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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro cuarto

LIBRO
CUARTO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE
NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.

Capítulo primero. Como el
Rey fue declarado sucesor en las tierras de Ahones, y que don
Fernando se alzó con Bolea, y de las ciudades que le siguieron.


Con la desastrada muerte de don Pedro Ahones quedó casi
postrada del todo la desvergonzada liga y engañosa machina que fue
contra el Rey por sus más propincuos deudos y allegados fabricada.
La cual puesto que el Conde don Sancho la puso primero en campo: y
después la encaró Ahones para que fuese certera, don Fernando fue
el atrevido que osó dispararla (
desparalla).
Mas aunque fue mayor la estampida que el golpe, y más presto tentada
la paciencia Real que vencido su valor, y magnanimidad, no por eso
dejó de haber para los tres, por el atrevimiento, su merecido
castigo y debida pena. Pues ni el Conde don Sancho osó más parecer
ante el Rey en Corte: ni Ahones se escapó de venir a morir en las
manos del Rey: ni en fin don Fernando (que sin duda fuera más
castigado que todos, si el parentesco Real no le librara) pudo pasar
más de la vida quieta, sino con sobresalto y mengua. Pues ni se le
permitió jamás dejar el hábito, ni la dignidad que tenía para
pasar a otra mayor, ni por sus pretensiones del Rey no haber ninguna
otra recompensa. Puesto que por la benignidad del Rey, ni fue echado
de su consejo real, ni jamás privado de su conversación y secretos:
prefiriendo siempre la persona y autoridad de él a la de todos: no
embargante, que por lo que agora y a delante veremos, siempre le fue
don Fernando por su innata inquietud e insolencia, una perpetua
ocasión y ejercicio de magnanimidad y paciencia. Muerto pues Ahones,
y llevado por el mismo Rey a sepultar a Daroca, como no quedase
legítimo heredero de él, declaró el consejo real que en todos sus
señoríos y tierras sucedía el Rey, y que a esta causa fuese luego
a tomar posesión de Bolea villa principal y vecina a Huesca, la
cual por ella sucesión ab intestato le pervenía, y que se hiciese
luego prestar los homenajes, antes que la mujer de Ahones, o el
Obispo de Zaragoza don Sancho hermano del muerto, se alzasen con ella
y le pusiesen gente de guarnición para defenderla: y que podía ser
lo mismo de los dos Reynos de Sobrarbe y Ribagorza: por haberlos
tenido Ahones mucho tiempo en rehenes, por una gran suma de dinero,
que había prestado al Rey don Pedro para la jornada de Vbeda: y
también por el derecho de ciertas caballerías de honor, que por
servicio se le debían. Conformaron todos en que luego fuese el Rey a
tomar posesión de ellos. Al cual pareció lo mesmo, y que sería muy
gran descuido suyo, perder estos reynos, haciendo merced a otri
dellos, antes de tener los demás estados suyos pacíficos:
mayormente por encerrarse en ellos muchas villas y lugares con cuya
confianza Ahones había tomado alas y orgullo para
rebelársele.
Por esto determinó de no más enajenarlos por empeños, ni otras
necesidades sino que volviesen a
encorporarse
en el patrimonio Real para siempre. Señaladamente, por haber visto
en las cortes que tuvo poco antes en estos Reynos, la mucha calidad e
importancia de ellos. Con este fin junto alguna gente de a caballo de
poco número: porque a la verdad pensaba que Bolea se le entregaría,
sin resistencia alguna. Y así fue para ella, enviando delante
algunos caballeros para que tentasen los ánimos de los de Bolea, y
se asegurasen de la entrada. Pero le sucedió (sucediole) muy al
contrario de lo que pensaba. Porque don Fernando que nunca reposaba,
sabida la muerte de Ahones, luego sospechó lo que el Rey haría, y
con gran número de gente y copia de vituallas, se metió en la
villa, confiado de que apoderado de esta, y no hallándose otro
legítimo heredero de Ahones, no solo se haría señor de todas sus
villas y lugares con los dos Reynos arriba dichos, pero aun los haría
rebelar contra el Rey, y esto con el favor del mismo Obispo de
Zaragoza, que podía mucho, y deseaba en gran manera vengar la muerte
de Ahones su hermano. También por lo mucho que confiaba en el poder
de los Moncadas, y de otros señores y barones de Aragón y Cataluña
a quien el Rey había ofendido, y él con muchas dádivas y otros
medios obligado a que le siguiesen. Pudo tanto con esto, que no solo
a los de Bolea, pero aun a la gente de los dos reynos pervirtió de
manera, que se ofrecieron a servirle y seguirle contra cualquiera.
Como el Rey llegase a Bolea, y la hallase muy puesta en defensa, y a
la devoción de don Fernando que estaba dentro, determinó pasar
adelante, y apoderarse de los principales lugares y fuerzas de los
dos reynos, con fin de romperla contra don Fernando. Sabido esto por
don Fernando, de muy amargo y sentido por la muerte de Ahones, y
mucho más por temerse, de que siendo él igual y mayor en la culpa,
no fuese lo mismo de él: propuso de hacer rostro al Rey con abierta
guerra: tanto que osó decir en público, no pararía un punto hasta
que lo hubiese echado del Reyno. Lo cual pensaba él acabar
fácilmente, por tener en poco al Rey así por su poca edad y
experiencia, como por los muchos y muy principales amigos, que en la
gobernación pasada él había granjeado, y sabía que no le habían
de faltar. Por donde le fue muy fácil traer apliego la común
rebelión de los de Zaragoza, con los demás pueblos grandes del
reyno, excepto Calatayud (como dice la historia del Rey) y otros
también escriben de Albarracín y Teruel que fueron fieles. mas no
se contentó con lo de Aragón don Fernando, que tambien escribió al
Vizconde don Guillé de Moncada en Cataluña, que de la guerra pasada
quedaba muy escocido contra el Rey: para que con la más gente que
pudiese viniese luego, y no perdiese tan buena ocasión para vengarse
de lo pasado. De suerte que el Vizconde solicitado del intrínseco
odio y temor que al Rey tenía, no dejó de intentar cuanto contra su
real persona se le ofrecía, en que podelle ofender.




Capítulo II. De la
venida del Vizconde de Cardona en favor del Rey, y de los extremos
que hacía el Obispo de Zaragoza por vengar la muerte de Ahones, y de
la matanza que don Blasco hizo en los zaragozanos.

Sabido por
el Rey lo que pasaba, y que don Fernando se ponía muy de veras
contra él en esta guerra, dejó la del monte, y descendió con su
ejercito que ya iba creciendo a lo llano a la villa de Almudévar, de
donde pasó a Pertusa en el territorio de Huesca. En esta sazón el
Vizconde don
Ramón Folch de Cardona sabida la necesidad y
trabajo en que el Rey estaba, y la junta de gente que el Vizconde de
Bearne con los suyos hacían, para ir a favorecer a don Fernando
contra el Rey, junto con don Guillen Ramón de Cardona su hermano,
una muy escogida banda de hasta 60 hombres de armas. Y partido para
Aragón llegó primero que todos los demás socorros que vinieron, a
los contornos de Zaragoza, donde halló al Rey, al cual se ofreció
con todo su poder y gente para servirle hasta morir en su defensa.
Esta venida del Vizconde con tan principal socorro fue tenida en
mucho por el Rey, así por ser tan a tiempo, como porque con su
autoridad y ejemplo el Vizconde movió a muchos en Cataluña para
seguir y favorecer la parcialidad Real: lo mandó (mandolo) alojar
con toda su gente muy principalmente: y pues se halló con tan buen
cuerpo de guarda, mandó a don Blasco de Alagón, y a don Artal de
Luna fuesen con una compañía de infantería, y una banda de
caballos a hacer guarda en la villa de Alagón contra los
Zaragozanos, que por no haberlos seguido juraron de saquearla:
quedándose con el Rey don Atho de Foces, don Rodrigo Lizana, don
Ladrón, y el Vizconde con su gente. A vueltas de todo esto, el
Obispo de Zaragoza había juntado gran número de soldados de los que
habían quedado de Ahones su hermano, y estaba tan puesto en la
venganza de su muerte, que sin acordarse de su dignidad Pontifical,
ni del respeto que a su Rey debía, demás del escándalo y mal
ejemplo que de si daba, salió a puesta de Sol de Zaragoza
con su
ejército, y marchando toda la noche llegó a la villa de Alcubierre,
la cual por no haber querido poco antes, siendo requerida, juntarse
con los de Zaragoza contra el Rey, la dio a saco: y por ser en tiempo
santo de la cuaresma, para quitar de escrúpulo a sus soldados, decía
voz en grito y con furiosa ira, que era tan santa y justa la
guerra que contra el Rey hacía como contra Turcos, y por tanto
absolvía, armado como estaba, a todos de la culpa y escrúpulo, que
por el saco hecho tenían, y por mucho más que hiciesen. Demás que
no solo afirmaba con pertinacia, que gente que se empleaba contra el
tirano por la salud y libertad de la Repub. podía sin escrúpulo
comer carne en los días prohibidos, pero aun prometía la celestial
gloria a cuantos en esta guerra le seguían. También por otra parte
los Zaragozanos por dar alguna muestra y señal de su mala liga y
rebelión contra el Rey salieron segunda vez para el Castellar, que
está cerca de Alagón, río en medio; el cual pasaron en barcos, y
puestos en celada, enviaron alguna gente delante, porque fuesen
vistos de los de Alagón, a efecto de que, saliendo sobre ellos, se
retirarían con buen orden, hasta traerlos a dar en la celada. Como
don Blasco y don Artal los vieron, sospechando lo que podía ser, se
detuvieron aquella tarde, y los Zaragozanos viendo que no salían a
ellos, se retiraron a la otra parte del río, por estar más
seguros. Dejando pues don Blasco alguna gente de guarda en la villa
salió a media noche con toda la caballería, y pasaron a Ebro con
poco estruendo en los mismos barcos, y al romper del alba, dieron
sobre los Zaragozanos, que los hallaron durmiendo, sin centinelas, y
bien descuidados: y de tal manera los persiguieron que entre muertos
y presos fueron trescientos, huyendo los demás. Esta victoria fue
para el Rey y los de su parcialidad muy alegre, porque se creyó que
todas las aldeas como miembros, entendiendo que la cabeza era
vencida, perderían el orgullo, y se rendirían más presto. Luego
vino el Rey a verse con los vencedores, para hacerles por ello las
gracias, y tratar sobre lo que harían.





Capítulo
III. De los aparatos de guerra que el Rey hacía, para el saco de
Ponciano, y cerco que puso sobre la villa de las Cellas, y como
fue presa.

En este medio que el Rey se detuvo en Pertusa,
distrito de Huesca, mandó armar diversos trabucos e instrumentos de
guerra, y asentarlos sobre los carros para llevarlos de una parte a
otra (aunque con grande dificultad, por ser la tierra fragosa) por lo
mucho que se había de valer de ellos en tan larga y porfiada guerra,
como se le aparejaba. A la cual se preparaba con tanto ánimo, que
como a uso de Vizcaínos, a más tormenta más vela, así cuanto más
crecían los enemigos y rebeldes, tanto más ensanchaba su pecho, y
se disponía a resistirles. Volviendo pues de Alagón para Pertusa, y
llevando consigo al Vizconde con los suyos y la demás gente de
guarda, de paso dieron asalto a la villa de Ponciano, que estaba por
don Fernando: la cual fue luego entrada y saqueada. De allí pasó a
la villa de las Cellas junto a Pertusa, y puso cerco sobre ella, y
aunque estaban la villa y fortaleza muy bastecidas de gente y
municiones, al tercero día que plantaron las máquinas y trabucos
hacia las partes más flacas del muro, y comenzaron a batirlas, el
Alcayde de la fortaleza vino a concierto con el Rey, que si dentro de
ocho días no le venía socorro, le entregaría la fortaleza con la
villa. Aceptó el rey el concierto, y un día antes que se cumpliese
el plazo, dejando allí su ejército, pasó con poca gente a Pertusa,
para dar prisa a juntar los Pertusanos con la Infantería de
Barbastro, y Beruegal que había mandado venir, para que el siguiente
día se hallasen todos en la presa de las Cellas.
En este mismo
punto que el Rey estaba rezando en la iglesia de Pertusa, vieron de
lejos venir hacia la villa al galope dos caballeros armados en blanco
por el camino de Zaragoza, y eran Peregrin
Atrogillo,
y su hermano don Gil. Llegados al Rey le avisaron como don Fernando y
don Pedro Cornel, con ejército formado de la gente de que Zaragoza y
Huesca, venía a más andar en ayuda de las Cellas, y no quedaban
lejos. Como esto entendió el Rey, luego se puso en orden, y se
partió con solos cuatro de a caballo para las Cellas. Mandando a los
Pertusanos con los de Barbastro y Beruegal le siguiesen. Llegado a
los alojamientos do habían quedado el Vizconde y don Guillen su
hermano, con don Rodrigo Lizana, que con todo el ejército no pasaban
de ochocientos hombres de armas, y mil y seiscientos Infantes,
determinó esperar con estos a don Fernando: ni temió los grandes
escuadrones de las ciudades, con ser cuatro tantos más que los
suyos, por más
empauesados
que viniesen, como se decía. Había entonces en el Consejo del Rey
un don Pedro Pomar, hombre anciano, y muy experimentado en cosas de
paz y guerra, el cual considerando el mucho poder del ejército de
don Fernando, que en número y bien armado excedía de mucho al del
Rey, según los caballeros que
truxeron
la nueua
lo
afirmaban
, y que la persona Real
estaba en muy grande y manifiesto peligro, le pareció (pareciole)
exhortar al Rey, mas le rogó que con gran presteza se subiese en un
monte alto, que estaba junto a la villa, adonde con la aspereza del
lugar defendiese su persona, hasta que llegase el socorro de los
pueblos que aguardaba. Al cual respondió el Rey animosa y
varonilmente, diciendo. Sabed don Pedro que yo soy el verdadero y
legítimo Rey de Aragón, y que tengo muy justo y legítimo Señorío
y mando sobre aquellos, que siendo mis verdaderos súbditos y
vasallos toman injustamente las armas contra mí, como esclavos que
se amotinan contra su señor. Por tanto confiando en la suprema
justicia de Dios, y que tengo ante su divina Majestad más
justificada mi causa que ellos, no dudo que con su divino favor podré
con los pocos que tengo, resistir y vencer el grande ejército de los
rebeldes y fementidos que viene contra mí, y así mi determinación
es hoy en este día, o tomar por fuerza de armas la villa, o morir
ante los muros de ella. Por eso vuestro consejo de fiel y prudente
amigo guardadlo (
guardaldo)
para otro tiempo, que aprovechará con más honra que agora. Como
acabó de decir esto, comenzó más animoso que nunca a instruir y
poner en orden los escuadrones, con tanta diligencia y valor, como si
ya estuvieran presentes, y le presentaran la batalla los enemigos:
los cuales, como ni pareciesen, ni llegasen, y el plazo fuese
cumplido, la villa con sus fortaleza se le entregó libremente, y fue
librada de saco.





Capítulo IIII
(IV). Como vino el Arzobispo de Tarragona a concertar al Rey con don
Fernando, y no pudo: y como los de Huesca con astucia hicieron venir
al Rey, y del gran trabajo en que se vio con ellos.

Tomada la
villa de las Cellas, y bien fortificada su fortaleza de gente y
municiones, el Rey se volvió a Pertusa, adonde poco antes era
llegado don Aspargo Arzobispo de Tarragona, hombre muy pío y sabio,
y (como dijimos) pariente del Rey muy cercano: el cual entendidas las
diferencias del Rey y don Fernando, de las cuales cada día se
seguían tan grandes novedades, daños, y divisiones de pueblos en
los dos Reynos: tanto, que ya en Cataluña se iba perdiendo autoridad
y obediencia del Rey, y cada uno vivía como quería, puso todas sus
fuerzas en apaciguar, y concordar tío con sobrino, por divertirlos
de tan escandalosa guerra como se hacían el uno al otro. Mas como el
odio estuviese en ellos tan encarnizado, por estar don Fernando tan
persuadido que había de reynar, cuanto el Rey determinado de no
perder un punto de su derecho, y posesión del Reyno, dexolos: y sin
acabar cosa alguna se volvió a Tarragona, a encomendarlo todo a
nuestro señor, y rogarle por
el estado de la paz. En este medio
los de Huesca que vieron perdidas las Cellas, comenzaron a apartarse
del bando de don Fernando, y a descubrirse entre ellos la parcialidad
del Rey, aunque más flaca que la de don Fernando: pero muchos
deseaban pasarse a ella, sino que con mañas prevalecía siempre la
contraria, porque don Fernando, en aquel poco tiempo que estuvo
recogido en el monasterio, o Abadía de Montaragon, junto a Huesca,
teniendo ojo a lo por venir, tenía corrompidos y atraídos a si los
de la ciudad con presentes, dádivas, y muy largas promesas. De
manera que en los ayuntamientos venciendo la parte mayor (como suele
ser) a la mejor, la de don Fernando prevalecía, y no se hacía más
de lo que él quería, por donde los desta parcialidad en nombre de
toda la ciudad, comenzaron con grande astucia a inventar contra el
Rey cosas nuevas. Porque entrando en consejo trataron engañosamente
con Martín Perexolo juez de la ciudad por el Rey puesto, y con los
de la parcialidad Real, que hiciesen saber al Rey como los de Huesca
le eran muy verdaderos súbditos y fieles vasallos, y deseaban mucho
viniese a verlos y tratarlos, que lo recibirían con grandísima
honra y aplauso del pueblo, y sin réplica harían por él cuanto
les mandase. Como el Rey entendió esto de los de Huesca, y tuviese
el ánimo fácil y sencillo para echar siempre las cosas a la mejor
parte, sin tener ninguna sospecha dellos, dejó el ejército
encomendado al Vizconde y acompañado de muy pocos, por no dar que
temer al pueblo, se partió para Huesca. Llegado a vista de ella le
salieron a recibir veynte ciudadanos de los más principales a la
ermita de las Salas: y como le recibieron con mucha honra y fiesta:
así también el Rey recogió a todos ellos con grande benignidad y
alegre rostro, y porque conociesen por cuan fieles súbditos los
tenía y los amaba, les habló con palabras muy amigables, y de tanta
llaneza como si fuera compañero entre ellos, y trayendo cabe si a
don Rodrigo Lizana, don Blasco Maza, Assalid Gudal, y Pelegrin Bolas,
principales caballeros de su consejo, entró en la ciudad. Por aquel
día el pueblo le recibió con tantos juegos y regocijo, que pareció
dar de si muy grandes indicios de fidelidad: pero en anochecer
tocaron al arma, y se vinieron a poner a las puertas de palacio, cien
hombres armados como en centinela, guardando y rondando por de fuera
el palacio toda la noche. Entendió el Rey lo que pasaba, y
considerando el grande peligro en que estaba, en siendo de día
disimuladamente, y con gran serenidad de rostro envió a llamar los
más principales de la ciudad, y mandó convocasen todo el consejo
allí en palacio, adonde dentro del patio, que era grande, concurrió
toda la ciudad y pueblo, y el Rey puesto a caballo, señalando
silencio, les habló desta manera.





Capítulo V.
Del razonamiento que el Rey hizo a los de Huesca, y como acometieron
de prendelle.

Hombres buenos de Huesca, no creo que ninguno de
vosotros ignora ser yo vuestro verdadero y legítimo Rey, y que poseo
y soy señor vuestro, y de vuestras haciendas por derecho de sucesión
y herencia. Porque xiiij. generaciones han pasado hasta hoy, que yo y
nuestros antepasados por recta linea poseemos el Reyno de Aragón.
Por lo cual, con la continuación de tan larga prescripción, se ha
seguido tan estrecha hermandad de nuestro señorío con vuestra fiel
obediencia y servicio, que ya como natural, y que tiene su asiento y
rayz en los ánimos, ha de ser preferida a cualquier obligación de
parentesco y sangre: porque esta se puede deshacer con el tiempo; y
la otra es tan indisoluble, que antes suele con el mismo tiempo
acrecentarse más. Por esta causa he siempre deseado, que de la
afición y amor que os tengo, naciese la pacificación vuestra, para
mayor honra y utilidad del pueblo, y para mejor ampliaros los fueros
que nuestros antepasados os concedieron: si con la inviolable fé, y
obediencia que siempre habéis tenido con ellos, correspondiese ahora
conmigo vuestra fidelidad y servicio. Por donde ya que con tantos
y tan manifiestos indicios y señales de alegría y contentamiento
habéis solemnizado (solenizado) y festejado la entrada de vuestro
Rey, no debíais (deuiades) agora de nuevo deslustrarla con tanto
estruendo de armas, y aparatos de guerra: porque no
diérades
ocasión alguna para desconfiar de vuestra fidelidad. Mayormente que
yo no he venido sin ser llamado, antes he sido para ello muy rogado
de vosotros, y que de muy confiado de vuestra debida fé y prometida
obediencia, he dejado el ejército, y entrado en esta ciudad, no
cierto para destruirla, sino para más ennoblecerla, y magnificarla.
Como llegó el Rey a este punto, levantose tal murmuración del
pueblo contra los que regían, que no pudo pasar más adelante su
plática. Sino que haciendo señal de silencio, se adelantó uno de
los principales del regimiento antes que los del consejo
respondiesen, y dijo, que los de Huesca siempre habían tenido y
tenían por muy cierto, que su real ánimo era propicio y favorable
para ellos, y que de allí adelante lo ternia mucho más: pues para
más manifestar la buena voluntad que les tenía, les había hablado
con palabras de mucho amor, y con tanta mansedumbre: y así por esto
el pueblo tendría (ternia) su consejo, y harían en todo lo que el
mandaba. Con esto se recogieron los principales del, quedándose el
Rey a caballo en el patio, y se encerraron en las casas del Abad de
Montearagón, adonde sin tener más respeto a la persona del Rey,
tuvieron entre si diversas y largas pláticas con la contradicción
de algunos que defendían la parte del Rey, interviniendo
(entreuiniendo) en ellas muchas voces y porfías: aunque siempre
prevalecía como está dicho, la parcialidad de don Fernando, demás
que por alterar al pueblo, no faltaron algunos malsines, que
sembraron rumores, afirmando muy de veras que el Vizconde de Cardona,
después de haber bien reforzado el ejército Real, venía so color
de librar al Rey a saquear a Huesca. Por donde comenzándose a
alborotar la gente popular, los congregados se salieron a fuera para
tocar al arma. Pero el Rey les aseguró, y mandó se estuviesen
quedos, y volviesen a su consejo, porque estando él presente no se
desmandaría el ejército.
Quietáronse
algo, aunque siempre quedaron los ánimos alterados, y muy puestos en
poner las manos en el Rey, de muy accionados a don Fernando, y
sobornados por él: pero cuanto más miraban su Real persona tanto
más les faltaba el ánimo y fuerzas para hacerlo, y con ello
dilataron el consejo para otro día, diciendo, que por entonces no
había lugar para responder al Rey, y así se despidieron todos,
quedando encargados cada uno, de lo que había de hacer.





Capítulo VI.
Del astucia
que usó el Rey para burlar a los de Huesca, y como se salió libre
con toda su gente de ella.

Sabiendo el Rey por algunos de su
parcialidad lo que había pasado en consejo, y del secreto orden que
cada uno traía de lo que había de hacer, todo por orden de don
Fernando, que siempre llevaba sus malas intenciones adelante,
apeose del caballo, y subiose a su aposento con la gente de guarda,
que ya le había acudido alguna: repartiéndola, parte por las
puertas grandes, parte por la sala y antecámara. Estaban con el Rey
los mismos don Rodrigo de Lizana, Gudal, y Rabaça, hombre de gran
juicio, y (como dice la historia) muy entendido en negocios. Llegaron
en aquella sazón don Bernardo Guillen tío del Rey, y don Ramó de
Mópeller pariente del mismo, y Lope Ximenez de Luesia. Los
cuales poco a poco con razonable copia de gente de a caballo bien
armados se habían entrado en la ciudad, sin que nadie se los
estorbase. Sobresto nació nueva revolución en el pueblo, y se
sintió gran estruendo de armas, ya con manifiesta determinación de
prender al Rey. Porque a la hora atravesaron muchas cadenas por las
calles y pusieron de ciertos a ciertos lugares cuerpo de guarda,
porque no pudiese escapar hombre de a caballo, cerrando con mucha
presteza las puertas de la ciudad. Como entendió esto el Rey usó
con ellos de astucia y ardid admirable. Mandó luego aparejar un
convite opulentísimo, y a gran prisa buscar todo género de
servicios por la ciudad, enviando algunos de ella por las aldeas a
traer terneras y volatería, y convidar los principales del pueblo,
para que se descuidasen y perdiesen la sospecha que tenían de su
ida: lo que el pueblo aceptó de muy buena gana. En este medio echose
el Rey encima una cota de malla, y subiendo en su caballo, y con él
don Rodrigo y don Blasco y tres otros, se salieron por la puerta
falsa de Palacio, y por ciertas calles secretas descendieron a la
puerta Isuela por donde van a Bolea. Mas hallándola cerrada, y sin
gente de guarda, forzaron a los que tenían las llaves a que la
abriesen. La cual abierta, parose el Rey en medio de ella hasta que
llegase toda su gente de a caballo que ya venía con diligencia y
salidos a fuera al punto de medio día, con el fervor del Sol, y a
vista de todo el pueblo, hicieron su camino. hasta que encontraron
con el Vizconde que ya venía con el resto del ejército, y
juntos como paseando se fueron a Pertusa.





Capítulo
VII. Del sentimiento que el Rey hizo por la muerte del Papa Honorio,
y como concertó las diferencias de don Fernando con don Nuño
Sánchez, y del Vizconde de Cardona con el de Bearne.


Estando
el Rey en Pertusa le llegó nueva de Roma de la muerte del sumo
Pontífice Honorio iij. la cual sintió el Rey en extremo. Porque
este Pontífice tuvo siempre por muy proprias sus cosas cuando niño,
y las de la Reyna María su madre, como en el libro 2 se ha dicho. Y
si no fuera por la ocupación y embarazos de la guerra, y falta de
aparatos, le hubiera hecho las obsequias con aquella suntuosidad y
pompa que se debía. Escribió luego al sucesor que fue Gregorio ix.
dándole el para bien del Pontificado. Encomendándole a si y a sus
cosas, y prometiendo en su nombre y de sus Reynos toda obediencia y
servicio a su santidad, y a la santa sede Apostólica. Allí también

supo el Rey de algunos que acudieron de Huesca, la secreta
conjuración que había en ella para prender su persona, por
inducción (inductió) de don Fernando, el cual si acudiera luego, o
hiciera alguna muestra dello, sin duda que se desacataran, y pusieran
en ejecución lo que pensaban. Por donde no acudiendo, quedó su
parcialidad tan afrentada y corrida, que si el Rey entonces quisiera
perseguir a don Fernando todos le siguieran, pero
túvole
el Rey siempre tanto respeto que jamás pudo acabar consigo de
hacerle guerra de propósito, esperando su conversión y
reconocimiento, y que se apartaría del mal uso que tenía de darle
tantas veces con la mocedad en rostro. Puesto que así las malas
palabras, como las peores obras de don Fernando, el buen Rey las
disimulaba, y como hemos dicho, las tomaba como por ejercicio de su
paciencia y magnanimidad: y pudo tanto con estas dos virtudes, que
con ellas no solo confundía a sus enemigos y malévolos, pero
asimismo domaba, templando el ardor de su mocedad, y dando siempre
lugar a que la razón se enseñorease en él, y fuese suave su
reynar. Porque aunque toda la vida se le pasó en guerra, su fin fue
siempre la paz y concordia, y no había cosa en que de mejor gana se
emplease, que en averiguar diferencias, y atajar distensiones entre
los suyos: pues sin quererse acordar de las ofensas de don Fernando,
ofreciéndose ciertas diferencias bien reñidas entre él y don Nuño,
que era persona tal, que si el Rey le hiciera espaldas, sacara a don
Fernando del mundo, no solo no lo hizo, pero mostró querer hacer la
parte de don Fernando, procurando de atraer a don Nuño a la
concordia con un tan formado enemigo de los dos. También tomó a su
cargo de concertar otras semejantes y mayores diferencias y bandos
antiguos entre los Vizcondes de Cardona y el de Bearne. Las cuales
eran de tanto peso, que habían puesto a toda Cataluña en dos
parcialidades, con grande quiebra de la autoridad y jurisdicción
Real. Mas por mandato del Rey, así el de Bearne, como don Guillen
Ramón su hermano, y todos los de su bando, con haber recibido
grandes daños y menoscabos de hacienda en estas distensiones
(dissensiones) fueron contentos de hacer por manos del Rey treguas
por diez años con el Vizconde de Cardona, para que con tan larga
quietud la paz se confirmase entre ellos. Con tal que el de Cardona
diese cinco castillos, con otros tantos hijos de principales en
rehenes, con condición que dentro de cinco años no rompiendo la
paz, pudiese librar cada año un castillo, con uno de los rehenes,
pero si durante aquel tiempo rompía la tregua, o se cometiese algo
de parte del Vizconde contra el de Bearne, los castillos del de
Cardona con las rehenes fuesen perdidos. Y que de los daños por
ambas partes recibidos no se hablase, porque eran iguales, con otras
muchas condiciones que seria superfluo aquí ponerlas. Sino que en
conclusión, anularon, y tuvieron por revocados cualesquier derechos,
pactos, condiciones y promesas, que con cualesquier personas para
esta guerra se hubiesen firmado. Exceptuando solamente los derechos
Reales: y que de nuevo por ambas partes se diese la obediencia y
prestase homenaje al Rey.




Capítulo VIII. De
la unión y conciertos que entre si firmaron las ciudades de Jaca,
Huesca y Zaragoza.

Apaciguadas las arriba dichas diferencias
entre los Vizcondes y los demás, en los dos reynos, de las cuales
pudo mucho valerse don Fernando para perturbar el gobierno del reyno:
mas como ya
le faltasen las amistades, comenzó de allí adelante
a venir muy albaxo su parcialidad, y prevalecer la real. En tanto que
convencido él mismo, no menos de la paciencia del Rey, que de su
propria conciencia, vino a decir que quería públicamente dar la
obediencia al Rey para ejemplo de todos. Puesto que en este mismo
tiempo los de Zaragoza con los de Jaca y Huesca, que seguían la
parcialidad de don Fernando, por sus procuradores y largos poderes,
se juntaron en Iaca, que es una ciudad fuerte de las más
cercanas y fronteras a la Guiayna, en medio de los montes Pyrineos,
aunque en lugar llano fundada: donde hicieron una confederación y
alianza entre si, dándose la fé unos a otros: y entre otras cosas
prometieron, que en ningún tiempo se faltarían los unos a los
otros, y que por el común y particular bien de cada una, se valdrían
contra cualesquier personas de cualquier estado, orden y condición
que fuesen, que por cualquier vía tentasen de perturbar sus repub.
Desta conjuración, o unión se halla que fue la cabeza, e inventora
Zaragoza. Las causas que para hacerla tuvieron, se decía era
primeramente por la división de los Reynos, y el estar puestos
tanto tiempo había en parcialidades: y por atajar los atrevidos
acometimientos de la una parcialidad contra la otra, perturbando el
orden y mando de la justicia, y abusando de la honestidad y religión.
El Rey que oyó se hacían estos ayuntamientos sin su autoridad y
licencia en tiempos tan turbados, túvolos por sospechosos: creyendo
que se hacían, no tanto por algún buen fin, y beneficio público de
las ciudades, cuanto por alguna secreta ponzoña que de nuevo habría
sembrado don Fernando y los suyos. Y que ni fue por defenderse de los
daños que las parcialidades se hacían unas a otras, sino para que
con este color estuviesen siempre en armas para ofender más presto
que para defenderse de otros.





Capítulo IX. Como
don Fernando y el Vizconde de Bearne determinaron entregarse a la
voluntad del Rey, y le enviaron sus embajadores sobre ello.

Cuanto
más iba don Fernando pensando en su comenzado propósito y ánimo de
quererse reconciliar con el Rey, tanto más hallaba le convenía
ponerlo luego en efecto, antes que acabase de incurrir en mayor
ira y desgracia suya. Puesto que las ciudades no dejaban secretamente
de solicitarle, por haberse puesto por él tan adelante en su
empresa, que casi le forzaban a proseguirla. Pero a la postre como se
viese ya cargar de años, y se hallase muy cansado de haber andado
tanto tiempo por el camino de la ambición y nunca llegar al fin
pretendido: considerando entre si, que habiéndole Dios hecho tan
aventajado en calidad, saber, y amigos, la fortuna siempre le
deshacía sus cosas: y por el contrario las del Rey contra toda
fortuna ser tan favorecidas: conoció que obraba Dios en estas, y que
por no incurrir en la ira de Dios era menester renunciar a las suyas
proprias y mal intencionadas obras, y entregarse del todo a la
obediencia y voluntad del Rey. Y así determinó de comunicar esto
con sus amigos, señaladamente con el Vizconde de Bearne, don
Guillén de Moncada, y don Pedro Cornel los principales de su
parcialidad y bando, que también estaban muy en desgracia del Rey
(no hallándose allí don Guillen Ramón hermano del Vizconde que
por cierta ocasión era vuelto a Cataluña) a los cuales de muy
quebrantados de tantos y tan continuos trabajos de la guerra, sin
hacer ningún efecto bueno en ella, fácilmente persuadió lo mucho
que convenía tratar de esta común reconciliación de todos. Y así
para mejor determinarse sobre ello, se fueron juntos a Huesca.
Adonde concluido su propósito, envió don Fernando sus
embajadores al Rey que estaba en Pertusa, haciéndole saber como él
y el Vizconde con todos los principales de su parcialidad se habían
juntado en Huesca, y por gracia de nuestro señor habían determinado
de ponerse muy de veras en sus reales manos, a toda su voluntad y
albedrío, con verdadero arrepentimiento de las ofensas y desacatos
que le habían hecho, para pedirle humildemente perdón de todo. Y
así suplicaban les diese licencia para ir a verse con él fuera de
Pertusa, que la tenían por sospechosa, y la junta fuese con muy
pocos de a caballo que llevarían consigo, con que no fuesen más los
que su real persona trajese, y que habida licencia partirían
luego. Propuesta y oída por el Rey la embajada, luego los del
consejo y principales caballeros que con él estaban, se levantaron
todos mostrando muy grande alegria, y dando voces de placer por
tan felice nueva: entendiendo que de la reconciliación de don
Fernando con el Rey se seguía toda la pacificación y quietud
deseada para los reynos, y se acabada la guerra con el mayor
honor y triunfo del Rey que desear se podía. Habido pues consejo
sobre la embajada, se dio por respuesta a los embaxadores, que se les
permitía a don Fernando, y al Vizconde y los demás, venir a esta
junta a verse con el Rey en el monte de Alcalatén junto a Pertusa,
con solos siete de a caballo, y que los aseguraba, debajo su Real fé
y palabra, que no saldría con más de otros tantos dentro de tercero
día.





Capítulo X.
Como don Fernando y el de Bearne, y otros se entregaron al Rey y les
perdonó, y se siguió de esto la general paz para todos los Reynos.


Expedidos los embajadores y vueltos a don Fernando, como
entendió de ellos la benignidad con que el Rey los
haura
recebido, y oydo su embajada, de más del regocijo y alegría que
toda la Corte sentía, en tratarse de concordia, sintiola don
Fernando mucho mayor, y el Vizconde con él, y luego se pusieron en
camino. Mas no tardó el Rey de acudir al puesto, acompañado del
Vizconde Folch de Cardona y su hermano don Guillé, don Atho de
Foces, don Rodrigo Lizana, don Ladrón, de quien afirma el Rey ser de
muy buen linaje, Assalid Gudal y Pelegrin Bolas, con otro que no se
nombra. Vinieron con don Fernando y el Vizconde don Guillé de
Moncada, don Pedro Cornel, Fernán Pérez de Pina, y otros en ygual
número con los que el Rey traía. Y llegados al monte que tenía en
lo alto su llanura, don Fernando con muy grande acatamiento y
humildad, los ojos en tierra, juntamente con los demás se postró
ante el Rey, el cual los recibió humanísimamente, abrazando a cada
uno, y no sin lágrimas de todos. Y porque tomasen ánimo y
hablasen libremente, les puso en pláticas de placer y regocijo, y
respondieron con las mismas. Puesto que don Fernando, como a quien
más tocaba hablar por todos, endreçaua toda la conversación a que
su Real benignidad tuviese por bien de perdonar a él, y a sus
compañeros, los atrevimientos y desacatos pasados cometidos contra
su Real persona, y admitirles en todo su amor y gracia, como antes.

Pues se le debía como a tío, y deudo tan conjunto como a
Eclesiástico, y que estaba con toda humildad rendido a sus pies,
para que hiciese de él lo que fuese servido. Lo mismo rogó por el
Vizconde que estaba en la misma forma humillados, pidiéndole perdón
y la mano como vasallo suyo, de quien con todo su poder y estado se
podía valer y servir como de un esclavo. A esto añadió el
Vizconde, usando de la misma sumisión y acatamiento, como no
ignoraba su Alteza cuan estrecho deudo tenían los suyos con los
Condes de Barcelona que fueron los fundadores de aquel Principado. Y
que por esto se le debían a él mayores mercedes, y había de ser
restituido en mayor amor y gracia para con su real benignidad. Porque
siendo su estado aventajado a todos los demás,
por el Vizcondado
de Bearne, que era el más principal de toda la Gascuña, podía
mejor y con mayor poder que todos servirle. Demás que cuanto había
hecho antes, no había sido con ánimo de ofender, sino solo por
defenderse de su real ira con que tanto le había perseguido: pero
que si sus cosas se habían echado a mala parte, y a otro fin de lo
que se hicieron, de nuevo pedía (pidia) perdón para si, y a los
suyos: prometiendo que en ningún tiempo, por más ocasiones que se
le diesen, movería guerra contra la corona real, antes se preciaría
tanto de servirle, que merecería muy de veras su perpetua gracia
y alabanza. Como pidiesen y protestasen lo mismo los demás con
palabras humildes haciendo muestras de quererse postrar y besar los
pies al Rey, él los levantó y se enterneció con ellos, y dijo que
habido consejo respondería. Luego de común parecer los del Rey, se
dio por respuesta tres cosas. La primera, que don Fernando, y el
Vizconde de Bearne, con todos los de su parcialidad fuesen admitidos
a perdón, y restituidos en la gracia del Rey.
La segunda, que
las diferencias y pretensiones de ambas partes, por ser negocios
gravísimos, y que consistían en materia de justicia, se remitiesen
a la determinación de los jueces que se nombrarían para ello. La
postrera, cerca de las novedades de las ciudades por haberse de nuevo
conjurado, y hecho unión por si, quedase a solo arbitrio del Rey
declarar sobre ellas. Determinados estos capítulos y notificados a
las partes, y por todos aceptados, don Fernando y el Vizconde con los
demás de su parte besaron con grande afición y humildad al Rey las
manos, el cual con mucho regocijo, de uno en uno los abrazó a todos,
y se entraron en Pertusa, donde el Rey los mandó
aposentar y
regalar esplendidísimamente, con ygual contentamiento y placer de
ambas partes. Pues como luego se divulgase por todo el Reyno la
alegre y tan deseada nueva de esta concordia, los Prelados mandaron
hacer por todas las yglesias de sus distritos grandes procesiones de
gracias, con muchos sacrificios a nuestro señor, por tan felice
pacificación y concordia: los pueblos las celebraron con muchas
fiestas, danzas, y regocijos en señal de universal contentamiento de
todos. Porque aunque las diferencias que de la guerra quedaban
por averiguar entre los pueblos, eran grandes, y los daños de ambas
partes infinitos, y muy difícil la recompensa dellos, el deseo de la
paz, y vivir con tranquilidad cada uno en su casa era tanto, que vino
a ser fácil y suave, lo que antes parecía muy áspero, e imposible.





Capítulo XI.
De las capitulaciones que se hicieron para asentar las demandas que
por ambas partes había, para reparo de los daños por la guerra
causados.

Para que la deseada paz y concordia viniese a
debido efecto, fue necesario capitular primero sobre el asiento que
se había de dar en el reparo de tantos daños, y pérdidas que por
las guerras se habían padecido. Para esto se nombraron jueces
supremos el Arzobispo de Tarragona, el Obispo de Lerida, y el
comendador Monpensier vicario del Maestre del Temple en los reynos de
España. A estos se remitió el examen y declaración de todas sus
diferencias y pretensiones. Y prestado el juramento por ambas partes,
prometieron de estar al parecer y determinación dellos.
Lo más
principal y más difícil de todo era la enmienda y recompensa de los
daños que el Rey había recibido de la primera conjuración de don
Fernando y del Obispo hermano de Ahones, y hecha en su nombre de
Sancha Pérez viuda, y también de don Pedro Cornel, Pedro Iordan, y
G. Atorella. Los cuales daños demandaba el Fisco Real, y se habían
de rehacer: también la
fe
promesas y pactos de los de la parcialidad de don Fernando, que a fin
de llevar adelante la conjuración se firmaron con juramento, se
habían de anular, y deshacer del todo. A lo cual oponía el Obispo,
aunque absente, debían primero restituirle las villas y castillos
que el Rey, muerto Ahones, le había tomado por fuerza de armas, con
una gran suma de dinero prestado, por el cual le habían dado en
rehenes ciertas villas y castillos, sin los que tenía en los reynos
de Sobrarbe y Ribagorza. Finalmente oídas de parte del Obispo, y del
Fisco real sus demandas, Los jueces juzgaron, cuanto a lo primero,
Que don Fernando y los demás de su bando entregasen al Rey todos los
instrumentos de la conjuración, así de los caballeros, como de las
ciudades, como de otras cualesquier personas, en cualquier tiempo
hechos. Que don Fernando y los demás conjurados de nuevo diesen la
fé y obediencia al Rey. Que el Rey no teniendo otro más conjunto
pariente que a don Fernando, le diese para su ayuda de costa en honor
xxx. caballerías, o la renta de ellas, en cada un año, durante su
vida. Que assi mesmo le perdonase muy de corazón, y le absolviese de
cualquier crimen lese magestatis, y de toda otra culpa en que por la
conjuración hubiese incurrido, y le diese su fé y palabra que para
en lo
por venir
podía seguramente, sin ningún recelo entregarse a su mero imperio y
voluntad. Lo mismo se hizo con don Sancho el Obispo, aunque absente,
que había de ser restituido en la gracia del Rey: y también por
haber hecho todo lo que hizo: por el gran dolor que de la muerte de
su hermano tuvo, fuese libre y absuelto de toda culpa, teniendo de
allí a delante al Obispo, y a la sancta cathedral yglesia de
Zaragoza por muy encomendados. Que los castillos y lugares que Ahones
viviendo poseía por mano del Rey, fuesen restituidos al patrimonio
real: mas los que poseía por derecho de sucesión y herencia,
viniesen al Obispo su hermano, a quien también se pagase cualquier
suma de dinero que a Ahones el Rey debiese. De la misma gracia y
clemencia usó el Rey con Cornel, Atorella y Iordán, y con los demás
que siguieron la parcialidad de don Fernando. Demás desto fueron
libres de cárceles y cadenas todos cuantos presos hubo (vuo) por
ambas partes, y también los castillos y villas que se hallaron
usurpadas, se restituyeron a sus propios señores: excepto el
castillo y villa de las Cellas, que por haberlos tomado el Rey por
guerra, quedaban incorporadas en la corona real. Finalmente
declararon que se habían de conceder treguas y salvo conduto por
tiempo de onze años a todos los que serían acusados de comuneros,
para que dentro de aquel término pudiesen alcanzar perdón del Rey.
El cual no dejó entre estas cosas de acordarse de algunos
principales que en el más trabajoso y peligroso tiempo de su vida,
fidelísimamente le siguieron, y en sus tan grandes necesidades le
valieron con sus personas, vidas y haciendas, hallándose siempre a
su lado. Porque a cada uno de estos hizo mercedes, y dio más
caballerías de honor. Señaladamente a don Artal de Luna, a quien
dio perpetua la gobernación de la ciudad de Borja: y a don Garces
Aguilar comendador de la orden de Calatrava en Aragón, la encomienda
mayor de la villa de Alcañiz, y a don Pérez Aguilar la señoría de
la villa de Rhoda ribera de Xalon. A los cuales no solo estas
mercedes, pero muchas caballerías que tenían dudosas se las
confirmó, y dio de nuevo. Es bien de creer que a todos los demás
que le siguieron y sirvieron, aunque no están en su historia
nombrados, hizo el Rey grandes mercedes.








Capítulo
XII. Como sabiendo las tres ciudades que el Rey se había reservado
el concierto con ellas, le enviaron embajadas para entregársele, y
de las condiciones con que fueron perdonados.

Como
los ciudadanos de Zaragoza, Huesca y Iaca, que poco antes como
dijimos, con falso nombre de defensa, tácitamente se eximían, y
alzaban con la jurisdicción Real, entendieron que habiendo el
Rey concertado y restituido en su gracia a don Fernando, y perdonado
a todos los de su parcialidad, y a las demás villas y lugares que le
siguieron, y que a solas ellas excluía del perdón general, y se
quedaban afuera: hicieron otra junta en Iaca: y luego determinaron
hacer embajada al Rey, por certificarse de su deliberación y ánimo
para con ellas. Para esto Zaragoza envió sus cinco jurados, o
regidores, Huesca y Iaca los principales de cada pueblo, con
bastantísimos poderes para tratar de cualesquier partidos y
conciertos, a fin de alcanzar universal perdón para todos. Llegados
pues los embajadores a Pertusa, y entendido que el ánimo del Rey
estaba muy
desabridos
contra las ciudades: que lo colligieron, viendo la poca cuenta y
fiesta que la villa hizo en su entrada, y porque los de palacio, a
cuyo favor y medio venían remetidos, les dijeron que el Rey no les
oiría de buena gana, se fueron para los Prelados Iuezes, a los
cuales mostraron los poderes que traían, que no contenían otro en
suma, que pedir paz y perdón, y que solo fuesen restituidos en la
gracia y merced del Rey, se obligarían a cumplir en su nombre y
de las ciudades, todos y cualesquier decretos y mandamientos, que por
ellos fuesen determinados. Hecha relación de todo esto, y satisfecho
el Rey mandó sentenciar a los jueces. Lo primero que ante todas
cosas las ciudades anulasen y deshiciesen todos y cualesquier pactos,
condiciones, promesas y juramentos de conjuración, por cualesquier
personas y ciudadanos hechos contra la autoridad, jurisdicción, y
persona Real, tácita, o expresamente. Lo segundo que por cada
una de ellas se diese al Rey de nuevo la pública fé y obediencia
con pleito y homenaje. Lo tercero, que todas las injurias,
menoscabos, y daños que hubiesen padecido y recibido del ejército
del Rey, fuesen absolutamente remetidos y olvidados. Lo último
que todos los que fueron presos por haber seguido la parcialidad del
Rey y sus bienes robados, fuesen libres de ellas y que del común, y
propios de sus ciudades les fuesen restituidas todas sus haciendas.
Oídos por los embajadores los decretos publicados por los jueces, y
hallándose con suficientes poderes para venir bien en ellos: demás
de lo que de palabra habían entendido de las ciudades, que solo
alcanzasen perdón del Rey, los condenasen en cuanto quisiesen, los
aceptaron y ratificaron sin excepción alguna. Con esto mandó el Rey
se librasen de las cárceles todos los presos de las ciudades, y se
entregasen a los embajadores. Los cuales con mucha alegría y
hazimiento de gracias besaron las manos al Rey, y fueron admitidos
con sus principales al general perdón, y se volvieron muy contentos
y pagados de la magnanimidad y benignidad del Rey. De lo cual, las
ciudades quedaron muy satisfechas, y fuera de todo recelo, y de allí
adelante le sirvieron y guardaron toda fidelidad.





Capítulo
XIII. Como Avrembiax hija del Conde de Urgel pidió al Rey le mandase
restituir el condado, y de las condiciones con que el Rey se ofreció
de conquistarlo.

Acabados de firmar por el Rey los capítulos
de la paz y perdón general, y de nuevo confirmados todos los fueros,
privilegios y libertades por los Reyes sus antecesores a las villas y
ciudades del reyno concedidas, pacificada la tierra, se partió para
Lerida. Con fin de dar una vista por Cataluña, y con su presencia
reducir los ánimos de algunos señores, y Barones, y aun de los
pueblos que por ocasión de la guerra y parcialidad del Vizconde de
Bearne, estaban muy estragados y enajenados de su amor y respeto. A
donde (para que el fin de una guerra y trabajos fuese principio de
otra) había
llegado Aurembiax hija de Armengol vltimo Conde de
Urgel, a la cual, como dijimos en el libro precedente, el Rey había
mandado reservar su derecho para pedir el condado a don Guerao
Vizconde de Cabrera, que se lo había tomado por fuerza de armas:
pues con esta condición había el Rey permitido al Vizconde poco
antes que retuviese el Condado. Esta petición como fuese justa, y
tocase a la persona Real hacerla buena y cumplirla, por haberlo así
prometido, respondió a Aurembiax que tomaría la empresa por
propria, y con las condiciones que fue entre ellos concertado antes,
la llevaría a debido efecto: si primero ella como a legítima
heredera que era del condado,
renunciase todo el derecho y acción
que contra la ciudad de Lérida podía pretender, por cualquier
derecho y acción que a ella tuviese por los Condes sus antepasados.
Lo segundo que después de hecho el concierto reconociese haber
recebido el condado de mano del Rey por derecho de feudo. Lo tercero
que ella y sus sucesores en el condado, en tiempo de paz, y guerra,
fuesen obligados de recoger al Rey, y a sus sucesores, en las nueve
villas y fortalezas que son Agramonte, Linerola, Menargues, Balaguer,
Albesa, Pons, Vliana, Calasanz y Monmagastre. Obligándose también
el Rey de hacer restituir a la Condesa las villas y castillos que le
había usurpado Pontio Cabrera, hijo de don Guerao. Finalmente
concedió todo lo sobredicho la Condesa, y dio de nuevo por especial
promesa al Rey, que no se casaría sino con quien él le mandase.
Concluidos estos conciertos, el Rey
pmetio
y juró sobre su corona real en presencia de los suyos, y de los que
acompañaban a la Condesa, que no dejaría de emplear todo su poder y
fuerzas hasta poner a la Condesa en pacífica posesión de todo el
Condado.





Capítulo XIV. Como
fue mandado citar el Conde Guerao, y no compareciendo personalmente,
el Rey conquistó muchos pueblos del Condado.


Hecho y
jurado el concierto con la Condesa, mandó el Rey juntar los dos
consejos de paz y de guerra en los cuales se halló presidente don
Berenguer Eril Obispo de Lérida, y se determinó por ellos que don
Guerao Cabrera fuese llamado a juicio, y que dentro cierto término
pareciese ante el
Rey, para que oída la petición de la condesa
respondiese a ella. Pero ni don Guerao, ni Pontio su hijo, aunque
fueron dos veces citados, comparecieron: solo don Guillen hermano del
Vizconde de Cardona se presentó ante el Rey en nombre de don Guerao,
diciendo, que el Vizconde de Cabrera y Conde de Urgel, por ningún
derecho era obligado a comparecer en juicio, porque con justo título

por tiempo de xx. años y más, poseía pacíficamente aquel
estado. Como se opusiese contra esto Guillén Zasala el más famoso
letrado de su tiempo, alegando leyes en favor de los derechos de la
condesa, y propusiese que el Rey forzase a don Guerao restituyese
todas las villas y lugares que le había usurpado, dicen que don
Guillén no respondió otra cosa, sino que el Conde de Cabrera no
había de perder punto de su justicia por la infinidad de leyes
alegadas por Zasala, señalando que
este pleyto no se había de
averiguar ante juez letrado, sino armado: porque era de aquellos que
consisten en la punta de la lanza. Y así con esto se despidió don
Guillen. Cuyas palabras entendió el Rey muy bien, y vista la dureza
y obstinación de don Guerao, y que no con palabras sino con armas se
había de ablandar, escribió a los de Tamarit de Litera villa
principal, que otros dicen de Santisteuá, y es de gente belicosa,
cercana a Lerida, mandado a los oficiales Reales, que con la más

gente que pudiesen, viniesen, trayéndose provisión para tres
días, a la villa de Albesa del Condado de Urgel. También escribió
a don Guillen de Moncada hermano del Vizconde de Bearne, y a don

Guillen Ceruera barones principales de Cataluña, rogándoles que
con toda la gente que pudiesen, suya y de sus amigos, acudiesen a
favorecerle en esta guerra: la cual había determinado hacer en
persona, confiado de su socorro. Partió luego de Lérida con tan
pocos para comenzarla, que trayendo consigo a don Pedro Cornel, que
llevaba la auanguardia, apenas le siguieron xiij. de a caballo. Llegó
a Albesa, a donde aunque no asomaba la gente de Tamarit, hallando
allí a Beltrá Calasans con lxx. soldados bien armados determinó
cerrar con los de Albesa, y espantarlos con su presencia, la cual no
era menos horrible para muchos, que amable para todos. Comenzando
pues a batir la tierra, que era medianamente grande y cercada, los
del pueblo, puesto que pudieran
defenderse de harto mayor
ejército, vista la persona del Rey, se atajaron de arte que el día
siguiente, apenas descubrieron la gente de Tamarit, cuando entregaron
la villa con el Castillo al Rey: confiando de su palabra que serían
libres del saco. De allí pasó el campo a Menargues pueblo
poco
menor que Albesa, el cual luego voluntariamente se le entregó. Allí
llegaron las compañías que se mandaron hacer en Aragón y Cataluña
de ccc. caballos, y mil infantes. Con estos, pareciendo ser bastante
ejército, determinó el Rey conquistar lo que quedaba del condado. Y
así pasó a Linerola, la cual el Conde Guerao había fortalecido, y
estaba harto en defensa. Pero como el Rey sobreviniese de improviso,
y no quisiese ella darse a ningún partido, fue animosamente
combatida por el ejército, y tomada por fuerza: juntamente con los
principales del pueblo, que se habían retirado a una torre muy alta,
y por eso fueron tomados a partido, pero la villa no pudo escapar de
ser saqueada. Adonde se detuvo el Rey tres días para hacer muestra
de la gente que tenía, y dar el orden que se había de tener para
pasar adelante.







Capítulo XV.
Como el Rey fue a poner cerco sobre la ciudad de Balaguer, cuyo
asiento se describe, y de lo que pasó en su combate.

Tomada
Linerola pasó el Rey con su ejército a delante a poner cerco sobre
la ciudad de Balaguer, por donde pasa el río Segre, y es la segunda
cabeza del Condado. En la cual hacía cuenta don Guerao esperar todo
el peso de la guerra: para esto la había mucho fortificado y
abastecido de munición y gente de guerra. Llegado el Rey a vista de
la ciudad, pasado el río, asentó su real sobre un montecillo que
llaman Almatan, que está cauallero a la ciudad, y se descubría de
él la mayor parte de ella con las casas y edificios de manera que no
era posible defenderse de las máquinas y trabucos que en el campo se
armarían. Al mismo tiempo llegaron las compañías de a pie y de a
caballo que el Vizconde de Bearne y don Guillen Cervera habían hecho
por mandato del Rey, y venía por Coronel de ellas don Ramó de
Moncada hermano del Vizconde. Con estos creció el ejército hasta en
número de cccc. cauallos y dos mil infantes, y porque la ciudad
estaba muy fortificada, y no se le podía dar el asalto sin abrir
primero el camino con las máquinas y trabucos, pareció al Rey
plantar dos de ellos en la parte del monte, donde mejor pudiesen
encararlos a las casas, pues se tiraban con ellos noche y día tantas
y tan gruesas piedras, que no escapaba casa, ni
edificio que no
fuese quebrantado dellas, y la gente muy atemorizada. Diose la guarda
de los trabucos y máquinas a don Ramón con tres otros caballeros
principales con poca gente, por no estar muy apartadas del cuerpo del
Real. Como supo esto don Guillen de Cardona que favorecía a
don
Guerao, y como dijimos, compareció por él ante el Rey, y era
gobernador de la ciudad, salió de ella por una puerta pequeña del
muro, al amanecer, con xxv de acaballo, y cc. infantes. Los de
a
caballo que iban con las lanzas enristradas dieron en las guardas y
mataron y atropellaron la mayor parte de ellos: los de a pie fueron
con
achas
encendidas para las máquinas. Pues como el capitán Pomar uno de los
principales de la guarda descubriese esta gente, y viese que de los
de
a pie unos iban hacia las máquinas, otros a las tiendas del
campo a poner fuego en ambas partes, dejó a don Ramón muy en orden
junto a las máquinas, y saltó de presto a despertar al Rey. Mas don
Guillen enderezando su caballería contra don Ramón le acometió con
tanta ferocidad, que pensando ya llevarlo de vencida, le dijo que se
rindiese: pero don Ramón se defendió, y le entretuvo hasta que
llegó el Rey con la caballería. El cual dejando parte de ella en
ayuda de don Ramón, se fue con los demás para las máquinas, que le
daban más cuidado, pues para las tiendas quedaba el cuerpo del
ejército que las defendería. Adonde trabada la escaramuza con los
de a pie los venció: de manera que las tiendas y máquinas en un
punto fueron libres del incendio, y a don Guillen le fue forzado
con
harta pérdida de su gente retirarse a la ciudad.





Capítulo XVI. Como
los de Balaguer visto el gran daño y tala que mandó el Rey hacer en
sus huertas y arrabales se dieron a partido, y se libraron del
saco.

Aguardó el Rey dos días sin batir de nuevo, por ver lo
que la ciudad haría. Y como no daban ningún sentimiento de si,
viendo su pertinacia, y lo poco que les movía el grandísimo daño
que las máquinas y trabucos hacían en las casas noche y día:
asimismo, la pérdida que su gobernador
don Guillen había
hecho: demás del poco, o ningún socorro que esperaban de otra
parte, determinó de arruinarles sus lindas y bien entretejidas
huertas, con los arrabales,y talar todos sus campos a vista de ellos.
Esto sintieron tanto los ciudadanos, que luego se indignaron
gravísimamente contra el Conde Guerao, y de allí comenzaron a
tratar entre si, que sería bueno entregarle a la Condesa Aurembiax,
su natural y verdadera señora, la cual en aquella sazón había
llegado al campo del Rey. Con este acuerdo, secretamente le enviaron
sus embajadores para tratar de darse a partido. En este medio como
alguno ciudadanos de los que estaban repartidos por la muralla
hablasen con alguna gente del Rey que andaba alrededor, descubiertos
por los soldados del Conde Guerao que guardaban el alcázar y
fortaleza, les tiraron muchas saetas, e hirieron a los del muro,
porque hablaban con los enemigos. Con esta segunda ocasión se
conmovieron tanto los de la ciudad, que ya no secretamente sino al
descubierto se rebelaron contra el Conde, y con nueva embajada
ofrecieron al Rey y a la Condesa darles la ciudad con la fortaleza.
Entendido esto por el Conde, escribió al Rey estaba
muy pronto
para entregarle la fortaleza, con condición que se encomendase por
los dos a
Ramón Berenguer Ager, para que la tuviese guardada
hasta tanto que se averiguase a quien tocaba el derecho del condado.
A esto dijo el Rey que le placía lo que pedía el Conde, y como en
el entretanto los de la ciudad le solicitasen, se entregase de ella
dijo a los del Conde que ternia su consejo sobre su demanda, y con
esto, iba dilatando la respuesta. Mas el Conde, o que disimuladamente
hiciese estos tiros, como que no sabía nada de lo que los ciudadanos

trataban con el Rey y Condesa: o como si hubiera aceptado lo que
el Rey mandaba, se salió
secretamente solo de la ciudad, llevando
un gavilán en la mano, y envió un criado llamado Berenguer
Finestrat a buscar a Ramón Ager, para que fuese a guardar la
fortaleza por el concierto hecho. Pero mientras le buscaban, sin
hallarle, los ciudadanos alzaron el estandarte del Rey en la
fortaleza a vista de todos, echando con todo rigor la gente de guarda
que el Conde había puesto en ella. Como vio esto Finestrat, y
entendió lo que había pasado entre el Conde y el Rey para mejor

burlar al Conde, apartose de allí confuso y burlado: y lo mismo
aconsejó a Ramón Berenguer Ager, que ignorando lo que pasaba, venía
ya para entrar en la fortaleza.






Capítulo XVII. Como don Guerao fue echado de
todo el condado de Urgel, y Aurembiax puesta en posesión del, y como
casó con don Pedro de Portugal primo del Rey.


Tomada la
ciudad de Balaguer, don Guerao y su gente se pasaron a Monmagastre, y
a la hora la Condesa por mano del Rey fue puesta en posesión, y
jurada por señora en Balaguer, mudando los oficiales, y dando nuevo
regimiento a la tierra. De allí se fue el Rey con el ejército, y
también la Condesa a Agramunt villa principal del condado, a donde
don Guillen de Cardona había puesto para defenderla. Asentose el
ejército en la subida de un monte llamado Almenara, a vista del
pueblo, lugar más alto y bien acomodado para combatir la villa.
Visto esto por don Guillen la noche antes que diesen el asalto, se
salió con los suyos secretamente del pueblo, el cual luego
essotrodia se dio con la fortaleza a la Condesa. Lo mismo
determinaron hacer los de la villa de Pons, porque llegó de secreto
un embajador al ejército diciendo que luego en viniendo el Rey se le
darían. Pero él no quiso venir a esto, por haber entendido que la
villa estaba por el Vizconde Folch de Cardona, al cual no había
según costumbre, desafiado antes que comenzase contra él guerra.
Por donde quedándose en Agramunt, envió allá a la Condesa y a don
Ramón de Moncada, con todo el resto del ejército, quedándose con
solos xv. caballeros. Como el ejército se allegó a Pons, sin que el
Rey pareciese en él, indignados de esto los del pueblo, por el
menosprecio que en esto mostraba hacer de ellos, salieron de
improviso a dar sobre el ejército: pero fueron del también
recibidos, que trabando la escaramuza quedaron del todo vencidos,y
puestos en huida hacia la villa, se recogieron en ella con muy grande
pérdida suya. Como la Condesa les enviase a decir que aun eran a
tiempo de darse muy a su salvo, que les haría toda merced,
respondieron con la misma obstinación, que a ninguno sino a la misma
persona del Rey se rendirían. Sabido esto por el Rey, luego partió
para ellos, y en llegando le entregaron la villa con la fortaleza, la
cual el Vizconde de Cardona había dejado bien proveída de gente y
munición. Acceptola el Rey salvando al Vizconde sus derechos, si
algunos tenía a la villa. Para esto de parte del Rey y de la Condesa
se dio toda seguridad, y al pueblo se le tuvo tal respeto, que no
dejaron entrar en él al ejército, ni se le hizo ningún ultraje.
Tomado Pons,
Vilana
con las demás villas y lugares de la montaña de Segre arriba,
libremente y sin condición alguna se entregaron al Rey y a la
Condesa. De manera que con el favor y amparo del Rey, la condesa
cobró todo el condado de Urgel y fue puesta en pacífica posesión
de él. Hecho esto casó el Rey a la condesa con don Pedro de
Portugal su primo hermano, hijo del Rey de Portugal, que por aquellos
días era venido desterrado del Reyno a pasar su destierro en la
Corte del Rey, y se hicieron las bodas con muy grandes fiestas y
regocijos. Finalmente don Guerao viéndose echado a punta de lanza de
todo el Condado, hallándose cargado de años y cansado de tantos
reveses de fortuna, entró en la orden de los caballeros Templarios,
dejando a su hijo Poncio el Vizcondado de Cabrera. El cual después
de muerta la Condesa Aurembiax sin hijos, renovando la antigua
pretensión de su padre, tentó de volver a entrar en el condado.
Pero no le sucedió bien la empresa, como adelante diremos. Acabada
esta guerra, y apaciguados todos los alborotos, y distensiones de los
dos Reynos, deshecho el ejército, el Rey se fue para Tarragona, a
donde por orden del cielo, se le abrió una grande puerta para salir
fuera de sus reynos, y entrar a hacer muy señaladas empresas en
tierras de infieles.

Fin del libro quarto.





Libro duodécimo

Libro duodécimo






Capítulo
primero. De la venida del Vizconde de Cardona a Valencia, y como
saqueó a Villena y Saix en el Reyno de Murcia y de la muerte de don
Artal de Alagón.






Tomada
la ciudad de Valencia, y echado Zaen con toda la morisma de ella,
acaeció que luego
essotro
día después de entrada, andando el Rey muy puesto en
reparalla,
y ensancharla, llegó ante él , don Ramon Folch Vizconde de Cardona
muy a punto de guerra con cincuenta caballos ligeros de los más
escogidos de toda Cataluña, a pedirle de merced (ya que no fue su
ventura llegar a tiempo de poderse hallar en el cerco y presa de la
ciudad) le diese licencia para pasar adelante con su gente hasta el
Reyno de Murcia: donde pensaba hacer alguna buena cabalgada, por dar
a conocer a los Moros, quién era el Rey de Aragón, pues apenas
había conquistado a Valencia: cuando ya emplazaba guerra a los del
Reyno de Murcia. Holgose infinito el Rey con su venida, y recibiole
muy amigablemente, diciendo que él siempre había tenido por
escusada su tardanza, porque sabía muy bien las justas causas de
ella, y trabajos que con sus vasallos tenía. Pero que se maravillaba
mucho, porque con tan poca gente quería emprender tan grande y
dudosa hazaña. Y como le ofreciese algunas compañías de infantería
que le sirviesen en la empresa, y don Ramón se excusase de
aceptallas, porfiando en su demanda, permitiole (
pmitiole)
el Rey proseguir (
pseguir)
su viaje, y mandole proveer de vituallas y tiendas con lo demás
necesario para el camino, de lo que en el Real quedaba. Ofreciósele
por compañero en esta jornada don Artal de Alagón, hijo de don
Blasco, mozo ardiente y belicoso que sabía muy bien los pasos con
las entradas y salidas de aquel Reyno, por haber estado en él muchos
días, cuando fue desterrado de Aragón. Aceptó su ofrecimiento el
Vizconde muy de buena gana: y llevando su guía, como no entrasen en
poblado, pasaron sin ningún estorbo hasta llegar a un grande valle
cerca de Biar, casi a vista de Villena, el primer pueblo del Reyno de
Murcia. El cual por ser muy principal, y en nuestros tiempos poblado
de gente hidalga, determinaron de acometerle, a fin de saquearlo. Y
así llegando a la media noche sin ser sentidos entraron de improviso
en él, hallándole sin guardia con las puertas abiertas: y se dieron
tal diligencia, que antes que los del pueblo se pudiesen juntar y
poner en armas tenían ya saqueada la mayor parte del. Pero luego
cargó tanta gente sobre ellos de las aldeas, que les tomaron las
calles, y comenzaron a pelear con ellos tan bravamente, que les fue
forzado, llevando delante la presa, salirse con buen orden del
pueblo, y extenderse por la campaña, sin que ninguno los siguiese.
Llegaron a otra villa llamada Saix, en la cual, por estar sin cerca,
también entraron, y la acometieron valentísimamente, peleando los
unos, y saqueando los otros. Mas como se pusiese todo el pueblo en
armas, y le viniese socorro de los lugares vecinos, fueles forzado,
hechos un cuerpo recogerse y mirar por si, por las muchas saetas y
piedras que al pasar de cada casa les tiraban: tanto que entre otros
don Artal fue herido de una pedrada en la cabeza, y derribado del
caballo murió luego. Por donde fue necesario retirarse y salir de la
villa a más que de paso: llevando consigo el cuerpo de don Artal con
grandísima dificultad y trabajo, hasta llegar a Valencia. Sintió
mucho el Rey esta muerte, con todos los de su corte, y mandó con
mediana pompa depositar su cuerpo en una iglesia antigua que había
en la ciudad del sancto Sepulchro: hasta que fueron trasladados sus
huesos en Aragón, y puestos en la sepultura de sus antepasados. Tuvo
el Rey en mucho la memorable hazaña del Vizconde, como si con ella
le hubiera abierto la puerta y facilitado la entrada para el Reyno de
Murcia; y así se lo agradeció mucho, y le hizo mercedes dándole
joyas de grande estima al tiempo de su partida. Con esto se despidió
el Vizconde del Rey, y se volvió con triunfo a Cataluña.











Capítulo II. Como la mezquita mayor de Valencia fue consagrada en
iglesia, y de las diversas invocaciones que tuvo antes, hasta que fue
dedicada al nombre de nuestra Señora.






Partido
el Vizconde, luego el Rey trató del asiento y reparo de las cosas de
la ciudad, la cual a causa del largo cerco los Moros habían dejado
muy descompuesta y perdida. Cuanto a lo primero pareció ser
necesario hacer el repartimiento de las casas a los soldados y de los
campos y heredades a los capitanes y oficiales del ejército, y
establecer leyes y fueros. Mas como primera que todas fuese la casa
de Dios, luego el otro día que el Rey entró en la ciudad con la
asistencia de los Prelados de Aragón y Cataluña, y el de Narbona,
que siguieron esta empresa, se fue derecho a la Mezquita mayor, donde
los Moros solían celebrar las mayores fiestas y ceremonias de su
secta. Allí el arzobispo de Tarragona revestido de pontifical,
después de haber purificado el lugar con saumerios de incienso
(
encienso),
y rociado con agua bendita, y palabras sagradas con la señal de la
cruz, hizo levantar un altar, en el cual fue celebrada misa solemne
por el que estaba ya electo primer Obispo de Valencia, que después
fue por el sumo Pontífice confirmado, llamado Ferrario de santo
Marrino, Preposito que antes era de la iglesia de Tarragona. El cual
fue varón muy escogido de grande santidad de vida, y doctrina.
Hechas allí por el Rey y la Reyna, y por los demás infinitas
gracias a nuestro señor Iesu Christo y a su sacratísima madre, por
haber llegado a echar de la ciudad la secta Mahometica, para
introducir la religión Cristiana, fue consagrada la misma Mezquita
en Templo, a honor y nombre de nuestra señora santa María: después
de muchos títulos e invocaciones a que fue dedicada en diversos
tiempos, por Gentiles, Moros, y Cristianos. De las cuales se halla
haber sido la primera en tiempo de los Romanos a su diosa Diana.
Después en la venida de los Godos, que recibieron la religión
Cristiana se consagró al nombre del Salvador. Más adelante perdidos
los Godos por la entrada de los Moros de África en España, y
sojuzgada por ellos, se dedicó a Mahoma: mas ganada después
Valencia de los moros, aunque para poco tiempo, por don Rodrigo de Biuar llamado el Cid Ruidiaz, caballero principal de Castilla, y de
los más valientes de su tiempo, se intituló de sant Pedro. Pero
como luego en muriendo el Cid cobrasen la ciudad los moros, volvió
el templo a ser profanado con el mismo título de Mahoma, hasta
conquistada por el Rey la ciudad, fue de nuevo purificado, como está
dicho, y perpetuamente dedicado a la invocación y santísimo nombre
de María. Porque era tanta la devoción y religión con que este Rey
veneraba y nuestra señora, que todos sus votos hacía a ella, y
todos los Templos grandes y pequeños que en cualquier tierra mandaba
edificar, a sola ella con su hijo benditísimo los dedicaba, y así
se tiene por cierto que el grande afecto y devoción que hoy los
desta ciudad y Reyno tienen al santísimo nombre de proceden del
ejemplo de este buen Rey, y que esta fue obra de Dios y suya.











Capítulo III. Como se derribó la mezquita mayor, y edificó nuevo
Templo sobre ella, y fue hecha iglesia catedral, y de la fiesta
ordinaria que se hace de ello en la ciudad.






Andando
el Rey con los Prelados muy puesto en esta consagración de la
mezquita, y considerando que en las paredes y relieves de ella
quedaban algunas
moldaduras
y figuras que siempre renovarían la memoria de las cosas de Mahoma,
para tropiezo de los que nuevamente se convertirían a la fé de
Cristo nuestro señor: determinó poco después, con el parecer de
los Prelados, y de su consejo, volver a la mezquita en procesión con
todo el pueblo que le seguía, y como llegó a ella tomó un martillo
de plata, y en comenzar a derribarla por defuera, luego los Prelados,
y tras ellos los principales del ejército, con todos los soldados, y
gastadores del campo hicieron lo mismo. De manera que siguiéndole
todos, cada uno con su instrumento, fue muy en breve la mezquita
echada por tierra, y del todo asolada. Y en ser limpiado (
alimpiado)
el suelo, fue dada al Rey por mano de muy expertos maestros e
ingenieros una muy buena traza y modelo de templo, y pareciéndole
bien comenzó a edificarse uno de los más bien trazados y suntuosos
que hay en la Cristiandad, según le vemos en nuestros tiempos
acabado. Pues dado que en la grandeza y labores no iguale con
algunos, pero en lo particular viene a sobrepujarles, y ser raro
entre todos: como es por su muy alto ancho y bien encumbrado
cimborio:
por su bien labrado retablo con personajes grandes de relieve de
plata fina: por su anchura y melodía de Órganos: por su firme y
liso suelo: con su admirable fábrica de Cabildo, y su ochavada
fortísima, y muy alta torre de campanas: y en lo espiritual mucho
más, porque la singular copia de reliquias sagradas que en su
sacristía tiene las más raras y admirables de santas que haya otras
en la Cristiandad: con los vasos de oro y plata y ornamentos
riquísimos y muchos. Y demás de su copiosísimo número de
sacerdotes y ministros sagrados, la suntuosísima y devotísima
solemnidad de sus continuos oficios y sacrificios divinos, que no se
halla en esto con quien compararla. De manera que por sus
particulares, sin duda iguala con cualquier iglesia de toda España.
A esta concedió el Rey sus prerrogativas y privilegios de las
inmunidades que por divino y positivo derecho se deben a las
iglesias: para que los caídos en qualesquier casos y crímenes, como
no fuesen de los
exceptados
por el derecho, les valiese de Asylo y salvaguarda. También alcanzó
del sumo Pontífice Gregorio IX, fuese hecha catedral, y se le
restituyese su antigua diócesis y distrito: del cual, puesto que se
dijo que solía ser antes de otra cabeza, y que en tiempo de Bamba
Rey de los Godos fue dado e incluido en la provincia de Toledo: quiso
el Rey, pues conquistó de nuevo este Reyno, que fuese de allí
adelante (según lo había votado) sujeta y
suffraganea
a la iglesia de Tarragona. Esta restauración de iglesia, y
restitución de Diocesi, con la silla Obispal, y asignación de
Metropolitano, que se expidió por
bulla
áurea del mismo Pontífice, fue concedida a los IX del mes de
Octubre el siguiente año 1239, en el día y fiesta del glorioso S.
Dionis mártir, y, o por memoria de la fundación de la catedral: o
de la ida del armada de Túnez (como en el precedente libro se ha
dicho) se hace cada un año en este día muy solemne procesión por
el Obispo, Cabildo, Dignidades y Clerecía (
Clerezia),
llevando el Juez (
Iuez)
ordinario de lo criminal la gran bandera que llaman del Ratpenat,
antigua memoria y conmemoración de lo que el Rey sacó en el cerco
de Valencia: siguiéndole los oficiales Reales de la ciudad con una
compañía de gente de guerra, que llaman el centenar y con todo
género de música. Van todos a la iglesia de
sant
Iorge martyr
,
patrón de la corona de Aragón, por memoria y acción (
hazimiento)
de gracias desta restitución de la Sede Obispal.











Capítulo IV. Donde se confirma, por la bulla de Gregorio IX, se
erigió en cathedral la yglesia de Valencia, y se dio por sufraganea
a la de Tarragona, no embargante la pretensión del Arzobispo de
Toledo.






Sobre
esta división, o separación de iglesias, es a saber de haber hecho
la iglesia catedral de Valencia sufraganea a la metropolitana de
Tarragona, se entiende por ciertas escrituras y proceso formado que
se ha hallado en el Archivo (
Archiuio)
de la iglesia de Toledo: como en Valencia, al tiempo que el Rey entró
en la ciudad, y comenzó a fundar la yglesia, hubo gran contradicción
y protestas hechas por los Procuradores del Arzobispo de Toledo
contra el de Tarragona, que estaba presente a la fundación, alegando
por el de Toledo, como Valencia fue ya antes Obispado en tiempo de
los Godos, y suffraganeo de Toledo: como se mostraba por muchos
Concilios Toletanos Provinciales, en los cuales se halla la
subscripción de Obispos de Valencia: y también por la división de
las diócesis que hizo Bamba Rey de los Godos, por la cual incluía a
Valencia en la provincia de Toledo, como está dicho: con otras
muchas razones que no sufre la historia por ahora especificarlas.
Pues también para confutación (
cófutacion)
de ellas, se alegaron por el de Tarragona otras tantas, no menos
concluyentes que las primeras: para lo cual hubo nombrados jueces por
entrambas partes, a efecto de declarar en la causa. Mas como no se
dio sentencia definitiva sobre ella, por no haber conformidad sino
discordia entre los jueces, con apelaciones puestas por entrambas
partes, quedó la causa indecisa, hasta que por la bula arriba dicha
de Gregorio IX, que se halla originalmente en el archivo de la
iglesia mayor de Valencia, a petición del mismo Rey se erigió
iglesia catedral en Valencia, y se le asignó Diócesis, y fue dada
por sufraganea a la metropolitana de Tarragona. Y así con esta
asignación y decreto Apostólico han continuado la una y la otra
iglesia su posesión y prescripción de jurisdicción activa y
pasiva, de 400 años a esta parte. Por donde pudo muy bien Valencia
con la nueva erección de iglesia y Diócesis por la gracia
Apostólica, ser separada de la jurisdicción y provincia de Toledo:
como lo han sido en nuestros tiempos dentro de España las iglesias
catedrales de Burgos, Calahorra, y Segorbe, que desde su origen y
fundación fueron sufraganeas de la Metropolitana de Zaragoza, y
ahora lo son cada una de diversas: no embargante, que en estas no ha
habido contradicción ni
protestos,
como los hubo en la primera de Toledo contra Tarragona: porque son
tan justificadas las razones que hacen por Tarragona, que no han
lugar las de Toledo. Conforme a esta contradicción hubo otra
semejante entre los mismos Metropolitanos, y por las mismas causas,
sobre la elección y nominación del primer Obispo de Valencia.
Porque el Obispo de Albarracín que se halló presente en el cerco y
entrada la ciudad, como Procurador y agente del Arzobispo de Toledo,
ejercitó algunos actos de jurisdicción y oficio de Metropolitano.
Por el contrario el Arzobispo de Tarragona ejercitó otros de más
clara jurisdicción: porque purificó la mezquita de Valencia, y
consagró la iglesia mayor, y en ella al Obispo de Lerida, que no se
nombra, y aun antes de entrar en la ciudad usó más distintamente de
su jurisdicción eligiendo en Obispo de Valencia a un padre muy docto
llamado fray Berengario de Castellbisbal Prior de Predicadores de
Barcelona, y compañero de aquel santo Varón fray Miguel de Fabra,
de quien hicimos larga mención arriba en la conquista de Mallorca.
Puesto que las contradicciones del Arzobispo de Toledo fueron parte
para que esta elección no tuviese efecto: y así el Berengario fue
luego después electo Obispo de Girona. Con todo eso, después de
muchas disputas con interponer el Papa Gregorio IX su autoridad y
decreto, Valencia fue sufraganea de Tarragona, y el primer Obispo de
ella fue Ferrer de S. Martín de nación Catalán, y con esto el
Arzobispo de Toledo desistió por entonces de su pretensión. De mas
que como a todo esto se hallase presente el Rey y fuese el negocio de
tanto peso, y que ni él en su historia, ni otros escritores de aquel
tiempo en las suyas, ni el mismo Arzobispo de Toledo don Rodrigo, a
quien por su interés tocaba anotar este perjuicio, habiendo escrito
de la misma conquista de Valencia, no haya hecho mención alguna
dello, es de creer que con el decreto Apostólico cesó del todo esta
querella y pretensión. Y así quedó Valencia suffraganea de
Tarragona hasta que el Papa Innocencio VIII año 1482 erigió a
Valencia en Metrópoli, y hoy tiene por suffraganeas las iglesias de
Mallorca, Orihuela y Segorbe.







Capítulo
V. Que fue la iglesia catedral dotada de diezmos, y del repartimiento
de ellos, y como comenzó a edificarse el templo de sant Vicente
Martyr.






Hecha
y erigida la iglesia mayor en catedral, y nombrado el Prelado para el
gobierno de ella y de su diócesis, luego a imitación de las otras
iglesias catedrales, se fundó en ella su colegio, y Cabildo de
Canónigos y Dignidades, para los más principales cargos y
ejercicios de la iglesia. Mas considerando el Rey que así porque a
las iglesias y Eclesiásticos les son por divino derecho concedidos
los diezmos de todos los frutos de la tierra: como porque se acordaba
de la promesa pública que en una congregación de Prelados,
Comendadores, y otros señores y Barones, hizo en la ciudad de Lerida
dos años antes que tomase la ciudad de Valencia: de que si nuestro
señor le hacía gracia de poderla ganar de los moros, restituiría
en ella la iglesia Catedral, y la dotaría amplísimamente, conforme
a lo que por el Concilio Laterenense, cuando le concedió los diezmos
de las tierras que conquistase de moros le fue encargado, quedaba muy
obligado a cumplirla: hizo perpetua y libre donación al Obispo y
Cabildo de la iglesia mayor, de todos los diezmos del término de la
ciudad y Diócesis de Valencia, para que le dividiesen entre el
Prelado, Canónigos y Dignidades: reservando para si, y sus sucesores
por concesión y gracia del sumo Pontífice, el usufructo de la
tercera parte de ellos. Esto por recompensa de los grandes gastos que
hizo, así en conquistar el Reyno de los moros, como por los que de
allí adelante se habían de hacer para conservar lo conquistado. El
cual tercio diezmo, con la misma obligación, fue después repartido
entre muchos señores, barones, y universidades del reyno, por
servicios hechos en la defensa del, quedándole al Rey mucha parte de
ellos. Y es cosa de notar ver el pío y buen ánimo que mostró para
con las iglesias, con tan favorables fueros y privilegios como ordenó
y dio para la conservación y cobranza de los diezmos, y censos
Eclesiásticos. Asimismo visitó los lugares antiguos y sagrados de
la ciudad: señaladamente las cárceles y prisiones donde padeció el
gloriosísimo mártir sant Vicente de Huesca, así dentro, como fuera
de la ciudad: la cual desde entonces le tomó por su divino patrón:
a cuya devoción y nombre mandó el Rey edificar un templo muy
suntuoso y grande con su monasterio y convento de frailes Bernardos,
fuera los muros de la ciudad camino de Xatiua, al cual también
concedió grandes privilegios, e inmunidades para los criminosos, que
se retrajesen (
retruxessen)
a él, como a la iglesia mayor, y le dotó de grandes posesiones y
rentas. Sin eso mandó en frente del (que solo hay la vía pública
en medio) edificar un Hospital para pobres peregrinos: a la puerta y
entrada del cual está retratada mejor que en otra parte alguna, la
verdadera imagen y efigie del mismo Rey en la pared, y tan bien
impresa, que con haber pasado cuatrocientos años que se pintó con
estar sujeta al polvo y lodo de la calle, se conserva para la vista
muy entera. La causa porque este Templo siendo comenzado a edificar,
paró el edificio, y se mandó después en vida del mismo Rey acabar
a gran prisa, se dirá adelante.











Capítulo VI. Del repartimiento que se hizo de las casas de la ciudad
para los soldados, y de los linajes y familias que quedaron en ella,
y del privilegio que se dio a los de Lerida.






Habiendo
el Rey, como cosa más propia y necesaria, dado fin a lo que tocaba
al culto divino, se aplicó todo a hacer la división y repartimiento
de las casas, campos, y heredades, entre los soldados y capitanes del
ejército. Fue negocio este de muy gran peso, y que dio al Rey
trabajo infinito, particularmente por las muchas donaciones que hizo
a diversas personas de los campos y posesiones, los días antes que
la ciudad se tomase: por que fueron en más número y cantidad que se
hallaron campos para repartir. Comenzó primero por la división de
las casas entre la gente y soldados que habían enviado las ciudades
y villas Reales de Aragón y Cataluña. Repartidas pues y derribadas
las casas viejas hechas a la morisca, cada uno edificó a su gusto
otras muy altas, y más bien labradas. Quedan hoy desta memoria la
calle de Zaragoza en la ciudad vieja, y la calle de Barcelona en la
nueva, que se extendió fuera del muro viejo, al cual encerró de si
el nuevo. También para los de Teruel asignó uno de los principales
portales de la ciudad, defendido de dos grandes, muy fuertes y bien
labradas torres que le tienen en medio, y se llama de los Serranos de
Aragón, cuya cabeza es la ciudad y Comunidad de Teruel, de las
cuales y su poder, arriba en el libro tercero se ha hecho larga
mención. Por lo semejante hacia el poniente la vía de castilla,
para la defensa de la principal puerta que llaman de Quarte, se
plantaron los fundamentos de dos torres muy eminentes, cuales vemos a
los dos lados de la puerta, y que por ser tan altas y tan bien
hechas, y estar en los más alto de la ciudad puestas, descubren, y
son descubiertas de los caminantes de tan lejos, que alegran
extrañamente la vista, y dan muy grande muestra del gran ser de la
ciudad, como convenía hacerlas tales, para ganar la boca, que dicen,
a los Castellanos, por ser gente valerosa, y que sabe muy bien
engrandecer lo mucho, y bueno, y no perdonar a lo poco y ruyn.
Asimismo de las otras ciudades de Aragón como Calatayud, Iacca,
Huesca, Tarazona, Daroca, Borja, Albarracín, y Balbastro, con las
principales villas de Aínsa, Monçó, Alcañiz, Caspe, Montalbán
(
Montaluá),
Pertusa, Exea de los
caualleros,
Cariñena: y también de Cataluña las ciudades de Tarragona,
Tortosa, Vrgel, Vich, Girona, Balaguer y Elna, con la insigne villa
de Perpiñá, Villafranca, Manresa, Tárrega, y Ceruera, Agramút,
Granulles, Cruilles, con otras, de las que quedaron en la ciudad
muchos valerosos soldados, y capitanes del ejército, con los
sobrenombres dellas. Y fueron estos por sus memorables hechos muy
estimados, y perpetuaron sus linajes y familias en ella, extendiendo
su nombre y fama hasta en nuestros tiempos. Puesto que para los de
Lerida se otorgó particular y muy favorable privilegio, por haber
sido los primeros que en las baterías aportillaron los muros de la
ciudad en tres partes (como está dicho en el precedente libro) pues
en cuanto a ellos, ya dieron la entrada al ejército. Por donde como
si fueran los primeros que escalaron el muro, y de hecho entraran la
ciudad, cumplió el Rey con ellos lo que antes, cuando mandó
pregonar el asalto, había prometido a las ciudades cuyos soldados
primeros que todos hubiesen escalado, y entrado la ciudad. Porque
tomando por motivo que estos tales por abrir camino al ejército se
habían puesto en tan evidente peligro, y encomendado su vida a la
balanza de la fortuna, y por servir al Rey arriscado sus personas,
apique de dejar huérfanas sus mujeres, hijas, y hermanas: concedía
a su ciudad dos cosas. La primera que pudiesen dar peso y medida a
Valencia. La segunda enviar trescientas doncellas, para que el Rey
las dotase y casase con los principales soldados del ejército: como
de hecho vinieron luego de Lerida y de todo su distrito, y fueron por
el Rey dotadas, y colocadas con sus maridos. Y también el peso y
medida de ella aceptados e introducidos en la ciudad y Reyno, como
hoy en día se usa dellos. Asimismo muchas otras familias y linajes
poblaron la ciudad, no solo de Aragón y Cataluña, pero de la
Guiayna, y otras partes de Francia que vinieron con el Arzobispo de
Narbona: Como fueron los Narbones, los Carcassonas y Tolosas. Ni es
de creer que a este buen Arzobispo, que tan principalmente ayudó al
Rey en esta conquista dejase de agradecérselo, aventajándole con
alguna más principal Prelacia, o en otra manera. Entre todos estos
no faltó una nobilísima familia y linaje de Romanos (como dice la
historia) que vinieron a servir al Rey en la conquista, y se quedaron
a poblar la ciudad, llamados Romaníns, con el acento agudo en la
última sílaba, que así los nombraban los de Guiayna y Cataluña.
Los cuales no solo fueron
proveydos
de casas, campos y posesiones, pero tan estimados por sus
esclarecidos hechos, y nación, que aunque mezclados con otras
familias y parentescos, el sobre nombre de Romaní nunca le han
perdido, antes otros linajes con este sobrenombre se han mucho
ilustrado. Sobre todos fueron los antiquísimos y principalísimos
linajes de Cataluña descendientes de los condes Berengueres, de los
Moncadas y Cardonas, con los cuales quedó muy ilustrada esta ciudad
y Reyno: en el cual señaladamente los Moncadas y Cardonas, quedaron
muy aventajadamente heredados de tierras y vasallos.











Capítulo VII. De la traza que se dio para ensanchar la ciudad, y de
las doce puertas y cinco puentes de ella, con el discurso de los
primeros pobladores, y de los edificios que en ella se hicieron.






Por
este tan célebre acrecentamiento de linajes y familias, para más
ennoblecer la ciudad, mandó el Rey ensancharla mucho más de lo que
antes era, y que se extendiese fuera del muro viejo. Y así se puso
luego todo en orden, por el grande aparejo y comodidad que la ciudad
tiene para edificar, dentro de si por la copia del agua de los pozos,
y cabe si por la diversidad de mineros de piedra durísima y
fortísima: también por la abundancia de cal, arena, y yeso, y mucho
más por la continua obra que siempre anda de tierra cocida de
ladrillos, con los cuales se hizo toda la muralla argamasada muy
ancha, alta, y fortísima. Demás que para los pertrechos y
enmaderamiento de las casas también alcanza toda la comodidad
necesaria: así por los grandes bosques de pinos altísimos que nacen
a jornada y media de ella en el Marquesado de Moya, de donde se
provee de ordinario cada año: como por el gran compendio y facilidad
que tiene para atraerlos por su río Guadalaviar, que pasa junto a
los bosques, y recogida la madera, la trae río abajo hasta dejarla a
las mismas puertas de la ciudad. De manera que a semejanza de los
Romanos antiguos, cuando fundaban sus colonias, se señaló esta con
un
sulco
llevando alrededor el arado: por el cual hizo levantar los nuevos
muros, y quiso que la ciudad tuviese doce puertas: quizá por tener
siempre su ánimo y pensamiento puestos en las cosas divinas: y por
imitar aquella santa ciudad que vio y retrató el profeta Ezechiel,
que se abría por doce puertas. Porque a su semejanza tiene la ciudad
de Valencia otras tantas: tres que miran al Oriente, tres al
mediodía, tres a poniente, y tres a septentrión: con cinco puentes
grandes hacia el septentrión y al oriente sobre el mismo Río, y da
cada una de ellas en un Arrabal, y en dos caminos reales. A fin que
para todas las naciones y gentes del mundo se les abriese la puerta,
y por falta de puentes no impidiese el río la entrada a los
extraños. Pues realmente ningún natural quedó en ella (como está
dicho) sino que fue toda poblada de extranjeros. De aquí parece que
le es natural el acogerlos mejor que ninguna otra ciudad, para ser
común patria para todos. De donde viene que muchos vulgarmente la
llaman madre de extranjeros, y madrastra de los naturales, y no muy
fuera de razón: porque estos descuidados de su estado, por el
abundancia y regalo en que nacen y se crían, no estiman el bien que
tienen, y fácilmente le pierden. Mas los extranjeros, como vienen de
la necesidad a la abundancia y regalo, lo tienen en mucho: y por no
perderle viven con recato, y con curiosidad le conservan: como se
halla de muchos extranjeros, que entraron niños y desnudos en ella,
y por su buen ingenio y diligencia, junto con la continencia, y
sobriedad, acumularon en setenta años muy grande copia de hacienda:
cuyos hijos que nacieron de madres Valencianas, y se criaron con el
regalo de ellas, a los sesenta meses después de heredada la
consumieron toda: por no haber cuando los padres de heredar a sus
hijos de discreción como de hacienda. Pues levantado ya el nuevo
muro, y fortificada y crecida la ciudad, luego comenzaron a derribar
la vieja, por estar edificada a la morisca, y a labrarla muy
suntuosamente, abriendo las calles, y descubriendo patios, los cuales
muy en breve fueron llenos de casas, templos, monasterios,
Hospitales, lonjas, y otros edificios públicos, sin dejar en toda
ella lugar ocioso, ni impertinente. Señaladamente en la grande área
y plaza del mercado, donde es incomparable el infinito concurso que
de gente, de vituallas, y de todo género de provisiones de ordinario
hay en él cada día. Mas por que se entienda la religión y fervor
de devoción con que comenzó esta ciudad, y ha continuado su
edificio en lo espiritual: vemos que allende de las trece iglesias
parroquiales que después acá se han edificado y dotado de tan
copiosa y venerable clerecía, se hallan edificados en nuestros
tiempos, a gloria de Dios, treinta monasterios de todas las
religiones, dentro, y alrededor de la ciudad, no muy dotados de
rentas, pero mantenidos de la continua limosna de los vecinos de
ella. De manera que ha llegado a ser la ciudad casi tres veces más
de lo que era en tiempo de Moros: y por todas partes tan igualmente
poblada, que no hay
hijada,
que dice, sino que toda es en todo ciudad Realísima.











Capítulo VIII. Como el Rey hizo los fueros del Reyno en lengua
Lemosina, y se quejaron los Aragoneses porque no se escribieron en la
suya.





Dado
ya orden por el Rey en lo material de la ciudad, como en en los
edificios y casas para habitar en ella, comenzó luego a darle la
forma y espíritu, con las nuevas leyes y fueros necesarios para ser
bien regida, y el Reyno con ella. Y por ser el Rey, no solo fundador
de la ciudad, pero de sus leyes y fueros, quiso que se escribiesen en
su propia lengua materna, que fue la Limosina, como se hablaba en
Cataluña. La cual tuvo su origen en la ciudad de Limoges en Francia,
y era común para toda la Guiayna: pareciéndole que por ser lenguaje
llano lo entendería mejor el vulgo, y se libraría de tan diversas y
confusas interpretaciones del derecho que suelen nacer de la variedad
y extrañeza de las otras lenguas de España, porque de andar
mezcladas unas con otras, eran fáciles y ocasionadas para dar muchos
sentidos sobre cada cosa. Como entendieron esto los Aragoneses, que
con ejército formado le seguían, y se habían hallado en la
conquista del Reyno, y entrada de la ciudad, se tuvieron por muy
agraviados, de que los fueros y leyes de Valencia se escribiesen en
lengua Catalana, o Limosina, tan obscura y grosera: y que fuera harto
mejor en la Latina, o
alomenos
Aragonesa. Mayormente porque los fueros, como leyes provinciales,
están de si tan apegados, y toman tanta fuerza del derecho común y
leyes de los Romanos, que para más clara interpretación dellos, era
necesario escribirlos en la misma lengua que fueron escritas las
leyes, como la Romana, o alomenos la Aragonesa: por ser esta no solo
común a las demás de España: pero entre todas las de Europa (como
se probará) más
conjuncta,
más hermana, y casi la mesma, con la Romana. También era del mismo
parecer, y conformaban en la pretensión por su propia lengua los
Castellanos, y los demás mercaderes Españoles, que allí se
hallaban, que hablaban casi en la misma lengua que los Aragoneses:
aborreciendo en grande manera la Catalana, o Lemosina, porque no se
podían hacer a ella, ni hablarla, más que la Caldea.












Capítulo IX. Del origen de la lengua Española, que fue de la
Romana, la cual se enseñó en Huesca de Aragón por los Romanos, y
la aprendieron mejor que otros los Aragoneses.






Antes
que por el Rey se satisfaga a la queja y agravios propuestos por los
Aragoneses en el precedente capítulo, para mejor responder a todo,
será bien mostrar lo que de su vulgar lengua Aragonesa se siente, y
descubrir algunos buenos secretos del origen y principio de la
universal lengua Española, que llaman Romance, que se nos ofrecen de
presente: valiéndonos de esta digresión para mayor ornamento de la
historia. Es a saber, como esta lengua fue totalmente derivada de la
Romana Latina por haber sido por los Romanos introducida y enseñada
por toda España, y puestas escuelas en las principales ciudades y
lugares de ella: y como para los Aragoneses, que son la mayor parte
de los Celtíberos, se pusieron en la ciudad de Huesca, donde no sola
la aprendieron con mucha curiosidad, pero hasta en nuestros tiempos
la han retenido, y conservado más pura, e incorrupta que en las
demás partes de España. Pues cuanto a lo primero que la lengua
Aragonesa, con la que llaman Castellana, hayan sido nacidas de la
Romana Latina, y que esta fuese por los Romanos enseñada en España,
claramente se colige del tiempo de Quinto Sertorio Senador y gran
capitán Romano, el cual por haber seguido la parcialidad de Mario,
persiguiéndole por ello L. Silla, fue desterrado de Roma, y se vino
a España: donde descubriendo el generoso y natural valor de los
Españoles, y su ardor y fuerzas para la guerra, aunque en lo demás
los halló bárbaros y rudos (
rudes):
con su arte y maña los instituyó, y amaestró de manera, que no
solo en armas, y en el ejercicio y uso de pelear, los igualó con los
Romanos: pero aun halló modos, como en lo demás, hacerlos idóneos
y suficientes para toda cosa de gobierno. Y así para que mejor
conociesen el bien que les hacía, y le tuviesen todo amor y respeto,
mandó poner escuelas en Huesca, con muy buenos maestros Romanos,
para que les enseñasen las lenguas Latina y Griega, a fin de que con
esta mañosa obra de enseñarles, realmente tuviese como en rehenes
los hijos de los más principales señores de la Provincia: y para
que con la instrucción en las lenguas, y erudición Romana, se
habilitasen, y pudiesen ser acogidos a los cargos y preeminentes
oficios de la guerra, según que Plutarco historiador grave más
largo lo escribe en la vida del mismo Sertorio. Mas aunque a la
verdad, Huesca de la cual habló Plutarcho, es diversa de la Huesca
de Aragón, porque la otra está en la Andalucía al extremo de los
Tudetanos, donde Sertorio hizo sus guerras, y hoy se llama Huéscar,
y la de Aragón está fundada a las faldas de los Pyrineos hacia el
Septentrión: pero de su antigüedad (
antiguidad),
y gran tiempo que duran sus escuelas, con otros vestigios e indicios
que de los Romanos se hallan en ella, claramente se ve que fue
también en esta Huesca fundada Academia de lenguas, y con la
continua lección perpetuada. Porque es más que verosímil, que
otros capitanes Romanos antes y después de Sertorio, como los dos
Scipiones y Pompeo (
Pópeo),
principalmente el Emperador Augusto César (
Caesar),
hicieron escuelas en España, y mucho más en la citerior donde están
los Aragoneses, y donde más ellos se detuvieron. Y así se muestra
que en ninguna parte mejor que en Huesca las instituyeron, por no
hallar otro lugar más apto para el propósito de los Romanos: por
ser esta ciudad de asiento alegre y bien fortalecida, de muy fértil
campaña, y de toda cosa provista (
proueyda),
ser muy mediterránea, para más seguramente retener como en rehenes
los estudiantes nobles, y más por estar separada del comercio y
comunicación de diversidad de gentes, para no ser distraídos de sus
estudios y ejercicios de lenguas: a efecto que después de haber bien
aprendido la Latina, no solo se valiesen los Romanos dellos como de
farautes y espías para descubrir los ánimos y designios de los
Españoles, tan amigos de libertad, pero también para que fuesen
admitidos así al gobierno y cargos de la República como en los
oficios de la guerra.











Capítulo X. De la afición con que los Españoles aprendían la
lengua Latina, y como en todas las villas y ciudades de España había
públicas escuelas para enseñarla, y que en los Aragoneses quedó
más apurada.






Para
confirmación de lo dicho en el precedente capítulo, se halla que
cebados los Españoles de los premios que los Romanos daban, y honras
que hacían a los más hábiles en la lengua Latina, se dieron con
tanta afición y estudio a ella, que hasta los padres, hermanos, y
hermanas, cogían cada día de los niños cuando volvían de las
escuelas, las lecciones (
liciones)
que habían oído aquel día, y con esto hacían la lengua Latina
familiar y doméstica. Y en fin aquellos nombres y vocablos que los
Romanos ponían a las cosas se recibían y han quedado para siempre
en España. Llegó este ejercicio a tanto, que hay quien escribe, que
no había otros juegos para los niños, ni se permitían otras
contiendas para tirar a la joya, sino por mejor hablar en Latín,
declamando por las plazas y cantones para más ejercitarse en el uso
de la lengua. De manera que no solo en las dos Huescas, pero en las
más ciudades y villas de España, se ha de creer, había instituidas
escuelas y puestos maestros para que juntamente con las lenguas
enseñasen todas las artes liberales, para más atraer a los
auditores a entender los misterios y admirables secretos dellas.
Señaladamente en la ciudad de Sagunto junto a Valencia, que hoy se
llama Murviedro, donde (como adelante mostraremos) fue tanta la
devoción que para su mal, tuvo al senado y pueblo Romano, que no
solo tomaron sus leyes y costumbres para regir su República, pero
también aprendieron la lengua Latina para entenderlas. Pues para
manifiesto argumento de que la entendieron y hablaron familiarmente,
está aun en pie el gran teatro que edificaron en la misma ciudad
para representar al pueblo las comedias Latinas que les enviaban de
Roma: y es muy cierto que tan gran concurso de pueblo, no era para
solo ver, sin que entendiesen la lengua en que ellas se
representaban. Porque de otra manera, como es posible que todos los
Españoles chicos y grandes hombres y mujeres aprendiesen la lengua
Latina, ni que la convirtiesen en tan cotidiano y familiar uso de
hablar, y en el tanto se fundasen, que por él, sin más dejasen el
antiguo y materno suyo propio. Demás de eso, que tuviesen el Latín
Romano con tantas raíces (
razizes)
aprendido, que ni por la nueva lengua de los Godos, ni por la bárbara
Arábiga de los Moros, que después entraron en España, jamás se
haya perdido, ni vuelto a la antigua? Salvo que con el tiempo, como
los Romanos se apartaron de España, y los vocablos iban faltando,
los Andaluces entre otros, ayudándose de los nombres Arábigos de
Granada su vecina, los mezclaron con la Latina. Mas no fue así de
los Aragoneses, los cuales con la misma tenacidad y porfía que
acostumbran emprender otras cosas, han conservado hasta hoy aquella
misma lengua Latina que se aprendió en las escuelas de Huesca:
Porque no hablan vulgarmente otros vocablos que, o, Latinos, o
derivados de ellos: y también muchos Griegos, si se atiende a la
etimología (
Etymologia)
dellos. Pues entre otras hemos leído algunas Epístolas compuestas
de unos mismos vocablos y una misma significación y congruencia
(
congruydad)
en las dos lenguas Aragonesa y Latina: y también con curiosidad,
hemos hallado (sin las que han introducido los Médicos) ochenta
dictiones
Griegas y Aragonesas de una misma terminación, significación y
sentido. Para que se vea cuanta ha sido la firmeza y constancia de
los Aragoneses, pues por la vecindad y contratación de los otros
Reynos propincos, de lengua más inculta, no se les ha apegado nada
en su cotidiano uso de hablar: mayormente estando rodeados a la parte
de mediodía de los Moros de Valencia que hablan en Arábigo
(Arauigo), por la de oriente de los Catalanes, con su lengua
Lemosina: a la de Septentrión de los Cántabros, que incluyen
Vizcaínos y Navarros: de cuya lengua como reliquias de la antigua
Española (lo que piensan muchos) ni en un solo vocablo se han
aprovechado: sino que con la conversación de los Castellanos, que
retienen la lengua Romana, se han conservado, sin que en el valerse
de vocablos ajenos les hayan imitado (
imtado).
Ni se admite por verdadero lo que algunos pretenden (
pretiendé)
que los Aragoneses hablan Castellano grosero y bastardo, y que tienen
los mismos vocablos que en Castilla, sino que no los componen en buen
estilo: porque como está dicho ambas a dos lenguas tienen una origen
y principio de la Latina, y así no puede ser una dependiente de la
otra: sino que como dice el proverbio. Todos de un vientre y no de un
tempre.
Porque a la verdad los Castellanos tienen los conceptos de las cosas
más claros, y así los explican con vocablos más propios y bien
acomodados demás que por ser de si elocuentes en el decir, tienen
más graciosa pronunciación que los Aragoneses, los cuales
pronuncian con los dientes y labios, y los Castellanos algún tanto
con el paladar, que les ha quedado del pronunciar de los Moros que
forman las palabras con la garganta y es cosa de gusto, oír a un
moro hablar Castellano, ver cuan limpia y graciosamente lo pronuncia,
que casi no le toca con los labios. Puesto que por el mismo caso los
Aragoneses pronuncian mejor la Latina que los Castellanos, porque
profieren con los labios y dientes que son los principales
instrumentos de la pronunciación Romana: cuya fuerza ha podido
tanto, que habiendo quedado en Aragón muchos pueblos de Moros, que
llaman Tagarinos, entre los Cristianos, los Aragoneses no solo no han
usurpado algún vocablo Arauigo dellos, pero les han forzado a dejar
su propia lengua por la Aragonesa: la cual se ve que hoy hablan
todos. Para que por ningún tiempo pueda llamarse bárbara la lengua
Aragonesa, así por ser más conjunta que todas a la Latina: como por
haberse conservado por tantos siglos entre tantas bárbaras sana, e
incorrupta. Ha sido necesario traer todo esto de la origen y
observación desta lengua, a propósito que la pretensión de los
Aragoneses cerca los fueros de Valencia, como está dicho, no
pareciese impertinente: ni ellos indignos de que el Rey en esto les
complaciese: pues la conquista del Reyno de Valencia por la antigua
división entre el Rey de Castilla, y el de Aragón, tocaba a los
Aragoneses, los cuales no habían faltado con su ejército, empleando
vidas y haciendas en conquistarlo: por lo cual merecían que en
nombre suyo, y de su Reyno se escribiesen los fueros de Valencia en
su lengua, y aunque se redujesen a los fueros de Aragón todos.












Capítulo XI. De las justas causas que el Rey dio para escribir los
fueros en lengua Lemosina, y de la excelencia dellos, y grandeza de
la ciudad.






Perseverando
el Rey en su determinación
, no
embargante la queja de los Aragoneses, mandó escribir y publicar los
fueros y leyes del Reyno en su propia lengua Lemosina, por las justas
y legítimas causas que su Real consejo para ello dio. Primeramente
porque estaba en absoluta libertad del conquistador dar leyes nuevas
a los pueblos por él conquistados, escritas en la lengua que
quisiese, solo que estuviesen fáciles y claras de entender, sin
curar de más elegancia, ni arreos de palabras porque había de ser
llano y manifiesto al pueblo lo que para su amonestación, o castigo
se le daba por ley. Y así tomada la ciudad y echados por una parte
todos los Moros de ella, y por otra acogidos los Cristianos de
diversas tierras para poblarla, era necesario que el conquistador
introdujese (
introduziesse)
su propia lengua: a fin que no solo quedase en ella su gloriosa
memoria, pero que con esto satisficiese (
satisfiziesse)
y cumpliese con la voluntad y honra de la mayor parte del ejército y
gente que le ayudaron en la conquista. Pues se hallaba haber sido
doblada la gente y ejército de los Catalanes con los de Guiayna que
siguieron al Rey en la conquista y población de Valencia, que la de
Aragoneses, y de otras partes. Demás que no era cosa conveniente que
los Valencianos que tan conjuntos (
coniunctos)
estaban en el trato de mar y tierra con los Catalanes y de la
Guiayna, usasen de otra lengua que de la que era familiar y propia a
los unos y a los otros, y por eso mucho menos necesario, ser regidos
y juzgados por leyes y fueros escritos en extra
ñas
lenguas. Ni era buena consecuencia, que por tomar los fueros su
fuerza e insistir en el derecho común, por el cual se han de
declarar para bien juzgar con ellos, se hayan de escribir en lengua
Latina, o en la más conjuncta a ella: por que no había cosa más
ajena de la intención del Rey, que revolver sus fueros claros con
leyes oscuras. Pues no por otra causa quiso que sus fueros se
escribiesen en lengua tan vulgar y llana, que por desterrar desta
Repub. tantas, y tan varias y dudosas interpretaciones del derecho:
mandando con expreso fuero, que en caso que se ofreciesen dudas sobre
la inteligencia del fuero (que suelen estas hacer siempre tardos, e
irresolutos a los
Dotores
en el determinarse) no se recorriese a ellos, sino a solo juicio de
buenos hombres: y que estos no atendiesen sino a la pura verdad del
hecho, y conforme a ella juzgasen. También por dar con esto alguna
satisfacción al pueblo malicioso, para el cual no hay cosa más
grata, que ser juzgado de jueces sacados de medio del, como de
compañeros, que a estos vemos que cree más, porque a los Doctores
tiene los por sospechosos, y cavilosos. Con estas razones y causas
que el consejo dio de parte del Rey a los Aragoneses, desistieron de
su demanda, y se conformaron en todo con la voluntad del Rey. Mas
porque continuemos nuestro propósito, fundó el Rey con tan
principales y bien advertidos fueros su Repub. Valenciana, a juicio
de todos los que con curiosidad han reconocido y visto otras
Repúblicas por el mundo, que ninguna los tiene más claros, más
santos, ni mejores. Según que la misma ciudad lo testifica con su
buen gobierno y
augmento,
como fruto que nace de ellos. Pues llega a ser tan poblada, tan rica
y abastada, y de aquel tiempo acá tres veces mayor de lo que era. En
tanto, que con haber muchas Valencias en la Europa, los Franceses la
han llamado siempre la mayor diciendo en su lenguaje (Valance le
gran) porque a la verdad sus casas llegan a número de diez mil, y
vecinos son veinte mil, sin sus arrabales, y caserías de la huerta,
que llaman Alquerías que son otra tanta ciudad.











Capítulo XII. De la elección que el Rey hizo de Fieles para
repartir los campos y heredades, y como murmurasen de ella, la hizo
de otros, y en fin volvió a los primeros.






Hechos
los fueros y leyes para el gobierno de la ciudad y Reyno, fue el Rey
muy solicitado por los oficiales del ejército hiciese la repartición
y distribución de los campos y heredades de la huerta y dehesas,
contenidas en el distrito de la ciudad, como cosa debida, y que por
recompensa del saco de ella, que les había quitado de las manos,
andaban todos muy intentos en la demanda: mayormente los que antes de
tomada la ciudad habían alcanzado del Rey donaciones de tantas
jugadas de campos. Por esta causa eran intolerables las
importunaciones de los pretensores. Por donde hecha ya la división
de casas por los fieles que para ello se
deputaron,
de nuevo eligieron dos otros fieles, o repartidores para la división
de los campos. Para lo cual fueron nombrados por el Rey, don Assalid
Gudal letrado y del consejo Real, y don Ximen Pérez Tarazona
Vicecanceller del Reyno de Aragón, dos nobles Aragoneses, y muy
diestros en las cosas del gobierno, y que no solo eran señalados por
la mucha plática y experiencia de negocios, pero en la
sciencia
legal excedían a todos los de la Corte, y valer en las dos cosas era
tenido a los nobles y generosos por muy honroso. De suerte que se les
dio cargo para que reconocidos los campos, según el espacio y medida
dellos, se asignase a cada uno lo que conforme a las donaciones
hechas por el Rey les pertenecería. Sobre este nombramiento de los
fieles para la división, hubo grande murmuración entre los señores
y capitanes del ejército, y con esto mucha queja del Rey:
pareciéndoles no ser cosa decente para negocio tan principal,
nombrar tales fieles, por muy honrados y letrados que fuesen: que
fuera harto más acertado nombrar otros de los mayores Prelados
Eclesiásticos, y más grandes señores de su Corte. Lo cual aunque
desagrado mucho al Rey, pero considerando que los mismos grandes que
pedían el cargo, hallándose inhábiles para regirlo, luego mudarían
de parecer, sin dar más parte dello a Gudal, ni a Tarazona,
respondió que nombrasen los que quisiesen, que los aprobaría, y
daría el cargo. En la hora fue dada al Rey la nómina de los que
podían ser nombrados, que fueron de los Prelados, Berenguer
Palaçuelos, y Vidal Canellan, Obispos de Huesca y Barcelona, y de
los grandes, don Pedro Fernández de Azagra señor de Albarracín, y
don Ximen Vrrea General de la caballería, ambos nobilísimos
señores, y muy esclarecidos en la guerra, y así el Rey les confirmó
luego en el cargo. Quejáronse mucho al Rey los primeros nombrados,
por haberlos así súbitamente privado del cargo sin oírlos, y con
gran mengua suya admitido a otros. Respondioles el Rey, que no se les
diese nada por ello, porque tenía por muy cierto que los nombrados,
viéndose embarazados por su inhabilidad, y dificultades del cargo,
no solo le renunciarían, pero que con muy grande honra volvería a
ellos: cuanto más dijo el Rey, que sé yo algún secreto, que cuando
torne a vosotros el cargo siguiendo mi parecer, desharéis todas las
dificultades y estorbos que se os puede ofrecer. De manera que los
cuatro fieles comenzaron a poner mano en la división, y como luego
se les ofreciesen grandes enredos, y ni supiesen, ni pudiesen
deslindarlos, y con esto fuesen de día en día difiriendo la
división, y creciese mayor murmuración contra ellos, que contra los
primeros, luego de si mismos se inhibieron del cargo, y le
renunciaron del todo.












Capítulo XIII. Como el Rey gustó mucho de los que dejaron el cargo
del repartimiento, y que se restituyó a los primeros, y de la
industria que dio en la repartición para que fuesen muchos
heredados.






Gustó
mucho el Rey de los Prelados y Grandes, que habiendo con alguna
ambición procurado para si el cargo de la repartición con gran
aplauso del ejército, sucedió que por las causas dichas, no solo le
dejaron, pero pidieron volviese a los primero nombrados Gudal y
Tarazona: a los cuales llamó el Rey, y en presencia de todos les
confirmó el cargo: y para que mejor, y con más honra saliesen con
la empresa, les descubrió su pecho, dándoles el modo y traza que
habían de tener para quitar de raíz todas las dificultades, y
embargos del repartimiento: porque se descubrían tan grandes, que
casi imposibilitaban la repartición: las cuales mostró el mismo Rey
se quitaría, haciendo dos casos con su autoridad y decreto. La una
que así como en Mallorca en semejante división se había usado, las
jugadas de los campos, que antes eran cada una de tantos celemines de
simentera,
de allí adelante se redujesen a la mitad, y sobre esto se
estableciese ley perpetua: pues con buen título y razón podían los
conquistadores hacer y dar (como está dicho) nuevas leyes a los
conquistados, mayormente no quedando ninguno de ellos en la ciudad, y
viniendo bien en esta ley los que de nuevo la poblaban. La otra era,
que se examinasen muy bien las mercedes y donaciones hechas por el
Rey antes de tomar la ciudad, y que reconocidos los servicios y
gastos hechos por cada uno de estos tales, y limitados según el
tiempo que siguieron la guerra, y ejercitaron las armas, así fuese
la justa recompensa dellos: porque desta manera sobraría para todos.
Siguiendo pues los fieles la forma y advertimiento del Rey, no solo
igualaron los campos con las donaciones, pero aun sobraron tierras: y
con esto fueron heredados en la huerta y campaña de la ciudad,
CCCLXXX hombres principales del ejército de los dos Reynos, los que
por su valor y mano se ennoblecieron en esta conquista. Esto fuera de
los grandes, y principales del consejo real, porque a estos el Rey
les repartió, y dio en feudo villas y castillos por todo el Reyno,
con la obligación de seguir al Rey en tiempo de guerra, o en otra
manera, de mayor o menor cargo: según la merced hecha a cada uno
dellos. Cuyas familias y linajes desde la conquista acá, han
florecido y perseverado con mucha alabanza, y quedan en sus estados
con la gloriosa memoria de sus antepasados.











Capítulo XIV. De donde les viene a los Valencianos ser valientes en
el acometer, y por qué causas el Rey les permitió los desafíos, y
como fue Valencia Roma primero llamada.






Con
el buen repartimiento de campos y heredades que los fieles con el
consejo del Rey hicieron, quedaron colocados en esta ciudad tan gran
número de gente escogida, como arriba dijimos. Los cuales con el
buen sustento, y continua guerra que siempre tuvieron en defender la
ciudad, y conquistar el Reyno de los Moros, la ennoblecieron con su
linaje y familia en tanta manera: que no sin muy justa causa entre
todas las ciudades de España la llamaron Valencia la noble como
planta
frutificante,
y descendiente de aquellas primeras familias de Aragoneses y
Catalanes, que por haber seguido a este Rey en tantas guerras
quedaron por sus propias manos ennoblecidas. Lo cual se arguye de la
misma nobleza y fortaleza que hoy queda y permanece en sus
descendientes. Pues realmente de la gente Española, ni para
acometer, ni para menos tener cualquier peligro en las empresas,
jamás fueron los Valencianos de los postreros. Porque a estos la
saturnina melancolía de los Catalanes sus progenitores, mezclada con
lo dulce de la tierra a que son muy dados, se les ha convertido en
pronta y Marcial cólera. Y tanto más porque Marte es señor, y está
en la casa del signo Escorpión, al cual, por observación de
Astrólogos, está sujeta Valencia. Y así la concurrencia de los dos
planetas (según lo afirma Cipriano Leouicio) hace los hombres
generosos, fuertes, animosos, airados, ardientes, prontos, liberales,
arrojados a todo peligro, buenos para gobierno, vanagloriosos, amigos
de venganza, y que no sufren injurias como estos. De aquí fue que
para moderar esta su natural y pronta cólera, porque movida se les
pasase presto, y con darle un desvío pronto, no se reconociese en
venganza, a fin que luego en pasar la guerra se siguiese la paz: les
permitió el Rey los desafíos de uno a uno, o de tantos a tantos.
Así porque aflojando la cólera con la presencia e igualdad del
trance y armas, diese lugar a la concordia: como porque por la
codicia de ganar honra y victoria en el combate, se aumentase el
ánimo, y mantuviesen las fuerzas para emplearlas contra los enemigos
de la Repub. De donde ha venido que, o por el natural hervor de la
sangre, o por el apetito de gloria, no hay gente como ella, que menos
rehuse
este género de combate, ni a que más se haya siempre dado. Por esta
misma causa, y ser los Valencianos tan propincos a los Saguntinos
(como adelante mostraremos) es posible que antiguamente se hubiesen
igualado en fuerzas y valor con ellos. Ni se da por fabuloso (dando
la antigüedad por autor) lo que vulgarmente se refiere, que Valencia
fue primero llamada Roma, por haber sido nombre impuesto por Griegos
corsarios, que navegaron por estas partes, e hicieron sus entradas y
correrías por las tierras y lugares marítimos, y que de haber
hallado en Valencia más resistencia, y gente más guerrera que en
las otras tierras, la llamasen
Pxuñ


que quiere decir
valentia:
y que por esta causa los Romanos reduciéndola a colonia, la llamasen
Valécia, porque no encontrase con el nombre de Roma: mudando la voz,
y quedando la
significación,
según que en nuestros Comentarios de Sale, lib. 2 más largamente se
declara.











Capítulo XV. Que los Aragoneses que vivían en Valencia podían ser
juzgados según los fueros de Aragón, y aunque se les negó, fueron
parte para que los de Valencia fuesen más benignos, y del abuso
dellos.






Volviendo a las leyes y
fueros que el Rey estatuyo para la ciudad y Reyno, con asistencia de
hombres muy letrados y expertos, y que habían considerado las leyes
y gobierno de otras Repub. principalmente teniendo atención a los
vicios e insolencias en que la mocedad Valenciana incitada por el
gran regalo y abundancia de la tierra podía caer: determinó por
estas causas fuesen los fueros de Valencia algo más ásperos que los
de Aragón, los cuales de muy benignos, entre otras cosas, eximen a
los delincuentes de venir a cuestión de tormento: y así quedaban
los de Valencia en el inquirir, castigar y punir muy severos y
rigurosos. Lo cual visto por los Aragoneses que estaban heredados y
vivían en Valencia, acordándose de las libertades, y benignidad de
fueros de Aragón, tentaron de contrastar sobre esto, siquiera por
eximirse de ellos: pretendiendo que puesto que vivía en Valencia,
habían de ser juzgados ellos y sus haciendas conforme a los fueros
de Aragón. Pero fue por demás su demanda, porque se les respondió,
sería cosa semejante a monstruo de dos cabezas, ser la ciudad y
Reyno juzgado con leyes y fueros entre si contrarios y diferentes.
Con todo eso fue tanta la porfía de ellos, alegando las libertades y
benignidad de los fueros de Aragón que fueron parte para que se
moderasen y diesen a Valencia fueros más benignos de lo que estaba
ordenado, y de lo que agora (según la viveza de los ingenios y
libertad de la gente) se les hubiera concedido. Puesto que a la
verdad los mismos serían, agora como entonces, también suficientes
para desterrar los vicios y males de la tierra, si se diese lugar a
la ejecución dellos, y en los crímenes se ejecutase luego su rigor,
y en los pleitos y cosas de hacienda, no se ampliase tanto su
benignidad y favor, como adelante lo notaremos.











Capítulo XVI. De la razón por que se describen las excelencias de
la ciudad y Reyno tan copiosamente, y de las justas causas que los
conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por poblar a
Valencia.






No hay porque
maravillarse, ni tener a demasiada afición, el tanto detenernos en
la descripción de las excelencias de esta ciudad, que parece no
queremos dejar cosa por decir de ella: porque en esto cumplimos con
el oficio de fiel historiador, cual a este Rey se debe. Pues si de
alabar el mundo con las grandes maravillas que en él hay, resulta
tanto mayor obligación para haber de alabar al sumo artífice y
criador del y dellas, como de obra y hazaña por sus manos hecha: a
imitación y sombra de esto, habiendo sido el Rey el primer
conquistador de esta ciudad, y echado a todos los infieles de ella, y
de nuevo plantado la fé y religión Cristiana, regándola con la
viva agua de doctrina divina, la cual mandó luego introducir en
ella: y que por haberse con sus tan excelentes fueros y leyes
perpetuando el buen gobierno y conservación de ella, ha llegado a
ser y prosperar mucho más de lo que aquí la podemos alabar y con
nuestro ínfimo estilo engrandecer: Porque todo esto no resultará en
mayor loor y gloria del mismo conquistador? Como siendo esta una de
las más bien acabadas hazañas por sus Reales manos, no será aquí
muy copiosamente descrita y amplificada? Para que continuando lo
dicho, con lo que por decir queda de ella, pasemos adelante, y
mostremos, como a causa de haberse salido todos los moros de la
ciudad, y quedar del todo desierta de gente, se siguió, que el
ejército, no solo de los Aragoneses y Catalanes, pero de Franceses y
Romanos (como arriba dijimos) se quedasen a poblarla, y por ella
olvidasen sus propias tierras, por las sobradas causas y razones que
para ello tuvieron. Porque si los hados (como el vulgo dice) les
hubieran ofrecido felicísimo asiento y morada en esta ciudad, así
fue igual la importunidad de todo el ejército, por ser acogidos en
el repartimiento de las casas, y de los campos y heredades, para
quedarse a vivir con ella. De manera que tan presto como la ciudad
fue despoblada de los moros, fue poblada y dos tanto aumentada por
los cristianos: pues con la religión y fueros tan santos para su
temporal y espiritual gobierno, juntamente se introdujo (
introduzio)
la política (
policía),
y delicado modo de vivir en ella. Mas porque declaremos en particular
algunas de sus principales excelencias, por las cuales es tan
conocida y nombrada en todas partes: vamos por cabos declarando lo
más principal de ella, y por lo que llega a ser muy singular entre
todas las de la Europa. Como es por la comodidad de su asiento, por
la gran templanza y suavidad de aire: por su rica y varia fertilidad
de campaña: por su grandeza y concurrencia de gente: por su trato e
infinidad de mercadurías, con las propias y muchedumbre abundancias
del Reyno: que todo será para más descubrir el lustre y gran ser de
ella. Volviendo pues a su asiento y fundación, lo que se entiende
es, que según su natural sitio y aparejo para ser muy poblada, su
fundación fue muy antigua entre todas las ciudades de España (según
que otros escritores lo han significado) pero su aumento comenzó de
aquel tiempo que la gran ciudad de Sagunto su vecina a XII mil pasos
de ella (donde agora está Murviedro) fue destruida por Annibal y
ejército de los Cartagineses, como adelante diremos. Porque se cree,
que después de esta destrucción, que por no haberle acudido con el
socorro el pueblo Romano padeció Sagunto: proveyó el Senado viniese
Gne. Scipion procónsul a España, para ver si podría reparar las
ruinas y pérdida de ella: pero como la halló tan despoblada y
yerma, así por la gran falta de aguas, que por los conductos ya
rotos solían traer a su río y vega: como porque Valencia, y otros
pueblos vecinos a Sagunto, se las habían usurpado, y dividido entre
si su territorio y campaña, pasó a Valencia, donde vista la gran
fertilidad de la tierra, con la abundancia de aguas que para ser bien
cultivada tenía, dejó a Sagunto, y en su lugar hizo a Valencia
colonia Romana, y la sustituyó en toda la señoría y mando que
Sagunto en su territorio poseía: ennobleciéndola con nuevos
edificios, y otras comodidades públicas (como luego mostraremos) a
causa de ver su felice asiento, y constelación (
costellacion)
próspera
debajo del signo de Escorpión, con la compañía de Venus y Marte:
los cuales (según la opinión de Astrólogos) causan admirables
efectos, como en el capítulo XII, poco antes se han copiosamente
declarado: y que bastan los efectos para creerlo. Lo mismo se halla
en lo que toca a la pureza y sanidad de aire, y hermosura de tierra.
Porque está situada en el mejor, y más templado suelo de la Europa:
por estar hacia la marina, abierta al oriente: para que antes que los
vapores crasos y húmedos que de la noche quedan puedan dañar por la
mañana a los ciudadanos, los haya el sol ya levantado y disipado.
Está hacia el Septentrión a tres leguas rodeada de un perpetuo
monte, que desde el cabo donde está el devoto monasterio de frailes
menores, que llaman Val de Iesus, corre hacia poniente y mediodía en
forma de semicírculo, que comprende toda su vega y huerta. Por el
cual monte pasan de invierno, y se refrenan los rigurosos vientos de
la Tramontana, que revueltos con la fragancia de tan buenas yerbas y
flores, purgan los malos vapores, y desecan las humedades de ella. A
los cuales suceden de verano los vientos que los Griegos llaman
Etesias, que son el Boreas templado: y muy saludables, porque suelen
estos templar el excesivo calor de los caniculares. También por el
poniente se vale de los lluviosos vientos de Castilla: para que con
el más cómodo regadío del cielo, maduren los frutos de su vega, y
los del monte crezcan. Puesto que su mayor abundancia de aguas le
acude por el Levante: del cual también se vale para hacerse venir
las naves cargadas de pan de Sicilia hasta su Grao y marina.
Finalmente por la parte de mediodía, por donde había de ser más
infestada, también templan su calor los suavísimos vientos
Australes, que rociados del mar, por donde pasan, refrescan la
tierra, y cuando el sol es más ardiente más los mueve, y son los
que llaman embates. De donde es que con haber en ella concurso de
todas las gentes y naciones del Orbe, a dicho de todos, ningún otro
aire como el de esta ciudad se halla más común y saludable para
todos: y tanto más porque si acaece a los extranjeros adolescer en
ella, no hay otra en la Europa más pueda de remedios que ella para
cobrar la salud: así por el grandísimo ejercicio de la medicina
platica y especulativa que en si tiene: como por la mucha abundancia
y excelencia de
adrogas,
de yerbas, y mucho más de regalos que en ella hay para los
dolientes: y que se puede muy bien decir, como suelen, que valen más
los regalos de Valencia que las medicinas de otra parte. Pues si
consideramos las aguas en ninguna parte se hallan más saludables que
en ella. Porque su río Guadalaviar, que viene de hacia el
septentrión fresco, y desde su nacimiento muy quebrado y ligero por
entre peñas, llega tan apurado, que según opinión de Médicos, y
se prueba por experiencia, ningún río hay de agua más sana y
delgada, que la suya. Mayormente después que la ciudad goza del
ordinario y abundoso acarreo de la nieve, cuyo efecto es comunicar
toda su frialdad al agua puesta en vasos (no mezclada con ella, que
no es sano) sino con circular movimiento meneados, y refregados con
en ella: porque de esta manera, restituyendo al agua su propia
calidad primera que es de
frigidísima,
viene a ser muy grato, y para la
concoction,
y digestión, muy apto y sano el beber con ella. Porque demás del
suavísimo regalo que se alcanza con el beber frío en tierra de si
caliente, y más siendo el tiempo ardiente: aun es mayor la salud que
se le sigue de esto, por la templanza y freno que el frío pone al
excesivo calor interior de los cuerpos, cual del calor de hígado se
padece en ella: como en nuestros Comentarios de Sale lo tenemos más
largamente probado. Puesto que no por eso deja de ser buena el agua
de los pozos, sino es para quien no la tiene vezada, de la cual
abunda en tanta manera la ciudad, que con los de los arrabales se
hallan treinta mil pozos en ella. Los cuales ayudan mucho a la
firmeza y sanidad de la tierra, defendiéndola así de terremotos y
otras aberturas, como de pestilentes vapores, para que salga no con
ímpetu, debajo de la tierra sino poco a poco, y como rociados y
templados por los mismos pozos.











Capítulo XVII. De la rara y artificiosa obra de los albañares de la
ciudad, y de la gran limpieza y sanidad que tiene por ellos.






Se
junta con los demás provechos que los pozos hacen a la ciudad, para
ser una de las más limpias y sanas del mundo, lo que ayudan ellos
para conservar y mantener aquella tan singular y rara obra de los
albañares públicos, que en latín llaman cloacas, con los
particulares de cada casa, hechos los unos y los otros con tanto
artificio, y comodidad para la limpieza de la tierra: que realmente
cuando no los había debía ser esta ciudad muy intolerable y
enferma, por ser húmeda y caliente, donde más fácilmente se
corrompen las cosas, que si fuese fría y seca. Como lo vemos de
muchas otras, que por falta de esta policía, no solo se valen de
corrales llenos de suciedades, pero las calles quedan inficionadas de
mil inmundicias con intolerable hedor por las mañanas. Y así se
halla que excede en esto a las cloacas y policía de Roma, y las
demás ciudades de la Europa. Puesto que es fama fue por los Romanos
hecha esta obra en Valencia, siendo Gne. Scipion procónsul y
Presidente de España, y que por orden suyo se edificaron estos
albañares, por sacar las suciedades no solo de cada casa, pero todas
juntas sin ningún mal olor, fuera de la ciudad: lo cual es argumento
que sin ellos no se podía vivir en ella. Esta obra subterránea
dellos con tanto artificio, y suntuosidad hecha, que no fue menos que
edificar media ciudad el acabarla, por tantos arcos, puentes, y
bóvedas que en lo profundo hay, y tan fuertes, que aun causa mayor
admiración, que de mil y setecientos años acá que se edificaron,
han siempre permanecido y permanecen en su rigor y entereza de obra.
La cual está acabada desta manera, que por la parte de entre
septentrión y poniente, donde tiene un poco de pendiente la ciudad,
le entra una grande acequia de agua, sacada del mismo río: la cual
después de haber aprovechado para adobar paños y tinturas, se
divide en tres otras acequias, que llevadas debajo tierra por sus
albañares, no solo reciben las aguas de las lluvias que se recogen
de las calles por los albellones, o caños, pero aun recogen las
inmundicias o heces de todas las casas para echarlas fuera de la
ciudad. Y con esto vienen a ser muy grandes por esta vía, que tiene
cada casa por si pozo y cocina, de los cuales todas las aguas que
echan caen en aquella canal, en la cual entran las inmundicias de la
casa, las cuales ayudadas con el agua, por sus alcaduzes da en las
madres o canales que artificiosamente hechas va por medio y debajo de
las calles, hasta que da en los tres grandes albañares. De esta
manera las suciedades de cada casa por si, y de todas juntas, van por
fuera de la ciudad, hinchiendo los fosos y barbacanas entorno de
ella, hasta que toman la vía de la mar, y fertilizan muy mucho los
campos que de paso riegan. Pasa más adelante la policía, que si
acaece en casa, o por las calles,
ataparse
los albañares, esto se conoce luego en el estancarse la corriente de
ellos: y en abrir la madre, o canal en aquella parte se purga en la
hora, sacando la suciedad. La cual no es intolerable de hedor, como
suele en otras partes, ni infecta (inficiona) el aire, por cuanto no
está de mucho tiempo represada. Para que así como en un cuerpo
humano nace la dolencia de la dificultad que hay para expeler
(expellir)
sus excrementos, y como por el contrario sana con la fácil
evacuación dellos: por lo semejante se prueba, que la principal
salud de esta ciudad consiste en la limpieza y continua evacuación
de las inmundicias de ella.











Capítulo XVIII. Del estanque llamado Albufera que no es malsano,
antes causa muy gran provecho y recreación a los de la ciudad.






Mucho
menos hay que oponer por contraria a la salud de la ciudad la
vecindad del estanque, que llaman Albufera en arábigo, y significa
mar pequeño. La cual está a una legua de la ciudad, y tiene tres de
largo: por pretender algunos que por estar al mediodía, y retenidas
en él las aguas, fácilmente se corrompen con el grande calor de la
tierra, e infectan la ciudad. Lo que en ninguna manera se sigue, ni
puede corromperse, a causa de ser tan grande y espacioso, y entrar en
él algunas continuas acequias de agua, de la cual, y de la del cielo
viene a crecer tanto, que lo abren de cuando en cuando por la parte
donde está estancado y más propinquo al mar, y por allí se vacía
y purga toda su hez y corrupción. De donde se sigue que entrando
aquella agua en la mar al gusto de su dulzura suben infinitos peces
pequeños por la corriente arriba, y se meten por el estanque
adelante, los cuales creciendo, y no permitiéndoseles volver al mar,
es increíble la ganancia que dan a los pescadores, y provisión a la
ciudad, por ser tanta la abundancia de pesca que en él se queda.
Demás de la infinita diversidad de aves acuáticas (
aquatiles)
que de invierno vienen de otros estanques a este, tanto que lo
cubren, y están tan asidas a él, que no hay levantarlas de una
parte del estanque, que no se asienten luego sobre la otra. Por donde
causan tan grande recreación y regocijo a los que navegan pescando y
cazando por él, que viene a ser este uno de los más regocijados
recreos y deleites de cuantos hay en la Europa: así por la seguridad
de la navegación, por no haber en él tormenta, como porque a causa
del poco hondo, que apenas llega a un estado de hombre, no puede
haber naufragio que no sea más ridículo que peligroso. Y también
por la variedad y singularidad de caza y pesca juntas, de que en él
se goza. Pues se ve entre los que andan con sus barquillos navegando,
los unos atender a pescar: los otros a levantar las aves espesas como
nubes a volar sobre ellos, y cada uno con su arco a derribarlas a
bodocazos,
los otros a seguir los jabalíes que a veces se ven pasar a nado, y
travesar el estanque de una
dessa
en otra. De manera que todos juntos, y cada uno por si, gozan de las
tres cosas a la par alegrísimamente, y más que por remate de la
fiesta, se juntan todos en medio del estanque, aprestada la flota de
cuarenta, o cincuenta barcos, y con la buena mochila que cada uno
trae, hacen sus comidas tan espléndidas (
esplandidas),
y con su música y danzas tan regocijadas, como se harían en medio
de la ciudad, según que se refiere en nuestros Comentarios de Sale,
donde se hace más cumplida descripción de este estanque.











Capítulo XIX. De la gran fertilidad de su vega y de la diversidad de
mieses, árboles y frutas, con la artificiosa compostura de sus
huertas.






Pues
habemos discurrido sobre la buena sanidad y temperamento que en el
sitio, cielo, aire, y aguas, de esta ciudad hallaron los
conquistadores tan cómodo para si, mostremos como mucho más por la
grande fertilidad y abundancia de su campaña y vega, se determinaron
a vivir en ella. Porque la hallaron tan varia y copiosa de frutos,
que pudieron muy bien compararla con la tierra de Egipto. Pues a
esta, como por tener el cielo siempre sereno, y el suelo fértil y
hecho a producir todo género de frutos, en salir el río Nilo de
madre con su limoso riego la hace abundar de toda variedad de mieses:
así en esta ciudad y vega cuyo cielo casi de ordinario es sereno, no
solo los comunes frutos de otras tierras, pero seiscientas maneras
dellos suele producir de suyo con la buena obra de Turia su río
fecundísimo. El cual no con excesiva creciente, ni con ordinario
salir de madre, como el Nilo, sino con la medida y artificiosa
derivación de sus aguas por acequias, que riegan los campos, y los
alegran y fertilizan no hay semilla, y ni injerto, ni frutal en el
mundo, que plantado y cultivado en el campo de Valencia, no tome y
fructifique cumplidamente. Demás que puede tanto la industria y
trabajo del labrador en bien cultivarle, que nunca lo deja estar
ocioso, ni carecer de fruto: pues se halla que un mismo campo produce
tres o cuatro mieses en un año. Qué diremos de su admirable cultura
en injertos de árboles? Qué de su lunar observación y orden en el
plantarlos? Dónde se vio de un mismo tronco salir cuatro diferentes
especies de un género de fruto? Qué se dirá de la infinidad de
viñas, cuyo licor en abundancia llega hasta dentro en las Indias?
Pues si admirable es la variedad de sus árboles, si la fruta de
ellos, rara y suavísima: también es la vista y composición de sus
huertas, y el artificioso concierto de ellas incomparable: por la
increíble copia que en ella hay de arrayanes, jazmines, naranjos,
limones, y cidras de infinitas maneras con que los sentidos del
olfato y vista tanto se apacientan y el gusto despierta.











Capítulo XX. Del asiento y descripción del Reyno, y de su grande
fertilidad, y como se divide en tres regiones, y de las Prelacias y
ditados que en él se contienen.








Hemos
(
auemos)
ya dicho de la ciudad, y su campaña, queda lo que se ofrece declarar
del Reyno, así de su asiento y postura, como de su gran fertilidad y
cumplimientos de toda cosa. Del cual hallamos que está como en
figura cuadrangular, extendido sobre la ribera del mar mediterráneo
Baleárico, hacia el Oriente y mediodía, y que siguiendo la costa
del mar, por el cual está el Reyno atajado, su longitud es sesenta
leguas, y su latitud desigual cuando mucho es XVI leguas, y cuando
menos ix. Tiene su elevación de polo en treinta y ocho grados, y
según afirman los Astrólogos está sujeto al signo de Escorpión
con los de Venus y Marte: como poco antes en la descripción de la
ciudad se ha notado. Los Reynos que lo encierran, y cercan de mar a
mar, son el de Murcia por la parte de mediodía, el de Castilla, por
el poniente, el de Aragón por Septentrión, y el de Cataluña, que
cierra el otro cabo del mar, entre septentrión y Oriente. Es todo él
hacia lo mediterráneo muy lleno de montes, y sus llanuras son hacia
la marina, que como medias lunas se extienden espaciosamente, y las
llaman planas. A estas cercan los montes, cuyos cabos entre plana y
plana van a dar a la mar, y se riegan por sus ríos y fuentes que
pasan por medio de ellas: como es la plana de Burriana, que hoy
llaman de Castellón, por ser esta la mayor y más principal villa de
ella, que la riega el río Mijares: a la plana de Murviedro el río
Palancia: la de Valencia el río Guadalaviar: la de Alzira el río
Chucar: la de Gandía y Oliva sus propios ríos: la de Denia y Xabea
sus fuentes y
añoríos:
y lo mismo lo de Villajoyosa y Alicante. Finalmente la de Elche y sus
circunvecinas, y entre todas la de Orihuela que riega el río Segura:
demás de la mediterránea y fertilísima huerta de Xatiua con sus
dos ríos, y algunos otros grandes valles que van a dar en el mar
como la de Bayrén (
Bayré)
que es de Gandía (
Gádia),
y la de Valdina y otras: de las cuales adelante hablaremos. Sin estas
hay otra mayor que llaman de Quart, que confina con la vega de la
ciudad, la cual si se regase (que bien podría) sería para mayor
abundancia de pan y
ceuadas
que todas las otras juntas: las cuales por ser marítimas y de
regadío, son de las más fértiles y
frutíferas
del mundo. Porque su fertilidad no solo consiste en la abundancia,
pero en la mucha variedad y diversidad de frutos, y sobre todo en la
excelencia de cada uno de ellos. Fuera de estas llanuras marítimas,
todo lo demás del Reyno son montes y valles en muchas partes ásperos
y fragosos, pero tan llenos de grandes y pequeñas fuentes, que por
ellas son los valles muy fértiles y abundosos de todo género de
mieses y frutales, aunque no tanto como lo marítimo, por no gozar,
así bien del aire y comercio de la mar, como del suelo tan húmedo.
Con todo eso son los montes muy fértiles para panes y pastos de
ganados, junto con la templanza del invierno, pues por esto, y nunca
faltar el pasto, son la
estremadura
de Aragón para ganados. De donde viene a ser este el más habitado y
poblado reyno de España, pues vemos en él fundadas cinco ciudades,
y sesenta villas, y al pie de mil lugares, y que contiene dentro de
si un Arzobispado, de Valencia y dos Obispados, Segorbe y Orihuela,
con la mitad del de Tortosa: con catorce
ditados
y estados de señores, que son tres Ducados, Segorbe, Gandía y
Villahermosa: cinco Condados, Cocentayna, Oliua, Almenara, Albayda, y
Elda: cinco Marquesados, Denia, Elge, Lombay, Guadalest, y Nauarres:
y un Vizcondado, Chelua, todos ricamente dotados. Demás de las dos
supremas dignidades de Almirante de Aragón y de Maestre de Montesa
con sus encomiendas, y en fin se hallan en él hasta ochenta mil
casas de Cristianos viejos, y veinte y dos mil de Moriscos: estos por
la mayor parte están esparcidos por los montes y valles del Reyno, a
causa de que al tiempo de la conquista como fuesen echados de las
ciudades y villas muchos de ellos se fueron a habitar por los montes
ásperos, y valles solitarios, y doquiera que hallaban fuentes, o
ríos allí hacían sus chozas y asiento: y los señores en cuyo
término, o territorio paraban, ayudándoles a poblar y hacer casas,
se los avasallaban, y así quedaron muchos valles y hoyas, que dicen,
pobladas de ellos por todo el Reyno. Los cuales dándose a la
agricultura, carbonería, y esparto, con otras granjerías del monte,
llegaron a proveer la ciudad, como hoy en día, de muchas cosas, y a
enriquecer sus señores. Porque de viles y miserables que son
trabajan, y no comen, ni visten, por vender y hacer dinero. Puesto
que los que quedaron en las llanuras, con las granjerías más ricas
del azúcar y otras cosas, pasan la vida con más policía que los
montañeses. Está pues el Reyno dividido en tres regiones (como
brevemente ya antes se ha señalado) la primera que toma desde la
raya de Cataluña hasta el río Mijares, que dijeron de los
Ilergaones, y la habitan los Morellanos, y los que llaman del
maestrado de Montesa, es tierra por la mayor parte montañosa y
áspera, pero muy abundante de seda, de aceite, y de mucho y muy
excelente vino, de pan no tanto, pero con los buenos pastos para
ganados, y el lanificio, con la oportunidad del mar y pescados,
tienen los moradores buen pasamiento en ella. La segunda región que
toma desde el río Mijares hasta el río Xucar, es la Edetania
marítima, y contiene en si las planas de Castellón, de Murviedro, y
de la ciudad, hasta la plana de Sueca (
çueca)
y Cullera, con todo lo que hacia Aragón y Castilla comprende el
Ducado y ciudad de Segorbe con su Obispado, con las villas de Xerica
y Chelua, que todo es parte de la Edetania. La cual es tierra fértil,
y aunque fragosa, pero con la oportunidad de los ríos y regadío,
son los valles de ella muy fructíferos, y de los bien cultivados del
Reyno: y que en todo género de mieses tienen su medianía. La
tercera región que es la Contestania se extiende desde Xucar hasta
Biar y Orihuela, frontera del Reyno de Murcia, contiene en si las
tres ciudades, Xatiua cabeza desta región, Alicante, y Orihuela, con
muchas villas grandes, y muy poblados lugares, los cuales pasada
Xatiua, todos son montañas, tan abundantes de mucho y muy buen
trigo, vino, aceite, sedas, ganados mayores y menores, de lanas y
obra de
peraylia,
y de la yerba sosa borda, o
barilla
tan necesaria para hacer el
vidro,
y hay campos de ella: que en fin se tiene por la más rica y
provechosa partida del Reyno.












Capítulo XXI. De los grandes provechos y comodidades que la ciudad y
Reyno tienen por la vecindad del mar, y de lo que se opone a esto y
se responde.






Por
la gran distancia y longitud que el Reyno tiene desde la raya de
Cataluña hasta la del Reyno de Murcia siguiendo la costa del mar se
ve que mucha más vecindad tiene con la mar que con cualquier de los
otros cuatro Reynos que le cercan por tierra, y que así por esto,
como por ser mayores las ocasiones y provechos que de aquí se
ofrecen al Reyno, se enriquece más por la mar, que por el comercio
de la tierra. Y no solo por la riquísima ganancia de la pesca, pues
demás de serle continua, y que arma sus almadrabas para pescar los
atunes y otros pescados de paso: y también se vale mucho del
ganancioso uso de la navegación, mediante el cual, las provisiones y
mercadurías de otras partes le entran con gran abundancia, y las del
Reyno se sacan con mucha ganancia. Puesto que contra esto oponen
algunos, que le vale poco el mar a la ciudad, pues no solo carece de
puerto, pero tiene (como en el precedente libro dijimos) la más
peligrosa playa del mundo: y porque no goza como otras ciudades, que
están a la lengua del agua, de la continua vista y alegre
contemplación del mar, del cual está media legua apartada, y así
se privan los ciudadanos del regocijo y contentamiento que da el ver
aportar naves y galeras, y desembarcar nuevas gentes, y mercadurías
de todas partes, y del continuo refresco y viento de mar, con otros
muchos provechos y comodidades que trae el vivir junto a él. Mas
todo esto, a la verdad bien mirado, no es de tanta consideración:
que por eso pierdan su lustre y valor las ciudades mediterráneas, y
que no valgan otras, ni sean tenidas por marítimas las que ven y
descubren el mar, aunque de lejos, sino las que se dejan lavar y
combatir de sus olas: siendo así que la distancia con retención de
la vista del mar, sucede en mayor reposo y tranquilidad y aun
utilidad de las tales ciudades. Porque si bien lo consideramos, que
provecho ni utilidad se saca del continuo mirar el mar, y contemplar
el inquieto movimiento de sus inconstantes olas, que jamás están
quedas, sino que, conforme a su movimiento, o hacen vacilar los ojos,
y al ánimo que los sigue, o no dejan considerar con atención las
cosas: antes parece que embotan el ingenio, y que los hombres de
tanto mirarlas dan en tontos: por lo que vemos que ningún género de
gentes son de menos discurso, ni más rudos que los pescadores, que
nunca parten los ojos del agua. Por esta y otras razones, el gran
historiador T. Livio, describiendo el asiento de la ciudad de Roma,
pone por muy grande utilidad la distancia que de ella a la mar hay de
doce millas: y ni porque su puerto de Ostia es pequeño, y no
frecuentado de grandes naves, ni porque su playa Romana sea muy
peligrosa de navegar, disminuye en nada las alabanzas de Roma. Porque
no hay duda, sino que la ciudad marítima que carece de puerto, está
menos sujeta a la repentina venida de armadas de enemigos. Por donde
como no es notable falta de la ciudad carecer de puerto, así es
mucho más útil que en el Reyno haya pocos puertos, y aquellos bien
fortificados, pues para lo que toca a la guardia de los corsarios
Moros de África, que solían muy de ordinario robar toda la costa
del con sus repentinos asaltos, y gente infinita que cautivaban, se
ha hallado en nuestros tiempos, por la felice memoria de Carlos V
Emperador y gran Rey de España, y con la industria de Don Bernardino
de Cardenes
Duque de Maqueda Visorey que entonces era de Valencia, el
más sano remedio que hallarse podía: como si de nuevo cercaran toda
la costa de muy alto y fortísimo muro. Esto se hizo levantando por
todas las sesenta leguas que hay de un cabo de la costa al otro,
hasta veinte y cinco torres muy altas y bien fortificadas,
comprendidas las que ya los pueblos grandes marítimos tenían
hechas, las cuales a dos leguas de distancia se van de una en otra
descubriendo, con dos hombres de guarda y uno de a caballo que están
en cada una dellas: para que cada prima noche con fuegos se hagan del
un cabo al otro señales de paz, o de enemigos que andan por la mar,
señalando el número de los bajeles, o fustas descubiertas, para que
en espacio de un hora quede avisada toda la costa, y estén los
lugares marítimos y las compañías de caballos ligeros que hay de
guarda en orden, así acaece que en ver los corsarios que son
descubiertos, o se van, o si se echan en tierra, luego saltan las
guardas de caballo a dar aviso a los pueblos, los cuales salen y
cogen los moros con la presa hecha. Este remedio ha
succedido
tan prósperamente, que de muchas personas que solían los corsarios
cautivar cada año, y con el rescate dellos destruir el Reyno, pasan
diez años que apenas pueden hacer un asalto sin gran riesgo suyo:
porque mayor alarma no se les puede dar, que descubrir los de las
torres. Finalmente tiene el reyno repartidas por territorios y
pueblos sus particulares abundancias, y fertilidades de frutos, con
los cuales no solo sustenta a si, y a la ciudad, y Reynos comarcanos:
pero aun a los de allende el mar provee. Pues hallamos en el mismo
Reyno tierras que abundan de panes, y pastos para ganados: otras de
vinos y algarrobas, otras de aceite y miel: otras de azúcar y arroz:
otras de cabrío, carbón, y leña: de esparto las más: de seda, y
su gran trato todas sin sacar ninguna.







Capítulo
XXII. De la objeción (
obiection)
y nota que algunos ponen al Reyno por la falta de pan y carnes, a lo
cual se responde y satisface.






Queda
satisfacer a los que a boca llena burlan de quien alaba este reyno
por abundoso en todas cosas, padeciendo tan grande falta de pan y
carnes, que sea necesario en cada un año hacer provisión de ello, y
traerle de reynos extraños: mostrando que ni para si, ni para la
ciudad tiene de estas dos tan importantes vituallas, lo que ha
menester para su mantenimiento. Pero yerran no poco los que
livianamente juzgan de las cosas, sin mejor considerarlas: siendo así
que está en mano del Reyno mostrar como puede abundar de todo, si
bien, lo que hace por su parte, se escuchare. Porque entre otras
cosas, si la mucha variedad y copia de árboles como frutales y
morales: si el increíble viñedo, y las mieses de azúcar y arroz,
con otros delicados frutos que ocupan sus campos y heredades, se
convirtiesen en sementeros de pan y pastos de ganados: si la
innumerable gente que por el Reyno hay, señaladamente en la ciudad,
que le sobra para poblar tres otras como ella, fuese menos: si tantos
extranjeros como a ella vienen con su grande trato no la
encareciesen: no hay duda, sino que los
atroxes
y
carnecerias
de ella abundarían todo el año de su propio pan y carnes para los
naturales. Pero si fue miserable cosa ver al Rey Midas, con sobrarle
mucho oro perecer de hambre (según la fábula) no sería de mayor
cortedad y miseria del Reyno de Valencia (teniendo en esto de do
valerse) ocuparlo con sola la crianza de pan y carnes, y con esto
privarle de la varia, rara, y admirable producción de tantos otros,
y tan excelentes frutos? Porque dado que la falta de pan es el nudo
(ñudo) que más ata y enreda la Repub. es tanta y tan solícita la
diligencia, que los padres y Regidores de ella suelen poner en el
proveerse del a su tiempo, y prevenir a esta necesidad: que en los
mayores y más estrechos tiempos de hambre, cuando más universal ha
sido por toda España, Valencia por su prevención ha tenido hartura.
Demás que de sus vecinos y comarcanos Reynos de Castilla, que son
abundantísimos de pan, y no pueden pasar sin valerse para muchas
cosas de Valencia, es tan ordinaria y cotidiana la provisión y
acarreo del, que se puede la destos comarcanos reputar por propia y
doméstica mies del Reyno: y como sementera que no ha de faltar,
contarla entre las harturas de Valencia. Lo mismo se puede decir de
las carnes, ser tan abundante la crianza dellas en sus vecinos Reynos
de Aragón y de Castilla, que por sobrarles, es necesario, siendo tan
cierta la expedición y ganancia, traerlas a la carnicería de
Valencia. De donde se echa de ver la sobrada razón que los
conquistadores tuvieron para dejar sus propias tierras por habitar
esta, y lo mucho que por sus descendientes hicieron en heredarlos en
tan abastada ciudad y Reyno, donde gozasen de tan saludable aire, de
tan deleitoso cielo y fértil suelo.











Capítulo XXIII. De la comparación que de Cataluña y Aragón se
hace con Valencia.






Los
mismos que hasta aquí daban contra la ciudad, no pudiendo en ella
hacer mella, las quieren haber contra sus naturales y ciudadanos,
notándolos de inútiles y livianos, por cuanto de verse que gozan de
tierra tan fértil, abundante, y regalada, tienen tanta cuenta con lo
presente, y en holgarse, que por eso ni les fatiga la memoria de las
cosas pasadas, ni el cuidado de lo por venir les apremia, ni se
aprovechan de la constancia y templanza de sus Reynos comarcanos de
Aragón y Cataluña
, para tener más cuenta con la honra y hacienda,
que no con el buen tiempo y holganza cual los desta ciudad tienen. Y
así dan mucho que maravillar de si, porque siendo estos dos Reynos
tan conjuntos y circunvecinos a Valencia, son en el vivir, y en el
pretender, los unos de los otros diferentísimos. A lo cual se
responde, que la diferencia que entre si tienen los tres Reynos es
natural e innata a cada uno de ellos, o por alguna influencia y
constelación del cielo, o por el asiento y propio agro de la tierra,
o que por la competencia y guerras que antiguamente hubo entre ellos,
se diferenciaron en el modo de vivir y costumbres. Y así parece que
la diferencia de entre ellos nació de los tres tiempos, pasado,
presente y por venir. Pues se ve que los del Reyno de Aragón, porque
siempre se glorian de los hechos de sus antepasados, y a respecto de
ellos desprecian los presentes, ni tienen tanto cuidado de lo por
venir, sino que con gran constancia y valor defienden sus fueros y
antiguas leyes, como testigos de su antiguo valor y libertades: es de
ellos el tiempo pasado. A los Catalanes, o por la esterilidad de la
tierra que en muchas partes es mal cultivada y delgada, o porque
naturalmente son hechos a la templanza y provecho, y de lo por venir
tan solícitos que apenas gozan de lo presente: les cupo el tiempo
venidero. Mas los Valencianos, a quien por la fertilidad y abundancia
de la tierra, les es casi presente toda cosa, y que más cuenta hacen
de su propia virtud y hazañas, que de las de sus antepasados: ni
tampoco temen les ha de faltar la gracia de Dios en lo por venir, y
por eso gozan de lo presente, es este su propio tiempo. De donde les
viene muchas veces el ser largos y también pródigos. Como se ve,
que para los pobres de Cristo, y para el mantenimiento de su religión
y religiosos, mayormente para la amplificación de sus Templos y
culto divino, son manifiestamente liberales. Porque lo dan de buena
gana y se alegran del bien que hacen. De aquí viene que los mismos
tres Reynos, en la misma forma que los tres tiempos, también se
reparten entre si los tres bienes, de que viven, y suelen honrarse y
gozar los hombres: que son el honesto, el útil, y el deleitable,
pues así como por las mismas causas y razones que arriba acomodamos
los tiempos a los Reynos, lo honesto recae en Aragoneses, y lo útil
en Catalanes: así en los Valencianos, que saben usar de todo, cabe
lo deleitable, y se compadece (como dice Salomón) junto con el buen
vivir, el alegrarse.











Capítulo XXIV. De los ingenios Valencianos y como por la comparación
del azogue se descubre la grande excelencia y fineza dellos.






Concluyen
su porfiada querella contra los Valencianos los que en los dos
precedentes capítulos vanamente dieron contra la ciudad, y arguyendo
de livianos a sus ciudadanos, disparan su mal concertada machina
contra los delicados y raros ingenios dellos: de los cuales, aunque
confiesan que son singulares, y de muy excelente discurso, como por
otra parte sean inquietos, y demasiado agudos, dicen que despuntan en
variables, y que de ahí vienen a ser los sujetos inconstantes, y
poco firmes en sus dichos y hechos. Lo que si cae en hombres de
gobierno, les parece que puede resultar en gran daño de la Repub.
siendo la fundamental virtud de ella la constancia. Declaran más su
intención, para probar la poca firmeza, y menos tomo de estos
ingenios, con la comparación y semejanza que de ellos hacen con el
azogue, o argento vivo, que los Philosophos naturales llaman
Mercurio, a causa que con su inconstancia e inquietud burla a los que
le tratan, mayormente si entienden en detenerlo, o como dicen,
aquedarlo.
Y esto, por lo que de él juzgan los Alchimistas, que no solo es muy
necesario para juntar y
colligar
los otros metales entre si: pero aun afirman, que de si es pura y
fina plata, y que pasaría por tal, si no se huyese, o si
aquedase:
según que muchos dellos han trabajado infinito por aquedarlo, pero
no a todos ha
succedido
bien su trabajo. Viniendo pues a cuadrar la comparación, parece
cierto que con ella más presto se alaba por todas vías, y que por
ninguna se vitupera la calidad destos ingenios. Por cuanto se muestra
claramente por ella, como a manera del azogue ha de ser el buen
ingenio humano, veloz, pronto, y fácil: porque con esto es más
apto, y se dobla más para aprender y
collegir
todas las ciencias y artes, y para mejor discurrir por todas ellas.
Pues así como al azogue les es propia la mudanza, e inquietud, y ni
por eso pierde su propia naturaleza de plata fina: por lo semejante,
como haya sido tenido siempre en menos el ingenio tardo y perezoso,
que el acelerado y pronto: le tienen tal los Valencianos, que se
aventaja al de todos. Porque debajo de aquella celeridad se muestra,
que los tales ingenios andan, discurren, y traspasan el inmenso e
infinito piélago de la
raciocinació,
y discurso humano: y que no hay alteza, ni profundidad, ni latitud de
polo a polo, que no la penetren y transciendan. Mas aunque se así
(como lo vemos) que los tales ingenios dan en precipitadas, y
peligrosas deliberaciones, y que hacen varios e inconstantes sus
dichos y hechos a los deliberantes: todavía, como los Alchimistas,
en poco, o en mucho, han hallado el modo y arte para que no se vaya
el azogue, mas que se pueda gozar por plata fina: así no ha faltado
a los Valencianos su arte y manera para moderar y asentar su
movilidad y demasiada agudeza de ingenios. Porque han hallado una y
muchas formas y vías por do guiarlos, de manera que den en honestas,
iguales, y constantes deliberaciones, a las cuales, por los medios de
la buena institución, mostraremos como los ciudadanos desde su
tierna edad van muy bien encaminados.











Capítulo XXV. De los medios y remedios que Valencia tiene para
reducir los ingenios de sus naturales a constantes, discurriendo por
todos los estados.






Ordinaria
cosa es en las ciudades siempre que se ven algunos mozuelos hacer
insolencias y malas crianzas, dar la culpa a sus madres, porque de
haberlos criado regaladamente y no castigado quedaron tales. Pero no
hay porque en todo condenarlas, si consideramos cuan mezclado anda
con lo irracional el amor natural de las madres para con sus hijos: y
aun mucho más las excusaremos, si mostraremos como en la crianza
dellos, aunque son ellas las que ministran, el sobrestante de esta
obra y la que en ella manda, es naturaleza: por lo que para su
intención y fin cumple, que este humano y corporal edificio se
levante muy firme y recio, y como los cimientos no suelen ser
labrados, ni pulidos, sino de piedra dura, y de argamasa fuerte: así
a las madres se les permite en la crianza de sus hijuelos tiernos,
ser muy piadosas con ellos, y hacerles grandes regalos, antes que
rigurosamente castigarlos, ni darles golpes. Pues demás que por
entonces el niño tierno, no es capaz de disciplina, ni se acuerda,
que por que lloró le dieron: también dándoles, se espantan, y se
perturba en alguna manera lo que naturaleza obra en los tales, que
solo está intenta en adormecerlos, y proveerles de regalados
alimentos, y en hacer buenas paredes de carne, y firmes cimientos de
huesos, a fin de que por la ternura del edificio, no entre en él
mazo, ni escoplo de disciplina, antes de los cinco años: sino que
suave y rudamente pase adelante, solo que crezca y embarnezca el
sujeto, para que el alma su moradora, pueda labrarle con las
disciplinas a su modo, y con más seguridad pulirle dentro y defuera.
De donde se ve en Valencia, que los ingenios que con la buena leche y
regalos crecen, vienen comúnmente a ser más delicados y sutiles, y
con esto tanto más vivos y dóciles para ser instruidos en todo
género de artes y disciplinas, y mucho más en la Cristiana: porque
esta con la leche comienzan a percibirla. Con este primer fundamento
de crianza, los unos se dan a las siete artes liberales, los otros a
las siete mil mecánicas, y como para estas tenga la ciudad tantos y
tan excelentes maestros, y delicados oficiales, que las enseñan, y
aprovechan a cada uno en su arte: por esta vía se halla que los
ingenios destos, que por ventura no hallándose con alguna arte, de
vivos se perdieran, se sosieguen y perseveren en lo bueno. Lo mismo
se procura y provee, aunque por más excelentes medios, para los que
siguen las liberales, pues para todo género de ciencias, tiene la
ciudad dentro de si fundada una de las más insignes y famosas
Universidades de España, la cual como en lenguas, y las demás artes
(fuera de Cánones y leyes) iguala con todas, así en la sana
exposición de la santa
escriptura
no debe nada a las demás: ayudándose de la frecuencia y concurso de
diversos
Collegios,
y conventos de todas órdenes y religiones, que con igual lección y
doctrina sólida magnifican la facultad Theologica. Los cuales con su
predicación, y ejemplar vida, a gloria de Dios fructifican y
cultivan estos liberales ingenios de los ciudadanos de manera, que
vienen a asentarse y apoyarse en lo bueno, y de volátiles como el
azogue, con tan buenos medios y remedios paran en constantes como
plata fina. Señaladamente los ciudadanos del regimiento a quien toca
el gobierno de la República: cuyos ingenios cultivados con la buena
institución, y mediano ejercicio de letras, junto con el buen
ejemplo de sus padres
conscriptos
que la rigieron, vienen a ser muy asentados, y a ponerse con debido
celo y deseo de acertar en el regimiento de ella. Los cuales no
porque no hayan visto, ni tratado en otras Repub. se han de tener por
faltos de experiencia: pues solo el haber nacido y vivido en esta
ciudad, y haber leído los estatutos y
ordinaciones
de ella, junto con tener ojo a los ejemplares pasados cerca de su
gobierno, les basta para quedar muy curtidos y experimentados en toda
cosa de su oficio público. Demás que no han de ser tenidos por
varios, y mudables de ingenios, por ser así, que muchas veces son
varios y mudables en los pareceres, y recios en el contradecirse unos
a otros: que lo permite esto el Ángel bueno de la Repub. para que
más se avive el buen
zelo
de cada uno en mayor beneficio de ella:
asin
que como en el parto del hijo suelen preceder mayores dolores: así
de mayores oposiciones y contradicciones nazcan más perfectas de
liberaciones y decretos. Pues ni esto les viene por falta de celo, ni
por ser rústicos y pertinaces, sino por ser de blandos y bien
acomodados ingenios, para variar a la postre, si menester fuere, y
como sabios mudar de parecer, siempre de bueno en mejor. Porque tales
ingenios, aunque fáciles y agudos, como sean blandos y suaves, son
más aptos para el buen gobierno, que no los tardos y tercos, que de
muy casados con su parecer vienen a concebir y parir efectos
monstruosos. Y así se ve, que el gobierno de esta ciudad es de los
más admirables y bien trazados del mundo. Pues ni podría ser en
ella el vivir tan suave, ni el pasamiento tan alegre y de contento,
sino se gozase de toda la abundancia que humanamente se desea: la
cual totalmente nace, y es manifiesto fruto del buen gobierno y
administración de ella. Todo lo cual se debe a este buen Rey que dio
el principio y medios para que en esta ciudad siempre fuese bien
gobernada. Como aquel que participando de la constancia Aragonesa, y
de la templanza Catalana, se perfeccionó con la afabilidad y
liberalidad Valenciana, y alcanzó título y renombre de
constantísimo, prudentísimo, y liberalísimo.







Fin
del libro duodécimo.