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martes, 26 de octubre de 2021

X. UNA AGALLA DE CIPRÉS.

X.

UNA AGALLA DE CIPRÉS. 

X.  UNA AGALLA DE CIPRÉS.


Dale que dale! Malditas sean las campanas, y el primero que fundió bronce para construirlas. 

- Buen badajo hubiera hecho en la famosa de Huesca el bárbaro de cuya mollera salió tal engendro. 

- Dichosa Stambul! quién pudiera enviarte un cargamento de nuestros campanarios en cambio de una remesa de tus serrallos

- Con sus odaliscas y todo. 

- Esto se da por sobreentendido, Alfredo. Brava especulación fuera si nos llegasen vacíos. 

- Dale! Pues señor, esta noche no hay que esperar interrupción, ni treguas, ni intermitencia, ni pausa, ni... 

- Música más deliciosa! Ni el gong de los chinos. Apuesto mis orejas a que las de Midas serían incapaces de resistirla.

- Ello es que no existe mal alguno que no lleve entreverado algún bien de más o menos cuantía. En la actualidad pudiéramos exclamar: Bienaventurados los sordos

- (Porque ellos no oirán majaderías,) dijo para sus adentros uno que fuera del corro estaba oyendo la conversación. 

- Lo que es. Hoy por hoy tomaría con las dos manos una sordera, como si dijéramos, provisional o interina. 

- Y aunque fuese dando dinero encima, añadió Alfredo. 

- Por mi parte me contentaría de poder cerrar mis oídos con siete candados. 

- Pues hay más que atiborrarlos de algodón, o tapiarlos con cera como los compañeros de Ulises

- Si tanto pudo en ellos el riesgo de las sirenas, qué no haría la realidad de ese atroz campaneo

- Estoy por las sirenas: vengan estas, y abajo las campanas

Merced a estos y otros insípidos chistes, con visos y pretensiones de epigramáticos, mataban el tiempo tres o cuatro mozalbetes sentados alrededor de una mesita, cubierta de tazas vacías y frascos de diversos licores, mientras el melancólico tañido de todas las campanas, como un coro de estentóreas voces, hacía un simultáneo llamamiento a la piedad de los fieles excitándoles a rogar por las almas de sus antepasados. Sucedía esto la víspera del día de difuntos; razón por la cual tan escasamente concurrido se hallaba aquel café, que fuera de los jóvenes indicados no había en el salón más que un caballero algo maduro ocupando la mesa inmediata. Parroquiano indefectible, abonado a prueba de vientos y de lluvias, de truenos y de relámpagos, cotidiano como el pan, y callado como un turco, era tan puntual en sus horas de entrar y salir del café, que habiéndolo observado uno de los concurrentes dijo: Este hombre es un reloj. - De arena, añadió Alfredo, y desde entonces con este mote solían designarle. Porque si bien los rasgos de su noble al par que severa fisonomía eran suficiente aguijón de la curiosidad, poca cosa acerca de él se había averiguado. La inventiva de los ociosos acumulaba suposiciones que al fin y al cabo venían a tierra como faltas de solidez y fundamento. Lo único que se sabía era que todas las mañanas acudía a la misma iglesia, todas las tardes al mismo solitario paseo, y al cerrar de la noche se le veía un rato en el café, donde sentado en el mismo puesto, pedía la misma taza y copa, y entre sorbo y sorbo fumaba un rico habano, sin trabar relaciones con nadie ni mezclarse en conversación alguna. Inferíase de aquí que era un hombre excéntrico y huraño con sus puntas de insociable, exacto como un instrumento de matemáticas, y metódico como un tratado de filosofía. Por lo demás la gallardía de su persona, la viveza y expresión de su mirada, y los marcados lineamientos de sus facciones, singularmente provistas de una belleza varonil, daban claro a entender que en sus mocedades estuvo dotado de pasiones vivísimas, sostenidas por el vigor de su carácter, por los atractivos de su figura, y por la fogosidad y energía de su temperamento. 

Sentado con cierta negligencia en el ángulo más retirado del café, y medio envuelto en la azulada gasa que tejían las sucesivas espirales del humo de su cigarro, no perdía sílaba de la conversación que los jóvenes, sin recatarse de él, continuaban a sus anchuras. 

- Sabéis, exclamó uno, que si ahora tuviese a mano un clerizonte, con una sencilla pregunta iba a meterle en calzas prietas? De qué diablos puede aprovechar a los muertos el romper de este modo la cabeza a los vivos? 

- Y sabe V. ya, de qué puede aprovechar a los vivos cuanto les traiga a la memoria el recuerdo de los muertos

Esta brusca interpelación con que el desconocido, sin preámbulo alguno, se entrometía en el coloquio, cosa tan ajena de sus costumbres y de la cual ningún otro ejemplo se conocía, causó tal extrañeza en aquellos jóvenes, que se quedaron como cortados y mirándose unos a otros, sin saber con qué términos ni en qué tono responder a ella. 

- Caballero, balbuceó el interpelado al cabo de algunos momentos. 

- Supongo que no van a ofenderse Vds. de la libertad que me he tomado. 

- De ningún modo. Es V. muy dueño, replicó el primero ya más animado; pero no podrá menos de convenir con nosotros que es muy cargante, muy destemplada, muy fastidiosa la serenata que nos están dando. 

- A no ser que le parezca a V. música celestial por serlo de tejas arriba? añadió otro de los interlocutores. 

- Es música que si no halaga los oídos despierta los afectos. ¡Cuántas sonatas de célebres maestros aspiran en valde a lograr tal resultado! 

- Perdóneme V. la franqueza, saltó Alfredo, que era el que más presumía de chistoso. ¿Es V. por ventura fundidor o sacristán? 

- Ni lo uno ni lo otro, respondió el desconocido con una amable sonrisa que dio más alas a sus contendientes. 

- Pues no siéndolo es extraño que se haga V. el abogado de las campanas. 

- Y no sólo de las campanas sino de las funestas ideas que excita su clamoreo. ¿Le parece a V. que tan de sobra están en la vida los ratos alegres para que todavía hayan de buscarse medios artificiales de entristecernos? 

De los pueblos cultos deberían desterrarse, a mi entender, todas estas cosas que producen sensaciones repugnantes. ¡Qué afán de contrariar las leyes de la naturaleza, en una época en que la civilización, la ciencia, las artes y la industria se muestran tan solícitas para complacerla! 

- Ya sé que la ciencia echa mano a todos sus recursos para prolongar la vida, y la civilización trata de alejar cuanto sea posible el pensamiento de la muerte; pero es preciso confesar que la muerte se está burlando de la civilización y de la ciencia. 

- Pues entonces, dijo otro de los jóvenes; no hay más sino que cada quisque tenga al canto un monaguillo que le susurre al oído el Hermano morir tenemos de los trapenses. 

Cuando el señor llegue a ministro va a echarnos un proyecto de ley para que todo hijo de vecino cave su sepultura en el jardín, o construya un sarcófago en el desván de su casa. 

- Paréceme que el asunto no se presta tanto a las bromas. Las campanas con su lenguaje simbólico...

- Para lenguaje simbólico el de un reloj de arena. 

A esta inesperada ocurrencia de Alfredo respondió una estrepitosa carcajada de sus compañeros, quienes trataron luego de reprimirla para que no se trasluciera su maliciosa descortesía. 

- No comprendo esta hilaridad, porque de veras no atino con el chiste, continuó después de una breve pausa el desconocido. Decía que las campanas, el reloj de arena, ya que el señor lo ha indicado, y mil otras cosas, quizás pequeñas y de ningún momento, por los usos a que la tradición las ha consagrado, por las aplicaciones que de ellas ha hecho la sociedad, por lo que han intervenido en las alegorías de los poetas, por lo que representan, por lo que recuerdan, en fin por la sola ley de asociación de las ideas, están dotadas de un lenguaje simbólico en que muchas veces no paramos la atención por lo mismo que es vulgar y conocido. Y ya que tocamos esta materia, si Vds. me lo permiten... 

- Caballero, si V. se propone echarnos un sermón nada diré en cuanto al tiempo; pero en cuanto al lugar me permitirá V. la observación de que es muy poco a propósito. 

- No me creo autorizado para tanto, ni he de caer en la inconveniencia de trasformar en púlpito una mesa de café. Me limitaba a referir una historia

- Una historia! esto es otra cosa, exclamaron todos a la vez. 

- Sin duda será una historia propia de este día, lúgubre, romántica,  espasmódica, horripilante. (nota: varios textos de Tomás Aguiló son del romanticismo. Hay muchos autores españoles y extranjeros representantes de esta época literaria o este movimiento literario; citaré sólo dos: Gustavo Adolfo Bécquer, Edgar Allan Poe. Pueden comparar sus escritos, tanto prosa como poesía, con los textos de este libro.)

Edgar Allan Poe, corv, chapurriau


- Una historia de aparecidos, con sus llamas de fósforo y su ruido de cadenas

- Vamos a tener el Convidado de piedra con veinte y cuatro horas de anticipación.

- Nada de todo esto: es una historia más sencilla y más moderna. 

- Mejor que mejor, atención amigos. 

Y encendiendo todos un nuevo puro se pusieron a escuchar con religiosa atención. 

Yo... dijo el desconocido, y deteniéndose un breve rato como para coordinar sus ideas, volvió a decir: Yo tenía un amigo, un amigo intimo, de cuya veracidad estoy tan seguro que me atreviera a prestar un juramento sobre su palabra, con el mismo descanso con que lo prestaría apoyado en el testimonio de mis ojos. Ni su nombre, ni su patria hacen al caso: llamémosle Federico, que lo mismo da este nombre que otro cualquiera. Hallábase en la flor de su juventud, envidiado de muchos, y viendo a muy pocos sobre quienes pudiese recaer su envidia. Pródiga con él había andado la naturaleza, y su brillante posición en la sociedad no le dejaba razón alguna de quejarse. Mozo, rico, de gallarda apostura y no vulgar despejo, reunía todas las prendas que hacen agradable el comercio de los hombres y cautivan la atención del otro sexo. En el concepto del mundo rayaba en el apogeo de la felicidad humana. Dotado de un corazón inflamable con suma facilidad y no menor vehemencia, recorría los senderos floridos del amor, cogiendo cuantas rosas lisonjeaban su vanidad o estimulaban su codicia, sin que se lo estorbasen miramientos humanos ni respetos de más elevada jerarquía. Su fuerza de voluntad, impulsada por un temperamento de fuego, arrollaba cuantos obstáculos se le oponían, pasándoles por encima con el mismo desembarazo de un jinete, que huella los cadáveres de los enemigos que su lanza ha derribado. 

Por su desgracia, o mejor por su fortuna, Federico vino a enamorarse perdidamente de una mujer hermosísima que, si bien compartía su violenta pasión, resistía a sus multiplicadas instancias, agarrándose con la desesperación de un náufrago a las reliquias de su virtud tan duramente combatida. Era esta la esposa de un antiguo amigo de Federico, hombre de alguna más edad, que habiendo hecho un casamiento ventajoso residía la mayor parte del año en una solitaria quinta, distante ocho leguas de la capital de provincia donde tuvieron lugar los sucesos que voy refiriendo. El conde, que este título debía a su mujer, entregado al mejoramiento de unas tierras que acrecentaban su patrimonio, vivía con ella, ya que no embriagado con los transportes de una pasión ardiente, habituado al menos a la calma de una regular armonía, sin que el menor recelo de una infidelidad posible viniese a turbar la paz de sus hogares. Ajeno a toda sospecha de que le cercase el menor riesgo, ningún cuidado había puesto en rodearse de precauciones. Como el muchacho de la fábula dormía sobre la fresca yerba a la orilla del precipicio; pero quizás tampoco le hubiera valido el estar despierto si la Providencia no hubiese velado por él. Porque Federico tenía tanto de sagaz como de emprendedor, y si bien es verdad que metido en una intriga amorosa no le hubiera arredrado el escándalo, también lo es que tomaba con todo esmero sus medidas a fin de impedir que sobreviniesen lances desagradables, y se conducía de manera que siempre quedaban en salvo las apariencias. Nunca había hecho alarde de calavera, y para dar valor a sus triunfos no necesitaba el ruido del aplauso ajeno. Caminaba derecho a su objeto con un aire de estudiada indiferencia, prefiriendo los senderos más tortuosos si eran los más ocultos, y entonces, si puede pasar esta metáfora, diré que ni el indio más perspicaz hubiera distinguido las huellas da sus mocasines. Para quien no le conocía a fondo Federico era una persona tan leal como inofensiva. 

Y uno de los que no le conocían a fondo, de los que ignoraban la historia de sus aventuras, y la fogosidad de sus pasiones era el conde que tan alejado vivía del teatro de sus hazañas. A la solitaria quinta situada en la frondosa y apacible ladera de una montaña no llegaban los sordos rumores que esparcen las auras de las grandes poblaciones, y este silencio monacal no dejaba de ser bastante fastidioso para la condesa que, sobrado joven e inexperta, lamentaba como perdidos en la soledad los atractivos de su hermosura, y echaba (de) menos la vida de animación y de bullicio de la cual fueron mentido presagio sus riquezas y nacimiento. Así cuando Federico llegó por casualidad a la quinta, no sólo se alegró mucho el conde por estrechar de nuevo entre sus brazos a un antiguo amigo, empeñándose en que había de pasar con él unos días, sino que también se regocijó en extremo la condesa, viendo en ello un acontecimiento que iba a proporcionarle ratos de honesta distracción de que tan sedienta se hallaba. 

Lo primero que hizo Federico fue cuidar de que no se trasluciese en su rostro ni en sus palabras la fuerte impresión que causaba en su pecho la singular hermosura que tan sin pensarlo había descubierto. Porque si bien se le encendía el corazón nunca se le desvanecía la cabeza. El amor en él era una gran calentura, pero sin delirio. Así el conde confiado como un niño insistió en que prolongase su permanencia, y le cobraba por instantes mayor afecto, y le refería el estado de sus negocios, y le daba cuenta de sus proyectos agrícolas, y sobre todo le dejaba a sus anchuras con sobra de espacio para ver a la condesa, y admirar sus gracias, y entretenerla con pláticas sabrosas, en que al principio una discreta galantería estaba tan bien entretejida de picantes anécdotas y epigramáticos chistes, que en ellas no hubiera hecho hincapié el ánimo más suspicaz y receloso. Poco a poco en las frivolidades de una conversación amena se entremezclaron cuestiones metafísicas acerca del amor, reflexiones sobre la insustancialidad de los placeres bulliciosos, calculadas lisonjas, poéticos idilios a la soledad de los campos, lamentos sobre el vacío del corazón, de tal suerte que antes de que la condesa llegase a advertirlo ya tenía el pie enredado en el lazo que tan hábilmente se le había tendido. Y no es que este lazo se le hubiese preparado a sangre fría, por mero capricho, por puro pasatiempo: Federico se había herido profundamente con el arma misma que blandía. En sus ilusiones de amante fabricábase a tontas y a locas un porvenir extraño, renunciaba francamente a sus anteriores devaneos, reconocía en su nueva pasión algo de más duradero, y ya no concebía la vida sin el amor de la condesa. Si por un momento la presencia del conde venía a echarle en rostro los preliminares de su alevosía, excusábase con la fatalidad, este Dios de los ilícitos amores. No tardó en quitarse del todo el antifaz; pero la condesa, que ya se había confesado el extravío de sus ideas y afectos, ni se atrevía a retroceder ni quería adelantar en su camino. Quería creerse infeliz, no culpable. Perjura en el corazón temía que le saliese al rostro la vergüenza de su perjurio. Federico repetía sus instancias: la condesa lloraba, pero no cedía. Entonces el astuto amante, adiestrado en esta clase de aventuras, tomó pretexto de lo primero que le vino a mano, fingió un rompimiento, juró un eterno olvido, y se marchó de improviso a la ciudad, no ratificando en su interior el solemne Adiós que sus labios proferían.

Su estratagema dio por resultado lo que él se había propuesto. El simulacro de esa retirada a tiempo le llevó a punto de obtener la victoria que apetecía. Cansado de rogar en vano, se prometió a sí mismo que en breve sería él rogado: y así fue, bien que es preciso convenir en que la casualidad favoreció sus hábiles manejos. A los pocos días de traer en la ciudad una vida cruelmente desasosegada, pero fuertemente asida a sus esperanzas, recibió de la condesa una carta en que, a vueltas de repetidas protestas de permanecer fiel a sus deberes, se confesaba subyugada por la pasión, ponderaba los tormentos de la ausencia, y le conjuraba por todo lo más sagrado que fuese a verla, a hablarla un solo momento, que fuese aquella misma noche, puesto que el conde había salido de la quinta y no regresaría hasta la tarde del día siguiente. Con la satisfacción del cazador que ve puesta a tiro la pieza que con ardor perseguía, Federico leía una y otra vez aquellos torcidos renglones, regados de lágrimas y con trémula mano escritos, aquellas sencillas e incorrectas frases que ponían de relieve los arranques y vacilaciones, las esperanzas y desfallecimientos de una angustiosa lucha, y para sí decía: "Hemos vencido. Ella cree proponerme una capitulación honrosa, y en realidad de verdad se halla rendida a discreción." Por lo mismo sin pérdida de tiempo montó a caballo y se dirigió a la quinta, apretando el paso porque había del todo anochecido cuando la carta llegó a sus manos.

- Perdóneme V. que le interrumpa, dijo Alfredo. Ya que a V. se le ha antojado bautizar al héroe de esa hasta aquí verosímil historia, ¿por qué no le ha puesto el nombre de D. Juan que tan de molde le venía? 

- Pues llámele V. D. Juan si así le parece, que para el caso viene a ser lo mismo. 

- No viene, porque teniendo ya un D. Juan Tenorio más o menos adocenado, copia, imitación o parodia del que figura en la célebre leyenda, de presumir es que más pronto o más tarde tendremos una fantasma habladora, un espectro ambulante, un qué sé yo qué cortado al estilo de la estatua del comendador, dijo otro de los oyentes. 

- No fue la estatua del comendador lo que encontró en su camino, sino el cementerio de una aldea que estaba a sus inmediaciones, prosiguió el desconocido, añudando el hilo de su narración. Por demás fuera advertir que las ideas que entonces hervían en la mente de Federico se hallaban muy poco en armonía con las que de suyo inspiraba aquel sitio, y que en él no hubiera hecho el menor alto a no dar la casualidad de reparar en una de sus paredes interiores una gran mancha de luz, una especie de óvalo de fuego que en medio de una oscuridad completa vivamente destacaba. Picóle la curiosidad, y a pesar de la prisa que llevaba, apeóse para saber de dónde procedía aquella luz en hora tan desusada y que se resistía a toda conjetura. Pero ¿qué le iba ni venía en lo que entonces podía ocurrir en aquel cementerio? Señores, ello es verdad que no pocas veces caemos en semejantes inconsecuencias. Cedemos a pensamientos repentinos, quizás opuestos a las miras que llevamos: pensamientos intempestivos, ilógicos, que por la misma razón de serlo pudieran conceptuarse de pequeños milagros, si a este nombre no cuadrase tan mal el epíteto de pequeños. Los escritores ascéticos dicen inspiraciones divinas, llámenlo Vds. si quieren rarezas humanas, que cavando un poco tal vez coincidirían las diversas explicaciones de este fenómeno. Mas dejando intacta esta cuestión vamos a los hechos. Federico arrendó el caballo, montó una pistola, se introdujo en la mansión de los muertos y descubrió que la luz provenía de una linterna sorda abandonada en el suelo a cierta distancia del muro en que se divisaba una lápida sepulcral. Trataba de levantarla para registrar aquel sitio cuando tropezó con un bulto que sentado en una piedra, envuelto en un capote, y con la frente apoyada en la palma de la mano, estaba o durmiendo o sumergido en contemplación profunda. Al grito de ¿quién va? levantó el bulto su cabeza, y con una voz que revelaba el mayor sobresalto exclamó: 

- Federico! tú? tú aquí? 

- Conde! qué es esto? Te has vuelto loco? Qué diablos te estás haciendo? 

- Y quién te ha dicho que yo me hallaba aquí? 

- Nadie, si ha sido una casualidad. Yo iba... iba al pueblo que está a la falda opuesta de esa colina, y he visto una claridad que me ha llamado la atención. Sobre que es mucha ocurrencia venir a dormirse aquí, a esas horas, con un airecillo que dejaría patitieso a un oso blanco. 

- Yo... yo he venido... balbuceaba el conde. 

- Ya se ve que has venido; pero, a qué? a qué? Mas no, vámonos de aquí, me lo contarás todo. 

- Ah! no me arranques de este sitio. Si tú supieras... no, no conviene que lo sepas. Vete, déjame. 

- Pues mira, conde, o te vienes conmigo, o me planto aquí hasta el día del juicio. 

- El día del juicio! repitió el conde con una inflexión de voz que se parecía a la del que recibe una herida. 

- Dejémonos de pataratas y gazmoñerías. A fé que nada tiene de delicioso el aprendizaje de santo, si tal es lo que estás haciendo. Es hora de dormir en blando lecho. 

- Y crees tú que cada día, que las noches todas pueda reposar tranquilo un asesino? 

- Y dónde está? Quién es este asesino? 

- Quién? Yo. 

- Tú? Válgame la corte celestial! Por dónde andarán esos molinos de viento que se te antojan gigantes? Qué lástima de meollo si se te quedan vacías las seseras!  

- No te burles. Mis víctimas están aquí. Tal vez nos oyen, porque ellas existen todavía. Ah! si la muerte acabase con todo! si fuera del polvo no quedase nada! Mas, ello no es así. Crees tú, Federico, que unos huesos carcomidos podrían 

despertar en mi corazón tan atroces remordimientos? Tendrían ese poder oculto, ese inaudito magnetismo que a intervalos me arrastra, me obliga a venir aquí a pasar la noche en medio de una espantosa lobreguez y de un silencio más espantoso todavía?

- Pero para qué? preguntó asombrado Federico. 

- Para rogar por las almas de aquellos cuya vida en flor he segado, para implorar su perdón, pará atestiguarles mi arrepentimiento.  

- Conde, conde, qué ideas son las tuyas! Es esto superstición o simpleza? 

Mira que todavía te encuentras en tu cabal juicio; mas si no lo remedias se te va la cabeza a toda brida. No te pudras por lo que se está pudriendo. El muerto a la cava y el vivo a la hogaza. Qué diablos! eres joven, eres rico, goza de la vida...

- Y después? 

- Se te ha encasquetado el después. Después será... qué sé yo qué será? Dejémoslo para cuando llegue el caso; pero ahora explícame el motivo de esta excentricidad tan inesperada. Dime qué misterio encierra tu vida. 

Te lo diré todo. Tú eres un amigo de confianza, siéntate a mi lado y escucha.

Entonces aquel desgraciado, con frases si desnudas de corrección y aliño no de sensibilidad y energía, relató brevemente a Federico una historia de amores cuyo trágico desenlace había dado origen a esta especie de trastorno mental 

que de vez en cuando padecía. Traía clavado en su conciencia un aguijón que al removerse le desgarraba el pecho con sus atroces punzaduras, y parecíale encontrar, y encontraba en efecto, pasajero alivio derramando junto a las cenizas de sus víctimas las dolorosas lágrimas de su arrepentimiento.

Esta era la terrible expiación que más adelante se impuso para calmar los accesos de su desesperación sombría. Llevado del ardor de la juventud se había enamorado ciegamente de una señorita de aquellas cercanías, tan rica de candor y de belleza como pobre en bienes de fortuna. Al verse correspondido le prometió sinceramente el casarse con ella, abandonándose a los arrebatos del sentimiento sin reparar en la gravedad de su compromiso. Creían ambos de buena fé en la eternidad de las ilusiones, cerraron los ojos a los tristes ejemplos de la inestabilidad humana, y para saborear con mayor delicia los encantos de su pasión la rodearon con las sombras del misterio. Todas estas circunstancias bastan, señores, para que no extrañéis el que la infeliz doncella atestiguase con una lamentable debilidad su amor y su inexperiencia. La pasión del conde, que todavía no lo era, siguió por algún tiempo su curso ascendente, pero pronto empezó a declinar como el sol después del medio día; porque esto ya se sabe, tras del hervor por alcanzar, viene la tibieza por haber alcanzado. La mujer amada en tanto que resiste es una reina, luego que se rinde abdica, y transformándose en sierva se expone como tal a ser despedida. Esto es lo que aconteció con la pobre muchacha. Su amante descubrió un partido sobremanera ventajoso, y resolvió aprovecharse de las circunstancias que le favorecían. El cálculo reemplazaba a la amortiguada ilusión. Al volver la vista hacia atrás ya no veía más que un capricho juvenil plenamente satisfecho; y halagada su vanidad con la esperanza de un título, tentada su codicia con la perspectiva de la opulencia, y sobre todo deslumbrado por la admirable hermosura de la condesa, que al provocador aliciente de la novedad reunía la perfección más exquisita, ni siquiera titubeó en saltar la valla que se había fabricado con sus juramentos. Estorbábanle sus relaciones amorosas, y se decidió a romperlas completamente. La incauta joven antes que la sospecha tuvo la noticia de su desventura; su amante fue a verla por última vez, y se despidió de ella para marcharse a la ciudad sin ocultarle sus ulteriores designios. Todo estaba consumado. Un rayo que hubiese caído a sus pies no le hubiera producido un sacudimiento moral más espantoso. 

Pasaron algunas semanas, y el futuro conde navegaba viento en popa siguiendo el rumbo que le trazaban sus deseos, cuando se le presentó un apuesto mancebo que esforzándose en disimular su turbación y pesadumbre le dijo: 

- Me conoce V? 

- No tengo el honor. 

- Vengo a decirle que mi hermana se halla gravemente enferma.

- Como no soy médico... 

- Pero por desdicha en la mano de V. está su salud. 

- Verdaderamente es desdicha, porque me es imposible de todo punto obrar tales milagros. 

- Imposible! exclamó el joven con un acento lleno de terror y angustia. 

- No hay que desesperarse por esto, amigo mío, ella curará sin mis auxilios. 

- Y quién sino vos puede volverle su honra? Su honra que es su vida, lo entendéis, caballero? 

El pobre hermano instó, suplicó, reiteró sus argumentos, apuró todos los recursos de su elocuencia, se echó de rodillas, derramó lágrimas; pero todo en valde. Nada pudo ablandar al pérfido amante, que habiendo logrado sofocar un primer movimiento de compasión, y aún si se quiere un recuerdo de tierno cariño, parecía revestido de una coraza impenetrable a todos los tiros. Entonces en el pecho del joven la indignación se sobrepuso al dolor, y estalló en expresiones que lastimaron el orgullo de su antagonista, quien aprovechando la ocasión de dar otro sesgo a la enojosa plática, con aire ceñudo le contestó: 

- Caballero! cuando a mí no me hacen mella los ruegos, creéis que podrán intimidarme las amenazas? Si acudís al amparo de las leyes, dónde están las pruebas? Si preferís otro terreno...

- Dónde están mis armas? vais a decir. Vos conocéis su manejo, y yo no conozco más que el de los libros. Vos sois un excelente tirador, y yo un mero licenciado en jurisprudencia. Pero, porque os ha dotado Dios de fuerza en la muñeca, creéis que ha de seros lícito atropellar a débiles mujeres, a hombres pacíficos e inofensivos? No es verdad que sería un hecho heroico, después de haber ultrajado a mi infeliz hermana, dejarme a mí, su único apoyo, tendido en el campo, o lisiado siquiera para que toda la vida os agradeciese el favor de no haberme asesinado? Ah! bien lo conozco. Seguro de una fácil victoria os gustaría armar un escándalo, para que todo el mundo rastrease el motivo y llegase a ser público lo que sólo ahora vos y yo conocemos. No, no ha de ser así.

Y volviendo de repente la espalda cogió el sombrero y se marchó.

Respiró el conde, y al ver que pasaban días sin que le importunase de nuevo el mancebo, llegó a persuadirse que su hermana se había resignado a su triste suerte, y con esta convicción postiza trató de justificar su dureza y olvido. 

En cuanto a los gritos de su conciencia no tenía tiempo de oírlos embelesado con los suaves acentos de su futura. Pero al cabo de un mes hallándose en un café se le acercó el joven a guisa de aterrador espectro, y sentándose a su lado con sosegado rostro, con ademán indiferente, y con una inflexión de voz que no revelaba la menor emoción le dijo al oído: 

- Mi hermana se encuentra ya moribunda. 

- No será tanto. Sería mucha ocurrencia la de morirse por una cosa de que se tropieza con un ejemplar a cada paso. No le prometí un dote bastante crecido?  

- Oro? 

- Pues qué más quiere? 

- Vuestra mano. 

- Esto nunca. 

- Es vuestra última resolución? 

- La última. 

- Está bien. 

Comprendió el conde que aquella calma aparente era más horrible que la tempestad más deshecha, y para salir del aprieto llamó a un compañero y le dijo: vamos a echar un tresillo? 

- Con mucho gusto, respondió el otro, que era un capitán de artillería. 

- Entonces Vds. me harán el obsequio de permitirme que les sirva de tercero, saltó el letrado. 

- V. no podría menos de honrarnos con ello, repuso el capitán. 

El conde se estremeció conociendo que la buena educación no le permitía negarse a su demanda. 

Solos en un gabinete del café entablaron la partida. El joven jugaba como si a duras penas conociese las leyes del tresillo, cometiendo torpezas inexplicables que después trataba de justificar con argucias incomprensibles, y quejándose a menudo con groseras imprecaciones de la mala suerte que le perseguía. 

El capitán no veía en aquello más que ignorancia del juego, falta de mundo y sobra de apego al dinero; pero el conde, sobre quien recaían las ganancias, creía dar más en el blanco atribuyéndolo al despecho, que naturalmente debía haberle acalorado la sangre y perturbado la cabeza. Hubiera preferido perder para dispensarse de continuar la partida; pero hizo la casualidad que una vez arrastrase de espada, y el joven sirviendo con la mala, que sola se había dejado, se levantó enfurecido y despidiendo chispas de sus ojos exclamó: 

- Me está V. mirando las cartas, y, voto al diablo que no es esta la vez primera. 

- Quién? Yo? respondió el conde desconcertado con aquel apóstrofe tan imprevisto como absurdo. 

- V. ¿Cómo no ganar viendo las cartas del contrario? Se figura V. que me caliento los cascos revolviendo expedientes para que me pillen así el dinero? 

Yo no me valgo de fullerías; pero trato así a los que de ellas se valen. 

Y diciendo y haciendo cogió una baraja y la tiró al rostro de su enemigo. 

- Infame! gritó el conde fuera de sí. 

- V. me llama infame? V.? sería V. capaz de repetir esta palabra clavando sus ojos en los míos? 

El conde inclinó su vista al suelo mientras su adversario, pasando con una rápida e incomprensible transición del furor a la calma, dijo:

- El mal está hecho; pero, oiga V., yo no soy de los que se vuelven atrás. Esta noche mis testigos irán a recibir las órdenes de V. 

- Se entenderán con este caballero y un amigo suyo, dijo el conde con temblorosa voz señalando al capitán, y volviéndose más pálido que la cera. 

- Qué prisa lleva V.! dijo el capitán. 

- Le parece a V. que no hacen daño las cartas? replicó el joven. Y si son de amores! añadió después riéndose de una manera extravagante. 

- Pues si esto no tiene otro remedio, continuó el capitán, sepamos qué armas prefieren Vds. 

- El sable... el florete... dijo el conde con el tono de un sentenciado a quien diesen a escoger el género de muerte. 

- Qué sables ni qué floretes? Sería yo capaz de cogerlos por la punta. Oh! no. 

El juicio de Dios. La pistola, dijo el joven reproduciendo su siniestra carcajada. 

- Sea pues, dijo el conde con voz apenas perceptible. 

Encaminándose la mañana siguiente a un lugar solitario díjole al conde uno de sus testigos: He sabido que este joven hace quince días que desde el amanecer hasta que falta la luz, se está ensayando en el tiro de pistola, y de cada diez 

veces que dispara acierta nueve en el blanco. Es menester ir con cuidado y no pararse en chiquitas. 

Llegado al sitio mientras los padrinos arreglaban los preliminares, acercóse el joven a su adversario y le dijo: 

- Voy a pediros perdón de rodillas, voy a desdecirme públicamente de mi suposición calumniosa, voy a ser tenido por ruin y cobarde, voy a daros mi honra por la de mi hermana, si me prometéis casaros con ella. 

- Es imposible. 

- Pues entonces matar o morir. 

Aproximándose entonces a los padrinos, dijo el capitán: 

- Vamos a ver quién debe tirar primero. 

- Decídalo la suerte, se apresuró a decir el mancebo. 

- Decídalo la suerte, repitió el conde como un autómata. 

El de artillería sacó un duro del bolsillo, y el joven exclamó: Cruz. 

Y tirada al aire la moneda, el capitán miró al suelo y contestó: Cara. 

El joven se llevó la mano a la cabeza, se arrancó un mechón de cabellos, y se plantó como un poste en el punto señalado. El conde empuñó el arma fatal: temblábale el pulso, pero la inminencia del peligro prodújole una reacción bastante poderosa para afianzar el brazo, y disparó a la seña convenida. Su adversario cayó redondo como que la bala le había atravesado el corazón. 

- Fatalidad! murmuró el vencedor arrojando la pistola cual si el fogonazo le quemara la mano. 

- Ha sido una desdicha, pero os habéis batido en regla, dijo uno de los padrinos del letrado. Pobre amigo mío! Aquí no hay más sino cerrar el pico, echar tierra al asunto y meter ese cadáver en el coche para llevarlo a su pueblo, donde mi amigo, que ha muerto como Vds. saben de una apoplegía fulminante, me indicó deseaba ser enterrado. 

Así se hizo. El sangriento drama fue relegado al olvido antes de pertenecer al dominio público, y a los pocos días la abandonada joven yacía al lado de su hermano, y su pérfido amante entre los esplendores de la pompa y las emociones del placer recibía al pie de los altares la mano de la condesa. 

- Diávolo! exclamó Alfredo. Por dónde se nos ha descolgado el D. Juan Tenorio! Quién había de figurarse que tal sería este conde Dirlos, este marido agricultor con todos los síntomas de predestinado! 

- Pues ya que tan liso y llano se confesó con Federico, añadió uno de sus compañeros, es claro que este no dejaría de imponerle la penitencia que de antemano le tenía preparada. 

- Bien merecida tenía la condecoración siquiera por sus hazañas anteriores. Por mi fé que peor librados salieron de sus manos el jurista y su pobre hermana. 

Esta circunstanciada al par que trágica narración, prosiguió el desconocido, a tales horas y en tal sitio hecha, no pudo menos de impresionar vivamente a Federico. La decoración de la escena tenía por fuerza que aumentar el terror del drama. Referida por mí está muy lejos de producir una mínima parte del efecto que debió de causar el oírla de los labios mismos del protagonista. 

Bien comprendió Federico que si algún desconcierto había en el cerebro del conde, que si una extravagancia era lo que estaba haciendo, no dejaba de tener motivo con que disculparla. Comprendió que si las leyes del mundo podían absolverle, podía haber también un tribunal superior menos condescendiente que no confirmase el fallo absolutorio. Comprendió que estaría muy fuera de su lugar un tono de ligereza y de ironía, y por lo mismo con las mejores razones que supo trató de consolarle, y sobre todo de arrancarle de aquel sitio. Ofrecióse a torcer su camino, según decía, y acompañarle hasta la quinta; pero el conde repuso que no quería ir allá hasta sentirse con el espíritu más tranquilo, y que necesitando tiempo para lograrlo pasaría el resto de la noche y todo el día siguiente en la posada de un pueblo cercano, puesto que ya conocía la duración ordinaria de aquellos accesos de fiebre moral que a intervalos le atacaba. 

- Mejor que mejor, dijo para sí Federico, que no había renunciado a sus proyectos. 

Entonces el conde alzando la linterna buscó y cogió una agalla de ciprés que entregó a Federico diciéndole: 

- Toma esto. Los años que te llevo dan cierto derecho a mi amistad para tener algo de paternal con respecto a ti. Te he confiado mi historia; que a lo menos te sirva de lección y escarmiento. Si alguna vez por desdicha te ves acosado de un mal pensamiento, si te empuja alguna pasión desreglada, consulta esta pequeña nuez. Tráigate ella a la memoria no mis crímenes sino mis remordimientos. Llévala siempre contigo: escucha su lenguaje simbólico, que sin duda será la voz de tu ángel bueno. 

Federico no vio en aquello más que una puerilidad supersticiosa, y echándosela maquinalmente en el bolsillo se dirigieron ambos a una encrucijada donde cada uno tomó por diferente camino. 

Impaciente por recobrar el tiempo perdido Federico hincaba la espuela en su cabalgadura; pero su acelerado movimiento no bastaba ya para sacudir las ideas y sentimientos de diverso origen que en su mente se empujaban y revolvían. Pugnaba por fijarse en el objeto de su pasión; pero la seductora imagen de la condesa no ocupaba ya sola su pensamiento. Retratábanse en su fantasía las escenas que había oído y las que acababa de presenciar, y por más que tachase estas de exageración no podía dejar de creer en la existencia de los remordimientos. Y ¿qué significaría el remordimiento en un sistema en que se prescindiese enteramente de las verdades de un orden sobrenatural y religioso? Federico no era un incrédulo: su escepticismo no pasaba de práctico. 

En la disipación de su vida, o a causa de ella, sus creencias estaban profundamente dormidas, pero no muertas. Lo que había visto fue una especie de sacudida que las despertó. Así es que empezaron a asediarle serias consideraciones que por su misma novedad se le presentaban con mayor energía. Y para desembarazarse de ellas saboreaba de antemano los placeres que le prometían sus esperanzas. En tal sazón hubiera querido ser ateo; hubiera querido poder negar a Dios, negar la virtud, negar el alma: hubiera querido ser todo carne y hueso, pero conocía que no lo era. Trabada y encarnizada esta lucha en su interior, llegó a lo alto de una colina, y parándose un momento descubrió a lo lejos una débil luz que brillaba al través de los cristales de la cámara de la condesa. Me espera! me espera! exclamó entusiasmado. Este es mi Rubicón: Jacta est alea. Y como si creyese que arrojaría de una vez todos los pensamientos que le incomodaban arrojando la nuez que en el bolsillo tenía, sacóla con ánimo de hacerlo; al estrecharla temblóle la mano, y las palabras del conde resonaron en su memoria. 

No, dijo: no quiero desoír la voz de mi ángel bueno. Y torciendo las riendas volvióse de espaldas a la quinta, ahogó un suspiro, guardóse la nuez y clavando las espuelas en los ijares del caballo desandó su camino más que nunca cabizbajo y pensativo. 

Un acto de valor no siempre es suficiente para alcanzar una victoria completa. Federico traía dentro de sí a su enemigo, y no había bastante con un solo golpe para vencerle, para destruirle y anonadarle; a mas de que, herirle era desgarrarse con sus propias uñas el corazón. Su lucha era de todos los momentos. Si mil veces se felicitaba, también mil veces se arrepentía de haber cedido a la voz de la maldita agalla, como él decía, revolviéndose contra ella, como el perro contra la piedra que se le ha tirado; pero las escenas cifradas en ella no se despintaban de su memoria, y a favor del tiempo y de la ausencia es preciso confesar que su funesta pasión iba de vencida. Aconteció en esto que por cumplir con los deberes de su jerarquía se vio obligado a concurrir a un sarao, sin que le ocurriese la menor sospecha de que allí encontraría a la condesa. Verla, volverse de cien colores, sentir un estremecimiento nervioso en todo su cuerpo, conocer que se le abrasaban juntos el corazón y el rostro, y perder el dominio que sobre sí mismo ejercía fue todo obra de un momento. Cómo resistir a ese ataque inesperado? La hermosura de la condesa siempre deslumbradora, lo estaba entonces cien y cien veces más por la riqueza y el gusto de sus joyas y atavíos. Federico salió del salón, volvió a entrar, quiso salir de nuevo, se metió entre el concurso, entabló coloquios con sus amigos; pero sus ojos permanecían fijos en el bellísimo rostro de la condesa. La fascinación era completa. Entonces las argucias de la pasión le demostraron como acto indispensable de buena educación el acercarse a saludarla, y lo hizo, y ella le contestaba con monosílabos sin poder disimular la indignación que en su pecho hervía. Comprendió Federico que el afecto de la condesa no se había desvanecido, y esperó de nuevo su codiciado triunfo. Le pidió la primer contradanza, y ella con visibles muestras de disgusto, aunque con voz temblorosa, le dijo que estaba comprometida. Mas al pronunciar Federico las primeras palabras para despedirse, ella le dijo: Ah! no, no es esta, me equivocaba, admito el obsequio. Federico se hallaba en la gloria: creía haber pasado esta vez el Rubicón. Terminada la contradanza oyó a la condesa que en voz baja le decía: “sois un mal caballero, sé que mi carta llegó a vuestras manos, necesito explicaciones." Iba a contestar pidiendo una cita; pero cabalmente su mano rozó con el bolsillo del chaleco donde traía la agalla de ciprés, y acordándose instantáneamente de su historia dijo: "Condesa, no debemos vernos más en la tierra." Y en efecto así sucedió, saliendo Federico inmediatamente del salón del baile, a los pocos minutos de la casa, y a las pocas horas de la ciudad en que esto aconteciera. 

Callaba el desconocido, y al cabo de un rato uno de los jóvenes saltó diciendo: 

- Paréceme que V. será partidario de la filosofía que admite grandes efectos como resultado de pequeñas causas? 

- No he parado mientes en la filosofía de esta historia. Si algo probase sería una vulgaridad, la del simbolismo que cabe en cosas tan pequeñas e insignificantes como esta. Y sacándola del bolsillo, echó sobre la mesa una seca y resquebrajada nuez, que cogieron y miraron aquellos jóvenes con respeto como si fuese una reliquia santa. 

- Ya lo veis, señores, continuó el desconocido, esto, prescindiendo ahora de más elevadas consideraciones, preservó a mi amigo de crueles remordimientos, o de una desgracia peor todavía, que es la de no sentirlos habiendo dado motivo para ello. 

- Y cuál es la gracia de V.? preguntó Alfredo. (Cómo se llama?)

- Blas de Valdivieso para servir a Vd.? (hay interrogante)

- Blas! nombre poco poético. Ahora comprendo... 

- Bah! ignora V. el proverbio francés: Le nom ne fait rien a la chose? repuso el desconocido a quien ya podemos llamar D. Blas, o si se quiere Federico. 

Y recogida la nuez saludó cortésmente, salió del café, y puesto el pensamiento en aquella pequeña bolita, de la que el Señor se había valido para romper su cadena de liviandades, y preservarle de nuevas y graves culpas, exclamó en su interior: Bendita sea! quia eripuit animam meam de morte, oculos meos a lacrymis, pedes meos a lapsu. 

(el autor escribe este latinajo con tildes: quia erípuit ánimam meam de morte, óculos meos à lácrymis, pedes meos à lapsu)

domingo, 17 de octubre de 2021

CUATRO PALABRAS SOBRE LA ORATORIA SAGRADA

CUATRO
PALABRAS


SOBRE
LA ORATORIA SAGRADA




I.


La
literatura nacional conserva un preciosísimo tesoro de producciones
místicas que han sido siempre alimento regalado de las almas
piadosas y deleite de los amadores de la lengua castellana. Si bien,
empero, las obras de Ávila, León, Granada, Chaide, Márquez y Roa
entrañan la esencia más pura, lo más sublime, delicado y verdadero
de los afectos religiosos, ningún orador sagrado, digno de este
nombre, cuentan las letras españolas entre aquellos ilustres
varones.


Capmany
achaca tan singular anomalía a la humildad de los predicadores
nacionales, que les indujo, no sólo a esquivar toda pompa mundana,
toda magnificencia y ornato en sus sermones, sino a improvisarlos.
«Me inclino a creer, - dice el crítico citado, - que aquellos
oradores cristianos, tal vez persuadidos de que en manos del Altísimo
todos los instrumentos son iguales, que la sola idea de Dios cuyos
ministros eran, debía producir mayor impresión que los vanos
socorros del hombre, y que en el menosprecio de una gloria mundana,
entraba el menosprecio del arte oratorio; descuidaron los adornos
esenciales de la elocuencia, temiendo injuriar la verdad y humildad
religiosa y debilitar la causa del cielo defendiéndola con las armas
de la tierra.»


Sin
embargo, mal se pueden conciliar aquel alarde faustuoso (→
fastuoso)
de ciencia de nuestros escritores místicos, aquel su
resplandeciente lujo de metáforas y toda suerte de retóricos
aliños, con la modestia y humildad que el eminente Capmany les
atribuye como única razón de su falta de elocuencia.
Mucho más
fundada y valedera me parece la explicación que del fenómeno
literario que me ocupa, consigna D. Alberto Lista en uno de sus
concienzudos artículos críticos.


«Nuestros
predicadores -dice- deseaban acomodarse a la capacidad del vulgo,
generalmente muy poco instruido en España.


Bossuet
y Massillon, predicando en la corte de Luis XIV, tenían por oyentes
a los hombres más sabios de su siglo. Nuestros Granadas y Chaides no
tuvieron un teatro tan ventajoso, pero leían sus obras las personas más instruidas de España. Por eso escribieron mejor que
predicaron


Los
escritores ascéticos mencionados florecieron bajo reinados gloriosos. Pero cuando la monarquía exhausta, desangrada por sus
continuas guerras, embrutecida con sus hábitos de esclavitud política y religiosa, dejó arrancar uno a uno de su antes indómita
frente aquellos laureles inmortales conquistados en Lepanto, Pavía y
San Quintín, las artes y ciencias abandonaron también poco a poco
la miserable nación española. Bajo el bochornoso reinado de Carlos II, las envilecidas inteligencias de nuestra patria no acertaban a
producir más que monstruosidades, que universalmente aplaudidas por el pueblo, estragaban su gusto y hacían más y más incurable su
enfermedad intelectual. Nadie ignora que en aquella edad llegó a su
apogeo el conceptismo, extraña y grotesca manía que cifraba el
bello ideal literario en adelgazar los conceptos, hasta que de puro
sutiles y afiligranados, ni su mismo autor a comprenderlos acertaba.
La elocuencia sagrada no pudo escapar al general contagio.
Convirtiéronse los púlpitos en jaulas de locos. Los ministros del
Señor, infatuados por su ridícula vanidad у por los encomios de la
multitud imbécil, desdeñaban el estudio de la Biblia y de los
santos Padres, y consultaban mil disparatados y estrambóticos
sermonarios, embutidos de toda suerte de necedades, que de ingenio en
ingenio y de boca en boca, llegaban a un grado inconcebible de
extravagancia.


A
pesar de la inveterada depravación del gusto literario y de la
elocuencia sagrada, no faltaban algunos españoles discretos y sabios
que hacían resonar su voz indignada por tan escandalosos abusos. Mas
nada conseguían sus esfuerzos, y sus clamores morían desautorizados
sin eco alguno.


Pero,
afortunadamente para el porvenir de la oratoria del púlpito, poco
después de promediar el siglo pasado, apareció una obra que dio el
golpe decisivo a la elocuencia de guirigay, y cuya sazonadísima
oportunidad hizo que fuera recibida con extraordinario aplauso.


El
docto y juiciosísimo P. José Francisco de Isla, conocedor de cuán
desestimados eran los esfuerzos de una franca y enérgica oposición
a los abusos indicados, y acordándose de las armas esgrimidas por
Cervantes para destruir la manía caballeresca de su siglo, enristró
su bien cortada y festiva péñola, y arremetió denodadamente contra
la chillona muchedumbre de predicadorzuelos de relumbrón.


Su
Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, si bien
sobrado prolija y monótona, es un modelo de sátira, viva,
chispeante y mordaz, al paso que demuestra el profundo conocimiento
que de su idioma tenía aquel distinguidísimo escritor.


II.


A
pesar de lo dicho, no se crea que los Frays Gerundios han
desaparecido por entero de los púlpitos españoles. En villorrios,
aldeas y hasta en populosas ciudades se conservan aún rancios y
vergonzantes partidarios del conceptismo oratorio. Pero, gracias a
los progresos del buen gusto, son escuchados, en general, con el
menosprecio que merecen. Abusos no menos capitales que los
ridiculizados por el padre Isla, cunden actualmente en la oratoria
sagrada. Indicaré los que me han parecido de más relieve y
trascendencia. Uno de los errores más arraigados y generales es
considerar el ejercicio de la palabra divina como un certamen pueril
donde debe hacerse gala y alarde ostentoso de retóricos atavíos,
que muchos confunden lastimosamente con la verdadera elocuencia.
Cuando alguna pasión vivaz y poderosa enardece y arrebata nuestro
ánimo, los tropos y figuras brotan con espontaneidad y brío en el
discurso; pero esforzarse con el corazón mudo y helado en urdir una
tela retórica recamándola tranquilamente de adornos baladíes,
arguye la falta completa de todo instinto de lo bello en literatura.
Lejos de mí condenar en los sermones el ornato cuando nace del fondo
mismo del asunto; pero siempre desdecirá de la majestad sencilla de
nuestra religión, toda gala importuna, todo lujo postizo, toda
exornación frívola o sobrado artificiosa. Por otra parte, ¿cómo
acertarán los fieles a descubrir tal cual pequeño grano de
provechosa doctrina entre tanta paja revuelto? Lo que sí descubrirán
será la vanidad de quien tan sacrílegamente hace servir el
ministerio de la divina palabra de hincapié para adquirir un aplauso
que los necios tan sólo le pueden prodigar.


Abuso
mucho más trascendental que el anterior, y opuesto diametralmente al
verdadero espíritu del cristianismo, es el inmiscuir en las
oraciones del púlpito alusiones políticas, unas veces bajo
apariencias puramente religiosas, y otras con más desembozo y
claridad. No se necesita gran dosis de perspicacia para ver de dónde
nacen en algunos pocos predicadores españoles estas tendencias
profanas. Entusiastas de una causa moralmente perdida en la opinión
pública, se afanan en despertar en el ánimo del pueblo pasiones
aletargadas ya por el tiempo y los desengaños, pareciéndoles el
púlpito lugar oportuno para hacer estallar sus rencores políticos
con mengua de una religión cuya esencia es la caridad, y que tan
maravillosamente transige y se aviene con todas las formas posibles
de gobierno. ¡Ojalá conozcan algún día estos pocos sacerdotes,
cuán contraria es semejante conducta a los verdaderos intereses del
catolicismo!


Achaque
también es de muchos predicadores el convertir el púlpito en
trípode sibilítico, desde donde fulminan amenazas e improperios
contra la muchedumbre consternada. Óyeseles (se les oye)
apostrofar al pecador con las más tremebundas expresiones, y parece
que, como los hijos de Zebedeo, anhelarían que bajase fuego
celestial sobre sus oyentes y les redujese a pavesas. Con voz
tonante, con ademanes energuménicos, esos terroristas del púlpito
no encuentran palabras bastante atroces para anatematizar a los
mundanos. ¿Cuándo conocerán esos predicadores que en el siglo en
que vivimos la palabra de Dios no debe caer como arremolinado
pedrisco sobre la frente del pecador, sino que debe posarse en su
alma como un suave y regalado rocío?


Acostumbran,
por el contrario, otros oradores sagrados excitar la hilaridad de sus
oyentes, con chistes, con arranques extemporáneos de buen humor, que
de ningún modo pueden hermanarse con la dignidad y decoro que
requieren para tratados los asuntos religiosos.


Donde
suele hacerse alarde de esta jovialidad de mal gusto es en los
novenarios y otras funciones sagradas por el estilo. Allí entablan
los predicadores unos diálogos chabacanos entre el penitente y el
confesor, atestados de dichos groseros y de toda suerte de necedades.
Este sainete forma una parte del discurso, que después suele tomar
un giro serio y formal, y es de ver cómo muchos devotos alegres y
beatas casquivanillas se largan bonitamente apenas se concluye la
parte cómica del sermón.


III.


De
prolijos pecaríamos si enumerásemos todos los defectos que bajo el
doble aspecto literario y artístico afean la predicación


¿A
quién no ha chocado la estrambótica manía de algunos flamantes
oradores, de trasplantar en las pláticas religiosas las frases más
en boga entre los novelistas transpirenaicos? (traspirenaicos en
el original
)


Otros
presentan en sus sermones un copioso arsenal de conocimientos
improvisados, con el laudable fin de deslumbrar a la multitud con
alardes pomposos de una erudición tan pronto olvidada como
adquirida. Cuán socorrido y obvio sea proveerse de esa joyería
falsa, es por demás encarecerlo; y cualquiera conoce lo incongruo y
profano de semejante proceder.


Predicadores
hay también, que fiando todo el efecto de su elocuencia en la
robustez de sus pulmones, hacen retemblar los templos con sus gritos
estentóreos y desaforados.


Bueno
es advertir que los dos y res de pecho que tan frenéticos aplausos
suelen arrancar en teatros y coliseos, en nada pueden contribuir a la
eficacia de la palabra divina. De otra manera, no hay duda que
Cristo, al elegir sus apóstoles, hubiera buscado los más férreos
pulmones de la Judea, y esto no consta en el Evangelio. ¿Qué
necesidad hay de asordar al pecador para convertirle? Por otra parte,
es tan miserable la condición humana, que muchos desgraciados
preferirán tal vez condenarse con sus cinco sentidos que salvarse
con pérdida de alguno.


En
extremo desatinada suele ser también la mímica de los predicadores.
Unos se agitan convulsos, y descargan manotadas atronadoras sobre la
baranda del púlpito; costumbre grotesca que Walter Scott llama tocar
el tambor eclesiástico. Otros, por el contrario, se mantienen en una
completa inmovilidad cual la estatua del Comendador. Predicador
conozco, que recita sermones de hora y media con los puños cerrados
delante el pecho como un bóxer (boxeador) en actitud
defensiva.


Muy
útil fuera que los oradores sagrados procurasen no descuidar la
parte mímica, que Cicerón llama felizmente quasi corporis quædam
eloquentia. Creo de gran provecho en la materia el precioso capítulo
que a la acción oratoria dedica el ilustre Capmany en su Filosofía
de la elocuencia.


IV.


De
intento no hemos querido entrar en el fondo de la cuestión, acerca
de la cual acabamos de apuntar algunas ligerísimas observaciones.


Sin
embargo, no soltaremos la pluma sin indicar a los predicadores
españoles la urgentísima necesidad que tienen de no ponerse frente
a frente de la moderna civilización, de no combatir el progreso a
todo trance; en una palabra, de no hacerse odiosos a la sociedad en
cuya marcha desean legítimamente influir, cuyos vicios tratan de
extirpar. Lejos de anatematizar sin apelación las tendencias y
aspiraciones de nuestro siglo, procuren enardecer los pocos
sentimientos nobles que, bajo una capa de cinismo glacial, hierven en
su seno. Lejos de encarnizarse contra la filosofía, procuren
estrechar sus vínculos con la religión. Que siempre esté llena su
boca de palabras de sublime y verdadera caridad, que estudien el
corazón humano, compadezcan sus extravíos, y con mano blanda
cicatricen sus llagas. Así serán elocuentes y encontrarán, sin
buscarlas, bellezas literarias de incalculable valor, siendo a la par
médicos de almas y maestros de la elocuencia más importante de
todas, la elocuencia sagrada.

sábado, 2 de octubre de 2021

NOTAS. Obras rimadas de Ramon Lull. + RECTIFICACIONES

NOTAS.



(1)
Lo
conqueriment de Maylorcha.

Es la conquista de Mallorca por las
armas de Don Jaime el Conquistador, entre los hechos de aquellos
belicosos siglos, el que quizás más se presta a las bellas
descripciones y elevados rasgos de la epopeya. Expedición marítima
al par que militar, abunda en sucesos e incidentes tan variados y
poéticos, en aventuras tan interesantes y caballerescas, que hasta
al referirlos sencillamente los antiguos cronistas, trazaron sin
quererlo más bien un poema que una crónica, tanto les brindaban los
hechos mismos a los adornos de la oratoria, a la brillantez y viveza
en el estilo, y a los bellos matices de la poesía. Aún el mismo rey
Don Jaime, cuya vida constituye una serie de triunfos y conquistas,
recordó siempre la de Mallorca con singular predilección y
complacencia, porque con ella iban también los bellos recuerdos del
ardor de su juventud. No es extraño pues que la imaginación
ardiente de Lulio, excitada por el amor a su patria, se elevase en
alas del entusiasmo al oír contar a su padre, que tomó parte en
aquella grande y caballeresca empresa, las proezas de los
conquistadores, y que fundado en la tradición y en las relaciones de
los mismos testigos oculares, trazase el bello poema que sólo
poseemos en fragmento, si es que no bebiese en el contexto de la
crónica del mismo rey Don Jaime, que atribuyéndose a la pluma del
gran conquistador, quizás llegaría a manos de Lulio, tratando como
trataba tan de cerca a la familia real aragonesa.
¡Lástima
grande es empero no poder leer en bellos versos más que una pequeña
parte del conjunto de todos los hechos heroicos que tanto nos halaga
en las sencillas descripciones de la crónica del mismo monarca, en
las de Marsilio, Desclot y cuantos se ocuparon de esta gloriosa
conquista!
(Desclot : de Es Clot, d‘es Clot)

(2)
Que
mays feu tant en Pelós.
Bajo el adjetivo Pelós, que equivale al
adjetivo castellano Velloso (peludo), quiso designar
seguramente el autor al célebre conde de Barcelona llamado Wifredo el Velloso. Fue hijo y sucesor en el condado de Wifredo I, quien
había perdido sus estados, muriendo a manos de Salomón conde de
Cerdeña, (
Cerdaña, Cerdanya, Ceritania) que le asesinó alevosamente para usurpárselos. Como
Wifredo II (el Velloso) era menor de edad cuando le fue restituido el
condado por Carlos el Calvo, tuvo por regente a
Balduido, primer
conde de Flandes y yerno de aquel monarca. Contaba 22 años cuando
para vengar la muerte de su padre, la dio a Salomón de Cerdeña. En
873 se halló en las guerras de Francia (
los condes de Barcelona
eran vasallos del rey de Francia
) contra los Normandos, donde fue
gravemente herido, lo que le valió, según afirman varios autores,
adquirir el blasón de las cuatro barras encarnadas en campo de oro
(
leyenda desmentida por otros autores), que fueron después el
distintivo de la
casa aragonesa, con motivo del casamiento del
conde D. Ramón Berenguer IV con D.a Petronila,
heredera de aquel reino
. Así que Wifredo II tuvo (874) el mando
soberano de su condado, sin necesidad de regente
(
¿quién era el soberano? El rey de Francia), se dedicó
exclusivamente a limpiarlo de moros, sosteniendo con ellos reñidas y
sangrientas guerras, hasta ahuyentarlos enteramente de sus
estados.
Fue
príncipe (el principal de los condes, como Ramón
Berenguer IV, princeps
) al par que valiente y guerrero, muy
piadoso, pues en 888 (880 según wikitrolas) fundó el monasterio de Ripoll, según lo
asegura el P. Villanueva, en el que hizo vestir el hábito a su hijo
mayor Rodulfo, que fue su abad, y después de Urgel. Tuvo otros
hijos: Wifredo III, que le sucedió: Suñer, conde de Urgel; y Miron, (Mirón, Mir) que también fue conde de Barcelona. Murió Wifredo II en el año 906
o 912
según otros autores y fue sepultado en el monasterio de
Ripoll.

Carlos II de Francia, Frankfurt, el calvo, emperador, francos

Este rey, Carlos II el calvorotas, me recuerda mucho a Freddie Mercury. Farrokh Bulsara. Y personalmente, a mi amigo desde la infancia José Francisco Tejedor Pons, "Pepet", chimo por Beceite y polaco por Valderrobres, y especialmente a su padre, José Luis Tejedor, hijo de Santiago y Pura, Purita, "purito", de mi pueblo, Beceite, Beseit.  

Freddie Mercury, Farrokh Bulsara, Carlos II, el calvo, rey de Francia

Freddie Mercury, Farrokh Bulsara, Carlos II, el calvo, rey de Francia, purito, José Luis Tejedor, Beceite, Beseit



(3)


Sa maravela bassent,
Ignoramos la
equivalencia castellana de la palabra bassent; y no
comprendemos lo que con ella quiso significar el autor, si es que no
sea error del copista. (Quizás plasent, plassent mal escrito; o
del verbo ver, veser, vesent, veent
) Por lo demás, el
calificativo de maravilla que da Lulio a la isla, prueba que en
aquellos tiempos no era Mallorca menos admirada y codiciada que en el
día, en que tantos y tan ilustres viajeros han ensalzado sus
bellezas naturales. Véase sino la hermosa descripción de la Balear
mayor que el cronista Marsilio pone en boca de Pedro Martell, quien
cuenta con entusiasmo al rey Don Jaime la hermosura del país que le
induce a conquistar; y ella en verdad dice tanto como pueden decir
los modernos viajes que de Mallorca han escrito elegantes plumas e
inteligentes artistas. Dice el pasaje de la crónica a que nos
referimos:
“Mes la major yla es aquela que Malorcha es apeylada,
com es major en quantitat e major en senyoria; la qual la divina
saviea de las pregontats de las ayguas feu levar per só que de totas
ses parts fós als navegants en refugi e defeniment; e de aquen los
homens d‘ aquela art aquela apeylan cap de Creus, com d‘ aquela a
cascunas parts navegar pus cuvinentment es vist; e aquels qui tornan
de lunyadanas parts, trencats d‘ aytals trabays, banyats de plujas,
turmentats de tempestats d‘ aer, consumats d‘ estiu e de calor, e
‘ls trobats de poca jornada, a aquela sian sadolats e recreats, e
de grat venen per só que en lurs trabays sian consolats. E provehí
lo sobirá maestre de tots de pòrts en aquela en tutela e defensio
dels perilants o navegants; de part oriental lo pòrt d‘ Alcudia,
de part occidental lo pòrt de la Palomera e de Andraig, e de part d‘
aquiló lo pòrt de Soyler, o de part austral lo pòrt de Manachor e
de Porto-Colom e de Porto-Petro. E de totas parts ha molts pòrts
pochs, los quals los mariners apeylan esparagols, a salvar los lenys
menors. E aquesta yla es revironada de montanyas molt altas d‘
aquela part que es opposada a Cathalunya, en tan neix son altas, que
a aquels qui naufragan son en mòrt e als navegants en horror. Mes de
part austral que es opposada a Affrica no ha montanyas axí altas,
jatsia só que de rochas sia tota plena, e son aquelas montanyas
pedregosas, no cuvinents a neguna semen, sechas, nuas, sens fruyt,
sens utilitat, si donques no son dadas als habitadors a garda e
defensio.”
“E com aquela yla haja moltas parts, ha XVI parts;
las tres en montanyas e en lo peu de las montanyas lo qual apeylan
Rayguer, en las quals ha pobles e vilas delectables; aquí ha
oliveras fructuosas, aquí ha abundancia de vinyas e abundancia de
diversas fruytas, vergers molt agradables, fonts de cascuna part
corrents; e lá on hom se pensa que montanyas molt altas s‘ ajusten
e que no sia sino soledad degastable, aquí se amagan vals molt
delitables, de arbres fructuosas, bé assegudas e plenas d‘ ayguas
de fonts, en tot delit e puritat d‘ aer donadas. Las altres XIII
parts son pobladas, las quals son planas e son luny de montanyas, e
son molt bonas per blats, molt han de forment e d‘ ordí (ordi),
quays han fretura de fruytas, oliveras no han, nodrexen pocas vinyas,
son ricas d' oveyas e d' altres bestiars; de pous beuen e moltas
vegadas de ayguas reebudas en cisternas e en en fossas en
temps de plujas, per só que dretament sian semblants a las parts d'
Urgel en moltas de cosas.”



"Mes
la ciutat es asseguda e sitiada prop la mar, havent planea de costa
sí de XII milas, de val ample e pregon revironada, garnida e defesa
de espessa de torres e de mur, de bel antemural coronada, no sabent
barri, com tots los reeb dins sí ab tres portals ab portas de ferre,
edificada e feta de casteyl molt beyl dins sí prop de la mar e en
pla, enriquehida de lonquea, de beylea de carrers e de dreta
agradable, de amplaria de plassas plahent, de font per mitj corrent
delitable, de beylea d‘ orts axí dins com deforas acompanyada; ha
mirador molt beyl de mar, lo qual s' esten XV milas, de duas bocas o
caps grans de rochas es termenada, e es luny boca o cap de boca o cap
quays per XX milas. Aquests dos caps contre si posats en fas de la
ciutat, fan gran cala abundant e plena de pexos, e a naus e a tots
altres vaxells navegants molt profitosa, com per tot morden las
ánchoras: e encare tot lo temps de primavera e de estiu tots los
lenys e naus se ferman e stan devant la ciutat a una mila; mes el
temps de autumne acostant, se recuylen al pòrt, lo qual es luny de
la ciutat duas milas e mitja, lo qual ha nom Portopí, quays pòrt de
pí, com aquí havia un molt beyl pí dont lo pòrt hach e pres nom.
E ha aquesta ciutat defora tres casteyls molt fòrts asseguts e
sitiats en molt altas montanyas; lo un contra la part de Cathalunya
lo qual es dit e nomenat de Polensa, l' altre contre la part de
Affrica lo qual es apeylat de Santueri, altre dintre terra qui no es
pòt combatre lo qual es apeylat Alaró.
L' aer hi es molt
temprat, com d‘ ivern apenas o quays nuyl temps no gita neu; e si
algunas vegadas s' esdevé, las gents ho han per joch: glas nuyl
temps quays hi appar; e en temps de estiu de tercia e d' aquí avant
del vent embat apeylat es temprada."




(4)



D'
Abú-Soleyman vessada







En
las cronologías de los emires o gobernadores mahometanos bajo el
imperio de los califas, figura al tratarse del reino de las islas
Baleares, el nombre de
Abu-Rabi-Suleyman, que en el año de la
égira 508, fue sucesor de Mubash-sher
(Nasiru-d-Daulah)
que fue al parecer el último de aquellos gobernadores.
Quizás
aluda Lulio a este personaje en el verso que comentamos.




(5)



De
n' Horace e B. De Bon







Sin
duda se refiere Lulio en este pasaje a Bertrán de Born vizconde de
Hautefort y castellano del castillo (catalán,
castlà, châtelain
) de Perigord que encerraba unos 1000 hombres
de guarnición. Fue uno de los trovadores más célebres de su
tiempo. Pudiendo por su posición (posision) elevada tomar
parte activa en los negocios políticos de la época, se entretenía
en suscitar discordias entre los reyes de Francia y de Inglaterra, a
quienes tildaba de cobardes cuando se mantenían en paz,
tributándoles los mayores elogios cuando empuñaban las armas.
Declaróse enemigo de Ricardo corazón de león, y partidario de
Enrique II su hermano, a quienes designaba con los nombres de

(Oc) y No. Vencióle Ricardo y llegó a hacerle su prisionero
y a posesionarse de su castillo de Hautefort; pero obrando aquel
monarca, que aspiró también al renombre de trovador provenzal,
con clemencia y generosidad con el poeta vencido, le perdonó la vida
y le restituyó sus bienes. Aunque fue Bertrán, como todos los
trovadores de su época, cantor de los amores y de la hermosura, se
distinguió más especialmente por sus poesías heroicas o guerreras.
He aquí una de sus más notables producciones:








‘m play lo douz temps de pascor



Que
fay fuelhas e flors venir



E
play mí quant aug la baudor



Dels
auzels que fan retentir



Lo
chan per lo boscatge;



E
play me quant vey sus el pratz



Tendas
e pavallos fermatz;



E
play m' en mon coratge,



Quant
vey per campanhas rengatz



Cavalliers
ab cavals armatz.




E
play mí quant li corredor



Fan
las gens e 'ls avers fugir;



E
play me quant vey aprop lor



Gran
ren d' armatz ensems brugir;



Et
ay gran alegratge,



Quant
vey fortz castelhs assetjatz,



E
murs fondre e derrocatz,



E
vey l' ost pel ribatge



Qu‘
es tot entorn claus de fossatz



Ab
lissas de fortz pals serratz.







Atressi
m' play de bon senhor



Quant
es primiers a l' envazir



Ab
caval armat, ses temor;



C‘
aissi fay los sieus enardir



Ab
valen vassallatge;



E
quant él es el camp intratz,



Quascus
deu esser assermatz,



E
segr' el d' agradatge,



Quar
nulhs hom non es ren prezatz



Trò
qu' a manhs còlps pres e donatz.







Lansas
e brans, elms de color,



Escutz
trancar e desguarnir



Veyrem
a l' intrar de l' estor,



E
manhs vassalhs ensems ferir,



Don
anaran a ratge



Cavalhs
dels mòrtz e dels nafratz;



E
ja pus l' estorn er mesclatz,



Negus
hom d' aut paratge



Non
pens mas d' asclar caps e bratz,



Que
mays val mòrtz que vius sobratz.







Be
us dic que tan no m' a sabor



Manjars
ni beure ni dormir,



Cum
a quant aug cridar: A lor! (Com)



D'
ambas las partz; e aug aguir



Cavals
voitz per l' ombratge



E
aug cridar; Aidatz! aidatz!



E
vey cazer per los fossatz



Paucs
e grans per l' erbatge,



E
vey los mòrtz que pels costatz



An
los tronsons outre passatz.







Baros,
metetz en gatge



Castels
e vilas e ciutatz,



Enans
q' usquecs no us guerreiatz.



Papiol,
d' agradatge



Ad
Oc e No t' en vay viatz,



Dic
li que tròp están en patz.











Traducción.
- Mucho me place la dulce estación de la primavera que hace brotar
las hojas y las flores; me place oír el gorjeo de los pájaros
cuando hacen resonar su canto por el bosque. Agrádame ver colocados
a lo largo de las praderas tiendas y pabellones; y me deleita ver
alineados en campaña caballeros armados cabalgando en sendos
caballos.







Me
place ver los exploradores cuando ahuyentan las gentes y los rebaños,
y ver como en pos de ellos los hombres de armas se mueven con grande
estrépito. Experimento mucha alegría cuando veo sitiar fuertes
castillos, cuando se hunden los descuajados muros y la hueste cerca
el recinto defendido por hondos fosos y cerrado por empalizadas
guarnecidas con fuertes postes.




Gozo
cuando veo al buen señor que se lanza el primero al combate con
caballo armado, sin conocer el miedo, infundiendo con su ejemplo y su
brío valor a sus vasallos. Y cuando entra en el campo, todos deben
reunirse en torno suyo y seguirle con voluntad decidida, porque de
ningún hombre se hace aprecio si no ha dado y recibido muchos y
buenos mandobles.




Veremos
las lanzas y las espadas romper y desguarnecer los yelmos y los
escudos, desde luego de entrar en batalla, y herirse mutuamente los
combatientes. Entonces veremos correr al acaso los caballos de los
muertos y de los heridos, y cuando confundidos todos, en lo más
recio de la pelea, no habrá hombre de alta prez que tenga otro
pensamiento que el de cortar cabezas y brazos, pues vale más morir
que vivir vencido.




Os
lo aseguro: no me es tan grato el comer, beber y dormir, como oír
exclamar por ambas partes: ¡A ellos! y escuchar el relincho de los
caballos desmontados que corren por la selva, y el grito de ¡Socorro,
socorro! mientras caen señores y vasallos por los fosos sobre la
yerba, y se ven los muertos atravesados sus flancos por las astillas
de las lanzas.







Barones,
empeñad castillos, villas y ciudades antes de que otro alguno os
haga la guerra.



Y
tú, Papiol, corre pronto a ver a
y No
y diles que hace ya demasiado tiempo que están en paz.







(6)







Els
fayts eu xantats sovens.







Quizás
haya en este verso equivocación del copista. Parece que se diera a
la frase mejor sentido gramatical, sustituyendo el xantats participio
pasado de xantar, con el xantant gerundio del mismo verbo.




(7)
Ab
sos barons, donçeyls e lurs prelats.



Para
dar una idea de los barones principales que tomaron parte en la
conquista de Mallorca insertamos los siguientes párrafos que con el
mismo objeto trascribe el conocido historiador D. José María
Quadrado
en uno de sus apéndices a la parte de las crónicas de
Marsilio y Desclot referente a la expresada conquista, que publicó
en el año 1850.



"Era
D. Nuño Sánchez de real estirpe nieto del conde Ramon Berenguer que
casó con la heredera de Aragón, y primo del padre de nuestro
monarca. Su padre D. Sancho hijo tercero del conde de Barcelona
heredó el condado de Cerdaña en sustitución de su hermano Pedro, y
obtuvo en feudo el de Rosellón de su hermano mayor Alfonso II, a
quien lo había legado el conde Gerardo a falta de sucesión; de
suerte que su cuna y poderío le permitieron casi nivelarse con el
trono. De su esposa Sancha hija del conde
D. Nuño de Lara hubo a
D. Nuño, que tomó el nombre de su abuelo materno y que combatió al
lado de su padre en las Navas de Tolosa donde fue armado caballero.

Su tardanza en acudir al socorro de Pedro II, o la impaciencia de
este en no aguardarle, contribuyó al infeliz éxito de la batalla de
Muret donde feneció el rey de Aragón; pero unido con los Moncadas y
otros nobles, hostilizó a las tropas de Monfort, obligándole por
fin a devolverles el hijo del difunto soberano a quien el vencedor
retenía cautivo en su poder. Ignórase hasta qué punto secundó D.
Nuño las ambiciosas miras de su padre, que aspiraba no sólo a la
tutela del niño Jaime, sino a usurparle la corona; sólo es notorio
que tuvo sobrada parte en las turbulencias de aquella agitada
minoría. Disgustado con Guillermo de Moncada su íntimo amigo hasta
entonces, a causa de un azor que este le negó, llegaron ambos a
estrepitoso rompimiento; y aunque el rey en Monzón se declaró
abiertamente a favor de D. Nuño, y sostuvo una larga y terrible
guerra contra Moncada para vengar los agravios de su pariente,
mostrósele este tan ingrato que se entendió con su competidor para
apoderarse del joven soberano en Alagón y retenerle como prisionero
dentro de Zaragoza, gobernando ambos en su nombre y repartiendo los
feudos a su capricho. Hacia este tiempo por muerte de D. Sancho
heredó D. Nuño los condados de Cerdaña y Rosellón con el señorío
de Vallespir y Conflent, y dejando en paz la monarquía auxilió al
rey de Francia Luis VIII en su guerra contra los albigenses, de quien
recibió en recompensa algunas tierras. La expedición a Mallorca
formó el período más brillante de la vida de D. Nuño, mostrándose
tan intrépido en los combates como espléndido y bienhechor en la
multitud de fundaciones que dejó en el suelo reconquistado. Después
de contribuir a la toma de Iviza y de asistir con el rey al sitio de
Valencia, falleció sin hijos en 1241, y fueron agregados a la corona
sus vastos dominios y las propiedades que le cupieron en Mallorca e
Iviza. En 1215 casó con Petronila hija del conde de Cominges, pero
habiéndosela arrebatado el conde de Monfort para casarla con su
hijo, D. Nuño en vez de pedirle cuenta de su inaudito agravio
contrajo segundas nupcias con Teresa López. La especie de que murió
canónigo de Elna no aparece bien probada, a menos que esta dignidad
eclesiástica no anduviera aneja a sus títulos seglares, de lo que
se hallan hartos ejemplos en la edad media."



"De
nobilísima familia enlazada desde muy antiguo con la condal de
Barcelona descendía Guillermo de Moncada vizconde de Bearne. A
mediados del siglo XI un Raimundo de Moncada concurrió a la
formación de los Usages de Cataluña (o son los usatges de
Barcelona?
) por Ramón Berenguer el viejo; otro Guillén Ramón,
con el sobrenombre o empleo de Dápifer (Dapifer)
vinculado en su estirpe, acompañó al conde de Barcelona y a los
pisanos en su gloriosa expedición a Mallorca; y Guillén Ramón se
llamaba también el senescal de Cataluña, que caído en
desgracia de su príncipe y refugiado a la corte de Aragón, agenció
el dichoso enlace de Ramón Berenguer con Petronila. Su hijo heredó
el nombre, el título y la influencia, y apenas hay hecho ilustre o
acto solemne en la última mitad del siglo XII a que no se le
encuentre asociado; mancha empero su memoria la sacrílega muerte que
dio en 1194 al arzobispo de Tarragona D. Berenguer de Vilademuls, sin
que se sepan las causas ni las consecuencias del delito.”



"La
semejanza de nombres y la multitud de ramas en que se dividió la
familia de Moncada, no permiten deslindar los hechos que a cada
individuo pertenecen, ni averiguar su recíproco parentesco, ni
asegurarse siquiera de la identidad o diversidad de las personas:
sábese únicamente que el más ilustre y poderoso de todos, que regó
con su sangre nuestra isla, fue hijo de un Guillén Ramón y de
Guillerma de Castelveyl.
Guillermo de Moncada no empieza a
figurar sino en el reinado de Jaime I cuya coronación y libertad
promovió eficazmente; pero desvanecido con el poder y opulencia que
le añadió su casamiento con Garsendis heredera del vizcondado de
Bearne e irritado contra el conde de Rosellón, desechó la mediación
del monarca e invadió a sangre y fuego los estados de su enemigo.
Mientras que todo lo arrollaba y se abría paso hasta Perpiñan,
derrotando a sus habitantes y prendiendo al jefe de ellos Gisperto de
Barberá, sus propias fortalezas en número de 130 cayeron en poder
del joven rey que penetró en sus dominios con poderosa hueste; y el
orgulloso barón hubo de acudir a su defensa, encerrándose con sus
numerosos amigos y deudos en el inexpugnable castillo de Moncada. Al
cabo de tres meses de sitio se vio precisado Jaime I a levantarlo por
no contar bastante con la fidelidad de los demás nobles; Moncada se
reconcilio con D. Nuño para oprimir de común acuerdo al soberano, y
en vez de temer el castigo, le arrancó la indemnización de los
daños que le había causado en la pasada guerra. No tardó el
inquieto vizconde en confederarse de nuevo con el infante D. Fernando
en contra de
D. Nuño y de los Folch de Cardona rivales eternos
de los de Moncada, sublevando las ciudades aragonesas y exponiendo a
duros trances el poder real; pero al fin buscó avenencia, y en una
entrevista que tuvieron con el rey él y sus compañeros no lejos de
Pertusa, reconoció humildemente su error y juró para lo sucesivo
inviolable fidelidad. Trocado desde entonces en firme apoyo del trono
que antes había conmovido, confióle el rey la empresa de poner a
doña Aurembiax en posesión del condado de Urgel que injustamente
ocupaba Gerardo de Cabrera; y en breve la llevó a cabo con su
acostumbrado esfuerzo. Tan generoso en ofrecer como pronto en
cumplir, sincero en la reconciliación, velando por su rey con
paternal cariño, ardiente en su fé, tierno en su piedad, víctima
de su brioso valor mal secundado, Guillermo de Moncada aparece en la
poética expedición de Mallorca como el héroe más interesante
después de Jaime I.
La infelicidad y revueltas de los tiempos
explican bastante su pasado proceder, y su sangre mezclada con las
lágrimas de su rey le absuelve y purifica. Dejó de tierna edad por
sucesor de sus estados a su hijo Gastón, cuya primogénita Constanza
casó en 1260 con el primogénito del rey D. Jaime, el malogrado
infante D. Alfonso, fallecido entre los festejos de la boda.”



"Raimundo
de Moncada, compañero de Guillermo en la campaña de Urgel y en el
glorioso fin que les aguardaba sobre las playas de Mallorca, era sin
duda su pariente muy cercano; pero ni en las crónicas ni en los
documentos aparece indicio alguno que confirme la opinión vulgar de
que ambos eran hermanos, concebida sin más fundamento que el de su
común familia y recíproco afecto. Zurita, sí, nombra repetidas
veces a Raimundo como hermano de Guillén Ramon senescal de Cataluña
casado con Constanza hija natural de Pedro II, del cual no consta que
viniese a Mallorca, aunque a veces por la semejanza del nombre se le
confunde con los otros dos. Hijo de Guillén Ramón fue Pedro de
Moncada que heredó la senescalía de Cataluña, y de Raimundo lo fue
Guillermo que obtuvo en Mallorca los heredamientos que al difunto
magnate correspondían; acompañó este al monarca en sus campañas
por el interior de la isla, y luego en las de Valencia, y se le dio
en 1255 el señorío de la villa de Fraga, trasmitiéndolo a su hijo
llamado Raimundo como el abuelo. En el libro del repartimiento figura
otro Berenguer de Moncada a quien concedió el rey algunas
propiedades.”



A
pesar de ser el conde de Ampurias uno de los príncipes
iguales un tiempo en soberanía, ya que no en poder, a los
condes de Barcelona, con quienes a menudo combatieron sus
antecesores, en esta expedición le vemos eclipsado por su pariente
el vizconde de Bearne, cediéndole en todo el primer puesto. Hugo
descendía por línea recta de una serie de condes, que llevaron
todos el mismo nombre alternando con el de Ponce Hugo, y que
siguieron después de él durante algunas generaciones; su parentesco
con los Moncadas debió de ser estrecho según su adhesión a aquella
familia, en la cual refundía su causa y su persona. Es probable que
fuera este el conde que asistió al glorioso combate de las Navas; de
todas maneras le honra mucho el no hallarle ni una vez mentado en las
turbulentas ligas y reyertas de los barones que afligieron la menor
edad de Jaime I. Carbonell alaba al conde Hugo de muy noble caballero
y de haber regido con gran prudencia su condado: su esposa llamábase
María. Al tratarse de la conquista de Mallorca distinguióse sobre
todos por su caballeresco ardor en secundar la empresa, como luego
por su sombría perseverancia en el sitio de la ciudad: no esperaba
hallar tan pronto en ella su sepulcro sorprendido por la peste en
brazos de la victoria.
El necrologio de la catedral de Gerona, de
la cual era canónigo como conde de Ampurias, pode su fallecimiento a
23 de febrero de 1230.”



"Guillermo
de Clarmunt, Ramon Alamany y Gerardo de Cervellón, todos eran
retoños del árbol nobilísimo de Moncada, planetas que giraban en
torno del nuevo vizconde de Bearne e iluminados con el reflejo de su
esplendor. Sus abuelos se hallan mencionados al principio de los
usages de Cataluña entre los barones que formaban la corte
de Ramon Berenguer el viejo
; pero aunque fueran señores con casa
y estados propios, en cualesquiera bandos y empresas siguieron la voz
y la suerte de Guillermo de Moncada. Los nombres de Clarmunt y
Alamany van siempre unidos como por un lazo indisoluble; sobrino del
segundo era Gerardo de Cervellón hijo de Guillermo hermano de
Alamany cuyo verdadero apellido debió ser asimismo Cervellón. La
peste arrebató a los tres, apenas cumplido su juramento de vengar la
muerte de los Moncadas con la toma de la ciudad."



"Por
deudo o por amistad hallábase también unido a los anteriores el
opulento Bernardo de Santa Eugenia, tanto que se encerró con el
vizconde de Bearne en el castillo de Moncada para defenderlo contra
el soberano. Era señor de Torrella de Muntgrí, de donde algunos le
atribuyen el apellido de Torrella y le suponen arbitrariamente
hermano de Raimundo primer obispo de Mallorca. Después de la partida
del rey quedó por gobernador de la isla durante algún tiempo; y en
1235 junto con su hermano Ponce Guillén y con Guillermo de Muntgrí
sacrista de Gerona solicitó del rey facultad para conquistar a
Iviza. Poseía este barón una galera que junto con otra de Pedro
Martel, de quien se habla al principio del texto, fue tomada a sueldo
por el rey estando sobre Burriana para la expedición de Valencia.”
- QUADRADO, Apéndice 1.° a las crónicas de Marsilio y Desclot.



Y
por último en la escritura de concordia que se celebró entre el rey
Don Jaime y los magnates sobre la expedición a la isla de Mallorca y
en otros documentos, se continúan, entre los que quedan ya
enumerados, los nombres de Raimundo Berenguer de Ager, Hugo Desfar,
Assalito de Gudal, Hugo de Mataplana, Ferrer de San Martí, Gilaberto
de Croyles (Cruyles, Cruilles), Galcerán de Pinos
(Pinós) y otros muchos de elevada alcurnia, además del
templario Fr. Bernardo de Champans comendador de Miravete que
llevando la voz de su orden ofreció ayudar en la empresa con treinta
caballeros.



En
cuanto a los prelados que secundaron al rey Don Jaime en la
expedición, aparecen en primer término Spárrago de Barca arzobispo
de Tarragona y Berenguer de Palou obispo de Barcelona. Aquel era
primo del rey Don Jaime, como afirma el cronista Marsilio; en 1212
era ya obispo de Pamplona y en 1215 fue electo arzobispo de
Tarragona. Contribuyó a la restitución que hizo Simón de Monfort
del niño Jaime (después el Conquistador) y teniéndole en sus
brazos lo presentó en las Cortes de Lérida. Tomó gran parte en las
deliberaciones sobre la conquista de Mallorca y contribuyó en favor
de la empresa, según el cronista Desclot, en mil marcos de plata,
gran cantidad de trigo, cien caballeros y mil peones pagados por él,
con el correspondiente armamento. Murió en 3 de marzo de 1233.



El
obispo de Barcelona fue el prelado que más se distinguió por sus
hechos en la conquista que nos ocupa. Habiendo sido antes canónigo
de la catedral de Barcelona, era ya pastor de aquella diócesis en el
año 1212 en que prestó obediencia al arzobispo de Tarragona. Fue
prelado ilustre en paz y guerra y, según expresión del P.
Villanueva, así manejó la espada como el báculo, siendo su
pontificado el más distinguido de aquella iglesia. Acompañó al rey
D. Pedro II en la célebre expedición de Ubeda en 1212
(Úbeda, Navas de Tolosa), donde el rey le dio en premio de
sus servicios la propiedad Solario: en 1214 fundó el monasterio de
Junqueras (religiosas Benedictinas), y en 1219 el de Dominicos que
hizo venir desde Bolonia. Celebró varios sínodos e hizo muchas
constituciones, prestó servicios de gran importancia en la conquista
de Mallorca, contribuyendo en favor de la empresa con cien caballos
armados, y con mil peones mantenidos todos a sus expensas. Asistió
también a la conquista de Valencia, y fue después arzobispo de
Tarragona, elección que no aprobó el Papa por lo necesaria que era
su presencia en Barcelona. Murió en 1.° de setiembre de 1241.



Otro
de los prelados que asistieron también a la gloriosa expedición fue
Guillermo Cabanellas, obispo de Gerona. Era ya canónigo de aquella
iglesia en 1214, y siendo arcediano de la Selva fue elegido obispo
por el año 1227 y prometió contribuir, como contribuyó en favor de
la empresa, con treinta caballeros y trescientos peones mantenidos a
sus expensas. Murió en 24 de noviembre de 1245.



Asistió
así mismo a la conquista el abad de San Felio de Guixols,
llamado Bernardo, que fue el primero a quien el rey presentó en 1232
para la silla episcopal de Mallorca, cuya elección recayó por el
año 1235 en el pavorde de Tarragona Ferrario de San Martí, y
después en 1239 en D. Raimundo de Torrella por no haber tenido
resultado las dos primeras presentaciones. Contribuyó en favor de la
empresa con cuatro caballeros y una galera armada. Murió en 1253.



Y
por último asistieron igualmente a la expedición Guillermo de
Montgrí sacrista de Gerona que contribuyó con diez caballeros y
muchos infantes, y que después de haber hecho renuncia del
arzobispado de Tarragona y fundado la cartuja de San Pol de Maresmes,
murió en 1273: Bernardo de Villagrama arcediano de Barcelona que
ofreció diez caballeros y doscientos peones: sacrista de la misma
catedral Pedro Centelles que contribuyó con quince caballeros: y el
paborde de Saxona, el de Tarragona y el sacrista de Urgel que
también contribuyeron con caballeros y peones en favor de la
conquista.











(8)



E
cant fó exit lo stòl de mil galeas







Componíase
la armada según Marsilio y los otros cronistas incluso el mismo rey
Don Jaime de 155 buques grandes, además de las barcas de menor
porte, esto es; 25 naves mayores, 18 taridas, 12 galeras y 100
embarcaciones grandes llamadas trabuces y galeotas.







(9)







Cell
qui los cèls té e ‘l trò sens maleas,



Lança
en lo mon e en nostras ribeas



D'
ayre e de fòch e de maleas muytas.







Todas
las crónicas que se ocupan de la conquista de Mallorca hablan
detenidamente de la gran tempestad que sufrió la flota de Don Jaime
durante la travesía: la de Marsilio se expresa en estos términos,
al hacer mención de este suceso:



"Entre
hora de nona e vespres cresqué lo vent, e fòrt horriblement la mar
se inflá: muntan las ondas e complexen bé la tersa part de
la galea, e la mar prova e assatja los ventres dels novels peregrins
e encara dels antichs mariners; tots los peus los vecillan e ‘ls
caps han torbats............



"Dels
fets no remembrables de la tempestat passada, feta la mar suau, e
navegants ab vent cuvinent envés Pollensa, apparech una nuu fòrt
espaventable de part d' aguiló del vent de la Prohensa, la qual nuu
enfosquehí de molt desplaer las caras dels mariners. Mes un mariner,
en la sua art savi e discret e bé sabent e apareylat, per nom
Berenguer Guayrán, que era cómit e regidor d' aquela galea, alla
veu dix: "Nom plau aquela nuu que a nos se mostra de part del
vent aguiló de la Prohensa: estats apareylats, estats tots, e
acostense alcuns a las cordas qui son fermadas a la popa, e altres
vajan a la proha, e 'ls altres sian de prop las cordas costeras,
persó que si mester es pus tòst sia baxada la vela.” E donques la
galea per totas cosas, en quant aquela art pòt garnir e apareylar,
fó ordonada, soptosament vench vent fòrt, derrocá e gitá la vela
a dors, e present peril de mòrt menassá. Veus donava en trò al cèl
en Berenguer, sovent repetent: baxa la vela, baxa la vela, la qual
cosa per gracia de Deu fó feta: mes los lenys e las naus e las
galeas, per só com mes eran estadas soptadas, hagueren major afany a
baxar las velas, e grans crits e veus confusas cridavan la present
angustia e trabayl. La mar se inflá massa a la contrarietat dels
vents, e la galea del rey e tots los lenys eran sens velas, e
sofferian gran feriment de las
onas
, e los timons no usavan de lur offici; rodavan los
lenys en gir, e indicis o presumpcions de mòrt significavan. Havia
gran tristor en las galeas e caylament; jahian homens de subinas e
cap cubert, de lur vida d' aquí avant poch confiants. Leva' s lo
rey, e aquestas cosas temé molt fòrt per sí e per los seus.” -
MARSILIO, lib. II, cap. XVI y XVII.







(10)



...
com Nabuch e Faruensa;







El
nombre de Faruensa, unido al del personaje bíblico Nabucodonosor,
nos hace estar en la persuasión (persuacion) de que el poeta
ha querido aludir a Faraon rey de Egipto, cuyo nombre alteró en su
terminación por licencia poética obligado por la rima.







(11)



.....
sens que no spectetz nuyll.







Así
la crónica Real, como la de Marsilio, insertan la oración que
dirigió el rey Don Jaime al cielo al ver combatida la flota por la
tempestad. He aquí como transcribe la citada plegaria la primera de
las mencionadas crónicas:



"Senyor
Deus, bé conexem quens has feyt rey de la terra, e dels bens que
nostre pare tenia per la tua gracia: e hach no comença gran feyt, ne
perills trò aquesta saho, e jatsia que la ajuda vostra hajam sentida
del nostre naximent en trò ara, e hajats nos honrrat dels
nostres homens mals qui ab nos volien contrastar: ara Senyor e
Creador meu, ajudats me si a vos vé de plaer en aquest tan gran
perill, que tan bon feyt com yo he començat nol puixca
perdre car nol perdria yo tant solament, ans lo perdrets
majorment vos: car yo vaig en aquest viatge per exalçar la fe
que vos nos havets donada, e per baixar e destruyr aquells qui no
creuen en vos. E dons, ver Deus e poderos, vos me podets guardar d'
aquest perill, e fer servir la mia volentat, que he per servir a vos.
E deu vos membrar de nos que hanch nula re nous clamam merce que no
le troba sens vos, e aquells majorment quius han en còr de servir, e
traen mal per vos, e yo só d' aquells.
E, Senyor,
membreus de tanta gent qui vá en mí per servirvos. E vos, mare de
Deus, qui sou pònt e pas dels pecadors, prech vos per las set
alegries, e per les set dolors que hagues del fill de Deus
queus membre de mí en pregar a vostre fill que ell me storça d‘
esta pena, e d' aquest perill en que yo son, e aquells qui van
ab mí.” -
CRÓNICA DEL REY DON JAIME, cap. LV.







(12)







.
a Deus qui d' Aragó
Ubert tenia de los cèls la quarrera.







Las
crónicas omiten los hechos continuados en esta estancia. Nada hablan
de la alegría que tuvo el rey después de calmada la tempestad que
puso en tan grave peligro a la flota; alegría que manifestó a todos
los suyos enarbolando en su nave la enseña de
Jesu-Cristo, y a
la que contestaron todas las naves izando en sus mástiles el pendón
aragonés
, que tanta gloria obtuvo en la conquista que el
numeroso ejército de Jaime I había emprendido.







(13)



Dix
en Bonet, que guia la gran nau,







La
crónica real y la de Marsilio designan al entendido marino que tan
ventajosamente figura en la conquista, con el nombre y apellido de
Nicolás Bouet, y no Bonet como le han llamado algunos y le
llama el poema que nos ocupa. Quizás la costumbre de leer Bonet en
algunos historiadores hizo equivocar al Sr. Bover la u con la n
al copiar el poema, puesto que en la copia que nos ha facilitado se
lee Bonet. Según el citado cronista Marsilio, parece montaba este
experimentado marino la nave que servía de guía a toda la flota y
en la cual iba D. Guillén de Moncada.



Ans
que donassen las velas (dice el cronista citado) ordoná lo rey de
lur orde e volch que anás primera la nau den Nicholau Bouet
en la qual era en G. De Monchada, e que portás lanterna encesa persó
que guiás totas las altres seguents; mes que la nau den Carrós anás
derrera havent lanterna per semblant manera, e tot l' aparalament de
las naus en lo mitj, e las galeas a cascun costat e defora, persó
que si galeas alcunas de enemichs de qualque part s‘ acostassen pus
tost trobassen contrast." - CRÓNICA DE MARSILIO, parte 2.a,
cap. XV.







"Enans
que moguessem l' estòl ordenam en qual manera iria. E primerament
que la nau den Nicolau Bouet en que anava en G. de Muncada,
que guiás e que portás un faro de llanterna: e la den Carrós que
tingués la reguarda, e que llevás altre faro de llanterna: e las
galeas que anassen entorn del stòl, e que si nenguna galea vingués
al stòl que s‘ encontrás ab las nostres galeas.” - CRÓNICA
REAL, 2.a parte, cap. LIV.







(14)



En
Nono víu, que vers de eyl venia,







Véase
sobre D. Nuño Sanz lo que va trascrito en la nota número 7. Por lo
demás el encuentro de la galera del rey con la de D. Nuño durante
la travesía, y las palabras que este dirige a D. Jaime en estas
circunstancias, están omitidos así en la crónica real como en la
de Marsilio y la de Desclot.







(15)



Donchs
de Maylorcha lo menaret vessaba.







No
es fácil determinar el lugar donde se elevaría el minarete que veía
D. Nuño sobre las montañas de la isla, cuya vista le alegrara en
términos de inducirle a proponer se hiciese oración a la Virgen
Santísima en acción de gracias. Las crónicas citadas dicen que
serenado el mar y vencida la tormenta, apareció la isla a la vista
de las naves y se divisaron distintamente la Palomera, Sóller y
Almalutx. Quizás pertenecía a alguna de estas poblaciones el
minarete que alcanzaba D. Nuño desde su nave.







(16)



Lavors
lo rey e l' avesque......







Refiérese
probablemente el autor al obispo de Barcelona D. Berenguer de Palou,
que era el que comúnmente llevaba la voz entre los prelados en los
asuntos arduos de la expedición, y el que de ellos arengaba e
infundía aliento al ejército cristiano.
Véase lo que va
trascrito sobre este personaje en la nota número 7.















(17)



......
e l' abat,







Quizás
se alude en este pasaje al abad de San Felio de Guixols. Véase
la misma nota número 7 en la parte que se refiere a este prelado.







(18)



Lavors
l' avesque ab veu pus tremolosa



Dix
d' Ave maris a la dona est xant;







Las
crónicas mencionadas sólo hablan de la plegaria del rey Don Jaime
después de la tempestad sufrida, pero no de la oración que a la
Reina de los cielos dirigió todo el ejército cristiano en medio de
las ondas del mar, entonando el poético himno de
Ave maris
stella
, y la letanía de la Virgen; pasaje lleno de la fé y
fervorosa piedad de aquellos tiempos, oración la más propia en boca
de marineros y soldados que acababan de correr el peligro de ser
sepultados por aquel piélago del cual es rutilante estrella
la madre del Salvador por cuya enseña iban a combatir y a hacer si
era necesario el sacrificio de su vida.







(19)



Consira
en Jacq cant fer huy se poria:



Dix
a l' avesque, e dix a lo Guastó:







Alúdese
aquí probablemente a D. Gastón de Moncada, vizconde de Bearne, hijo
de D. Guillermo de Moncada, muerto en la encarnizada batalla de "la
Porrassa" y de la vizcondesa doña Garsendis. El Sr. Quadrado al
ver firmados como testigos del primer privilegio concedido por Don
Jaime I a los pobladores de Mallorca, a los jóvenes conde de
Ampurias y vizconde de Bearne, se expresa en estos términos:



"Seis
días antes (de la fecha del privilegio) había fallecido el valiente
conde de Ampurias, a cuya muerte asistió su hijo y sucesor Ponce
Hugo, ya sea que le hubiese acompañado en la expedición, ya se le
hubiese reunido después de tomada la ciudad. Lo mismo debe pensarse
del joven Gastón, vizconde de Bearne que acudió en persona a
recoger la pingüe porción que su padre le había adquirido con sus
servicios y con su propia sangre."



El
pasaje que comentamos en un poema que á mas de su valor
literario no puede negársele el histórico por ser escrito poco
después de la conquista, prueba que no sólo asistió D. Gastón de
Bearne a la gloriosa expedición, sino que merecía en alto grado la
predilección del rey.







(20)



Pendrer
no 's pòt lòch nient per aquesta



Meytat
de l' yla pus brossa e enquesta;

La parte de la isla a que se
refiere el experimentado marino Nicolás Bouet, es efectivamente
peñascosa y escarpada en su costa, y era difícil en ella el
desembarco del ejército; por lo demás las crónicas difieren algún
tanto del poema en el suceso a que la estancia se refiere, pues en
los primeros no se menta en tal ocasión a Bouet, sino a otro
inteligente marino llamado Berenguer Guayrán, ni se atribuye la
variación del propósito de ir a desembarcar por la parte de
Pollensa a las condiciones poco adecuadas para ello de aquella costa,
sino a la contrariedad del viento que reinaba. He aquí como da
cuenta Marsilio de las circunstancias que precedieron a la llegada de
la flota a la Palomera:



"Aquestas
cosas ditas, vench en pensa del rey per los nobles e per los mariners
deliberat conseyl de applegar e anar envés Pollensa, e cridá: -
"¿Ha aqui alcun entre vosaltres qui sia estat a Malorques
e sapia la yla?" - E respòs en Berenguer Guayrán demunt dit:

- "Jo, senyor, son estat aquí." - E el rey dix: - "¿Ha
hi pòrts ne quins ves la ciutat de la part de Cathalunya?" - E
dix: - "Ha hi un puig qui ret yla luny de la ciutat per quatre
leguas e per mar XXX milas, lo qual es apeylat la Dragonera, e
ha pou d' aygua de la qual los meus mariners ne portaren una vegada a
la mia nau; e aquel puig a la terra ret pòrt major, e al mitj de la
mar ha un puig poch qui ret pòrt luny de la terra un jet de balesta,
lo qual es apeylat Pantaleu.” - E el rey alegrat dix: - "¿Qué
demanam ne perqué som torbats per Pollensa la qual no podem haver ab
aquest vent? Nos anam a pòrt ont ha aygua, e ont porán recrear los
cavals a mal grat de sarrahins, e al qual pòrt tot nostre navili
sens difficultat porá anar, e d' aquen porem elegir part la qual a
nos sia vista pus cuvinent a intrar a la terra." - El rey maná
donar la vela, durant e guiant lo vent de aguiló a la Prohensa, e
acostá 's a una galera companyona que manás a las naus donar las
velas e seguir la galea del rey qui volia applegar al pòrt de la
Palomera. E donaren tots las velas, e la primera feria VI, só es lo
primer divenres de setembre vench lo rey a la Palomera, e per tot lo
dissapte tots los altres foren venguts. Beneyta sia la gloria del
nostre Senyor del seu lòch, com ab aquel vent no podian applegar ne
acostar a Pollensa de la qual era estat determenat, e podian venir a
la Palomera; e en tan gran peril no s‘ ha seguit dan a negú; e só
que era vijarés que 's fahés en dampnatje de la host e en
alongament, fó fet en gran prosperitat e ajuda." - CRÓNICA DE
MARSILIO, 2.a parte, cap. XVII.







(21)



De
los barons ab seny lo stòl viraba,



E
vench lo rey en vers la Palomera.







Está
situado el lugar de la Palomera en la costa de Andraitx,
frente a la isla Dragonera. Parece existía antiguamente en él
una población con el mismo nombre, de la cual era señor en tiempo
de los árabes Alí mayordomo del jeque o walí de Mallorca. Sin
embargo ella se había arruinado o decaído mucho a últimos del
siglo XIII, puesto que vemos que el rey Don Jaime II de Mallorca
mandó se edificase en el mismo sitio una población de treinta casas
cercada de muralla, mediante letra real dada en Perpiñan a 10 de las
kalendas de abril de 1303.







(22)



E
vench n' Alí del rey en la galea,



Alúdese
aquí a Alí de la Palomera, a quien se refiere la nota anterior.







(23)



Ma
mayre ho dix, ma mayre ho ha trobat." -







He
aquí como cuenta el poético episodio que comentamos el cronista
Desclot, que es el que más detalles nos da sobre el particular:



"Diu
lo conte, que quant lo navili fó ajustat a la Palomera, e lo rey fó
exit en la ylla de Pantaleu ab molts de richs barons e d' altres
gents per deportar o per sejornar, persó car la mar
los havia traballats, assó fó un dicmenja maytí, qu‘ els
sarrahins de la terra se foren ajustats devant la ylla de Pantaleu,
trò a XV milia sarrahins a cavall e a peu ab llurs armas. Del quals
sarrahins sen partí un e gitá 's en mar, e nadá, e vench a la ylla
hon lo rey d' Aragó era, e quant fó exit de la mar vench devant lo
rey e agenollá ‘s a ell e saluda ‘l en son latí. El rey
feu li donar vestiduras, e puis demaná ‘l del feyt de la terra e
del rey sarrahí. E el sarrahí dix li: - "Senyor, sapias per
cert que aquesta terra es tua e a ton manament, que ma mare prega que
jo vingués a tú e que t‘ ho digués; que ella es molt savia
fembra, e ha conegut en la sua art de astrenomia que aquesta
terra deus tú conquerir." E dix lo rey: - “¿Cóm has tu
nom?" - "Senyor, dix lo sarrahí, Alí m' apella hom; son
majordom del rey de Mallorcas.) - "Diguesme ¿lo
rey hon es ne que fá?" - "Senyor, dix lo sarrahí, lo rey
es en la ciutat, e ha ajustat per scrit, que jo ‘ls he tots
comptats XLII milia homens armats, del quals ni ha V milia a cavall,
e los altres son bons servents e molt valents e ardits, e cuydan te
vedar que no prenas terra en negun lòch de Mallorcas; perque ferás
bé si 'l cuytas de pendra terra al pus tòst que puxas abans que
ells sian exits de la ciutat." - "Amich, dix lo rey, bé
sias tú vengut; sapias que jo 't feré gran bé a tú e a ta mare e
a tos fills en tal manera que t‘ en tendrás per pagat." -
BERNARDO DESCLOT, XXVII.







(24)



E
‘nsemps volgren anar a lo perils



En
Nono Sanç e 'n R. De Monchada.







La
crónica real trascribe el hecho de esta manera:



"Quant
vench lo dissapte enviam per nostres nobles, ço es per don Nuno, e
per lo compte d' Ampuries, e per en G. De Muncada e per los altres
qui eran en la hòst: e haguem dels còmits de les naus de aquells
qui eran de major autoritat. E fó consell aytal, que enviassem don
Nuno en una galea qui era sua, e en Ramon de Muncada en la galea de
Tortosa: e que anassen riba mar, com qui vá contra Mallorques. E
allí hon élls stimarien que fós bò al stòl arribar, que allí
arribassen.” - CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte, cap. LVII.







(25)



En
Nono dix: - "Senyor, no tembretz nient!



Dessá
ví lóch hon l' exir fora fayt." -







"E
anants (D. Nuño Sanz y D. Ramon de Moncada) en axí aquel dissapte
tornaren el vespre e digueren: - "Nos havem trobat lòch de
costa la mar lo qual ha nom Sancta Ponsa, e es lòch a nostre vijarés
cuvinent a anar o a applegar; e aqui de costa ha un puig poch, en lo
qual si havia D. homens dels nostres, nul temps no pendrian lo Iòch
ans seria venguda tota la host.” - E plach a tots só que es dit
per los demunt dits, e elegiren lo lòch ab consentiment; mes volgren
el dicmenje reposar en aquel mont retent yla, só es lo Pantaleu.”
- CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, cap. XVIII.







(26)



..
e ‘n Ponç …....







Alúdese
aquí a Hugo Ponce conde de Ampurias. Véase sobre este magnate lo
que va trascrito en la nota número 7.







(27)



..e
'n Cerveyló







Refiérese
Lulio a D. Gerardo de Cervellón (Cervelló). Véase lo que
sobre este caudillo va continuado en la nota número 7.







(28)



Et
en Guilem de tot son còr hi fó;







D.
Guillén de Moncada vizconde de Bearne. Véase la misma nota número
7.




(29)
E
lo Ramon son frare.....



D.
Ramon de Moncada. Véase la expresada nota número 7. El poema
confirma la opinión de varios historiadores y la tradición
constante de que D. Guillén y D. Ramón de Moncada, a quienes cupo
igual suerte en la reñida batalla de la Porrasa, eran hermanos,
en contra del sentir que manifiesta el Sr. Quadrado en sus párrafos
insertos en la citada nota número 7.







(30)



..
e lo Guastó,







D.
Gastón (Gaston) de Moncada vizconde de Bearne. Véase la nota
número 19.









(31)



E
a negun la vida fon lexada.







La
crónica real da cuenta de esta primera refriega en los términos que
siguen:



"E
vench en R. De Muncada e dix quels smaria, e anasen sols, e dix: -
"No vaja alcú ab mí." - E quant fó prop d' élls demaná
los nostres, e quant élls foren venguts, éll dix:
- "Firam
en élls, qui no son re.” - E el primer qui hanc los aná a ferir
fó éll: e quant foren tant prop los christians dels moros com
serien quatre hastes de llança de llonch giraren los moros las
testes e fugiren, e élls pensaven de donar en élls, e moriren dels
sarrahins mes de M. D. si que ningú no volia retenir a presó, e
tornarensen quant aço agren fet al ribatge de la mar." -
CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte, cap. LVIII.







(32)



Dels
maures buckrs la sanch veser volem." -







Está
bellísima estrofa está llena de energía y ardor guerrero. Ella
supera a todo cuanto han dicho los cronistas al hacerse cargo del
descontento que manifestó el joven y belicoso monarca por no haberse
podido encontrar en la primera refriega habida en la isla entre
cristianos y sarracenos. Para que pueda hacerse comparación véase
como Marsilio el más elocuente de los cronistas de la expedición,
da cuenta de las palabras del rey:



"E
exí lo rey de la mar e atrobá lo seu cavayl de totas cosas
apareylat, e los cavalers de Aragó qui de una tarida del rey eran
exits; e atrobat so que s‘ era fet, hach goig lo rey de la
victoria, mes sabé li greu e hach dolor com tant s' era trigat, e
girant se als cavalers de Aragó dix: - "Mal sia a nos! la
primera victoria es feta en Malorcha e la primera bataya, e ‘ls
nostres han hauda victoria, e nos no hi som estats. ¿Serán vuy las
nostres mans sens sanch? ¿Ha hi neguns cavalers entre vosaltres qui
'ns vuylan seguir?" - CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, cap. XIX.







(33)



Vaéren
tuyt li maur sus en la serra.



Los
cronistas hacen también mención expresa del suceso a que se refiere
este pasaje del poeta. Dice la crónica real:



"E
aquells qui foren apparellats anaren ab nos e fom trò a XXV. E
ixquem trotant e darlot contra alli hon era stada la batalla: e veem
sus en una serra de CCC trò a quatrecents peons de sarrahins, e
entant élls veeren nos e devallaren de aquella serra en que eran, e
volien pujar en una altre serra que hi havia. E dix un cavaller d'
aquels d' Abe (o Ahe) qui son naturals de Taust: - "Senyor,
si ‘ls volets attenyer cuytemnos.” - E nos cuytamnos, e al venir
que nos faem matam trò a V. E entant anaven hi e venien los nostres
e mataven e derrocaven dels moros alli hon los trobaven." -
CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte, cap. LVIII.



"E
axí (dice Marsilio) anaven el rey e alcuns pochs a major pas, e
fórenne mòrts V (sarracenos); e els altres qui venian apres lo rey
e qui havian los cavayls febles per la mar, espahatjavan dels
sarrahins aytants com ne podian atrobar.”
- CRÓNICA DE
MARSILIO, 2.a parte, cap. XIX.







(34)



E
un cavayler, de mòrt lo colpejava.







La
misma crónica real cuenta también detalladamente el episodio a que
se refiere la estancia del poema:



"E
nos (dice) ab tres cavallers qui anaven ab nos trobam nos ab un
cavaller a peu, e tench son scut abraçat e sa llança en la má, e
la spasa cinta, e son elm çaragoçá en son cap e son perpunt
vestit: e dixem li qu' es rendés, e éll girás a nos ab la llança
dreta, e hanch nons volch parlar; e nos dixem: - "Barons, los
cavalls valen molt en esta terra, e cascú non ha sino hú, e val mes
un cavall que vint sarrahins: e yo mostrar los he a matar, e metam
nos tòts en torn d' éll, e quant a la hú adreçara la llança, l'
altre vinga e firel per les spalles e derrocar l‘ em en terra, e
axí no porá fer mal a algú.” - E tantost nos apparellam nos aço
fer, è vench don P. Lobera e lexá ‘s correr al sarrahí, e el
sarrahí que 'l veu venir dreçali la llança, e donali tal còlp per
los pits del cavall que bé li mes mija braça, e éll donali dels
pits del cavall, e derrocá ‘l: e éll volch se llevar, e mes mà a
la spasa, e entant nos fom sobre éll, e hanch nos volch retre trò
que morí; e com li deyem, rentte, éll deya: "le mulex",
que vol dir no senyor: e morirenni d' altres bé trò a LXXX, e
tornam nos a la host." - CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte,
cap. LVIII.











(35)



A
Mem-Ladró ab els maures combatre,







En
las crónicas vemos figurar a un noble aragonés llamado D. Ladron,
(Ladrón) que según el Sr. Quadrado fue hijo de D. Pedro
Ladrón oriundo de Navarra, y persona de nobilísimo linaje que
acompañó fielmente al rey en todo tiempo. En la estancia XXXVIII
vemos figurar otra vez a D. Ladrón, quien al descubrir desde su nave
la hueste del jeque de Mallorca que se acampaba en los cerros de
Portopí, envió mensajeros al rey Don Jaime que pusiesen el hecho en
su noticia, lo cual está acorde con lo que cuentan los cronistas.
Sin embargo no sabemos cómo conciliar esto con lo manifestado en la
estrofa que comentamos, pues al parecer D. Ladrón no había
desembarcado aún cuando ocurrían los hechos a que se refiere el
pasaje que nos ocupa.







(36)



Dix
an en Nono: - "Féu aguayt en la serra



Ab
n‘ Alagó......







Alúdese
en este pasaje a Gil de Alagón, noble del ejército de Don Jaime, a
quien nombran las crónicas.







(37)



...e
n' Arnau Finisterra,







Personaje
desconocido, cuyo nombre no vemos figurar en ninguno de los cronistas
de la expedición.







(38)



A
mal baró cant vos l' ordonaretz



Maleficar,
e bon donçeyl no irá.”







La
redacción de este pasaje nos parece algo confusa. Sentimos no poder
consultar el códice original para ver si nos era dado esclarecer
algo su sentido. En la traducción hemos procurado adivinar lo que el
autor quiso decir al insolentarse contra el rey el indócil y desleal
soldado.



(39)



E
lo rey dix: - "Anatz, pelós, anatz!" -







Sobre
este interesante episodio pada dicen los cronistas. Gil de Alagón
aparece en la crónica real y en la de Marsilio, por primera vez,
durante el sitio de la capital, haciendo causa común con los
sarracenos, apóstata de su fé, y sustituido su noble apellido con
el de Mahomet, para negociar una capitulación no muy digna ni
admisible para los cristianos; y después reaparece, conquistada ya
la capital, como partícipe muy favorecido del botín que recogieron
los conquistadores, lo que induce a creer que había vuelto a su
religión y a la gracia de su soberano. He aquí los pasajes de la
crónica de Marsilio que se refieren a este soldado aventurero:



"Apres
alcun espay en P. Corneyl qui era estat en lo conseyl dir al rey:-
"Senyor, en Gil
d‘ Alagó, qui fó crestia e cavaler e are
es sarrahí e renegat de la fe e ha nom Mahomet, ha trameses a mí ja
dos missatjes que volia ab mí parlar; donchs si vos me 'ns dats
licencia parlaré ab eyl com per aventura vol me dir e revelar alcuna
cosa profitosa."
- El rey consentí li, e ana hi, e l'
endemá com fos vengut dix al rey que anassen defora deportant
cavalcant, com eyl volia parlar ab eyl e dix li: - "Aquestas son
las paraulas den Gil d' Alagó: jo tractaré ab lo rey de Malorques e
ab los veyls de la ciutat e de la terra, que donarán al rey d' Aragó
e pagarán totas las despesas las quals eyl e 'ls nobles seus han
fetas en aquest fet, e que sals e segurs s‘ en vajan; e asso
fermarian en tal manera que tots ne porian esser bé pagats." -
A las quals paraulas lo rey en continent ple de felonía respòs:- "O
en P. Corneyl, de vos nos maraveylam fòrt com aytal pati
pacientament havets ohit d' aquel renegat o de tot altre; com nos
prometem a Deu per la fe la qual nos ha donada e en la qual vivem e
‘ns esperam salvar, que si hom nos donava tan d‘ argent com poria
caber del lóch de las tendas entro a las montanyas, nos no rehebriam
ni pendriam alcuna covinensa o pati quant que quant sia plasent a
nos, si aquesta vegada no prenem la ciutat e ‘l regne; ans vos deym
una cosa, que nuyl temps en Cathalunya no tornarem, si donchs per
mitj de la ciutat no fem passatje. E ades de present vos manam sots
pena de la nostra gracia e amor, que d' aquí avant no ‘ns digats
aytals cosas que a nos no plahen.”- CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a
parte, cap. XXVIII.



"E
axí presa la ciutat e de tot en tot despuyada, dixeren los prelats e
nobles que las personas e las cosas a pública venda fossen posadas e
mesas; la qual cosa no plach al rey, ans dix: "Aquesta pública
venda molts temps requerrá, mes partescam las cosas o robas, e puys
anem contra els sarrahins qui en las montanyas s‘ amagan e pahor
los ha esvahits, e ab menor dificultat ne serán trets.” - E
dixeren los dits prelats e nobles:
- "¿E en qual manera las
cosas se partirian?" - Respòs lo rey: - "Per sòrts; e si
ades partim los sarrahins e las robas, las gents ne serán pagadas, e
el temps será de VIII dias, e encontinent irem contra els sarrahins
de fora, e obtendrem e estojarem la moneda per galeas. E aquest
conseyl es solament sá; ¿e en qual manera las gents esperarán tant
espaciosa e longa venda de las cosas?" - Mes en Nuno e en Bernat
de Sancta Eugenia e 'l bisbe de Barchelona e el Sagrista
volian aytal esposició de las cosas persó que enganassen los
altres, car en eran pus aguts e pus enginyoses. E el rey dix: - "Assó
no es venda, mes decepció o engan; e temem que 'ls sarrahins de fora
no s' enfortescan entretant, e que aquesta triga no sia dampnosa.”
- E aquels contrastant lassá 's lo rey de la sua importunitat, e fó
feta la esposició de las cosas de la Dominica primera de caresma
entro a Pascha. E els cavalers e homens de poble creyan haver part de
las cosas axí dadas a vendre, e compravan ne aytant com los era
vijarés que ‘n deguessen aconseguir per lur part, e feta la venda
no volian pagar las cosas ja compradas. E ajustarense los cavalers ab
lo poble, e torbadament anavan per la ciutat dients: - "Mal es
fet assó, mal es fet." - E soptosament levá 's entre eyls una
veu: - "Robem la casa den Gil d' Alagó.” -
E anaren hi e
axí ho feren. E com lo rey corrent fos vengut, e ja haguessen de tot
la casa despuyada, dix los: - "¿Quius ha dada licencia de
devastar la casa de negun noble nos assí presents, no fet a nos
alcun clam?" - E cridant dixeren: - "Nos devem haver part
en totas les cosas presas axí com los altres e no ho havem, ans
morim de fam e volem tornar en nostra terra, e per assó las gents
han fet so que han fet.” - E el rey dix los:
- "Cové vos
penedir e castigar d‘ aquestas cosas e abstenir de tot en tot d‘
aytals cosas, sino convendria nos de vos fer justicia, e hauriam
desplaher de vostre greuje, e convendria vos dolre de la pena.” -
CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, cap. XXXV.



Los
dos pasajes que de la crónica de Marsilio van trascritos motivaron
la siguiente nota del Sr. Quadrado:



"He
aquí uno de los más misteriosos personajes de esta épica historia.
¿Qué aventuras habían traído a la isla sarracena como cautivo o
como refugiado a un noble de la esclarecida estirpe de Alagón? ¿Qué
peligros, qué venganzas, qué crímenes o pasiones le precipitaron
en vergonzosa apostasía, hollando su fé de cristiano y sus blasones
de caballero? Sus tratos con Pedro Cornel indican que no había
olvidado del todo los recuerdos de su cuna y las amistades primeras;
pero lo mezquino e inadmisible de las condiciones por él ofrecidas,
a las cuales dio el rey tan digna y enérgica respuesta, muestran
hasta qué punto había identificado su causa con la de su nueva ley
y de su nueva patria. Después de tomada la ciudad reaparece para
colmo de extrañeza Gil de Alagón, reconciliado sin duda con el rey
y con la iglesia, como uno de los barones más favorecidos en la
distribución del botín; puesto que su casa fue saqueada ante todas
por el pueblo y los caballeros quejosos de la desigualdad del reparto
e indignados tal vez de que se prodigaran a un renegado semejantes
recompensas."



Creemos
que el pasaje que comentamos aclara bastante el misterio en que
aparecía envuelto el nombre del caballero Gil de Alagón, cuya
deslealtad promovió el enojo de su rey, al ver que acudía a la
reprobada idea de faltar a sus juramentos como caballero y hasta a su
fé como cristiano.

(40)



E
vos perdut ¿ e qui viurá de nos?







Marsilio
habla de este poético suceso en estos términos, dignos de la
epopeya:
"Lo sòl era pòst; el rey tornava a sas tendas,
tement que no hagués offeses o agraujats sos nobles en tan perilosa
cavalcada e quays del tornament del vespre, e esperava fortment esser
repres. E exiren a eyl a peu en G. e en R. De Monchada ab alcuns
cavalers, e el rey vehent aquels devaylá e volch sen intrar a peu;
mes com eyl hagués esguardat, en G. De fit en fit guardá lo rey, e
fentament e lenta ris se, lo qual riure agradá molt al rey dient
entre sí: - "No ‘ns dirá paraulas aspres en G. que ris s‘
ha.” - Mes no ho poch sofferir en Ramon de Monchada, e ab cara
feylona dix: - "Senyor, qué havets fet? qué havets fet? Nos
salvats per Deu e scapats en los perils de la mar e aportats assí
salvament e segura a la terra la qual desitjats, are volets auciure
vos matex e nos?
¿No sabets que 'l vostre peril no es de una
persona sola, mes de tota la host? ¿E quin ardiment es aquex, no
digne de neguna lahor, no companyó de nenguna prohea ab seny, que
vos a tan gran judici o peril de certa sciencia vos metets? En poch
vuy no sots perdut, e si tant negre dia los nostres lums hagués
escurehits, ¿qual apres vos haguera volgut viure? qual volgra tornar
als seus lòchs? en quant fora estat divulgat per infamis lo conseyl
de vostres nobles! Cóm suspitosa guarda! E cert milor fora als
morients que aquels qui de la yla ne portarian novas a nostres
amichs: e certes aquest tant gran negoci per algun altre príncep no
s' acabaría, com mes aportaria temor que amor." - CRÓNICA DE
MARSILIO, 2.a parte, cap. XX.



"E
en Ramon de Muncada dix nos: - "Qué havets feyt? volets ociure
nos e vos, que si per nostra mala ventura vos perderets e sots anat
arresch de perdre la hòst, e tot l' als seria perdut e aquest tan
bon feyt nos fará puys per nul hom del mon.” - CRÓNICA DEL REY
DON JAIME, 1.a parte, cap. LVIII.



Estos
pasajes, enteramente conformes con lo que expresa la estancia que
comentamos, motivan estas oportunas reflexiones del Sr. Quadrado:



"Un
rey mozo casi avergonzado de su victoria y espiando con inquietud las
miradas de sus nobles temeroso de ser reprendido, unos campeones que
se creen en el caso de reprimir su temerario valor y en cuyos severos
cargos traspira un celo tan paternal a par de tan sumisa abnegación,
son caracteres de belleza inimitable; y la impaciencia de Raimundo y
la indulgente benignidad de Guillermo acaban de realzar el cuadro con
su contraste."







(41)



Pus
no ho façatz, en rey, pus no ho façatz!" -

Las quals
cosas totas ohidas (continúa Marsilio), lo rey no respòs res, mes
en G. pacificant lo rey e en partida punyent dix: - "O Ramon, lo
rey ha feta gran folia; mes una cosa nos conforta, com vuy havem
provat com havem senyor valent en armas, lo qual planyent com en la
primera bataya no es estat, per sí e tot sol ha bataya procurada,
jatsia que sia en peril de sí e dels seus. No 's sia fet d' aqui
avant, senyor rey, no sia fet, com en vostra vida es la nostra, e en
la vostra mòrt es la nostra. Ne a vos no cal axí cuytar las cosas
que fer se deuen, mes ab fermetat pus madurament fer; com pus que en
la yla sots, rey sots de Malorcha; e si per ordinació de Deu no per
defaliment de vostre conseyl si esdevenia vos morir, la vostra fama
no hauria dampnatge de la mòrt, com tot lo mon vos apeylaria lo
melor hom d' aquest mon e 'us planyeria.” - E si constrenyement
dels nervis vos tenia en el lit e a las armas vos fehen no poderós,
encare aquesta terra assí es vostra sols que vos viscats." -
CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, Cap. XX.







(42)



Dementre'
l xech ab tota l' hòst ixia







Reina
mucha confusión acerca del nombre del que era jeque o walí de
Mallorca en la época de la conquista. El rey Don Jaime en su
crónica, y tras él otros historiadores, le llaman Retabohihe;
Marsilio le apellida Abobehie, corrupción quizás de
Abu-Yabie (Yahie), y los cronistas árabes dicen gobernaba la isla en
aquella sazón Said ben Alhakem Aben Otman el Koraischi de Tabira de
Algarbe. Sea como fuere pertenecía a la dinastía de los Almohades
que en 1208 habían destronado en Mallorca a la de los Almorávides.







(43)



En
sus de Portupi s' apareylá.







"E
las nostras naus (dice la crónica real) ab bé CCC cavallers que
havia dedins, e els cavalls aytambe al cap de la borrasca, veeren la
host del rey de Mallorques al vespre que fó exida en la serra del
pòrt de Portupí. E D. Ladró un rich hom d' Aragó qui era ab nos,
hach acòrd ab los cavallers qui eran en la nau, qu' ens enviassen un
missatje en una barca per mar, qu‘ ens feyen saber que ‘l rey de
Mallorques ab sa hòst era en la serra de Portupí, e tendas que hi
havian parades, e que estiguessen apercebuts. E aquest missatje vench
a nos a mija nuyt, que era nuyt del dimecres que devia esser aevant.

E nos tantost enviam ho a dir an G. De Muncada, e a D. Nuno, e
als richs homens de la hòst: e ab tot aço nons llevarem trò en l'
alba. E quant vench en l' alba llavám nos tots e oym nostra missa en
la tenda nostra." - CRÓNICA DEL REY DON JAIME, 1.a parte, cap.
LVIII.




(44)



N
‘ haurá lo cèl lo qui de vos morrá." -







Aunque
en el fondo esté conforme la arenga del obispo de Barcelona a la que
trascriben los cronistas, creemos que por su concisión y energía
supera la del poema a la que aquellos ponen en boca del venerable y
valiente prelado. He aquí la que inserta la crónica real:



-
"Barons, no es hora are de llònch sermó a fer car la materia
no ‘ns ho dona, que aquest feyt en que el rey nostre senyor es, e
nosaltres, es obra de Deus, que no es pas nostra: e devets fer aquest
compte, que aquells qui en aquest feyt pendran mòrt, que la pendran
per nostre Senyor, e que haurán paradis, hon haurán gloria durable
tots temps: e aquells qui viurán haurán honor, e preu en lur vida,
e bona fí a la mòrt. E barons, conortats vos per Deus, car lo rey
nostre senyor, e pos e vosaltres volem destruir aquells qui reneguen
la fé e el nom de Jesu-Christ. E tot hom se deu pensar, e pòt, que
Deus e la sua mare nos partrá huy de nos, ans nos dará victoria,
perque devets haver bon còr que tot ho vencerem: car la batalla deu
ser huy, e conortats vos que ab senyor bò e natural anám:
e
Deus qui es sobre éll, e sobre nos ajudar nos ha." - CRÓNICA
DEL REY DON JAIME, parte 1.a, cap. LVIII.







(45)



Et
en Guilem e 'n Ramon de Monchada



Ixen
denant abduy ab li templer;







El
poeta omite aquí algunos episodios muy notables al par que poéticos
que no descuidaron los cronistas. Tales son el acto de recibir D.
Guillén de Moncada la sagrada comunión antes de marchar al combate;
la singularísima devoción con que recibió el cuerpo de Jesucristo
y las lágrimas de piadosa ternura que derramó durante este solemne
acto, presentimiento quizás de su próximo y desgraciado fin; las
palabras que dirigió a D. Nuño, y la delicada generosidad de ambos
caudillos en cederse recíprocamente los honores de dirigir la
vanguardia, y otras circunstancias dignas de mentarse. Por lo demás
el poema está acorde con las crónicas en cuanto a que
D.
Guillén y D. Ramón de Moncada guiaron la vanguardia unidos con los
templarios, a los cuales se agregó el conde de Ampurias.







(46)



E
ab gran brugit faé de son poder.







Es
sensible que el poeta no se extendiese como era regular en la
descripción de la batalla que se empeñó en los campos de la
Porrasa y en la cual arrollaron los cristianos al enemigo,
obligándole a encerrarse en los muros de la capital, suceso que se
prestaba grandemente a los rasgos elevados y animadas pinturas de la
epopeya. Los cronistas en este particular se muestran menos parcos,
siendo sobradamente interesantes los capítulos que a este objeto
dedicaron y a los cuales remitimos el lector.







(47)



Al
sarrahí noent, le deventera



Ben
guerretjá lá sús per son Salvayre;
Véanse en los citados
cronistas las vivas e interesantes descripciones de la batalla de la

"Porrassa".







(48)



E
lá ‘n Guilem fení la lur quarrera,







El
cronista Desclot da cuenta en estos términos de la muerte de D.
Guillén de Moncada:



"Ab
tant los crestians punyren ves los sarrahins e anaren ferir en élls,
si que 'ls esvahiren e passaren oltra, mes tant era la gran
pressa dels sarrahins que no sen pogueren tornar al puig a ‘n G. De
Muncada. Els sarrahins muntaren al puig, e ‘n Guillem de Muncada
qui 'ls veu venir volch los scapar, persó car no era que ab un
cavaller e no poch devallar a cavall, que la muntanya era arrocada, e
torná atras perque volch pendre altre carrera; mes los sarrahins lo
soptaren tant fòrt de totas parts que nos poch defendre, e pres un
còlp per la cama tal que 'l peu li cahech en terra; e puys
occiurenli lo cavall, e cahech de tot en terra, e aquí morí. Lo
cavaller qui ab éll era, mentre los cavallers se combatian ab en G.
De Muncada, defensá 's al mils que posch e puys com viu que son
senyor fó mòrt scapá als sarrahins malament nafrat en lo cap e en
la cara, e torná sen ves los crestians." - CRÓNICA DE BERNARDO
DESCLOT, XXXIII.







(49)



E
lo Ramon deffenent lur senyera,







Con
respecto a la muerte de D. Ramón de Moncada dice el mismo cronista
Desclot:



"Ab
tant en R. De Muncada seguí la senyera, e aná avant firent e donant
de grans còlps; lo cavall ensepegá e cahech en la pressa que hi era
molt gran, e aqui morí."
- CRÓNICA DE BERNARDO DESCLOT,
XXXIII.




(50)
Et
en Desfar....



Alúdese
a Hugo Desfar, caballero del séquito de los Moncadas, que murió con
ellos en la misma batalla de la Porrassa.







(51)



....e
n' Huch lo bòn trovayre.



Refiérese
sin duda el autor a Hugo de Mataplana, caballero también del séquito
de los Moncadas, que pereció así mismo con ellos en batalla. Fue
trovador muy célebre.
Sus trovas se leen en algunos códices que
existen hoy día en la biblioteca vaticana.



(52)............



Aquí
corresponde indudablemente el gran vacío que observamos en el poema
y al que hemos hecho referencia en las líneas que preceden a la
composición.







(53)



De
n' Infantyl lo stòl pus abatut,







Alude
este pasaje al caudillo moro Infantilla o Ifantilla, o mejor Fatilla,
como le llama Desclot, que reuniendo un respetable ejército,
compuesto de los sarracenos de las montañas de la isla, peleó
encarnizadamente con los sitiadores. El cronista Marsilio, a
propósito de este caudillo, dice:



"Levá
's un fil del diable per nom Ifantilla, e ajustá tots aquels qui
estavan per las montanyas, e foren bé V milia a peu e C a cavayl; e
vengueren a un puig assats fòrt qui es sobre la fònt qui entra en
la ciutat; e aqui volent fer nom aparaylá bé XL tendas, e trencá
lo lòch per ont l' aygua era amenada, e feu desviar l' aygua de la
host, e per lo mitj d' un torrent se perdia. Mes persó com la
fretura e minva d' aquesta aygua era no sostenedora als crestians,
coneguda la occasió d' aquesta cosa, hach deliberació lo rey de
trametre contra aquel un cap o dos ab CCC cavalers e que ab aquels se
combatessen e l' aygua tan necessaria recobrassen. E fó manat an
Nuno e fó fet cap e guiador dels trameses, e foren hi trameses sots
eyl CCC cavalers, no empero tots seus, mes ajustats alcuns als seus.
E partí 's d' aquí, e ʻls sarrahins volgren lo puig que havian
pres deffendre, mes los crestians muntaren contra eyls ab maravelosa
cavalcada, e venceren los en lo puig. E vench en las mans d' aquels
lo dit Ifantilla qui era cap o guiador dels sarrahins, e sens
misericordia fó matat, e foren ne privats de vida ab eyl bé D. Los
altres fugients a las montanyas escaparen, e las tendas d' aquels
foren dadas a robería e las robas a partió. Mes lo cap de Ifantilla
portaren al rey en testimoni de la cosa feta, lo qual lo rey feu
posar en la fona del giny e en la ciutat trametre e gitar a terror e
pahor dels sarrahins. E fó retuda la aygua en aquesta guisa a la
host, del recobrament de la qual tots agren gran goig, com gran
fretura sofferian." - CRÓNICA DE MARSILIO, 2.a parte, cap. XXV.










(54)



E
dix lo rey: - "Presem pus prest la terra!"







Después
de la derrota de Ifantilla duraron todavía mucho tiempo las
operaciones del sitio. No se trató de asaltar desde luego la capital
como el poema quiere indicar. Suprímense desgraciadamente en este
todas las grandiosas hazañas del cerco, sin que sepamos si esta
falta es del autor o del antiguo copista, que al parecer omitió
visiblemente muchos pasajes como se ve claramente por el gran vacío
que hemos hecho observar en la nota número 52. Destruida la hueste
de Ifantilla, acontecieron grandes sucesos según los cronistas.
Tales son la alianza de los cristianos con el poderoso Benhabet,
señor de Alfavia, por cuya mediación se sometieron al rey Don Jaime
muchas de las comarcas de la isla; los notables hechos de armas con
que el ejército se distinguió durante el asedio; las proposiciones
del jeque para arreglar la paz; la energía de Raimundo Alamany y de
los deudos de los Moncadas en los consejos, clamando se vengase la
sangre cristiana vertida por los sarracenos, y la prudencia y madurez
del joven monarca en esta ocasión; la famosa arenga del walí a su
pueblo rotas ya las negociaciones; el juramento solemne de los
sitiadores antes de dar el asalto general; la toma de la ciudad y la
milagrosa aparición de san Jorge; la entrada triunfante de la cruz
en el recinto de la Almudayna; la prisión del
walí;
el saqueo de la ciudad; el botín recogido por los cristianos, y
tantos otros hechos gloriosos que eran los que más se prestaban al
poeta, y que no es regular pasase en silencio en una obra que tenía
por objeto exclusivo cantar las hazañas de los conquistadores.







(55)







E
de Maylorcha rey fó prest cridat.







No
consta en las crónicas esta manifiesta aclamación de Don Jaime por
rey de Mallorca.







(56)



....porriu



L'
esgard haver, …....



Véanse
en la traducción castellana las palabras con que hemos traducido
este pasaje, para nosotros oscuro e ininteligible.



(57)
….. e lexatz lo morriu.



No
respondemos de haber atinado en la verdadera equivalencia de la
palabra morriu en la traducción castellana del poema, puesto
que nos es desconocido este vocablo.




(58)



Donchs
plach a Deus, Malorqu‘ es conquerada." -







Conquistada
la capital todavía le quedó mucho por hacer al ejército cristiano,
pues hubo de reducir a los moros montañeses que en gran número, y
acaudillados por Xuayp amenazaban arrebatar al rey Don Jaime el
precioso fruto de su conquista.







(59)
Honrem
a Maylorcha ab molts beneficis.




El
rey Don Jaime en efecto atendió con un celo verdaderamente paternal
al engrandecimiento y prosperidad de la isla, promoviendo en ella
infinitas mejoras, fomentando su naciente comercio y concediendo
ventajosos privilegios a sus pobladores.

(http://www.caib.es/pidip2front/jsp/es/ficha-convocatoria/strongemldquolibro-de-franquezas-y-privilegios-del-reino-de-mallorcardquoem-es-el-documento-del-mes-en-el-archivo-del-reino-de-mallorca-este-jueves-7-de-marzostrong#)
https://www.worldcat.org/title/privilegios-y-franquicias-de-mallorca-cedulas-capitulos-estatutos-ordenes-y-pragmaticas-otorgadas-por-los-reyes-de-mallorca-de-aragon-y-de-espana-desde-el-siglo-xiii-hasta-fin-del-xvii-con-un-apendice-de-bulas-y-otros-documentos/oclc/802789769







(60)



Huy
los meus bordons, huy s' han acabat.







Raimundo
Lulio termina bellamente el poema. La conclusión es digna del Tasso.
Nada más natural que al dejar las armas los guerreros, dé fin el
poeta a sus versos.





RECTIFICACIONES.




Del
examen, que concluida esta impresión, hemos podido hacer de ciertas
composiciones de Lulio, esparcidas en uno que otro códice, nos han
resultado algunas variantes notables que hacen necesarias en el texto
impreso las siguientes rectificaciones, puesto que aclaran muchos de
los pasajes que aparecen en él oscuros e ininteligibles
(inintelegibles):



Página
del texto Impreso. Línea. Dice. Léese en los códices nuevamente
consultados.



137 7 sanat ça
nat
138 33 é 's mon fill sanujat es mon fill anujat



144 11 ça
ella ça é llá



153 23 l‘
ha sus lá sus
153 27 Só Ço
154 18 dona ‘l
dona ha ‘l
154 29 veng‘ on vengon
156 15 guayg e
desconort guayg desconort
160 9 quius qui ‘s
168 19 Es
dó a qui Deus Es dó qui Deus
180 14 se poch se
pòt
180 28 es poch es pòt
180 33 no poch no
pòt
288 11 no es peccar, no es en
peccar,
318 31 fará féra
334 21 ver perqu‘
eu vet perqu‘ eu
340 21 a unir ausir
344 19 la
qual ha en sí leix la qual ha ‘n sí matex
400 16 veus
só veus çò
415 9 sorn es s‘ orna e ‘s
418 18 et
ornen ton et orn ton
435 24 losanament lo
sanament
536 2 dar donar
(se encuentra muchas veces
dar en el texto original)

441 13 Perqu‘ eu Perqu‘
en
442 2 Perque mes Perque m‘ es
443 26 cessar que
querir cessar de querir
454 5 E al naturalment E ha ‘l
naturalment
454 35 ço te a mal, S‘ ho te a
mal
461 3 Con que sia Qu‘ hon que sia
465 15 En quant
el emferm, En quant ela ‘m ferm,
472 6 de Deu salvetat, de
Deu sa bontat,
474 35 En peccat E ‘n
peccat
491 18 Tant qu‘ am duy ço Tant qu‘ ambuy

494 23 Qu‘ en só Qu‘ en ço
512 19 A nuyla
causa Ha nuyla causa
516 37 E mòr hon E mòr
hom
529 18 veen vé en
539 32 Entendrets En
tendrets
544 24 E ‘n lo far En lo far
569 21 están
d‘ ela están de lá