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lunes, 23 de diciembre de 2019

LX, perg 220, septiembre 1149


LX
Perg. N° 220. Set. 1149 (no se ve bien si es un 9).

In nomine Domini nostri Jesuchristi: Certum sit omnibus quod ego Raimundus Dei gratia comes barchinonensis princeps aragonensis et Tortose marchio cupiens habere partem regni celestis meritis et intercessionibus sanctorum propria animi deliberatione dono et concedo in perpetuum Deo et Sancto Salvatori Cesaraugustane sedis et Bernardo ejusdem episcopo et canonicis ibi Deo sirvientibus et successoribus eorum villam atque castellum que dicitur Alballat cum omnibus suis terminis heremis et populatis et cum silvis et cum aquis et cum pascuis suis et cum omnibus redditibus et juribus suis sicut unquam melius habuit vel habere debuit in tempus de mauros dono et concedo illis ut habeant eam per hereditatem. Similiter dono per fevum et per honore Deo et supradicte ecclesie Sancti Salvatoris et Bernardo episcopo et successoribus suis illo castello de Alballat cum omnibus redditibus et directis suis omnibus diebus vite mee: et post obitum meum dono et concedo illud supradictum castrum et villam ut habeant et possideant per hereditatem. Adhuc autem dono et concedo totum donativum sicut superius scriptum est
ut habeant illud salvum et ingenuum et liberum et franchum salva mea fidelitate et de omni mea potestate per secula cuncta amen. - Sig+num Raimundi comes. - Facta carta era MCLXXXVII in mense septembre in obsidione Ilerde dominante me Dei gratia comite in Barchinona et in Aragone in Superarbi et in Rippacurcia atque in Tortosa: episcopo Bernardo in Cesaraugusta: episcopo Dodo in Oscha: episcopo Guillermi Petri in Rota: episcopo Michael in Taraçona: comite Arnald Miri Palariensem in *Buile et in Ricla: vicecomite de Gavarret et de Bearn in Oscha et in Bespen: Bernardo Gomiz in Jacha et in Agierb: Ferriz in Sancta Eulalia: Garçia Ortiz in Cesaraugusta et in Fontes: Artal in Alagon: Peire de Castellaçolo in Calataiub: Sancio Necones in Darocha: Fortunio Acenariz in Tarazona: Galin Xemence in Belgit: Galindo Ximinones in Alcala: Pelegrin in Alxeçar: Fortun Dat in Barbastro: Pereramon in Estata: Frontin in Elson: domno Petro de Rueira magister militie Templi in Monçon et in Corbinos. Sunt testes visores et auditores de hoc super scriptum comite de Paliares et Guillermi Raimundi Dapifer et don Gomez et Petrus magister de milicie Templi et don Fredul et Frontin et Pere Destopanian et Auger et Gillem Arnal fratri suo et Galindo Johanne de Roda et Raimundus prior Sancti Salvatoris et Martinus canonicus. - Et ego Andree de Agierb scriptor hanc cartam scripsi et de manu mea hoc signum + feci.

Nota: MCLXXXVII : 1187, Perg. N° 220. Set. 1149.
Belgit : Belchite : Belchit.
Alxeçar : Alquézar ?
Agierb : Ayerbe. Ahí hierve el agua a 100 °C.


jueves, 14 de marzo de 2019

Libro cuarto

LIBRO
CUARTO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE
NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.

Capítulo primero. Como el
Rey fue declarado sucesor en las tierras de Ahones, y que don
Fernando se alzó con Bolea, y de las ciudades que le siguieron.


Con la desastrada muerte de don Pedro Ahones quedó casi
postrada del todo la desvergonzada liga y engañosa machina que fue
contra el Rey por sus más propincuos deudos y allegados fabricada.
La cual puesto que el Conde don Sancho la puso primero en campo: y
después la encaró Ahones para que fuese certera, don Fernando fue
el atrevido que osó dispararla (
desparalla).
Mas aunque fue mayor la estampida que el golpe, y más presto tentada
la paciencia Real que vencido su valor, y magnanimidad, no por eso
dejó de haber para los tres, por el atrevimiento, su merecido
castigo y debida pena. Pues ni el Conde don Sancho osó más parecer
ante el Rey en Corte: ni Ahones se escapó de venir a morir en las
manos del Rey: ni en fin don Fernando (que sin duda fuera más
castigado que todos, si el parentesco Real no le librara) pudo pasar
más de la vida quieta, sino con sobresalto y mengua. Pues ni se le
permitió jamás dejar el hábito, ni la dignidad que tenía para
pasar a otra mayor, ni por sus pretensiones del Rey no haber ninguna
otra recompensa. Puesto que por la benignidad del Rey, ni fue echado
de su consejo real, ni jamás privado de su conversación y secretos:
prefiriendo siempre la persona y autoridad de él a la de todos: no
embargante, que por lo que agora y a delante veremos, siempre le fue
don Fernando por su innata inquietud e insolencia, una perpetua
ocasión y ejercicio de magnanimidad y paciencia. Muerto pues Ahones,
y llevado por el mismo Rey a sepultar a Daroca, como no quedase
legítimo heredero de él, declaró el consejo real que en todos sus
señoríos y tierras sucedía el Rey, y que a esta causa fuese luego
a tomar posesión de Bolea villa principal y vecina a Huesca, la
cual por ella sucesión ab intestato le pervenía, y que se hiciese
luego prestar los homenajes, antes que la mujer de Ahones, o el
Obispo de Zaragoza don Sancho hermano del muerto, se alzasen con ella
y le pusiesen gente de guarnición para defenderla: y que podía ser
lo mismo de los dos Reynos de Sobrarbe y Ribagorza: por haberlos
tenido Ahones mucho tiempo en rehenes, por una gran suma de dinero,
que había prestado al Rey don Pedro para la jornada de Vbeda: y
también por el derecho de ciertas caballerías de honor, que por
servicio se le debían. Conformaron todos en que luego fuese el Rey a
tomar posesión de ellos. Al cual pareció lo mesmo, y que sería muy
gran descuido suyo, perder estos reynos, haciendo merced a otri
dellos, antes de tener los demás estados suyos pacíficos:
mayormente por encerrarse en ellos muchas villas y lugares con cuya
confianza Ahones había tomado alas y orgullo para
rebelársele.
Por esto determinó de no más enajenarlos por empeños, ni otras
necesidades sino que volviesen a
encorporarse
en el patrimonio Real para siempre. Señaladamente, por haber visto
en las cortes que tuvo poco antes en estos Reynos, la mucha calidad e
importancia de ellos. Con este fin junto alguna gente de a caballo de
poco número: porque a la verdad pensaba que Bolea se le entregaría,
sin resistencia alguna. Y así fue para ella, enviando delante
algunos caballeros para que tentasen los ánimos de los de Bolea, y
se asegurasen de la entrada. Pero le sucedió (sucediole) muy al
contrario de lo que pensaba. Porque don Fernando que nunca reposaba,
sabida la muerte de Ahones, luego sospechó lo que el Rey haría, y
con gran número de gente y copia de vituallas, se metió en la
villa, confiado de que apoderado de esta, y no hallándose otro
legítimo heredero de Ahones, no solo se haría señor de todas sus
villas y lugares con los dos Reynos arriba dichos, pero aun los haría
rebelar contra el Rey, y esto con el favor del mismo Obispo de
Zaragoza, que podía mucho, y deseaba en gran manera vengar la muerte
de Ahones su hermano. También por lo mucho que confiaba en el poder
de los Moncadas, y de otros señores y barones de Aragón y Cataluña
a quien el Rey había ofendido, y él con muchas dádivas y otros
medios obligado a que le siguiesen. Pudo tanto con esto, que no solo
a los de Bolea, pero aun a la gente de los dos reynos pervirtió de
manera, que se ofrecieron a servirle y seguirle contra cualquiera.
Como el Rey llegase a Bolea, y la hallase muy puesta en defensa, y a
la devoción de don Fernando que estaba dentro, determinó pasar
adelante, y apoderarse de los principales lugares y fuerzas de los
dos reynos, con fin de romperla contra don Fernando. Sabido esto por
don Fernando, de muy amargo y sentido por la muerte de Ahones, y
mucho más por temerse, de que siendo él igual y mayor en la culpa,
no fuese lo mismo de él: propuso de hacer rostro al Rey con abierta
guerra: tanto que osó decir en público, no pararía un punto hasta
que lo hubiese echado del Reyno. Lo cual pensaba él acabar
fácilmente, por tener en poco al Rey así por su poca edad y
experiencia, como por los muchos y muy principales amigos, que en la
gobernación pasada él había granjeado, y sabía que no le habían
de faltar. Por donde le fue muy fácil traer apliego la común
rebelión de los de Zaragoza, con los demás pueblos grandes del
reyno, excepto Calatayud (como dice la historia del Rey) y otros
también escriben de Albarracín y Teruel que fueron fieles. mas no
se contentó con lo de Aragón don Fernando, que tambien escribió al
Vizconde don Guillé de Moncada en Cataluña, que de la guerra pasada
quedaba muy escocido contra el Rey: para que con la más gente que
pudiese viniese luego, y no perdiese tan buena ocasión para vengarse
de lo pasado. De suerte que el Vizconde solicitado del intrínseco
odio y temor que al Rey tenía, no dejó de intentar cuanto contra su
real persona se le ofrecía, en que podelle ofender.




Capítulo II. De la
venida del Vizconde de Cardona en favor del Rey, y de los extremos
que hacía el Obispo de Zaragoza por vengar la muerte de Ahones, y de
la matanza que don Blasco hizo en los zaragozanos.

Sabido por
el Rey lo que pasaba, y que don Fernando se ponía muy de veras
contra él en esta guerra, dejó la del monte, y descendió con su
ejercito que ya iba creciendo a lo llano a la villa de Almudévar, de
donde pasó a Pertusa en el territorio de Huesca. En esta sazón el
Vizconde don
Ramón Folch de Cardona sabida la necesidad y
trabajo en que el Rey estaba, y la junta de gente que el Vizconde de
Bearne con los suyos hacían, para ir a favorecer a don Fernando
contra el Rey, junto con don Guillen Ramón de Cardona su hermano,
una muy escogida banda de hasta 60 hombres de armas. Y partido para
Aragón llegó primero que todos los demás socorros que vinieron, a
los contornos de Zaragoza, donde halló al Rey, al cual se ofreció
con todo su poder y gente para servirle hasta morir en su defensa.
Esta venida del Vizconde con tan principal socorro fue tenida en
mucho por el Rey, así por ser tan a tiempo, como porque con su
autoridad y ejemplo el Vizconde movió a muchos en Cataluña para
seguir y favorecer la parcialidad Real: lo mandó (mandolo) alojar
con toda su gente muy principalmente: y pues se halló con tan buen
cuerpo de guarda, mandó a don Blasco de Alagón, y a don Artal de
Luna fuesen con una compañía de infantería, y una banda de
caballos a hacer guarda en la villa de Alagón contra los
Zaragozanos, que por no haberlos seguido juraron de saquearla:
quedándose con el Rey don Atho de Foces, don Rodrigo Lizana, don
Ladrón, y el Vizconde con su gente. A vueltas de todo esto, el
Obispo de Zaragoza había juntado gran número de soldados de los que
habían quedado de Ahones su hermano, y estaba tan puesto en la
venganza de su muerte, que sin acordarse de su dignidad Pontifical,
ni del respeto que a su Rey debía, demás del escándalo y mal
ejemplo que de si daba, salió a puesta de Sol de Zaragoza
con su
ejército, y marchando toda la noche llegó a la villa de Alcubierre,
la cual por no haber querido poco antes, siendo requerida, juntarse
con los de Zaragoza contra el Rey, la dio a saco: y por ser en tiempo
santo de la cuaresma, para quitar de escrúpulo a sus soldados, decía
voz en grito y con furiosa ira, que era tan santa y justa la
guerra que contra el Rey hacía como contra Turcos, y por tanto
absolvía, armado como estaba, a todos de la culpa y escrúpulo, que
por el saco hecho tenían, y por mucho más que hiciesen. Demás que
no solo afirmaba con pertinacia, que gente que se empleaba contra el
tirano por la salud y libertad de la Repub. podía sin escrúpulo
comer carne en los días prohibidos, pero aun prometía la celestial
gloria a cuantos en esta guerra le seguían. También por otra parte
los Zaragozanos por dar alguna muestra y señal de su mala liga y
rebelión contra el Rey salieron segunda vez para el Castellar, que
está cerca de Alagón, río en medio; el cual pasaron en barcos, y
puestos en celada, enviaron alguna gente delante, porque fuesen
vistos de los de Alagón, a efecto de que, saliendo sobre ellos, se
retirarían con buen orden, hasta traerlos a dar en la celada. Como
don Blasco y don Artal los vieron, sospechando lo que podía ser, se
detuvieron aquella tarde, y los Zaragozanos viendo que no salían a
ellos, se retiraron a la otra parte del río, por estar más
seguros. Dejando pues don Blasco alguna gente de guarda en la villa
salió a media noche con toda la caballería, y pasaron a Ebro con
poco estruendo en los mismos barcos, y al romper del alba, dieron
sobre los Zaragozanos, que los hallaron durmiendo, sin centinelas, y
bien descuidados: y de tal manera los persiguieron que entre muertos
y presos fueron trescientos, huyendo los demás. Esta victoria fue
para el Rey y los de su parcialidad muy alegre, porque se creyó que
todas las aldeas como miembros, entendiendo que la cabeza era
vencida, perderían el orgullo, y se rendirían más presto. Luego
vino el Rey a verse con los vencedores, para hacerles por ello las
gracias, y tratar sobre lo que harían.





Capítulo
III. De los aparatos de guerra que el Rey hacía, para el saco de
Ponciano, y cerco que puso sobre la villa de las Cellas, y como
fue presa.

En este medio que el Rey se detuvo en Pertusa,
distrito de Huesca, mandó armar diversos trabucos e instrumentos de
guerra, y asentarlos sobre los carros para llevarlos de una parte a
otra (aunque con grande dificultad, por ser la tierra fragosa) por lo
mucho que se había de valer de ellos en tan larga y porfiada guerra,
como se le aparejaba. A la cual se preparaba con tanto ánimo, que
como a uso de Vizcaínos, a más tormenta más vela, así cuanto más
crecían los enemigos y rebeldes, tanto más ensanchaba su pecho, y
se disponía a resistirles. Volviendo pues de Alagón para Pertusa, y
llevando consigo al Vizconde con los suyos y la demás gente de
guarda, de paso dieron asalto a la villa de Ponciano, que estaba por
don Fernando: la cual fue luego entrada y saqueada. De allí pasó a
la villa de las Cellas junto a Pertusa, y puso cerco sobre ella, y
aunque estaban la villa y fortaleza muy bastecidas de gente y
municiones, al tercero día que plantaron las máquinas y trabucos
hacia las partes más flacas del muro, y comenzaron a batirlas, el
Alcayde de la fortaleza vino a concierto con el Rey, que si dentro de
ocho días no le venía socorro, le entregaría la fortaleza con la
villa. Aceptó el rey el concierto, y un día antes que se cumpliese
el plazo, dejando allí su ejército, pasó con poca gente a Pertusa,
para dar prisa a juntar los Pertusanos con la Infantería de
Barbastro, y Beruegal que había mandado venir, para que el siguiente
día se hallasen todos en la presa de las Cellas.
En este mismo
punto que el Rey estaba rezando en la iglesia de Pertusa, vieron de
lejos venir hacia la villa al galope dos caballeros armados en blanco
por el camino de Zaragoza, y eran Peregrin
Atrogillo,
y su hermano don Gil. Llegados al Rey le avisaron como don Fernando y
don Pedro Cornel, con ejército formado de la gente de que Zaragoza y
Huesca, venía a más andar en ayuda de las Cellas, y no quedaban
lejos. Como esto entendió el Rey, luego se puso en orden, y se
partió con solos cuatro de a caballo para las Cellas. Mandando a los
Pertusanos con los de Barbastro y Beruegal le siguiesen. Llegado a
los alojamientos do habían quedado el Vizconde y don Guillen su
hermano, con don Rodrigo Lizana, que con todo el ejército no pasaban
de ochocientos hombres de armas, y mil y seiscientos Infantes,
determinó esperar con estos a don Fernando: ni temió los grandes
escuadrones de las ciudades, con ser cuatro tantos más que los
suyos, por más
empauesados
que viniesen, como se decía. Había entonces en el Consejo del Rey
un don Pedro Pomar, hombre anciano, y muy experimentado en cosas de
paz y guerra, el cual considerando el mucho poder del ejército de
don Fernando, que en número y bien armado excedía de mucho al del
Rey, según los caballeros que
truxeron
la nueua
lo
afirmaban
, y que la persona Real
estaba en muy grande y manifiesto peligro, le pareció (pareciole)
exhortar al Rey, mas le rogó que con gran presteza se subiese en un
monte alto, que estaba junto a la villa, adonde con la aspereza del
lugar defendiese su persona, hasta que llegase el socorro de los
pueblos que aguardaba. Al cual respondió el Rey animosa y
varonilmente, diciendo. Sabed don Pedro que yo soy el verdadero y
legítimo Rey de Aragón, y que tengo muy justo y legítimo Señorío
y mando sobre aquellos, que siendo mis verdaderos súbditos y
vasallos toman injustamente las armas contra mí, como esclavos que
se amotinan contra su señor. Por tanto confiando en la suprema
justicia de Dios, y que tengo ante su divina Majestad más
justificada mi causa que ellos, no dudo que con su divino favor podré
con los pocos que tengo, resistir y vencer el grande ejército de los
rebeldes y fementidos que viene contra mí, y así mi determinación
es hoy en este día, o tomar por fuerza de armas la villa, o morir
ante los muros de ella. Por eso vuestro consejo de fiel y prudente
amigo guardadlo (
guardaldo)
para otro tiempo, que aprovechará con más honra que agora. Como
acabó de decir esto, comenzó más animoso que nunca a instruir y
poner en orden los escuadrones, con tanta diligencia y valor, como si
ya estuvieran presentes, y le presentaran la batalla los enemigos:
los cuales, como ni pareciesen, ni llegasen, y el plazo fuese
cumplido, la villa con sus fortaleza se le entregó libremente, y fue
librada de saco.





Capítulo IIII
(IV). Como vino el Arzobispo de Tarragona a concertar al Rey con don
Fernando, y no pudo: y como los de Huesca con astucia hicieron venir
al Rey, y del gran trabajo en que se vio con ellos.

Tomada la
villa de las Cellas, y bien fortificada su fortaleza de gente y
municiones, el Rey se volvió a Pertusa, adonde poco antes era
llegado don Aspargo Arzobispo de Tarragona, hombre muy pío y sabio,
y (como dijimos) pariente del Rey muy cercano: el cual entendidas las
diferencias del Rey y don Fernando, de las cuales cada día se
seguían tan grandes novedades, daños, y divisiones de pueblos en
los dos Reynos: tanto, que ya en Cataluña se iba perdiendo autoridad
y obediencia del Rey, y cada uno vivía como quería, puso todas sus
fuerzas en apaciguar, y concordar tío con sobrino, por divertirlos
de tan escandalosa guerra como se hacían el uno al otro. Mas como el
odio estuviese en ellos tan encarnizado, por estar don Fernando tan
persuadido que había de reynar, cuanto el Rey determinado de no
perder un punto de su derecho, y posesión del Reyno, dexolos: y sin
acabar cosa alguna se volvió a Tarragona, a encomendarlo todo a
nuestro señor, y rogarle por
el estado de la paz. En este medio
los de Huesca que vieron perdidas las Cellas, comenzaron a apartarse
del bando de don Fernando, y a descubrirse entre ellos la parcialidad
del Rey, aunque más flaca que la de don Fernando: pero muchos
deseaban pasarse a ella, sino que con mañas prevalecía siempre la
contraria, porque don Fernando, en aquel poco tiempo que estuvo
recogido en el monasterio, o Abadía de Montaragon, junto a Huesca,
teniendo ojo a lo por venir, tenía corrompidos y atraídos a si los
de la ciudad con presentes, dádivas, y muy largas promesas. De
manera que en los ayuntamientos venciendo la parte mayor (como suele
ser) a la mejor, la de don Fernando prevalecía, y no se hacía más
de lo que él quería, por donde los desta parcialidad en nombre de
toda la ciudad, comenzaron con grande astucia a inventar contra el
Rey cosas nuevas. Porque entrando en consejo trataron engañosamente
con Martín Perexolo juez de la ciudad por el Rey puesto, y con los
de la parcialidad Real, que hiciesen saber al Rey como los de Huesca
le eran muy verdaderos súbditos y fieles vasallos, y deseaban mucho
viniese a verlos y tratarlos, que lo recibirían con grandísima
honra y aplauso del pueblo, y sin réplica harían por él cuanto
les mandase. Como el Rey entendió esto de los de Huesca, y tuviese
el ánimo fácil y sencillo para echar siempre las cosas a la mejor
parte, sin tener ninguna sospecha dellos, dejó el ejército
encomendado al Vizconde y acompañado de muy pocos, por no dar que
temer al pueblo, se partió para Huesca. Llegado a vista de ella le
salieron a recibir veynte ciudadanos de los más principales a la
ermita de las Salas: y como le recibieron con mucha honra y fiesta:
así también el Rey recogió a todos ellos con grande benignidad y
alegre rostro, y porque conociesen por cuan fieles súbditos los
tenía y los amaba, les habló con palabras muy amigables, y de tanta
llaneza como si fuera compañero entre ellos, y trayendo cabe si a
don Rodrigo Lizana, don Blasco Maza, Assalid Gudal, y Pelegrin Bolas,
principales caballeros de su consejo, entró en la ciudad. Por aquel
día el pueblo le recibió con tantos juegos y regocijo, que pareció
dar de si muy grandes indicios de fidelidad: pero en anochecer
tocaron al arma, y se vinieron a poner a las puertas de palacio, cien
hombres armados como en centinela, guardando y rondando por de fuera
el palacio toda la noche. Entendió el Rey lo que pasaba, y
considerando el grande peligro en que estaba, en siendo de día
disimuladamente, y con gran serenidad de rostro envió a llamar los
más principales de la ciudad, y mandó convocasen todo el consejo
allí en palacio, adonde dentro del patio, que era grande, concurrió
toda la ciudad y pueblo, y el Rey puesto a caballo, señalando
silencio, les habló desta manera.





Capítulo V.
Del razonamiento que el Rey hizo a los de Huesca, y como acometieron
de prendelle.

Hombres buenos de Huesca, no creo que ninguno de
vosotros ignora ser yo vuestro verdadero y legítimo Rey, y que poseo
y soy señor vuestro, y de vuestras haciendas por derecho de sucesión
y herencia. Porque xiiij. generaciones han pasado hasta hoy, que yo y
nuestros antepasados por recta linea poseemos el Reyno de Aragón.
Por lo cual, con la continuación de tan larga prescripción, se ha
seguido tan estrecha hermandad de nuestro señorío con vuestra fiel
obediencia y servicio, que ya como natural, y que tiene su asiento y
rayz en los ánimos, ha de ser preferida a cualquier obligación de
parentesco y sangre: porque esta se puede deshacer con el tiempo; y
la otra es tan indisoluble, que antes suele con el mismo tiempo
acrecentarse más. Por esta causa he siempre deseado, que de la
afición y amor que os tengo, naciese la pacificación vuestra, para
mayor honra y utilidad del pueblo, y para mejor ampliaros los fueros
que nuestros antepasados os concedieron: si con la inviolable fé, y
obediencia que siempre habéis tenido con ellos, correspondiese ahora
conmigo vuestra fidelidad y servicio. Por donde ya que con tantos
y tan manifiestos indicios y señales de alegría y contentamiento
habéis solemnizado (solenizado) y festejado la entrada de vuestro
Rey, no debíais (deuiades) agora de nuevo deslustrarla con tanto
estruendo de armas, y aparatos de guerra: porque no
diérades
ocasión alguna para desconfiar de vuestra fidelidad. Mayormente que
yo no he venido sin ser llamado, antes he sido para ello muy rogado
de vosotros, y que de muy confiado de vuestra debida fé y prometida
obediencia, he dejado el ejército, y entrado en esta ciudad, no
cierto para destruirla, sino para más ennoblecerla, y magnificarla.
Como llegó el Rey a este punto, levantose tal murmuración del
pueblo contra los que regían, que no pudo pasar más adelante su
plática. Sino que haciendo señal de silencio, se adelantó uno de
los principales del regimiento antes que los del consejo
respondiesen, y dijo, que los de Huesca siempre habían tenido y
tenían por muy cierto, que su real ánimo era propicio y favorable
para ellos, y que de allí adelante lo ternia mucho más: pues para
más manifestar la buena voluntad que les tenía, les había hablado
con palabras de mucho amor, y con tanta mansedumbre: y así por esto
el pueblo tendría (ternia) su consejo, y harían en todo lo que el
mandaba. Con esto se recogieron los principales del, quedándose el
Rey a caballo en el patio, y se encerraron en las casas del Abad de
Montearagón, adonde sin tener más respeto a la persona del Rey,
tuvieron entre si diversas y largas pláticas con la contradicción
de algunos que defendían la parte del Rey, interviniendo
(entreuiniendo) en ellas muchas voces y porfías: aunque siempre
prevalecía como está dicho, la parcialidad de don Fernando, demás
que por alterar al pueblo, no faltaron algunos malsines, que
sembraron rumores, afirmando muy de veras que el Vizconde de Cardona,
después de haber bien reforzado el ejército Real, venía so color
de librar al Rey a saquear a Huesca. Por donde comenzándose a
alborotar la gente popular, los congregados se salieron a fuera para
tocar al arma. Pero el Rey les aseguró, y mandó se estuviesen
quedos, y volviesen a su consejo, porque estando él presente no se
desmandaría el ejército.
Quietáronse
algo, aunque siempre quedaron los ánimos alterados, y muy puestos en
poner las manos en el Rey, de muy accionados a don Fernando, y
sobornados por él: pero cuanto más miraban su Real persona tanto
más les faltaba el ánimo y fuerzas para hacerlo, y con ello
dilataron el consejo para otro día, diciendo, que por entonces no
había lugar para responder al Rey, y así se despidieron todos,
quedando encargados cada uno, de lo que había de hacer.





Capítulo VI.
Del astucia
que usó el Rey para burlar a los de Huesca, y como se salió libre
con toda su gente de ella.

Sabiendo el Rey por algunos de su
parcialidad lo que había pasado en consejo, y del secreto orden que
cada uno traía de lo que había de hacer, todo por orden de don
Fernando, que siempre llevaba sus malas intenciones adelante,
apeose del caballo, y subiose a su aposento con la gente de guarda,
que ya le había acudido alguna: repartiéndola, parte por las
puertas grandes, parte por la sala y antecámara. Estaban con el Rey
los mismos don Rodrigo de Lizana, Gudal, y Rabaça, hombre de gran
juicio, y (como dice la historia) muy entendido en negocios. Llegaron
en aquella sazón don Bernardo Guillen tío del Rey, y don Ramó de
Mópeller pariente del mismo, y Lope Ximenez de Luesia. Los
cuales poco a poco con razonable copia de gente de a caballo bien
armados se habían entrado en la ciudad, sin que nadie se los
estorbase. Sobresto nació nueva revolución en el pueblo, y se
sintió gran estruendo de armas, ya con manifiesta determinación de
prender al Rey. Porque a la hora atravesaron muchas cadenas por las
calles y pusieron de ciertos a ciertos lugares cuerpo de guarda,
porque no pudiese escapar hombre de a caballo, cerrando con mucha
presteza las puertas de la ciudad. Como entendió esto el Rey usó
con ellos de astucia y ardid admirable. Mandó luego aparejar un
convite opulentísimo, y a gran prisa buscar todo género de
servicios por la ciudad, enviando algunos de ella por las aldeas a
traer terneras y volatería, y convidar los principales del pueblo,
para que se descuidasen y perdiesen la sospecha que tenían de su
ida: lo que el pueblo aceptó de muy buena gana. En este medio echose
el Rey encima una cota de malla, y subiendo en su caballo, y con él
don Rodrigo y don Blasco y tres otros, se salieron por la puerta
falsa de Palacio, y por ciertas calles secretas descendieron a la
puerta Isuela por donde van a Bolea. Mas hallándola cerrada, y sin
gente de guarda, forzaron a los que tenían las llaves a que la
abriesen. La cual abierta, parose el Rey en medio de ella hasta que
llegase toda su gente de a caballo que ya venía con diligencia y
salidos a fuera al punto de medio día, con el fervor del Sol, y a
vista de todo el pueblo, hicieron su camino. hasta que encontraron
con el Vizconde que ya venía con el resto del ejército, y
juntos como paseando se fueron a Pertusa.





Capítulo
VII. Del sentimiento que el Rey hizo por la muerte del Papa Honorio,
y como concertó las diferencias de don Fernando con don Nuño
Sánchez, y del Vizconde de Cardona con el de Bearne.


Estando
el Rey en Pertusa le llegó nueva de Roma de la muerte del sumo
Pontífice Honorio iij. la cual sintió el Rey en extremo. Porque
este Pontífice tuvo siempre por muy proprias sus cosas cuando niño,
y las de la Reyna María su madre, como en el libro 2 se ha dicho. Y
si no fuera por la ocupación y embarazos de la guerra, y falta de
aparatos, le hubiera hecho las obsequias con aquella suntuosidad y
pompa que se debía. Escribió luego al sucesor que fue Gregorio ix.
dándole el para bien del Pontificado. Encomendándole a si y a sus
cosas, y prometiendo en su nombre y de sus Reynos toda obediencia y
servicio a su santidad, y a la santa sede Apostólica. Allí también

supo el Rey de algunos que acudieron de Huesca, la secreta
conjuración que había en ella para prender su persona, por
inducción (inductió) de don Fernando, el cual si acudiera luego, o
hiciera alguna muestra dello, sin duda que se desacataran, y pusieran
en ejecución lo que pensaban. Por donde no acudiendo, quedó su
parcialidad tan afrentada y corrida, que si el Rey entonces quisiera
perseguir a don Fernando todos le siguieran, pero
túvole
el Rey siempre tanto respeto que jamás pudo acabar consigo de
hacerle guerra de propósito, esperando su conversión y
reconocimiento, y que se apartaría del mal uso que tenía de darle
tantas veces con la mocedad en rostro. Puesto que así las malas
palabras, como las peores obras de don Fernando, el buen Rey las
disimulaba, y como hemos dicho, las tomaba como por ejercicio de su
paciencia y magnanimidad: y pudo tanto con estas dos virtudes, que
con ellas no solo confundía a sus enemigos y malévolos, pero
asimismo domaba, templando el ardor de su mocedad, y dando siempre
lugar a que la razón se enseñorease en él, y fuese suave su
reynar. Porque aunque toda la vida se le pasó en guerra, su fin fue
siempre la paz y concordia, y no había cosa en que de mejor gana se
emplease, que en averiguar diferencias, y atajar distensiones entre
los suyos: pues sin quererse acordar de las ofensas de don Fernando,
ofreciéndose ciertas diferencias bien reñidas entre él y don Nuño,
que era persona tal, que si el Rey le hiciera espaldas, sacara a don
Fernando del mundo, no solo no lo hizo, pero mostró querer hacer la
parte de don Fernando, procurando de atraer a don Nuño a la
concordia con un tan formado enemigo de los dos. También tomó a su
cargo de concertar otras semejantes y mayores diferencias y bandos
antiguos entre los Vizcondes de Cardona y el de Bearne. Las cuales
eran de tanto peso, que habían puesto a toda Cataluña en dos
parcialidades, con grande quiebra de la autoridad y jurisdicción
Real. Mas por mandato del Rey, así el de Bearne, como don Guillen
Ramón su hermano, y todos los de su bando, con haber recibido
grandes daños y menoscabos de hacienda en estas distensiones
(dissensiones) fueron contentos de hacer por manos del Rey treguas
por diez años con el Vizconde de Cardona, para que con tan larga
quietud la paz se confirmase entre ellos. Con tal que el de Cardona
diese cinco castillos, con otros tantos hijos de principales en
rehenes, con condición que dentro de cinco años no rompiendo la
paz, pudiese librar cada año un castillo, con uno de los rehenes,
pero si durante aquel tiempo rompía la tregua, o se cometiese algo
de parte del Vizconde contra el de Bearne, los castillos del de
Cardona con las rehenes fuesen perdidos. Y que de los daños por
ambas partes recibidos no se hablase, porque eran iguales, con otras
muchas condiciones que seria superfluo aquí ponerlas. Sino que en
conclusión, anularon, y tuvieron por revocados cualesquier derechos,
pactos, condiciones y promesas, que con cualesquier personas para
esta guerra se hubiesen firmado. Exceptuando solamente los derechos
Reales: y que de nuevo por ambas partes se diese la obediencia y
prestase homenaje al Rey.




Capítulo VIII. De
la unión y conciertos que entre si firmaron las ciudades de Jaca,
Huesca y Zaragoza.

Apaciguadas las arriba dichas diferencias
entre los Vizcondes y los demás, en los dos reynos, de las cuales
pudo mucho valerse don Fernando para perturbar el gobierno del reyno:
mas como ya
le faltasen las amistades, comenzó de allí adelante
a venir muy albaxo su parcialidad, y prevalecer la real. En tanto que
convencido él mismo, no menos de la paciencia del Rey, que de su
propria conciencia, vino a decir que quería públicamente dar la
obediencia al Rey para ejemplo de todos. Puesto que en este mismo
tiempo los de Zaragoza con los de Jaca y Huesca, que seguían la
parcialidad de don Fernando, por sus procuradores y largos poderes,
se juntaron en Iaca, que es una ciudad fuerte de las más
cercanas y fronteras a la Guiayna, en medio de los montes Pyrineos,
aunque en lugar llano fundada: donde hicieron una confederación y
alianza entre si, dándose la fé unos a otros: y entre otras cosas
prometieron, que en ningún tiempo se faltarían los unos a los
otros, y que por el común y particular bien de cada una, se valdrían
contra cualesquier personas de cualquier estado, orden y condición
que fuesen, que por cualquier vía tentasen de perturbar sus repub.
Desta conjuración, o unión se halla que fue la cabeza, e inventora
Zaragoza. Las causas que para hacerla tuvieron, se decía era
primeramente por la división de los Reynos, y el estar puestos
tanto tiempo había en parcialidades: y por atajar los atrevidos
acometimientos de la una parcialidad contra la otra, perturbando el
orden y mando de la justicia, y abusando de la honestidad y religión.
El Rey que oyó se hacían estos ayuntamientos sin su autoridad y
licencia en tiempos tan turbados, túvolos por sospechosos: creyendo
que se hacían, no tanto por algún buen fin, y beneficio público de
las ciudades, cuanto por alguna secreta ponzoña que de nuevo habría
sembrado don Fernando y los suyos. Y que ni fue por defenderse de los
daños que las parcialidades se hacían unas a otras, sino para que
con este color estuviesen siempre en armas para ofender más presto
que para defenderse de otros.





Capítulo IX. Como
don Fernando y el Vizconde de Bearne determinaron entregarse a la
voluntad del Rey, y le enviaron sus embajadores sobre ello.

Cuanto
más iba don Fernando pensando en su comenzado propósito y ánimo de
quererse reconciliar con el Rey, tanto más hallaba le convenía
ponerlo luego en efecto, antes que acabase de incurrir en mayor
ira y desgracia suya. Puesto que las ciudades no dejaban secretamente
de solicitarle, por haberse puesto por él tan adelante en su
empresa, que casi le forzaban a proseguirla. Pero a la postre como se
viese ya cargar de años, y se hallase muy cansado de haber andado
tanto tiempo por el camino de la ambición y nunca llegar al fin
pretendido: considerando entre si, que habiéndole Dios hecho tan
aventajado en calidad, saber, y amigos, la fortuna siempre le
deshacía sus cosas: y por el contrario las del Rey contra toda
fortuna ser tan favorecidas: conoció que obraba Dios en estas, y que
por no incurrir en la ira de Dios era menester renunciar a las suyas
proprias y mal intencionadas obras, y entregarse del todo a la
obediencia y voluntad del Rey. Y así determinó de comunicar esto
con sus amigos, señaladamente con el Vizconde de Bearne, don
Guillén de Moncada, y don Pedro Cornel los principales de su
parcialidad y bando, que también estaban muy en desgracia del Rey
(no hallándose allí don Guillen Ramón hermano del Vizconde que
por cierta ocasión era vuelto a Cataluña) a los cuales de muy
quebrantados de tantos y tan continuos trabajos de la guerra, sin
hacer ningún efecto bueno en ella, fácilmente persuadió lo mucho
que convenía tratar de esta común reconciliación de todos. Y así
para mejor determinarse sobre ello, se fueron juntos a Huesca.
Adonde concluido su propósito, envió don Fernando sus
embajadores al Rey que estaba en Pertusa, haciéndole saber como él
y el Vizconde con todos los principales de su parcialidad se habían
juntado en Huesca, y por gracia de nuestro señor habían determinado
de ponerse muy de veras en sus reales manos, a toda su voluntad y
albedrío, con verdadero arrepentimiento de las ofensas y desacatos
que le habían hecho, para pedirle humildemente perdón de todo. Y
así suplicaban les diese licencia para ir a verse con él fuera de
Pertusa, que la tenían por sospechosa, y la junta fuese con muy
pocos de a caballo que llevarían consigo, con que no fuesen más los
que su real persona trajese, y que habida licencia partirían
luego. Propuesta y oída por el Rey la embajada, luego los del
consejo y principales caballeros que con él estaban, se levantaron
todos mostrando muy grande alegria, y dando voces de placer por
tan felice nueva: entendiendo que de la reconciliación de don
Fernando con el Rey se seguía toda la pacificación y quietud
deseada para los reynos, y se acabada la guerra con el mayor
honor y triunfo del Rey que desear se podía. Habido pues consejo
sobre la embajada, se dio por respuesta a los embaxadores, que se les
permitía a don Fernando, y al Vizconde y los demás, venir a esta
junta a verse con el Rey en el monte de Alcalatén junto a Pertusa,
con solos siete de a caballo, y que los aseguraba, debajo su Real fé
y palabra, que no saldría con más de otros tantos dentro de tercero
día.





Capítulo X.
Como don Fernando y el de Bearne, y otros se entregaron al Rey y les
perdonó, y se siguió de esto la general paz para todos los Reynos.


Expedidos los embajadores y vueltos a don Fernando, como
entendió de ellos la benignidad con que el Rey los
haura
recebido, y oydo su embajada, de más del regocijo y alegría que
toda la Corte sentía, en tratarse de concordia, sintiola don
Fernando mucho mayor, y el Vizconde con él, y luego se pusieron en
camino. Mas no tardó el Rey de acudir al puesto, acompañado del
Vizconde Folch de Cardona y su hermano don Guillé, don Atho de
Foces, don Rodrigo Lizana, don Ladrón, de quien afirma el Rey ser de
muy buen linaje, Assalid Gudal y Pelegrin Bolas, con otro que no se
nombra. Vinieron con don Fernando y el Vizconde don Guillé de
Moncada, don Pedro Cornel, Fernán Pérez de Pina, y otros en ygual
número con los que el Rey traía. Y llegados al monte que tenía en
lo alto su llanura, don Fernando con muy grande acatamiento y
humildad, los ojos en tierra, juntamente con los demás se postró
ante el Rey, el cual los recibió humanísimamente, abrazando a cada
uno, y no sin lágrimas de todos. Y porque tomasen ánimo y
hablasen libremente, les puso en pláticas de placer y regocijo, y
respondieron con las mismas. Puesto que don Fernando, como a quien
más tocaba hablar por todos, endreçaua toda la conversación a que
su Real benignidad tuviese por bien de perdonar a él, y a sus
compañeros, los atrevimientos y desacatos pasados cometidos contra
su Real persona, y admitirles en todo su amor y gracia, como antes.

Pues se le debía como a tío, y deudo tan conjunto como a
Eclesiástico, y que estaba con toda humildad rendido a sus pies,
para que hiciese de él lo que fuese servido. Lo mismo rogó por el
Vizconde que estaba en la misma forma humillados, pidiéndole perdón
y la mano como vasallo suyo, de quien con todo su poder y estado se
podía valer y servir como de un esclavo. A esto añadió el
Vizconde, usando de la misma sumisión y acatamiento, como no
ignoraba su Alteza cuan estrecho deudo tenían los suyos con los
Condes de Barcelona que fueron los fundadores de aquel Principado. Y
que por esto se le debían a él mayores mercedes, y había de ser
restituido en mayor amor y gracia para con su real benignidad. Porque
siendo su estado aventajado a todos los demás,
por el Vizcondado
de Bearne, que era el más principal de toda la Gascuña, podía
mejor y con mayor poder que todos servirle. Demás que cuanto había
hecho antes, no había sido con ánimo de ofender, sino solo por
defenderse de su real ira con que tanto le había perseguido: pero
que si sus cosas se habían echado a mala parte, y a otro fin de lo
que se hicieron, de nuevo pedía (pidia) perdón para si, y a los
suyos: prometiendo que en ningún tiempo, por más ocasiones que se
le diesen, movería guerra contra la corona real, antes se preciaría
tanto de servirle, que merecería muy de veras su perpetua gracia
y alabanza. Como pidiesen y protestasen lo mismo los demás con
palabras humildes haciendo muestras de quererse postrar y besar los
pies al Rey, él los levantó y se enterneció con ellos, y dijo que
habido consejo respondería. Luego de común parecer los del Rey, se
dio por respuesta tres cosas. La primera, que don Fernando, y el
Vizconde de Bearne, con todos los de su parcialidad fuesen admitidos
a perdón, y restituidos en la gracia del Rey.
La segunda, que
las diferencias y pretensiones de ambas partes, por ser negocios
gravísimos, y que consistían en materia de justicia, se remitiesen
a la determinación de los jueces que se nombrarían para ello. La
postrera, cerca de las novedades de las ciudades por haberse de nuevo
conjurado, y hecho unión por si, quedase a solo arbitrio del Rey
declarar sobre ellas. Determinados estos capítulos y notificados a
las partes, y por todos aceptados, don Fernando y el Vizconde con los
demás de su parte besaron con grande afición y humildad al Rey las
manos, el cual con mucho regocijo, de uno en uno los abrazó a todos,
y se entraron en Pertusa, donde el Rey los mandó
aposentar y
regalar esplendidísimamente, con ygual contentamiento y placer de
ambas partes. Pues como luego se divulgase por todo el Reyno la
alegre y tan deseada nueva de esta concordia, los Prelados mandaron
hacer por todas las yglesias de sus distritos grandes procesiones de
gracias, con muchos sacrificios a nuestro señor, por tan felice
pacificación y concordia: los pueblos las celebraron con muchas
fiestas, danzas, y regocijos en señal de universal contentamiento de
todos. Porque aunque las diferencias que de la guerra quedaban
por averiguar entre los pueblos, eran grandes, y los daños de ambas
partes infinitos, y muy difícil la recompensa dellos, el deseo de la
paz, y vivir con tranquilidad cada uno en su casa era tanto, que vino
a ser fácil y suave, lo que antes parecía muy áspero, e imposible.





Capítulo XI.
De las capitulaciones que se hicieron para asentar las demandas que
por ambas partes había, para reparo de los daños por la guerra
causados.

Para que la deseada paz y concordia viniese a
debido efecto, fue necesario capitular primero sobre el asiento que
se había de dar en el reparo de tantos daños, y pérdidas que por
las guerras se habían padecido. Para esto se nombraron jueces
supremos el Arzobispo de Tarragona, el Obispo de Lerida, y el
comendador Monpensier vicario del Maestre del Temple en los reynos de
España. A estos se remitió el examen y declaración de todas sus
diferencias y pretensiones. Y prestado el juramento por ambas partes,
prometieron de estar al parecer y determinación dellos.
Lo más
principal y más difícil de todo era la enmienda y recompensa de los
daños que el Rey había recibido de la primera conjuración de don
Fernando y del Obispo hermano de Ahones, y hecha en su nombre de
Sancha Pérez viuda, y también de don Pedro Cornel, Pedro Iordan, y
G. Atorella. Los cuales daños demandaba el Fisco Real, y se habían
de rehacer: también la
fe
promesas y pactos de los de la parcialidad de don Fernando, que a fin
de llevar adelante la conjuración se firmaron con juramento, se
habían de anular, y deshacer del todo. A lo cual oponía el Obispo,
aunque absente, debían primero restituirle las villas y castillos
que el Rey, muerto Ahones, le había tomado por fuerza de armas, con
una gran suma de dinero prestado, por el cual le habían dado en
rehenes ciertas villas y castillos, sin los que tenía en los reynos
de Sobrarbe y Ribagorza. Finalmente oídas de parte del Obispo, y del
Fisco real sus demandas, Los jueces juzgaron, cuanto a lo primero,
Que don Fernando y los demás de su bando entregasen al Rey todos los
instrumentos de la conjuración, así de los caballeros, como de las
ciudades, como de otras cualesquier personas, en cualquier tiempo
hechos. Que don Fernando y los demás conjurados de nuevo diesen la
fé y obediencia al Rey. Que el Rey no teniendo otro más conjunto
pariente que a don Fernando, le diese para su ayuda de costa en honor
xxx. caballerías, o la renta de ellas, en cada un año, durante su
vida. Que assi mesmo le perdonase muy de corazón, y le absolviese de
cualquier crimen lese magestatis, y de toda otra culpa en que por la
conjuración hubiese incurrido, y le diese su fé y palabra que para
en lo
por venir
podía seguramente, sin ningún recelo entregarse a su mero imperio y
voluntad. Lo mismo se hizo con don Sancho el Obispo, aunque absente,
que había de ser restituido en la gracia del Rey: y también por
haber hecho todo lo que hizo: por el gran dolor que de la muerte de
su hermano tuvo, fuese libre y absuelto de toda culpa, teniendo de
allí a delante al Obispo, y a la sancta cathedral yglesia de
Zaragoza por muy encomendados. Que los castillos y lugares que Ahones
viviendo poseía por mano del Rey, fuesen restituidos al patrimonio
real: mas los que poseía por derecho de sucesión y herencia,
viniesen al Obispo su hermano, a quien también se pagase cualquier
suma de dinero que a Ahones el Rey debiese. De la misma gracia y
clemencia usó el Rey con Cornel, Atorella y Iordán, y con los demás
que siguieron la parcialidad de don Fernando. Demás desto fueron
libres de cárceles y cadenas todos cuantos presos hubo (vuo) por
ambas partes, y también los castillos y villas que se hallaron
usurpadas, se restituyeron a sus propios señores: excepto el
castillo y villa de las Cellas, que por haberlos tomado el Rey por
guerra, quedaban incorporadas en la corona real. Finalmente
declararon que se habían de conceder treguas y salvo conduto por
tiempo de onze años a todos los que serían acusados de comuneros,
para que dentro de aquel término pudiesen alcanzar perdón del Rey.
El cual no dejó entre estas cosas de acordarse de algunos
principales que en el más trabajoso y peligroso tiempo de su vida,
fidelísimamente le siguieron, y en sus tan grandes necesidades le
valieron con sus personas, vidas y haciendas, hallándose siempre a
su lado. Porque a cada uno de estos hizo mercedes, y dio más
caballerías de honor. Señaladamente a don Artal de Luna, a quien
dio perpetua la gobernación de la ciudad de Borja: y a don Garces
Aguilar comendador de la orden de Calatrava en Aragón, la encomienda
mayor de la villa de Alcañiz, y a don Pérez Aguilar la señoría de
la villa de Rhoda ribera de Xalon. A los cuales no solo estas
mercedes, pero muchas caballerías que tenían dudosas se las
confirmó, y dio de nuevo. Es bien de creer que a todos los demás
que le siguieron y sirvieron, aunque no están en su historia
nombrados, hizo el Rey grandes mercedes.








Capítulo
XII. Como sabiendo las tres ciudades que el Rey se había reservado
el concierto con ellas, le enviaron embajadas para entregársele, y
de las condiciones con que fueron perdonados.

Como
los ciudadanos de Zaragoza, Huesca y Iaca, que poco antes como
dijimos, con falso nombre de defensa, tácitamente se eximían, y
alzaban con la jurisdicción Real, entendieron que habiendo el
Rey concertado y restituido en su gracia a don Fernando, y perdonado
a todos los de su parcialidad, y a las demás villas y lugares que le
siguieron, y que a solas ellas excluía del perdón general, y se
quedaban afuera: hicieron otra junta en Iaca: y luego determinaron
hacer embajada al Rey, por certificarse de su deliberación y ánimo
para con ellas. Para esto Zaragoza envió sus cinco jurados, o
regidores, Huesca y Iaca los principales de cada pueblo, con
bastantísimos poderes para tratar de cualesquier partidos y
conciertos, a fin de alcanzar universal perdón para todos. Llegados
pues los embajadores a Pertusa, y entendido que el ánimo del Rey
estaba muy
desabridos
contra las ciudades: que lo colligieron, viendo la poca cuenta y
fiesta que la villa hizo en su entrada, y porque los de palacio, a
cuyo favor y medio venían remetidos, les dijeron que el Rey no les
oiría de buena gana, se fueron para los Prelados Iuezes, a los
cuales mostraron los poderes que traían, que no contenían otro en
suma, que pedir paz y perdón, y que solo fuesen restituidos en la
gracia y merced del Rey, se obligarían a cumplir en su nombre y
de las ciudades, todos y cualesquier decretos y mandamientos, que por
ellos fuesen determinados. Hecha relación de todo esto, y satisfecho
el Rey mandó sentenciar a los jueces. Lo primero que ante todas
cosas las ciudades anulasen y deshiciesen todos y cualesquier pactos,
condiciones, promesas y juramentos de conjuración, por cualesquier
personas y ciudadanos hechos contra la autoridad, jurisdicción, y
persona Real, tácita, o expresamente. Lo segundo que por cada
una de ellas se diese al Rey de nuevo la pública fé y obediencia
con pleito y homenaje. Lo tercero, que todas las injurias,
menoscabos, y daños que hubiesen padecido y recibido del ejército
del Rey, fuesen absolutamente remetidos y olvidados. Lo último
que todos los que fueron presos por haber seguido la parcialidad del
Rey y sus bienes robados, fuesen libres de ellas y que del común, y
propios de sus ciudades les fuesen restituidas todas sus haciendas.
Oídos por los embajadores los decretos publicados por los jueces, y
hallándose con suficientes poderes para venir bien en ellos: demás
de lo que de palabra habían entendido de las ciudades, que solo
alcanzasen perdón del Rey, los condenasen en cuanto quisiesen, los
aceptaron y ratificaron sin excepción alguna. Con esto mandó el Rey
se librasen de las cárceles todos los presos de las ciudades, y se
entregasen a los embajadores. Los cuales con mucha alegría y
hazimiento de gracias besaron las manos al Rey, y fueron admitidos
con sus principales al general perdón, y se volvieron muy contentos
y pagados de la magnanimidad y benignidad del Rey. De lo cual, las
ciudades quedaron muy satisfechas, y fuera de todo recelo, y de allí
adelante le sirvieron y guardaron toda fidelidad.





Capítulo
XIII. Como Avrembiax hija del Conde de Urgel pidió al Rey le mandase
restituir el condado, y de las condiciones con que el Rey se ofreció
de conquistarlo.

Acabados de firmar por el Rey los capítulos
de la paz y perdón general, y de nuevo confirmados todos los fueros,
privilegios y libertades por los Reyes sus antecesores a las villas y
ciudades del reyno concedidas, pacificada la tierra, se partió para
Lerida. Con fin de dar una vista por Cataluña, y con su presencia
reducir los ánimos de algunos señores, y Barones, y aun de los
pueblos que por ocasión de la guerra y parcialidad del Vizconde de
Bearne, estaban muy estragados y enajenados de su amor y respeto. A
donde (para que el fin de una guerra y trabajos fuese principio de
otra) había
llegado Aurembiax hija de Armengol vltimo Conde de
Urgel, a la cual, como dijimos en el libro precedente, el Rey había
mandado reservar su derecho para pedir el condado a don Guerao
Vizconde de Cabrera, que se lo había tomado por fuerza de armas:
pues con esta condición había el Rey permitido al Vizconde poco
antes que retuviese el Condado. Esta petición como fuese justa, y
tocase a la persona Real hacerla buena y cumplirla, por haberlo así
prometido, respondió a Aurembiax que tomaría la empresa por
propria, y con las condiciones que fue entre ellos concertado antes,
la llevaría a debido efecto: si primero ella como a legítima
heredera que era del condado,
renunciase todo el derecho y acción
que contra la ciudad de Lérida podía pretender, por cualquier
derecho y acción que a ella tuviese por los Condes sus antepasados.
Lo segundo que después de hecho el concierto reconociese haber
recebido el condado de mano del Rey por derecho de feudo. Lo tercero
que ella y sus sucesores en el condado, en tiempo de paz, y guerra,
fuesen obligados de recoger al Rey, y a sus sucesores, en las nueve
villas y fortalezas que son Agramonte, Linerola, Menargues, Balaguer,
Albesa, Pons, Vliana, Calasanz y Monmagastre. Obligándose también
el Rey de hacer restituir a la Condesa las villas y castillos que le
había usurpado Pontio Cabrera, hijo de don Guerao. Finalmente
concedió todo lo sobredicho la Condesa, y dio de nuevo por especial
promesa al Rey, que no se casaría sino con quien él le mandase.
Concluidos estos conciertos, el Rey
pmetio
y juró sobre su corona real en presencia de los suyos, y de los que
acompañaban a la Condesa, que no dejaría de emplear todo su poder y
fuerzas hasta poner a la Condesa en pacífica posesión de todo el
Condado.





Capítulo XIV. Como
fue mandado citar el Conde Guerao, y no compareciendo personalmente,
el Rey conquistó muchos pueblos del Condado.


Hecho y
jurado el concierto con la Condesa, mandó el Rey juntar los dos
consejos de paz y de guerra en los cuales se halló presidente don
Berenguer Eril Obispo de Lérida, y se determinó por ellos que don
Guerao Cabrera fuese llamado a juicio, y que dentro cierto término
pareciese ante el
Rey, para que oída la petición de la condesa
respondiese a ella. Pero ni don Guerao, ni Pontio su hijo, aunque
fueron dos veces citados, comparecieron: solo don Guillen hermano del
Vizconde de Cardona se presentó ante el Rey en nombre de don Guerao,
diciendo, que el Vizconde de Cabrera y Conde de Urgel, por ningún
derecho era obligado a comparecer en juicio, porque con justo título

por tiempo de xx. años y más, poseía pacíficamente aquel
estado. Como se opusiese contra esto Guillén Zasala el más famoso
letrado de su tiempo, alegando leyes en favor de los derechos de la
condesa, y propusiese que el Rey forzase a don Guerao restituyese
todas las villas y lugares que le había usurpado, dicen que don
Guillén no respondió otra cosa, sino que el Conde de Cabrera no
había de perder punto de su justicia por la infinidad de leyes
alegadas por Zasala, señalando que
este pleyto no se había de
averiguar ante juez letrado, sino armado: porque era de aquellos que
consisten en la punta de la lanza. Y así con esto se despidió don
Guillen. Cuyas palabras entendió el Rey muy bien, y vista la dureza
y obstinación de don Guerao, y que no con palabras sino con armas se
había de ablandar, escribió a los de Tamarit de Litera villa
principal, que otros dicen de Santisteuá, y es de gente belicosa,
cercana a Lerida, mandado a los oficiales Reales, que con la más

gente que pudiesen, viniesen, trayéndose provisión para tres
días, a la villa de Albesa del Condado de Urgel. También escribió
a don Guillen de Moncada hermano del Vizconde de Bearne, y a don

Guillen Ceruera barones principales de Cataluña, rogándoles que
con toda la gente que pudiesen, suya y de sus amigos, acudiesen a
favorecerle en esta guerra: la cual había determinado hacer en
persona, confiado de su socorro. Partió luego de Lérida con tan
pocos para comenzarla, que trayendo consigo a don Pedro Cornel, que
llevaba la auanguardia, apenas le siguieron xiij. de a caballo. Llegó
a Albesa, a donde aunque no asomaba la gente de Tamarit, hallando
allí a Beltrá Calasans con lxx. soldados bien armados determinó
cerrar con los de Albesa, y espantarlos con su presencia, la cual no
era menos horrible para muchos, que amable para todos. Comenzando
pues a batir la tierra, que era medianamente grande y cercada, los
del pueblo, puesto que pudieran
defenderse de harto mayor
ejército, vista la persona del Rey, se atajaron de arte que el día
siguiente, apenas descubrieron la gente de Tamarit, cuando entregaron
la villa con el Castillo al Rey: confiando de su palabra que serían
libres del saco. De allí pasó el campo a Menargues pueblo
poco
menor que Albesa, el cual luego voluntariamente se le entregó. Allí
llegaron las compañías que se mandaron hacer en Aragón y Cataluña
de ccc. caballos, y mil infantes. Con estos, pareciendo ser bastante
ejército, determinó el Rey conquistar lo que quedaba del condado. Y
así pasó a Linerola, la cual el Conde Guerao había fortalecido, y
estaba harto en defensa. Pero como el Rey sobreviniese de improviso,
y no quisiese ella darse a ningún partido, fue animosamente
combatida por el ejército, y tomada por fuerza: juntamente con los
principales del pueblo, que se habían retirado a una torre muy alta,
y por eso fueron tomados a partido, pero la villa no pudo escapar de
ser saqueada. Adonde se detuvo el Rey tres días para hacer muestra
de la gente que tenía, y dar el orden que se había de tener para
pasar adelante.







Capítulo XV.
Como el Rey fue a poner cerco sobre la ciudad de Balaguer, cuyo
asiento se describe, y de lo que pasó en su combate.

Tomada
Linerola pasó el Rey con su ejército a delante a poner cerco sobre
la ciudad de Balaguer, por donde pasa el río Segre, y es la segunda
cabeza del Condado. En la cual hacía cuenta don Guerao esperar todo
el peso de la guerra: para esto la había mucho fortificado y
abastecido de munición y gente de guerra. Llegado el Rey a vista de
la ciudad, pasado el río, asentó su real sobre un montecillo que
llaman Almatan, que está cauallero a la ciudad, y se descubría de
él la mayor parte de ella con las casas y edificios de manera que no
era posible defenderse de las máquinas y trabucos que en el campo se
armarían. Al mismo tiempo llegaron las compañías de a pie y de a
caballo que el Vizconde de Bearne y don Guillen Cervera habían hecho
por mandato del Rey, y venía por Coronel de ellas don Ramó de
Moncada hermano del Vizconde. Con estos creció el ejército hasta en
número de cccc. cauallos y dos mil infantes, y porque la ciudad
estaba muy fortificada, y no se le podía dar el asalto sin abrir
primero el camino con las máquinas y trabucos, pareció al Rey
plantar dos de ellos en la parte del monte, donde mejor pudiesen
encararlos a las casas, pues se tiraban con ellos noche y día tantas
y tan gruesas piedras, que no escapaba casa, ni
edificio que no
fuese quebrantado dellas, y la gente muy atemorizada. Diose la guarda
de los trabucos y máquinas a don Ramón con tres otros caballeros
principales con poca gente, por no estar muy apartadas del cuerpo del
Real. Como supo esto don Guillen de Cardona que favorecía a
don
Guerao, y como dijimos, compareció por él ante el Rey, y era
gobernador de la ciudad, salió de ella por una puerta pequeña del
muro, al amanecer, con xxv de acaballo, y cc. infantes. Los de
a
caballo que iban con las lanzas enristradas dieron en las guardas y
mataron y atropellaron la mayor parte de ellos: los de a pie fueron
con
achas
encendidas para las máquinas. Pues como el capitán Pomar uno de los
principales de la guarda descubriese esta gente, y viese que de los
de
a pie unos iban hacia las máquinas, otros a las tiendas del
campo a poner fuego en ambas partes, dejó a don Ramón muy en orden
junto a las máquinas, y saltó de presto a despertar al Rey. Mas don
Guillen enderezando su caballería contra don Ramón le acometió con
tanta ferocidad, que pensando ya llevarlo de vencida, le dijo que se
rindiese: pero don Ramón se defendió, y le entretuvo hasta que
llegó el Rey con la caballería. El cual dejando parte de ella en
ayuda de don Ramón, se fue con los demás para las máquinas, que le
daban más cuidado, pues para las tiendas quedaba el cuerpo del
ejército que las defendería. Adonde trabada la escaramuza con los
de a pie los venció: de manera que las tiendas y máquinas en un
punto fueron libres del incendio, y a don Guillen le fue forzado
con
harta pérdida de su gente retirarse a la ciudad.





Capítulo XVI. Como
los de Balaguer visto el gran daño y tala que mandó el Rey hacer en
sus huertas y arrabales se dieron a partido, y se libraron del
saco.

Aguardó el Rey dos días sin batir de nuevo, por ver lo
que la ciudad haría. Y como no daban ningún sentimiento de si,
viendo su pertinacia, y lo poco que les movía el grandísimo daño
que las máquinas y trabucos hacían en las casas noche y día:
asimismo, la pérdida que su gobernador
don Guillen había
hecho: demás del poco, o ningún socorro que esperaban de otra
parte, determinó de arruinarles sus lindas y bien entretejidas
huertas, con los arrabales,y talar todos sus campos a vista de ellos.
Esto sintieron tanto los ciudadanos, que luego se indignaron
gravísimamente contra el Conde Guerao, y de allí comenzaron a
tratar entre si, que sería bueno entregarle a la Condesa Aurembiax,
su natural y verdadera señora, la cual en aquella sazón había
llegado al campo del Rey. Con este acuerdo, secretamente le enviaron
sus embajadores para tratar de darse a partido. En este medio como
alguno ciudadanos de los que estaban repartidos por la muralla
hablasen con alguna gente del Rey que andaba alrededor, descubiertos
por los soldados del Conde Guerao que guardaban el alcázar y
fortaleza, les tiraron muchas saetas, e hirieron a los del muro,
porque hablaban con los enemigos. Con esta segunda ocasión se
conmovieron tanto los de la ciudad, que ya no secretamente sino al
descubierto se rebelaron contra el Conde, y con nueva embajada
ofrecieron al Rey y a la Condesa darles la ciudad con la fortaleza.
Entendido esto por el Conde, escribió al Rey estaba
muy pronto
para entregarle la fortaleza, con condición que se encomendase por
los dos a
Ramón Berenguer Ager, para que la tuviese guardada
hasta tanto que se averiguase a quien tocaba el derecho del condado.
A esto dijo el Rey que le placía lo que pedía el Conde, y como en
el entretanto los de la ciudad le solicitasen, se entregase de ella
dijo a los del Conde que ternia su consejo sobre su demanda, y con
esto, iba dilatando la respuesta. Mas el Conde, o que disimuladamente
hiciese estos tiros, como que no sabía nada de lo que los ciudadanos

trataban con el Rey y Condesa: o como si hubiera aceptado lo que
el Rey mandaba, se salió
secretamente solo de la ciudad, llevando
un gavilán en la mano, y envió un criado llamado Berenguer
Finestrat a buscar a Ramón Ager, para que fuese a guardar la
fortaleza por el concierto hecho. Pero mientras le buscaban, sin
hallarle, los ciudadanos alzaron el estandarte del Rey en la
fortaleza a vista de todos, echando con todo rigor la gente de guarda
que el Conde había puesto en ella. Como vio esto Finestrat, y
entendió lo que había pasado entre el Conde y el Rey para mejor

burlar al Conde, apartose de allí confuso y burlado: y lo mismo
aconsejó a Ramón Berenguer Ager, que ignorando lo que pasaba, venía
ya para entrar en la fortaleza.






Capítulo XVII. Como don Guerao fue echado de
todo el condado de Urgel, y Aurembiax puesta en posesión del, y como
casó con don Pedro de Portugal primo del Rey.


Tomada la
ciudad de Balaguer, don Guerao y su gente se pasaron a Monmagastre, y
a la hora la Condesa por mano del Rey fue puesta en posesión, y
jurada por señora en Balaguer, mudando los oficiales, y dando nuevo
regimiento a la tierra. De allí se fue el Rey con el ejército, y
también la Condesa a Agramunt villa principal del condado, a donde
don Guillen de Cardona había puesto para defenderla. Asentose el
ejército en la subida de un monte llamado Almenara, a vista del
pueblo, lugar más alto y bien acomodado para combatir la villa.
Visto esto por don Guillen la noche antes que diesen el asalto, se
salió con los suyos secretamente del pueblo, el cual luego
essotrodia se dio con la fortaleza a la Condesa. Lo mismo
determinaron hacer los de la villa de Pons, porque llegó de secreto
un embajador al ejército diciendo que luego en viniendo el Rey se le
darían. Pero él no quiso venir a esto, por haber entendido que la
villa estaba por el Vizconde Folch de Cardona, al cual no había
según costumbre, desafiado antes que comenzase contra él guerra.
Por donde quedándose en Agramunt, envió allá a la Condesa y a don
Ramón de Moncada, con todo el resto del ejército, quedándose con
solos xv. caballeros. Como el ejército se allegó a Pons, sin que el
Rey pareciese en él, indignados de esto los del pueblo, por el
menosprecio que en esto mostraba hacer de ellos, salieron de
improviso a dar sobre el ejército: pero fueron del también
recibidos, que trabando la escaramuza quedaron del todo vencidos,y
puestos en huida hacia la villa, se recogieron en ella con muy grande
pérdida suya. Como la Condesa les enviase a decir que aun eran a
tiempo de darse muy a su salvo, que les haría toda merced,
respondieron con la misma obstinación, que a ninguno sino a la misma
persona del Rey se rendirían. Sabido esto por el Rey, luego partió
para ellos, y en llegando le entregaron la villa con la fortaleza, la
cual el Vizconde de Cardona había dejado bien proveída de gente y
munición. Acceptola el Rey salvando al Vizconde sus derechos, si
algunos tenía a la villa. Para esto de parte del Rey y de la Condesa
se dio toda seguridad, y al pueblo se le tuvo tal respeto, que no
dejaron entrar en él al ejército, ni se le hizo ningún ultraje.
Tomado Pons,
Vilana
con las demás villas y lugares de la montaña de Segre arriba,
libremente y sin condición alguna se entregaron al Rey y a la
Condesa. De manera que con el favor y amparo del Rey, la condesa
cobró todo el condado de Urgel y fue puesta en pacífica posesión
de él. Hecho esto casó el Rey a la condesa con don Pedro de
Portugal su primo hermano, hijo del Rey de Portugal, que por aquellos
días era venido desterrado del Reyno a pasar su destierro en la
Corte del Rey, y se hicieron las bodas con muy grandes fiestas y
regocijos. Finalmente don Guerao viéndose echado a punta de lanza de
todo el Condado, hallándose cargado de años y cansado de tantos
reveses de fortuna, entró en la orden de los caballeros Templarios,
dejando a su hijo Poncio el Vizcondado de Cabrera. El cual después
de muerta la Condesa Aurembiax sin hijos, renovando la antigua
pretensión de su padre, tentó de volver a entrar en el condado.
Pero no le sucedió bien la empresa, como adelante diremos. Acabada
esta guerra, y apaciguados todos los alborotos, y distensiones de los
dos Reynos, deshecho el ejército, el Rey se fue para Tarragona, a
donde por orden del cielo, se le abrió una grande puerta para salir
fuera de sus reynos, y entrar a hacer muy señaladas empresas en
tierras de infieles.

Fin del libro quarto.





Libro segundo

LIBRO SEGUNDO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE
ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR 

Capítulo I. Que
muerto el Rey, los de su ejército determinaron alzar por Rey a su
hijo el Infante don Iayme, y lo que hicieron por sacarle de manos del
Conde Monfort.

Muerto el Rey los principales de su
ejército, vueltos al Real, entregaron su cuerpo a los caballeros de
sant Iuan del Hospital, a cuya orden había hecho muchas mercedes, y
dado villas y castillos, para que con toda pompa y ceremonias reales
le sepultasen, como lo hicieron, llevándole sobre sus hombros al
monasterio de Xixena, a donde su madre la Reyna doña Sancha, después
de haber hecho profesión de religiosa, poco antes había muerto. Y
en fin le sepultaron en un magnífico y bien labrado sepulcro,
haciéndole sus obsequias reales, y acostumbrada novena, con grande
suntuosidad y llantos. Pues como por haber muerto el Rey sin hacer
testamento, quedasen las cosas de los Reynos confusas, y muy
turbadas, a causa de no haber sucesor nombrado, don Nuño Sánchez
primo hermano del Rey, e hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de
Moncada, y don Guillen de Cardona (a los cuales no quiso aguardar el
Rey, y llegaron ya muerto él al ejército) con otros principales de
los dos reynos, se juntaron, y determinaron, que por los movimientos
que por faltar el Rey se podían seguir en los pueblos, y por evitar
bandos y divisiones entre los Reynos, se diese con toda presteza la
sucesión, y declarase Rey el Infante don Iayme, hijo único del
muerto, antes que saliesen de través otros que le pusiesen en
cuentos el reyno, con el obstáculo de la legitimidad.
Pues
aunque la separación, o divorcio, que el Rey había hecho con la
Reina su mujer madre de Don Jaime: con la sentencia del Pontífice
había sido dado por mal hecho, y declarado por legítimo el
matrimonio entre los dos: pero todavía, como el Rey no había
obedecido la sentencia, quedaban muchos dudosos, y aun fáciles para
creer lo contrario. Demás de esto les movió para hacer esta
diligencia, ver que no habiendo el Rey nombrado sucesor, don Sancho
padre de don Nuño y hermano menor del Rey don Alonso padre de don
Pedro, intitulándose Conde de Rosellón, pretendía la sucesión de
los reynos, por haber sido llamado a ella en el testamento del
Príncipe don Ramón su padre, faltando don Alonso su hermano, y
también don Fernando hermano de don Pedro, el cual con la esperanza
de reinar estaba determinado de renunciar el hábito de monje que
había tomado. Y con esto cada uno por si comenzaban a maquinar
(machinar) secretamente, y llevar adelante su intento. Para esto
tenían ya ganadas las voluntades de algunos ricos hombres de Aragón.
Y por esta causa don Nuño y don Guillen con todos los demás se
conformaron en lo determinado, y juntaron más compañías de
soldados: pues los demás del estado de Mompeller, y del principado
de Cataluña, venían en ello, para formar campo contra el Conde
Monfort, que siempre estaba con su ejército entero. Lo cual hacían
no tanto para vengar la muerte del Rey, cuanto por haber a su mano el
Infante don Jaime, al cual el Conde, por orden del Rey y mandamiento
del Pontífice, como está dicho, había tomado a su cargo para
criarlo. Fue cosa memorable la que hizo don Nuño, que siendo hijo
del Conde don Sancho, a quien, si saliera con el Reyno, había de
suceder, no quiso seguir la parcialidad de su padre, sino guardar
toda fidelidad al verdadero sucesor Don Jaime. Pues como el Conde
Monfort sintió todo esto, con el orgullo de la victoria pasada,
juntó mayor ejército, a fin de defenderse del real, y alzarse con
don Jaime, para con la persona de él sacar muy buenos partidos de
los reynos.












Capítulo
II. Que por sacar a don Jaime de las manos del Conde, se hizo
embajada al Pontífice, y de su respuesta.

Como los del campo
real vieron que el Conde se ponía de veras en defensa, acrecentando
su ejército cada día, no quisieron poner en ejecución lo que
habían determinado contra él, sino entretenerle hasta ver, si
enviando embajadores a Roma al Pontífice, alcanzarían con su favor
que el Conde les entregase al Príncipe don Jaime, y así concordaron
en hacer embajada, la cual emprendieron don Guillen Cervera, y don
Pedro Ahones, capitanes valerosos, juntamente con don Guillen
Monredon vicario del maestre del Temple en los dos reynos de Aragón
y Cataluña
, con poderes bastantísimos y particular orden, para que
si el Conde rehusase de entregar al Infante, mandándoselo el
Pontífice, le denunciasen de nuevo la guerra a fuego y sangre, en
nombre de los dos reynos: y que don Pedro Ahones uno de los
embajadores, le enviase a desafiar de persona a persona, retándole
de traidor y fementido, por no restituir a don Jaime a los suyos. Los
que más procuraron y solicitaron esta embajada (según dice la
historia) fueron don Español Obispo de Albarracín (Aluarrazin), y
don Pedro Azagra señor de la misma ciudad, para que juntamente, con
dar calor a la restitución del Príncipe don Iayme, fuesen a la
mano a don Sancho y don Fernando, por las diligencias que cada uno de
ellos hacía por si. Y aun escriben algunos, que el mismo Obispo fue
en persona por este negocio a Roma. Puestos en Camino los
embajadores, al cabo (acabo) de muchos días llegaron a Roma con
grande acompañamiento de gente y criados, y muy cubiertos de luto
hicieron su entrada: donde como se acostumbra con los embajadores
fueron con grande honra recibidos del pueblo Romano, que se acordaba
muy bien de la liberalidad que con él hizo el Rey muerto, el día de
su coronación. Lo primero que los embajadores hicieron, fue ir a
besar las manos a su señora y Reyna doña María, con la reverencia
y acatamiento que como súbditos y vasallos debían. Y declarando la
causa de su embajada, contáronle del Rey su marido cosas de grande
lástima: y del Príncipe su hijo de mucha prosperidad, pues quedaba
vivo y sano: en lo demás, las grandes diferencias y distensiones en
que los reynos andaban, divididos en parcialidades, y para perderse
del todo, si el Conde Monfort no les restituía al Príncipe su Señor
para alzarle por Rey. Oído esto por la Reyna que tan hecha estaba a
oír, y ver trabajos y calamidades de los suyos, dio gracias a
nuestro Señor por todo, dejándolo a su divina disposición y
voluntad: y suplicó al Pontífice mandase luego dar audiencia a los
embajadores. Los cuales muy cubiertos de luto, y con semblante triste
y lloroso llegaron a besar al pie a su Santidad y dada facultad para
declarar su embajada, el vicario del temple Monredon que era hombre
elocuente, y ya de antes conocido del Pontífice, dijo de esta
manera. Beatísimo Padre, contar agora muy en particular a vuestra
Santidad la triste y lamentable muerte del valerosísimo e
invictísimo Rey nuestro, y crueldad con él usada, ni lo sufre
nuestros sollozos y lágrimas: ni es bien, a quien tiene ya entendida
y muy de veras sentida tan miserable muerte, renovar su dolor con
repetirla. Basta que brevemente se entienda, como aquel Conde Simón
Monfort, a quien vuestra Santidad, por intercesión y ruegos del
mismo Rey hizo tantas mercedes, como todos sabemos, y fue tan amado
suyo, que le encomendó su único hijo nuestro Príncipe don Jaime:
el mismo convertido de muy amigo y privado en enemigo cruelísimo,
salió al campo con ejército formado, y no solo osó acometer al
ejército real, pero con desenfrenado furor mató al mismo Rey
nuestro, de quien poco antes Vuestra Santidad, había coronado de
corona Real, y con esas sacrosantas manos consagrado por Rey. Por
cuya muerte súbita, y de otros principales señores que con él
murieron, quedan las cosas de la corona de Aragón tan confusas, y
tan
divisos
entre si los reynos, que si con brevedad no se atajan tantos
inconvenientes, sin duda vendrán (vernan) a total perdición y
ruina. Ansí por la gran parcialidad que por si hacen don Sancho tío
del Rey, y don Fernando el hermano, que pretenden la sucesión: como
por los principales capitanes de los reynos, que con el poder del
ejército real, y con la mayor parte de los pueblos, les contradicen.
Los cuales para más quietud de todos, piden al Príncipe don Jaime
por Rey, porque lo tienen por legítimo Señor y verdadero sucesor
ab
intestato
. Pues la separación y
divorcio que el Rey hizo con la Reyna nuestra señora, que la otra
parcialidad alega para anular el matrimonio, y legítima sucesión
del Príncipe, ya por sentencia dada por vuestra Santidad fue
condenada, y dado el matrimonio y sucesión por buenos. Y así la
suma de nuestra embajada es, suplicar a vuestra Santidad mande al
Conde Monfort restituya luego al Príncipe don Jaime a los generales
del ejército real, para jurarle por Rey, antes que el mismo Conde,
temiéndose que los nuestros le han de perseguir, más por vengar la
muerte del Rey, que por cobrar al Príncipe, se junte con don Sancho,
y don Fernando, para arruinar al dicho Príncipe: pues sabemos está
el Conde tan obligado a esta Santa Sede Apostólica que no dudamos
hará luego lo que por vuestra Santidad le fuere mandado: donde no,
la resolución de los del ejército es, no solo hacerle cruel guerra
en todos sus estados, pero tenemos expresa comisión, para que
capitán don Pedro Ahones nuestro colega, que aquí está presente,
le desafíe, y repte de rebelde y fementido. Mas porque consideramos,
que llegar a estos términos rigurosos, sería dar en mayores
inconvenientes, para total perdición de los reynos, y mayor daño de
nuestro Príncipe, suplicamos a vuestra Santidad por la obligación
en que Iesu Christo le ha puesto en su lugar para mantener en todo
amor y concordia su pueblo Christiano, mande se nos restituya en paz
el Príncipe: para que por tan gran beneficio y merced, los reynos y
todos quedemos obligados no solo a rogar a nuestro Señor por la vida
y continua felicidad de vuestra Santidad, pero aun para mejor
conservarnos en la firme y perpetua obediencia que a esta santa Sede
debemos.
Acabada de explicar con lágrimas la embajada, el sumo
Pontífice
consoló benignamente a los embajadores, encareciendo, lo
mucho que había sentido la primera nueva que tuvo de la muerte del
Rey, Príncipe tan valeroso y esforzado, pues hallándose tan
perseguido de sus enemigos, y no siendo socorrido de los suyos en la
batalla, quiso más hacer rostro, y morir, que con mengua de su honra
volver las espaldas, puesto que no dejara de atribuirle alguna culpa:
y dar por causa de sus infortunios y males, el haberse apartado y
hecho divorcio con la Reyna doña María: y no menos por no haber
obedecido su sentencia. Mas que no por eso dejaría de hacer toda
honra al muerto, a quien si fuera viudo, por ventura no la hiciera. Y
que tendría muy especial cuidado en hacer restituir al ejército y
Reynos a don Iayme su Príncipe para jurarle por Rey. Demás desto
alabó mucho a los grandes y capitanes del ejército Real, por la
fiel obediencia y afición con que pedían a su Príncipe. Y para
esto les mandaba reuniesen buen ánimo, y perseverasen en su
fidelidad, porque no dejaría de darles todo favor y ayuda con gente
y dineros hasta que le pusiesen en posesión de todos los reynos y
señoríos de su padre. Finalmente, después de haber tenido en mucho
la obediencia dada por los reynos a la sede Apostólica, y alabado a
los embajadores por el trabajo y paciencia de tan largo y fatigoso
camino, mandoles se detuviesen algún tiempo en Roma, hasta que les
diese su bendición, y respuesta.




Capítulo
III. Que por el Concilio provincial que tuvo el legado en Mompeller,
fue investido el Condado de Tolosa al Conde Monfort, y entregó al
Príncipe don Iayme al Legado.

En este medio que fue la rota
y muerte del Rey, Bernardo Cardenal Benaventano, era venido legado de
la sede Apostólica a la provincia de Guiayna, por remediar tantos
movimientos y aparatos de armas que en ella se hacían, para total
destrucción de la provincia: los cuales nacían de la guerra que
poco antes había hecho el Conde Monfort, general del ejército de la
iglesia, contra los herejes y
fautores
de la herejía que se levantó en la ciudad de Albi de la misma
provincia, según que en el precedente libro se ha dicho. Para esto
convocó el Legado concilio provincial en la ciudad de Mompeller, en
el cual se congregaron los Arzobispos de Narbona, Aux, Arles, Ebrun,
y de Acs, con xxviij. Obispos, y otros muchos Abades, y Priores de
toda la provincia. Por los cuales fue condenada la herejía de Albi,
y determinado que la ciudad de Tolosa fuese adjudicada a la iglesia
con todo el condado, por haber sido la condenación hecha contra el
Conde en este concilio poco después confirmada por el concilio
Lateranense. Y así, por la buena diligencia que el Conde Monfort
había usado en proseguir la guerra contra los de Albi, el concilio
provincial le concedía la conquista y aprehensión de Tolosa, la
cual con el condado prometían darle en perpetuo feudo, haciendo
decreto sobre ello, con tal que la santa sede Apostólica, y sumo
Pontífice lo aprobasen, y confirmasen. Por lo cual partió luego
para Roma el Arzobispo de Ebrun, enviado por el legado y concilio: y
como llegó allá, y entendió el Papa lo que contenía el decreto,
luego lo aprobó y confirmó, con tal pacto y condición que el
concilio mandase al Conde, ante toda cosa, que pusiese en libertad al
Príncipe don Iayme hijo del Rey don Pedro a quien tenía en su
poder, y lo entregase a los generales del ejército real de Aragón y
Cataluña, para que le alzasen por Rey. Como esto lo prometiese
cumplir, y diese por hecho el Arzobispo, el Pontífice mandó llamar
a los embajadores del ejército, y certificándoles como el Conde
Monfort restituiría al Príncipe, les dio su bendición y mandó se
volviesen con el Arzobispo. El cual llegado a Mompeller, como
propusiese ante el concilio la confirmación del decreto, con la
condición impuesta (apuesta) por el Pontífice, el Conde la aceptó.
Luego el Cardenal Legado, concluido el concilio, se partió con el
Conde para la ciudad de Carcassona, donde hacía (había) ya dos años
que tenía muy bien guardado, en compañía de muy buenos ayos y
maestros al Príncipe don Iayme: al cual holgó en extremo ver el
Legado, por lo que el niño, con muy evidentes muestras y señales de
valor, descubría lo que había de ser. Y luego acompañado de la
gente de guarda del Conde se pasaron a la ciudad de Narbona, a donde
ya eran llegados muchos señores principales de Cataluña con los
síndicos de las ciudades y villas Reales, quien el Legado después
de haberles tomado juramento de homenaje y fidelidad por el Príncipe,
que tenía poco más de seis años, se les entregó. Estaba entonces
en compañía del Príncipe su primo hermano don Ramón Berenguer,
hijo y heredero universal del Conde don Alonso de la Provenza, y de
aquella mujer de Marsella con quien se casó por amores, según en el
precedente libro está dicho, y muerto el Conde y la madre, como don
Ramón quedase pubillo, los gobernadores del condado le enviaron a
Carcassona donde estaba el Príncipe don Iayme su primo, para que se
criase con él, y le trajesen (truxesen) a Cataluña, por lo mucho
que los dos, siendo casi de un mismo tiempo y edad, y criados juntos,
entre si se amaban. De manera que habiendo entrado el Príncipe con
el Legado en Cataluña, y andado por las villas y ciudades con mucha
alegría y aplauso de todos: despachando de paso, con la autoridad y
consejo del mesmo Legado muchos negocios que tenían necesidad de
asiento, llegaron a Barcelona, ciudad grande y antigua, cabeza del
Principado de Cataluña, tierra
bien abastecida de todas cosas, y
con los cumplimientos que adelante se contarán de ella: en la cual
fue recibido con muy grande magnificencia de los ciudadanos. Y porque
luego acudieron muchos negocios de todo el Principado, señaladamente
de algunos pueblos de la montaña que se habían alzado con algunas
libertades contra la corona Real, fue necesario parar allí un poco
tiempo, y con el consejo del Legado volver muchas cosas a su lugar y
asiento.




Capítulo
IIII (IV). De las Cortes que se comenzaron en Lérida, donde fue el
Príncipe jurado por Rey, y por su tierna edad encomendado al
Comendador Monredon en la fortaleza de Monzón.

Pareció al
Legado y grandes de los Reynos que por haber venido y venir de cada
día, de las últimas partes de Aragón muchas gentes con deseo de
ver al Príncipe, que por mayor comodidad de los dos reynos, se
convocasen cortes generales en Lérida, por ser ciudad de las más
antiguas y principales de Cataluña puesta en los confines de Aragón
a la ribera del río Segre, y muy abastada de todas cosas,
señaladamente de pan, por estar junto al campo de Urgel que es de
los fertilísimos del mundo. Llega después el plazo de las cortes,
el Príncipe con el Legado entraron en Lérida; donde fueron del
pueblo principalmente recibidos. Lo primero que por orden de las
corres se hizo fue deshacer los Sellos del predecesor (como lo
acostumbran los que comienzan a reynar) y usar de los que ya a la
entrada de Cataluña de nuevo se hicieron. Comenzaron a tenerse las
cortes con la asistencia del Legado, y de don Aspargo Arzobispo de
Tarragona, cercano (
propinquo)
pariente del Príncipe, y del antiquísimo linaje de la Barcha, con
los demás Prelados y grandes de los dos reynos por su orden, y con
los síndicos de las ciudades y villas reales, cuyos poderes
bastantísimos se leyeron.
Solo faltaron don Sancho, y don
Fernando, porque toda su esperanza de poder reynar ponían en las
distensiones y discordias que ellos habían sembrado, pensando
nacerían de las cortes ocasiones para más engrandecer su
parcialidad. Pero el señor del mundo que lo rige todo, proveyó en
que no hubiese cortes que con más unión y conformidad se celebraren
que aquellas, para todo beneficio del Príncipe. Y así acabo el
Legado con todos, que sin dificultad jurasen al Príncipe por Rey, y
que la obediencia y juramento de homenaje se diese en voz alta,
alzando muchas veces las manos diestras, mientras el juramento se
leyese, como lo hicieron: teniendo todo aquel tiempo el Arzobispo don
Aspargo al Príncipe en sus brazos para que lo viesen todos: y se
hizo ley que el juramento de homenaje de allí adelante se prestase a
los Reyes, con aquellos usos y ceremonias, siempre que tomasen la
posesión de sus reynos.
De ay,
considerando la tierna edad del Rey, ser inhábil para regir,
determinose con la buena industria del Legado, que para mayor guarda
y seguridad de la persona y vida del Rey, fuese encomendado a algún
hombre grave y de confianza, que le tuviese en guarda por algún
tiempo, y le criase e instituyese con la disciplina y buena educación
a tan alto Príncipe se requería, en tanto que las cosas del reyno
se asentaban para lo cual no se halló otra persona más conveniente,
que don Guillen Monredon caballero Catalán natural de Osona, y
vicario del gran Maestre del Hospital en los reynos de la corona de
Aragón. El cual poco antes (como está dicho) había hecho con los
demás la embajada al sumo Pontífice, y era persona de muy gran
valor y confianza, de mucha experiencia y destreza en armas. Demás
de ser hombre de letras, para que mejor pudiese instruir al Rey en
cosas de paz y guerra, con las demás reales virtudes, sobre todo
para encaminarlo en los ejercicios de la milicia, por estar en
aquellos tiempos todo el ser y fuerza de los Reyes puestos en la
tutela y amparo de las armas, de las cuales el Rey tanto se valió.
Fueron los que más pretendieron este cargo, don Sancho y don
Fernando, como más propinquos parientes del Rey, y con grande
instancia procuraron haberlo para si, pero no se les concedió, por
la contradicción que el Legado y principales de los Reynos les
hicieron. Por esta causa se confirmaron en la elección hecha de la
persona de Monredon (
Monredó),
a quien el Legado encargó mucho guardase sobre todo la persona del
Rey de las acechanzas (asechanças) de don Sancho, y don Fernando:
porque de verse excluidos de su pretensión armaban, contra la
persona Real muy a la descubierta. Y así hecho el juramento por
Monredon, le fue luego entregado el Rey para tenerlo en la fortaleza
y castillo de Monzón (Monçó) que era muy fuerte y capaz, con buena
guarnición de gente de guarda. Encerrose juntamente con él su primo
don Ramón que era de edad de nueve años, entrando el Rey entonces
en los ocho. Con todo esto se determinó, que durante el tiempo que
el Rey estuviese en guarda, por su poca edad, el Conde don Sancho por
su autoridad y años, fuese gobernador general de los dos reinos.



Capítulo V. Que la reina doña María murió en Roma, y
del testamento que hizo, y cuan encomendado dejó al Príncipe su
hijo al Pontífice, el cual le tomó debajo su amparo.


Por
este tiempo la Reyna doña María que dejamos en Roma, cansada de
tantos trabajos, que padeció con las persecuciones del Rey su marido
y de sus hermanos, aunque con su buena justicia y razón (como está
dicho) al fin triunfó de todos, adoleció de una muy grave dolencia,
de que murió: acabando sus días santísimamente, en tiempo de
Honorio III Pontífice, al cual encomendó mucho a su hijo el
Príncipe don Iayme, rogándole lo recibiese debajo su protección, y
de la santa sede Apostólica: por cuyo consejo hizo testamento, y
dejó al Príncipe su hijo heredero universal, con la señoría de
Mompeller y su estado. Con tal que si moría fin hacer testamento,
sustituya con iguales partes a Matilda y a Petronia hijas suyas, y
del Conde de Comenge, sin hacer mención alguna de los hermanos
bastardos. Lo cual, así como por su gran bondad y santidad de vida,
fue siempre por los Pontífices muy estimada en vida y tratada como
Reyna, así también después de muerta, se le hicieron las exequias
y honras reales con aquella suntuosidad que a Reyna y madre de tan
principal Rey se debían. Fue su cuerpo sepultado en el Vaticano, en
la iglesia de sant Pedro, al lado del Sepulcro de santa Petronila,
como la historia del Rey lo afirma. Hecho esto, el sumo Pontífice
por cumplir la voluntad de la Reyna, tomó debajo su protección
y de la sede Apostólica, al Príncipe don Iayme y a sus Reynos de
Aragón y Cataluña
, con el Principado de Mompeller, y los demás
reynos y señoríos que en lo porvenir se recreciesen a la corona de
Aragón
, Sobre ello escribió al mismo Bernardo Cardenal Legado, de
quien hemos hablado, mandando que a don Iayme, a quien por ruegos de
la Reyna su madre había tomado debajo su protección, y de la sede
Apostólica, y a todos sus reynos y señoríos, le defendiese y
favoreciese en toda ocasión. Y así el legado nombró por
principales consejeros del Rey niño, y como tutores, para siempre,
que saliese de la fortaleza de Monzón, a don Aspargo Arzobispo, a
don Ximeno Cornel, a don Guillen Cervera, y a don Pedro Ahones,
hombres principales los dos reynos, y de gran gobierno. Con esto el
Legado, dejando por acá muy gran fama de sabio y prudentísimo, se
volvió a Roma.




Capítulo
VI. Como andaban los reinos en perdición por el mal gobierno, y que
se otorgó el tributo del bouage, y trató de sacar al Rey del
castillo, de donde se salió antes el Conde don Ramón.


Como
el Rey estuviese en poder de Monredó en la fortaleza de Monzón, se
seguían cada día grandes novedades y divisiones en los dos reynos,
por la inquietud de don Sancho, y don Fernando, que nunca perdían
sus intentos de reinar, y por su respecto todo era parcialidades, y
bandos entre la gente vulgar, la cual con esta ocasión vivía muy
disoluta. Demás que las
alcaualas
y rentas reales habían venido tan al bajo, y era tan poco el tesoro
del Rey, que apenas había para mantener su persona y guarda.
Causábanle esto don Sancho y don Fernando, que el uno como
gobernador, y el otro como tan propinquo del Rey, se aprovechaban de
las rentas reales, sin haber quien les fuese a la mano. También tuvo
principio este daño de los desmadrados (demasrados) y excesivos
gastos que el Rey don Pedro hizo con sus jornadas y empresas hasta
empeñar el patrimonio Real: en tanto que por la mayor parte las
rentas reales estaban consignadas a los Iudios y mercaderes, cuyos
logros las consumían. Por manera que aun no había para pagar los
estipendios y salarios a los oficiales reales, ni a los gobernadores
y ministros de la justicia: y por esto defraudados de sus salarios,
tomaban dádivas y presentes, y comenzaban a hacerse cohechos,
poniendo en venta la justicia y judicaturas. Lo cual considerado por
los prelados, y principales hombres de Cataluña, junto con los
grandes escándalos y rebeliones que de esto se podían seguir,
determinaron de advertir de ello a los pueblos, y que no había otro
remedio para tantos males, sino conceder al Rey el tributo del
Bouage, que (como está dicho) era un tanto que se pagaba por cada
junta de Bueyes, y cada cabeza de ganado mayor y menor, y por los
bienes muebles cierta suma, la cual se fue variando conforme a los
tiempos. Este tributo había sido tres veces concedido al Rey don
Pedro. La primera para los gastos de la guerra que hizo en compañía
del Rey de Castilla contra los moros del reyno de Toledo, cuando se
cobró Cuenca; la segunda cuando se ganó la batalla de Vbeda contra
doscientos mil moros; la tercera para ayuda del dote de tres hermanas
que el Rey casó. Mas viose manifiestamente que todas aquellas
necesidades pasadas no igualaban con la presente; que se había de
emplear en sacar de extrema necesidad la persona del Rey, por cuyo
encerramiento padecía el Reyno todo mal gobierno. Entendido esto por
los pueblos de Cataluña, no contradijeron a la demanda, sino que con
grande diligencia reunieron (colligieron) el tributo y lo pagaron:
así por sacar al Rey de necesidad, como por atajar la rebelión y
tiranía que ya se entreoía. Porque el mismo don Sancho, cuyo ánimo
siempre fue de acumular gran thesoro para sacar al niño Rey de la
vida; tomaba por principal medio de su designo, traer al reyno a toda
necesidad y estrechura de dinero. Pues con el largo encerramiento del
Rey, y la mucha autoridad y crédito que con el cargo de gobernador
había ganado: además de las mercedes que a unos y a otros había
hecho por granjear a muchos: también porque don Fernando tiraba a lo
mismo: llegó el negocio a tanto, que la mayor parte de los
principales del Reyno de Aragón ya eran casi de un acuerdo con
ellos. Aunque con todo eso no saltaron otras personas principales del
mismo reyno, temerosas de Dios, y de muy gran valor y estado, que
tomaron por propria la querella del Rey, y se pusieron a defender su
persona y derechos. Porque confiados del buen socorro de dinero que
al Rey se había hecho con el servicio del Bouage para su
mantenimiento y refuerzo de guardia, se pusieron en armas, con
público apellido de servir al Rey. Señaladamente don Pedro Cornel,
y don Valles Antillon Aragoneses, mozos de grande valor y prendas,
por ser en linaje y armas muy ennoblecidos. A los cuales como don
Ximen Cornel pariente de ellos, hombre anciano y muy aventajado en
consejo y estado, viese también intencionados y determinados al
servicio del Rey, de nuevo los exhortó y confirmó en su buen
propósito, para que animosamente saliesen a la defensa del Rey y
Reyno, contra la soberbia y tiranía que ya se les entraba por casa.
Porque de los efectos, y modos de gobernar de don Sancho, y del trato
de don Fernando, fácilmente se podía conjeturar, como por cualquier
de ellos que llegase a reinar, le había de seguir una intolerable y
cruel tiranía para todos: que por eso convenía mucho que el Rey
saliese de su fortaleza, antes que alguna de las parcialidades se
adelantase a sacarle de allí, para privarle del reyno, y de la vida,
lo cual ya secretamente maquinaba la de don Sancho. Y que sin duda,
salido el Rey afuera a vista de los pueblos, y teniendo a ellos dos a
su lado, las parcialidades se desharían y desaparecerían, como
suele deshacerse la niebla con la presencia del Sol. Y sería de esta
salida lo mismo que poco antes había sido del Conde don Ramón, el
cual saliéndose de la misma fortaleza para ir a la Provenza, que
toda estaba en armas, y medio rebelada contra él, luego que entró
en ella, y le vieron los suyos, se apaciguó toda, y cesó el motín.
Mas porque sin quebrar el hilo de la historia, digamos lo que cerca
de esto pasó. Fue así, que por ese tiempo estando alterada la
Provenza, un principal caballero de ella escribió al Conde don
Ramón, cómo las cosas de su condado andaban tan revueltas y
alborotadas, que si no se daba prisa a venir a remediarlas con su
presencia, llegarían a total ruina. Por tanto le encargaba que en
recibiendo sus cartas se saliese de la fortaleza, y siguiendo al
mensajero, se fuese derecho para Tarragona, donde hallaría ya en el
puerto de Salou un bajel (
vaxel)
bien armado, que le pondría (pornia) muy en breve en Marsella. Con
esta nueva se alegró mucho el Conde, porque le sabía mal tan larga
clausura, y mostró las cartas al Rey, pidiéndole parecer y consejo
sobre su ida. El Rey que no tenía menos deseo que él de salirse,
comenzole mucho a animar
y a consejar
que tentase la salida, pues por el beneficio y reparo de su estado y
república, tenía obligación de aventurar su persona y vida. Y
aunque sentía mucho quedar sin su compañía, lo tomaría en
paciencia, porque asegurase sus cosas. De manera que siguiendo el
parecer del Rey, don Ramón, mudado de hábito, dos meses antes que
el Rey se saliese de la fortaleza, de noche, sin ser visto de las
guardas, y puestos él y Pedro Auger su maestro en sendos caballos,
se fueron guiados por el Provenzal que trajo (truxo) las cartas, y
sabía muy bien los pasos de la tierra . Caminando pues toda la
noche, al alba, pasaron por Lérida, y de ahí la noche siguiente
llegaron al puerto de Tarragona, donde hallaron la galera que les
aguardaba. Embarcados en ella con próspero viento, a remo y a vela,
por horas llegaron al puerto de Marsella: y con la nueva que luego se
divulgó de su llegada, la tierra se quietó, y quedó don Ramón
pacífico posesor de todo el Condado.




Capítulo
VII. Como los de la parte del Rey le sacaron de la fortaleza, y a
pesar de la gente de don
Sancho, pasó a Huesca, y de allí a
Zaragoza, y se apoderó del Reyno.

Fue grande la alteración
que el Conde don Sancho recibió cuando supo de la salida del Conde
don Ramón, porque entendió que el Rey haría luego lo mismo, y así
a mucha prisa hizo un buen escuadrón de gente de a caballo, y lo
puso casi a la vista de Monzón. En este medio don Ximen Cornel, con
los dichos don Pedro, y Valles Antillon, que fueron los que más se
señalaban contra
don Sancho por parte del Rey, ayudados por la
mayor parte de los que seguían el bando de don Fernando, que
enfadados de la soberbia de los que seguían a don Sancho, poco a
poco se iban allegando a la parte del Rey: todos juntos con el
Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Obispo de Tarazona, don Pedro
Azagra señor de Albarracín, y don Guillé de Mócada, prometieron
amparar
al Rey, y fueron de propósito a hablar a Monredon a
Monzón: al cual significaron los grandes daños y trabajos que de
cada día padecían los reynos por el mal gobierno que tenían, a
causa que el Conde don Sancho se lo usurpaba todo, y no atendía
fino a engrandecerse y formar ejército, a efecto de matar al Rey y
alzarse con todo. Y como este mal no se podía atajar por otro mejor
medio, que con manifestar la persona del Rey a los pueblos, convenía
en todo caso sacarle de la fortaleza: pues tenía a punto muy gran
golpe de gente de a caballo con sus personas, que bastaban no solo
para muy bien defenderle, mas aun para pasarle por medio de sus
enemigos, hasta ponerle
en salvo
en Huesca y Zaragoza: a donde los pueblos cansados del yugo y mal
gobierno de don Sancho, viendo al Rey, fácilmente convertirían a su
devoción y obediencia. Oído esto por Monredon, y referido al Rey,
respondió con grande ánimo, que estaba muy aparejado para seguir
todo aquello que por los principales de su bando le sería ordenado.
Con esto fue luego sacado de la fortaleza, donde había estado
encerrado treinta meses continuos, con haber pasado toda su niñez
sin ningún regalo, antes con trabajos y paciencia. Como entendió el
Conde don Sancho que con el favor de algunos principales de los dos
reynos, y del bando de don Fernando, que por hacerle tiro, se había
juntado con ellos, habían sacado al Rey de la fortaleza y le
defendían, se determinó clara y descubiertamente mostrarse enemigo
formado de él y perseguirlo. Y así movido de cólera, en presencia
de los que con él se hallaban, dijo del Rey, y de los que le seguían
con palabras orgullosas y de mucha confianza. Entiendo que el Rey se
ha salido de la fortaleza a mi despecho, y con el favor de los de su
bando, quiere pasar a Cinca, y entrar en Aragón: doy mi palabra, de
cubrir de escarlata toda la tierra que él y los que con él vinieren
hollaran
de acá de Cinca. Señalando la gran carnicería y derramamiento de
sangre que había de hacer de todos. No faltó quien estas palabras
relató ante el Rey y los suyos, al tiempo que salía de Monzón, y
quería pasar la puente: y más, que el Conde le aguardaba con gente
y mano armada en Selga pueblo junto a Monzón. De esto tomó el Rey
tanta cólera, no siendo de diez años cumplidos, aunque harto mayor
de cuerpo de lo que la edad requería, que en la hora saltó del
caballo, y tomó de un caballero una cota de malla ligera, y con
tanta presteza y ánimo se preparó para la pelea, que a todos puso
espanto: y sin más consulta, mandó pasasen adelante, y él subido
en su caballo se puso de los primeros, para encontrar con los
enemigos. Mas el Conde, o movido de Dios, o refrenado por la
reverencia real, súbitamente se apartó de su mal propósito, y
quitó su gente del paso, dejando ir al Rey con su compañía fin
ningún estorbo. De suerte que pasando el Rey por la villa de
Beruegal, llegó a Huesca principal ciudad del Reyno como adelante
diremos: a donde fue recibido con grandísima alegría y contento de
todo el pueblo, admirados de su tan hermoso aspecto y formada
proporción de cuerpo, debajo tan tierna edad. Detúvose poco allí,
y porque así convenía, pasó a Zaragoza, donde le aguardaban ya de
concierto los Prelados de las iglesias, y ricos hombres, con
otros muchos
caualleros
del Reyno, y síndicos de algunas ciudades que secretamente seguían
el bando del Rey: pero las más se tenían al
de don Sancho. Y
como es aquella ciudad cabeza de todo el reyno, grande y llana, y
bien provista (proueyda) de toda cosa por lo cual mereció el nombre
de harta, además de ser muy adornada de suntuosos y bien labrados
edificios entre todas las de España (como adelante diremos) mostró
bien su grandeza y poder en la nueva entrada del Rey: la cual se hizo
muy espléndidamente, con juegos y espectáculos conformes a la edad
del Rey, para que gustase de ellos.


Capítulo VIII. Que
el rey se hizo luego a los negocios del gobierno, y como repartía el
tiempo y de la recompensa que se dio a don Sancho y don Fernando, y
de la facultad para batir la moneda jaquesa (Iaquesa).

Andaban
las cosas de Aragón por este tiempo, en lo que tocaba al gobierno
muy estragadas: porque el Conde don Sancho con la autoridad del
cargo, y fin de reinar, lo había todo perturbado: y ni para el
provecho del Rey ni para el gobierno del reyno había cosa en su
lugar. Por eso fue avisado el Rey que ante todas cosas entendiese a
reformar, y restituir la autoridad y poder real en su ser antiguo,
arrancando poco a poco las malas raíces que las parcialidades habían
echado de rebelión y bandos por todo el Reyno. Y así con el buen
consejo de los prelados y consejeros que el legado dio al Rey, se
aplicaba muy de veras a los negocios del asiento y pacificación del
reino. Porque con la buena institución y orden de vivir que de
Monredon había tomado en el repartir del tiempo, parte en ejercicio
de armas, parte en el estudio de letras, parte en informarle y saber
las cosas que en sus reinos pasaba, salió hábil para toda cosa. Con
esto, informado de los bandos y diferencias que entre algunos barones
y caballeros del reyno había, no paró hasta que con el consejo de
los Prelados los apaciguó y redujo a su devoción y obediencia. Y
así de entonces comenzó a tomar a su cargo, no solo el gobierno de
la Repub. Mediante buenos ministros, pero las cosas de la guerra: por
entender gustaba mucho los pueblos de su gobierno, y bien reguladas
intenciones. Asentadas las cosas de Aragón, determinó ir a
Cataluña, y pasando por la villa de Alcañiz, llegó a Tarragona
ciudad antiquísima, marítima, donde determinadas algunas
diferencias, dio vuelta para Lérida, por dar salida a las
pretensiones y demandas de don Sancho, y don Fernando, para lo cual
había mandado convocar cortes para Aragón y Cataluña. A las cuales
vinieron los dos, cada uno por si muy acompañado de los de su bando.
El uno por ser confirmado en el cargo de general gobernador, durante
la menor edad del Rey, y los dos por pedir recompensa del derecho que
pretendían tener a los reinos. A los cuales después de oídas, y
vistas sus demandas se respondió, que renunciando primeramente el
Conde a la gobernación general en manos del Rey, y también cediendo
libremente a todo y cualquier derecho que pretendiese tener a los
reinos, en favor del mismo Rey, se le diesen y entregasen por vía de
merced, y en honor, según fuero de Aragón, en el término de
Zaragoza y Huesca, el Castillo y villas de Alfamét, Almodeuar,
Almuniét, Pertusa, Lagunarrota. Que todo el provecho de ellas apenas
llegaría a 800.ducados de renta
cada un
año. Mas le asignaron quinientos ducados perpetuos sobre las rentas
reales de Barcelona, y Villafranca, que todo no llegaba a 1500.
ducados de renta, y no replicó más
sobre
ello
. Porque se entienda la rica
pobreza de aquellos tiempos: pues bastó esta recompensa, para hacer
que don Sancho cediese todos sus derechos y acciones que tenía a los
reinos de la corona de Aragón: siendo así que muriendo el Rey sin
hijos, lo heredaba todo. También don Fernando por su hábito
Eclesiástico fue nombrado Abad del monasterio de Montearagón, en el
territorio de Huesca: y para que se tratase más decentemente, como
quien era, se aplicaron muchos lugares comarcanos quedando hecho
collegio de Canónigos, reglares de la orden de S. Agustín, de los
más principales y bien dotados de Aragón. Con esto acabó en ellos
su demanda, y a
actió
a los Reynos de Aragón y Cataluña, aunque su apetito de reinar,
como adelante veremos, fue siempre creciendo. Finalmente se concluyó
en estas cortes, se batiese moneda de nuevo, y que la moneda jaquesa
que había primero batido el Rey don Pedro, la confirmase el Rey, y
diese por buena: y que se obligase a hacerla siempre valer debajo de
una ley y peso. 







Montearagón
Castillo de Montearagón











Capítulo
VIIII (IX). De la Religión y orden de nuestra Señora de la Merced
para la redención de cautiuos Christianos.

Concluidas las
cortes, el Rey volvió a Barcelona, adonde entendió en fundar e
instituir la religión y orden de nuestra Señora de la Merced, cuyo
apellido tiene hoy en día, y su regla es debajo la de S.
Augustin,
con cargo y obligación de rescatar cautivos Cristianos de manos y
poder de los infieles moros: no solo aquellos que por la mar fuesen
cautivados por los corsarios, pero también los que por tierra
eran salteados y presos por los moros del reyno de Valencia, con las
ordinarias entradas y cabalgadas que hacían en los reinos de Aragón
y Cataluña sus vecinos. Y esto, porque los cristianos presos
atemorizados con los tormentos y miserable servidumbre que padecían,
no renegasen la fé cristiana. El primer convento y casa de esta
religión fue fundada en la ciudad de Barcelona, donde quiso
estuviese la cabeza y asiento de la religión por ser marítima y
puesta a la lengua del agua, para más presto saber de los que eran
cautivos, y aparejar el rescate de ellos. De allí se extendió luego
por los dos Reinos, y mandó el rey edificar muchos conventos y
casas, y dotarlas de posesiones y rentas, con que las casas y
religiosos se sustentasen suficientemente, y de lo que sobrase, con
lo que se recogiese de limosnas (que se cogerían muchas) se hiciese
la redención. Y más que de los mismos religiosos cada año se
eligiesen algunos que llamasen Redentores, con fin que habido
salvoconducto de los moros, pasasen a Berbería en la África, donde
los más pobres y necesitados cautivos fuesen primero redimidos. Y
porque más pía y cristianamente mirasen por ellos: además de los
tres votos de castidad, pobreza y obediencia, que votan como las
otras religiones, a esta se le añadió el cuarto de seguridad o
fianza, es a saber, que si andando redimiendo, faltase el dinero para
algún cautivo muy necesitado, de quien se podía creer, que no
saliendo luego, renegaría la fé, este fuese el primero que se
redimiese, y se pusiese en salvo: y si para este faltase el dinero,
quedase el frayle redentor en rehenes por él hasta que por los de la
religión fuese
proueydo
del dinero. Dióseles a estos religiosos el hábito con el escudo de
las divisas reales, que fueron las armas antiguas de los Condes de
Barcelona
, una Cruz de plata en campo roxo, que también es la
insignia que trae la iglesia catedral de Barcelona. El hábito fue
conforme a las otras órdenes, de Cogulla por saco de penitencia,
vestiduras blancas, así para hacer limpia y cándida vida, como para
que en lo que tocase al trato de la redención usasen de puridad, y
llevasen su conciencia limpia de toda ambición y avaricia. Fue esta
religión intitulada de la Merced (la cual voz en lengua Española no
significa, como en la Latina, premio o precio, o paga de jornal, sino
lo mismo que especial don, o gracia) porque así como el extremo de
las miserias es la cautividad y servidumbre, señaladamente la que se
pasa
enatahona y
con hierros: así a este tal como esclavo aherrojado, y privado de la
libertad de cuerpo y espíritu, por estar entre infieles, no se le
puede dar mayor don y merced que redimir su persona, y restituirle su
libertad de espíritu, que es como salvar cuerpo y alma todo junto.
De esta libertad careció en alguna manera el Rey en su tierna edad,
estando como preso, por más de cuarenta meses, no sin muy evidente
peligro de su vida, así en Carcassona en poder del Conde Monfort,
del cual se podía creer, que pensaría no pocas veces en matarlo,
porque salido de su poder, no procurase de vengar la muerte del Rey
su padre con perseguir al matador: como también en la fortaleza de
Monzón en poder de Móredon, cercado de la mala voluntad y ánimo de
don Sancho, y don Fernando, sus tíos, que por reinar ellos le
maquinaron muchas veces la muerte. Y por librarse de tantos peligros
se había encomendado a la gloriosísima madre de Dios, y realmente
votado siempre que fuese restituyendo en su libertad, fundaría esta
orden para redimir cautivos, no menos necesitaría en la yglesia de
Dios, que la contemplación, como de la acción que en esta vida son
necesarios. Tiene fé por cierto que un insigne varón natural de
Francia llamado Pedro Nolasco, muy conocido del Rey cuando niño, le
indujo a fundar esta religión, y dio la traza para ello, y fue el
primero que tomó el hábito de ella por manos de Fray Raymundo
Peñafort
de la orden de Predicadores: porque también esta orden,
con la de los menores, pocos años antes fueron instituidas. Mas por
haber sido las dos tan favorecidas del Rey hablaremos de ellas en el
capítulo siguiente.








Capítulo X. Que por el mismo tiempo se fundaron las religiones de
Sant Francisco y Sant Domingo, en Italia, y como el Rey las introdujo
en sus reinos y les edificó conventos.



Algunos
años antes que se instituyese la orden de la Merced, por gracia de
nuestro señor, se instituyeron y fundaron otras dos compañías y
órdenes de religiosos, llamadas la una de frayles Menores, la otra
de Predicadores, con el apellido de sus patriarcas y fundadores,
Domingo de España, y Francisco de Italia, ambos varones santísimos,
y grandes imitadores de los sagrados Apóstoles y discípulos de
Cristo nuestro señor. Fueron las dos órdenes con sus reglas, por
los sumos Pontífices no solo aprobadas y confirmadas, pero aun
canonizados por santos los autores y fundadores de ellas. Estas se
instituyeron en tiempo que el pueblo Cristiano, ya que no era
perseguido de tan crueles y con condenadas herejías, como por
nuestros pecados lo está en estos tiempos, se hallaba tan cubierto,
y rodeado de tantas y tan malas yerbas de superstición, avaricia,
soberbia, y disolución de vida, que parecía andaba la verdadera
religión cristiana tan deslustrada, y el vivir de la gente tan
suelto, que causaba muy grande lástima y escándalo a los buenos.
Por esta causa la bondad y providencia divina, que siempre acude a
las mayores necesidades, y como sumo médico sana las dolencias más
incurables de su pueblo Cristiano, envió por celestial don al mundo,
dos santos varones, como dos esclarecidas lumbreras, para que con su
resplandor no solo alumbrasen al pueblo ciego, pero aun con su divino
calor consumiesen sus pestilenciales humores de avaricia y soberbia,
y de ignorancia y glotonería: porque de esto anduvieron por entonces
las almas muy enfermas e inficionadas. Y así los dos movidos por el
espíritu santo, repartieron entre si el reparo del mundo de esta
manera. Que el excelente y modesto doctor sant Domingo, tomó a su
cargo sanar con la medicina de su regla y orden, la ignorancia y
glotonería: la primera, que es madre de todos los errores, con el
estudio y continua lección (licion) y predicación del santo
Evangelio: la segunda, que siempre mueve la carne contra el espíritu,
con la perpetua abstinencia, e instituto de no comer carne. Por otra
parte S. Francisco se aplicó todo a la cura de las dos obras no
menos pestilenciales dolencias soberbia y avaricia. A la primera,
porque no habiendo cosa más odiosa a Dios, ni contra quien con más
furia parece que desenvaina la espada de furia (fuyra), que contra
los soberbios: acudió con su ejemplo de grande humildad è inocencia
de vida: la otra, que es la raíz de todos los males, sano con
menospreciar por Dios, y dar de mano a todas las riquezas, y
herencias del mundo. A estas dos religiones sobrevino la que el Rey
fundó de nuestra señora de la Merced (como hemos dicho), para
medicina y preservación de las almas, contra la más cruel y más
desesperada enfermedad que haber puede en un alma Cristiana, como es
renegar la fé santa de Christo en la cautividad de infieles. Por
donde merece esta religión con muy justo título, y loor de este tan
pío y católico Rey, ser contada entre las otras cosas por muy igual
a todas, pues tiene la misma aprobación y confirmación apostólica,
y con su cuarto voto remedia y socorre a lo más contrario de la
salvación humana. Fue pues para el Rey muy gran triunfo que esta
religión acertase a salir en un mismo tiempo, y concurrir con las
dos primeras de santo Domingo, y sant Francisco: de las cuales fue
tan devoto, que a sus primeros generales venidos de Italia a sus
reynos, les hizo tan gran recogimiento, que luego por su mandato, no
solo en las dos principales ciudades de Barcelona y Zaragoza, pero en
los demás pueblos grandes de la corona de Aragón, se les edificaran
conventos y casas suntuosísimas, y de ahí discurrieron por toda
España, adonde han fructificado tanto para la iglesia de Dios, que
por haber perseverado con la misma religión, ejemplo de vida, y
católica doctrina que comenzaron, son de las muy aventajadas
religiones de todas.








Capítulo XI. Que por los alborotos que se levantaron en los reynos
de Sobrarbe y Ribagorza, llamó el Rey a cortes en Huesca, y pasó a
ellos, y los apaciguó con su presencia.

Apenas eran pasados
seis meses después de concluidas las cortes de Lérida, cuando fue
luego necesario convocar otras en la ciudad de Huesca que está
cercana a dos reynos antiguos de Aragón, los primeros que por los
Cristianos fueron conquistados de los moros, y se llaman Sobrarbe y
Ribagorça, con el val de Aspe. Los cuales como están muy conjuntos
a Francia y provincia de Guiayna, metidos en lugares muy ásperos y
barrancosos, así conforme a ellos se crían allí los hombres
agrestes y fieros contra sus enemigos, por estar en la frontera de
Franceses, y que de las diferencias que suele haber entre los Reyes,
vienen también los vasallos a tenerlas entre si muy grandes. Lo que
es argumento de mayor fidelidad para con sus Reyes. Fueron estos
reynos poco antes de la muerte del Rey don Pedro empeñados por el
mismo a don Pedro Ahones, ayo del Rey, por cierta suma de dinero que
le prestó, reservándose la jurisdicción criminal hasta que de las
rentas de ellos fuese pagada la deuda. Y como deseaste volver al Rey
y sobre esto, a causa de las dos parcialidades del Conde don Sancho,
y don Fernando, estuviesen entre si divisos y alborotados,
apasionándose hasta perder la vida, por quien no conocía: tomose
por el pidiente que el Rey mismo en persona fuese a apaciguarlos,
pues según costumbre de apasionados, era cierto que todos juntos se
habían de holgar más de ver el Reyno en poder de un tercero, que en
una de las dos parcialidades. Y así partió el Rey para ellos
acompañado del Obispo de Huesca, con otros principales, sin don
Pedro Ahones, por no estar con él bien los pueblos: y mandó
convocar los síndicos de cada villa, en un pueblo comarcano a los
dos reynos. Los cuales ajuntados como vieron el rostro de su Rey, y
su graciosa y apacible presencia, y más su afabilidad, se le
aficionaron todos de manera que sellaron los alborotos desde aquel
punto, y para lo demás, oídas sus pretensiones y agravios, con el
parecer del Prelado y los de su consejo lo asentó el Rey, y allanó
todos de suerte que dejó a todos muy contentos. De esta manera
comenzó el Rey sabia y prudentemente a proseguir en su Reynado,
tomando por fundamento la justicial, con la cual vino y pudo domar
estas fieras de la montaña. Porque así como está en razón que el
médico vaya a ver al enfermo para mejor sanarle: de la misma manera
conviene do quiere que estuviere turbada y como enferma la Rep. vaya
luego al Rey en persona a curarla, para que con su autorizada
presencia, quite el odio y rencilla que por alguna falta de justicia
queda entre los ciudadanos, y refrene los súbitos movimientos de sus
pueblos, antes que de poco vengan a más. Porque acudir la los
principios, y remediar con tiempo los malos, no es menos oficio de
buen Rey, que de experto y diligente médico. Pues teniendo los Reyes
cortes muy a menudo, su autoridad y majestad Real mucho más se
estima y engrandece, y puede con su presencia y afabilidad de tal
manera conquistar los ánimos de sus súbditos y vasallos, que llegue
a gozar de la principal prerrogativa de príncipes, que es no ser
menos amados que temidos.





Capítulo
XII. De la primera guerra que emprendió el Rey, y fue contra don
Rodrigo de Liçana, y como le tomó sus tierras, y libró a don Lope
de Alberu, a quien don Rodrigo tenía preso.

Luego que el Rey
acabó de concertar y asentar las diferencias que había en los dos
reynos de Sobrarbe y Ribagorza ya que descendía de la montaña
para Zaragoza, se le ofreció nueva ocasión, para que a los diez
años de su edad comenzase a gustar los trabajos de la guerra. Y fue
la primera que emprendió por su persona contra un Barón principal
del reyno llamado don Rodrigo de Lizana. La ocasión de esta guerra,
fue sobre una diferencia que tuvo este con otro Barón llamado don
Lope de Alberu, sobre haber sido este muy ultrajado de don Rodrigo.
El cual de hecho, sin llamarle a jvicio ni desafiarle como era uso y
costumbre entre caballeros, fue con mano armada improvisamente sobre
don Lope, y le prendió, y le puso con cadena en su fortaleza de la
misma villa de Lizana, y le tomó la villa y fortaleza de Alberu,
dando a saco las casas de Moros y Christianos, en muy grande desacato
del Rey, y de su corte. El cual como lo entendió por la queja que
sobre ello dio don Peregrin Atrosillo, que era yerno de don Lope, y
don Gil Atrosillo su hermano,
mandó
ayuntar consejo de los principales caballeros que le seguían, y fue
común voto de todos, se hiciese rigurosa guerra contra don Rodrigo,
y todo su estado, hasta que sacase de prisión a don Lope, y mandase
hacerle cumplida recompensa de todos los daños a él causados. Con
esta resolución mandó el Rey hacer gente, siguiendo en todo el
consejo de sus fidelísimos capitanes, que le quedaron del ejército
de su padre. A los cuales pareció entre otras cosas, que era
necesario para tomar esta guerra de propósito enviar por un muy
grande instrumento de guerra, como Trabuco, que estaba en Huesca, al
cual llama el Rey en su historia Foneuol, vocablo
Catalán
Limosin
, que quiere decir honda, o
ballestera para tirar piedras muy gruesas: semejante al que
antiguamente en tiempo de los Romanos, (como lo refiere
Tito
livio
) usó el cónsul Marco Regulo en
África , yendo en la guerra contra los Carthagineses donde para
matar una grandísima y desemejada serpiente que estaba cerca de
donde asentara su Real, la cual no solo cogía los hombres y vivos se
los tragaba, pero aun con solo el huelgo, o aliento los
inficionaua
y se morían: usó pues de este instrumento y
machina,
encarándola de lejos hacia donde la fiera estaba, y más se
descubría. Y fueron tantas y tan gruesas las piedras que le echaron,
que la mataron y enterraron con ellas, llegando ya el Rey con su
trabuco y ejército ante la villa de Alberu, la cual aunque la había
dejado don Rodrigo con gente de guarnición, como se vio cercar por
el Rey tan de propósito, y asentar la machina grande para batirla de
hecho, sin más esperar, a tercero día se entregó al Rey, dándose
a toda merced, y así fue aceptada, ni se permitió darla a saco. De
donde tomadas solamente las provisiones necesarias para el campo,
pasó a poner cerco sobre Lizana, hallándose con no más de 250
caballos y 700 infantes. Con estos la cercó por todas partes, por
ser pueblo pequeño, puesto que muy fortalecido de muro y armas, y de
gente belicosa, así de la villa como de sus aldeas, que se había
recogido en ella para defenderla. Era su Alcayde y gobernador Pero
Gómez mayordomo de don Rodrigo, hombre harto animoso y criado en
guerra, y que la defendió cuanto algún otro pudiera. Pero andando
el combate
por todas partes, mayormente por donde el trabuco
disparaba, el cual (como el mismo Rey dice) de día echaba mil
piedras, y de noche quinientas: al fin se hizo con un tan grande
portillo en el muro, que fue luego a porfía por los soldados tentada
la entrada: andando el mismo Rey armado entre ellos animando, y
metiéndose en medio de los peligros, con harto mayor fervor de lo
que su tierna edad requería. Y pues como acudiese tanta gente de la
villa a defender el portillo y dejasen las otras partes del muro
desiertas, pudieron los del Rey con menos resistencia escalar el
muro: y poniéndose en delantera el capitán Pero Garcés con muchos
que le siguieron, entró en la villa y con buen golpe de gente llegó
a donde el capitán Gómez estaba en lo alto del muro, defendiendo
valerosamente el portillo, y con un bote de lanza le derribó de lo
alto, y prendió vivo. Con esto los del Rey comenzaron a apellidar
Victoria Victoria, y creyendo los de dentro que la villa era entrada
por los enemigos, desampararon el portillo, y entrando los nuestros
fue la villa saqueada, y muertos todos los que hicieron resistencia.
Mandó luego el Rey que fuesen a combatir la fortaleza, la cual muy
pronto se dio, y don Lope fue librado de la prisión y cadenas, y
entrando el Rey se le echó a sus pies, besándoselos por tan gran
merced y socorro, y buscando a don Rodrigo no le hallaron.






Capítulo XIII.
Que don Rodrigo se fue a poner en manos del Señor de Albarracín, el
cual le recogió para defenderle, y que fue el Rey con el ejército
sobre ellos.


Como don Rodrigo, que no estaba lejos del
campo en lugar secreto, entendió que su villa con la fortaleza era
tomada y saqueada; y también puesto en libertad don Lope, se le
aparejaba total destrucción y pérdida de su estado, determinó
ausentarse, y salvar su persona, con el favor y amparo del Señor de
Albarracín, que se llamaba don Pedro Fernández de Azagra, confiando
no menos de su buena fé que de la fortaleza y defensa de su
inexpugnable ciudad. Era entonces don Pedro uno de los más
principales y poderosos señores del Reyno, y muy valiente guerrero.
Porque no muchos años antes, confiando del asiento y puesto
naturalmente fuerte de su ciudad, la defendió de los dos campos
formados del Rey don Pedro de Aragón, y del Rey don Alonso de
Castilla, que vinieron sobre ella: por la contienda que había sobre
la jurisdicción de Albarracín, pretendiéndola cada uno para si, y
moviéndole sobre ello guerra los dos. Pues como no pudiesen los
Reyes sojuzgar a don Pedro, hicieron concierto entre si, y
decretaron, que la jurisdicción a ninguno de los dos perteneciese,
ni más la prendiese sino que fuese del todo exenta. Mas como no es
seguro, no allegarse a una de las dos partes quien tiene en las dos
enemigos, determinó el señor de Albarracín, muerto el Rey don
Pedro de Aragón, ser de la parte de don Iayme su hijo, que estaba
entonces en poder del Conde Monfort, y para que la embajada que se
hizo al Papa sobre la libertad * se abreviase, como tenemos arriba
dicho, don Pedro y don Español obispo de Albarracín fueron los que
más se señalaron en procurarla.
Por esta causa, habiendo
mostrado en esto don Pedro lo mucho que se amaba al Rey, dio tanto
más que decir de si a todos, maravillándose de él por haber
recogido a don Rodrigo, hombre facineroso, rebelde, y tan enemigo del
Rey. Bien que no falta quien excuse en esto a don Pedro con la
antigua costumbre de los señores y Barones de aquel tiempo, y
nuestro, en cuanto a recoger y amparar a los más incorregibles y
facinerosos, solo por ser sus amigos: a los cuales no solo
sustentaban y mantienen con muy grande liberalidad en sus tierras,
pero contra toda razón y justicia se precian de defenderlos. Dicen
acaecer esto, porque el tal amigo malhechor y facineroso, haga otro
tanto por ellos, y los recoja, y en semejante ocasión y necesidad
les defienda, para que con la confianza de tan mala costumbre y
guarida, no solo reyne en los dos la ocasión y licencia de pecar,
pero aun tengan por gran virtud el defender al pecador: siendo por
divina y humana ley determinado (determininado), que ni el pecar por
el amigo excusa de pecado. Sabido pues por el Rey que don Rodrigo se
había recogido en Albarracín, sintió mucho que don Pedro,
profesando tanto su amistad, defendiese a su enemigo contra él. Y
por esto tanto mejor se determinó de ir a Albarracín contra los
dos: por el buen ánimo que los suyos le daban para pasar esta guerra
adelante. Puesto que como el Rey fuese de tan poca edad, andaba entre
sus ayos y principales del consejo muy viva la ambición y codicia de
mandar, y atraer la voluntad del Rey a sus provechos e intereses. Y
aun comenzaban algunos grandes y señores de título a querérsele
igualar en el mando, y tenerle en poco. Lo cual entendía el Rey muy
bien, porque no faltaba quien se lo representase, y aconsejase lo
mejor. Y así determinó con tan justa ocasión hacer guerra a don
Pedro, para que en cabeza de este, que era de los más principales
del reyno, escarmentasen los demás de su calidad y estado. Para esto
mandó hacer gente en Zaragoza, Lérida, y Calatayud, y Daroca,
ciudades del reyno, llevando consigo por principales consejeros y
capitanes del ejército, a don Ximen Cornel, don Guillen Cervera,
Pedro Cornel, Vallès Antillon, don Pedro y don Pelegrin Ahoneses
hermanos, y a Guillen de Pueyo. Hizo pues alarde, o muestra de la
gente que por entonces se hallaba, que fueron hasta 150 caballos y
800 infantes. Con estos determinó de ir a poner cerco sobre
Albarracín, a donde habían de acudir la otra gente que mandaba
hacer por las ciudades arriba dichas.










Capítulo
XIIII (XIV). Como el Rey puso cerco sobre Albarracín, cuyo asiento
se describe, y como fue maltratado su ejército, y alzó el cerco, y
don Pedro y don Rodrigo se le humillaron y quedaron mucho en su
gracia.

Con tan pequeño ejército como hemos dicho, partió
el Rey de Lizana, y llevando delante las máquinas y trabucos, fue a
poner cerco sobre la ciudad de Aluarrazin, en lo alto de un monte, de
donde solamente se descubría una torre que hoy llama del Andador,
que estaba en lo más alto de la ciudad, puesta como en atalaya,
porque la población estaba tan hundida, que no había forma de
poderla descubrir ni batir, y esta era la mayor fuerza y defensa
(defensión) que tenía . Y así pareció que las máquinas y
trabucos se armasen y encarasen contra la torre, y se tomasen: porque
señoreaba de allí gran parte de la ciudad: puesto que también
había en esto gran dificultad, por estar la torre muy fortalecida
para semejante batería, y muy guarnecida de gente y armas. Mas
porque se entienda el asiento y postura de esta ciudad, y como
conforman los hechos con la fama de inexpugnable la retrataremos
aquí brevemente. Es Albarracín una pequeña ciudad, puesta en los
confines de la Edetania y Celtiberia, ganada de los Moros poco antes
que lo fue Teruel su vecina, que no distan seis leguas la una de la
otra, lo cual se averigua por un proverbio antiguo, que dice de las
dos,
Tener Teruel que Albarracín es fuerte, significando que no
desmayasen los de Teruel, pues tenían recurso, como en su alcázar,
a la ciudad de Albarracín. La cual está fundada a la descendiente
de un monte alto, en medio de la cuesta que da en un valle
profundísimo, porque a los lados y por delante está cercada de
altísimos montes que a peña tajada, a mañera de muro, la ciñen:
tan conjuntos que solo la divide de ellos un muy estrecho y profundo
valle, por el cual pasa el río Turia vulgarmente dicho por
nombre morisco Guadalaviar, que significa Aguas blancas, que rodea la
ciudad y la divide de los montes que la cercan, tan altos y tan
conjuntos entre si, que apenas le dejan ver mas que el cielo, ni
tener otra salida de la que el río hace entre ellos. De manera que
ni ella puede ser vista, ni los de dentro ver otro que aquellas
grandísimas peñas, tan eminentes, que como se dice, de la peña de
los Centauros, parece que les viene a dar encima. Y así uno
contemplando la extrañeza y terribilidad del lugar. dijo que le
parecía cueva de Tigres, como lo fue cierto de más que
tygres
en fuerzas y valor, pues poco antes se había defendido, y echado de
su cerco, a los Leones de Castilla, y a los Sabuesos de Aragón,
según poco ha dijimos. Viéndose pues don Pedro cercado del campo
del Rey, determinó como quiera defenderse de él, y amparar su
amigo. Para lo cual había hecho convocación y junta de amigos: y de
los más escogidos de Aragón, Castilla, y Navarra, había juntado
una compañía de mil y quinientos caballos ligeros, metidos ya
dentro la ciudad, y alojados en la pequeña vega que estaba en lo más
hondo del valle, con mucha munición de guerra y de vituallas para
muchos meses. Pues como por sus espías tuviese noticia de la poca y
mal compuesta gente del campo del Rey, y también supiese de la
división que había entre los de su consejo, ya no pensaba en
como defendería su ciudad, sino, como saldría a dar sobre las
tiendas del Rey y pondría fuego a sus máquinas. Esto lo podía
hacer muy a su salvo, por los muchos parientes y amigos que tenía en
el campo del Rey, que secretamente le favorecían, y daban avisos, no
solo de los
designos
del Rey, y aparato de las máquinas para combatir, pero de la hora y
punto del combate: y aun a vista del mismo Rey los enemigos entraban
y salían de la ciudad, sin ningún recelo, mostrando cuan poco caso
hacía del ejército. Pues como el Rey, visto lo que pasaba, tuviese
por sospechosos los de su consejo, y se fiase poco de ellos, fuera de
don Pedro y Pelegrin Ahoneses, y don Guillen de Pueyo que siempre los
halló fidelísimos a solos estos encomendó la guarda de su persona,
y de las máquinas y munición del campo. Lo cual tomaron tan a mal
los otros caballeros y capitanes, que comenzaron a descuidarse, y
a quedarse cada uno en su cuartel. Como fuese luego avisado de esto
don Pedro, salió de noche de la ciudad a la segunda guarda, con una
banda de 150 caballos, y dio de improviso sobre las guardas de las
máquinas, y como huyesen todos, y las desamparasen, solos don
Pelegrin y don Guillen resistieron con gran esfuerzo y valor
al
ímpetu de los enemigos. Mas como fuesen rodeados de tantos, y de tan
pocos de los suyos defendidos, no pudiendo más, murieron como buenos
y leales caballeros en la defensa de su Rey.
Y luego don Pedro,
puesto fuego a las máquinas y trabucos, sin pasar más adelante, ni
perder uno de los suyos, se volvió con mucho a la ciudad, quedando
el campo del Rey esparcido y atemorizado, viendo que ninguno de los
capitanes se movió, ni mandó tocar el arma para ponerse en defensa
de la persona del Rey, salvó don Pedro Ahones, como lo dice la
historia. Lo cual bien considerado por el Rey, y por el mismo Ahones
su ayo, pues a los demás se les daba muy poco de verlo en trabajo,
también porque el socorro de las ciudades no llegaba, no faltando
algunos amigos de don Rodrigo que lo entretenían, determinó alzar
el cerco y partirse de allí. Don Pedro que supo esto, pesándole
mucho de lo hecho, y afrentándose de la poca fé y mengua de los
allegados del Rey, o porque se temiese de su indignación para en lo
venidero, deliberó de salirle al camino con don Rodrigo, acompañados
de algunos de a caballo, aunque sin armas, y habida licencia llegaron
al mismo Rey, al cual apeados de sus caballos fueron a besar las
manos, suplicando les perdonase lo hecho, y restituyese en su gracia,
porque muy de veras se le entregaban por sus verdaderos y fieles
vasallos: y que para certificarse de esto, entrase y se apoderase de
la ciudad y estado, que todo era suyo. Al Rey pareció también, y le
fue tan acepta la humilde plática, y largo ofrecimiento de don
Pedro, que le abrazó y recibió con muy real ánimo en su amor:
teniéndole por esto en mucho mayor estima que antes, por haber
juntamente tenido experiencia así de su valor y poder en armas, como
de su liberal y generoso ánimo: y esto por lo que prudentemente
pensó de poderse valer por tiempo de su amistad y fuerzas, para con
ellas refrenar la insolencia de algunos grandes del reino. Finalmente
por su respeto perdonó a don Rodrigo: y de los dos se valió mucho
para todas sus empresas y conquistas, como adelante veremos.

Fin
del libro segundo.




Leer el tercer libro