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jueves, 28 de octubre de 2021

XVII. LAS DISCIPLINAS.

XVII. 

LAS DISCIPLINAS. 


Quoniam ego in flagella paratus sum

et dolor meus in conspectu meo semper 

Quoniam iniquitatem meam anuntiabo: 

et cogitabo pro pecato meo. 

Ps. XXXVII. V. 18. 19. (Psalmo, salmo 37, versículos 18-19)


Voy a revelaros una historia muy sencilla, y que ciertamente os impresionaría si la hubieseis oído como yo de la boca misma de uno de sus principales personajes. Podré trasladar parte de sus palabras; pero no el tono de su voz, ni el calor de sus expresiones, ni la energía de su profundo sentimiento. Entonces era el corazón que hablaba, ahora es un eco impasible y frío que vuelve únicamente los sonidos. 

No achaquéis a vanidad el consignar en estas páginas mi piadosa costumbre de permanecer largo rato en la catedral, después que se ha derramado por sus puertas el inmenso concurso que en ella hierve al pasar la procesión del jueves santo. Me gusta contemplar a mi sabor aquel sagrado monumento, resplandeciendo en la soledad, y despertando suavísimas emociones en medio del alto silencio de la noche. Situado en la extremidad opuesta observo con placer el conjunto de simétricas luces que, a causa de la distancia y de la cortedad de mi vista, parecen entretejer las hebras de sus coronas radiantes, asemejándose a una tela de oro tendida a los rayos del sol. Tal vez las ideas propias de aquella hora y de aquel sitio suspenden una lágrima en mis pestañas, y entonces su sombra aparece en cada una de las luces, y la alfombra de llama que cubre la escalinata se me representa como bordada de extraños arabescos que imitan la pomposa rueda de un pavo real. Hermoso es también ver colgado en medio de aquella nave el enorme lamparón como un sol arrancado de su órbita ordinaria, las sombras de los arcos y columnas que destacan en los muros de las otras naves, y el todo imponente de aquel vasto edificio que se prolonga y pierde en el fondo obscuro de la capilla mayor. Sentado pues allí en un banco, a guisa de artista delante de su modelo, o hincado de rodillas como cristiano delante de su Dios, me entrego a una doble contemplación en que los afectos piadosos y las imágenes poéticas se suceden a porfía sin embarazarse mutuamente, y como que respire una aura deliciosa en que la devoción y la poesía mezclan y confunden sus odoríferos perfumes. Y no creáis que haya necesidad de ser muy ascéticos para saborear la dulcedumbre de este recogimiento, pues por poco arraigado que esté en el corazón el sentimiento religioso, por poco que puedan las fuerzas del espíritu traspasar la esfera de los sentidos, como que aquella noche nos lleve de la mano, y nos conduzca a una región misteriosa, donde si Dios no se deja ver, al menos se deja sentir como el calor del sol en un ciego de nacimiento: y donde el hombre siente a Dios, allí hay poesía, porque Dios es la fuente de lo sublime, y en la expansión del alma fluye suavemente el raudal de las inspiraciones. Aquel suntuoso aparato cuya majestad no disminuye por la escasez de espectadores, aquella soledad en que no estorban los pequeños y aislados grupos que sobre el lustroso pavimento como sombras destacan, aquella quietud profunda no turbada por el leve movimiento de rezagados fieles que vienen todavía a orar o van a buscar su necesario descanso, aquel silencio sólo interrumpido por el pausado, monótono y alternativo canto de unos pocos clérigos que recitan la salmodia, todo esto son, por decirlo así, medios poéticos que allanan el camino a ideas de superior naturaleza. Las impresiones atraen los recuerdos: lo presente hace vivir en lo pasado, y aquella decoración magnifica, mirada al través de la nube condensada por el aliento sucesivo de todo un pueblo, ya se transforma en el Cenáculo, donde el generoso Amigo da el abrazo de despedida a sus amigos queridos, ya la imaginación impelida por el afán de la memoria y por la comparación de las horas, mata de un soplo todas aquellas luces, y vuela al jardín de las Olivas donde el generoso Amigo va a recibir el abrazo de muerte y el beso fatal del amigo traidor. (Judas; Getsemaní, monte de los olivos)

Con estas ideas traía ocupada la mente hará unos diez años, cuando por casualidad, o mejor dicho, por distracción fijé mi vista en un gallardo pero macilento joven, que medio oculto en la sombra del último confesonario, parecía orar con toda la compunción de un penitente, el fervor de un cenobita y la calma de un ángel. Cruzadas ambas manos sobre el pecho y algo inclinada sobre el hombro la cabeza, permanecía arrodillado e inmóvil, como si fuese un busto de piedra labrado para personificar el recogimiento. Mientras le estaba observando sobrecogióme el primer toque de las nueve. Hay esta noche algo de imponente y misterioso en la vibración repentina de la campana horaria, sobre todo para el que está acostumbrado a oírla precedida siempre por la campana de los cuartos. Enmudecida esta, parece que el tiempo ha cambiado de medida, y como son más largos los intervalos de silencio, su interrupción es más brusca o inesperada: así es que a pesar de tenerlo sabido aquel golpe suele causarme una impresión indefinible; pero entonces fue mayor el efecto que produjo en la actitud y fisonomía del joven que yo contemplaba. Sin duda aquel sonido había vibrado en el fondo de sus entrañas, sin duda sería el eco de otros sonidos que marcaron la hora de grandes felicidades o de grandes infortunios, pues le estremeció como si la voz del reloj le profetizase una horrible tribulación. 

En seguida sacó un objeto que no pude distinguir, lo envolvió cuidadosamente, y ocultándolo en sus manos le prodigaba repetidos besos con suma pasión y enternecimiento. ¿Qué especie de superstición sería aquella? Yo veía el movimiento de su pecho, la crispación de sus dedos, el grueso llanto de sus ojos; y vi luego que desfallecido, no pudiendo tenerse de rodillas, tuvo que doblar el cuerpo y hacerlo descansar sobre sus piernas, reclinando en las tablas del confesonario su semblante pálido como el de un cadáver. Lance era este para excitar la curiosidad del hombre más indiferente, y la compasión del más egoísta. Acudí a socorrerle, y tomándole una mano, conocí que apretaba también unas disciplinas cuya humedad me hizo estremecer: creí de pronto que estaban bañadas en sangre; pero no eran sino lágrimas recientes: sangre había también, aunque sus gotas estaban ya secas! Si quedé sorprendido no hay que decirlo: iba a retirar la mano, y el afligido mancebo me contuvo con un ay! doloroso que me traspasó el corazón. Por fin animándole con blandas palabras le saqué fuera de la iglesia, y le conduje al Mirador para que el fresco de la noche, la brisa del mar y la hermosa claridad de la luna avivasen sus medio aletargados sentidos. 

¿A qué trasladar palabra por palabra nuestro coloquio? Bastará decir que fue el origen de una amistad eterna, y que si publico sus arcanos, es para proporcionar a mi interlocutor un nuevo amigo en cada lector que simpatice con una historia tan parca de novelescos incidentes, como llena de candor, religiosidad y sentimiento. Héla aquí como él me la refería. 

“Esta noche en que se rememora la prueba más espléndida del amor divino, fue la noche en que mi corazón se sintió súbitamente henchido del amor humano. No vayas a creer profanación este enlace de ideas, porque el cielo y la tierra tienen cadenas misteriosas que los unen, y feliz el que puede servirse de ellas como de la escala de Jacob, para ascender más fácilmente. Oh! yo había encontrado una de estas cadenas de valor infinito, y en un momento de delirio 

con mis propias manos dividí sus eslabones! Educado en el seno de piadosa familia, llegué a los veinte años tan puro e inocente como otros jóvenes llegan a los quince; mis pasiones dormían el sueño de la infancia, y un hábito de piedad las arrullaba, sin saberlo yo, para que no despertasen. Contento o resignado seguía la senda que se abría ante mis ojos, y la seguía sin imaginar la posibilidad de otra, ni recelarme del cansancio por su monotonía, o del fastidio por su soledad y aislamiento. Nuestro porvenir está detrás de espesa cortina, y nunca me había preguntado: ¿qué es lo que habrá detrás de la mía? Era esto confianza en Dios o reprensible descuido? Fuese una o otra cosa, yo vivía tranquilo, y ahora lloro como el más desgraciado de los hombres; pero si me fuese dado volver a tal sosiego sin esperanzas de conocer el bien que para siempre y por mi culpa he perdido, preferiría vivir la vida de dolor que arrastro, gemir bajo el peso de los remordimientos que me consumen, atravesar este páramo desierto, sin flores, sin luz, sin horizonte alguno, por solo el consuelo de volver la vista atrás, y contemplar la bellísima imagen de felicidad que el cielo me había deparado, y que el cielo justamente me arrebató. 

Dos años (se) cumplen hoy que, disminuida gradualmente la brillante concurrencia que al anochecer inunda las naves de la catedral, me hallaba recostado en una de las columnas inmediatas al monumento, cuando volví los ojos y sorprendido los clavé en una joven, que al lado de su madre permanecía inmóvil y como sumergida en profunda contemplación. Muchos son los corazones cuya suerte ha decidido el aspecto súbito de una beldad; pero había allí algo más que belleza, y esta era la... ¿Diré de un ángel? Oh! esta comparación se ha hecho demasiado vulgar, la han desvirtuado y ya nada significa, la han profanado, y no quiero aplicarla a un objeto que tan justamente la merecía. Su compostura y aseo, su traje elegante al par que modesto, sus finísimos cabellos prendidos con tanta gracia como sencillez me hicieron comprender que aquella joven ni conocía al mundo, ni era del mundo conocida. Quise apartar los ojos; pero aquella visión me tenía encantado: obraba en mí con todo el poder de un magnetismo celestial; destilaba sobre mi corazón un aroma desconocido. Contemplaba aquellas facciones peregrinas en que la delicadeza del contorno se hermanaba tan bien con la suavidad del colorido, y veía en su conjunto un sello radiante de angélica pureza que constituía la hermosura de su hermosura. Fija mi vista sobre ella, y ella de rodillas y con los párpados blandamente caídos, nos parecíamos en algo al bajo relieve de la Anunciación del famoso Berruguete, hasta que un leve movimiento me hizo cambiar súbitamente de postura. Punzábame vivísimo deseo de ver sus ojos, que imaginaba semejantes a los de un serafín, cuando ella de improviso levanta el velo de nieve que los cubría, sus pupilas inmobles se fijan en el santo sepulcro, y un rayo de luz divina reflejando en su azul purísimo viene a iluminar mi espíritu e inflamar mi corazón. Entonces me estremecí, y por un impulso irresistible me arrodillé también, no para adorar aquella mujer, sino para adorar a Dios que la había criado tan perfecta, y me la había allí traído, y hacía rebosar mi pecho de vagas e inefables esperanzas. Como tal vez el pecador vuelve a él cuando en medio de sus fugaces placeres le sorprenden las amenazas del infortunio, así el justo vuela al regazo del sumo Bienhechor cuando ve que le embiste un torrente de felicidad, y se congratula con él, y su alegría misma es ya un tributo de gratitud y un cántico de alabanza. Yo oraba con más fervor, sentía una compunción cual nunca la había experimentado, prorrumpía en lágrimas de bálsamo, como si aquel incremento de ternura y de piedad fuese una emanación, un efluvio de mi amor recién nacido. Oh! qué momentos aquellos en que un joven cuenta por primera vea palpitaciones tan dulces como extrañas, y divisa todo su porvenir al través de la hermosa llama que se levanta en su corazón! Otros amantes los habrán disfrutado parecidos, pero no iguales. 

Estos momentos entrañan las semillas de todas las dichas futuras, y las vicisitudes del tiempo no hacen más que ahogarlas o auxiliar su germinación; pero la vida tiene un confín demasiado estrecho, y como el amante no suele abarcar más que su horizonte, su pensamiento se estrella y se pierde en el sepulcro: no así el mío, que se lanzaba y perdía en la eternidad. Mi fruición en la tierra iba a ser preludio de mi fruición en el cielo, mis dichas perecederas e inmortales se me representaban como añudadas con la mística aureola de aquella joven, que me aparecía visiblemente predestinada, y cuya mano debía de ser también prenda segura de eterna salvación. Estas ideas bullían en mi mente, y pasaba el tiempo sin que apenas percibiera yo su curso, cuando el reloj dio las nueve, y la madre y la hija se levantaron para salir de la iglesia. 

Seguílas sin que lo advirtiesen, paso a paso y con el corazón estremecido, a la manera de Pedro cuando seguía a su divino Maestro preso y maniatado, y como Pedro me quedé solo en el umbral al entrar ellas en su casa. No me había atrevido a hablarlas por el camino, porque mi turbación inexperta podía venderme, y yo no tenía ánimo bastante para aventurar el tesoro de esperanzas que en mi seno llevaba; pero había oído en cambio un metal de voz tan tierno como una súplica a la Virgen, tan delicioso como el tapadillo de un órgano, tan religioso como el toque de la campana que llama a la oración. Había sabido también que aquella joven se llamaba María, y ya que este nombre no sea privilegio exclusivo de la Reina de los ángeles, me parecía entrever en él algo de simbólico que cifraba la pureza de las formas y la mística hermosura de mi amada. ¡Y verla desaparecer sin haberme atraído antes una sola mirada suya, por casual, por indiferente que hubiera sido! Si se hubiesen encontrado nuestros ojos ¿quién sabe si se hubieran comprendido nuestros corazones? y sin este primer eslabón ¿cómo forjar la cadena que debía enlazarlos mutuamente? Y no era probable que una palabra de amor escapada de mis labios la espantase, como a tímida paloma el tiro que retumba en los valles? Ciertamente ella creería que el amor vestía siempre el ropaje de mundanas pasiones, y su aparición improvista la hubiera turbado, como a María la de un ángel desconocido y cubierto con la túnica de los hombres. Era preciso que yo le enseñase mi corazón antes de decirle que por ella ardía. Estas reflexiones me aquejaban en la soledad, y como que aquellas paredes tuviesen una fuerza magnética que no dejaba separarme de ellas. Recordaba al Petrarca, que en ocasión tan parecida se enamoró de su Laura, y tuvo que llorar por tantos años su malogrado amor. ¿Lloraré yo también sobre la tumba de María?.. 

En esto vi acercarse un joven que conocí a la claridad de la luna, observé en su fisonomía algunos rasgos de semejanza con la de mi hermosa desconocida, y no dudé que fuese hermano suyo. Causóme agradable sorpresa este descubrimiento, y confirmó mi sospecha verle entrar en su casa. Entonces me ocurrió un pensamiento, y alborozado fui a recogerme a la mía. 

Anselmo aprendía el dibujo, y resolví luego estudiarlo con el mismo profesor a fin de trabar amistad con aquel, esperando que me franquearía las puertas de su casa o las puertas de su corazón. Una vez dueño de mi secreto, estaba cierto de que en su bondad no cabía la aspereza de deshauciarme. Además, si fallidas mis esperanzas María se negaba a labrar mi dicha en esta vida, a sembrar de flores mi camino a la eternidad, a hacer para mí de este mundo la antecámara del cielo, no me serviría de consolación y alivio pasar al lienzo con mis manos la imagen que veía luminosa en el fondo obscuro de mi pecho, y tener en mi soledad un retrato por única compañía? No hubiera sido fortuna para mí tener siempre a la vista aquel dechado de hermosura para dechado de virtudes? Como lo resolví lo puse en obra, y a las pocas semanas era ya el condiscípulo favorito de Anselmo. Sin hacer del hipócrita, había procurado manifestar mi índole, mis ideas y costumbres bajo el aspecto más favorable, y en cuanto podía amoldaba mi carácter a los sentimientos de mi amigo. Después de algunas horas de estudio salíamos juntos a dar un paseo, entrábamos a rezar en una iglesia, y luego le acompañaba hasta su casa. ¿Cómo expresar mi júbilo cuando él mismo me invitó a subir, y me presentó a su madre y hermana? Parecíame haber atravesado por fin un barranco quebrado por horrendos precipicios y erizado de punzantes espinas, haber vadeado felizmente un río caudaloso y espumante, haber trepado a la cima de escarpado repecho desde el cual se divisaba una senda florida y el término de mi peregrinación. Respiraba el ambiente aromático de aquel nuevo edén, y no temía que me engañase astuta serpiente para arrojarme de mansión tan deleitable. Menudeaba mis visitas, y todavía no había arriesgado una palabra de amor: ocultaba mi fuego, porque aquella cándida hermosura no conocía otra llama sino la del amor divino, y sin embargo yo gozaba una dicha indefinible en aquellas conversaciones en que los ángeles sin degradarse podían alternar con nosotros. Era aquello una especie de beatitud íntima, un éxtasis del alma que tenía a raya los sentidos, un torrente de dulzura que se represaba en el corazón. Cada día admiraba más el talento de María, porque era igual a su hermosura, y a su hermosura y talento les sobrepujaba solamente su virtud. Cada día me embelesaban más su gracejo y su modestia, y mi amor iba creciendo a medida que descubría nuevas perfecciones. Así pasaron días y más días, y sin poder explicar el cómo, puedo decir que por fin nos habíamos comprendido recíprocamente. María me amaba, me lo había dicho sin que esta confesión ingenua empañase en lo más mínimo su pudor virginal, ni avivase con el sonrojo los purísimos colores de su mejilla. Oh! y qué dulce era entonces la vida! Yo había encontrado una perla preciosa como aquella del Evangelio, y estaba seguro de poseerla. Qué diversiones del siglo podrían contrapesar el suave aroma que se destilaba gota a gota en mi pecho al verme junto a ella, cuando por las noches hacía labor al lado de su cariñosa madre, entretenidos los tres en dulces pláticas o lecturas religiosas! Algunas veces las acompañaba por solitario paseo, o al salir de alguna iglesia poco concurrida, porque gustaban de la soledad para sus oraciones como del secreto para sus obras de caridad: les bastaba que su nombre ignorado del mundo estuviese escrito en el libro de la vida. Algunas veces bajábamos al jardín, y regábamos o cultivábamos unos hermosos cuadros de flores, o cogíamos las más bellas para adornar una imagen de la Virgen, que parecía velar junto al lecho inmaculado de María. Algunas veces ella se sentaba al piano, o me leía algunas poesías místicas, y su voz o su mano eran dignos intérpretes del contemplativo León o del patético Mozart. Oh! y qué dulce era entonces la vida! Si en el cielo, donde todo amor se resume y termina en Dios, puede haber no obstante diferencias de cariño entre sus respectivos moradores; si hay un ángel y un serafín que particularmente se amen, tal pudiera ser el tipo de nuestros amores. Yo he amado como los ángeles todo espíritu, y he amado como los hombres todo carne, y sé que los transportes de una pasión satisfecha entre los ardores más vivos de la imaginación y los halagos más seductores de los sentidos, no valen una centésima de aquel divino arrobamiento con que al lado de María paladeaba yo los suaves efluvios de su castísimo afecto. 

Un día habíamos leído las palabras que la reina doña Blanca solía dirigir a su hijo san Luis. Era de noche, y sentados en el balcón respirábamos su fresca brisa, perfumada con el aroma de las flores que subía del jardín, mezclándose con la fragancia de unas macetas de albahaca, y la de una enredadera de jazmines que de toldo nos servía. Resbalaban por entre sus hojas los rayos de la luna, que brillaba en un cielo de trasparente azul como los ojos de mi amada. Yo la estaba contemplando como si nunca la hubiese contemplado. En su alta y despejada frente estaba escrito: modestia virginal, candor angélico, amor divino: y yo lo leía claramente y ni siquiera me acordaba de su belleza exterior, yo veía su alma con una visión intuitiva, y hubiera querido volverme todo espíritu para enlazarme a ella con un vínculo indisoluble. 

- Luis, me dijo, más quisiera llorarte difunto que verte en desgracia de Dios. 

- Sí, respondí sin comprenderla, estas fueron las expresiones de aquella santa princesa. 

- ¿Y por qué no han de ser también las mías? Por ventura en el pecho de un amante ha de caber menos fortaleza o resignación que en el de una madre? 

Esta réplica me desconcertó; conocía yo aquella alma tan sublime como candorosa, y la conocía capaz de heroicos sacrificios. Ella proseguía: Si me ofendieses te perdonaría, sí me abandonases te lloraría, si murieses, vestida de luto rogaría sobre tu sepulcro y aguardaría la muerte para reunirme a ti; pero si por un momento perdieses a Dios, me perderías a mí para siempre. 

- Cómo! y el arrepentimiento? 

- El dolor del arrepentimiento no vuelve el candor de la inocencia. 

- El que ha caído puede levantarse y proseguir su camino, el que ha pecado puede ser todavía un santo... 

- Pero no un ángel. Todos los atractivos de una viuda joven y hermosa no valen la diadema de una virgen.- Yo no sabía qué responderle, porque sus palabras ejercían sobre mí un poder maravilloso, y además sentía por primera vez un peso desconocido que me oprimía el corazón. Pasaba sobre mi alma algo de incomprensible que pudiera ser simbolizado por la nube, que cubriendo a la sazón el disco de la luna, interceptaba su benéfica luz. Penetrado de vaga tristeza incliné mi frente, como flor que siente secarse el jugo que la nutría, porque si bien no percibía la amargura de una amenaza desleída en la suavidad de aquellos acentos, experimentaba con todo la angustia de un presentimiento inescrutable. María no podía verme afligido. Sonrióse dulcemente y me dijo: ¿Por qué estás triste? No sabes que Dios nunca abandona a sus hijos, que sólo es el hombre el que suelta la mano de tan buen padre? Oh! tú tienes poca fé! 

Cuidado que no andarás sobre las aguas. Vamos, ven; si no sirvo para tu consuelo, serviré al menos para distraerte. Y se levantó ligera como paloma que toma el vuelo desde una piedra poco elevada. 

Sentóse al piano, y aunque estaba junto a ella, sus preludios no me disipaban aquel acceso de melancolía; entonces abrió al acaso una partitura y me dijo: 

Vas a cantar conmigo ese dúo. María tocaba medianamente, pero cantaba poco; no quería piezas de ópera, ni poseía un estilo brillante; carecía de recursos artísticos, pero lo suplía todo la dulzura de su voz. Ella empezó Quis est homo qui non fleret. Era el stabat de Pergolessi, esta obra para la cual buscaba el genio las inspiraciones en el fondo del corazón. Era el duettino favorito de María, lamento de dos almas y eco doble de misterioso dolor: versículo lleno de languidez y sentimiento, tan sencillo en sus combinaciones armónicas como penetrante por su inefable melodía. Escuchábala tan asombrado y conmovido que por dos veces no acerté a entrar a tiempo. Al fin unimos nuestras voces; pero yo desafinaba como una cuerda rozada, porque tenía mis ojos preñados de lágrimas y mi pecho de sollozos. La letra y la música redoblaban la tristeza de mi alma predispuesta a sus efectos; así es que a poco de haber entrado en el allegro desmayaron mis fuerzas, prorrumpí en copioso llanto, y no pude continuar. Sobresaltada María dirigióme una mirada llena de ternura y exclamó: Luis! ¿qué es lo que tienes? estás malo?- Oh! la dije, no oyes el chasquido acompasado de estos azotes? No oyes cómo desgarran las espaldas del mansísimo Redentor? Cómo cupo en pecho humano tan bárbara fiereza? 

Oh! este espectáculo es demasiado cruel! Dios mío! Dios mío!

Otras veces había meditado este doloroso misterio, otras veces había oído el arpegio que con tanta propiedad imita el caer de aquellos sangrientos golpes, y nunca me había asaltado terror tan profundo y religioso. ¿Por qué se desvaneció poco a poco esta impresión melancólica al par que saludable? Poco importaba que mermase el raudal de mi alegría, con tal que no se enturbiara el arroyo cristalino de mi amor: ahora no sería mi corazón un cauce estéril cubierto de seca y abrasada arena. 

Orgulloso de mi dicha, orgulloso de poseer un tesoro tan espléndido como el corazón de aquella virgen celestial, no cabía en mí de contento; pero en vez de ser como el avaro que se encierra en su gabinete para gozar el deleite de contemplar a solas el oro de que es dueño, empezó a aguijonearme la loca tentación del vanidoso que cuenta la admiración del vulgo como aumento de su fortuna. El que nada tiene que envidiar quiere ser envidiado. Mi corazón ascendido a una altura inmensa, en vez de respirar con afán aquel aire purificado de toda exhalación terrena, y cernerse blandamente al lado del de María, empezó a sentir su propio peso, y plegando con el descuido sus alas, y adormeciéndose en medio de aquel amor sin temores, sin recelos, sin oscilaciones, dio lugar a que vagos y pueriles deseos se apoderasen de mis sentidos para turbar la calma de aquella fruición bienaventurada. Desde la apacible soledad que nos rodeaba, hasta los puntos infectos de la atmósfera del mundo veía yo una distancia enorme, inmensa, imposible de atravesar, y solamente quería que nos adelantásemos algunos pasos para coger de las flores con que nos brindaba su engañoso camino. María en su inocencia comprendía mejor que yo los peligros que me atrevía a desafiar, y sin que dudase de mi valor, no podía consentir en verme expuesto siquiera a la lucha, porque una herida mía, un solo rasguño la había de lastimar atrozmente. 

Por esto se esforzaba en desvanecer mi desatentada ambición con toda la ternura de su cariño, y resistía a mis lisonjeras insinuaciones con toda la energía de su virtud. - ¿Qué nos falta? decía. Por qué buscar las diversiones del siglo? Teniendo a Dios siento el cielo en mi alma, poseyendo tu amor pruebo todas las delicias de la tierra: el vaso está lleno, por qué verter en él agua insípida que hiciera derramar licor tan exquisito? - Yo enmudecía entonces, me era imposible contradecir abiertamente; pero en mi interior juzgaba demasiado severos sus 

principios: me cautivaba la dulzura de su aspecto y me contristaba la fuerza de su elocuencia, sus razones me subyugaban; pero no me convertían, y quedaba en mis entrañas una semilla perniciosa que lentamente se desenvolvía para inficionar mi corazón. Creíame con derecho de exigir un pequeño sacrificio cual prueba de su amor; yo que nada sacrificaba en prueba del mío! 

Anselmo el hermano de María era un joven totalmente entregado a la piedad. La devoción era, por decirlo así, su pasión dominante, y sin tener crímenes que expiar, reproducía en medio del mundo las austeridades de los antiguos anacoretas. Todas las tardes, como llevo dicho, entrábamos a rezar en una iglesia, y a menudo era esta el oratorio de Padres de la Congregación. Asistíamos al diario ejercicio de la oración mental, al que en días señalados seguía una áspera disciplina. Espectador aterrado e inmóvil de aquel combate sangriento entre la carne y el espíritu, me arrinconaba en un ángulo del templo, me agachaba como soldado cobarde, y no osando respirar el aire negro de aquellas bóvedas que en su obscuridad parecían aplastarme, escuchaba silencioso el chasquido incesante de unos azotes que magullaban espaldas inocentes, ora imitando el movimiento de un péndulo al compás de un canto grave y no falto de animación, ora sucediéndose rápidamente como los golpes de un director de orquesta en una fuga precipitada. Era aquello un ruido atormentador: mis ojos se cerraban como si temiesen ver en las tinieblas, y mis oídos se tendían como para sorprender una queja involuntaria de dolor material; pero estaba rodeado de víctimas sin gemidos, que ofrecían gratuitamente la sangre de sus venas para contrapesar el aroma profano de los placeres del mundo. Era una escena de terrible contraste: aquellos para quienes debía ser menos temible el fallo de la suprema Justicia, clamaban misericordia! misericordia! y junto a ellos dormían profundamente los reos, o quizás les recompensaban con el escarnio la suspensión de la venganza divina. Yo no me sentía con valor para imitarles; pero admiraba a aquellos hombres humildes y sencillos, que alentados por un recuerdo de la Pasión, arrojaban su sangre en la cara de nuestro siglo para avergonzarle de su molicie, como los mártires se entregaron a la muerte para derrocar el paganismo, y los santos de la edad media a inauditas asperezas para domesticar la barbarie de sus contemporáneos. Tal vez creían satisfacer sus deudas, y pagaban por las de sus hermanos, como el Redentor del humano linaje. 

Nunca había empuñado unas disciplinas: testigo ocioso y mudo, padecía en esta escena de la que sólo conocía las tinieblas y el ruido, y ansiaba la salida de la luz, que, como la del sol, debía serenar aquella tempestad de sangre; pero desde que al lado de María un presentimiento obscuro vino a turbar el júbilo de mi alma, hasta la idea de semejante maceración me era un martirio insoportable. Salíame por lo mismo y aguardaba a mi amigo en las afueras de la iglesia. 

A poca distancia está el teatro: acercábame a la rampa inmediata, y desde allí oía subir un canto tan delicioso, una voz tan hechicera que me atreví en mi interior a compararla con la de María. No tuve ni la previsión ni el ánimo de Ulises, y escuchaba a la encantadora sirena atónito, embelesado, aproximándome cuanto podía; y luego que finalizada el aria estallaba una tempestad de aplausos, palmoteaba yo también a mis solas como un demente, y se agitaba todo mi cuerpo como el de un convulso. Esta sensación de un placer desacostumbrado fue el primer secreto que guardé para mí mismo sin confiarlo a María. Hostigábanme vivos deseos de escuchar aquella voz desde más cerca y presenciar un espectáculo no visto. Podía muy bien ser esto un deseo inocente; pero satisfaciéndolo me exponía a disgustar a la que de tan suaves delicias empapaba mi corazón, y ese temor no me contuvo. Abrióseme un mundo desconocido, y entré en él moralmente deslumbrado: a cada momento una nueva impresión, a cada impresión un nuevo hechizo, y cada hechizo debía costarme una lágrima! Oh! estos recuerdos que tanto me acongojan son el reverso de aquellas imágenes que tanto me seducían: soy como una avecilla que cruelmente herida se escapa de las fauces mismas de la serpiente que la fascinaba, y me duele contar uno a uno los síntomas de mi fascinación. 

Una actriz llegó a transformar todo mi ser, perturbó mi razón, derrocó mi virtud, y entibió, resfrió y casi extinguió mi purísimo amor. 

Serafina con su aspecto de ninfa, su talle de sílfide y su voz de maga me arrojó del cielo a la tierra. Era una beldad completa según el mundo, y hubiera podido servir de tipo ideal para una deidad mitológica, así como María para el de una santa cristiana. Al presentarse en las tablas, me sorprendió como el ángel de las tinieblas cuando aparece disfrazado con su ficticio manto de impalpable luz, y me quedé con mis ojos tan abiertos como mis oídos. Maravillábame la sonoridad de su voz, el lujo de sus modulaciones, la suavidad o energía del tono, el claro obscuro de la melodía, la voluptuosidad del sentimiento, y ya no comparaba todo esto con el celestial acento de María, porque entonces la tenía olvidada. 

Las últimas notas de su canto fueron interrumpidas por un coro estrepitoso y universal de bravos y palmadas, entre los cuales descollaban mis aplausos como una voz estentórea en armonioso concierto. Llevado de mi entusiasmo habíame puesto de pie, y en aquel acceso de delirio interpreté a favor mío la mirada de fuego y la sonrisa de orgullo que Serafina a todo el público dirigía. Salí del teatro medio enloquecido. ¿Por qué no comparaba la exaltación febril de mis ideas, las violentas sacudidas del corazón, el torbellino de fuego que volteara mi alma al aspecto de Serafina, con el tranquilo arrobamiento, el deliquio de felicidad inefable, la blanda inmersión en un lago de leche y miel que produjo en mí la vista de María? 

Desde entonces el placer de la ópera iba robando una y otra noche a la fruición más pura de platicar dulcemente con María. Mi tentador y mi custodio me brindaban los dos cada uno con su copa de amor y delicias, y yo de cuando en cuando seguía al primero, y dejaba a María que en su soledad lamentaba tal vez mi ausencia. Sí, ahora sé que en mi ausencia lloraba, porque en nuestras conversaciones había resonado sobradas veces el nombre de Serafina. 

¡Y siempre era yo quien lo profería! Decía a mi amada que debía oír aquella voz, y aprender su brillante estilo para progresar en el canto, y ella me respondía: Cómo! Luis, ¿no te basta lo poco que sé para despertar religiosas emociones en tu pecho, para arrullarte cuando te aduermas en mi regazo, para consolarte en las tribulaciones que a Dios plazca enviarnos? Oh! yo creía que mi voz sola sería para ti como el harpa de David que tranquilizaba el ánimo agitado de Saúl. - A pesar de estas dulces reconvenciones, persistía en mi loco empeño, alteraba más y más el concierto unísono de nuestras voluntades, y abatía más mi vuelo hacia la tierra, cuando ella seguía con más firmeza remontándose a una esfera celestial. María incapaz de concebir ignobles celos, porque su amor vedaba el paso a la desconfianza, me sonreía dulcemente, me acariciaba como a un hermano enfermo, me prodigaba la ternura de una madre, porque mi vista la alegraba y quería me alegrase la suya; pero el nombre de Serafina, que en mi ceguedad tantas veces repitiera, fue una flecha emponzoñada que se clavó en su corazón. Lloraba a solas para ocultarme su tristeza, y Dios era su solo confidente: porque Dios o yo podíamos ser únicamente sus consoladores. 

Ella lloraba, y yo aplaudía una cantatriz! 

El camino del mal se anda rápidamente. Yo conocía a Serafina, visitaba su casa, arrojaba suspiros de fuego en su presencia... yo la había pedido un amor que ni era su mano ni su corazón. Y ella se había sonreído! Se negaba a mis instancias; pero ni leve sombra de rubor virginal había velado su semblante. 

La esperanza del triunfo me abrasaba, y reía yo convulsamente, como si imitara la risa de Satanás que en sus redes me tenía envuelto. 

Anochecía una vez, cuando fui a su casa creyendo encontrarla sola, y la hallé rodeada de amigos y compañeras que con descompuesta alegría se entregaban a los placeres de la mesa. Invitáronme y aun forzáronme a participar de los relieves de la orgía. Licores exquisitos, variados y numerosos se sucedían sin intermisión alguna. No acostumbrado a tales escenas me avergoncé de confesar mi templanza; fui hipócrita del vicio, y abandonóme allí la razón como en su umbral me había abandonado la virtud. Me es tan imposible recordar lo que en mi interior acontecía, como lo que a mi vista pasaba; sólo sé que Serafina se levantó, pasó a otra pieza, y poco después vino a mí con un cuaderno de música arrollado en sus manos: 

- Caballero, me dijo, esta es la sinfonía que Vd. busca. 

- Bien, respondí sin comprenderla. 

- Esta noche estudiará Vd. el adagio hasta tocarlo perfectamente, no es verdad? 

- Estudiaré... 

- Vamos, esta noche llegará Vd. al allegro. 

Y diciendo esto se reía como una loca, y luego con un tono entre profético y burlón añadió: 

- Estamos? el adagio, después vendrá el allegro. 

Yo nada adivinaba, mudo como un estúpido, tenía mis ojos clavados en ella, y ella me miraba también con enigmática sonrisa, me hacía guiños misteriosos, y dándome una palmadita en el hombro me despidió. 

Hervía la sangre en mi cuerpo como si la calentase un fuego infernal, sentía un vértigo espantoso en mi cabeza, y ebrio, ebrio como estaba, entré en la casa de María. Sola en su aposento la casta paloma no aguardaba seguramente que viniese el dueño de su amor transformado en odioso milano: me presenté a ella con precipitada acción, y si no la asustaron mis torcidos pasos, debieron de asustarla mis desencajados ojos: mis ideas estaban confusas, traía un caos en la mente y una hoguera en el corazón, y arrojándome súbito a sus plantas no sé qué expresiones me dictarían Satanás y mi embriaguez, sé tan sólo que la arrebaté una mano, y que diciendo: Serafina! Serafina! iba a mancillarla con impuro beso. Sacudió ella la mía como si fuera la de un condenado, y exclamando: Jesús de mi corazón! cayó desvanecida en el sofá. 

Azorado por aquel grito me levanté, y sin saber quizás por qué lo hacía, abrí una ventana dando así lugar a que una corriente de fresca brisa acariciase el descolorido semblante de María. Aunque tenía apenas conciencia de mí mismo, su repentina palidez me impresionó vivamente como si fuese la de un cadáver. Al mismo tiempo atraída por el grito acudió la criada, y al ver el desmayo de su señorita volvióse luego y vino corriendo con un vaso de agua en una salvilla. Descubrir el agua, abalanzarme al vaso y bebérmelo hasta la última gota fue obra de un momento. No menos indignada que sorprendida mirábame la criada con el asombro que debió de causarle mi grosería, y yo la miraba también sin comprender su asombro; pero aclarándose un poco mis ideas conocí mi desatentado proceder, y murmurando no sé qué escusas desaparecí inmediatamente. Pocos minutos después yo dormía en profundo sueño, y María derramaba profundo llanto. Solo ya Dios podía ser su consolador. 

La mañana siguiente empecé a reflexionar sobre mis desaciertos: miraba mi corazón, y al verlo tan cambiado le conocía únicamente porque reflejaba aún la imagen de María; pero la reflejaba como un espejo empañado, y además divisaba en su fondo otra imagen que atraía demasiado mi atención. Creía haber substituido solamente el amor de Serafina al amor de la virtud; pero este y el que profesaba a María eran dos afectos gemelos que se nutrían de un mismo jugo y aspiraban un mismo aliento, que enfermaron a la vez y no podían sobrevivirse por mucho tiempo. Corrí a ver a mi ángel para atenuar los efectos de mi última locura, confiando más en su bondad que en mis disculpas, y al tocar el umbral de su casa creíame aún virtuoso y amante, porque tomaba los recuerdos por el sentimiento. Halléla postrada en su lecho y abrasada de calentura: los padecimientos de su corazón habían rebosado por todo su cuerpo. Al verme se conturbó, como si apareciese en mi rostro la fealdad misteriosa de un alma en pecado: ocultó el suyo entre las almohadas, y exhaló un gemido que hubiera traspasado un pecho de bronce. Un momento que su madre nos dejó solos volvióse a mí exclamando: 

- Luis! Luis, qué has hecho? Por qué has mancillado un corazón que era mío? Dónde está tu inocencia? 

- Oh! le dije, no creas a tus ojos... estaba desposeído de mi razón... todavía soy inocente.

- Delante de Dios? 

- María! 

- Ya no te es posible ocultarme la verdad, esta verdad cruel que me ha secado todas las flores de la tierra. Todo lo sé: toma y lee. 

Y sacándolo de entre las sábanas, puso en mis manos un cuaderno de música, y me enseñó un papelito, pegado con oblea junto al adagio de una sinfonía, en el cual estaban recientemente escritos esos versos. 

Rondaba a las doce 

la calle desierta, 

y empuja la puerta 

osado el galán. 

A su ídolo bello 

encuentra que vela, 

y el premio que anhela 

sus brazos le dan. 

Y el cuaderno lo había traído yo a su casa y olvidado en mi turbación, y el billete era letra de mujer, letra igual a una firma de Serafina que se veía en la portada. 

Confundido, aterrado como si un rayo hubiese caído a mis plantas, cubríme la cara con ambas manos, e inclinándola cuanto pude, exclamé: Perdón! Perdón! 

- Sí, pídelo a Dios, que rogaré yo también para que te lo conceda. 

- Y el tuyo? 

- El mío?... va unido al de Dios. Vuelve, Luis, vuelve al camino de la virtud, y ya que nos despedimos para siempre en este mundo, nos encontraremos dichosos en el umbral de la eternidad. 

- Qué me anuncias? Serías tú más inflexible que Dios mismo? 

- Dios no cerró las puertas del cielo a Adán penitente; pero sí las de su primer paraíso. Y yo he perdido para siempre este paraíso de delicias que mi imaginación había creado! Y tú has cubierto de lodo esta imagen de felicidad que en mis sueños me sonreía! Cuán halagüeñas eran mis esperanzas, y han desaparecido con tu inocencia! Y he de enterrar ese tesoro de amor que en mi pecho guardaba? Oh! en esta vida sólo me restan dos días hermosos, tranquilos y solemnes, el de mi sacrificio y el de mi muerte... Cúmplase la voluntad de mi Dios. 

Diciendo esto, una lluvia de lágrimas inundaba sus mejillas: yo estaba afligido también, aunque mi dolor no era tan intenso, tan profundo, tan religioso cual debiera serlo. No conocía entonces la altura de mi caída, no sentía todo el peso de mi oprobio. Mi ángel malo me hablaba al oído, y me hablaba de Serafina, y yo releía con mi imaginación aquel billete con que una mujer me despedía y otra se entregaba a mis impúdicos deseos; y en aquella hora de tinieblas mi corazón seducido por el apetito, como el pueblo de Israel por los fariseos, exclamó en su horrible silencio: Viva Serafina, y muera María. Eso no obstante quise replicar, y 

amontonaba palabras y palabras, disculpas, increpaciones, protestas, lamentos, falsedades: resortes mezquinos para doblar la resolución de María. Convertido en amante vulgar, se me había trascordado hasta el lenguaje de mi primitivo amor; y ella callaba, y la ternura de su mirada era un sarcasmo insufrible de mi infidelidad, y su entereza y resignación reconvenciones acerbas de mi criminal flaqueza. 

Desde aquel día fueron perdidos todos mis afanes para ver a María. Siempre que por ella preguntaba a su madre o hermano, me respondían que quería estar sola en su aposento. Yo examinaba su gesto, sus miradas, el tono de su voz para inferir si algo sabrían de mis desmanes, y nada traslucía: ignorábanlos sin duda; pero mostrábanse tristes y desabridos conmigo, y la madre lloraba algunas veces. Su reserva y la conducta de María me traían inquieto, irritado, 

furioso, y para vengarme corría a buscar el olvido al lado de Serafina, como si en tal paraje pudiese residir mi felicidad, o pudiese yo con aquel olvido sanear la pérdida enorme que mi alma experimentaba. Una tarde me presenté a Anselmo, y con aire altanero exclamé: ¿Dónde está María? quiero verla, es mi futura esposa. Miróme él con sonrisa de compasión que tomé por ironía, y repuso: 

Su futuro es Jesucristo, mañana mismo toma el velo en el convento de capuchinas. No respondí, porque había perdido la palabra: volvíle bruscamente las espaldas, y no diré salí, con desatentada furia huí de aquella casa. 

Atravesaba calles y más calles, iba sin saber adonde, y no comprendía lo que en mi corazón pasaba. Creía haber apartado de mi camino un obstáculo invencible, creía haber sacudido una pesada cadena, y me daba el parabién, y quería reírme, y lloraba lágrimas de hiel. Sentía una necesidad irresistible de movimiento, y vagaba rápidamente por los parajes más desiertos de la ciudad, como si un torbellino me arrastrase, o pesara sobre mí el anatema del judío errante; pero sentía también una necesidad mayor, y era la de hablar a María, y daba vueltas y más vueltas a mi imaginación para encontrar un medio conducente. A una hora muy avanzada de la noche, molido de cansancio, me encontré debajo del balcón de su aposento, permanecí largo rato, y cuando vi iluminados sus cristales, empecé a silbar de una manera muy extraña, como varias veces lo hiciera delante de María. A mi tercer silbido abriéronse las puertas, y ella apareció: nunca tan hermosa, nunca tan aérea, nunca tan  celestial. Bañábanla con todo su esplendor los rayos de la luna, añadiéndole un encanto indefinible, y reverberando en una lágrima que corría por su pálida mejilla. María juntó sus manos, entrelazó sus dedos, y fijando sus ojos sobre mí, exclamó tiernamente: Luis! adiós: y luego levantándolos al cielo, y señalándomelo con el índice de su diestra, añadió: allí te espero. Y desapareció como una visión bienaventurada, y las puertas del balcón se cerraron sobre mí como la losa de un sepulcro. Yo me había puesto de rodillas sobre una piedra, y no sé cuanto tiempo perseveré en tal postura; sólo sé que a la mañana siguiente encontré mi lecho empapado de acerbo llanto. 

María inmolaba los recuerdos de su amor purísimo en las aras del inmaculado Cordero, y yo inmolaba también los míos en las aras de un ídolo mancillado, esperando de día en día que su activo fuego los consumiese enteramente. 

Para abreviar este plazo abandoné los amigos virtuosos, las prácticas de piedad, las meditaciones religiosas; porque toda idea celestial, toda idea de virtud traía a mi memoria la de María, y yo luchaba para olvidarla, y por desgracia algo conseguía. Algunas tardes como que una mano invisible me arrastrase a la iglesia de capuchinas, y allí en aquella soledad, sin saludar siquiera a Dios, me sentaba en un banco, figurábame aquellos silenciosos corredores, aquellas celdas estrechas, aquel áspero yermo incrustado en una ciudad bulliciosa y regalada, y preguntábame: dónde estará ahora María? 

en qué labor se ocupa? qué libro lee? debe de acordarse de mí como yo de ella? Y pasaban horas y horas; mas de repente salía yo de mi arrobamiento, despertaba de aquella especie de sonambulismo, y como tales ideas me daban pavor, echaba a correr, y tomaba por refugio la casa de Serafina: y allí me esforzaba tanto en aturdirme, era tan descompasada mi alegría, que mis compañeros, libertinos de corazón, libertinos a sangre fría, hasta envidiaban mi suerte. Pero aquellos éxtasis de amor y angustia no eran ya más que las últimas llamaradas de una lámpara moribunda. 

Llegó el jueves santo: mi corazón apenas reconocía ya al primer aniversario de su amor, y este día se deslizaba sin que me conmoviese la doble solemnidad de que para mí estará siempre revestido. No tanto por devoción como llevado de la costumbre fui por la tarde a visitar los Sagrarios, y habiendo entrado casualmente en la iglesia de capuchinas cuando ya sólo ardían dos velas en el tenebrario, aguardé por mero pasatiempo una función terrible que debía influir poderosamente en mi destino. Sin duda la Providencia me retenía allí, a pesar de mi anterior repugnancia, de mis obscuros presentimientos, de mi horror misterioso a la idea de una flagelación voluntaria. Concluido en el coro el rezo propio de aquella tarde empezó de nuevo con lenta monotonía el salmo Miserere, no acompañado del arpa de David, sino del rechinante son de unos instrumentos de martirio, cuyas repetidas vibraciones desgarraban materialmente las carnes de vírgenes delicadas, y herían más bien que los oídos el corazón de los circunstantes. El mío cubierto de una túnica de hielo se estremecía también; pero sus lánguidas convulsiones no rompían la corteza de indiferencia que limitaba su acción. Sentía en lo más profundo una especie de escozor, de inquietud, de vaga ansiedad, un no sé qué indescifrable, y como si pretendiese apresurar el fin de aquella escena, cogí el manubrio de una enorme carraca que tenía a mi lado un muchacho, dije a otros que volteasen las suyas, y sin respeto al sagrado Monumento, ni miedo al escándalo de los fíeles, se reprodujo súbitamente el simbólico ruido de las tinieblas, sobresaliendo en medio de aquella breve y estrepitosa algazara mi peculiar silbido. No bien hubo cesado aquella explosión, cuando oí más distinta la voz de María que trémula, desentonada y congojosa descollaba en la lúgubre salmodia, y al mismo tiempo advertí que los golpes de unas disciplinas se iban acelerando con espantosa fuerza y rapidez: pocos versículos después un gemido apagó aquella voz, suspendió aquellos golpes, y como que extraños murmullos interrumpiesen el canto y detuviesen los brazos de sus compañeras. Algo de misterioso había sucedido, y salí de la iglesia sin traslucir aquel arcano. Triste ceguedad la mía! Habíase derramado sangre, y era la sangre de mi nueva redención, y por no haberme salpicado los ojos, no me había vuelto (devuelto) la vista como a Longinos se la volvió la de Jesucristo. 

(El centurión que le pinchó el costado a Jesús, Longinos, estaba casi ciego. La sangre de Cristo le tocó la mano a través de la lanza y recuperó la vista)

Longinos, santo, centurión, Jesucristo, sangre, ciego, ceguera

Transcurrieron dos semanas, y acababa de recibir cita de Serafina para una cena espléndida y bulliciosa, cuando un recado de la abadesa me llamó al convento de capuchinas. Perdíame en extravagantes conjeturas que se transformaron en vaga zozobra, veía en aquel recado un enigma tan angustioso como obscuro, y mi imaginación recorría una serie de calamidades sin sospechar nunca la verdadera: la habría rechazado por imposible. Bajó la abadesa al locutorio, y al fúnebre tañido de las campanas la nueva fatal cayó de lleno y de una vez sobre mi corazón. La buena madre lloraba a su hija predilecta, me refería una a una sus virtudes... yo ni lloraba, ni oía... estaba petrificado. La fervorosa novicia, acometida el jueves santo de un largo desmayo, primer síntoma de su enfermedad mortal, revelara en parte a la abadesa los indecibles sufrimientos de una lucha acerba, incesante, abrumadora; pero impotente para hacerla cejar ni un ápice, ni arrepentirse un momento de su resolución. En sus últimas horas le había rogado encarecidamente me entregase sus disciplinas como legado piadoso, durmiéndose después tranquila y risueña en el ósculo del Señor. 

¿Quién tan endurecido dejara de responder a tan afectuoso llamamiento a la virtud? Volé a la iglesia, y un torrente de gracia fluía en mi alma, a la par que un torrente de lágrimas salía por mis ojos. Mi amor y mi devoción eran dos afectos gemelos que habían muerto cuasi juntos, y juntos resucitaron... pero ante el cadáver de María. 

Oh! estas disciplinas son algo más que la dádiva de un amante; son la reliquia de una santa, el recuerdo de un sacrificio heroico, la prenda de un amor celestial: son mi verdadera riqueza, mi único tesoro. A ellas debo mi conversión, les debo mis dulces lágrimas de amor y arrepentimiento, les debo mis esperanzas de salud eterna. Quién me reconvendrá por entregarme a los rigores de la penitencia? María inocente me aguarda en el término del camino. Si mi carne desfallece, la vista de la sangre que bañó estas disciplinas basta para darme el aliento que necesito. He perdido las flores del amor, y deseo conservar estos abrojos, y vivir largamente para expiar largamente un crimen que me arrebató la mayor felicidad de la tierra.”

Así concluyó el desgraciado mancebo. Si esa historia no ha podido interesaros, no lo achaquéis a su índole especial, culpad más bien a su segundo historiador que no habrá tenido arte bastante para contarla. No juzguéis inverosímiles sus personajes por seros desconocidos, ni dudéis de la verdad de sus sentimientos por la extrañeza de su carácter. No se niega la existencia de un manantial por no haber gustado sus aguas. 


FIN.



sombra, ciprés, Tomás Aguiló, kindle

sábado, 2 de octubre de 2021

NOTAS. Obras rimadas de Ramon Lull. + RECTIFICACIONES

NOTAS.



(1)
Lo
conqueriment de Maylorcha.

Es la conquista de Mallorca por las
armas de Don Jaime el Conquistador, entre los hechos de aquellos
belicosos siglos, el que quizás más se presta a las bellas
descripciones y elevados rasgos de la epopeya. Expedición marítima
al par que militar, abunda en sucesos e incidentes tan variados y
poéticos, en aventuras tan interesantes y caballerescas, que hasta
al referirlos sencillamente los antiguos cronistas, trazaron sin
quererlo más bien un poema que una crónica, tanto les brindaban los
hechos mismos a los adornos de la oratoria, a la brillantez y viveza
en el estilo, y a los bellos matices de la poesía. Aún el mismo rey
Don Jaime, cuya vida constituye una serie de triunfos y conquistas,
recordó siempre la de Mallorca con singular predilección y
complacencia, porque con ella iban también los bellos recuerdos del
ardor de su juventud. No es extraño pues que la imaginación
ardiente de Lulio, excitada por el amor a su patria, se elevase en
alas del entusiasmo al oír contar a su padre, que tomó parte en
aquella grande y caballeresca empresa, las proezas de los
conquistadores, y que fundado en la tradición y en las relaciones de
los mismos testigos oculares, trazase el bello poema que sólo
poseemos en fragmento, si es que no bebiese en el contexto de la
crónica del mismo rey Don Jaime, que atribuyéndose a la pluma del
gran conquistador, quizás llegaría a manos de Lulio, tratando como
trataba tan de cerca a la familia real aragonesa.
¡Lástima
grande es empero no poder leer en bellos versos más que una pequeña
parte del conjunto de todos los hechos heroicos que tanto nos halaga
en las sencillas descripciones de la crónica del mismo monarca, en
las de Marsilio, Desclot y cuantos se ocuparon de esta gloriosa
conquista!
(Desclot : de Es Clot, d‘es Clot)

(2)
Que
mays feu tant en Pelós.
Bajo el adjetivo Pelós, que equivale al
adjetivo castellano Velloso (peludo), quiso designar
seguramente el autor al célebre conde de Barcelona llamado Wifredo el Velloso. Fue hijo y sucesor en el condado de Wifredo I, quien
había perdido sus estados, muriendo a manos de Salomón conde de
Cerdeña, (
Cerdaña, Cerdanya, Ceritania) que le asesinó alevosamente para usurpárselos. Como
Wifredo II (el Velloso) era menor de edad cuando le fue restituido el
condado por Carlos el Calvo, tuvo por regente a
Balduido, primer
conde de Flandes y yerno de aquel monarca. Contaba 22 años cuando
para vengar la muerte de su padre, la dio a Salomón de Cerdeña. En
873 se halló en las guerras de Francia (
los condes de Barcelona
eran vasallos del rey de Francia
) contra los Normandos, donde fue
gravemente herido, lo que le valió, según afirman varios autores,
adquirir el blasón de las cuatro barras encarnadas en campo de oro
(
leyenda desmentida por otros autores), que fueron después el
distintivo de la
casa aragonesa, con motivo del casamiento del
conde D. Ramón Berenguer IV con D.a Petronila,
heredera de aquel reino
. Así que Wifredo II tuvo (874) el mando
soberano de su condado, sin necesidad de regente
(
¿quién era el soberano? El rey de Francia), se dedicó
exclusivamente a limpiarlo de moros, sosteniendo con ellos reñidas y
sangrientas guerras, hasta ahuyentarlos enteramente de sus
estados.
Fue
príncipe (el principal de los condes, como Ramón
Berenguer IV, princeps
) al par que valiente y guerrero, muy
piadoso, pues en 888 (880 según wikitrolas) fundó el monasterio de Ripoll, según lo
asegura el P. Villanueva, en el que hizo vestir el hábito a su hijo
mayor Rodulfo, que fue su abad, y después de Urgel. Tuvo otros
hijos: Wifredo III, que le sucedió: Suñer, conde de Urgel; y Miron, (Mirón, Mir) que también fue conde de Barcelona. Murió Wifredo II en el año 906
o 912
según otros autores y fue sepultado en el monasterio de
Ripoll.

Carlos II de Francia, Frankfurt, el calvo, emperador, francos

Este rey, Carlos II el calvorotas, me recuerda mucho a Freddie Mercury. Farrokh Bulsara. Y personalmente, a mi amigo desde la infancia José Francisco Tejedor Pons, "Pepet", chimo por Beceite y polaco por Valderrobres, y especialmente a su padre, José Luis Tejedor, hijo de Santiago y Pura, Purita, "purito", de mi pueblo, Beceite, Beseit.  

Freddie Mercury, Farrokh Bulsara, Carlos II, el calvo, rey de Francia

Freddie Mercury, Farrokh Bulsara, Carlos II, el calvo, rey de Francia, purito, José Luis Tejedor, Beceite, Beseit



(3)


Sa maravela bassent,
Ignoramos la
equivalencia castellana de la palabra bassent; y no
comprendemos lo que con ella quiso significar el autor, si es que no
sea error del copista. (Quizás plasent, plassent mal escrito; o
del verbo ver, veser, vesent, veent
) Por lo demás, el
calificativo de maravilla que da Lulio a la isla, prueba que en
aquellos tiempos no era Mallorca menos admirada y codiciada que en el
día, en que tantos y tan ilustres viajeros han ensalzado sus
bellezas naturales. Véase sino la hermosa descripción de la Balear
mayor que el cronista Marsilio pone en boca de Pedro Martell, quien
cuenta con entusiasmo al rey Don Jaime la hermosura del país que le
induce a conquistar; y ella en verdad dice tanto como pueden decir
los modernos viajes que de Mallorca han escrito elegantes plumas e
inteligentes artistas. Dice el pasaje de la crónica a que nos
referimos:
“Mes la major yla es aquela que Malorcha es apeylada,
com es major en quantitat e major en senyoria; la qual la divina
saviea de las pregontats de las ayguas feu levar per só que de totas
ses parts fós als navegants en refugi e defeniment; e de aquen los
homens d‘ aquela art aquela apeylan cap de Creus, com d‘ aquela a
cascunas parts navegar pus cuvinentment es vist; e aquels qui tornan
de lunyadanas parts, trencats d‘ aytals trabays, banyats de plujas,
turmentats de tempestats d‘ aer, consumats d‘ estiu e de calor, e
‘ls trobats de poca jornada, a aquela sian sadolats e recreats, e
de grat venen per só que en lurs trabays sian consolats. E provehí
lo sobirá maestre de tots de pòrts en aquela en tutela e defensio
dels perilants o navegants; de part oriental lo pòrt d‘ Alcudia,
de part occidental lo pòrt de la Palomera e de Andraig, e de part d‘
aquiló lo pòrt de Soyler, o de part austral lo pòrt de Manachor e
de Porto-Colom e de Porto-Petro. E de totas parts ha molts pòrts
pochs, los quals los mariners apeylan esparagols, a salvar los lenys
menors. E aquesta yla es revironada de montanyas molt altas d‘
aquela part que es opposada a Cathalunya, en tan neix son altas, que
a aquels qui naufragan son en mòrt e als navegants en horror. Mes de
part austral que es opposada a Affrica no ha montanyas axí altas,
jatsia só que de rochas sia tota plena, e son aquelas montanyas
pedregosas, no cuvinents a neguna semen, sechas, nuas, sens fruyt,
sens utilitat, si donques no son dadas als habitadors a garda e
defensio.”
“E com aquela yla haja moltas parts, ha XVI parts;
las tres en montanyas e en lo peu de las montanyas lo qual apeylan
Rayguer, en las quals ha pobles e vilas delectables; aquí ha
oliveras fructuosas, aquí ha abundancia de vinyas e abundancia de
diversas fruytas, vergers molt agradables, fonts de cascuna part
corrents; e lá on hom se pensa que montanyas molt altas s‘ ajusten
e que no sia sino soledad degastable, aquí se amagan vals molt
delitables, de arbres fructuosas, bé assegudas e plenas d‘ ayguas
de fonts, en tot delit e puritat d‘ aer donadas. Las altres XIII
parts son pobladas, las quals son planas e son luny de montanyas, e
son molt bonas per blats, molt han de forment e d‘ ordí (ordi),
quays han fretura de fruytas, oliveras no han, nodrexen pocas vinyas,
son ricas d' oveyas e d' altres bestiars; de pous beuen e moltas
vegadas de ayguas reebudas en cisternas e en en fossas en
temps de plujas, per só que dretament sian semblants a las parts d'
Urgel en moltas de cosas.”



"Mes
la ciutat es asseguda e sitiada prop la mar, havent planea de costa
sí de XII milas, de val ample e pregon revironada, garnida e defesa
de espessa de torres e de mur, de bel antemural coronada, no sabent
barri, com tots los reeb dins sí ab tres portals ab portas de ferre,
edificada e feta de casteyl molt beyl dins sí prop de la mar e en
pla, enriquehida de lonquea, de beylea de carrers e de dreta
agradable, de amplaria de plassas plahent, de font per mitj corrent
delitable, de beylea d‘ orts axí dins com deforas acompanyada; ha
mirador molt beyl de mar, lo qual s' esten XV milas, de duas bocas o
caps grans de rochas es termenada, e es luny boca o cap de boca o cap
quays per XX milas. Aquests dos caps contre si posats en fas de la
ciutat, fan gran cala abundant e plena de pexos, e a naus e a tots
altres vaxells navegants molt profitosa, com per tot morden las
ánchoras: e encare tot lo temps de primavera e de estiu tots los
lenys e naus se ferman e stan devant la ciutat a una mila; mes el
temps de autumne acostant, se recuylen al pòrt, lo qual es luny de
la ciutat duas milas e mitja, lo qual ha nom Portopí, quays pòrt de
pí, com aquí havia un molt beyl pí dont lo pòrt hach e pres nom.
E ha aquesta ciutat defora tres casteyls molt fòrts asseguts e
sitiats en molt altas montanyas; lo un contra la part de Cathalunya
lo qual es dit e nomenat de Polensa, l' altre contre la part de
Affrica lo qual es apeylat de Santueri, altre dintre terra qui no es
pòt combatre lo qual es apeylat Alaró.
L' aer hi es molt
temprat, com d‘ ivern apenas o quays nuyl temps no gita neu; e si
algunas vegadas s' esdevé, las gents ho han per joch: glas nuyl
temps quays hi appar; e en temps de estiu de tercia e d' aquí avant
del vent embat apeylat es temprada."




(4)



D'
Abú-Soleyman vessada







En
las cronologías de los emires o gobernadores mahometanos bajo el
imperio de los califas, figura al tratarse del reino de las islas
Baleares, el nombre de
Abu-Rabi-Suleyman, que en el año de la
égira 508, fue sucesor de Mubash-sher
(Nasiru-d-Daulah)
que fue al parecer el último de aquellos gobernadores.
Quizás
aluda Lulio a este personaje en el verso que comentamos.




(5)



De
n' Horace e B. De Bon







Sin
duda se refiere Lulio en este pasaje a Bertrán de Born vizconde de
Hautefort y castellano del castillo (catalán,
castlà, châtelain
) de Perigord que encerraba unos 1000 hombres
de guarnición. Fue uno de los trovadores más célebres de su
tiempo. Pudiendo por su posición (posision) elevada tomar
parte activa en los negocios políticos de la época, se entretenía
en suscitar discordias entre los reyes de Francia y de Inglaterra, a
quienes tildaba de cobardes cuando se mantenían en paz,
tributándoles los mayores elogios cuando empuñaban las armas.
Declaróse enemigo de Ricardo corazón de león, y partidario de
Enrique II su hermano, a quienes designaba con los nombres de

(Oc) y No. Vencióle Ricardo y llegó a hacerle su prisionero
y a posesionarse de su castillo de Hautefort; pero obrando aquel
monarca, que aspiró también al renombre de trovador provenzal,
con clemencia y generosidad con el poeta vencido, le perdonó la vida
y le restituyó sus bienes. Aunque fue Bertrán, como todos los
trovadores de su época, cantor de los amores y de la hermosura, se
distinguió más especialmente por sus poesías heroicas o guerreras.
He aquí una de sus más notables producciones:








‘m play lo douz temps de pascor



Que
fay fuelhas e flors venir



E
play mí quant aug la baudor



Dels
auzels que fan retentir



Lo
chan per lo boscatge;



E
play me quant vey sus el pratz



Tendas
e pavallos fermatz;



E
play m' en mon coratge,



Quant
vey per campanhas rengatz



Cavalliers
ab cavals armatz.




E
play mí quant li corredor



Fan
las gens e 'ls avers fugir;



E
play me quant vey aprop lor



Gran
ren d' armatz ensems brugir;



Et
ay gran alegratge,



Quant
vey fortz castelhs assetjatz,



E
murs fondre e derrocatz,



E
vey l' ost pel ribatge



Qu‘
es tot entorn claus de fossatz



Ab
lissas de fortz pals serratz.







Atressi
m' play de bon senhor



Quant
es primiers a l' envazir



Ab
caval armat, ses temor;



C‘
aissi fay los sieus enardir



Ab
valen vassallatge;



E
quant él es el camp intratz,



Quascus
deu esser assermatz,



E
segr' el d' agradatge,



Quar
nulhs hom non es ren prezatz



Trò
qu' a manhs còlps pres e donatz.







Lansas
e brans, elms de color,



Escutz
trancar e desguarnir



Veyrem
a l' intrar de l' estor,



E
manhs vassalhs ensems ferir,



Don
anaran a ratge



Cavalhs
dels mòrtz e dels nafratz;



E
ja pus l' estorn er mesclatz,



Negus
hom d' aut paratge



Non
pens mas d' asclar caps e bratz,



Que
mays val mòrtz que vius sobratz.







Be
us dic que tan no m' a sabor



Manjars
ni beure ni dormir,



Cum
a quant aug cridar: A lor! (Com)



D'
ambas las partz; e aug aguir



Cavals
voitz per l' ombratge



E
aug cridar; Aidatz! aidatz!



E
vey cazer per los fossatz



Paucs
e grans per l' erbatge,



E
vey los mòrtz que pels costatz



An
los tronsons outre passatz.







Baros,
metetz en gatge



Castels
e vilas e ciutatz,



Enans
q' usquecs no us guerreiatz.



Papiol,
d' agradatge



Ad
Oc e No t' en vay viatz,



Dic
li que tròp están en patz.











Traducción.
- Mucho me place la dulce estación de la primavera que hace brotar
las hojas y las flores; me place oír el gorjeo de los pájaros
cuando hacen resonar su canto por el bosque. Agrádame ver colocados
a lo largo de las praderas tiendas y pabellones; y me deleita ver
alineados en campaña caballeros armados cabalgando en sendos
caballos.







Me
place ver los exploradores cuando ahuyentan las gentes y los rebaños,
y ver como en pos de ellos los hombres de armas se mueven con grande
estrépito. Experimento mucha alegría cuando veo sitiar fuertes
castillos, cuando se hunden los descuajados muros y la hueste cerca
el recinto defendido por hondos fosos y cerrado por empalizadas
guarnecidas con fuertes postes.




Gozo
cuando veo al buen señor que se lanza el primero al combate con
caballo armado, sin conocer el miedo, infundiendo con su ejemplo y su
brío valor a sus vasallos. Y cuando entra en el campo, todos deben
reunirse en torno suyo y seguirle con voluntad decidida, porque de
ningún hombre se hace aprecio si no ha dado y recibido muchos y
buenos mandobles.




Veremos
las lanzas y las espadas romper y desguarnecer los yelmos y los
escudos, desde luego de entrar en batalla, y herirse mutuamente los
combatientes. Entonces veremos correr al acaso los caballos de los
muertos y de los heridos, y cuando confundidos todos, en lo más
recio de la pelea, no habrá hombre de alta prez que tenga otro
pensamiento que el de cortar cabezas y brazos, pues vale más morir
que vivir vencido.




Os
lo aseguro: no me es tan grato el comer, beber y dormir, como oír
exclamar por ambas partes: ¡A ellos! y escuchar el relincho de los
caballos desmontados que corren por la selva, y el grito de ¡Socorro,
socorro! mientras caen señores y vasallos por los fosos sobre la
yerba, y se ven los muertos atravesados sus flancos por las astillas
de las lanzas.







Barones,
empeñad castillos, villas y ciudades antes de que otro alguno os
haga la guerra.



Y
tú, Papiol, corre pronto a ver a
y No
y diles que hace ya demasiado tiempo que están en paz.







(6)







Els
fayts eu xantats sovens.







Quizás
haya en este verso equivocación del copista. Parece que se diera a
la frase mejor sentido gramatical, sustituyendo el xantats participio
pasado de xantar, con el xantant gerundio del mismo verbo.




(7)
Ab
sos barons, donçeyls e lurs prelats.



Para
dar una idea de los barones principales que tomaron parte en la
conquista de Mallorca insertamos los siguientes párrafos que con el
mismo objeto trascribe el conocido historiador D. José María
Quadrado
en uno de sus apéndices a la parte de las crónicas de
Marsilio y Desclot referente a la expresada conquista, que publicó
en el año 1850.



"Era
D. Nuño Sánchez de real estirpe nieto del conde Ramon Berenguer que
casó con la heredera de Aragón, y primo del padre de nuestro
monarca. Su padre D. Sancho hijo tercero del conde de Barcelona
heredó el condado de Cerdaña en sustitución de su hermano Pedro, y
obtuvo en feudo el de Rosellón de su hermano mayor Alfonso II, a
quien lo había legado el conde Gerardo a falta de sucesión; de
suerte que su cuna y poderío le permitieron casi nivelarse con el
trono. De su esposa Sancha hija del conde
D. Nuño de Lara hubo a
D. Nuño, que tomó el nombre de su abuelo materno y que combatió al
lado de su padre en las Navas de Tolosa donde fue armado caballero.

Su tardanza en acudir al socorro de Pedro II, o la impaciencia de
este en no aguardarle, contribuyó al infeliz éxito de la batalla de
Muret donde feneció el rey de Aragón; pero unido con los Moncadas y
otros nobles, hostilizó a las tropas de Monfort, obligándole por
fin a devolverles el hijo del difunto soberano a quien el vencedor
retenía cautivo en su poder. Ignórase hasta qué punto secundó D.
Nuño las ambiciosas miras de su padre, que aspiraba no sólo a la
tutela del niño Jaime, sino a usurparle la corona; sólo es notorio
que tuvo sobrada parte en las turbulencias de aquella agitada
minoría. Disgustado con Guillermo de Moncada su íntimo amigo hasta
entonces, a causa de un azor que este le negó, llegaron ambos a
estrepitoso rompimiento; y aunque el rey en Monzón se declaró
abiertamente a favor de D. Nuño, y sostuvo una larga y terrible
guerra contra Moncada para vengar los agravios de su pariente,
mostrósele este tan ingrato que se entendió con su competidor para
apoderarse del joven soberano en Alagón y retenerle como prisionero
dentro de Zaragoza, gobernando ambos en su nombre y repartiendo los
feudos a su capricho. Hacia este tiempo por muerte de D. Sancho
heredó D. Nuño los condados de Cerdaña y Rosellón con el señorío
de Vallespir y Conflent, y dejando en paz la monarquía auxilió al
rey de Francia Luis VIII en su guerra contra los albigenses, de quien
recibió en recompensa algunas tierras. La expedición a Mallorca
formó el período más brillante de la vida de D. Nuño, mostrándose
tan intrépido en los combates como espléndido y bienhechor en la
multitud de fundaciones que dejó en el suelo reconquistado. Después
de contribuir a la toma de Iviza y de asistir con el rey al sitio de
Valencia, falleció sin hijos en 1241, y fueron agregados a la corona
sus vastos dominios y las propiedades que le cupieron en Mallorca e
Iviza. En 1215 casó con Petronila hija del conde de Cominges, pero
habiéndosela arrebatado el conde de Monfort para casarla con su
hijo, D. Nuño en vez de pedirle cuenta de su inaudito agravio
contrajo segundas nupcias con Teresa López. La especie de que murió
canónigo de Elna no aparece bien probada, a menos que esta dignidad
eclesiástica no anduviera aneja a sus títulos seglares, de lo que
se hallan hartos ejemplos en la edad media."



"De
nobilísima familia enlazada desde muy antiguo con la condal de
Barcelona descendía Guillermo de Moncada vizconde de Bearne. A
mediados del siglo XI un Raimundo de Moncada concurrió a la
formación de los Usages de Cataluña (o son los usatges de
Barcelona?
) por Ramón Berenguer el viejo; otro Guillén Ramón,
con el sobrenombre o empleo de Dápifer (Dapifer)
vinculado en su estirpe, acompañó al conde de Barcelona y a los
pisanos en su gloriosa expedición a Mallorca; y Guillén Ramón se
llamaba también el senescal de Cataluña, que caído en
desgracia de su príncipe y refugiado a la corte de Aragón, agenció
el dichoso enlace de Ramón Berenguer con Petronila. Su hijo heredó
el nombre, el título y la influencia, y apenas hay hecho ilustre o
acto solemne en la última mitad del siglo XII a que no se le
encuentre asociado; mancha empero su memoria la sacrílega muerte que
dio en 1194 al arzobispo de Tarragona D. Berenguer de Vilademuls, sin
que se sepan las causas ni las consecuencias del delito.”



"La
semejanza de nombres y la multitud de ramas en que se dividió la
familia de Moncada, no permiten deslindar los hechos que a cada
individuo pertenecen, ni averiguar su recíproco parentesco, ni
asegurarse siquiera de la identidad o diversidad de las personas:
sábese únicamente que el más ilustre y poderoso de todos, que regó
con su sangre nuestra isla, fue hijo de un Guillén Ramón y de
Guillerma de Castelveyl.
Guillermo de Moncada no empieza a
figurar sino en el reinado de Jaime I cuya coronación y libertad
promovió eficazmente; pero desvanecido con el poder y opulencia que
le añadió su casamiento con Garsendis heredera del vizcondado de
Bearne e irritado contra el conde de Rosellón, desechó la mediación
del monarca e invadió a sangre y fuego los estados de su enemigo.
Mientras que todo lo arrollaba y se abría paso hasta Perpiñan,
derrotando a sus habitantes y prendiendo al jefe de ellos Gisperto de
Barberá, sus propias fortalezas en número de 130 cayeron en poder
del joven rey que penetró en sus dominios con poderosa hueste; y el
orgulloso barón hubo de acudir a su defensa, encerrándose con sus
numerosos amigos y deudos en el inexpugnable castillo de Moncada. Al
cabo de tres meses de sitio se vio precisado Jaime I a levantarlo por
no contar bastante con la fidelidad de los demás nobles; Moncada se
reconcilio con D. Nuño para oprimir de común acuerdo al soberano, y
en vez de temer el castigo, le arrancó la indemnización de los
daños que le había causado en la pasada guerra. No tardó el
inquieto vizconde en confederarse de nuevo con el infante D. Fernando
en contra de
D. Nuño y de los Folch de Cardona rivales eternos
de los de Moncada, sublevando las ciudades aragonesas y exponiendo a
duros trances el poder real; pero al fin buscó avenencia, y en una
entrevista que tuvieron con el rey él y sus compañeros no lejos de
Pertusa, reconoció humildemente su error y juró para lo sucesivo
inviolable fidelidad. Trocado desde entonces en firme apoyo del trono
que antes había conmovido, confióle el rey la empresa de poner a
doña Aurembiax en posesión del condado de Urgel que injustamente
ocupaba Gerardo de Cabrera; y en breve la llevó a cabo con su
acostumbrado esfuerzo. Tan generoso en ofrecer como pronto en
cumplir, sincero en la reconciliación, velando por su rey con
paternal cariño, ardiente en su fé, tierno en su piedad, víctima
de su brioso valor mal secundado, Guillermo de Moncada aparece en la
poética expedición de Mallorca como el héroe más interesante
después de Jaime I.
La infelicidad y revueltas de los tiempos
explican bastante su pasado proceder, y su sangre mezclada con las
lágrimas de su rey le absuelve y purifica. Dejó de tierna edad por
sucesor de sus estados a su hijo Gastón, cuya primogénita Constanza
casó en 1260 con el primogénito del rey D. Jaime, el malogrado
infante D. Alfonso, fallecido entre los festejos de la boda.”



"Raimundo
de Moncada, compañero de Guillermo en la campaña de Urgel y en el
glorioso fin que les aguardaba sobre las playas de Mallorca, era sin
duda su pariente muy cercano; pero ni en las crónicas ni en los
documentos aparece indicio alguno que confirme la opinión vulgar de
que ambos eran hermanos, concebida sin más fundamento que el de su
común familia y recíproco afecto. Zurita, sí, nombra repetidas
veces a Raimundo como hermano de Guillén Ramon senescal de Cataluña
casado con Constanza hija natural de Pedro II, del cual no consta que
viniese a Mallorca, aunque a veces por la semejanza del nombre se le
confunde con los otros dos. Hijo de Guillén Ramón fue Pedro de
Moncada que heredó la senescalía de Cataluña, y de Raimundo lo fue
Guillermo que obtuvo en Mallorca los heredamientos que al difunto
magnate correspondían; acompañó este al monarca en sus campañas
por el interior de la isla, y luego en las de Valencia, y se le dio
en 1255 el señorío de la villa de Fraga, trasmitiéndolo a su hijo
llamado Raimundo como el abuelo. En el libro del repartimiento figura
otro Berenguer de Moncada a quien concedió el rey algunas
propiedades.”



A
pesar de ser el conde de Ampurias uno de los príncipes
iguales un tiempo en soberanía, ya que no en poder, a los
condes de Barcelona, con quienes a menudo combatieron sus
antecesores, en esta expedición le vemos eclipsado por su pariente
el vizconde de Bearne, cediéndole en todo el primer puesto. Hugo
descendía por línea recta de una serie de condes, que llevaron
todos el mismo nombre alternando con el de Ponce Hugo, y que
siguieron después de él durante algunas generaciones; su parentesco
con los Moncadas debió de ser estrecho según su adhesión a aquella
familia, en la cual refundía su causa y su persona. Es probable que
fuera este el conde que asistió al glorioso combate de las Navas; de
todas maneras le honra mucho el no hallarle ni una vez mentado en las
turbulentas ligas y reyertas de los barones que afligieron la menor
edad de Jaime I. Carbonell alaba al conde Hugo de muy noble caballero
y de haber regido con gran prudencia su condado: su esposa llamábase
María. Al tratarse de la conquista de Mallorca distinguióse sobre
todos por su caballeresco ardor en secundar la empresa, como luego
por su sombría perseverancia en el sitio de la ciudad: no esperaba
hallar tan pronto en ella su sepulcro sorprendido por la peste en
brazos de la victoria.
El necrologio de la catedral de Gerona, de
la cual era canónigo como conde de Ampurias, pode su fallecimiento a
23 de febrero de 1230.”



"Guillermo
de Clarmunt, Ramon Alamany y Gerardo de Cervellón, todos eran
retoños del árbol nobilísimo de Moncada, planetas que giraban en
torno del nuevo vizconde de Bearne e iluminados con el reflejo de su
esplendor. Sus abuelos se hallan mencionados al principio de los
usages de Cataluña entre los barones que formaban la corte
de Ramon Berenguer el viejo
; pero aunque fueran señores con casa
y estados propios, en cualesquiera bandos y empresas siguieron la voz
y la suerte de Guillermo de Moncada. Los nombres de Clarmunt y
Alamany van siempre unidos como por un lazo indisoluble; sobrino del
segundo era Gerardo de Cervellón hijo de Guillermo hermano de
Alamany cuyo verdadero apellido debió ser asimismo Cervellón. La
peste arrebató a los tres, apenas cumplido su juramento de vengar la
muerte de los Moncadas con la toma de la ciudad."



"Por
deudo o por amistad hallábase también unido a los anteriores el
opulento Bernardo de Santa Eugenia, tanto que se encerró con el
vizconde de Bearne en el castillo de Moncada para defenderlo contra
el soberano. Era señor de Torrella de Muntgrí, de donde algunos le
atribuyen el apellido de Torrella y le suponen arbitrariamente
hermano de Raimundo primer obispo de Mallorca. Después de la partida
del rey quedó por gobernador de la isla durante algún tiempo; y en
1235 junto con su hermano Ponce Guillén y con Guillermo de Muntgrí
sacrista de Gerona solicitó del rey facultad para conquistar a
Iviza. Poseía este barón una galera que junto con otra de Pedro
Martel, de quien se habla al principio del texto, fue tomada a sueldo
por el rey estando sobre Burriana para la expedición de Valencia.”
- QUADRADO, Apéndice 1.° a las crónicas de Marsilio y Desclot.



Y
por último en la escritura de concordia que se celebró entre el rey
Don Jaime y los magnates sobre la expedición a la isla de Mallorca y
en otros documentos, se continúan, entre los que quedan ya
enumerados, los nombres de Raimundo Berenguer de Ager, Hugo Desfar,
Assalito de Gudal, Hugo de Mataplana, Ferrer de San Martí, Gilaberto
de Croyles (Cruyles, Cruilles), Galcerán de Pinos
(Pinós) y otros muchos de elevada alcurnia, además del
templario Fr. Bernardo de Champans comendador de Miravete que
llevando la voz de su orden ofreció ayudar en la empresa con treinta
caballeros.



En
cuanto a los prelados que secundaron al rey Don Jaime en la
expedición, aparecen en primer término Spárrago de Barca arzobispo
de Tarragona y Berenguer de Palou obispo de Barcelona. Aquel era
primo del rey Don Jaime, como afirma el cronista Marsilio; en 1212
era ya obispo de Pamplona y en 1215 fue electo arzobispo de
Tarragona. Contribuyó a la restitución que hizo Simón de Monfort
del niño Jaime (después el Conquistador) y teniéndole en sus
brazos lo presentó en las Cortes de Lérida. Tomó gran parte en las
deliberaciones sobre la conquista de Mallorca y contribuyó en favor
de la empresa, según el cronista Desclot, en mil marcos de plata,
gran cantidad de trigo, cien caballeros y mil peones pagados por él,
con el correspondiente armamento. Murió en 3 de marzo de 1233.



El
obispo de Barcelona fue el prelado que más se distinguió por sus
hechos en la conquista que nos ocupa. Habiendo sido antes canónigo
de la catedral de Barcelona, era ya pastor de aquella diócesis en el
año 1212 en que prestó obediencia al arzobispo de Tarragona. Fue
prelado ilustre en paz y guerra y, según expresión del P.
Villanueva, así manejó la espada como el báculo, siendo su
pontificado el más distinguido de aquella iglesia. Acompañó al rey
D. Pedro II en la célebre expedición de Ubeda en 1212
(Úbeda, Navas de Tolosa), donde el rey le dio en premio de
sus servicios la propiedad Solario: en 1214 fundó el monasterio de
Junqueras (religiosas Benedictinas), y en 1219 el de Dominicos que
hizo venir desde Bolonia. Celebró varios sínodos e hizo muchas
constituciones, prestó servicios de gran importancia en la conquista
de Mallorca, contribuyendo en favor de la empresa con cien caballos
armados, y con mil peones mantenidos todos a sus expensas. Asistió
también a la conquista de Valencia, y fue después arzobispo de
Tarragona, elección que no aprobó el Papa por lo necesaria que era
su presencia en Barcelona. Murió en 1.° de setiembre de 1241.



Otro
de los prelados que asistieron también a la gloriosa expedición fue
Guillermo Cabanellas, obispo de Gerona. Era ya canónigo de aquella
iglesia en 1214, y siendo arcediano de la Selva fue elegido obispo
por el año 1227 y prometió contribuir, como contribuyó en favor de
la empresa, con treinta caballeros y trescientos peones mantenidos a
sus expensas. Murió en 24 de noviembre de 1245.



Asistió
así mismo a la conquista el abad de San Felio de Guixols,
llamado Bernardo, que fue el primero a quien el rey presentó en 1232
para la silla episcopal de Mallorca, cuya elección recayó por el
año 1235 en el pavorde de Tarragona Ferrario de San Martí, y
después en 1239 en D. Raimundo de Torrella por no haber tenido
resultado las dos primeras presentaciones. Contribuyó en favor de la
empresa con cuatro caballeros y una galera armada. Murió en 1253.



Y
por último asistieron igualmente a la expedición Guillermo de
Montgrí sacrista de Gerona que contribuyó con diez caballeros y
muchos infantes, y que después de haber hecho renuncia del
arzobispado de Tarragona y fundado la cartuja de San Pol de Maresmes,
murió en 1273: Bernardo de Villagrama arcediano de Barcelona que
ofreció diez caballeros y doscientos peones: sacrista de la misma
catedral Pedro Centelles que contribuyó con quince caballeros: y el
paborde de Saxona, el de Tarragona y el sacrista de Urgel que
también contribuyeron con caballeros y peones en favor de la
conquista.











(8)



E
cant fó exit lo stòl de mil galeas







Componíase
la armada según Marsilio y los otros cronistas incluso el mismo rey
Don Jaime de 155 buques grandes, además de las barcas de menor
porte, esto es; 25 naves mayores, 18 taridas, 12 galeras y 100
embarcaciones grandes llamadas trabuces y galeotas.







(9)







Cell
qui los cèls té e ‘l trò sens maleas,



Lança
en lo mon e en nostras ribeas



D'
ayre e de fòch e de maleas muytas.







Todas
las crónicas que se ocupan de la conquista de Mallorca hablan
detenidamente de la gran tempestad que sufrió la flota de Don Jaime
durante la travesía: la de Marsilio se expresa en estos términos,
al hacer mención de este suceso:



"Entre
hora de nona e vespres cresqué lo vent, e fòrt horriblement la mar
se inflá: muntan las ondas e complexen bé la tersa part de
la galea, e la mar prova e assatja los ventres dels novels peregrins
e encara dels antichs mariners; tots los peus los vecillan e ‘ls
caps han torbats............



"Dels
fets no remembrables de la tempestat passada, feta la mar suau, e
navegants ab vent cuvinent envés Pollensa, apparech una nuu fòrt
espaventable de part d' aguiló del vent de la Prohensa, la qual nuu
enfosquehí de molt desplaer las caras dels mariners. Mes un mariner,
en la sua art savi e discret e bé sabent e apareylat, per nom
Berenguer Guayrán, que era cómit e regidor d' aquela galea, alla
veu dix: "Nom plau aquela nuu que a nos se mostra de part del
vent aguiló de la Prohensa: estats apareylats, estats tots, e
acostense alcuns a las cordas qui son fermadas a la popa, e altres
vajan a la proha, e 'ls altres sian de prop las cordas costeras,
persó que si mester es pus tòst sia baxada la vela.” E donques la
galea per totas cosas, en quant aquela art pòt garnir e apareylar,
fó ordonada, soptosament vench vent fòrt, derrocá e gitá la vela
a dors, e present peril de mòrt menassá. Veus donava en trò al cèl
en Berenguer, sovent repetent: baxa la vela, baxa la vela, la qual
cosa per gracia de Deu fó feta: mes los lenys e las naus e las
galeas, per só com mes eran estadas soptadas, hagueren major afany a
baxar las velas, e grans crits e veus confusas cridavan la present
angustia e trabayl. La mar se inflá massa a la contrarietat dels
vents, e la galea del rey e tots los lenys eran sens velas, e
sofferian gran feriment de las
onas
, e los timons no usavan de lur offici; rodavan los
lenys en gir, e indicis o presumpcions de mòrt significavan. Havia
gran tristor en las galeas e caylament; jahian homens de subinas e
cap cubert, de lur vida d' aquí avant poch confiants. Leva' s lo
rey, e aquestas cosas temé molt fòrt per sí e per los seus.” -
MARSILIO, lib. II, cap. XVI y XVII.







(10)



...
com Nabuch e Faruensa;







El
nombre de Faruensa, unido al del personaje bíblico Nabucodonosor,
nos hace estar en la persuasión (persuacion) de que el poeta
ha querido aludir a Faraon rey de Egipto, cuyo nombre alteró en su
terminación por licencia poética obligado por la rima.







(11)



.....
sens que no spectetz nuyll.







Así
la crónica Real, como la de Marsilio, insertan la oración que
dirigió el rey Don Jaime al cielo al ver combatida la flota por la
tempestad. He aquí como transcribe la citada plegaria la primera de
las mencionadas crónicas:



"Senyor
Deus, bé conexem quens has feyt rey de la terra, e dels bens que
nostre pare tenia per la tua gracia: e hach no comença gran feyt, ne
perills trò aquesta saho, e jatsia que la ajuda vostra hajam sentida
del nostre naximent en trò ara, e hajats nos honrrat dels
nostres homens mals qui ab nos volien contrastar: ara Senyor e
Creador meu, ajudats me si a vos vé de plaer en aquest tan gran
perill, que tan bon feyt com yo he començat nol puixca
perdre car nol perdria yo tant solament, ans lo perdrets
majorment vos: car yo vaig en aquest viatge per exalçar la fe
que vos nos havets donada, e per baixar e destruyr aquells qui no
creuen en vos. E dons, ver Deus e poderos, vos me podets guardar d'
aquest perill, e fer servir la mia volentat, que he per servir a vos.
E deu vos membrar de nos que hanch nula re nous clamam merce que no
le troba sens vos, e aquells majorment quius han en còr de servir, e
traen mal per vos, e yo só d' aquells.
E, Senyor,
membreus de tanta gent qui vá en mí per servirvos. E vos, mare de
Deus, qui sou pònt e pas dels pecadors, prech vos per las set
alegries, e per les set dolors que hagues del fill de Deus
queus membre de mí en pregar a vostre fill que ell me storça d‘
esta pena, e d' aquest perill en que yo son, e aquells qui van
ab mí.” -
CRÓNICA DEL REY DON JAIME, cap. LV.







(12)







.
a Deus qui d' Aragó
Ubert tenia de los cèls la quarrera.







Las
crónicas omiten los hechos continuados en esta estancia. Nada hablan
de la alegría que tuvo el rey después de calmada la tempestad que
puso en tan grave peligro a la flota; alegría que manifestó a todos
los suyos enarbolando en su nave la enseña de
Jesu-Cristo, y a
la que contestaron todas las naves izando en sus mástiles el pendón
aragonés
, que tanta gloria obtuvo en la conquista que el
numeroso ejército de Jaime I había emprendido.







(13)



Dix
en Bonet, que guia la gran nau,







La
crónica real y la de Marsilio designan al entendido marino que tan
ventajosamente figura en la conquista, con el nombre y apellido de
Nicolás Bouet, y no Bonet como le han llamado algunos y le
llama el poema que nos ocupa. Quizás la costumbre de leer Bonet en
algunos historiadores hizo equivocar al Sr. Bover la u con la n
al copiar el poema, puesto que en la copia que nos ha facilitado se
lee Bonet. Según el citado cronista Marsilio, parece montaba este
experimentado marino la nave que servía de guía a toda la flota y
en la cual iba D. Guillén de Moncada.



Ans
que donassen las velas (dice el cronista citado) ordoná lo rey de
lur orde e volch que anás primera la nau den Nicholau Bouet
en la qual era en G. De Monchada, e que portás lanterna encesa persó
que guiás totas las altres seguents; mes que la nau den Carrós anás
derrera havent lanterna per semblant manera, e tot l' aparalament de
las naus en lo mitj, e las galeas a cascun costat e defora, persó
que si galeas alcunas de enemichs de qualque part s‘ acostassen pus
tost trobassen contrast." - CRÓNICA DE MARSILIO, parte 2.a,
cap. XV.







"Enans
que moguessem l' estòl ordenam en qual manera iria. E primerament
que la nau den Nicolau Bouet en que anava en G. de Muncada,
que guiás e que portás un faro de llanterna: e la den Carrós que
tingués la reguarda, e que llevás altre faro de llanterna: e las
galeas que anassen entorn del stòl, e que si nenguna galea vingués
al stòl que s‘ encontrás ab las nostres galeas.” - CRÓNICA
REAL, 2.a parte, cap. LIV.







(14)



En
Nono víu, que vers de eyl venia,







Véase
sobre D. Nuño Sanz lo que va trascrito en la nota número 7. Por lo
demás el encuentro de la galera del rey con la de D. Nuño durante
la travesía, y las palabras que este dirige a D. Jaime en estas
circunstancias, están omitidos así en la crónica real como en la
de Marsilio y la de Desclot.







(15)



Donchs
de Maylorcha lo menaret vessaba.







No
es fácil determinar el lugar donde se elevaría el minarete que veía
D. Nuño sobre las montañas de la isla, cuya vista le alegrara en
términos de inducirle a proponer se hiciese oración a la Virgen
Santísima en acción de gracias. Las crónicas citadas dicen que
serenado el mar y vencida la tormenta, apareció la isla a la vista
de las naves y se divisaron distintamente la Palomera, Sóller y
Almalutx. Quizás pertenecía a alguna de estas poblaciones el
minarete que alcanzaba D. Nuño desde su nave.







(16)



Lavors
lo rey e l' avesque......







Refiérese
probablemente el autor al obispo de Barcelona D. Berenguer de Palou,
que era el que comúnmente llevaba la voz entre los prelados en los
asuntos arduos de la expedición, y el que de ellos arengaba e
infundía aliento al ejército cristiano.
Véase lo que va
trascrito sobre este personaje en la nota número 7.















(17)



......
e l' abat,







Quizás
se alude en este pasaje al abad de San Felio de Guixols. Véase
la misma nota número 7 en la parte que se refiere a este prelado.







(18)



Lavors
l' avesque ab veu pus tremolosa



Dix
d' Ave maris a la dona est xant;







Las
crónicas mencionadas sólo hablan de la plegaria del rey Don Jaime
después de la tempestad sufrida, pero no de la oración que a la
Reina de los cielos dirigió todo el ejército cristiano en medio de
las ondas del mar, entonando el poético himno de
Ave maris
stella
, y la letanía de la Virgen; pasaje lleno de la fé y
fervorosa piedad de aquellos tiempos, oración la más propia en boca
de marineros y soldados que acababan de correr el peligro de ser
sepultados por aquel piélago del cual es rutilante estrella
la madre del Salvador por cuya enseña iban a combatir y a hacer si
era necesario el sacrificio de su vida.







(19)



Consira
en Jacq cant fer huy se poria:



Dix
a l' avesque, e dix a lo Guastó:







Alúdese
aquí probablemente a D. Gastón de Moncada, vizconde de Bearne, hijo
de D. Guillermo de Moncada, muerto en la encarnizada batalla de "la
Porrassa" y de la vizcondesa doña Garsendis. El Sr. Quadrado al
ver firmados como testigos del primer privilegio concedido por Don
Jaime I a los pobladores de Mallorca, a los jóvenes conde de
Ampurias y vizconde de Bearne, se expresa en estos términos:



"Seis
días antes (de la fecha del privilegio) había fallecido el valiente
conde de Ampurias, a cuya muerte asistió su hijo y sucesor Ponce
Hugo, ya sea que le hubiese acompañado en la expedición, ya se le
hubiese reunido después de tomada la ciudad. Lo mismo debe pensarse
del joven Gastón, vizconde de Bearne que acudió en persona a
recoger la pingüe porción que su padre le había adquirido con sus
servicios y con su propia sangre."



El
pasaje que comentamos en un poema que á mas de su valor
literario no puede negársele el histórico por ser escrito poco
después de la conquista, prueba que no sólo asistió D. Gastón de
Bearne a la gloriosa expedición, sino que merecía en alto grado la
predilección del rey.







(20)



Pendrer
no 's pòt lòch nient per aquesta



Meytat
de l' yla pus brossa e enquesta;

La parte de la isla a que se
refiere el experimentado marino Nicolás Bouet, es efectivamente
peñascosa y escarpada en su costa, y era difícil en ella el
desembarco del ejército; por lo demás las crónicas difieren algún
tanto del poema en el suceso a que la estancia se refiere, pues en
los primeros no se menta en tal ocasión a Bouet, sino a otro
inteligente marino llamado Berenguer Guayrán, ni se atribuye la
variación del propósito de ir a desembarcar por la parte de
Pollensa a las condiciones poco adecuadas para ello de aquella costa,
sino a la contrariedad del viento que reinaba. He aquí como da
cuenta Marsilio de las circunstancias que precedieron a la llegada de
la flota a la Palomera:



"Aquestas
cosas ditas, vench en pensa del rey per los nobles e per los mariners
deliberat conseyl de applegar e anar envés Pollensa, e cridá: -
"¿Ha aqui alcun entre vosaltres qui sia estat a Malorques
e sapia la yla?" - E respòs en Berenguer Guayrán demunt dit:

- "Jo, senyor, son estat aquí." - E el rey dix: - "¿Ha
hi pòrts ne quins ves la ciutat de la part de Cathalunya?" - E
dix: - "Ha hi un puig qui ret yla luny de la ciutat per quatre
leguas e per mar XXX milas, lo qual es apeylat la Dragonera, e
ha pou d' aygua de la qual los meus mariners ne portaren una vegada a
la mia nau; e aquel puig a la terra ret pòrt major, e al mitj de la
mar ha un puig poch qui ret pòrt luny de la terra un jet de balesta,
lo qual es apeylat Pantaleu.” - E el rey alegrat dix: - "¿Qué
demanam ne perqué som torbats per Pollensa la qual no podem haver ab
aquest vent? Nos anam a pòrt ont ha aygua, e ont porán recrear los
cavals a mal grat de sarrahins, e al qual pòrt tot nostre navili
sens difficultat porá anar, e d' aquen porem elegir part la qual a
nos sia vista pus cuvinent a intrar a la terra." - El rey maná
donar la vela, durant e guiant lo vent de aguiló a la Prohensa, e
acostá 's a una galera companyona que manás a las naus donar las
velas e seguir la galea del rey qui volia applegar al pòrt de la
Palomera. E donaren tots las velas, e la primera feria VI, só es lo
primer divenres de setembre vench lo rey a la Palomera, e per tot lo
dissapte tots los altres foren venguts. Beneyta sia la gloria del
nostre Senyor del seu lòch, com ab aquel vent no podian applegar ne
acostar a Pollensa de la qual era estat determenat, e podian venir a
la Palomera; e en tan gran peril no s‘ ha seguit dan a negú; e só
que era vijarés que 's fahés en dampnatje de la host e en
alongament, fó fet en gran prosperitat e ajuda." - CRÓNICA DE
MARSILIO, 2.a parte, cap. XVII.







(21)



De
los barons ab seny lo stòl viraba,



E
vench lo rey en vers la Palomera.







Está
situado el lugar de la Palomera en la costa de Andraitx,
frente a la isla Dragonera. Parece existía antiguamente en él
una población con el mismo nombre, de la cual era señor en tiempo
de los árabes Alí mayordomo del jeque o walí de Mallorca. Sin
embargo ella se había arruinado o decaído mucho a últimos del
siglo XIII, puesto que vemos que el rey Don Jaime II de Mallorca
mandó se edificase en el mismo sitio una población de treinta casas
cercada de muralla, mediante letra real dada en Perpiñan a 10 de las
kalendas de abril de 1303.







(22)



E
vench n' Alí del rey en la galea,



Alúdese
aquí a Alí de la Palomera, a quien se refiere la nota anterior.







(23)



Ma
mayre ho dix, ma mayre ho ha trobat." -







He
aquí como cuenta el poético episodio que comentamos el cronista
Desclot, que es el que más detalles nos da sobre el particular:



"Diu
lo conte, que quant lo navili fó ajustat a la Palomera, e lo rey fó
exit en la ylla de Pantaleu ab molts de richs barons e d' altres
gents per deportar o per sejornar, persó car la mar
los havia traballats, assó fó un dicmenja maytí, qu‘ els
sarrahins de la terra se foren ajustats devant la ylla de Pantaleu,
trò a XV milia sarrahins a cavall e a peu ab llurs armas. Del quals
sarrahins sen partí un e gitá 's en mar, e nadá, e vench a la ylla
hon lo rey d' Aragó era, e quant fó exit de la mar vench devant lo
rey e agenollá ‘s a ell e saluda ‘l en son latí. El rey
feu li donar vestiduras, e puis demaná ‘l del feyt de la terra e
del rey sarrahí. E el sarrahí dix li: - "Senyor, sapias per
cert que aquesta terra es tua e a ton manament, que ma mare prega que
jo vingués a tú e que t‘ ho digués; que ella es molt savia
fembra, e ha conegut en la sua art de astrenomia que aquesta
terra deus tú conquerir." E dix lo rey: - “¿Cóm has tu
nom?" - "Senyor, dix lo sarrahí, Alí m' apella hom; son
majordom del rey de Mallorcas.) - "Diguesme ¿lo
rey hon es ne que fá?" - "Senyor, dix lo sarrahí, lo rey
es en la ciutat, e ha ajustat per scrit, que jo ‘ls he tots
comptats XLII milia homens armats, del quals ni ha V milia a cavall,
e los altres son bons servents e molt valents e ardits, e cuydan te
vedar que no prenas terra en negun lòch de Mallorcas; perque ferás
bé si 'l cuytas de pendra terra al pus tòst que puxas abans que
ells sian exits de la ciutat." - "Amich, dix lo rey, bé
sias tú vengut; sapias que jo 't feré gran bé a tú e a ta mare e
a tos fills en tal manera que t‘ en tendrás per pagat." -
BERNARDO DESCLOT, XXVII.







(24)



E
‘nsemps volgren anar a lo perils



En
Nono Sanç e 'n R. De Monchada.







La
crónica real trascribe el hecho de esta manera:



"Quant
vench lo dissapte enviam per nostres nobles, ço es per don Nuno, e
per lo compte d' Ampuries, e per en G. De Muncada e per los altres
qui eran en la hòst: e haguem dels còmits de les naus de aquells
qui eran de major autoritat. E fó consell aytal, que enviassem don
Nuno en una galea qui era sua, e en Ramon de Muncada en la galea de
Tortosa: e que anassen riba mar, com qui vá contra Mallorques. E
allí hon élls stimarien que fós bò al stòl arribar, que allí
arribassen.” - CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte, cap. LVII.







(25)



En
Nono dix: - "Senyor, no tembretz nient!



Dessá
ví lóch hon l' exir fora fayt." -







"E
anants (D. Nuño Sanz y D. Ramon de Moncada) en axí aquel dissapte
tornaren el vespre e digueren: - "Nos havem trobat lòch de
costa la mar lo qual ha nom Sancta Ponsa, e es lòch a nostre vijarés
cuvinent a anar o a applegar; e aqui de costa ha un puig poch, en lo
qual si havia D. homens dels nostres, nul temps no pendrian lo Iòch
ans seria venguda tota la host.” - E plach a tots só que es dit
per los demunt dits, e elegiren lo lòch ab consentiment; mes volgren
el dicmenje reposar en aquel mont retent yla, só es lo Pantaleu.”
- CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, cap. XVIII.







(26)



..
e ‘n Ponç …....







Alúdese
aquí a Hugo Ponce conde de Ampurias. Véase sobre este magnate lo
que va trascrito en la nota número 7.







(27)



..e
'n Cerveyló







Refiérese
Lulio a D. Gerardo de Cervellón (Cervelló). Véase lo que
sobre este caudillo va continuado en la nota número 7.







(28)



Et
en Guilem de tot son còr hi fó;







D.
Guillén de Moncada vizconde de Bearne. Véase la misma nota número
7.




(29)
E
lo Ramon son frare.....



D.
Ramon de Moncada. Véase la expresada nota número 7. El poema
confirma la opinión de varios historiadores y la tradición
constante de que D. Guillén y D. Ramón de Moncada, a quienes cupo
igual suerte en la reñida batalla de la Porrasa, eran hermanos,
en contra del sentir que manifiesta el Sr. Quadrado en sus párrafos
insertos en la citada nota número 7.







(30)



..
e lo Guastó,







D.
Gastón (Gaston) de Moncada vizconde de Bearne. Véase la nota
número 19.









(31)



E
a negun la vida fon lexada.







La
crónica real da cuenta de esta primera refriega en los términos que
siguen:



"E
vench en R. De Muncada e dix quels smaria, e anasen sols, e dix: -
"No vaja alcú ab mí." - E quant fó prop d' élls demaná
los nostres, e quant élls foren venguts, éll dix:
- "Firam
en élls, qui no son re.” - E el primer qui hanc los aná a ferir
fó éll: e quant foren tant prop los christians dels moros com
serien quatre hastes de llança de llonch giraren los moros las
testes e fugiren, e élls pensaven de donar en élls, e moriren dels
sarrahins mes de M. D. si que ningú no volia retenir a presó, e
tornarensen quant aço agren fet al ribatge de la mar." -
CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte, cap. LVIII.







(32)



Dels
maures buckrs la sanch veser volem." -







Está
bellísima estrofa está llena de energía y ardor guerrero. Ella
supera a todo cuanto han dicho los cronistas al hacerse cargo del
descontento que manifestó el joven y belicoso monarca por no haberse
podido encontrar en la primera refriega habida en la isla entre
cristianos y sarracenos. Para que pueda hacerse comparación véase
como Marsilio el más elocuente de los cronistas de la expedición,
da cuenta de las palabras del rey:



"E
exí lo rey de la mar e atrobá lo seu cavayl de totas cosas
apareylat, e los cavalers de Aragó qui de una tarida del rey eran
exits; e atrobat so que s‘ era fet, hach goig lo rey de la
victoria, mes sabé li greu e hach dolor com tant s' era trigat, e
girant se als cavalers de Aragó dix: - "Mal sia a nos! la
primera victoria es feta en Malorcha e la primera bataya, e ‘ls
nostres han hauda victoria, e nos no hi som estats. ¿Serán vuy las
nostres mans sens sanch? ¿Ha hi neguns cavalers entre vosaltres qui
'ns vuylan seguir?" - CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, cap. XIX.







(33)



Vaéren
tuyt li maur sus en la serra.



Los
cronistas hacen también mención expresa del suceso a que se refiere
este pasaje del poeta. Dice la crónica real:



"E
aquells qui foren apparellats anaren ab nos e fom trò a XXV. E
ixquem trotant e darlot contra alli hon era stada la batalla: e veem
sus en una serra de CCC trò a quatrecents peons de sarrahins, e
entant élls veeren nos e devallaren de aquella serra en que eran, e
volien pujar en una altre serra que hi havia. E dix un cavaller d'
aquels d' Abe (o Ahe) qui son naturals de Taust: - "Senyor,
si ‘ls volets attenyer cuytemnos.” - E nos cuytamnos, e al venir
que nos faem matam trò a V. E entant anaven hi e venien los nostres
e mataven e derrocaven dels moros alli hon los trobaven." -
CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte, cap. LVIII.



"E
axí (dice Marsilio) anaven el rey e alcuns pochs a major pas, e
fórenne mòrts V (sarracenos); e els altres qui venian apres lo rey
e qui havian los cavayls febles per la mar, espahatjavan dels
sarrahins aytants com ne podian atrobar.”
- CRÓNICA DE
MARSILIO, 2.a parte, cap. XIX.







(34)



E
un cavayler, de mòrt lo colpejava.







La
misma crónica real cuenta también detalladamente el episodio a que
se refiere la estancia del poema:



"E
nos (dice) ab tres cavallers qui anaven ab nos trobam nos ab un
cavaller a peu, e tench son scut abraçat e sa llança en la má, e
la spasa cinta, e son elm çaragoçá en son cap e son perpunt
vestit: e dixem li qu' es rendés, e éll girás a nos ab la llança
dreta, e hanch nons volch parlar; e nos dixem: - "Barons, los
cavalls valen molt en esta terra, e cascú non ha sino hú, e val mes
un cavall que vint sarrahins: e yo mostrar los he a matar, e metam
nos tòts en torn d' éll, e quant a la hú adreçara la llança, l'
altre vinga e firel per les spalles e derrocar l‘ em en terra, e
axí no porá fer mal a algú.” - E tantost nos apparellam nos aço
fer, è vench don P. Lobera e lexá ‘s correr al sarrahí, e el
sarrahí que 'l veu venir dreçali la llança, e donali tal còlp per
los pits del cavall que bé li mes mija braça, e éll donali dels
pits del cavall, e derrocá ‘l: e éll volch se llevar, e mes mà a
la spasa, e entant nos fom sobre éll, e hanch nos volch retre trò
que morí; e com li deyem, rentte, éll deya: "le mulex",
que vol dir no senyor: e morirenni d' altres bé trò a LXXX, e
tornam nos a la host." - CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte,
cap. LVIII.











(35)



A
Mem-Ladró ab els maures combatre,







En
las crónicas vemos figurar a un noble aragonés llamado D. Ladron,
(Ladrón) que según el Sr. Quadrado fue hijo de D. Pedro
Ladrón oriundo de Navarra, y persona de nobilísimo linaje que
acompañó fielmente al rey en todo tiempo. En la estancia XXXVIII
vemos figurar otra vez a D. Ladrón, quien al descubrir desde su nave
la hueste del jeque de Mallorca que se acampaba en los cerros de
Portopí, envió mensajeros al rey Don Jaime que pusiesen el hecho en
su noticia, lo cual está acorde con lo que cuentan los cronistas.
Sin embargo no sabemos cómo conciliar esto con lo manifestado en la
estrofa que comentamos, pues al parecer D. Ladrón no había
desembarcado aún cuando ocurrían los hechos a que se refiere el
pasaje que nos ocupa.







(36)



Dix
an en Nono: - "Féu aguayt en la serra



Ab
n‘ Alagó......







Alúdese
en este pasaje a Gil de Alagón, noble del ejército de Don Jaime, a
quien nombran las crónicas.







(37)



...e
n' Arnau Finisterra,







Personaje
desconocido, cuyo nombre no vemos figurar en ninguno de los cronistas
de la expedición.







(38)



A
mal baró cant vos l' ordonaretz



Maleficar,
e bon donçeyl no irá.”







La
redacción de este pasaje nos parece algo confusa. Sentimos no poder
consultar el códice original para ver si nos era dado esclarecer
algo su sentido. En la traducción hemos procurado adivinar lo que el
autor quiso decir al insolentarse contra el rey el indócil y desleal
soldado.



(39)



E
lo rey dix: - "Anatz, pelós, anatz!" -







Sobre
este interesante episodio pada dicen los cronistas. Gil de Alagón
aparece en la crónica real y en la de Marsilio, por primera vez,
durante el sitio de la capital, haciendo causa común con los
sarracenos, apóstata de su fé, y sustituido su noble apellido con
el de Mahomet, para negociar una capitulación no muy digna ni
admisible para los cristianos; y después reaparece, conquistada ya
la capital, como partícipe muy favorecido del botín que recogieron
los conquistadores, lo que induce a creer que había vuelto a su
religión y a la gracia de su soberano. He aquí los pasajes de la
crónica de Marsilio que se refieren a este soldado aventurero:



"Apres
alcun espay en P. Corneyl qui era estat en lo conseyl dir al rey:-
"Senyor, en Gil
d‘ Alagó, qui fó crestia e cavaler e are
es sarrahí e renegat de la fe e ha nom Mahomet, ha trameses a mí ja
dos missatjes que volia ab mí parlar; donchs si vos me 'ns dats
licencia parlaré ab eyl com per aventura vol me dir e revelar alcuna
cosa profitosa."
- El rey consentí li, e ana hi, e l'
endemá com fos vengut dix al rey que anassen defora deportant
cavalcant, com eyl volia parlar ab eyl e dix li: - "Aquestas son
las paraulas den Gil d' Alagó: jo tractaré ab lo rey de Malorques e
ab los veyls de la ciutat e de la terra, que donarán al rey d' Aragó
e pagarán totas las despesas las quals eyl e 'ls nobles seus han
fetas en aquest fet, e que sals e segurs s‘ en vajan; e asso
fermarian en tal manera que tots ne porian esser bé pagats." -
A las quals paraulas lo rey en continent ple de felonía respòs:- "O
en P. Corneyl, de vos nos maraveylam fòrt com aytal pati
pacientament havets ohit d' aquel renegat o de tot altre; com nos
prometem a Deu per la fe la qual nos ha donada e en la qual vivem e
‘ns esperam salvar, que si hom nos donava tan d‘ argent com poria
caber del lóch de las tendas entro a las montanyas, nos no rehebriam
ni pendriam alcuna covinensa o pati quant que quant sia plasent a
nos, si aquesta vegada no prenem la ciutat e ‘l regne; ans vos deym
una cosa, que nuyl temps en Cathalunya no tornarem, si donchs per
mitj de la ciutat no fem passatje. E ades de present vos manam sots
pena de la nostra gracia e amor, que d' aquí avant no ‘ns digats
aytals cosas que a nos no plahen.”- CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a
parte, cap. XXVIII.



"E
axí presa la ciutat e de tot en tot despuyada, dixeren los prelats e
nobles que las personas e las cosas a pública venda fossen posadas e
mesas; la qual cosa no plach al rey, ans dix: "Aquesta pública
venda molts temps requerrá, mes partescam las cosas o robas, e puys
anem contra els sarrahins qui en las montanyas s‘ amagan e pahor
los ha esvahits, e ab menor dificultat ne serán trets.” - E
dixeren los dits prelats e nobles:
- "¿E en qual manera las
cosas se partirian?" - Respòs lo rey: - "Per sòrts; e si
ades partim los sarrahins e las robas, las gents ne serán pagadas, e
el temps será de VIII dias, e encontinent irem contra els sarrahins
de fora, e obtendrem e estojarem la moneda per galeas. E aquest
conseyl es solament sá; ¿e en qual manera las gents esperarán tant
espaciosa e longa venda de las cosas?" - Mes en Nuno e en Bernat
de Sancta Eugenia e 'l bisbe de Barchelona e el Sagrista
volian aytal esposició de las cosas persó que enganassen los
altres, car en eran pus aguts e pus enginyoses. E el rey dix: - "Assó
no es venda, mes decepció o engan; e temem que 'ls sarrahins de fora
no s' enfortescan entretant, e que aquesta triga no sia dampnosa.”
- E aquels contrastant lassá 's lo rey de la sua importunitat, e fó
feta la esposició de las cosas de la Dominica primera de caresma
entro a Pascha. E els cavalers e homens de poble creyan haver part de
las cosas axí dadas a vendre, e compravan ne aytant com los era
vijarés que ‘n deguessen aconseguir per lur part, e feta la venda
no volian pagar las cosas ja compradas. E ajustarense los cavalers ab
lo poble, e torbadament anavan per la ciutat dients: - "Mal es
fet assó, mal es fet." - E soptosament levá 's entre eyls una
veu: - "Robem la casa den Gil d' Alagó.” -
E anaren hi e
axí ho feren. E com lo rey corrent fos vengut, e ja haguessen de tot
la casa despuyada, dix los: - "¿Quius ha dada licencia de
devastar la casa de negun noble nos assí presents, no fet a nos
alcun clam?" - E cridant dixeren: - "Nos devem haver part
en totas les cosas presas axí com los altres e no ho havem, ans
morim de fam e volem tornar en nostra terra, e per assó las gents
han fet so que han fet.” - E el rey dix los:
- "Cové vos
penedir e castigar d‘ aquestas cosas e abstenir de tot en tot d‘
aytals cosas, sino convendria nos de vos fer justicia, e hauriam
desplaher de vostre greuje, e convendria vos dolre de la pena.” -
CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, cap. XXXV.



Los
dos pasajes que de la crónica de Marsilio van trascritos motivaron
la siguiente nota del Sr. Quadrado:



"He
aquí uno de los más misteriosos personajes de esta épica historia.
¿Qué aventuras habían traído a la isla sarracena como cautivo o
como refugiado a un noble de la esclarecida estirpe de Alagón? ¿Qué
peligros, qué venganzas, qué crímenes o pasiones le precipitaron
en vergonzosa apostasía, hollando su fé de cristiano y sus blasones
de caballero? Sus tratos con Pedro Cornel indican que no había
olvidado del todo los recuerdos de su cuna y las amistades primeras;
pero lo mezquino e inadmisible de las condiciones por él ofrecidas,
a las cuales dio el rey tan digna y enérgica respuesta, muestran
hasta qué punto había identificado su causa con la de su nueva ley
y de su nueva patria. Después de tomada la ciudad reaparece para
colmo de extrañeza Gil de Alagón, reconciliado sin duda con el rey
y con la iglesia, como uno de los barones más favorecidos en la
distribución del botín; puesto que su casa fue saqueada ante todas
por el pueblo y los caballeros quejosos de la desigualdad del reparto
e indignados tal vez de que se prodigaran a un renegado semejantes
recompensas."



Creemos
que el pasaje que comentamos aclara bastante el misterio en que
aparecía envuelto el nombre del caballero Gil de Alagón, cuya
deslealtad promovió el enojo de su rey, al ver que acudía a la
reprobada idea de faltar a sus juramentos como caballero y hasta a su
fé como cristiano.

(40)



E
vos perdut ¿ e qui viurá de nos?







Marsilio
habla de este poético suceso en estos términos, dignos de la
epopeya:
"Lo sòl era pòst; el rey tornava a sas tendas,
tement que no hagués offeses o agraujats sos nobles en tan perilosa
cavalcada e quays del tornament del vespre, e esperava fortment esser
repres. E exiren a eyl a peu en G. e en R. De Monchada ab alcuns
cavalers, e el rey vehent aquels devaylá e volch sen intrar a peu;
mes com eyl hagués esguardat, en G. De fit en fit guardá lo rey, e
fentament e lenta ris se, lo qual riure agradá molt al rey dient
entre sí: - "No ‘ns dirá paraulas aspres en G. que ris s‘
ha.” - Mes no ho poch sofferir en Ramon de Monchada, e ab cara
feylona dix: - "Senyor, qué havets fet? qué havets fet? Nos
salvats per Deu e scapats en los perils de la mar e aportats assí
salvament e segura a la terra la qual desitjats, are volets auciure
vos matex e nos?
¿No sabets que 'l vostre peril no es de una
persona sola, mes de tota la host? ¿E quin ardiment es aquex, no
digne de neguna lahor, no companyó de nenguna prohea ab seny, que
vos a tan gran judici o peril de certa sciencia vos metets? En poch
vuy no sots perdut, e si tant negre dia los nostres lums hagués
escurehits, ¿qual apres vos haguera volgut viure? qual volgra tornar
als seus lòchs? en quant fora estat divulgat per infamis lo conseyl
de vostres nobles! Cóm suspitosa guarda! E cert milor fora als
morients que aquels qui de la yla ne portarian novas a nostres
amichs: e certes aquest tant gran negoci per algun altre príncep no
s' acabaría, com mes aportaria temor que amor." - CRÓNICA DE
MARSILIO, 2.a parte, cap. XX.



"E
en Ramon de Muncada dix nos: - "Qué havets feyt? volets ociure
nos e vos, que si per nostra mala ventura vos perderets e sots anat
arresch de perdre la hòst, e tot l' als seria perdut e aquest tan
bon feyt nos fará puys per nul hom del mon.” - CRÓNICA DEL REY
DON JAIME, 1.a parte, cap. LVIII.



Estos
pasajes, enteramente conformes con lo que expresa la estancia que
comentamos, motivan estas oportunas reflexiones del Sr. Quadrado:



"Un
rey mozo casi avergonzado de su victoria y espiando con inquietud las
miradas de sus nobles temeroso de ser reprendido, unos campeones que
se creen en el caso de reprimir su temerario valor y en cuyos severos
cargos traspira un celo tan paternal a par de tan sumisa abnegación,
son caracteres de belleza inimitable; y la impaciencia de Raimundo y
la indulgente benignidad de Guillermo acaban de realzar el cuadro con
su contraste."







(41)



Pus
no ho façatz, en rey, pus no ho façatz!" -

Las quals
cosas totas ohidas (continúa Marsilio), lo rey no respòs res, mes
en G. pacificant lo rey e en partida punyent dix: - "O Ramon, lo
rey ha feta gran folia; mes una cosa nos conforta, com vuy havem
provat com havem senyor valent en armas, lo qual planyent com en la
primera bataya no es estat, per sí e tot sol ha bataya procurada,
jatsia que sia en peril de sí e dels seus. No 's sia fet d' aqui
avant, senyor rey, no sia fet, com en vostra vida es la nostra, e en
la vostra mòrt es la nostra. Ne a vos no cal axí cuytar las cosas
que fer se deuen, mes ab fermetat pus madurament fer; com pus que en
la yla sots, rey sots de Malorcha; e si per ordinació de Deu no per
defaliment de vostre conseyl si esdevenia vos morir, la vostra fama
no hauria dampnatge de la mòrt, com tot lo mon vos apeylaria lo
melor hom d' aquest mon e 'us planyeria.” - E si constrenyement
dels nervis vos tenia en el lit e a las armas vos fehen no poderós,
encare aquesta terra assí es vostra sols que vos viscats." -
CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, Cap. XX.







(42)



Dementre'
l xech ab tota l' hòst ixia







Reina
mucha confusión acerca del nombre del que era jeque o walí de
Mallorca en la época de la conquista. El rey Don Jaime en su
crónica, y tras él otros historiadores, le llaman Retabohihe;
Marsilio le apellida Abobehie, corrupción quizás de
Abu-Yabie (Yahie), y los cronistas árabes dicen gobernaba la isla en
aquella sazón Said ben Alhakem Aben Otman el Koraischi de Tabira de
Algarbe. Sea como fuere pertenecía a la dinastía de los Almohades
que en 1208 habían destronado en Mallorca a la de los Almorávides.







(43)



En
sus de Portupi s' apareylá.







"E
las nostras naus (dice la crónica real) ab bé CCC cavallers que
havia dedins, e els cavalls aytambe al cap de la borrasca, veeren la
host del rey de Mallorques al vespre que fó exida en la serra del
pòrt de Portupí. E D. Ladró un rich hom d' Aragó qui era ab nos,
hach acòrd ab los cavallers qui eran en la nau, qu' ens enviassen un
missatje en una barca per mar, qu‘ ens feyen saber que ‘l rey de
Mallorques ab sa hòst era en la serra de Portupí, e tendas que hi
havian parades, e que estiguessen apercebuts. E aquest missatje vench
a nos a mija nuyt, que era nuyt del dimecres que devia esser aevant.

E nos tantost enviam ho a dir an G. De Muncada, e a D. Nuno, e
als richs homens de la hòst: e ab tot aço nons llevarem trò en l'
alba. E quant vench en l' alba llavám nos tots e oym nostra missa en
la tenda nostra." - CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte, cap.
LVIII.




(44)



N
‘ haurá lo cèl lo qui de vos morrá." -







Aunque
en el fondo esté conforme la arenga del obispo de Barcelona a la que
trascriben los cronistas, creemos que por su concisión y energía
supera la del poema a la que aquellos ponen en boca del venerable y
valiente prelado. He aquí la que inserta la crónica real:



-
"Barons, no es hora are de llònch sermó a fer car la materia
no ‘ns ho dona, que aquest feyt en que el rey nostre senyor es, e
nosaltres, es obra de Deus, que no es pas nostra: e devets fer aquest
compte, que aquells qui en aquest feyt pendran mòrt, que la pendran
per nostre Senyor, e que haurán paradis, hon haurán gloria durable
tots temps: e aquells qui viurán haurán honor, e preu en lur vida,
e bona fí a la mòrt. E barons, conortats vos per Deus, car lo rey
nostre senyor, e pos e vosaltres volem destruir aquells qui reneguen
la fé e el nom de Jesu-Christ. E tot hom se deu pensar, e pòt, que
Deus e la sua mare nos partrá huy de nos, ans nos dará victoria,
perque devets haver bon còr que tot ho vencerem: car la batalla deu
ser huy, e conortats vos que ab senyor bò e natural anám:
e
Deus qui es sobre éll, e sobre nos ajudar nos ha." - CRÓNICA
DEL REY DON JAIME, parte 1.a, cap. LVIII.







(45)



Et
en Guilem e 'n Ramon de Monchada



Ixen
denant abduy ab li templer;







El
poeta omite aquí algunos episodios muy notables al par que poéticos
que no descuidaron los cronistas. Tales son el acto de recibir D.
Guillén de Moncada la sagrada comunión antes de marchar al combate;
la singularísima devoción con que recibió el cuerpo de Jesucristo
y las lágrimas de piadosa ternura que derramó durante este solemne
acto, presentimiento quizás de su próximo y desgraciado fin; las
palabras que dirigió a D. Nuño, y la delicada generosidad de ambos
caudillos en cederse recíprocamente los honores de dirigir la
vanguardia, y otras circunstancias dignas de mentarse. Por lo demás
el poema está acorde con las crónicas en cuanto a que
D.
Guillén y D. Ramón de Moncada guiaron la vanguardia unidos con los
templarios, a los cuales se agregó el conde de Ampurias.







(46)



E
ab gran brugit faé de son poder.







Es
sensible que el poeta no se extendiese como era regular en la
descripción de la batalla que se empeñó en los campos de la
Porrasa y en la cual arrollaron los cristianos al enemigo,
obligándole a encerrarse en los muros de la capital, suceso que se
prestaba grandemente a los rasgos elevados y animadas pinturas de la
epopeya. Los cronistas en este particular se muestran menos parcos,
siendo sobradamente interesantes los capítulos que a este objeto
dedicaron y a los cuales remitimos el lector.







(47)



Al
sarrahí noent, le deventera



Ben
guerretjá lá sús per son Salvayre;
Véanse en los citados
cronistas las vivas e interesantes descripciones de la batalla de la

"Porrassa".







(48)



E
lá ‘n Guilem fení la lur quarrera,







El
cronista Desclot da cuenta en estos términos de la muerte de D.
Guillén de Moncada:



"Ab
tant los crestians punyren ves los sarrahins e anaren ferir en élls,
si que 'ls esvahiren e passaren oltra, mes tant era la gran
pressa dels sarrahins que no sen pogueren tornar al puig a ‘n G. De
Muncada. Els sarrahins muntaren al puig, e ‘n Guillem de Muncada
qui 'ls veu venir volch los scapar, persó car no era que ab un
cavaller e no poch devallar a cavall, que la muntanya era arrocada, e
torná atras perque volch pendre altre carrera; mes los sarrahins lo
soptaren tant fòrt de totas parts que nos poch defendre, e pres un
còlp per la cama tal que 'l peu li cahech en terra; e puys
occiurenli lo cavall, e cahech de tot en terra, e aquí morí. Lo
cavaller qui ab éll era, mentre los cavallers se combatian ab en G.
De Muncada, defensá 's al mils que posch e puys com viu que son
senyor fó mòrt scapá als sarrahins malament nafrat en lo cap e en
la cara, e torná sen ves los crestians." - CRÓNICA DE BERNARDO
DESCLOT, XXXIII.







(49)



E
lo Ramon deffenent lur senyera,







Con
respecto a la muerte de D. Ramón de Moncada dice el mismo cronista
Desclot:



"Ab
tant en R. De Muncada seguí la senyera, e aná avant firent e donant
de grans còlps; lo cavall ensepegá e cahech en la pressa que hi era
molt gran, e aqui morí."
- CRÓNICA DE BERNARDO DESCLOT,
XXXIII.




(50)
Et
en Desfar....



Alúdese
a Hugo Desfar, caballero del séquito de los Moncadas, que murió con
ellos en la misma batalla de la Porrassa.







(51)



....e
n' Huch lo bòn trovayre.



Refiérese
sin duda el autor a Hugo de Mataplana, caballero también del séquito
de los Moncadas, que pereció así mismo con ellos en batalla. Fue
trovador muy célebre.
Sus trovas se leen en algunos códices que
existen hoy día en la biblioteca vaticana.



(52)............



Aquí
corresponde indudablemente el gran vacío que observamos en el poema
y al que hemos hecho referencia en las líneas que preceden a la
composición.







(53)



De
n' Infantyl lo stòl pus abatut,







Alude
este pasaje al caudillo moro Infantilla o Ifantilla, o mejor Fatilla,
como le llama Desclot, que reuniendo un respetable ejército,
compuesto de los sarracenos de las montañas de la isla, peleó
encarnizadamente con los sitiadores. El cronista Marsilio, a
propósito de este caudillo, dice:



"Levá
's un fil del diable per nom Ifantilla, e ajustá tots aquels qui
estavan per las montanyas, e foren bé V milia a peu e C a cavayl; e
vengueren a un puig assats fòrt qui es sobre la fònt qui entra en
la ciutat; e aqui volent fer nom aparaylá bé XL tendas, e trencá
lo lòch per ont l' aygua era amenada, e feu desviar l' aygua de la
host, e per lo mitj d' un torrent se perdia. Mes persó com la
fretura e minva d' aquesta aygua era no sostenedora als crestians,
coneguda la occasió d' aquesta cosa, hach deliberació lo rey de
trametre contra aquel un cap o dos ab CCC cavalers e que ab aquels se
combatessen e l' aygua tan necessaria recobrassen. E fó manat an
Nuno e fó fet cap e guiador dels trameses, e foren hi trameses sots
eyl CCC cavalers, no empero tots seus, mes ajustats alcuns als seus.
E partí 's d' aquí, e ʻls sarrahins volgren lo puig que havian
pres deffendre, mes los crestians muntaren contra eyls ab maravelosa
cavalcada, e venceren los en lo puig. E vench en las mans d' aquels
lo dit Ifantilla qui era cap o guiador dels sarrahins, e sens
misericordia fó matat, e foren ne privats de vida ab eyl bé D. Los
altres fugients a las montanyas escaparen, e las tendas d' aquels
foren dadas a robería e las robas a partió. Mes lo cap de Ifantilla
portaren al rey en testimoni de la cosa feta, lo qual lo rey feu
posar en la fona del giny e en la ciutat trametre e gitar a terror e
pahor dels sarrahins. E fó retuda la aygua en aquesta guisa a la
host, del recobrament de la qual tots agren gran goig, com gran
fretura sofferian." - CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, cap. XXV.










(54)



E
dix lo rey: - "Presem pus prest la terra!"







Después
de la derrota de Ifantilla duraron todavía mucho tiempo las
operaciones del sitio. No se trató de asaltar desde luego la capital
como el poema quiere indicar. Suprímense desgraciadamente en este
todas las grandiosas hazañas del cerco, sin que sepamos si esta
falta es del autor o del antiguo copista, que al parecer omitió
visiblemente muchos pasajes como se ve claramente por el gran vacío
que hemos hecho observar en la nota número 52. Destruida la hueste
de Ifantilla, acontecieron grandes sucesos según los cronistas.
Tales son la alianza de los cristianos con el poderoso Benhabet,
señor de Alfavia, por cuya mediación se sometieron al rey Don Jaime
muchas de las comarcas de la isla; los notables hechos de armas con
que el ejército se distinguió durante el asedio; las proposiciones
del jeque para arreglar la paz; la energía de Raimundo Alamany y de
los deudos de los Moncadas en los consejos, clamando se vengase la
sangre cristiana vertida por los sarracenos, y la prudencia y madurez
del joven monarca en esta ocasión; la famosa arenga del walí a su
pueblo rotas ya las negociaciones; el juramento solemne de los
sitiadores antes de dar el asalto general; la toma de la ciudad y la
milagrosa aparición de san Jorge; la entrada triunfante de la cruz
en el recinto de la Almudayna; la prisión del
walí;
el saqueo de la ciudad; el botín recogido por los cristianos, y
tantos otros hechos gloriosos que eran los que más se prestaban al
poeta, y que no es regular pasase en silencio en una obra que tenía
por objeto exclusivo cantar las hazañas de los conquistadores.







(55)







E
de Maylorcha rey fó prest cridat.







No
consta en las crónicas esta manifiesta aclamación de Don Jaime por
rey de Mallorca.







(56)



....porriu



L'
esgard haver, …....



Véanse
en la traducción castellana las palabras con que hemos traducido
este pasaje, para nosotros oscuro e ininteligible.



(57)
….. e lexatz lo morriu.



No
respondemos de haber atinado en la verdadera equivalencia de la
palabra morriu en la traducción castellana del poema, puesto
que nos es desconocido este vocablo.




(58)



Donchs
plach a Deus, Malorqu‘ es conquerada." -







Conquistada
la capital todavía le quedó mucho por hacer al ejército cristiano,
pues hubo de reducir a los moros montañeses que en gran número, y
acaudillados por Xuayp amenazaban arrebatar al rey Don Jaime el
precioso fruto de su conquista.







(59)
Honrem
a Maylorcha ab molts beneficis.




El
rey Don Jaime en efecto atendió con un celo verdaderamente paternal
al engrandecimiento y prosperidad de la isla, promoviendo en ella
infinitas mejoras, fomentando su naciente comercio y concediendo
ventajosos privilegios a sus pobladores.

(http://www.caib.es/pidip2front/jsp/es/ficha-convocatoria/strongemldquolibro-de-franquezas-y-privilegios-del-reino-de-mallorcardquoem-es-el-documento-del-mes-en-el-archivo-del-reino-de-mallorca-este-jueves-7-de-marzostrong#)
https://www.worldcat.org/title/privilegios-y-franquicias-de-mallorca-cedulas-capitulos-estatutos-ordenes-y-pragmaticas-otorgadas-por-los-reyes-de-mallorca-de-aragon-y-de-espana-desde-el-siglo-xiii-hasta-fin-del-xvii-con-un-apendice-de-bulas-y-otros-documentos/oclc/802789769







(60)



Huy
los meus bordons, huy s' han acabat.







Raimundo
Lulio termina bellamente el poema. La conclusión es digna del Tasso.
Nada más natural que al dejar las armas los guerreros, dé fin el
poeta a sus versos.





RECTIFICACIONES.




Del
examen, que concluida esta impresión, hemos podido hacer de ciertas
composiciones de Lulio, esparcidas en uno que otro códice, nos han
resultado algunas variantes notables que hacen necesarias en el texto
impreso las siguientes rectificaciones, puesto que aclaran muchos de
los pasajes que aparecen en él oscuros e ininteligibles
(inintelegibles):



Página
del texto Impreso. Línea. Dice. Léese en los códices nuevamente
consultados.



137 7 sanat ça
nat
138 33 é 's mon fill sanujat es mon fill anujat



144 11 ça
ella ça é llá



153 23 l‘
ha sus lá sus
153 27 Só Ço
154 18 dona ‘l
dona ha ‘l
154 29 veng‘ on vengon
156 15 guayg e
desconort guayg desconort
160 9 quius qui ‘s
168 19 Es
dó a qui Deus Es dó qui Deus
180 14 se poch se
pòt
180 28 es poch es pòt
180 33 no poch no
pòt
288 11 no es peccar, no es en
peccar,
318 31 fará féra
334 21 ver perqu‘
eu vet perqu‘ eu
340 21 a unir ausir
344 19 la
qual ha en sí leix la qual ha ‘n sí matex
400 16 veus
só veus çò
415 9 sorn es s‘ orna e ‘s
418 18 et
ornen ton et orn ton
435 24 losanament lo
sanament
536 2 dar donar
(se encuentra muchas veces
dar en el texto original)

441 13 Perqu‘ eu Perqu‘
en
442 2 Perque mes Perque m‘ es
443 26 cessar que
querir cessar de querir
454 5 E al naturalment E ha ‘l
naturalment
454 35 ço te a mal, S‘ ho te a
mal
461 3 Con que sia Qu‘ hon que sia
465 15 En quant
el emferm, En quant ela ‘m ferm,
472 6 de Deu salvetat, de
Deu sa bontat,
474 35 En peccat E ‘n
peccat
491 18 Tant qu‘ am duy ço Tant qu‘ ambuy

494 23 Qu‘ en só Qu‘ en ço
512 19 A nuyla
causa Ha nuyla causa
516 37 E mòr hon E mòr
hom
529 18 veen vé en
539 32 Entendrets En
tendrets
544 24 E ‘n lo far En lo far
569 21 están
d‘ ela están de lá