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domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XXII.


CAPÍTULO XXII.

De lo que hizo Pompeyo en España, y principio de las guerras civiles entre él y Julio César.

Pompeyo Magno, después de muerto Sertorio, apaciguó toda España y la dejó en devoción y obediencia del senado romano; y hecho esto, se volvió a Roma; y en esta ocasión dejó las memorias que de él quedan con nombre y título de Trofeos, que muy largamente describe Compte en su Geografía. En Roma triunfó por las victorias que en España y Francia había alcanzado de los enemigos de Roma, y dejados los ejercicios en que hasta aquella ocasión y en servicio de su patria se había ocupado, casó con Julia, hija del gran Julio César. Era aún recién casado, cuando le nombró el senado gobernador y procónsul de esta provincia, que comenzaba a inquietarse, confiando el senado que la prudencia de Pompeyo y el ser muy amado de los naturales, serían parte para aquietar los humores que se levantaban en daño de la república romana. Sintió mucho Pompeyo este levantamiento, por aguarle el contento del matrimonio y haberse de ausentar de su querida Julia, la cual, por algunas razones que da la ley Observare, De officio Proconsulis, no quiso llevar consigo en el gobierno, el cual le fue dado por cinco años, con gran cantidad de dinero, provisiones, bastimentos, armas y otras cosas necesarias para la guerra. Nombró Pompeyo tres legados, que fueron Lucio Afranio, Marco Petreyo y Terencio Varron, a quienes mandó pasar en su nombre a España, quedándose él en Roma con su querida Julia, porque sentía a par de muerte haberse de apartar de ella, porque la amaba en extremo, aunque gozó poco de ella, porque murió presto, con grande desconsuelo del marido. Esta muerte de Julia dio ocasión que se fuesen descubriendo los odios y envidias que había entre César y Pompeyo, que de secreto cundían; pero por razón de la afinidad se disimulaban todo lo posible. Pompeyo era muy poderoso y bien quisto (visto, querido : quisto) en Roma, y César no lo era menos; y de aquí se originaron las guerras civiles, que fueron de tan pésima calidad, que del todo destruyeron la república e imperio romano, que hasta aquel tiempo tanto habían florecido. La ocasión y principio de esta guerra fue envidia y ambición y codicia de mandar, todo fundado en vanagloria, pasiones de que ambos eran muy tocados.
a Pompeyo era sospechoso el poder de César, y a César pesaba la autoridad y
dignidad de Pompeyo; este no quería igual, ni César superior; y como si el imperio romano no bastara para saciar la codicia de los dos, pelearon por él, así como si no fuera suficiente para el uno de ellos. Pretendió César el consulado, y decían los pompeyanos no poderlo, por estar ausente; y César no quiso presentarse en Roma, como era costumbre, por no dejar los ejércitos que tenía a su cargo, con que confiaba alcanzar el mando e imperio, a que llegó pocos años después; antes bien procuró con muchas diligencias que Pompeyo dejase los que él tenía en España; y viniera en ello, sino por sus amigos, que se lo desaconsejaron. Era el bando de Pompeyo muy poderoso, y no tanto el de César; y prevaleció en el senado, que se mandara a César que dentro de ciertos días dejase su ejército, y que no pasase el río Rubricon (Rin, Rhein ?) con él, porque era el término y límite de su provincia, que dividía Italia de Francia, y si lo hiciese, quedaba declarado enemigo del pueblo romano; pero todo esto no le atemorizó, antes bien llegó con él a las orillas de aquel río, y consideró que de no pasarle se seguía la destrucción y ruina de él y de su casa, de pasarle, la de la república romana. Prefirió su útil y provecho, y diciendo aquellas palabras tan sabidas: Eamus quo deorum ostenta, quo inimicorum iniquitas vocat; jacta esto alea (se conoce más: alea jacta est); vamos a donde los dioses y la iniquidad de mis enemigos me llaman, que echada está la suerte; luego le pasó y se fue a Roma, donde se hizo nombrar cónsul, y abriendo el erario, esparció todo el dinero que había en él con los soldados, haciéndoles larga paga de aquel dinero que no era suyo; y Pompeyo, confiado de los legados que tenía en España, pasó a Macedonia, con pensamiento de juntar allá grandes poderes para resistir a César, el cuál, cuidando poco de otras cosas, con su acostumbrada celeridad y presteza pasó a España, para pelear con los legados y gente de Pompeyo, hasta vencerlos y echarlos de ella, con pensamiento que, salidos ellos, le sería fácil apoderarse de todo el imperio y señorío romano; porque el mayor impedimento que hallaba, era esta gente de armas que Pompeyo tenía en España: y veníale muy bien estar ausente Pompeyo, el cual entre otras cosas que hizo muy poco acertadas, fue esta de pasarse a Macedonia, teniendo todas sus fuerzas en España, y perdidas aquellas, quedaban él y todas sus cosas en un infeliz y desdichado estado.
De esta venida de César tuvieron noticia los capitanes de Pompeyo, por medio de Bibulio Rufo, que llevaba órdenes de Pompeyo de lo que habían de hacer para resistir a César, a quien de cada día aguardaban en España. Tenían los legados de Pompeyo dividido el gobierno de España: Lucio Afranio gobernaba la Citerior, que es la Tarraconense; Terencio Varron, desde Sierra Morena hasta Guadiana, y Marco Petreyo, toda la Andalucía y Lusitania; y para mejor resistir el poder de César, Petreyo, con toda la gente que pudo llevar, se fue a juntar con Afranio, y hecha reseña, hallaron tener treinta mil soldados romanos de a pie y dos mil de a caballo, y ocho mil infantes españoles y cinco mil de a caballo, que eran todos cuarenta y cinco mil hombres. Estos, llegados a Cataluña, se alojaron por los pueblos ilergetes, junto a la ciudad de Lérida y a orillas del Segre, escogiendo aquella ciudad por lugar a propósito para aquella guerra, y de donde les pareció poder defender toda la tierra; y para impedir la entrada de César, enviaron algunas compañías a los montes Pirineos, y se alojaron por el collado del Portús entre el Rosellón y el Ampurdan, y en el lugar donde está hoy el castillo de Bellaguarda; y Lucio Afranio se metió en Castellon de Ampurias, confiando resistir el poder de César, cuya venida no podía tardar mucho. En esta ocasión llegó Cayo Fabio, legado de César, con bastante número de soldados, para desembarazar los pasos de los Pirineos; y fue su venida de tan grande fruto, que los soldados y gente de Pompeyo dejaron sus puestos y se retiraron a Lérida: y Fabio no entró, sino que les fue siguiendo, sin hallar contrario alguno, y se alojó a vista de Lérida, sobre el río Segre; y para poderle pasar con comodidad, labró dos puentes de madera, una junto a su real y otra no muy lejos de la ciudad de Balaguer, para poder pasar por ellas las bestias y ganados del real, para apacentarse por los extendidos y dilatados campos de Urgel, porque las pasturas que eran de la otra parte, sobre Segre, ya eran consumidas. Pasó esto en los meses de abril y mayo, tiempo en que suele haber en aquel río grandes avenidas, porque se derriten las nieves de los montes y sierras por donde pasa aquel río, que notablemente le hacen salir de madre. Un día había enviado Fabio por la una de estas dos puentes, más cercana a Lérida, dos legiones para que guardaran los ganados que habían de pasar después de ellos; pero no fue posible, porque una súbita avenida, después de pasados los soldados y antes que pasaran los ganados, se llevó la puente que había sufrido demasiado peso, y los pedazos de ella, que iban río abajo, dieron noticia a Afranio como la puente quedaba rompida, y supo luego por sus espías, como la gente de Fabio quedaba atajada debajo Segre, sin poder pasar el río. No quiso Afranio perder esta ocasión, y luego envió sobre la gente de César cuatro legiones y todos sus caballos. Lucio Planco que era cabo de las dos legiones, temió la caballería y se retiró a un alto y se fortificó como mejor pudo, porque no tuvo tiempo de pasar a la otra puente que estaba hacia Balaguer (hombre, hay un trocito desde Lérida a Balaguer); y allá en aquel alto sufrió el ímpetu de la gente de Pompeyo, con alguna pérdida de la suya; y perecieran sin duda las legiones si Fabio no enviara de presto dos de las que le habían quedado para socorrer a Planco; y estas pasaron por la puente más cercana de la ciudad de Balaguer, porque se persuadió que los de Afranio no dejarían aquella ocasión en que podían hacer grande daño a los que habían salido: y es cierto que lo hicieran, si Fabio no acudiera; y toda la gente de César quedó muy maltratada, aunque el mismo César, contando esto, lo disimula.

jueves, 4 de julio de 2019

LA CORONACIÓN DE PEDRO II EN ROMA

114. LA CORONACIÓN DE PEDRO II EN ROMA (SIGLO XIII. ROMA)

Pedro II, rey de Aragón, hizo un viaje que hoy llamaríamos de Estado a Roma, cuando ya llevaba gobernando los destinos del reino desde hacía ocho años. Allí, ante el Papa y con la intervención de éste, fue coronado solemnemente rey de los aragoneses.

De lo que ocurrió en Roma, así como del acto de la coronación efectuada por Inocencio III, pronto comenzaron a correr versiones y noticias de todo tipo, algunas no exentas de cierta verosimilitud.

Parece ser que, según la leyenda naturalmente, era costumbre que el papa, para poner de mayor relieve la dignidad pontificia, colocaba la corona sobre la cabeza de los reyes coronados con los pies, en lugar de hacerlo, como parece lógico, con las manos.

Pedro II, que se enteró de esta curiosa costumbre protocolaria cuando se hallaba en Roma, la estimó algo vejatoria y humillante para cualquier autoridad secular, por modesta que fuera, pero sobre todo para el representante de un reino tan importante como el aragonés. Ideó entonces cómo evitar pasar por el trance sin que ello molestara al pontífice.

Tras barajar varias alternativas con sus asesores, Pedro II se decidió finalmente por la de confeccionar una corona de pan blando, con escasa corteza, que hizo elaborar y cocer el mismo día en que iba a tener lugar el acto de la solemne coronación.

Se preparó con todo detalle la ceremonia, a la que acudieron, aparte de los representantes vaticanos, no sólo la delegación aragonesa, sino también embajadores de otros Estados. Tras el rey Pedro II, un camarlengo portaba una bandeja con la corona de pan encima. El salón era todo luz.

Cuando llegado el momento de la coronación Inocencio III se descalzó y quiso tomar el pan con los pies para proceder como era costumbre, se vio imposibilitado para manejar la corona de pan blando, de modo que se vio obligado a tomarla con las manos para colocarla en la cabeza de Pedro II.

[Blancas, Jerónimo, Comentarios a las cosas de Aragón, pág. 5.

A la memoria de Jerónimo de Blancas, cronista del Reino de Aragón
https://archive.org/details/comentariosdela00blangoog/

Palacios, Bonifacio, La coronación de los Reyes de Aragón, 1204-1410, pág. 23.]



LA CORONACIÓN DE PEDRO II EN ROMA

Pedro II de Aragón el Católico en un acto feudal en febrero de 1198. Es la única imagen contemporánea al rey de Aragón que se conoce. Aparece sentado en el trono y coronadoLiber feudorum Ceritaniae (1200-1209).

Pedro II, Osca, als presentz, fuero, bando, occitano aragonés

Pedro II de Aragón, apodado «el Católico» (Huesca, julio de 1178a​-Muret, actual Francia, 13 de septiembre de 1213), fue rey de Aragón (1196-1213), conde de Barcelona (como Pedro I, 1196-1213) y señor de Montpellier (1204-1213). Era hijo de Alfonso II el Casto de Aragón y Sancha de Castilla.

Nació, casi con toda probabilidad en el mes de julio de 1178 en Huesca, ciudad en la que estaba su padre Alfonso II que ese mismo mes otorgó al menos dos documentos. Recibió el bautismo en la catedral de Huesca. Su infancia transcurrió en la capital altoaragonesa criado por su ama Sancha de Torres.

Pedro II gobernó como rey de Aragón, conde de Barcelona y señor de Montpellier; según Iglesias Costa esto suponía asumir el reconocimiento sobre Sobrarbe y Ribagorza, aunque esos títulos se omitieron desde Alfonso II.​ Estos eran antiguos condados ya unidos al Reino de Aragón en tiempos de Ramiro I.

En líneas generales, el reinado de Pedro II estuvo dedicado a la política en los territorios transpirenaicos con limitados resultados y finalmente fracasada, lo que, aparte de la merma crónica de recursos financieros y el endeudamiento de la corona durante su reinado, determinó una menor atención a la frontera hispánica, logrando apenas alguna posición avanzada en territorio andalusí, como Mora de Rubielos (1198) Manzanera (1202) Rubielos de Mora (1203), Camarena (1205) y Serreilla, El Cuervo, Castielfabib y Ademuz (1210)​ si bien desempeñó un papel político de apoyo a una acción cristiana conjunta que frenara la fuerza del poder almohade en la península, y participó activamente junto a Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII de Navarra en la campaña que culminó en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, un triunfo cristiano, según muchos decisivo, y de gran resonancia ya en aquellos momentos.

Pedro II renovó la infeudación o vasallaje de Aragón a San Pedro (al igual que ya hicieran tiempo atrás Sancho Ramírez y Pedro I) con su coronación por el papa Inocencio III en el monasterio de San Pancracio de Roma en noviembre de 1204, adquiriendo también el compromiso de la concesión al Papado de una suma anual.​ Esta política de legitimación papal le convirtió en el primer monarca del reino que fue coronado y ungido. A partir de él y por concesión de la Santa Sede en bula dictada el 6 de junio de 1205, los monarcas aragoneses debían ser coronados en la Seo de Zaragoza de manos del arzobispo de Tarragona tras solicitar la corona al Papa (formalidad que implicaba el permiso de Roma), haciéndose extensiva esta prerrogativa a las reinas en 1206.

Los Reys Darago


Casado en 1204 con María de Montpellier, un matrimonio guiado por sus intereses en el mediodía francés que le proporcionó la soberanía sobre la ciudad de Montpellier, su escasa vida marital estuvo a punto de crear una situación de crisis sucesoria por falta de heredero. La reina María dio finalmente un hijo, Jaime I, (treta palaciega) que garantizó la continuidad de la dinastía aunque hubo un intento de divorcio, que el Papa no concedió, para casarse con María de Montferrato, heredera nominal del reino cruzado de Jerusalén, por entonces inexistente ya en la práctica.



occitania, Aragón, 1213
Occitania, Aragón, 1213

Pedro II no renunció a la política en Occitania y con él se dan, a la vez, la culminación y el fracaso de esa política en la Corona de Aragón que, heredada de la casa condal de Barcelona desde el siglo XI y las campañas con ayuda de magnates ultrapirenaicos de Alfonso I de Aragón, su padre Alfonso II había acrecentado en su doble condición de 
Rey de Aragón y Conde de Barcelona.

Ramón Berenguer I había iniciado, en oposición a los condes de Tolosa, una política de penetración en Occitania del condado de Barcelona con la adquisición de los territorios de los condados de Carcasona y Rasés (más tarde perdidos a manos de los Trencavel), que continuó en el siglo XIII con Ramón Berenguer III y IV, consolidando su posición en la zona como condes de Provenza y obteniendo, entre 1130 y 1162, el vasallaje de numerosos señores en la zona.

Alfonso II, en el contexto de la expansión almohade (que actuaba de freno a la expansión hacia el sur en la Península Ibérica), pero ahora también como primer soberano titular de la Corona de Aragón (lo que le proporcionaba una base de poder territorial más amplia) había reforzado su presencia en Occitania frente al expansionismo del condado de Tolosa y estuvo «a punto de crear un reino pirenaico que englobara las cuencas del Ebro y del Garona». Pedro II será quien con más decisión lo intentará hacer realidad, culminando la tradición dinástica occitana ahora en un nuevo contexto de alianzas ante el intento de expansión en la zona de otra monarquía rival, los capetos.

Pese a que el condado de Provenza, perteneciente a la Casa de Aragón-Barcelona, había sido asignado a su hermano Alfonso II de Provenza, Pedro II mantuvo su actividad en aquel complejo tablero de intereses marcado por su atomización política, el intento de expansión francesa sobre ella, el desarrollo del catarismo y los consiguientes conflictos con el papa Inocencio III, interesado en erradicarlo e imponerse en la zona.

En 1200 concertó el matrimonio de su hermana Leonor y Raimundo VI de Tolosa. En un concilio en Bagnères-de-Luchon de 1201, Bernardo IV de Cominges se hizo vasallo del rey de Aragón, a cambio de la entrega del Valle de Arán, que pertenecía al rey católico.
En 1202 se celebró la boda del conde de Tolosa con la infanta Leonor.
En 1204, Pedro II se casó con María, heredera del conde de Montpellier, teniendo además, como vasallo, a Ramón-Roger Trencavel, vizconde de Béziers y Carcasona. Ese mismo año intervino en la zona forzando una paz entre su hermano, el conde de Provenza, y el conde de Forcalquier, aliado de Pedro II.


Asimismo se hizo feudatario de la Santa Sede en noviembre de ese mismo año, sin duda con las miras puestas en jugar un papel político en la zona desde una posición de preeminencia y legitimidad, en su condición de rey coronado por el Papa y distanciado del catarismo, catarrismo no, contra el que tanto en Provenza como en Montpellier se tomaron algunas medidas, teniendo que sofocar en esta última ciudad una revuelta en 1206.

Por otro lado, interesado en una alianza con el Sacro Imperio Romano Germánico, comprometió a otra de sus hermanas, Constanza, con el rey de Sicilia Federico II Hohenstaufen, matrimonio que se culminó en 1210, para ser en 1212 coronadas como emperadores del Sacro Imperio.

A lo largo de los siglos xii y xiii, la influencia del catarismo, una herejía cristiana con orígenes en Asia Menor y los Balcanes (paulicianos y bogomilos), se había ido extendiendo en el occidente latino y consolidado con fuerza en la llamada Occitania o territorios del actual mediodía francés, donde se estructuró una Iglesia cátara con varios obispados y cuyo epicentro era la zona de la ciudad de Albi, por lo que también se lo denomina movimiento albigense. La situación de coexistencia con esta iglesia rival, tolerada por los poderes de la zona (situación favorecida por la atomización del poder político y la ausencia de un centro de poder efectivo en Occitania, nunca logrado por el condado de Tolosa), amenazaba allí la hegemonía de la Iglesia romana.

Al mismo tiempo, la prosperidad occitana despertaba la ambición expansionista de la monarquía francesa de los Capetos y de sus baronías de la Isla de Francia, dispuestos a servirse de cualquier argumento para intervenir en los territorios de la Langue d'oc.
Por su parte, Inocencio III encontró en la monarquía francesa el medio más favorable de atajar la «herejía» y reducir a sus prosélitos a la obediencia a Roma, por lo que se mostró siempre complaciente y predispuesto a favorecer las empresas del rey francés, a quien también apoyará en la batalla de Bouvines y en sus conflictos con Inglaterra.
De esta comunión de intereses surgió la cruzada contra los albigenses que se empezó a fraguar a inicios del siglo xii y que finalmente el papa predicó en toda la cristiandad latina, con especial éxito en la Isla de Francia, legitimando al monarca francés en su política expansiva al enviar contra los territorios occitanos –considerados heréticos por Roma– un poderoso ejército mandado por Simón de Montfort bajo la denominación de Cruzada.






Dinero de Pedro II de Aragón (1205-1213). Anverso: Busto del rey coronado. Leyenda: PETRO REX. Reverso: Cruz procesional sobre vástago con florituras de ramas a los lados o «arbor ad modum Floris» (mal llamada "Encina de Sobrarbe", como se interpretó desde el siglo XVI). Leyenda a ambos lados del vástago: ARA-GON.

Dinero de Pedro II de Aragón (1205-1213). Anverso: Busto del rey coronado. Leyenda: PETRO REX. Reverso: Cruz procesional sobre vástago con florituras de ramas a los lados o «arbor ad modum Floris» (mal llamada "carrasca o encina de Sobrarbe", como se interpretó desde el siglo XVI). Leyenda a ambos lados del vástago: ARA-GON.

El acontecimiento que desató el conflicto fue el asesinato en enero de 1208 de Pierre de Castelnau, enviado a Toulouse como legado papal para mediar en nombre de Roma, que indujo al Papa a excomulgar al conde de Toulouse y promulgar la cruzada contra los albigenses.

La guerra «relámpago» en 1209 se dirigió inicialmente contra los vizcondados de la dinastía occitana Trencavel, donde se produjo la brutal toma de Béziers, con una matanza generalizada sin distinción de credo que quedó luego ilustrada en la célebre frase atribuida por las crónicas al legado papal Arnaud Amaury.​ Esta fase inicial de la cruzada acabó con el sitio y la subsiguiente toma de la ciudad de Carcasona en el verano de 1209, tras lo cual le fueron otorgadas al cruzado francés Simón de Montfort, por el propio legado papal, las tierras sometidas de la familia Trencavel. Desde sus nuevas posesiones mantendría una política de ataques y asaltos a los señoríos de la zona incluido el fracasado intento de toma de Toulouse en 1211 y comenzaba la persecución y quema de cátaros a través de la Inquisición, creada expresamente por Roma en 1184 con el objetivo de erradicar la llamada herejía cátara o albigense.

La situación creada generó entre los poderes occitanos un sentimiento de amenaza y repulsa ante la intervención francesa y la cruzada que era propicio para que Pedro II el Católico, como rey y vasallo del papado desde 1204, pudiera obtener una posición de prestigio en la zona actuando como intercesor ante el papado y protector ante Simón de Montfort (ya en la toma de Carcasona de 1209 evitó una matanza negociando con los cruzados una expulsión de los cátaros), prestigio acrecentado con su participación exitosa contra los musulmanes en las Navas de Tolosa. Habiendo obtenido el vasallaje del conde de Toulouse, Raimundo VI, y de otros poderes de la zona, desplegó una política de pacificación concertando el matrimonio de su hijo, el futuro Jaime I, con la hija de Simón de Monfort, entregándole a este, como garantía, la tutela del joven príncipe y único heredero del linaje, que permaneció en Carcasona. Asimismo negoció con Arnaud Amaury, ahora obispo de Narbona y también presente en la campaña de las Navas, la convocatoria de un sínodo en Lavaur para intentar la reconciliación.

Tras el fracaso de la reconciliación entre occitanos y Simón de Montfort, Pedro II se declaró protector de los señoríos occitanos amenazados y de Toulouse. Pese a que su hijo permanecía bajo tutela en poder de Simón de Montfort y la excomunión de Inocencio III, que había optado finalmente por apoyar la causa francesa, reunió finalmente un ejército en sus reinos y territorios peninsulares con el que pasó los Pirineos y junto a los aliados occitanos puso cerco a la ciudad de Muret, donde acudió Simón de Montfort. Partiendo de una situación ventajosa en cuanto a fuerzas y avituallamientos, en la campaña, parece ser, sus huestes actuaron con precipitación y desorganización sin esperar la llegada de todos los contingentes. Resultaría muerto al ser aislado por los caballeros franceses en un combate en el que el rey ocupaba una posición de peligro en la segunda escuadra, en lugar, según era lo habitual, de situarse en la retaguardia. La muerte del rey trajo el desorden y la desbandada entre las fuerzas tolosano-aragonesas y la consiguiente derrota.​ Muret supuso el fracaso y abandono de las pretensiones de la Corona de Aragón sobre los territorios ultrapirenaicos y, según el autor Michel Roquebert, el final de la posible formación de un poderoso reino aragonés-occitano que hubiera cambiado el curso de la historia de Francia y España.

Excomulgado por el mismo Papa que lo coronó, permaneció enterrado en los Hospitalarios de Toulouse, hasta que en 1217 el Papa Honorio III autorizó el traslado de sus restos al panteón real del Monasterio de Santa María de Sigena en Huesca, donde fue enterrado fuera del recinto sagrado.

Muerto Pedro II, Simón de Monfort mantenía aún en custodia a Jaime, el heredero al trono, que había quedado en ese mismo año de 1213 huérfano de padre y de madre, al morir también la reina María de Montpellier con solo 33 años en Roma, donde había viajado para defender la indisolubilidad de su matrimonio.

Ante esta situación, los nobles aragoneses y catalanes posiblemente solicitaran la restitución del joven heredero a Simón de Montfort. Se envió una embajada del reino a Roma para pedir la intervención de Inocencio III quien, en una bula y por medio del legado Pedro de Benevento, exigió contundentemente a Simón de Montfort la entrega de Jaime que se produjo finalmente en Narbona en la primavera de 1214, donde le esperaba una delegación de notables de su reino, entre los cuales se encontraba Guillem de Montredon, maestre del Temple en Aragón encargado de su tutela.

Siendo un niño, Jaime I de Aragón cruzará por primera vez los Pirineos para ser, junto a su primo, Ramón Berenguer V de Provenza, formado y educado con los templarios de Aragón en Monzón, deteniéndose antes en Lérida, donde le juran fidelidad unas Cortes conjuntas de Aragón y Condado de Barcelona.



jueves, 29 de julio de 2021

XII, LA MORT DE SANT PAU.

XII

LA
MORT DE SANT PAU.



Ego enim jam delibor, et
tempus resolutionis meae instat.
Bonum
certamen certavi,
cursum consummavi.
(Ad Tim cap. IV.)







Al
peu del Capitoli, que domina
De la reyna del Tíber los palaus,
En
mig de cendres y de greu ruína,
Se descubreix la carçre
Mamertina,
Últim alberch de presoners y esclaus.



Les
cendres y les ruines qu´estremexen
Los vents al devallar del
Apení,
Son los casals antichs que no existexen,
Son los vells
caserius que desparexen
Perque Céssar Neron ho mana axí.







XII
LA
MUERTE DE SAN PABLO.



Al
pié del Capitolio, que señorea los palacios de la reina del Tíber,
entre escombros y montones de cenizas, se descubre la cárcel
Mamertina, último asilo de prisioneros y de esclavos.



Las
cenizas y las ruinas, que el viento sacude al bajar del Apenino, son
las antiguas (la i no se ve) casas solariegas, que han sido
derribadas por el fuego; son los viejos caseríos, que desaparecen,
porque César Neron lo manda.




Roma
sotsmesa baix d´un jou de ferra,
No té un cor que renegui dels
tyrans;
Roma envilida dins lo fanch y l´erra
Declara als bons
inacabable guerra,
Y llepa´l fuet que brandan los vilans.



¡Als
bons!... Dins exa carçre malanada,
Dins exa cova que l´Imperi

Pera guardar sa vída assegurada,
Espera ´l sol de la
derrera diada
Un home just, un defensor del bé.



Es
un valent que de llunyana platja
N´es vingut contra´ls vicis á
lluytar,
Pero de Roma el gobernant selvatje
No comprèn d´eix
soldat lo pur llenguatje,
Y ordres dona per ferlo degollar.



Es
lo Apòstol de Crist, qu´ha corregudes
Les nacions y provincies
infidels
Per l´espasa romana combatudes,
Y á ses gents sota
del pecat segudes
Ha duyt la creencia y lo perdó dels cels.



Y
ara del bé qu´ha fet en recompensa,
En premi dels dolors qu´ha
alleugerat,
En premi de l´humana renaxença
Qu´ha sostengut
ab valentía inmensa,
Per los humans á mort es condemnat.




Roma,
sometida al férreo yugo, no tiene ni un corazon que reniegue de la
tiranía; Roma, encenegada en el vicio y el error, declara incansable
guerra á los buenos, y lame el látigo que blanden manos viles.



¡Los
buenos!... En esa cárcel maldita, en esa cueva que el Imperio tiene
para defenderse de importunas agresiones; espera el sol de su último
día un varon justo, un defensor del Bien.



Es
un héroe, que vino de lejanas tierras á pelear contra los vicios;
pero el déspota de Roma no comprende el purísimo lenguaje de ese
valiente, y da la órden de decapitarlo.



Es
el Apóstol de Cristo, que recorrió las provincias y naciones
infieles, expugnadas por el romano brazo; y á tantas gentes,
sentadas á la sombra de la muerte, llevó la creencia y el perdon
divinos.



Y
ahora, en recompensa del bien que ha hecho, en premio de los dolores
que ha consolado, en premio del Renacimiento moral de la humanidad,
que ha predicado con inquebrantable valor; los hombres le condenan á
muerte.







¡Miráulo!,
dret en la presó; ferida
D´una aurora de Juny pe´l raig
primer
Qu´entra per la finestra empetitita,
La cara del
Apòstol enardida
Resplendeix com lo sol dematiner.



La
barba en llargues trenes retorçuda,
Sobre´l pit inflamat de sant
ardor,
La capa sus l´espatlla decayguda,
La má per les
cadenes abatuda
Y els ulls fixats en la llampant claror.



Una
dolça visió de l´esperança
Brilla en los ulls oberts del gran
cristiá;
Ab l´oratjol del día que s´atança,
Les aures de
l´eterna benhaurança
Afalagan son front sobrehumá.



Recorda
Saulo ses etats primeres,
La ja passada ardenta jovintut;
Les
un jorn penosíssimes carreres,
Per escampar les noves
enciseres
De la gracia, la gloria y la virtut.



Y
ab l´accent de profunda melanjía
Qu´els genis contrariats solen
tenir
Quant ve llur suspirada derrería,
Mes ple del esperit
que l´enfortía,
Deya parlant ab sí meteix: - “¡Finir!;




¡Vedle!,
de pié en la prision; alumbrada por el primer rayo de un día de
Junio, que entra por estrecha saetera, la cara del Apóstol,
enardecida, resplandece como el sol de la mañana.



La
barba, retorcida en largas trenzas, sobre el pecho, inflamado en
santos ardores; el manto, caído de sobre los hombros; las manos,
abatidas por las cadenas; y los ojos, fijos en la brillante claridad.



Dulce
vision de la esperanza chispea en los abiertos ojos del gran
cristiano; con la brisa matinal, las auras de la Bienaventuranza
acarician su transfigurada frente.



Saulo
recuerda su primera edad; su ardiente juventud; y recuerda sus
penosísimos viajes, para propagar las grandes nuevas de la gracia,
la gloria y las virtudes.



Y
con el acento profundamente melancólico, que los genios contrariados
suelen usar al acercarse su ansiada postrimería; pero lleno del
espíritu de fortaleza, decía, hablando consigo mismo:
- “¡Morir!







¡Finir
quant l´enemich posseyeix les portes
De la humanal ciutat;
Finir
quant tantes ánimes veig mortes,
Y en tenebres la pobre
humanitat!



Perque
he volgut el bé de les criatures
Encadenat ne som;
Mes l´ánima
romprá estes lligadures,
Y volará al bon Deu com un colom.



Desitj
qu´est tabernacle se disolga,
Y esser prompte ab Jesús;
Qu´en
pols ma vestidura se resolga,
Y anármen d´aquest mon que corre
il-lús.



Molts
que´s deyan amichs son traydors ara,
Quant abatut m´han
vist;
Alexánder y Démas copa amara
Beure fan al enviat de
Jesucrist.



¿Qué
importa? El Reyne de la pau divina
Dins la Ciutat s´extén;
Dins
la matexa carçre Mamertina
Lo foch de Gracia y d´Esperit
s´encén.



La
llavor de la Fe s´es derramada
Del Orient al Ocás,
La Fe
qu´en altre temps fo maltractada
Pe´l fariseu, la vía de Damás.




¡Morir,
cuando el enemigo posee las puertas de la ciudad del mundo; morir,
cuando tantas almas yacen en la muerte; y las tinieblas cubren la
Humanidad!



Porque
quise el bien de los hombres, encadenado estoy. Pero mi alma romperá
estos nudos, y volará á Dios como una paloma.



Deseo
que este tabernáculo se disuelva; deseo hallarme pronto con
Jesucristo; que en polvo se convierta mi carne, y huya mi alma de
este mundo ilusionado.



Muchos
que se decían amigos, resultan traidores, al verme vencido.
Alexánder y Démas dan á beber amarga copa al enviado del Salvador.



¿Qué
importa? El reino de la paz de Dios se propaga en la Ciudad; hasta en
la cárcel Mamertina prende la llama del Espíritu.



La
semilla de la Fe sembróse del oriente al ocaso; la Fe, perseguida
ayer por el Fariseo, de Damasco en el camino.





¡Y
còm ens resisteix la Sinagoga,
Reptant á los crehents!
No vol
que la barrera se remoga
Pera obrir pas á les humanes gents.



¡Ella
m´ha perseguit per mar y terra,
Ella avorreíx mon nom;
Mos
germans israelites dura guerra
Juraren cechs al cristiá renom.




“La
paraula de Fe de ells es llevada,
Y es duyta als infidels;
Y
l´hora d´un nou poble es arribada,
De bones obres seguidor
excels.







El
pare benehit, qu´es invisible,
L´Unigènit enviá;
Y´l
Senyor humiliat en carn visible
A les figures cumpliment doná.



Ara
ja ni en Judea ni en Samaria
l´únich altar veurém,
Mes de la
terra en l´infinita amplaria
Los temples del amor
axecarém.

“L´amor, la gracia, la virtut divina,
Lo goig
universal;
Perque devant la Creu la Palestina
Dona als hòmens
un òscul fraternal.




¡Y
cómo se nos resiste la Sinagoga, desafiando á los creyentes! No
quiere destruir la antigua barrera y abrir paso á todos los pueblos.



Ella
me ha perseguido en todas partes; ella aborrece mi nombre. Mis
hermanos israelitas juraron, en su ceguedad, encarnizada guerra al
Cristianismo.



Quítaseles
la palabra de la Fe, y es llevada á los infieles: ha llegado la hora
de constituir un nuevo pueblo, excelso seguidor de buenas obras.



El
padre en las alturas invisible, envió al Unigénito; y el Señor,
humillado en carne visible, dió cumplimiento á los antiguos
símbolos.



Ya
ni en Judea, ni en Samaria veremos el único altar; sino que en la
infinita redondez de la tierra, levantaremos los templos del amor.



El
amor, la gracia, las virtudes de Dios, el gozo universal; porque ante
la Cruz, la verdadera Palestina da á todos los hombres el ósculo de
la fraternidad.





Jo
he visitat les illes de l´Acaya,
Menat pe´l dit de Deu;
Y
sens la ciencia y ab polvorosa saya,



Los
he mostrat la ignominiosa Creu.



Los
sabis del Areópago sentiren
Que´l Deu desconegut
Que los
antichs poetes enaltiren,
A redimir los hòmens es vingut.



La
incerta ciencia dels prohoms d´Atenes,
Qu´era ergull solzament,



Se
posa les dolcíssimes cadenes
De Fe cristiana y renovada´s sent.



De
la mar de Corinto á Macedonia
La Grecia he corregut;
No hi há
ciutat capdal, no hi há colonía
Hont la Gracia de Deu no
m´haja dut.



Y
perills en la mar y en les planures,
Perills de nit y
jorn,
Perills y cansament y desventures,
Y fam y set en
qualsevol sejorn.



Moltes
voltes los grechs apedregaren
A est home malhaurat;
Moltes
voltes les ones l´enfonzaren,
Perque´l Regne de Deu fos ofegat.




Yo
visité las islas de la Acaya, guiado por el dedo de Dios; y, sin
ciencia de mi parte, y en traje de peregrino, les enseñé la
ignominia de la Cruz.



Los
sabios del Areópago oyeron que el Dios ignoto, celebrado por
los antiguos poetas, ha venido á redimir á los hombres.



La
incierta ciencia de los sabios atenienses, que sólo era orgullo, se
pone las dulcísimas cadenas de la Fe cristiana, y adopta verdaderos
principios.



Desde
el mar de Corinto á Macedonia, he recorrido toda la Grecia; no hay
ciudad capital, no hay colonia, á donde no me haya llevado la gracia
de Dios.



Y
peligros en el mar, y en la tierra; peligros de noche, y de día;
peligros, y cansancio, y desgracias, y hambre, y sed, en todas
partes.



Muchas
veces los helenistas apedrearon á este desventurado; muchas veces
las olas lo cubrieron, para ahogar el Reino de Dios.





Oh
fills de l´alta Grecia estimadíssims,
Goig y corona meus,
Estáu
en el Senyor, fillets caríssims,
Vulláu per sempre enderrocar
los deus.



El
senyor vostres còssos dirigesca
Y´ls nobles cors anim,
Y
esperit de paciencia us infundesca,
Y eus apart de tacarvos ab lo
crim...

“Jo he vingut fins al centre del Imperi,
Per
divinal Bondat;
Mes, ay, que´ns hi preparan cementeri,
Perque
´ls fa mal la llum de Veritat.



Lo
Crist desde la cima del Calvari
Morint vencé la mort,
Mes la
mort y l´infern en son desvari
Forcetjan per destruir la nostra
sort.



Italia,
la Senyora de la terra,
Italia ´s lliga ab ells,
Italia nos
rebutja y nos desterra,
O tira ´ls nostres còssos als arpells.



Roma,
superba Roma, tu qu´esclafas
Lo mon ab ton greu pes,
Tu qu´ab
vils ferros á los justs agafas,
Contra´l Deu inmortal no podrás
res.




Oh
queridos hijos de la exclarecida Grecia; mi gozo y mi corona; estad
en el Señor, hijos carísimos: derribad para siempre los infames
dioses.



El
Señor dirija vuestros pasos, y anime vuestros corazones, y os
infunda espíritu de paciencia, y os preserve de mancharos con el
crímen de la idolatría...

“Yo he venido hasta el centro
del Imperio, por bondad de Dios; mas, ¡ay!, que aquí se me ha
cavado la fosa, porque la luz de la verdad daña sus ojos.



El
Cristo desde la cima del Calvario, muriendo venció la muerte; mas la
muerte y el infierno en su furor forcejean para destruir nuestra
dicha.



Italia,
la señora del orbe, Italia se une á ellos; Italia nos rechaza, nos
destierra, ceba con nuestros cuerpos las aves de rapiña.



Roma,
soberbía Roma, tú que aplastas el mundo con tu peso; tú que
vilmente aherrojas á los justos; contra Dios inmortal no podrás
nada.









Les
tenebres d´infern s´acaramullan,
L´ignorancia ´s remou,
Plens
de verí y de rabia los cors bullen,
Perque dels ídols cruximent
ja s´ou.



De
l´una part los fruyts de la materia:
Latrocinis
violents,
Adulteris y morts y gran llatzeria,
Y mentides crüels
en los potents.



De
l´altra part les glories religioses,
Los fruyts del Esperit;
Éram
abans tenebres horroroses,
Ara llum celestial en Jesucrist.



¿Y
tu tems, Missatger de la llum pura,
Nunci del Redemptor?
¿No
veus créxer la nova criatura,
L´home perfet, lo setgle venidor?



Sento
de llibertat el suau aroma,
De fe, virtut y pau;
Mostrar debem
á los tirans de Roma
Còm se mor per la fe d´un Deu esclau.



¡Abba!
Jesús, Senyor de cels y terra,
A Vos, Pare meu, vinch;
Ni ´ls
açots, ni ´l poder, quietut ni guerra
Me podrán apagar l´amor
que us tinch.




Infernales
tinieblas se agolpan; la ignorancia se retuerce; arden en venenosa
rabia los corazones; porque ya crujen los pedestales de los ídolos.



De
una parte están los frutos de la materia: violentos latrocinios,
adulterios, asesinatos, miseria espantable, y crueles mentiras en los
poderosos.



De
otra parte las glorias religiosas, los frutos del espíritu. Éramos
ántes horribles tinieblas; ahora la luz celestial en Jesucristo.



¿Y
tú temes, mensajero de la pura luz, nuncio del Redentor? ¿No ves
crecer la nueva criatura, el hombre perfecto, el siglo por venir?



Siento
el suave aroma de la libertad; la fe, la virtud, la paz divina.
Mostremos á los tiranos de Roma, cómo se muere por la fe de un Dios
esclavo.



¡Abba!
¡Jesus, Señor de cielos y tierra, a Ti voy, Padre mío! Ni los
azotes, ni el poder, ni la paz, ni la persecucion, me podrán apagar
el amor que te profeso.







Guardí
´l depósit que de gracía un día
Jesús me confiá;
S´es
consumada la carrera mía;
¡Anem!... ¡Deu per l´Esglesia
vetlará!”-
__

Diu lo Sant; y el Senyor de les
altures
Que res oblida ni la tendra flor,
Que may gira
l´espatla á ses criatures,
Un ressò de les cèliques
ventures
Dexa sentir que li engrandeix lo cor.



Les
guardies del Pretori reforçades
S´acostan ja ab ses llances y
destrals,
Ressonant per les sòlides arcades;
Axí los glavis
en les mans sagrades
S´ou retenir vora ´ls xotets pascals.



Entran;
l´Apòstol á ses mans se dona,
Desafiant del Imperi los
furors;
Pere surt pera rebre igual corona;
S´abraçan
fortament per breu estona;
Y al Viminal s´en van ab los
lictors.....

La sanch del Cristiá fou derramada,
La
sentencia del Céssar per cumplir;
La Terra ab ella romangué
tacada;
¡Mes l´arbre de la Creu feu gran brostada,
Y ses
rames lo mon varen cubrir!!

Febrer 1874.




He
guardado el depósito de la gracia que Jesus me confió; he consumado
la carrera mía. ¡Vamos!... ¡Dios velará por la
Iglesia!”-
__

Dice el Santo; y el Señor omnipotente, que
nada descuida, ní siquiera las florecillas del valle; que nunca
desatiende á sus criaturas; déjale oír un eco de la celestial
felicidad, que le ensancha el corazon.



La
guardia del Pretorio reforzada, se acerca ya; resuenan las lanzas y
segures bajo los sólidos arcos, Así las víctimas, en el
sacrificio, oyen el ruido de las sagradas cuchillas.



Entran;
el Apóstol se entrega á ellos, afrontando el furor de los verdugos.
Pedro viene tambien, para recibir igual corona; abrázanse
estrechamente breves momentos y salen para el Viminal con los
lictores......

La sangre del cristiano derramóse, para
cumplir la sentencia del César; la tierra quedó manchada con un
crímen más; pero el árbol de la Cruz echó infinitos renuevos, y
sus ramas cubrieron el mundo.