaban todos los cristianos de
Cataluña de paz, por estar retirados los moros a la otra parte de Segre y a las orillas del río de Gayá.

En tiempo de este conde, y cuando estaba para cobrar de los moros la ciudad de Barcelona, fue la primera aparición, que sabemos en estos reinos, del glorioso mártir y caballero san Jorge. Cuando el conde, para cobrar a Barcelona, salió de Manresa, ciudad muy vecina a la santa montaña de Monserrate, se encomendaron muy de corazón él y los suyos a Nuestra Señora, por su santa imagen, que no había muchos años la había Dios descubierto, porque sabía que sus fuerzas eran mucho menores de lo que para tantos enemigos era menester; pero así por su fé, como por el peligro que corría la santa imagen de venir a manos de los enemigos, vino a socorrerla san Jorge, patrón y amparo de la tierra, tenido de principio por tal, desde aquellos varones alemanes (Georg, Giorgi, George, Jorge, Jordi, etc.) que comenzaron la conquista y vinieron con Carlo Magno y enseñaron a invocarle en las batallas. Este santo apareció armado en blanco con una cruz colorada en los pechos, encima de un caballo blanco, peleando con braveza por los cristianos, de tal manera, que alcanzando victoria, recobraron a Barcelona y mucho más de lo que habían perdido con gran facilidad; por lo cual agradecido el principado de Cataluña, tomó, en memoria y devoción del santo, por armas la cruz roja en campo de plata, y estas son las del principado de Cataluña, que los cuatro palos de sangre en campo de oro son propias de la casa y linaje de los condes; y la ciudad de Barcelona, que fue la que más experimentó su intercesión,
compuso sus armas en cuartel: en el primero y último puso sendas cruces de san Jorge, y en los otros dos, palos de las armas de los condes, dividiendo los palos, esto es, dos en cada cuartel. La diputación y principado le tomaron por su patrón y tutelar, y en las batallas apellidan su nombre, así como los franceses a san Dionisio y los castellanos a Santiago; y no solo quedó esta devoción en el principado, mas también se comunicó a otras ciudades; y refiere Pedro Tomic, que por asegurarse mejor de los genoveses, les dieron en cierta ocasión la cruz por armas y el nombre del santo por apellido, y les ha quedado después en tanto, que la ayuda que dio el santo al rey de Aragón en la batalla de Alcoraz, un autor valenciano dice que fue por la devoción y compañía de los catalanes, muchísimos de los cuales de ordinario servían a los reyes de Aragón, y en aquella batalla había muchos, porque le tienen ellos por patrón y le invocan. Han experimentado los favores de este santo, después de esta primera aparición, los aragoneses, en Alcoraz; los valencianos, en las batallas del Puig y de Alcoy; los de Menorca, en la conquista de aquella isla, y los mallorquines, en la presa de su ciudad donde, en tiempo de san Vicente Ferrer, celebraban su fiesta con gran solemnidad, en memoria y agradecimiento de la ayuda que dio a los cristianos cuando la tomaron.

Después de Lauderico o Lauberico, obispo de Urgel, ponen los episcopologios de aquella Iglesia a Estéfano, y dicen haber tenido aquel obispado diez y nueve años.
Dotila fue su sucesor, y tuvo la silla seis años; y esta es la memoria que hallo de estos dos prelados, que lo fueron en aquellos calamitosos y desdichados tiempos de la pérdida de España.
Sucesor de ellos fue Félix, que asistió a un concilio que en el año 778 convocó en Narbona Daniel, arzobispo de aquella ciudad, porque Urgel entonces era de aquel arzobispado. Cayó este prelado en algunas herejías; entre ellas era una que Cristo, hijo de Dios, en cuanto a la humanidad era hijo de Dios adoptivo, y no propio y natural, de la cual falsa opinión se seguía necesariamente que en Jesucristo había dos personas y dos hijos, el uno natural, y el otro adoptivo, que fue herejía condenada de muy atrás contra Nestorio. Este error siguió Elipando, arzobispo de Toledo, contemporáneo de Félix; yo creo que todos lo tuvieron por ignorancia más que con pertinacia, porque en aquellos tiempos tan trabajosos había pocas letras en España, y certificados de la verdad, presto se apartaron de él, porque por mandato de Carlo Magno se juntó concilio en la ciudad de Narbona, en el año 778, a 25 de las calendas de julio; y porque todavía perseveraba en sus errores, juntó después otro concilio nacional en Francfort, (Frankfurt) ciudad de Alemania, en el año 794, de casi trescientos obispos de Italia, Alemania e Inglaterra, donde fue este error condenado. Después, según dice Aymonio en el libro cuarto De gestis francorum, convencido ya de su error, le envió aquel concilio al papa Adriano, y en la iglesia de San Pedro Apóstol, presente el sumo pontífice, damnó y dejó aquella herejía y mala opinión, y se volvió a su ciudad. Hacen muy larga mención de este obispo y de su herejía Ambrosio de Morales, el padre Juan de Mariana, el cardenal César Baronio, el doctor Pisa en su historia de Toledo, y otros muchos autores. Bien sé yo que Adon Vienense dice que este obispo fue desterrado de su Iglesia a León de Francia, (Lyon) y murió allá con su error; pero no sé por qué no demos mayor crédito a Aymonio, coronista del emperador Carlo Magno, ante quien se averiguaron las opiniones a Félix y era señor de todas aquellas fronteras de Cataluña, que a Adon Vienense, que escribe las cosas de este obispo como de auditu y muestra estar poco enterado de ellas, pues por llamarle Urgelitanus, le llama Aurelianus, argumento cierto que no estando enterado del nombre de su obispado, menos lo estaría de sus hechos, y en particular de su conversión, pues, tratando de ella, usa de estas palabras:
quem ferunt in eodem ipso suo errore mortuum, como dando al vulgo por autor de esto. Yo he visto unas memorias de los obispos de Urgel, y según lo que en ellas se escribe de este obispo, debió hacer tales demostraciones, que quedó en opinión de santo varón, cosa que es muy ordinaria a la omnipotencia de Dios, de grandes pecadores hacer grandes santos. Vivía este obispo por los años de 792, y gobernó su obispado nueve años.
Sigebuto vino después de Félix, y tuvo la sede doce años.
Visado gobernó veinte y dos años; fue a Francia y recibió muchas mercedes y favores del rey Carlos Calvo, que era señor de esta provincia; y a trece de las calendas de diciembre, año veinte y uno de su reinado, que es el de Cristo 861, le dio la tercera parte de las lezdas y derecho del mercado, y confirmó las donaciones que sus pasados habían hecho a la Iglesia de Urgel.
Después fue obispo Navagico, (plateáo) el cual tuvo la silla veinte y seis años y cuatro meses.
Sucesor suyo fue Nigoberto o Ingoberto: fue gran prelado y muy estimado en Cataluña y provincia Narbonense. En la relación de la vida de san Teodardo, arzobispo de Narbona, sacada de los cartularios de los archivos de San Estévan de Tolosa, hablando de él, se dice: Ejecto de episcopatu ejus sancto et reverendissimo viro, litteris a primaevo et *moribuis benè instituto, Nigoberto, etc. Ordenóle en obispo *Sigebuto o Sigebodo, arzobispo de Narbona, aquel que vino a Barcelona para buscar las reliquias de santa Eulalia. Cuando san Teodardo se hubo de consagrar, entre otros obispos que llamó de Cataluña fue Nigoberto, el cual no acudió por estar enfermo, como ni Frodoyno, obispo de Barcelona, que no pudo dejar su obispado porque los moros amenazaban venir poderosos en sus tierras, ni Teutario, obispo de Gerona, que estaba enfermo; pero todos la confirmaron, así como Ausinto, obispo de Elna, y otros que asistieron a ella. Fue esta consagración domingo día de la Asunción de Nuestra Señora, el año 885 de la Encarnación. En el año que murió Carlomano y le sucedió Oton o Eudo, reyes de Francia, este arzobispo Teodardo fue a Roma a recibir el palio, y allá pidió al papa Estéfano letras apostólicas contra un sacerdote español llamado Selva, el cual, fuera toda razón, se era levantado arzobispo de Narbona, y como tal había echado por fuerza de la Iglesia de Urgel y de su obispado a Nigoberto, y quería sacar de la de Gerona a Deodado, (Deusdat) obispo de aquella ciudad, que había allá puesto el mismo san Teodardo, y meter en ella a Heimemiro. Eran fautores de Selva: Frodoyno, obispo de Barcelona, y Gudmaro, obispo de Vique: llamólos san Teodardo, y ellos rehusaron de ir; vista su inobediencia, convocó a todos sus diocesanos en una villa llamada Porto, entre Mompeller (Montpellier, Montispessulani) y Nismes (Nimes): fue entre ellos Riculfo, obispo de Elna, que Ausinto ya sería muerto, y los obispos de Gerona, Vique y Urgel y muchos otros: allá dieron Ingoberto, obispo de Urgel, y Deodado, obispo de Gerona, sus quejas contra Selva y Frodoyno, y culparon mucho a Gudmaro, obispo de Vique, porque los tres habían ordenado a Heimemiro, y este, entre otras disculpas, dijo que el conde Suario le había obligado a ello, y fue perdonado. No se dice allá quién fue este conde: yo no entiendo que fuese Sunyer, conde de Urgel, porque este aún en el año 912 no era conde, porque vivía su padre. Leyéronse en aquella junta unas letras del papa Estéfano, en que reprendía severamente lo que Selva y otros obispos habían hecho. Frodoyno, obispo de Barcelona, que conoció en que había errado, fue perdonado; a Selva y Heimemiro quitaron las insignias pontificales y privaron de la dignidad episcopal, que indebidamente se habían usurpado, y con esto Nigoberto volvió a su Iglesia de Urgel, después de haberle tenido Selva fuera de ella más de un año; y todo el tiempo del pontificado de Ingoberto fueron diez años. Este obispo en los manuscritos de la Iglesia de Urgel llaman Engilbertus, que en cosas tan antiguas es fácil trocar los nombres.
Nantigiso vivía en el año 899: hay mención de él en un concilio que congregó Arnusto, arzobispo de Narbona, en la iglesia de San Vicente, en la villa de Juncaria, en el territorio de Mompeller: dícelo Catel en la Historia del Languedoc, folios 35 y 733.
Asímismo en el año 940 hubo concilio sinodal en la villa de Foncuberta: juntólo el mismo Arnusto, y en él se determinó una contienda que tenía Nantigiso con Adulfo, obispo de Pallars, por haberle usurpado toda la tierra de Pallars veintitrés años había, y probó que de muy antiguo era de la diócesis de Urgel; y determinó el concilio, que durante su vida Adulfo fuese obispo y tuviese aquel territorio, y después de su muerte se entremetiese en él, y volviese al dominio y ordinacion antigua de la Iglesia de Urgel y de sus prelados. Rodulfo, hijo de Guifre Pelos, conde de Barcelona, tomó el hábito de monje de Ripoll el año 888, cuando fue la primera dedicación de aquel monasterio, y por su causa dio el Conde al dicho monasterio mucho patrimonio; después fue abad, y a la postre obispo de Urgel. Éralo en el año de 913, porque en el archivo del arzobispado de Narbona he tenido en manos una bula del papa Juan X en favor de Agio, arzobispo de Narbona, contra Herardo, que pretendía el dicho arzobispado, la cual era dirigida a los obispos sufragáneos de Narbona, y entre otros que nombra, son: Hugo, de Gerona; Teodorico, de Barcelona; Georgio (En Jordi de Vic), de Vique, y Rodolfo, de Urgel, de donde se infiere que estos obispados eran entonces de la metrópoli de Narbona, así como otros de Francia que allá nombra.

jueves, 14 de marzo de 2019

Libro décimo quinto

Libro décimo quinto.






Capítulo
primero. De lo mucho que el Rey sintió la muerte del Rey don
Fernando de Castilla
, y murmurando de esto los suyos, las vivas
razones que dio para abonar su sentimiento.






Al
tiempo que acabada la guerra y conquista del Reyno de Valencia el Rey
se retiraba a la ciudad para entender en la ampliación y ornato de
ella: le llegó nueva, como el Rey de castilla don Fernando el III,
su consuegro, después de haber gloriosamente conquistado de los
Moros e incorporado en sus Reynos la mayor parte de la Andalucía,
habiendo adolecido de una recia calentura, era muerto de ella como un
santo dentro de la ciudad de Sevilla. Sintió el Rey tan gravemente
esta nueva, que luego se retiró a lo íntimo de palacio, y por
algunos días no fue visto en público, pasándolos con mucho
sentimiento y tristeza, por haber perdido, como él decía, un tan
principal consuegro de quien tan buenas obras había recibido y a
quien por sus maravillosas hazañas de valeroso y pío, había tenido
santa envidia de continuo (
cótino).
Maravilláronse mucho de esto los criados y domésticos del Rey,
señaladamente los capitanes que fueron y vinieron con él del Reyno
de Murcia, y se habían hallado en la defensa de los extremos del
Reyno de Valencia contra el Príncipe don Alonso hijo del muerto,
para reprimir las entradas y daños que hacía en ellos. Y así
murmuraban mucho del Rey porque se dolía tanto de la muerte de quien
tan poco bien le hizo, o permitió que se le hiciese mal. Mayormente
porque mientras
durò
la guerra y conquista de Valencia, con ser contra Moros, no solo no
ayudó al Rey con gente y armas: pero se creyó que supo del secreto
favor y socorro que el mismo don Alonso su hijo envió a los Moros de
Xatiua, al tiempo que tenía el Rey puesto cerco sobre ellos: porque
no era posible que ignorase el padre los acometimientos que el hijo
hacía. Y así concluían su murmuración con decir, que quien
pudiendo no vedaba, mandaba. Estas palabras fueron recitadas al Rey
por los mismos de palacio, y por esto mandó luego llamar algunos de
los que sobre esto más largo hablaron: a los cuales dio mano por
ello, y les habló de esta manera. No puedo dejar de maravillarme
mucho de vuestro poco saber y falta de discurso: pues del amor y
amistad grande que yo he siempre tenido con el buen Rey don Fernando
mi consuegro, juzgáis tan
iniquamente,
y tan al revés de lo que entre los dos ha pasado. Porque habiéndole
yo amado como a mi propio hermano, y él a mí valido con su favor y
armas en cuantas guerras he movido contra Moros, pensáis vosotros
que mientras vivió me fue contrario. Mas porque descubráis como de
lejos vuestro error con la lumbre de la razón, quiero yo ser ahora
el fanal de ella: para que consideréis de este buen Rey, como las
guerras y conquistas que llevó tan adelante en la Andalucía contra
los Moros que estaban apoderados de ella, todas ellas me valieron y
ayudaron grandemente para poder yo alcanzar las victorias y triunfos
que gané de los Moros de Mallorca y Valencia. Porque mientras él
entendió en ganar por fuerza de armas los dos tan poderosos reynos
de Córdoba y Sevilla, y de tal manera perseguir a los de Granada con
todo su poder, que los hizo arrinconar en su Reyno: no fue en esto
gran parte para que la infinidad de enemigos Moros que habían de dar
sobre nosotros, la entretuviese, y nos defendiese de ellos? No os
parece que en ocuparlos, y divertirlos de acá, se ha habido con
nosotros, de la manera que nosotros para con él? Pues con hacer
guerra contra los de Mallorca y Valencia los entretuvimos de suerte,
que ni por mar, ni por tierra pudieron valer, ni socorrer contra él
a los del Andalucía? Porque quién duda de ellos, que si los dos no
los ocupáramos allá y acá, que por su bien común, convirtieran
sus odios particulares contra cualquier de nosotros: y que juntadas
sus fuerzas debilitaran las nuestras, y del todo las postraran? Para
que veáis claramente, como vino de la mano de Dios, que en un mismo
tiempo juntamente emprendiésemos nuestras conquistas: él la de
Córdoba (
Cordoua)
y Sevilla (
Seuilla)
y yo la de Mallorca y Valencia: no solo para echar de ellas la
perversa secta de Mahoma, pero mucho más por introducir en ellas
nuestra verdadera fé y religión Cristiana. Y pluguiese a Dios que
mi yerno don Alonso su hijo y sucesor, heredase aquella buena
intención y ánimo, aquella misma afición y diligencia que en
perseguir los Moros su tan buen padre tuvo. Porque no dudo, que los
dos juntos en voluntad y armas, seríamos parte para echarlos, y no
dejar Moro en toda España. Por eso, habiéndonos Dios juntado a los
dos en edad y costumbres, en una voluntad, y buenas intenciones, y
con igual aparejo de armas encaminado nuestros ejércitos contra sus
infieles enemigos, para que alcanzásemos tantas victorias de ellos:
no queráis vosotros juzgar que habemos tenido formada enemistad
entre los dos: antes: pensad de mí que he sido siempre envidioso
imitador de su fama y gloria: y de él tened tal fé y crédito, que
por las causas ya dichas, ha sido participante, y como autor de todos
mis triunfos y victorias. Con esto os persuadiréis y creeréis muy
de veras, que en mi vida he sentido cosa tanto como su muerte. Como
los suyos oyeron al Rey estas palabras, concluidas con mucha pasión
y sollozos, no solo se maravillaron muy mucho de su Cristianísimo
razonamiento: pero considerando su grande equidad y modestia que
guardaba en todas sus acciones, quedaron como pasmados de ver, que
con tan gentil y cortesana plática, quisiese sus propias victorias y
triunfos atribuirlos al rey don Fernando: habiéndole sido por si, o
por los suyos, realmente contrario, y por tal tenido. Mas no contento
con esto, mandó hacerle las obsequias con tanta pompa, trofeos,
música, y alabanzas, como las hiciera por el propio Rey don Pedro su
padre.











Capítulo
II. Como el Rey envió a consolar al Príncipe don Alonso, y de la
poca estima que hizo de los embajadores, y que tentó hacer divorcio
con doña Violante, enviando a pedir la hija del Rey de Noruega por
mujer, y otras cosas.






Hechas
las obsequias del Rey don Fernando, envió el Rey sus embajadas a don
Alonso su yerno, heredero universal y sucesor en los Reynos de
Castilla y de León, y en los conquistados de la Andalucía: para
consolarle por la muerte de tan buen padre y hermano como habían los
dos perdido: prometiéndole de su parte todo el poder y fuerzas para
valerle como a propio hijo en cuanto se le ofreciese: exhortándole
mucho a que no dejase de proseguir la guerra tan prósperamente
comenzada por su padre: porque en ser contra Moros no dejaría de
hallarse siempre a su lado. Mas don Alonso aunque valeroso y
belicoso, como fuese mozo vario y mudable, y de haberse dado tanto a
los estudios y variedad de ciencias (como adelante diremos) no muy
amigo de lo que convenía para el buen gobierno del Reyno, sino muy
desapegado de negocios, tomó esta embajada muy al revés de lo que
debiera: mostrando al parecer que se holgaba de los buenos
advertimientos del Rey su suegro, siendo en lo demás muy corto de
respuesta: diciendo que le hacía muchas gracias por tan buenos
ofrecimientos como le hacía: y que en su lugar y caso haría la
recompensa. Vueltos los embajadores, no quedó el Rey tan descontento
de la corta respuesta de don Alonso, cuanto de lo que entendió del,
que en verse heredado de tantos Reynos, luego se hizo con grande
suntuosidad y pompa coronar Rey en Sevilla, intitulándose don Alonso
el Christianísimo, y no se curó más de continuar la guerra contra
los de Granada, que la pudiera muy bien acabar con el favor y ayuda
del Rey su suegro, por hallarse entonces desocupado de la guerra de
Valencia: antes por gozar del ocio de las letras, luego entendió en
hacer treguas con el de Granada (no quedando ya otro Rey Moro en
España) sin consultarlo primero con el Rey: y esto todo por el
rencor que le tenía, de no haberle querido dar a Xatiua, y que vino
a tanto, que tentó de repudiar a doña Violante su mujer, y so color
de estéril, hacer divorcio con ella. Y así llegó el negocio a
término que con gran diligencia envió sus embajadores al Rey de
Noruega, pidiéndole por mujer a su hija la infanta Christina. Por
esta causa se cree que en este tiempo comenzó a renovarse la guerra
entre los dos Reyes en los confines de los Reynos de Valencia y
Murcia con ejércitos formados de ambas partes, enviando al Rey un
buen escuadrón de gente de a caballo y de a pie, para solo defender
los términos del Reyno: donde por las entradas y cabalgadas que
habían hecho en él los Castellanos, entraron e hicieron otras
tantas en el Reyno de Murcia los del Rey. Pero como se pusiesen de
por medio algunos Prelados y señores de Aragón y de Castilla,
vinieron a parar los unos y los otros en este concierto y concordia.
Que los daños, presas, y robos que los del un Reyno habían hecho en
el otro se recompensasen, y que los términos y límites de la
conquista, según las antiguas divisiones, de nuevo se amojonasen: y
los derechos que cada uno sobre ellos tenían, se renovasen.
Determinado esto, y hechas las revistas de los términos, y dejadas
las guarniciones por los lugares convenientes a entrambas partes,
cesó por entonces la guerra pública entre ellos, pero no el secreto
odio y rencor que el de Castilla al Rey tenía.






Capítulo
III. Como vino la hija del Rey de Noruega, y por hallarse preñada
doña Violante, cesó el divorcio, y como casaron a la infanta con
don
Felippe
hermano de don Alonso.







Por
este tiempo que se hicieron las treguas, vino la Infanta Christina
hija del Rey de Noruega, muy acompañada de los suyos para efectuar
el casamiento prometido con el Rey don Alonso. Pero fue en vano su
esperanza y venida, porque a ese tiempo se sirvió Dios que doña
Violante la Reyna se hiciese preñada, y con esto se apartó don
Alonso de hacer divorcio con ella. El cual hallándose muy confuso
sobre lo que haría de doña Christina, no se dijese que había
burlado de ella y de su padre, y de tan principales personas que de
tan lejos habían venido con ella, determinó decir lo que pasaba.
Como con la nueva preñez de la Reyna doña Violante cesaba la
esterilidad que había de dar por causa para el divorcio: que se
contentase de tomar en su lugar por marido a don Felippe su hermano
segundo, Abad que entonces era de
Valladolit,
y electo Arzobispo de Sevilla, aunque sin ningunos órdenes.
Comunicado esto con ella y con sus criados y compañía, a ninguno
dio gusto el cambio, antes se sintieron tanto de ello, que dieron muy
grandes voces, quejándose de la burla hecha a la Infanta su señora
hija de un tan principal Rey, sobre la Real palabra de don Alonso, y
con esto hinchieron todo el palacio de gritos, quejas, lloros, y
lamentaciones conforme a su bárbara costumbre y meneos, y fueron
tantos los extremos que sobre esto hicieron, que se hubieron de poner
los Prelados y grandes del Reyno muy de propósito en
quietarlos,
prometiéndoles de parte del Rey, que daría un grande Principado y
estado a don Felippe su hermano: y luego de presente le haría
Adelantado de Galicia, y más que muriendo el Rey sin hijos, sin duda
ninguna vendrían a heredar los hijos de doña Cristina todos los
Reynos y estados de Castilla. Se apaciguaron con esta promesa la
Infanta y los suyos: y hechas sus capitulaciones, casó Cristina con
don Felipe, y se celebraron sus bodas en el palacio del Rey con toda
la solemnidad y grandeza que por el mismo Rey se hiciera. De lo cual
los criados con la demás gente que acompañaron a la Infanta
quedaron muy contentos, y con las mercedes y joyas que el Rey les
repartió se volvieron muy alegres y satisfechos a Noruega. Puesto
que después con la mala condición y poca fé de don Alonso, ni a
don Felipe se le dio el gobierno de Galicia, ni a la Infanta Cristina
la honra y acatamiento Real que se le debía, ni aun lo necesario
para su Real sustento. De donde nacieron grandes discordias entre don
Felipe y el Rey, y se apartó de él, y se pasó al Rey de Navarra
contrario del Rey su hermano, como se dirá más adelante.











Capítulo IV. De la muerte de Tibaldo Rey de Navarra, y que el Rey
visitó a la Reyna viuda, y de los conciertos que hicieron, y como
vino el Rey de Castilla sobre Navarra, y la defendió el Rey.






Estando
el Rey en el camino de Valencia para Zaragoza, le dieron nueva que
Tibaldo sobrino del Rey don Sancho, de quien hablamos antes que
reinaba en Navarra, era muerto en Pamplona, ciudad principal y cabeza
de aquel Reyno: dejando dos hijos pequeños Theobaldo y Enrrico con
su madre la Reyna Margarita tutora (
tudora)
de ellos y gobernadora general del Reyno. Certificado de esta nueva
el Rey, juntó algunos señores de título de Aragón, y con poca
gente de a caballo se fue para Tudela a visitar a la Reyna, que
estaba allí muy triste y desconsolada con sus dos hijos. La cual se
consoló mucho con su venida, por estar ya muy determinada de poner a
si y a sus hijos con todo el Reyno debajo su Real protección y
tutela, para poderse defender del continuo adversario que tenían en
el Rey de Castilla. Esto lo emprendió el Rey de muy buena gana. Y
luego con la asistencia de don Alonso su hijo, y del Obispo de
Tarazona, y muchos otros señores de Aragón y de Navarra, y de los
Síndicos de las ciudades y villas Reales, el Rey, y la Reyna viuda
hicieron entre si estos conciertos. Que Theobaldo heredero del Reyno
tomase por mujer a doña Constanza (
Gostáça),
o a doña Sancha hijas del Rey, luego que fuesen de edad para
casarse. Que el Rey diese todo su favor y ayuda a Theobaldo, y a la
Reyna su madre contra el Rey de Castilla que siempre los perseguía
por haber para si el Reyno de Navarra. Estos conciertos, no solo
ellos, pero los prelados y señores de los Reynos con el mismo
Príncipe don Alonso juntos, se obligaron con juramento solemne de
guardarlos. Como el Rey con la Reyna viuda, y los conciertos que
habían hecho, persuadiéndose que todo era por hacerle tiro, y en su
menosprecio, mandó por toda Castilla pregonar guerra contra Navarra,
y con grande ejército llegó a la frontera de ella, con ánimo de
entrarse por toda ella como por su tierra, no solo para alzarse con
el Reyno, pero aun para echar a la Reyna y a sus hijos fuera. Lo que
sin duda pudiera muy bien hacer, si nuestro Rey no se lo impidiera,
que luego le salió al encuentro con otro ejército no menos poderoso
que el suyo. Porque temiéndose de esto, luego que partió de
Zaragoza para Navarra, dejó secreto orden a las ciudades de Iaca,
Huesca, y Zaragoza, pusiesen en orden su gente para cuando tuviesen
segundo aviso. Y así se metieron muy en breve dentro de Navarra, y
tras ellas, todas las demás villas de Aragón acudieron a
defenderla. Quedaron los Castellanos tan maravillados de tan prompto
y bien armado socorro, que hicieron treguas con el Rey, y se
Vieron.











Capítulo V. Que el Príncipe don Alonso fue con el Rey a Barcelona,
y aprobó las divisiones de tierras hechas a sus hermanos: y como
volvió el de Castilla sobre Navarra, y el Rey volvió a defenderla.






Defendida
Navarra y hechas treguas con el de Castilla, el Rey y el Príncipe
don Alonso su hijo (que por entonces mostraban estar muy concordes)
se fueron juntos a Barcelona, a donde congregados en palacio los
Prelados y señores más principales del Reyno, con los Príncipes
don Pedro y don Iayme, fue así que don Alonso en presencia de todos
pública y solemnemente aprobó, sin excepción alguna, las
donaciones y asignaciones hechas por el Rey, así del Principado de
Cataluña, como del Reyno de Valencia, en favor de don Pedro y don
Iayme sus hermanos, besando las manos al Rey, y abrazando con mucho
amor a sus dos hermanos. Y con esto pareció haberse restituido en
total gracia de ellos, y del Rey su padre. También tuvo por rato y
grato lo que el Rey había decretado en la división de Lérida y su
distrito, del Reyno de Aragón, que poco antes había sido
dismembrada de Cataluña por las causas arriba dichas. Además de
esto soltó a todos los señores y ciudades de Cataluña la fé que
le había dado de guardar los primeros términos. Mas se obligó con
juramento de tener por rato y firme todo lo prometido conforme a la
costumbre y uso antiquísima del Reyno, que se hacía, atando el Rey
muy fuerte los dedos pulgares al Príncipe. El cual con este solemne
pacto y rito prendó su fé y palabra para siempre. Halláronse
presentes a esto, y fueron testigos, los Prelados arriba dichos, y
entre otros señores, Vgo Conde de Rosas, y don Ramon Folch Vizconde
de Cardona, con otros nueve caballeros principales de Cataluña.
Hecho esto, como entendiese el Rey que los Castellanos viéndole
ausente con mayor ejército que antes movían guerra de nuevo contra
Navarra, sin tener cuenta con los conciertos hechos, hizo su camino
para allá, y habló con el Rey Theobaldo en la villa de Montagudo,
donde renovaron su confederación y amistad contra qualesquier
enemigos de los dos, o de cada uno dellos, y se dieron el uno al otro
ciertas fortalezas en rehenes. De estos pactos y consideraciones el
Rey no quiso excluir a otri que a Carlos de Anges Conde de la
Provenza hermano del Rey de Francia, por lo que tocaba al Conde
Berenguer su primo, que estaba excluido del Condado por rebelión de
sus vasallos y el Carlos se le había entrado en el estado. Este
mismo fue después Rey de Sicilia (como adelante diremos) y tuvo
grandes guerras con el Príncipe don Pedro sobre el mismo Reyno,
según en su historia se dice. Theobaldo eximió solamente al Rey de
Francia y a sus hermanos. Los cuales conciertos algunos señores de
Aragón que con el Rey se hallaron, y los principales de Navarra
(
Nauerra)
prometieron guardar en cuanto les sería posible (
ppssible).
Y como los dos Reyes estuviesen muy determinados de salir contra los
Castellanos, se siguió por buenos medios que firmaron treguas de
nuevo con ellos, y con esto Navarra estuvo algunos años libre de
guerra. Y el Rey se volvió al Reyno de Valencia.











Capítulo VI. Como se rebelaron los Moros de Valencia con el capitán
Alazarch, del cual se cuenta la gran privanza que tuvo con el Rey, y
de la traición que urdió.






Con
la larga ausencia que el Rey hizo del Reyno de Valencia, andando
metido en las cosas de Aragón y Cataluña, los Moros de Valencia que
se le habían sujetado con condiciones que pudiesen vivir a su modo,
y quedarse en la secta de Mahoma, no contentos con esto, como les
fuese natural la infidelidad, descubrieron su malicia. Y viendo al
Rey envuelto en guerras fuera de sus tierras, secretamente comenzaron
a tomar armas y se alzaron contra él. Para esto tomaron por su
caudillo y capitán a un Moro dicho Alazarch que tenía fama de muy
valiente y diestro guerrero entre ellos, al cual poco antes el Rey
había perpetuamente desterrado del Reyno, y se había pasado a los
de Granada. De donde le hicieron venir, y llegado, se rebeló la
mayor parte de la región de allende el Xucar contra el Rey. Era este
Alazarch nacido de padre Africano y madre Granadina en los confines
del Reyno de Murcia y criado allí mismo. Y aunque de color moreno, y
rostro feroz, pero de buena y agraciada disposición, y muy diestro
en las armas. Era en hacienda de mediano estado muy afable, porque no
solo entendía y sabía muy bien la lengua Castellana como la propia
Arauiga, pero era muy elocuente en las dos, y también muy astuto y
disimulado: porque en la conquista del Reyno se juntó con el Rey, al
cual con la familiaridad de la lengua prometió todo buen servicio y
fidelidad: y fue creído: por haber muchas veces descubierto al Rey
los secretos y
desinos
de los Moros, y por esto comunicaba también el Rey los suyos con él.
Llegó a tanto la familiaridad, que el Rey muchas veces le persuadía
se hiciese Cristiano que le haría grandes mercedes, a lo cual
respondía el Moro sonriéndose, yo bien me haría Cristiano, si me
diesen por mujer a la hermana de Carroz señor de Rebolledo. Era esta
la más hermosa dama que en aquel tiempo se hallaba. Con esta
privanza y conversación del Rey era tenido en mucho de toda la
morisma: y entendiendo muy bien nuestros tratos y modo de pelear, y
regir un campo, se había engreído mucho: y así imaginaba de cada
día como haría un buen salto contra los Cristianos: como a la
verdad lo hizo tan alto cuanto se podía, si le sucediera a su
propósito. Porque faltó muy poco, por fiarse mucho el Rey del, de
caer una vez en sus manos, y de los Moros. Y fue cuando los años
antes andaba el Rey conquistando el val de Bayrén, yendo muy deseoso
de tomar el castillo de Reguart, el cual estaba muy fuerte y
enriscado, y abastecido de gente y armas, y le impedía el paso para
entrar en lo más hondo del valle. Mas Alazarch que entendió este
gran deseo del Rey, se vino para él, y prometió dar el castillo en
sus manos, con que él mismo en persona viniese a la media noche con
pocos a entrar en él, por no ser sentido de otros castillos cercanos
al de Reguart, también porque así lo tenía concertado con el
Alcayde de que era muy aficionado a su persona Real. El Rey
creyéndole, se holgó mucho de esto, confiado de su larga
familiaridad y amistad. Pues como llegase la hora, el Rey salió con
los XXV de a caballo, enviando delante otros tantos escuderos hacia
el castillo. Luego que Alazarch sintió venir gente, pensando que el
Rey sería con los delanteros, salió de la celada que tenía puesta
junto al castillo en tres partes, con trescientos Moros: y con
grandes alaridos, y estruendo de trompetas y atambores, arremetió
para los escuderos, y tomándoles en medio sin matar ninguno,
mientras buscaban entre ellos con gran contento al Rey, que venía
más atrás y se escapó de ellos, tuvo lugar para retirarse a los
suyos que le seguían de lejos con todo el cuerpo de guardia. Con
esto quedó Alazarch burlado con muchas pérdidas acuestas, de la
familiaridad y favores del Rey, y de la opinión de los Moros, y
también de la tierra, porque tuvo necesidad de salirse de ella a más
que de paso. Y así fue, que el día siguiente, considerando él
mismo, que el Rey no desearía tanto tomar el castillo cuanto a él
para hacerle pedazos por la traición usada, desamparó el castillo
con toda su gente y se fue al Reyno de Murcia: y el Rey se entró
luego en él y puso gente de guarnición. Desde entonces Alazarch se
ausentó del todo de Valencia, y se entretuvo con los de Murcia y de
Granda. Por eso fue luego condenado a muerte por el crimen Lesae
Magistatis, o a destierro perpetuo de todos los Reynos de la corona
de Aragón, y confiscados todos sus bienes. De manera que siendo como
decíamos, Alazarch llamado para caudillo de los rebeldes, vino al
Reyno, y tomó ciertas villas y castillos que estaban por los
Cristianos en el val de Gallinera, no lejos del de Bayrén, donde
tenía el Rey algunas guarniciones de gente de guardia. Pues como
todo esto llegase a noticia del Rey, que por entonces residía en
Calatayud, recogió su gente ordinaria de guerra, e hizo alguna más,
y con ejército formado se vino para Burriana. Donde entendió como
Alazarch había venido con muchos Moros a la villa de Penaguila,
pueblo fuerte y de extraño sitio en las montañas de la Contestania,
y que a medio día a escala vista había tentado de dar asalto a la
fortaleza, o castillo de ella: pero que había sido valerosamente
rebatido de los que estaban en guarnición dentro.






Capítulo
XII. De la llegada del Rey a Valencia, y que entendida más en
particular la rebelión de los Moros, determinó echarlos del Reyno a
todos, y de las personas que mandó convocar para tratar de ello.






Entendiendo
el Rey más por extenso el atrevido acometimiento del Capitán
Alazarch sobre el castillo de Penaguila, partiose con gran presteza
de Burriana, y llegó a Valencia. Donde informándose mejor de la
conjuración de los Moros, y de los primeros que la comenzaron, y
eran más culpados en ella: halló que dessotra parte de Xucar, casi
todas las villas y castillos de aquella región, (excepto Xatiua y
Alzira con algunas villas de las montañas, que ya eran de
Cristianos) se habían rebelado muy a la descubierta: y tomado por su
general y Caudillo a Alazarch, como está dicho, y que desta parte de
Xucar algunos pueblos secretamente favorecían a los rebeldes, y aun
ellos habían intentado de hacer lo mismo. Por esta tan manifiesta
infidelidad, y poca seguridad que de los Moros se esperaba para con
los Cristianos, y que mientras hubiese Moros en el Reyno, siempre
habría (
auria)
rebelión y sobresaltos, por ser ellos casi infinitos, y los
Cristianos pocos: propuso en su ánimo de echarlos a todos del Reyno:
para que su tan pretendido fin de introducir en él la fé y religión
de Cristo pudiese venir a efecto. Lo cual determinó de consultar
primero con el Prelado y otros. Para esto mandó convocar los grandes
y Barones del Reyno, y a todos los demás que en esto podían
pretender interés, o perjuicio alguno. A don Andrés de Albalate
Obispo de Valencia con los del estamento Ecclesiástico: a don Pedro
Fernández de Azagra, don Pedro Cornel, don Guillem de Mócada, don
Artal de Luna, don Rodrigo Liçana, don Ximeno de Vrrea (este fue
hijo de aquel valerosísimo Ximeno, que se halló en las conquistas
de Mallorca, y Burriana, y tuvo en ellas los más principales cargos
de la guerra, y con su fama y memorables hechos acrecentó y
ennobleció mucho la ínclita y esclarecida familia de los Vrreas, y
a quien fue hecha merced después del Condado de Aranda en Aragón,
del cual gozan hoy sus descendientes, y sucesores) y a otros
principales señores, y Barones de Aragón y Cataluña, que estaban
ya heredados de lugares y vasallos en el Reyno: Y también a los
Iusticias y Iurados con los demás principales de la ciudad, que
representaban el estamento Real. Para que habiendo de ser su
proposición y demanda muy poco menos importante y ardua, que si de
nuevo se hubiese de conquistar el Reyno, y que por haberse de
atravesar el interés (
interesse)
de muchos, había de ser muy impugnada, y contradicha, no faltasen
ninguno de los tres estamentos, para que le ayudasen a esforzar lo
bueno, y que por el interés particular no se perdiese el bien
universal de todos. Iuntados pues en la iglesia mayor, y oída con
mucha devoción la Missa del Espíritu santo, que celebró el Prelado
con gran solemnidad, encomendándose todos a nuestro Señor para que
les inspirase el consejo recto y deliberación santa de su mano,
sentados por su orden, y el Rey en su trono más alto, les habló de
esta manera.











Capítulo VIII. Del grave razonamiento que el Rey hizo y los
convocados, significando su determinación y causas, para echar todos
los Moros del Reyno.






Prelado,
Grandes, y Barones prudentísimos, a vosotros que habéis sido
compañeros y participantes en todas nuestras empresas y guerras,
damos por testigos de los grandes trabajos y fatigas que habemos
padecido en la conquista de esta ciudad y Reyno, y de los que hoy en
día padecemos por llevarla adelante: no tanto por sojuzgar las
villas y lugares con las personas de los Moros: cuanto por ganar para
Cristo nuestro Redemptor, y su religión Cristiana, las almas de
todos ellos. Lo cual puesto que dentro la misma ciudad y por sus
arrabales lo habemos medianamente acabado, porponiéndoles que, o se
hiciesen Cristianos, o se saliesen de la ciudad y sus contornos: y
con esto, junto con la solicitud del Prelado en instruirlos en la fé
nuestra, se han convertido algunos: no ha sido posible acabar lo
mismo en los otros lugares del Reyno: ni aun cuando estábamos sobre
ellos con las armas en las manos: sino que para atraerles a que a
buenas se nos entregasen, fue necesario permitirles se quedasen en su
secta. Porque a compelirles la dejasen antes de entregarse, era muy
cierto que se determinaran a morir por ella, para más alargarnos la
conquista, y hacemos la victoria más dudosa y sangrienta. Mas aunque
el perder nuestras vidas en tal demanda fuera ganarlas, para más
consagrarlas a Dios, y a la eternidad: pero las almas de ellos, que
por ventura pudieran salvarse, matarlas juntamente con los cuerpos,
nos parecía cosa horrible, y muy contraria a nuestra religión. Y
así po esto pareció mejor el disimular entonces con ellos, y
encomendar este negocio a Dios, como cosa suya: esperando, si con el
tiempo y buen tratamiento nuestro, poco a poco
arrostrarían
a su conversión. Pero que siendo acabada la conquista, y echada la
guerra fuera, con tanta ventaja de ellos, quedándose en sus villas y
lugares, con sus casas y posesiones, y lo que más es, en su secta,
con mayor libertad, y más tolerable yugo de lo que jamás tuvieron
que no contentos de esto, se nos hayan (
ayan)
rebelado, y tan desvergonzadamente tomado armas contra nosotros:
verdaderamente que han descubierto del todo su natural infidelidad y
pérfida malicia, claramente señalando, que ni a Dios, ni a nos
serán en ningún tiempo fieles, y que siempre viviremos entre ellos
con recelo, como en medio de nuestros capitales enemigos. Demás de
lo que con su conversación y trato se puede de su infidelidad y
abominable modo de vivir, apegar algo a los Cristianos, en gran
ofensa de nuestro Señor: según que el Padre santo de Roma por sus
patentes letras Apostólicas nos ha advertido muy bien de ello, y de
nuevo animado a llevar adelante nuestro propósito. Por donde, para
que arranquemos de raíz una tan perniciosa cizaña (
zizania),
y que nuestra mies Cristiana limpia de tan mala yerba crezca mejor
para el cielo, nos determinamos en lo siguiente. Que puesta, cuanto a
lo primero, buena gente de guarnición en las dos fortalezas de
Xatiua, y bien guardado el paso de Alzira, y fortificados para
defensa de la ciudad los Castillos de Murviedro, Almenara, Enesa, y
Chiva, echemos del Reyno esta infiel canalla de Moros, y en lugar de
ellos le poblemos de Cristianos de los dos Reynos, para habitar y
cultivar la tierra que dejarán ellos: pues ella es tal, y la fama de
su gran fertilidad tan divulgada por todas partes, que no habrá
persona que no trueque de buena gana su tierra natural por la de
Valencia. Y así os rogamos a todos muy encarecidamente tengáis por
buena y acepta esta nuestra determinación. Pues demás del gran
servicio que haremos a nuestro Señor en quitar de medio de nosotros
sus enemigos, y blasfemos, para mayor puridad y conservación de
nuestra fé y religión: en lo demás estad de buen ánimo, y tened
por muy cierto, que no serán tantos los daños, cuanto mucho mayores
los beneficios y provechos (
puechos)
que para la buena cultura de la tierra y seguridad del Reyno, se
seguirá con echar tan infiel y perversa gente de entre (
détre)
nosotros.











Capítulo IX. De la aprobación que el Prelado, Ecclesiásticos, y
braço Real hizieron de la proposición del Rey, y de la
contradicción de los Señores de vasallos, con las razones de ambas
partes, y como se publicó el edicto.






Como
acabó el Rey su razonamiento con la demanda propuesta, luego el
Prelado en nombre suyo, y de todo el estado Ecclesiástico respondió,
que tenía por muy santa y como inspirada del Espíritusancto la
proposición y determinación hecha por su Real alteza, por los
grandes bienes espirituales junto con los temporales que de ella se
seguirían, y que no embargante qualesquiere daños y pérdida
(
pdida)
de intereses que de esto se le podía seguir, la aprobaba, y se
suscribía en ella, de común voto suyo, y de todo el estamento
Ecclesiástico. Oído esto, quiso el Rey antes que los Grandes y
Barones profiriesen el suyo, certificarse del parecer de los del
brazo Real y Ciudadanos. Los cuales por mano de los jurados y
consejeros se firmaron en el mismo parecer y voto del Prelado. Luego
se volvió el Rey a los del brazo militar, que eran los señores y
Barones en quien había repartido las rentas y vasallajes de Moros,
para que declarasen el suyo. Los cuales en oír que se habían de
echar los Moros del Reyno, comenzaron a murmurar y alborotarse tanto
sobre ello, que en suma declararon, eran de contrario parecer: pues
aunque las razones que el Rey daba
pa
echar los Moros en lo espiritual eran concluyentes: pero que para el
beneficio de la tierra, eran muy perjudiciales, diciendo que los
Cristianos que vendrían a poblar sus tierras dejadas por los Moros,
no serían tan hábiles como se requiere para cultivarlas, y ni el
provecho y renta de ellas sería tanto como solía, para poder
cumplir con el feudo y obligación con que se las había dado, de
seguir a sus propias costas la guerra. Y sobre esto hacían grandes
extremos, mezclados con algunas amenazas. Mas como el Rey tenía ya
al Prelado con todas las órdenes y estamento Ecclesiástico,
juntamente con la ciudad y brazo Real, de su parte, determinó de
llevar adelante su propósito, y mandó publicar el edicto de
destierro contra la morisma del Reyno. Y así para más sanear su
conciencia, hizo publicar la bulla, o rescripto del Pontífice
Innocencio IV, que mucho antes le había enviado: por el cual le
exhortaba en grande manera echase los Moros del Reyno, por lo mucho
que convenía apartar a los católicos del continuo concurso y
conversación de los infieles (según que en el libro de los Índices
de los Annales de Geronymo Surita Latinos, está este rescripto, o
bulla largamente contenida). De manera que estando el Rey muy firme
en su deliberación, mandó poner nueva guarnición de gente en las
fortalezas y castillos arriba dichos, y distribuir el ejército por
la ciudad y villas por donde habían de pasar los Moros. A los cuales
se mandaba so pena de la vida que dentro de un mes saliesen del Reyno
con todas sus
ahinas
las que llevar pudiesen, y no parasen en todo él. Con este edicto,
no se puede creer cuan grande alboroto y mudanza de cosas se
siguieron por todo el Reyno, pensando que había de nacer de aquí la
total ruina y pérdida del. Por parecer a algunos, que con la ida de
los Moros, siendo como eran infinitos, el Reyno se despoblaría del
todo, y ni Aragón, ni Cataluña juntos bastarían a henchir el vacío
de ellos, y que por esto padecería la cultura: y la tierra, aunque
de si es fértil, se convertiría en bosque, y de ahí como yerma
sería desamparada: para que los mismos Moros que la conocían, con
el favor de los de África volviesen a cobrarla. Sin eso porfiaba que
no se esperaba otro de echar tan grande infinidad de Moros juntos,
sino que llegados a los Reynos de Murcia y Granada para do se
encaminaban, con el favor de ellos revolverían sobre el Reyno, y que
hallándolo vacío, lo oprimirían en un día todo. Por lo contrario
otros tenían por más cierto, que en sabiendo que los Moros eran
idos, vendrían como lluvia gentes de toda España a poblarle,
señaladamente de las montañas y lugares ásperos de Aragón y
Cataluña: viendo que por una sola mies, y miserable cosecha de pá,
que para todo el año dejarían, cogerían en el Reyno tantos y tan
varios géneros de frutos dentro del mismo año, y donde no habían
de pelear más con la tierra dura que sacude y escupe los arados (
las
rejas
)
y azadones (
açadones)
como la suya: sino con la fertilísima y benigna, que no rehúsa
imperio, ni sujeción alguna del labrador. Lo cual averiguaban con
manifiesto ejemplo de lo que pasaba en la vega y huertas de la
ciudad. Pues se hallaba que en el arte de cultivar la tierra, en
ninguna cosa excedían los Moros a los Cristianos. Porque luego que
la ciudad fue tomada, y emprendida la vega de ella por los
Cristianos, se halló que ningún campo del Reyno cultivado por los
Moros igualaba con el de los Cristianos. Además que los Moros por
darse mucho a la cogida de granos menudos, de que suelen mantenerse
no tenían cuenta con el trigo, ni en criar ganado de ovejas, ni
vino, ni tocino, que son los cuatro más principales alimentos de la
vida, ni curaban del provecho grande, que de los cueros y lanas que
sale de esto para el vestido del hombre se siguen: lo que no se puede
suplir con sola la crianza de cabrío que los Moros usaban, por ser
esta carne desabrida para muchos, y el cuero de ella deslanado.
Finalmente concluían que los señores y Barones no solo aventajarían
sus rentas y estados con mejores y más ricas granjerías: pero aun
mejorarían en calidad de vasallos, y que siendo todos Cristianos,
gozaría el Reyno de mucha paz y tranquilidad, y en ocasión de
guerra mucho mejor se defendería. Con estas y otras razones se iba
por el vulgo ventilando, si era justa, o no, la salida de los Moros,
y no dejaba de haber muchos indiferentes, y otros que decían se
echasen, pero no todos, ni de una juntos: y esto parecía mejor a los
más. Pero aunque de todo esto era sabedor (
sabidor)
el Rey, y a todos escuchaba, siempre perseveraba en su propósito, y
el término del edicto corría.






Capítulo
X. Como don Pedro de Portugal fue el que más contravino al edicto, y
como el Rey le ablandó, y de las crueldades que los Moros rebeldes
hicieron en las tierras del Rey, sin tocar en las de los señores y
Barones.






Publicado
el edicto por todas las villas y lugares principales de los Moros,
hubo secretas congregaciones entre los señores y Barones del Reyno,
con fin de hallar modos tales con que poder contravenir a él, sin
dar disgusto al Rey, sino por vía de ruegos, o de buenas razones,
acompañadas de buena justicia. Pero quien las hizo públicas, y más
que todos se sintió del edicto, fue don Pedro de Portugal, que como
tan conjunto pariente, y allegado al Rey, osaba contradecirle muy a
la clara. El cual vuelto de Mallorca, habiendo renunciado el Reyno
(como dicho habemos) y tomado la recompensa en tierras de Moros
dentro el Reyno de Valencia, y que a la sazón se hallaba en
Murviedro una de ellas: vino a Valencia: donde comenzó a bravear y
hablar muy largo contra el edicto, abusando de la paciencia del Rey,
la cual nunca fue vencida. Pues como los Señores y Barones le vieron
tan puesto en impugnar el edicto, y que el Rey, no podía dejar de
tenerle muy grande respeto, por ser su tan allegado deudo, osaron con
el amparo suyo emprender muy de propósito la causa, y defensa de los
Moros, y así rogado de ellos don Pedro ofreció muy de buena gana de
tomar este negocio por propio, por lo mucho que también a él le
tocaba. Porque esperaba gozar muy presto de cuatro principales
pueblos del Reyno, Murviedro, Almenara, Segorbe, Castellón de la
Plana, que fueron los que se le consignaron en recompensa de las
Islas de Mallorca y Menorca. Puesto que aun estaban como secuestrados
en manos de los Jueces, por el concierto que arriba en el precedente
libro notamos, pero se trataba ya como a señor de ellos. Y así por
esto, como por ser la gente de estos pueblos la más belicosa del
Reyno, don Pedro los animaba mucho más a no obedecer el edicto, y de
aquí muchos del Reyno teniéndole por caudillo, así los Moros como
los Cristianos de parte de los señores y Barones, se habían ya
puesto en armas. Esto le llegó al Rey mucho al alma, y le dio muy
grande molestia y pesadumbre: y vio claramente que si don Pedro no
desistía de la demanda, él no saldría con la empresa. Y así,
mandado llamar, y venido ante él, se le quejó mucho, diciendo que
adrede en cuantas cosas emprendía para el beneficio y buen gobierno
de sus Reynos se preciaba de contradecirle. Pues habiendo emprendido
ahora cosa tan necesaria para la pública tranquilidad y quietud de
los Reynos, la quería impedir por sus particulares intereses: que le
rogaba por el beneficio común, y buenas obras que le debía, se
apartase de tan mala querella: y si tenía alguna cosa contra él,
por la cual pretendiese enmienda, se lo dijese, y se cometiese al
arbitrio de los Prelados, y grandes, que pasaría sin falta por lo
que ellos juzgarían. Fue contento de esto don Pedro, y nombrados
Jueces por ambas partes, y oídas sus pretensiones: determinaron dos
cosas. Lo primero, que pagase el Rey a don Pedro luego cierta
cantidad de dinero. Lo segundo, que en tanto que durase la guerra
movida por los Moros, fuese obligado el Rey a su costa, fortalecer, y
poner gente de guarnición, a elección de don Pedro, en las cuatro
villas suyas nombradas. Como esta sentencia contentase a las dos
partes, y se quietasen los ánimos de entrambos, el Rey se valió de
don Pedro, y él se le ofreció de buena gana para la ejecución del
edicto. Pero como poco antes, con el favor del mismo don Pedro, se
hubiesen muchos de los Moros demasiadamente animado para impugnar el
edicto, movieron crudelísima guerra en las villas y lugares, que
estaban por el Rey, sin tocar en las de los señores y Barones, por
haber echado fama que contra el voto y opinión de ellos, y no más
de por solo quererlo el Rey, se había determinado el echarlos fuera
del Reyno. De donde se siguió, que los Capitanes del Rey, que
estaban en los presidios, por querer contentar a los Señores, o por
el descuido, e insolencia que de las victorias pasadas les quedaba,
se descuidaron de tal manera, que los Moros les tomaron hasta doce
villas y fortalezas de las que estaban por el Rey, y en los soldados
de guardia ejecutaron bárbaras crueldades.






Capítulo
X. Como no embargante la rebelión, pasó el edicto adelante, y de lo
que ofrecían los Moros por que les asegurasen la salida, y del
infinito número de ellos, y como fueron rescatados en el Reyno de
Murcia.






Por
mucho que Alazarch, hecho de simple soldado Capitán de LX mil Moros,
maquinó, y se esforzó a impedir el edicto, y que los Moros quedasen
en el Reyno, no pudo en esto resistir a la magnanimidad y poderío
del Rey, o por mejor decir, a la voluntad de nuestro señor Dios, que
parece milagrosamente mostró en esto su omnipotencia: porque con
todo el favor y ayuda que los Moros tenían en el ejército de
Alazarch, se siguió, que siendo tan inmenso, y casi infinito el
número de la gente que determinaba salir del Reyno (pues realmente
con las mujeres y niños pasaban de cien mil) fue tanto el miedo y
vileza de ánimo que les comprendió con el edicto, que en el mismo
día que se cumplía el término, y habían de salir, los principales
de ellos hablaran a don Ximen Pérez de Arenos camarero mayor del
Rey, y como temblando le dijeron, que darían al Rey la mitad de
todos sus bienes y haciendas, por solo que les diese salvo conducto,
y gente de guardia con que pudiesen seguramente, y sin lesión alguna
salir del Reyno. Como supo esto el Rey rió mucho de ello, y no
permitió que se les tomase nada, antes dio licencia en confirmación
del edicto, para que se llevasen de sus haciendas cuanto quisiesen y
pudiesen llevar: y envió con ellos mucha gente de guerra que los
acompañase hasta ser fuera del Reyno, y pusiese en el de Murcia, por
donde ellos deseaban pasar a Granada. Fue tan innumerable la gente
que salió, que refiere el Rey en su historia, que de los delanteros
a los postreros, con ir bien juntos, cubrían XV mil pasos de camino:
y fue fama, que fuera de la guerra de Vbeda, en ningún otro tiempo
se había visto en España tan grande número de Moros juntos. Por
eso con mucha razón tan grande empresa como esta de echar los Moros,
quedó reputada por una de las más insignes hazañas que el Rey hizo
en su vida. Porque no solo mostró su incomparable valor y fuerzas
para echarlos a pesar del grande ejército de rebeldes que estaban
puestos en defenderlos: pero aun fue mucho más la necesidad que tuvo
de echarse el escudo a las espaldas para recibir en él los
encuentros de amenazas, quejas, y maldiciones que los señores y
Barones le echaban por la pérdida de tantos vasallos. Pues como los
Moros fuesen guiados hasta Villena primer pueblo del reyno de Murcia,
don Federique hermano del Rey de Castilla fue luego con ellos, y les
compelió a que pagasen un besante por cabeza, y pasando de allí,
parte de ellos se quedaron en los Reynos de Murcia, y de Granada,
parte se repartieron en el campo de Cartagena, llamado Esparthario
que en Arauigo llaman Manxa, parte se pasaron con sus mujeres e hijos
en África, y algunos se volvieron al Reyno juntándose con los
rebeldes.











Capítulo XI. Que los Moros rebelados se hicieron fuertes en las
montañas, con su Capitán Alazarch, al cual favoreció el Rey de
Castilla, y de lo que sobre esto pasó.






Por
mucho que se procuró de echar todos los Moros del Reyno, y que
fueron como está dicho innumerables, los que salieron, todavía
quedaron tantos, que se pudo formar ejército de ellos, y subieron a
las montañas de la Contestania a ponerse debajo la compañía de
Alazarch, con el cual se rehicieron, y tuvieron muchas escaramuzas
con los Cristianos y ejército del Rey, y se entretuvieron tres años:
así por la astucia de su Capitán, como porque don
Federique y don
Manuel hermanos del Rey de Castilla que vivían en Villena
secretamente le favorecían y daban ánimo para entretener la guerra:
consintiendo en ello el mismo Rey, pues sin tener cuenta con las
treguas les ayudaba, disimulando, como quien hace por todos, a fin de
tener en pie un perpetuo enemigo contra el Rey su suegro. Llegó a
tanto su desconocimiento, que envió sus embajadores a Valencia, a
rogar al Rey otorgase treguas por un año a Alazarch. Las cuales
otorgó el Rey por solo contentar a su yerno, puesto que sabía muy
bien el mal ánimo con que las pedía. De donde comenzó el capitán
Moro a tenerse en mucho, y a ensoberbecerse con el favor de los
Castellanos, amenazando que había de poner las banderas y armas del
Rey de Castilla su señor por todas las villas y castillos por él
ganados. Todo esto sabía el Rey, y disimulaba, recociendo su cólera
para emplearla contra Alazarch, luego que fuesen acabadas las
treguas. Por esto determinó, con enemigo vanaglorioso y artero,
tratar artificiosamente. Y así habló con un Moro familiar suyo
grande amigo de Alazarch, le indujese a vender el trigo y panes que
le sobraban, porque a la sazón valían a bien alto precio, y haría
muy gran suma de dinero: pues no tenía por entonces guerra, ni la
tendría después, porque estaba en mano del Rey de Castilla su señor
alcanzarle, no solo más treguas, pero aun perpetua paz del Rey de
Aragón, siempre que la quisiese. Entretanto el Rey dio cargo a don
Ramón de Cardona, y a don Guillé Angresola con otros principales
capitanes de Aragón y Cataluña que para la Pascua siguiente de la
Resurrección del Señor, que era el término de las treguas,
estuviesen muy a punto con el ejército de los dos Reynos puesto en
Valencia. El Moro hizo su oficio, y creyéndole Alazarch vendió todo
su trigo, y como se vio tan rico de dinero, y descansado con las
treguas, deseando gozar de la ociosidad sin ningún cuidado de
guerra, se descuidó tanto, que apenas se acordó de confirmar las
treguas con el Rey, ni de escribir al de Castilla le hubiese la
prórroga (
porrogació)
de ellas, hasta medio mes antes que se cumpliese el año. Y así el
de Castilla envió su embajador, rogando al Rey tuviese por bien de
renovar, y alargar las treguas hechas con Alazarch para otro año.
Respondió el Rey, que se maravillaba mucho del Rey su yerno, fuese
tan amigo y favorecedor de un su vasallo traidor y enemigo, que
tantas veces había acometido de quitarle la vida, y alzado se le con
tantas villas y castillos, y que dentro de su propio Reyno de
Valencia se lo quisiese defender y amparar, para que no pudiese como
señor castigar a su esclavo. Con esta respuesta, sin ninguna otra
resolución despidió a los Embajadores, y se volvieron a Castilla.











Capítulo XII. Como el Rey persiguió a Alazarch, y cobró todo lo
que había tomado, y se le huyó, y el Rey acomodó sus parientes
del, y de la embajada que envió al de Castilla.






Venida
la Pascua de Resurrección, y celebrada en Valencia por el Rey, se
partió la última fiesta para Xatiua con solos cincuenta de a
caballo, donde tomando muchos más, subió a la montaña, y llegó a
la insigne villa de Cocentayna, que ya estaba medio poblada de
Cristianos. Porque a causa de haber salido tanta infinidad de Moros,
había quedado el Reyno como desierto, señaladamente las villas de
las montañas: pues aunque los Alcaydes y oficiales Reales con otros
muchos que las poblaban eran Cristianos: pero se quedaban muchos
Moros en ellas, de los cuales echados todos por el edicto, mandó el
Rey que así para poblarlas, como para que estuviesen en guarnición
y guardia del Reyno, se estableciesen las casas y campos a los que
quisiesen venir a habitarlas. Y por esta causa muchos soldados viejos
fueron en ella, y en las otras villas heredados, y se quedaron para
defenderlas, con los demás que vinieron de muchas partes a vivir en
ellas. Lo cual se hizo en muy breve tiempo: y las fortalecieron de
muro y barbacana: como fueron Alcoy, Penaguila, Ontiñena, y la
Ollería, que nombra la historia, con las demás que de entonces acá
se han fundado, y aumentado, que son muchas y grandes, y aunque
algunas dellas son muy ásperas, pero las vemos muy ricas y
abundantes de panes y ganados con otras cosas. Holgose pues el Rey
mucho en Cocentayna viendo su buen asiento tan aparejado para ser de
los principales pueblos de las montañas, como lo es en nuestros
tiempos, hecha Condado que le posee la ilustre y antigua familia de
los Corellas. Allí pues tuvo nueva como la gente que mandó hacer en
Aragón y Cataluña era llegada, y se había juntado en Valencia, de
lo cual se alegró mucho. Y luego saliendo de Cocentayna dio vuelta
por la marina, y tomó de paso las fortalezas de Planes, Castell, y
Pego. El siguiente día, oída Missa, se fue para la villa de Alcalá,
a donde Alazarch de ordinario residía. Pero el buen capitán como de
ninguna cosa menos curase que de pelear (porque luego que vendió el
trigo despidió el ejército) saliose de Alcalá con muy poca gente,
y pasando por el val de Gallinera, de un lugar en otro iba huyendo
del Rey que le perseguía. Por donde cobrado por el Rey parte del
valle, con Alcalá y su fortaleza,
acabò
de cobrar los xvi castillos que Alazarch le había tomado: no
hallando en ellos resistencia alguna. Entendiendo pues el moro que el
Rey no cesaría de perseguirlo hasta que le tuviese en su poder, y
quitase la vida: procuró con buenos medios hacer concierto con él,
prometiendo que para siempre se apartaría del Reyno, solo que el Rey
perdonase a los de su casa y familia, y que no echase a sus parientes
del Reyno. Como Alazarch lo cumplió y se fue, así el Rey usó de
toda liberalidad con su sobrino hijo de hermano, a quien hizo merced
por su vida del Castillo y villa de Polope a la marina, que está
cerca del Promontorio Yfachs, o cabo de Calpe, al medio día. Hecho
esto, y desterrado del Reyno un tan porfiado y mañoso enemigo,
cesaron también con él las disimuladas astucias del Rey de
Castilla: al cual envió el Rey sus embajadores, como para dar razón
de la guerra que entonces acababa, y que le dijesen como él se había
dado estos días a la caza, y dentro de ocho días había cazado xvi
castillos. Con este dicho quiso el Rey aludir a otro semejante que
pocos días antes Alazarch había dicho en presencia, y con muy
grande gusto del Rey de Castilla, cuando preguntado Alazarch, si era
dado a caza de fieras, no cierto, dijo él, sino de hombres, si ya no
queréis que sea vuestro cazador de los castillos del Rey de Aragón.
Lo cual fue muy reído, y celebrado por el Rey de Castilla, y los
suyos.











Capítulo XIII. Por qué causa dio el Rey la gobernación de Aragón
y Valencia al Príncipe don Alonso, y de la venida del señor de
Albarracín, y don Diego López de Haro, y del acogimiento y mercedes
que a los dos hizo.






Por
este tiempo don Alonso Príncipe de Aragón, que aun no estaba libre
de la encendida codicia de reinar, atizado y conmovido por la
persuasión de malsines, de cada día sembraba nuevas quejas contra
el Rey, por el descontento que tenía de la donación, o asignación
que de consentimiento suyo hizo a don Pedro su hermano del Reyno de
Cataluña, y también del Reyno de Valencia, y de Mallorca a su otro
hermano don Iayme, declarándolos por verdaderos sucesores en ellos:
lo cual cedía en muy grande perjuicio suyo, por ser estos Reynos de
la conquista de Aragón, y debidos a él como a primogénito y
Príncipe de Aragón, y que este derecho no le podía renunciar él,
si bien en Barcelona, por contentar al Rey su padre, hubiese hecho
muestra de renunciarle: esto lo hablaban los Aragoneses a boca llena.
Lo cual llegando a oídos del Rey lo sintió muy mucho. Mas por
librarse de tan importunas y pesadas quejas, a consejo de los suyos,
dio la gobernación de los dos Reynos de Aragón y Valencia a don
Alonso. Esta gobernación de Reynos, puesto que por los fueros
antiguos de Aragón se debía al Príncipe primogénito del Rey, a
ninguno fue en algún tiempo dada hasta don Alonso, y con darle este
cargo pararon un poco tiempo sus quejas. A esta sazón llegó don
Aluaro Perez Azagra, que por la muerte de don Pero Fernádez su padre
había sucedido en la señoría de Albarracín, para ofrecerse con su
persona y estado al Rey: del cual fue muy bien recibido, y
acordándose de la gran amistad que tuvo con su padre, y de tan
buenos servicios como en todas sus empresas le hizo, no pudo sin
mucho sentimiento celebrar su memoria y nombre, diciendo mil bienes
de él. Y así para más testificar la gran voluntad y afición que
le tuvo, consintió que pasasen en don Álvaro, y se continuasen las
mismas mercedes que el padre tuvo y poseyó de la casa Real, que
fueron cincuenta Caballerías, y otros gajes. Entendió de ahí a
poco el Rey, que los Castellanos de nuevo asomaban con mano armada en
los confines de Murcia y Valencia, y conociendo sus mañas, partió
luego la vuelta de Biar con el ejército que se hallaba, y les
presentó batalla. En esta villa el Príncipe don Alonso prometió en
presencia de muchos al Rey, que por ningún tiempo tendría tratos
con el Rey de Castilla, ni se confederaría con él en ninguna
manera. Los Castellanos que vieron al Rey tan en orden para
resistirles, se volvieron luego, deshecho su ejército, para
Castilla, y el Rey también tomó la vuelta pa Zaragoza, donde
pasados pocos días después de llegado, se partió para Estella
villa muy principal del Reyno de Navarra: a donde llegó también don
Diego López de Haro señor de Vizcaya: el cual apartándose del Rey
de Castilla por ciertas ocasiones, se vino para el Rey a ofrecerle su
servicio con todo su poder y estado, del cual fue muy bien recibido,
y prestado su fé y homenaje, también le hizo mercedes, mandándole
asignar cincuenta caballerías. De esto fueron testigos los Prelados
y Grandes de los reynos de Aragón y Cataluña que allí se hallaron,
con la más gente hidalga que don Diego trajo consigo de Vizcaya, que
también se aplicaron con sus gajes al servicio del Rey. No era cosa
nueva para los Señores de Vizcaya, siempre que por algunas
desgracias se salían de Castilla, hallar principal acogimiento y
mercedes en los Reyes de Aragón, como lo halló don Diego padre de
este mismo don Diego Señor de Vizcaya, siendo mozo, cuando después
de haber ido en servicio del Rey don Alonso VIII de Castilla a la
guerra contra los Moros en aquella gran batalla de Vbeda a las Navas
de Tolosa, (de la cual hablamos en el primer libro) acaeció que
después de vueltos a Castilla, don Diego fue desterrado de ella por
el mismo Rey, y pasó su destierro en Aragón en servicio del Rey don
Pedro padre de nuestro Rey.











Capítulo XIV. Como el Rey fue muy inquietado del de Castilla, y de
los grandes que se apartaron del, y fueron a vivir en Aragón con el
Rey, y de los nuevos conciertos que los dos Reyes hicieron en Soria.






Dice
pues la historia, que como en este medio las treguas hechas entre el
Rey y el de Castilla se acabasen, y por la poca constancia del de
Castilla determinase el Rey, que de una vez se averiguasen por fuerza
de armas las diferencias entre ellos, y se pusiese muy de propósito
en salir con ello: quiso Dios que con la buena diligencia y medio de
los Prelados y personas religiosas de ambos Reynos se atajó la
cólera de los dos Reyes: señaladamente con la destreza de Bernad
Vidal Besalù, caballero Catalán, que procuró se viesen los dos
entre Ágreda y Tarragona, adonde fue concordado entre ellos, que el
Reyno de Navarra, que era la simiente de estas discordias, viniese a
la tutela y amparo del Rey de Aragón. Pero con la inconstancia de
don Alonso luego fueron renovadas las diferencias y vueltos a la
antigua distensión: aunque no se vino a las manos. Además de esto,
cuando poco antes el Rey estuvo en Estella, don Enrique hermano de
don Alonso de Castilla, y don López Díaz de Haro señor de Vizcaya,
hijo de don Diego, que ya era muerto, vinieron al Rey de Aragón por
apartarse del mal trato del de Castilla, y fueron de él muy bien
recibidos, mayormente don Enrique, tratándole como a persona Real, y
ofreciéndosele muy de veras, hasta que se remediasen las diferencias
que con el Rey su hermano tenía. También se ofreció al de Haro,y
tuvo en mucho la venida del mozo: el cual por imitar a su padre,
seguía muy de corazón, y de hecho el bando de Aragón, y venía a
servir al Rey con otros xx hidalgos vasallos suyos de los más
principales de Vizcaya, también sus parientes. Los cuales dieron su
fé al Rey por el don Lope mozo, y por su parte prometieron que no
volvería a la obediencia del Rey de Castilla, hasta que las
diferencias de los dos Reyes suegro y yerno fuesen acabadas, y
defenecidas por sentencia de don Sancho Salzedo, y don Lope Velasco,
a los cuales como a personas muy principales, y mayores letrados de
aquella era, fue remitida la causa. Después llegaron a Zaragoza dos
principales señores de Castilla que se pasaron al Rey, llamados don
Ramiro Rodríguez, y se le ofrecieron por vasallos, y porque fueron
despojados de todos sus bienes y haciendas por don Alonso, el Rey les
hizo mercedes de campos y posesiones, y de cien caballerías. Venían
de cada día de Castilla y Navarra tantas personas de cuenta, que a
la fama de la liberalidad del Rey, se pasaban y se le avasallaban,
que por mantenerlos casi consumía su patrimonio Real. A los cuales
recibía tan de buena gana, no tanto por hacer tiro a don Alonso,
cuanto porque no se pasasen a Reyes extraños, mayormente al de
Granada, para de allí maquinar la ruina de don Alonso con la de toda
España. Además que fue la justicia de este Rey tan mezclada con la
liberalidad, que en sabiendo que poseía algo injustamente, luego lo
restituía a su verdadero dueño liberalísimamente, por muy
incorporado que ya estuviese en la corona Real. Porque en aquella
sazón dio a don Guillem de Moncada hijo de don Ramón, y a su
sobrino hijo de hermano, en feudo la villa de Fraga a la ribera de
Cinca, en recompensa de ciertos censos, y campos que junto a Lérida
los suyos habían poseído, y con el tiempo y guerras los habían
perdido, y entrado en la corona Real: con condición que faltando
legítimos herederos, volviese Fraga a ser del patrimonio Real, como
por tiempo volvió. Finalmente procurándolo don Alonso, que por
entonces llevaba mayores designos en su pensamiento, y creía llegar
a ser Emperador de Alemaña (por haber sido nombrado Rey de Romanos
por la mitad de los Electores del Imperio) fue él mismo en persona a
verse con el Rey en la villa de Soria, cabeza (como dijeron algunos)
de los Celtíberos. Allí se renovaron los conciertos y
confederaciones antiguas, hechas entre los Reyes de Aragón y de
Castilla, y prometió don Alonso que entregaría ciertas fortalezas
en rehenes de la confederación hecha. Y de esta manera asentadas las
diferencias entre ellos, pasaron mucho tiempo sin guerras.











Capítulo XV. Que murió la Reyna de Navarra, y fue el Rey a
pacificar los movimientos de ella, y también a verse con el Rey Luys
de Francia
, y de los matrimonios que hicieron, y otras cosas.






Por
este tiempo murió doña Margarita mujer que fue de Tibaldo Rey de
Navarra
, y madre de don Theobaldo, fue sepultada en el monasterio de
Claraval de Navarra. La cual mientras vivió y Theobaldo fue menor de
edad, rigió el Reyno con mucha prudencia y tranquilidad. Pero
después de muerta comenzaron a levantarse muchos alborotos en el
Reyno. Los cuales se apaciguaron hechas treguas con don Iaufredo de
Beamont
Senescal de Navarra. El cual pro intercesión del Rey que se
halló en Navarra, se concordó del todo con Theobaldo nuevo Rey de
ella: y con la misma sombra y favor del Rey poseyó a Navarra muy
pacíficamente. Esto hecho el Rey se vino para Valencia, donde
recibió cartas del Rey de Francia (este fue el Rey Luys el santo, de
quien hablaremos más largo) que le rogaba se hallase dentro de un
mes en la Guiayna, que le aguardaría en la villa de Carbolio cerca
de Mompeller, para tratar negocios importantes al beneficio común de
los Reynos, y para dar asiento a otras cosas que a la vista
entendería. Respondió el Rey, que sería con él dentro del plazo.
De estas idas tantas a Francia señaladamente para la Guiayna recibía
el Rey poco fastidio, por la ocasión que juntamente se le ofrecía
de visitar a Mompeller, por ser su propia patria, donde extrañamente
se recreaba. Y así partió luego para allá: dejando a don Ximen de
Foces nobilísimo caballero Aragonés, hijo de don Atho, por
gobernador del Reyno de Valencia: porque don Alonso su hijo no hacía
lo que debía en el gobierno. Puesto ya en camino, le vino al
encuentro don Pedro Alonso, hijo bastardo de don Pedro de Portugal,
que era comendador de Alcañiz, adonde confirmada la donación hecha
en su favor de ciertos campos y heredades, pasó adelante, hasta que
llegó a Mompeller. Y como entendió que el de Francia era llegado a
Carbolio luego se fue para él, y abrazándose los dos con mucha
alegría, antes que tratasen del asiento de las diferencias que se
ofrecían, concordaron en que doña Ysabel hija menor del Rey casase
con don Felippe Príncipe de Francia que llaman ahora Delphin:
precediendo la gracia y dispensación Apostólica por el parentesco
de consanguinidad que entre ellos había. Y en razón de dote y arras
se había de asignar a la Infanta, según el antiguo uso y costumbre
de Francia, la cuarta parte del Reyno del esposo: entregándose las
villas y castillos incluidos en la dicha parte. Concluido el
matrimonio, los dos se concordaron, y se remitieron el uno al otro,
todos los derechos y pretensiones que ellos y sus predecesores
tuvieron de los estados que ahora se dirá. Porque el de Francia
había puesto en demanda los señoríos de Barcelona, Besalù, Vrgel,
Rossellon, Ampurias, Cerdaña, Confluent, Girona, Osona, con sus
villas y castillos. Y el Rey de Aragón por el de Carcassona,
Carcasses, Roda, y Rodes, Lauraco, y Lauragues: Y por Beses y su
vizcondado. Leocata, Albiges, Ruent, y por el Condado de Foix,
Cahors, Narbona, y su Ducado, Mintrua, y el Mintrués, Fenolleda,
tierra de Salto, Perapertusa, y por el Condado de Aimillá, y
Vizcondado de Crodon, Gaualdan, Nimes, y Solòs, y sant Gil, con
todos sus derechos. Hizo también entonces el Rey donación a
Margarita Reyna de Francia, del derecho que le pertenecía en los
Condados de la Proença, y Folcalquier, y en todo el Marquesado que
también llaman de la Proença, y en el señorío de las ciudades de
Arles, Auiñon y Marsella, que fueron del Conde don Ramon Berenguer
que fue echado de su estado por los mismos Proençales sus vasallos,
con ayuda de los Condes de Tolosa, y se apoderó después del estado,
Carlos de Anjous hermano del Rey Luys, que casó con Beatriz la menor
de las hijas del Conde de la Provenza y se quedó con él: con grande
contradicción y descontento de la Reyna Margarita que fue hija mayor
del Conde de la Provenza. Esta donación hizo el Rey en favor de la
Reyna Margarita por excluir a Carlos, pero valió poco: porque fue
muy favorecido y mantenido por los Reyes hermano y sobrino. Y no solo
dejó aquel estado pacífico a sus sucesores, pero quedó muy formada
enemistad por esto, y por lo que se siguió de Sicilia, con la casa
de Aragón











Capítulo XVI. Donde se cuenta en breve la vida y muerte del SantoRey Luys de Francia, y como fue canonizado.






Esta
concordia que entre si hicieron los dos Reyes, con la cual remataron
todas las diferencias y pretensiones que hasta allí tuvieron sus
Reyes antepasados, y las que sus descendientes podían tener en algún
tiempo, pareció cosa del Espíritu santo, por ser tan manifiesta
obra de paz, y para quietar de raíz toda mala ocasión que de
distensión y guerra se podía mover entre dos tan principales Reynos
vecinos, en donde resplandeció siempre y se mantuvo la fé y
religión Cristiana también como en todos los demás Reinos de la
Cristiandad
. Señaladamente en la feliz era de estos Reyes: pues en
un mismo tiempo gozó la República Cristiana de tres los mejores que
jamás tuvo: uno en Francia que fue este Luys sancto, otro en Aragón
valentísimo, que fue nuestro don Jaime, otro en Castilla don
Fernando III, valerosísimo, del cual al principio de este libro
hablamos, y a quien este título de santo le quedó después de
muerto hasta hoy. Pero como entre los tres, la verdadera opinión de
santo, y de vida religiosísima, la alcanzó el Rey Luis por la
aprobación que la universal Iglesia con el supremo pastor y
Pontífice hizo de su santidad y vida, y le canonizó por santo: será
justo que para la edificación y ejemplo de todos, brevemente
contemos la vida, y señalados hechos suyos: junto con lo admirable
que antes de su nacimiento acaeció en el casamiento de sus padres.
Lo cual por hallarse curiosamente escrito en las historias Francesa y
Castellana, tocaremos con brevedad lo que más hace a nuestro
propósito. Como el Rey de Francia llamado Philipo II, quisiese casar
a su hijo Luis Príncipe y sucesor del Reyno, que fue Luis VIII,
envió tres embajadores al Rey don Alonso VIII de Castilla, con
poderes bastantísimos para tratar y concluir matrimonio de su hija
la mayor con el Príncipe de Francia. El Rey los recibió muy bien, y
fue contento de la embajada: y aunque los embajadores pedían la hija
mayor, mandó venir ante ellos las dos Infantas sus hijas muy
apuestas, sobre ser de si hermosísimas. Las cuales vistas por ellos
se pagaron mucho de ellas, y pidiendo los nombres de ellas, fueles
dicho que la mayor se llamaba doña Urraca (Vrraca), y la menor doña
Blanca. Como en oír Urraca se ofendiesen mucho del nombre, dijeron
que les contentaba más doña Blanca. Y así no embargante el orden
que traían, capitularon con ella, y fue llevada con muy grandísimo
acompañamiento de Castilla a la ciudad de París, donde se hicieron
las bodas de ambos. Y finalmente nació el Príncipe Luis con mucha
alegría de todos. Al cual la Reyna doña Blanca su madre quiso criar
a sus pechos con su propia leche, y afirma la historia que fue esta
Reyna tan santa y temerosa de Dios, que todas las veces que le había
de dar leche, lo bendecía antes, y le decía estas palabras. Hijo
ruego a Dios que antes te vea muerto, que caído en pecado mortal.
Fueron estas palabras como prenuncias de su santidad. Porque se
refiere en la misma historia, que no le vieron jamás pecar
mortalmente. Y así se entiende que desde que comenzó a reinar, fue
Rey pacífico, pío, y religioso, tan temeroso de Dios y apartado de
hacer guerra contra Cristianos, que jamás la emprendió sino contra
Moros, por ser tan enemigos de nuestra santa fé católica. Y que por
sacar de poder de infieles la tierra santa de Jerusalén, pasó la
mar con grandísimo ejército, y llegado a ella en el primer
encuentro desbarató y venció un muy grande ejército de Moros: y la
ganara sin duda, sino que para probar su paciencia Cristiana,
permitió nuestro Señor la grandísima pestilencia que se siguió en
su ejército, donde murieron tantos, que revolviendo los infieles
sobre él fue vencido de ellos, y (como su historia lo refiere) fue
presa su Real persona con la de su hermano Carlos de Anjous, (de
quien arriba dijimos). Mas concertándose con ellos, y rescatándose
los dos con grandísima suma de dinero que le enviaron de Francia
(como Dios guiase sus cosas) le dejaron ir libre con todo el ejército
que le quedó. Y pasando por la Asia menor, por la ciudad y puerto de
Acon, que era de Moros, se detuvo en ella algunos días, para reparar
su armada para el pasaje y con su buen ejemplo de vida, y
exhortaciones por medio de buenos intérpretes convirtió a la fé
Cristiana a los principales, y de ahí a toda la ciudad. También
reparó y favoreció con su dinero de paso, algunas ciudades
marítimas de Cristianos Griegos que estaban perdidas y arruinadas
por las entradas que hacían en ellas los Turcos corsarios, adonde le
llegó nueva de la muerte de la Reyna su madre, que en su ausencia
regía y gobernaba sus Reynos. Y por esto le fue forzado volver a
Francia. Llegado a ella y siendo muy bien recibido, luego se ocupó
en asentar las cosas generales del Reyno, y en las particulares
guardar su justicia y razón a cada uno, ejercitando su persona en
los oficios espirituales, y de caridad para con los pobres, visitando
y proveyendo los Espitales, para edificar con su gran ejemplo de
humildad y vida santa a los de su Reyno, y con la fama de estas
virtudes a los otros Reyes de la Cristiandad. En lo cual se
entretuvo, hasta que se ofreció nueva ocasión de guerra contra
Moros, y pasó en África contra los de Túnez, adonde habiendo
llegado con grande ejército, y puesto su Real a vista de ellos,
encendiose tan gran pestilencia en el ejército, que fue herido de
ella, y sin poderse remediar murió luego. Por esto el ejército
habiendo perdido tan principal caudillo, volvió a embarcarse, y
trayendo su cuerpo con grande veneración, con la misma fue llevado
hasta la ciudad de París: a donde fue muy llorado, y
solemnísimamente sepultado. Y como de cada día se descubriesen muy
grandes milagros sobre su sepultura, constando de ello al sumo
Pontífice Bonifacio VIII, fue canonizado por santo. A este imitó
nuestro Rey don Jaime en perseguir los Moros continuamente, y
persiguiera mucho más, si no fuera impedido por sus émulos, y
guerras domésticas que siempre le distrajeron y estorbaron muchas
buenas empresas que contra infieles hiciera.






Capítulo
XVII. De las distensiones que se renovaron por el Príncipe don
Alonso contra el Rey, y del odio que de allí adelante le tuvo, y de
lo que don Artal de Alagón pasó (
paßó)
con el Príncipe.






Asentados
los negocios y diferencias entre los dos Reyes por ellos y sus
sucesores, de despidieron con mucho amor, y el Rey vuelto a
Mompeller, tuvo nueva de Aragón, como el Príncipe don Alonso volvía
a sus revueltas antiguas, con el favor de muchos señores y barones
del Reyno, que tomaban por propia la injuria que pretendían le había
el Rey hecho, privándole de la herencia y universal sucesión de
todos sus Reynos que de derecho le pervenían: y mucho más por haber
separado no solo a Cataluña de la Corona Real, pero aun a Valencia,
con las Islas de Mallorca y Menorca, que siendo de la conquista de
Aragón, las dio a don Jaime menor de los hermanos. Con estos
apellidos comenzaron a despertarse nuevos alborotos entre algunos
principales del Reyno, y también entre algunos señores de título
de Cataluña. Para resistir a esta nueva conjuración que se
levantaba, determinó el Rey ocurrir a ella, y por contentar a los
Aragoneses, juntar el Reino de Valencia con el de Aragón, y hacer de
los dos señor a don Alonso. Pero esto como el Rey lo hizo muy contra
su voluntad y forzado: así de ahí adelante don Alonso quedó muy
excluido y privado de su amor y gracia, y ni le quiso ver más, ni
comunicarse con él, ni tratar cosa que no fuese como de extraño.
Porque concediéndosele a don Alonso en el término de Huesca la
villa de Luna, y enviando un Gobernador para tomar posesión, y
presidir en ella: don Artal de Alagón, uno de los principales del
Reyno, que tenía la villa, y pretendía que el Rey le había hecho
merced de ella por vía de feudo, echó al Gobernador, que ya se
había entregado de ella, muy ignominiosamente, sin tener respeto
alguno a la patente del Rey, ni a la de don Alonso, por más que
fuese general Gobernador del Reyno. Por lo cual envió luego don
Alonso un embajador al Rey a Mompeller, para dar queja de la injuria
y menosprecio de don Artal. Oída la embajada, respondió el Rey a
ella con mucha flema, diciendo que de buena gana castigaría a don
Artal por el desacato, y tendría cuenta con todo lo que le convenía,
y le dio cartas para don Alonso: en las cuales respondía a sus
quejas contra Artal, oscura y dudosamente, ni bien se dejaba
entender: mas de que no innovase cosa alguna, que volvería presto a
Zaragoza, y castigaría a don Artal: pero ni volvió luego, ni
tampoco proveyó, ni mandó a don Artal entregase la villa a don
Alonso.











Capítulo XVIII. Que estando el Rey en Mompeller entendió de la
rebelión de los de Turín contra su señor el Conde Bonifacio, y de
lo que hicieron contra él los de Aste, y como por lo que el Rey les
envió a amenazar lo libraron.






En
este medio que el Rey se detenía en Mompeller, oyó decir que los de
la ciudad de Turín en el Piamonte, a la ribera del Po, mayor río de
Italia, rebelándose contra Bonifacio su señor Conde de Saboya le
pusieron en prisión: y que sabiendo esto los de Arte del mismo
Condado, ciudad potente, con arte y maña que tuvieron le sacaron de
las cárceles de Turín, y lo pusieron en las de su ciudad con buena
guardia, y luego fueron los deudos y criados de Bonifacio a pedirle.
Mas entendiendo de ellos que no lo librarían sin rehenes, o muy
grande suma de dinero, les llevaron a los hijos del Conde, con otros
principales hombres del Condado, que los de Aste habían señalado.
Los cuales venidos y retenidos, antes que pusiesen en libertad a
Bonifacio, no contentos con esto, tomaron por fuerza de armas algunas
villas y Castillos del estado que estaban sin defensa: y después de
bien fortificadas, y puesta su guarnición de gente, pusieron en
libertad a Bonifacio, y a los principales: reteniéndose los hijos.
Mas Bonifacio de tan quebrantado de los hierros (yerros) y trabajos
que había padecido en las dos prisiones, murió luego. Por donde los
de Aste viendo el Condado de Saboya como desamparado, y sin señor,
movieron guerra de nuevo contra todo el estado. Como esto contasen al
Rey ciertos Capitanes que de Italia pasaran a España, se encendió
en tanta cólera contra los de Aste, que a la hora envió un
embajador para que denunciase a toda la ciudad guerra cruel, y los
desafiase de su parte, si dentro de un mes no libraban de las
cárceles, y ponían en toda la libertad a los hijos de Bonifacio,
restituyéndoles todas las tierras que les habían tomado. Con estas
amenazas del Rey, los de Aste quedaron tan amedrentados y confusos,
viendo sus pocas fuerzas para resistir a las del Rey, y por otra
parte lo mucho que les convenía quedarse con las tierras que se
habían usurpado del Condado, que ni sabían qué responder, ni cómo
despedir al embajador. Como esto supo Pedro de Saboya tío de
Bonifacio, valiéndose de tan buena ocasión, con la sombra y nombre
de él movía guerra contra los de Aste, diciendo que la hacía por
orden y mandado del Rey, y pasándola adelante, llegó a ponerlos en
tanto aprieto, que no tuvieron fuerzas ni ánimo para defenderse, y
así cobró a despecho de ellos las villas y Castillos que habían
tomado, y libró los hijos de Bonifacio, y sin eso hizo muchos robos
y presas en la campaña de ellos. Conociendo los de Saboya que todo
este buen suceso, se debía al nombre y buen favor del Rey con el
fiero que mandó hacer a los de Arte, le enviaron sus embajadores a
dar las gracias por la merced y amparo que les había hecho, lo cual
en su tiempo reconocerían. Pues como el Rey entendió que la guerra
había
succedido
a toda satisfacción de los Saboyanos, y lo que había aprovechado
haber interpuesto su nombre y autoridad en esto holgose mucho del
buen succeso, por haber en aquella guerra acabado con sola su fama,
cuanto pudiera con la persona, y armas.












Capítulo XIX. Como el Rey vuelto para Aragón, concertó de paso a
don Artal de Luna, con el señor de Albarracín, y ayudó al Rey de
Castilla, y del Príncipe don Alonso como se casó y murió.






Partió
el Rey con mucha prisa de Mompeller para Aragón, y entrando en él,
le salieron al encuentro don Artal de Luna, y el señor de Albarracín
para que averiguase y asentase ciertas diferencias que entre ambos
(
entràbos)
tenían sobre el Castillo y villa de Codes, en la comarca de
Albarracín. Y entendiendo que don Artal
había
muchos años que poseía el Castillo y villa pacíficamente, y sin
habérsele puesto demanda, se la aplicó para siempre. Llegando a
Zaragoza halló que le aguardaban los embajadores del Rey de Castilla
para pedirle, que por cuanto le había ya movido guerra el Rey de
Granada, diese lugar para que los nobles, e hidalgos de Aragón
fuesen a ayudarle en ella, pues así lo habían poco antes asentado
en la consulta que tuvieron en Soria. Condescendió a ello el Rey,
exceptuando los hidalgos que no tenían de él tierras, ni
caballerías: porque se había capitulado así. Recelando el Rey con
justa causa, que según las cosas de Aragón andaban turbadas con los
movimientos del Príncipe don Alonso, no tentase el de Castilla con
la inteligencia de los nobles de Aragón que llevaría consigo, hacer
alguna secreta liga contra él, so color de favorecer al Príncipe su
primo: con todo eso permitió que los Caballeros de Aragón que eran
vasallos de señores de título, o los acompañaban, tomando gajes de
ellos, pudiesen ir a servir en aquella guerra al Rey de Castilla. De
la cual también exceptuaba al Miramamolin de Marruecos, y al Rey de
Túnez: con los cuales había hecho treguas, por el mucho trato y
negociación que los mercaderes de Cataluña y Valencia tenían en
los Reynos de ellos. En este tiempo el Príncipe don Alonso daba
mucho que decir de si y de sus cosas a todo el mundo, viéndole tan
desgraciado y corto de ventura a respecto de la del padre y hermanos.
Pues siendo ya de edad cumplida para casar, que pasaba de los xxxii
años: y jurado Príncipe de tan insigne Reyno como el de Aragón, no
se le ofreció casamiento alguno: siendo así que al Rey su padre,
con no tener aun doce años cumplidos, se le ofreció tan principal
con doña Leonor de Castilla madre del mismo Príncipe. Le vino todo
esto por estar de él muy olvidado el Rey, y en su desgracia: como se
podía muy bien entender del antiguo odio que doña Violante su
madrastra le tuvo, y de la envidia y rencor de los hermanos. Lo cual
todo junto le deslustró de manera que ningún Rey se aventuró a
darle su hija por mujer, pues el Rey no la pedía, mayormente por ser
muy notorias a todos las diferencias que entre él y el Rey su padre
y hermanos había: hasta que de importunado consintió se tratase de
casarlo con doña Gostança de Moncada, hija mayor del Vizconde de
Bearne hijo de aquel ínclito y valeroso Vizconde don Guillen, que
murió en la guerra y conquista de Mallorca, como en el libro vi se
ha contado. De manera que hechos los capítulos matrimoniales, doña
Gostança fue traída de Bearne muy acompañada de la familia y
linaje de los Moncadas, a la ciudad de Calatayud: donde las bodas,
que en muy breve se hicieron, quiso la desgracia que muy más en
breve se deshiciesen. Porque apenas se cumplieron los días de la
fiesta y bodas, cuando el Príncipe de muy descontento y quebrantado
de espíritu por verse en tanta desgracia de su padre, y
aborrecimiento de sus hermanos, que se excusaron todos de hallarse en
sus bodas, adoleció de tan cruel enfermedad, sin poderse hallar
remedio alguno de los Médicos que
secándole
la tristeza, con muy grande dolor y lágrimas de muchos pasó de esta
vida, sin dejar hijos, ni aun hacer testamento. Al cual se le
hicieron allí mismo sus obsequias Reales con toda la pompa y
solemnidad que a Príncipe jurado de debía: y fue sepultado en el
monasterio de Veruela de la orden de Cistels, en tierra de Calatayud.
De donde poco después fueron trasladados sus huesos a la ciudad de
Valencia, y puestos en un sepulcro muy bien labrado dentro de la
iglesia mayor en la capilla de sant Iayme, donde está fundada la
cofradía de los Caualleros, y nobles de Valencia, por el mismo Rey
don Iayme. Fue don Alonso Príncipe harto modesto, provechoso y de
buen conocimiento: si las persecuciones de los suyos, y malos
consejos de algunos no le pervirtieran para perder, y nunca cobrar la
gracia de su padre.




Fin
del libro XV