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lunes, 13 de julio de 2020

Capítulo XLVI.


Capítulo XLVI.

De la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.

Muerto Sunyer, sucedió su hijo mayor. Este en el tiempo que su padre entendía en el gobierno del condado de Barcelona, gobernó el de Urgel. No hallamos, por la antigüedad de los tiempos y faltas de memorias (pone momorias), hechos de consideración suyos, hasta el año de 967, que fue el décimotercio de su condado, en que murió Seniofredo, primo suyo y conde de Barcelona, después de diez y siete años había que gobernaba aquel condado y a los cincuenta y uno de su edad: no le quedaron hijos, porque su mujer doña María, hija de Sancho Abarca, rey de Aragón, era de edad. Los más próximos eran sus hermanos: el mayor era Oliva, conde de Besalú, y el que más derecho parecía tener; pero los barones y gente de Cataluña sintieron lo contrario, excluyéndole de la sucesión. Pondéranse muchas razones: Miguel Carbonell (Pere Miquel Carbonell, archivero real de Juan II y Fernando II el católico) dice que no era buen católico, y lo sacó de una *ria (memoria; página 290 mal escaneada) antigua intitulada Flos mundi, que salió a luz * en tiempo del rey don Martín, y el mismo Carbonell * de ella en muchas partes de su historia: Zurita dice *mo. El padre Diago dice lo contrario, y le alaba * católico y buen cristiano, virtud que jamás hom* mancha en este linaje y prosapia: y en prueba de esto * acciones suyas, muy de buen católico, y que si p* sucesión, no fue por esto, sino por el defecto nat* no poder hablar sin dar primero tres o cuatro veces en * con el pie, a modo de cabra, de donde le quedó el * de Cabreta, y también porque no era derecho de * ni bien agestado, como es bien que lo sean las personas * representan majestad real. No falta quien dice, q* flojedad y descuido que tuvo en el gobierno de* le vino el ser desheredado del de Barcelona, que con * con los de Besalú y Cerdaña eran cosa poca. Esto *ria de su padre el conde Sunyer, la confianza que tenía * le había de imitar, y sus reales virtudes y grandes *mientos, le hicieron conde de Barcelona, añadiendo * título al de conde de Urgel. Fue esta elección c* gusto de toda la ciudad y condado, prometiéndose * mil felices y prósperos sucesos, y certísima espera* de esta vez, habían de quedar expelidos los infieles y *tarse la fé de Cristo en esta parte de la Citerior España *.
Cuando empezaba el nuevo conde a disponer aquello *recía convenir al buen gobierno de sus súbditos, no falt algunos disgustos con el mismo Oliva que, como hijo *de de Barcelona, pretendía ser legítimo sucesor del * de sus padres y abuelos, y últimamente de su herman* parecía no había razón bastante para privarle de ello. Estas pasiones y contiendas encendían ya el corazón y sangre a los primos, y el pleito se iba remitiendo a las armas: no había entonces en España las universidades que después, ni se decidían las sucesiones de los reinos por el Código y Di* como cuando murió el rey Don Martín, estaba el derecho en las armas y no en el parecer de letrados, que entonces eran poco conocidos en esta tierra. Los moros no dormían, y sabían muy bien todo lo que pasaba; animáronse por tomar las armas contra los cristianos, y llamaron en su favor a otros muchos de su nación y casta, que no aguardaban sino el principio de esta guerra civil, de quien dependía todo bien de ellos. No era la intención de aquellos nobilísimos príncipes dar ocasión de que el pueblo cristiano fuese destruído de los paganos, antes deseaban lo contrario, ni Oliva estaba tan ciego de su pasión, que no conociese los daños que podían causarse, así a él mismo como a los demás. Era católico, y como tal, no quería que los de su religión y ley quedasen destruidos, ni que las casas suyas y de su primo, que a costa de sangre cristiana hasta aquel tiempo se eran conservadas y defendidas de infieles, enemigos de la cruz de Cristo, fuesen de todo punto acabadas, dejó sus pretensiones; se reconciliaron los dos primos, quedó contento con lo que Dios le había dado, que es el medio más seguro para la perpetuación de los estados, y las guerras que parecía habían de ser intestinas y más que civiles, cesaron de todo punto, con gran descontento de los infieles, que las estaban aguardando.
Luego que el conde Borrell vio deshecho este nublado, entendió en la reforma de algunas cosas necesitaban de ella.
Lo que más cuidado le daba, era estar la ciudad y * obispado de Tarragona sin prelado y en poder de moros, sin esperanza entonces alguna de poderla cobrar. Consta *los arquiepiscopologios de este arzobispado, que desde el año 693 hasta el de 1091 estuvo yerma y sin prelados, y si algunos hubo, es tan poca la memoria que da de esto que es casi ninguna. El estado eclesiástico padecía mucho en Cataluña por la falta de metropolitano y necesitaba volver a la autoridad y esplendor que estaba en tiempo * los godos; negocio tan grave había de consultarse con el romano pontífice; para tratarle y visitar la iglesia de los * grados apóstoles (devoción muy usada entre los príncipes cristianos de aquellos tiempos) se partió para Roma el año de 971, que era el vigésimo año del condado de Urgel, y cuarto del de Barcelona, siendo obispo de aquella ciud* Pedro.
Gobernaba la sede apostólica Juan XIII, y llegado * el conde, le suplicó con muchas lágrimas que, pues por los pecados de la tierra, estaba en poder de moros la ciudad de
Tarragona y todo su campo, se sirviese de unir aquel arzobispado a la Iglesia catedral de Vique, dando el título * arzobispo a Atton, que era su obispo. El pontífice, movido del celo
del conde y de una petición tan justa, concedió todo lo que le pidió y mandó despachar su bula, y la Iglesia * Vique quedó con título y preeminencia de Metropolitana * Atton, a quien el episcopologio de Vique llama Atto o * fue arzobispo. Duró la sede arquiepiscopal en Vique hasta el tiempo de Urbano II, que la ciudad de Taragona volvió a su antiguo esplendor. Esta bula trae el padre Diago, y la sacó de un registro antiquísimo de las cosas del arzobispo de Tarragona, que está guardado en el archivo real de Barcelona, en el armario de Tarragona, núm. 134, folio 36 (1).
1: Es ahora el núm. 3 de la colección general de registros, y en el folio que se cita está efectivamente continuada la mencionada bula del papa Urbano.
Volvióse luego a Cataluña, y en el mismo año de 971 he hallado que asistió a la dedicación del monasterio de san Benito de Bages, del orden del mismo santo, que entonces habían acabado de edificar dos caballeros llamados Rosarno y Vinifredo, hijos de Salta y Ricarda, su mujer, que le emp*. Eran estos fundadores gente noble y rica, y como tales, convidaron a la dedicación la gente más lucida de esta tierra, entre ellos fueron el conde Borrell, Frugifer, obispo de Vique, Visado, obispo de Urgel, y otros muchos, y todos dotaron aquella iglesia magníficamente, según la costumbre y piedad de aquellos tiempos.
Esta venida del conde fue en muy buena ocasión, porque el rey de Lérida, aprovechándose de su ausencia, convocó todos sus amigos, para talar las tierras de los cristianos y dañarlos todo lo posible, creyendo que nadie supliría su falta. El castillo de Solsona y los demás que hay desde él hasta el mar, tirando una línea derecha, eran frontera o límite entre los cristianos y los moros, y años antes, el conde Sinofredo, predecesor de Borrell, había poblado la villa que está a sombra del castillo, y el conde puso ahora en él gente de guerra, y confirmó los términos que le fueron señalados entonces. Fue esta confirmación en el año 973, y dice Zurita que intervinieron en ella el conde Borrell, la condesa Lutgarda, su mujer, y Ramón, su hijo, la vizcondesa E*esa y Guitardo, su hijo, el obispo de Urgel, que * nombre Salla, de quien diremos en su lugar, cuando tratemos de los obispos de Urgel.
El año siguiente, que fue el de 974, a 11 de las calendas de agosto, y en el año décimonono del rey *L de Francia, el conde Borrell y Guifredo, a quien llama su consanguíneo, dieron a nuestro Señor y al monasterio de san Saturnino, mártir, que está en el condado de Urgel, no lejos de lo que llamamos Seo de Urgel, ecclesias que ab antiquo tempore erant fundatas, et sacris altaribus titul* in extremis ultimos findum marcus, in loco vecitato castrum Lordano no vel in civitate Isauna, quae est destructa a sarracenis * ecclesias quae ibi sunt, scilicet in castro Lordano, vel in civitate jam dicta quam in * qui infra sunt * vel ad futurum erunt constructas quaerum prima in ejus castro Lordan, Sancti Saturnini (Saturnino, Sadurní) est nuncupata ecclesia, alia Santa Maria est nuncupata in ipsa civitate de Isena, quae est destructa, alia Sancti Vincentii, q* fuit monasterium in caput jam dicta villae, juxta fontem quae dicunt Clara (Fuenclara, Font Clara). His praefatas ecclesias concedimus et donamus ad praelibatum caenobium, cum eorum laudibus et possesionibus ac universis adquisitionibus cum illarum decimi et primiciis, seu obligationibus fidelium vivorum ac defunctorum ab integre, etc. Firma el conde Borrell y se intitula Comes et marchio, y después de su signo y firma, están escritos los nombres de Visado, obispo que lo era de Urgel, Vifredo, el pariente del conde, que concurrió con él en la dicha donación; Frugifer, obispo de Vique; Evadallo * que se intitulaba princeps cotorum, y otros que se ignora quienes eran, según todo parece en el dicho auto, que está en el real archivo de Barcelona, en el armario 16 * A núm 86 (1).
(1) Equivócase aquí el autor: la escritura que cita se hallaba antiguamente en el *(mal escaneado) núm 7 de la colección del conde Borrell, y la publicó también Marca, aunque con algunas variantes, copiándola de un ejemplar del archivo de la santa Iglesia de Urgel. En su Marca Hispánica, col. 902, podrán leerla ad longum los curiosos. La escritura del Arm.16, saco A, núm. 86, también es efectivamente una donación al monasterio de san Saturnino; pero otorgada por el conde Ramón Borrell, en el año 11 del rey Roberto.
El padre Diago, que vio esta donación y hace memoria de ella en su historia de los condes de Barcelona, quiere que la iglesia del castillo de Lordan se llamase San Saturnino y que la ciudad de Isauna sea Solsona y que la iglesia de ella fuese Santa María. Yo no quiero im* de que afirma aquel autor tan grave, a quien se debe toda veneración, pero digo que he buscado con cuidado si Isauna es Solsona, y hasta ahora no me ha sido posible averiguarlo, y no hallo razón porque Isona y Isauna hayan de ser Solsona, y no Guisona (Guissona), Osona o Isanta, que le son semejantes. (y también Isábena, Roda de)
Por evitar el * que corrían las monjas que estaban en el monasterio de nuestra señora de Monserrate, desmandándose los moros vecinos de aquellas santas montañas contra los cristianos, y porque la abadesa y monjas no eran bastantes a hospedar tantos peregrinos como acudían allá cada día, llamados de la devoción de la Virgen nuestra señora, las trasladó al monasterio de san Pedro de las Puellas de Barcelona, de donde habían salido en tiempo de Vifredo Peloso, para ir a Monserrate, cuando fue la invencion de la santa imagen. Fue esta traslación el año 976, y aquel monasterio, que hasta entonces había sido de religiosas benitas, de allí en adelante fue de monjes claustrales de la misma orden, que salieron del monasterio de Ripoll, al cual estaba el de Monserrate sujeto, con título de priorato, hasta el año 1410, que el papa Benedicto XIII le erigió, en abadiado, y estuvo así hasta el año 1493, que se unió a la congregación de san Benito el Real de Valladolid.
El año siguiente de 977, Oliva Cabreta, conde de Besalú, dotó el monasterio que, so invocación de Nuestra Señora, había edificado en la parroquia de Serrateix el abad Froylano, con consentimiento del obispo de Gerona, Miron, su hermano, y con consejo de Visado, obispo de Urgel; dióle toda la parroquia de Serrateix, y se reservó para sí y sus sucesores que la elección de abad hubiese de ser con su consentimiento y del obispo de Urgel; y entonces los obispos de Gerona y Urgel concedieran remisión de todos sus pecados a los que eligirían sepultura en la iglesia de dicho monasterio, o darían alguna limosna para él, porque aún no tenían limitada los obispos la licencia de conceder indulgencias.
Por estos tiempos los moros de Mallorca, Tortosa, Lérida y Balaguer, con el favor y ayuda de Hiscen, rey de Córdoba, que era cabeza de todos ellos, se juntaron para tomar la ciudad de Barcelona, que era la cabeza y pueblo más principal de Cataluña, y no estaba tan fortificada y prevenida como era menester. El conde salió con su ejército contra ellos, y les dio batalla en el Vallés, junto al castillo de Moncada, en un llano que llamaban de Matabous, y fue en ella vencido y perdió más de quinientos caballos. Fueron siguiendo
los moros el alcance hasta Barcelona, donde el conde con algunos de los suyos se era recogido. Llegaron a ella miércoles primero de julio, año 986, pusiéronle luego cerco, apretándola y combatiéndola con todo rigor y tomaron las cabezas de todos los caballeros que habían muerto en la batalla, y con un ingenio las tiraron dentro la ciudad, y vinieron a dar cerca la iglesia de san justo y Pastor, que no era muy lejos de los muros antiguos, y allá fueron enterradas. Estaba la ciudad sin fuerzas e imposibilitada de defenderse; el conde y los que con él estaban no eran poderosos para defenderla, y así, habido consejo con los ciudadanos y caballeros que había en ella, escogieron salirse y retirarse a lugar seguro, con confianza de volverla a cobrar, antes que perecer miserablemente en ella. Salido el conde, y pasados seis días después de puesto el asedio, fue entrada de los enemigos: el daño que esta afligida ciudad recibió de ellos fue cual se puede pensar de una muchedumbre de bárbaros enemigos; pasaron innumerable gente a cuchillo, otros cautivaron y llevaron a Córdoba, que era cual otra Constantinopla, y a otras tierras de ellos; lleváronse toda la riqueza que estaba recogida en la ciudad, y lo que no se pudieron llevar, particularmente escrituras, lo quemaron todo. Quedó acabada entonces y consumida la memoria de las casas y linajes de aquella ciudad que habían quedado de tiempo de los godos, y los que escaparon de la tempestad vivos, fueron esparcidos por todos los reinos y tierras de los moros. Tomaron asímismo los moros todos los pueblos que había alrededor de Barcelona y por la costa de la mar, y quedaron solos los castillos de Moncada y Cervellon, (Cervelló, Cervellón) que en esta tan grande calamidad se conservaron por los cristianos. A los moros de Mallorca cupieron las riquezas y todo lo que había en el monasterio de san Pedro de las Puellas, y se alojaron en él; a la despedida, en paga del hospedaje, quemaron todo lo que no se pudieron llevar. Lo que pasó con las religiosas, que constantemente todas resistieron a los torpes deseos de los enemigos, refieren el padre Diago y Domenech en sus historias.
Luego que el conde y los (pone lus) suyos salieron de Barcelona, se retiraron a la ciudad Manresa: acudieron allá el conde de Besalú Oliva Cabreta y muchos caballeros de los más principales de este principado, que nombra Pedro Tomic, y porque sus fuerzas no bastaban a resistir a los enemigos, enviaron sus embajadores al pontífice Juan XVI, y a Lotario, rey de Francia, y a Oton, emperador, para hacerles saber los sucesos y estado de la tierra y pedirles socorro y favor; pero aunque los embajadores partieron luego, no estaba tal el estado de cosas que pudieran aguardar la respuesta, porque en el entretanto podía hacerse más poderoso y grueso el enemigo; y así, sin aguardar más, juntó toda la gente que pudo de Cataluña la Vieja, y para que creciese más el número de la caballería, concedió libertad y franqueza militar a todos aquellos que acudiesen con armas y caballo para seguir la guerra. Fue de tanta eficacia esta concesión, que luego salieron en campo hasta novecientos hombres de a caballo, armados y a punto de guerra, y de allí adelante fueron nombrados hombres de parage, (paraje, paratge) para denotar con este vocablo, que en todas las cosas y honores eran iguales a los demás caballeros de Cataluña, ellos y sus descendientes. Con esta gente de a caballo y con muchas compañías de infantería, puso el conde cerco a Barcelona, y le dio tan recios combates, que en breves días la volvió a cobrar, con todos los lugares vecinos y de la marina que habían tomado los moros. Fue esta recuperación muy pronta, y extraordinaria la diligencia del conde en librarla, porque no había aún pasado un mes de la pérdida de ella. Entrados dentro, hallaron la ciudad tan desolada y perdida y tan otra de lo que pocos días antes la habían dejado, que parecía un campo pacido de langostas o dehesa donde fieras hubiesen invernado. Dice Tomic, que pocos días después de cobrada Barcelona, llegó el socorro que el papa, rey de Francia y emperador habían enviado, y que muchos de los caballeros y cabos recién venidos (que él nombra) se domiciliaron en Cataluña, y de ellos descienden muchas y muy nobles familias. Valiéndose el conde de estos nuevos socorros y de la gente que él tenía, marchó en persecución de los enemigos, y les ganó todas las tierras que tenían desde Barcelona hasta Balaguer y Lérida; y si no fuera que el río Segre les impidió pasar más arriba, así como los había echado del condado de Barcelona, llevaba intento de sacarlos del de Urgel.
Necesitaban entonces mucho reparo los muros de la ciudad de Barcelona, porque de las baterías pasadas quedaban muy flacos, y el castillo de ella quedaba muy derruido: en el que aún dura en la calle que llaman la Call (lo Call, el Call), aunque muy derribado, y está pegado a la cortina del muro viejo de la ciudad. En tiempo del rey don Pedro el Católico sirvió de cárcel a don Carlos, príncipe de Salerno, hijo del rey Carlos de Sicilia, sobrino de san Luis, rey de Francia. Su antigüedad y rastros de su grandeza, y no haber otro tal en Barcelona, es argumento cierto ser este el que fortificó en esta ocasión el conde. Encomendóle, según parece en memorias antiguas, a un caballero de su casa llamado Íñigo Bonfill, (Ignacio, Eneco, Nacho, etc) que cuidó a la fortificación de él; y por esto el conde después a 21 de octubre de 989, le dio muchas heredades y posesiones de diversas personas que habían muerto en las guerras pasadas, y no habían dejado hijos ni descendientes.
En agradecimiento de las mercedes que Dios le había hecho, fue muy pío y liberal con las iglesias. A 2 de las nonas de enero del año primero del rey Ludovico, que es el de Cristo señor nuestro 987, dio a Dios nuestro señor y a san Pedro de la ciudad de Vique la mitad del castillo de Miralles, con todos los diezmos y primicias y ofrendas de los fieles, y dice que le pertenecían por sus padres; y porque se supiese lo que contenía en si dicha donación, declara en el auto de ella los límites y términos de aquel castillo; y esta donación la hace también por las almas de Ramón y Ermengaudo, sus hijos, que le sobrevieron.(sobrevivieron)
Miró mucho por la conservación de la jurisdicción y preeminencias eclesiásticas, y según refiere Diago, habiendo sus oficiales capturado a ciertas personas que eran de la jurisdicción eclesiástica, luego que fue advertido de ello Vivas, obispo de Barcelona, le remitió los delincuentes, para que les castigara según sus culpas.
En el año 991 el obispo Vivas dedicó la iglesia de san Miguel Derdol, que llamaban de Olerdula (Olérdola) junto a Villafranca: asistió el conde a la solemnidad, y le señaló los mismos términos o límites que el conde Suniario, (Sunyer) su padre, cuando la edificó, siendo obispo de Barcelona Teuderico.
Al monasterio de san Pedro de las Puellas solo quedaron las paredes mondas, y el conde, como patrón de aquella casa, la restauró, reedificando la iglesia con gran solemnidad: Bonafilla, (Buena hija) hija del conde, tomó el hábito, fue nombrada abadesa, y con ella vistieron otras doncellas, que eran Ermetruyta, Devota, Ermella, Argudamia y Quiratilla, y con el favor del conde recuperaron todas las propiedades o bienes que tenía el monasterio antes de la guerra, y lo que no pudieron probar por autos, por ser quemados o perdidos, probaron con testigos, fundándose en una ley gótica que disponía que escritura o auto perdido se puede recuperar con testigos oculares y que tengan noticia de ella; y de esta manera volvió el monasterio en posesión de muchas cosas que había perdido.
El monasterio de san Cucufate del Vallés (Sant Cugat) fue muy damnificado, porque entonces aún no estaba murado, y los moros le entraron y quemaron todo lo que no se pudieron llevar y en particular las escrituras, que las había muchas; y el abad Oto, que fue muy señalado varón, de quien después hablaremos, instó al conde Borrell que alcanzase del rey Lotario de Francia renovación de lo que les habían quemado, y el conde con este Oto, que entonces aún no era abad, sino prior de aquel monasterio, fue a Francia, y con buenas pruebas alcanzó que se renovasen los privilegios que los reyes de Francia (que entonces tenían algo del supremo dominio en Cataluña) habían dado al convento.
Ocupado el conde en estos ejercicios, y estando en su obediencia todo lo que es desde Villafranca de Panadés a Rosellón y de Segre hasta el mar, le cogió la muerte en la ciudad de Barcelona, en el año sexto de Hugo Capeto, primero rey de Francia, ascendiente del cristianísimo señor Luis XIV, rey de Francia y conde de Barcelona (1), que era el de nuestro Señor 993, después de haber tenido el condado de Urgel cuarenta y dos años y el de Barcelona veinte y seis, y fue sepultado en el monasterio de Ripoll en el mismo sepulcro de sus padres y ascendientes.

(1) Recuérdese que el autor fue partidario de la casa de Francia, durante la calamitosa guerra que afligió a Cataluña en el reinado de Felipe el Grande.

Casó dos veces, la primera con Letgarda, y de ella tuvo a Riquilda, que casó con Udalardo, vizconde de Barcelona, ascendiente de los señores de la casa de Queralt; a Ermengarda que casó con Miron, señor del castillo de Port, cerca de Barcelona; y a Bonafilla, que fue abadesa del monasterio de san Pedro. La otra mujer fue Aymerudis, y de ella tuvo dos hijos, Ramón Berenguer, que fue conde de Barcelona, y Armengol, que lo fue de Urgel (1), y trataremos de él en el capítulo siguiente. Según parece en su testamento, hecho a 24 de setiembre de 993, usó siempre el título de conde y marqués como consta de las escrituras que se hallan de su tiempo, y fue de los primeros señores de España que tuvieron este título y dignidad. (marqués, marchio, de la Marca Hispánica).
(1) Ramón Borrell, no Berenguer, y Armengol, fueron hijos de Letgarda, y no de Aymerudis.
La muerte del conde cuenta Carbonell (Pere Miquel Carbonell) de otra manera, y sácalo de un libro antiguo manuscrito, intitulado Flos mundi, del cual tomó lo más de su crónica; y como aquel autor, por ser archivero del real archivo de Barcelona, tiene tan grande autoridad, le han seguido casi los demás autores que han escrito después de él, como son Beuter, Diago, Garibay, Menescal, Jorba y otros muchos; aunque Zurita, que averiguó mejor que todos las cosas de esta corona, y el abad Carrillo, y Tarafa, canónigo de Barcelona, conociendo el yerro de los que han seguido a Carbonell, lo cuentan del modo queda referido, siguiendo en esto la genealogía de las constituciones de Cataluña y las memorias del anónimo de Ripoll, y otras memorias más antiguas y ciertas porque aquello que dice Carbonell y los que le siguen, que el conde con quinientos de a caballo, en el Vallés y castillo de *Ganta, cerca de Caldes, embistió a los moros y fue vencido y muerto con todos los suyos, y que luego fueron a poner cerco a Barcelona, y para mayor terror y espanto de los cercados, con ingenios les tiraban las cabezas del conde y de los otros que con él murieron, fue equivocación y atribuir lo que pasó en eI año 986, cuando fue presa Barcelona, a tiempos en que gozaban todos los cristianos de
Cataluña de paz, por estar retirados los moros a la otra parte de Segre y a las orillas del río de Gayá.

En tiempo de este conde, y cuando estaba para cobrar de los moros la ciudad de Barcelona, fue la primera aparición, que sabemos en estos reinos, del glorioso mártir y caballero san Jorge. Cuando el conde, para cobrar a Barcelona, salió de Manresa, ciudad muy vecina a la santa montaña de Monserrate, se encomendaron muy de corazón él y los suyos a Nuestra Señora, por su santa imagen, que no había muchos años la había Dios descubierto, porque sabía que sus fuerzas eran mucho menores de lo que para tantos enemigos era menester; pero así por su fé, como por el peligro que corría la santa imagen de venir a manos de los enemigos, vino a socorrerla san Jorge, patrón y amparo de la tierra, tenido de principio por tal, desde aquellos varones alemanes (Georg, Giorgi, George, Jorge, Jordi, etc.) que comenzaron la conquista y vinieron con Carlo Magno y enseñaron a invocarle en las batallas. Este santo apareció armado en blanco con una cruz colorada en los pechos, encima de un caballo blanco, peleando con braveza por los cristianos, de tal manera, que alcanzando victoria, recobraron a Barcelona y mucho más de lo que habían perdido con gran facilidad; por lo cual agradecido el principado de Cataluña, tomó, en memoria y devoción del santo, por armas la cruz roja en campo de plata, y estas son las del principado de Cataluña, que los cuatro palos de sangre en campo de oro son propias de la casa y linaje de los condes; y la ciudad de Barcelona, que fue la que más experimentó su intercesión,
compuso sus armas en cuartel: en el primero y último puso sendas cruces de san Jorge, y en los otros dos, palos de las armas de los condes, dividiendo los palos, esto es, dos en cada cuartel. La diputación y principado le tomaron por su patrón y tutelar, y en las batallas apellidan su nombre, así como los franceses a san Dionisio y los castellanos a Santiago; y no solo quedó esta devoción en el principado, mas también se comunicó a otras ciudades; y refiere Pedro Tomic, que por asegurarse mejor de los genoveses, les dieron en cierta ocasión la cruz por armas y el nombre del santo por apellido, y les ha quedado después en tanto, que la ayuda que dio el santo al rey de Aragón en la batalla de Alcoraz, un autor valenciano dice que fue por la devoción y compañía de los catalanes, muchísimos de los cuales de ordinario servían a los reyes de Aragón, y en aquella batalla había muchos, porque le tienen ellos por patrón y le invocan. Han experimentado los favores de este santo, después de esta primera aparición, los aragoneses, en Alcoraz; los valencianos, en las batallas del Puig y de Alcoy; los de Menorca, en la conquista de aquella isla, y los mallorquines, en la presa de su ciudad donde, en tiempo de san Vicente Ferrer, celebraban su fiesta con gran solemnidad, en memoria y agradecimiento de la ayuda que dio a los cristianos cuando la tomaron.

Después de Lauderico o Lauberico, obispo de Urgel, ponen los episcopologios de aquella Iglesia a Estéfano, y dicen haber tenido aquel obispado diez y nueve años.
Dotila fue su sucesor, y tuvo la silla seis años; y esta es la memoria que hallo de estos dos prelados, que lo fueron en aquellos calamitosos y desdichados tiempos de la pérdida de España.
Sucesor de ellos fue Félix, que asistió a un concilio que en el año 778 convocó en Narbona Daniel, arzobispo de aquella ciudad, porque Urgel entonces era de aquel arzobispado. Cayó este prelado en algunas herejías; entre ellas era una que Cristo, hijo de Dios, en cuanto a la humanidad era hijo de Dios adoptivo, y no propio y natural, de la cual falsa opinión se seguía necesariamente que en Jesucristo había dos personas y dos hijos, el uno natural, y el otro adoptivo, que fue herejía condenada de muy atrás contra Nestorio. Este error siguió Elipando, arzobispo de Toledo, contemporáneo de Félix; yo creo que todos lo tuvieron por ignorancia más que con pertinacia, porque en aquellos tiempos tan trabajosos había pocas letras en España, y certificados de la verdad, presto se apartaron de él, porque por mandato de Carlo Magno se juntó concilio en la ciudad de Narbona, en el año 778, a 25 de las calendas de julio; y porque todavía perseveraba en sus errores, juntó después otro concilio nacional en Francfort, (Frankfurt) ciudad de Alemania, en el año 794, de casi trescientos obispos de Italia, Alemania e Inglaterra, donde fue este error condenado. Después, según dice Aymonio en el libro cuarto De gestis francorum, convencido ya de su error, le envió aquel concilio al papa Adriano, y en la iglesia de San Pedro Apóstol, presente el sumo pontífice, damnó y dejó aquella herejía y mala opinión, y se volvió a su ciudad. Hacen muy larga mención de este obispo y de su herejía Ambrosio de Morales, el padre Juan de Mariana, el cardenal César Baronio, el doctor Pisa en su historia de Toledo, y otros muchos autores. Bien sé yo que Adon Vienense dice que este obispo fue desterrado de su Iglesia a León de Francia, (Lyon) y murió allá con su error; pero no sé por qué no demos mayor crédito a Aymonio, coronista del emperador Carlo Magno, ante quien se averiguaron las opiniones a Félix y era señor de todas aquellas fronteras de Cataluña, que a Adon Vienense, que escribe las cosas de este obispo como de auditu y muestra estar poco enterado de ellas, pues por llamarle Urgelitanus, le llama Aurelianus, argumento cierto que no estando enterado del nombre de su obispado, menos lo estaría de sus hechos, y en particular de su conversión, pues, tratando de ella, usa de estas palabras:
quem ferunt in eodem ipso suo errore mortuum, como dando al vulgo por autor de esto. Yo he visto unas memorias de los obispos de Urgel, y según lo que en ellas se escribe de este obispo, debió hacer tales demostraciones, que quedó en opinión de santo varón, cosa que es muy ordinaria a la omnipotencia de Dios, de grandes pecadores hacer grandes santos. Vivía este obispo por los años de 792, y gobernó su obispado nueve años.
Sigebuto vino después de Félix, y tuvo la sede doce años.
Visado gobernó veinte y dos años; fue a Francia y recibió muchas mercedes y favores del rey Carlos Calvo, que era señor de esta provincia; y a trece de las calendas de diciembre, año veinte y uno de su reinado, que es el de Cristo 861, le dio la tercera parte de las lezdas y derecho del mercado, y confirmó las donaciones que sus pasados habían hecho a la Iglesia de Urgel.
Después fue obispo Navagico, (plateáo) el cual tuvo la silla veinte y seis años y cuatro meses.
Sucesor suyo fue Nigoberto o Ingoberto: fue gran prelado y muy estimado en Cataluña y provincia Narbonense. En la relación de la vida de san Teodardo, arzobispo de Narbona, sacada de los cartularios de los archivos de San Estévan de Tolosa, hablando de él, se dice: Ejecto de episcopatu ejus sancto et reverendissimo viro, litteris a primaevo et *moribuis benè instituto, Nigoberto, etc. Ordenóle en obispo *Sigebuto o Sigebodo, arzobispo de Narbona, aquel que vino a Barcelona para buscar las reliquias de santa Eulalia. Cuando san Teodardo se hubo de consagrar, entre otros obispos que llamó de Cataluña fue Nigoberto, el cual no acudió por estar enfermo, como ni Frodoyno, obispo de Barcelona, que no pudo dejar su obispado porque los moros amenazaban venir poderosos en sus tierras, ni Teutario, obispo de Gerona, que estaba enfermo; pero todos la confirmaron, así como Ausinto, obispo de Elna, y otros que asistieron a ella. Fue esta consagración domingo día de la Asunción de Nuestra Señora, el año 885 de la Encarnación. En el año que murió Carlomano y le sucedió Oton o Eudo, reyes de Francia, este arzobispo Teodardo fue a Roma a recibir el palio, y allá pidió al papa Estéfano letras apostólicas contra un sacerdote español llamado Selva, el cual, fuera toda razón, se era levantado arzobispo de Narbona, y como tal había echado por fuerza de la Iglesia de Urgel y de su obispado a Nigoberto, y quería sacar de la de Gerona a Deodado, (Deusdat) obispo de aquella ciudad, que había allá puesto el mismo san Teodardo, y meter en ella a Heimemiro. Eran fautores de Selva: Frodoyno, obispo de Barcelona, y Gudmaro, obispo de Vique: llamólos san Teodardo, y ellos rehusaron de ir; vista su inobediencia, convocó a todos sus diocesanos en una villa llamada Porto, entre Mompeller (Montpellier, Montispessulani) y Nismes (Nimes): fue entre ellos Riculfo, obispo de Elna, que Ausinto ya sería muerto, y los obispos de Gerona, Vique y Urgel y muchos otros: allá dieron Ingoberto, obispo de Urgel, y Deodado, obispo de Gerona, sus quejas contra Selva y Frodoyno, y culparon mucho a Gudmaro, obispo de Vique, porque los tres habían ordenado a Heimemiro, y este, entre otras disculpas, dijo que el conde Suario le había obligado a ello, y fue perdonado. No se dice allá quién fue este conde: yo no entiendo que fuese Sunyer, conde de Urgel, porque este aún en el año 912 no era conde, porque vivía su padre. Leyéronse en aquella junta unas letras del papa Estéfano, en que reprendía severamente lo que Selva y otros obispos habían hecho. Frodoyno, obispo de Barcelona, que conoció en que había errado, fue perdonado; a Selva y Heimemiro quitaron las insignias pontificales y privaron de la dignidad episcopal, que indebidamente se habían usurpado, y con esto Nigoberto volvió a su Iglesia de Urgel, después de haberle tenido Selva fuera de ella más de un año; y todo el tiempo del pontificado de Ingoberto fueron diez años. Este obispo en los manuscritos de la Iglesia de Urgel llaman Engilbertus, que en cosas tan antiguas es fácil trocar los nombres.
Nantigiso vivía en el año 899: hay mención de él en un concilio que congregó Arnusto, arzobispo de Narbona, en la iglesia de San Vicente, en la villa de Juncaria, en el territorio de Mompeller: dícelo Catel en la Historia del Languedoc, folios 35 y 733.
Asímismo en el año 940 hubo concilio sinodal en la villa de Foncuberta: juntólo el mismo Arnusto, y en él se determinó una contienda que tenía Nantigiso con Adulfo, obispo de Pallars, por haberle usurpado toda la tierra de Pallars veintitrés años había, y probó que de muy antiguo era de la diócesis de Urgel; y determinó el concilio, que durante su vida Adulfo fuese obispo y tuviese aquel territorio, y después de su muerte se entremetiese en él, y volviese al dominio y ordinacion antigua de la Iglesia de Urgel y de sus prelados. Rodulfo, hijo de Guifre Pelos, conde de Barcelona, tomó el hábito de monje de Ripoll el año 888, cuando fue la primera dedicación de aquel monasterio, y por su causa dio el Conde al dicho monasterio mucho patrimonio; después fue abad, y a la postre obispo de Urgel. Éralo en el año de 913, porque en el archivo del arzobispado de Narbona he tenido en manos una bula del papa Juan X en favor de Agio, arzobispo de Narbona, contra Herardo, que pretendía el dicho arzobispado, la cual era dirigida a los obispos sufragáneos de Narbona, y entre otros que nombra, son: Hugo, de Gerona; Teodorico, de Barcelona; Georgio (En Jordi de Vic), de Vique, y Rodolfo, de Urgel, de donde se infiere que estos obispados eran entonces de la metrópoli de Narbona, así como otros de Francia que allá nombra.

CAPÍTULO XXXIX.


CAPÍTULO XXXIX.

Prosigue la historia de los reyes godos, desde Teudiselo hasta Recesvinto, y los obispos de Urgel que hubo en este tiempo.

Prosiguiendo la historia de los reyes godos, se nos pone delante Teudiselo, que fue capitán de Teudio, su antecesor, y por su muerte fue elegido rey, aunque no reinó más de un año, porque, no pudiendo los godos sufrir sus deshonestidades, le mataron en Sevilla en el año de 548.
Agila fue rey de los godos, y era arriano y persiguió a los católicos con gran coraje. Este se valió de los romanos contra Atanagildo, que aspiraba a quitarle el reino, como a la postre se lo quitó, después de haber reinado cinco años, y huyó a Mérida, y aquí fue muerto de los suyos, por su poco valor y ánimo. Este rey volvió los romanos a España, y después tuvieron sus sucesores harto en que entender, para sacarlos de ella. Fue su muerte el año 553.
Atanagildo fue sucesor del antecedente, y en vida de él se quiso algunas veces levantar con el reino, y no pudo salir bien con ello, hasta que le dejó vencido y muerto. Este rey dejó la secta arriana y murió católico, aunque no lo osó publicar por temor de los godos, que eran arrianos. Sobre el tiempo en que murió discrepan los autores, pero Marco Máximo, a quien sigo en todo lo que puedo, dice que murió el año de 568.
Muerto este, vacó el reinado algunos años; otros, y es lo más verosímil, solo dicen haber sido esta vacante de meses; sea como quiera, Liuva fue rey, y el segundo año de su reinado tomó por compañero a Leovigildo, (Ludwig, Luis, Louis, Luis, Luís, Lluís, etc) hermano suyo, a quien dio lo de España, y él se quedó con lo de Francia, que lo gozó solo un año y murió el de 570. En tiempo de este rey o poco antes que fue el año de 568, nació el maldito Mahoma, que tanto daño y fatiga ha causado en el mundo, como es notorio, y experimentó antes de muchos años nuestra España.
Por muerte de Liuva quedó solo en el reino Leovigildo, su hermano. Casó este con Teodosia, hija de Severiano, que descendía de sangre real; y don Lucas de Tuy dice que fue hijo de Teodosio, rey de Italia, y era capitán y gobernador de la provincia de Cartagena. Su mujer fue Teodora, de quien hubo muchos hijos, que fueron san Leandro y san Isidoro, ambos arzobispos de Sevilla; y el otro san Fulgencio, que lo fue de Écija, y después de Cartagena: las hijas fueron Teodosia, que, como dije, casó con nuestro rey Leovigildo, y la otra se llamó Florencia, que fue virgen y abadesa de un monasterio.
Fue Leovigildo arriano, y como tal persiguió cruelmente a los católicos: tuvo dos hijos, Hermenegildo y Recaredo; y al mayor, después de haberlo perseguido, lo mandó matar, solo porque era católico, y hoy está en el número de los santos mártires, como diremos después en otro lugar. Tomó el rey para su fisco las rentas de las Iglesias, quitándoles los privilegios y prerogativas, y lo que peor era, hizo a muchos apostatar con halagos y dádivas, y a otros con fuerza y con tormentos.
En tiempo de este rey, y en el vizcondado de Áger, que el abad Juan de Valclara que después fue obispo de Gerona, llama Montes Agerenses, vivía un caballero llamado Aspidio, el cual era señor de aquella tierra: este se levantó con ella y tomó armas contra del rey, que envió contra de él sus ejércitos, y le venció y prendió a su mujer e hijos y se los llevó cautivos, sin decir a dónde; y la tierra quedó confiscada, con todas las riquezas y tesoros que tenía; y después el rey tomó algún concierto con él y le volvió la tierra que le había quitado, con alguna mayor sujecion, asegurándose que le sería bueno y fiel vasallo. El abad Viclarense, que cuenta esto, le llama senior, y Morales y Mariana se detienen mucho en declarar esta palabra senior; pero como en los Usajes de este principado de Cataluña es tan usada, nadie hay en él que ignore su significación.
Las demás cosas de este rey dejo, como ajenas de mi instituto, por haber muchos que las tratan: solo diré que murió católico, que no fue poca dicha para él, y que mostró grande arrepentimiento de haber sido arriano y perseguido a los católicos; y en señal de esto, mandó alzar el destierro a san Leandro, y que Recaredo, su hijo, estuviese a consejo de él y de san Fulgencio, sus tíos: y esta fue la mayor riqueza que le pudo dejar, porque con tales consejeros, salió muy católico, justo y buen príncipe, como diremos después. Murió Leovigildo, miércoles a 2 de abril, día de santa Teodosia, al amanecer, año de 587, y quedó sepultado en Toledo, en santa María la Vieja.
Había sido grande la persecución de los católicos en tiempo de los reyes pasados, que casi todos habían sido arrianos. Entró la herejía en ellos de esta manera: cuando vinieron a las tierras del imperio, pidieron al emperador Valente, hereje arriano, obispos y maestros que les enseñasen la doctrina cristiana y bautizasen; y el mal emperador, en vez de darles varones católicos, les dio maestros y prelados arrianos, y estos les inficionaron de manera, que casi toda aquella nación quedó manchada de esta herejía. No quedó el mal emperador sin pago de su maldad, porque, en una batalla que tuvo con los godos, fue vencido, y se retiró a una casa pajiza, donde se escondió, por no venir a poder de sus enemigos; pero ellos, que lo supieron, metieron fuego a la casa y lo quemaron vivo, el año de 382, llevando de esta manera el debido pago de haber engañado a aquella nación con la herejía arriana, que duró en ellos hasta este tiempo del rey Recaredo, hijo de Leovigildo, que, con los buenos consejeros y ayos que su padre le dejó, salió tan buen rey y tan católico, que pudo ser ejemplo y dechado de reyes. De él y de sus hechos tratan todos los historiadores, así eclesiásticos como seculares, y nunca acaban de engrandecer su religión, piedad y virtud. A instancia suya se juntó el concilio Toledano tercero, en que, entre otras cosas santas y buenas que se hicieron, fue condenar por mala y abjurar la herejía de Arrio, y confesar la fé católica. Celebráronse, sin este, en España otros concilios, y las cosas de los católicos hallaban gran favor en el rey, que después de haber reinado más de quince años, murió con universal dolor y sentimiento de todos los católicos, el año 601 de Cristo señor nuestro.
Liuva fue hijo de Recaredo y tomó el reino luego de muerto su padre, y le duró no más de un año, porque se levantó un caballero de gran linaje, llamado Viterico, y de pequeña conciencia: este le prendió y cortó una mano, y después le mató, habiéndóse ya alzado con el reino. Esto pasó el año de 604. Dicen que este rey se llamaba Liuva, y que era bastardo.
Viterico, después de muerto Liuva, quedó con el reino, y reinó con poca honra, y jamás quedó con victoria cumplida en las batallas que tuvo con los romanos, que aún perseveraban en querer ser señores de España. Reinó algunos siete años, y por los muchos desafueros y agravios que hizo a los suyos, le mataron el año de 609, y Tarragona batió moneda en honra suya.
Gundemaro vino después de Viterico: fue buen rey y muy católico, alcanzó algunas victorias de los romanos, y concedió que los malhechores que se acogiesen a las iglesias, quedasen seguros. Reinó solo dos años no cumplidos. Murió el de 612, según Morales, o 617, según otros.
Sisebuto fue sucesor de Gundemaro. Fue muy valeroso y alcanzó de los romanos algunas victorias, y edificó algunos templos, como el de santa Leocadia de Toledo, y otros. Sobre los años que duró su reinado y el que murió hay mucha discrepancia en los autores. Siguiendo a Illescas en su Pontifical, murió el año de 619, y después de haber ocho y medio años que reinaba. Morales dice haber muerto el año de 621.
Recaredo segundo, siendo niño, quedó, por muerte del padre, rey; pero no llegó su reinado a un año, porque murió al séptimo mes después del padre, y así algunos autores no lo ponen en el número de los reyes godos.
Suintila, el que vino después de Recaredo en el reino de los godos, fue hijo del otro rey Recaredo primero, y por la tiranía de Viterico y sucesión de Gundemaro, no pudo alcanzar el reino que le pertenecía, pero, por ser gran caballero y muy virtuoso, le tomó por yerno el rey Sisebuto y le hizo capitán general, y después, por muerte de Recaredo segundo, fue alzado por rey, y fue el primero que se vio señor y monarca de toda España, porque acabó de sacar del todo a los romanos. Dejó tres hijos: Rechimero, que le premurió, Sisenando y Chintila, que el uno tras del otro le fueron sucesores, aunque algunos no quieren que le fuesen hijos. Duróle el reino poco más de diez añosm porque murió el de 631.
Las costumbres del rey Suintila fueron tales, que obligaron a sus vasallos a desampararle y tomar por rey a Sisenando; y aunque al principio de su reinado tuvo algunas faltas, pero enmendado de ellas, fue buen rey y católico; y en su tiempo se congregó el cuarto concilio Toledano y después de haber reinado cinco años, murió el de Cristo 636.
Chintila fue muy buen rey y muy católico, y en su tiempo se celebraron el quinto y sexto concilios Toledanos. Floreció en su tiempo la virtud, porque había muchos obispos santos; reinó cuatro años poco más o menos, y murió el de 640.
Después de Chintila eligieron los godos por rey a Tulga, caballero muy principal y virtuoso: fue muy católico, y el reino le duró solo dos años, y murió antes de entrar al tercero, en el de 642, o de 640, según opinión de otros.
Chindasvinto, valiéndose de los medios que le fueron más a propósito, no reparando en si eran lícitos o no, fue elegido rey de los godos, y con violencia tomó posesión del reino; pero sentado en el solio real, fue muy católico y virtuoso, y muy celoso de la honra de Dios. Celebróse en su tiempo el concilio Toledano séptimo, y por su diligencia se halló el libro de los Morales de san Gregorio sobre Job. Tomó por compañero y sucesor en el reino a Recesvinto, su hijo; fue su reinado muy pacífico, sin rastro de guerras ni herejías, y duró diez años, y murió el de 652, o 650, según otros.
Recesvinto, hijo del precedente, quedó en el reino. Fueron tantas sus virtudes y cristiandad, que no acaban nunca los historiadores de decir bien de él; y como mi intento solo es dar noticia de los señores de los pueblos ilergetes y condado de Urgel, lo dejo, remitiéndome a los autores que cita Gerónimo Pujades, que hablan de este buen rey. Dejó un hijo llamado Teodofredo, a quien el mal rey Vitiza mandó quitar los ojos; y fuera más útil a España que le mandara quitar la vida, porque no engendrara a sus dos hijos Acosta y Rodrigo (Roderico), que fueron los que por sus vicios, negligencias y pecados perdieron nuestra España. Reinó diez y ocho años, y murió el de 672. Celebráronse en su tiempo muchos concilios.

Continuando la sucesión de los obispos de Urgel, después de san Justo que, como queda dicho, murió el año de 546, le hallo sucesor a Simplicio, de quien hallo memoria y firma en tres concilios en que asistió; estos fueron el Toledano tercero que, según parece, se celebró el año 589, en el cuarto año del rey Recaredo, era de 627. Asistieron a este concilio sesenta y tres obispos y cinco procuradores de otros tantos ausentes, y en él se ordenaron muchas cosas santas y buenas; y abjuraron la herejía de Arrio, como refieren largamente el doctor Padilla, Morales y otros que hacen larga memoria de lo que pasó en este sagrado concilio. Asistió al de Zaragoza, celebrado en el sexto año del reinado de Recaredo, siendo pontífice el papa Gregorio, año 630 de la era de César, que corresponde al de 592 del Señor. Los cánones que de este concilio se hallan son tres: en el primero dispone cómo han de vivir los clérigos que, dejada la herejía de Arrio, se convierten a la fé católica; en el segundo que se denuncien las reliquias de los arrianos muertos, que entre ellos eran venerados por santos, para que sean quemadas; en el tercero que las iglesias de los arrianos sean de nuevo consagradas por los obispos católicos. Asistió también a otro concilio que se celebró en Barcelona en el año catorce del rey Recaredo, era 637, que es el año de Cristo 599. En él se ordenaron cuatro cánones: el primero que por la celebración de las órdenes no pidan ni reciban nada los obispos; el segundo, que ni por la crisma se da para bautizar se reciba nada; el tercero da forma en nombrar y elegir los obispos; el cuarto pone penas a los que dejaren el hábito de la religión, y contra las mujeres que quedaren en poder de los que las violentaron. Este es el segundo de los concilios celebrados en aquella ciudad. En la iglesia de Urgel está notado que fue diez y seis años obispo.
Sucesor de Simplicio fue Pompedio. La memoria que hallo de este prelado fue que asistió y firmó en el concilio Egarense, celebrado en Cataluña en la ciudad de Egara, que está junto a la villa de Terrasa, en que firmaron doce obispos, y entre ellos Pompedio; y aunque en la firma no diga de dónde era obispo, pero Marco Máximo, obispo de Zaragoza, en sus fragmentos históricos, que continúan la historia de Flavio Dextro, en el año 614, hablando de este concilio dice ser Pompedio obispo de Urgel.
Ranario o Ranurio es el obispo que hallo después del precedente. Este asistió y firmó en el concilio Toledano cuarto, celebrado el año de 633, que fue el tercero del rey Sisenando y undécimo del papa Honorio: este fue el más señalado de cuantos concilios se han celebrado en España, en que concurrieron setenta y dos obispos y siete procuradores de otros tantos ausentes. Lo que pasó en él escriben el doctor Padilla y otros que hacen larga relación de este concilio.
Maurelio asistió al concilio octavo Toledano que se juntó en tiempo del rey Recesvinto, en el año 653 de Cristo nuestro señor. Halláronse en él cincuenta y dos obispos, doce abades y otras dignidades, diez vicarios de obispos ausentes y diez y seis varones ilustres. Asistió también al concilio Toledano nono, celebrado el año 655 del Señor y séptimo del rey Recesvinto, al que asistieron, diez y seis obispos, nueve abades y cuatro varones ilustres. De lo que pasó en ellos hacen larga memoria los autores citados.
En tiempo de estos reyes se usaba en España señalar los católicos sus iglesias, por diferenciarlas de las de los arrianos, porque en un mismo tiempo y pueblo había iglesias de los unos y de los otros; y no solo señalaban los templos, más aún sepulcros, edificios, pilas de agua bendita y todo lo demás les parecía, para que se supiesen cuyas eran las tales cosas. El señal era una cruz, y bajo las dos letras alpha y omega, que son la primera y la prostera del alfabeto griego, en esta forma, A+Ω, y en algunas partes de otra, esto es, que hacían la cifra antigua del lábaro, que significaba el nombre de Cristo, que era una X y en medio de ella una P, (como una espada) de esta manera: *figura de donde quedó el uso de escribir Cristo Xps., y al lado de la cifra ponían el alfa y omega de esta manera: A-X(la P atraviesa la X)-Ω; y esta costumbre se continuó muchos años aún después de la venida de los moros a España, y se observó en los autos y escrituras públicas en el principio, antes de las primeras letras, y por haber sido esta muy común, es bien se sepa el principio de ella.
Mayor herejía de Arrio fue quitar a Jesucristo nuestro señor la igualdad que en la divinidad tiene con el Padre eterno, y hacerlo a él inferior en todo: por esto quien quería mostrar que no seguía este error, sino la doctrina católica, representando a nuestro redentor Jesucristo por la cruz o por la cifra de la X de la P, confesaba también su entera divinidad igual con la del Padre, poniendo aquellas dos letras griegas a y Ω, por las cuales, en el Apocalipsis, se nos enseña la verdadera divinidad de Jesucristo nuestro redentor. Presupuesto que estas dos letras son la primera y postrera del alfabeto griego, dice allí en el Apocalipis nuestro señor Jesucristo de si mismo, por boca del apóstol san Juan: Yo soy alpha y omega; y declarólo más, añadiendo principio y fin, que es atributo y propiedad de la divinidad de Dios, que no puede competir sino a quien es verdadero y enteramente Dios, pues otro no puede ser principio y fin de todas las cosas. Por esta causa los católicos de estos tiempos, por darse a conocer y diferenciarse de los arrianos, se señalaban con este blasón de la alpha y omega como firme testimonio de su verdadera fé, porque un arriano no confesara esto de Jesucristo nuestro señor. Este uso de este católico blasón hallamos venir de más atrás, pues en las monedas del emperador Majencio y de su hermano Decencio está esculpido, como lo notan don Antonio Agustín y Guillermo Coul en sus libros de medallas. Estos dos hermanos se levantaron con el imperio contra Constancio, habiendo muerto el emperador Constante, su hermano: y porque Constancio era muy arriano, ellos quisieron dar a entender de si como eran católicos, y por esto pusieron en sus monedas y banderas la cifra de la X y de la P, que son las dos primeras letras con que en griego se escribe el nombre de Cristo señor nuestro, (XP pronunciado jristós), añadiendo a los dos lados la alpha y omega para confesar su verdadera divinidad igual con la del padre; y con esto llamaban a los católicos para que les siguiesen, mostrando que ellos lo eran. En Cataluña he observado muchos edificios antiguos con esta santa señal; en Barcelona se ve sobre la puerta más principal de San Pablo y en la inscripción o epitafio del sepulcro de Vifredo, conde de Barcelona, que está en aquella iglesia, el cual trae el doctor Pujades en su historia, lib. tercero, cap. 89. Está al principio del epitafio y al fin de él, para denotar cuán católico fue aquel príncipe. En Lérida, en la puerta de San Berenguer o del castillo, en la iglesia Mayor, en la piedra de ella está también grabado, así como también en el real monasterio de Poblet, sobre la puerta más principal; y en el monasterio de San Miguel de Escornalbou (escorná al bou, descornar al toro o buey) en el campo de Tarragona, hasta en las pilas del agua bendita lo ponían, como lo vemos hoy en San Justo de Barcelona, en una pila que está a la mano derecha de los que entran por el portal mayor de aquella iglesia. Pues de los edificios que se hallan en Castilla y sepulcros no digo nada, por haberlo trabajado muy bien el maestro Ambrosio de Morales, en su historia, de quien se ha sacado casi todo este discurso.
Wamba, e quien el vulgo llama Bamba, fue nombrado rey de los godos, después de Recesvinto: sus cosas, así en orden a los cuentos del vulgo, como a la verdad de sus hechos, cuentan Gerónimo Pujades y otros que él alega; lo cierto es que fue nombrado rey con consentimiento de todos los godos, y era tanta su modestia, que ni el aplauso universal y deseo de todos le obligaban a tomar el reino, hasta que un godo, con gran valor, le amenazó de muerte si no consentía a la voluntad de todos; y así le aceptó estando en la ciudad de Toledo, veinte días después de muerto el rey su antecesor. En su coronación se vieron señales extraordinarias: de encima la cabeza del rey salió un vapor
como de humo, a modo de coluna que subia hacia el cielo, y tras este voló una abeja también hacia arriba, habiendo salido de la cabeza del rey: indicios ciertos de la suavidad y buen gobierno que había de tener el nuevo rey, y así lo sintieron todos los que lo vieron. Paulo, mal vasallo suyo, se le rebeló, y los moros de África, con armada poderosa embistieron a España; pero a todos resistió el rey, y con dicha acabó la guerra, quemando los navíos a los moros, y dando a Paulo con benignidad el castigo merecido por infidelidad y atrevimiento.
Había muy a menudo entre los obispos de España diferencias sobre los límites de sus obispados, y en averiguación de ellos gastaba lo más del tiempo el buen rey Wamba, que, sobre esto, se tomase regla cierta y se atacasen las discordias. La instancia del rey fue eficaz y se hizo la división (hitación, de hitos; fita, fites); y dejada la de los otros obispados, diré solo como a la metrópoli de Tarragona asignaron por sufragáneos los obispados de Urgel, Lérida y Huesca, así como antes lo eran, y los límites de estos tres obispados se designaron de esta manera:
Urgel, desde Aurata hasta Nasona, y de Mucanera hasta Vals.
Lérida, desde Nasona hasta Fuente Sala, y de Lora hasta Mata.
Huesca, desde Esplana hasta Cobello, y des Esperle hasta *Ribera.
Qué términos fuesen estos y qué lugares, sería cosa dificultosa la averiguación de ellos, por ser los más poco *usados y casi desconocidos. Con esta división supo cada obispo lo que era suyo y lo que le tocaba y cesaron los pleitos, si algunos había; y con esto y algunos concilios que se juntaron, quedó el estado eclesiástico muy obligado al rey, como a su amparo y protector que era. Ocupado el rey en estas cosas y otras del servicio de Dios y bien de sus reinos, se levantó un conde llamado Ervigio, que era primo hermano del rey Chindasvinto y codicioso de reinar, tuvo traza como dar al rey ponzoña, que no le hizo otro daño más de quitarle la memoria; y conociendo Wamba que aquel accidente mal podría cumplir las obligaciones del reino y se t dejé a los grandes la administración del reino y se recogió a un monasterio del orden de san Benito, donde vivió siete años y tres meses, sirviendo a Dios nuestro señor, que es el verdadero reinar, después de haber tenido el reino de los godos nueve años, un mes y catorce días, que acabaron el año de 681.
Flavio Ervigio, que dio el veneno a Wamba, sucedió en el reino, ora sea porque el rey se lo diese, ora porque él por fuerza se lo tomase. Era Ervigio hijo de una hermana del rey Chindasvinto, de quien había quedado un hijo; pero no fue rey, porque entre los godos el reino no se heredaba por sangre, sino que se daba por elección, aunque a la postre vino a ser hereditario. El favor y poder de Ervigio era mayor que el del hijo del rey Chindasvinto, y, por mejor asegurarse de los deudos de Wamba, casó una hija que tenía con Egica, primo hermano del rey Wamba. Fue este rey muy católico y bueno, aunque no lo fueron los medios por donde le vino el reino. En su tiempo hubo en España mucha hambre; reinó quince años, y murió el de 688.
Egica, primo del rey Wamba, fue sin contradicción alguna rey de España. En él se enfrió la virtud y religión de los reyes godos. En el comienzo de su reinado echó de si a la reina su mujer; fue muy enemigo de su sangre, y desterró al duque Favila, padre que fue del infante don Pelayo, a la ciudad de Tuy, donde vivía también Vitiza, hijo del rey, y tal o peor que él, el cual trabó un día razones con el duque, y le dio con un palo que llevaba en la cabeza, y murió del golpe. Murió Egica el año 702, después de haber reinado trece años.
Vitiza, hijo de Egica, fue rey de los godos, que así como más se iban acercando a su fin, tanto más iba desfalleciendo y menguando la antigua nobleza y valor; y si el padre fue malo, Vitiza fue peor: al principio dio muestras de bueno, mas presto descubrió los vicios y maldades que en el corazón tenía encubiertos. Desterró de sus reinos al infante don Pelayo, y tomó públicamente muchas mancebas, permitiéndolo con ley a sus vasallos. A los clérigos no solo dio licencia para casarse; mas con violencia les obligaba a ello (casato capat; casado o capado). Quitó el obispado de Toledo a Sinderedo, a quien el arzobispo don Rodrigo llama varón claro en el estudio de santidad, y puso en su lugar un hermano o hijo suyo, llamado Opas, para que acabase de corromper a los eclesiásticos, así como él había corrompido a los laicos. Procuró haber a las manos a Teodofredo, hijo del rey Recesvinto y padre de Acosta y de Rodrigo, y le quitó los ojos: a los hijos no lo pudo, porque se dieron cobro. Por estas y otras muchas maldades vino a ser aborrecido de todos, y con esto tuvo Rodrigo buena ocasión de alzarse contra él y sacarlo del reino. Quedó Vitiza preso, y Rodrigo le quitó los ojos, así como él los había quitado a su padre, y le envió a Córdoba, donde acabó sus días. Dejó dos hijos, que después, juntados con los moros, ayudaron a la destrucción de España. Reinó nueve años, y murió el de 711.

Continuando los obispos de Urgel que lo fueron por estos tiempos, hallo después memoria de Teuderico, a quien llaman algunos episcopologios, segundo; pero esto no lo afirmo, porque no ha venido a mí noticia el primero. De este pelado hallo que en el concilio Toledano décimotercio, celebrado el año de 683, siendo rey Ervigio, asistió Florencio, su vicario, que firmó por él. Juntáronse en este concilio cuarenta y ocho obispos, ocho abades, veinte y siete vicarios o procuradores de obispos ausentes, y veinte y seis condes o varones ilustres.
Celebróse en su tiempo el concilio décimoquinto Toledano, siendo rey Egica, el primer año de su reinado, que fue el del Señor 688. Asistieron en él sesenta y un obispos, doce entre abades y otras dignidades, y cinco vicarios de obispos ausentes, y entre ellos Florencio, presbítero, que firma por Teuderico, obispo de Urgel, y diez y siete condes.
Celebróse asímismo el décimosexto concilio Toledano, en el año de 693 y sexto del rey Egica, en que asistió nuestro obispo personalmente. Halláronse en él cincuenta y ocho obispos, cinco abades, tres vicarios de obispos ausentes, y diez y seis entre condes y varones ilustres de la casa y corte del rey. De lo que se ordenó en los concilios tratan
largamente el doctor Padilla, Morales y otros. Después de este año no hallo memoria de otros obispos, y los hubo, cierto, que con su rebaño se retiraron a lo más áspero de los Pirineos, donde jamás faltaron cristianos y templos en que se celebró misa, que, por ser tierra tan áspera se pudieron allá conservar muchos años.

domingo, 24 de mayo de 2020

Biografía de Pedro Miguel Carbonell

BIOGRAFÍA.

Pedro Miguel Carbonell nació en Barcelona en la Casa gran de la Plaza nueva el lunes 8 de febrero de 1434. (Nota 1) Fueron sus padres Francisco Carbonell (N. 2) y Juana dez Soler (N. 3 y 18), que murió de perlesía en 17 de noviembre de 1496 en la casa principal de su hijo, situada entonces en la calle den Serra. (N. 5) Casó en primeras nupcias con Engracia (N. 2) y tuvo de ella algunos hijos. Su número y sus nombres los ignoramos por haber desaparecido el fól. 5vto del Memoriale n.49 en que los tenía apuntados. Aunque sabemos que fue padre de tres hijas y que uno de los varones se llamó Francisco de Asís, otro Pedro Miguely otro Baltasar, no podemos afirmar que fuesen todos habidos de aquella. Esta circunstancia consta respecto de Francisco (N. 18), único que sobrevivió al padre, y que presumimos sería el mayor, por llevar el nombre de su abuelo paterno. Los demás ignoramos si los tuvo de Engracia o de su segunda esposa Eulalia, viuda de Pedro Morer, mercader de Barcelona (N. 4), aunque por el modo con que habla de ellos en diferentes notas nos inclinamos a creer que todos fueron de la primera.
Ninguna luz nos ha podido dar el minucioso examen que hemos practicado de las copiosas notas autógrafas que felizmente se nos han venido a las manos para descubrir en qué pudo emplear Carbonell los veinte y cuatro primeros años de su vida. Suponemos los invertiría en su educación y en el estudio de las humanidades y de la historia, que más adelante le vemos desenvolver con tanta maestría y buen tacto, que admiran al lector y se lo representan como uno de los espíritus más observadores de su época.
El primer carácter de que se nos presenta revestido es el de notario público, cuyo nombramiento le fue expedido por D. Alfonso V de Aragón, desde Benavente, en 3 de marzo de 1458 (D.to 1.o) habiéndole declarado apto para ejercer esta carrera los consejeros Jaime Pau, doctor en leyes y tio suyo, y Juan Peyró, lugarteniente del protonotario de la ciudad de Barcelona, comisionados ambos ad hoc por el mismo rey (D. 2). Posteriormente el hermano y sucesor de este monarca, D. Juan II, le confirmó y amplió esta gracia en Barcelona a 13 de octubre de 1478. (D. 3).
Muy sentada y general reputación debió tener en la carrera, cuando le vemos formar de sus escrituras la considerable colección de veinte y ocho manuales o protocolos.
El último le posee en su numeroso y bien coordinado archivo el actual escribano público y de número de esta ciudad D. José María Torrent y Sayrols. (*)
(*) No podemos menos de repetir aqui las mesespresivas gracias al Sr. Torrent por la franqueza y fina atención con que, después de enterado de nuestro objeto, nos facilitó en su despacho el examen del citado protocolo y de todos los demás papeles que creímos podrian convenirnos; sintiendo a la par que la conducta muy distinta observada por otro de sus compañeros de profesión haya tal vez privado a nuestros lectores de algunas otras noticias no menos interesantes que las expuestas. De todos modos, al Sr. Torrent debe caberle la satisfacción de haber contribuido con sa loable condescendencia al justo elogio y conocimiento de un sujeto que honró la clase a que pertenece, y puede contar siempre con el reconocimiento del autor de esta biografía.

Le titula Carbonell Vicesimum octavum Manuale mei P . Michaeli Carbonelli Ser.i domini Regis Scribae ejus auctoritate Not. P. Barcinonae, y decimos ser el último, porque las fechas que abraza llegan hasta el año mismo de su muerte, porque están en blanco sus últimos fóleos, que no los hubiera dejado en aquel estado si continuara en el ejercicio de su notaria, y finalmente porque termina con una nota autógrafa de su hijo y sucesor Francisco, en que expresa la muerte de su padre. No dudamos que aun mayor número de escrituras hubiera dejado al morir, a no haber prescindido de extender la mayor parte de las que se le presentaban desde el año 1511, para atender con más esmero a la custodia del Real Archivo que le confió el mismo D. Juan II, como más adelante veremos. Asi lo expresa al fól. 84 v.to del mencionado protocolo, con asiento del 25 de abril de 1515. Hic mutatur an nus, dice, et aviditus recipiendi per me instrumenta cessat quia non curo nisi de Regio Archivo tempus perdere seu raro ipsa recipio et ultra meam voluntatem.
Una de las circunstancias que le darian más realce en su carrera y que quizás debió de contribuir a que se le agraciase con la plaza de archivero, fue el hermoso carácter de letra que poseia. En aquellos tiempos en que la imprenta estaba en su infancia, un buen pendolista tenía asegurados su subsistencia y porvenir, mientras que hoy día la profusión de los productos de aquella y lo muy generalizada que se halla esta habilidad, casi la han convertido en insignificante para esta clase de destinos. Afortunadamente nuestro cronista unía la inteligencia de la dirección a la destreza mecánica del escribiente. Que tuvo un hermoso carácter de letra queda demostrado tomándose la pena de hojear los inumerables escritos suyos que se conservan en el Archivo general de la Corona de Aragón, y que él mismo daba gran valor a esta circunstancia se desprende de los elogios que repelidas veces hace en el margen de los documentos escritos con la no menos hermosa letra
de D. Pedro el Ceremonioso (*), y de las numerosas excusas que da cuando su cansada mano iba entorpeciéndose con los años (N. 5.)
La brillante opinión que gozaba Carbonell entre sus conciudadanos y los buenos informes que de su aptitud dio a D. Juan II su abogado fiscal micer Juan Ros, decidieron a este monarca a confiarle las llaves de su Real Archivo, al vacar esta plaza por muerte de su antecesor Jaime García (D. 4).

(*) Carbonell fue entusiasta admirador de aquel rey e incansable en aprovechar las ocasiones de encomiarle. Llevó a tal extremo su pasión hacia él, que trató de imitarle en la costumbre que aquel tenía y le valió el renombre de Pere del punyalet, que la posteridad le dio. Véase al fin de la coluna 1.a del fól. 100 de su crónica: E per semblant yo dit Archiver he delliberat portar punyalet tant com viuré é jalcomenç portar encara quen sia motejat del punalet.

Los términos en que el Rey le expidió el nombramiento, desde Zaragoza a 9 de diciembre de 1476. reasumen el más eminente elogio de su persona e idoneidad, que pudiéramos hacer. El monarca, después de ponderar en él la importancia y mérito de su Archivo y la conveniencia de que el nombramiento del encargado de su custodia recayese en persona probada, selecta e idónea, y manifestando cuánto y cuán detenidamente había discurrido para echar mano del sujeto que reuniese tales circunstancias, dice: Tandem ad vos fidelem nostrum Petrum Michaelem Carbonell notarium civem Barchinone intuitum considerationis nostre convertimus quem plurium fidedignorum testimonium ac comunis fame preloqio noscimus fide probitat et animi sinceritate aliisque virtutibus esse ornatum valdeque abtum et ydoneum non modo ad ipsum officium exercendum sed multo etiam maiora onera subeundum; his igitur considerationibus inducti de vestris eisdem fide probitate ydoneytate et industria plenissime confidentes vos dictum Petrum Michaelem Carbonellum, & &. Nombróle al propio tiempo Scribam domus nostre, por ser este un requisito que indispensablemente debía reunir el que desempeñase aquel cargo, en virtud de la Real pracmática dada por el célebre D. Pedro el Ceremonioso en Tamarite, a 12 de marzo de 1584, vigente entonces aún en toda su fuerza (D.5). A las 10 de la mañana del día 7 de enero de 1477 tomó posesión de su cargo, en presencia de Bartolomé Veri, consejero y regente la Cancillería del Rey, Andrés de Peguera, Maestre Racional de la corte en la ciudad de Barcelona, Principado de Cataluña, reino de Mallorca, islas adyacentes y reino de Sicilia, Pedro Baucells, lugarteniente del sobredicho Maestre Racional, Monserrat Torres, presbitero, y Bernardo Audor, escribano del Rey, que autorizó el acto, siendo testigos Juan Viastrosa, mercader y ciudadano de Barcelona, yerno del antecesor de Carbonell, Jaime Garcia, y otras personas. Prestó después juramento y homenaje en manos del Regente la Cancillería del Rey ya mencionado, a tenor de los usajes de Barcelona y constituciones generales de Cataluña (N. 6). Posteriormente don Fernando el Católico, desde Jerez, a 23 (o 25) de octubre de 1477, confirmó en todas sus partes el nombramiento de Carbonell (D. 6). Tanta era la confianza que este monarca le dispensaba, tal el convencimiento que tenía de que jamás abusaría de ella, y tan persuadido estaba de su celo por la custodia del Archivo; que no vaciló en concederle, desde Tarazona, a 3 de marzo de 1484, el más amplio permiso para que, siempre que lo exigiesen sus negocios y en toda época en que se declarase la peste en Barcelona (tan frecuente en aquellos tiempos), se ausentase de ella a cuanta distancia quisiese, con la única prevención de que, a su partida, confiase las llaves del Archivo a alguno de los empleados que le designó, para que su Real servicio no quedara desatendido (D.7).
La brillante posición que ocupaba Carbonell, su importante destino, las buenas relaciones que tenía en la corte, su mucho saber y su bien sentada opinión le grangearon las más altas consideraciones por parte de los personajes de mayor rango y valia. Para convencerse de esto no hay más que hojear las copiosas cartas que recibia, muchas de las cuales se conservan aún en el legajo de autógrafos
custodiado en el Archivo general de la Corona de Aragón. En la que el Condestable de aquel reino le escribía desde Torá a 29 de julio de 1483, pidiéndole copia de un documento del Archivo, le da el título de magnifich e de mi singular amich. El canónigo de Tortosa P. Juan Lobera, desde el monasterio de S. Juan de las Abadesas, a 16 de setiembre de 1484, le titula Mossenyer molt magnifich e de gran saviesa. El Regente la Cancillería de Aragón, Martin Martinez Teruel, en carta escrita desde Zaragoza a 8 de setiembre de 1488, le da el dictado de Magnifficho y special amigo, D. Alfonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza, desde aquella ciudad, a l.° de octubre de 1490, le denomina Special amigo. El Condestable y Conde de Cardona, desde Arbeca, a 27 de febrero de 1491, comienza su carta Molt magnifich e singular amich. D. Juan de Aragón, conde de Ribagorza, en su carta fechada en Luna a 10 de noviembre de 1491, le llama Virtuoso mi special amigo & &. Son infinitas las que expresan dictados parecidos y que dejamos de citar en obsequio de la brevedad.
Pero si tales distinciones podian justamente halagar su amor propio, sin embargo, esta noble satisfacción debieron acibararla no pocas veces la envidia y la calumnia. Bien amargamente se queja de los sinsabores que aquellas enemigas incansables de todo hombre de mérito le acarreaban,
en la carta que desde Barcelona escribía a su primo Gerónimo Pau el día último de abril de 1477 (D. 8). Sus enemigos le echaban en cara que, a la par del cargo de Archivero, ejercía el de escribano del Rey, cosa que aseguraban no haberse usado hasta entonces; pero Carbonell, con sus útiles investigaciones practicadas en los papeles mismos que tenía encomendados a su custodia, y auxiliado de sus buenos e influyentes amigos Bartolomé Veri, Juan Peyró, Juan Vilar y Pedro Baucells les dio el más solemne mentis (N. 7). También compuso unos metros o coplascontra los reprensores de su vida, que desgraciadamente se han perdido, como veremos al tratar de sus obras poéticas, y otros contra los que, movidos esclusivamente del deseo de perjudicarle y perseguirle, aconsejaron a D. Fernando el Católico la constitución que dictó en las primeras Cortes celebradas en Monzón a 2 de setiembre de 1510, relativa a los registros del Archivo Real y salarios que correspondían a su Archivero. Pero el mejor testimonio de que Carbonell fue el blanco de la maledicencia y de la calumnia es el estilo fuerte y reprensivo de algunas cartas que le dirigió el mismo D. Fernando, que tanto le había elogiado y distinguido anteriormente. Para no molestar a nuestros lectores nos concretamos a recomendarles la lectura de la que le escribió desde Zaragoza a 27 de diciembre de 1488 (D. 9). Sin embargo, solo una impresión muy pasajera debieron producir las intrigas de los enemigos del calumniado en el corazón del Rey, cuando a los pocos dias, admitiendo una leve excusa alegada por Carbonell, le devolvió toda su gracia (D.10).
La exactitud, aplicación, inteligencia y celo de Carbonell en el ejercicio de su cargo de Archivero tiene una convincente e incontrastable defensa que ni la calumnia pudo en su tiempo acallar ni el largo periodo de cerca cuatro siglos ha sido bastante a destruir. Hojee el curioso los muchos registros y las numerosas escrituras que posee el Archivo general de la Corona de Aragón correspondientes a los condados y reinadosdesde D. Vifredo el Velloso hasta principios del segundo año del de D. Carlos I el maximo, en cuya época murió Carbonell; y en bien pocos de ellos dejará de ver algún rastro de su inteligente y laboriosa mano, siendo además copiosos y abundantísimos los índices, notas y memorias que nos ha legado de existencias, ingresos, pérdidas, reclamaciones y vicisitudes de aquellos preciosos papeles que hoy día admiramos.
El cuidado material que ponía Carbonell en la custodia y conservación del rico depósito que le tenía confiado el Rey lo atestiguan palpablemente las dos apócas registradas a los fól. 37 y 87 de su 28.° protocolo o manual que hemos citado anteriormente (D.11 y 12). La primera corresponde a la cuenta de 46 s. y 6 d. invertidos en reponer y asegurar la puerta del Real Archivo, que se hallaba en muy mal estado a 11 de diciembre de 1506, y la segunda a la de 130, s. satisfecha a 13 de diciembre de 1511, por la construcción de nuevas estanterías, escaleras y demás para colocar los registros que de nuevo habían ingresado. No es nada reducido el número de las notas que ha dejado y que atestiguan haber satisfecho de fondos suyos particulares el coste de algunas mejoras practicadas en su tiempo y por disposición suya en el Archivo.
Pero uno de los rasgos que más honran el carácter de Carbonell es la suma delicadeza y gran desprendimiento con que se portaba al exijir sus derechos por la expedición de los testimonios, copias y noticias de los papeles que custodiaba y que en aquella época constituian el más considerable emolumento de su destino. A las personas notables por consideración y respeto a su rango y posición les dispensaba el todo o parte de sus derechos, mientras que su compasivo corazón no podía admitir los que la mano del pobre le ofrecía. Y esta generosidad resalta tanto más, cuanto que sus sueldos fijos o quitaciones le eran satisfechos con enormes atrasos (N. 8, 9 y 10.)
Carbonell ejerció su empleo durante cuarenta añoscumplidos, que mediaron desde su nombramiento hasta su muerte, y en tan largo espacio de tiempo no descuidó un momento las atenciones que aquel le ofrecía. Igual celo e igual constancia hemos notado en el principio y en el fin de su archiverato, a pesar de que en el último tercio de su vida su avanzada edad y los progresos de la terrible enfermedad de asma que padecía ponian algún obstáculo a sus constantes desvelos. Aun teniendo el descanso y consuelo de su hijo Francisco, que reunía por autorización Real la circunstancia de ser coarchivero y coadyutor suyo, economizó cuanto pudo el echar mano de este alivio.
Invertía todos los ratos de ocio en escribir las concienzudas e interesantes obras que nos dejó y de las cuales nos ocuparemos más adelante, y en estudiar los autores clásicos y los demás libros cuya lectura estaba más en boga en aquella primitiva época de la imprenta, gastando, a pesar de su escasa fortuna, sumas considerables en adquirir ediciones de tanto valor entonces por su novedad como le tienen hoy día por su antiguedad y rareza. Los bibliógrafos hallarán en la Biblioteca pública de Barcelona un crecido número de aquellos preciosos libros que la inagotable generosidad de Carbonell distribuyó entre las de los conventos de esta ciudad y de sus alrededores, y que después de los incendios de aquellas casas religiosas se reunieron en aquella. Recomendamos especialmente a los aficionados el examen del magnifico ejemplar en gran fóleo de las obras de Séneca, impreso en Nápoles en 1475,que nuestro cronista donó al convento de Menores de Barcelona en obsequio a su estimado amigo, el célebre predicador, religioso de aquella orden, F. Francisco Sagarra, según la carta autógrafa que continuó en su primer fóleo a 6 de los idus de enero de 1487. (N. 11).
Tal es el bosquejo que hemos trazado de la conducía de Carbonell como funcionario público; réstanos solo añadir, bajo el punto de vista de la politica, que fue amante y agradecido hasta lo sumo para con los reyes que habian depositado en él su confianza, como lo expresa repetidas veces en el decurso de su crónica, y que no quiso admitir ningún otro cargo público, no solo por no distraerse de sus principales obligaciones y estudios, si que también porque el ejercicio de algunos repugnaba a su carácter y convicciones.
Pasemos ya a considerarle como simple particular en el interior de su familia, y hablemos de su moralidad. Carbonell fue buen hijo, buen esposo y buen padre. Lo primero lo atestiguan el respeto y cariño con que habla siempre de sus padres, en falta de otras pruebas más directas que no dudamos hallaríamos en el fól. 62 del Memoriale n.49, a no haber aquel desaparecido. No obstante el cuidado y esmero con que compuso el epitafio de su padre, cuyos restos yacian en el convento de Dominicos de esta ciudad (N. 2.), los minuciosos detalles que nos refiere de la enfermedad, agonía y muerte de su madre, y la veneración hacia ella que nos indica la circunstancia de haber muerto aquella in cameram maiorem domus maioris domorum mearum(N.3) corroboran la exactitud de nuestro aserto. Para probar que fue buen esposo, nos sobran poderosas razones que exponer respecto a su segunda mujer Eulalia, aunque con relación a Engracia la primera, únicamente podamos alegar el cuidado que tuvo de incluirla en la tumba y en el epitafio que dedicó a su padre, y el epíteto que en aquel la da de Conjugi benemerenti (N. 2.). Carbonell cometió sin duda la imprudencia de casarse de segundas nupcias con una mujer joven, o tuvo la desgracia de que no reuniese esta la genialidad y buenas circunstancias que tanto son de apetecer en la compañera de nuestra vida. No hay más que leer el breve y original pero tal vez demasiado severo y libre prefacio sobre el matrimonio con que en cabeza su 28.° Memorial o protocolo, ya citado, para convencerse de que en el que contrajo segunda vez no fue tan feliz como en el primero (N.12). Y es preciso disculpar a Carbonell este arranque de mal humor, considerando que pudo escribirlo en circunstancias criticas y desagradables en que el hombre más pacifico salta todas las vallas de la reflexión. Y cuanto más irritado y descontento le consideremos, tanto más paciente y generoso se nos presenta cuando, quejándose amargamente de la conducta de su hijo para con él, dice, yo ley perdó: faça yo lo que dec axi vers ell com vers nostra muller e ells nunca façan res per mi que de ço so content (N.13 ).
¿Podrá pues, dudarse, que Carbonell fue un buen esposo?
Todo el amor de que era capaz su noble y afectuosa alma se ve reconcentrado en el entrañable cariño que profesó a sus hijos y a sus nietos. Los primeros fueron seis, según hemos indicado en el principio de esta biografía, tres varones y tres hembras. La sola vez que de estas habla lo hace manifestando al Rey el sentimiento que tenía de no poderlas dotar como deseaba (D.13). De los varones Pedro Miguel quedó ciego mientras mamaba,se dedicó a la música, y a los veinte y siete años de edad la peste lo arrebató a su padre, el viernes 2 de julio de 1490. El cariño que tuvo a este desgraciado hijo lo atestigua la tierna octava que le dedica en su continuación a la Dança de la Mort, Baltasar marchó a Ciutadella de Menorca, para estar al cuidado de un tio suyo, indudablemente materno, que parece le quería mucho y trataba de hacer su felicidad; pero la muerte cortó su vida en flor, y Carbonell perdió otro objeto de su cariño. El contenido de la carta que Francisco le escribía desde Zaragoza a 30 de setiembre de 1484, de la que hemos sacado las noticias que acabamos de exponer, son un cumplido testimonio de los cuidados y desvelos que el padre pasaba por la suerte y porvenir de aquel malogrado hijo (D. 14). Pero concretándonos a Francisco, este fue el único varón que le sobrevivió, perpetuó su nombre y le sucedió en bienes, carrera y destino. Debió de ser extremada la constante solicitud con que Carbonell cuidó de darle una educación adecuada a los honores y al cargo a que naturalmente había de destinarle, y si no es una clara indicación de esto, no sabemos qué otra explicación pueda darse a las severas máximas que le dejó escritas, sin duda para que jamás las olvidara, al fól. 481 del Memoriale n. 49, y son las siguientes.
Fili charissime hec serva mandata.
Loquere pauca, ut facis.
Verax esto.
Ne sis velox.
Iram seda.
Liti cede.
Turpia tace.
Deroga nulli.
Misericors esto.
Memento mori.
Ni olvidó tampoco inculcarle las sanas máximas de la religión cristiana, como lo prueba el contenido de la carta que el hijo dirigía al padre desde Córdova a 30 de mayo de 1482. (D. 15).
Apenas cumplió Francisco los diez y ocho años, su padre suplicó a mossen Gaspar de Arinyó, consejero y secretario del Rey, le admitiese en su servicio, ponderando sus buenas costumbres y conocimientos, como es de ver de la carta que desde Barcelona le escribió en 12 de enero de 1479 (D. 16). Los deseos de Carbonell quedaron muy en breve cumplidos, puesto que vemos que el mencionado Francisco salió montado en una gentil mulapara Valencia el martes 28 de setiembre de aquel mismo año, en servicio y compañía de mossen Gaspar de Arinyó y también en la del otro secretario del Rey, mossen Peyró. Este debía por encargo del padre vigilarle, tenerle a su lado y satisfacer los gastos de su manutención (N. 14), bien que después lo recibió en su casa y lo tomó definitivamente por escribiente mossen Gaspar de Arinyó, el sábado 31 de marzo de 1481 (N. 15). Carbonell correspondió a este obsequio con el regalo que hizo al sobredicho Arinyó de un libro de un valor considerable y cuyo título sentimos no nos dejase consignado, ya que asi lo hizo de otras circunstancias no menos curiosas.
Carbonell tuvo que vencer la repugnancia de su hijo a seguir la corte (N. 14). Como hombre de talento y experiencia preveía que, a favor de las relaciones que en ella contrajese y con su aplicación y buena conducta, no le sería dificil alcanzar una posición ventajosa. En efecto: no habían transcurrido aún cuatro años desde su partida, cuando D. Fernando el Católico, a solicitud de Carbonell, con el apoyo de sus buenos e influyentes amigos y en atención a los servicios que Francisco había ya prestado a la corte en clase de escribiente a las órdenes de su secretario Arinyó, le agració con el nombramiento de coarchivero y coescribanode mandamiento, desde Córdova en 21 de mayo de 1483, concediéndole los mismos derechos, preheminencias y emolumentos que disfrutaba su padre, reservando sin embargo exclusivamente para este la quitación ordinaria o sueldo y el ejercicio de decretar las súplicas, poner los mandatos, actuar los procesos y hacer todos los actos propios a los escribanos de mandamiento. Dispuso también que, en caso de muerte, cesión o abdicación de cualquiera de ellos, la plaza quedase integramente et ipso facto para el sobreviviente, sin esperar nueva provisión, mandato, consulta ni confirmación alguna (D. 17). (*)

Esta gracia fue confirmada y ampliada por D. Carlos I, el maximo, y su madre D.a Juana, la Loca, en Valladolid a 30 de enero de 1548 (D. 18 y 19.)
Carbonell tampoco quiso que sus manuales o protocolos quedasen huérfanos a su muerte ni pasasen a manos extrañas. Y este deseo lo vio también cumplido en 28 de abril de 1483, con el nombramiento de notario público que el mismo D. Fernando, el Católico, otorgó desde Madrid a favor de Francisco (D. 20), ampliando esta gracia después en Córdovaa 23 de agosto del propio año (D. 21).
Condecorado ya Francisco con estos dos títulos, poco tardó en regresar al lado de su padre, como nos lo indica la toma de posesión de su nueva plaza en el Archivo, el último da del año 14814 (D. 22). Entonces, considerando asegurado ya su porvenir, trataría de tomar estado, pues se nos presenta casado con Juana, hija, indudablemente única, de Rafael de Riudor, también notario público de Barcelona, quien, en atención a este enlace, le donó para después de su muerte las escrituras propias y agenas que poseía (D. 23 y 24). Murió su esposa a los pocos años, sin dejarle hijo alguno, pero si unas casas situadas en la calle del Garrofer de la propia ciudad, instituyéndole en su testamento heredero a sus libres voluntades (N. 16).

(*) Igual gracia dispensó D. Carlos I, el maximo, en Barcelona a 30 de agosto de 1519, a Francisco Miguel, nieto de Pedro Miguel, con respecto a su padre Francisco, como es de ver del fól. 117 del Offitiatium 2, Caroli I, n. 3878, en el Archivo general de la Corona de Aragón, cuya custodia corrió por lo tanto consecutivamente a cargo de tres generaciones de la familia de Carbonell.

A poco contrajo segundas nupcias con Isabel, hija de Juan Ulzina, boticario (N. 17), y esta dio a Carbonell la satisfacción de verse reproducido en ocho nietos, entre ellos cinco varones y tres hembras, cuyo nacimiento, nombres, pérdidas y demás circunstancias omitiremos por no corresponder a nuestro principal objeto. Si el lector repasa las notas autógrafas que a ellos se refieren (N. 46, 17, 18, 19, 20, 21, 22 y 23), admirará la generosidad con que regalaba alhajas a los recién nacidos y a su nuera en cada uno de sus alumbramientos, y verá en esto otra prueba de la bondad del corazón que a tales demostraciones se entregaba. Estos repelidos obsequios que Carbonell prodigaba a su nuera y el dictado que le da de venerandae nuruimee (N. 17), indican que su amor paternal alcanzaba a todos sus hijos y nietos. No le faltaron en el seno mismo de su familia contratiempos que acibarasenestos puros goces. Prescindiendo de los que ya hemos indicado anteriormente, turbó su tranquilidad algún rasgo de ambición e interés por parte de su hijo Francisco (N. 13), dimanado más de su inexperiencia que de su índole; pero Carbonell siempre noble y generoso corrigió a su hijo confundiéndole con actos repelidos de desprendimiento y desinterés. En el fól. 83 v. de su protocolo 28.° otorgó los más amplios poderes a su favor, constituyéndole procurador suyo, cierto, especial y general para reclamar y cobrar toda cantidad que acreditase en razón de sus sueldos devengados, derechos etc. en Barcelona a 13 de abril de 1510, y lo que es más todavia, en el mes de marzo de 1516 le entregó una doble llave de la puerta del Archivo, que había mandado hacer con este objeto, diciéndole que cuantos derechos se cobrasen en adelante por la expedición de títulos, copias etc. serian suyos exclusivamente, y que rogaba a Dios le conservase por muchos años en aquel destino y reportase de él tantas ventajas cuantas su corazón ambicionaba (N. 13),
Elocuente lección que honra mucho al que es capaz de darla!....

Pasemos ya a examinar la moralidad de Carbonell. Como era muy apto, activo y celoso en el desempeño de sus obligaciones y de los destinos que los reyes le confiaron, detestaba a los que no le imitaban en este punto, y siempre que se le presentaba ocasión oportuna criticaba fuertemente su conducta, descuido, malas costumbres o falta de aplicación. Véanse sinoalgunas de sus obras poéticas, especialmente la continuación a la Dança de la mort, que es una terrible critica de las costumbres de los empleados de la corte en su tiempo, y la curiosa nota puesta al fól 103 del Memoriale n. 49 contra los protonotarios y secretarios del Rey (N. 25). Una consecuencia de su severidad en esta parte es la breve pero enérgica declamación que escribió en la 2.a columna del fól 215 de su Crónica contra el abuso que existía ya en su tiempo de echar mano para el servicio Real de personas influyentes y poderosas, sin atender a si eran o no aptas para el buen desempeño de su cometido.
Carbonell fue generoso y desinteresado sobremanera, y ni todas las riquezas del mundo, ni las consideraciones más poderosas eran suficientes a separarle de sus convicciones y deberes. ¡Hay nada más explicito ni significativo que sus palabras puestas de propio puño al fól. 70 y últime v.to del Memoriale n. 28?... E axi (dice) podem dir que ambitio es mare de perditio e de peccat en la qual sovint caen e senfanguen moltes gents com feuPons-Pilat que per temor de perdre lo offici com li digueren los Jueus «non eris amicus Cesaris» ama mes cometre tan gran peccat en dar falsa e scelerada sentencia contra Jesu-Crist que no perdre lo offici.

La compasión era otra de las dotes de su alma ¡Cuan conturbado estaría su espíritu al escribir en el fól. 43 del Memoriale n. 25. Memoria tene quod die Mercurii XII decembris anno a nativitate Domini MCCCCLXXXXII fuit lata quedam crudelisima sententia adversus prefatum Joannem Canyamas rusticum mentecaptum qui ipso et eodem die fuit membratim truncatus et ita dire quod eius atrocitates si scribere vellem lachrymis continere vix poluerim! Y no sería porque Carbonell fuese indiferente al crimen que aquel miserable había cometido hiriendo de una cuchillada en la garganta a D. Fernando el Católico, el día 7 de diciembre de 1492, en las escaleras que aún hoy día vemos en la plaza del Rey; pues que la carta que al siguiente día escribió a su amigo, el Dr. Rejentela Cancillería del Rey, misser Bartolomé Veri (fól. 255 v.to de su Crónica, col. 2.a) es un modelo de la más acrisolada fidelidad y del más acendrado amor por parte de un súbdito a su Rey.
El que reunía tantas y tan relevantes virtudes no podía dejar de ser religioso. En efecto: en la mayor parte de sus obras invoca repetidas veces el nombre de Dios, de la Virgen, y de algunos Santos de quienes era especialmente devoto, y en alguna de ellas, que dedicó exclusivamente a sagrados objetos, demostró hasta la evidencia cuán hondamente arraigadas estaban en su corazón las creencias de la religión que profesaba. Pero hombre de talento y de estudios al propio tiempo, no podía en manera alguna profanar aquella con ningún exceso de fanatismo. Por esto fue muy severo con los malos eclesiásticos, cuyas corrompidas costumbres tan ásperamente reprende en los fól.s 67
v.to y 68 de su Crónica. Finalmente, sus saludables y cristianas doctrinas y el conocimiento de que se iba acercando su última hora, le hicieron despojarse de todos sus derechos y consideraciones sociales a favor de su hijo, para entregarse exclusivamente a los consuelos de la religión y a la dulce esperanza de ver muy en breve recompensadas sus virtudes. Antes de cerrar los ojos alegó estos justos motivos a su Rey, y ampliando este en 17 de octubre de 1491 la gracia que concediera a Francisco en 21 de mayo de 1483, dispensó indirectamente al padre de las obligaciones que su destino le imponía, y que ya eran muy pesadas para sus débiles y cansados hombros (D. 25, 26 y 27). Demos, pues, cima a nuestra tarea, diciendo que un ataque de asma puso fin a sus dias, entre cinco y seis de la tarde del 2 de abril de 1517, en casa de su hijo (N. 26), haciendo la muerte del justo, y dejando a la posteridad un buen nombre por sus virtudes, por sus servicios públicos, por sus talentos y por sus obras históricas y literarias: por más que la revolución, que todo lo destruye, haya borrado hasta la humilde lápida de su sepulcro,que hemos leído repetidas veces antes del año 1835, en una de las paredes del claustro del bello cuanto malogrado convento de Dominicos de Barcelona.

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