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lunes, 13 de julio de 2020

CAPÍTULO L.


CAPÍTULO L.

Que contiene la vida de Armengol de Gerp, séptimo conde de Urgel. - De la
conquista de Balaguer, y descripción de aquella villa.

El condado de Urgel se iba cada día dilatando, y el valor y fama de sus condes se extendía por España, y ellos iban a porfía por aventajar los unos a los otros, sin reparar en inconvenientes ni peligros, porque ningunos podían meter límite a sus altos pensamientos. El hijo del que murió en Barbastro se llamó Armengol, así como el padre, y por diferenciarle, le llamaron de Gerp, por haber edificado y muerto en el castillo de Gerp, vecino de la ciudad de Balaguer. Muerto su padre, heredó el condado de Urgel y los tributos o parias que cada año lo pagaban los reyes moros.
Los primeros años del gobierno de su condado fueron muy sosegados y quietos, y en ellos llegó a Barcelona Hugo Cándido, cardenal del título de san Clemente, que venía de Aragón, donde le había enviado el papa Alejandro. Este Hugo Cándido no fue natural de Barcelona, sino de Trento, y fue creado cardenal el año 1049: digo esto, porque hay algunos que piensan que un cardenal Hugo que hubo el año 1240, a quien inadvertidamente dan el nombre de Cándido, que fue religioso de la orden de santo Domingo y escribió muy doctamente sobre la Biblia, sea el que intervino en la ordinacion de los Usajes de Barcelona, y equivocándose, toman el uno por el otro, lo que causa alguna confusión en las historias.
Este cardenal, después de haber dejado en muy buena orden las cosas ecclesiásticas de aquel reino, llegó a Cataluña en ocasión que estaba Ramón Berenguer, el Viejo, conde de Barcelona, ocupado en el sitio de la villa de Cervera de Urgel, que así la llamaban antiguamente, y era de moros, que habían acudido con tributo al dicho conde y ahora se lo negaron, declarándose contra de él, corriendo y talando toda la tierra de los cristianos, sus vecinos.
Obligaron al conde a la defensa de sus vasallos y castigo de los moros; puso sitio a la villa, que era muy fuerte y poblada, circuida de buenos y fuertes muros, con un castillo al un extremo de ella, que es la fuerza más principal de aquel pueblo, del cual escribe muy curiosamente Pedro Giscafré, su síndico, en un libro Del triunfo del Santo Misterio que es sucinta y curiosa historia de aquella villa y verdadera relación de sus grandezas. Asistieron en el sitio de ella con el conde Ramón Berenguer muchos prelados, y entre ellos el obispo de Vique, el abad de Ripoll, Ramón de Cervera y Ramón de Guardia, Berenguer de Anglesola y muchos vasallos del conde de Urgel. Fue grande la defensa hicieron los moros, y entonces, para mejor combatir la villa y defenderse de las surtidas de los cercados, se edificó junto a aquella, a la parte inferior, una torre fuerte, cuyas ruinas y señales aún quedan. Estando ocupado el conde de Barcelona en esta empresa, tuvo nueva de la venida del cardenal, y luego encomendó el campo a un caballero muy principal llamado Ramón de Timor, que después se llamó Ramón de Cervera, y se fue a recibirle. Grande sin duda era la utilidad de la conquista de Cervera, y la presencia del conde y demás prelados importaba mucho para ella; pero todo lo dejaron en saber la venida del cardenal, anteponiendo las cosas del servicio de Dios a las de su estado.
Llegado el cardenal, se congregó un concilio de los obispos y demás prelados de Cataluña. Entre otras cosas muy acertadas que ordenaron, la más notable fue, que de común consentimiento dejaron el oficio, rito y ceremonias góticas que hasta entonces habían observado, y tomaron las romanas, prohibiendo del todo a los clérigos el uso del matrimonio, que había quedado del tiempo del rey Vitiza, penúltimo rey godo, y quedando obligados a perpetua castidad, como el día de hoy se guarda.
Dióse asímismo entonces de mano a algunas leyes antiguas que hasta entonces se habían observado, pero tan alteradas, quitadas y añadidas, que eran casi otras de las que se hicieron en tiempo del rey godo Eurico, en cuya ordinacion se halló san Severo, obispo de Barcelona, con sesenta obispos católicos, cerca del año 480. Juntáronse en Barcelona cortes, y en ellas intervino el cardenal, con todos aquellos que tienen lugar en ellas; y Tomich (Tomic) dice, en particular, que fue en ellas el conde Armengol, que en estos tiempos andaba en los veinte y tres años de su edad. De consentimiento de Ramón Berenguer y de la corte fueron nombradas veinte y una personas, y entre ellas fue Arnaldo de Tost, vizconde de Ager, para ordenar y componer nuevas leyes, por las cuales se gobernase y rigiese este principado, y que el día de hoy se observan, y nombran Usajes de Barcelona (usatges): y es tan grande el cuidado que se tiene de la guardia y observancia de ellas, que, entre otros juramentos que hacen los reyes y sus ministros, es uno de guardar aquellos, por contener en sí gran equidad y justicia: fueron ciento y setenta y cuatro, y andan impresos en los libros de las Constituciones de Cataluña.
Cerca de estos tiempos, y en los idus de enero del año ocho del rey Felipe, que es de Cristo nuestro señor 1068, dio el conde privilegio a los del lugar de Valldelort de que jamás ningún señor les pudiese imponer más censo de aquel que solían pagar en tiempo del conde su padre.
Finidas estas cortes, emprendió el conde Armengol la conquista de la ciudad de Balaguer y sus comarcas. Es Balaguer población principal y antigua en los pueblos ilergetes y fundación de Hércules líbico, la segunda vez que vino a España, mil seiscientos setenta y ocho años antes del advenimiento de Cristo señor nuestro, y le nombró Balaguer.
Otros hacen más moderna esta fundación, y la ponen en el año 1.591 antes del nacimiento, y la atribuyen a Sicoro, antiguo rey de España, de quien el río Segre toma el nombre de Sicoris, de cuyas riberas salieron los de los pueblos sicanos, que poblaron la isla de Sicilia, que llamaron Sicania. La interpretación de este nombre de Balaguer, no se sabe; hay empero quien la deriva de un gran grito o balato, que, estando en el puesto más alto de la ciudad dio Hércules mirando a los suyos metidos en una famosa batalla, diciendo: ó quam urgens bellum; de que quedó Urgellum, y del balito o balato Balagarium; y así llamaron a la ciudad que allí se fundó. Esto en opinión de algunos es apócrifo, y graves autores lo juzgan por tal: los que hacen fundador a Sicoro, (Segre) dicen que Balaguer en lengua líbica, (Libia) que era la que usaban estos antiguos reyes, quiere decir señorío de los valles. (bal : val : vallis : valle : vall + ager: Ager).

En tiempo de los romanos floreció mucho y hubo reyes que tomaron el título de la ciudad: uno de ellos fue Belistágenes, que las historias llaman rey de Balaguer, y de los fieles amigos de los romanos en España; porque habiéndose levantado contra ellos todos los pueblos de aquellas comarcas, solo Belistágenes perseveró en en su devoción, lo que celebró Tito Livio y otros autores. Después, en tiempo de los moros, se conservó también el título de rey de Balaguer muchos años, y fueron tributarios a los condes de Urgel, hasta que del todo los sacaron de la ciudad y condado. El sitio de ella está tendido por lo largo a la ribera del río Segre, cuyas aguas bañan sus muros: participa de llano y enriscado; la parte enriscada está dividida en dos puntas o riscos; en la parte llana están edificadas muchas y buenas casas, donde moran los caballeros y ciudadanos y demás gente lucida de la ciudad. Tiene una grandiosa plaza que llaman el Mercadal, que puede competir con las mejores de España. En ella, en tiempo de los condes y aún después, se celebraban los juegos y fiestas públicas; por el un lado pasa una caudalosa acequia de agua que se toma del río Segre, una legua antes de llegar a la ciudad, que sirve para el riego de la huerta y uso de los molinos. Sobre el río Segre hay una hermosa puente de piedra que
sustentan cinco arcos, labrada de sillería, muy ancha y larga, capaz para gran tránsito: pasan por ella los que, viniendo del mediodía, van a la ciudad. Al cabo de ella hay una puerta muy ancha y grande, que es la principal de la ciudad, y muy bien labrada y con majestuoso frontispicio: en medio de ella hay una imagen del arcángel san Miguel (tutelar de la casa de Urgel), de piedra, muy grande, en medio de los dos escudos de las armas de Urgel y Cataluña, en franja; de donde infiero, ser edificio hecho después del año 1334, que el condado de Urgel vino a ser de los hijos de los reyes de Aragón y condes de Barcelona. Algo más arriba están otros dos escudos con las de Urgel solas. A la otra parte, y delante de la puente, hay otro insigne monasterio de la orden de santo Domingo, que fundó el conde Armengol de Cabrera, del cual se da noticia en su vida. Los muros a la parte de tierra son a lo antiguo, aunque renovados en algunas partes; pero a la parte que mira al río, labrados a lo moderno, con sus terraplenes que sirven de paseadores, para comodidad de los vecinos, por gozar de apacible y alegre vista.
La vega es grande y fértil, poblada de hermosas huertas y jardines, y espesas alamedas: extiéndese por las orillas del río Segre, cuyas aguas, conducidas por cada parte del río con caudalosas acequias, sirven para el riego de ella, sin faltar jamás. Había allí entre otras casas de campo una más principal que todas, que llamaban la casa fuerte de la condesa, que estaba tras el monasterio de predicadores, y era casa de recreo de los condes, y edificio suntuoso y fuerte, como lo denotan algunos rastros que no ha muchos años parecían por aquellos campos. Es tradición de los vecinos, que tenían los condes una mina secreta que salía del castillo y pasaba por bajo del río y desbocaba en esta casa, lo que, si es cierto, es cosa espantosa, y tanto más admirable, cuanto más caudaloso es el río Segre que pasa sobre ella: pero la riqueza de los condes podía emprender cosas mayores.
El terreno produce todo género de granos, frutos, legumbres, cáñamos, linos, salitre, vino y lo demás necesario para el uso del hombre; y esto con tanta abundancia, que de lo que se vende entra en la ciudad mucho dinero que la enriquece.
A la otra parte de la vega, hacia el mediodía, sobre una colina, hay un castillo que llaman Rapita (Rápita), y era antiguamente mezquita de moros, donde hacían sus ceremonias moriscas: así lo denota el nombre Rapita, que quiere decir mezquita o casa de devoción que está fuera de poblado. Hay también en medio de la vega, hacia occidente, a la mano izquierda del camino que va de Balaguer a Lérida, un monasteri que lo fue de religiosas cistercienses, obra antigua y maciza. Llámase de las Franquesas. Por estar tan cercano al río está muy sujeto a las avenidas de él, pero puede resistir a ellas. Las religiosas se acabaron, y por ser de aires mal sanos no han puesto otras; porque las aguas se encharcan, y los vapores que se levantan corrompen los aires. Está unido al monasterio real de Poblet, y residen allí uno o dos monjes, que cuidan de la casa y heredades, y celebran misa. Hay en la iglesia algunos sepulcros antiguos de piedra, levantados en alto, no se sabe de quién son, porque no hay armas ni inscripciones: dicen por allá los vecinos ser de algunos principales caballeros, que solían por aquellas partes usar tales sepulturas, como aún los hay muchos por las iglesias de todos aquellos contornos. Consérvanse los claustros y dormitorios y otros cuartos del monasterio, pero amenazando ruina, por haber muchos años están inhabitados.
En un alto de la ciudad, que está a la parte del occidente, está edificada la iglesia mayor, so invocación de Nuestra Señora: es edificio moderno, del tiempo del infante don Jaime, conde de Urgel, hijo del rey don Alfonso: es todo de sillería y de una sola nave, muy grande y capaz, adornado de muchos y muy buenos retablos, y la sacristía muy rica; acúdese al culto divino con grande puntualidad y devoción: la vista de que goza es admirable, y por estar en lugar alto, descubre gran parte del campo de Urgel: residen en ella doce canónigos, un plebano y doce beneficiados.
En el otro risco o recuesto, que está al principio de la ciudad, a la parte de oriente, frontero de la puente, estaba edificado el castillo y alcázar de los condes, el cual era muy fuerte y suntuoso, y de fácil defensa, según lo denotan las ruinas y cimientos de sus muros y torres derribadas, edificados sobre otros más viejos que estaban sobre durísimas y grandes peñas, todo de sillería y obra romana: su grandeza y antigua majestad hoy mal se puede conjeturar, porque desde el año 1413 fue derribado. Queda algún rastro de las cisternas, caballerizas y demás oficinas subalternas; la puerta era hacia el mediodía y de tal traza, que cuatro hombres la podían defender; estaba muy adornada de jaspes, mármoles y pórfidos, de que hay algunos pedazos junto al castillo, que son recuerdos de lo que fue en tiempos pasados, y testimonio verdadero de la instabilidad y mudanza de las cosas del siglo. En el claustro superior del monasterio de Poblet están las colunas que se sacaron de este castillo, y de aquellas adornaron aquel claustro: las piedras de las ventanas del palacio real del mismo Poblet estaban también en este castillo, y por ellas se echará de ver que tal sería este castillo de donde se sacaron.
Había en él una iglesia que llamaban Santa María de la Zuda, donde residían clérigos y celebraban los oficios divinos, cumpliendo con algunas fundaciones dejaron allá los fieles; y en esta iglesia tenían algún derecho los abades de San Pedro de Ager. Era por la parte de occidente, mediodía y tramontana casi imposible la subida; pero por la parte de oriente, entre el castillo y la iglesia de Almata, hay un grande foso que le sirve de defensa: en él vivió el grande rey don Alfonso el tercero, mucho tiempo antes que fuera rey; aquí nació el rey don Pedro el tercero, y sus hermanos, y de ello hace estima en su crónica.
A la otra parte del foso, y fuera los muros de la ciudad, hay una grande llanura, en que en el año 1413 asentó el rey don Fernando el primero su real, para mejor combatir el castillo. Aquí hay una iglesia antigua que llaman Santa María de Almata; es a modo de cruz, con solo tres brazos, que miran a oriente, occidente y septentrión; es la bóveda de ellos redonda, con una cornisa muy llana y sin labor alguna; el brazo que mira al oriente es nuevo, labrado a lo moderno, y cubierto con un gran cimborio, por el cual recibe la luz: aquí está el altar mayor y la santa imagen de Cristo nuestro señor, tan celebrada en el
mundo: a la parte del mediodía la cortina de la pared corre igual, y en esta parte hay una capilla pequeña, donde antiguamente estaba la santa imagen que está en el altar mayor, y en memoria de ello, hay una inscripción que dice así:

EN ESTA CAPILLA ESTUVO LA IMAGEN
DEL SANTO CRISTO MÁS DE 600 AÑOS
Y SE TRASLADÓ A LA CAPILLA NUEVA
A XXI DE MARZO DE MDCXXVI .
EN PRESENCIA DEL REY NUESTRO SEÑOR,
DON PHELIPE IIII Y III DE ARAGÓN Y DEL SERENÍSIMO INFANTE DON CARLOS SU HERMANO ETC.

En esta parte hay una puerta que mira al mediodía; la otra mira al septentrión y llaman la puerta del Real, por haberlo puesto aquí el rey don Fernando cuando prendió al conde de Urgel y aún quedan aquí rastros de una trinchera o muro que hizo el dicho rey. La que mira al poniente es la más principal y mejor, y está frontera al castillo: hay dentro de ella un pórtico muy adornado de colunas y espacioso, que engrandece la entrada de la iglesia. Antiguamente estaba por cabeza de él una imagen de nuestra Señora que llamaban de Almata, y el día presente las religiosas, para mejor consuelo suyo, la tienen dentro del monasterio con gran decencia y ornatos. A la parte de oriente es la capilla mayor, y en ella la imagen santa de Cristo, señor nuestro crucificado, que es una de las más devotas que hay en el mundo, y son sin cuento los beneficios y mercedes hace Dios por ella: la devoción es grande e innumerables los milagros, como lo atestiguan los votos colgados por las paredes; y si se hubiera cuidado de su conservación, estuvieran todas cubiertas de ellos, y pudieran competir con las de Monserrate, Guadalupe y otras casas de devoción y santuarios de España. Aquí se muestra la omnipotencia de Dios curando diversas enfermedades, como son calenturas, mal francés y dolores del cuerpo; vuelve la vista a los ciegos, sana cojos y mancos, favorece a los navegantes, resucita a los muertos y hace otras maravillas, de que están llenas las memorias. Diré de una, y es que aparecen algunas veces de noche en el río Segre cinco luces, o más o menos, y andan por el agua y paran en el escollo donde paró esta santa imagen cuando se halló; y aun en la misma iglesia se han visto muchas veces; y esto es tan cierto y continuo, que apenas hay ninguno de aquella tierra que no pueda ser testigo de ello: es frecuentada de todas las naciones del mundo, y está la hospitalidad tan a su punto, que no les falta nada a los peregrinos y novenarios que continuamente acuden allí, para los cuales hay una gran casa y cierto número de personas eclesiásticas que tienen cuidado de ellos, ejercitando la hospitalidad con tanto amor y limpieza, que su apacible trato es para llamar allá todo el mundo. En el año de 1626, viniendo el rey a jurar a Barcelona, visitó el santo crucifijo y fue hospedado en esta casa, con todos los grandes que venían en su compañía.
Entre la iglesia y casa de peregrinos hay un monasterio de monjas de san Francisco, que fundó el infante don Jaime, hijo del rey don Alfonso, y dotó magníficamente; y tenía prerogativas de fundación real, por haber sido el fundador hijo, hermano y tío de reyes. Las monjas claustrales se acabaron; las rentas se disminuyeron, y el patrimonio del convento quedó muy perdido por haberse acabado los condes de Urgel, patrones y fundadores de aquella casa, que con sus limosnas la socorrían y amparaban. Acabadas y suprimidas las monjas claustrales, estuvo mucho tiempo sin religiosas, y la casa se vino a acabar de todo punto, porque gran parte de ella vino al suelo. A la postre, los paheres de la ciudad se ampararon de ella y levantaron lo caído, y edificaron de nuevo lo que era menester, y se hicieron patrones, y a instancia de ellos metieron la observancia, y vinieron a fundar religiosas observantes del monasterio de Santa Clara de Tarragona, y están súbditas al obispo de Urgel, el cual las visita y tiene allá clérigos muy ejemplares que las ministran los sacramentos y cuidan del servicio de ellos. De esto hay memoria en unas piedras que están en las paredes de aquel convento, y la una dice así: 

CIVITAS BALAGARII MONIALIUM ISTUD COENOBIUS CONDIDIT CUJUS AEDIFICIUM
INCOHATUM FUIT LV NONAS MAII MDCVII CONSULIBUS EXLSTENTIBUS
MAGNIFICIS FRANCISCO TORRES MEDICINAE DOCTORE BABTISTA GOMAR CIVE
FRANCISCO BOTELLA BARTHOLOMEO SALVAT DE REPUBLICA OPTIME MERITIS S. P. Q. B.
La otra dice así:
A 21 DE MARS 1622 ESSENT PAERS DE AQUESTA CIUTAT DE BALAGUER LOS MAGNIFICHS PERE MORATO MIQUEL ALÇAMORA HYERONIM SPERT Y MATHEU GARROFER PATRONS DEL PRESENT MONESTIR DE SANTA CLARA DE ALMATA FOREN TRETES AB AUCTORITAT APOSTOLICA DEL MONESTIR DE SANTA CLARA DE TARRAGONA Y INTRODUHIDES EN AQUEST PER FUNDADORES SOR BENETA CASALS ABADESSA SOR DOROTHEA PALAU VICARIA Y SOR SERAFINA MONTANER MESTRA DE NOVISSIES.

Lo que hace más célebre esta casa y llama a ella a todo el mundo es la muy devota y piadosa imagen de Cristo señor nuestro crucificado, de cuya venida diré lo que escribe aquel santo varón fray Vicente Domenech, del orden de predicadores, cuyas palabras son estas: “Como aya venido el sancto crucifixo á la ciudad de Balaguer, no he podido hallar auto authentico que lo diga; pero he visto en la misma iglesia donde oy lo tienen una scritura antigua, la qual refiere que vino por el río Segre arriba con grande luz y con mucha compañía de ángeles que cantaban las grandezas de Dios; y tienen por tradición que viniendo río arriba, se detuvo en un scollo o pequenyo penyasco que aun parece dentro del agua, y que viniendo con procesion la ciudad para tomarla, se apartó la sancta imágen por el agua adentro, y que baxaron tambien las monjas claustrales Franciscas del Mata, que assi se lama el lugar donde sta edificada su casa, y se dejó recibir por la abbadessa, y á causa desto se la subieron a su monasterio, donde la tienen con gran veneración, y es visitada de todas las naciones del mundo como uno de los más insignes santuarios de la cristiandad.” Y el doctor Onofre Menescal, en su sermón del rey don Jaime el segundo, hablando de los santos de Cataluña, pone entre ellos el santo crucifijo de Balaguer, por estas palabras:
Lo sant crucifici de Balaguer; que dihuen ving* vingué per lo riu Segre, y arribá ab gran llum y companyía de ángels que cantaban alabansas á Deu.
Esto es lo que se sabe por ahora; pero sin duda debieron pasar otras muchas cosas, y tiempo, que todo lo consume, las ha entregado al olvido. La ciudad y clero de Balaguer han hecho diligencias grandes en buscar memorias antiguas, pero no hallo más de lo que tengo dicho; placerá a Dios se hallen tiempos por venir, así como ha Dios descubierto otras cosas semejantes que hasta nuestros días estaban del todo olvidadas. El doctor Jaime Prades, valenciano, en la Historia del uso y adoración de las santas imágenes, dice estas palabras: “ En aquellos mismos tiempos, aquel sancto *viejo Nicodemus enseñó contra aquellos mismos judíos m* claramente por obra también, la misma confesión de e* fé, habiéndole dado primero el mismo Jesucristo cumpli* la noticia de su divinidad y humanidad. Porque escrib* Anastasio, doctor, que fue en tiempo del concilio Nice* segundo, y Gregorio Turonense, que este santo labró con su mano tres crucifijos (porque no se pudiese dudar en es* de su voluntad), representando en cualquiera de ellos la figura de Cristo, de la manera que le vio él enclavado en la cruz; y aunque bastaba la relación que de ello hicieron * habérnosle mostrado tal en sus evangelios los evangelistas sagrados, quiso dárnosle más adelante retratado al vivo, cuerpo muerto, de color amarillo, cual suele ser el de los muertos, los ojos oscuros, turbios y vueltos en blanco, con la boca abierta, todo rociado de sangre, llagados y rasgados aquellos miembros santísimos y del todo ajenos * su belleza, y tan maltratados, que aún a sus enemigos movieran a compasión; y esto para moverse a sí primero con esta vista, y después a nosotros, y porque semejante acto fuese como un testimonio de que descubiertamente confesaba la pasión de Cristo contra la infidelidad de aquellos judíos, y también para que, a ejemplo suyo, los que estaban por venir en todos tiempos hiciesen otras imágenes para el propio efecto; en lo cual no le engañó su pretensión, pues con grande gloria del mismo Jesucristo y aprovechamiento de sus almas, han los cristianos adorado y confesado su pasión por aquellas santas imágenes. Porque una de estas fue la que derramó en Berito sangre y agua en abundancia, convirtiendo toda una sinagoga de judíos, conforme adelante diremos; y hoy en día por estas mismas es también glorificado en la ciudad de Balaguer de Cataluña, y en San Agustín de *Burgos, y en Orense de Castilla; y es tanta la fé y devoción que tienen los cristianos por este medio a la pasión y muerte de Cristo nuestro redentor, que en otros pueblos pretenden más ciertamente tener las mismas imágenes. Esto dice aquel aquel curioso autor, que con tanta piedad escribió la historia de las santas imágenes, contra la falsa opinión de Lutero y otros herejes modernos.
Está esta santa imagen en el altar mayor, dentro de un hermoso tabernáculo: cúbrenlo tres ricas cortinas, y cuando la quieren enseñar a los fieles, sale cierto número de los sacerdotes que residen allá, con sus sobrepellices y cirios encendidos, y con voz lastimosa y devota cantan algunos versos del salmo 50, y en el entretanto van poco a poco corriendo las cortinas, y con dos o más velas que al rededor de la santa imagen están encendidas, se divisan y ven muy bien el santo rostro, llagas, manos y demás partes y color de la santa imagen, y después rezan alguna oración y cierran las cortinas. En tiempo de esterilidad de agua, que acontece muchas veces en aquella tierra, la sacan en procesión; y en otro tiempo la mudaban por nueve días en otro altar, perseverando en oración, devociones y procesiones que acuden de diversos pueblos; y es cosa maravillosa ver la abundancia de agua que Dios envía, fertilizando con ella la tierra; y en
tiempos de grandísima esterilidad, con procesión la bajan al río Segre, cerca del escollo donde fue hallada, y allá, con las aguas del río, la bañan, suplicando a nuestro Señor, que mediante el tocamiento de la santa imagen en las aguas las bendiga, dándoles virtud para que hagan el efecto que el devoto pueblo suplica, enviándolas del cielo con abundancia, para regar y fertilizar aquella tierra; y es tanta la misericordia de Dios y la virtud de aquel santo crucifijo, que apenas pasan muchos días que no se vea el fruto de aquellas devociones, las cuales y todo sea para mayor gloria de Dios, que cada día hace maravillas.
En la capilla en que antes estaba la santa imagen hay una memoria moderna que dice estas palabras: (Es la misma que se halla continuada en las páginas 341 y 42).
Estas palabras han hecho reparar, porque es cierto, que las monjas claustrales no estuvieron en Almata hasta el año 1351, porque, como dije allí, era la iglesia mayor y parroquial de Balaguer; y dando por cierto que las monjas claustrales franciscas de Almata bajaron al río cuando vino la santa imagen y que la tomó la abadesa, no podía haber seiscientos años era allá la imagen cuando se hizo aquella memoria, que fue el año 1626, y así hemos de decir, o que los seiscientos años han de ser muchos menos, o que las monjas eran de otra religión, o que el hallazgo de la santa imagen fue después del año 1351.
Acabadas ya las cortes de Barcelona, en que se hicieron los usajes, dio principio el conde Armengol una gran guerra que por muchos llevó contra los moros sus vecinos, con pretensión de echarlos de una vez de todas las tierras y límites de su condado, acabando con ellos. Valiéronle, según parece en antiguas memorias, el obispo de Urgel, el conde de Pallars, Ramón de Cervera, Guillen de Anglesola; Raimón Folc, vizconde de Cardona, hijo de Hugo Folc; Galcerán de Pinós, Hugo de Treyá, Berenguer de Puig-vert, Oliver de Termens, Gerardo o Guitardo de Ribelles, Juan Despes, Ramón de Peralta, Bernt de Peramola, Pons de Oliva, Asbert Dez-Palau, Juan de Pons, Guillen de Majà, Galcerán de Artisé, Guillen de Alentorn, Ramón de Monsonis, Bernat de Billvés, Benet de san Gruni, Pedro de Torá y Arnaldo Dalmau, y otros muchos caballeros amigos y vasallos del conde. Con ellos bajó como un rayo por las riberas del Segre, conquistando todos los castillos que había de la una y de la otra parte; de aquí pasó a las riberas de Sió, y tomó todos los lugares que había por allá; llegó hasta las villas de Sanahuja y Guisona, y se apoderó de ellas. En esta ocasión conquistó a Linyola y otros pueblos vecinos, cautivando muchos de aquellos infieles. De esta conquista habla un auto de confirmación hecho por Armengol y Arsende, su mujer, condes de Urgel, en favor de Ramón Arnau, de ciertos réditos; y usando del latín de aquellos tiempos, dice:
damus tibi haec omnia praenominata quod ab antiquo tempus avi de me Ermengaudus comitum qui obit a Gerp fecit dono in vita sua ad Arnaldo Dalmatii patre tuo quando Linerola fuit decepta a Xpianis et pagani captivus etc. y de esta vez quedó toda aquella tierra por los cristianos. Luego, pues, que fue señor de la campaña; entendió en la conquista de la ciudad de Balaguer, que era la plaza más fuerte e inexpugnable que por aquella parte quedaba a los moros, donde se eran todos retirados con lo mejor de sus haciendas. Hay cercano a Balaguer,a la parte oriental, media legua distante, a la ribera del Segre, sobre grandes peñas, un lugar llamado Gerp: este puesto escogió Armengol por acomodado para hacer en él plaza de armas para la conquista de Balaguer, y fortificó en él un castillo, cuyos cimientos aún quedan. No es este castillo el que al presente dura en el mismo lugar de Gerp, sino otro algo más apartado, y de aquí se quedó el nombre de Gerp. En autos, empero, y antiguas escrituras parece que a este conde llamaban los moros Armengol de Tuligisa, no se sabe porqué. El abad Briz Martinez, en la historia de San Juan de la Peña, dice que sería por alguna hazaña en el lugar o territorio de este
nombre. Desde el castillo de Gerp, se dio principio al cerco de Balaguer; pasaron en él grandes cosas y diversos hechos de armas, combatióse la ciudad por todas partes, y más en particular por la de Almata. Los moros que estaban dentro entendían valerosamente en la defensa de ella, pero faltóles el socorro que les podía venir y aguardaban de Lérida, y esto era muy dificultoso, porque el conde era señor de la campaña, y por eso los moros, antes de llegar al último punto, escogieron un honesto partido, por no ver entrada y saqueada la ciudad, y así se rindieron y la entregaron al conde con condiciones. Así se infiere del testamento del conde, el cual, entre otras cosas en que instituye heredero a su hijo, son los tributos que Almudafar, moro, le prestaba por Balaguer; y es cierto que si la ciudad se conquistara a fuerza de armas, toda quedara por los cristianos, sin permitir a los moros parte alguna en ella, antes bien los echara del todo; y así Almudafar (suena como Almudévar) debió de quedar o con el castillo o alguna parte de la ciudad, por la cual se obligó a pagar parias o tributos al vencedor. Después de esto, a los que le habían ayudado a aquella conquista hizo participantes del fruto de la victoria, así como lo habían sido de la guerra. A G. de Bibellas, que fue de los que más se señalaron, dio ciertas rentas sobre la ciudad de Balaguer, y a lo que yo conjeturo, le hizo carlan, (castellán) y le dio los castillos de Roda y Monsonis; a Bernat de Peramola dice Terafa que dio los castillos de Auliana y Peramola; a Gispert de Pons, la carlanía de Pons; a Galceran de Pinos, el castillo y tierras de Taltaull; al obispo de Urgel, que en esta guerra hizo mucho, los castillos y villas de Guisona y Sanahuja, aunque se pretendió que esta donación fue en favor de su Iglesia y no de la mensa episcopal; a Berenguer de Puigvert dio ciertos lugares a las riberas de Sió; a Guillen de Majá, Robió y La-Sentiu; a Arnau Dalmau dio la torre Dalmazor, y en auto de confirmación que de esta donación hizo el conde Armengol y Arsende, su mujer, en favor de Raimundo Arnau, su hijo, en que añadió también la mitad de las décimas que tenía en la torre de Erall, dice: Et est haec omnia infra comitatum Urgelli in finibus Marchiarum in loco quod dicitur Pla* superius Linerola: et habet autem afrontacionis prescriptam turrim a parte orientis in terme de Juliagrossa et de *Montosar, de meridie in termino de Valverd et de *Xerapchenic sive in Pennal de la turrim de la Baralla, a parte vero circii in termino de Linerola, et de aquilone in termino de turrim de Erall; y estas donaciones fueron con pacto que lo tuviesen en feudo por el donador, el cual tenía todo el condado de Urgel franco de todo reconocimiento al conde de Barcelona, por haberlo él con sus fuerzas conquistado; y esta prerrogativa y franqueza conservaron siempre todos los condes de Urgel, hasta Armengol VIII, el cual murió sin hijos, y el condado hizo mudanza, porque después de él, todos los que lo poseyeron, fue con ciertos reconocimientos a los condes de Barcelona y reyes de Aragón, los cuales a la fin vinieron a tener el señorío útil, directo y alodial de todo el condado, perdiéndose del todo la soberanía que tuvieron los primeros condes, por haberle ellos conquistado con su espada, y adquirido de los sarracenos.
Por estos tiempos entró en Cataluña, Amato o Antato, obispo de Oloron, en Francia, legado del pontífice Gregorio VII, para visitar los monasterios del orden de San Benito, que eran muchos en Cataluña; detúvose en el obispado de Gerona, y después en el convento de Besalú; y de allí entró en el condado de Urgel, donde fue muy bien recibido del conde y de Lucía, su mujer, y le rogaron que reformase los monasterios de aquel condado, que eran cuatro, llamados de san Saturnino, de santa Cecilia, de san Andrés y de san Laurencio; y empleándose en esto, le pidieron que el de santa Cecilia, que por negligencia de los abades y monjes estaba algún tanto estragado en la religión, lo hiciese de monjas; y condescendiendo en esto el legado, fueron él y el conde y la condesa a Barcelona, y pidieron algunas religiosas a Eliarda, abadesa del monasterio de san Pedro de las Puellas, para la fundación del nuevo monasterio, y ella las dio a 23 de julio del año 1079, y concertóse que el nuevo monasterio estuviese sujeto a ella y a sus sucesoras. De esto hay auto en el archivo de dicho monasterio de san Pedro de Barcelona, cuya autoridad y antigüedad es muy grande, en el saco A, núm 2. El maestro fray Antonio de Yepes, en la historia de san Benito, tomo 6°, refiere esta misma historia; pero añade que esta Eliarda era abadesa del de las Huelgas de san Pedro: es manifiesto error de los trasladadores, y como a tal, lo advierto de paso.
A 5 de los idus de setiembre del año diez y nueve del rey Felipe, que es de Cristo señor nuestro 1079, el conde hizo donación de Biscarri, que estaba en el condado de Urgel, a Raimundo y Valencia, condes de Pallars, y a Arnaldo, hijo de ellos, y dice: que las terminaciones son a parte orientis in termines de castrum Taravalli, a meridie in termines de castrum Benavente vel in quallum sancti Egidii de *occiduo in *Gaveta vel in Lagunas et ascendit per termines de castrum Lordani et de Castelione usque in montem qui dicitur alto etc. *Ica ut non liceat vobis alium seniorem eligere de supradicto castro neque ad vos neque ad posterita vestra nisi me Ermengaudum aut posterita mea. Y se llamó el conde comes et marchio, y este mismo castillo, con la iglesia y parroquia de san Andrés, a 2 de las calendas de junio del año veinte y cuatro del rey Enrique, que era de Cristo 1054, lo había dado Armengol de Barbastro, su padre, que también se intitulaba conde y marqués, a Arnaldo Miron de Tost, y a Arsende, su mujer, vizcondes de Ager; y después el mismo vizconde de Ager, en su testamento, lo dejó a los dichos Valencia, su hija, y a Arnaldo, su nieto, el cual testamento fue hecho a 4 de los idus de agosto del año doce del rey Felipe, que es de Cristo señor nuestro *1072. Y entiendo que la donación hecha en este año 1079 fue confirmación de la del año 1054 y del testamento del vizconde, por razón del señorío que en este y otros castillos se reservaron los condes de Urgel.
Murió por estos tiempos la condesa Lucía, en la cual tuvo el conde un hijo, que fue Ermengaudo, que llamaron de Mallorca; y el año siguiente de 1080 ya había casado con Adelaida, dama francesa, que se intitulaba condesa de la *Prohenza (Provence, Provenza), por tener en aquella provincia ciertos derechos de que hace alguna mención, aunque muy de corrida, César de Nostradamus en su historia de la Prohenza, en la vida de san Gilberto, segundo conde de la Prohenza. El padre Diago dice haber visto un auto en que el conde y esta Adelaida, su segunda mujer, dieron la tercera parte del castillo de Altet a la iglesia de santa María de Solsona, a 13 de febrero del año veinte del rey Felipe, y nombra siete caballeros principales del condado que fueron presentes, y eran Gerardo Mir, vizconde; Hugo Dalmacio, Ramón *Reembaldo, Berenguer Brocardo, Guillermo Arnaldo, Olivon de Arvernia, Guillermo de Izarno y Berenguer de Puigvert.
Entonces entraron en el condado de Urgel y por los valles de Aran y Andorra algunas gentes extranjeras, inficionadas de la herejía arriana (pone araiana), que aún duraba en el mundo: recogiéronse en un castillo que llaman Monleó, y allí se hicieron fuertes para enseñar su perversa y mala doctrina.
El conde y toda su tierra se alborotó notablemente, y sin dar lugar a que derramasen su ponzoña, fueron al castillo y le dieron combate, y sacaron los herejes y toda Cataluña había ya tomado las armas contra de ellos. Señalóse notablemente un caballero llamado Arnaldo de Perapertusa: este, por orden de Armengol, y con gente suya, trabajó con tantas *veras en la expulsión de esta canalla, que mereció que el conde le diese este castillo, con que le tuviese por él y sus sucesores, y que, requerido, le hubiesen de dar las tenencias. Entonces mudaron el nombre al castillo y le llamaron Castellbó, y los descendientes de este caballero tomaron este apellido, y duró este linaje muchos años en Cataluña.
Tomada la ciudad de Balaguer y todos los lugares y castillos que están alrededor de ella, y los demás de las riberas de Sió y Segre hasta Noguera Ribagorzana, emprendió guerra contra los moros de Lérida y Fraga, y los que estaban a las riberas de Segre y Cinca y Ebro, hasta la ciudad de Tortosa, y con tan grande poder, que no leemos otro tanto de ninguno de los príncipes de estos tiempos. Tuvo principio esta nueva empresa en el año 1091, en la primavera. Entonces se le hizo tributario el rey de Lérida, prometiéndole cada año parias. Subió a Fraga, y por las riberas de Segre y Ebro, llegó a Tortosa: aquí recibió socorros de gente que le envió el rey don Pedro de Aragón, su sobrino, desde Monzón, con que pudo dichosamente proseguir sus victorias, que alcanzó muy grandes de los moros. El rey de Zaragoza, que se llamaba Yuseph Abenhut, (Pep, Josep, Joseph, José, Yusef, etc.) se le hizo tributario, e imitando al de Lérida, le reconoció vasallaje.
En el año 1092 ponen todos la muerte del conde, la cual fue en el castillo de Gerp, después de haber gobernado veinte y ocho años el condado, con los aumentos y victorias que quedan referidas, que discurrieron desde el año 1065, hasta el corriente de 1092. Intitulóse siempre conde y marqués, como el conde su padre.
Casó dos veces, la primera con Lucía, de quien tuvo a Armengol, y que algunos llamaron Luciana, y murió poco antes del año 1080; la segunda con Adelaida o Adaleta, que, como dije, se intitulaba condesa de Prohenza, de la cual tuvo un hijo llamado Guillermo, que heredó los estados de la madre y se intitulaba conde de Niza, y, una hija que se llamó Sancha. A más de estos tres hijos, tuvo una hija que casó con Guillen Jordan, penúltimo conde de Cerdaña, que murió en el año 1102, en la ciudad santa de Jerusalén: de esta hija no he hallado memoria en ningún autor, sino en el libro segundo de los Feudos del real archivo de Barcelona, fól. 87 (1) en que hablando el de Urgel con el de Cerdaña, dice: Quod si ego prescriptus comes Ermengaudus, obiero, sine filiis omnem nostrum honorem dimittam a germanam meam Elisabet conjugem tuam et ad te ipsum eternaliter habendum etc. y en el Armario 16 del dicho real archivo, en el núm. 59, hay otro auto en que el mismo * de Armengol hace memoria de esta hermana.

(1) Al libro de los feudos, tal como existe ahora en el archivo, le *faltan muchísimas hojas, que el autor tuvo seguramente a la vista, y *se cree desaparecieron ya a poco más de mediados del siglo XVII. Entonces debió de hallarse todo lo relativo al condado de Urgel; por consiguiente existe ahora casi ninguno de los documentos que Monfar cita a ca* como continuados en aquel libro.

Fue, a lo que se conjetura, sepultado en el monasterio de Ripoll, así como sus ascendientes. Hay de él dos testamentos: del uno hace mención Zurita, lib. 1, cap. 30, y dice que a Armengol, su hijo, le dejó bajo del gobierno de don Ramón, vizconde de Cardona; y de Ponce, vizconde de Gerona; y de Guerao, su hijo, que también se llamaba vizconde de Cabrera; y de Bernardo, obispo de Urgel, y de Ramón, obispo de Pallars; y de don Artal, hijo de don Artal, conde de Pallars; y sobre todo dejaba a Berenguer Ramón, conde de Barcelona, y al rey don Sancho, que tuviesen el gobierno de su estado y de su hijo para defensa de la tierra, y mandaba que cualquiera de estos príncipes que tuviese el regimiento del condado acudiese con el rey don Alonso de Castilla, y se enviase allá su hijo, y quedase debajo de su guarda. En caso que muriese su hijo, llama a la sucesión del estado a don Ramón, don Guillen y don Berenguer, sus hermanos, y si estos no viviesen, nombra por sucesor al infante don Pedro, su sobrino, hijo del rey de Aragón, y muriendo el infante sin dejar hijos, sustitúyele al conde de Barcelona, don Berenguer Ramón. Este testamento fue sin duda antes del año 1086, en que comenzó a reinar el infante don Pedro, sobrino del conde.
Después de este, y en el año 1090, hizo otro testamento, que está en el real archivo de Barcelona, en el armario de los testamentos, núm. 70, el cual da mucha noticia se las cosas y estado del condado, y por esto lo pongo aquí por entero, y es el que sigue:

Testamentum Ermengaudi de Gerp, comitis et marchionis Urgelli.

Nemo rationalium animalium, etc. (1)
(1) El manuscrito deja aquí una página en blanco, donde sin duda debía
continuarse el testamento; ahora es imposible llenar este vacío, porque si bien el índice antiguo de armarios tiene efectivamente continuada la nota de este documento, no se le ha hallado en su lugar correspondiente, ni siquiera viene ya comprendido en el inventario general de las escrituras en pergamino.

domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XIX.


CAPÍTULO XIX.

De la venida de los Cimbrios a España, y del uso de las cimeras que de ellos ha quedado.

Dejaré los sucesos de España y cosas de ella, acontecidas después de la presa de Arbeca, que aunque fueron muchos, pero como no tocan a cosas de los pueblos ilergetes, Livio, y Ambrosio de Morales y el padre Juan de Mariana, de la Compañía de Jesús, los cuentan largamente; y diré la venida de los cimbrios a España, que fue el año 103 antes del nacimiento del Señor. Eran estas gentes de lo postrero y más alto de Alemania; y Sedeño, en la vida de Mario, dice que eran de Zelanda. Solían aquellas gentes septentrionales muy a menudo salir de su tierra juntos en grandes ejércitos, para ganar por fuerza de armas lugares donde parasen. En esta ocasión salieron por fuerza, porque el mar saliendo de madre, les cubrió sus campos, y se los anegó todos, como acontece muchas veces en algunas partes de Flandes, (Niederlanden, Holanda, tierras bajas) y lo hiciera mucho más, si con aquellos reparos que ellos llaman diques no lo previnieran y estorbaran; y en tiempo de nuestros abuelos, se extendió el mar por los campos de Holanda y Zelanda, y dejó anegado gran término de tierra, y en él muchos lugares y villas, y tres grandes ciudades, que hoy están debajo de aquellas aguas. Así les aconteció a estos cimbrios: discurrieron hasta Italia y Francia, de donde les echaron Cayo Mario, que fue el que les persiguió más que ninguno, y Quinto Luctacio Catulo, que eran cónsules de Roma, y mataron más de ciento y veinte mil de ellos, y cautivaron más de sesenta mil; porque era tan grande el número de esta gente, que dice Plutarco ser treinta miriadas de hombres que llevaban armas, que contados diez mil hombres por cada miriada, serían trescientos mil hombres, sin las mujeres y niños: eran gente feroz, bárbara y muy arriscada, y dieron tanto que pensar a los romanos, que temieron que no acabasen aquella su república y nombre; y dice Plutarco, que las otras veces que los romanos pelearon con otros bárbaros, fue para gozar de la gloria y honra del triunfo, pero con estos solo pelearon para echarlos de si, librarse de tal gente y conservar a Italia. Tenían lenguaje particular, cuyo idioma duró en España hasta el año de Cristo Señor nuestro 514: así lo dice Flavio Dextro, hijo de San Paciano, obispo de Barcelona: praeter linguas latinam, cymbricam, goticam in Hispania erat lingua cantabrica, et politior latina, hispana, quae copia verborum, elegantia et tumore, à cantabrica differebat. De esta gente quedó el uso de los timbres, que por otro nombre llamamos cimeras, vocablo derivativo de ellos, como de sus inventores. Usábanlas, como dice Plutarco, para mostrar ferocidad y braveza, con gran estatura de cuerpo, trayendo sobre sus celadas diversas figuras y formas de animales fieros, en aquella figura que podían mostrar mayor ferocidad; y esta invención ha sido tan acepta, que se ha conservado hasta nuestros días, que apenas hay caballero que sobre sus armas no traiga su timbre o cimera; aunque en esto hay hoy tantas usanzas, que apenas se guardan las reglas de armería, porque cada uno lo hace como mejor le parece. Pero pues ha venido esta materia en este lugar, diré lo que en orden a esto hay, y es que por cimera se debe poner el animal, ave, pez u otra cosa viviente, que trajere el caballero dentro de su escudo, en la forma más fiera y principal que, conforme a su naturaleza, pudiera estar, y del mismo color que estuviere dentro del escudo; y si no hay animal, ave o pez, puede servir de cimera el cuerpo más principal de él, como un castillo, una torre, etc. Bien es verdad que hay algunos caballeros que no observan esto, como los Girones, que tienen por cimera un caballo, sin traerlo en el escudo, y el escudo de las armas de Cataluña, que lleva por timbre un murciélago, (lo rat penat del rey de Aragó) sin haberlo en el escudo. Pero no es lícito hacer todos lo que hacen, los Girones e hicieron los dueños del escudo de las armas de Cataluña, salvo si fuesen los tales iguales a ellos. Hoy usan poco los soldados de estas cimeras encima de las celadas, como antiguamente, porque son cosa pesada y dan embarazo al soldado, y en lugar de ellas traen plumas, que á mas de ser muy vistosas, no son tan pesadas como eran estas cimeras, que solo sirven de adornar los escudos y armas y los reposteros de los señores, y las plumas las cabezas o celadas que ellos traen. Cuando estas cimeras se ponen en los escudos, han de salir de ellas los follajes que caen por el lado del escudo y entorno, y llegan abajo de él, y han de ser del mismo color que las armas; y dice Don Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona, en unos diálogos manuscritos que tratan de esta materia, que estos follajes eran hojas de la yerba acanto, que son muy grandes y nacen en los pantanos y suelen también servir de adorno en los capiteles de las columnas corintias, y en latín a estos follajes llamamos stemmata y blasones en romance, de donde quedó que de uno que se alaba y jacta mucho de sus pasados y de los hechos de él, le decimos que blasona mucho.
Bien es verdad que hay algunos que quieren que cimera sea derivativo de chymera o quimera, y también puede ser; pero lo más cierto es que se tomó de los cimbrios, que no de la chymera, animal inventado de los poetas, que puesto sobre las celadas, podía también servir de cimera, por ser de feroz y extraña invención, y tener cabeza y pecho de león, vientre de cabra y cola de dragón.
Estos cimbrios no solo infestaron la Italia y Francia, mas también llegaron a nuestra España, que parece que siempre fue el fin y paradero de las peregrinaciones de los bárbaros, que no cabiendo o siendo echados de sus tierras, han buscado mansion y morada en ella. De esta vez entraron por la parte de Francia y Alvernia (dialecto occitano Auvernhat), y de aquí vinieron a España, cubriendo gran parte del reino de Aragón (que no existía aún, como otros nombres que usa el autor en este libro) y toda la región de los ilergetes; y el poder de estas tierras no era tal que pudiese resistir a tanta gente, y para valerse contra ellos, llamaron en su favor a los celtíberos, y unidas las fuerzas de los unos y de los otros, resistieron tan valerosamente, que los desbarataron, vencieron y pusieron en huida, y libraron a España de esta plaga y calamidad, y ellos se volvieron otra vez a Italia, donde les aconteció lo que cuenta Plutarco; y después del año 102 o cerca, antes de la venida del Hijo de Dios al mundo, después de haber infestado a Francia e Italia, volvieron también otra vez a España y quisieron entrar por los pueblos ilergetes, y fueron resistidos de los mismos ilergetes y celtíberos, y otras gentes que se habían juntado contra ellos. Y creo que Tito Livio debía contar muchas cosas de estas gentes según se echa de ver del epítome de Lucio Floro; pero como faltan estas décadas, Plutarco suple por ellas en muchas cosas.

CAPÍTULO XVIII.


CAPÍTULO XVIII.

Estado de las cosas de España, y de los gobernadores que vinieron a ella; presa de Corbins y Arbeca, pueblos ilergetes.

La pérdida de las décadas de Tito Livio ha oscurecido casi lo mejor de los hechos de nuestros ilergetes y de los demás españoles, y puesto en olvido lo que aconteció por estos reinos; de donde viene que todos los que escriben de estos tiempos, pasan tan de corrida, como cosa de que no tienen nada que decir ni afirmar con certeza. No dudo yo que después de haber pasado todo lo que queda dicho, quedarían herederos y descendencia de Belistágenes o de su hijo, príncipes de los ilergetes, que poseerían en devoción del pueblo romano aquellos pueblos; pero tengo también por cierto, que esta devoción no sería de mucha durada, porque estaban los romanos tan deseosos de tener guerra con Ios españoles, y por ocasión de ella merecer triunfos, ovaciones, coronas, adquiriendo riqueza y reputación, que ellos mismos aborrecían la paz y sosiego; y eran tantas las sobras y tiranías que usaban con los españoles, que ellos mismos eran causa y ocasión que cada día hubiese levantamientos y tomasen las armas contra ellos, para librarse del yugo tan pesado en que estaban metidos; pero el fruto y provecho de estos levantamientos y empresas no era para ellos, sino para los romanos, que, con título de rebeldes al senado y pueblo romano, de fementidos y perjuros, les quitaban la hacienda, tomaban los pueblos, y a veces los vendían por esclavos, y ellos quedaban ricos, atrayendo a si todo el oro y plata que podían, para meterlo en Roma en sus triunfos y ovaciones, ganando reputación entre los suyos y buen nombre en aquella ciudad; y lo que más era de lamentar fue, que jamás tuvieron los romanos guerra en ninguna provincia de España, que, para sojuzgarla, no se valiesen de la gente de otra provincia de España; y era tal la desdicha de los nuestros, que jamás se supieron unir y juntar todos, y hacer un cuerpo para echar a los romanos, porque si así lo hicieran, es cierto que quedaran libres de enemigos tan continuos, codiciosos y pesados; pero la poca confederación y discordias de los nuestros, admitió los extranjeros, y aún los engrandeció: y esta ha sido siempre la felicidad de las naciones bárbaras que han llegado a España, de cartagineses, romanos, godos, moros y otros, que nunca les ha faltado el favor y socorro de los naturales, que son los que después lo han llorado, cuando la experiencia les ha enseñado ser imposible el remedio.
Sucedió a Marco Catón en el gobierno de Cataluña, que era provincia de la España Citerior, Sexto Degio y de la Ulterior Publio Scipion Nasica, que era hijo de Cayo Neyo Scipion, aquel de quien queda dicho que murió a manos de Mandonio e Indíbil y sus ilergetes. Sexto Degio tuvo algunos encuentros con los vecinos del Ebro que, cansados de los inmoderados y excesivos tributos que les pedía, tomaron las armas diversas veces con gran daño de sus romanos; y si no le valiera Scipion, que estaba en Portugal, quedara del todo perdido y acabado. a estos sucedieron, Cayo Flaminio en la Citerior, y Marco Fulvio Flavio Nobilior en la Ulterior; y respetando Flaminio el valor de los españoles, porque no tenía el ejército ni el poder que los otros procónsules habían tenido, no solo conservó la paz con ellos, sin hacerles sobras ni agravios, pero a sus armas más presto volvió las espaldas que la cara. Después de estos vino Lucio Emilio Paulo y el mismo Marco Fulvio fue confirmado otra vez, y gobernaron los años 189 y 188 antes de Jesucristo señor nuestro. Al año siguiente tuvimos a Publio Junio y Plaucio Hipseo: a estos fueron sucesores Lucio Manlio Acidino y Cayo Atinio, que gobernaron los años 186, 185; y los años siguientes de 184 y 183 fueron nombrados en Roma Lucio Quincio Crispino para la Ulterior, y Cayo Calpurnio Pisón para la Citerior; y en el entretanto hubo algunas revoluciones en Portugal, do murió Cayo Atinio que gobernaba aquella provincia (Lusitania), y Acidino tuvo guerra con los celtíberos, junto a Calahorra; y si no
llegara un poderoso ejército de tres mil soldados de a pie y doscientos de a caballo, todos romanos, y veinte mil infantes y trescientos caballos latinos, lo pasaran mal.
En el año siguiente fueron nombrados Aulo Terencio Varron para la Citerior, y P. Sempronio Longo para la Ulterior: a estos dio el senado cuatro mil soldados de a pie y cuatrocientos de a caballo, todos romanos, y cinco mil infantes y quinientos caballos latinos, para que con esta gente y caballos reformasen los ejércitos de España, y enviasen los soldados viejos a descansar, según era estilo de aquella república, que nunca olvidaba el premio ni descanso de los que bien habían servido. En tiempo de este Varron, los vecinos de Corbins, pueblo de los ilergetes, que está en un alto donde se juntan Segre y Noguera Ribagorzana, cansados de los romanos y de su insaciable codicia, tomaron las armas para librarse de ellos, y lo mismo hicieron otros pueblos vecinos, aunque lo calla Livio, y solo dice de Corbins. Sus palabras son estas (1: Liv., lib. 39, c. 42. ): Aulus Terentius in Suessetanis oppidum Corbionem vineis et operibus expugnavit, captivos vendidit; quieta deinde hiberna et citerior provincia habuit. Dice que Aulo Terencio, por fuerza de armas, con torres y cavas que hizo alrededor de ellas, tomó la villa de Corbion y vendió por esclavos todos los que tomó vivos. Por haber hecho mención en este lugar de la palabra vineis, explica lo que es este instrumento y dice fray Gerónimo Román en su República, que hoy llaman gato y los latinos vinee o vineas,
y era hecho de esta manera: tomaban madera lijera y delgada y tablas, y armaban una como tumba ancha, de ocho pies de altura, y de largo diez y siete; estaba muy llena de aldabas y asas; cercábanla y guarnecíanla por los lados de mimbres, porque aunque tirasen muchas pedradas y golpes, no se rompiese. Iba guarnecida y cubierta de pieles de animales recién muertos, y estos muy doblados, porque si acaso viniese fuego, no lo pasase fácilmente; y puestos dentro muchos hombres, iban con sus artificios muy apriesa, y llegando a los muros, los minaban y daban con ellos en tierra. Hacen mención de esta máquina Propercio, Vegecio, Lipsio y otros. Asímismo dice Livio, que vendió por esclavos a todos aquellos que cogió vivos en aquella ciudad. El modo como se hacían estas ventas era, que sacaban en lugar público a los que habían de ser vendidos, y les ponían guirnaldas en las cabezas, y con esta señal daban a entender que eran cosa de la república, para que los comprasen de mejor gana, por la seguridad grande que había en la venta; y esto era lo que dice Livio en otro lugar sub corona vendere. Asímismo a estos esclavos, para que fuesen más vistosos, les ponían en pie sobre una piedra algo levantada, y a los que eran vendidos así, decían que erant de lapide empti, esclavos comprados de encima la piedra; y si los tales eran ultramarinos, les pintaban los pies de una pintura o engrudo blanco, para que el que compraba supiese lo que compraba; y asímismo, cuando vendían otras cosas, hincaban una lanza en el lugar donde se hacía una almoneda, y a este tal modo de vender las cosas llamaban subhastare (sub+hasta o asta), que es lo mismo que ponellas debajo de la lanza o vendellas debajo la lanza o debajo la guirnalda. Con esta presa de Corbins quedó muy sosegada esta parte de Cataluña, y en todos los pueblos ilergetes nadie le osaba mover, escarmentados todos con el castigo que había hecho Terencio con los de aquella villa, el cual se quedó en Cataluña, donde invernó (se dice que dijo: recullòns, quína rasca fot), aunque después no le faltaron encuentros con los celtíberos, junto a Ebro, donde les tomó algunos pueblos.
Lo que aquí se puede dudar es, si este pueblo Corbion es Corbins; porque de las palabras de Livio se echa de ver claro que era en los suesetanos, región diferente, aunque muy cercana de los ilergetes, y Corbins, como hoy se ve, está entre Lérida y Balaguer, a la orilla de los ríos Segre y Noguera Ribagorzana, que es en medio de los pueblos ilergetes. Seguiré en esto la opinión de Gerónimo Pujades (1: Lib. 3, cap. 52. ), que siente ser Corbins, y siguiendo a Florián de Ocampo, halla que los ilergetes y suesetanos eran muy vecinos y rayaban en la vuelta del septentrion con los vascones, en cuya región moraban las suesetanos, que tomaron el nombre del pueblo de Sangüesa, que antes se llamaba Suesa, según parece en cartas públicas y privilegios que dice haber visto aquel autor, concedidos por el rey de Aragón y Navarra, donde está aquel pueblo; y así fue muy posible por razón de la vecindad, como vimos a Indíbil valerse de los suesetanos, como de vecinos que le eran, siempre que quisiese; y fue fácil cosa a Livio meter a Corbins en los suesetanos, extendiendo los límites de ellos hasta Segre, entendiendo que Corbion estaba en su distrito; y hácese más creíble esto, porque, entre los pueblos del reino de Navarra y merindades de ella no hallo ninguno que se llame Corbion, ni aun le sea semejante en el nombre, y es muy fácil a los autores forasteros, como era Tito Livio, alargar o estrechar los términos de las provincias, escusados de no haber estado en ellas.
Esta presa de Corbins fue año de 181, y el año después entró Varron triunfando en Roma, y llevó en el triunfo gran tesoro. Terentius, qui ex Hispania decesserat, ovans urbem iniit. Translatum, argenti pondo IX millia CCCXX; auri LXXX pondo, et duae coronae aureae pondo LXVII, que, según el traductor de Livio, eran mil trescientas libras (pondo, pound) de plata, ochenta y dos de oro, y sesenta y siete que pesaban las coronas del mismo metal; y Ambrosio de Morales, que lo reduce a la moneda de ahora, dice que las dos coronas de oro pesaban valor de setecientos ducados, y lo demás subía a valer poco menos de cien mil ducados; do se echa de ver la riqueza que había en España, pues no habiendo hecho otras conquistas, ni tenido otras victorias, sino esta de Corbins y otras de los celtíberos, llevó tanto tesoro a Roma.
En este mismo año fueron pretores en la España Citerior Quinto Fulvio Flaco, y en la Ulterior Publio Manlio. La primer cosa que hallamos haber hecho Fulvio Flaco, fue poner cerco en un lugar fuerte en los pueblos ilergetes llamado Urbicua, que hoy llamamos Arbeca, a fines del llano de Urgel (lo pla de Urgell), no lejos de los montes de Segarra, muy señalado por el insigne alcázar (alcássar, al-qasr árabe, que vinieron después) que tenían en él los duques de la casa de Cardona, señores que fueron de aquel pueblo y baronía. Los de este pueblo debían haber hecho algún gran movimiento, pues obligó a Flaco que luego diera sobre él: túvolo cercado muchos días, y le dio muy recios combates, y en ellos perecieron muchos romanos, y vinieron para socorrerle muchos celtíberos; pero no fueron poderosos para hacer alzar el cerco, aunque hubo muchas peleas y escaramuzas, porque siempre hallaron brava resistencia, y perecieron muchos romanos y otros quedaron heridos; y los celtíberos de cansados se volvieron, porque no se sentían con fuerzas para valer a los cercados, aunque hicieron todo lo que les fue posible, y así la ciudad fue tomada, saqueada y del todo destruida, y los despojos de ella dio el pretor a los soldados. Así lo cuentan todos, sacándolo de Tito Livio (1: Liv., lib. 40, c. 16. ), cuyas palabras son estas:
Fulcium Flaccum, oppidum hispanum, Urbicuam nomine, oppugnantem, Celtiberi adorti sunt: dura ibi proelia aliquot facta; multi romani milites et vulnerati, et interfecti sunt. Victi perseverantia Fulvii, qui nulla vi abstrahi ob obsidione potuit, Celtiberi, fessi proeliis variis, abcesserunt. Urbs, amoto auxilio eorum, intra paucos dies capta et direpta est; praedam militibus praetor concessit. Ha parecido traer estas palabras, para deshacer la opinión de algunos, que han afirmado que Arbeca era en la Celtiberia, lo que no dice Livio, sino que los celtíberos la socorrieron, aunque Pujades no quiere que Urbicua sea Arbeca, sino un pueblo llamado Ciutat, que está más abajo de la Seo de Urgel, en la ribera del Segre, en un alto, o Ciutadilla, que está (a) dos leguas de Arbeca, no muy lejos del monasterio de Poblet (1).
Alcanzada esta victoria, prosiguió este pretor su gobierno, que para la España tarraconense fue harto peor que una peste; pues en algunas batallas que tuvo con los españoles, afirma Paulo Orosio (2), natural de Tarragona, autor muy antiguo y grave, que en la España tarraconense mató veinte y tres mil hombres y cautivó cuatro mil; y Ambrosio de Morales, que lo saca de Tito Livio, dice haber muerto treinta y dos mil celtíberos, presos diez mil y novecientos caballos y ciento sesenta y dos banderas, lo que no hubiera sido, si no le hubieran favorecido otros españoles amigos suyos, que esta fue, como dije, la desdicha de estos reinos, que siempre tuvieron los romanos de su parte españoles por amigos, con cuyas fuerzas vencieron y destruyeron a los otros que estaban en desgracia de los romanos, y siempre salió de nosotros mismos el astil con que fuimos cortados.

(1) Pujad., lib 3, c. 53.
(2) Oros., lib. a, c. 20, in fine.

CAPÍTULO XVII.


CAPÍTULO XVII.

Del estado de las cosas de España después de muertos Mandonio e Indíbil; y de Belistágenes, príncipe de los ilergetes.

La muerte de Mandonio e Indíbil y el castigo de sus ilergetes sosegaron de tal manera a España, que pasaron más de cuatro años después que no hubo en ella ningún movimiento; y así no queda que escribir de estos tiempos. Solo diré, según se infiere de los autores, que era ya diferente el gobierno romano de esos tiempos, de lo que en tiempo de los Scipiones: ya aquella mansedumbre de ellos se era trocada en rigor, y la liberalidad en codicia, y todo su pensamiento juntar oro y plata para llevarlo a Roma y meterlo en el erario público, y enriquecerse los capitanes y soldados que acá residían: y según se saca de Tito Livio y otros autores, es increible la cantidad de marcos de plata y oro que pasaron a Roma; y refiere Polibio, de quien lo tomó fray Juan de Lapuente, que solas las minas de Cartagena daban a los romanos cosa de tres mil escudos cada día; y toda aquella abundancia de oro y plata que había en ellas, de que hablamos al principio, no era bastante a saciar los ánimos de los romanos, cuyas Indias era España. Por esta codicia y otros muchos agravios que cada día recibían los naturales, no pudo perseverar muchos años el sosiego en que quedó después de muertos Mandonio e Indíbil. Levantábase ya una parte de España, ya otra, así que siempre habían de estar los romanos con las armas en las manos; y hubo muchas batallas campales, en que murieron muchos millares de los unos y de los otros. Pareció al senado romano, que esta provincia de la España Citerior, que comprendía Cataluña y Aragón, Valencia y mucha parte de Castilla, que había sido hasta ahora pretoria, por haberse gobernado por pretores, fuese consular y se gobernase por cónsules, cuya autoridad y poder eran mayores. Enviaron a ella con poderosa armada a Marco Porcio Caton, a quien después llamaron el Censorino, por haber sido censor en Roma que era cargo de grande importancia y preeminencia, y haberle gobernado con grande integridad, así como los demás oficios que tuvo de aquella república. Llegado en los mares de Cataluña, dio sobre el castillo y villa de Rosas, donde se habían fortificado unos catalanes (se les conocía por la barretina y el espetec en la boca), y no se le querían rendir y habían tomado las armas; y después de haberles dado combate, se rindieron, y quedó aquella plaza por el senado romano, y Caton (a partir de ahora pondré Catón) puso en ella guarnición de soldados romanos (que ya hablaban catalán, por supuesto, era imprescindible para opositar a la plaza).
De aquí pasó con todo su ejército a la ciudad de Empurias, que estaba dividida en dos cuarteles o partes: la que miraba a la mar, habitaban griegos y marselleses que habían quedado de aquellos pobladores que vinieron a España; la otra parte habitaban españoles, y había un fuerte muro que dividía los unos de los otros, y solo había una puerta de la una parte de la ciudad a la otra. Los griegos eran gente que vivían de la mercancía y eran amigos de todos; y luego que llegó Marco Porcio Catón, le abrieron las puertas y se declararon amigos del pueblo romano: pero los españoles, que estaban a la otra parte de la ciudad, le cerraron las puertas y se hicieron fuertes en su ciudad, declarándose enemigos del pueblo romano. Corrió la gente de Catón el campo, talando y quemando todo cuanto halló, y asurado de los vecinos y desviado el socorro que les podía venir, puso con su gente cerco a la ciudad.
Cuando pasaba esto, aunque todas aquellas comarcas vecinas de Empurias estaban quietas y no había nadie que se osase mover, por temor del ejército vecino; dentro de Cataluña (ya tenían estelada entonces) y a las partes de los pueblos ilergetes estaban más alborotados (abalotats) que cuando vivían Mandonio e Indíbil, y todas aquellas gentes querían que alguno de los más principales de aquellas regiones se levantara, y todos juntos hicieran guerra a los romanos y los echaran de la tierra. Era príncipe o rey de los ilergetes un caballero a quien Livio llama Belistágenes (bellum, bélico : guerrero, guerra, etc.), y a lo que conjeturo, había heredado los estados de Mandonio e Indíbil, o estaría casado con alguna de las hijas de éste. Este caballero, escarmentado de las desdichas que habían acontecido años atrás a los señores ilergetes, y que por una victoria que ellos tuvieran, los romanos las tuvieron sin número, y era escupir al cielo, pues, a la postre, todo redundaba en daño y destrucción de los mismos españoles; aunque sus vecinos se habían declarado ya contra Roma, él estaba a la mira de todo. Enojáronse los vecinos y le amenazaron que, si no seguía su opinión, volverían la guerra contra él y su tierra y la talarían, pues más estimaba ser amigo de los romanos, que valer a sus paisanos. Estas amenazas le turbaron algún tanto, y más viéndose sin fuerzas para poder resistirles, si era que volviesen la guerra contra él. Para remediar estos peligros, envió a un hijo suyo con otros dos embajadores a Catón, lamentándose que por no haber ellos querido seguir en el levantamiento contra los romanos a los otros sus vecinos, ahora ellos les destruían su tierra y les combatían las fortalezas donde se habían recogido, y que ninguna esperanza tenían de poder resistirles y escapar de este peligro, si no les enviaba el cónsul socorro; y que les bastaban cinco mil soldados, pues con estos solos que allá fuesen al socorro, los enemigos sin duda no osarían esperarlos. Respondióles Marco Catón, que verdaderamente le lastimaba verlos puestos en tal peligro, y con tanta congoja y miedo de su perdición; mas que teniendo tan cerca los enemigos con grandes ejércitos, y siéndole forzado pelear en campo abierto muy presto con ellos, él no tenía tanta gente, que osase ni pudiese seguramente partir sus fuerzas y su poder, con darles alguna parte de sus soldados. Oída e triste respuesta, dice Livio, flentes ad genua consulis provolvuntur, que llorando y con la mayor amargura se echaron a los pies de Catón, suplicándole con lágrimas, que no les desamparase en una miseria tan cruel, que ¿dónde habían de ir, si los romanos no les favorecían, que ya no tenían amistad de nadie ni les quedaba otra esperanza? « Muy bien pudiéramos, decían ellos, hallarnos fuera de este peligro y angustia, si quisiéramos ser desleales a los romanos y conjurar con los otros españoles, mas ni las crueldades con que nos amenazaban, ni los peligros que nos representaban tan ciertos como ahora los vemos, no nos pudieron mover de la fé que una vez os dimos, con la esperanza que teníamos de nuestra seguridad en solo vuestro socorro, y si es que lo neguéis, hacemos testigos a los dioses y a los hombres que forzados, por no sufrir lo que los de Sagunto, faltaremos a la fé y amistad, y moriremos antes con los otros españoles, que solos. »
Con todo esto no les dio Catón aquel día respuesta, y la noche la pasó muy congojado y pensativo: no quería faltar a los amigos en tiempo de tan estrecha necesidad; y por otra parte no quería quitar nada de su ejército, porque haciendo esto, o le era forzado dilatar la batalla que deseaba dar luego, o si pelease era cierto su peligro, por la falta de la gente. Resolvióse en fin en no dar nada de su ejército, y a los embajadores gran esperanza y muestra de socorro. Saepè enim, dice Livio, vana pro veris, maximè in bello, valuisse; et credentem se aliquid auxilii habere, perindè atque haberet ipsa fiducia, et sperando atque audendo, servatum. Porque, dice Livio, en la guerra muchas veces lo fingido vale por verdadero, y los que creen que tienen algún socorro, así como si lo tuviesen, con la esperanza, osando y esperando se defienden. Con esta resolución el día siguiente llamó a los embajadores y les dijo que quería tener más respeto al peligro de los amigos, que no al suyo en que había de quedar socorriéndoles. Mandó luego que la tercera parte de su ejército aparejase lo necesario y cociese pan para embarcarse al tercer día, y mandó volver a Belistágenes sus dos embajadores, para que le diesen aviso de aquello; y para estar más seguro de él y de sus ilergetes, se detuvo a su hijo, haciéndole fiestas y mercedes. Pero los embajadores no se partieron de allí hasta ver la gente embarcada, y después publicando el socorro por cosa cierta, no solo lo hicieron saber a los suyos hinchéndoles de buena esperanza; mas también la fama de él llegó a los enemigos y los acobardó de manera, que dejaron de dañar a Belistágenes y a los ilergetes: y Catón, contento de haber librado con aquel ardid a sus amigos, mandó desembarcar la gente, porque el ejército de los españoles llegaba ya a la vista de la ciudad de Empurias, y Catón pensaba darles la batalla lo más presto que fuese posible: y las cosas y tratos que pasaron, y sucesos que tuvieron, cuentan Livio y todos los autores, y por ser hechos que no pertenecen a los pueblos ilergetes, los dejo.

CAPÍTULO XIV.


CAPÍTULO XIV.

De la enfermedad de Scipion, y de cómo Mandonio e Indíbil quisieron echar
a los romanos de España.

Scipion, después de haber dado fin a otros hechos notables que cuentan los historiadores, y por no tocar a cosas de nuestros ilergetes dejo, se estaba en Cartagena, donde enfermó. Agravósele aquella dolencia, mas no tanto como la fama encarecía, por la costumbre natural que los hombres tienen de acrecentar más en las nuevas que oyen. Esto fue causa que toda España, y principalmente lo más lejos de Cartagena, se alborotase, y se pareciese bien cuán grande alteración y movimiento hiciera la verdadera muerte de Scipion, pues un vano temor de ella levantó tan grande alboroto de cosas nuevas: ni los aliados del pueblo romano perseveraron en su amistad, ni el ejército mantuvo la lealtad debida. Mandonio e Indíbil, que habían esperado que, echados los cartagineses de España, ellos quedarían por reyes y señores absolutos de ella, viéndose engañados en esta su esperanza, porque Scipion, como ganaba la tierra para el imperio romano, así proveía en su gobierno y conservación con tanto recaudo y providencia, que nadie pudiese tener tal confianza; venida esta ocasión de revolver y destruir todo este buen orden, levantando sus pueblos, que eran los ilergetes y jacetanos, vecinos de Lérida y Jaca, y juntando consigo buena ayuda de celtíberos, que eran los vecinos de aquende y allende el río Ebro, y de ausetanos, que eran los que están entre el campo de Tarragona y Urgel, comenzaron a destruir los campos de los sedetanos, que eran los vecinos de Tarragona hasta Ebro, y eran amigos y confederados del pueblo romano. a mas (además) de esto, los soldados romanos y otros que había dejado Scipion en las comarcas de Denia y Valencia, aposentados cabe el río Júcar, se amotinaron, y fue muy necesaria la prudencia de Scipion para remediallo. La queja principal que publicaban era que no se les pagaba el sueldo; pero lo más cierto era la ambición de dos soldados particulares, llamado el uno Cayo Albio Coleno y el otro Cayo Anio Umbro: y se echó de ver presto su ignorancia, porque luego, sin cordura, tomaron insignias de capitán general, llevando delante sus lictores con las segures y haces de varas (la fascis etrusca, feix, fascismo, y la inventada feixisme, feixista, feixistes), que presto sintieron sobre sus espaldas y cervices. Estos aguardaban cada día nuevas ciertas de la muerte de Scipion; pero cuanto más atendían en averiguallo, más ciertos estaban de su vida y salud; y por eso muchos de los soldados amotinados dejaron a Anio y Albio y se redujeron al servicio de Scipion, de quien esperaban alcanzar perdón de aquel yerro.
Mandonio e Indíbil quedaron corridos de que aquellas nuevas hubiesen salido falsas, y se volvieron a sus casas muy avergonzados, con intento de aguardar en ellas lo que haría Scipion, el qual antes de tomar venganza de ellos, dio orden en el motín de sus soldados; y dudaba si castigaría solo las cabezas de aquel motín o todo el ejército, que era de ocho mil hombres; pero como su natural era inclinado a benignidad, se contentó con solo el castigo de las cabezas, que eran treinta y cinco hombres, gente plebeya y de poca consideración, y ordenó a siete tribunos, que cada uno de llos se encargase de la prisión de cinco de estos soldados, y que fuese sin alboroto; y por hacerles descuidar y pensar que el castigo de ellos estaba olvidado, publicó la guerra que pensaba hacer contra Mandonio e Indíbil. Ordenado esto, pensaron los amotinados que ya Scipion estaba olvidado del hecho, y juntos fueron a Cartagena para pedir el sueldo; y llegados allá, supieron los siete tribunos mover tan bien las manos, que antes de la noche tuvieron presos y maniatados los treinta y cinco que habían de ser presos; y porque nadie saliese de la ciudad, mandó poner guardas a las puertas, y subido en su tribunal, hizo un razonamiento a los amotinados, en que reprendió terriblemente aquel levantamiento, y que siendo ellos romanos, hubiesen osado alborotarse como los ilergetes y jacetanos, aunque estos, les dijo, siguieron a Mandonio e Indíbil, sus capitanes, regiae nobilitatis viros, varones de nobleza real y sus señores; pero “vosotros seguísteis y os sujetásteis a dos hombres salidos del arado, y porque os faltó pocos días el sueldo, hicísteis lo que Mandonio e Indíbil y sus ilergetes, pensando ser poderosos para echar del todo (a) los romanos de España, que tan victoriosos y poderosos están; y aunque muriera yo, había otros capitanes romanos, que habían de sustentar el señorío y ejército del senado y pueblo romano, como no faltaron cuando murieron mis padre y tío.» Y concluyendo su razonamiento, que fue muy largo, les perdonó a todos, por conocer que las razones que les había propuesto les habían movido a pesar, y tenían empacho de lo hecho; y luego mandó sacar a Albio y Anio con los demás amotinados, y atados a sendos palos, los mandó fuertemente azotar, como era costumbre de los romanos azotar a todos los condenados a muerte, y después les mandó cortar las cabezas, cayendo sobre sus espaldas y cervices las haces y segures que mandaron a sus lictores que llevasen delante de ellos, en señal de majestad y grandeza: y después de hechos ciertos sacrificios para purgar el lugar y desenviolarlo, conforme lo que en su vana religión los gentiles usaban, y tomado de nuevo el juramento a todos los que habían sido culpados en aquel alboroto, mandó dar a cada uno de los soldados una paga, con que todo quedó sosegado y quieto, y con la sangre de los treinta y cinco quedó lavada la culpa y yerro de los demás.
Scipion, así que tuvo apaciguado el motín pasado, entendió en la guerra que había publicado contra Mandonio e Indíbil y sus pueblos, sentido de que hubiesen osado tomar armas contra el pueblo romano, de quien habían recibido el uno la libertad de su mujer, y el otro de sus hijas, con otros mil beneficios y buenas obras, y confesaban estarle muy obligados por ello. Estos dos hermanos, vueltos a sus casas, estuvieron suspensos esperando qué haría Scipion con los amotinados, creyendo que si el error de ellos era perdonado, lo sería el de ellos; mas después que supieron el castigo de los treinta y cinco, pensaron que su culpa sería igualada con la de ellos, y merecedora de igual pena: y porque a los que han comenzado a ofender no les parece nuevo error el perseverar, sino forma para escapar de no ser castigados; por esto, o para volver a mover la guerra o estar aparejados para resistirla, mandaron tomar las armas a sus vasallos, y juntando los socorros que antes habían tenido, hicieron un campo de veinte mil hombres de a pie, y dos mil y quinientos caballos, y con esto pasaron a los términos de los jacetanos.
Scipion, que tenía bien contentos y reducidos a su amor y obediencia los ánimos de todos los soldados, así en haberles perdonado y haberles pagado a todos, culpados y libres, su sueldo, como con tratar con ellos siempre con amor y blandura, todavía queriendo hacer jomada contra Indíbil y Mandonio, le pareció hablar con los suyos, antes que se partiese para ellos. La suma de lo que les dijo fue: que con diferente ánimo iba a castigar los ilergetes del que había tenido antes de dar la pena a los amotinados; que cuando castigaba aquellos pocos para sanar el mal de todos, como si cauterizaba sus mismas entrañas, así doliéndose y gimiendo, quemaba lo dañado, y con cortar las cabezas de treinta y cinco, había purgado el error o la culpa de ocho mil hombres; mas que agora iba a hacer la matanza de los ilergetes con gran ansia de verter su sangre y destruirles del todo, pues a enemigos tan porfiados solo el rigor les pedía poner remedio con el miedo. Con estas y otras buenas razones con que les acarició dulcemente, les aseguró más los ánimos, y se partió con ellos a pasar el río Ebro, y llegó a poner su real a vista de los enemigos. El lugar donde aconteció esta batalla fue un campo todo cercado de montes, donde mandó meter Scipion todos los ganados, así suyos, como los que había tomado de los enemigos, porque, con la codicia de hurtarlos, se metiesen allá dentro la gente de
Mandonio e Indíbil, y quedasen como encerrados; y Scipion con lo mejor de su ejército estaba escondido tras un monte, aguardando que entraran todos en aquel campo: todo sucedió así como él pensó y quería. Salió Scipion y embistió; trabóse la escaramuza luego, y fue muy reñida, mas los nuestros fueron con astucia cercados de los caballos romanos, y así pareció quedar por ellos la victoria: y aunque aquel día murieron muchos de los soldados ilergetes, no perdieron el ánimo, antes el día siguiente bien de mañana, por no mostrar punto de temor, se pusieron en el campo, ordenando sus escuadrones para pelear; y también les venció Scipion esta segunda vez, porque la angostura del lugar donde se peleaba le fue favorable, y también tuvo maña como los nuestros fuesen cerrados, sin que se pudiesen de ninguna forma aprovechar de su gente de a caballo, en que tenían su mayor confianza. Así fueron fácilmente desbaratados; y hubo otro daño también grande, que lo estrecho del lugar, y el hallarse los caballos romanos a las espaldas de los nuestros, no dio lugar a que nadie escapase, sino que fueron muertos casi todos, y solo se escapó una parte del ejército que, como mejor pudo, se había subido a la montaña; y estos viendo el peligro de los suyos, y el poco aparejo que el lugar les daba para ayudarles, en tiempo seguro comenzaron a retirarse, y con ellos Mandonio e Indíbil y algunos otros principales. Acabada la matanza, que fue grande y miserable, aquel mismo día fueron tomados los reales de los ilergetes, con pocos menos de tres mil hombres de guarda y servicio, y gran presa de todas maneras de riqueza. La victoria fue grande, mas no les costó a los romanos poca sangre, ni vendieron barato nuestros ilergetes sus vidas, que según Tito Livio, mil dos cientos, y según Apiano, mil quinientos mataron los enemigos, y quedaron más de trescientos heridos, que después la mitad de
ellos murieron de las heridas; y afirma Livio que no fuera la victoria tan sangrienta, si el combate hubiese sido en campo llano, y más apto para retirarse.

Capítulo XIII.


Capítulo XIII.

De cómo Scipion dio libertad a la mujer e hijas de Mandonio e Indíbil y de la oración que hizo Indíbil delante de Scipion.

a Indíbil, Mandonio y Edesco, nobles españoles, parecía que, restituyendo los rehenes a los demás, tardaba Scipion más de lo que debiera en volverles sus mujeres e hijas, y que debieran los cartagineses rescatarlas, ya que no habían sabido guardar la ciudad de Cartagena, donde las tenían guardadas. Sobre esto pasaron entre Asdrúbal y ellos algunas razones y pesadumbres, y el fin de ellas fue quedar desavenidos y muy disgustados de los cartagineses, que en ocasión que tanto necesitaban de sus amigos y estaban sin rehenes, dejasen de corresponder con sus amigos.
Estos disgustos engendraron en el pecho de los tres españoles pensamientos de dejar el bando cartaginés, de quien tan quejosos estaban, y volverse a los romanos, cuyo capitán, después de haberle muerto sus padres y tío, en vez de hacerles malas obras y tratar a sus mujeres e hijas como de enemigos, les hizo las honras y cortesías que hemos visto.
Estos pensamientos de estos caballeros españoles vinieron a deseos: solo detenía la ejecución el no hallar ocasión; pero un ánimo determinado presto la toma, y raras veces la deja pasar. Así lo hizo Edesco, que enfadado ya de tanta superchería como usaban con él los cartagineses, por cobrar su mujer e hijos, con muchos de sus parientes y amigos, se declaró amigo de Scipion, y se le vino a ofrecer por tal.
Mandonio e Indíbil deseaban hacer lo mismo; pero aguardaban ocasión en que no solo fuesen bien recibidos de Scipion, sino que el dejar a Asdrúbal fuese en ocasión que más necesitase de ellos, porque así más claramente conociese lo que perdía. Asdrúbal quería venir a batalla con Scipion y que esta fuese de poder a poder, antes que del todo le dejasen los suyos, que cada día se pasaban a Scipion, y los pueblos y amigos que había tenido, y de quien confiaba, todos le dejaban. Halláronse los ejércitos en la Andalucía, y el de Scipion llevaba muchas ventajas al de Asdrúbal. Un día, con buena disimulación, se apartaron Mandonio e Indíbil con sus gentes en unos collados altos, de donde, por ser las alturas de aquellas sierras continuadas con el puesto en que Scipion estaba, podían sin estorbo y verlo Asdrúbal pasar a él. Aquí se estuvieron algunos días, asentando su real por su parte con su gente, hasta que pudieron ya venir a verse con Scipion, en secreto, ellos con pocos de los suyos. Llegados ante él los dos hermanos, Indíbil habló por entrambos, y, según dice Tito Livio, aunque bárbaro, no imprudente, ni neciamente, ni con palabras mal ordenadas y sin concierto, como de un español
feroz se esperaba, antes con mesura y gravedad, y de mucho peso parecía en sus razones, que escusaba muy cuerdamente el pasarse a Scipion como cosa forzosa y necesaria, y no de ímpetu arrebatado y sin consideración; diciendo, que bien sabía él que el nombre de los que huían de una hueste a otra era abominable a los amigos que dejan y sospechoso a los que toman; que él no reprendía la costumbre de los hombres, si la causa y la verdad, y no el nombre solo, hacen el aborrecimiento tan dudoso; y que no culparían a nadie cuando se juzgase de ellos por esta común estimación, si no pareciesen muy justas las causas de su mudanza, para la justificación de ellos. Contó por orden Indíbil los muchos servicios que él y su hermano habían hecho a los cartagineses,
y la avaricia, soberbia y crueldad que siempre habían hallado en ellos. « En recompensa de esto, vistas, pues, las injurias, decía Indíbil, con que los cartagineses trataban a nuestros vasallos y a nosotros con ellos, con los cuerpos solos les seguíamos, que los corazones y voluntades acá andaban, Scipion, contigo en tus reales, donde entendíamos que era estimada y reverenciada la justicia y lealtad, y el respeto de toda virtud: esto venimos agora a buscar, acogiéndonos juntamente con humildad a los dioses, que nunca jamás consienten que las maldades públicas de los hombres queden sin castigo. Así, Scipion, solo te pedimos, que no atribuyas esta nuestra venida ni a honra, ni a vituperio, hasta que la experiencia de nuestras obras te muestre cómo debes juzgar de ellas.» Scipion les respondió muy humanamente, que así lo haría sin duda, y que no tenía por desleales a los que no tuvieron por firme la amistad de quien ningún acatamiento tenía ni a Dios ni a bondad. Mandó luego Scipion traerles sus mujeres e hijas, y dierónseles libremente, con un gozo de los unos y de los otros tan grande que no menos que con lágrimas lo manifestaban. Fueron aquel día huéspedes de Scipion todos, y el siguiente, asentada la amistad y hechas las alianzas, se volvieron a donde habían dejado su gente. Vueltos después con ella, Scipion les mandó aposentar dentro de su real, y llevándoles por guía, llegó cerca de la ciudad de Bétulo, que era en la Andalucía, cerca de donde están Úbeda y Baeza, aunque fray Juan de Pineda dice haber pasado esto en Cataluña, en el pueblo que hoy llamamos Badalona. Dióse la batalla, que cuenta muy largamente Ambrosio de Morales, y en ella Asdrúbal y los suyos quedaron destrozados, vencidos y del todo perdidos. En esta ocasión dice Polibio, que todos los que allá estaban y los cautivos en público le aclamaron rey, dándole de común consentimiento este título, así como se lo habían ya dado antes a Edesco, Mandonio e Indíbil; pero aunque él lo disimuló entonces por ser en secreto, esta vez les dijo que el nombre de capitán, que era el título que sus caballeros le daban, era muy grande para él, y que el nombre de rey era en otras partes grande, pero en Roma intolerable; y él tenía el ánimo real, y que si ellos tenían por gran cosa de él, que lo juzgasen con sus corazones, mas que no le hablasen con la boca; de lo que quedaron más admirados aquellos españoles, por parecerles grande su modestia, pues menospreciaba una honra y título tal, que con su grandeza suele espantar y poner atónitos a los hombres, y ya, como escribe Polibio, Edesco, Mandonio e Indíbil, cuando habían venido a darse a Scipion, le habían saludado llamándole rey; mas, como dije, no hizo por entonces caso de esto; agora sí, porque se comenzó a hacer en público y con consentimiento de todos.
Quedó muy agradecido Scipion de aquellos señores españoles y de todos los soldados, y dio a cada uno de ellos los premios según su valor y merecimiento, como lo tenía de costumbre; y a Indíbil, a quien reconoció aquella victoria y con nuevos beneficios quería obligar, le dio a escoger trescientos caballos de los que él quisiese, de los muchos que en el despojo se habían tomado. Debieron ser grandes los servicios de Indíbil, pues Livio señala el premio que Scipion le dio.
No dejaré de notar que el llamar Livio bárbaro a Indíbil, cuando cuenta el razonamiento que pasó con Scipion, fue porque los romanos a todas las naciones, excepto a los griegos, llamaban bárbaros, por parecerles el lenguaje de ellas áspero, duro, escabroso y poco pulido, preciándose ellos de lo contrarío. Esta palabra barbari, dice Estrabon que tuvo principio en Atenas, donde llegaban muchos extranjeros y querían hablar griego, y como no estaban acostumbrados a ello, a cada paso tropezaban, pronunciando esta voz: bar, bar de donde quedó el vocablo barbarus que a solo comprende a los que tenían ruin y escabroso lenguaje, pero cuando querían notar a un hombre de ignorante, vil, fiero, cruel y de malas costumbres, le llamaban bárbaro; y estaban los romanos tan contentos y pagados de su lengua y de su bello hablar, que les parecía que ningún extranjero podía llegar al uso de ella, y cuando un español o de otra nación hablaba latín bien y pulido, y hacía un razonamiento elegante y bien concertado, lo tenían por cosa nueva y extraordinaria; y por eso Livio, antes de describir el razonamiento de Indíbil, hace salva, por parecerle nuevo ser un español bien hablado: Indilibis et Mandonius, dice Livio, cum suis copiis occurrerunt: Indibilis pro utroque locutus, haudquaquam ut barbarus, stolidè *(no se lee bien) incautèque; sed potius cum verecunda gravitate: propiorque excusanti transitionem ut necessariam, etc.

CAPÍTULO XII.


CAPÍTULO XII.

De la venida de Publio Scipion y presa de Cartagena, y de lo que pasó con las hijas de Indíbil y la mujer de Mandonio, grandes señores de los pueblos Ilergetes.

Tito Fonteyo y Lucio Marcio, capitanes romanos, que no serían menos animosos que los dos Scipiones, recogieron las reliquias del pueblo romano que habían escapado de las rotas pasadas. Estos pensaban que Asdrúbal los querría echar de España, y por lo que podía acaecer, juntaron toda la gente que pudieron, animándoles todo lo posible, y se pusieron a punto de guerra. Acercóseles Asdrúbal con toda su gente, aunque no leemos que Indíbil fuese con ellos; trabóse la batalla, y trocadas las suertes, la victoria quedó por los romanos, y los cartagineses, por su descuido y demasiada confianza, en dos encuentros que tuvieron quedaron vencidos, y dicen que murieron treinta y siete mil de ellos, y tomaron cautivos mil ochocientos treinta, con mucho bagaje; y de esta manera quedaron por entonces vengadas las muertes de los Scipiones, y ellos con mucha reputación. Luego que en Roma tuvieron nueva de todo esto, enviaron por capitán a Claudio Nero con algún socorro. Este capitán tuvo ocasión de acabar del todo el bando cartaginés, y en cierta ocasión que tuvo muy apretado a Asdrúbal, escuchó tratos de paz que no debiera, y en el entretanto se le escapó; y apesarado de esto, o llamado del senado, se volvió a Italia, sin haber hecho en España cosa de consideración.
Tratábase en el senado de Roma, de enviar persona de valor y partes necesarias para el gobierno de España; pero las muertes de los dos Scipiones habían de suerte amedrentado los ánimos de los senadores, que nadie osaba encargarse de tal empresa. Estaban en esta suspensión y esperando quienes se declararían por pretensores del cargo de procónsul de España, que otro tiempo había sido codiciado de muchos; pero nadie se mostraba deseoso de una provincia, donde en menos de treinta días habían muerto a dos capitanes tan valerosos, como eran Neyo Scipion y Publio, su hermano. Entonces se renovó de veras el dolor del daño que en España habían recibido, y hablaban entre si con mucho despecho de ver que hubiese venido Roma a tanta desventura y abatimiento, que nadie quisiese tomar cargo que tan codiciado solía ser. Era esta suspensión y maravilla muy común, y la gente vulgar se indignaba contra los senadores, por estar el valor y ánimo tan caído entre ellos.
Estando la ciudad de Roma junta en comisión en el campo Marcio, con la angustia y aflicción que queda dicho, súbitamente se levantó Publio Scipion, hijo de Publio Scipion el había muerto en España, mancebo de solos veinte y cuatro años, y en voz alta y muy autorizada, que muchos pudieron oír, dijo que él pedía este cargo, y luego se subió en lugar más alto, donde pudiese ser visto de todos; y maravillados de su grande ánimo, comenzaron a darle el parabién del cargo, promietiéndose que había de ser muy venturoso, para gloria y acrecentamiento del pueblo romano. Tomáronse por mandado de los cónsules los votos, y ninguno le faltó a Scipion; y por no tener edad, le dieron, no título de procónsul o de pretor, sino de capitán general. Apenas fue hecha esta nominación que, como los romanos de si eran tan supersticiosos en mirar agüeros y sujetarse a ellos, temblaban en pensar en el linaje y nombre de Scipion, por haber sido tan desventurado en España, y que el hijo y sobrino de ellos se partiese para hacer guerra en España entre las sepulturas de ellos, con representación de muerte y de dolor.
Scipion, que supo esta mudanza y que la alegría de antes se era vuelta en congoja y dolor, con un largo y bien ordenado razonamiento, les habló de su edad y del cargo que le habían dado y del orden particular que pensaba tener en tratar la guerra, ofreciendo que si otro quería tomar aquel cargo, él lo dejaría de buena gana; y con esto quedaron todos muy contentos, y con esperanzas de que había de ser el gobierno de aquel mancebo próspero, fausto, feliz, dichoso y fortunado. Dióle el senado algunos legados y compañeros que le acompañasen, y diez mil soldados de a pie y mil de a caballo, y con ellos vino a España: desembarcó en Empurias, y pasó por tierra a Tarragona; y aquí se juntaron con él los que habían escapado de las rotas pasadas, que estaban con Tito Fonteyo y Lucio Marcio, y de todos se formó un poderoso ejército. Era este mancebo persona de grandes partes y de apacibilísima condición, y, cono dice Livio, jamás de su boca salió palabra que diese olor de fiereza o bravosidad: era modesto, prudente, y adornado de las virtudes que eran menester para hacer y formar un virtuoso y perfecto varón, con que atraía a si los corazones de todos, y nadie había que, tratándole, no le quedase aficionadísimo; y más fue lo que alcanzó con su apacible condición y mansedumbre, que con las armas, poder y ejército que llevaba. Esparcióse la fama de su venida por España y más la de su buen natural; y todos los pueblos que habían sido amigos de los romanos se declararon por él y lo mismo hicieron muchos que lo habían sido del bando cartaginés.
Aunque nuestros caballeros ilergetes Mandonio e Indíbil se mostraban amigos del bando cartaginés, era solo por acomodarse al tiempo; porque siendo ellos señores de aquella región, y gente noble y bien nacida y de linaje de reyes, sentían a par de muerte que tantos, extranjeros, ya cartagineses, ya fenicios, ya romanos y otros que hemos visto, se quisiesen hacer dueños de lo que ni era suyo, ni les tocaba. Al principio no pensaban que la estada de estas gentes hubiese de ser por largo tiempo, y menos la de los romanos; pero después que experimentaron, muy a su pesar, lo contrario, y queriéndoles echar de España, no se vieron poderosos, quedaron obligados a declararse por un bando o por el otro, por no ser enemigos de todos. Los cartagineses bien conocían que el trato de los romanos, su policía (política) y su disciplina militar eran más apacibles a los españoles que el suyo, porque aquellos se preciaban mucho de guardar la palabra y fé, lo que no hacían los cartagineses, a quienes Valerio Máximo llama fuentes de perfidia; y hablando de su gran caudillo y capitán, Aníbal, dice: Adversus ipsa fidem acrius gessit, mendaciis et fallacia, quasi percallidus, *gaudens (no se lee); y por eso entre los latinos corría el adagio punica fides, (fidelidad púnica) que decían de la palabra que uno daba y no cumplía. Por eso fue muy aborrecida esta nación; y Tito Livio, después de haber alabado algunas virtudes que no podía negar en Aníbal, dice: Has tantas viri virtutes ingentia vitia aequabant, inhumana crudelitas, perfidia plusquam punica, nil veri, nil sancti, nullius dei metus, nullum jusjurandum, nulla religio: y Plauto, por decir que uno no cumplía lo que prometía, dice: Et is omnes linguas scit, sed dissimulat, sciens se scire; poenus planè est, quid verbis opus! Pero en los romanos era al revés; porque por acreditarse y ser estimados de todos, hacían profesión y se preciaban de cumplir su palabra, aunque fuese en disminución del estado y honor de aquella república, sin faltar un punto a lo que habían prometido: amaban justicia, y eran en las cosas de la religión muy observantes, y celosos del culto de sus dioses, y deseaban más ser amados que temidos. Esto no era en los cartagineses, y por esto y por asegurarse de los españoles, tomaban de ellos rehenes, y tenían en su poder casi todos los hijos e hijas, y aun las mujeres de los mejores caballeros de España. Handonio e Indíbil no fueron, aunque amigos de ellos, exentos de esto; pues dieron, Indíbil a sus hijos, y Mandonio a su mujer: y todos estos rehenes estaban en la ciudad de Cartagena (Cartago Nova), que era el pueblo mejor y más fuerte que ellos tenían en España. Claro es que estarían aquellos rehenes allá de muy mala gana, y no pensarían en otra cosa sino en volver las mujeres con sus maridos, los hijos con los padres, y todos a su patria.
De esta violencia cartaginesa tuvo noticia Scipion; y juzgó por gran conveniencia suya conquistar primero esta ciudad, con pensamientos, si la ganaba, de atemorizar a sus enemigos los cartagineses y dar libertad a los rehenes, y ganar la amistad y benevolencia de todos los españoles; porque sabía que si eran amigos de ellos, era por estar en su poder las prendas más queridas y preciadas de ellos. Con este pensamiento mandó aprestar la armada del modo que refiere largamente Ambrosio de Morales, y dejando en Tarragona la guarda necesaria, se partió para Cartagena, sin dar parte a nadie del pensamiento e intención que llevaba. Con veintiocho mil infantes y dos mil y quinientos caballos, caminó Scipion por tierra; y Lucio Lelio Marcio, a quien había dado razón de su pensamiento, y no a otro alguno, iba con la armada; y habían concertado que fuese en un punto el llegar la armada y ponerse el ejército de Scipion a la vista de la ciudad, do llegó siete días después de partido de Tarragona; y fue tomada Cartagena por industria y traza de unos marineros de Tarragona, y degollados muchos de los que la defendían, sin dañar a mujer alguna ni niño.

La presa fue tan grande, como era la grandeza y magnificencia de aquella ciudad, en que estaba guardada toda la riqueza de los cartagineses. Livio, Polibio y Eliano refieren que se tomaron cautivos diez mil hombres, sin las mujeres y niños, y a todos los naturales de la ciudad se dio libertad y que gozasen de sus casas y haciendas, así como antes. Tomáronse dos mil oficiales de armas, y navíos: tomáronse también todos los rehenes que habían dado los españoles a los cartagineses, y esto estimó en mucho Scipion, prefiriéndolo a toda la demás presa; pues era bastante precio para comprar la amistad de toda España, y hacer todos los naturales de ella benévolos a la ciudad y pueblo romano: y así mandó tratarles, y respetarles; y cuidar de ellos como si fuesen hijos de amigos y confederados suyos. Hallaron también dentro de la ciudad ciento y veinte trabucos grandes que llamaban catapultas, y doscientos ochenta de menores, y muchos géneros de máquinas de batir: de saetas y lanzas hubo una gran multitud: ganáronse setenta y cuatro banderas, y el oro y plata que ganaron no tenía cuento. En el puerto tomaron sesenta y tres naves de carga, llenas de mantenimientos y de todo aparejo para una
armada; y en fin fue tanta la riqueza que se tomó, que comparada con ella, la menor parte de la presa fue la ciudad de Cartagena. Dio Scipion premios a cada uno, según sus merecimientos, dejándoles a todos contentos de tener tal capitán y caudillo. (Y no usaron los trabucos – catapultas, saetas, etc, los de dentro contra los de fuera?)

Otro día después de tomada la ciudad, mandó llamar a todos los rehenes, que eran más de trescientas personas, les hizo un amoroso razonamiento, dándoles a entender que la costumbre del senado y pueblo romano era obligar a las gentes con beneficios y no espantarles con terrores; y luego se leyó una nómina, (lista de nombres) tanto de los rehenes, como de los cautivos que habían hallado en Cartagena, señalando de qué ciudad o pueblo era cada uno de ellos, y mandó luego avisarles, para que enviase cada pueblo personas a quienes entregar sus naturales: y a los embajadores de algunos pueblos, que estaban allá presentes les hizo entregar los suyos, y conforme a la edad y merecimientos de cada uno, les dio muchos dones, así de lo que él tenía, como de lo que habían preso en el despojo. a los mancebos dio espadas y otras armas, y a los niños bronchas de oro y otros atavíos. Entre otros rehenes que estaban allá fueron la mujer de Mandonio y dos hijas de lndíbil, que, según dice Livio, florecían en edad y hermosura, y acataban a su tía como madre, y también la mujer de otro caballero español llamado Edesco. a estas cuatro personas mandó Scipion a Flaminio, su cuestor, que las guardase y tratase honradamente en todo, porque con ellas pensaba ganar los corazones de sus padre y maridos, que andaban siempre en los ejércitos de los cartagineses. Estando Scipion en esto, dicen Livio y Polibio, que una matrona de mucha edad, muy autorizada y venerable en el semblante, que era mujer de Mandonio, se salió de entre los rehenes y con algunas doncellas de poca edad y mucha hermosura que la seguían, y con rostro lloroso y honesto denuedo, que acrecentaba mucho su gravedad, se echó a los pies de Scipion, y le comenzó a suplicar y pedirle con gran ahínco, que encomendase mucho a los que daba aquel cargo, mirasen con gran cuidado por las mujeres que allí se hallaban. Scipion entendió que le pedía el buen tratamiento en la comida y en lo demás semejante a esto, y levantándola con mucha mesura, le dijo, que tuviese por cierto que no le faltaría nada de lo necesario. Mandó luego, como el mismo autor prosigue, llamar a los que habían tenido cargo hasta entonces por su mandado de los rehenes, reprendiéndoles el poco cuidado que habían tenido de proveerlos, el cual se parecía bien en la justa queja de aquella señora. Ella entonces, entendiendo ya el error de Scipion, le volvió a decir: «No es eso, Scipion, lo que te pido, ni me fatiga nada de eso que me certificas no nos ha de faltar, porque no basta para el estado miserable en que nos hallamos: otro miedo mayor me congoja, mirando la edad y hermosura de estas doncellas, que a mí ya mi vejez me ha sacado del peligro mayor que las mujeres pueden tener en su honra: » y diciendo esto, señalaba las dos hijas de Indíbil, sobrinas de su marido, y otras doncellas nobles que estaban con ella y la acataban todas como a madre. Entonces Scipion, entendida ya bien la congoja, se enterneció tanto, que refiere Polibio se le saltaron las lágrimas con lástima de ver así afligida tanta virtud en personas tan principales; y luego les respondió de esta manera: « Por solo lo que debo a mismo en toda honestidad y comedimiento, y al buen gobierno que el pueblo romano quiere que haya en todo, hiciera, señora, lo que me pides, para que de ninguna manera fuésedes ofendidas; mas agora ya no tomaré este cuidado más entero por solos estos respetos, sino por lo mucho que me obliga vuestra virtud excelente, que puestas en tanta desventura de vuestro cautiverio, aún no os habéis olvidado de la principal parte de la honra que una mujer debe celar.» Luego las encomendó más particularmente a un caballero anciano y de gran virtud, encargándole con mucho cuidado las tratase en todo con tanto acatamiento y reverencia, como si fueran mujeres e hijas de gente principal, amiga y confederada con el pueblo romano.
Encarecen mucho aquí todos los autores y no acaban de alabar la benignidad y nobleza de Scipion, por los favores y cortesías que usó con estas mujeres, habiendo sido el padre y marido de ellas enemigos grandes de sus padre y tío, y ellos y sus Ilergetes muy gran parte en la muerte de ambos, así en pracurarla (procurarla), como en hallarse en ella y ejecutarla.
Pero, aunque sea algo fuera de la historia que tratamos, no dejaré de contar otro acto heroico y virtuoso de Scipion, que pasó con una doncella romana; porque no es bien que los hechos buenos y ejemplares se disimulen, sino que se publiquen para imitarlos. Cautivaron los soldados una doncella de extremada y singular belleza, cuya hermosura era tanta, que por do quiera que pasaba, dicen Plinio y Tito Livio y otros, que todos estaban atónitos mirándola, y todos los del ejército concurrían a verla con espanto y maravilla: esta, pues, llevaron a Scipion sus soldados, porque le conocían aficionado a mujeres, y les pareció que aquel presente le sería muy aceptable; pero él les dijo: « Si yo no fuera más que Publio Scipion, este vuestro don me fuera muy agradable; mas siendo capitán del pueblo romano, no puedo recibillo. » Informóse Scipion de la doncella, de sus padres y patria, y sabido que estaba desposada con un caballero español celtíbero, llamado Alucio, envió por él y por sus padres, y después de haberles hecho un muy apacible y grave razonamiento, que trae Livio, se la dio, dándoles muy bien a entender la virtud y continencia que moraba en su pecho nunca bien alabado. Agradecidos los padres de lo que Scipion había hecho, le rogaban que tomase el oro que por rescate de la hija habían llevado, pero él lo rehusó: fue tanta la importunación, que le obligaron a que lo tomase, y él lo hizo por darles gusto, y luego lo dio a Alucio por aumento del dote que había recibido de su esposa. Este y otros hechos tales de Scipion acrecentaron de suerte su fama, que conquistó más con ellos que con todas las armas y huestes que llevaba consigo: y Alucio, vuelto a su tierra con su esposa, decía a voces, había venido de Roma a España un hombre semejante a los dioses, con poderío y deseo de hacer beneficios y aprovechar, y que todo lo vencía con el valor de las armas, con liberalidad y grandeza de su cortesía y de sus mercedes; y luego, agradecido de lo que había hecho Scipion, juntó
de su tierra mil cuatrocientos caballos, y con ellos y su persona le sirvió en todas las guerras. Este hecho cuenta de diversa numera Valerio Máximo, muy diferente de todos, porque dice que esta doncella era esposa de Indíbil; pero esto no lleva camino alguno, porque todos los autores dicen lo contrario. Polibio no dice que estuviese desposada, sino que Scipion, dándola al padre, le pidió la casase luego; Lucio Floro dice que Scipion no la quiso ver, por asegurar mejor a su esposo y certificarle del cuidado que había tenido de guardarla: Ne in conspectum quidem suum passus adduci, ne quid de virginitatis integritate delibasse, saltem oculis, videretur (1: Floro, lib. II, núm. 6.); y Plinio dice lo nismo, y es cuestión harto disputada si la vio otro; pero lo cierto que la vio y se admiró de su belleza; pero pesóle de haberla visto, por quitar la ocasión de sospecha; y tan lejos estaba de ofenderla, que aun mirarla bien, que la viese, no quiso; y así dijo muy bien Lipsio en sus avisos y ejemplos políticos: Sed ille oculis abnuit: y aunque Valerio Máximo diga haber sucedido con la mujer de Indíbil, se ve haberse equivocado; porque todos los demás que cuentan este caso lo dicen al revés de Valerio, y lo que más es de considerar, es lo que dice Polibio, el cual fue maestro de Scipion Africano, el menor, nieto por adopción de este de quien hablamos; y así por vivir en aquel tiempo que sucedió este caso, y siendo tan allegado a la casa de los Scipiones, es cierto lo sabría mejor que Valerio Máximo ni otro alguno.