Mostrando las entradas para la consulta Pirineos ordenadas por fecha. Ordenar por relevancia Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta Pirineos ordenadas por fecha. Ordenar por relevancia Mostrar todas las entradas

domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXIII.


CAPÍTULO XXXIII.

Del imperio de Constantino Magno, cómo lo dividió entre sus hijos, y de los demás emperadores hasta Arcadio y Honorio, y venida de las naciones bárbaras a España.

Comienza el año del Señor de 312 con el imperio de Constantino Magno, príncipe insigne y digno de eterna memoria y alabanza. Este fue el primer emperador que publicamente veneró el señal santo de la cruz, que le apareció en el aire, quedando cierto de la victoria que había de alcanzar contra Majencio, impío tirano. Vio esta divina señal en el cielo, y oyó una voz que le dijo: In hoc signo vinces, mote que han tomado (o tornado) diversos príncipes cristianos por orla de sus monedas, en que pusieron la cruz por señal. Quitó del lábaro las señales y letras profanas, y puso la santa cruz en él y en el yelmo, anillos y banderas y celadas, honrándose en todo con tan divina y santa señal. Cesó la Iglesia de ser perseguida, honró al sumo pontífice, reconoció el poder que Dios le había dado, y él reconoció ser súbdito suyo; hízose instruir en la religión católica, publicó edictos en favor de los cristianos, y dio al romano pontífice el palacio Laterano, que había sido de la emperatriz Faustina, e hizo cosas tales en favor y aumento de la Iglesia y romano pontífice, que no cesó hasta dejarle la ciudad de Roma y pasarse él a Constantinopla, señal evidente y clara de cuán de veras y corazón había recibido la fé católica y quedaba agradecido de los favores y mercedes que había recibido de la liberal mano de Dios.
Celebróse en Cataluña el concilio iliberitano, dicho así por la villa de Colibre, donde se juntó: lo que pasó en él y los cánones que se hicieron, refiere el doctor Pujades con gran averiguación. Es opinión de algunos que se dividieron en él los obispados de España, aunque otros sienten haber sido esta división en tiempo del rey Vamba (la hitación de Wamba); pero, dejada aparte la opinión de ellos, en razón del tiempo y lugar, es cierto que los obispados de Huesca, Lérida y Urgel, ciudades de los pueblos ilergetes, fueron declarados y señalados por sufraganáeos (sufragáneos) de Tarragona, de donde infiero que había ya obispos en catedrales, aunque ignoro qué nombre tenían, porque no se halla.
Murió el emperador Constantino a 22 de mayo, día de Pentecostés del año 337, y dejó dividido el imperio entre sus hijos. Lo que pasó sobre esta división dejo, por no ser de mi instituto; y solo proseguiré la orden y sucesión del que quedó señor de España, que fue el mayor, que se llamó Constantino, así como el padre, el cual le dejó España, Francia, Alemania, Inglaterra y Escocia; pero, malcontento de ello, porque, siendo primogénito, no le había dejado el padre más provincias, movió guerra a su hermano Constante, el cual metiéndose inconsideradamente en una batalla sin ser conocido, fue muerto, y la parte del imperio que le había dejado el padre, quedó en Constantino. A este mató en Helna, Majencio, tirano: aunque gozó poco de lo que había tiranizado, porque Constancio, el menor de los tres hermanos, le mató, y se quedó con las partes de los hermanos muertos y la suya; y fue en las costumbres muy desemejante a su padre, y movió persecución a la Iglesia, y murió el año 364, y le sucedió otro peor que él, que fue Juliano, apóstata, de quien hay harta memoria en las historias eclesiásticas. Este murió el año de 366: vino después de él Joviniano, gran varón y digno del imperio, el que no quiso Dios durase mucho en él, porque antes de un año le hallaron muerto en su aposento, ahogado del vaho de un brasero mal encendido. Valentiniano, por su muerte, fue nombrado emperador, y gobernó lo de occidente, que lo de oriente lo encomendó a Valente, su hermano, que tomó por compañero en el imperio. Por muerte de ellos entraron Graciano y Valentiniano, sus hijos, y por muerte de Graciano, el otro hermano quedó solo en el imperio, hasta el año 394 que también murió, y tuvo por sucesor el gran Teodosio, que ya en vida de ellos imperaba, y fue de los mejores emperadores y príncipes que tuvo el mundo, como lo verifican todos los autores que hablan de él. A este fueron sucesores sus hijos Arcadio y Honorio: estos dividieron el imperio en Oriental y Occidental. Dejo lo que toca al Oriental, que quedó a Arcadio: Honorio quedó con el Occidental.
Salieron por estos tiempos los vándalos, suevos, alanos y otras naciones bárbaras septentrionales de sus tierras, por haberles echado de ellas los godos, nación más poderosa, que les ocupó sus moradas y provincias. Fueron estas naciones divagando por el mundo y buscando dónde vivir: pasaron la Alemania y Francia, y vinieron hasta los Pirineos, con intención de entrar en España y destruirla, así como la demás tierra por donde habían pasado; pero hallaron brava resistencia en los pasos del Pirineo y se quedaron en Francia, quedando España, y más nuestra Cataluña, libre de tales y tan bárbaros enemigos.
No paró la desdicha de esta tierra con esto, ni jamás entraran estos bárbaros en España, si no fuera la tiranía de un soldado del emperador Honorio, llamado Constantino. Este capitán del emperador en Inglaterra, y valiéndose de sus soldados, se levantó con la tierra que el emperador le había encomendado, y se hizo señor de Francia, e hiciera con España (donde envió a Constante, su hijo), si no hallara dos capitanes del emperador, que eran Didimo y Veriniano (Veri), que, como buenos y fieles, juntaron la gente que pudieron, y tomando el paso de los Pirineos, resistieron a las entradas de los bárbaros y de Constante, hijo del tirano Constantino, que se quedó en Francia, sin poder entrar en España, como pensaba. Valióse entonces de los bárbaros que divagaban por Francia y juntóles con los suyos, y acometieron a los que guardaban el Pirineo y les venció. Didimo y Veriniano quedaron muertos, y sus soldados vencidos, y Constante quedó señor de España, y no permitió a los bárbaros septentrionales que entraran en ella, antes puso grandes guardas en el Pirineo, para que se lo estorbaran. Constante se volvió a Francia, donde estaba su padre. En esta ocasión los godos que, como queda dicho, habían expelido los vándalos, suevos y alanos, llegaron a Italia can gran poder, e hicieron sus conciertos con el emperador Honorio, que les dio tierra donde vivir. Los bárbaros que eslaban en Francia temieron a los godos; y para apartarse más de ellos, concertaron con aquellos soldados que guardaban el paso del Pirineo, que les dejasen entrar en España. Debieron de correr dádivas y otros medios con que se dejasen vencer, y dieron paso. Esto aconteció el año del Señor 410, y fue harta desdicha para toda España, y más para Cataluña y pueblos ilergetes, que fueron la primera tierra de España que pisaron. Quedó tal como se puede pensar la dejarían enemigos tan bárbaros y salvajes, y que pudieron hacer lo que les pareció, por no hallar contradicción en los capitanes que estaban por el emperador, que ya iban todos tras tiranizar la tierra, alzándose cada uno con lo que le era a mano, cuidando poco de la conservación del imperio romano. El emperador quiso remediar esto y expelir los bárbaros; pero no le fue posible, y ellos se quedaron en España, y los naturales de ella muy mal contentos de los romanos, por haber mal guardado la provincia, para cuya defensa sacaban tributos insoportables: pero como las cosas del imperio habían de tener mudanza en España, poco aprovecharon las diligencias del emperador. Tarragona, que era cabeza de la España Tarraconense, quedó perdida y acabada, y la Iglesia más de cien años sin pastor ni prelado; y si esto pasó en aquella ciudad tan fuerte, tan poblada y tan principal, ¿qué había de ser en otras que en todo le eran muy inferiores?
Dividiéronse entre estas naciones las provincias de las dos Españas, Citerior y Ulterior: los vándalos tomaron la Bética, y de ellos quedó el nombre de Vandalia, que, corrompido, es hoy Andalucía (Al-Andalus : Vandalus); los suevos tomaron para si la Galicia; y los alanos, unos pasaron a Portugal, y otros se quedaron en Cataluña y se mezclaron con otros bárbaros llamados Catos, de donde se originó el nombre de catalanes y Cataluña (Catos + alanos : Catalanos). Esta opinión es recibida de algunos, pero los más dicen que el origen de estos dos nombres fue en otra ocasión. (Chastel + ogne : Chastelogne, como de Burg y Bourg, Bourgogne).

Entradas en España estas bárbaras naciones, ora fuese que cansados de divagar por el mundo deseasen reposar, o que el clima de la tierra y celestes influencias mitigasen aquella bárbara ferocidad con que habían venido, buscaron paz con los naturales, y con facilidad la alcanzaron, y estos gustaron más de la compañía de ellos, que de la de los romanos, cuya desordenada codicia tenía cansada a toda España.

jueves, 2 de julio de 2020

CAPÍTULO XXVIII.

CAPÍTULO XXVIII. 

Viene el apóstol Santiago a España, y predica en los pueblos Ilergetes: memorias que hay de esta venida, y otros sucesos hasta la muerte del emperador C. Calígula.- Del imperio de Claudio; venida de los apóstoles san Pedro y san Pablo a España, y cosas notables acontecidas en los pueblos Ilergetes hasta la muerte del emperador.

En el año 37 después de la natividad del Señor, en cumplimiento de lo que había mandado a sus sagrados apóstoles, que fuesen por todo el mundo predicando el Evangelio, vino Santiago el Mayor a España. De la certeza y verdad de esta venida no tengo qué decir ni probar nada, porque además de ser opinión común y averiguada de todos los historiadores, lo confirman las memorias y acuerdos que quedan de ella, que negarla sería impiedad; particularmente en la ciudad de Zaragoza queda la columna o pilar en que apareció al santo apóstol la Virgen nuestra señora.
Por qué parte entrase en España el glorioso apóstol y qué orilla fue la dichosa que le recibió, cuando vino de Jerusalén, está en duda; y aunque don Mauro Castellá Ferrer en su historia de este glorioso apóstol averigua con gran diligencia todo lo que toca a su vida y hechos, pero acerca de esta entrada por dónde fue no puede afirmar cosa cierta. Lo que da por firme y verdadero, es su venida a España, y haber predicado en Braga, Iria-Flavia, que hoy llaman el Padrón, en las ciudades de Lugo, Sevilla, Granada, Cartagena, Toledo, Astorga, Palencia y Julio-Briga, que algunos dicen ser Logroño; y en la corona de Aragón, en las ciudades de Zaragoza, Tarragona, Barcelona, Valencia; y
a las más dejó obispos y memorias de su santa predicación. Sin estas ciudades y otras muchas de España, llegó también a los pueblos ilergetes, y en ellos predicó; y en la ciudad de Lérida, cabeza de ellos, además de haber predicado el Evangelio, hizo muchos milagros, y entre otros sanó un pie a un peregrino, en cuya memoria está instituida en aquella ciudad una capilla que es llamada lo Peu del Romeu, y en memoria de estos milagros obró Dios por el santo apóstol, cada año, el día de su fiesta, hacen los niños unas lanternillas de papeles de colores, y meten dentro unas candelillas de cera, y con aquello andan por las calles celebrando la memoria del glorioso apóstol, y porfían entre ellos sobre qué lanternilla está mejor, cumpliéndose lo que dice el salmista: Ex ore infantium et lactantium, etc. Esto refiere el doctor Antonio Juan García, canónigo de Barcelona, en la historia de san Olaguer; y el Licenciado Gaspar Escolano, cronista del reino de Valencia, no solo afirma esta venida del santo apóstol a Lérida, pero añade haberse el santo aposentado en el Iugar donde hoy queda la dicha capilla, y todo aquel barrio se llama hoy El Pie del Romeu. El doctor Pujades dice lo mismo. Fue esta venida cuando el santo venía de Zaragoza a Tarragona y Barcelona; y así se puede afirmar por cosa cierta y averiguada, que los primeros pueblos de Cataluña que merecieron oír la predicación del santo apóstol y recibir la ley evangélica, fueron los pueblos ilergetes, en quienes había de dar el santo primero que en otros, por ser confinantes con Aragón, de donde venía; así que, se pueden con mucha razón gloriar los pueblos ilergetes de haber sido la primera tierra de Cataluña en que fue predicado el Evangelio, y experimentó el poder de Dios con los milagros del santo apóstol, patrón y amparo de las Españas, por cuyo medio recibieron nueva luz y conocimiento del verdadero Dios, cosa que generalmente desearon todos los españoles, pues es cierto que pocos meses después de muerto Cristo señor nuestro, según dice Lucio Dextro (que escribía con la zurda), o su autor, enviaron embajadores al Colegio Apostólico, para que alguno de ellos viniera a dar noticia de Dios, enseñar su ley sacrosanta y el camino del cielo, que con su muerte dejó llano y abierto para todos los que supiesen aprovechar su muerte y predicación.
De lo que pasó en Tarragona, y del primer obispo que dejó en ella y en Barcelona el santo apóstol, y demás cosas que hizo, lo dejo, remitiendo al curioso a Flavio Dextro y demás autores que tratan de ello.
Vivía por estos tiempos en la ciudad de Lérida Porcia Nigrina, hija de Cayo Porcio Nigrino, que fue cónsul en Roma. Esta señora casó con Cayo Licinio Saturnino, hijo de Cayo, y muerto él, quiso se perpetuara su memoria, como lo usaban los romanos, y se conserva en la Seo de Lérida en un mármol que está al lado del evangelio, en la capilla mayor, o junto a ella, en la pared, que dice de esta manera:
C. LICINIO
C. F. GAL.
SATURNINO
AEDIL. II. VIR.
PORCIA P. F. NIGRINA
UXOR.
Que Porcia Nigrina, hija de Porcio, mujer de Cayo Licinio Saturnino, hijo de otro Cayo, de la tribu Galeria, que había sido edil y del regimiento de la ciudad y sacerdote, dedicaba aquella memoria a su marido difunto.
Esta Nigrina fue muy alabada por el grande amor que tuvo a su marido, y cuando quemaban su cuerpo, como se usaba entre los romanos, quiso ser quemada con él, y lo fuera, si los que estaban con ella no la sacaran de las llamas. Fue este hecho muy admirado en aquellos siglos, y no lo pudo disimular Marcial, el cual, aunque siempre andaba en burlas, pero en este hecho cantó con muchas veras estos versos:
O faelix animo, faelix Nigrina marito,
Atque inter latias gloria prima nurus.
Te patrios miscere juvat cum conjuge census,
Gaudentem socio participemque viro.
Arserit Evadne flammis injecta mariti:
Haec minus Alcestim fama sub astra ferat.
Tu melius certe memisti pignora vitae,
Ut tibi non esset morte probandus amor.
Dichosa tierra y dichosos pueblos, que tales mujeres producían !
En el año 38 de Cristo señor nuestro, murió el emperador Tiberio César, después de haber gobernado el imperio romano veintitrés años, sucediéndole Cayo Calígula, que murió el año de 42, después de haber imperado tres años, poco más o menos.
Favorecía Dios a España, dándole por medio de santísimos predicadores la luz del santo Evangelio y doctrina cristiana, y cada día llegaban a ella varones verdaderamente apostólicos a trabajar en esta viña del Señor. En el año 44 vino de Jerusalén san Tesifonte, discípulo de Santiago, que le había acompañado cuando se volvió a Jerusalén. Era este santo árabe de nación, y antes que se convirtiera a la fé, se llamaba Abenatar; tuvo un hermano llamado Cecilio, que también es santo, y fue obispo iliberitano: nacieron el uno ciego y el otro mudo, y Cristo señor nuestro les dio vista y habla (vista al mudo y habla al ciego), y les encomendó al apóstol Santiago. Fueron estos dos hermanos de aquellos doce discípulos que traía consigo el apóstol y le iban acompañando por España, predicando el evangelio; y cuando el santo apóstol se volvió a Jerusalén, fueron con él, y después de haber padecido martirio, que fue el año de 42, y haberle dado sepultura, siete de ellos, que fueron Torcuato, estos dos hermanos, Segundo, Idalecio, Hesiquio y Eufrasio, se fueron a Roma, donde el apóstol san Pedro les hizo obispos y les envió a España, para continuar la predicación evangélica que su maestro había comenzado, como lo dicen claro Dextro y el papa Gregorio séptimo en una carta que escribió al rey Alfonso de Castilla, y lo refiere Baronio en las anotaciones al Martirologio romano, a 15 de mayo, que se celebra la fiesta de estos siete santos. Dejo los lugares donde predicaron los seis, y vengo a san Tesifonte, como a cosa nuestra. Este santo, viniendo de Roma, predicó el evangelio con gran fervor y fundó el cristianismo en la ciudad de Urgel. Así lo dicen fray Prudencio de Sandoval, dignísimo obispo de Pamplona, en la Historia de los monasterios del orden de san Benito de Castilla, y el padre Francisco Diago en la Historia de Valencia (lib. 4, c. 6.); y añade que la ciudad de Urgel se llama Vergidum, porque está en un lugar y asiento donde los montes Pirineos, tan nombrados, comienzan a torcerse y derribarse algún tanto a la parte del mediodía; y de aquella torcedora le vino el nombre de Vèrgido, que lo significa, como derivado del verbo vergo, el cual tiene esta significación; y no sería fuera de propósito afirmar qué este santo fuese el primer obispo de la ciudad de Urgel; y lleva camino, porque no es verosímil que habiendo en este tiempo obispos en Zaragoza, Barcelona, Tarragona, y no muchos años después en Tortosa, viniese a faltar en los pueblos o región de los ilergetes, que era de las pobladas y fértiles de España, donde predicó la palabra de Dios, viviendo santísimamente. Fue san Tesifonte hombre muy docto, y dejó escritos dos libros en tablas de plomo, para que durasen más; y por merced y favor de Dios, han comparecido en nuestros días, como diré después: el uno se llama Fundamentum Ecclesiae y el otro De Essentia Dei. Duró su predicación hasta el año 57, en que, como dice el autor de Dextro, fue al concilio iliberitano, que se iba juntando no muy lejos de donde está hoy la ciudad de Granada, donde iban llegando los discípulos de Santiago y otros para conferir cosas muy importantes al alto oficio que tenían; y antes que estuviesen allá juntos, llegó un ministro de Satanás, llamado Aloro, juez de Nerón y tal el uno como el otro, y les prendió y hurtó todo lo que tenían, y les mandó quemar, y pasando por este martirio, se fueron a gozar de Dios, cuya ley santa predicaban. Sus huesos y cenizas y los libros que estos santos dejaron escritos tomaron sus discípulos, y los escondieron en partes secretas, donde les dejaron hasta que el Señor, por quien murieron, lo descubriese para mayor gloria suya y consolación del pueblo cristiano; y fue del modo dirémos en el capítulo siguiente, que no es justo dejarlo, por ser cosa tocante a nuestro primer prelado y predicador.

domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XXII.


CAPÍTULO XXII.

De lo que hizo Pompeyo en España, y principio de las guerras civiles entre él y Julio César.

Pompeyo Magno, después de muerto Sertorio, apaciguó toda España y la dejó en devoción y obediencia del senado romano; y hecho esto, se volvió a Roma; y en esta ocasión dejó las memorias que de él quedan con nombre y título de Trofeos, que muy largamente describe Compte en su Geografía. En Roma triunfó por las victorias que en España y Francia había alcanzado de los enemigos de Roma, y dejados los ejercicios en que hasta aquella ocasión y en servicio de su patria se había ocupado, casó con Julia, hija del gran Julio César. Era aún recién casado, cuando le nombró el senado gobernador y procónsul de esta provincia, que comenzaba a inquietarse, confiando el senado que la prudencia de Pompeyo y el ser muy amado de los naturales, serían parte para aquietar los humores que se levantaban en daño de la república romana. Sintió mucho Pompeyo este levantamiento, por aguarle el contento del matrimonio y haberse de ausentar de su querida Julia, la cual, por algunas razones que da la ley Observare, De officio Proconsulis, no quiso llevar consigo en el gobierno, el cual le fue dado por cinco años, con gran cantidad de dinero, provisiones, bastimentos, armas y otras cosas necesarias para la guerra. Nombró Pompeyo tres legados, que fueron Lucio Afranio, Marco Petreyo y Terencio Varron, a quienes mandó pasar en su nombre a España, quedándose él en Roma con su querida Julia, porque sentía a par de muerte haberse de apartar de ella, porque la amaba en extremo, aunque gozó poco de ella, porque murió presto, con grande desconsuelo del marido. Esta muerte de Julia dio ocasión que se fuesen descubriendo los odios y envidias que había entre César y Pompeyo, que de secreto cundían; pero por razón de la afinidad se disimulaban todo lo posible. Pompeyo era muy poderoso y bien quisto (visto, querido : quisto) en Roma, y César no lo era menos; y de aquí se originaron las guerras civiles, que fueron de tan pésima calidad, que del todo destruyeron la república e imperio romano, que hasta aquel tiempo tanto habían florecido. La ocasión y principio de esta guerra fue envidia y ambición y codicia de mandar, todo fundado en vanagloria, pasiones de que ambos eran muy tocados.
a Pompeyo era sospechoso el poder de César, y a César pesaba la autoridad y
dignidad de Pompeyo; este no quería igual, ni César superior; y como si el imperio romano no bastara para saciar la codicia de los dos, pelearon por él, así como si no fuera suficiente para el uno de ellos. Pretendió César el consulado, y decían los pompeyanos no poderlo, por estar ausente; y César no quiso presentarse en Roma, como era costumbre, por no dejar los ejércitos que tenía a su cargo, con que confiaba alcanzar el mando e imperio, a que llegó pocos años después; antes bien procuró con muchas diligencias que Pompeyo dejase los que él tenía en España; y viniera en ello, sino por sus amigos, que se lo desaconsejaron. Era el bando de Pompeyo muy poderoso, y no tanto el de César; y prevaleció en el senado, que se mandara a César que dentro de ciertos días dejase su ejército, y que no pasase el río Rubricon (Rin, Rhein ?) con él, porque era el término y límite de su provincia, que dividía Italia de Francia, y si lo hiciese, quedaba declarado enemigo del pueblo romano; pero todo esto no le atemorizó, antes bien llegó con él a las orillas de aquel río, y consideró que de no pasarle se seguía la destrucción y ruina de él y de su casa, de pasarle, la de la república romana. Prefirió su útil y provecho, y diciendo aquellas palabras tan sabidas: Eamus quo deorum ostenta, quo inimicorum iniquitas vocat; jacta esto alea (se conoce más: alea jacta est); vamos a donde los dioses y la iniquidad de mis enemigos me llaman, que echada está la suerte; luego le pasó y se fue a Roma, donde se hizo nombrar cónsul, y abriendo el erario, esparció todo el dinero que había en él con los soldados, haciéndoles larga paga de aquel dinero que no era suyo; y Pompeyo, confiado de los legados que tenía en España, pasó a Macedonia, con pensamiento de juntar allá grandes poderes para resistir a César, el cuál, cuidando poco de otras cosas, con su acostumbrada celeridad y presteza pasó a España, para pelear con los legados y gente de Pompeyo, hasta vencerlos y echarlos de ella, con pensamiento que, salidos ellos, le sería fácil apoderarse de todo el imperio y señorío romano; porque el mayor impedimento que hallaba, era esta gente de armas que Pompeyo tenía en España: y veníale muy bien estar ausente Pompeyo, el cual entre otras cosas que hizo muy poco acertadas, fue esta de pasarse a Macedonia, teniendo todas sus fuerzas en España, y perdidas aquellas, quedaban él y todas sus cosas en un infeliz y desdichado estado.
De esta venida de César tuvieron noticia los capitanes de Pompeyo, por medio de Bibulio Rufo, que llevaba órdenes de Pompeyo de lo que habían de hacer para resistir a César, a quien de cada día aguardaban en España. Tenían los legados de Pompeyo dividido el gobierno de España: Lucio Afranio gobernaba la Citerior, que es la Tarraconense; Terencio Varron, desde Sierra Morena hasta Guadiana, y Marco Petreyo, toda la Andalucía y Lusitania; y para mejor resistir el poder de César, Petreyo, con toda la gente que pudo llevar, se fue a juntar con Afranio, y hecha reseña, hallaron tener treinta mil soldados romanos de a pie y dos mil de a caballo, y ocho mil infantes españoles y cinco mil de a caballo, que eran todos cuarenta y cinco mil hombres. Estos, llegados a Cataluña, se alojaron por los pueblos ilergetes, junto a la ciudad de Lérida y a orillas del Segre, escogiendo aquella ciudad por lugar a propósito para aquella guerra, y de donde les pareció poder defender toda la tierra; y para impedir la entrada de César, enviaron algunas compañías a los montes Pirineos, y se alojaron por el collado del Portús entre el Rosellón y el Ampurdan, y en el lugar donde está hoy el castillo de Bellaguarda; y Lucio Afranio se metió en Castellon de Ampurias, confiando resistir el poder de César, cuya venida no podía tardar mucho. En esta ocasión llegó Cayo Fabio, legado de César, con bastante número de soldados, para desembarazar los pasos de los Pirineos; y fue su venida de tan grande fruto, que los soldados y gente de Pompeyo dejaron sus puestos y se retiraron a Lérida: y Fabio no entró, sino que les fue siguiendo, sin hallar contrario alguno, y se alojó a vista de Lérida, sobre el río Segre; y para poderle pasar con comodidad, labró dos puentes de madera, una junto a su real y otra no muy lejos de la ciudad de Balaguer, para poder pasar por ellas las bestias y ganados del real, para apacentarse por los extendidos y dilatados campos de Urgel, porque las pasturas que eran de la otra parte, sobre Segre, ya eran consumidas. Pasó esto en los meses de abril y mayo, tiempo en que suele haber en aquel río grandes avenidas, porque se derriten las nieves de los montes y sierras por donde pasa aquel río, que notablemente le hacen salir de madre. Un día había enviado Fabio por la una de estas dos puentes, más cercana a Lérida, dos legiones para que guardaran los ganados que habían de pasar después de ellos; pero no fue posible, porque una súbita avenida, después de pasados los soldados y antes que pasaran los ganados, se llevó la puente que había sufrido demasiado peso, y los pedazos de ella, que iban río abajo, dieron noticia a Afranio como la puente quedaba rompida, y supo luego por sus espías, como la gente de Fabio quedaba atajada debajo Segre, sin poder pasar el río. No quiso Afranio perder esta ocasión, y luego envió sobre la gente de César cuatro legiones y todos sus caballos. Lucio Planco que era cabo de las dos legiones, temió la caballería y se retiró a un alto y se fortificó como mejor pudo, porque no tuvo tiempo de pasar a la otra puente que estaba hacia Balaguer (hombre, hay un trocito desde Lérida a Balaguer); y allá en aquel alto sufrió el ímpetu de la gente de Pompeyo, con alguna pérdida de la suya; y perecieran sin duda las legiones si Fabio no enviara de presto dos de las que le habían quedado para socorrer a Planco; y estas pasaron por la puente más cercana de la ciudad de Balaguer, porque se persuadió que los de Afranio no dejarían aquella ocasión en que podían hacer grande daño a los que habían salido: y es cierto que lo hicieran, si Fabio no acudiera; y toda la gente de César quedó muy maltratada, aunque el mismo César, contando esto, lo disimula.

CAPÍTULO XX.


CAPÍTULO XX.

De la venida y hechos de Quinto Sertorio; favores y mercedes que hizo a los españoles, y fundación de un estudio general que hizo en los pueblos ilergetes, en la ciudad de Huesca, y del provecho que dio.

Vencidos los cimbrios y echados de España, la cosa más notable y de consideración que hallamos haber sucedido en esta tierra y en los pueblos ilergetes, fue la venida de Quinto Sertorio. Este fue el primer romano que dio honras y privilegios y exenciones a los españoles, y desterró de ellos aquella barbaridad y fiereza que hasta estos tiempos habían tenido, e introdujo la policía (política) y cortesía y otras muchas cosas buenas que aún perseveran.
Fue Quinto Sertorio natural de un pueblo llamado *(no se lee bien) Nurtia, cercano a Roma; su linaje era de los nobles de la plebe, digo, que no bajaba de linaje antiguo de patricios o senadores, sino de gente plebleya que por su virtud y merecimientos había merecido la nobleza: en su mocedad se dio a la oratoria, y fue muy estimado, por ser aventajado orador. En la guerra de Numancia (Soria) fue soldado, y se halló en muchas batallas contra los cimbrios, en que dio claras muestras de su ánimo y valor. Cuando Tito Didio, cónsul de Roma, vino a España, Sertorio fue su tribuno; en las guerras civiles de Roma entre Sila y Mario, fue del bando de Mario, y tan perseguido de Sila, que le obligó a salirse de Roma, y se vino a España con título de pretor. En el camino padeció muchos trabajos, y los vientos le echaron a Francia, y queriendo venir a España, las guardas que estaban en los Pirineos se lo vedaron; pero corrompidos con dinero, dieron lugar que pasase, y estando en España, con su apacible trato ganó muchos amigos. Sila, que sentía mal el poder de Sertorio, envió (en) contra de él a Cayo Anio, español, con un poderoso ejército; y Sertorio, para impedirle la entrada, envió a Lucio Salinator con seis mil hombres de armas. Anio, que no se sentía poderoso contra de él, le pidió paz, y para tratarla, le envió a Calpurnio Lanario. Salinator, que se fió de ellos, se vio con Anio y con Calpurnio, y estando tratando la paz, Calpurnio le mató a traición; y Sertorio, por faltarle tal capitán, quedó casi del todo destruido, y Anio se entró en España sin hallar resistencia. Sertorio se pasó a África, perseguido de la fortuna, y a la postre volvió a España, y en Portugal fue muy bien recibido de los lusitanos, y algunos pueblos que habían negado la obediencia a los romanos le tomaron por capitán y caudillo, y después lo vino a ser de la mayor parte de España, porque veían en él prendas tales, que le hacían merecedor de cosas mayores. Como él había sido criado en España, conocía el humor y condición de los naturales, y sabía cuán mal llevaban el mal trato y poca honra que les hacían los romanos, que los tenían en cuenta de bárbaros, y los trataban como si fuesen esclavos suyos. Usó por esto con ellos de grandes liberalidades y honras; quitóles primero algunos de los vectigales y tributos que pagaban a los romanos; más, otorgó a los pueblos que se declarasen por él, que no hubiesen de dar alojamiento a los soldados, antes bien hizo que estos se alojasen, tanto de verano como de invierno, en la campaña; y fue el primero que lo hizo; y para más honrar y autorizar a España, ordenó una manera de gobierno muy semejante al de Roma en la autoridad y representación, y con los mismos nombres y dignidades y cargos que en el senado de aquella ciudad se usaba; y de los españoles más principales escogió trescientos, y les dio título y nombre de senadores, y a la junta de ellos llamó senado; y dice Apiano Alejandrino, que lo hizo, no tanto por similitud, cuanto por hacer burla y escarnio del senado romano; de lo que quedaron todos muy pagados, aunque este senado no tenía más que el nombre y apariencia, porque Sertorio siempre se reservó el mando y señorío muy entero para si; y como los españoles no habían recibido jamás otra tanta honra de los romanos, estaban contentísimos de esto (como lo siguen estando los muy idiotas, sumando el congreso de los diputados y otros mamones, en el siglo XXI). Hacíales armar a la usanza romana; mostrábales el seguir el orden de los escuadrones, quitándoles el pelear a tropeles como hasta estos tiempos lo habían usado tan en su daño, que más parecía acometimiento de salteadores, que batalla de soldados. Dábales celadas, espadas y otras armas doradas y ricas, y escudos muy adornados, con que ablandaba la natural fiereza de ellos, y aumentaba el amor que le tenían; porque todos se daban a entender, que el poder de los españoles, por medio de Sertorio, oscurecería la gloria de los romanos, o abajaría sus bríos y quitaría la tiranía de ellos; y para mejor asegurarse de los naturales, sin ofensa de ellos, representó un día en su senado la falta tan grande que en España se sentía de letras y de sabiduría, que eran dos cosas que no engrandecían menos los pueblos y los reinos, que las armas; y que él, por el amor que tenía a nuestra nación, sentía mucho la ignorancia y barbaridad (que) había en ella; y para remediar esto, les propuso de fundar una universidad y estudio general para los hijos de los españoles, donde se enseñasen las lenguas griega y latina, y todas las artes y ciencias y buenas costumbres, y se desterrase la ignorancia y barbaridad, que era mucha. Para esto escogió en la región de los pueblos ilergetes la ciudad de Huesca, y fue la primera universidad de España y aun de casi toda la Europa, donde se enseñasen letras. Fue esta fundación tan grata a los españoles, que quedaron más contentos de ella, que de los muchos privilegios y honras que les había dado Sertorio. Llamó para esta universidad maestros doctísimos, que públicamente enseñasen, y les pagaba a su cuenta gruesos salarios, y él mismo, aunque fuese capitán y hombre de guerra, se deleitaba en examinar a los mancebos españoles que cursaban en aquella universidad, y señalaba premios a los más doctos, dándoles piezas de oro, vistiéndoles el traje romano con aquellas vestiduras que llamaban pretextas, que en Roma solo las vestían los hijos de los nobles y caballeros, y con ellas y una broncha de oro que llevaban en los pechos, eran conocidos. Era esta vestidura muy grave y honesta, y duraba has los diez y siete años; y dice Plutarco que holgaban mucho los padres ver a sus hijos con aquel traje, y más con las esperanzas que daba Sertorio, de que aquellos muchachos habían de tener cabimiento en el gobierno y administración de la república romana, y en el senado que él había instituído en España. Fue de gran lustre para España todo lo que hizo Sertorio; porque de aquel tiempo adelante florecieron hombres en ella tan eminentes en letras y doctrina, que pudieron igualarse con los mismos de Roma, y aún de Atenas.
En poesía tuvimos a Marco Valerio Marcial, cuyo libro de epígramas el emperador Elio Vero llamaba su Virgilio, y a Liciano, contemporáneo del mismo Marcial (todos de
Calatayud), de quien habla cuando dice (1: Marc., lib. 1, epig. 29. ):
Gaudet jocosè Caninio suo Gades,
Emerita Daciano meo;
Te, Liciane, gloriab tur nostra,
Nec me tacebit, Bilbilis.
Caninio Rufo, de quien habla aquí Marcial y en muchas partes (2: Id., lib. 3, ep. 20, y lib. 7, ep. 68. ), fue celebradísimo en Roma por la dulzura y gracia de sus versos, y era jovial y de buen gusto, que nunca le vieron menos que alegre o riendo. El epígrama de su sepulcro trae Ciriaco Anconitano entre los otros de España, de quien lo tomó Ambrosio de Morales. Fueron sin duda muy célebres Daciano, natural de Mérida, y Marco, único pariente de Marcial; pues como a tales les alaba en sus epígramas. Voconio fue natural de Italica, pueblo que fue muy vecino de Sevilla, y escribió muchas elegías y epígramas. En Córdoba nacieron Lucio Aneo Séneca, autor de tragedias, Sextilio Henas, y Marco Aneo Lucano, que escribió en verso heroico las guerras civiles de Roma. *Silio Itálico y natural, según la más común opinión, de Itálica, que escribió la segunda guerra púnica en verso heroico, fue varón muy rico y, en tiempo del emperador Domiciano, cónsul de Roma y procónsul de Asia. De Juvenal, poeta satírico, dicen muchos ser español y natural de Segovia. Flavio Dextro hace memoria de Claudiano, poeta español que florecía en el año 388 de Cristo señor nuestro, y también de Marabaudes, poeta lírico, ciego, que vivía en Barcelona por los años de 423 (Barcino, Barchinona). Entre los cristianos fueron célebres poetas san Dámaso, papa, de nacion catalan; Juvenco, presbítero, y Aurelio Prudencio, insignes en virtud y piedad, como lo atestiguan sus obras y poemas que han dejado.
En la oratoria y filosofía tuvimos a Fabio Quintiliano, natural de Calahorra, de quien nos quedan unas instituciones oratorias y declamaciones muy estimadas de los doctos; y este fue el primero que en Roma abrió escuela pública de elocuencia, y recibió salario del fisco del emperador, como lo dice Eusebio (anno Domini 90.), aunque Morales dice y siente lo contrario (lib. 9, c. 27.). Este Quintiliano fue maestro de Juvenal y de Plinio el Mozo. Los Sénecas nacieron en Córdoba; y el uno de ellos fue maestro del emperador Neron (Nerón), de tanta prudencia y cordura, que, para alabar a un hombre sabio y de buenas costumbres, decimos ser un Séneca. Lucio Jurnio Moderato Columela, que fue cónsul en Roma el año 43 de Jesucristo señor nuestro, escribió De re rustica fue natural de Cádiz; así como el otro, que no se sabe su nombre más de lo que dice Plinio (lib. 2., epist. 23.): nunquam ne legisti *gaditanum quendam, Titi Livii nomine gloriaque commotum, ad videndum eum ab ultimo terrarum orbe venisse, statimque ut vidit abiisse; lo que después, escribiendo a Paulino, admiró el padre San Gerónimo. Pomponio Mela fue andaluz, (del Betis era) y a Trogo Pompeyo muchos le hacen español; y sin estos, pudiera referir otros muchos de quien hacen particular mención Ambrosio de Morales y otros; y no solo en la poesía y oratoria florecieron tales varones, pero en el gobierno y política hubo tantos, que sería nunca acabar, y se puede ver en los catálogos de los cónsules y emperadores de Roma; porque, dejados muchos, Nerva, Trajano, Adriano y Antonino Pio fueron españoles, y tan justos, que pocos gentiles les llevaron en estas y otras virtudes ventaja. Toda esta abundancia de varones doctos y señalados y otros muchos que dejo, se debe al fruto que dio esta escuela sertoriana, de la cual es muy verisímil haber estos ilustres varones mucha parte de su erudición y doctrina; pues es cierto que, después de muerto Sertorio, a ciudad de Huesca amparó aquella universidad y sustentó los maestros y catedráticos de ella con salario público.

CAPÍTULO IX.


CAPÍTULO IX.

De cómo Asdrúbal llegó a los pueblos Ilergetes, y de lo que hizo en ellos.

No era bien salido Neyo Scipion de Tarragona, cuando Asdrúbal dio la vuelta segunda vez, y pasado el río Ebro se entró en la región de los llergetes, que no tenían la provisión de gente romana que era menester para resistirle; y el primer acometimiento fue sobre la ciudad de Lérida, que era la que había dado rehenes de seguridad a Neyo Scipion; y tales cautelas y diligencias tuvo con sus vecinos Asdrúbal, así de temores que les puso, como de blanduras y promesas amorosas, que no solamente le dieron el pueblo, sino que, viéndose favorecidos con él, tomaron sus mesmos vecinos las armas, y juntos con ellos los cartagineses, comenzaron a correr y a destruir las tierras y pueblos comarcanos, parciales y fieles al pueblo romano; y para desacreditar a Scipion y sus gentes, esparció fama entre los del campo de Tarragona y los pueblos llergetes, que los vecinos de los Pirineos habían bajado contra los romanos y sus amigos y les tenían muy apretados: y estas nuevas dañaron mucho a los romanos; porque los llergetes, que de su natural eran belicosos y generosos, luego se levantaron contra los romanos y se declararon por Asdrúbal, y lo mismo hizo Amusito, hombre principal y poderoso en la comarca o región de los Acetanos. Imitóle en lo mismo otro caballero de los llergetes, llamado Leónero, que se hizo fuerte y alzó con una ciudad muy principal de ellos, llamada Athanagria (1), que, según la más común opinión, sería Lérida; porque, según se infiere de Tito Livio, era la cabeza de aquellos pueblos; y juntos estos con los cartagineses, corrieron y talaron las tierras comarcanas parciales y fieles al bando romano, en venganza de las demasías y daños que los días pasados habían recibido. Scipion, que tuvo aviso de todo esto, no quisiera haber de meter en campaña sus gentes, que ya estaban repartidas en aposentos y deseaba tomaran algún descanso, por ser aquel invierno riguroso, y porque con mejor vigor pudiesen llegar al verano, para pelear con los cartagineses de poder a poder, y de esta manera dar fin a la guerra;

(1) Athanagria o Athanagia, como se halla en todas las ediciones de Tito Livio, dice Cortés que no pudo ser Lérida, como supuso Marina, ni menos Manresa, cuya última opinión impugnó ya Pedro de Marca: antes bien era Sanahuja (no se ve bien) nombre derivado de Azanagia, quitada por aféresis la primera letra, y convertida la g en j; cuya villa conserva aún muchos indicios de su antigüedad, y se halla en la raya divisoria entre los lacetanos y los ilergetes.

pero como cada día le llegaban avisos de los estragos que recibían sus amigos y que Asdrúbal se iba haciendo más poderoso, sacó las gentes de sus estancias y caminó contra los cartagineses, muy apesarado por la mudanza de los ilergetes. Asdrúbal, que supo la venida (de) Scipion, fingió ignorarla, y publicando que no hallaba mala voluntad ni contradicción con los ilergetes, dio vuelta y pasó otra vez el río Ebro, y dejando todos los pasos muy fortificados, se fue a Cartagena, imaginando que los romanos, viéndole tan lejos, se volverían a Tarragona o Empurias, y la región de los ilergetes quedaría sin daño alguno; pues él no se ponía en parte de donde pudiese causar nuevas alteraciones y sospechas. Scipion, que ya tenía las 
gentes en campaña y estaba para marchar, no dejó de proseguir su camino con grande prisa, recogiendo de paso muchos catalanes amigos suyos que le acudieron; y metido con ellos en la región de los ilergetes, no hicieron menos daño que los cartagineses habían hecho primero por la tierra del bando romano, tanto, que todas las personas principales y nobles que había en aquella comarca desampararon sus casas y se retiraron en la ciudad de Athanagria, con harto temor que no hiciese con ellos Scipion lo que los cartagineses habían hecho con Sagunto. Estando retirados en esta ciudad, fueron cercados y combatidos tan a menudo y por tantas partes, que dentro de pocos días se rindieron, y murieron en este sitio Leónero y muchos caballeros principales; y con esta victoria los demás pueblos del derredor quedaron obedientes a Scipion, el cual se tomó la jurisdicción de aquellos lugares, y recibió mayor número de rehenes que había antes recibido, y le pagaron cierto tributo para el gasto de la guerra, que, según dice Ocampo, serían ganados (a quien Tito Livio llama peccunia, porque los romanos al dinero y ganado todo lo comprendían debajo de este vocablo peccunia), metales y otras preseas, y no moneda, porque en aquellos tiempos, que era 200 años poco más o menos antes de la venida de Jesucristo señor nuestro al mundo, no la usaban. 

Esta victoria puso algún temor en los cartagineses y acreditó la buena fortuna de Scipion, el cual, por no perder tiempo, quiso perseguir a Amusito, caballero español y señor de los pueblos Acetanos. Este, en tiempos pasados, había favorecido mucho a los ilergetes, por serles muy amigo y haber liga y confederación entre ellos; y después de la pérdida de Athanagria, se había retirado a su tierra. Pero Scipion no por eso dejó de perseguirle, en odio de los cartagineses; y dejadas a buen punto las cosas de los ilergetes, dice Livio, que movió su campo hacia estos pueblos Acetanos, que son los que están entre los dos ríos Segre y Ebro, y eran confinantes con los ilergetes. a estos, la impresión de Tito Livio llama ausetanos, y es manifiesto error del impresor, ponderadas las palabras de aquel autor, el cual dice: In Ausetanos propè Iberum, socios et ipsos p*orum, procedit; utque urbe eorum obsessa. Lacetanos, auxilium *finilimis ferentes, nocte haud procul jam urbe, cum intrare *vellent excipit, insidiis; y esto no pudo ser, porque los ausetanos, que son los de la plana de Vique, ni están junto al Ebro, ni de muchas leguas se llegan a él, y los acetanos están muy cerca, pues viven en las orillas de aquel río y del de Segre; y así, ni Amusito, como dicen algunos, fue señor de Ausa, que es Vique, (obispado de Ausonia, Vich, Vic) sino de un pueblo o ciudad, que era el pueblo más principal de los Acetanos y que no sabemos el nombre, por callarlo Livio, aunque Florián dice llamarse Acete, sobre el cual puso sitio.
Avisado Amusito de los intentos de Scipion, llamó en su favor a los lacetanos, que son los pueblos que hay desde el río Llobregat hasta Gerona, cuyo pueblo más principal era Barcelona, y según opinión de Beuter, llamó, no a los lacetanos, sino a los jacetanos, que en esto corrige también la impresión de Tito Livio, que dice lacetanos (I mayúscula, no L (ele), Iacca, Iaccam, Jaca, Jacca, etc.), habiendo de hacer de la l, j, equivocación muy fácil del que traslada manuscritos antiguos: y es más verisímil haberse valido de los jacetanos, que son los de la ciudad y comarca de Jaca, que le eran vecinos; que no de los lacetanos, que le estaban más apartados y habían de pasar más tierra para juntarse con él. Sin estos, también llamó a los ilergetes que viven en la Seo de Urgel, porque a estos aún no había llegado Scipion, por estar más remotos, y les pidió Amusito que, según las conveniencias y ligas que había entre ellos, le valieran en aquella ocasión. Juntáronse más de veinte mil hombres que salieron de las montañas que hay desde la Seo de Urgel hasta Aynsa (Aínsa) y Sobrarbe (Superarbe), en el reino de Aragón, gente valerosa y armada. Estaba concertado entre estos montañeses y los cercados, que saliesen a meter fuego en el real de los romanos, y mientras estarían ocupados en matar el fuego, darían sobre ellos antes que estuviesen advertidos del socorro que les venía de los montañeses.
No pasó esto tan secreto que lo ignorase Scipion, por medio de unas espías que cogió; y por evitar este daño, puso gente de a caballo en guarda de su real y cuidó que no tuviesen lugar, ni los de la ciudad a los del socorro, ni estos a los de la ciudad, de darse algún aviso, y él con un buen número de gente se puso en un paso, por el cual habían de venir estos montañeses que enviaba Amusito, que ignorantes de lo que estaba aparejado, venían de noche, sin capitán ni caudillo, y se metieron por un valle, donde toparon con la gente de Scipion, que al principio pensaron eran gente de Amusito, que les venían a encaminar a la ciudad y al real de los romanos. Presto vieron el engaño; porque les apretaron de manera los romanos, que mataron de ellos más de doce mil, y los que quedaron huyeron con el resplandor de la luna, procurando salvarse cada uno de ellos como mejor pudo. Amusito, con la tardanza de los montañeses, conoció que alguna desgracia les habría sucedido, por lo que no dejó salir a nadie de la ciudad, esperando nueva de lo que había sido. Con esta suspensión estuvo hasta la mañana, que vio a los romanos muy alegres y regocijados, y entendió lo que había pasado. Sintió mucho esta pérdida; pero no desmayó, confiando de la esperanza del tiempo, y de la nieve que continuamente caía, y de la falta de mantenimientos que habían de tener los romanos, y que por eso habían de salirse de aquellas tierras; porque donde menos nieve había pasaba de diez pies en alto. Scipion, por estas incomodidades y rigores de tiempo, no se apartó de su empresa y apretó la ciudad cercada; y aunque no la nombra Livio, no pudo ser Vique, como han querido algunos, sino otra que Ocampo llama Acete, cabeza de los pueblos acetanos, donde pasó todo esto. Duró el cerco treinta días; y aunque salieron Amusito con buen número de los cercados a meter fuego en las trincheras e ingenios de batir de los romanos; pero fue en vano, que por estar verdes y helados del tiempo, no prendió el fuego en ellos, y así no fue de provecho la salida. Scipion conoció que los cercados se cansaban; apretó más el cerco; y Amusito, después de haberle sufrido trienta (treinta) días, secretamente salió de su ciudad y pasó a la otra parte del Ebro, donde estaba la gente de Asdrúbal, y de allí se retiró a Cartagena. Los de la ciudad se dieron a Scipion, que les recibió sin quitarles nada de sus libertades y honras, con que pagasen veinte talentos de plata, que declarando qué eran, dice Ocampo ser mil seiscientas libras de plata fina de las libras antiguas, que cada cual de ellas tenía doce onzas de nuestro tiempo, de manera que montaban tanto como ahora dos mil cuatrocientos marcos de plata, que valen, reducidos al precio de moneda castellana, cinco cuentos y setecientos mil maravedís de la moneda menor de Castilla, cuyo marco se vendía, cien años ha, por dos mil y cuatrocientos maravedís. (1).
(1) Florián de Ocampo, lib. 5, c. 8.

CAPÍTULO VIII.


CAPÍTULO VIII.

De lo que hicieron los romanos en España, hasta llegar a los pueblos Ilergetes.

Desembarcados los romanos en España, asentaron sus reales y estancias en el campo, fortificados por todas partes con palenques, fosas y vallados, sin meterse en el pueblo, por escusar los inconvenientes que pudieran suceder entre la gente del ejército y los paisanos, y también porque siempre tuvo costumbre la señoría romana, si le daba lugar el tiempo, alojar sus gentes en la campaña. Luego que los españoles comarcanos de Empurias supieron la venida de los romanos, comenzaron de venir para reconocer sus maneras y pláticas, mostrándoseles muy afables y deseosos de su conversación; y fueron informados muy cumplidamente de la voluntad y deseo que les llevaba a estas tierras, y de la venganza que querían tomar de las injurias que los cartagineses habían hecho a los saguntinos y otros confederados del pueblo romano. Aquí les hicieron sabedores de las amistades y guerras que habían tenido las dos repúblicas romana y cartaginesa, y de todo lo que había pasado entre ellos hasta en aquel punto: hiciéronles muchos ofrecimientos y promesas, certificándoles que les librarían de la opresión y tiranía de los cartagineses y se llevarían de suerte con los españoles, que conocerían la grande diferencia que había de los unos a los otros, como refieren todos los autores que tratan de esta entrada de los romanos, de cuya venida dudaron algunos autores cuáles fueron mayores, o los males o los bienes que de ella resultaron, pues hubo gran abundancia de todo.
Era Neyo Scipion persona muy autorizada y de natural muy esforzado, afable de condición, reposado, diligente, cuerdo y animoso, dulce en las palabras, y en sus acciones bien comedido. Con estas virtudes, en breves días renovó las amistades viejas y ganó muchas nuevas por todos los pueblos cercanos a Empurias, y los tuvo ciertos y ganados a su parcialidad: acudieron muchos saguntinos, que cuando fue la ruina de su ciudad se habían huido y andaban desterrados en diversos pueblos, temiéndose de los capitanes africanos. Estos llegaban cada día a Scipion, guarnecidos de caballos y armas, con intención de seguir aquella guerra, hasta darle fin o morir en ella; y no se puede significar el amoroso recogimiento que Scipion les hacía, proveyéndoles de todas las cosas necesarias, y la grande veneración y respeto con que les acataba, tanto que no se hacía cosa en que los españoles no diesen su parecer y no diesen su voto, y más en
particular aquellos de Sagunto. Este buen trato y estima fue causa de que cuantos lugares había en la marina de Cataluña, desde Rosas hasta Ebro, tomasen abiertamente la voz y parte romana, recibiendo los soldados que Scipion les enviaba para guarda y defensa de sus pueblos. Entonces fue cuando Scipion, certificado de la voluntad de los tarraconenses, hizo pasar a aquella ciudad la armada que estaba en Empurias, abrigándose en el pueblo de Salou, que está al occidente de ella, por ser muy seguro y más cercano al río Ebro, que, en tiempo de la destrucción de Sagunto, había sido mojón y señal entre romanos y cartagineses.
Los cartagineses que en España vivían sintieron mucho aquella venida de los romanos, y más, que los pueblos de Cataluña se hubiesen ya declarado por ellos y recibiesen de buena gana guarniciones de romanos; y por espantarlos y apartalles de la amistad de los romanos, esparcieron nuevas que Aníbal había ganado muy grandes batallas en Italia y que los romanos quedaban rotos y del todo desbaratados; pero los catalanes no hicieron caso de ello ni aun lo creyeron, y como Scipion vio que aquellas nuevas recién venidas habían dañado poco, y que los más de los pueblos catalanes perseveraban firmes y leales en su favor, por conocer en él mucha clemencia y liberalidad, no contento con haberse confederado con las marinas de Cataluña, comenzó nuevas inteligencias con los pueblos montañeses dentro de la tierra, los cuales eran gente feroz y más brava. Súpolo tan bien guiar, que no solo trató paz con muchos de ellos, sino compañía verdadera para serle participantes en cuanto sucediese, tomando los tales catalanes por causa propia la guerra contra cartagineses; y así para confirmación de esto, dieron luego copia de gente, capitanes y armas en notable número, señalando entre sus pueblos mancebos valientes y recios, los cuales cada día traían otros, y siempre crecían en el campo romano con valor y potencia. Todas estas cosas entendía Hanon, el gobernador cartaginés que guardaba los montes Pirineos; y por ser ellas tan públicas no se le pudieron encubrir, ni tampoco pretendía secreto quien las obraba, de suerte, que conoció serle necesario venir en riesgo de batalla con Scipion, antes que lo restante de la tierra se declarase por él; sobre lo cual despachó mensajeros a Asdrúbal Barcino (Barchinona, Barcelona), hermano de Aníbal, pidiéndole que luego saliese de Cartagena (Cartago Nova), donde residía con ejército el más grueso que le fuera posible, para resistir ambos juntos a los romanos. Asdrúbal, oída esta mensajería, hizo juntar sus capitanes y gentes africanas, armados y bastecidos de cuanto conviniese para la jornada, puesto que, como las compañías andaban repartidas por aposentos, no pudieron llegar tan presto como la necesidad requería. Entre tanto Neyo Scipion jamás reposaba ni cesaba de ganar amigos y tomar nuevo conocimiento de ciudades españolas y de personas principales, que le traían gentes y lo metían siempre más adelante, sin perder un solo momento de tiempo, hasta llegar a los pueblos Ilergetes, a quienes Florián de Ocampo da título de poderosos, grandes, y de poblaciones muchas y muy principales, cuya región queda ya descrita en el principio de esta obra.
Viendo, pues, Hanon el ejército romano tan dentro (de) la tierra, sintió claro que no le convenía más dilación, pues en la tardanza pasada iban los negocios casi perdidos; y así con alguna gente de sus confederados, y con la situada que tenía para conservar las comarcas de su cargo, salió contra la parte donde los enemigos andaban, con presupuesto de pelear en topándoles, sin esperar al capitán Asdrúbal ni curar de sus largas. De esta voluntad que Hanon traía holgó mucho Neyo Scipion cuando lo supo, y luego comenzó de caminar a la misma parte donde venían los cartagineses, para abreviar el tiempo de la pelea, considerando serle mucha ventaja romper con Hanon, antes que llegase Asdrúbal; pues al presente los contrarios eran sencillos, y con Asdrúbal serían doblados, y si tuviese ventura de los vencer, quedábale mayor aparejo para revolver sobre los otros a menor peligro, tomándoles cada cual a su parte, y no todos juntos; y así, con aquel deseo que todos tenían y con la diligencia que pusieron, brevemente se toparon muy cercanos a cierto pueblo que Tito Livio llama Ciso y Ocampo nombra Cydo, del que hablaremos después. Llegados aquí los dos ejércitos, Hanon puso luego sus haces (fascis) en el campo regladas a punto de batalla, y lo mismo hizo Neyo Scipion, confiando de las ayudas españolas que tenía, mucho mayores y más aficionadas y más bien armadas que sus enemigos. Entonces sobrevino en favor de los cartagineses un caballero español llamado Andúbal que era muy poderoso en España, aunque no se sabe en qué lugar o pueblo residía, y habían trabado él y Aníbal gran amistad y correspondencia: este acudió con setecientos soldados españoles valientes y determinados, para favorecer a los cartagineses; luego se comenzó la pelea de todas partes, en la cual hubo más denuedo que tardanza, porque Hanon y los suyos, no pudiendo resistir a la braveza del ejército romano, se dejaron vencer, y los que lo pudieron hacer, huyeron a los reales, que con palenques y fosos medianamente tenían fortalecidos, donde creían guarecerse, quedando en el campo seis mil hombres de ellos; pero los reales fueron combatidos y ganados con cuanto tenían dentro, donde también se tomaron a prisión otros dos mil africanos, y con ellos el capitán Hanon y juntamente Andúbal, el español, de quien hablamos más arriba, traspasado de tantas heridas, que vivió pocas horas. El pueblo de Ciso fue combatido sin reposar y saqueado de cuanto le hallaron dentro, puesto que, según sus moradores eran pobres y pocos y en nada viciosos ni delicados, sus halajas fueron de poco valor. Pero fue de mucha consideración la presa del real africano, con la cual todos los vencedores quedaron riquísimos, por se tomar en ellos, no solo la ropa del ejército vencido, sino también del que Aníbal traía consigo por Italia; porque cuando salió de España para pasar a Italia, lo dejó en guarda a Hanon, no queriendo llevar impedimentos ni estorbos en la jomada. Fue de tanta consideración para los romanos esta victoria, que todos los pueblos neutrales se llegaron a Scipion, señaladamente cierto lugar principal de los pueblos Ilergetes, cuyo nombre no declaran las historias; pero Beuter dice ser la ciudad de Lérida, que dio sus rehenes de seguridad; y parecía que con esto mucha gente de la provincia quedaba llana, y sin escrúpulo de revuelta ni contradicción.
Dudan los historiadores y buscan con diligencia qué lugar fuese este de Ciso o Cydo donde sucedió esta batalla, y Florián de Ocampo, diligente historiador, asigna uno de
tres, o Siso, que dice estar en Aragón o Cataluña, según opinión de algunos cosmógrafos modernos; o que sería Sos, en el reino de Aragón, cercano a las fronteras de Navarra; o que sería el lugar de Cabdi, (Zaidín, Çaidí, Saidí ?) pueblo pequeño, a las orillas del río Cinca, (a) dos leguas de Fraga, río arriba; pero no se determina qué tal sería de estos. Auméntasele la duda por no estar ninguno de ellos en los pueblos Ilergetes, donde sucedió esta batalla, y si está alguno de ellos, es muy al estremo. El doctor Gerónimo Pujades no acaba determinarse qué lugar o pueblo sería este; pero tomando el argumento de similitud y consonancia del vocablo, tengo por cierto haber sucedido esta batalla en medio de los pueblos llergetes, junto a la ribera del río Sió, donde alguno de aquellos lugares y pueblos que hoy día están en las orillas de aquel río, tendría el mismo nombre del río; y aunque del tal lugar no se tenga noticia, no se ha perdido la de aquella agua que riega aquellos (pone apuellos) lugares y pueblos, y aun retiene el nombre y se llama Sió, y traviesa por el medio del llano de Urgel, y naciendo en la Segarra, viene a fenecer en el río Segre, después de haber bañado los campos de Agramunt, Puigvert, Praxens, Butzenit, Mongay y otros, entre los cuales debía de estar el de Ciso, si ya no es que fuese el lugar de Serós, que está junto al marquesado de Camarasa, entre dos ríos que son Sió y Bragós; y cuanto a lo que se infiere así de Tito Livio, como de los otros autores que escriben este suceso, es más verisímil ser este lugar que otro alguno, pues en toda aquella comarca, ni aun en los pueblos llergetes, hallo lugar que más se asemejara al de Cydo o Ciso, Sieso o Sciso, que con esta diversidad le hallo escrito (puesto que el sonido de estos vocablos sea casi el mismo), que el de Serós.
Mientras pasaron estas cosas que quedan dichas en las riberas de Sió, venía Asdrúbal con ocho mil peones y mil caballos, con pensamiento de juntarse con Hanon y ambos resistir a Scipion; pero después que supo la rota y toma de Ciso, dejó el camino que llevaba y caminó hacia el campo de Tarragona, donde supo que muchos de los romanos de la armada iban por aquella tierra esparcidos, sin sospecha alguna de que hubiesen de hallar enemigo alguno; y confiando de la prosperidad y buen suceso de Scipion, andaban más descuidados de lo que debían. Llegado aquí Asdrúbal, derramó luego su gente por aquella comarca, que presto hizo tal destrucción en cuantos romanos halló fuera del agua, que pocos de ellos se pudieron recoger en los bajeles, que los más quedaron alanceados y muertos en la tierra. Scipion, que supo esto luego, vino; pero cuando llegó, no pudo hacer cosa, porque ya todos se habían puesto en salvo y habían pasado el Ebro y se habían fortificado de manera, que podían defenderse de otro ejército muy mayor que el de Scipion, el cual, no hallando con quien pelear, metió sus compañías en Tarragona, y pasó con la armada a Empurias, para reposar allí aquel invierno, que ya se venía acercando.

CAPÍTULO VII.


CAPÍTULO VII.

De la venida de los Romanos. Sucesos y guerras entre ellos y los Cartagineses.

El poder de los cartagineses era tan grande en España, y se iba de cada día acrecentando, que la república romana, émula y enemiga capital de ellos, conoció cuán floja y mal mirada había sido en dar lugar a que mejorasen tanto sus hechos en España, y acordó de mirar en todas las ocasiones se ofreciesen, cómo podría remediar su negligencia y descuido pasado, buscando algún color con que los atajase; y porque sabia que en España había tales aparejos de gentes y voluntades, que pondrían ánimo a los cartagineses para volver a cobrar lo que les habían quitado los romanos en las islas de Cerdeña y Sicilia, de cuya pérdida, aunque lo disimulaban, habían quedado muy lastimados, sin duda Roma quisiera principiar el estorbo que quería hacer a la potencia de los cartagineses en España, si no tuviera información en este mismo tiempo de que los franceses de tras los Alpes se querían juntar con los galos cisalpinos, que es lo que hoy decimos Lombardía, para sojuzgar y destruir del todo la república romana. Por acudir a tan gran peligro, no pudieron estos romanos al presente comenzar en España lo que intentaban contra los cartagineses, pero probaron lo que pudieron, según las otras ocupaciones les daban lugar; porque primeramente renovaron las concordias antiguas con la misma Cartago, porque sabían que si ella y los franceses acometían a la par, no pudieran defenderse. a más de esto, procuraron muy en secreto buscar algunas entradas en España, enviando mensajeros a Marsella; y aunque con otro color, pero el fin de la embajada era para tratar por medio de ellos liga y confederación con los de Empurias, villa principal en Cataluña, no lejos de los montes Pirineos, donde comienza el principio de España y que era la cabeza y más principal pueblo de los Indigetes, que estaban entre cabo de Creus y la ciudad de Gerona. Por medio de los de Empurias, y a su instancia, se concertaron los de Sagunto y Denia. Holgaron todos de la amistad de Roma, por la fama de su buena fortuna y de la fé, bondad y virtud que mantenía a sus amigos, lo que no era en los cartagineses, que a trueque de hacer su negocio, no guardaban la palabra sino en cuanto les convenía para sus provechos y no más. De esta manera entraron los romanos en España a los 528 años de la fundación de Roma y 224 antes de la venida de Jesucristo señor nuestro: y fue tan grande el contento que tuvieron los romanos de esta entrada, que no se pueden contar las gracias que por ello hicieron a sus dioses, de alcanzar parte en tierra tan rica y llena de hombres discretos y valientes; y confiando los romanos de tal nación, tuvo ánimo aquella república para enviar su embajador a Cartago, para pedir y saber si la destrucción de Sagunto había sido orden del senado cartaginés, o acción sola de Aníbal, porque estaban los romanos muy agraviados de aquello, por ser los saguntinos confederados y amigos suyos y tocarles la defensa y amparo de ellos; y después de diversas satisfacciones que dieron los cartagineses a los embajadores romanos, que más parecían escusas que otra cosa, cuenta Tito Livio, que habiendo oído el embajador romano las razones de un cartaginés, escusando el estrago que los suyos habían hecho en Sagunto, tomó una parte de su toga, y la plegó haciendo un seno, y les dijo a los de aquel senado: «Aquí dentro os traemos la guerra y la paz: escoged y tomad de estas dos cosas la que más quisiéredes;» y no espantados de esto los cartagineses, le dijeron a grandes voces, que lo que más quisiese; y el embajador romano, desplegando el seno que había hecho de su vestidura, les dijo que les daba la guerra, y ellos respondieron que la aceptaban, y que con el mismo corazón que la recibían la entendían proseguir. Salieron los embajadores de Cartago y vinieron a España, porque esta era la orden que llevaban, para solicitar las ciudades que quisiesen tener su parte y apartarlas de la amistad de los africanos; y dice Livio, que llegaron primero a unos pueblos llamados Bargusios, de quienes fueron muy bien recibidos: Ad Bargusios primùm venerunt, à quibus benignè accepti. Eran estos pueblos de Cataluña, según dicen Florián, Pujades y otros; y tengo por cierto que eran los de Balaguer y sus contornos, por hallar que Tolomeo entre los pueblos Ilergetes pone en primer lugar un pueblo llamado Bergusia, al que el autor que tradujo la Geografía de Tolomeo en lengua italiana dice ser Balaguer: y no va esto fuera de camino; pues dice Beuter, que ya antes de la destrucción de Sagunto los romanos tenían confederados muchos de los pueblos (que) estaban entre el río Ebro y los Pirineos, aunque se ignora qué romano pasó primero en estas partes, o cómo se introdujeron estos conocimientos y confederaciones; y no faltan algunos que dicen haber pasado algún romano llamado Curcio, que dio el nombre al río de Noguera Ribagorzana (Ripacurcia, Ribagorça, Ribagorza, Ripacurçia, etc), que pasa por medio de los pueblos Ilergetes y viene a desaguar en el río de Segre entre las ciudades de Balaguer y Lérida, en la región o términos donde estaban estos pueblos Bargusios y la ciudad Bargusia, a quienes quedó tal amor y buena voluntad al senado y pueblo romano, que sus embajadores no hallaron en su primera entrada otros pueblos que los recibiesen con mayor amor y muestras de buena voluntad que estos, por lo mucho que estaban cansados del mando y gobierno de los cartagineses, que eran muy aborrecidos de todos aquellos españoles, creo yo que por la crueldad hecha en Murviedro (muro verde), cuya fama sonaría ya por la región de ellos y por otras muchas, o por algún agravio de que estarían sentidos de tiempo pasado cuando los cartagineses procuraban meter sus gentes por aquellas tierras. De aquí pasaron los embajadores romanos a Aragon, en una región a partida de tierra que llama Livio Volcianos (o Voloianos), de quien no se halla memoria en los cosmógrafos antiguos; pero, según se conjetura, caían aquellos pueblos o gentes en la Celtiberia y en la parte más vecina de los Bergusios. Llegados aquí los embajadores romanos, no fueron tan bien recibidos como ellos pensaban; porque les dieron tal respuesta, que fue divulgada por toda España, y fue causa que todos los otros pueblos se apartasen de la amistad de los romanos; porque después de haberles los embajadores romanos propuesto su embajada, se llevaron uno de los más principales, quien les dijo:
«¿Qué vergüenza es esta vuestra, romanos, que andeis pidiendo que antepongamos vuestra amistad a la de los cartagineses, habiendo sido los saguntinos más cruelmente vendidos por vosotros, que destruidos por los cartagineses? Id allá a buscar amigos, donde no se sabe la perdición de Sagunto, que siempre será lamentable ejemplo para que ninguno se fíe más en la fé y compañía de vosotros;» y así les mandaron salir de su comarca, y dice Livio que no hallaron mejor respuesta en ningún pueblo de España.
En este estado estaban las cosas de los romanos en España, cuando en Roma se armaban naves a toda prisa y hacían soldados para pasar acá, y valiéndose de los amigos y de otros que confiaban de nuevo ganar, resistir a los cartagineses hasta del todo echarles de ella, y vengar los agravios y sinrazones que habían hecho a los saguntinos, amigos y confederados del pueblo romano. Aunque estas armadas y levas de soldados eran notorias a los cartagineses, pero no sabían ni atinaban para qué tanto aparato de guerra y tanto soldado, ni juzgaban dónde habían de descargar tales nublados, y todos estaban advertidos. Estando con esta duda y suspensión en España, que era la parte para donde menos pensaban hacerse aquellos aparatos, descubrieron una mañana en el mar de Cataluña copia de navíos largos a manera de galeras bastardas, bien armadas y puestas a punto de guerra, hasta número de setenta, que doblaban el cabo de Creus y se encaminaban al golfo de Rosas, enderezando su camino, a lo que se podía conjeturar, hacia Empurias. Traían en la delantera cuatro galeotas de Marsella, las cuales, como fustas amigas y conocidas ya de los emporitanos, se adelantaron para sosegarlos, si por casualidad tuvieran algún recelo de ver esta flota que se les acercaba, certificándoles ser gente romana, que venían no solo para defender a los amigos y confederados viejos que tenían acá, sino para tomar otros nuevos y echar fuera de España a los cartagineses con su capitán Asdrúbal y otros que la tiranizaban. Venía por capitán general un caballero romano llamado Neyo Scipion, por sobre nombre Calvo, hermano de Cornelio Scipion, que era uno de los dos cónsules que aquel año regían la república romana. Entrado ya Neyo Scipion con su armada por el golfo de Rosas, llegaron a Empurias, y allí, con la seguridad y buena relación que les trajeron las galeotas marsellesas, fueron alegremente recibidos, y saltaron en tierra sin
alguna contradicción ni embargo.

CAPÍTULO V.


CAPÍTULO V.

Vienen diversas gentes a España, llamadas de las grandes riquezas que descubrieron los incendios de los montes Pirineos, y lo que padecieron los naturales de ella.

Pasado el trabajo que Dios había enviado a la mísera España, y regada aquella con las lluvias abundantes que vinieron del cielo, fue ocasión que gran muchedumbre de gente extranjera viniera a poblarse en ella, acordándose de la prosperidad que en tiempos pasados habían visto en los fértiles campos de ella, y de la gran riqueza de que esta
provincia abundaba. Vinieron pueblos enteros, y cada cual tomaba aquella parte de tierra que entendia ser mejor para la comodidad de los ganados o para la labor de la tierra:
vinieron entonces muchas familias de los mismos españoles que se habían salido en el tiempo de la seca, y cobraron lo que habían dejado cuando se salieron de ella; y entraron también los Celtas (1: Plinio, lib. 3, c. 1.), Egipcios, Milesios, Lidios, Tracios, Rodios, Troyanos, Cipriotas, Fenicios, Persas, Carios, Lesbios, Focenses y otras muchas gentes que dejaron varias fundaciones de pueblos y ciudades, que traen los autores de las historias generales de España. Al principio que estas gentes y naciones entraron en España, sucedió aquel incendio tan nombrado de los Pirineos, que algunos atribuyen a descuido de ciertos pastores; otros que fue acaso para quemar los árboles y matorrales con intento de desmontar y romper los campos, para que se pudiesen cultivar y habitar, y apacentar en ellos los ganados. Este fuego lo encendieron sobre lo último de ellos, no temiendo el daño que después sucedió, y fue, que la llama prendió de tal arte, que muy gran trecho de las montañas ardieron muchos días, y con la calor demasiada se rompieron las peñas de los valles y recuestos, y echaban de sí tales ondas y grupadas de fuego, que no se puede imaginar cosa más espantable y temerosa. Vióse de la mayor parte de España el incendio, y pocas provincias hubo en ella de donde no se divisasen las llamas o la calina, con toda la sobra de su calor; y no solo se quemaron los árboles y las piedras, yerbas y verdura, sino también las venas de los metales escondidos en el corazón y entrañas de aquellos montes, porque se derritieron a todas partes con grandes arroyos de plata, y corrieron desde lo más alto a lo más bajo de aquellos montes con abundancia maravillosa, forzados del ardor excesivo, y penetró por los mineros adentro; y a la fama de tal suceso acudieron muchas de las dichas naciones a gozar de la riqueza de este reino, que era tanta, que se puede comparar con lo que se saca de las Indias; porque si en aquellas tierras se han hallado en su principio pedazos de oro en mucha abundancia, lo mismo sucedió en España en estos siglos; y por eso dijo Plinio (Lib.3.c.3): Argenti et auri tota ferè Hispania scatet; y Apiano, referido por Marineo Sículo, dice: Hispania quoque, terra ferax auri et argenti, gemmarum ac metallorum: y Lucio Floro, al fin del cuarto libro, hablando de ella, dice: Natura regionis circa se omnis aurifera, minisque ef chrysocollae et aliorum colorum ferax: y Estrabon (1: Lib. 3. ), De Situ orbis, libro tercero, dice: Montes extant auri et argenti, habentes indaginem, quam metalleam nuncupant; y de aquí es llevar los ríos de Noguera Pallaresa y Segre arenas de oro, por estar llenas de él las entrañas de los Pirineos, que son aquellos montes de donde salen estos ríos que traviesan el condado de Urgel.
Este incendio de los Pirineos fue muy notorio a los antiguos autores, y Aristóteles hace memoria de él (2: Arist. De Mirabilibus Ausculta. ), diciendo: «dicen que en España quemaron los pastores en ciertos tiempos los montes, y que se calentó con el fuego de tal manera la tierra, que se derritió la plata; y como sobreviniesen terremotos, hiciéronse grandes grietas en la tierra, y por ellas cogieron mucha cantidad de plata, de la cual tuvieron grandes provechos los vecinos de Marsella.» Y Diodoro Sículo lo refiere (3: Lib. 6., Bibliothe. cap. 9. ), diciendo: «los montes que llamaron Pirineos son superiores a otros en longitud y altura, porque desde el mar del mediodía, (midi francés) hasta el océano del septentrión, dividen a España de Francia, y también se extienden por la Celtiberia más de tres mil estados: están llenos de selvas, y refieren, que en tiempos antiguos les pusieron fuego los pastores, y se abrasaron todas estas montañas, y por esta causa se llamaron Pirineos. Durando el fuego muchos días, corrieron arroyos de plata, que compraron a vil precio después los mercaderes fenicios de los naturales de la tierra, que no conocían el valor de este metal, y lo llevaron a Grecia y Asia, y adquirieron con él hartas riquezas; y de aquí quedó a aquellos montes el nombre de Pirineos, que les dieron los griegos moradores de España, y ha durado hasta el día de hoy, porque aquella palabra pyr, en griego, significa fuego. (pyros, pirómano
Entonces quieren algunos hubiesen venido a ella el gran poeta Homero y Hesiodo, que florecieron en el año 1140 antea del nacimiento de Jesucristo señor nuestro, según Casiodoro, y lo refiere Herodoto en su vida. La venida de Nabucodonosor, rey de Babilonia, con muchos hebreos, persas y caldeos, fue por estos tiempos; y todos venían por gozar de las grandes riquezas de este reino (sojuzgando a sus naturales), que eran en tanta abundancia, que, a más de lo que he dicho, de sus riquezas dice Estrabon (Lib. 3, De Situ orbis.), que había en ella montes de oro y plata, y que causaba admiración la destreza de los españoles en beneficiar las minas de que está lleno todo el reino. Y después, hablando el dicho autor de la ventaja que hay de los metales de España a los de Francia, dice: que se hallan pedazos de oro de a media libra, sin haber necesidad de acrisolarlos, y que ha acontecido quebrar las piedras y hallar dentro pedazos de oro del tamaño y forma del pezon de una muger, como sucedió también en tiempo de los reyes Católicos en las Indias. Y en otra parte dice: que del interés de las minas había hombres que solían sacar cada tres días un talento, que, según la cuenta de Ambrosio Morales, vale seiscientos ducados de doce reales; y Posidonio, autor griego, referido por Celio Rodigino (Rodeg., lib. 10, c. 22.), ponderando estas riquezas, y hablando del incendio de los Pirineos, dice: que todos los montes y collados de España dan materia para acuñar moneda, y que quien considerare esta tierra, hallará que es un erario de tesoro y una fuente perpetua de metales, y que Pluton, dios de las riquezas, mora en sus entrañas, y más en particular en los montes de los pueblos Ilergetes; pues los ríos que de ellos salen llevan arenas de oro, dando indicio y cierta señal de lo mucho que hay escondido en el centro de ellos. De estas riquezas de España hablan las divinas letras en los Macabeos (1), diciendo: Et audivit Judas nomen romanorum, quia sunt potentes viribus, …. et quanta fecerunt in regione Hispaniae, et quod in potestatem redegerunt metalla argenti et auri, quae illic sunt, et possederunt omnem locum consilio suo, et patientia. Y Diodoro Sículo las encareció más que todos, y con grandes exageraciones; y por ser tanta la abundancia de él, era muy poco estimado de los naturales: y dice Aristóteles como cosa notable, que los antiguos fenicios navegaron a Tarteso, que era a las riberas del río Guadalquivir, y que los españoles les dieron tanta plata en trueque de aceite y otras mercaderías viles (2), que no cupo en los navíos, y así se vieron obligados, al partir, de hacer de plata todos los vasos ordinarios, hasta las áncoras de los navíos; y así tengo por indubitado, que toda aquella abundancia de oro y plata que había en Jerusalén en tiempo de Salomón, referida por la sagrada Escritura (3), toda era de España, que era la tierra más abundante de estos metales que se conocía en aquellos siglos, y no solo de esto, pero aun de pavos, dientes de elefantes y monas, que traían apuellas (aquellas) flotas; porque pudo ser que se criasen en ella entonces y abundase de estos animales, así como carecía de aceite, cosa de que ahora tanto abunda; que largo espacio de tiempo todo lo puede mudar, y así como vemos hoy acabadas y sin beneficiarse las minas, es muy verisímil (verosímil) se acabase la especie de estos animales, que tan poco conocidos y naturales son hoy en ella.

(1) Macab., lib. 1, c. 8.
(2) Arist., De Mirabilibus Ausculta. in fine.
(3) Lib. 3 de Los Reyes, c. 10; y en el Paralipómenon, lib. 2, c. 9.

Todas estas venidas de gentes extranjeras no eran por amor que tuviesen a esta nuestra España y a sus naturales, sino para su provecho e interés de ellos; y así se puede considerar, qué agravios, qué opresiones, qué tiranías usarían con los naturales, porque el mejor rey, si es estraño pone en trabajo a sus estados, y cuando ame como debe a sus vasallos, siempre trae consigo ministros y privados de otros reinos, que todos son a maltratar y despojar la provincia que gobiernan, y más si no hallan en ella resistencia tal que les sirva de freno a sus ambiciones y codicias. Vímoslo en las Indias. ¡Qué de daño recibió aquella gente de los que fueron a la conquista de aquellos reinos Cuántos acabaron míseramente en el labor de las minas, sacando oro y plata y trayendo cargas de unos lugares a otros, como lo refiere fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapa, (Chiapas) que cuenta cosas nunca oídas ni escritas! (Alejandro Magno fue un bonachón y campechano). Pues lo mismo pudieron nuestros españoles, señoreados de tantas y tan diversas naciones; y es cierto, que habiendo naturales de la tierra, (alguno habría antes que esos, aunque fuesen los macacos de Gibraltar) no habían ellos de trabajar en sacar las minas y beneficiar los metales que salían de ellas (hombre, hay que aprovechar las cualidades genéticas de los nietos de Noé), y es muy verisímil que muchos fenecieron sus días en aquellos insoportables trabajos (como los mineros de Asturias en el siglo XXI, o los buscadores de diamantes de África): así que, lo que les había de hacer ricos y prósperos, les hizo pobres y abatidos, mayormente, que ni ellos conocían el valor del oro y su estima, así como los de las Indias que por cascabeles, espejos, y otras bujerías semejantes daban cantidades de oro notables; y estos, sin duda trabajaron tanto en sacarlo de la tierra, que lo acabaron del todo, o se acabaron los que trabajaban las minas, pues después de salidos los romanos, no se sacaba ya cosa de consideración ni de valor, y después de la venida de los moros en ella, hasta los reyes Católicos, que descubrieron las Indias, (ellos no, un Pinzón) hubo tanta penuria en estos reinos de estos metales y de moneda, que fue necesario hallar los cornados, blancas, maravedises, ardites, dineros, pugesas, mallas y otras monedas de poco valor y precio, que usaron y aun quedan en Castilla y Corona de Aragon, donde no se contaba por escudos y ducados como ahora, sino por sueldos; así que, quien tenía mil sueldos de renta era riquísimo, cosa que hoy apenas basta para la vida y sustento ordinario de un hombre: y esta falta de oro y plata nació de la solicitud y codicia que pusieron estas naciones bárbaras y extranjeras en llevarse estos preciosos metales, y de acabarse los que los sacaban y trabajaban en ellos, como será muy contingente no suceda lo mismo en los dilatados reinos de las Indias; y después que fueron acabados los naturales de España, se valieron de esclavos; y en tiempo de los romanos estos eran los que trabajaban en esto, porque ya no se encomendaban a hombres libres, ni había quien se pusiese en tan peligroso trabajo por solo el jornal ordinario, porque el riesgo de la vida era evidente, y así solo los esclavos y forzados se ocupaban en este mortal ejercicio:
y se halla, que en las minas de Cartagena trabajaban cuatrocientos esclavos, y en esto metían a los que tomaban en la guerra, y condenaban a los que habían cometido delitos, y enviaban a ellas muchos de los santos mártires de Jesucristo señor nuestro, según vemos en todas las historias eclesiásticas, que era lo que decían dari ad metalla, y era pena muy usada, por tener muchos que sacar: y si el día de hoy no se benefician en España, es lo uno, por lo mucho que viene de las Indias, a costa y sudor de los naturales y esclavos de aquellos reinos; y lo otro, por haber faltado la mucha gente que había en España, y quedar esta provincia muy despoblada, y los delincuentes que la justicia condena y esclavos que se toman, haberse de emplear en el servicio de las galeras. Y si después de haber tantos años que este ejercicio es acabado, y quedar las minas ya perdidas, sin saberse dónde están, ni cuidar de ello los naturales, los ríos del condado de Urgel y sus pueblos ilergetes llevan aún arenas de oro, y estas con abundancia; se infiere de aquí, qué ricos y abundantes de ello serían estos pueblos en aquellos tiempos, y qué trabajos padecerían los naturales de ellos con las venidas de tantas y tan bárbaras naciones y gentes.

CAPÍTULO IV.


CAPÍTULO IV.

De los primeros pobladores de España, hasta la seca de ella.

Común opinión, y de todos recibida por cierta e indubitada, es haber sido Tubal, hijo de Jafet y nieto de Noé, el que, después del diluvio, vino a poblar esta tierra el año 143 después de aquella general inundación que envió Dios para limpiar el mundo de los pecados y ofensas (que) se habían cometido contra su divina Magestad, y 2173 años antes de la venida de nuestro Señor al mundo: atribúyenle a él y a Noé, su abuelo, algunos escritores las fundaciones de algunos pueblos y aun provincias; pero esto parece que es más para adornar los tales pueblos y provincias (por ejemplo, Euskadi, el País Vasco, las Vascongadas, Pays Bas, Señorío de Vizcaya, Gascones, etc.), dándoles tal fundador, que porque entiendan ser así verdad; pero como es en cosa tan antigua, ni nadie lo puede afirmar con certeza, ni convencer a los que tal dicen de mentira.
Solo parece ser lícito y permitido consagrar los orígenes y principios de pueblos famosos a varones insignes en virtud y armas; y lo fuera mucho más, si haciendo esto, se pudieran excusar muchas fábulas y ficciones que en semejantes casos se suelen mezclar con lo que tiene alguna sombra de verdad. Fray Annio de Viterbo quiso escudriñar de tal manera los primeros reyes y señores de España que reinaron en ella desde Tubal hasta la seca de ella, afirmando cosas nuevas y hasta entonces nunca oídas, que muchos las tuvieron por fábulas e invención de aquel autor, que en esta materia quiso alargar la pluma más que otro ninguno de los que escribieron antes de él, afirmando por ciertas, cosas que muchos las tienen por fabulosas; y fue tal su suerte y ventura en esto, que luego fue recibida esta su invención de muchos de los que escribieron historias generales de España, después de la edición de aquel su Beroso, sin reparar en aquello que él había escrito, teniéndolo todos por cosa cierta e indubitada; y así no cayeron en la cuenta, hasta que, mirando mejor y averiguando sus historias, se conoció el engaño. Luis Vives, en su libro De tradendis disciplinis, siente tan mal de este autor y de sus reyes fingidos, que dice estas palabras: Libellus circumfertur, Berosi Babylonii título, de eadem re; sed commentum est, quod indoctis et oliosis hominibus mirè allubescit, cujusmodi sunt Xenofontis equivoca, tum Archilochi, Catonis, Sempronii et Fabii Pictoris fragmenta, quae eodem sunt libro ab Annio Viterbiensi conferruminata, commentisque reddita magis ridicula; non quin insint in eis quaedam vera, nam alioqui frontem non haberet narratio; sed ipsum historiae corpus commentitium est, nec illius cujus titulum mentitur; como si dijera: un libro corre agora con capa de Beroso Babilónico, que es una manifiesta patraña que ha sonado bien a los oídos de los indoctos y poco estudiosos: de la misma mano son los equívocos de Jenofonte y los fragmentos de Archiloco (archi + loco), Caton, Sempronio y Fabio Pictor (cipotr, picture), que fueron engendrados con el Beroso (de veritas, verp, verdadero, veroso; juego de palabras con mentiroso) por fray Juan Annio de Viterbo, y vestidos de sus comentarios, con que han acabado de ser del todo libros de burla; no porque no tengan algunas verdades (que de otra manera fuera haberse jugado la vergüenza aquel autor), sino porque el cuerpo de aquella historia es una pura imaginación, y no hija del padre que allí se menta. Este fray Annio, en este su libro, que él intitula Beroso, hace mención de veinte y cuatro o más reyes que, después del universal diluvio, reinaron en España, descendientes de Tubal, hijo de Jafet y nieto de Noé, a quien todos los autores llaman poblador de España; y aunque entre ellos mete algunos que, según los más autores, fueron verdaderos reyes; pero los más de ellos son tan incógnitos y extraordinarios, que, antes que él sacara aquel su libro, ninguna memoria ni noticia se tenía de ellos; porque lo que no es no se sabe ni llega a noticia de los que saben, y es indubitado que, si fuera verdad lo que él inventó, halláramos memoria de ellos en los autores antiguos que florecieron antes de este fray Annio, que vivía en tiempo de los reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, a quienes lo dedicó, y con que vino a ganar aquel libro muy grande reputación y crédito, porque no se había de pensar que osara aquel ni otro autor dedicar a aquellos reyes obra que no fuese muy cierta y averiguada, pues como a tal, y no como a libro de caballerías o fabuloso, se publicaba: y don Antonio Agustín, en sus diálogos, muestra sentirse que este autor y Ciríaco Anconitano se hayan querido burlar de los españoles, fingiendo hechos de España del tiempo de Noé y Tubal, con una orden tan particular de los reyes que reinaron después del diluvio, como si fueran de poco tiempo acá, atribuyéndoles las fundaciones de los mejores pueblos de ella: y lo bueno es, que ha adquirido este libro tal opinión, que ya no hay historia de España, ni fundación de ciudad semejante al nombre de aquellos reyes, sin Beroso, Megastenes y fray Juan Annio de Viterbo que los puso en el mundo; y “no habíamos, dice don Antonio Agustín, de ser tenidos en tan poco los españoles, que se atreviesen estos italianos a darnos a entender que habían pasado por acá cosas que ellos habían visto, y que ni nosotros ni nuestros antiguos autores habíamos sabido hallar;» y así, siguiendo la opinión de los dichos dos autores, de Rafael Volaterrano, del padre Mariana, de la Compañía de Jesús; de Gaspar Escolano en su historia de Valencia, de fray Gerónimo Román, del doctor Peña en la historia de Toledo, y del padre Antonio Posevino, de la Compañía de Jesús, con los demás autores que él alega en su opinión, dejaremos estos reyes y sus cosas, pues no hallo autor, ni entiendo le haya, que escriba ni diga en particular quién fue rey o señor de estos pueblos Ilergetes en el espacio de mil noventa y dos años que corrieron desde el universal diluvio, que sucedió a los 1657 años de la creación del mundo, hasta la seca de España, según la cuenta de Garibay, ni se halle cosa ni suceso particular de ellos en que habernos de detener, hasta la seca de España.
Sucedió esta seca y esterilidad en estos reinos, según la opinión del dicho autor, a los 1030 años antes del nacimiento del Señor, aunque hay otros autores que la ponen en otro año: lo cierto es haber sido uno de los mayores castigos que sabemos haber Dios señor nuestro enviado sobre ella, porque estuvo veinte y seis años sin llover, y quedó del todo despoblada, y no hubo en ella cosa verde, sino fue en las riberas del Ebro y Guadalquivir; y aunque fue daño común para todos los del reino, pero más lo sintieron los ricos que los pobres, porque estos a los primeros años se salieron de la tierra, pasándose a África, Francia y otras partes; y algunos afirman que en los Pirineos se recogieron muchos, donde no sintieron tanto aquella gran sequedad; pero los ricos aguardaron lluvia hasta más no poder, y siendo el cielo tan duro, quisiéronse salir de la tierra y pasar a otros reinos, como habían hecho los pobres más en tiempo, pero no pudieron por las grandes aberturas de la tierra, causadas de la gran sequedad de ella, ni aun hallaron qué comer, porque todos los frutos de la tierra estaban acabados. Perecieron entonces todos los príncipes y más poderosos de ella, y quedó este miserable reino perdido y del todo acabado, sin quedar en él persona alguna, ni bestia irracional. Sobrevinieron también tales vientos, que arrancaron todos los árboles y levantaron polvoredas estrañas, y el viento llevaba el polvo de unas partes a otras, como mueve la tierra en África; y si estos vientos hubieran sucedido al principio, fuera menos mal, pues henchidas las grietas y aberturas que había hecho la sequedad, pudieran pasar los ríos que salían de ellas; pero por haber sucedido después, cuando eran ya todos acabados y muertos, no fue de provecho el llenarse las aberturas. Pasados estos veinte y seis años, se apiadó Dios de ellos y envió agua y rocío del cielo, con grande abundancia, y la tierra reverdeció y volvió a dar apacibles y abundantes frutos, y se volvió a poblar así como de antes.
Bien veo que hay autores que tienen esta sequedad por cosa dudosa, y no les faltan fundamentos; pero es tan recibido de todos este suceso, que ya es común opinión, y más cierta y verdadera que no la de los reyes que antes de ella reinaron en España.