Mostrando entradas con la etiqueta Monzón. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Monzón. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de mayo de 2019

DELIMITACIÓN DEL TÉRMINO MUNICIPAL DE BINÉFAR


2.83. DELIMITACIÓN DEL TÉRMINO MUNICIPAL DE BINÉFAR
(SIGLO XI. BINÉFAR)

DELIMITACIÓN DEL TÉRMINO MUNICIPAL DE BINÉFAR  (SIGLO XI. BINÉFAR)


Monzón, tras varios intentos del ejército aragonés, cayó en manos cristianas y con la toma de su castillo toda la zona se aprestó a la tarea de la repoblación y organización del territorio. En aquellos momentos, Binéfar formaba parte del término de Monzón, pero el rápido crecimiento de su caserío animó a sus pobladores a reclamar su propio territorio municipal.
Tras largas conversaciones y propuestas de todo tipo, pudo llegarse, por fin, a un acuerdo de solución. Consistía éste en que al alba de un determinado día saldrían dos ancianas, una de Binéfar y otra de Monzón, andando por el camino que unía a ambas poblaciones: donde se encontraran, allí estaría la güega o muga. Naturalmente, en ambos lugares eligieron a las abuelas más ágiles y rápidas, a las que nadie podría ayudar.
Por parte de Binéfar, la comunidad de vecinos designó a una anciana de la calle Monzón. Pero ocurrió que estaba resfriada y, pensando en el compromiso que tenía al día siguiente, decidió superar la enfermedad por el procedimiento más expeditivo de la época: sudando bien arropada en la cama. Así es que la abuela binefarense, cuando se echó la noche, tomó unas peras que tenía colgadas en la falsa y se preparó un buen ponche caliente. Una vez cocidas las peras con miel, les añadió el preceptivo vino tinto de la tierra. Todo hubiera sido normal a no ser porque se pasó en la dosis recomendada por la receta, de modo que se acostó a la cama realmente «contenta».
Al despertar, el catarro estaba mucho mejor, pero el sol entraba ya por la ventana. Muy apurada, sin lavarse apenas, se vistió rápidamente, se calzó unas zapatillas cómodas, cogió una labor para el camino y se dispuso a plantarse lo más cerca posible de Monzón. Pero cual no sería su asombro cuando, nada más dejar las últimas casas de Binéfar, se topó con la «cabezuda» montisonense que, ligera y, sobre todo, madrugadora, había recorrido ya las dos leguas que separan a ambos pueblos.
Como les seguían a distancia varios vecinos de Binéfar y de Monzón, respectivamente, justamente allí donde se encontraron colocaron una muga de piedra para señalar la linde, haciendo que el notario diera fe de lo ocurrido. Por eso el término de Binéfar ha sido y es tan reducido.
[Datos proporcionados por José Peyrón Gimeno.]



https://es.wikipedia.org/wiki/Bin%C3%A9far

Binéfar es un municipio y población de España, perteneciente a la Comarca de la Litera, al este de la provincia de Huesca, comunidad autónoma de Aragón, a 76,7 km de Huesca y a 39 km de Lérida. Tiene un área de 25,10 km² con una población de 9435 habitantes (INE 2018) y una densidad de 370,04 hab/km². El código postal es 22500.

Se encuentra comunicado con la ciudad de Monzón y Almacellas (provincia de Lérida) por la carretera nacional 240 (N-240) y la autovía A-22, lo que hace que sea lugar de paso para todo aquel que quiera ir hasta la capital de la provincia, desde Cataluña.

El nombre primitivo de Binéfar, según el estudioso Benito Coll, pudiera proceder de un origen árabe-musulmán del municipio, cuyo máximo responsable sería Affa. De aquí que el pueblo de los súbditos o "hijos" de Affa o tal vez Effar, se denomine Ben-Affa y de aquí, y con el paso de los años, mutó en Abinéfar, Avenáfar, Benáfar o Bináfar y reconocido así por el reino de Monzón.

Binéfar aparece mencionado documentalmente por primera vez en el siglo XI. En 1169 los templarios de Monzón otorgaron carta de población. En octubre de 1363 se firmó el tratado de Binéfar entre Pedro IV el Ceremonioso de Aragón y Enrique de Trastámara. El pacto fue ratificado en marzo de 1366 en Zaragoza. En abril de 1467 se enfrentaron a San Esteban de Litera y en el siglo XVI Binéfar, a causa de la peste desatada en Monzón, fue sede de las Cortes de Aragón, presididas por Felipe II, en 1585.

Es villa desde 1785. En el siglo XIX llegó el ferrocarril a Binéfar y en 1906 Alfonso XIII inauguró el Canal de Aragón y Cataluña, ambos pilares de desarrollo económico y social del siglo XX.

En la Guerra Civil (1936-1939) se constituyó en una de las colectividades más importantes de Aragón, aunque no llegó a consolidarse. En 1970 fue inaugurada la sede central del Sindicato de Regantes del Canal de Aragón y Cataluña por Juan Carlos de Borbón.

En la actualidad, Binéfar destaca como centro comercial y de servicios de La Litera, con una importante actividad agropecuaria (cereales, plantas forrajeras, frutas y hortalizas, así como ganado ovino, bovino y porcino) e industrial (agroalimentarias, mecánicas, textiles y de materiales de la construcción). La lonja agropecuaria sirve de referencia a todas las demás lonjas del mercado nacional.

Han sido diversos los restos arqueológicos hallados en las proximidades de Binéfar. Todos ellos arrojan luces sobre los primeros pobladores de esta zona. Cabe destacar el asentamiento de La Vispesa (foco de romanización de la Ilergecia Occidental), en el que a principios del siglo XX, R. Donoso encontró un fragmento de una estela ibérica, de tipo funeraria, en piedra arenisca (1,44 metros de altura) que actualmente se encuentra en el museo de Huesca.

Arquitectura religiosa:

Iglesia de San Pedro: gótica se edificio en el siglo XV y se amplió en el siglo XVIII. Tiene planta rectangular y está formada por tres naves, crucero, ábside con capillas, coro y torre. La nave central se compone de cuatro tramos cubiertos con bóvedas nevadas de crucería estrelladas, pertenecientes a la primitiva iglesia gótica. Las naves laterales son más bajas que la central y corresponden al estilo barroco. Sobre el crucero se sitúa un amplio cimborrio, quedando los brazos cubiertos con bóvedas de lunetos. La torre presenta planta octogonal con cuatro cuerpos separados por impostas. En el lado opuesto se encuentra el baptisterio, en el que podemos admirar una puerta gótica convertida en ventanal con vidrieras. La portada es un ejemplar singular de gótico flamígero, único en Aragón. El retablo gótico mayor que se cerraba con dos puertas, quemado en la última contienda, era obra de Damián Forment, y a Felipe II en 1585 le impresionaron tanto que ordenó desmontarlas y llevarlas al monasterio del Escorial.

Ermita de San Quílez (1888).
Ermita de Nuestra Señora del Romeral (1955)
Arquitectura civil

El casco antiguo conserva algunas casas de cierta antigüedad como Casa Ruata, Casa Corzán, Casa de Cultura (estilo renacentista, s. XVI). Recorriendo las dos calles que unen la plaza de la iglesia (plaza Padre Llanas) con la plaza de la Litera encontramos algunos edificios de interés, aunque desgraciadamente la mayor parte de ellas se han derribado en el pasado siglo. Se pueden admirar la actual casa de la Cultura, que fue ayuntamiento y cárcel de la villa, restaurada en la década de los ochenta; casa Ruata, con escudo de armas, y algunas casas solariegas de la calle Mayor y de la plaza de La Litera. La cruz de término gótica, derribada en 1931, fue restaurada por el artista Pepe Beltrán. Se pueden admirar en la plaza de la iglesia y en la calle Mayor algunas cías, de la gran cantidad que existen, que se han protegido.

Binéfar se puede considerar como uno de los municipios con mayor relación en cuanto a producción de proyección nacional e internacional con respecto a su población. La Lonja Agropecuaria de Binéfar es la lonja más importante de España y referente europeo en cuanto al ganado bovino. Alberga la Cooperativa Joaquín Costa.

La obra del Canal de Aragón y Cataluña (concluida en 1906) permitió la transformación agrícola del territorio. Además, su sede reside en Binéfar.

El mundo cultural de Binéfar se ve promovido con programas estables de carácter anual por el ayuntamiento: Circuito de Teatro Infantil, Teatro de Adultos, Espectáculos de Música y Danza, Folclore, Concursos, Pórtico Cultural (preliminares de fiestas), Imaginaria (Festival de títeres e imagen en movimiento), actividades literarias, Diverbiner... Además cuenta con diversos servicios y equipamientos culturales: biblioteca pública, escuela de música y danza donde también se imparte folclore, taller de artes y un centro cultural y juvenil.

Los Titiriteros de Binéfar es la formación cultural más importante, recibiendo en 2010 el I Premio Nacional de Teatro para la Infancia y la Juventud.



Teodoro Bardají recogió los ingredientes del recau y los llevó a los mejores fogones. Bardají, bajo la denominación de Recao de Binéfar, hace uso de la morigeración, debido a la falta de recursos más sustanciosos que condicionó su creación en los fogones populares oscenses, prescindiendo de los pecados de la carne en cualquiera de sus manifestaciones. La coyunda se mantiene sólo entre vegetales, / JA JA, esto para que veais lo buena que es la wikipedia / aunque con representación de suficientes especies como para presentar una dieta bastante completa de hidratos de carbono y distintas vitaminas. También se le puede llamar recau al plato más conocido en la villa de Binéfar.

Canal de Aragón y Cataluña
Iglesia de San Pedro
Ermita de Nuestra Señora del Romeral
Ermita de San Quílez
Teatro Municipal Los Titiriteros de Binéfar
Ayuntamiento "premio García Mercadal de arquitectura"

Benito Coll y Altabás, filólogo
Cervera Roche, banquero judío que fundó una casa de banca en 1560.
Eduardo Llanas, vicario general de la Escuelas Pías en 1900.
Miguel Ángel Fúster Coll, compositor
Tato Abadía, exfutbolista de Primera División
Teodoro Bardají Mas, maestro culinario

http://www.binefar.es/

https://www.researchgate.net/publication/304616382_Nuevos_Datos_sobre_el_Conocimiento_de_la_Ilergecia_Occidental_Prospecciones_Geofisicas_en_la_Litera_y_el_Bajo_Cinca

miércoles, 22 de mayo de 2019

EL FRACASO DE LA RECONQUISTA DE IBIZA


2.77. EL FRACASO DE LA RECONQUISTA DE IBIZA (SIGLO XIII. TORLA Y BROTO)

EL FRACASO DE LA RECONQUISTA DE IBIZA (SIGLO XIII. TORLA Y BROTO)


Jaime I fue tutelado de niño por los Templarios en el castillo de Monzón, compartiendo educación y juegos con un muchacho de su edad, Íñigo Zaidín, descendiente de infanzones sobrarbenses. Cuando Jaime I dejó Monzón y accedió al trono, Íñigo marchó con él siendo nombrado alférez real.
Pasó el tiempo y, tras reconquistar Valencia, Jaime I planeó la toma de Mallorca y se lanzó al Mediterráneo. Con él se embarcó Iñigo Zaidín, que participó en la lucha y tomó con sus hombres la torre del homenaje del castillo mallorquín. El rey incorporó Mallorca, e Íñigo ganó fama, una grave herida y a la princesa Zoraida, hija del rey moro destronado, de la que se enamoró perdidamente y a la que debió la vida merced a los cuidados que le dispensara.

Meses después, el reyezuelo moro de Ibiza desafió a Jaime I al negarse a pagar el tributo que debía al rey aragonés, quien enojado decidió tomar la isla. Para ello —asuntos urgentes le requerían en tierras valencianas— encomendó la expedición a Íñigo Zaidín, ya repuesto de sus heridas.

Tras preparar la acción bélica, el ejército aragonés atacó, esperando para ello la oscuridad absoluta que proporciona siempre la luna nueva. Pero una vez comenzado el asalto, de repente, el cielo se iluminó con miles de antorchas, a la vez que enormes cubos de aceite caían sobre los soldados cristianos, que a duras penas pudieron huir hacia sus barcos. El ataque fue un total fracaso y del alférez Iñigo Zaidín jamás se supo nada, pues desapareció.

Meses más tarde, en Monte Perdido, guarecido en una rústica choza, apareció un eremita solitario, pronto conocido en la comarca tanto por el autocastigo que se aplicaba como por sus ayes lastimeros pidiendo perdón por una traición cometida en el pasado. Así vivió durante más de veinte años, hasta que una mañana un pastor lo encontró muerto. Pero también halló, escrita con su propia sangre en la piel blanca de un cordero, esta frase:
«Don Jaime, perdóname. Yo os traicioné y a mis compañeros también en la conquista de Ibiza».
Enterado el rey de la muerte de su amigo lloró por él, y construyó en su memoria una ermita en Monte Perdido, mientras todavía se pueden oír hoy los ecos de voces quedas pidiendo perdón por una traición que nadie reconoce.
[De Salas, Javier, «La leyenda de Monte Perdido», Folletón Altoaragón, 50, pág. XV.]

viernes, 3 de mayo de 2019

LA RECONQUISTA DE MONZÓN


2.44. LA RECONQUISTA DE MONZÓN (SIGLO XI. MONZÓN)

Para los montisonenses, el día de san Juan del año 1089 amaneció como cualquier otro del recién estrenado verano, bajo el poder y la administración de los musulmanes. En realidad, poco podía sospechar nadie dentro de sus muros que, en tan señalada fecha para los cristianos, podría cambiar el signo de la historia para ellos.
No obstante, hacía ya unos días que la población se resistía al cerco del ejército cristiano, acampado a las órdenes del rey aragonés Sancho Ramírez y de su hijo, el infante Pedro (que será Pedro I). De pronto, se oyó desde el interior de la ciudad un rumor de voces y galopar de caballos que poco a poco fue transformándose en estrépito insoportable y, casi sin que hubiera reacción por parte de los defensores, sorprendidos ante tan importante ataque, el ejército aragonés tomó el castillo y recuperó la ciudad para la cristiandad, después de más de trescientos setenta años de dominio moro.
Aún no se sabe con certeza si la facilidad con que las tropas aragonesas tomaron el magnífico castillo fue fruto de la traición de algunos musulmanes montisonenses o si la sorpresa facilitó la victoria. Lo que sí se recuerda con claridad es cómo, en el momento del asalto, se oyó sonar en el campamento cristiano una campana a modo de contraseña. Tanto es así que, en recuerdo de esa campana, la ciudad recibió a partir de ese momento el nombre de Mon-só, que en lenguaje lemosín significa «monte» y «sonido».
En la memoria colectiva de los montisonenses anidó la convicción de que la traición de algunos musulmanes, cansados del largo asedio que padecían y sin visos de que les llegara refuerzo exterior alguno, fue la causa desencadenante de la entrada sorprendente de las tropas cristianas. Sin duda alguna, la añeja calle de la «Traición» es testimonio de lo sucedido.
El rey aragonés, nada más tomar posesión de la plaza, con objeto de reconocerla en el futuro, designó como escudo de armas de Mon-só —Monzón—, una campana y un castillo, en memoria de tan fabulosa hazaña.

escudo, Monzón, Monsó, Huesca, Osca

[Castillón Cortada, Francisco, El castillo de Monzón, pág. 16.]




LA RECONQUISTA DE MONZÓN (SIGLO XI. MONZÓN)




  • Castillo Conventual Templario (Monzón, HUESCA), Patrimonio Cultural de Aragón











  • jueves, 14 de marzo de 2019

    Libro segundo

    LIBRO SEGUNDO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE
    ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR 

    Capítulo I. Que
    muerto el Rey, los de su ejército determinaron alzar por Rey a su
    hijo el Infante don Iayme, y lo que hicieron por sacarle de manos del
    Conde Monfort.

    Muerto el Rey los principales de su
    ejército, vueltos al Real, entregaron su cuerpo a los caballeros de
    sant Iuan del Hospital, a cuya orden había hecho muchas mercedes, y
    dado villas y castillos, para que con toda pompa y ceremonias reales
    le sepultasen, como lo hicieron, llevándole sobre sus hombros al
    monasterio de Xixena, a donde su madre la Reyna doña Sancha, después
    de haber hecho profesión de religiosa, poco antes había muerto. Y
    en fin le sepultaron en un magnífico y bien labrado sepulcro,
    haciéndole sus obsequias reales, y acostumbrada novena, con grande
    suntuosidad y llantos. Pues como por haber muerto el Rey sin hacer
    testamento, quedasen las cosas de los Reynos confusas, y muy
    turbadas, a causa de no haber sucesor nombrado, don Nuño Sánchez
    primo hermano del Rey, e hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de
    Moncada, y don Guillen de Cardona (a los cuales no quiso aguardar el
    Rey, y llegaron ya muerto él al ejército) con otros principales de
    los dos reynos, se juntaron, y determinaron, que por los movimientos
    que por faltar el Rey se podían seguir en los pueblos, y por evitar
    bandos y divisiones entre los Reynos, se diese con toda presteza la
    sucesión, y declarase Rey el Infante don Iayme, hijo único del
    muerto, antes que saliesen de través otros que le pusiesen en
    cuentos el reyno, con el obstáculo de la legitimidad.
    Pues
    aunque la separación, o divorcio, que el Rey había hecho con la
    Reina su mujer madre de Don Jaime: con la sentencia del Pontífice
    había sido dado por mal hecho, y declarado por legítimo el
    matrimonio entre los dos: pero todavía, como el Rey no había
    obedecido la sentencia, quedaban muchos dudosos, y aun fáciles para
    creer lo contrario. Demás de esto les movió para hacer esta
    diligencia, ver que no habiendo el Rey nombrado sucesor, don Sancho
    padre de don Nuño y hermano menor del Rey don Alonso padre de don
    Pedro, intitulándose Conde de Rosellón, pretendía la sucesión de
    los reynos, por haber sido llamado a ella en el testamento del
    Príncipe don Ramón su padre, faltando don Alonso su hermano, y
    también don Fernando hermano de don Pedro, el cual con la esperanza
    de reinar estaba determinado de renunciar el hábito de monje que
    había tomado. Y con esto cada uno por si comenzaban a maquinar
    (machinar) secretamente, y llevar adelante su intento. Para esto
    tenían ya ganadas las voluntades de algunos ricos hombres de Aragón.
    Y por esta causa don Nuño y don Guillen con todos los demás se
    conformaron en lo determinado, y juntaron más compañías de
    soldados: pues los demás del estado de Mompeller, y del principado
    de Cataluña, venían en ello, para formar campo contra el Conde
    Monfort, que siempre estaba con su ejército entero. Lo cual hacían
    no tanto para vengar la muerte del Rey, cuanto por haber a su mano el
    Infante don Jaime, al cual el Conde, por orden del Rey y mandamiento
    del Pontífice, como está dicho, había tomado a su cargo para
    criarlo. Fue cosa memorable la que hizo don Nuño, que siendo hijo
    del Conde don Sancho, a quien, si saliera con el Reyno, había de
    suceder, no quiso seguir la parcialidad de su padre, sino guardar
    toda fidelidad al verdadero sucesor Don Jaime. Pues como el Conde
    Monfort sintió todo esto, con el orgullo de la victoria pasada,
    juntó mayor ejército, a fin de defenderse del real, y alzarse con
    don Jaime, para con la persona de él sacar muy buenos partidos de
    los reynos.












    Capítulo
    II. Que por sacar a don Jaime de las manos del Conde, se hizo
    embajada al Pontífice, y de su respuesta.

    Como los del campo
    real vieron que el Conde se ponía de veras en defensa, acrecentando
    su ejército cada día, no quisieron poner en ejecución lo que
    habían determinado contra él, sino entretenerle hasta ver, si
    enviando embajadores a Roma al Pontífice, alcanzarían con su favor
    que el Conde les entregase al Príncipe don Jaime, y así concordaron
    en hacer embajada, la cual emprendieron don Guillen Cervera, y don
    Pedro Ahones, capitanes valerosos, juntamente con don Guillen
    Monredon vicario del maestre del Temple en los dos reynos de Aragón
    y Cataluña
    , con poderes bastantísimos y particular orden, para que
    si el Conde rehusase de entregar al Infante, mandándoselo el
    Pontífice, le denunciasen de nuevo la guerra a fuego y sangre, en
    nombre de los dos reynos: y que don Pedro Ahones uno de los
    embajadores, le enviase a desafiar de persona a persona, retándole
    de traidor y fementido, por no restituir a don Jaime a los suyos. Los
    que más procuraron y solicitaron esta embajada (según dice la
    historia) fueron don Español Obispo de Albarracín (Aluarrazin), y
    don Pedro Azagra señor de la misma ciudad, para que juntamente, con
    dar calor a la restitución del Príncipe don Iayme, fuesen a la
    mano a don Sancho y don Fernando, por las diligencias que cada uno de
    ellos hacía por si. Y aun escriben algunos, que el mismo Obispo fue
    en persona por este negocio a Roma. Puestos en Camino los
    embajadores, al cabo (acabo) de muchos días llegaron a Roma con
    grande acompañamiento de gente y criados, y muy cubiertos de luto
    hicieron su entrada: donde como se acostumbra con los embajadores
    fueron con grande honra recibidos del pueblo Romano, que se acordaba
    muy bien de la liberalidad que con él hizo el Rey muerto, el día de
    su coronación. Lo primero que los embajadores hicieron, fue ir a
    besar las manos a su señora y Reyna doña María, con la reverencia
    y acatamiento que como súbditos y vasallos debían. Y declarando la
    causa de su embajada, contáronle del Rey su marido cosas de grande
    lástima: y del Príncipe su hijo de mucha prosperidad, pues quedaba
    vivo y sano: en lo demás, las grandes diferencias y distensiones en
    que los reynos andaban, divididos en parcialidades, y para perderse
    del todo, si el Conde Monfort no les restituía al Príncipe su Señor
    para alzarle por Rey. Oído esto por la Reyna que tan hecha estaba a
    oír, y ver trabajos y calamidades de los suyos, dio gracias a
    nuestro Señor por todo, dejándolo a su divina disposición y
    voluntad: y suplicó al Pontífice mandase luego dar audiencia a los
    embajadores. Los cuales muy cubiertos de luto, y con semblante triste
    y lloroso llegaron a besar al pie a su Santidad y dada facultad para
    declarar su embajada, el vicario del temple Monredon que era hombre
    elocuente, y ya de antes conocido del Pontífice, dijo de esta
    manera. Beatísimo Padre, contar agora muy en particular a vuestra
    Santidad la triste y lamentable muerte del valerosísimo e
    invictísimo Rey nuestro, y crueldad con él usada, ni lo sufre
    nuestros sollozos y lágrimas: ni es bien, a quien tiene ya entendida
    y muy de veras sentida tan miserable muerte, renovar su dolor con
    repetirla. Basta que brevemente se entienda, como aquel Conde Simón
    Monfort, a quien vuestra Santidad, por intercesión y ruegos del
    mismo Rey hizo tantas mercedes, como todos sabemos, y fue tan amado
    suyo, que le encomendó su único hijo nuestro Príncipe don Jaime:
    el mismo convertido de muy amigo y privado en enemigo cruelísimo,
    salió al campo con ejército formado, y no solo osó acometer al
    ejército real, pero con desenfrenado furor mató al mismo Rey
    nuestro, de quien poco antes Vuestra Santidad, había coronado de
    corona Real, y con esas sacrosantas manos consagrado por Rey. Por
    cuya muerte súbita, y de otros principales señores que con él
    murieron, quedan las cosas de la corona de Aragón tan confusas, y
    tan
    divisos
    entre si los reynos, que si con brevedad no se atajan tantos
    inconvenientes, sin duda vendrán (vernan) a total perdición y
    ruina. Ansí por la gran parcialidad que por si hacen don Sancho tío
    del Rey, y don Fernando el hermano, que pretenden la sucesión: como
    por los principales capitanes de los reynos, que con el poder del
    ejército real, y con la mayor parte de los pueblos, les contradicen.
    Los cuales para más quietud de todos, piden al Príncipe don Jaime
    por Rey, porque lo tienen por legítimo Señor y verdadero sucesor
    ab
    intestato
    . Pues la separación y
    divorcio que el Rey hizo con la Reyna nuestra señora, que la otra
    parcialidad alega para anular el matrimonio, y legítima sucesión
    del Príncipe, ya por sentencia dada por vuestra Santidad fue
    condenada, y dado el matrimonio y sucesión por buenos. Y así la
    suma de nuestra embajada es, suplicar a vuestra Santidad mande al
    Conde Monfort restituya luego al Príncipe don Jaime a los generales
    del ejército real, para jurarle por Rey, antes que el mismo Conde,
    temiéndose que los nuestros le han de perseguir, más por vengar la
    muerte del Rey, que por cobrar al Príncipe, se junte con don Sancho,
    y don Fernando, para arruinar al dicho Príncipe: pues sabemos está
    el Conde tan obligado a esta Santa Sede Apostólica que no dudamos
    hará luego lo que por vuestra Santidad le fuere mandado: donde no,
    la resolución de los del ejército es, no solo hacerle cruel guerra
    en todos sus estados, pero tenemos expresa comisión, para que
    capitán don Pedro Ahones nuestro colega, que aquí está presente,
    le desafíe, y repte de rebelde y fementido. Mas porque consideramos,
    que llegar a estos términos rigurosos, sería dar en mayores
    inconvenientes, para total perdición de los reynos, y mayor daño de
    nuestro Príncipe, suplicamos a vuestra Santidad por la obligación
    en que Iesu Christo le ha puesto en su lugar para mantener en todo
    amor y concordia su pueblo Christiano, mande se nos restituya en paz
    el Príncipe: para que por tan gran beneficio y merced, los reynos y
    todos quedemos obligados no solo a rogar a nuestro Señor por la vida
    y continua felicidad de vuestra Santidad, pero aun para mejor
    conservarnos en la firme y perpetua obediencia que a esta santa Sede
    debemos.
    Acabada de explicar con lágrimas la embajada, el sumo
    Pontífice
    consoló benignamente a los embajadores, encareciendo, lo
    mucho que había sentido la primera nueva que tuvo de la muerte del
    Rey, Príncipe tan valeroso y esforzado, pues hallándose tan
    perseguido de sus enemigos, y no siendo socorrido de los suyos en la
    batalla, quiso más hacer rostro, y morir, que con mengua de su honra
    volver las espaldas, puesto que no dejara de atribuirle alguna culpa:
    y dar por causa de sus infortunios y males, el haberse apartado y
    hecho divorcio con la Reyna doña María: y no menos por no haber
    obedecido su sentencia. Mas que no por eso dejaría de hacer toda
    honra al muerto, a quien si fuera viudo, por ventura no la hiciera. Y
    que tendría muy especial cuidado en hacer restituir al ejército y
    Reynos a don Iayme su Príncipe para jurarle por Rey. Demás desto
    alabó mucho a los grandes y capitanes del ejército Real, por la
    fiel obediencia y afición con que pedían a su Príncipe. Y para
    esto les mandaba reuniesen buen ánimo, y perseverasen en su
    fidelidad, porque no dejaría de darles todo favor y ayuda con gente
    y dineros hasta que le pusiesen en posesión de todos los reynos y
    señoríos de su padre. Finalmente, después de haber tenido en mucho
    la obediencia dada por los reynos a la sede Apostólica, y alabado a
    los embajadores por el trabajo y paciencia de tan largo y fatigoso
    camino, mandoles se detuviesen algún tiempo en Roma, hasta que les
    diese su bendición, y respuesta.




    Capítulo
    III. Que por el Concilio provincial que tuvo el legado en Mompeller,
    fue investido el Condado de Tolosa al Conde Monfort, y entregó al
    Príncipe don Iayme al Legado.

    En este medio que fue la rota
    y muerte del Rey, Bernardo Cardenal Benaventano, era venido legado de
    la sede Apostólica a la provincia de Guiayna, por remediar tantos
    movimientos y aparatos de armas que en ella se hacían, para total
    destrucción de la provincia: los cuales nacían de la guerra que
    poco antes había hecho el Conde Monfort, general del ejército de la
    iglesia, contra los herejes y
    fautores
    de la herejía que se levantó en la ciudad de Albi de la misma
    provincia, según que en el precedente libro se ha dicho. Para esto
    convocó el Legado concilio provincial en la ciudad de Mompeller, en
    el cual se congregaron los Arzobispos de Narbona, Aux, Arles, Ebrun,
    y de Acs, con xxviij. Obispos, y otros muchos Abades, y Priores de
    toda la provincia. Por los cuales fue condenada la herejía de Albi,
    y determinado que la ciudad de Tolosa fuese adjudicada a la iglesia
    con todo el condado, por haber sido la condenación hecha contra el
    Conde en este concilio poco después confirmada por el concilio
    Lateranense. Y así, por la buena diligencia que el Conde Monfort
    había usado en proseguir la guerra contra los de Albi, el concilio
    provincial le concedía la conquista y aprehensión de Tolosa, la
    cual con el condado prometían darle en perpetuo feudo, haciendo
    decreto sobre ello, con tal que la santa sede Apostólica, y sumo
    Pontífice lo aprobasen, y confirmasen. Por lo cual partió luego
    para Roma el Arzobispo de Ebrun, enviado por el legado y concilio: y
    como llegó allá, y entendió el Papa lo que contenía el decreto,
    luego lo aprobó y confirmó, con tal pacto y condición que el
    concilio mandase al Conde, ante toda cosa, que pusiese en libertad al
    Príncipe don Iayme hijo del Rey don Pedro a quien tenía en su
    poder, y lo entregase a los generales del ejército real de Aragón y
    Cataluña, para que le alzasen por Rey. Como esto lo prometiese
    cumplir, y diese por hecho el Arzobispo, el Pontífice mandó llamar
    a los embajadores del ejército, y certificándoles como el Conde
    Monfort restituiría al Príncipe, les dio su bendición y mandó se
    volviesen con el Arzobispo. El cual llegado a Mompeller, como
    propusiese ante el concilio la confirmación del decreto, con la
    condición impuesta (apuesta) por el Pontífice, el Conde la aceptó.
    Luego el Cardenal Legado, concluido el concilio, se partió con el
    Conde para la ciudad de Carcassona, donde hacía (había) ya dos años
    que tenía muy bien guardado, en compañía de muy buenos ayos y
    maestros al Príncipe don Iayme: al cual holgó en extremo ver el
    Legado, por lo que el niño, con muy evidentes muestras y señales de
    valor, descubría lo que había de ser. Y luego acompañado de la
    gente de guarda del Conde se pasaron a la ciudad de Narbona, a donde
    ya eran llegados muchos señores principales de Cataluña con los
    síndicos de las ciudades y villas Reales, quien el Legado después
    de haberles tomado juramento de homenaje y fidelidad por el Príncipe,
    que tenía poco más de seis años, se les entregó. Estaba entonces
    en compañía del Príncipe su primo hermano don Ramón Berenguer,
    hijo y heredero universal del Conde don Alonso de la Provenza, y de
    aquella mujer de Marsella con quien se casó por amores, según en el
    precedente libro está dicho, y muerto el Conde y la madre, como don
    Ramón quedase pubillo, los gobernadores del condado le enviaron a
    Carcassona donde estaba el Príncipe don Iayme su primo, para que se
    criase con él, y le trajesen (truxesen) a Cataluña, por lo mucho
    que los dos, siendo casi de un mismo tiempo y edad, y criados juntos,
    entre si se amaban. De manera que habiendo entrado el Príncipe con
    el Legado en Cataluña, y andado por las villas y ciudades con mucha
    alegría y aplauso de todos: despachando de paso, con la autoridad y
    consejo del mesmo Legado muchos negocios que tenían necesidad de
    asiento, llegaron a Barcelona, ciudad grande y antigua, cabeza del
    Principado de Cataluña, tierra
    bien abastecida de todas cosas, y
    con los cumplimientos que adelante se contarán de ella: en la cual
    fue recibido con muy grande magnificencia de los ciudadanos. Y porque
    luego acudieron muchos negocios de todo el Principado, señaladamente
    de algunos pueblos de la montaña que se habían alzado con algunas
    libertades contra la corona Real, fue necesario parar allí un poco
    tiempo, y con el consejo del Legado volver muchas cosas a su lugar y
    asiento.




    Capítulo
    IIII (IV). De las Cortes que se comenzaron en Lérida, donde fue el
    Príncipe jurado por Rey, y por su tierna edad encomendado al
    Comendador Monredon en la fortaleza de Monzón.

    Pareció al
    Legado y grandes de los Reynos que por haber venido y venir de cada
    día, de las últimas partes de Aragón muchas gentes con deseo de
    ver al Príncipe, que por mayor comodidad de los dos reynos, se
    convocasen cortes generales en Lérida, por ser ciudad de las más
    antiguas y principales de Cataluña puesta en los confines de Aragón
    a la ribera del río Segre, y muy abastada de todas cosas,
    señaladamente de pan, por estar junto al campo de Urgel que es de
    los fertilísimos del mundo. Llega después el plazo de las cortes,
    el Príncipe con el Legado entraron en Lérida; donde fueron del
    pueblo principalmente recibidos. Lo primero que por orden de las
    corres se hizo fue deshacer los Sellos del predecesor (como lo
    acostumbran los que comienzan a reynar) y usar de los que ya a la
    entrada de Cataluña de nuevo se hicieron. Comenzaron a tenerse las
    cortes con la asistencia del Legado, y de don Aspargo Arzobispo de
    Tarragona, cercano (
    propinquo)
    pariente del Príncipe, y del antiquísimo linaje de la Barcha, con
    los demás Prelados y grandes de los dos reynos por su orden, y con
    los síndicos de las ciudades y villas reales, cuyos poderes
    bastantísimos se leyeron.
    Solo faltaron don Sancho, y don
    Fernando, porque toda su esperanza de poder reynar ponían en las
    distensiones y discordias que ellos habían sembrado, pensando
    nacerían de las cortes ocasiones para más engrandecer su
    parcialidad. Pero el señor del mundo que lo rige todo, proveyó en
    que no hubiese cortes que con más unión y conformidad se celebraren
    que aquellas, para todo beneficio del Príncipe. Y así acabo el
    Legado con todos, que sin dificultad jurasen al Príncipe por Rey, y
    que la obediencia y juramento de homenaje se diese en voz alta,
    alzando muchas veces las manos diestras, mientras el juramento se
    leyese, como lo hicieron: teniendo todo aquel tiempo el Arzobispo don
    Aspargo al Príncipe en sus brazos para que lo viesen todos: y se
    hizo ley que el juramento de homenaje de allí adelante se prestase a
    los Reyes, con aquellos usos y ceremonias, siempre que tomasen la
    posesión de sus reynos.
    De ay,
    considerando la tierna edad del Rey, ser inhábil para regir,
    determinose con la buena industria del Legado, que para mayor guarda
    y seguridad de la persona y vida del Rey, fuese encomendado a algún
    hombre grave y de confianza, que le tuviese en guarda por algún
    tiempo, y le criase e instituyese con la disciplina y buena educación
    a tan alto Príncipe se requería, en tanto que las cosas del reyno
    se asentaban para lo cual no se halló otra persona más conveniente,
    que don Guillen Monredon caballero Catalán natural de Osona, y
    vicario del gran Maestre del Hospital en los reynos de la corona de
    Aragón. El cual poco antes (como está dicho) había hecho con los
    demás la embajada al sumo Pontífice, y era persona de muy gran
    valor y confianza, de mucha experiencia y destreza en armas. Demás
    de ser hombre de letras, para que mejor pudiese instruir al Rey en
    cosas de paz y guerra, con las demás reales virtudes, sobre todo
    para encaminarlo en los ejercicios de la milicia, por estar en
    aquellos tiempos todo el ser y fuerza de los Reyes puestos en la
    tutela y amparo de las armas, de las cuales el Rey tanto se valió.
    Fueron los que más pretendieron este cargo, don Sancho y don
    Fernando, como más propinquos parientes del Rey, y con grande
    instancia procuraron haberlo para si, pero no se les concedió, por
    la contradicción que el Legado y principales de los Reynos les
    hicieron. Por esta causa se confirmaron en la elección hecha de la
    persona de Monredon (
    Monredó),
    a quien el Legado encargó mucho guardase sobre todo la persona del
    Rey de las acechanzas (asechanças) de don Sancho, y don Fernando:
    porque de verse excluidos de su pretensión armaban, contra la
    persona Real muy a la descubierta. Y así hecho el juramento por
    Monredon, le fue luego entregado el Rey para tenerlo en la fortaleza
    y castillo de Monzón (Monçó) que era muy fuerte y capaz, con buena
    guarnición de gente de guarda. Encerrose juntamente con él su primo
    don Ramón que era de edad de nueve años, entrando el Rey entonces
    en los ocho. Con todo esto se determinó, que durante el tiempo que
    el Rey estuviese en guarda, por su poca edad, el Conde don Sancho por
    su autoridad y años, fuese gobernador general de los dos reinos.



    Capítulo V. Que la reina doña María murió en Roma, y
    del testamento que hizo, y cuan encomendado dejó al Príncipe su
    hijo al Pontífice, el cual le tomó debajo su amparo.


    Por
    este tiempo la Reyna doña María que dejamos en Roma, cansada de
    tantos trabajos, que padeció con las persecuciones del Rey su marido
    y de sus hermanos, aunque con su buena justicia y razón (como está
    dicho) al fin triunfó de todos, adoleció de una muy grave dolencia,
    de que murió: acabando sus días santísimamente, en tiempo de
    Honorio III Pontífice, al cual encomendó mucho a su hijo el
    Príncipe don Iayme, rogándole lo recibiese debajo su protección, y
    de la santa sede Apostólica: por cuyo consejo hizo testamento, y
    dejó al Príncipe su hijo heredero universal, con la señoría de
    Mompeller y su estado. Con tal que si moría fin hacer testamento,
    sustituya con iguales partes a Matilda y a Petronia hijas suyas, y
    del Conde de Comenge, sin hacer mención alguna de los hermanos
    bastardos. Lo cual, así como por su gran bondad y santidad de vida,
    fue siempre por los Pontífices muy estimada en vida y tratada como
    Reyna, así también después de muerta, se le hicieron las exequias
    y honras reales con aquella suntuosidad que a Reyna y madre de tan
    principal Rey se debían. Fue su cuerpo sepultado en el Vaticano, en
    la iglesia de sant Pedro, al lado del Sepulcro de santa Petronila,
    como la historia del Rey lo afirma. Hecho esto, el sumo Pontífice
    por cumplir la voluntad de la Reyna, tomó debajo su protección
    y de la sede Apostólica, al Príncipe don Iayme y a sus Reynos de
    Aragón y Cataluña
    , con el Principado de Mompeller, y los demás
    reynos y señoríos que en lo porvenir se recreciesen a la corona de
    Aragón
    , Sobre ello escribió al mismo Bernardo Cardenal Legado, de
    quien hemos hablado, mandando que a don Iayme, a quien por ruegos de
    la Reyna su madre había tomado debajo su protección, y de la sede
    Apostólica, y a todos sus reynos y señoríos, le defendiese y
    favoreciese en toda ocasión. Y así el legado nombró por
    principales consejeros del Rey niño, y como tutores, para siempre,
    que saliese de la fortaleza de Monzón, a don Aspargo Arzobispo, a
    don Ximeno Cornel, a don Guillen Cervera, y a don Pedro Ahones,
    hombres principales los dos reynos, y de gran gobierno. Con esto el
    Legado, dejando por acá muy gran fama de sabio y prudentísimo, se
    volvió a Roma.




    Capítulo
    VI. Como andaban los reinos en perdición por el mal gobierno, y que
    se otorgó el tributo del bouage, y trató de sacar al Rey del
    castillo, de donde se salió antes el Conde don Ramón.


    Como
    el Rey estuviese en poder de Monredó en la fortaleza de Monzón, se
    seguían cada día grandes novedades y divisiones en los dos reynos,
    por la inquietud de don Sancho, y don Fernando, que nunca perdían
    sus intentos de reinar, y por su respecto todo era parcialidades, y
    bandos entre la gente vulgar, la cual con esta ocasión vivía muy
    disoluta. Demás que las
    alcaualas
    y rentas reales habían venido tan al bajo, y era tan poco el tesoro
    del Rey, que apenas había para mantener su persona y guarda.
    Causábanle esto don Sancho y don Fernando, que el uno como
    gobernador, y el otro como tan propinquo del Rey, se aprovechaban de
    las rentas reales, sin haber quien les fuese a la mano. También tuvo
    principio este daño de los desmadrados (demasrados) y excesivos
    gastos que el Rey don Pedro hizo con sus jornadas y empresas hasta
    empeñar el patrimonio Real: en tanto que por la mayor parte las
    rentas reales estaban consignadas a los Iudios y mercaderes, cuyos
    logros las consumían. Por manera que aun no había para pagar los
    estipendios y salarios a los oficiales reales, ni a los gobernadores
    y ministros de la justicia: y por esto defraudados de sus salarios,
    tomaban dádivas y presentes, y comenzaban a hacerse cohechos,
    poniendo en venta la justicia y judicaturas. Lo cual considerado por
    los prelados, y principales hombres de Cataluña, junto con los
    grandes escándalos y rebeliones que de esto se podían seguir,
    determinaron de advertir de ello a los pueblos, y que no había otro
    remedio para tantos males, sino conceder al Rey el tributo del
    Bouage, que (como está dicho) era un tanto que se pagaba por cada
    junta de Bueyes, y cada cabeza de ganado mayor y menor, y por los
    bienes muebles cierta suma, la cual se fue variando conforme a los
    tiempos. Este tributo había sido tres veces concedido al Rey don
    Pedro. La primera para los gastos de la guerra que hizo en compañía
    del Rey de Castilla contra los moros del reyno de Toledo, cuando se
    cobró Cuenca; la segunda cuando se ganó la batalla de Vbeda contra
    doscientos mil moros; la tercera para ayuda del dote de tres hermanas
    que el Rey casó. Mas viose manifiestamente que todas aquellas
    necesidades pasadas no igualaban con la presente; que se había de
    emplear en sacar de extrema necesidad la persona del Rey, por cuyo
    encerramiento padecía el Reyno todo mal gobierno. Entendido esto por
    los pueblos de Cataluña, no contradijeron a la demanda, sino que con
    grande diligencia reunieron (colligieron) el tributo y lo pagaron:
    así por sacar al Rey de necesidad, como por atajar la rebelión y
    tiranía que ya se entreoía. Porque el mismo don Sancho, cuyo ánimo
    siempre fue de acumular gran thesoro para sacar al niño Rey de la
    vida; tomaba por principal medio de su designo, traer al reyno a toda
    necesidad y estrechura de dinero. Pues con el largo encerramiento del
    Rey, y la mucha autoridad y crédito que con el cargo de gobernador
    había ganado: además de las mercedes que a unos y a otros había
    hecho por granjear a muchos: también porque don Fernando tiraba a lo
    mismo: llegó el negocio a tanto, que la mayor parte de los
    principales del Reyno de Aragón ya eran casi de un acuerdo con
    ellos. Aunque con todo eso no saltaron otras personas principales del
    mismo reyno, temerosas de Dios, y de muy gran valor y estado, que
    tomaron por propria la querella del Rey, y se pusieron a defender su
    persona y derechos. Porque confiados del buen socorro de dinero que
    al Rey se había hecho con el servicio del Bouage para su
    mantenimiento y refuerzo de guardia, se pusieron en armas, con
    público apellido de servir al Rey. Señaladamente don Pedro Cornel,
    y don Valles Antillon Aragoneses, mozos de grande valor y prendas,
    por ser en linaje y armas muy ennoblecidos. A los cuales como don
    Ximen Cornel pariente de ellos, hombre anciano y muy aventajado en
    consejo y estado, viese también intencionados y determinados al
    servicio del Rey, de nuevo los exhortó y confirmó en su buen
    propósito, para que animosamente saliesen a la defensa del Rey y
    Reyno, contra la soberbia y tiranía que ya se les entraba por casa.
    Porque de los efectos, y modos de gobernar de don Sancho, y del trato
    de don Fernando, fácilmente se podía conjeturar, como por cualquier
    de ellos que llegase a reinar, le había de seguir una intolerable y
    cruel tiranía para todos: que por eso convenía mucho que el Rey
    saliese de su fortaleza, antes que alguna de las parcialidades se
    adelantase a sacarle de allí, para privarle del reyno, y de la vida,
    lo cual ya secretamente maquinaba la de don Sancho. Y que sin duda,
    salido el Rey afuera a vista de los pueblos, y teniendo a ellos dos a
    su lado, las parcialidades se desharían y desaparecerían, como
    suele deshacerse la niebla con la presencia del Sol. Y sería de esta
    salida lo mismo que poco antes había sido del Conde don Ramón, el
    cual saliéndose de la misma fortaleza para ir a la Provenza, que
    toda estaba en armas, y medio rebelada contra él, luego que entró
    en ella, y le vieron los suyos, se apaciguó toda, y cesó el motín.
    Mas porque sin quebrar el hilo de la historia, digamos lo que cerca
    de esto pasó. Fue así, que por ese tiempo estando alterada la
    Provenza, un principal caballero de ella escribió al Conde don
    Ramón, cómo las cosas de su condado andaban tan revueltas y
    alborotadas, que si no se daba prisa a venir a remediarlas con su
    presencia, llegarían a total ruina. Por tanto le encargaba que en
    recibiendo sus cartas se saliese de la fortaleza, y siguiendo al
    mensajero, se fuese derecho para Tarragona, donde hallaría ya en el
    puerto de Salou un bajel (
    vaxel)
    bien armado, que le pondría (pornia) muy en breve en Marsella. Con
    esta nueva se alegró mucho el Conde, porque le sabía mal tan larga
    clausura, y mostró las cartas al Rey, pidiéndole parecer y consejo
    sobre su ida. El Rey que no tenía menos deseo que él de salirse,
    comenzole mucho a animar
    y a consejar
    que tentase la salida, pues por el beneficio y reparo de su estado y
    república, tenía obligación de aventurar su persona y vida. Y
    aunque sentía mucho quedar sin su compañía, lo tomaría en
    paciencia, porque asegurase sus cosas. De manera que siguiendo el
    parecer del Rey, don Ramón, mudado de hábito, dos meses antes que
    el Rey se saliese de la fortaleza, de noche, sin ser visto de las
    guardas, y puestos él y Pedro Auger su maestro en sendos caballos,
    se fueron guiados por el Provenzal que trajo (truxo) las cartas, y
    sabía muy bien los pasos de la tierra . Caminando pues toda la
    noche, al alba, pasaron por Lérida, y de ahí la noche siguiente
    llegaron al puerto de Tarragona, donde hallaron la galera que les
    aguardaba. Embarcados en ella con próspero viento, a remo y a vela,
    por horas llegaron al puerto de Marsella: y con la nueva que luego se
    divulgó de su llegada, la tierra se quietó, y quedó don Ramón
    pacífico posesor de todo el Condado.




    Capítulo
    VII. Como los de la parte del Rey le sacaron de la fortaleza, y a
    pesar de la gente de don
    Sancho, pasó a Huesca, y de allí a
    Zaragoza, y se apoderó del Reyno.

    Fue grande la alteración
    que el Conde don Sancho recibió cuando supo de la salida del Conde
    don Ramón, porque entendió que el Rey haría luego lo mismo, y así
    a mucha prisa hizo un buen escuadrón de gente de a caballo, y lo
    puso casi a la vista de Monzón. En este medio don Ximen Cornel, con
    los dichos don Pedro, y Valles Antillon, que fueron los que más se
    señalaban contra
    don Sancho por parte del Rey, ayudados por la
    mayor parte de los que seguían el bando de don Fernando, que
    enfadados de la soberbia de los que seguían a don Sancho, poco a
    poco se iban allegando a la parte del Rey: todos juntos con el
    Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Obispo de Tarazona, don Pedro
    Azagra señor de Albarracín, y don Guillé de Mócada, prometieron
    amparar
    al Rey, y fueron de propósito a hablar a Monredon a
    Monzón: al cual significaron los grandes daños y trabajos que de
    cada día padecían los reynos por el mal gobierno que tenían, a
    causa que el Conde don Sancho se lo usurpaba todo, y no atendía
    fino a engrandecerse y formar ejército, a efecto de matar al Rey y
    alzarse con todo. Y como este mal no se podía atajar por otro mejor
    medio, que con manifestar la persona del Rey a los pueblos, convenía
    en todo caso sacarle de la fortaleza: pues tenía a punto muy gran
    golpe de gente de a caballo con sus personas, que bastaban no solo
    para muy bien defenderle, mas aun para pasarle por medio de sus
    enemigos, hasta ponerle
    en salvo
    en Huesca y Zaragoza: a donde los pueblos cansados del yugo y mal
    gobierno de don Sancho, viendo al Rey, fácilmente convertirían a su
    devoción y obediencia. Oído esto por Monredon, y referido al Rey,
    respondió con grande ánimo, que estaba muy aparejado para seguir
    todo aquello que por los principales de su bando le sería ordenado.
    Con esto fue luego sacado de la fortaleza, donde había estado
    encerrado treinta meses continuos, con haber pasado toda su niñez
    sin ningún regalo, antes con trabajos y paciencia. Como entendió el
    Conde don Sancho que con el favor de algunos principales de los dos
    reynos, y del bando de don Fernando, que por hacerle tiro, se había
    juntado con ellos, habían sacado al Rey de la fortaleza y le
    defendían, se determinó clara y descubiertamente mostrarse enemigo
    formado de él y perseguirlo. Y así movido de cólera, en presencia
    de los que con él se hallaban, dijo del Rey, y de los que le seguían
    con palabras orgullosas y de mucha confianza. Entiendo que el Rey se
    ha salido de la fortaleza a mi despecho, y con el favor de los de su
    bando, quiere pasar a Cinca, y entrar en Aragón: doy mi palabra, de
    cubrir de escarlata toda la tierra que él y los que con él vinieren
    hollaran
    de acá de Cinca. Señalando la gran carnicería y derramamiento de
    sangre que había de hacer de todos. No faltó quien estas palabras
    relató ante el Rey y los suyos, al tiempo que salía de Monzón, y
    quería pasar la puente: y más, que el Conde le aguardaba con gente
    y mano armada en Selga pueblo junto a Monzón. De esto tomó el Rey
    tanta cólera, no siendo de diez años cumplidos, aunque harto mayor
    de cuerpo de lo que la edad requería, que en la hora saltó del
    caballo, y tomó de un caballero una cota de malla ligera, y con
    tanta presteza y ánimo se preparó para la pelea, que a todos puso
    espanto: y sin más consulta, mandó pasasen adelante, y él subido
    en su caballo se puso de los primeros, para encontrar con los
    enemigos. Mas el Conde, o movido de Dios, o refrenado por la
    reverencia real, súbitamente se apartó de su mal propósito, y
    quitó su gente del paso, dejando ir al Rey con su compañía fin
    ningún estorbo. De suerte que pasando el Rey por la villa de
    Beruegal, llegó a Huesca principal ciudad del Reyno como adelante
    diremos: a donde fue recibido con grandísima alegría y contento de
    todo el pueblo, admirados de su tan hermoso aspecto y formada
    proporción de cuerpo, debajo tan tierna edad. Detúvose poco allí,
    y porque así convenía, pasó a Zaragoza, donde le aguardaban ya de
    concierto los Prelados de las iglesias, y ricos hombres, con
    otros muchos
    caualleros
    del Reyno, y síndicos de algunas ciudades que secretamente seguían
    el bando del Rey: pero las más se tenían al
    de don Sancho. Y
    como es aquella ciudad cabeza de todo el reyno, grande y llana, y
    bien provista (proueyda) de toda cosa por lo cual mereció el nombre
    de harta, además de ser muy adornada de suntuosos y bien labrados
    edificios entre todas las de España (como adelante diremos) mostró
    bien su grandeza y poder en la nueva entrada del Rey: la cual se hizo
    muy espléndidamente, con juegos y espectáculos conformes a la edad
    del Rey, para que gustase de ellos.


    Capítulo VIII. Que
    el rey se hizo luego a los negocios del gobierno, y como repartía el
    tiempo y de la recompensa que se dio a don Sancho y don Fernando, y
    de la facultad para batir la moneda jaquesa (Iaquesa).

    Andaban
    las cosas de Aragón por este tiempo, en lo que tocaba al gobierno
    muy estragadas: porque el Conde don Sancho con la autoridad del
    cargo, y fin de reinar, lo había todo perturbado: y ni para el
    provecho del Rey ni para el gobierno del reyno había cosa en su
    lugar. Por eso fue avisado el Rey que ante todas cosas entendiese a
    reformar, y restituir la autoridad y poder real en su ser antiguo,
    arrancando poco a poco las malas raíces que las parcialidades habían
    echado de rebelión y bandos por todo el Reyno. Y así con el buen
    consejo de los prelados y consejeros que el legado dio al Rey, se
    aplicaba muy de veras a los negocios del asiento y pacificación del
    reino. Porque con la buena institución y orden de vivir que de
    Monredon había tomado en el repartir del tiempo, parte en ejercicio
    de armas, parte en el estudio de letras, parte en informarle y saber
    las cosas que en sus reinos pasaba, salió hábil para toda cosa. Con
    esto, informado de los bandos y diferencias que entre algunos barones
    y caballeros del reyno había, no paró hasta que con el consejo de
    los Prelados los apaciguó y redujo a su devoción y obediencia. Y
    así de entonces comenzó a tomar a su cargo, no solo el gobierno de
    la Repub. Mediante buenos ministros, pero las cosas de la guerra: por
    entender gustaba mucho los pueblos de su gobierno, y bien reguladas
    intenciones. Asentadas las cosas de Aragón, determinó ir a
    Cataluña, y pasando por la villa de Alcañiz, llegó a Tarragona
    ciudad antiquísima, marítima, donde determinadas algunas
    diferencias, dio vuelta para Lérida, por dar salida a las
    pretensiones y demandas de don Sancho, y don Fernando, para lo cual
    había mandado convocar cortes para Aragón y Cataluña. A las cuales
    vinieron los dos, cada uno por si muy acompañado de los de su bando.
    El uno por ser confirmado en el cargo de general gobernador, durante
    la menor edad del Rey, y los dos por pedir recompensa del derecho que
    pretendían tener a los reinos. A los cuales después de oídas, y
    vistas sus demandas se respondió, que renunciando primeramente el
    Conde a la gobernación general en manos del Rey, y también cediendo
    libremente a todo y cualquier derecho que pretendiese tener a los
    reinos, en favor del mismo Rey, se le diesen y entregasen por vía de
    merced, y en honor, según fuero de Aragón, en el término de
    Zaragoza y Huesca, el Castillo y villas de Alfamét, Almodeuar,
    Almuniét, Pertusa, Lagunarrota. Que todo el provecho de ellas apenas
    llegaría a 800.ducados de renta
    cada un
    año. Mas le asignaron quinientos ducados perpetuos sobre las rentas
    reales de Barcelona, y Villafranca, que todo no llegaba a 1500.
    ducados de renta, y no replicó más
    sobre
    ello
    . Porque se entienda la rica
    pobreza de aquellos tiempos: pues bastó esta recompensa, para hacer
    que don Sancho cediese todos sus derechos y acciones que tenía a los
    reinos de la corona de Aragón: siendo así que muriendo el Rey sin
    hijos, lo heredaba todo. También don Fernando por su hábito
    Eclesiástico fue nombrado Abad del monasterio de Montearagón, en el
    territorio de Huesca: y para que se tratase más decentemente, como
    quien era, se aplicaron muchos lugares comarcanos quedando hecho
    collegio de Canónigos, reglares de la orden de S. Agustín, de los
    más principales y bien dotados de Aragón. Con esto acabó en ellos
    su demanda, y a
    actió
    a los Reynos de Aragón y Cataluña, aunque su apetito de reinar,
    como adelante veremos, fue siempre creciendo. Finalmente se concluyó
    en estas cortes, se batiese moneda de nuevo, y que la moneda jaquesa
    que había primero batido el Rey don Pedro, la confirmase el Rey, y
    diese por buena: y que se obligase a hacerla siempre valer debajo de
    una ley y peso. 







    Montearagón
    Castillo de Montearagón











    Capítulo
    VIIII (IX). De la Religión y orden de nuestra Señora de la Merced
    para la redención de cautiuos Christianos.

    Concluidas las
    cortes, el Rey volvió a Barcelona, adonde entendió en fundar e
    instituir la religión y orden de nuestra Señora de la Merced, cuyo
    apellido tiene hoy en día, y su regla es debajo la de S.
    Augustin,
    con cargo y obligación de rescatar cautivos Cristianos de manos y
    poder de los infieles moros: no solo aquellos que por la mar fuesen
    cautivados por los corsarios, pero también los que por tierra
    eran salteados y presos por los moros del reyno de Valencia, con las
    ordinarias entradas y cabalgadas que hacían en los reinos de Aragón
    y Cataluña sus vecinos. Y esto, porque los cristianos presos
    atemorizados con los tormentos y miserable servidumbre que padecían,
    no renegasen la fé cristiana. El primer convento y casa de esta
    religión fue fundada en la ciudad de Barcelona, donde quiso
    estuviese la cabeza y asiento de la religión por ser marítima y
    puesta a la lengua del agua, para más presto saber de los que eran
    cautivos, y aparejar el rescate de ellos. De allí se extendió luego
    por los dos Reinos, y mandó el rey edificar muchos conventos y
    casas, y dotarlas de posesiones y rentas, con que las casas y
    religiosos se sustentasen suficientemente, y de lo que sobrase, con
    lo que se recogiese de limosnas (que se cogerían muchas) se hiciese
    la redención. Y más que de los mismos religiosos cada año se
    eligiesen algunos que llamasen Redentores, con fin que habido
    salvoconducto de los moros, pasasen a Berbería en la África, donde
    los más pobres y necesitados cautivos fuesen primero redimidos. Y
    porque más pía y cristianamente mirasen por ellos: además de los
    tres votos de castidad, pobreza y obediencia, que votan como las
    otras religiones, a esta se le añadió el cuarto de seguridad o
    fianza, es a saber, que si andando redimiendo, faltase el dinero para
    algún cautivo muy necesitado, de quien se podía creer, que no
    saliendo luego, renegaría la fé, este fuese el primero que se
    redimiese, y se pusiese en salvo: y si para este faltase el dinero,
    quedase el frayle redentor en rehenes por él hasta que por los de la
    religión fuese
    proueydo
    del dinero. Dióseles a estos religiosos el hábito con el escudo de
    las divisas reales, que fueron las armas antiguas de los Condes de
    Barcelona
    , una Cruz de plata en campo roxo, que también es la
    insignia que trae la iglesia catedral de Barcelona. El hábito fue
    conforme a las otras órdenes, de Cogulla por saco de penitencia,
    vestiduras blancas, así para hacer limpia y cándida vida, como para
    que en lo que tocase al trato de la redención usasen de puridad, y
    llevasen su conciencia limpia de toda ambición y avaricia. Fue esta
    religión intitulada de la Merced (la cual voz en lengua Española no
    significa, como en la Latina, premio o precio, o paga de jornal, sino
    lo mismo que especial don, o gracia) porque así como el extremo de
    las miserias es la cautividad y servidumbre, señaladamente la que se
    pasa
    enatahona y
    con hierros: así a este tal como esclavo aherrojado, y privado de la
    libertad de cuerpo y espíritu, por estar entre infieles, no se le
    puede dar mayor don y merced que redimir su persona, y restituirle su
    libertad de espíritu, que es como salvar cuerpo y alma todo junto.
    De esta libertad careció en alguna manera el Rey en su tierna edad,
    estando como preso, por más de cuarenta meses, no sin muy evidente
    peligro de su vida, así en Carcassona en poder del Conde Monfort,
    del cual se podía creer, que pensaría no pocas veces en matarlo,
    porque salido de su poder, no procurase de vengar la muerte del Rey
    su padre con perseguir al matador: como también en la fortaleza de
    Monzón en poder de Móredon, cercado de la mala voluntad y ánimo de
    don Sancho, y don Fernando, sus tíos, que por reinar ellos le
    maquinaron muchas veces la muerte. Y por librarse de tantos peligros
    se había encomendado a la gloriosísima madre de Dios, y realmente
    votado siempre que fuese restituyendo en su libertad, fundaría esta
    orden para redimir cautivos, no menos necesitaría en la yglesia de
    Dios, que la contemplación, como de la acción que en esta vida son
    necesarios. Tiene fé por cierto que un insigne varón natural de
    Francia llamado Pedro Nolasco, muy conocido del Rey cuando niño, le
    indujo a fundar esta religión, y dio la traza para ello, y fue el
    primero que tomó el hábito de ella por manos de Fray Raymundo
    Peñafort
    de la orden de Predicadores: porque también esta orden,
    con la de los menores, pocos años antes fueron instituidas. Mas por
    haber sido las dos tan favorecidas del Rey hablaremos de ellas en el
    capítulo siguiente.








    Capítulo X. Que por el mismo tiempo se fundaron las religiones de
    Sant Francisco y Sant Domingo, en Italia, y como el Rey las introdujo
    en sus reinos y les edificó conventos.



    Algunos
    años antes que se instituyese la orden de la Merced, por gracia de
    nuestro señor, se instituyeron y fundaron otras dos compañías y
    órdenes de religiosos, llamadas la una de frayles Menores, la otra
    de Predicadores, con el apellido de sus patriarcas y fundadores,
    Domingo de España, y Francisco de Italia, ambos varones santísimos,
    y grandes imitadores de los sagrados Apóstoles y discípulos de
    Cristo nuestro señor. Fueron las dos órdenes con sus reglas, por
    los sumos Pontífices no solo aprobadas y confirmadas, pero aun
    canonizados por santos los autores y fundadores de ellas. Estas se
    instituyeron en tiempo que el pueblo Cristiano, ya que no era
    perseguido de tan crueles y con condenadas herejías, como por
    nuestros pecados lo está en estos tiempos, se hallaba tan cubierto,
    y rodeado de tantas y tan malas yerbas de superstición, avaricia,
    soberbia, y disolución de vida, que parecía andaba la verdadera
    religión cristiana tan deslustrada, y el vivir de la gente tan
    suelto, que causaba muy grande lástima y escándalo a los buenos.
    Por esta causa la bondad y providencia divina, que siempre acude a
    las mayores necesidades, y como sumo médico sana las dolencias más
    incurables de su pueblo Cristiano, envió por celestial don al mundo,
    dos santos varones, como dos esclarecidas lumbreras, para que con su
    resplandor no solo alumbrasen al pueblo ciego, pero aun con su divino
    calor consumiesen sus pestilenciales humores de avaricia y soberbia,
    y de ignorancia y glotonería: porque de esto anduvieron por entonces
    las almas muy enfermas e inficionadas. Y así los dos movidos por el
    espíritu santo, repartieron entre si el reparo del mundo de esta
    manera. Que el excelente y modesto doctor sant Domingo, tomó a su
    cargo sanar con la medicina de su regla y orden, la ignorancia y
    glotonería: la primera, que es madre de todos los errores, con el
    estudio y continua lección (licion) y predicación del santo
    Evangelio: la segunda, que siempre mueve la carne contra el espíritu,
    con la perpetua abstinencia, e instituto de no comer carne. Por otra
    parte S. Francisco se aplicó todo a la cura de las dos obras no
    menos pestilenciales dolencias soberbia y avaricia. A la primera,
    porque no habiendo cosa más odiosa a Dios, ni contra quien con más
    furia parece que desenvaina la espada de furia (fuyra), que contra
    los soberbios: acudió con su ejemplo de grande humildad è inocencia
    de vida: la otra, que es la raíz de todos los males, sano con
    menospreciar por Dios, y dar de mano a todas las riquezas, y
    herencias del mundo. A estas dos religiones sobrevino la que el Rey
    fundó de nuestra señora de la Merced (como hemos dicho), para
    medicina y preservación de las almas, contra la más cruel y más
    desesperada enfermedad que haber puede en un alma Cristiana, como es
    renegar la fé santa de Christo en la cautividad de infieles. Por
    donde merece esta religión con muy justo título, y loor de este tan
    pío y católico Rey, ser contada entre las otras cosas por muy igual
    a todas, pues tiene la misma aprobación y confirmación apostólica,
    y con su cuarto voto remedia y socorre a lo más contrario de la
    salvación humana. Fue pues para el Rey muy gran triunfo que esta
    religión acertase a salir en un mismo tiempo, y concurrir con las
    dos primeras de santo Domingo, y sant Francisco: de las cuales fue
    tan devoto, que a sus primeros generales venidos de Italia a sus
    reynos, les hizo tan gran recogimiento, que luego por su mandato, no
    solo en las dos principales ciudades de Barcelona y Zaragoza, pero en
    los demás pueblos grandes de la corona de Aragón, se les edificaran
    conventos y casas suntuosísimas, y de ahí discurrieron por toda
    España, adonde han fructificado tanto para la iglesia de Dios, que
    por haber perseverado con la misma religión, ejemplo de vida, y
    católica doctrina que comenzaron, son de las muy aventajadas
    religiones de todas.








    Capítulo XI. Que por los alborotos que se levantaron en los reynos
    de Sobrarbe y Ribagorza, llamó el Rey a cortes en Huesca, y pasó a
    ellos, y los apaciguó con su presencia.

    Apenas eran pasados
    seis meses después de concluidas las cortes de Lérida, cuando fue
    luego necesario convocar otras en la ciudad de Huesca que está
    cercana a dos reynos antiguos de Aragón, los primeros que por los
    Cristianos fueron conquistados de los moros, y se llaman Sobrarbe y
    Ribagorça, con el val de Aspe. Los cuales como están muy conjuntos
    a Francia y provincia de Guiayna, metidos en lugares muy ásperos y
    barrancosos, así conforme a ellos se crían allí los hombres
    agrestes y fieros contra sus enemigos, por estar en la frontera de
    Franceses, y que de las diferencias que suele haber entre los Reyes,
    vienen también los vasallos a tenerlas entre si muy grandes. Lo que
    es argumento de mayor fidelidad para con sus Reyes. Fueron estos
    reynos poco antes de la muerte del Rey don Pedro empeñados por el
    mismo a don Pedro Ahones, ayo del Rey, por cierta suma de dinero que
    le prestó, reservándose la jurisdicción criminal hasta que de las
    rentas de ellos fuese pagada la deuda. Y como deseaste volver al Rey
    y sobre esto, a causa de las dos parcialidades del Conde don Sancho,
    y don Fernando, estuviesen entre si divisos y alborotados,
    apasionándose hasta perder la vida, por quien no conocía: tomose
    por el pidiente que el Rey mismo en persona fuese a apaciguarlos,
    pues según costumbre de apasionados, era cierto que todos juntos se
    habían de holgar más de ver el Reyno en poder de un tercero, que en
    una de las dos parcialidades. Y así partió el Rey para ellos
    acompañado del Obispo de Huesca, con otros principales, sin don
    Pedro Ahones, por no estar con él bien los pueblos: y mandó
    convocar los síndicos de cada villa, en un pueblo comarcano a los
    dos reynos. Los cuales ajuntados como vieron el rostro de su Rey, y
    su graciosa y apacible presencia, y más su afabilidad, se le
    aficionaron todos de manera que sellaron los alborotos desde aquel
    punto, y para lo demás, oídas sus pretensiones y agravios, con el
    parecer del Prelado y los de su consejo lo asentó el Rey, y allanó
    todos de suerte que dejó a todos muy contentos. De esta manera
    comenzó el Rey sabia y prudentemente a proseguir en su Reynado,
    tomando por fundamento la justicial, con la cual vino y pudo domar
    estas fieras de la montaña. Porque así como está en razón que el
    médico vaya a ver al enfermo para mejor sanarle: de la misma manera
    conviene do quiere que estuviere turbada y como enferma la Rep. vaya
    luego al Rey en persona a curarla, para que con su autorizada
    presencia, quite el odio y rencilla que por alguna falta de justicia
    queda entre los ciudadanos, y refrene los súbitos movimientos de sus
    pueblos, antes que de poco vengan a más. Porque acudir la los
    principios, y remediar con tiempo los malos, no es menos oficio de
    buen Rey, que de experto y diligente médico. Pues teniendo los Reyes
    cortes muy a menudo, su autoridad y majestad Real mucho más se
    estima y engrandece, y puede con su presencia y afabilidad de tal
    manera conquistar los ánimos de sus súbditos y vasallos, que llegue
    a gozar de la principal prerrogativa de príncipes, que es no ser
    menos amados que temidos.





    Capítulo
    XII. De la primera guerra que emprendió el Rey, y fue contra don
    Rodrigo de Liçana, y como le tomó sus tierras, y libró a don Lope
    de Alberu, a quien don Rodrigo tenía preso.

    Luego que el Rey
    acabó de concertar y asentar las diferencias que había en los dos
    reynos de Sobrarbe y Ribagorza ya que descendía de la montaña
    para Zaragoza, se le ofreció nueva ocasión, para que a los diez
    años de su edad comenzase a gustar los trabajos de la guerra. Y fue
    la primera que emprendió por su persona contra un Barón principal
    del reyno llamado don Rodrigo de Lizana. La ocasión de esta guerra,
    fue sobre una diferencia que tuvo este con otro Barón llamado don
    Lope de Alberu, sobre haber sido este muy ultrajado de don Rodrigo.
    El cual de hecho, sin llamarle a jvicio ni desafiarle como era uso y
    costumbre entre caballeros, fue con mano armada improvisamente sobre
    don Lope, y le prendió, y le puso con cadena en su fortaleza de la
    misma villa de Lizana, y le tomó la villa y fortaleza de Alberu,
    dando a saco las casas de Moros y Christianos, en muy grande desacato
    del Rey, y de su corte. El cual como lo entendió por la queja que
    sobre ello dio don Peregrin Atrosillo, que era yerno de don Lope, y
    don Gil Atrosillo su hermano,
    mandó
    ayuntar consejo de los principales caballeros que le seguían, y fue
    común voto de todos, se hiciese rigurosa guerra contra don Rodrigo,
    y todo su estado, hasta que sacase de prisión a don Lope, y mandase
    hacerle cumplida recompensa de todos los daños a él causados. Con
    esta resolución mandó el Rey hacer gente, siguiendo en todo el
    consejo de sus fidelísimos capitanes, que le quedaron del ejército
    de su padre. A los cuales pareció entre otras cosas, que era
    necesario para tomar esta guerra de propósito enviar por un muy
    grande instrumento de guerra, como Trabuco, que estaba en Huesca, al
    cual llama el Rey en su historia Foneuol, vocablo
    Catalán
    Limosin
    , que quiere decir honda, o
    ballestera para tirar piedras muy gruesas: semejante al que
    antiguamente en tiempo de los Romanos, (como lo refiere
    Tito
    livio
    ) usó el cónsul Marco Regulo en
    África , yendo en la guerra contra los Carthagineses donde para
    matar una grandísima y desemejada serpiente que estaba cerca de
    donde asentara su Real, la cual no solo cogía los hombres y vivos se
    los tragaba, pero aun con solo el huelgo, o aliento los
    inficionaua
    y se morían: usó pues de este instrumento y
    machina,
    encarándola de lejos hacia donde la fiera estaba, y más se
    descubría. Y fueron tantas y tan gruesas las piedras que le echaron,
    que la mataron y enterraron con ellas, llegando ya el Rey con su
    trabuco y ejército ante la villa de Alberu, la cual aunque la había
    dejado don Rodrigo con gente de guarnición, como se vio cercar por
    el Rey tan de propósito, y asentar la machina grande para batirla de
    hecho, sin más esperar, a tercero día se entregó al Rey, dándose
    a toda merced, y así fue aceptada, ni se permitió darla a saco. De
    donde tomadas solamente las provisiones necesarias para el campo,
    pasó a poner cerco sobre Lizana, hallándose con no más de 250
    caballos y 700 infantes. Con estos la cercó por todas partes, por
    ser pueblo pequeño, puesto que muy fortalecido de muro y armas, y de
    gente belicosa, así de la villa como de sus aldeas, que se había
    recogido en ella para defenderla. Era su Alcayde y gobernador Pero
    Gómez mayordomo de don Rodrigo, hombre harto animoso y criado en
    guerra, y que la defendió cuanto algún otro pudiera. Pero andando
    el combate
    por todas partes, mayormente por donde el trabuco
    disparaba, el cual (como el mismo Rey dice) de día echaba mil
    piedras, y de noche quinientas: al fin se hizo con un tan grande
    portillo en el muro, que fue luego a porfía por los soldados tentada
    la entrada: andando el mismo Rey armado entre ellos animando, y
    metiéndose en medio de los peligros, con harto mayor fervor de lo
    que su tierna edad requería. Y pues como acudiese tanta gente de la
    villa a defender el portillo y dejasen las otras partes del muro
    desiertas, pudieron los del Rey con menos resistencia escalar el
    muro: y poniéndose en delantera el capitán Pero Garcés con muchos
    que le siguieron, entró en la villa y con buen golpe de gente llegó
    a donde el capitán Gómez estaba en lo alto del muro, defendiendo
    valerosamente el portillo, y con un bote de lanza le derribó de lo
    alto, y prendió vivo. Con esto los del Rey comenzaron a apellidar
    Victoria Victoria, y creyendo los de dentro que la villa era entrada
    por los enemigos, desampararon el portillo, y entrando los nuestros
    fue la villa saqueada, y muertos todos los que hicieron resistencia.
    Mandó luego el Rey que fuesen a combatir la fortaleza, la cual muy
    pronto se dio, y don Lope fue librado de la prisión y cadenas, y
    entrando el Rey se le echó a sus pies, besándoselos por tan gran
    merced y socorro, y buscando a don Rodrigo no le hallaron.






    Capítulo XIII.
    Que don Rodrigo se fue a poner en manos del Señor de Albarracín, el
    cual le recogió para defenderle, y que fue el Rey con el ejército
    sobre ellos.


    Como don Rodrigo, que no estaba lejos del
    campo en lugar secreto, entendió que su villa con la fortaleza era
    tomada y saqueada; y también puesto en libertad don Lope, se le
    aparejaba total destrucción y pérdida de su estado, determinó
    ausentarse, y salvar su persona, con el favor y amparo del Señor de
    Albarracín, que se llamaba don Pedro Fernández de Azagra, confiando
    no menos de su buena fé que de la fortaleza y defensa de su
    inexpugnable ciudad. Era entonces don Pedro uno de los más
    principales y poderosos señores del Reyno, y muy valiente guerrero.
    Porque no muchos años antes, confiando del asiento y puesto
    naturalmente fuerte de su ciudad, la defendió de los dos campos
    formados del Rey don Pedro de Aragón, y del Rey don Alonso de
    Castilla, que vinieron sobre ella: por la contienda que había sobre
    la jurisdicción de Albarracín, pretendiéndola cada uno para si, y
    moviéndole sobre ello guerra los dos. Pues como no pudiesen los
    Reyes sojuzgar a don Pedro, hicieron concierto entre si, y
    decretaron, que la jurisdicción a ninguno de los dos perteneciese,
    ni más la prendiese sino que fuese del todo exenta. Mas como no es
    seguro, no allegarse a una de las dos partes quien tiene en las dos
    enemigos, determinó el señor de Albarracín, muerto el Rey don
    Pedro de Aragón, ser de la parte de don Iayme su hijo, que estaba
    entonces en poder del Conde Monfort, y para que la embajada que se
    hizo al Papa sobre la libertad * se abreviase, como tenemos arriba
    dicho, don Pedro y don Español obispo de Albarracín fueron los que
    más se señalaron en procurarla.
    Por esta causa, habiendo
    mostrado en esto don Pedro lo mucho que se amaba al Rey, dio tanto
    más que decir de si a todos, maravillándose de él por haber
    recogido a don Rodrigo, hombre facineroso, rebelde, y tan enemigo del
    Rey. Bien que no falta quien excuse en esto a don Pedro con la
    antigua costumbre de los señores y Barones de aquel tiempo, y
    nuestro, en cuanto a recoger y amparar a los más incorregibles y
    facinerosos, solo por ser sus amigos: a los cuales no solo
    sustentaban y mantienen con muy grande liberalidad en sus tierras,
    pero contra toda razón y justicia se precian de defenderlos. Dicen
    acaecer esto, porque el tal amigo malhechor y facineroso, haga otro
    tanto por ellos, y los recoja, y en semejante ocasión y necesidad
    les defienda, para que con la confianza de tan mala costumbre y
    guarida, no solo reyne en los dos la ocasión y licencia de pecar,
    pero aun tengan por gran virtud el defender al pecador: siendo por
    divina y humana ley determinado (determininado), que ni el pecar por
    el amigo excusa de pecado. Sabido pues por el Rey que don Rodrigo se
    había recogido en Albarracín, sintió mucho que don Pedro,
    profesando tanto su amistad, defendiese a su enemigo contra él. Y
    por esto tanto mejor se determinó de ir a Albarracín contra los
    dos: por el buen ánimo que los suyos le daban para pasar esta guerra
    adelante. Puesto que como el Rey fuese de tan poca edad, andaba entre
    sus ayos y principales del consejo muy viva la ambición y codicia de
    mandar, y atraer la voluntad del Rey a sus provechos e intereses. Y
    aun comenzaban algunos grandes y señores de título a querérsele
    igualar en el mando, y tenerle en poco. Lo cual entendía el Rey muy
    bien, porque no faltaba quien se lo representase, y aconsejase lo
    mejor. Y así determinó con tan justa ocasión hacer guerra a don
    Pedro, para que en cabeza de este, que era de los más principales
    del reyno, escarmentasen los demás de su calidad y estado. Para esto
    mandó hacer gente en Zaragoza, Lérida, y Calatayud, y Daroca,
    ciudades del reyno, llevando consigo por principales consejeros y
    capitanes del ejército, a don Ximen Cornel, don Guillen Cervera,
    Pedro Cornel, Vallès Antillon, don Pedro y don Pelegrin Ahoneses
    hermanos, y a Guillen de Pueyo. Hizo pues alarde, o muestra de la
    gente que por entonces se hallaba, que fueron hasta 150 caballos y
    800 infantes. Con estos determinó de ir a poner cerco sobre
    Albarracín, a donde habían de acudir la otra gente que mandaba
    hacer por las ciudades arriba dichas.










    Capítulo
    XIIII (XIV). Como el Rey puso cerco sobre Albarracín, cuyo asiento
    se describe, y como fue maltratado su ejército, y alzó el cerco, y
    don Pedro y don Rodrigo se le humillaron y quedaron mucho en su
    gracia.

    Con tan pequeño ejército como hemos dicho, partió
    el Rey de Lizana, y llevando delante las máquinas y trabucos, fue a
    poner cerco sobre la ciudad de Aluarrazin, en lo alto de un monte, de
    donde solamente se descubría una torre que hoy llama del Andador,
    que estaba en lo más alto de la ciudad, puesta como en atalaya,
    porque la población estaba tan hundida, que no había forma de
    poderla descubrir ni batir, y esta era la mayor fuerza y defensa
    (defensión) que tenía . Y así pareció que las máquinas y
    trabucos se armasen y encarasen contra la torre, y se tomasen: porque
    señoreaba de allí gran parte de la ciudad: puesto que también
    había en esto gran dificultad, por estar la torre muy fortalecida
    para semejante batería, y muy guarnecida de gente y armas. Mas
    porque se entienda el asiento y postura de esta ciudad, y como
    conforman los hechos con la fama de inexpugnable la retrataremos
    aquí brevemente. Es Albarracín una pequeña ciudad, puesta en los
    confines de la Edetania y Celtiberia, ganada de los Moros poco antes
    que lo fue Teruel su vecina, que no distan seis leguas la una de la
    otra, lo cual se averigua por un proverbio antiguo, que dice de las
    dos,
    Tener Teruel que Albarracín es fuerte, significando que no
    desmayasen los de Teruel, pues tenían recurso, como en su alcázar,
    a la ciudad de Albarracín. La cual está fundada a la descendiente
    de un monte alto, en medio de la cuesta que da en un valle
    profundísimo, porque a los lados y por delante está cercada de
    altísimos montes que a peña tajada, a mañera de muro, la ciñen:
    tan conjuntos que solo la divide de ellos un muy estrecho y profundo
    valle, por el cual pasa el río Turia vulgarmente dicho por
    nombre morisco Guadalaviar, que significa Aguas blancas, que rodea la
    ciudad y la divide de los montes que la cercan, tan altos y tan
    conjuntos entre si, que apenas le dejan ver mas que el cielo, ni
    tener otra salida de la que el río hace entre ellos. De manera que
    ni ella puede ser vista, ni los de dentro ver otro que aquellas
    grandísimas peñas, tan eminentes, que como se dice, de la peña de
    los Centauros, parece que les viene a dar encima. Y así uno
    contemplando la extrañeza y terribilidad del lugar. dijo que le
    parecía cueva de Tigres, como lo fue cierto de más que
    tygres
    en fuerzas y valor, pues poco antes se había defendido, y echado de
    su cerco, a los Leones de Castilla, y a los Sabuesos de Aragón,
    según poco ha dijimos. Viéndose pues don Pedro cercado del campo
    del Rey, determinó como quiera defenderse de él, y amparar su
    amigo. Para lo cual había hecho convocación y junta de amigos: y de
    los más escogidos de Aragón, Castilla, y Navarra, había juntado
    una compañía de mil y quinientos caballos ligeros, metidos ya
    dentro la ciudad, y alojados en la pequeña vega que estaba en lo más
    hondo del valle, con mucha munición de guerra y de vituallas para
    muchos meses. Pues como por sus espías tuviese noticia de la poca y
    mal compuesta gente del campo del Rey, y también supiese de la
    división que había entre los de su consejo, ya no pensaba en
    como defendería su ciudad, sino, como saldría a dar sobre las
    tiendas del Rey y pondría fuego a sus máquinas. Esto lo podía
    hacer muy a su salvo, por los muchos parientes y amigos que tenía en
    el campo del Rey, que secretamente le favorecían, y daban avisos, no
    solo de los
    designos
    del Rey, y aparato de las máquinas para combatir, pero de la hora y
    punto del combate: y aun a vista del mismo Rey los enemigos entraban
    y salían de la ciudad, sin ningún recelo, mostrando cuan poco caso
    hacía del ejército. Pues como el Rey, visto lo que pasaba, tuviese
    por sospechosos los de su consejo, y se fiase poco de ellos, fuera de
    don Pedro y Pelegrin Ahoneses, y don Guillen de Pueyo que siempre los
    halló fidelísimos a solos estos encomendó la guarda de su persona,
    y de las máquinas y munición del campo. Lo cual tomaron tan a mal
    los otros caballeros y capitanes, que comenzaron a descuidarse, y
    a quedarse cada uno en su cuartel. Como fuese luego avisado de esto
    don Pedro, salió de noche de la ciudad a la segunda guarda, con una
    banda de 150 caballos, y dio de improviso sobre las guardas de las
    máquinas, y como huyesen todos, y las desamparasen, solos don
    Pelegrin y don Guillen resistieron con gran esfuerzo y valor
    al
    ímpetu de los enemigos. Mas como fuesen rodeados de tantos, y de tan
    pocos de los suyos defendidos, no pudiendo más, murieron como buenos
    y leales caballeros en la defensa de su Rey.
    Y luego don Pedro,
    puesto fuego a las máquinas y trabucos, sin pasar más adelante, ni
    perder uno de los suyos, se volvió con mucho a la ciudad, quedando
    el campo del Rey esparcido y atemorizado, viendo que ninguno de los
    capitanes se movió, ni mandó tocar el arma para ponerse en defensa
    de la persona del Rey, salvó don Pedro Ahones, como lo dice la
    historia. Lo cual bien considerado por el Rey, y por el mismo Ahones
    su ayo, pues a los demás se les daba muy poco de verlo en trabajo,
    también porque el socorro de las ciudades no llegaba, no faltando
    algunos amigos de don Rodrigo que lo entretenían, determinó alzar
    el cerco y partirse de allí. Don Pedro que supo esto, pesándole
    mucho de lo hecho, y afrentándose de la poca fé y mengua de los
    allegados del Rey, o porque se temiese de su indignación para en lo
    venidero, deliberó de salirle al camino con don Rodrigo, acompañados
    de algunos de a caballo, aunque sin armas, y habida licencia llegaron
    al mismo Rey, al cual apeados de sus caballos fueron a besar las
    manos, suplicando les perdonase lo hecho, y restituyese en su gracia,
    porque muy de veras se le entregaban por sus verdaderos y fieles
    vasallos: y que para certificarse de esto, entrase y se apoderase de
    la ciudad y estado, que todo era suyo. Al Rey pareció también, y le
    fue tan acepta la humilde plática, y largo ofrecimiento de don
    Pedro, que le abrazó y recibió con muy real ánimo en su amor:
    teniéndole por esto en mucho mayor estima que antes, por haber
    juntamente tenido experiencia así de su valor y poder en armas, como
    de su liberal y generoso ánimo: y esto por lo que prudentemente
    pensó de poderse valer por tiempo de su amistad y fuerzas, para con
    ellas refrenar la insolencia de algunos grandes del reino. Finalmente
    por su respeto perdonó a don Rodrigo: y de los dos se valió mucho
    para todas sus empresas y conquistas, como adelante veremos.

    Fin
    del libro segundo.




    Leer el tercer libro