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martes, 26 de octubre de 2021

XIII. LA TARDE DEL CORPUS EN 182...

XIII. 

LA TARDE DEL CORPUS EN 182... 

EMILIO B... A RICARDO M... 

Fuerte conjuro es el de que te vales para arrancarme un secreto que he podido guardar más de tres años sin merma ni perjuicio de nuestra antigua amistad. 

A tratarse únicamente de mis flaquezas puede que me hubiera conducido con menos reserva; pero constituirme en narrador de mis buenas acciones tiene ciertos visos de inmodestia, y creo que llegaría a ruborizarme si no estuviese de por medio el mar, y no fueses tú el único que va a recibir mis confidencias. Has querido que rompiese el silencio, deja pues correr mi pluma a su sabor, que hoy me siento con vena de escribir, y me disgustaría que pecases de impaciente cuando estoy predispuesto a pecar de prolijo y minucioso. Los grandes pintores saben concentrar todo el interés de sus composiciones en la viva expresión de las figuras principales, yo pobre embadurnador de lienzo crudo suelo ingeniarme con accesorios de capricho, y procuro encubrir la falta de inspiración con la exactitud de los pormenores y la verdad del colorido. 

Lo que voy a contarte podría titularse “historia de dos minutos de mi vida" y en tan corto espacio bien ves que no caben grandes sucesos ni complicadas vicisitudes. El drama, si drama te empeñas en llamarlo, es de una sencillez extremada, y así no extrañes que lo encabece con un prólogo de mayores dimensiones que el cuerpo de la obra. He visto libros de este jaez, y en conciencia no puedo reclamar el privilegio de invención. 

Dos veces has estado en Palma, y en ninguna has visto la procesión del Corpus. Pronto hará cuatro años que estaba sumamente hermosa la tarde de aquel día. Supongamos que le hubiese dado por llover de una manera insólita y desapoderada, cuántas horas de agitación y desasosiego! qué de ilusiones y esperanzas me hubiera ahorrado el cielo! Pero tampoco habría experimentado la noble satisfacción que proporciona un sacrificio oculto, ni la paz interior que tarde o temprano sigue a la victoria que uno alcanza de sí mismo. 

Todo lo que hice aquella tarde lo recuerdo perfectamente. Tantas veces he traído a la memoria sus impresiones que han llegado a conservarse como los rasgos del buril en una lámina de cobre: así es que me atrevo a contarte uno por uno los vagos pensamientos que me ocupaban, precediendo a las vivas emociones que en mi corazón se sucedieron. Tan libre y exento de amorosos cuidados salí de casa, que hubiera vuelto sin la competente provisión de avellanas con que obsequiar a alguna joven de mis conocidas. A ninguna distinguía lo bastante para hacerla objeto de esta vulgar e inocente galantería; y si tal costumbre puede pasar como rasgo característico de ciertas festividades en nuestro país, el fallar a ella pudiera tomarse también como rasgo característico de mi soberana indiferencia. 

Entré por la calle de Santo Domingo y empecé a recorrerla en sentido inverso del que debía seguir la procesión. A espaldas de su iglesia levantan los padres dominicos un altar con magníficos relicarios y soberbios candeleros de plata, y tengo muy presente que cerca de allí se me ocurrieron estas ideas: Van a cumplirse seis siglos que se extendían por aquí los muros y torreones de un alcázar moruno, que se ocultaban en su recinto los patios y jardines de un harem voluptuoso, y ni vestigios han quedado de esas fábricas que esperaban desafiar la saña del tiempo, y la mano del hombre las ha derruido. Si de aquí a trescientos años me fuese dado salir de mi tumba y volver a este sitio, cómo también lo encontraría todo cambiado! Grupos de pequeñas casas se habrán transformado en un solo palacio, y mansiones señoriales desmenuzado en pequeños pisos: cuántos balcones tapiados y cuántos nuevamente abiertos! 

los edificios habrán cambiado de fachada y los arquitectos de gusto, si es que entonces tengan alguno. Difícilmente podría reconocer el punto que ahora ocupan mis plantas a no ser por este magnífico templo que subsistirá incólume y robusto, semejante a esos fenómenos de longevidad, patriarcas olvidados por la muerte que continúan su existencia en medio de una generación de bisnietos y resobrinos. 

Detúveme en la plaza de Cort a examinar por centésima vez los retratos, que en las grandes solemnidades cívicas o religiosas decoran el frontispicio de las casas consistoriales. Prefiero a todos el de D. Gregorio Gual, obra del primero de nuestros pintores. Aparte el de S. Sebastián de Van-dick, preciosa joya es aquella de Mesquida. Si a mi ambición se le propusiera por blanco la gloria del retratante o la del retratado, de fijo daba en la extravagancia de escoger la primera; mas por mi desgracia me veo tan lejos de ella como de la segunda. Cuán triste es, amigo mío, sentir un inmenso deseo de volar y reconocer al mismo tiempo que se ha nacido sin alas! Eso no obsta para que me dijese: 

No sería justo que al lado de este militar esclarecido figurase también el que supo dar tanta expresión y vida a su fisonomía? No debieran tener cabida en este sitio todas las glorias de nuestro país? Acaso lo ilustran únicamente aquellos de sus hijos que ascienden a Generales u Obispos? Cornelia hija y esposa de Cónsules se envanecía de los suyos que no debían llegar a más que Tribunos. Según andan los tiempos de temer es que ya no aumenten mucho, (y gracias a Dios si no se eliminan), los retratos de los que esparcieron el balsámico aroma de las virtudes cristianas, ¿no sería pues lo más equitativo que, siquiera por vía de sustitución, la ciencia y el genio, que son la segunda de las excelencias humanas, heredasen el privilegio de la santidad que es la primera? 

Algo de intempestivo, si se quiere, tenían estas reflexiones, y no era cosa de estarme parado en contemplación artística en medio del movimiento general que de una a otra parte me impelía. Mi afición a los pinceles no añade ni un día más a mis veinte y ocho abriles, y si me gusta examinar los primores de un bello retrato no me disgusta admirar los atractivos de un original hermoso. Hasta entonces había existido un largo, muy largo camino de mis ojos a mi corazón. Por lo mismo si no interesante para este, agradable para aquellos era el espectáculo que se me ofrecía. El largo y corrido balcón de las casas consistoriales atestado de señoras luciendo sus galas y sus joyas, y sirviéndoles de dosel, que pudiera envidiar una reina, el magnífico voladizo: la plaza irregular de Cort, poco grata a los arquitectos pero ofreciendo a los pintores variadas perspectivas, con sus numerosas ventanas y balcones colgados de rojo damasco, y coronados de airosos bustos como los palcos de un teatro: aquel mar de cabezas en continua ondulación, sobre el cual descuellan las puntas de las bayonetas, como plateadas escamas de fantástica serpiente, al reflejar los últimos destellos del día. 

A manera del que remonta el curso de un río fui siguiendo mi camino, abriéndome paso por entre la doble fila de soldados, y la doble hilera de sillas en que sentadas las jóvenes disfrutan el doble placer de mirar y ser miradas. Hecho un inspector de bellezas, destino que carece de sueldo y al que nunca faltan aspirantes, pasaba revista a las ricas señoritas con sus brazaletes de perlas, a las graciosas menestralas con sus trajes de muselina, y a no escaso número de lindas payesitas con su nevado rebociño, su jubón de raso y enaguas de seda, sus botonaduras de oro y patenas de filigrana; pero a todo esto mi corazón no añadía una más a sus acostumbradas pulsaciones. Con esta flema de filósofo en ciernes parábame a ver las capillitas adornadas de luces, flores y colgaduras por la devoción y piedad de los vecinos, o ya los empujones y el afán de situarse no lejos de las banderas, que pronto debían desplegarse y servir de alfombra al Rey de los reyes. 

De esta suerte, llevado unas veces por el impulso ajeno y forcejeando otras para seguir adelante, llegué hasta salir de la calle que da vista a la puerta de Almoyna. Allí me detuvo el movimiento ocasionado por la escolta de caballería que precede a los atambores del Ayuntamiento. Aire de gravedad y colorido local dan a nuestras procesiones su antigua tocata y particular vestimenta: es cosa tan mallorquina que sentiría mucho verla suprimida. Al ver desfilar uno por uno los gigantescos pendones de los gremios, interpolados por seis u ocho maestros de cada profesión, parecíame que los santos de sus cúspides iban a volar hacía el cielo, o las doradas águilas a batir sus alas por el espacio, y entretanto me proponía el curioso problema de si produciría un efecto más pintoresco el que fuesen de colores diferentes, en lugar de aquella serie de colosos encarnados sólo interrumpida por el pendón verde que distingue a los hortelanos. 

Precediéndoles una sencilla cruz de madera en medio de los ciriales llevados por dos angelitos y guarnecidas de blancos y rojos claveles, vienen los capuchinos con su hermoso tabernáculo de la divina Pastora. Inspíranme estos hombres que parecen restos vivientes de los primeros siglos del cristianismo, trasplantados de la Tebaida a nuestras sociedades corroídas por malas ideas y no mejores sentimientos, un no sé qué de simpático y respetuoso que no es fruto exclusivo de mi educación cristiana. Para dejar de sentirlo paréceme que no basta ser descreído, es menester un corazón depravado. 

Siguiendo el orden de su antigüedad, vela en mano y ojos en el suelo, iban pasando las demás comunidades religiosas, sobresaliendo por su crecido número los observantes, y por la riqueza y primorosas labores de su Cruz los dominicos. No forman estos ya pareja con los franciscanos como antiguamente sucedía: tampoco en esta procesión van juntas las dos órdenes redentoras, ni los carmelitas con los agustinos como en las otras de nuestra Catedral sucede actualmente. Cada comunidad separada lleva al frente su cruz, y acompaña a su tabernáculo seguido de un preste con pluvial y con dalmáticas sus ministros. 

Taches o no de pueriles mis gustos confiésote ingenuamente que participo del que da a los niños la vista de lo que llamamos lledánias, y el metálico rumor de sus doradas banderillas. Grandes armazones circulares graciosamente caladas ostentan sus perfiles todos cuajados de flores de cera, cuya diversidad de colores imita el efecto de una movible claraboya herida por los rayos del sol naciente. Así como a las imágenes de los santos gústame verlas descollar sobre las cabezas de los espectadores, sirviendo de guión al clero de cada parroquia. Sobria de colores en su arabesca cenefa se presenta la de San Nicolás, y ninguna vence en hermosura a la de gótico estilo que precede al numeroso clero de  la santa Iglesia. En medio de sus filas van doce sacerdotes revestidos de ricas y uniformes casullas quienes representando a los doce apóstoles, llevan en la mano el instrumento de su respectivo martirio. 

Momento solemne, grandioso, indescriptible es aquel en que, como el arca santa en hombros de los levitas, aparece la magnífica e imponente custodia, en hombros de cuatro canónigos bajo del rico palio que sostiene el Ayuntamiento. 

Envuelta en el humo del incienso, rodeada de ministros del santuario que visten preciosos ornamentos, escoltada por colosales gastadores con sus negras barbas destacando sobre el blanco delantal, sus gorras de pelo echadas a la espalda, sus palas y azadones relucientes como plata, avanza lentamente al majestuoso compás de la marcha real en que prorrumpe la música militar apagando las modulaciones del órgano y sobreponiéndose a los cantos de la iglesia. Y luego el redoble de los tambores, el vibrante sonido de cornetas y clarines, la gigantesca voz de n‘ Aloy a cuyos acompasados golpes responde una salva de artillería. En medio de esta sublime discordancia, superior al más vigoroso efecto que puedan producir las reglas de la armonía, ¿quién no siente una impresión desusada, y latir su pecho con las emociones del más profundo respeto? Sería necesario ser incrédulo rematado para no rendir su orgullo como rinden los soldados sus armas, para no doblar espontáneamente la rodilla como la doblan todos los fieles a quienes absorbe entonces un solo pensamiento. 

Y bien, vas a decirme, a qué conduce esta relación que será todo lo verídica que tú quieras; pero que para el caso no tiene visos de oportuna? Respondo, es un boceto de costumbres, y conociéndote aficionado a este género preparo así tu ánimo a la indulgencia, puesto que no sabré trazar el siguiente cuadro con toda la valentía que yo quisiera. Es además valerme de un rodeo, bien que un poco largo, para que te formes un cabal concepto del tranquilo posesorio en que estaba de mi libre albedrío, de la perfecta calma que disfrutaba al hallarme tan en vísperas de perderla. 

Habíase internado la procesión por la angosta calle cuando un repentino y tumultuoso desorden agitó el apiñado concurso que acababa de verla. Algunos confusos gritos esparcieron el miedo y la zozobra. Ocasionaba este movimiento el de la sección de caballería cerca de allí situada, y las corvetas de un caballo que se resistía al freno y a la voluntad de su jinete. Temerosos de un atropello los más cercanos se hicieron a la espalda, echando unos a correr y aglomerándose otros en el sitio que yo ocupaba. La furia de esta oleada no era para resistida. Todos quedamos desalojados, y merced a este súbito trastorno vino a ser casi arrojada a mis brazos una señorita tan linda... tan linda...! 

Por poco que tenga yo de artista tengo muchísimo más que de literato, ¿cómo pues podría bosquejarte su hermosura con palabras cuando me siento incapaz de hacerlo con mis pinceles? Era aquello la miniatura de un serafín trabajada por mano de un ángel. Tontería! Era una obra de Dios, artífice infinitamente más hábil y entendido. Y esa extremada beldad se había escapado a mi revista! Y lo más extraño es, que vislumbrando en ella cierto aire mallorquín, nunca, nunca hubiesen tropezado mis ojos con semejante fisonomía. 

La impresión que produjo en mi pecho, si no la comprendes por sus efectos, no sé de qué modo te la describa. Te he dicho que tenía antes el corazón tan apartado de los ojos, ahora te digo que en aquel momento lo tenía encerrado en mis pupilas. Y estas por un magnetismo tan grato como irresistible permanecían fijas en aquel lindo rostro, admirando la transparencia de su tez sonrosada, la suavidad y delicadeza de sus contornos, la candorosa expresión de la virginal belleza que me trastornaba y enloquecía. 

Tan pronto como la hube sostenido, y hecho de mi cuerpo una especie de parapeto con que defenderla, se repuso y me dijo en castellano muy bien acentuado y con una voz soberanamente deliciosa, "gracias, caballero." 

Levantó en seguida sus ojos hacia los míos, y los más vivos colores relampaguearon en sus pudorosas mejillas. Parecióme entonces que había comprendido todo el valor de mi ardiente mirada, y que mi alma se trasladaba a la suya como la suya se había trasfundido en la mía. Deslumbrado, conmovido, perturbado no sabía qué decir y le pregunté: Se ha asustado V. mucho?

- Un poquito. La gente nos empujaba, y como no sabía lo que era... 

- Algún caballo poco acostumbrado a esta clase de funciones.

- Ay qué miedo me dan los caballos! Pero allí veo a mi mamá...

- Me permitirá V. que se la entregue sana y salva? iba a decir. Medio minuto más y ¿quién sabe lo que de su contestación hubiera dependido? Pero un violento empellón me obligó a ladearme un poco, y al mismo tiempo se interpuso entre nosotros un compacto grupo impelido por una segunda oleada debida al maldito caballo. Perdí de vista a mi refulgente estrella, y no me fue ya posible descubrirla de nuevo. Si hubiese llevado un traje chillón y extravagante! Si hubiese descollado entre las demás por su elevada estatura! Pero, nada! se confundió en la espesura como una espiga en su gavilla, siguió su camino, y yo sin duda empezaría por tomar el opuesto. No hay que decirme si recorrí el curso de la procesión, si entré en la Catedral, si me fui al paseo. Todo en valde. 

Lo que anduve aquella tarde! Me retiré a las altas horas de la noche molido y asendereado, y con la imaginación más fatigada que mi cuerpo. Habíaseme puesto en ella que mi casual aventura era precisamente la piedra angular de mi felicidad venidera, y mi corazón ardía como una rama de pino seco. Pasaron días y semanas y meses, y yo acudiendo a todas partes, así al teatro como a las iglesias, introduciéndome en las tertulias, solicitando amistades, y esperándolo todo de la casualidad o de la Providencia. Triste era no tener el más leve indicio para rastrear el objeto de mi insensato anhelo, pero seguía tenaz en la confianza de que el día de mañana me otorgaría la dicha que todos sus anteriores me habían rehusado. 

Tantas contrariedades, tantas tentativas frustradas, tantas esperanzas fallidas enardecían mi pasión en vez de amortiguarla. Luchaba yo, pero vencido no desfallecía. No buscaba recursos para olvidar, y a tenerlos a mano los hubiera rechazado. A mis solas recordaba aquella dulce mirada suya, y la traducía en todos los idiomas gratos al corazón: mis largas meditaciones no eran más que una interpretación gratuita, una paráfrasis extensa, un comentario prolijo de aquel brevísimo texto. Fígurábaseme que ella debía de ocupar su pensamiento en mí como yo lo tenía clavado en ella. 

Estaba desconocido para mis amigos, y de tus cartas se deduce que notaste la agitación que me traía desasosegado. Algunas veces me daba por volverme misántropo, por arrojar los pinceles y correr calles y mirar los balcones, otras por combinar proyectos matrimoniales con planes rentísticos, y me aplicaba al trabajo con una actividad calenturienta. Lo raro es, que conservando tan bien grabado en la fantasía el original, no lograba nunca hacer un retrato suyo que me dejara satisfecho. Qué de croquis! qué de bocetos! de lápiz, de pluma, de frente, de perfil... qué se yo? y al hacerlos seguía inmediatamente el destruirlos. Antes que llegara su turno al bosquejo de uno que estaba a punto de concluir, entró de improviso mi primo Manuel y viendo la tela en el caballete exclamó: Está parecida. - Quién? pregunté azorado. - La Carmencita. - Y quién es esta muy señora mía? - Toma! la hija de D. N. N. de Artá. - Pues te engañas, es un boceto para una Santa Eulalia. - Si tendré cataratas en los ojos! A la legua se conoce que es... o que quiere ser ella. 

Qué salto de alegría me dio el corazón! Y cómo me ingenié para cortar la plática y desorientar a mi primo! 

Al día siguiente me hubieras encontrado camino de Artá aguantando, con un valor digno de mejor causa, doce o trece mortales horas de un horrible traqueteo. Cené mal y dormí peor en un mesón tal como los sabía retratar Cervantes, entablé conversación con los hostaleros, y sonsacándoles un poco averigüé de fijo que el día del Corpus no estaba en Palma la dichosa Carmencita. Dijéronme que era un tipo de hermosura; pero a mí qué me importaba? Ni siquiera quise verla: y a poco de salido el sol me tenías otra vez montado en un carro primitivo y dando la vuelta a mis abandonados lares. 

Entonces me ocurrió la idea de que era posible, ya que no probable, que mi hermosa desconocida fuese hija de alguno de los ricos propietarios domiciliados en los pueblos de la isla, y me entró la súbita afición de viajar y recorrerlos. 

Y héteme aquí, amigo mío, transformado en artista errante, ya que no en caballero andante; pero como estos en busca de una princesa encantada. Qué de hermosas vistas y pintorescos paisajes recogí para mi cartera! pero también, qué de amarguras y decepciones para mi corazón! 

En dónde, en dónde estaban mis antiguas y tranquilas horas de estudio o de recreo? Y con todo mi vida no era un infierno, porque ardía en mi pecho el amor y se mantenía indeleble mi esperanza. 

Estábamos a principios de cuaresma cuando me sorprendió en mi taller la visita de un oficial que daba el brazo a una señora. Es ella! gritó mi corazón sin que mis labios pudiesen articular una sola palabra. 

- Veníamos por si tenía V. la bondad de hacer nuestros retratos, me dijo aquel caballero. 

- Con muchísimo gusto, respondí inmediatamente. 

Y para ocultar mi turbación les ofrecí asiento, y me puse a quitar chismes y desembarazar muebles como si me importara gran cosa el arreglo de mi estancia. Retratarla! Retratarla! oh dicha inesperada! Contemplarla a mi sabor, pasar largas horas con ella, percibir la celeste melodía de su voz, respirar la fragancia de su aliento, embriagarme en las delicias de una pasión tan locamente acariciada! Cómo no había de ser tremenda la explosión de un fuego subterráneo tanto tiempo comprimido? Más de ocho meses sin haber dejado de pensar en ella un solo día: más de ocho meses de esperar en vano sin haberse reducido a polvo mis esperanzas, y verla aparecer de improviso como una visión celeste y no fugitiva! Verla dentro de mi propia casa sin mengua de su recato, verla dispuesta a ser el objeto de mil pequeñas y minuciosas atenciones, verla resignada a ser el blanco de mis ardientes miradas sin tener que reprimirme por miedo a su sonrojo! Oh! magnífica recompensa de tan larga agonía. El cielo me otorgaba más de lo que me hubiera atrevido yo a pedirle. Qué corona de artista, qué condecoración no hubiera desdeñado si entonces me la ofrecieran en cambio de no retratarla? El oro de Creso, la gloria de Murillo no me hubieran parecido una compensación equivalente. Y sin embargo, qué horrible puñalada! Aquel hombre..? Podía ser su hermano... pero no, no: una voz interior me dijo que era su marido. Su marido! 

Ay amigo mío, me encuentro en el capítulo de mis flaquezas. Aquella situación era terriblemente dramática. Clavé en ella una rápida y furtiva mirada, y por el rubor de sus mejillas parecióme que me había conocido. Si conservará mi recuerdo! A qué locas esperanzas no daba ocasión la de retratarla, y la de poder hacer para mí un segundo retrato que sin duda hubiera sido mi obra maestra? Pero, qué es esto? me dije. Voy por ventura a comenzar una carrera de libertino? He de exponerme a turbar la felicidad de estos esposos? Qué importa que la mía haya perecido? He soñado, y ya despierto. No, no he de dar ya pábulo a pensamientos hasta hoy legítimos e inocentes, de hoy más villanos y criminales. Retratarla, no es delito, no es un acto culpable... pero es ponerme en peligro de serlo. Mi pasión es pura... lo ha sido hasta ahora, tanto mayor razón de conservar su pureza. Si cedo a la tentación, si hoy no venzo en esta lucha, quién me garantiza que venceré mañana? No he de retratarla. 

Tomada esta resolución me senté, bien que con aire taciturno y pensativo, no sabiendo cómo retroceder del compromiso. Era forzoso un medio que no dejase entrar la más mínima sospecha en el corazón del marido, que tal vez era receloso por demás y sombrío. Pero el cielo que me había inspirado un buen pensamiento me abrió el camino para llevarlo a cabo. 

- Será V. tan amable, me dijo ella, que quiera decirnos antes el precio que ha de poner a su trabajo? 

- Deja, mujer, respondió el oficial, el señor sabrá lo que valga y nos hará pagar lo que sea justo. 

- El señor sabe que en bellas artes el talento nunca obtiene sobrada recompensa, y como por otra parte no hemos de ir regateando... 

- Cinco mil y quinientos reales, dije entonces yo con una frialdad heroica. 

- Santa Bárbara bendita! debió de exclamar para sus adentros el oficial; pero solo me dijo: Algo caro es. 

- Ni un maravedí menos. 

- Pues en este caso, continuó volviéndose a la joven, partamos la diferencia; comenzará por el tuyo y dejaremos para otra ocasión el mío. 

- Esto nunca, saltó ella. Pobre retrato mío sin la compañía del tuyo! Juntitos los dos como nuestros corazones. Este caballero ha pedido una cosa que sin duda será muy justa, pero la paga de capitán no es suficiente para alcanzarla. Qué le haremos? Aplazar nuestros deseos hasta que lleves los tres galones. 

- Largo me lo fías. 

- Todo se andará, hijo. 

- Pero, querida, y el recuerdo que pensábamos dejar a la familia? 

- Nada, me haré retratar de coronela. V. añadió volviéndose a mí, dispense la molestia. 

Cogiendo luego del brazo a su marido me dirigió una dulce mirada en que parecía expresarme el más vivo agradecimiento. Yo también clavé en ella, pero ya en sus espaldas, mi triste y postrimera mirada. 

Casada! exclamé golpeándome la cabeza y midiendo a largos pasos mi aposento. Casada! Tantas ansias de verla, y tanta amargura por haberla visto! Quién trocara mi despecho de hoy, por la excitación y la incertidumbre y el desasosiego de ayer! Y casi lloraba como un niño. Pero, qué? me dije, he tenido valor para ser hombre y me arrepentiré de haberlo sido? He cumplido un deber, he hecho un sacrificio, que no será comprendido, que tal vez sera mal interpretado, qué importa? Es la opinión del mundo o la justicia de Dios quien ha de darme la recompensa? 

Cinco o seis días después entró Manuel diciendo: 

- Cuando digo que a veces tienes la cabeza a pájaros... 

- Vaya un ex-abrupto. 

- Hombre, murmuran de ti y lo siento. 

- Y dicen? 

- Que sobre ser brusco y poco sociable tienes unas rarezas... que, o bien te has metido en los cascos que eres un segundo Velázquez, o bien tratas de saquear al prójimo como si fuese real de enemigos. 

- De modo que o soberbia o avaricia o... No me faltaba más sino que fuesen subiendo la escala! 

- Pues si Viedma aseguró que por un retrato habías pedido tres o cuatro veces lo que piden los demás pintores? 

- Y quién es Viedma? 

- El hombre feliz, y no es el del P. Almeyda. Un bello sujeto que tiene un fortunón deshecho: acaba de casarse con una niña hermosísima, con un ángel. 

- Siempre andas tropezando con ángeles, como si los arrojaran a granel por esos mundos de Dios. Y quién es ella? 

- Matilde la hija del Gobernador de Bellver. 

- Teníala tan cerca y buscábala yo tan lejos! pensé, y dije luego: No tengo presente haberla visto en paseo, ni... 

- Y cómo habías de verla si no venía a Palma tres veces en un año? Su madre que es mallorquina tiene una hermana paralítica a quien la niña cuidaba como si fuese su enfermera y no la abandonaba ni un momento. Es una santa. 

- También santa! prorrumpí con una intención mucho más profunda de lo que mi primo podía figurarse. Y ahora? añadí con voz algo temblorosa. 

- Ahora se marcha a Burgos con su marido que acaba de recibir el ascenso a Comandante

- Gracias, Dios mío! gracias, exclamé no con los labios sino con el corazón. 

lunes, 18 de octubre de 2021

EL MAL APÓSTOL Y EL BUEN LADRÓN, DRAMA DE D. JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH.

EL
MAL APÓSTOL


Y
EL BUEN LADRÓN,


DRAMA
DE


D.
JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH.


Cuando
el espíritu del hombre deja de ser humilde girasol de la luz
increada, cuando apartados los ojos del cielo se enamora de sí
mismo; su frágil y prestada soberanía le ensoberbece, forma
estrecha alianza con mal nacidas pasiones que despóticamente lo
tiranizan so color de rendirle vasallaje, y poco a poco nace en el
corazón del hombre la rebeldía, y en su entendimiento crece y se
entroniza la duda. Entonces, cual un ebrio a caballo, tan pronto cae
de un lado como de otro, y rodeado de profundas tinieblas, lucha y
forcejea para abrirse paso a la luz; pero una mano fatal le empuja de
abismo en abismo, hasta que se hunde en el lodazal de su miseria,
alumbrado en su congojosa agonía por los vacilantes resplandores de
la razón, a la manera del que se ahogase con una lámpara colgada
del cuello. El Sr. Hartzenbusch ha personificado en su drama
simbólico esa enfermedad de almas soberbias, con aterradora verdad y
maestría incomparable. Como Paulo en El Condenado por desconfiado,
que se atribuye a Tirso de Molina, el escéptico de Hartzenbusch es
un varón singularmente colmado por el Señor de beneficios inmensos;
a su paso brotan y florecen los portentos de la gracia: es un
apóstol, es Judas. Pero su aviesa condición y ruines
pensamientos inutilizan todos los tesoros espirituales que Dios ha
puesto a su alcance, y una pasión vil, la más infame de todas, le
acaba de despeñar al abismo de su perdición. ¡Insensato!


Se
empeña en acrisolar con su razón envilecida los actos de su Divino
Maestro.
Le ve resucitar muertos, y duda; le ve acoger con
inefable mansedumbre su inaudita traición y duda; le ve morir, las
peñas se rompen de dolor, y su corazón no se quebranta, y duda
todavía cuando el orbe todo estalla a los pies de su Señor, muerto
en la cruz. En cambio, Dimas, bandolero como el Enrico de Fr.
Gabriel Téllez, deja obrar la gracia sin entorpecer su acción
inefable con los sofismas y cavilaciones del orgullo, y la secunda
con los deseos ardorosos de regenerar su naturaleza degradada.
(En
el Vita Christi, el niño Dimas, hijo de bandoleros del desierto,
ladrones y asesinos, es curado por Jesús y María en su viaje a
Egipto.
Será después el “ladrón bueno” "buen ladrón" que morirá
crucificado junto a Jesús. )


El
Sr. Hartzenbusch, con el tacto que le distingue, ha puesto en el
corazón de Judas el apego
inmoderado a los bienes terrenales, como cómplice poderoso de su
sempiterno escepticismo. Así, no sólo ha respetado la tradición
bíblica de todos los tiempos respecto a la pasión que
avasallaba al traidor de los traidores, sino que ha alejado
toda idea de predestinación, principio teológico que nuestra
irreverente sociedad no se mostraría tal vez dispuesta a recibir con
sumiso acatamiento.
A esta doble ventaja que lleva al Paulo
del padre Téllez (Gabriel Téllez es Tirso de Molina) la creación del esclarecido dramático moderno,
debe agregarse que las manifestaciones naturales de una pasión
práctica se ajustan más de lleno a las condiciones del drama actual
que las consecuencias de un principio más o menos abstracto. Con
igual destreza el Sr. Hartzenbusch se ha abstenido de aglomerar sobre
la conciencia de Dimas las ignominias y abominaciones con que ha
cargado la de Enrico el padre Téllez, pues si bien este lujo de
crímenes podría parecer conducente para patentizar con toda
evidencia el poder eficacísimo de la gracia; mirándolo bajo el
aspecto de la utilidad puramente dramática del personaje, es lo
cierto que tanta maldad le enajenaría la estimación del público,
causando su milagrosa conversión más sorpresa que tierna y dulce
alegría. Aún más: si el portento de divina misericordia que salva
al buen ladrón recayese en un malhechor tan fríamente criminal como
el Enrico del
P. Tellez, no hubiera dejado de parecer
sobrado voluntarioso y gratuito a un siglo tan habituado a deslindar
los derechos de todos como el nuestro, y tan poco amigo de bajar la
indomable cerviz ante los inescrutables designios de la Providencia.

El Sr. Hartzenbusch, con su instinto dramático, ha hecho que los
crímenes de Dimas arrancasen de la venganza tomada por un acto
bárbaramente injusto; y la venganza, cuando es la reparación de una
injusticia atroz, suele encontrar cierta secreta excusa entre los
hombres, ya que no ante Dios. Damos nuestro humilde parabién al
autor de tantas obras maestras, por la conciencia con que ha trazado
las dos figuras principales del drama sacro que nos ocupa, que son, a
no dudarlo, dos creaciones inmortales por la profunda verdad que las
enaltece.


Los
demás caracteres están briosa y magistralmente trazados. El de
Procla es un modelo acabado. Su dignidad es una preclara mezcla de la
entereza esforzada, común en las matronas de la Roma gentil, y del
vivo sentimiento de noble decoro que constituye la más preciada
corona de las mujeres cristianas. Esta dignidad castiza y de buena
ley, que siempre dimana de sentimientos hidalgos y levantados,
contrasta con los arranques de cesárea vanidad con que su marido
Poncio Pilatos quiere cubrir la ruin bajeza de sus
pensamientos y la torpeza de sus liviandades. Betsabé es una
figura radiante de pureza ideal y de adorable candor. Los rayos de
celeste luz que parten de la doctrina del Crucificado, no necesitan
derretir en el bello corazón de María ningún afecto
bastardo, ninguna pasión vergonzosa. No hacen más que añadir un
cambiante de divina luz a aquel prisma de puros resplandores. El de
Sara es de suma belleza. Sumisa, buena, apacible, es toda
abnegación y bondad. El cuadro de sus ambiciones, y la historia de
su corazón, están entrañados en esta deliciosa octava:


SARA.
Tu amor es mi único anhelo:


Dar
el calzado a tu planta,


Collares
a tu garganta,


Lazos
y lustre a tu pelo.


No
quiero cosa ninguna


De
cuanto aquí se atesora;


Quiero
a mi joven señora


Porque
he mecido su cuna.


Nacor,
aunque apenas asoma en la escena, aparece bosquejado de perfil con
palpitante energía. Son admirables las estrofas en que pinta su
pasión favorita, roca que el aliento de Cristo ha convertido en
manantial de aguas cristalinas, de amor al prójimo y entrañable
caridad. Dice así:


NAC.
¿Prestarme crédito


Dificultáis?
¡Ya! ¡Tenía


Yo
tanto amor al dinero! -


Perdí esposa, hijos perdí;


Pero
salvé un cofre lleno


De
oro. Lloraba a mis hijos,


Pero
encontraba consuelo


Abriendo
el cofre. Pasaban


Los
años, iba en aumento


Mi
caudal; otro era el cofre,


No
pudiera ya moverlo


Ni
Sansón: el arca grande


Volvió
mi dolor pequeño.


Miraba
yo el oro, y él


Mirábame
sonriendo;


Tocábale
yo, y hablaba;


Quedito,
eso sí, muy quedo.


«No
hay mal que no cure yo,»


Decía,
sonando a cielo:


Ya
suena a cántaro frágil


Que
tiran roto al estiércol. -


¡Esposa
mía! ¡Hijos míos!


Pronto
necesito veros!


¡Avaro
fui, ya soy hombre!


Si
tuviésemos que trasladar todas las tiradas de bellísimos versos que
esmaltan y enriquecen el drama del Sr. Hartzenbusch, no acabaríamos
nunca esta informe y desaliñada revista. No podemos, sin embargo,
resistir al deseo de citar las sublimes estrofas en que Procla
describe al asombrado Poncio el sueño con que Dios le ha manifestado
el futuro y glorioso triunfo de la cruz y los ya célebres versos con
que Dimas relata el acto más meritorio de su vida:


SUEÑO
DE PROCLA. (Prócula)


PROC.
Escucha. Tarde me dormí, con pena


La
prisión del Ungido recordando.


Por
él temía, y a la par temblaba


Por
ti, sin acertar a separaros.


Audaz
mi pensamiento el velo rompe


De
los siglos futuros y lejanos,


Y
miro alzar y derruir ciudades,


Y
virgen tierra de la mar brotando.


Sobre
varas de cónsules partidas


Y
púrpura imperial rota en harapos,


Hundiendo
en lodo sanguinosas aras


Y
efigies de metales y de mármol;


Despedazadas
Juno y Citerea,


Sin
bidente Pluton
, Júpiter manco;


Rico
de oro y marfil, con lenta marcha,


Entre
pompa triunfal rodaba un carro.


De
pie matrona de sin par belleza


Descollaba
en el plinto levantado,


Y
en vez de águila de oro vencedora,


(¿Quién
pudiera jamás imaginarlo?)


¡Tremolaba
una cruz!
PIL. ¡Una cruz! ¡Ese


Instrumento
cruel, patibulario,


Lecho
de muerte para el crimen, sólo


De
verdugos y víctimas tocado!


PROC.
Ese adoraban, la rodilla en suelo,


Generaciones
por venir, de rasgos


Que
Roma nunca vio: cruz en su trage,


La
cruz de sus pendones era ornato;


Puesta
la vi sobre real corona,


Y
henchir las plazas y poblar los campos,


Y
en altísimas torres empinada,


La
región de los vientos dominando.


Y
en recia voz unísono decía


De
tantas gentes el concurso vario:


«Creo
en un solo Ser Omnipotente,


Dios
Padre que crió cuanto hay criado;


Y
en Jesús, unigénito del Padre,


Dios
que hombre fue para su gloria darnos;


Que
padeció bajo el poder de Poncio...»


¿Qué
Poncio es ese? pregunté. - «Pilatos,»


Pontífices
y reyes me dijeron,


Mercader
y pastor, niño y anciano.


PIL.
¡Poncio Pilatos! ¡Yo!


PROC.
Tú, esposo mío.


Válete
del anuncio: yo he soñado


Para
que tú no yerres: mira, Poncio,


Que
añadieron después los que me hablaron:


«Borrará
el tiempo la memoria y nombre


De
Codro y Belo, César y Alejandro;


La
del cobarde juez del Nazareno


Durará
lo que el sol en el espacio.»
El trozo en que Dimas cuenta a
Betsabé la manera como salvó al niño Jesús, que el público acoge
siempre con tempestades de frenéticos aplausos, es sin duda uno de
los mejores que han salido nunca de la musa castellana. Es como
sigue:
DIM. La historia de niño halaga:


Oye
una infantil historia.


Diez
años contaba yo,


Y
mi padre mercader


Un
viaje tuvo que hacer,


Saliendo
de Jericó.


Marchar a Egipto debió:


Y
yo, que en pueril estilo


Manifestaba
intranquilo


De
errante vida el antojo,


Ver
quise el piélago Rojo,


Las
pirámides y el Nilo.


Caminamos
por jarales


Y
hondonadas y laderas;


Bramidos oí de fieras,


Bramidos
de vendavales.


Movedizos arenales
Embazaron al camello.
Ya de vuelta su resuello

Noche barruntó lluviosa:
Negra vino y espantosa
Que en
pie nos puso el cabello.
De una peña cobijados,
En mantas
nos envolvimos,
Cuando pisadas oímos
Y voces de hombres
armados.
«Cruzarán los tres cuitados
(Habló una voz) por
acá;
El rey niño morirá.
- Matar al niño es tu encargo

(Dijo otro); no descuidarse,
Que pudieran escaparse
Por
el torrente a lo largo.»
Yo temblaba; sin embargo,
Ya ideaba
algo atrevido.
Cesó de pasos el ruido...
«Padre (dije) ya
no llueve:
Cenemos. ¡Al vino! ¡Bebe!»
Bebió; se quedó
dormido.
Mi padre, al amanecer,
Aún reposaba; ¡yo en vela!

Corro como una gacela,
Y en alto me pongo a ver.
«¡Tres!
¡Ellos! ¡Él! Ha de ser
Disfraz su modesto aliño.»
Canto,
me miran, les guiño,
Y grito en llegando en frente:
«¡Señora,
por el torrente;
Que si no, matan al niño!»


Esto
sí que es manejar primorosamente esa lengua pura como el oro, sonora como la plata, flexible como el acero, que Carlos I consideraba hecha
para hablar con Dios.


El
mal apóstol y el buen ladrón
es una obra trascendental y profunda
en su intención simbólica, admirable por la verdad magistral con
que sus caracteres se hallan trazados, por la variedad de las
situaciones que el variado juego de los mismos produce, por la
grandiosidad de sus proporciones, y por la incomparable riqueza de su
versificación. Uno de los méritos que más la avaloran es que la
sagrada figura de Cristo no aparece nunca en escena, y que el público
sabe la historia de su pasión y muerte por boca de los demás
personajes, causando un terror sublime y un interés extraordinario,
sin exponer los misterios de la agonía de un Dios a los ojos
profanos de una sociedad que nunca podría poner sus corazones,
profanados por tanta multitud de mezquinos sentimientos, al diapasón
del dolor más profundo e insondable y del más alto misterio que han
asombrado a los cielos y a la tierra.


El
Sr. Hartzenbusch, insigne autor de dramas inestimables, ha añadido
una joya más de gran valor a su diadema de gloria. Cíñala con
legítimo orgullo, pues la posteridad la colocará también,
enriquecida sin duda por otras preseas de no menos estimación,
encima de su nombre glorioso, que es ya una estrella fija en el
brillante cielo de nuestras glorias nacionales!
____

miércoles, 1 de septiembre de 2021

molt noble e magnifich baro En Bernat Gilabert de Cruylles

 

Al molt noble e magnifich baro En Bernat Gilabert de Cruylles capita per lo Principat de Cathalunya en les parts de Empurda.
Molt noble e magnifich baro. Deliberat es stat tremetre a vos lo honorable mossen Johan Colom cavaller per part nostra e lo honorable mossen
Johan Bellafilla ciuteda per part de aquesta ciutat per comunicar ab vos de algunes coses al dit mossen Johan en instruccions dades. Pregam e encarregam vos que adhibint li fe e creença doneu orde aquelles se conponguen e prest per bon stament daqueixa terra segons la necessitat requer de vos plenament se confie. E sie la Santa Trinitat proteccio a tots e dileccio dels negocis que
proseguim. Data en Barchinona a VIII de octubre del any MCCCCLXIII.
- Los deputats e consell del General et cetera.


Igual a la que precede, y con la dirección respectiva, fue escrita otra carta a los cónsules de la villa de Castellon de Ampuries.

lunes, 30 de agosto de 2021

Joseph Taronjí Cortés. A LA LLOTJA DE PALMA. SÓLLER. DESPRÉS DE LA COMUNIÓ.

JOSEPH TARONJÍ.


(Tengo
editado un libro suyo completo, el trovador mallorquín, lo trovador mallorquí)

el trovador mallorquín, lo trovador mallorquí





Lo
nom d'aqueix poeta ressoná per primera vegada en lo saló del Ateneo
Balear, 
ahont
llegí algunes de ses poesies mallorquines. De llavores han aparagut
continuament obres seues en los periódichs de Palma, especialment en
la Revista Balear. Ha pres part també en la lluyta dels Jochs
florals de Barcelona, y en l'any 1871 obtingué el primer y segon de
los accéssits a la medalla d'argent oferta per los mallorquins
aymadors
de la llengua patria. Les poesies premiades son las
titoladas Sóller y A la Llotja de Palma. Naxqué lo dia 10 de març
de 1847, y fá poch fóu ordenat de prevere.



Joseph Taronjí Cortés.




A LA LLOTJA DE PALMA.





Vora
les quietes aygues que besan la ribera


Ton
còs gentil axecas ab noble magestat;


Jo
vench a contemplarte quant ha la llum derrera,


Brillant
argentería, tes torres coronat.





En
lo mirall claríssim de les tranquiles ones


Allargas
ta figura, tos celestials contorns;


Al
esperit les ales de los recorts li donas,


Fugint
la fantasía de lo passat als jorns.






apars, rojenca fábrica, sentada ab robustesa,


Voltada
de casetes de pobrissols barquers;


Allá
'ls jays de Sant Pere d'honrada rustiquesa,


Y
açí recorts de Malta dels freyres cavallers.





A LA LONJA DE PALMA.


Junto
a las apacibles aguas que mecen la orilla, yergues majestuosamente tu
airoso cuerpo. Yo vengo a contemplarte cuando tus torres aparecen
coronadas con la argentada luz del crepúsculo de la tarde.


El
clarísimo espejo de las tranquilas ondas refleja prolongados tu
figura y tus celestes contornos. A tu vista el espíritu toma las
alas de los recuerdos, y la fantasía divaga por los tiempos pasados.


Hermosa
te presentas, rojiza fábrica, robustamente asentada en medio de
innumerables hogares de pobres bateleros. Allá los ancianos de la
hermandad de San Pedro, de rusticidad honrada: aquí recuerdos de los
caballeros de San Juan.






Ab ánima exmoguda, la
llotja mallorquina,


M'acost
pera guaytarne tos gòtichs finestrals,


Les
vèrgens protectores, d'execució divina,


Les
belles filigranes, ergull de tos portals.





M'acost,
y fret silenci lo respirar m'atura;


Me'n
entro..... y la foscúria congela mon esprit.


Columnes
solitaries hi elevan a l'altura


Llurs
espirals gracioses, ramatge destexit.





L'ayrosa
columnada de forma falaguera,


Sens
capitell ni basse captiva ab gotx intens;


S'encreuhan
les arcades com rams d'una palmera,


Y
l'ánima disfruta d'un benestar inmens.





Pero
¿perqué eix silenci de tomba funerari?


¿Perqué
taulons indignes causant profanació?


¿Perqué
exos munts de saques, sens cor, abandonarhi?


¿Es
esta la gran Casa de la contractació?





¿Es
esta per ventura la llotja mallorquina


Que
Defensors y Cònsuls alçaren ab plaher,


Perque
rebés ab pompa la flota llevantina


La
patria d'en Vallseca, d'en Jaquotot Ferrer?





Oh lonja mallorquina! Con
el alma conmovida profundamente, me acerco para ver tus góticos
ventanajes, las estatuas divinamente ejecutadas de las vírgenes
protectoras, las ricas filigranas que decoran orgullosamente tus
vestíbulos.


Me
acerco, y la frialdad del silencio me para la respiración. Entro y
la oscuridad hiela mí espíritu. Solitarias las columnas elevan
hasta la bóveda sus graciosas espirales, que semejan en la altura
ramaje destrenzado.


La
gentil columnata cautiva los ojos, con sus ligeras formas, con su
ausencia de basamentos y capiteles. Crúzanse los arcos cual ramos de
palmera: y el alma disfruta por breves momentos de inmenso bienestar.


Pero
¡qué silencio, qué silencio sepulcral!


¿Y
por qué está profanado este noble edificio?


¿Por
qué esos sacos y maderas acá y acullá desparramados?


¿Es
esta la grandiosa Casa de contratación?


¿Es
esta por ventura la lonja de Palma, que levantaron con sin igual
placer los antiguos Cónsules y Defensores, para que la patria de
Valseca y de Jaime Ferrer recibiese con la debida pompa las flotas
mallorquinas que regresaban de Levante?








¿Ahont son los de Provença, los de nació pisana


Qu'aquí
murmullejavan ab turchs genovarts?


¡Oh
varietat riallera! la gorra catalana, (el gorro frigio)


La
grega barretina, lo caputxet dels sarts....?





Jo
sento colps de maça, soroll de carretades,


Barbull
de pescadores, renòu de mariners;


Per
exa plaça sento sonores martellades,


Ab
fort brugit s'en vénen estols de mercaders.





Y
fér les mies orelles y mòu la fantasía


Esta
remor superba de comercial bojiot;


Será
d'aqueix gran temple la mágica armonía,


Será
d'un actiu poble lo fèrvit avalot....!





Nó,
nó... que s'il-lusiona ma pensa acalorada,


Res
ve de lo que sento, res es del que m'apar;


Columnes
enfosquides descobre ma mirada,


Com
rests torçuts de barca a la bòveda pujar.





Per
tot lo fret silenci lo pensament retgira,


Lo
desencant ofega del ánima lo vol;


Un
nom en les arcades l'esperit meu ovira,


Del
gran Guillem Sagrera l'esperit meu se dol.





¿ están los
de Provenza, los de Pisa, cuya habla se mezclaba aquí con la de los
turcos y genoveses? Oh risueña variedad! Aquí hubierais visto la
gorra catalana, el birrete griego, el capote de Cerdeña....


Yo
siento el golpear de los mazos, el estruendo de las carretas, la
grita que mueven pescadoras y marineros. Sonoros martillazos resuenan
en esa plaza; numerosos grupos de mercaderes se acercan charlando
ruidosamente.


Y
hiere mis oídos, y mueve la fantasía este soberbio rumor del
movimiento comercial. Tal vez sea la mágica armonía que de este
gran templo se exhala; tal vez el fervor tumultuoso de un activo
pueblo.....


No,
no... que se engaña mi pensamiento enardecido.


Nada
de lo que oigo viene, nada existe de lo que ver imagino. Únicamente
descubro las ennegrecidas columnas que suben hasta la bóveda,
semejantes a los retorcidos cables de un buque.


Por
todas partes el frío silencio me acongoja, por todas partes el
desencanto corta el vuelo del alma. Pero mí espíritu lee un nombre
grabado en estos arcos, mí espíritu se acuerda con dolor del
insigne arquitecto Guillermo Sagrera.









Guillem, l'ombra dels
setgles ta cara té absconduda;


Dels
homens l'oblidança ta gloria enterbolí:


Mas
d'ella les petjades mon pensament saluda


A
Nápols y Girona y a Perpinyá y aquí.





Aquí!
hont cada pedra la cántiga gloriosa


Murmura
de los gènis ab llengua singular;


Mas
jau arreconada exa llotja portentosa,


Com
una barca vella a la vora de la mar.





Celísties
del cap-vespre de mil colors pintades


Desplegan
s'hermosura per sobre 'ls seus merlets;


Com
altre temps encare les fresques marinades


Ab
llurs olors balsámichs animan ses parets.





¿No
tornará lo die de sa potent grandesa?


¿Dels
setgles la polsada tant sols l'ha de vestir?


No
vullas, patria mia, pagar ab tal vilesa


L'honor
que nostres ávis te feren conquerir!



_____



Guillermo! la sombra de
los siglos ha velado tu cara, el olvido de los hombres ha oscurecido
tu gloria, pero mi pensamiento saluda todavía sus brillantes huellas
en Nápoles, en Gerona, en Perpiñan, aquí.


Aquí!
en donde cada sillar murmura con extraña lengua la cántiga gloriosa
de los genios!


Mas,
ay triste! yace esta bellísima lonja arrinconada a la orilla del
mar, como una barca inservible.


Los
variados colores de la luz vespertina despliegan su hermosura por
sobre las lindas almenas: como en tiempos más felices las frescas
brisas del mar animan sus muros con balsámicos olores.


¿No
volverá jamás el tiempo de su poderosa grandeza? ¿Por única
vestimenta le hemos de dejar el polvo de los siglos? Oh, patria mía!
no quieras pagar con vilezas la honra que te legaron nuestros
padres!

_____



SÒLLER.



(En el libro de
Taronjí, SÓLLER.
Poesía premiada en los Jochs florals de
Barcelona, en Maig de 1871.
)



¡Oh
benhaurada terra


Ahont
la pau hi té niu, y per la plana (Hont)


Voletetja
y la serra,


Ahont
lo frést nom de guerra


Sòls
corre malmenat per veu llunyana!





De
bon matí les roses


Que
tira el sol adornan l'alta via,


Y
després envejoses


Les
flors del vall hermoses


Obrint
los ulls alegran la masía.





Allá,
de les pomeres


Que
rodejan los hòrts y les marjades


Botan,
botan rioleres


Les
áus dematineres


Brins
a picar p'els buyts de les perxades.





SÓLLER.


Oh
bienaventurado pais en donde construye su nido la paz, y
revolotea por las sierras y llanuras; en donde el grito feroz de la
guerra sólo se deja oír mal conducido por voces lejanas.


Muy
de mañana las rosas que el sol envía adornan las altas cumbres de
los montes, y envidiosas las florecillas del valle abren sus cálices
y alegran las alquerías.


Allí
de los manzanos que rodean los huertos y bancales saltan las risueñas
aves de la mañana, y vuelan a concertar con su piquito la brizna en
los derruidos techos.





Y entorn de la caseta


Del
festiu llaurador sos lays refilan,


Y
entorn de l'Esgleyeta


Cantan
ab llur harpeta


Lo
chor sagrat que 'ls seraphins estilan.



De
nit, quant les oscures


Ombres
del vall descobren l'estelada,


Se
gosan les dolçures


De
l' aura perfumada,


Ab
los taronjerals enjogassada.





Allá,
'l cor de les nines


Es
un cel d'armonía delitosa;


Dins
ell, les veus divines


Gayes
veus mallorquines


Se
tornan, nostra llengua fent xamosa.





Y
les gentils donzelles,


De
blanch vestides y color del ayre


Rumbetjan
les poncelles


De
violes y roselles


Qu'ahir
culliren pera 'l bon glosayre....!





Lo
suau de l'armonía


Que
brollar pot de l'eternal bellesa,


Lo
rich de la poesía


Que
llúu en la fantasía


Dins
Sóller ho ha sembrat Naturalesa.





Posadas ante la vivienda
del festivo labrador, ensayan sus deliciosos gorjeos; y entorno del
oratorio de la Madre de Dios remedan con arpilla melodiosa el coro
sagrado que cantan en el cielo los serafines.


Por
la noche, cuando se rasgan las oscuras nieblas del valle y descubren
el estrellado firmamento, se goza allí la dulzura de la perfumada
brisa, que juguetea en los naranjales.


Allí,
el corazón de las jóvenes es un cielo de deliciosa armonía. En el
interior de este corazón las divinas voces se convierten en alegres
palabras mallorquinas, que hacen más y más graciosa nuestra lengua.


Las
doncellas vestidas de azul y blanco ostentan ramilletes de amapolas y
violetas, cogidos la víspera para premio de los trovadores
populares.


Todo
lo suave de la armonía que puede manar de la eternal belleza, todo
lo esplendoroso de la poesía que relumbra en la imaginación, lo ha
esparcido la Naturaleza en el territorio de Sóller.






Si duyt p'els grats
aromes


En
la Pasqua florida vas a l'horta,


Les
magranes y pomes


En
flor vestint les comes,


La
pau revivarán en ton pit morta.





Los
taronjers flayrosos


S'abraçan
ab les mòres oliveres,


Ab
noguerets ayrosos


Los
pins maravellosos,


Ab
los fassers gracioses llimoneres.





Les
llargues cequïoles


Ab
gotx per entre los vergers murmuran;


Engrossan
fontinyoles,


Fins
la mar no s'aturan,


Y
l'abundancia fèrtil asseguran.





Esguarda
la fumera


Que
dels enginys corona les teulades,


Escolta
la feynera


Pobreta
jornalera,


Junt
dels telers ab les remors variades.





Pero,
déxahi la vora


Dels
torrentols que raspan les arenes


Del
port, déxahi enfora


La
mar barbulladora


Que
s'entretén jugant ab atzucenes.





Si, atraído por los
gratos aromas, visitas las amenas huertas durante el risueño abril,
los granados y manzanos en flor que visten las laderas de las
colinas, harán revivir la dulce paz en tu pecho.


Los
olorosos naranjos entrelazan sus jóvenes ramas con olivos que
plantaron los árabes; tiernos nogales se acercan a altísimos pinos,
y esbeltos limoneros crecen al lado de las elegantes palmeras.


El
agua corre murmurando por las largas acequias, en medio de los
vergeles; acrecienta las fuentecillas, y llega hasta el mar, por do
quiera derramando la fértil abundancia.


Mira
la columna de humo que corona el techo de las fábricas; escucha la
voz de la pobre jornalera, y el variado rumor de los telares.


Pero
deja la orilla de los torrentes que remueven las arenas del puerto,
deja a la espalda la resonante mar que juguetea con las azucenas de
la playa.






Oh! munta al Putx; les
glories


Les
esplendors veurás de l'ampla terra,


En
formes il-lusories


Les
antigues memories


Dés
tota l'illa pujan dalt la serra.



L'arrevellit
brancatge,


De
But-Naba la viva torrentera,


Del
mar l'inmens ropatge,


Sens
fons l'espay selvatge,


Al
pit retornan sa forçor primera....


.......



¡Oh
terra benvolguda,


Lluny,
ben lluny dels palaus y les arcades


Pass',
de Deu ab la ajuda,


Ma
vida renascuda


Algun
jorn en tes quietes fondalades!

_________



Oh! sube con aliento la
montaña del Putx: (Puig, puch, pueyo, pui, podio: podium) en
su cima contemplarás los esplendores de la ancha tierra; y volarán
a ti como ilusiones los recuerdos de la antigüedad, desde toda la
redondez de la isla.


El
crudo ramaje esparcido, las ruidosas fuentes de But-Naba, el infinito
velo que cubre los mares, la salvaje extensión del espacio sin
fondo, vuelven al pecho la juventud primera.....
…........


¡Oh
pais bienamado! ¡Quiera Dios que mi vida reanimada se deslice
algun día, lejos, muy lejos de los alcázares y palacios, en medio
de tus apacibles valladares!

(El término pais, país,
sobre todo en el siglo XIX, se refiere a cualquier extensión de
tierra. En Francia se usan todavía Pays d'Oc, Pays d'Herault, etc.

Los catalanistas gilipollas indocumentados del siglo XX y XXI
llaman País Valencià al antiguo reino de Valencia, països catalans
a toda una fantástica zona donde dicen que se habla e escribe la
lengua catalana, infecto dialecto OCcitano con mucha soberbia y
dinero para gastar. Además llaman Franja algunos franchistas
catalanistas a unos territorios de Aragón lindantes con la actual
Cataluña, condados francos y aragoneses en la remota historia.)

____





DESPRÉS DE LA COMUNIÓ.



(No
incluído en el trovador mallorquín)




Senyor,
Senyor, Deu dels cels,


¿Qué
vos dirá la mena ánima, (meua; meva)


En
estes hores solemnes


De
fervors y de pregaries?





Heu
baxat de les altures,


Heu
vengut a visitarme;


Cantavan
los aucellets,


Sonreya
la matinada.





Per
mans de vostre prevere


Vos
he rebut, llum de Gracia;


Defallía
l'esperit,


Lo
coret meu se torbava.





¡Oh
ditxa del cor suprema!


Lo
Creador enamorarse


D'esta
pobreta criatura


Mes
petita qu'una palla!






DESPUÉS DE LA COMUNIÓN.


Señor,
Señor, Dios de los cielos, ¿qué te dirá el alma mía en estos
instantes solemnes de fervores y plegarias?


Has
descendido de las alturas, has venido a visitarme; cantaban los
pajarillos, sonreía dulcemente la alborada.


De
manos de tu ministro te he recibido, luz de la Gracia; mi espíritu
desfallecía, mi corazón estaba turbado.


Oh
suprema dicha del corazón! el Creador enamorarse de esta pobre
criatura, más pequeña que una débil arista!





Lo Creador silenci, cor,


Que
lo Creador es ton Pare,


Es
ton Redemptor Jesús,


Jesús,
qui vol abraçarte.





Y
vé del cel, y t' convida


A
que préguis y demanes,


A
que ton desitx li expresses


Y
ton amor li consagres.





Amor
de la vida mia,


Maravellosa
fontana


Del
amor, Jesús, mon bé;


Mon
cor de la terra s'alça.





En
exes aygues divines


De
la Gracia sobirana


Que
banya terres y mons,


Vinch
ab anhel a banyarme.





Regáu,
oh font espayosa


Del
amor inexgotable,


Regáu
de mon esperit


Les
floretetes que naxen.





Nó,
de mi no 'us allunyeu,


Estimat
de la meua ánima;


Estar
ab Vos es la gloria,


Ab
Vos les penes s'acaban.





Amich
meu, siau benvengut,


Preneu,
Jesuchrist, ma casa;


N'es
molt trista y descoberta,


Freda
n'es y descrostada;




El Creador.... silencio,
corazón mío; que el Creador es tu padre; tu Redentor es Jesús,
Jesús que quiere darte un abrazo.


Y
viene del cielo, y te convida a que ruegues y solicites, a que le
expreses tu deseo, y le consagres tu amor.


Amor
de mi vida, maravillosa corriente del amor, Jesús, bien mío; mi
corazón se levanta de la tierra.


En
estas aguas divinas de la Gracia soberana, que baña tierras y
mundos, vengo anheloso a bañarme.


Riega,
oh espaciosa fuente del amor inagotable, riega las florecillas de mi
espíritu, que empiezan a brotar.


No,
no te alejes de mí, amado de mi alma; estar contigo es la gloria,
contigo se acaban los sufrimientos.


Amigo
mío, bienvenido seas, oh Jesucristo! toma posesión de mi casa. Es
muy triste y fría, está sin techo y descostradas sus paredes.






Però.... vos
l'alegrareu,


Vos
hi animareu la flama


De
la santa Caritat,


Del
amor mes delectable.





Si
encesa román totduna


Que
vos voleu exa flama,


Enceneula
vos suplich,


Vos
ho dich per vostra Mare!





Senyora
mia, la reyna


Dels
seraphins adorada,


Pregáu
per mí, puix sabeu


D'amor
místiques paraules.





Mon
cor no es ja de la terra;


¿Qué
me importan les mundanes


Criatures?
qué les amors


De
la terra malanades?





Amor
sant, amor puríssim,


Encens
que lo bell exhala,


Caritat
universal,


Per
tú sedejo ab greus ansies....





Deslligáu
mon cos de terra,


Desfermáu
exa mortalla;


Jesús
es mon únich bé,


Ab
Jesús tench esposalles!

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Pero tú harás reinar la
alegría, tú animarás en ella la llama de la santa caridad, del
amor más delicioso.


Si
encendida queda esta llama luego que quieres, enciéndela, Señor; te
lo suplico por tu madre.


Señora
mía, reina adorada de los serafines, ruega por mí, tú que sabes
las místicas palabras del amor.


Mi
corazón ya no pertenece a la tierra, ¿qué me importan las
criaturas del mundo? qué los malhadados amores terrenales?


Amor
santo, purísimo amor, incienso que te exhalas de la belleza, caridad
universal, por ti estoy sediento con dolorosas ansias....


Disuélvase
mi cuerpo de barro, deslíguese mi mortaja. Mi único bien es Jesús,
Jesús el esposo del alma mía!

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