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domingo, 28 de junio de 2020

354. JUAN FERNÁNDEZ DE HEREDIA LUCHA CONTRA LOS TURCOS


8.5. ARAGONESES CON PERSONALIDAD

354. JUAN FERNÁNDEZ DE HEREDIA LUCHA CONTRA LOS TURCOS
(SIGLO XIV. MUNÉBREGA)

El Gran Maestre de la Orden de Malta, Juan Fernández de Heredia, había nacido en Munébrega, donde dejó familia y multitud de recuerdos y vivencias. La fama alcanzada tanto por sus actuaciones político-militares como por su intensa actividad literaria —puesto que pasa por ser uno de los iniciadores del Humanismo— no le hicieron olvidar nunca su cuna, como lo demuestra el siguiente hecho, adornado por la leyenda.

En su constante lucha por liberar los Santos Lugares, don Juan —al lado de los caballeros cruzados de su Orden— entró en batalla en varias ocasiones y lugares contra los infieles, en una de las cuales le vemos enfrentarse bravamente a los turcos a los que tomaron por las armas, tras ardua y dura batalla, una de sus mejores naves.

Junto con el enorme y rico botín capturado y, con gran sorpresa por parte de los vencedores, hallaron en la nave apresada una hermosa imagen de la Virgen. Ciertamente no se sabe si los turcos la habían robado en algún poblado, fruto de alguna de sus muchas correrías, o si pudo pertenecer a un cristiano que cayó cautivo en sus manos, pero lo cierto es que allí estaba la imagen, en las bodegas de la nave, entre el resto del equipaje.

Como eran cuatro los caballeros cristianos que se la disputaban, y no sabiendo cómo solucionar el dilema, pues ninguno de ellos cejaba en su intención de poseerla, apelaron a la suerte, de modo que decidieron sortearla entre todos. La fortuna se puso del lado de Juan Fernández de Heredia, que se sintió gozoso y feliz al verse dueño de imagen tan bella.

La guardó con gran esmero y cariño, llevándola siempre entre sus pertenencias personales, pero, en la primera ocasión que tuvo, don Juan la llevó consigo a su pueblo natal, Munébrega, depositándola en una ermita dedicada a san Julián, cercana a la villa, oratorio que pocos años antes había costeado y mandado construir una hija del Gran Maestre.
Como desconocían su verdadero nombre, dieron en llamarla Nuestra Señora del Mar, por haber sido rescatada en el mar bravío.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 446-447.]

353. SANCHO FERNÁNDEZ DE HEREDIA Y LA CONQUISTA DE CERDEÑA


353. SANCHO FERNÁNDEZ DE HEREDIA Y LA CONQUISTA DE CERDEÑA
(SIGLO XIV. BURBÁGUENA)

En el pueblo de Burbáguena, vivía el noble don Fortuño Fernández de Heredia, señor de Godojos, cuyos hijos, dos valientes caballeros llamados Sancho y Lorenzo, partieron acompañando al infante don Alfonso a la reducción de la isla de Cerdeña. Después de varias batallas victoriosas, y una vez que fue firmada la paz, el infante premió a ambos hermanos, quienes decidieron comenzar una nueva vida al margen de la milicia. Mientras Lorenzo prefirió quedarse en la isla mediterránea, Sancho, como primogénito de la casa, se dispuso a regresar a Aragón, su añorada patria.

Embarcado en una galera con parte de los valerosos guerreros junto a los que había luchado, emprendía Sancho la vuelta ansiada. Ignoraba entonces que, tras tantos duros combates como había disputado en la isla, todavía habría de librar la última y más peligrosa de las batallas.

Ocurrió que, estando ya el barco en alta mar, se desató una tempestad como no se recuerda otra semejante, de manera que no había fuerza humana que pudiera auxiliar a aquellos desventurados, cuyo naufragio y muerte parecían seguros. Al verse desamparados e indefensos, alzaron sus ojos al cielo, hincaron sus rodillas en el suelo y pidieron a los respectivos patrones de sus pueblos para que intercedieran por ellos ante el Altísimo. Sancho, ferviente devoto de santa Ana, se aclamó a ella buscando su patrocinio.

En medio de tantos mareos, súplicas y oraciones, divisaron a lo lejos una luz tenue que cobraba mayor fulgor al acercárseles flotando sobre el agua. El misterioso resplandor apaciguaba los vientos y amansaba la mar a su paso. Cuando estuvo al lado de la galera y las aguas se aquietaron, los tripulantes, viéndose libres de todo peligro, se acercaron para descubrir que la luz procedía de un farol posado sobre una caja. Al abrirla, pudieron ver dentro de ella una pequeña imagen de santa Ana.

Don Sancho pudo quedarse con la imagen de la santa y, cuando llegó a su patria, la depositó en la capilla familiar de la iglesia parroquial de Burbáguena, donde todavía hoy se puede venerar.

[Faci, Roque A., Aragón..., II, págs. 186-187.]

352. EL RESCATE DE UN ESCLAVO ARAGONÉS EN JERUSALÉN (SIGLO XIV. INOGÉS)


352. EL RESCATE DE UN ESCLAVO ARAGONÉS EN JERUSALÉN
(SIGLO XIV. INOGÉS)

Un cristiano de origen aragonés —hombre muy trabajador, alegre y chistoso— se hallaba cautivo en manos de un turco en la ciudad de Jerusalén. Como es natural, no tenía otra obsesión que la de alcanzar la libertad y poder regresar a su tierra natal.

Un día, cuando estaba labrando los campos de su dueño, la reja de su arado tropezó y desenterró una imagen de la Virgen y, tras guardarla con sumo cuidado, se la llevó a su choza. Desde aquel momento, el aragonés cautivo se encerró en sí mismo y dejó de comunicarse con los demás, puesto que se pasaba todas las horas que tenía libres dedicado a su imagen. Naturalmente, esta nueva actitud del esclavo no pasó desapercibida a su amo, que quiso saber la causa del cambio, así es que le preguntó.

El turco, aunque ciertamente era respetuoso con las creencias religiosas de su esclavo, pensó en quitarle la imagen para que recobrara su estado de ánimo anterior, pero el aragonés, con la simpatía que le caracterizaba, logró disuadirle y conservar su tesoro.

Por fin llegó el deseado día de la liberación y el hasta entonces esclavo quiso llevarse la efigie consigo. Pero el turco, como dueño de la tierra en la que había sido hallada, no lo permitió. Ante la negativa, propuso el cristiano seguir un año más de esclavitud si con ello le permitía conservarla cuando marchara definitivamente. Lo pensó el turco y se manifestó dispuesto a acceder si ampliaba el plazo a siete años. Tan grande era la devoción del cristiano por su imagen que sacrificó siete años más de su vida por conservarla.
Cuando llegó finalmente el día definitivo, el liberado se embarcó llevando consigo la efigie que tanto le había costado conservar. Pensaba ir a Calatayud, donde la depositaría, pero, al pasar por Inogés, una fuerza misteriosa le impedía seguir adelante, de modo que tuvo que dejarla allí, donde se le construyó un templo adecuado y donde todavía es venerada bajo la advocación de Nuestra Señora de Jerusalén.

[Faci, Roque A., Aragón..., II, págs. 171-175.
Sánchez Pérez, J. A., El culto mariano en España, págs. 227-228.]

351. EL CAUTIVO DE LOS GRIEGOS


351. EL CAUTIVO DE LOS GRIEGOS (SIGLO XIII. ZARAGOZA)

En los primeros años del siglo XIII, se hallaba cautivo en Constantinopla un aragonés, natural de Zaragoza, cuya única esperanza de liberación era la virgen María, a la que imploraba constantemente. Todos los días oraba en los fosos de las murallas de la ciudad, para acabar llorando siempre su desventura. 

Una mañana, durante su paseo, vio en el suelo una tabla semioculta. Picado por la curiosidad, removió la tierra y vio que era la cubierta de una arqueta. Asegurándose de que no era observado por nadie, la extrajo del hoyo y levantó la tapa. En su interior, perfectamente conservada, halló una preciosa talla de la Virgen, quizás escondida en el siglo VIII, en tiempos de León Isaurio, el emperador iconoclasta.

Tras pensar qué hacer con el hallazgo y mientras buscaba una solución definitiva, decidió dejar la arqueta con la imagen en el mismo lugar donde la encontrara, procurando que no se viera absolutamente nada.

Pasados unos días, se decidió a hablar con un mercader latino que negociaba en la ciudad, rogándole que fuera depositario de la imagen hasta que él lograra la libertad y pudiera llevarla a Zaragoza. Así se hizo, pero al poco tiempo el mercader —fiel devoto de María y enamorado de la imagen— le comunicó que le había sido robada, cosa que, aun siendo mentira, creyó el cautivo, que se sintió desdichado por lo sucedido.

Sin embargo, era tal el fervor del cautivo que una noche, tras orar a la Virgen y quedarse dormido, despertó plácidamente. A su lado estaba la imagen, era de día y realmente estaba libre en el puerto de Ragusa, donde buscó y halló una nave que le llevara a Barcelona, desde donde partió hacia Montserrat. En este santuario, su adorada imagen desapareció de la arqueta, pero, como le dijo el monje que le consolara, se trataba sin duda de algo pasajero: la imagen volvería con él cuando saliera de aquel convento, como así fue, pues al llegar a Igualada la arqueta comenzó a adquirir más peso y la Virgen retornó a su lecho.

Llegó por fin a Zaragoza el ex-cautivo y, tras narrar las peripecias de su cautiverio y de cuanto le aconteciera en torno a la imagen, la entregó a los religiosos de San Francisco, en cuyo convento fue adorada bajo el nombre de Nuestra Señora de los Ángeles.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 26-28.]

martes, 23 de junio de 2020

323. PAN DE LA ÚLTIMA CENA SALVADO DE LAS LLAMAS


323. PAN DE LA ÚLTIMA CENA SALVADO DE LAS LLAMAS (SIGLO XV. MONTEARAGÓN)

El real monasterio de Montearagón, ubicado en las cercanías de la ciudad de Huesca, como correspondía a uno de los más importantes centros espirituales y de poder socioeconómico de todo el reino de Aragón, atesoraba importantes reliquias, tanto de santos diversos como de objetos que habían tenido alguna relación con los primeros momentos de la aparición del cristianismo.

Igual que sucedía en la lejana Constantinopla, una de las joyas más preciadas del cenobio oscense lo constituía un pequeño fragmento de pan de la Cena del Señor, aquella en la que Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía en torno a los doce Apóstoles, es decir, auténtico pan de Jerusalén.

Durante siglos, ha sido duda si el pan conservado en Montearagón es un fragmento del consagrado directamente por Jesús, pero de lo que la tradición tiene toda la certeza es que se trata de pan que estuvo sobre la mesa en la que tuvo lugar la última cena.

Pues bien, con ser extraordinario que reliquia tan importante fuera a parar al real monasterio, más portentoso es todavía que este fragmento de materia tan perecedera y frágil se salvara del incendio que asoló el convento en el año 1477.
El convento había padecido para entonces varios incendios parciales, pero éste fue bastante voraz, cebándose fundamentalmente en la iglesia conventual, cuyo altar mayor fue pasto de las llamas por completo, sin que los esfuerzos de los propios monjes, de los donados y de los vecinos de la cercana población de Quicena pudieran sofocarlo con prontitud.

Como protegido por una fuerza invisible —junto a otras muchas y singulares reliquias— el fragmento de pan apareció intacto entre los escombros y las cenizas, lo que dio origen a que llegaran a Montearagón fieles de todas las latitudes para admirar aquel testimonio único.

[Blasco de Lanuza, V., Historias eclesiásticas... de Aragón..., I, lib. 4, caps. 30 y 31. Faci, Roque A., Aragón..., I, pág.18.]

321. EL RELICARIO DE JAIME I


321. EL RELICARIO DE JAIME I (SIGLO XIII. MAGALLÓN)

Existía en pleno monte, en las afueras de la villa de Magallón, una pequeña pero bonita ermita dedicada a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de la Huerta, a la que sus habitantes acudían con frecuencia puesto que le profesaban una gran devoción.

En cierta ocasión, cuando el rey don Jaime I el Conquistador pasó al frente sus tropas por aquí con intención de enfrentarse al monarca castellano, acampó e hizo noche, confraternizando con las gentes de Magallón, que le dedicaron grandes agasajos.

Fue entonces cuando el rey se enteró de aquel fervor popular hacia Nuestra Señora de la Huerta, a la que se le atribuían múltiples milagros, de modo que decidió visitar la capilla y, esperando ganarse los favores de la Virgen, decidió adoptarla como patrona.

Al día siguiente, antes de proseguir el camino con sus huestes hacia Borja, volvió a visitar la capilla y ofreció a la Virgen un completísimo relicario si la batalla que iba a disputar llegaba a significar el término de la guerra que mantenía contra el monarca castellano. Se trataba de un relicario que siempre llevaba pendiente del cuello y al que tenía en gran estima.

Como la campaña militar contra el rey castellano fue un verdadero éxito, al regresar victorioso a sus tierras aragonesas, a pesar de la prisa que llevaba, tuvo el tiempo preciso para detenerse en Magallón mientras sus tropas seguían camino adelante y volver a la ermita para cumplir su promesa. Una vez ante la Virgen se despojó del preciado relicario y lo depositó a los pies de Nuestra Señora de la Huerta, la misma que pocos años después, como consecuencia del crimen sacrílego que se cometió ante ante ella en el recinto de la ermita, abandonó el lugar para reaparecer en los montes de Leciñena.

[Faci, Roque A., «Nuestra Señora de Magallón», en Aragón..., I, pág. 84.]

317. CATALINA, LIBRADA DE LOS DEMONIOS


317. CATALINA, LIBRADA DE LOS DEMONIOS (SIGLO XV. PIEDRA)

La joven Catalina, una muchacha soriana hija de familia acomodada y noble, durante los últimos once años de su vida no sólo había estado poseída por los demonios, sino que tal infortunio le causaba enormes dolores y congojas, de manera que su existencia era un auténtico tormento. Aunque buscaron por doquier, no pudieron hallar ni medicina ni médico que en aquel largo lapso de tiempo atajara su mal.

Un día, como consecuencia de una novena que le fue recomendada para tratar de buscar remedio, se le manifestaron los muchos demonios que la poseían y con ellos cuarenta almas del Purgatorio que purgaban en el cuerpo de la doncella. Pero aquel remedio resultó también ineficaz, como lo fueron todas las múltiples y continuas visitas a los innumerables monasterios y abadías que les fueron recomendados.

En una de estas prácticas, tras haberla exorcizado un sacerdote que parecía tener ciertos poderes al respecto, una de las almas que purgaban en el cuerpo de la doncella dijo que no se vería libre de los demonios hasta que no fuera llevada al monasterio de Nuestra Señora de Piedra, en Aragón, lugar justamente famoso en curaciones de este tipo.

Así es que un día del mes de marzo de 1427, tras haber sido llevada a Piedra, fue sometida a un conjuro por uno de los monjes del cenobio ante la presencia de Nuestra Señora la Blanca. Los demonios se resistieron, buscando ayuda en el Infierno, de modo que un ingente número de ellos llegaron incluso a amontonar grandes cantidades de leña para quemar el convento.

Era tanta la madera acumulada que, una vez que fue conjurado el peligro, sirvió para construir el hostal, la hospedería y otras dependencias, además de proporcionar madera al hogar durante más de cinco años.

La comunidad del monasterio hizo causa común, de modo que todos los monjes formularon exorcismos, oraron y ayunaron al unísono. Por fin, la pugna terminó, y los demonios, rendidos, acabaron por desalojar el cuerpo de la muchacha soriana, que pudo regresar salva y sana a Soria.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 453-456.]

315. GRAUS SALVADA DE LA INUNDACIÓN


315. GRAUS SALVADA DE LA INUNDACIÓN (SIGLO XV. GRAUS)

De todos es conocida la veneración que el pueblo de Graus profesa a san Vicente Ferrer, el famoso fraile predicador, al que los grausinos nombraran
—en recuerdo de su estancia en la villa— su patrón y guía, y del que quedan múltiples evocaciones y testimonios.

Entre los recuerdos más imborrables está un hermoso crucifijo que el santo predicador donara a la iglesia de San Miguel en testimonio de las muchas homilías en ella ofrecidas a los fieles, un Cristo que llevaba siempre consigo allá adonde fuera.

Es creencia generalizada que este crucifijo propiedad del santo salvó en cierta ocasión de la catástrofe a su villa preferida. Ocurrió que, tras un invierno muy crudo y largo, durante el cual estuvieron completamente cubiertas de nieve las cumbres pirenaicas, la primavera fue tumultuosa para los ríos Ésera e Isábena. El prolongado deshielo provocó constantes avenidas, arrastrando enormes piedras, haciendo variar los cauces, derribando antiguos puentes y anegando las huertas de la subsistencia.

Una noche de un mes de abril, el nivel de las aguas de los dos ríos amenazó con anegar por completo toda la villa, a la que entonces la abrazaban ambos, quedando sitiada y sin posibilidad de socorro exterior. Un palmo más de agua y las calles de Graus serían brazos incontrolados del Ésera y del Isábena. No se veía posibilidad humana de poderlos contener y mucho menos de dominarlos. Morirían, sin duda, muchos hombres y animales.

Los grausinos, desesperados y temerosos, recurrieron entonces al santo cristo que el fraile les donara, poniendo el pie de la cruz en contacto con las aguas desbordadas. Al instante, como si de un verdadero sortilegio se tratara, el nivel de ambos ríos disminuyó, y, más asombroso todavía, el cauce del Isábena desvió su trayectoria de siempre, para unirse al Ésera aguas abajo de Graus, como ocurre en la actualidad. Desde entonces, la villa dejó de temer al deshielo, por muy abundantes que sean las nieves del invierno.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 134-135.]

313. LOS CORPORALES DE SAN JUAN DE LA PEÑA, INTACTOS


313. LOS CORPORALES DE SAN JUAN DE LA PEÑA, INTACTOS (SIGLO XV. SAN JUAN DE LA PEÑA)

Es sabido a través de testimonios distintos que el viejo monasterio de San Juan de la Peña padeció varios incendios a lo largo de su dilatada historia, hasta que, por fin, el declarado una noche de 1676 obligó a los monjes pinatenses a construir el convento alto o nuevo, que quedaría vacío con las desamortizaciones del siglo XIX.

Pues bien, en el año 1494, una parte del rocoso cenobio debió padecer una de esas quemas tan difíciles de sofocar dados los medios de la época y la escasez de agua para una emergencia de esta naturaleza. Los miembros de la comunidad, tanto frailes como donados, apenas con lo puesto pudieron ponerse a salvo y tuvieron que permanecer alejados de su casa hasta que el fuego se extinguió prácticamente solo.

El fuego devorador debió afectar esencialmente a la iglesia y a la sacristía, a las que, con evidente peligro de su vida, entró y se movió entre las llamas un arriesgado monje, que logró rescatar del fuego el contenido de varias arquetas, reliquias que eran fundamentales para el monasterio puesto que contenían, ni más ni menos, los cuerpos de san Indalecio y de su discípulo Jacobo, así como los de san Voto y Félix. Las antiguas arcas de madera que los contenían ardieron con facilidad y por completo, lo cual no deja de ser un fenómeno ciertamente milagroso.

Pero más portentoso fue todavía a la vista de todos el hecho de que la pequeña y bellamente trabajada arqueta que contenía el Santísimo Sacramento fue consumida completamente por el fuego, pero no las Sagradas Formas que estaban dentro de ella, que quedaron intactas.

El monje sacó de la iglesia en llamas las hostias consagradas envolviéndolas en la cogulla de su hábito, que les sirvió de amparo y custodia hasta que trajeron de Jaca otra arqueta finamente labrada, en la que fueron depositadas en un acto solemne.

San Juan de la Peña, el centro religioso en el que naciera Aragón, se sumó así a la serie de localidades aragonesas que vivieron prodigios similares.

[Briz Martínez, Historia de San Juan de la Peña, I, cap. 47, pág. 211.
Blasco de Lanuza, V., Historias eclesiásticas y seculares de Aragón, I, lib. 5, cap. 15. Faci, Roque A., Aragón..., I, pág. 18.]

311. LOS CORPORALES DE FRAGA


311. LOS CORPORALES DE FRAGA (SIGLO XV. FRAGA)

Nos hallamos en un día del año 1460. En Fraga, los frailes predicadores de San Agustín tienen abierta casa. Están llevando allí a cabo una importante tarea evangelizadora, sobre todo entre la población judía, aunque bien es verdad que muchas de las conversiones que se producen lo son un tanto forzadas por las circunstancias extra religiosas, pues la monarquía de Alfonso V el Magnánimo y de la reina María favorecía esta política.

En ese día, en la iglesia conventual de los Agustinos se ha declarado un voraz incendio y, aunque las llamas no la han destruido por completo, sí ha ardido totalmente el hermoso retablo mayor, incluido el Sagrario que lo presidía.

En pocas horas, todo es ceniza: las maderas y los ropajes, los cantorales y los lienzos. Sin embargo, las propias llamas transportan por el aire, cercana al techo, la hostia consagrada que ocultaba el Sagrario en el momento del incendio: la depositan bajo un candelabro donde al cabo del rato volvió a su estado natural. También vuelan los corporales, completamente intactos, como llevados por ángeles, yendo a pegarse en las piedras de la crucería de la capilla mayor. De allí los recogerán con artificio unos frailes. También ha quedado milagrosamente indemne una imagen de Nuestra Señora.

El prodigioso hecho fue conocido rápidamente en todos los rincones del Reino y, desde luego, no había podido suceder en un momento más oportuno, cuando los herejes e infieles dudaban más que nunca. La palabra ilustrada de los frailes predicadores hizo el resto y les convenció no sólo a quienes negaban la veneración a las sagradas imágenes, sino también la real presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento del altar. Allí mismo, aquel día aciago, acababa de darse una prueba palpable de ello.

Ferrer de Lanuza, el que fuera Justicia de Aragón, gobernador por aquel entonces de Fraga, por orden de la reina María mandó rehacer el retablo para reponerlo en su sitio y dar a conocer al mundo pruebas testimoniales de la verdadera fe.

[Blasco de Lanuza, V., Historias eclesiásticas y seculares de Aragón, I, lib. 5, cap. 30. Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 14-15.]

309. EL AGUA TRANSFORMADA EN SANGRE


309. EL AGUA TRANSFORMADA EN SANGRE (SIGLO XIV. CIMBALLA)

En el reino de Aragón, como ocurriera en el resto de los territorios peninsulares, se estaba debatiendo la supremacía de las tres religiones que convivían en su solar: la cristiana (amparada en el dominio militar y político de los estados cristianos), la judaica (minoritaria, pero muy cohesionada) y la islámica (en franco retroceso, a tenor de los fracasos militares cosechados a partir del siglo XIII).

En el último tercio del siglo XIV, asistimos a un proceso de evangelización masiva por parte de los frailes dominicos y franciscanos fundamentalmente —basta recordar a Vicente Ferrer, por ejemplo—, tratando de convertir al cristianismo a musulmanes y judíos. Es la época de los grandes portentos —milagros para otros—, la de los Corporales de Aguaviva, Montearagón, Andorra, Fraga, etc., que son utilizados como signos de propaganda.

En este clima de religiosidad exacerbada, tuvo lugar en el pueblecito de Cimballa, sito en la Comunidad de Calatayud, un hecho portentoso, que fue aprovechado convenientemente por las autoridades laicas y religiosas para tratar de vencer la obstinación de los herejes.

Una mañana, tras clarear el día, un clérigo de Cimballa estaba celebrando misa. Era una jornada de labor y los asistentes no eran muchos, pues el campo requería brazos. La iglesia estaba envuelta en la penumbra, apenas rota por dos velas encendidas. El ambiente era de recogimiento. Al acabar de consagrar, dudó el sacerdote si estaba allí real y verdaderamente Cristo. Al instante, el agua que contenía el cáliz se convirtió en auténtica sangre.

Los asistentes a tan prodigioso hecho hicieron correr a los cuatro vientos la voz de lo acontecido, y Cimballa se convirtió rápidamente en lugar de peregrinación. El clamor fue tanto que llegó hasta la Corte misma, y el rey Martín, benefactor del monasterio de Piedra, ordenó, en 1398, que se trasladara allí la sangre del milagro, no sólo para que pudiera ser mejor custodiada, sino también para fortalecer la creciente fama del cenobio.

[Blasco de Lanuza, V., Historias eclesiásticas y seculares de Aragón, I, lib. 4, cap. 20. Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 11-12.]

308. LOS CORPORALES DE ANDORRA


308. LOS CORPORALES DE ANDORRA (SIGLO XIV. ANDORRA)

Un día del siglo XIV, los nubarrones que se cernían en torno al mediodía sobre Andorra se convirtieron en una tormenta descomunal al caer la tarde. Pocos recordaban una borrasca semejante. Los relámpagos cubrían e iluminaban el cielo durante varios segundos, los rayos se estrellaban contra las lomas circundantes, los truenos eran ensordecedores y el viento tenía la fuerza del huracán. Las calles del pueblo estaban completamente desiertas y quienes se hallaban en el campo en el momento del aguacero se quedaron inmóviles parapetados al amparo de la mayor piedra que pudieran encontrar.

No de extrañar, pues, que, como sucediera en tantos otros lugares, la iglesia de Andorra, dedicada a santa María Magdalena, quedara completamente destrozada por las voraces llamas de un incendio provocado por un rayo, pues el fuerte aguacero de la tormenta fue insuficiente para acallar el fuego, atizado por el vendaval.
Cuando amainó la tormenta, todos los vecinos, formando una cadena humana para llevar agua que sofocase el fuego, hicieron cuanto estuvo en sus manos para salvar la casa de Dios, pero todo fue inútil, quedando en poco rato tan sólo las cuatro paredes del templo, pues la techumbre de madera se desplomó por completo al suelo.

Cuando pudieron entrar en lo que fuera amplia y hermosa nave, todo estaba carbonizado, excepto el Sagrario de madera que, aunque chamuscado, aparecía completo. Si aquel hecho ya parecía milagroso, más inaudito fue encontrar dentro de él, intactas, las formas consagradas, aunque habían adquirido un cierto color tostado.

Como no podía ser menos, guardaron con mimo las hostias, pero a pesar de todo su conservación fue deficiente, hasta que el arzobispo zaragozano mandó labrar una arqueta de plata sobredorada para guarecerlas, pero para entonces ya sólo quedaban algunos trozos. De cualquier manera, lo sucedido, por inexplicable para la razón humana, sirvió de reflexión a los infieles, muchos de los cuales, tanto moros como judíos, abrazaron la religión de Cristo.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 10-11.]

307. LOS CORPORALES DE ANIÑÓN


307. LOS CORPORALES DE ANIÑÓN (SIGLO XIV. ANIÑÓN)

En torno al año 1300, una noche aciaga, sin saber cuál fuera la causa, el templo dedicado a Nuestra Señora del Castillo del pueblo de Aniñón, lugar situado en la comunidad de Daroca, ardió por completo. Las enormes llamas envolvieron al edificio hasta devorarlo por completo, a pesar de los denodados esfuerzos de todos los habitantes del pueblo por salvarlo haciendo una cadena humana con cubos de agua.

Aunque durante varios días siguió saliendo humo del edificio en ruinas, afortunadamente el siniestro no produjo ninguna pérdida humana, pero era peligroso adentrarse en sus ruinas. No obstante, el sacerdote del pueblo —no pudiendo esperar por más tiempo para indagar si se había salvado algo en el interior del templo, lo cual era difícil— entró con unos feligreses, con gran riesgo para su integridad personal, pues todavía quedaban vigas de madera a medio quemar y lienzos de pared tambaleantes.

Lo que allí vivieron aquellas atrevidas personas fue un portento que maravilló a todo el mundo cristiano. Había ardido todo, excepto seis hostias consagradas y su hijuela que el sacerdote había guardado en el Sagrario, entre unos corporales, que igualmente quedaron intactos. El Sagrario, de madera, había desaparecido. A decir verdad, algunas de las sagradas formas quedaron mínimamente chamuscadas y cinco de ellas aparecían cubiertas en sangre, entre los corporales igualmente empapados, mientras que la sexta y la hijuela estaban unidas y se habían convertido en una especie de levadura.

La noticia del portentomilagro le llamaron los más— corrió veloz por todo el país, y hasta Aniñón llegaron gentes de todos los puntos cardinales, convencidos los más e incrédulos algunos. Naturalmente, también la monarquía aragonesa estuvo al tanto del prodigio, por lo que no es de extrañar que, años más tarde, el rey Juan II solicitara a los habitantes de Aniñón que le dieran la hijuela con la Sagrada Forma pagada a ella. Concedido el favor por los habitantes del pueblo, Juan II depositó aquel auténtico tesoro en la catedral de Valencia, junto con el Santo Grial.

[Lanuza, Historia eclesiástica de Aragón, I, lib. 5, cap. 32. Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 8-10.]

305. LAS AVENIDAS DEL EBRO Y DE LA HUERVA


305. LAS AVENIDAS DEL EBRO Y DE LA HUERVA
(SIGLO XIV. MONZALBARBA)

El año 1397 fue un año de muchas nieves y de lluvias abundantes, tanto que las tumultuosas aguas de la Huerva —aparte de anegar las huertas que daban vida a Zaragoza y de derribar un número importante de torres y pequeñas edificaciones— lograron socavar también por los cimientos una buena parte de las sólidas murallas de la ciudad, incluida la puerta llamada Quemada. A causa de estas enormes riadas originadas por río tan pequeño murieron, asimismo, varias personas y animales y buena parte de las cosechas de matar el hambre quedaron arruinadas.

No menos dramáticos y devastadores fueron los efectos del ancho Ebro varias veces desbordado, que se llevó aguas abajo no sólo el puente de barcas de la ciudad, sino también una sólida torre de piedra construida en medio del río, arrasando no sólo huertas y campos, sino también algunos lugares y edificaciones que estaban cercanos a su orilla.

Aguas arriba de Zaragoza, aledaña a la población de Monzalbarba, en la vera misma del Ebro, la piedad de los hombres había levantado una capaz y hermosa ermita en época anterior a la llegada de los moros —la Nuestra Señora de la Antigua, hoy llamada Nuestra Señora de la Sagrada—, que fue un lugar importante de referencia y de encuentro piadoso de los mozárabes zaragozanos durante los muchos siglos que duró la dominación de los musulmanes.

En esta ocasión, la crecida del Ebro fue de tal envergadura que llegó a sobrepasar la altura de la puerta de la ermita de Nuestra Señora de la Antigua, que estaba abierta de par en par, pero sin que ni una sola gota de agua penetrara en su interior. Sin que nadie pudiera explicarse cómo pudo ocurrir, el propio río se constituyó en auténtica muralla, como si se tratara de un sólido dique de contención invisible. Desde ese instante, como empujadas por una enorme fuerza sobrenatural, las aguas comenzaron a descender. Lo que en la ciudad de Zaragoza había sido destrucción y desolación por los efectos devastadores del Ebro y de la Huerva desbordados fue mimo y prodigio en la ermita de la Antigua de Monzalbarba.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 21-22.]

301. LOS CORPORALES LLEGAN A DAROCA


301. LOS CORPORALES LLEGAN A DAROCA (SIGLO XIII. DAROCA)

301. LOS CORPORALES LLEGAN A DAROCA (SIGLO XIII. DAROCA)


Reconquistada Valencia, Jaime I el Conquistador hubo de dejar la ciudad y partir hacia Montpellier, encargando el gobierno a Berenguer de Entenza. Éste, con la ayuda y el consejo de varios capitanes, decidió sitiar el castillo de Chío.
Tras el éxito inicial de los cristianos, los moros se rehicieron y la batalla quedó indecisa. Los hombres de Berenguer de Entenza se aprestaron a proseguir la lucha al día siguiente, cuidando de todos los preparativos. Al alba, estando los capitanes cristianos a punto de recibir la comunión, sonó de pronto el toque de rebato, pues el enemigo había tomado la iniciativa. Quedóse solo el mosén darocense Mateo Martínez celebrando la Misa y, no sabiendo qué hacer con las seis Sagradas Formas, las consagró, las envolvió en unos corporales y las escondió entre unos pañitos. La suerte final sonrió a los cristianos que pusieron en fuga al enemigo.

Finalizada la batalla, los capitanes quisieron dar gracias a Dios, solicitando a mosén Mateo la comunión. Entonces, desenterrados los corporales que envolvían las seis Sagradas Formas, hallaron que éstas se habían pegado completamente a los paños, que aparecían teñidos de sangre. Se armó tal alboroto entre los soldados cristianos a la vista de aquel portento, que los musulmanes, de nuevo reagrupados, volvieron a la carga, por creer que el desconcierto, el temor y la confusión había hecho mella en el bando
enemigo. Rápidamente replicaron los aragoneses —enfervorizados por los Corporales que, desde lo alto de la montaña, mostraba el sacerdote darocense— hasta terminar con el último musulmán y la toma de la fortaleza de Chío.
Una vez repartido el botín de guerra, se planteó el problema del traslado y custodia de los santos Corporales a un lugar seguro y digno, de modo que, tras largas deliberaciones, se acordó echar a suertes su posesión. Por tres veces fue agraciada la villa de Daroca, mas como el sistema del sorteo no satisficiera a los no agraciados, se acordó poner los Corporales dentro de una arqueta, cargándola sobre una mula, a la que se dejó en plena libertad. Valencia, Catarroja, Manises, Segorbe y Jérica fueron jalones que la mula dejó atrás hasta llegar a Daroca el día 7 de marzo de 1239, para, tras arrodillarse el animal en la iglesia de San Marcos, morir reventada. Los Corporales, pues, se quedaron en Daroca.

[Nuñez, Cristobal, Antigüedades de Daroca, 1 p., c. 3, cap. 3, núm. 13. Blasco de Lanuza, V., Historias eclesiásticas ... de Aragón, t. 1, lib. 2, c. 23. Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 3-8.
Ciruelo, Pedro, Historia de los Corporales de Daroca. Daroca, s. d.]


300. LA VIRGEN VIAJERA


300. LA VIRGEN VIAJERA (SIGLO XII. ZARAGOZA)

Vivía en Zaragoza, dentro de su muro de tierra, una pobre mujer, muy devota de la Virgen. Su deseo principal consistía en poseer en su casa una imagen a la que rezar, por lo que pidió a un escultor que le labrase una de alabastro. Casi todos los días acudía al taller del artista para ver cómo avanzaba en su obra hasta que logró verla casi finalizada. Era una talla hermosa, muy hermosa, tal y como ella la había soñado.

Sin embargo, un día visitaron el taller del escultor varios hombres venidos de Soria para hacerle un encargo. Vieron las obras que el artista tenía en el estudio, pero les gustó más que ninguna otra la talla que estaba labrando para la mujer zaragozana y decidieron comprársela por mucho más dinero del que la pobre señora iba a pagar y, pensando el artífice que le podría hacer otra semejante, decidió vendérsela. La imagen fue a parar, pues, a tierras de Soria.
Cuando la piadosa señora se enteró de lo ocurrido, prorrumpió en lágrimas tan sentidas y llenas de encendido fervor que ocasionó que la imagen se viniese de Soria como por arte de encanto y se apareciese a su sierva sobre un olivo cercano a su casa, rodeada de grandes luces.

Admirados los sorianos de que les faltase la imagen, viajaron de nuevo a Zaragoza, pues por medio de unos mercaderes habían oído hablar de la misteriosa aparición. Comprobaron que la imagen del olivo era la que ellos habían adquirido y solicitaron del obispo su devolución, como así se hizo, de modo que la Virgen volvió a Soria.

Las milagrosas idas y venidas se repitieron en varias ocasiones, de manera que la pobre mujer decidió buscar testigos de ello, acabando por convencer al obispo de lo que realmente estaba sucediendo. Inmediatamente, la piedad de los ciudadanos hizo que se levantara una ermita para albergar con dignidad a la que dieron en llamar virgen del Olivar, por el olivo en el que repetidamente se aparecía, aunque muy pronto se le cambiaría este nombre por el de Nuestra Señora del Milagro, en recuerdo del que en dicho templo hiciera el propio santo Domingo en 1219, momento en el que la ermita se convirtió en convento de los Predicadores.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 28-29.]

282. EL CRUCIFIJO DE SAN VICENTE FERRER


282. EL CRUCIFIJO DE SAN VICENTE FERRER (SIGLO XV. MUNÉBREGA)

282. EL CRUCIFIJO DE SAN VICENTE FERRER (SIGLO XV. MUNÉBREGA)


Más que por la belleza y la finura de su talla, que por otra parte no eran nada despreciables, el Crucifijo de la iglesia parroquial de Munébrega fue célebre por tratarse de una imagen que, según la tradición y la leyenda, había pertenecido al fraile predicador Vicente Ferrer, quien —en agradecimiento a las atenciones recibidas por sus habitantes en una de sus giras evangelizadoras para tratar de convencer y convertir al cristianismo a los judíos de la localidad— decidió donarlo al pueblo y dejar así testimonio de su paso, como ocurriera en tantos otros lugares de Aragón.

Por razones que nos son desconocidas e inexplicables —aunque quizás fuera para preservarlo de los atesoradores de enseres y pertenencias del famoso fraile valenciano que proliferaron por todas partes— el bello Crucifijo fue secreta y celosamente guardado en el hueco de uno de los brazos de un enorme facistol que había en el coro de la iglesia, hasta que un día fue hallado y puesto a la vista de todos, habiéndose perdido la noción y las vicisitudes de su origen.

Algunos años más tarde, cambió Munébrega de párroco y el nuevo decidió hacer limpieza de enseres y de ornamentos de la iglesia. Abrillantó patenas y cálices, reparó casullas, arregló bancos... Y se llevó a su casa el gran facistol del coro para restaurarlo con calma. Cuando lo manipulaba una tarde para liberarlo del polvo acumulado, vio en el hueco de uno de sus brazos que había un pequeño pergamino. La curiosidad natural le llevó a leer en él que «aquest Sant Christ lo fiz San Vicente Ferrer». Sin duda, el pergamino había pasado desapercibido cuando se rescató la imagen.

Desde entonces no sólo no cabía duda de la pertenencia inicial de aquella sagrada imagen, sino que, además, quedaba fehacientemente testificado que su autor material había sido el propio predicador valenciano, tan querido y recordado por estas tierras.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, pág. 108.]



276. SANTO DOMINGO INTERCEDE POR LA NOBLE ALEJANDRA

276. SANTO DOMINGO INTERCEDE POR LA NOBLE ALEJANDRA
(SIGLO XIII. ZARAGOZA)

276. SANTO DOMINGO INTERCEDE POR LA NOBLE ALEJANDRA  (SIGLO XIII. ZARAGOZA)


Como es sabido, santo Domingo había estado en Zaragoza para predicar y difundir el rezo del rosario y, antes de marcharse, había fundando una cofradía a la que se aproximó y afilió la noble dama Alejandra, protagonista de una historia legendaria. Ocurrió que la belleza de esta dama provocó los requerimientos amorosos de dos jóvenes zaragozanos que decidieron solventar sus diferencias respecto a la mujer en duelo a muerte, de modo que el superviviente tendría el camino expedito. El desenlace, sin embargo, fue muy distinto al esperado, pues acabaron muriendo ambos contendientes.

Los padres de los dos jóvenes, conocedores de que Alejandra había sido la causante de la desgracia, decidieron vengarse, de modo que allanaron su casa y, encontrándola sola, le quitaron la vida a puñaladas, no sin antes negarle la posibilidad de confesarse como les suplicaba con sollozos la joven muchacha.

Una vez perpetrado el asesinato, el padre de uno de los muchachos cortó la cabeza del cuerpo de Alejandra, y la arrojó al fondo del pozo de la propia casa. Mas como la joven al verse atacada había invocado fervorosamente a Nuestra Señora del Rosario, ésta logró que su alma no escapase de la cabeza cortada hasta tener la posibilidad de confesarse.

Advertido santo Domingo de lo que había sucedido, y puesto que conocía a la joven desde su primera estancia en Zaragoza, aprovechó su regreso a esta ciudad —era el año 1200— y acercándose al pozo comenzó a llamar a Alejandra. La cabeza, con el apoyo de un grupo de ángeles, comenzó a subir poco a poco hasta ser colocada en el brocal del pozo. Una vez allí, santo Domingo la confesó.

Pasados dos días, durante los cuales varios cofrades se turnaron para rezar el rosario junto al cadáver de Alejandra, el alma de la muchacha se separó al fin de su cabeza, que fue enterrada con el resto del cuerpo. Después de todo lo sucedido, santo Domingo logró aumentar en Zaragoza los prosélitos defensores del rezo del rosario y, para perpetuar los acontecimientos acaecidos, levantó un altar a Nuestra Señora del Rosario.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 301-302.]


https://www.zaragoza.es/sede/servicio/equipamiento/7826

275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO


275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO
(SIGLO XIII. ZARAGOZA)

275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO  (SIGLO XIII. ZARAGOZA)


La llegada a Zaragoza, en 1219, del fraile predicador Domingo fue todo un acontecimiento. Coincidió ésta con la fundación del convento de Predicadores en el lugar que ocupaba la ermita de Nuestra Señora del Olivar, y muy pronto comprobaron los zaragozanos que la fama que le precedió estaba justificada, de modo que llenaron todos los días la iglesia del nuevo convento para oírle predicar.

En cierta ocasión, los zaragozanos quedaron admirados por el poder de persuasión del fraile Domingo, capaz de enderezar la vida de Pedro, un convecino importante, conocido por su maldad y su disipada vida, al que su propia mujer y criados rehuían atemorizados. Coincidió que el tal Pedro, movido por la curiosidad, entró en el templo cuando predicaba Domingo. Iba dispuesto a enfrentarse a él. En aquel instante, el orador estaba pronunciando la frase evangélica de que «quien hace pecado, siervo es del pecado». Los fieles temían cualquier cosa de aquel depravado.

Don Pedro razonaba internamente sobre su falta de remedio y estaba dispuesto a seguir gozando de sus vicios. Nada más penetrar en el templo, Domingo adivinó las tribulaciones de aquel hombre y, fijando su mirada en el recién entrado, enderezó los argumentos del sermón hacia él. La tensión entre los fieles era enorme, pero afortunadamente no ocurrió nada. El caso es que don Pedro volvió un día y otro, hasta que Domingo —sin haber mediado palabra directamente con aquel pecador— le envió a través de fray Bernardo unas cuentas del Rosario de Nuestra Señora, rogándole que usase aquel remedio antes que Dios ejecutase en él los rigurosos castigos que usó con Datán y Abirón.

Por fin, una mañana Pedro accedió a hablar directamente con el fraile Domingo. La pugna había terminado y el hombre pidió confesarse. Eran tantos los pecados que expiar, que no sabía el predicador qué penitencia imponerle, decidiéndose porque rezara diariamente el Rosario, lo que hizo de manera pública para dar satisfacción a los escandalizados por sus públicos pecados, aconsejándole que se inscribiese en la recién creada Cofradía del Rosario. La fama del predicador Domingo se acrecentó y el rezo del rosario se generalizó en Zaragoza y Aragón.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 29-31.]



La presencia de los dominicos en Zaragoza data oficialmente del 1219, y cuenta una tradición respetable que su fundación fue obra personal de santo Domingo a su paso por la Ciudad del Pilar y fruto de su predicación en ella. Ubicados en un principio en la evocadora ermita conocida como del Olivar, llamada la del milagro, se asenta­ron definitivamente a orillas del Ebro, junto a las murallas que protegían el nuevo barrio cristiano, puesto bajo la protección de san Pablo, donde construyeron el que fue célebre convento de Predicado­res, representación genuina del gótico dominicano dentro del gótico aragonés. Su vitalidad se proyectó en otras fundaciones, como la de Calatayud en 1253 y Huesca en 1254. Ya en tiempos de Xavierre se fundó la institución universitaria o colegio de San Vicente Ferrer en 1584, y siendo Maestro de la Orden tuvo lugar la célebre fundación del convento de San Ildefonso.

Desde el mismo siglo XIII compartieron la actividad evangelizadora y catequética con otras órdenes mendicantes, como agustinos ermita­ños y franciscanos. En conjunto se distinguieron por su intensa labor popular como pacificadores en movimientos antifeudales y frente a tumultos populares, más frecuentes de lo que cabría desear. La vida de los frailes discurría al ritmo que marcaba la sociedad de cada época. Vivieron y sufrieron los días luctuosos y gloriosos de la invasión francesa, forjando ideales cuya consecución supuso el sacri­ficio de muchas vidas en la defensa del sagrado don de la libertad. Sólo el hachazo de la supresión de las órdenes religiosas en España, en 1835, pudo yugular una trayectoria histórica, que prometía, aún, muchas y grandes cosas. Los Frailes Predicadores tuvieron que espe­rar hasta el año de 1942, en que, gracias a incansables gestiones, constancia de fibra aragonesa, y nunca desmentida esperanza, pu­dieron volver a ocupar un lugar en una Zaragoza abierta a otros muchos campos, que ofrecían amplias posibilidades de instaurar glorias pasadas en tiempos presentes.
Actualmente contamos con un Colegio de Enseñanza infantil, media y superior, así como un Colegio Mayor Universitario. Puedes visitar nuestra página web pinchando aquí.

267. LOS PEREGRINOS ESCULTORES, BOLTAÑA


267. LOS PEREGRINOS ESCULTORES (SIGLO ¿XIV? BOLTAÑA)

267. LOS PEREGRINOS ESCULTORES (SIGLO ¿XIV? BOLTAÑA)


Boltaña, cuyas casas se concentraban a orillas del Ara de aguas limpias, era toda quietud. Cada boltañés se dedicaba en paz a su trabajo y las horas se desgranaban lentas. De cuando en cuando, buscando el amparo de su hospital y de su hospedería, llegaban romeros que se detenían para reparar fuerzas antes de proseguir el camino de nuevo. Eran extraños por ser forasteros, pero no eran extrañados. La quietud y la calma de la villa se rompían mientras ellos estaban allí, pues en torno a cada uno de ellos solían arremolinarse sus gentes a la vuelta del trabajo para oír las historias de sus andanzas.

Llegaron en cierta ocasión juntos dos peregrinos de mediana edad, extranjeros ambos, que muy pronto intimaron con los habitantes de la villa. Les llamó mucho la atención —y así lo hicieron notar en las conversaciones— la carencia en la iglesia colegial de un Crucifijo, ofreciéndose ambos a tallar uno si se les proporcionaba el material necesario y se les procuraba un local adecuado para trabajarlo. No pedían a cambio más que lumbre, una pitanza al día, agua y sosiego, accediendo a todo ello los boltañeses, con su cura a la cabeza.

Se encerraron ambos romeros en una cámara que mal iluminaba una pequeña ventana cercana al techo. Transcurrió una semana y pasaron más días sin dar señales de vida, tantos que comenzaron a sospechar las gentes de Boltaña si no habían sido engañados. La inquietud pudo con ellos y, tras deliberar sobre qué hacer, determinaron entrar en la estancia a pesar de lo pactado. Forzaron y abrieron la puerta de par en par, pero la sorpresa fue enorme pues dentro no había nadie: la burla se había consumado.

Sin embargo, cuando las lamentaciones por la astucia y el descaro de los falsos artífices era ya un clamor, un muchacho reparó que, sobre un tronco de árbol que había en un rincón, reposaba un Crucifijo cubierto con un paño y estaba tan hermosamente tallado que parecía haber sido cincelado por las manos de los propios ángeles.

Con sumo cuidado y reverencia, los congregados llevaron a la colegial el Crucifijo, que muy pronto se convirtió en objeto de veneración no sólo en Boltaña sino en toda la comarca. Lo curioso es que nadie se atrevía ni siquiera a nombrar a los romeros que habían sido sus artífices.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 117-118.]


https://www.pasoapalmo.com/sobrarbe-entorno_boltana-boltana-colegiata_san_pedro.htm

Boltaña es uno de esos lugares que invitan al descubrimiento sosegado, sin prisa, envolviéndose el visitante en una cálida aventura que lo lleva a perderse entre calles estrechas, admirando casas típicamente pirenaicas recubiertas de nobles historias, y atravesando el caserío junto a sus hospitalarios y dicharacheros habitantes.
Boltaña se encuentra al final del valle del río Ara, casi cuando éste llega al encuentro del Cinca, confluencia que se produce en Aínsa, población con la que comparte la capitalidad del Sobrarbe.
Parece ser que esta villa era la capital de la conocida como Boletania en época romana, nombre que parece ser raíz etimológica de su denominación actual. (boletus ?)
Como en muchas otras poblaciones del Alto Aragón, al llegar, podemos vislumbrar la historia del lugar sólo por su estructura urbana: una localidad nacida al amparo de una fortaleza defensiva, como parece norma para toda la zona fronteriza entre territorio cristiano y musulmán, allá por los siglos X y XI. Así, observamos cómo el castillo se encuentra ubicado en la zona más alta y abrupta del municipio. Su origen parece ser musulmán pero fue cristianizado tras su conquista en el siglo XI.
El caserío y el entramado urbano de Boltaña, que comprende uno de los cascos históricos más grandes del Pirineo Aragonés, nos trasladan a épocas pasadas gracias a unas calles empinadas que se pierden en un laberinto vial flanqueado por algunas de las casas más singulares y bellas del Pirineo Aragonés. Unas casas de piedra, de poderosas proporciones y de factura sobria que además de poseer gran robustez, transmiten gran calidez en sus interiores. Destacan algunos ejemplos, como casa Simón, con su hermosa aunque transformada torre (siglo XVI), casa Carruesco, casa Núñez, o casa Don Jorge (quizá del siglo XVII), vivienda torreada sita en la calle Mayor de la localidad. No podemos olvidar las características chimeneas troncocónicas que embellecen los tejados, y que se perfilan incólumes cada vez que nos atrevemos a alzar la mirada hacia el cielo.
La colegiata de San Pedro, parroquial gótica de la ciudad, es una de las iglesias más monumentales de Aragón. Aunque sus orígenes se instalan en la Baja Edad Media (siglo XV), la mayor parte de su estructura y decoración corresponde a una serie de mejoras y transformaciones sufridas entre los siglos XVI y XVII. Destaca entre sus muros, el coro, sillería que procede del Monasterio de San Victorián, obra lignea de Pedro de la Guardia.
Uno de los reclamos turísticos más monumentales y bellos de Boltaña es el Monasterio de la Virgen del Carmen, fundado en 1651 sobre la antigua ermita del Espíritu Santo, a las afueras de Boltaña, cerca de Margudgued. Tras la desamortización de Mendizábal, y tras diversos usos a que fue sometido, a finales del siglo XX fue rehabilitado y convertido en hotel de cinco estrellas. Algunos templos religiosos, de carácter popular, que también pueden ser visitados, son las ermitas de Santa Lucía, Santa Bárbara, San Sebastián, San Andrés, San Pablo (desaparecida) y San Gil, todas ellas de entre los siglos XVI y XVIII.
Boltaña posee, además, una zona de baño, o poza, llamada Piscina Natural de la Gorga, una zona refrescante de aguas tranquilas a orillas del río Ara.

Boltaña posee, además, una zona de baño, o poza, llamada Piscina Natural de la Gorga, una zona refrescante de aguas tranquilas a orillas del río Ara.

El turismo es una de las bazas del municipio, contando con numerosas instalaciones acondicionadas como hoteles, camping, el área recreativa de Villaboya, etc. No podemos olvidar los rasgos y costumbres propias de la zona, personificadas en el “palotiau”, danza que se interpreta en actos religiosos y fiestas de la ciudad, o en el conjunto musical más famoso del Pirineo Aragonés, La Ronda de Boltaña.
Celebra sus fiestas el 25 de enero, festividad de la Conversión de San Pablo, el 14 de septiembre, con motivo del Lignum Crucis, y el tercer fin de semana de agosto, convirtiéndose la Plaza Mayor de Boltaña en un hervidero de gente danzando en alegría y fraternidad.