domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XX.


CAPÍTULO XX.

De la venida y hechos de Quinto Sertorio; favores y mercedes que hizo a los españoles, y fundación de un estudio general que hizo en los pueblos ilergetes, en la ciudad de Huesca, y del provecho que dio.

Vencidos los cimbrios y echados de España, la cosa más notable y de consideración que hallamos haber sucedido en esta tierra y en los pueblos ilergetes, fue la venida de Quinto Sertorio. Este fue el primer romano que dio honras y privilegios y exenciones a los españoles, y desterró de ellos aquella barbaridad y fiereza que hasta estos tiempos habían tenido, e introdujo la policía (política) y cortesía y otras muchas cosas buenas que aún perseveran.
Fue Quinto Sertorio natural de un pueblo llamado *(no se lee bien) Nurtia, cercano a Roma; su linaje era de los nobles de la plebe, digo, que no bajaba de linaje antiguo de patricios o senadores, sino de gente plebleya que por su virtud y merecimientos había merecido la nobleza: en su mocedad se dio a la oratoria, y fue muy estimado, por ser aventajado orador. En la guerra de Numancia (Soria) fue soldado, y se halló en muchas batallas contra los cimbrios, en que dio claras muestras de su ánimo y valor. Cuando Tito Didio, cónsul de Roma, vino a España, Sertorio fue su tribuno; en las guerras civiles de Roma entre Sila y Mario, fue del bando de Mario, y tan perseguido de Sila, que le obligó a salirse de Roma, y se vino a España con título de pretor. En el camino padeció muchos trabajos, y los vientos le echaron a Francia, y queriendo venir a España, las guardas que estaban en los Pirineos se lo vedaron; pero corrompidos con dinero, dieron lugar que pasase, y estando en España, con su apacible trato ganó muchos amigos. Sila, que sentía mal el poder de Sertorio, envió (en) contra de él a Cayo Anio, español, con un poderoso ejército; y Sertorio, para impedirle la entrada, envió a Lucio Salinator con seis mil hombres de armas. Anio, que no se sentía poderoso contra de él, le pidió paz, y para tratarla, le envió a Calpurnio Lanario. Salinator, que se fió de ellos, se vio con Anio y con Calpurnio, y estando tratando la paz, Calpurnio le mató a traición; y Sertorio, por faltarle tal capitán, quedó casi del todo destruido, y Anio se entró en España sin hallar resistencia. Sertorio se pasó a África, perseguido de la fortuna, y a la postre volvió a España, y en Portugal fue muy bien recibido de los lusitanos, y algunos pueblos que habían negado la obediencia a los romanos le tomaron por capitán y caudillo, y después lo vino a ser de la mayor parte de España, porque veían en él prendas tales, que le hacían merecedor de cosas mayores. Como él había sido criado en España, conocía el humor y condición de los naturales, y sabía cuán mal llevaban el mal trato y poca honra que les hacían los romanos, que los tenían en cuenta de bárbaros, y los trataban como si fuesen esclavos suyos. Usó por esto con ellos de grandes liberalidades y honras; quitóles primero algunos de los vectigales y tributos que pagaban a los romanos; más, otorgó a los pueblos que se declarasen por él, que no hubiesen de dar alojamiento a los soldados, antes bien hizo que estos se alojasen, tanto de verano como de invierno, en la campaña; y fue el primero que lo hizo; y para más honrar y autorizar a España, ordenó una manera de gobierno muy semejante al de Roma en la autoridad y representación, y con los mismos nombres y dignidades y cargos que en el senado de aquella ciudad se usaba; y de los españoles más principales escogió trescientos, y les dio título y nombre de senadores, y a la junta de ellos llamó senado; y dice Apiano Alejandrino, que lo hizo, no tanto por similitud, cuanto por hacer burla y escarnio del senado romano; de lo que quedaron todos muy pagados, aunque este senado no tenía más que el nombre y apariencia, porque Sertorio siempre se reservó el mando y señorío muy entero para si; y como los españoles no habían recibido jamás otra tanta honra de los romanos, estaban contentísimos de esto (como lo siguen estando los muy idiotas, sumando el congreso de los diputados y otros mamones, en el siglo XXI). Hacíales armar a la usanza romana; mostrábales el seguir el orden de los escuadrones, quitándoles el pelear a tropeles como hasta estos tiempos lo habían usado tan en su daño, que más parecía acometimiento de salteadores, que batalla de soldados. Dábales celadas, espadas y otras armas doradas y ricas, y escudos muy adornados, con que ablandaba la natural fiereza de ellos, y aumentaba el amor que le tenían; porque todos se daban a entender, que el poder de los españoles, por medio de Sertorio, oscurecería la gloria de los romanos, o abajaría sus bríos y quitaría la tiranía de ellos; y para mejor asegurarse de los naturales, sin ofensa de ellos, representó un día en su senado la falta tan grande que en España se sentía de letras y de sabiduría, que eran dos cosas que no engrandecían menos los pueblos y los reinos, que las armas; y que él, por el amor que tenía a nuestra nación, sentía mucho la ignorancia y barbaridad (que) había en ella; y para remediar esto, les propuso de fundar una universidad y estudio general para los hijos de los españoles, donde se enseñasen las lenguas griega y latina, y todas las artes y ciencias y buenas costumbres, y se desterrase la ignorancia y barbaridad, que era mucha. Para esto escogió en la región de los pueblos ilergetes la ciudad de Huesca, y fue la primera universidad de España y aun de casi toda la Europa, donde se enseñasen letras. Fue esta fundación tan grata a los españoles, que quedaron más contentos de ella, que de los muchos privilegios y honras que les había dado Sertorio. Llamó para esta universidad maestros doctísimos, que públicamente enseñasen, y les pagaba a su cuenta gruesos salarios, y él mismo, aunque fuese capitán y hombre de guerra, se deleitaba en examinar a los mancebos españoles que cursaban en aquella universidad, y señalaba premios a los más doctos, dándoles piezas de oro, vistiéndoles el traje romano con aquellas vestiduras que llamaban pretextas, que en Roma solo las vestían los hijos de los nobles y caballeros, y con ellas y una broncha de oro que llevaban en los pechos, eran conocidos. Era esta vestidura muy grave y honesta, y duraba has los diez y siete años; y dice Plutarco que holgaban mucho los padres ver a sus hijos con aquel traje, y más con las esperanzas que daba Sertorio, de que aquellos muchachos habían de tener cabimiento en el gobierno y administración de la república romana, y en el senado que él había instituído en España. Fue de gran lustre para España todo lo que hizo Sertorio; porque de aquel tiempo adelante florecieron hombres en ella tan eminentes en letras y doctrina, que pudieron igualarse con los mismos de Roma, y aún de Atenas.
En poesía tuvimos a Marco Valerio Marcial, cuyo libro de epígramas el emperador Elio Vero llamaba su Virgilio, y a Liciano, contemporáneo del mismo Marcial (todos de
Calatayud), de quien habla cuando dice (1: Marc., lib. 1, epig. 29. ):
Gaudet jocosè Caninio suo Gades,
Emerita Daciano meo;
Te, Liciane, gloriab tur nostra,
Nec me tacebit, Bilbilis.
Caninio Rufo, de quien habla aquí Marcial y en muchas partes (2: Id., lib. 3, ep. 20, y lib. 7, ep. 68. ), fue celebradísimo en Roma por la dulzura y gracia de sus versos, y era jovial y de buen gusto, que nunca le vieron menos que alegre o riendo. El epígrama de su sepulcro trae Ciriaco Anconitano entre los otros de España, de quien lo tomó Ambrosio de Morales. Fueron sin duda muy célebres Daciano, natural de Mérida, y Marco, único pariente de Marcial; pues como a tales les alaba en sus epígramas. Voconio fue natural de Italica, pueblo que fue muy vecino de Sevilla, y escribió muchas elegías y epígramas. En Córdoba nacieron Lucio Aneo Séneca, autor de tragedias, Sextilio Henas, y Marco Aneo Lucano, que escribió en verso heroico las guerras civiles de Roma. *Silio Itálico y natural, según la más común opinión, de Itálica, que escribió la segunda guerra púnica en verso heroico, fue varón muy rico y, en tiempo del emperador Domiciano, cónsul de Roma y procónsul de Asia. De Juvenal, poeta satírico, dicen muchos ser español y natural de Segovia. Flavio Dextro hace memoria de Claudiano, poeta español que florecía en el año 388 de Cristo señor nuestro, y también de Marabaudes, poeta lírico, ciego, que vivía en Barcelona por los años de 423 (Barcino, Barchinona). Entre los cristianos fueron célebres poetas san Dámaso, papa, de nacion catalan; Juvenco, presbítero, y Aurelio Prudencio, insignes en virtud y piedad, como lo atestiguan sus obras y poemas que han dejado.
En la oratoria y filosofía tuvimos a Fabio Quintiliano, natural de Calahorra, de quien nos quedan unas instituciones oratorias y declamaciones muy estimadas de los doctos; y este fue el primero que en Roma abrió escuela pública de elocuencia, y recibió salario del fisco del emperador, como lo dice Eusebio (anno Domini 90.), aunque Morales dice y siente lo contrario (lib. 9, c. 27.). Este Quintiliano fue maestro de Juvenal y de Plinio el Mozo. Los Sénecas nacieron en Córdoba; y el uno de ellos fue maestro del emperador Neron (Nerón), de tanta prudencia y cordura, que, para alabar a un hombre sabio y de buenas costumbres, decimos ser un Séneca. Lucio Jurnio Moderato Columela, que fue cónsul en Roma el año 43 de Jesucristo señor nuestro, escribió De re rustica fue natural de Cádiz; así como el otro, que no se sabe su nombre más de lo que dice Plinio (lib. 2., epist. 23.): nunquam ne legisti *gaditanum quendam, Titi Livii nomine gloriaque commotum, ad videndum eum ab ultimo terrarum orbe venisse, statimque ut vidit abiisse; lo que después, escribiendo a Paulino, admiró el padre San Gerónimo. Pomponio Mela fue andaluz, (del Betis era) y a Trogo Pompeyo muchos le hacen español; y sin estos, pudiera referir otros muchos de quien hacen particular mención Ambrosio de Morales y otros; y no solo en la poesía y oratoria florecieron tales varones, pero en el gobierno y política hubo tantos, que sería nunca acabar, y se puede ver en los catálogos de los cónsules y emperadores de Roma; porque, dejados muchos, Nerva, Trajano, Adriano y Antonino Pio fueron españoles, y tan justos, que pocos gentiles les llevaron en estas y otras virtudes ventaja. Toda esta abundancia de varones doctos y señalados y otros muchos que dejo, se debe al fruto que dio esta escuela sertoriana, de la cual es muy verisímil haber estos ilustres varones mucha parte de su erudición y doctrina; pues es cierto que, después de muerto Sertorio, a ciudad de Huesca amparó aquella universidad y sustentó los maestros y catedráticos de ella con salario público.

CAPÍTULO XIX.


CAPÍTULO XIX.

De la venida de los Cimbrios a España, y del uso de las cimeras que de ellos ha quedado.

Dejaré los sucesos de España y cosas de ella, acontecidas después de la presa de Arbeca, que aunque fueron muchos, pero como no tocan a cosas de los pueblos ilergetes, Livio, y Ambrosio de Morales y el padre Juan de Mariana, de la Compañía de Jesús, los cuentan largamente; y diré la venida de los cimbrios a España, que fue el año 103 antes del nacimiento del Señor. Eran estas gentes de lo postrero y más alto de Alemania; y Sedeño, en la vida de Mario, dice que eran de Zelanda. Solían aquellas gentes septentrionales muy a menudo salir de su tierra juntos en grandes ejércitos, para ganar por fuerza de armas lugares donde parasen. En esta ocasión salieron por fuerza, porque el mar saliendo de madre, les cubrió sus campos, y se los anegó todos, como acontece muchas veces en algunas partes de Flandes, (Niederlanden, Holanda, tierras bajas) y lo hiciera mucho más, si con aquellos reparos que ellos llaman diques no lo previnieran y estorbaran; y en tiempo de nuestros abuelos, se extendió el mar por los campos de Holanda y Zelanda, y dejó anegado gran término de tierra, y en él muchos lugares y villas, y tres grandes ciudades, que hoy están debajo de aquellas aguas. Así les aconteció a estos cimbrios: discurrieron hasta Italia y Francia, de donde les echaron Cayo Mario, que fue el que les persiguió más que ninguno, y Quinto Luctacio Catulo, que eran cónsules de Roma, y mataron más de ciento y veinte mil de ellos, y cautivaron más de sesenta mil; porque era tan grande el número de esta gente, que dice Plutarco ser treinta miriadas de hombres que llevaban armas, que contados diez mil hombres por cada miriada, serían trescientos mil hombres, sin las mujeres y niños: eran gente feroz, bárbara y muy arriscada, y dieron tanto que pensar a los romanos, que temieron que no acabasen aquella su república y nombre; y dice Plutarco, que las otras veces que los romanos pelearon con otros bárbaros, fue para gozar de la gloria y honra del triunfo, pero con estos solo pelearon para echarlos de si, librarse de tal gente y conservar a Italia. Tenían lenguaje particular, cuyo idioma duró en España hasta el año de Cristo Señor nuestro 514: así lo dice Flavio Dextro, hijo de San Paciano, obispo de Barcelona: praeter linguas latinam, cymbricam, goticam in Hispania erat lingua cantabrica, et politior latina, hispana, quae copia verborum, elegantia et tumore, à cantabrica differebat. De esta gente quedó el uso de los timbres, que por otro nombre llamamos cimeras, vocablo derivativo de ellos, como de sus inventores. Usábanlas, como dice Plutarco, para mostrar ferocidad y braveza, con gran estatura de cuerpo, trayendo sobre sus celadas diversas figuras y formas de animales fieros, en aquella figura que podían mostrar mayor ferocidad; y esta invención ha sido tan acepta, que se ha conservado hasta nuestros días, que apenas hay caballero que sobre sus armas no traiga su timbre o cimera; aunque en esto hay hoy tantas usanzas, que apenas se guardan las reglas de armería, porque cada uno lo hace como mejor le parece. Pero pues ha venido esta materia en este lugar, diré lo que en orden a esto hay, y es que por cimera se debe poner el animal, ave, pez u otra cosa viviente, que trajere el caballero dentro de su escudo, en la forma más fiera y principal que, conforme a su naturaleza, pudiera estar, y del mismo color que estuviere dentro del escudo; y si no hay animal, ave o pez, puede servir de cimera el cuerpo más principal de él, como un castillo, una torre, etc. Bien es verdad que hay algunos caballeros que no observan esto, como los Girones, que tienen por cimera un caballo, sin traerlo en el escudo, y el escudo de las armas de Cataluña, que lleva por timbre un murciélago, (lo rat penat del rey de Aragó) sin haberlo en el escudo. Pero no es lícito hacer todos lo que hacen, los Girones e hicieron los dueños del escudo de las armas de Cataluña, salvo si fuesen los tales iguales a ellos. Hoy usan poco los soldados de estas cimeras encima de las celadas, como antiguamente, porque son cosa pesada y dan embarazo al soldado, y en lugar de ellas traen plumas, que á mas de ser muy vistosas, no son tan pesadas como eran estas cimeras, que solo sirven de adornar los escudos y armas y los reposteros de los señores, y las plumas las cabezas o celadas que ellos traen. Cuando estas cimeras se ponen en los escudos, han de salir de ellas los follajes que caen por el lado del escudo y entorno, y llegan abajo de él, y han de ser del mismo color que las armas; y dice Don Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona, en unos diálogos manuscritos que tratan de esta materia, que estos follajes eran hojas de la yerba acanto, que son muy grandes y nacen en los pantanos y suelen también servir de adorno en los capiteles de las columnas corintias, y en latín a estos follajes llamamos stemmata y blasones en romance, de donde quedó que de uno que se alaba y jacta mucho de sus pasados y de los hechos de él, le decimos que blasona mucho.
Bien es verdad que hay algunos que quieren que cimera sea derivativo de chymera o quimera, y también puede ser; pero lo más cierto es que se tomó de los cimbrios, que no de la chymera, animal inventado de los poetas, que puesto sobre las celadas, podía también servir de cimera, por ser de feroz y extraña invención, y tener cabeza y pecho de león, vientre de cabra y cola de dragón.
Estos cimbrios no solo infestaron la Italia y Francia, mas también llegaron a nuestra España, que parece que siempre fue el fin y paradero de las peregrinaciones de los bárbaros, que no cabiendo o siendo echados de sus tierras, han buscado mansion y morada en ella. De esta vez entraron por la parte de Francia y Alvernia (dialecto occitano Auvernhat), y de aquí vinieron a España, cubriendo gran parte del reino de Aragón (que no existía aún, como otros nombres que usa el autor en este libro) y toda la región de los ilergetes; y el poder de estas tierras no era tal que pudiese resistir a tanta gente, y para valerse contra ellos, llamaron en su favor a los celtíberos, y unidas las fuerzas de los unos y de los otros, resistieron tan valerosamente, que los desbarataron, vencieron y pusieron en huida, y libraron a España de esta plaga y calamidad, y ellos se volvieron otra vez a Italia, donde les aconteció lo que cuenta Plutarco; y después del año 102 o cerca, antes de la venida del Hijo de Dios al mundo, después de haber infestado a Francia e Italia, volvieron también otra vez a España y quisieron entrar por los pueblos ilergetes, y fueron resistidos de los mismos ilergetes y celtíberos, y otras gentes que se habían juntado contra ellos. Y creo que Tito Livio debía contar muchas cosas de estas gentes según se echa de ver del epítome de Lucio Floro; pero como faltan estas décadas, Plutarco suple por ellas en muchas cosas.