Mostrando las entradas para la consulta Cucufate Vallés ordenadas por fecha. Ordenar por relevancia Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta Cucufate Vallés ordenadas por fecha. Ordenar por relevancia Mostrar todas las entradas

lunes, 13 de julio de 2020

Capítulo XLVI.


Capítulo XLVI.

De la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.

Muerto Sunyer, sucedió su hijo mayor. Este en el tiempo que su padre entendía en el gobierno del condado de Barcelona, gobernó el de Urgel. No hallamos, por la antigüedad de los tiempos y faltas de memorias (pone momorias), hechos de consideración suyos, hasta el año de 967, que fue el décimotercio de su condado, en que murió Seniofredo, primo suyo y conde de Barcelona, después de diez y siete años había que gobernaba aquel condado y a los cincuenta y uno de su edad: no le quedaron hijos, porque su mujer doña María, hija de Sancho Abarca, rey de Aragón, era de edad. Los más próximos eran sus hermanos: el mayor era Oliva, conde de Besalú, y el que más derecho parecía tener; pero los barones y gente de Cataluña sintieron lo contrario, excluyéndole de la sucesión. Pondéranse muchas razones: Miguel Carbonell (Pere Miquel Carbonell, archivero real de Juan II y Fernando II el católico) dice que no era buen católico, y lo sacó de una *ria (memoria; página 290 mal escaneada) antigua intitulada Flos mundi, que salió a luz * en tiempo del rey don Martín, y el mismo Carbonell * de ella en muchas partes de su historia: Zurita dice *mo. El padre Diago dice lo contrario, y le alaba * católico y buen cristiano, virtud que jamás hom* mancha en este linaje y prosapia: y en prueba de esto * acciones suyas, muy de buen católico, y que si p* sucesión, no fue por esto, sino por el defecto nat* no poder hablar sin dar primero tres o cuatro veces en * con el pie, a modo de cabra, de donde le quedó el * de Cabreta, y también porque no era derecho de * ni bien agestado, como es bien que lo sean las personas * representan majestad real. No falta quien dice, q* flojedad y descuido que tuvo en el gobierno de* le vino el ser desheredado del de Barcelona, que con * con los de Besalú y Cerdaña eran cosa poca. Esto *ria de su padre el conde Sunyer, la confianza que tenía * le había de imitar, y sus reales virtudes y grandes *mientos, le hicieron conde de Barcelona, añadiendo * título al de conde de Urgel. Fue esta elección c* gusto de toda la ciudad y condado, prometiéndose * mil felices y prósperos sucesos, y certísima espera* de esta vez, habían de quedar expelidos los infieles y *tarse la fé de Cristo en esta parte de la Citerior España *.
Cuando empezaba el nuevo conde a disponer aquello *recía convenir al buen gobierno de sus súbditos, no falt algunos disgustos con el mismo Oliva que, como hijo *de de Barcelona, pretendía ser legítimo sucesor del * de sus padres y abuelos, y últimamente de su herman* parecía no había razón bastante para privarle de ello. Estas pasiones y contiendas encendían ya el corazón y sangre a los primos, y el pleito se iba remitiendo a las armas: no había entonces en España las universidades que después, ni se decidían las sucesiones de los reinos por el Código y Di* como cuando murió el rey Don Martín, estaba el derecho en las armas y no en el parecer de letrados, que entonces eran poco conocidos en esta tierra. Los moros no dormían, y sabían muy bien todo lo que pasaba; animáronse por tomar las armas contra los cristianos, y llamaron en su favor a otros muchos de su nación y casta, que no aguardaban sino el principio de esta guerra civil, de quien dependía todo bien de ellos. No era la intención de aquellos nobilísimos príncipes dar ocasión de que el pueblo cristiano fuese destruído de los paganos, antes deseaban lo contrario, ni Oliva estaba tan ciego de su pasión, que no conociese los daños que podían causarse, así a él mismo como a los demás. Era católico, y como tal, no quería que los de su religión y ley quedasen destruidos, ni que las casas suyas y de su primo, que a costa de sangre cristiana hasta aquel tiempo se eran conservadas y defendidas de infieles, enemigos de la cruz de Cristo, fuesen de todo punto acabadas, dejó sus pretensiones; se reconciliaron los dos primos, quedó contento con lo que Dios le había dado, que es el medio más seguro para la perpetuación de los estados, y las guerras que parecía habían de ser intestinas y más que civiles, cesaron de todo punto, con gran descontento de los infieles, que las estaban aguardando.
Luego que el conde Borrell vio deshecho este nublado, entendió en la reforma de algunas cosas necesitaban de ella.
Lo que más cuidado le daba, era estar la ciudad y * obispado de Tarragona sin prelado y en poder de moros, sin esperanza entonces alguna de poderla cobrar. Consta *los arquiepiscopologios de este arzobispado, que desde el año 693 hasta el de 1091 estuvo yerma y sin prelados, y si algunos hubo, es tan poca la memoria que da de esto que es casi ninguna. El estado eclesiástico padecía mucho en Cataluña por la falta de metropolitano y necesitaba volver a la autoridad y esplendor que estaba en tiempo * los godos; negocio tan grave había de consultarse con el romano pontífice; para tratarle y visitar la iglesia de los * grados apóstoles (devoción muy usada entre los príncipes cristianos de aquellos tiempos) se partió para Roma el año de 971, que era el vigésimo año del condado de Urgel, y cuarto del de Barcelona, siendo obispo de aquella ciud* Pedro.
Gobernaba la sede apostólica Juan XIII, y llegado * el conde, le suplicó con muchas lágrimas que, pues por los pecados de la tierra, estaba en poder de moros la ciudad de
Tarragona y todo su campo, se sirviese de unir aquel arzobispado a la Iglesia catedral de Vique, dando el título * arzobispo a Atton, que era su obispo. El pontífice, movido del celo
del conde y de una petición tan justa, concedió todo lo que le pidió y mandó despachar su bula, y la Iglesia * Vique quedó con título y preeminencia de Metropolitana * Atton, a quien el episcopologio de Vique llama Atto o * fue arzobispo. Duró la sede arquiepiscopal en Vique hasta el tiempo de Urbano II, que la ciudad de Taragona volvió a su antiguo esplendor. Esta bula trae el padre Diago, y la sacó de un registro antiquísimo de las cosas del arzobispo de Tarragona, que está guardado en el archivo real de Barcelona, en el armario de Tarragona, núm. 134, folio 36 (1).
1: Es ahora el núm. 3 de la colección general de registros, y en el folio que se cita está efectivamente continuada la mencionada bula del papa Urbano.
Volvióse luego a Cataluña, y en el mismo año de 971 he hallado que asistió a la dedicación del monasterio de san Benito de Bages, del orden del mismo santo, que entonces habían acabado de edificar dos caballeros llamados Rosarno y Vinifredo, hijos de Salta y Ricarda, su mujer, que le emp*. Eran estos fundadores gente noble y rica, y como tales, convidaron a la dedicación la gente más lucida de esta tierra, entre ellos fueron el conde Borrell, Frugifer, obispo de Vique, Visado, obispo de Urgel, y otros muchos, y todos dotaron aquella iglesia magníficamente, según la costumbre y piedad de aquellos tiempos.
Esta venida del conde fue en muy buena ocasión, porque el rey de Lérida, aprovechándose de su ausencia, convocó todos sus amigos, para talar las tierras de los cristianos y dañarlos todo lo posible, creyendo que nadie supliría su falta. El castillo de Solsona y los demás que hay desde él hasta el mar, tirando una línea derecha, eran frontera o límite entre los cristianos y los moros, y años antes, el conde Sinofredo, predecesor de Borrell, había poblado la villa que está a sombra del castillo, y el conde puso ahora en él gente de guerra, y confirmó los términos que le fueron señalados entonces. Fue esta confirmación en el año 973, y dice Zurita que intervinieron en ella el conde Borrell, la condesa Lutgarda, su mujer, y Ramón, su hijo, la vizcondesa E*esa y Guitardo, su hijo, el obispo de Urgel, que * nombre Salla, de quien diremos en su lugar, cuando tratemos de los obispos de Urgel.
El año siguiente, que fue el de 974, a 11 de las calendas de agosto, y en el año décimonono del rey *L de Francia, el conde Borrell y Guifredo, a quien llama su consanguíneo, dieron a nuestro Señor y al monasterio de san Saturnino, mártir, que está en el condado de Urgel, no lejos de lo que llamamos Seo de Urgel, ecclesias que ab antiquo tempore erant fundatas, et sacris altaribus titul* in extremis ultimos findum marcus, in loco vecitato castrum Lordano no vel in civitate Isauna, quae est destructa a sarracenis * ecclesias quae ibi sunt, scilicet in castro Lordano, vel in civitate jam dicta quam in * qui infra sunt * vel ad futurum erunt constructas quaerum prima in ejus castro Lordan, Sancti Saturnini (Saturnino, Sadurní) est nuncupata ecclesia, alia Santa Maria est nuncupata in ipsa civitate de Isena, quae est destructa, alia Sancti Vincentii, q* fuit monasterium in caput jam dicta villae, juxta fontem quae dicunt Clara (Fuenclara, Font Clara). His praefatas ecclesias concedimus et donamus ad praelibatum caenobium, cum eorum laudibus et possesionibus ac universis adquisitionibus cum illarum decimi et primiciis, seu obligationibus fidelium vivorum ac defunctorum ab integre, etc. Firma el conde Borrell y se intitula Comes et marchio, y después de su signo y firma, están escritos los nombres de Visado, obispo que lo era de Urgel, Vifredo, el pariente del conde, que concurrió con él en la dicha donación; Frugifer, obispo de Vique; Evadallo * que se intitulaba princeps cotorum, y otros que se ignora quienes eran, según todo parece en el dicho auto, que está en el real archivo de Barcelona, en el armario 16 * A núm 86 (1).
(1) Equivócase aquí el autor: la escritura que cita se hallaba antiguamente en el *(mal escaneado) núm 7 de la colección del conde Borrell, y la publicó también Marca, aunque con algunas variantes, copiándola de un ejemplar del archivo de la santa Iglesia de Urgel. En su Marca Hispánica, col. 902, podrán leerla ad longum los curiosos. La escritura del Arm.16, saco A, núm. 86, también es efectivamente una donación al monasterio de san Saturnino; pero otorgada por el conde Ramón Borrell, en el año 11 del rey Roberto.
El padre Diago, que vio esta donación y hace memoria de ella en su historia de los condes de Barcelona, quiere que la iglesia del castillo de Lordan se llamase San Saturnino y que la ciudad de Isauna sea Solsona y que la iglesia de ella fuese Santa María. Yo no quiero im* de que afirma aquel autor tan grave, a quien se debe toda veneración, pero digo que he buscado con cuidado si Isauna es Solsona, y hasta ahora no me ha sido posible averiguarlo, y no hallo razón porque Isona y Isauna hayan de ser Solsona, y no Guisona (Guissona), Osona o Isanta, que le son semejantes. (y también Isábena, Roda de)
Por evitar el * que corrían las monjas que estaban en el monasterio de nuestra señora de Monserrate, desmandándose los moros vecinos de aquellas santas montañas contra los cristianos, y porque la abadesa y monjas no eran bastantes a hospedar tantos peregrinos como acudían allá cada día, llamados de la devoción de la Virgen nuestra señora, las trasladó al monasterio de san Pedro de las Puellas de Barcelona, de donde habían salido en tiempo de Vifredo Peloso, para ir a Monserrate, cuando fue la invencion de la santa imagen. Fue esta traslación el año 976, y aquel monasterio, que hasta entonces había sido de religiosas benitas, de allí en adelante fue de monjes claustrales de la misma orden, que salieron del monasterio de Ripoll, al cual estaba el de Monserrate sujeto, con título de priorato, hasta el año 1410, que el papa Benedicto XIII le erigió, en abadiado, y estuvo así hasta el año 1493, que se unió a la congregación de san Benito el Real de Valladolid.
El año siguiente de 977, Oliva Cabreta, conde de Besalú, dotó el monasterio que, so invocación de Nuestra Señora, había edificado en la parroquia de Serrateix el abad Froylano, con consentimiento del obispo de Gerona, Miron, su hermano, y con consejo de Visado, obispo de Urgel; dióle toda la parroquia de Serrateix, y se reservó para sí y sus sucesores que la elección de abad hubiese de ser con su consentimiento y del obispo de Urgel; y entonces los obispos de Gerona y Urgel concedieran remisión de todos sus pecados a los que eligirían sepultura en la iglesia de dicho monasterio, o darían alguna limosna para él, porque aún no tenían limitada los obispos la licencia de conceder indulgencias.
Por estos tiempos los moros de Mallorca, Tortosa, Lérida y Balaguer, con el favor y ayuda de Hiscen, rey de Córdoba, que era cabeza de todos ellos, se juntaron para tomar la ciudad de Barcelona, que era la cabeza y pueblo más principal de Cataluña, y no estaba tan fortificada y prevenida como era menester. El conde salió con su ejército contra ellos, y les dio batalla en el Vallés, junto al castillo de Moncada, en un llano que llamaban de Matabous, y fue en ella vencido y perdió más de quinientos caballos. Fueron siguiendo
los moros el alcance hasta Barcelona, donde el conde con algunos de los suyos se era recogido. Llegaron a ella miércoles primero de julio, año 986, pusiéronle luego cerco, apretándola y combatiéndola con todo rigor y tomaron las cabezas de todos los caballeros que habían muerto en la batalla, y con un ingenio las tiraron dentro la ciudad, y vinieron a dar cerca la iglesia de san justo y Pastor, que no era muy lejos de los muros antiguos, y allá fueron enterradas. Estaba la ciudad sin fuerzas e imposibilitada de defenderse; el conde y los que con él estaban no eran poderosos para defenderla, y así, habido consejo con los ciudadanos y caballeros que había en ella, escogieron salirse y retirarse a lugar seguro, con confianza de volverla a cobrar, antes que perecer miserablemente en ella. Salido el conde, y pasados seis días después de puesto el asedio, fue entrada de los enemigos: el daño que esta afligida ciudad recibió de ellos fue cual se puede pensar de una muchedumbre de bárbaros enemigos; pasaron innumerable gente a cuchillo, otros cautivaron y llevaron a Córdoba, que era cual otra Constantinopla, y a otras tierras de ellos; lleváronse toda la riqueza que estaba recogida en la ciudad, y lo que no se pudieron llevar, particularmente escrituras, lo quemaron todo. Quedó acabada entonces y consumida la memoria de las casas y linajes de aquella ciudad que habían quedado de tiempo de los godos, y los que escaparon de la tempestad vivos, fueron esparcidos por todos los reinos y tierras de los moros. Tomaron asímismo los moros todos los pueblos que había alrededor de Barcelona y por la costa de la mar, y quedaron solos los castillos de Moncada y Cervellon, (Cervelló, Cervellón) que en esta tan grande calamidad se conservaron por los cristianos. A los moros de Mallorca cupieron las riquezas y todo lo que había en el monasterio de san Pedro de las Puellas, y se alojaron en él; a la despedida, en paga del hospedaje, quemaron todo lo que no se pudieron llevar. Lo que pasó con las religiosas, que constantemente todas resistieron a los torpes deseos de los enemigos, refieren el padre Diago y Domenech en sus historias.
Luego que el conde y los (pone lus) suyos salieron de Barcelona, se retiraron a la ciudad Manresa: acudieron allá el conde de Besalú Oliva Cabreta y muchos caballeros de los más principales de este principado, que nombra Pedro Tomic, y porque sus fuerzas no bastaban a resistir a los enemigos, enviaron sus embajadores al pontífice Juan XVI, y a Lotario, rey de Francia, y a Oton, emperador, para hacerles saber los sucesos y estado de la tierra y pedirles socorro y favor; pero aunque los embajadores partieron luego, no estaba tal el estado de cosas que pudieran aguardar la respuesta, porque en el entretanto podía hacerse más poderoso y grueso el enemigo; y así, sin aguardar más, juntó toda la gente que pudo de Cataluña la Vieja, y para que creciese más el número de la caballería, concedió libertad y franqueza militar a todos aquellos que acudiesen con armas y caballo para seguir la guerra. Fue de tanta eficacia esta concesión, que luego salieron en campo hasta novecientos hombres de a caballo, armados y a punto de guerra, y de allí adelante fueron nombrados hombres de parage, (paraje, paratge) para denotar con este vocablo, que en todas las cosas y honores eran iguales a los demás caballeros de Cataluña, ellos y sus descendientes. Con esta gente de a caballo y con muchas compañías de infantería, puso el conde cerco a Barcelona, y le dio tan recios combates, que en breves días la volvió a cobrar, con todos los lugares vecinos y de la marina que habían tomado los moros. Fue esta recuperación muy pronta, y extraordinaria la diligencia del conde en librarla, porque no había aún pasado un mes de la pérdida de ella. Entrados dentro, hallaron la ciudad tan desolada y perdida y tan otra de lo que pocos días antes la habían dejado, que parecía un campo pacido de langostas o dehesa donde fieras hubiesen invernado. Dice Tomic, que pocos días después de cobrada Barcelona, llegó el socorro que el papa, rey de Francia y emperador habían enviado, y que muchos de los caballeros y cabos recién venidos (que él nombra) se domiciliaron en Cataluña, y de ellos descienden muchas y muy nobles familias. Valiéndose el conde de estos nuevos socorros y de la gente que él tenía, marchó en persecución de los enemigos, y les ganó todas las tierras que tenían desde Barcelona hasta Balaguer y Lérida; y si no fuera que el río Segre les impidió pasar más arriba, así como los había echado del condado de Barcelona, llevaba intento de sacarlos del de Urgel.
Necesitaban entonces mucho reparo los muros de la ciudad de Barcelona, porque de las baterías pasadas quedaban muy flacos, y el castillo de ella quedaba muy derruido: en el que aún dura en la calle que llaman la Call (lo Call, el Call), aunque muy derribado, y está pegado a la cortina del muro viejo de la ciudad. En tiempo del rey don Pedro el Católico sirvió de cárcel a don Carlos, príncipe de Salerno, hijo del rey Carlos de Sicilia, sobrino de san Luis, rey de Francia. Su antigüedad y rastros de su grandeza, y no haber otro tal en Barcelona, es argumento cierto ser este el que fortificó en esta ocasión el conde. Encomendóle, según parece en memorias antiguas, a un caballero de su casa llamado Íñigo Bonfill, (Ignacio, Eneco, Nacho, etc) que cuidó a la fortificación de él; y por esto el conde después a 21 de octubre de 989, le dio muchas heredades y posesiones de diversas personas que habían muerto en las guerras pasadas, y no habían dejado hijos ni descendientes.
En agradecimiento de las mercedes que Dios le había hecho, fue muy pío y liberal con las iglesias. A 2 de las nonas de enero del año primero del rey Ludovico, que es el de Cristo señor nuestro 987, dio a Dios nuestro señor y a san Pedro de la ciudad de Vique la mitad del castillo de Miralles, con todos los diezmos y primicias y ofrendas de los fieles, y dice que le pertenecían por sus padres; y porque se supiese lo que contenía en si dicha donación, declara en el auto de ella los límites y términos de aquel castillo; y esta donación la hace también por las almas de Ramón y Ermengaudo, sus hijos, que le sobrevieron.(sobrevivieron)
Miró mucho por la conservación de la jurisdicción y preeminencias eclesiásticas, y según refiere Diago, habiendo sus oficiales capturado a ciertas personas que eran de la jurisdicción eclesiástica, luego que fue advertido de ello Vivas, obispo de Barcelona, le remitió los delincuentes, para que les castigara según sus culpas.
En el año 991 el obispo Vivas dedicó la iglesia de san Miguel Derdol, que llamaban de Olerdula (Olérdola) junto a Villafranca: asistió el conde a la solemnidad, y le señaló los mismos términos o límites que el conde Suniario, (Sunyer) su padre, cuando la edificó, siendo obispo de Barcelona Teuderico.
Al monasterio de san Pedro de las Puellas solo quedaron las paredes mondas, y el conde, como patrón de aquella casa, la restauró, reedificando la iglesia con gran solemnidad: Bonafilla, (Buena hija) hija del conde, tomó el hábito, fue nombrada abadesa, y con ella vistieron otras doncellas, que eran Ermetruyta, Devota, Ermella, Argudamia y Quiratilla, y con el favor del conde recuperaron todas las propiedades o bienes que tenía el monasterio antes de la guerra, y lo que no pudieron probar por autos, por ser quemados o perdidos, probaron con testigos, fundándose en una ley gótica que disponía que escritura o auto perdido se puede recuperar con testigos oculares y que tengan noticia de ella; y de esta manera volvió el monasterio en posesión de muchas cosas que había perdido.
El monasterio de san Cucufate del Vallés (Sant Cugat) fue muy damnificado, porque entonces aún no estaba murado, y los moros le entraron y quemaron todo lo que no se pudieron llevar y en particular las escrituras, que las había muchas; y el abad Oto, que fue muy señalado varón, de quien después hablaremos, instó al conde Borrell que alcanzase del rey Lotario de Francia renovación de lo que les habían quemado, y el conde con este Oto, que entonces aún no era abad, sino prior de aquel monasterio, fue a Francia, y con buenas pruebas alcanzó que se renovasen los privilegios que los reyes de Francia (que entonces tenían algo del supremo dominio en Cataluña) habían dado al convento.
Ocupado el conde en estos ejercicios, y estando en su obediencia todo lo que es desde Villafranca de Panadés a Rosellón y de Segre hasta el mar, le cogió la muerte en la ciudad de Barcelona, en el año sexto de Hugo Capeto, primero rey de Francia, ascendiente del cristianísimo señor Luis XIV, rey de Francia y conde de Barcelona (1), que era el de nuestro Señor 993, después de haber tenido el condado de Urgel cuarenta y dos años y el de Barcelona veinte y seis, y fue sepultado en el monasterio de Ripoll en el mismo sepulcro de sus padres y ascendientes.

(1) Recuérdese que el autor fue partidario de la casa de Francia, durante la calamitosa guerra que afligió a Cataluña en el reinado de Felipe el Grande.

Casó dos veces, la primera con Letgarda, y de ella tuvo a Riquilda, que casó con Udalardo, vizconde de Barcelona, ascendiente de los señores de la casa de Queralt; a Ermengarda que casó con Miron, señor del castillo de Port, cerca de Barcelona; y a Bonafilla, que fue abadesa del monasterio de san Pedro. La otra mujer fue Aymerudis, y de ella tuvo dos hijos, Ramón Berenguer, que fue conde de Barcelona, y Armengol, que lo fue de Urgel (1), y trataremos de él en el capítulo siguiente. Según parece en su testamento, hecho a 24 de setiembre de 993, usó siempre el título de conde y marqués como consta de las escrituras que se hallan de su tiempo, y fue de los primeros señores de España que tuvieron este título y dignidad. (marqués, marchio, de la Marca Hispánica).
(1) Ramón Borrell, no Berenguer, y Armengol, fueron hijos de Letgarda, y no de Aymerudis.
La muerte del conde cuenta Carbonell (Pere Miquel Carbonell) de otra manera, y sácalo de un libro antiguo manuscrito, intitulado Flos mundi, del cual tomó lo más de su crónica; y como aquel autor, por ser archivero del real archivo de Barcelona, tiene tan grande autoridad, le han seguido casi los demás autores que han escrito después de él, como son Beuter, Diago, Garibay, Menescal, Jorba y otros muchos; aunque Zurita, que averiguó mejor que todos las cosas de esta corona, y el abad Carrillo, y Tarafa, canónigo de Barcelona, conociendo el yerro de los que han seguido a Carbonell, lo cuentan del modo queda referido, siguiendo en esto la genealogía de las constituciones de Cataluña y las memorias del anónimo de Ripoll, y otras memorias más antiguas y ciertas porque aquello que dice Carbonell y los que le siguen, que el conde con quinientos de a caballo, en el Vallés y castillo de *Ganta, cerca de Caldes, embistió a los moros y fue vencido y muerto con todos los suyos, y que luego fueron a poner cerco a Barcelona, y para mayor terror y espanto de los cercados, con ingenios les tiraban las cabezas del conde y de los otros que con él murieron, fue equivocación y atribuir lo que pasó en eI año 986, cuando fue presa Barcelona, a tiempos en que gozaban todos los cristianos de
Cataluña de paz, por estar retirados los moros a la otra parte de Segre y a las orillas del río de Gayá.

En tiempo de este conde, y cuando estaba para cobrar de los moros la ciudad de Barcelona, fue la primera aparición, que sabemos en estos reinos, del glorioso mártir y caballero san Jorge. Cuando el conde, para cobrar a Barcelona, salió de Manresa, ciudad muy vecina a la santa montaña de Monserrate, se encomendaron muy de corazón él y los suyos a Nuestra Señora, por su santa imagen, que no había muchos años la había Dios descubierto, porque sabía que sus fuerzas eran mucho menores de lo que para tantos enemigos era menester; pero así por su fé, como por el peligro que corría la santa imagen de venir a manos de los enemigos, vino a socorrerla san Jorge, patrón y amparo de la tierra, tenido de principio por tal, desde aquellos varones alemanes (Georg, Giorgi, George, Jorge, Jordi, etc.) que comenzaron la conquista y vinieron con Carlo Magno y enseñaron a invocarle en las batallas. Este santo apareció armado en blanco con una cruz colorada en los pechos, encima de un caballo blanco, peleando con braveza por los cristianos, de tal manera, que alcanzando victoria, recobraron a Barcelona y mucho más de lo que habían perdido con gran facilidad; por lo cual agradecido el principado de Cataluña, tomó, en memoria y devoción del santo, por armas la cruz roja en campo de plata, y estas son las del principado de Cataluña, que los cuatro palos de sangre en campo de oro son propias de la casa y linaje de los condes; y la ciudad de Barcelona, que fue la que más experimentó su intercesión,
compuso sus armas en cuartel: en el primero y último puso sendas cruces de san Jorge, y en los otros dos, palos de las armas de los condes, dividiendo los palos, esto es, dos en cada cuartel. La diputación y principado le tomaron por su patrón y tutelar, y en las batallas apellidan su nombre, así como los franceses a san Dionisio y los castellanos a Santiago; y no solo quedó esta devoción en el principado, mas también se comunicó a otras ciudades; y refiere Pedro Tomic, que por asegurarse mejor de los genoveses, les dieron en cierta ocasión la cruz por armas y el nombre del santo por apellido, y les ha quedado después en tanto, que la ayuda que dio el santo al rey de Aragón en la batalla de Alcoraz, un autor valenciano dice que fue por la devoción y compañía de los catalanes, muchísimos de los cuales de ordinario servían a los reyes de Aragón, y en aquella batalla había muchos, porque le tienen ellos por patrón y le invocan. Han experimentado los favores de este santo, después de esta primera aparición, los aragoneses, en Alcoraz; los valencianos, en las batallas del Puig y de Alcoy; los de Menorca, en la conquista de aquella isla, y los mallorquines, en la presa de su ciudad donde, en tiempo de san Vicente Ferrer, celebraban su fiesta con gran solemnidad, en memoria y agradecimiento de la ayuda que dio a los cristianos cuando la tomaron.

Después de Lauderico o Lauberico, obispo de Urgel, ponen los episcopologios de aquella Iglesia a Estéfano, y dicen haber tenido aquel obispado diez y nueve años.
Dotila fue su sucesor, y tuvo la silla seis años; y esta es la memoria que hallo de estos dos prelados, que lo fueron en aquellos calamitosos y desdichados tiempos de la pérdida de España.
Sucesor de ellos fue Félix, que asistió a un concilio que en el año 778 convocó en Narbona Daniel, arzobispo de aquella ciudad, porque Urgel entonces era de aquel arzobispado. Cayó este prelado en algunas herejías; entre ellas era una que Cristo, hijo de Dios, en cuanto a la humanidad era hijo de Dios adoptivo, y no propio y natural, de la cual falsa opinión se seguía necesariamente que en Jesucristo había dos personas y dos hijos, el uno natural, y el otro adoptivo, que fue herejía condenada de muy atrás contra Nestorio. Este error siguió Elipando, arzobispo de Toledo, contemporáneo de Félix; yo creo que todos lo tuvieron por ignorancia más que con pertinacia, porque en aquellos tiempos tan trabajosos había pocas letras en España, y certificados de la verdad, presto se apartaron de él, porque por mandato de Carlo Magno se juntó concilio en la ciudad de Narbona, en el año 778, a 25 de las calendas de julio; y porque todavía perseveraba en sus errores, juntó después otro concilio nacional en Francfort, (Frankfurt) ciudad de Alemania, en el año 794, de casi trescientos obispos de Italia, Alemania e Inglaterra, donde fue este error condenado. Después, según dice Aymonio en el libro cuarto De gestis francorum, convencido ya de su error, le envió aquel concilio al papa Adriano, y en la iglesia de San Pedro Apóstol, presente el sumo pontífice, damnó y dejó aquella herejía y mala opinión, y se volvió a su ciudad. Hacen muy larga mención de este obispo y de su herejía Ambrosio de Morales, el padre Juan de Mariana, el cardenal César Baronio, el doctor Pisa en su historia de Toledo, y otros muchos autores. Bien sé yo que Adon Vienense dice que este obispo fue desterrado de su Iglesia a León de Francia, (Lyon) y murió allá con su error; pero no sé por qué no demos mayor crédito a Aymonio, coronista del emperador Carlo Magno, ante quien se averiguaron las opiniones a Félix y era señor de todas aquellas fronteras de Cataluña, que a Adon Vienense, que escribe las cosas de este obispo como de auditu y muestra estar poco enterado de ellas, pues por llamarle Urgelitanus, le llama Aurelianus, argumento cierto que no estando enterado del nombre de su obispado, menos lo estaría de sus hechos, y en particular de su conversión, pues, tratando de ella, usa de estas palabras:
quem ferunt in eodem ipso suo errore mortuum, como dando al vulgo por autor de esto. Yo he visto unas memorias de los obispos de Urgel, y según lo que en ellas se escribe de este obispo, debió hacer tales demostraciones, que quedó en opinión de santo varón, cosa que es muy ordinaria a la omnipotencia de Dios, de grandes pecadores hacer grandes santos. Vivía este obispo por los años de 792, y gobernó su obispado nueve años.
Sigebuto vino después de Félix, y tuvo la sede doce años.
Visado gobernó veinte y dos años; fue a Francia y recibió muchas mercedes y favores del rey Carlos Calvo, que era señor de esta provincia; y a trece de las calendas de diciembre, año veinte y uno de su reinado, que es el de Cristo 861, le dio la tercera parte de las lezdas y derecho del mercado, y confirmó las donaciones que sus pasados habían hecho a la Iglesia de Urgel.
Después fue obispo Navagico, (plateáo) el cual tuvo la silla veinte y seis años y cuatro meses.
Sucesor suyo fue Nigoberto o Ingoberto: fue gran prelado y muy estimado en Cataluña y provincia Narbonense. En la relación de la vida de san Teodardo, arzobispo de Narbona, sacada de los cartularios de los archivos de San Estévan de Tolosa, hablando de él, se dice: Ejecto de episcopatu ejus sancto et reverendissimo viro, litteris a primaevo et *moribuis benè instituto, Nigoberto, etc. Ordenóle en obispo *Sigebuto o Sigebodo, arzobispo de Narbona, aquel que vino a Barcelona para buscar las reliquias de santa Eulalia. Cuando san Teodardo se hubo de consagrar, entre otros obispos que llamó de Cataluña fue Nigoberto, el cual no acudió por estar enfermo, como ni Frodoyno, obispo de Barcelona, que no pudo dejar su obispado porque los moros amenazaban venir poderosos en sus tierras, ni Teutario, obispo de Gerona, que estaba enfermo; pero todos la confirmaron, así como Ausinto, obispo de Elna, y otros que asistieron a ella. Fue esta consagración domingo día de la Asunción de Nuestra Señora, el año 885 de la Encarnación. En el año que murió Carlomano y le sucedió Oton o Eudo, reyes de Francia, este arzobispo Teodardo fue a Roma a recibir el palio, y allá pidió al papa Estéfano letras apostólicas contra un sacerdote español llamado Selva, el cual, fuera toda razón, se era levantado arzobispo de Narbona, y como tal había echado por fuerza de la Iglesia de Urgel y de su obispado a Nigoberto, y quería sacar de la de Gerona a Deodado, (Deusdat) obispo de aquella ciudad, que había allá puesto el mismo san Teodardo, y meter en ella a Heimemiro. Eran fautores de Selva: Frodoyno, obispo de Barcelona, y Gudmaro, obispo de Vique: llamólos san Teodardo, y ellos rehusaron de ir; vista su inobediencia, convocó a todos sus diocesanos en una villa llamada Porto, entre Mompeller (Montpellier, Montispessulani) y Nismes (Nimes): fue entre ellos Riculfo, obispo de Elna, que Ausinto ya sería muerto, y los obispos de Gerona, Vique y Urgel y muchos otros: allá dieron Ingoberto, obispo de Urgel, y Deodado, obispo de Gerona, sus quejas contra Selva y Frodoyno, y culparon mucho a Gudmaro, obispo de Vique, porque los tres habían ordenado a Heimemiro, y este, entre otras disculpas, dijo que el conde Suario le había obligado a ello, y fue perdonado. No se dice allá quién fue este conde: yo no entiendo que fuese Sunyer, conde de Urgel, porque este aún en el año 912 no era conde, porque vivía su padre. Leyéronse en aquella junta unas letras del papa Estéfano, en que reprendía severamente lo que Selva y otros obispos habían hecho. Frodoyno, obispo de Barcelona, que conoció en que había errado, fue perdonado; a Selva y Heimemiro quitaron las insignias pontificales y privaron de la dignidad episcopal, que indebidamente se habían usurpado, y con esto Nigoberto volvió a su Iglesia de Urgel, después de haberle tenido Selva fuera de ella más de un año; y todo el tiempo del pontificado de Ingoberto fueron diez años. Este obispo en los manuscritos de la Iglesia de Urgel llaman Engilbertus, que en cosas tan antiguas es fácil trocar los nombres.
Nantigiso vivía en el año 899: hay mención de él en un concilio que congregó Arnusto, arzobispo de Narbona, en la iglesia de San Vicente, en la villa de Juncaria, en el territorio de Mompeller: dícelo Catel en la Historia del Languedoc, folios 35 y 733.
Asímismo en el año 940 hubo concilio sinodal en la villa de Foncuberta: juntólo el mismo Arnusto, y en él se determinó una contienda que tenía Nantigiso con Adulfo, obispo de Pallars, por haberle usurpado toda la tierra de Pallars veintitrés años había, y probó que de muy antiguo era de la diócesis de Urgel; y determinó el concilio, que durante su vida Adulfo fuese obispo y tuviese aquel territorio, y después de su muerte se entremetiese en él, y volviese al dominio y ordinacion antigua de la Iglesia de Urgel y de sus prelados. Rodulfo, hijo de Guifre Pelos, conde de Barcelona, tomó el hábito de monje de Ripoll el año 888, cuando fue la primera dedicación de aquel monasterio, y por su causa dio el Conde al dicho monasterio mucho patrimonio; después fue abad, y a la postre obispo de Urgel. Éralo en el año de 913, porque en el archivo del arzobispado de Narbona he tenido en manos una bula del papa Juan X en favor de Agio, arzobispo de Narbona, contra Herardo, que pretendía el dicho arzobispado, la cual era dirigida a los obispos sufragáneos de Narbona, y entre otros que nombra, son: Hugo, de Gerona; Teodorico, de Barcelona; Georgio (En Jordi de Vic), de Vique, y Rodolfo, de Urgel, de donde se infiere que estos obispados eran entonces de la metrópoli de Narbona, así como otros de Francia que allá nombra.

domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XI.


CAPÍTULO XI.

Varios sucesos de los Romanos y Cartagineses en España: cóbranse los rehenes que estaban en poder de Cartagineses, y otras cosas notables que acontecieron en ella, y muerte de los Scipiones.

No por haber tenido los cartagineses la rota y pérdida que referimos, perdieron el ánimo ni los pueblos amigos y confederados suyos les osaron dejar y pasarse a los romanos; porque los cartagineses, como hombres astutos y sagaces y que fiaban poco del amor de los españoles, les habían tomado rehenes y llevado a Cartagena, donde les tenían en muy buena custodia, y entre otras personas de cuenta que tenían, eran la mujer de Mandonio y dos hijas de Indíbil, mozas y muy hermosas; y con tales prendas estaban muy más seguros de los pueblos y ciudades confederadas, que si les echaran a cada una mil presidios.
Después de la retirada de Mandonio, tuvieron los romanos varios sucesos en España, que cuentan Livio, Florián de Ocampo, Medino, Pujades, Mariana y otros muchos autores. Fue entonces la venida desde Roma de Publio Cornelio Scipion por capitán en España, hermano de Neyo Scipion Calvo, con treinta naves y en ellas mil ochocientos soldados romanos, con muchos bastimentos y vestidos para los soldados que estaban en España, que necesitaban de ellos. Fue asímismo la venida de Hanon, capitán cartaginés, con cuatro mil infantes y quinientos caballos para engrosar el ejército de Asdrúbal. Destruyóse del todo la población o ciudad que llamaban Cartago vieja, que es donde hoy está Villafranca del Panadés, pueblo harto conocido en Cataluña, edificado por los dos hermanos Scipionés de las ruinas de la antigua Cartago, y quitándole este nombre en odio y por borrar y perder la memoria de los cartagineses, le dieron el de Villafranca, por los muchos privilegios e inmunidades y exenciones con que la adornaron; pero no bastó esto, porque la industria humana no basta a borrar memorias viejas, si el tiempo no ayuda a tales diligencias, antes cuanto más se quiere poner olvido, más se despierta la memoria de la cosa aborrecida. ¿Quién más aborrecido entre los gentiles, que aquel Erostrato que quemó el famoso templo de Diana de Efeso, y puesto en el potro, dijo haber hecho tal incendio por perpetuar su nombre y fama? y aunque so graves penas pusieron silencio a todos, mandando que no se le nombrase, no hay hoy persona de mediocres letras que lo ignore. Barcelona, ciudad principal de España, tomó el nombre de los Barcinos, linaje cartaginés, y así era nombrada (Barcino : Barchinona : Barcinona : Barçilona, Barcelona, etc.): no quisieron los Scipiones que nombre para ellos tan aborrecido como era el de los Barcinos, se perpetuara en ciudad tan insigne; metieron en ella nuevos pobladores de Italia, llamados Faventinos, y la nombraron Favencia, y así la nombra Plinio y otros, pero no pudo durar tal nombre, antes quedó olvidado, y la ciudad se quedó con el que le dieron los cartagineses, y el poder de los romanos, que sojuzgó el mundo y dejó memoria de su valor, no fue poderoso para hacer olvidar el nombre de un pueblo, antes bien a pesar de ellos persevera el nombre y memoria del linaje y familia de su fundador. Aconteció también en estos mismos tiempos la ruina y destrucción de otra ciudad llamada Rubricada, que era del bando cartaginés, y estaba al poniente del río Llobregat (Lubricati), ora sea a la orilla del mar, ora en el lugar de Rubí, junto al monasterio de San Cugat del Vallés, del orden de San Benito. (San Cucufato o Cucufate : Sant Cugat).
Puso cerco a la ciudad de Sagunto que tan valerosamente se había defendido del poder cartaginés, y por no ser socorrida, se perdió: ésta estaba muy fortificada, y en ella había mucha riqueza, y la mayor de todas era las arras o rehenes que tenían en ella guardadas los cartagineses de los españoles sus amigos y confederados, y esta era la mejor fuerza con que tenían sujetos los más pueblos de España. La traza que tuvieron los Scipiones para tomarla fue esta: había un caballero español llamado Acedux, a quien habían encomendado la guarda de aquella ciudad, y había * aquel punto seguido el bando cartaginés, y cansado de sufrir sus violencias, quería pasarse al romano y dar libertad
a todas las personas que estaban por rehenes en aquella ciudad; porque airados los cartagineses de su mudanza, descargasen su ira sobre aquellos inocentes que estaban en su poder. Por esto se salió de la ciudad, y fue a hablar a Bostar, capitán cartaginés, que con poderoso ejército estaba en la campaña para impedir que los Scipiones no se llegaran a ella, y le dijo que convenía mucho dar libertad a los españoles, porque con aquella hidalguía obligarían a los pueblos a quedar firmes en su devoción, y les valieran en aquella ocasión que necesitaban de amparo y socorro, porque el bando cartaginés estaba algo menguado. Pareció esto bien a Bostar, y asignaron hora para salir de la ciudad, y lugar donde había de llevar los rehenes. Hecho esto, luego Acedux fue a decirlo a los Scipiones, y concertó con ellos que a la noche siguiente pusiesen guardas en el camino, y que él pasaría con rehenes, y tomarlashian, y con ellas ganarían la voluntad de toda España, restituyéndolas a sus pueblos. Con este concierto se efectuó todo puntualmente, y las rehenes fueron tomadas, y las enviaron a sus tierras, y fue muy grande la alegría de toda España, y mayor el amor que todos a los Scipiones concibieron; y era cierto que si los romanos quedaran allí donde estaban, todas las ciudades que habían cobrado sus rehenes se alzaran y tomaran las armas en su favor; mas como el invierno era cercano, contentos con lo hecho, se volvieron a Tarragona, y allá ennoblecieron aquella ciudad reedificándola con gran cuidado, y circuyéndola de fuertes murallas y torres, levantando grandes edificios y acueductos y solemnes templos que aún parecen y queda rastro de ellos, que designan que tal era aquella ciudad, cuando salió de las manos de los Scipiones.
Llegó por estos tiempos orden a Asdrúbal que, dejadas las cosas de España a Amilco, capitán cartaginés que había venido de Cartago, se pasase a Italia, porque juntado con Aníbal, los dos destruyesen la ciudad de Roma; pero a lo que Asdrúbal se partía de España, fue impedido de los Scipiones, que no muy lejos del río Ebro le salieron al encuentro y dieron batalla, cuya victoria quedó por los romanos. Esta rota fue presto remediada, porque llegó poco después de ella Magon Barcino con veinte y dos mil hombres de a pie, mil quinientos caballos, once elefantes y muy gran cantidad de plata para hacer soldados, con que quedara del todo olvidada la pérdida pasada, si no los lastimara una muy cruel peste que vino a España y mató gran número de personas, y entre ellas Hamilce, mujer del gran Aníbal, y Haspar, su hijo; y estas muertes causaron que muchos pueblos que estaban por los cartagineses, se pasaron al bando romano. En estos tiempos fue ennoblecida la ciudad de Barcelona con fuentes, cloacas y otros edificios que hicieron en ella los Scipiones, cuyos rastros aún duran. Con estas prosperidades y buena fortuna, que siempre fue compañera de estos dos hermanos, y valiéndose de los soldados y amigos que tenían en España, quisieron echar de ella a los cartagineses; pero no salió como quisieron y pensaban, porque a la postre les vino a costar a los dos la muerte.
Había entonces en España tres valerosos capitanes cartagineses: estos eran Asdrúbal Barcino, Asdrúbal Gison y Magon. Estos supieron los pensamientos de los Scipiones; y para mejor resistirles, se fortificaron todo lo posible, llamaron en su ayuda a Indíbil, su amigo, y aunque hasta ahora había estado a la mira de todo sin meterse en las guerras pasadas, no pudo en esta ocasión tan apretada negar a los cartagineses lo que le pedían, porque, según se infiere de Tito Livio y veremos en su lugar, sus hijos y su cuñada, mujer de su hermano Mandonio, estaban detenidas en Cartagena en rehenes. Deseaba Indíbil echar los romanos de España, y hacer después lo mismo de los cartagineses, a quienes en esta ocasión prometió todo su favor y poder, que era mucho (por no poder hacer otra cosa); y acudió con muchos ilergetes y cinco mil suesetanos, que eran de una región de Aragón muy cercana a los pueblos ilergetes; y porque viniesen de mejor gana, les pagó de antemano.
En África buscaban los cartagineses sus favores. Reinaba un rey llamado Gala en una parte de ella, que era la más vecina a Cartago de la parte de poniente: era este rey muy amigo de los cartagineses, y la amistad estaba atada con vínculos de parentesco, porque Masinisa, hijo suyo, había casado con Sofonisba, hija de Asdrúbal Gison. Este, para valer a su suegro, pasó a España con siete mil infantes y quinientos jinetes, y desembarcó en Cartagena, 209 años antes de la venida de nuestro Señor al mundo. Fueron grandes estos socorros, y la parte cartaginesa sobrepujó a la romana: los vecinos del Ebro, que eran los celtíberos, estaban divididos, los unos por Roma, los otros por Cartago; y estos acordaron de no moverse, mientras los que estaban por Roma estuviesen quietos y sosegados. Serían estos pueblos de la Celtiberia muy poblados, porque eran más de treinta mil hombres los que se declararon por los romanos.
Deseaban mucho los cartagineses ocasión de topar con los romanos, porque confiaban de su poder y de los celtíberos, sus amigos: los romanos no menos confiaban de su buena fortuna y poder, andando los unos en busca de los otros; y por mejor comodidad, dividieron sus ejércitos de manera, que Asdrúbal Gison, Masinisa y Magon tomaron parte del ejército cartaginés, y Asdrúbal Barcino la otra. Los Scipiones hicieron lo mismo: Publio Cornelio tomó las dos partes, y Neyo Scipion, su hermano, la otra; y con los treinta mil celtíberos, que era lo mejor que llevaba, se fue en busca de Asdrúbal Barcino. No pasó mucho tiempo que el uno estuvo en vista del otro, y solo había entre los dos un pequeño río que les dividía. Asdrúbal mandó que los celtíberos que llevaba embistieran a los de los romanos, y por otra parte envió algunos de los celtíberos de su ejército a los que estaban con Scipion, para persuadirles que dejasen la amistad romana, y ya que no quisiesen valer a los africanos, a lo menos no les dañasen, pues Asdrúbal y sus hermanos eran hijos de española, y casados con españolas. Esto lo supieron negociar con tal arte que luego aquellos treinta mil celtíberos dejaron a Scipion y se volvieron a defender y cuidar de sus casas y haciendas; y por más que Neyo Scipion se lo rogó que no se movieran, fue su trabajo vano, porque decían que no querían pelear contra sus naturales y parientes, ni dejar perder sus casas y haciendas. Quedó Neyo Scipion muy sentido de esto, y muy flaco su ejército; y con la poca gente que le había quedado, se retiró, con intención de juntarse con su hermano. Asdrúbal Barcino ya había pasado el río, y con toda diligencia iba tras de Scipion, deseoso de pelear con él.
Mientras pasaba lo que queda dicho, Publio Cornelio Scipion caminaba con su ejército contra Asdrúbal Gison y Magon, sin saber que Masinisa estuviese con ellos, antes, bien cuando lo entendió, quisiera no haber tomado tal empresa, y tuvo gran alteración, y esta se le aumentó, cuando vio que no rehusaban la batalla. Llevaba Masinisa unos soldados tan diestros, que apenas salía alguno del real de Scipion para leña, o forraje o por otros menesteres, que luego estos soldados no le matasen o cautivasen. a lo que estaba con estos trabajos Publio Cornelio Scipion, llegó Indíbil con siete mil quinientos hombres, que, como dice Livio los cinco mil eran suesetanos y que eran del reino de Navarra, y los demás eran ilergetes. Publio Cornelio Scipion quiso estorbarles que se juntasen con los demás, confiando que él era bastante para vencer a Indíbil y sus ilergetes y suesetanos, y dejando encomendado el real, con alguna guarnición, a Tito Fonteyo, capitán romano, salió a media noche a combatir con Indíbil. La caballería africana que corría el campo tuvo noticia de esto, y luego dieron aviso al ejército cartaginés, y acudió con tal presteza y diligencia, que llegaron a la que querían pelear Publio Cornelio Scipion e Indíbil. Fue grande la matanza que hicieron en los romanos: Scipion, que les iba animando y exhortando que muriesen como buenos soldados, fue herido con una lanza en el costado derecho, que le salió al izquierdo, con que cayó del caballo, y luego le dieron muchas y muy grandes heridas, con que dio fin a sus días; y los cartagineses que estaban junto a él, viéndole caer del caballo, mostraron sobradas alegrías, y publicaban a grandes voces su fallecimiento por toda la batalla, con la cual nueva no faltó cosa para quedar absolutos vencedores; y los romanos, abiertamente vencidos, comenzaron a huir, como mejor pudieron, y parte de ellos acudió al real de Tito Fonteyo, y muchos a una ciudad llamada Iliturge (I mayúscula, ele), y otros hasta Tarragona, y fue doblado más número los muertos en el alcance, que cuantos faltaron en la pelea. Los españoles suesetanos y su capitán Indíbil y sus ilergetes fueron tenidos en gran estima, por haber esperado con tan poca gente a tantos romanos contrarios, no queriendo retirarse ni desviar la batalla, puesto que lo pudieran muy bien hacer sin perder algún punto de su buena reputación. Después de esto y haber refrescado la gente de Indíbil, se juntaron con Asdrúbal Barcino, que estaba en un lugar que Livio llama Astorgin (1: Anitorgis, Alcañiz, según Cortés), donde fueron recibidos con el contento que tan buenos sucesos como habían tenido podían causar. (Según el libro del padre Nicolás Sancho: En ella probamos con gran copia de datos y argumentos el sitio preciso de aquella Ciudad, y la mucha probabilidad que tiene la opinión de que la antigua Anitorgis de la Edetania corresponde a Alcañiz. Con cuyo motivo damos en el quinto Apéndice de la Sección segunda, muchas y curiosas noticias de las Ciudades, límites y circunscripciones de la Celtiberia y de la Edetania, según las respetables autoridades de Plinio, Estrabon, Ptolomeo, Tito Livio, y otros geógrafos e historiadores de conocida fama y reputación.)
La nueva de tan gran pérdida no había aún llegado a noticia de los otros romanos, aunque, según dice Tito Livio, había entre ellos un triste silencio y una secreta divinacion, (adivinación, presentimiento) cual suele ser en los ánimos que adivinan el mal que les está aparejado; y los sobresaltos que daba el corazón de Scipion, y sustos que tenía, eran indicios ciertos, no solo de lo que pasaba, mas aún de las desdichas e infortunios que le estaban aparejados, y presto le habían de venir. Íbase retirando con su ejército, caminando siempre de noche, hacia el río Ebro, donde hoy es Zaragoza (Caesaraugusta, Sarakusta); pero apenas fue partido, cuando tuvo sobre si los caballos númidas, que ya por los lados, ya por las espaldas, le iban picando. Entonces Scipion, que ya tenía sobre si todo el poder de los cartagineses y númidas, que con Masinisa e Indíbil le apretaban, se alojó con toda su gente en un montecillo no muy bien seguro; pero de los que había alrededor este era el más alto. Subidos aquí, tomaron en medio cuantos impedimentos y fardaje traían y juntamente los caballos, y puestos a pie todos sus dueños mezclados con el peonaje, rechazaban con poca dificultad, y sin tener otro reparo por los rededores, el ímpetu de los caballos berberiscos y jinetes númidas que siempre les daban rebato; mas como después llegaron los capitanes cartagineses con Masinisa e Indíbil, conoció Scipion cuán vano era trabajar en retener aquella cumbre o montecillo, no poniendo baluartes al rededor o fosas o vallados, e imaginaba con gran vehemencia, qué modo tendría para hacer alguna defensa. La cuesta, de su propiedad era rasa, de suelo pelado, tan duro y tan desolado, que ni criaba leña ni rama donde pudieran cortar maderos para los palenques, ni tenía céspedes o tierra de que hacer paredones ni reparos, ni mostraba disposición a las cavas o trincheras, y finalmente no hallaron aparejo de poder obrar algo con que se remediasen. Menos había malezas o pasos o riscos dificultosos de ganar, de subida trabajosa, cuando los enemigos llegasen; porque todo aquel montecillo precedía (o procedía, no se lee bien) llano, sin casi lo sentir, hasta dar en la cumbre. Queriendo suplir este defecto, comenzó Neyo Scipion a formar una semejanza de reparo por el circuito, con albardas y líos de los mulos que traían el fardaje, sobreponiéndolas muy bien atadas unas con otras, conformes al tamaño que solían tener en sus baluartes acostumbrados y verdaderos; y donde faltaban albardas y líos, metían ropas o cualesquier impedimentos que hiciesen bulto, por no parecer que de ningún cabo les menguaba. Lo tres capitanes cartagineses, al tiempo que llegaron, guiaban sus escuadrones contra lo fuerte de la cuesta, muy determinados a lo combatir, y la gente del ejército respondía con buena voluntad a su determinación, sino que la nueva manera del reparo, cuando lo vieron desde lejos, les hizo dudar algún tanto, creyendo ser defensa más brava. Sus principales y caudillos, viéndoles así parados, discurrían por las batallas enojados de su detenimiento; preguntábanles a voces: en qué se paraban; cómo no deshacían con los pies aquel espantajo romano; pues a mujeres o muchachos no se podía defender, cuanto más a tan denodados varones cuanto venían allí; que si bien mirasen los enemigos, que vencidos eran; escondidos que estaban tras de aquellas albardas pajizas, en llegando se darían a prisión o serían degollados a mano y sin pelea; que pasasen adelante, y no se detuviesen ni mostrasen pavor de tanta vanidad. Estas reprehensiones voceaban los capitanes africanos en menosprecio del reparo romano; pero verdaderamente venidos al toque, más difícil hallaron el saltar las albardas y líos, de lo que publicaban al principio, por estar entre si bien atadas y túpidas en harto buena alzada, y tras ellas haber hombres valientes y guerreros que todavía tenían ventaja centra quien llegase por defuera, como pareció casi luego que fueron acometidos, que solamente para romper líos y hacer entradas hubo menester grandes acometimientos, y se tardaron largas horas: mas al cabo, derrocados los reparos en muchas partes y metida la furia cartaginesa por ellos, ganaron el real de todo punto, sin poderlo valer Neyo Scipion. Allí sus romanos, hallándose pocos, atemorizados y confusos, morían despedazados por diversos lugares a mano de los cartagineses y de los españoles confederados, que venían muchos en cuantidad, ufanos y victoriosos con el buen despacho de la batalla pasada. Pudieron huir algunos romanos en los montes y sitios fragosos que no caían lejos, y por algunas partes acudían pocos a pocos, fatigados y heridos, al otro real, que fue de Cornelio Scipion, donde Tito Fonteyo, su lugarteniente, les amparó con la diligencia que bastaba su posibilidad, mas no para que dejasen de morir en todos estos caminos muchos buenos romanos y diestros. Con ellos pereció también su capitán mayor Neyo Scipion, dado que la manera de su muerte traten discrepantemente Livio y nuestros cronistas: unos certifican ser hecho pedazos entre los primeros; allá dentro del reparo, cuando se rompieron las entradas por los líos y defensas ya declaradas; dicen otros haberse retraído con unos pocos en una torre desierta cerca del real, y que los cartagineses al principio, no pudiendo quebrar las puertas al desquiciarlas a fuerza, las pusieron fuego por el rededor, y quemándolas, mataron dentro cuantos en ella quedaban, y también al capitán general. Como quiera que sea, murió de esta vez Neyo Scipion, según debía morir un caballero muy excelente, siendo pasados veinte y siete días después de la muerte de su hermano, y siete años cumplidos y pocos mes adelante, después de su venida a España. De esta manera tuvieron fin los dos hermanos Neyo Scipion y Publio Cornelio Scipion, sin valerles su saber y disciplina militar y la buena y próspera fortuna que siempre les fue compañera, aunque en la mayor necesidad se les volvió adversa. Esparciéronse los pocos romanos que de aquellos encuentros escaparon por España, sin hallar lugar cierto y seguro donde recogerse, porque como eran tan aborrecidos de los naturales, y los amigos de ellos se eran vueltos al bando cartaginés, era peor el tratamiento que se les hacía de lo que habían padecido en las batallas pasadas, y tantos más murieron en esta huida que en aquellas. El mejor acogimiento que hallaron fue en Tarragona y su comarca, donde quedaba Tito Fonteyo con algunos soldados romanos, el cual, y otro caballero llamado Lucio Marcio los recogieron, conservando las reliquias del pueblo romano esparcido por España, que atónito de lo que había sucedido, no sabía qué consejo tomar: y aquí acaba la historia del diligente historiador y erudítisimo varón Florián de Ocampo, el cual en cinco libros, por orden del emperador Carlos V, de buena memoria, recopila la historia de España, desde el principio del mundo hasta estos tiempos, que ha sido tan acepta y de tanta autoridad, que casi todos los que la han escrito después de él le han seguido, por haber este autor tenido por blanco la verdad; y es tan estimada de todos los varones doctos y sabios, que no sé cuál ha de ser mayor, el sentimiento de que no haya proseguido aquella, o el gusto y contento que tenemos de que el maestro Ambrosio de Morales la haya continuado, pues lo que el primero dejó imperfecto lo hallamos tan cumplido en este segundo autor, que parece que en lo que él ha dicho y hecho, ni poderse más añadir, ni aún los maliciosos que corregir; y así, tomando este autor por guía, y de los otros lo que fuere a nuestro propósito, continuaremos lo que se siguió después de la muerte de los Scipiones, hasta el fin de la obra, según será menester.

domingo, 24 de mayo de 2020

HISTORIA

HISTORIA.

Si el nombre de Pedro Miquel Carbonell ha llegado hasta nosotros se debe seguramente a la publicación de las Croniques de Espanya, obra que le colocó en el primer término de los historiadores de su época, cuyo privilegio retuvo por mucho tiempo, a pesar de la crítica de algunos de sus sucesores, que fueron muy inferiores a él.
Estudioso y reflecsivo hasta lo sumo, justo por carácter, investigador incansable, entusiasta por las glorias de su patria y custodio del panteón de estas, debió natural y necesariamente entregarse a los estudios y trabajos históricos. Si el lector nos sigue en el examen y lectura de estos, se hará cargo del gran partido que supo sacar de las dotes de su carácter y de su ventajosa posición.
Aunque nuestro principal objeto es el de presentar al público las obras inéditas del referido autor, no podemos prescindir de dar antes algunas noticias de las que han salido hasta hoy día a luz, cuales son las Chroniques de Espanya fins acino divulgades: que tracta dels Nobles e Invictissims Reys dels Gots: y gestes de aquells: y dels Comtes de Barcelona: e Reys de Arago: ab moltes coses dignes de perpetua memoria; el episcopologio de la iglesia de Barcelona, bajo el título de Episcoporum Barcinonensium qui gradatim post domini nostri Jesu-Christi passionem fuerunt tam tempore Gentilium et Gottorum ac Imperatorum tunc regnantium et Christianos persequentium quam etiam Christianitatis tempore ordo et numerus (1), y el pronóstico o juicio de la ciudad de Barcelona, o sea. De la conservatio e duratio de la ciutat de Barcelona (2).
De estas dos últimas solo se nos ofrece decir que el P. Flórezfue el primero que publicó el episcopologio en la pág. 359 del tom XXIX de la España Sagrada, y D. Próspero de Bofarull y Mascaró quien dio a luz, en la pág. VII de la Introducción a Los Condes de Barcelona Vindicados, el pronóstico o juicio de la ciudad de Barcelona. El mérito y exactitud del episcopologio le han ensalzado y deprimido a su vez diferentes autores, a los que remitimos al lector, puesto que no es este nuestro propósito, mientras que le aconsejamos vea el pronóstico de Barcelona, pues su valor aparece de su simple lectura. Está escrito de puño propio de Carbonell, y aunque no dice ser obra suya, no puede en manera alguna dejársele de atribuir, por estar lleno de correcciones y cambios de cláusulas enteras, y guardar muchísima relación con el contenido de una carta que, sobre la etimología del nombre de esta ciudad, le escribió su primo Gerónimo Pau, desde BRoma, en los idus de junio de 1475, y es el ultimó documento que publica Marca en el Apéndice á su Marca Hispanica. Pasemos ya a tratar de la Crónica.
(1) Archivo de la Corona de Aragón, al fól. 63 del Memoriale n. 49.
(2) Idem, al fól. 16 v. del Registro n. 1529, parte II.

Seguramente iría reuniendo Carbonell en los diez y ocho primeros años de su archiverato los conocimientos y noticias necesarias para escribir su Crónica, que comenzó en 3 de febrero o 19 de mayo de 1495 (1), ausiliado del inteligente literato Gerónimo Pau, natural de Barcelona, doctor en ambos derechos, canónigo de esta Catedral y cubiculario del Papa Alejandro VI, que la revisó y corrigió únicamente hasta el reinado de Pedro III el Ceremonioso por haberle sobrevenido la muerte en 12 de marzo de 1497(2).

Llegó a oídos de D. Fernando el Católico que su archivero se dedicaba a tan útil e interesante trabajo, y en su Real carta, dada en Barcelona a 7 de agosto de 1496, le suplicó, encargó y mandó, que la continuara, acabara y custodiara en su Real Archivo (3). Pero conociendo Carbonell todas las dificultades que ofrecía el estender la historia del monarca reinante, y temiendo por otra parte ofender la susceptibilidad y el amor propio de los cronistas especiales que el Rey tenía para escribir sus hechos, no pasó del reinado de D. Juan II, padre de D. Fernando(4).

(1) Fól. 1 v. col. I, y 257 v. col II, Chroniquesde Espanya, per Pere Miquel Carbonell.
(2) Fól. 1 v. col. I, 6 v. col. I, y 237 v. col. II, id.
(3) Fól. 1 v. col. I, y II, id.
(4) Fól. 6 v. col. II, y 257 v. col. II, id.
Para conocer cuanto vale esta obra, basta leerla detenidamente, sin perder de vista la época en que fue escrita y sobre todo sin achacar al autor un sin número de crasísimos errores que en su contesto se notan y que en manera alguna pudo cometer, atendidos los conocimientos que poseía, y que corría a su custodia la fuente de las verdades históricas. No dudamos en hacer esclusivo cargo de ellos al impresor y editores de la misma.
El recomendable bibliógrafo D. Nicolás Antonio, en la I col. de la pág. 219 del tomo II de su Biblioteca Hispana nova, dice, hablando de la mencionada Crónica, que se hicieron de ella dos ediciones en Barcelona, ambas en folio, la una en 1536, y la otra en 1547. (1) Respetamos cual cumple la opinión de este reconocido escritor, pero nos atrevemos a asegurar que no existe otra edición que la costeada por los ciudadanos y comerciantes en libros de Barcelona Jaime Manescal, Rafael Deudor, Juan Guardiola y Juan Trinxer, estampada en fóleo en la misma ciudad por Cárlos Amorós, en 15 de noviembre de 1546 y publicada el siguiente año de 1547, fundando nuestra opinión en las incontestables y siguientes razones: 1.a Porque las más detenidas investigaciones y cotejos que hemos practicado y mandado practicar entre la mayor parte de los ejemplares que existen en las bibliotecas de España y Francia, han dado constantemente por resultado el ser todas iguales a la única que admitimos.
2.a Porque todos los autores que citan la Crónica de Carbonell indican una misma foliación, que conviene siempre con la que marca la impresión de Amorós, siendo imposible que aquella fuese enteramente igual en dos ediciones, a menos que se quiera suponer que se cambiaron solo las portadas y los finales. ¿Quién sabe si Nicolás Antonio fundaría su dicho en las palabras novament imprimida que se notan on la portada de la edición de 1546? Pero debe tenerse entendido que, en el lenguage catalan, antiguo y castizo, el advervio novament equivale al castellano recientemente. Por lo demás, no podemos calcular de dónde tomó dicho bibliógrafo la fecha de 1536, cuya edición no reconoceremos hasta que se nos presente un ejemplar de la misma.

(1) Del mismo parecer es el P. Manuel Marcillo, en la pág. 362 de su Crisi de Cataluña, pero su opinión se reduce a copiar exactamente el dicho de Nicolás Antonio.

Practicado ya este ligero examen de las obras de Carbonell hasta hoy día conocidas, pasaremos a ocuparnos de las inéditas, siguiendo el mismo orden que damos a su publicación.
Cuando el rey D. Juan II de Aragón se hallaba en los últimos momentos de su vida, afectado de la penosa enfermedad que le acarrearon las imprudentes fatigas de una cacería en que tomó parte a la avanzada edad de ochenta años, fue consultado Carbonell por los deudos y favoritos de este monarca y por las autoridades del Principado, con el objeto de preparar el ceremonial de las honras funerales y demás que deberían celebrarse después de su muerte. En vano practicó las más detenidas investigaciones en el Archivo Real que corría a su cargo, pues nada pudo encontrar relativo a la demanda que se le hacía, y persuadido de cuan conveniente fuera evitar para lo sucesivo la falta de tales noticias, y corregir la omisión o descuido que en aquel punto se había cometido hasta entonces, se propuso presentar todo cuanto se practicase en aquella ocasión, y enterarse de los actos privados, por los dichos de las personas que mediasen en ellos, formando de todo una circunstanciada relación desde la fecha en que D. Juan dejó la ciudad de Barcelona para asistir a la cacería, hasta el momento en que descansaron sus restos con los de sus mayores en el monasterio de Poblet. Emprendió esta obra con la constancia propia de su carácter, apuntando los hechos a medida que pasaban con su acostumbrada exactitud y minuciosidad. Muy en breve supo el rey D. Fernando el proyecto de Carbonell, y para estimularle a realizarlo, le dirigió la honorífica carta con que encabeza su obra, fechada en la misma ciudad de Barcelona a 13 de setiembre
de 1479, en la que, después de elogiar sobremanera el objeto de aquella y ponderar la utilidad que podría seguirse de su ejecución, concede al autor la honra de considerarla digna, después de puesta en limpio por mano del mismo, de ser colocada entre los registros de su Real Archivo, con la prevención de reservarla al publico, y la prohibición absoluta de dar de ella copia a persona alguna, a menos de recibir Real mandato en contrario. Carbonell dio felizmente cima a su propósito, pero cuando comenzaba a estender una preciosa copia del borrador de su manuscrito, le alcanzó la muerte, dejando este tan plagado de correcciones y acotaciones, que nos ha sido sobradamente engorroso y difícil su decifre. Por fortuna, la larga y constante práctica que tenemos en esta clase de trabajos, el perfecto conocimiento que nos hemos formado del lenguaje del autor, por fin las repetidas comprobaciones y consultas que hemos practicado nos ponen felizmente en el caso de presentar al público un resultado exactísimo que deja del todo tranquila nuestra exigente conciencia. Esta obra lleva el título De exequiis sepultura et infirmitate Regis Joannis secundi, y este y la carta que acabamos de indicar preceden al prólogo, en el que el autor atribuye la falta que del ceremonial de las exequias de los monarcas se nota en las perfectas y acabadas ordenaciones de la Casa Real de Aragón, al reparo que estos tendrían de ocuparse en disponer pompas mundanas para después de su muerte y a su voluntad de reservar este cuidado para sus sucesores, mayormente cuando no olvidaron consignar en aquellas lo que debía practicarse al ocurrir la muerte del Papa, la de los reyes de otros estados, si eran parientes suyos, y la de sus primogénitos, hijos, obispos, etc. etc. Manifiesta también en él la estrañeza que le causa el observar que ninguno de sus antecesores en el cargo de Archivero se hubiese ocupado de aquel asunto, se queja de que los Concelleres de Barcelona no quisieran prestarle un libro que tenían en la casa de la Ciudadreferente a sepulturas Reales, indica que de la relación de los médicos y manumisores de D. Juan sacó los datos de los hechos que no había presenciado, y finalmente espone haber emprendido este trabajo a instancia de muchas personas de respetable nombre y fama, especialmente del obispo de Gerona, Juan de Margarit, que había sido canciller (canci-ciller en dos lineas)del difunto rey. Sigue al prólogo el índice de los noventa y cuatro capítulos en que la dividió para hacer más agradable su lectura (1), de los cuales los noventa y tres primeros versan sobre el asunto que se propuso tratar y el último lo reservó a probar, contra la oponión de algunos, que las sepulturas pomposas pueden celebrarse en obsequio y alabanza de Dios y en provecho y sufragio de las almas, a escusarse de haber invertido tanto tiempo en este trabajo, por resultar del mismo grande honra a Dios y el Rey, a describir estensamente las exequias que en la antigüedad hicieron los Egipcios a sus reyes, y finalmente a celebrar la piedad, la liberalidad, el valor y la caballerosidad de D. Juan.

(1) Carbonell dice al fól. 50 v. de su manuscrito lo siguiente. «Nota que si aquesta obra scrita en lo present libre fos consecutivament scrita portara tedi als legidors e par a mi millor haie yo divisit aquella per capitols per enamorar los legidors de aquella. E conte LXXXXIII cap. » Pero debe tenerse presente que entonces no había estendido aun el 94, que lo verificó en la última época de su vida, como se conoce muy bien por la falta de pulso que se advierte en sus caracteres.

A continuación de este último capítulo pone Carbonell un estracto de todas las cosas que se necesitaron para las exequias de D. Juan, con el objeto de hacer menos trabajosa al lector la adquisición de esta noticia y sin duda para que sirviera de pauta en los casos de igual naturaleza que pudieran ocurrir en lo sucesivo; una nota de los personagesque fueron invitados a acompañar con luces el cuerpo del Rey; los nombres de los caballeros encargados de correr las armas Reales y practicar las restantes ceremonias; y dos diarios del curso de la enfermedad, el primero absolutamente facultativo, que creemos ser el mismo a que se refiere el cap. 34, y el segundo, ampliado por el autor, que lo estendiósobre los datos suministrados verbalmente por Gabriel Miró, médico de cabecera del Rey.
El lenguaje a la par que correcto es muy elegante y fluido, las descripciones brillan por su naturalidad y precisión, tan difíciles de reunir, mientras que la exactitud histórica es sobresaliente. Las primeras calidades se notan a la simple lectura, y con objeto de comprobar la última, hemos creído oportuno publicar, como en apéndice, lo que sobre los mismos hechos nos refiere Pedro Juan Comes en el cap. 24 del lib. II del manuscrito titulado Libre de algunes coses assanyalades succeydes en Barcelona y en altresparts - 1583, existente en el Archivo Municipal de de esta Ciudad, y lo que va continuado al fól. 74 v. del dietario de la antigua Diputación de los tres Brazos o estamentos de Cataluña, correspondiente al trienio de 1476 a 79, custodiado en el Archivo general de la Corona de Aragón.

También escribió Carbonell dos cartas en latín a su amigo el presbítero Gabriel Vilell, desde el Real Archivo, la primera a tres de los idus de junio de 1512, y la segunda a diez de las calendas de diciembre de 1514, esponiendo en ambas la vida y milagros del obispo de Barcelona S. Severo, y la traslación de su cuerpo desde el monasterio de S. Cucufate del Vallés, en que se hallaba, a esta Santa Iglesia Catedral. En la primera, después de saludar a su amigo, de manifestar que a su instancia emprendía aquel trabajo y que únicamente para complacerle pasaba a ejecutarlo, a pesar de las ocupaciones que tenía en el Real Archivo, del poco lugar que estas le dejaban para entregarse al estudio de las humanidades, y de la avanzada edad de 78 años que a la sazón contaba; refiere el milagro que el Santo hizo, sanando radicalmente la gangrena que estaba ya declarada en la pierna del Rey D. Martín de Aragón, de resultas de la inflamaciónde la inveterada e incurable llaga que en ella tenía, precisamente en la noche anterior al da señalado por los cirujanos para ejecutar la amputación; y sucintamente la traslación del cuerpo del Santo. Pone en seguida la vida de este desde su elección en obispo de Barcelona, incluyendo todos los milagros que hizo, y concluye con una nota o catálogo de los que le precedieron en el obispado, añadiendo sus dos inmediatos sucesores, Paciano y Berengario, y (parece una v) con la pasión y muerte de aquel. Al pie de esta carta continúa el autor un himno al Santo, que lo copió, según dice, de un códice antiquísimo, y la oración que acostumbraba rezarle, esponiendo que, por la gran devoción que le profesaba, puso su nombre en la pila a uno de sus nietos, y mandó construir, en el jardín de su casa de la calle den Serra, una capillita dedicada a nuestro Señor Jesu-Cristo, a su inmaculada Madre, al Arcángel S. Miguel, a S. Severo y a Sta. Eulalia, El contenido de la segunda carta se reduce a esplanar más circunstanciadamente la misma vida del Santo. El estilo de ambas es correcto y tiene cláusulas elegantes.
En la misma lengua escribió Carbonell otra carta, también desde el Real Archivo, el día anterior a las calendas de noviembre de 1493, a Miguel Pérez Almazán, secretario de D. Fernando el Católico, sobre la espulsion de los herejes y judíos de todos sus reinos, decretada por este monarca, sobre la conquista de Granada y sobre la paz establecida entre los reyes de España y Francia y la recuperación de los condados de Rosellón y Cerdaña, que con tan buen éxito había agenciado el referido Almazán. El contenido de esta carta es un entusiasta elogio del Rey Católico, y como el corazón del autor, en los momentos en que la escribía, se hallaba verdaderamente inspirado, su estilo es espontáneo y elegantísimo. La más vasta erudición rebosa en ella por todas partes, y en nuestro concepto es una de las más bellas páginas latinas de nuestro Cronista, y una convincente prueba de que en su juventud había leído y estudiado con mucho aprovechamiento las obras de los grandes maestros de la antigüedad. ¡Con cuánto patriotismo ensalza la conquista de Granada ! ¡Con cuánta fé celebra la espulsion de los enemigos del cristianismo! ¡Con cuánta satisfacción contempla solidada la paz en su patria!... Al pie de esta carta copia un epigrama escrito en elogio de Almazán, añadiendo otro que él compuso a igual objeto.
A mas deestos trabajos, hizo Carbonell un minucioso estracto de los procesos originales seguidos por la Inquisición en las diócesis de Barcelona, Tarragona, Vich, Gerona y Elna desde el día 14 de diciembre de 1487, hasta el 5 de marzo de 1507, cuyo examen le facilitaron los mismos inquisidores, intercalando en él todas las disposiciones que habían dictado y continuaban dictando los reyes relativas a este asunto, y le dio el título de Liber descriptionis reconsiliationisque purgationis et condemnationis hereticorum, alias, De gestis hereticorum (1). Su mérito consiste en la minuciosidad con que nota los nombres, los oficios y hasta el domicilio de los acusados o reos, en la exactitud con que refiere las ceremonias practicadas por aquel tribunal en los diversos casos que se presentaban, y en los interesantes detalles que nos da de las costumbres de los judíos, y de los cargos que se hicieron a algunos herejes de nombradía, cuyas sentencias copia íntegramente.

(1) Este estracto forma parte del registro n. 3684 del Archivo general de la Corona de Aragón, que lleva el título esteriorRegistro sobre negocios de la Inquisicion. Fernando II.


En general guarda este extracto el orden cronológico, y nos admira sobremanera la constancia con que le continuó hasta un año o dos antes de su muerte, en los que la inquietud de la peste que reinaba entonces en Barcelona y el mal estado de su delicada salud no le permitirían seguramente pasar adelante. Usa en esta obra más comunmente la lengua latina que su idioma nativo, pero es cierto que su mérito no consiste en el estilo, sino en los curiosos datos que contiene, mayormente siendo tan escasos los que nos han suministrado hasta el día los pocos escritores que han tratado, nunca con imparcialidad, de la historia y actos de aquel célebre tribunal.
Hemos dado hasta aquí todas las noticias que sabemos relativas a las obras inéditas de Carbonell que vamos a dar a luz; réstanos únicamente añadir las que hemos adquirido de otras cuyo paradero ignoramos, que no dejarán de ser leidas con interés por nuestros lectores, quienes estamos seguros se condolerán con nosotros de su pérdida.
Parece que Carbonell quiso devolver a los Inquisidores el obsequio que le dispensaran franqueándole los procesos originales seguidos ante su tribunal, formando espresamente,para uso de los mismos y a instancia de uno de ellos, llamado Francisco Pais de Sotomayor, un estracto del célebre proceso seguido en el reinado de D. Jaime II de Aragón contra los Templarios de su Corona, con el título de Super factis Templariorum. Así lo expresa la nota autógrafa que se lee en el primer folio del registro n. 291 del Archivo general de la Corona de Aragón, que á mas lleva esteriormente el título de Varia 5.° Procesus contra Magistrum militesque Militiae Templi anno MCCCVII regnante Jacobo II (1). Pero el mencionado extracto no existe ya en el Archivo, y seguramente no le devolvió alguno de los inquisidores, a quien se le prestaría en lo sucesivo, insiguiendo la voluntad de su autor.
Según se deduce del contenido de una nota autógrafa continuada al fól. 63 del Memoriale n. 49. (2) dejó también Carbonell un volumen en forma mayor (y tal vez otro en forma menor) de varias cartas dirigidas a distintas personas sobre diferentes materias, entre las que se hallaban las dos ya indicadas relativas a S. Severo, por fortuna copiadas en otro lugar.

(1) Tal es el contenido de esta nota. «Aquest libre ó registre es del Real Archiu de Barcelona pretitulat Regestum super negotiis Tempiariorum: lo qual libre o registre fo començaten lany de nostre Senyor Mli (Mil) CCCVII regnant lo Rey de Arago Jacme segon e lo qual libre o registre era tot deturpat e maltractat e tot desligate yo Pere Michael Carbonell Archiver del Serenissimo D. Ferrando huy beneventuradament regnant Rey de Arago de Castella de Leo etc. el fet ligar e affegir paper a despeses mies encara no hi fos yoobligat huy ques divendres e comptam tres del mes de abril del any de la nativitat de nostre Senyor Mil cinccents e sis lo Sermo. D. Ferrando segon beneventuradament regnant. E mes le tot passat de charta en chartanombrant aquelles e per no haver tant (pone taut)treball en legir tan gran libre e a pregaries del reverend pare en Christ Inquisidor de la heretica pravitat Francesch Pais del Sotomaior he fet scriure un summariper mi fet de aquest libre faent lo ligartot a despeses mies pretitulat Super factis templariorum e servira a prestarlo al dit reverend Inquisidor e a qualsevol altre inquisidor qui sera apres dell. »
(2) He aquí la nota. «Et ne memoria excidat si qnipiam vitam et moros huius Sancti Severi scire voluerit legat epistolam qnamdivino Spiritu attractus edidi III idus junii anno Christi MDXII. Ego quidem P. Michael Carbonellus et illam manu propria scriptam ad probum virum Gabrielem Vilell presbiterum barcinonensem dore non distuli eamque reperiet iucodice meo maioris formae epistolarum mearum (mearnm) per me editarum. »

Probablemente el autor mismo o su hijo y nieto reservarían en su casa este manuscrito, como cosa particular, y con las vicisitudes de los pasados tiempos se habrá estraviado y destruído.
En conclusión: ofrecemos a nuestros lectores las siguientes noticias y advertencias que nos ha sido dable reunir relativas a otra obra inédita y autógrafa de Pedro Miguel Carbonell, cuyo paradero se ignora, titulada Memorables.
El autor que por primera vez la cita y nos da las únicas y escasas noticias que de ella existen es el Dr. Gerónimo Pujades en la 1.a parte de su Corónica universal del Principat de Catalunya, impresa en Barcelona en folio por Gerónimo Margarit en 1609, en cuya composición, es decir, en la parte relativa a inscripciones y lápidas romanas, le sirvió de mucho el contesto de aquella. Túvola en su poder algún tiempo mientras compuso la crónica (1) pero dejó de tenerla antes de acabarla (2). El modo como vino a parar y salió de sus manos no lo espresa, pero nos inclinamos a creer que se la prestarían y reclamarían después los descendientes de Carbonell, que tenían alguna relación de parentesco por linea materna con el Dr. Pujades, según asegura este al fól. 89 v. de su mencionada Crónica «aventhi (dice) abells y mos avis maternos alguna gota de sanch. » Pero, dejando aparte estas conjeturas, lo cierto y tristemente cierto es que nos ha sido absolutamente imposible hasta hoy descubrir su paradero.

(1) Fól. 100, 116 y 204 v.
(2) Fól. 172 v.

Citan también Las memorables Esteban de Corbera en su Cataluña ilustrada (1), el P. Manuel Marcillo en su Crisi de Cataluña (2), D. José Finestres y de Monsalvo en su Sylloge inscriptionum Romanorum (3), Nicolás Antonio en su Bibliotheca Hispana Nova (4) y otros, pero siempre con referencia al Dr. Pujades, que fue el primero y único que la vio.
Las Memorables que citan los autores catalanes era una colección de lápidas romanas o una descripción de las que existen en el Principado de Cataluña, puesto que en los veinte y un lugares en que la cita Pujades, en las partes 2.a y 3.a de su crónica (5), que en los años 1829, 30, 31 y 32 publicaron D. Félix Torres Annat, D. Alberto Pujol y D. Próspero de Bofarull, impresas en Barcelona por José Torner, ni en uno solo deja de referirse a aquellos objetos. Si algún otro punto histórico contuvo ¿cómo no volvió a citarla Pujades en el decurso de su crónica, en la que tantas veces menciona la de Pedro Miguel Carbonell?
Entre otras de las acepciones que Ducange da a la palabra Memoria se encuentran monumentum sepulcrum, y es fácil la conjetura de que, aun cuando Carbonell no diera acaso el nombre de Memorables a su colección de lápidas sepulcrales, lo inventaran los que a esta hubiesen de referirse, para indicar así, con un título breve y expresivo, la que existe en el códice de Gerona, citado anteriormente, y en el que va encabezada con estas palabras: Epigrammata in lapidibus sive marmoribus sculpta tam Romae et Barcinonae quam Tarragonae quam etiam in Hispania, no pudiendo dudarse de que era tan interesante trabajo propio de Carbonell, si se atiende a la dedicatoria o advertencia que hace a continuación a su hijo Francisco, expresándose de esta manera: Accipe Franciscefili charissime vel sic quiritum aliorumque civium veterum monumenta ex Hispaniarum marmoribus lapidibusque eruta per Petrum Michaelem Carbonellum. Sin embargo, la falta de certeza absoluta y el carácter colectivo de la obra son motivos suficientes para que el lector comprenda la omisión de esta parte en el conjunto de los opúsculos inéditos.

(1) Pág. 244 - En fól., en Nápoles, por Antonio Grammiñani en 1678.
(2) Pág. 363 - En 4.°, en Barcelona, por Mathevat en 1686.
(3) En el prefacio y en las pág. 23, 29, 31, 32, 39, 43, 46, 49, 56, 62, y 179. - En 4.°, en Cervera, por Antonio de Ibarra 1762.
(4) Pág. 219, tom. II. - En folio, en Madrid por la viuda y herederos de D. Joaquin Ibarra en 1788.
(5) Fól. 100, 106 v. 116, 119, 133, 161 v. 163 v. 167 v. 172, 172 v. 181, 184 v. 188 v. 189 v. 195, 204 v. 205 v. 251 y 255.

El códice que acabamos de mencionar, existente en el archivo de la Santa Iglesia de Gerona, tiene, formando parte de su general miscelánea, algún trabajo y cartas de carácter histórico, como son, primero: el Libellus de viris illustribus catalanis,que hizo Carbonell con la idea que guió a Bartolomé Faccio, al trazar las biografías de los italianos ilustres; y segundo: la correspondencia con Juan Villar, sobre genealogías y otros asuntos que interesan a la historia del Principado. Uno y otra hemos colocado al final de esta sección histórica, dejando al juicio del lector el apreciar su mérito, por ser el libellus trabajo solamente empezado, y las cartas en reducido número, aunque de visible interés.
La insuficiencia de nuestras escasas fuerzas nos ha retraído diferentes veces de emprender el trabajo que hoy ofrecemos al público; pero el valor intrínseco de la materia sobre que versa, el servicio que creemos prestar a la historia de nuestra patria y el obsequio que deseábamos tributar a la buena memoria de un cronista y archivero de la antigua Corona de Aragón, digno por todos títulos de la consideración de sus compatriotas, nos han animado por fin a efectuarlo (pone afectuarlo). Si estos dispensan buena acogida a nuestros esfuerzos, consideraremos sobradamente recompensadas nuestras largas y constantes tareas.

Exequias, sepultura, enfermedad de Juan II de Aragón

sábado, 23 de mayo de 2020

XL. Cart. del monasterio de S.Cucufate del Vallés. fol. III. 23 may. 1208.


XL.
Cart. del monasterio de S.Cucufate del Vallés. fol. III. 23 may. 1208.

In Christi nomine sit notum cunctis quod nos
Petrus Dei gratia rex Aragonis et comes Barchinone attendentes quod omnia loca religiosa diligere et ampliare tenemur multipliciter et fovere idcirco ob remedium anime nostre et parentum nostrorum precibus et intuitu dilecti nostri Berengarii venerabilis abbatis monasterii sancti Cucuphatis (monasterio de Sant Cugat) et conventus ejusdem loci ibidem Deo servientis recipimus sub nostra speciali proteccione firma custodia securoque ducatu omnes populatores tocius honoris quem idem monasterium habet in aliquibus locis a flumine Lubricati (Llobregat) usque Terracheam tam illos qui ibi jam sunt populati quam illos qui ibi venerint populare undecumque fuerint ita quod ubique per totam terram et dominationem nostram et omnium amicorum nostrorum tam in mari quam in terra quam in aqua dulci sint salvi et securi et ab omni dampno et gravamine et disturbio immunes et penitus alieni cum omnibus bonis suis habitis et habendis. Statuimus etiam firmiter et mandamus quod omnes predicti populatores presentes et futuri et omnes succesores eorum sint semper in honoribus et populacionibus sancti Cucuphatis a flumine Lubricati usque Terracheam populati ad honorem et servitium Dei et ejusdem gloriose Genitricis semper Virginis Marie et omnium sanctorum et prefati monasterii et abbatis et conventus presentis et futuri ad modum et forum et formam et consuetudinem populatorum nostrorum de Villafranchade Pinnatensi et eos ibi et ubique volumus perpetua securitate gaudere: tali siquidem modo quod si quis de ipsis populatoribus vel eorum aliquo querimoniam aliquam proposuerit ipsi teneantur ei respondere in jure sicut facerent populatores nostri de Villafrancha juxta modum et forum et formam et consuetudinem Villefranche sub examine tamen abbatis et monasterii sancti Cucuphatis. Nullus ergo de gracia nostra confidens audeat pretaxatos populatores presentes vel futuros aggravare vel perturbare ullo modo in personis vel rebus dummodo ut predictum est parati sint respondere in jure cuilibet conquerenti nec eos aliquis vel res eorum alicubi pignerare (pignorare) marchare impedire vel detinere attemptet nisi per se principales debitores aut pro aliis fidejussores fuerint manifesti. Mandamus igitur precipientes firmiter et districte omnibus bajulis et vicariis et aliis universis et singulis hominibus nostris presentibus et futuris quod omnes populaciones sancti Cucuphatis que facte sunt vel fient in honoribus suis a flumine Lubricati usque Terracheam in aliquo loco in monte sive in plano et omnes populatores earundem presentes et futuros et eorum successores cum bonis suis manuteneant tamquam ea que nostra propria sunt fideliter et defendant et a nullo aggravari permittant omnia jura eorum salva eis et illesa ac illibata servantes et quod hanc cartam nostram et omnia que in ea continentur teneant firmiter et observent et ab omnibus et singulis faciant inviolabiliter observari. Quicumque autem contra hanc cartam a regia liberalitate concessam venire in aliquo attemptaverit iram et indignationem nostram se noverit perpetuo incursurum et insuper dampno et gravamine illatis prius in duplo plenarie restitutis pena mille morabatinorum pro solo ausu et contemptu nostro a nobis sine aliquo remedio feriendum. Data Barchinone X kalendas junii anno dominice incarnationis MCC nono per manum Ferrarii notarii nostri et mandato nostro et ipsius scripta a Bonanato. - Sig+num Petri Dei gracia regis Aragonis comitis Barchinone. - Guillelmus ausonensis episcopus +. - Testes hujus rei sunt Poncius Hugonis comes Sanccius Guillelmus de Cardona R. Gaucerandi Bernardi Amelii Atto Orela Ferrandus Zappata Martinus de Narbaiz Guillelmus de Caneto a. de Fuxano Guillelmus Umberti Bernardus de Rocaforti Hugo de Turrerubea G. Raimundi de Montecatano senescalcus Bernardus de Peramola et alii quamplures.
- Sig+num
Bonanati qui mandato domini regis et Ferrarii notarii sui hoc scripsit cum litteris suprapositis in linea octava ubi dicitur sub examine tamen abbatis et monasterii sancti Cucuphatis loco die et anno prefixis.