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domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XII.


CAPÍTULO XII.

De la venida de Publio Scipion y presa de Cartagena, y de lo que pasó con las hijas de Indíbil y la mujer de Mandonio, grandes señores de los pueblos Ilergetes.

Tito Fonteyo y Lucio Marcio, capitanes romanos, que no serían menos animosos que los dos Scipiones, recogieron las reliquias del pueblo romano que habían escapado de las rotas pasadas. Estos pensaban que Asdrúbal los querría echar de España, y por lo que podía acaecer, juntaron toda la gente que pudieron, animándoles todo lo posible, y se pusieron a punto de guerra. Acercóseles Asdrúbal con toda su gente, aunque no leemos que Indíbil fuese con ellos; trabóse la batalla, y trocadas las suertes, la victoria quedó por los romanos, y los cartagineses, por su descuido y demasiada confianza, en dos encuentros que tuvieron quedaron vencidos, y dicen que murieron treinta y siete mil de ellos, y tomaron cautivos mil ochocientos treinta, con mucho bagaje; y de esta manera quedaron por entonces vengadas las muertes de los Scipiones, y ellos con mucha reputación. Luego que en Roma tuvieron nueva de todo esto, enviaron por capitán a Claudio Nero con algún socorro. Este capitán tuvo ocasión de acabar del todo el bando cartaginés, y en cierta ocasión que tuvo muy apretado a Asdrúbal, escuchó tratos de paz que no debiera, y en el entretanto se le escapó; y apesarado de esto, o llamado del senado, se volvió a Italia, sin haber hecho en España cosa de consideración.
Tratábase en el senado de Roma, de enviar persona de valor y partes necesarias para el gobierno de España; pero las muertes de los dos Scipiones habían de suerte amedrentado los ánimos de los senadores, que nadie osaba encargarse de tal empresa. Estaban en esta suspensión y esperando quienes se declararían por pretensores del cargo de procónsul de España, que otro tiempo había sido codiciado de muchos; pero nadie se mostraba deseoso de una provincia, donde en menos de treinta días habían muerto a dos capitanes tan valerosos, como eran Neyo Scipion y Publio, su hermano. Entonces se renovó de veras el dolor del daño que en España habían recibido, y hablaban entre si con mucho despecho de ver que hubiese venido Roma a tanta desventura y abatimiento, que nadie quisiese tomar cargo que tan codiciado solía ser. Era esta suspensión y maravilla muy común, y la gente vulgar se indignaba contra los senadores, por estar el valor y ánimo tan caído entre ellos.
Estando la ciudad de Roma junta en comisión en el campo Marcio, con la angustia y aflicción que queda dicho, súbitamente se levantó Publio Scipion, hijo de Publio Scipion el había muerto en España, mancebo de solos veinte y cuatro años, y en voz alta y muy autorizada, que muchos pudieron oír, dijo que él pedía este cargo, y luego se subió en lugar más alto, donde pudiese ser visto de todos; y maravillados de su grande ánimo, comenzaron a darle el parabién del cargo, promietiéndose que había de ser muy venturoso, para gloria y acrecentamiento del pueblo romano. Tomáronse por mandado de los cónsules los votos, y ninguno le faltó a Scipion; y por no tener edad, le dieron, no título de procónsul o de pretor, sino de capitán general. Apenas fue hecha esta nominación que, como los romanos de si eran tan supersticiosos en mirar agüeros y sujetarse a ellos, temblaban en pensar en el linaje y nombre de Scipion, por haber sido tan desventurado en España, y que el hijo y sobrino de ellos se partiese para hacer guerra en España entre las sepulturas de ellos, con representación de muerte y de dolor.
Scipion, que supo esta mudanza y que la alegría de antes se era vuelta en congoja y dolor, con un largo y bien ordenado razonamiento, les habló de su edad y del cargo que le habían dado y del orden particular que pensaba tener en tratar la guerra, ofreciendo que si otro quería tomar aquel cargo, él lo dejaría de buena gana; y con esto quedaron todos muy contentos, y con esperanzas de que había de ser el gobierno de aquel mancebo próspero, fausto, feliz, dichoso y fortunado. Dióle el senado algunos legados y compañeros que le acompañasen, y diez mil soldados de a pie y mil de a caballo, y con ellos vino a España: desembarcó en Empurias, y pasó por tierra a Tarragona; y aquí se juntaron con él los que habían escapado de las rotas pasadas, que estaban con Tito Fonteyo y Lucio Marcio, y de todos se formó un poderoso ejército. Era este mancebo persona de grandes partes y de apacibilísima condición, y, cono dice Livio, jamás de su boca salió palabra que diese olor de fiereza o bravosidad: era modesto, prudente, y adornado de las virtudes que eran menester para hacer y formar un virtuoso y perfecto varón, con que atraía a si los corazones de todos, y nadie había que, tratándole, no le quedase aficionadísimo; y más fue lo que alcanzó con su apacible condición y mansedumbre, que con las armas, poder y ejército que llevaba. Esparcióse la fama de su venida por España y más la de su buen natural; y todos los pueblos que habían sido amigos de los romanos se declararon por él y lo mismo hicieron muchos que lo habían sido del bando cartaginés.
Aunque nuestros caballeros ilergetes Mandonio e Indíbil se mostraban amigos del bando cartaginés, era solo por acomodarse al tiempo; porque siendo ellos señores de aquella región, y gente noble y bien nacida y de linaje de reyes, sentían a par de muerte que tantos, extranjeros, ya cartagineses, ya fenicios, ya romanos y otros que hemos visto, se quisiesen hacer dueños de lo que ni era suyo, ni les tocaba. Al principio no pensaban que la estada de estas gentes hubiese de ser por largo tiempo, y menos la de los romanos; pero después que experimentaron, muy a su pesar, lo contrario, y queriéndoles echar de España, no se vieron poderosos, quedaron obligados a declararse por un bando o por el otro, por no ser enemigos de todos. Los cartagineses bien conocían que el trato de los romanos, su policía (política) y su disciplina militar eran más apacibles a los españoles que el suyo, porque aquellos se preciaban mucho de guardar la palabra y fé, lo que no hacían los cartagineses, a quienes Valerio Máximo llama fuentes de perfidia; y hablando de su gran caudillo y capitán, Aníbal, dice: Adversus ipsa fidem acrius gessit, mendaciis et fallacia, quasi percallidus, *gaudens (no se lee); y por eso entre los latinos corría el adagio punica fides, (fidelidad púnica) que decían de la palabra que uno daba y no cumplía. Por eso fue muy aborrecida esta nación; y Tito Livio, después de haber alabado algunas virtudes que no podía negar en Aníbal, dice: Has tantas viri virtutes ingentia vitia aequabant, inhumana crudelitas, perfidia plusquam punica, nil veri, nil sancti, nullius dei metus, nullum jusjurandum, nulla religio: y Plauto, por decir que uno no cumplía lo que prometía, dice: Et is omnes linguas scit, sed dissimulat, sciens se scire; poenus planè est, quid verbis opus! Pero en los romanos era al revés; porque por acreditarse y ser estimados de todos, hacían profesión y se preciaban de cumplir su palabra, aunque fuese en disminución del estado y honor de aquella república, sin faltar un punto a lo que habían prometido: amaban justicia, y eran en las cosas de la religión muy observantes, y celosos del culto de sus dioses, y deseaban más ser amados que temidos. Esto no era en los cartagineses, y por esto y por asegurarse de los españoles, tomaban de ellos rehenes, y tenían en su poder casi todos los hijos e hijas, y aun las mujeres de los mejores caballeros de España. Handonio e Indíbil no fueron, aunque amigos de ellos, exentos de esto; pues dieron, Indíbil a sus hijos, y Mandonio a su mujer: y todos estos rehenes estaban en la ciudad de Cartagena (Cartago Nova), que era el pueblo mejor y más fuerte que ellos tenían en España. Claro es que estarían aquellos rehenes allá de muy mala gana, y no pensarían en otra cosa sino en volver las mujeres con sus maridos, los hijos con los padres, y todos a su patria.
De esta violencia cartaginesa tuvo noticia Scipion; y juzgó por gran conveniencia suya conquistar primero esta ciudad, con pensamientos, si la ganaba, de atemorizar a sus enemigos los cartagineses y dar libertad a los rehenes, y ganar la amistad y benevolencia de todos los españoles; porque sabía que si eran amigos de ellos, era por estar en su poder las prendas más queridas y preciadas de ellos. Con este pensamiento mandó aprestar la armada del modo que refiere largamente Ambrosio de Morales, y dejando en Tarragona la guarda necesaria, se partió para Cartagena, sin dar parte a nadie del pensamiento e intención que llevaba. Con veintiocho mil infantes y dos mil y quinientos caballos, caminó Scipion por tierra; y Lucio Lelio Marcio, a quien había dado razón de su pensamiento, y no a otro alguno, iba con la armada; y habían concertado que fuese en un punto el llegar la armada y ponerse el ejército de Scipion a la vista de la ciudad, do llegó siete días después de partido de Tarragona; y fue tomada Cartagena por industria y traza de unos marineros de Tarragona, y degollados muchos de los que la defendían, sin dañar a mujer alguna ni niño.

La presa fue tan grande, como era la grandeza y magnificencia de aquella ciudad, en que estaba guardada toda la riqueza de los cartagineses. Livio, Polibio y Eliano refieren que se tomaron cautivos diez mil hombres, sin las mujeres y niños, y a todos los naturales de la ciudad se dio libertad y que gozasen de sus casas y haciendas, así como antes. Tomáronse dos mil oficiales de armas, y navíos: tomáronse también todos los rehenes que habían dado los españoles a los cartagineses, y esto estimó en mucho Scipion, prefiriéndolo a toda la demás presa; pues era bastante precio para comprar la amistad de toda España, y hacer todos los naturales de ella benévolos a la ciudad y pueblo romano: y así mandó tratarles, y respetarles; y cuidar de ellos como si fuesen hijos de amigos y confederados suyos. Hallaron también dentro de la ciudad ciento y veinte trabucos grandes que llamaban catapultas, y doscientos ochenta de menores, y muchos géneros de máquinas de batir: de saetas y lanzas hubo una gran multitud: ganáronse setenta y cuatro banderas, y el oro y plata que ganaron no tenía cuento. En el puerto tomaron sesenta y tres naves de carga, llenas de mantenimientos y de todo aparejo para una
armada; y en fin fue tanta la riqueza que se tomó, que comparada con ella, la menor parte de la presa fue la ciudad de Cartagena. Dio Scipion premios a cada uno, según sus merecimientos, dejándoles a todos contentos de tener tal capitán y caudillo. (Y no usaron los trabucos – catapultas, saetas, etc, los de dentro contra los de fuera?)

Otro día después de tomada la ciudad, mandó llamar a todos los rehenes, que eran más de trescientas personas, les hizo un amoroso razonamiento, dándoles a entender que la costumbre del senado y pueblo romano era obligar a las gentes con beneficios y no espantarles con terrores; y luego se leyó una nómina, (lista de nombres) tanto de los rehenes, como de los cautivos que habían hallado en Cartagena, señalando de qué ciudad o pueblo era cada uno de ellos, y mandó luego avisarles, para que enviase cada pueblo personas a quienes entregar sus naturales: y a los embajadores de algunos pueblos, que estaban allá presentes les hizo entregar los suyos, y conforme a la edad y merecimientos de cada uno, les dio muchos dones, así de lo que él tenía, como de lo que habían preso en el despojo. a los mancebos dio espadas y otras armas, y a los niños bronchas de oro y otros atavíos. Entre otros rehenes que estaban allá fueron la mujer de Mandonio y dos hijas de lndíbil, que, según dice Livio, florecían en edad y hermosura, y acataban a su tía como madre, y también la mujer de otro caballero español llamado Edesco. a estas cuatro personas mandó Scipion a Flaminio, su cuestor, que las guardase y tratase honradamente en todo, porque con ellas pensaba ganar los corazones de sus padre y maridos, que andaban siempre en los ejércitos de los cartagineses. Estando Scipion en esto, dicen Livio y Polibio, que una matrona de mucha edad, muy autorizada y venerable en el semblante, que era mujer de Mandonio, se salió de entre los rehenes y con algunas doncellas de poca edad y mucha hermosura que la seguían, y con rostro lloroso y honesto denuedo, que acrecentaba mucho su gravedad, se echó a los pies de Scipion, y le comenzó a suplicar y pedirle con gran ahínco, que encomendase mucho a los que daba aquel cargo, mirasen con gran cuidado por las mujeres que allí se hallaban. Scipion entendió que le pedía el buen tratamiento en la comida y en lo demás semejante a esto, y levantándola con mucha mesura, le dijo, que tuviese por cierto que no le faltaría nada de lo necesario. Mandó luego, como el mismo autor prosigue, llamar a los que habían tenido cargo hasta entonces por su mandado de los rehenes, reprendiéndoles el poco cuidado que habían tenido de proveerlos, el cual se parecía bien en la justa queja de aquella señora. Ella entonces, entendiendo ya el error de Scipion, le volvió a decir: «No es eso, Scipion, lo que te pido, ni me fatiga nada de eso que me certificas no nos ha de faltar, porque no basta para el estado miserable en que nos hallamos: otro miedo mayor me congoja, mirando la edad y hermosura de estas doncellas, que a mí ya mi vejez me ha sacado del peligro mayor que las mujeres pueden tener en su honra: » y diciendo esto, señalaba las dos hijas de Indíbil, sobrinas de su marido, y otras doncellas nobles que estaban con ella y la acataban todas como a madre. Entonces Scipion, entendida ya bien la congoja, se enterneció tanto, que refiere Polibio se le saltaron las lágrimas con lástima de ver así afligida tanta virtud en personas tan principales; y luego les respondió de esta manera: « Por solo lo que debo a mismo en toda honestidad y comedimiento, y al buen gobierno que el pueblo romano quiere que haya en todo, hiciera, señora, lo que me pides, para que de ninguna manera fuésedes ofendidas; mas agora ya no tomaré este cuidado más entero por solos estos respetos, sino por lo mucho que me obliga vuestra virtud excelente, que puestas en tanta desventura de vuestro cautiverio, aún no os habéis olvidado de la principal parte de la honra que una mujer debe celar.» Luego las encomendó más particularmente a un caballero anciano y de gran virtud, encargándole con mucho cuidado las tratase en todo con tanto acatamiento y reverencia, como si fueran mujeres e hijas de gente principal, amiga y confederada con el pueblo romano.
Encarecen mucho aquí todos los autores y no acaban de alabar la benignidad y nobleza de Scipion, por los favores y cortesías que usó con estas mujeres, habiendo sido el padre y marido de ellas enemigos grandes de sus padre y tío, y ellos y sus Ilergetes muy gran parte en la muerte de ambos, así en pracurarla (procurarla), como en hallarse en ella y ejecutarla.
Pero, aunque sea algo fuera de la historia que tratamos, no dejaré de contar otro acto heroico y virtuoso de Scipion, que pasó con una doncella romana; porque no es bien que los hechos buenos y ejemplares se disimulen, sino que se publiquen para imitarlos. Cautivaron los soldados una doncella de extremada y singular belleza, cuya hermosura era tanta, que por do quiera que pasaba, dicen Plinio y Tito Livio y otros, que todos estaban atónitos mirándola, y todos los del ejército concurrían a verla con espanto y maravilla: esta, pues, llevaron a Scipion sus soldados, porque le conocían aficionado a mujeres, y les pareció que aquel presente le sería muy aceptable; pero él les dijo: « Si yo no fuera más que Publio Scipion, este vuestro don me fuera muy agradable; mas siendo capitán del pueblo romano, no puedo recibillo. » Informóse Scipion de la doncella, de sus padres y patria, y sabido que estaba desposada con un caballero español celtíbero, llamado Alucio, envió por él y por sus padres, y después de haberles hecho un muy apacible y grave razonamiento, que trae Livio, se la dio, dándoles muy bien a entender la virtud y continencia que moraba en su pecho nunca bien alabado. Agradecidos los padres de lo que Scipion había hecho, le rogaban que tomase el oro que por rescate de la hija habían llevado, pero él lo rehusó: fue tanta la importunación, que le obligaron a que lo tomase, y él lo hizo por darles gusto, y luego lo dio a Alucio por aumento del dote que había recibido de su esposa. Este y otros hechos tales de Scipion acrecentaron de suerte su fama, que conquistó más con ellos que con todas las armas y huestes que llevaba consigo: y Alucio, vuelto a su tierra con su esposa, decía a voces, había venido de Roma a España un hombre semejante a los dioses, con poderío y deseo de hacer beneficios y aprovechar, y que todo lo vencía con el valor de las armas, con liberalidad y grandeza de su cortesía y de sus mercedes; y luego, agradecido de lo que había hecho Scipion, juntó
de su tierra mil cuatrocientos caballos, y con ellos y su persona le sirvió en todas las guerras. Este hecho cuenta de diversa numera Valerio Máximo, muy diferente de todos, porque dice que esta doncella era esposa de Indíbil; pero esto no lleva camino alguno, porque todos los autores dicen lo contrario. Polibio no dice que estuviese desposada, sino que Scipion, dándola al padre, le pidió la casase luego; Lucio Floro dice que Scipion no la quiso ver, por asegurar mejor a su esposo y certificarle del cuidado que había tenido de guardarla: Ne in conspectum quidem suum passus adduci, ne quid de virginitatis integritate delibasse, saltem oculis, videretur (1: Floro, lib. II, núm. 6.); y Plinio dice lo nismo, y es cuestión harto disputada si la vio otro; pero lo cierto que la vio y se admiró de su belleza; pero pesóle de haberla visto, por quitar la ocasión de sospecha; y tan lejos estaba de ofenderla, que aun mirarla bien, que la viese, no quiso; y así dijo muy bien Lipsio en sus avisos y ejemplos políticos: Sed ille oculis abnuit: y aunque Valerio Máximo diga haber sucedido con la mujer de Indíbil, se ve haberse equivocado; porque todos los demás que cuentan este caso lo dicen al revés de Valerio, y lo que más es de considerar, es lo que dice Polibio, el cual fue maestro de Scipion Africano, el menor, nieto por adopción de este de quien hablamos; y así por vivir en aquel tiempo que sucedió este caso, y siendo tan allegado a la casa de los Scipiones, es cierto lo sabría mejor que Valerio Máximo ni otro alguno.

CAPÍTULO XIV.


CAPÍTULO XIV.

De la enfermedad de Scipion, y de cómo Mandonio e Indíbil quisieron echar
a los romanos de España.

Scipion, después de haber dado fin a otros hechos notables que cuentan los historiadores, y por no tocar a cosas de nuestros ilergetes dejo, se estaba en Cartagena, donde enfermó. Agravósele aquella dolencia, mas no tanto como la fama encarecía, por la costumbre natural que los hombres tienen de acrecentar más en las nuevas que oyen. Esto fue causa que toda España, y principalmente lo más lejos de Cartagena, se alborotase, y se pareciese bien cuán grande alteración y movimiento hiciera la verdadera muerte de Scipion, pues un vano temor de ella levantó tan grande alboroto de cosas nuevas: ni los aliados del pueblo romano perseveraron en su amistad, ni el ejército mantuvo la lealtad debida. Mandonio e Indíbil, que habían esperado que, echados los cartagineses de España, ellos quedarían por reyes y señores absolutos de ella, viéndose engañados en esta su esperanza, porque Scipion, como ganaba la tierra para el imperio romano, así proveía en su gobierno y conservación con tanto recaudo y providencia, que nadie pudiese tener tal confianza; venida esta ocasión de revolver y destruir todo este buen orden, levantando sus pueblos, que eran los ilergetes y jacetanos, vecinos de Lérida y Jaca, y juntando consigo buena ayuda de celtíberos, que eran los vecinos de aquende y allende el río Ebro, y de ausetanos, que eran los que están entre el campo de Tarragona y Urgel, comenzaron a destruir los campos de los sedetanos, que eran los vecinos de Tarragona hasta Ebro, y eran amigos y confederados del pueblo romano. a mas (además) de esto, los soldados romanos y otros que había dejado Scipion en las comarcas de Denia y Valencia, aposentados cabe el río Júcar, se amotinaron, y fue muy necesaria la prudencia de Scipion para remediallo. La queja principal que publicaban era que no se les pagaba el sueldo; pero lo más cierto era la ambición de dos soldados particulares, llamado el uno Cayo Albio Coleno y el otro Cayo Anio Umbro: y se echó de ver presto su ignorancia, porque luego, sin cordura, tomaron insignias de capitán general, llevando delante sus lictores con las segures y haces de varas (la fascis etrusca, feix, fascismo, y la inventada feixisme, feixista, feixistes), que presto sintieron sobre sus espaldas y cervices. Estos aguardaban cada día nuevas ciertas de la muerte de Scipion; pero cuanto más atendían en averiguallo, más ciertos estaban de su vida y salud; y por eso muchos de los soldados amotinados dejaron a Anio y Albio y se redujeron al servicio de Scipion, de quien esperaban alcanzar perdón de aquel yerro.
Mandonio e Indíbil quedaron corridos de que aquellas nuevas hubiesen salido falsas, y se volvieron a sus casas muy avergonzados, con intento de aguardar en ellas lo que haría Scipion, el qual antes de tomar venganza de ellos, dio orden en el motín de sus soldados; y dudaba si castigaría solo las cabezas de aquel motín o todo el ejército, que era de ocho mil hombres; pero como su natural era inclinado a benignidad, se contentó con solo el castigo de las cabezas, que eran treinta y cinco hombres, gente plebeya y de poca consideración, y ordenó a siete tribunos, que cada uno de llos se encargase de la prisión de cinco de estos soldados, y que fuese sin alboroto; y por hacerles descuidar y pensar que el castigo de ellos estaba olvidado, publicó la guerra que pensaba hacer contra Mandonio e Indíbil. Ordenado esto, pensaron los amotinados que ya Scipion estaba olvidado del hecho, y juntos fueron a Cartagena para pedir el sueldo; y llegados allá, supieron los siete tribunos mover tan bien las manos, que antes de la noche tuvieron presos y maniatados los treinta y cinco que habían de ser presos; y porque nadie saliese de la ciudad, mandó poner guardas a las puertas, y subido en su tribunal, hizo un razonamiento a los amotinados, en que reprendió terriblemente aquel levantamiento, y que siendo ellos romanos, hubiesen osado alborotarse como los ilergetes y jacetanos, aunque estos, les dijo, siguieron a Mandonio e Indíbil, sus capitanes, regiae nobilitatis viros, varones de nobleza real y sus señores; pero “vosotros seguísteis y os sujetásteis a dos hombres salidos del arado, y porque os faltó pocos días el sueldo, hicísteis lo que Mandonio e Indíbil y sus ilergetes, pensando ser poderosos para echar del todo (a) los romanos de España, que tan victoriosos y poderosos están; y aunque muriera yo, había otros capitanes romanos, que habían de sustentar el señorío y ejército del senado y pueblo romano, como no faltaron cuando murieron mis padre y tío.» Y concluyendo su razonamiento, que fue muy largo, les perdonó a todos, por conocer que las razones que les había propuesto les habían movido a pesar, y tenían empacho de lo hecho; y luego mandó sacar a Albio y Anio con los demás amotinados, y atados a sendos palos, los mandó fuertemente azotar, como era costumbre de los romanos azotar a todos los condenados a muerte, y después les mandó cortar las cabezas, cayendo sobre sus espaldas y cervices las haces y segures que mandaron a sus lictores que llevasen delante de ellos, en señal de majestad y grandeza: y después de hechos ciertos sacrificios para purgar el lugar y desenviolarlo, conforme lo que en su vana religión los gentiles usaban, y tomado de nuevo el juramento a todos los que habían sido culpados en aquel alboroto, mandó dar a cada uno de los soldados una paga, con que todo quedó sosegado y quieto, y con la sangre de los treinta y cinco quedó lavada la culpa y yerro de los demás.
Scipion, así que tuvo apaciguado el motín pasado, entendió en la guerra que había publicado contra Mandonio e Indíbil y sus pueblos, sentido de que hubiesen osado tomar armas contra el pueblo romano, de quien habían recibido el uno la libertad de su mujer, y el otro de sus hijas, con otros mil beneficios y buenas obras, y confesaban estarle muy obligados por ello. Estos dos hermanos, vueltos a sus casas, estuvieron suspensos esperando qué haría Scipion con los amotinados, creyendo que si el error de ellos era perdonado, lo sería el de ellos; mas después que supieron el castigo de los treinta y cinco, pensaron que su culpa sería igualada con la de ellos, y merecedora de igual pena: y porque a los que han comenzado a ofender no les parece nuevo error el perseverar, sino forma para escapar de no ser castigados; por esto, o para volver a mover la guerra o estar aparejados para resistirla, mandaron tomar las armas a sus vasallos, y juntando los socorros que antes habían tenido, hicieron un campo de veinte mil hombres de a pie, y dos mil y quinientos caballos, y con esto pasaron a los términos de los jacetanos.
Scipion, que tenía bien contentos y reducidos a su amor y obediencia los ánimos de todos los soldados, así en haberles perdonado y haberles pagado a todos, culpados y libres, su sueldo, como con tratar con ellos siempre con amor y blandura, todavía queriendo hacer jomada contra Indíbil y Mandonio, le pareció hablar con los suyos, antes que se partiese para ellos. La suma de lo que les dijo fue: que con diferente ánimo iba a castigar los ilergetes del que había tenido antes de dar la pena a los amotinados; que cuando castigaba aquellos pocos para sanar el mal de todos, como si cauterizaba sus mismas entrañas, así doliéndose y gimiendo, quemaba lo dañado, y con cortar las cabezas de treinta y cinco, había purgado el error o la culpa de ocho mil hombres; mas que agora iba a hacer la matanza de los ilergetes con gran ansia de verter su sangre y destruirles del todo, pues a enemigos tan porfiados solo el rigor les pedía poner remedio con el miedo. Con estas y otras buenas razones con que les acarició dulcemente, les aseguró más los ánimos, y se partió con ellos a pasar el río Ebro, y llegó a poner su real a vista de los enemigos. El lugar donde aconteció esta batalla fue un campo todo cercado de montes, donde mandó meter Scipion todos los ganados, así suyos, como los que había tomado de los enemigos, porque, con la codicia de hurtarlos, se metiesen allá dentro la gente de
Mandonio e Indíbil, y quedasen como encerrados; y Scipion con lo mejor de su ejército estaba escondido tras un monte, aguardando que entraran todos en aquel campo: todo sucedió así como él pensó y quería. Salió Scipion y embistió; trabóse la escaramuza luego, y fue muy reñida, mas los nuestros fueron con astucia cercados de los caballos romanos, y así pareció quedar por ellos la victoria: y aunque aquel día murieron muchos de los soldados ilergetes, no perdieron el ánimo, antes el día siguiente bien de mañana, por no mostrar punto de temor, se pusieron en el campo, ordenando sus escuadrones para pelear; y también les venció Scipion esta segunda vez, porque la angostura del lugar donde se peleaba le fue favorable, y también tuvo maña como los nuestros fuesen cerrados, sin que se pudiesen de ninguna forma aprovechar de su gente de a caballo, en que tenían su mayor confianza. Así fueron fácilmente desbaratados; y hubo otro daño también grande, que lo estrecho del lugar, y el hallarse los caballos romanos a las espaldas de los nuestros, no dio lugar a que nadie escapase, sino que fueron muertos casi todos, y solo se escapó una parte del ejército que, como mejor pudo, se había subido a la montaña; y estos viendo el peligro de los suyos, y el poco aparejo que el lugar les daba para ayudarles, en tiempo seguro comenzaron a retirarse, y con ellos Mandonio e Indíbil y algunos otros principales. Acabada la matanza, que fue grande y miserable, aquel mismo día fueron tomados los reales de los ilergetes, con pocos menos de tres mil hombres de guarda y servicio, y gran presa de todas maneras de riqueza. La victoria fue grande, mas no les costó a los romanos poca sangre, ni vendieron barato nuestros ilergetes sus vidas, que según Tito Livio, mil dos cientos, y según Apiano, mil quinientos mataron los enemigos, y quedaron más de trescientos heridos, que después la mitad de
ellos murieron de las heridas; y afirma Livio que no fuera la victoria tan sangrienta, si el combate hubiese sido en campo llano, y más apto para retirarse.

CAPÍTULO XV.


CAPÍTULO XV.

De las paces que, después de vencidos, hicieron Mandonio e Indíbil con Scipion; y de su vuelta a Roma.

a Scipion, aunque victorioso, no pasó por alto cuán dañosa podía ser a los romanos la enemistad de los príncipes y hermanos Mandonio e Indíbil; y estimando más reconciliarse con ellos, que tenerlos por enemigos, dio demostraciones de su deseo, porque así con menos temor vinieran para él. Entendido esto, unos dicen que le enviaron sus embajadores para tratar la paz, y otros que Indíbil envió a Mandonio su hermano a Scipion; y esto es lo más cierto: y llegado ante él con humilde reposo, se le echó a sus pies, y con muy concertadas razones echó la culpa de las alteraciones pasadas a la rabia y hedor de aquel tiempo, que, a semejanza de una pestilencia y contagio, habían cundido y pegádose de los reales romanos que estuvieron cabe del río Júcar a las gentes comarcanas, inficionándoles con un mismo desvarío y locura; y no era mucho de maravillar errasen los ilergetes y jacetanos, cuando los mismos reales de los romanos desatinaron; y la condición suya y de su hermano y de todos sus pueblos era tal, que darían de buena gana su vida, si era esa la voluntad de Scipion, y que si se la concedía, se doblarían los beneficios recibidos, y crecería la obligación de ser perpetuamente suyos y del pueblo romano.
Dice Livio que era ceremonia y costumbre de los romanos, muy usada en la guerra, que cuando habían de perdonar a alguno sus errores pasados y concertarse con él y tomarle por amigo, no tenerle por súbdito, ni mandarle como a tal, hasta que hubiese entregado todo cuanto de cielo y tierra, como ellos decían, de divino y humano poseía: quitábanle las armas, tomaban de él rehenes, apoderábanse de sus ciudades y de todos los templos y sacrificios de ellos, y ponían gente de guarnición que las tuviesen por los romanos; y ya entonces les tenían por sujetos y les mandaban lo que convenía. No quiso hacer nada de esto Scipion con Mandonio e Indíbil, por gran braveza de mostrar cuán en poco los estimaba, pues no curaba de asegurarse de ellos: solamente les representó lo grave de su culpa con ásperas palabras, y acabó con decir que por sus yerros merecían la muerte, mas que por merced del pueblo romano y beneficio suyo, se les otorgaba la vida, y que ni quería quitarles las armas, porque no tenía que temer en ellos, ni pedirles rehenes, porque cuando otra vez quisiesen volver a levantarse, él no había de castigar los rehenes, que ninguna culpa tenían, sino a ellos en quien estaba toda; y que ya que conocían bien la fuerza y poderío de los romanos y su clemencia y benignidad, que en su mano dejaba experimentar lo que más quisiesen. Con esto se fue Mandonio, mandándole solamente Scipion que él y su hermano diesen cierta suma de dinero, con que se pagase el sueldo a la gente de guerra.
Siendo el estado de los pueblos ilergetes el que queda referido, y quitados los cuidados que pudieran dar estos dos caballeros, si no se reconciliaran con Scipion, Magon se salió de España, porque se juzgó imposibilitado de poder cobrar lo que había perdido; y más quedando Mandonio e Indíbil vencidos, acabáronsele los alientos y esperanzas que siempre había tenido, que si los ilergetes quedaban vencedores, él volvería a su antigua prosperidad, y aun se reconciliaría con ellos; pero como todo le salió al revés, mudó de tierra, esperando también mudar de suerte y ventura. Antes de salir de España, tentó tomar la ciudad de Cartagena; pero fue vano su pensamiento: lo mismo hizo en la isla de Mallorca, y le salió de la misma manera: fue a Menorca y tomó puerto, y después de ser recibido de los isleños y hecho con ellos sus confederaciones, se salió de ella, y dejó el nombre a aquel puerto, que hoy llamamos Mahon, aunque no falta quien le da más antigua etimología. Entonces los de Cádiz, que eran los que hasta aquel punto habían perseverado en la amistad de los cartagineses, se confederaron con Scipion, de manera que no le quedó al senado de Cartago en toda España una sola almena, después de haberla poseído más de doscientos años.
Scipion, no teniendo más que hacer en España, y habiendo encomendado el gobierno de ella a Lucio Cornelio Léntulo y Lucio Manlio Acidino, con título de procónsules, se volvió a Roma con pensamientos de recibir la honra del triunfo, que era la mejor que se le podía dar, si era que el senado se lo quisiese conceder, aunque él no pensaba pedirla porque era muy verosímil se le negaría, por faltarle las circunstancias que se requerían para merecer tal honra. Lo que pasó con Scipion acerca de ella es, que antes de entrar en la ciudad de Roma, por saber los senadores, de su boca, lo que había hecho en España, se juntaron en el templo de la diosa Belona, que decían serlo de la guerra, que estaba fuera de la ciudad, en el campo Marcio. Aquí refirió todo lo que hizo en España, las batallas que había tenido, victorias que había alcanzado, ciudades y amigos que había ganado, que siendo señor y dueño de esta provincia el senado cartaginés, y teniendo en ella cuatro valerosísimos capitanes, él los había de tal manera sacado de España, que en toda ella no había quedado uno solo de aquella nación. Representóles el poder y riqueza de los hermanos Mandonio e Indíbil, la muchedumbre de pueblos y vasallos que tenían, y como quedaban amigos del pueblo romano, y que cuando no hubiera hecho otra cosa sino solo esta, era digno de triunfo, así por ello, como también por dejar la provincia quieta y sosegada y a devoción del senado y pueblo romano. Estas y otras cosas representó en el senado; pero no pudo alcanzar por ellas el triunfo que deseaba. Dióse por respuesta, que no se hallaba hasta entonces haber triunfado ninguno sin haber tenido oficio señalado en la república, como cónsul, dictador o pretor, y él no había venido a España con ninguno de estos títulos, porque su poca edad lo impedía, sino con solo nombre de capitán general; y también que él no había dejado la tierra de España en orden y concierto de provincia sujeta: y así entró en Roma con la ovación, que era menor fiesta y pompa que el triunfo. La diferencia que había de él a la ovación y cosas tocantes a los premios que solían dar los romanos a capitanes y soldados, menta muy largamente fray Gerónimo Román en sus Repúblicas.

domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXIV.


CAPÍTULO XXXIV.

Entran los godos en España, y de los reyes que hubo de aquella nación hasta Amalarico, y de san Justo obispo de Urgel.

Habían entrado los godos en las tierras del imperio con gran poder; y sin hallar la resistencia que era menester para impedir su entrada, llegaron a Italia y después de varios sucesos, tomaron la ciudad de Roma y la saquearon, salvo los lugares sagrados. Procuró el emperador Honorio, como mejor pudo, sacarlos de Italia y darles en qué entender con los vándalos, alanos y suevos, y otros que ya eran señores de ella. Aceptáronlo los godos, por persuasión de Gala Placidia, hermana del emperador Honorio y mujer de Ataulfo, rey godo, que fue señora de gran virtud y cristiandad. Esta lo supo tan bien disponer todo, que dejando Italia se vinieron los godos a Francia, y de aquí entraron en España, y Ataúlfo, (Adolfo, Adolf) rey de ellos, escogió por cabeza y silla del nuevo reino que entendía fundar la ciudad de Barcelona. Esta es la entrada de los godos en España, acerca de la cual dicen los autores muchas cosas; pero como el intento de esta obra es dar razón de los señores y sucesos de los pueblos ilergetes, dejando lo mucho que hay que decir, apuntaré solo lo que hace a nuestro propósito, siguiendo en todo lo posible al autor de Flavio Lucio Dextro y a Marco Máximo, obispo de Zaragoza, en sus fragmentos históricos, nuevamente descubiertos, por haber sido testigos de vista de lo que pasó en estos tiempos, y haber tenido plena noticia de todo. Gozó Ataúlfo del reino solos tres años, y murió el de 416, a 21 de agosto. Está sepultado en la parte más alta de la ciudad de Barcelona, pero ignórase el lugar.
Por muerte de Ataúlfo, hicieron su rey los godos a Sigerico, que había trabajado y consentido en su muerte; pero Dios, que es justo, no quiso que quien tan mal lo había hecho con su rey y señor durara mucho en el reino, y aunque, por vivir con sosiego, había hecho paz con los romanos, aborrecido por esto de los suyos, le mataron a puñaladas, habiendo tenido el reino poco más o menos de un año.
Dice Próspero en su crónica, que de Ataúlfo había quedado un hijo llamado Walia. Era hombre guerrero y diestro en las armas, y sucedió en el reino, y tuvo al principio algunas guerras, y cansado de ellas, él y los suyos hicieron paz con los romanos, y uno de los capítulos de ella fue que dejasen volver a Gala Placidia, viuda de Ataúlfo, al emperador Honorio, su hermano, la cual hasta estos tiempos había quedado en España, y no se le había permitido salir de ella, aunque lo deseaba mucho y su hermano deseaba tenerla cabe si, por ser mujer muy sabia y de gran consideración. Este rey, unido con los romanos, hizo guerra a los vándalos y sacó de España a Gunderico, rey de ellos, y habiéndoles sojuzgado a todos, pasó a Toledo, y murió de una larga enfermedad en el año 433 de Cristo señor nuestro, según se infiere de Marco Máximo, obispo de Zaragoza, en sus fragmentos.
Teoderico o Teodoredo fue rey de los godos por muerte de Walia: este quebrantó la paz con los romanos y tuvo guerras con ellos, que a la postre pararon en concordia; y después de haber reinado treinta y tres años, murió el del Señor 468, en una batalla que él y Aecio, general de los romanos, tuvieron con el fiero Atila, rey de los hunos, en que quedó vencido aquel fiero y bárbaro rey, que blasonaba no ser hombre, mas que azote de Dios. En vida de este rey, y a los veinte y dos años de su reinado, que era el de 440 de Cristo señor nuestro, acabó nuestro ilustre y pío caballero barcelonés Flavio Lucio Dextro, hijo de san Pacián, obispo de Barcelona, que fue prefecto pretorio del Oriente y gobernador de Toledo, sus fragmentos históricos que, para mayor gloria de Dios y honra de tantos santos de que da noticia, han parecido en nuestros días, con aplauso y gusto de todos los varones doctos y píos, con una aprobación tan universal, que hasta los más críticos sienten bien de ellos (1), por el gran beneficio que todo el mundo, y más nuestra España, ha recibido con la invencion de tal libro, sobre el cual han ya escrito doctísimos varones, unos comentando aquellos, y otros defendiéndoles, y todos aprobándoles. Murió Dextro el año 444, a 22 de junio, siendo ya decrépito y de edad de 76 años, según escribe Marco Máximo, obispo de Zaragoza, que continúa aquellos, y a Dextro le llama varón docto, pío y prudente.

(1) Hállase al margen, de igual letra y tinta que el resto del manuscrito, una nota en catalan que dice así: Nota que en lo que toca à Dextro se ha de mirar, perque homens doctissims ho tenen per obra de algun modern: conéixse, perque vá molt desmemoriat. Esto prueba, como dijimos en el preliminar de la obra, que el autor no le dio la última mano, y que no es de extrañar, por consiguiente, que se hallen algunas incorreciones o notas de esta clase, que revelan acaso nueva adquisición de noticias acerca de un mismo punto, para rectificarlo más adelante.

Después de Teodoredo hacen los autores modernos mencion de Turismundo, y le ponen en el catálogo de los reyes godos; y dicen haber sido cruel y vicioso, y tal, que los suyos no le pudieron sufrir y le mataron con una sangría; y antes de morir, con un cuchillo que halló a mano, mató dos o tres de los que entendían en la sangría, porque conoció la maldada de ellos. Su reino, dicen que con tres años quedó acabado; pero Marco Máximo, obispo de Zaragoza sin hacer memoria de este rey, ni de Teodorico, pasa a tratar de Eurico, cuyo reino tuvo principio el año de 468. Este ganó en Francia a Marsella y otros lugares, y afligió mucho todo aquel reino, y acabó de sacar los romanos de España, después de haber 700 años que la poseían, con los sucesos que hemos dicho. Este dio leyes escritas a los godos, y con ellas de allí adelante se gobernó España; y murió el año de 482 en Arles (Arlés, Arle en Provenzal) de Francia, que había ganado.
Alarico, hijo del precedente, fue levantado por rey de los godos; tuvo guerras con los franceses, y un capitán llamado Pedro, se le levantó en Cataluña con la ciudad de Tortosa y muy gran partida de tierra, y el rey envió su ejército que le venció, prendió y quitó la cabeza, que después enviaron al rey, que estaba en Zaragoza. Murió en una batalla que tuvo con la gente de Clodoveo rey de Francia, en el año 505, después de haber reinado veinte y tres años; y dice Marco Máximo, que el mismo Clodoveo le traspasó de una lanzada.
Gesalaico sucedió después de Alarico, su padre, y fue bastardo; y aunque quedó Amalarico legítimo, por ser de edad de cinco años, escogieron al hermano mayor, estimando más ser gobernados por un hombre bastardo, que de un niño legítimo. Fue hombre vil y de bajos pensamientos, y en su tiempo, ni hizo cosa buena, ni de consideración, y el primer año desamparó el reino, y pobre y fugitivo se retiró a Francia, donde vivió hasta el año 510 de Cristo señor nuestro.
Teodorico, rey de Italia, era abuelo de Amalarico y se encargó del gobierno de España, durante la menor edad del nieto; y aunque su residencia continua era en Italia, pero cuando era necesario venía a España, ordenando le que convenía para el buen gobierno de ella, por lo que comunmente es contado por rey de España, hasta el año 526 o cerca de él, que, siendo mayor de edad el nieto le dejó el gobierno y él se volvió a Italia, dejándole casado con Clotilde, hermana de Clodoveo, rey de Francia, señora de excelentes e incomparables virtudes, y por eso muy perseguida de Amalarico, su marido, el cual era arriano y ella muy católica, y por esto quieren algunos contar desde el dicho
año 526 el reinado de Amalarico. Murió este rey el año del Señor 531, en una batalla que tuvo con los franceses, en que ellos quedaron vencedores, recibiendo de esta manera el justo pago de los malos tratamientos que hizo a la reina su mujer y demás católicos.
En vida de este rey y por estos tiempos floreció el glorioso san Justo, obispo de Urgel. Fue este santo natural del reino de Valencia, y hermano de tres santos, que todos fueron obispos e hijos de un mismo padre y madre. El mayor de los cuatro se llamó Nebridio y fue obispo de Egara, pueblo de Cataluña, no lejos de la villa de Terrasa: este hallamos firmado en el concilio primero Tarraconense, celebrado el año de 516, y en el Gerundense, celebrado el año de 517, y en el segundo Toledano, año 527; y después
fue obispo de Barcelona, y en su tiempo celebró el primer concilio de los de aquella ciudad, y él se firmó después del metropolitano. Fe este concilio el año 540. El otro hermano se llamó Justiniano, y fue obispo de Valencia; y el otro se llamó Elpidio, y no se sabe de qué Iglesia fuese prelado. San Justo, siendo de pequeña edad, fue puesto en los estudios, y salió tan aprovechado de ellos, que por sucesión de tiempo fue ordenado sacerdote y después obispo de Urgel, y fue el primero. Hallóse en algunos concilios de su tiempo, como fue el Toledano segundo, el cual, según parece del proemio del mismo concilio se celebró a 16 de las calendas de junio, era 565, en el año quinto del rey Amalarico; es a 17 de mayo del año del Señor 527: y a este concilio llegaron él y su hermano Nebridio, de Egara, en ocasión que ya estaba acabado y hechos los cánones; pero por ser tan grande la autoridad y doctrina de estos santos hermanos, aunque no eran sufragáneos de Toledo, les rogaron que firmasen lo hecho, y así, después de todos los obispos, firmó san Justo de esta manera: Justus, in Christi nomine Ecclesiae Catholicae Urgellitanae episcopus, hanc constitutionem consacerdotum meorum in Toletana, urbe habitam, cum post aliquantum tempus advenissem, salva auctoritate *priscorum canonum, probavi et subscripsi: y antes de san Justo había ya firmado su hermano Nebridio, por ser mayor de edad y haber más tiempo que era obispo. Firmóse también en el concilio Ilerdense, celebrado en el año 546, del cual diré después.
Escribió este santo algunas obras, y en particular un comentario, en sentido alegórico, sobre los Cantares de Salomón, que, aunque es muy breve y ocupa pocas hojas, tiene mucha claridad y por eso es muy alabado, por ser cuasi imposible una obra buena ser clara. Dura esta obra aún el día de hoy y está én la Biblioteca Veterum Patrum, en la cual, a más de la claridad en declarar el testo, se conoce en el autor una dulce agudeza en penetrar y descubrir los misterios que el Espíritu santo nos quiso enseñar en aquellos cánticos de aquel sapientísimo rey.
Gobernó su Iglesia poco más de veinte años, y murió después del año 546, y no en el año 540, como dice Diago; y esto lleva camino, porque le hallamos en el concilio Toledano segundo, celebrado el año 520, y en el de Lérida, celebrado el año 546, y es fuerza que fuese obispo veinte años, poco más o menos, porque tantos corren del un concilio al otro. Celébrase su fiesta a los 28 de mayo, y se ignora el lugar donde está sepultado. Hacen memoria de este santo el Martirologio romano y Baronio sobre él, san Isidoro, en el libro 6 de Varones Ilustres, capítulo 21, Marieta en sus vidas de santos de España, Ambrosio de Morales en su Historia de España, Gaspar Escolano en la de Valencia, el doctor Padilla en la Eclesiástica, fray Vicente Domenech en su Flos sanctorum de Cataluña, y otras muchos.

domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XX.


CAPÍTULO XX.

De la venida y hechos de Quinto Sertorio; favores y mercedes que hizo a los españoles, y fundación de un estudio general que hizo en los pueblos ilergetes, en la ciudad de Huesca, y del provecho que dio.

Vencidos los cimbrios y echados de España, la cosa más notable y de consideración que hallamos haber sucedido en esta tierra y en los pueblos ilergetes, fue la venida de Quinto Sertorio. Este fue el primer romano que dio honras y privilegios y exenciones a los españoles, y desterró de ellos aquella barbaridad y fiereza que hasta estos tiempos habían tenido, e introdujo la policía (política) y cortesía y otras muchas cosas buenas que aún perseveran.
Fue Quinto Sertorio natural de un pueblo llamado *(no se lee bien) Nurtia, cercano a Roma; su linaje era de los nobles de la plebe, digo, que no bajaba de linaje antiguo de patricios o senadores, sino de gente plebleya que por su virtud y merecimientos había merecido la nobleza: en su mocedad se dio a la oratoria, y fue muy estimado, por ser aventajado orador. En la guerra de Numancia (Soria) fue soldado, y se halló en muchas batallas contra los cimbrios, en que dio claras muestras de su ánimo y valor. Cuando Tito Didio, cónsul de Roma, vino a España, Sertorio fue su tribuno; en las guerras civiles de Roma entre Sila y Mario, fue del bando de Mario, y tan perseguido de Sila, que le obligó a salirse de Roma, y se vino a España con título de pretor. En el camino padeció muchos trabajos, y los vientos le echaron a Francia, y queriendo venir a España, las guardas que estaban en los Pirineos se lo vedaron; pero corrompidos con dinero, dieron lugar que pasase, y estando en España, con su apacible trato ganó muchos amigos. Sila, que sentía mal el poder de Sertorio, envió (en) contra de él a Cayo Anio, español, con un poderoso ejército; y Sertorio, para impedirle la entrada, envió a Lucio Salinator con seis mil hombres de armas. Anio, que no se sentía poderoso contra de él, le pidió paz, y para tratarla, le envió a Calpurnio Lanario. Salinator, que se fió de ellos, se vio con Anio y con Calpurnio, y estando tratando la paz, Calpurnio le mató a traición; y Sertorio, por faltarle tal capitán, quedó casi del todo destruido, y Anio se entró en España sin hallar resistencia. Sertorio se pasó a África, perseguido de la fortuna, y a la postre volvió a España, y en Portugal fue muy bien recibido de los lusitanos, y algunos pueblos que habían negado la obediencia a los romanos le tomaron por capitán y caudillo, y después lo vino a ser de la mayor parte de España, porque veían en él prendas tales, que le hacían merecedor de cosas mayores. Como él había sido criado en España, conocía el humor y condición de los naturales, y sabía cuán mal llevaban el mal trato y poca honra que les hacían los romanos, que los tenían en cuenta de bárbaros, y los trataban como si fuesen esclavos suyos. Usó por esto con ellos de grandes liberalidades y honras; quitóles primero algunos de los vectigales y tributos que pagaban a los romanos; más, otorgó a los pueblos que se declarasen por él, que no hubiesen de dar alojamiento a los soldados, antes bien hizo que estos se alojasen, tanto de verano como de invierno, en la campaña; y fue el primero que lo hizo; y para más honrar y autorizar a España, ordenó una manera de gobierno muy semejante al de Roma en la autoridad y representación, y con los mismos nombres y dignidades y cargos que en el senado de aquella ciudad se usaba; y de los españoles más principales escogió trescientos, y les dio título y nombre de senadores, y a la junta de ellos llamó senado; y dice Apiano Alejandrino, que lo hizo, no tanto por similitud, cuanto por hacer burla y escarnio del senado romano; de lo que quedaron todos muy pagados, aunque este senado no tenía más que el nombre y apariencia, porque Sertorio siempre se reservó el mando y señorío muy entero para si; y como los españoles no habían recibido jamás otra tanta honra de los romanos, estaban contentísimos de esto (como lo siguen estando los muy idiotas, sumando el congreso de los diputados y otros mamones, en el siglo XXI). Hacíales armar a la usanza romana; mostrábales el seguir el orden de los escuadrones, quitándoles el pelear a tropeles como hasta estos tiempos lo habían usado tan en su daño, que más parecía acometimiento de salteadores, que batalla de soldados. Dábales celadas, espadas y otras armas doradas y ricas, y escudos muy adornados, con que ablandaba la natural fiereza de ellos, y aumentaba el amor que le tenían; porque todos se daban a entender, que el poder de los españoles, por medio de Sertorio, oscurecería la gloria de los romanos, o abajaría sus bríos y quitaría la tiranía de ellos; y para mejor asegurarse de los naturales, sin ofensa de ellos, representó un día en su senado la falta tan grande que en España se sentía de letras y de sabiduría, que eran dos cosas que no engrandecían menos los pueblos y los reinos, que las armas; y que él, por el amor que tenía a nuestra nación, sentía mucho la ignorancia y barbaridad (que) había en ella; y para remediar esto, les propuso de fundar una universidad y estudio general para los hijos de los españoles, donde se enseñasen las lenguas griega y latina, y todas las artes y ciencias y buenas costumbres, y se desterrase la ignorancia y barbaridad, que era mucha. Para esto escogió en la región de los pueblos ilergetes la ciudad de Huesca, y fue la primera universidad de España y aun de casi toda la Europa, donde se enseñasen letras. Fue esta fundación tan grata a los españoles, que quedaron más contentos de ella, que de los muchos privilegios y honras que les había dado Sertorio. Llamó para esta universidad maestros doctísimos, que públicamente enseñasen, y les pagaba a su cuenta gruesos salarios, y él mismo, aunque fuese capitán y hombre de guerra, se deleitaba en examinar a los mancebos españoles que cursaban en aquella universidad, y señalaba premios a los más doctos, dándoles piezas de oro, vistiéndoles el traje romano con aquellas vestiduras que llamaban pretextas, que en Roma solo las vestían los hijos de los nobles y caballeros, y con ellas y una broncha de oro que llevaban en los pechos, eran conocidos. Era esta vestidura muy grave y honesta, y duraba has los diez y siete años; y dice Plutarco que holgaban mucho los padres ver a sus hijos con aquel traje, y más con las esperanzas que daba Sertorio, de que aquellos muchachos habían de tener cabimiento en el gobierno y administración de la república romana, y en el senado que él había instituído en España. Fue de gran lustre para España todo lo que hizo Sertorio; porque de aquel tiempo adelante florecieron hombres en ella tan eminentes en letras y doctrina, que pudieron igualarse con los mismos de Roma, y aún de Atenas.
En poesía tuvimos a Marco Valerio Marcial, cuyo libro de epígramas el emperador Elio Vero llamaba su Virgilio, y a Liciano, contemporáneo del mismo Marcial (todos de
Calatayud), de quien habla cuando dice (1: Marc., lib. 1, epig. 29. ):
Gaudet jocosè Caninio suo Gades,
Emerita Daciano meo;
Te, Liciane, gloriab tur nostra,
Nec me tacebit, Bilbilis.
Caninio Rufo, de quien habla aquí Marcial y en muchas partes (2: Id., lib. 3, ep. 20, y lib. 7, ep. 68. ), fue celebradísimo en Roma por la dulzura y gracia de sus versos, y era jovial y de buen gusto, que nunca le vieron menos que alegre o riendo. El epígrama de su sepulcro trae Ciriaco Anconitano entre los otros de España, de quien lo tomó Ambrosio de Morales. Fueron sin duda muy célebres Daciano, natural de Mérida, y Marco, único pariente de Marcial; pues como a tales les alaba en sus epígramas. Voconio fue natural de Italica, pueblo que fue muy vecino de Sevilla, y escribió muchas elegías y epígramas. En Córdoba nacieron Lucio Aneo Séneca, autor de tragedias, Sextilio Henas, y Marco Aneo Lucano, que escribió en verso heroico las guerras civiles de Roma. *Silio Itálico y natural, según la más común opinión, de Itálica, que escribió la segunda guerra púnica en verso heroico, fue varón muy rico y, en tiempo del emperador Domiciano, cónsul de Roma y procónsul de Asia. De Juvenal, poeta satírico, dicen muchos ser español y natural de Segovia. Flavio Dextro hace memoria de Claudiano, poeta español que florecía en el año 388 de Cristo señor nuestro, y también de Marabaudes, poeta lírico, ciego, que vivía en Barcelona por los años de 423 (Barcino, Barchinona). Entre los cristianos fueron célebres poetas san Dámaso, papa, de nacion catalan; Juvenco, presbítero, y Aurelio Prudencio, insignes en virtud y piedad, como lo atestiguan sus obras y poemas que han dejado.
En la oratoria y filosofía tuvimos a Fabio Quintiliano, natural de Calahorra, de quien nos quedan unas instituciones oratorias y declamaciones muy estimadas de los doctos; y este fue el primero que en Roma abrió escuela pública de elocuencia, y recibió salario del fisco del emperador, como lo dice Eusebio (anno Domini 90.), aunque Morales dice y siente lo contrario (lib. 9, c. 27.). Este Quintiliano fue maestro de Juvenal y de Plinio el Mozo. Los Sénecas nacieron en Córdoba; y el uno de ellos fue maestro del emperador Neron (Nerón), de tanta prudencia y cordura, que, para alabar a un hombre sabio y de buenas costumbres, decimos ser un Séneca. Lucio Jurnio Moderato Columela, que fue cónsul en Roma el año 43 de Jesucristo señor nuestro, escribió De re rustica fue natural de Cádiz; así como el otro, que no se sabe su nombre más de lo que dice Plinio (lib. 2., epist. 23.): nunquam ne legisti *gaditanum quendam, Titi Livii nomine gloriaque commotum, ad videndum eum ab ultimo terrarum orbe venisse, statimque ut vidit abiisse; lo que después, escribiendo a Paulino, admiró el padre San Gerónimo. Pomponio Mela fue andaluz, (del Betis era) y a Trogo Pompeyo muchos le hacen español; y sin estos, pudiera referir otros muchos de quien hacen particular mención Ambrosio de Morales y otros; y no solo en la poesía y oratoria florecieron tales varones, pero en el gobierno y política hubo tantos, que sería nunca acabar, y se puede ver en los catálogos de los cónsules y emperadores de Roma; porque, dejados muchos, Nerva, Trajano, Adriano y Antonino Pio fueron españoles, y tan justos, que pocos gentiles les llevaron en estas y otras virtudes ventaja. Toda esta abundancia de varones doctos y señalados y otros muchos que dejo, se debe al fruto que dio esta escuela sertoriana, de la cual es muy verisímil haber estos ilustres varones mucha parte de su erudición y doctrina; pues es cierto que, después de muerto Sertorio, a ciudad de Huesca amparó aquella universidad y sustentó los maestros y catedráticos de ella con salario público.

lunes, 13 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXIX.


CAPÍTULO XXXIX.

Prosigue la historia de los reyes godos, desde Teudiselo hasta Recesvinto, y los obispos de Urgel que hubo en este tiempo.

Prosiguiendo la historia de los reyes godos, se nos pone delante Teudiselo, que fue capitán de Teudio, su antecesor, y por su muerte fue elegido rey, aunque no reinó más de un año, porque, no pudiendo los godos sufrir sus deshonestidades, le mataron en Sevilla en el año de 548.
Agila fue rey de los godos, y era arriano y persiguió a los católicos con gran coraje. Este se valió de los romanos contra Atanagildo, que aspiraba a quitarle el reino, como a la postre se lo quitó, después de haber reinado cinco años, y huyó a Mérida, y aquí fue muerto de los suyos, por su poco valor y ánimo. Este rey volvió los romanos a España, y después tuvieron sus sucesores harto en que entender, para sacarlos de ella. Fue su muerte el año 553.
Atanagildo fue sucesor del antecedente, y en vida de él se quiso algunas veces levantar con el reino, y no pudo salir bien con ello, hasta que le dejó vencido y muerto. Este rey dejó la secta arriana y murió católico, aunque no lo osó publicar por temor de los godos, que eran arrianos. Sobre el tiempo en que murió discrepan los autores, pero Marco Máximo, a quien sigo en todo lo que puedo, dice que murió el año de 568.
Muerto este, vacó el reinado algunos años; otros, y es lo más verosímil, solo dicen haber sido esta vacante de meses; sea como quiera, Liuva fue rey, y el segundo año de su reinado tomó por compañero a Leovigildo, (Ludwig, Luis, Louis, Luis, Luís, Lluís, etc) hermano suyo, a quien dio lo de España, y él se quedó con lo de Francia, que lo gozó solo un año y murió el de 570. En tiempo de este rey o poco antes que fue el año de 568, nació el maldito Mahoma, que tanto daño y fatiga ha causado en el mundo, como es notorio, y experimentó antes de muchos años nuestra España.
Por muerte de Liuva quedó solo en el reino Leovigildo, su hermano. Casó este con Teodosia, hija de Severiano, que descendía de sangre real; y don Lucas de Tuy dice que fue hijo de Teodosio, rey de Italia, y era capitán y gobernador de la provincia de Cartagena. Su mujer fue Teodora, de quien hubo muchos hijos, que fueron san Leandro y san Isidoro, ambos arzobispos de Sevilla; y el otro san Fulgencio, que lo fue de Écija, y después de Cartagena: las hijas fueron Teodosia, que, como dije, casó con nuestro rey Leovigildo, y la otra se llamó Florencia, que fue virgen y abadesa de un monasterio.
Fue Leovigildo arriano, y como tal persiguió cruelmente a los católicos: tuvo dos hijos, Hermenegildo y Recaredo; y al mayor, después de haberlo perseguido, lo mandó matar, solo porque era católico, y hoy está en el número de los santos mártires, como diremos después en otro lugar. Tomó el rey para su fisco las rentas de las Iglesias, quitándoles los privilegios y prerogativas, y lo que peor era, hizo a muchos apostatar con halagos y dádivas, y a otros con fuerza y con tormentos.
En tiempo de este rey, y en el vizcondado de Áger, que el abad Juan de Valclara que después fue obispo de Gerona, llama Montes Agerenses, vivía un caballero llamado Aspidio, el cual era señor de aquella tierra: este se levantó con ella y tomó armas contra del rey, que envió contra de él sus ejércitos, y le venció y prendió a su mujer e hijos y se los llevó cautivos, sin decir a dónde; y la tierra quedó confiscada, con todas las riquezas y tesoros que tenía; y después el rey tomó algún concierto con él y le volvió la tierra que le había quitado, con alguna mayor sujecion, asegurándose que le sería bueno y fiel vasallo. El abad Viclarense, que cuenta esto, le llama senior, y Morales y Mariana se detienen mucho en declarar esta palabra senior; pero como en los Usajes de este principado de Cataluña es tan usada, nadie hay en él que ignore su significación.
Las demás cosas de este rey dejo, como ajenas de mi instituto, por haber muchos que las tratan: solo diré que murió católico, que no fue poca dicha para él, y que mostró grande arrepentimiento de haber sido arriano y perseguido a los católicos; y en señal de esto, mandó alzar el destierro a san Leandro, y que Recaredo, su hijo, estuviese a consejo de él y de san Fulgencio, sus tíos: y esta fue la mayor riqueza que le pudo dejar, porque con tales consejeros, salió muy católico, justo y buen príncipe, como diremos después. Murió Leovigildo, miércoles a 2 de abril, día de santa Teodosia, al amanecer, año de 587, y quedó sepultado en Toledo, en santa María la Vieja.
Había sido grande la persecución de los católicos en tiempo de los reyes pasados, que casi todos habían sido arrianos. Entró la herejía en ellos de esta manera: cuando vinieron a las tierras del imperio, pidieron al emperador Valente, hereje arriano, obispos y maestros que les enseñasen la doctrina cristiana y bautizasen; y el mal emperador, en vez de darles varones católicos, les dio maestros y prelados arrianos, y estos les inficionaron de manera, que casi toda aquella nación quedó manchada de esta herejía. No quedó el mal emperador sin pago de su maldad, porque, en una batalla que tuvo con los godos, fue vencido, y se retiró a una casa pajiza, donde se escondió, por no venir a poder de sus enemigos; pero ellos, que lo supieron, metieron fuego a la casa y lo quemaron vivo, el año de 382, llevando de esta manera el debido pago de haber engañado a aquella nación con la herejía arriana, que duró en ellos hasta este tiempo del rey Recaredo, hijo de Leovigildo, que, con los buenos consejeros y ayos que su padre le dejó, salió tan buen rey y tan católico, que pudo ser ejemplo y dechado de reyes. De él y de sus hechos tratan todos los historiadores, así eclesiásticos como seculares, y nunca acaban de engrandecer su religión, piedad y virtud. A instancia suya se juntó el concilio Toledano tercero, en que, entre otras cosas santas y buenas que se hicieron, fue condenar por mala y abjurar la herejía de Arrio, y confesar la fé católica. Celebráronse, sin este, en España otros concilios, y las cosas de los católicos hallaban gran favor en el rey, que después de haber reinado más de quince años, murió con universal dolor y sentimiento de todos los católicos, el año 601 de Cristo señor nuestro.
Liuva fue hijo de Recaredo y tomó el reino luego de muerto su padre, y le duró no más de un año, porque se levantó un caballero de gran linaje, llamado Viterico, y de pequeña conciencia: este le prendió y cortó una mano, y después le mató, habiéndóse ya alzado con el reino. Esto pasó el año de 604. Dicen que este rey se llamaba Liuva, y que era bastardo.
Viterico, después de muerto Liuva, quedó con el reino, y reinó con poca honra, y jamás quedó con victoria cumplida en las batallas que tuvo con los romanos, que aún perseveraban en querer ser señores de España. Reinó algunos siete años, y por los muchos desafueros y agravios que hizo a los suyos, le mataron el año de 609, y Tarragona batió moneda en honra suya.
Gundemaro vino después de Viterico: fue buen rey y muy católico, alcanzó algunas victorias de los romanos, y concedió que los malhechores que se acogiesen a las iglesias, quedasen seguros. Reinó solo dos años no cumplidos. Murió el de 612, según Morales, o 617, según otros.
Sisebuto fue sucesor de Gundemaro. Fue muy valeroso y alcanzó de los romanos algunas victorias, y edificó algunos templos, como el de santa Leocadia de Toledo, y otros. Sobre los años que duró su reinado y el que murió hay mucha discrepancia en los autores. Siguiendo a Illescas en su Pontifical, murió el año de 619, y después de haber ocho y medio años que reinaba. Morales dice haber muerto el año de 621.
Recaredo segundo, siendo niño, quedó, por muerte del padre, rey; pero no llegó su reinado a un año, porque murió al séptimo mes después del padre, y así algunos autores no lo ponen en el número de los reyes godos.
Suintila, el que vino después de Recaredo en el reino de los godos, fue hijo del otro rey Recaredo primero, y por la tiranía de Viterico y sucesión de Gundemaro, no pudo alcanzar el reino que le pertenecía, pero, por ser gran caballero y muy virtuoso, le tomó por yerno el rey Sisebuto y le hizo capitán general, y después, por muerte de Recaredo segundo, fue alzado por rey, y fue el primero que se vio señor y monarca de toda España, porque acabó de sacar del todo a los romanos. Dejó tres hijos: Rechimero, que le premurió, Sisenando y Chintila, que el uno tras del otro le fueron sucesores, aunque algunos no quieren que le fuesen hijos. Duróle el reino poco más de diez añosm porque murió el de 631.
Las costumbres del rey Suintila fueron tales, que obligaron a sus vasallos a desampararle y tomar por rey a Sisenando; y aunque al principio de su reinado tuvo algunas faltas, pero enmendado de ellas, fue buen rey y católico; y en su tiempo se congregó el cuarto concilio Toledano y después de haber reinado cinco años, murió el de Cristo 636.
Chintila fue muy buen rey y muy católico, y en su tiempo se celebraron el quinto y sexto concilios Toledanos. Floreció en su tiempo la virtud, porque había muchos obispos santos; reinó cuatro años poco más o menos, y murió el de 640.
Después de Chintila eligieron los godos por rey a Tulga, caballero muy principal y virtuoso: fue muy católico, y el reino le duró solo dos años, y murió antes de entrar al tercero, en el de 642, o de 640, según opinión de otros.
Chindasvinto, valiéndose de los medios que le fueron más a propósito, no reparando en si eran lícitos o no, fue elegido rey de los godos, y con violencia tomó posesión del reino; pero sentado en el solio real, fue muy católico y virtuoso, y muy celoso de la honra de Dios. Celebróse en su tiempo el concilio Toledano séptimo, y por su diligencia se halló el libro de los Morales de san Gregorio sobre Job. Tomó por compañero y sucesor en el reino a Recesvinto, su hijo; fue su reinado muy pacífico, sin rastro de guerras ni herejías, y duró diez años, y murió el de 652, o 650, según otros.
Recesvinto, hijo del precedente, quedó en el reino. Fueron tantas sus virtudes y cristiandad, que no acaban nunca los historiadores de decir bien de él; y como mi intento solo es dar noticia de los señores de los pueblos ilergetes y condado de Urgel, lo dejo, remitiéndome a los autores que cita Gerónimo Pujades, que hablan de este buen rey. Dejó un hijo llamado Teodofredo, a quien el mal rey Vitiza mandó quitar los ojos; y fuera más útil a España que le mandara quitar la vida, porque no engendrara a sus dos hijos Acosta y Rodrigo (Roderico), que fueron los que por sus vicios, negligencias y pecados perdieron nuestra España. Reinó diez y ocho años, y murió el de 672. Celebráronse en su tiempo muchos concilios.

Continuando la sucesión de los obispos de Urgel, después de san Justo que, como queda dicho, murió el año de 546, le hallo sucesor a Simplicio, de quien hallo memoria y firma en tres concilios en que asistió; estos fueron el Toledano tercero que, según parece, se celebró el año 589, en el cuarto año del rey Recaredo, era de 627. Asistieron a este concilio sesenta y tres obispos y cinco procuradores de otros tantos ausentes, y en él se ordenaron muchas cosas santas y buenas; y abjuraron la herejía de Arrio, como refieren largamente el doctor Padilla, Morales y otros que hacen larga memoria de lo que pasó en este sagrado concilio. Asistió al de Zaragoza, celebrado en el sexto año del reinado de Recaredo, siendo pontífice el papa Gregorio, año 630 de la era de César, que corresponde al de 592 del Señor. Los cánones que de este concilio se hallan son tres: en el primero dispone cómo han de vivir los clérigos que, dejada la herejía de Arrio, se convierten a la fé católica; en el segundo que se denuncien las reliquias de los arrianos muertos, que entre ellos eran venerados por santos, para que sean quemadas; en el tercero que las iglesias de los arrianos sean de nuevo consagradas por los obispos católicos. Asistió también a otro concilio que se celebró en Barcelona en el año catorce del rey Recaredo, era 637, que es el año de Cristo 599. En él se ordenaron cuatro cánones: el primero que por la celebración de las órdenes no pidan ni reciban nada los obispos; el segundo, que ni por la crisma se da para bautizar se reciba nada; el tercero da forma en nombrar y elegir los obispos; el cuarto pone penas a los que dejaren el hábito de la religión, y contra las mujeres que quedaren en poder de los que las violentaron. Este es el segundo de los concilios celebrados en aquella ciudad. En la iglesia de Urgel está notado que fue diez y seis años obispo.
Sucesor de Simplicio fue Pompedio. La memoria que hallo de este prelado fue que asistió y firmó en el concilio Egarense, celebrado en Cataluña en la ciudad de Egara, que está junto a la villa de Terrasa, en que firmaron doce obispos, y entre ellos Pompedio; y aunque en la firma no diga de dónde era obispo, pero Marco Máximo, obispo de Zaragoza, en sus fragmentos históricos, que continúan la historia de Flavio Dextro, en el año 614, hablando de este concilio dice ser Pompedio obispo de Urgel.
Ranario o Ranurio es el obispo que hallo después del precedente. Este asistió y firmó en el concilio Toledano cuarto, celebrado el año de 633, que fue el tercero del rey Sisenando y undécimo del papa Honorio: este fue el más señalado de cuantos concilios se han celebrado en España, en que concurrieron setenta y dos obispos y siete procuradores de otros tantos ausentes. Lo que pasó en él escriben el doctor Padilla y otros que hacen larga relación de este concilio.
Maurelio asistió al concilio octavo Toledano que se juntó en tiempo del rey Recesvinto, en el año 653 de Cristo nuestro señor. Halláronse en él cincuenta y dos obispos, doce abades y otras dignidades, diez vicarios de obispos ausentes y diez y seis varones ilustres. Asistió también al concilio Toledano nono, celebrado el año 655 del Señor y séptimo del rey Recesvinto, al que asistieron, diez y seis obispos, nueve abades y cuatro varones ilustres. De lo que pasó en ellos hacen larga memoria los autores citados.
En tiempo de estos reyes se usaba en España señalar los católicos sus iglesias, por diferenciarlas de las de los arrianos, porque en un mismo tiempo y pueblo había iglesias de los unos y de los otros; y no solo señalaban los templos, más aún sepulcros, edificios, pilas de agua bendita y todo lo demás les parecía, para que se supiesen cuyas eran las tales cosas. El señal era una cruz, y bajo las dos letras alpha y omega, que son la primera y la prostera del alfabeto griego, en esta forma, A+Ω, y en algunas partes de otra, esto es, que hacían la cifra antigua del lábaro, que significaba el nombre de Cristo, que era una X y en medio de ella una P, (como una espada) de esta manera: *figura de donde quedó el uso de escribir Cristo Xps., y al lado de la cifra ponían el alfa y omega de esta manera: A-X(la P atraviesa la X)-Ω; y esta costumbre se continuó muchos años aún después de la venida de los moros a España, y se observó en los autos y escrituras públicas en el principio, antes de las primeras letras, y por haber sido esta muy común, es bien se sepa el principio de ella.
Mayor herejía de Arrio fue quitar a Jesucristo nuestro señor la igualdad que en la divinidad tiene con el Padre eterno, y hacerlo a él inferior en todo: por esto quien quería mostrar que no seguía este error, sino la doctrina católica, representando a nuestro redentor Jesucristo por la cruz o por la cifra de la X de la P, confesaba también su entera divinidad igual con la del Padre, poniendo aquellas dos letras griegas a y Ω, por las cuales, en el Apocalipsis, se nos enseña la verdadera divinidad de Jesucristo nuestro redentor. Presupuesto que estas dos letras son la primera y postrera del alfabeto griego, dice allí en el Apocalipis nuestro señor Jesucristo de si mismo, por boca del apóstol san Juan: Yo soy alpha y omega; y declarólo más, añadiendo principio y fin, que es atributo y propiedad de la divinidad de Dios, que no puede competir sino a quien es verdadero y enteramente Dios, pues otro no puede ser principio y fin de todas las cosas. Por esta causa los católicos de estos tiempos, por darse a conocer y diferenciarse de los arrianos, se señalaban con este blasón de la alpha y omega como firme testimonio de su verdadera fé, porque un arriano no confesara esto de Jesucristo nuestro señor. Este uso de este católico blasón hallamos venir de más atrás, pues en las monedas del emperador Majencio y de su hermano Decencio está esculpido, como lo notan don Antonio Agustín y Guillermo Coul en sus libros de medallas. Estos dos hermanos se levantaron con el imperio contra Constancio, habiendo muerto el emperador Constante, su hermano: y porque Constancio era muy arriano, ellos quisieron dar a entender de si como eran católicos, y por esto pusieron en sus monedas y banderas la cifra de la X y de la P, que son las dos primeras letras con que en griego se escribe el nombre de Cristo señor nuestro, (XP pronunciado jristós), añadiendo a los dos lados la alpha y omega para confesar su verdadera divinidad igual con la del padre; y con esto llamaban a los católicos para que les siguiesen, mostrando que ellos lo eran. En Cataluña he observado muchos edificios antiguos con esta santa señal; en Barcelona se ve sobre la puerta más principal de San Pablo y en la inscripción o epitafio del sepulcro de Vifredo, conde de Barcelona, que está en aquella iglesia, el cual trae el doctor Pujades en su historia, lib. tercero, cap. 89. Está al principio del epitafio y al fin de él, para denotar cuán católico fue aquel príncipe. En Lérida, en la puerta de San Berenguer o del castillo, en la iglesia Mayor, en la piedra de ella está también grabado, así como también en el real monasterio de Poblet, sobre la puerta más principal; y en el monasterio de San Miguel de Escornalbou (escorná al bou, descornar al toro o buey) en el campo de Tarragona, hasta en las pilas del agua bendita lo ponían, como lo vemos hoy en San Justo de Barcelona, en una pila que está a la mano derecha de los que entran por el portal mayor de aquella iglesia. Pues de los edificios que se hallan en Castilla y sepulcros no digo nada, por haberlo trabajado muy bien el maestro Ambrosio de Morales, en su historia, de quien se ha sacado casi todo este discurso.
Wamba, e quien el vulgo llama Bamba, fue nombrado rey de los godos, después de Recesvinto: sus cosas, así en orden a los cuentos del vulgo, como a la verdad de sus hechos, cuentan Gerónimo Pujades y otros que él alega; lo cierto es que fue nombrado rey con consentimiento de todos los godos, y era tanta su modestia, que ni el aplauso universal y deseo de todos le obligaban a tomar el reino, hasta que un godo, con gran valor, le amenazó de muerte si no consentía a la voluntad de todos; y así le aceptó estando en la ciudad de Toledo, veinte días después de muerto el rey su antecesor. En su coronación se vieron señales extraordinarias: de encima la cabeza del rey salió un vapor
como de humo, a modo de coluna que subia hacia el cielo, y tras este voló una abeja también hacia arriba, habiendo salido de la cabeza del rey: indicios ciertos de la suavidad y buen gobierno que había de tener el nuevo rey, y así lo sintieron todos los que lo vieron. Paulo, mal vasallo suyo, se le rebeló, y los moros de África, con armada poderosa embistieron a España; pero a todos resistió el rey, y con dicha acabó la guerra, quemando los navíos a los moros, y dando a Paulo con benignidad el castigo merecido por infidelidad y atrevimiento.
Había muy a menudo entre los obispos de España diferencias sobre los límites de sus obispados, y en averiguación de ellos gastaba lo más del tiempo el buen rey Wamba, que, sobre esto, se tomase regla cierta y se atacasen las discordias. La instancia del rey fue eficaz y se hizo la división (hitación, de hitos; fita, fites); y dejada la de los otros obispados, diré solo como a la metrópoli de Tarragona asignaron por sufragáneos los obispados de Urgel, Lérida y Huesca, así como antes lo eran, y los límites de estos tres obispados se designaron de esta manera:
Urgel, desde Aurata hasta Nasona, y de Mucanera hasta Vals.
Lérida, desde Nasona hasta Fuente Sala, y de Lora hasta Mata.
Huesca, desde Esplana hasta Cobello, y des Esperle hasta *Ribera.
Qué términos fuesen estos y qué lugares, sería cosa dificultosa la averiguación de ellos, por ser los más poco *usados y casi desconocidos. Con esta división supo cada obispo lo que era suyo y lo que le tocaba y cesaron los pleitos, si algunos había; y con esto y algunos concilios que se juntaron, quedó el estado eclesiástico muy obligado al rey, como a su amparo y protector que era. Ocupado el rey en estas cosas y otras del servicio de Dios y bien de sus reinos, se levantó un conde llamado Ervigio, que era primo hermano del rey Chindasvinto y codicioso de reinar, tuvo traza como dar al rey ponzoña, que no le hizo otro daño más de quitarle la memoria; y conociendo Wamba que aquel accidente mal podría cumplir las obligaciones del reino y se t dejé a los grandes la administración del reino y se recogió a un monasterio del orden de san Benito, donde vivió siete años y tres meses, sirviendo a Dios nuestro señor, que es el verdadero reinar, después de haber tenido el reino de los godos nueve años, un mes y catorce días, que acabaron el año de 681.
Flavio Ervigio, que dio el veneno a Wamba, sucedió en el reino, ora sea porque el rey se lo diese, ora porque él por fuerza se lo tomase. Era Ervigio hijo de una hermana del rey Chindasvinto, de quien había quedado un hijo; pero no fue rey, porque entre los godos el reino no se heredaba por sangre, sino que se daba por elección, aunque a la postre vino a ser hereditario. El favor y poder de Ervigio era mayor que el del hijo del rey Chindasvinto, y, por mejor asegurarse de los deudos de Wamba, casó una hija que tenía con Egica, primo hermano del rey Wamba. Fue este rey muy católico y bueno, aunque no lo fueron los medios por donde le vino el reino. En su tiempo hubo en España mucha hambre; reinó quince años, y murió el de 688.
Egica, primo del rey Wamba, fue sin contradicción alguna rey de España. En él se enfrió la virtud y religión de los reyes godos. En el comienzo de su reinado echó de si a la reina su mujer; fue muy enemigo de su sangre, y desterró al duque Favila, padre que fue del infante don Pelayo, a la ciudad de Tuy, donde vivía también Vitiza, hijo del rey, y tal o peor que él, el cual trabó un día razones con el duque, y le dio con un palo que llevaba en la cabeza, y murió del golpe. Murió Egica el año 702, después de haber reinado trece años.
Vitiza, hijo de Egica, fue rey de los godos, que así como más se iban acercando a su fin, tanto más iba desfalleciendo y menguando la antigua nobleza y valor; y si el padre fue malo, Vitiza fue peor: al principio dio muestras de bueno, mas presto descubrió los vicios y maldades que en el corazón tenía encubiertos. Desterró de sus reinos al infante don Pelayo, y tomó públicamente muchas mancebas, permitiéndolo con ley a sus vasallos. A los clérigos no solo dio licencia para casarse; mas con violencia les obligaba a ello (casato capat; casado o capado). Quitó el obispado de Toledo a Sinderedo, a quien el arzobispo don Rodrigo llama varón claro en el estudio de santidad, y puso en su lugar un hermano o hijo suyo, llamado Opas, para que acabase de corromper a los eclesiásticos, así como él había corrompido a los laicos. Procuró haber a las manos a Teodofredo, hijo del rey Recesvinto y padre de Acosta y de Rodrigo, y le quitó los ojos: a los hijos no lo pudo, porque se dieron cobro. Por estas y otras muchas maldades vino a ser aborrecido de todos, y con esto tuvo Rodrigo buena ocasión de alzarse contra él y sacarlo del reino. Quedó Vitiza preso, y Rodrigo le quitó los ojos, así como él los había quitado a su padre, y le envió a Córdoba, donde acabó sus días. Dejó dos hijos, que después, juntados con los moros, ayudaron a la destrucción de España. Reinó nueve años, y murió el de 711.

Continuando los obispos de Urgel que lo fueron por estos tiempos, hallo después memoria de Teuderico, a quien llaman algunos episcopologios, segundo; pero esto no lo afirmo, porque no ha venido a mí noticia el primero. De este pelado hallo que en el concilio Toledano décimotercio, celebrado el año de 683, siendo rey Ervigio, asistió Florencio, su vicario, que firmó por él. Juntáronse en este concilio cuarenta y ocho obispos, ocho abades, veinte y siete vicarios o procuradores de obispos ausentes, y veinte y seis condes o varones ilustres.
Celebróse en su tiempo el concilio décimoquinto Toledano, siendo rey Egica, el primer año de su reinado, que fue el del Señor 688. Asistieron en él sesenta y un obispos, doce entre abades y otras dignidades, y cinco vicarios de obispos ausentes, y entre ellos Florencio, presbítero, que firma por Teuderico, obispo de Urgel, y diez y siete condes.
Celebróse asímismo el décimosexto concilio Toledano, en el año de 693 y sexto del rey Egica, en que asistió nuestro obispo personalmente. Halláronse en él cincuenta y ocho obispos, cinco abades, tres vicarios de obispos ausentes, y diez y seis entre condes y varones ilustres de la casa y corte del rey. De lo que se ordenó en los concilios tratan
largamente el doctor Padilla, Morales y otros. Después de este año no hallo memoria de otros obispos, y los hubo, cierto, que con su rebaño se retiraron a lo más áspero de los Pirineos, donde jamás faltaron cristianos y templos en que se celebró misa, que, por ser tierra tan áspera se pudieron allá conservar muchos años.

domingo, 26 de julio de 2020

ÍNDICE , tomo primero, Historia Condes Urgel

ÍNDICE
de los capítulos que contiene este tomo primero de la Historia de los condes de Urgel.
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Razón de la Obra.
Capítulo I.- Ed que se describen los pueblos ilergetes.
II. - En que se describe el condado de Urgel.
III. - De las etímologias del nombre de Urgel, y de la ciudad de Balaguer y de su fundación.
IV. - De los primeros pobladores de España, hasta la seca de ella.
V. - Vienen diversas gentes a España, llamadas de las grandes riquezas que descubrieron los incendios de los montes Pirineos, y lo que padecieron los naturales de ella.
VI. - De la venida de los cartagineses a España.
VII. - De la venida de los romanos: sucesos y guerras entre ellos y los cartagineses.
VIII. - De lo que hicieron los romanos en España hasta llegar a los pueblos ilergetes.
IX. - De cómo Asdrúbal llegó a los pueblos ilergetes, y de lo que hizo en ellos.
X. - De los hermanos Mandonio e Indíbil, príncipes de los ilergetes, y de los sucesos tuvieron con Neyo Scipion.
XI. - Varios sucesos de los romanos y cartagineses en España: cóbranse los rehenes que estaban en poder de los cartagineses, y otras cosas notables que acontecieron en ella, y muerte de los Scipiones.
XII. - De la venida de Publio Scipion y presa de Cartagena, y de lo que pasó con las hijas de Indíbil y la mujer de Mandonio, grandes señores de los pueblos ilergeles.
Xill. - De cómo Scipion dio libertad a la mujer e hijas de Mandonio e Indíbil, y de la oración que hizo Indíbil delante de Scipion.
XIV. - De la enfermedad de Scipion, y de cómo Mandonio e Indíbil quisieron echar a los romanos de España.
XV. - De las paces que después de vencidos hicieron Mandonio e Indíbil con Scipion, y de su vuelta a Roma.
XVI. - De cómo Mandonio e Indíbil se volvieron otra vez a levantar, y de la muerte de los dos.
XVII. - Del estado de las cosas de España después de muertos Mandonio e Indíbil, y de Belistágenes, príncipe de los ilergetes.
XVIII. - Estado de las cosas de España, y de los gobernadores que vinieron a ella: presa de Corbins y Arbeca, pueblos ilergetes.
XIX. - De la venida de los cimbrios a España, y del uso de las cimeras que de ellos ha quedado.
XX. - De la venida y hechos de Quinto Sertorio; favores y mercedes que hizo a los españoles, y fundación de un estudio general que hizo en los pueblos ilergetes, en la ciudad de Huesca, y del provecho que dio. (Universidad Sertoriana)
XXI. - Del lenguaje se usaba en España en estos tiempos, y de las cosas que hizo Sertorio hasta su muerte.
XXII. - De lo que hizo Pompeyo en España, y principio de las guerras civiles entre él y Julio César.
XXIII. - Toma César la montaña de Gardeny, junto a Lérida; hácese fuerte en ella, y queda señor de la campaña.
XXIV. - De las incomodidades que tuvo César, lluvias y hambre que hubo mientras estaba sobre Lérida, barcos que mandó labrar para pasar el Segre, y asedio que puso a la ciudad .
XXV. - César va en seguimiento de los pompeyanos, y no para hasta haber vencido a Petreyo y Afranio, sus capitanes.
XXVI. - César, vencidos Afranio y Petreyo, se vino a Lérida, y le quitó el nombre que le habían sobrepuesto, y le volvió el antiguo; y de los sucesos de España hasta la venida del Hijo de Dios al mundo.
XXVII. - Nace Cristo Señor nuestro. Herodes es desterrado a Lérida. Muere Herodías en Segre, y cuántos Herodes ha habido.
XXVIII.- Viene el apóstol Santiago a España, y predica en los pueblos ilergetes: memorias que hay de esta venida, y otros sucesos hasta la muerte del emperador C. Calígula.
- Del imperio de Claudio; venida de los apóstoles san Pedro y san Pablo a España, y cosas notables acontecidas en los pueblos ilergetes hasta la muerte del emperador.
XXIX. - Descúbrense en el Monte Santo de Granada las reliquias y libros de san Tesifonte y de otros santos, discípulos del apóstol Santiago.
XXX. - De la sentencia que dieron el arzobispo de Granada y las personas que juntó para ello, sobre la verdad y certidumbre de estas santas reliquias.
XXXI.- De la venida y predicación de san Saturnino al condado de Ribagorza, y de los apostóles san Pedro y san Pablo a España, y fundación de Fraga en los pueblos ilergetes, y demás sucesos de ellos, hasta la muerte del emperador Domiciano.
XXXII.- Del imperio de Nerva, y de los demás emperadores hasta Diocleciano y Maximiano, y sucesos de los pueblos ilergetes.
XXXIII.- Del imperio de Constantino Magno; cómo lo dividió entre sus hijos, y de los demás emperadores hasta Arcadio y Honorio, y venida de las naciones bárbaras a España.
XXXIV. - Entran los godos en España, y de los reyes que hubo de aquella nación hasta Amalarico; y de san Justo, obispo de Urgel.
XXXV. - Del rey godo Teudio, y del concilio que se celebró en su tiempo en la ciudad de Lérida, de los pueblos ilergetes.
XXXVI. - De los obispos ha habido en Lérida y Huesca, ciudades principales de los pueblos ilergetes.
XXXVII. - De los obispos de Lérida que fueron después de la pérdida de España, hasta el año 1433, en que murió don Jaime de Aragón, último de los condes de Urgel.
XXXVIII. - De los obispos de Huesca, desde el primero de ellos, hasta don Hugo de Urries, que lo era cuando murió don Jaime de Aragón, último conde de Urgel.
XXXIX. - Prosigue la historia de los reyes godos, desde Teudiselo hasta Recesvinto, y los obispos de Urgel que hubo en este tiempo.
XL. - De los últimos reyes godos, y de la pérdida de España.
XLI.- Del estado en que quedaron las cosas en Cataluña. Venida de algunas familias ilustres, y muerte de Otger Catalon.
XLII.- Dapifer de Moncada, por muerte de Otger, es capitán de los catalanes, y venida de Carlo Magno a Cataluña.
XLIII. - De la creación del título de conde de Barcelona, de Urgel, vizconde de Ager y otros.
XLIV.- De Armengol de Moncada, primer conde de Urgel, y vida de san Hermenegildo, de quien deriva este nombre. - De cómo el nombre de san Hermenegildo fue muy recibido en España, y de los muchos nombres que de este se han formado. - Prosíguense los hechos que se saben de Armengol de Moncada.
XLV. - De Sunyer, segundo conde de Urgel.
XLVI. - De la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.
XLVII. - Que contiene la vida de Armengol de Córdoba, cuarto conde de Urgel.
XLVIII. - De Armengol, el Peregrino, quinto conde de Urgel.
XLIX.- De Armengol de Barbastro, sexto conde de Urgel.
L. - Que contiene la vida de Armengol de Gerp, séptimo conde de Urgel. - De la conquista de Balaguer, y descripción de aquella villa.
LI. - En que se escribe la vida de Armengol de Moyeruca, octavo conde de Urgel.
LII. - De Armengol de Castilla, nono conde de Urgel. - Privilegio que dio a la ciudad de Balaguer, en que hace francos en alodio todos sus términos. - Conquista de la ciudad de Almería, y todo lo demás que se sabe de este conde de Urgel, hasta su muerte.
LIII. - que trata de Armengol de Valencia, décimo conde de. Urgel.- De la donación que hizo el rey don Fernando de León al conde Armengol, de los lugares de Almenarilla y Santa Cruz. - Principio del sagrado orden Premostratense, y de un monasterio que edificaron de él los condes de Urgel en su condado. - De la muerte, hijos y testamento del conde.
LIV. - Que contiene la vida de Armengol, octavo de este nombre, y undécimo conde de Urgel.- De cómo el conde Armengol volvió en gracia del rey, so casamiento, y disgustos con Ponce de Cabrera. - Del casamiento del conde, muerte y testamento suyo.
LV. - Que contiene la vida de don Guerau de Cabrera, conde de Urgel. - Pretende don Guerau pertenecerle el condado de Urgel, y con mano armada se pone en posesión de él. - Doña Elvira casa con Guillen de Cervera.- De algunas memorias y testamento de esta señora y de su marido. - Acomete don Guerau el condado de Urgel, quítaselo el rey, y sucede la famosa batalla de Ubeda. - De las cosas que sucedieron en Cataluña durante la menor edad de él, y cómo el vizconde don Guerau con armas se apoderó del condado de Urgel. - El vizconde se reconcilia con el rey; doña Aurembiaix, hija del conde don Armengol, le pide el condado de Urgel. - De la donación que la condesa doña Aurembiaix hizo al rey de la ciudad de Lérida, y del pleito entre la condesa y el vizconde don Guerau.
- Continúa el pleito con la condesa y el vizconde, y de lo que se declaró, y cómo el rey tenía algunos lugares del condado de Urgel. - Cuéntase la presa de la ciudad de Balaguer, y de los ingenios y máquinas de guerra que usaban en aquellos tiempos.
- Prosigue la presa de la ciudad de Balaguer. - De la muerte del vizconde de Cabrera, de su linaje y sucesión.
LVI. - Que trata de la vida de Aurembiaix, XIII condesa de Urgel. - De los casamientos se trataron a la condesa, y de que solo tuvo efecto el del infante don Pedro de Portugal.
- De lo que hizo el infante don Pedro después de renunciado el condado de Urgel, hasta que murió.
LVII.- Vida de don Ponce de Cabrera, XIV conde de Urgel.- Pretende el conde don Ponce tocarle el condado de Urgel, y mueve guerra al rey. - De la concordia hicieron el rey y el vizconde sobre el condado de Urgel.
LVIII. - De don Álvaro de Cabrera, XV conde de Urgel y vizconde de Ager. - Venida de don Álvaro, y cómo por muerte de su hermano heredó de su padre. - Del pleito que se movió entre el conde don Álvaro y doña Constanza, su mujer, sobre la validez de su matrimonio.
- De lo que hizo doña Cecilia de Foix después que el conde volvió con doña Constanza de Moncada; y de lo que declararon los obispos de Francia.

Fin del índice.