213. EL MONASTERIO DE SAN MIGUEL DE
FOCES, ASALTADO (SIGLO XIV. ALQUÉZAR)
El siglo XIV tenía siete años de vida
y nos hallamos en Alquézar. En una calle empinada como tantas otras,
la de San Gregorio, vivía y abría su tienda un modesto mercader
judío llamado Leví, un hombre viudo, cuyo único tesoro era su hija
Esther.
La joven hebrea, de extraordinaria
hermosura y suave voz, estaba permanentemente invadida por la
tristeza sin que nadie supiera el motivo de la misma, excepto ella.
Pero guardaba celosamente su secreto, sin compartirlo ni con su mejor
amiga, otra muchacha hebrea.
Sólo Esther y nosotros sabemos que
aquella perenne tristeza se debía a la ausencia del joven trovador provenzal que un día llegara a Alquézar y se enamorara de él.
Desde que se marchó a su tierra, sólo pensaba en el momento de
volver a verle. La imagen de Manfredo siempre estaba en su mente, lo
que hacía que presentara ese semblante entre ido y triste.
Procuró el padre aplicar cuantos
remedios estaban a su alcance para paliar el mal que desconocía,
pero todo fue en vano. Así es que se decidió por un último
intento. Para lograrlo, contrató Leví a unos desalmados forajidos
sin decir nada a nadie, y les encomendó la tarea de traerle a su
presencia al comendador de San Miguel de Foces, hombre versado en
misteriosas ciencias. Con toda seguridad, él tendría la solución.
Los hombres contratados, armados con
espadas y puñales, asaltaron el convento sanjuanista. El caos se
apoderó del ambiente mientras las llamas comenzaban a devorarlo
todo. Los frailes de San Miguel rodearon a su comendador para tratar
de defenderle, aunque fue en vano. La barbarie fue tal que pudo con
la vida de todos, excepto con la del comendador, cuyos secretos y
artes mágicas ansiaban los salteadores.
San Miguel de Foces quedó destruido;
Manfredo no regresó de su tierra; Leví pagó con su vida el
resultado de tan desproporcionado amor paterno; y al rostro de Esther
no le llegó la sonrisa.
El topónimo árabe "Alquézar" (al-Qasr) significa fortaleza, y hace clara alusión a su origen militar. Es un pueblo surgido a la sombra de un castillo, poblando la falda de la montaña. Fue una de las principales fortalezas de la Barbitania, protegiendo el acceso a Barbastro.
Según los cronistas musulmanes, perteneció primero a los Banu Jalaf y sería conquistada en el 893 por Ismail ibn Muza, de los Banu Qasi de Zaragoza, y tomada más tarde por al-Tawil. En 938, Abd al-Rahman III nombró a su hijo Yahia gobernador de Barbastro y Alquézar.
Jalaf ibn Rasid levantó a comienzos del siglo IX esta fortaleza como enclave defensivo frente a los núcleos de resistencia pirenaicos cristianos, en este caso, frente al condado autóctono de Sobrarbe.
En torno a 1067 es conquistada por Sancho Ramírez (hijo de Ramiro I) y se convierte en fortaleza cristiana -"Castrum Alqueçaris"- frente a los musulmanes, constituyéndose en punto clave para posteriores etapas de la Reconquista. Se dotó la fortaleza con guarniciones militares asistidas por una comunidad agustiniana. En 1099, se consagró como capilla real la iglesia de Santa María.
A medida que el proceso de la Reconquista avanza hacia tierra baja (Barbastro, Huesca,...) pierde importancia como fortaleza militar estratégica y se convertirá en una institución religiosa y centro comercial de la comarca, conocida como "priorato alquezarense".
La población primitiva residía dentro del recinto amurallado del castillo. El aumento de población en el siglo XIII, gracias a las mejoras sociales y económicas, hará que se comience a edificar fuera de la fortaleza; la población se irá trasladando gradualmente al "Burgo Nuovo Alquezaris", dejando el castillo prácticamente deshabitado, ocupado solamente por algunos religiosos.
El pueblo tiene una fisonomía totalmente medieval que muy poco ha cambiado, al menos en lo que se refiere al trazado de las calles: un trazado sinuoso con un evidente sentido práctico, facilitándose la comunicación (una red de calles bien enlazadas mediante otros callejones más pequeños) y resguardando de las inclemencias del tiempo (del sol y del viento). Es un trazado típicamente musulmán, de callejuelas estrechas y altas, pero es ésta una disposición típica de los pueblos de montaña más antiguos, adaptados a la topografía (las casas se apiñan en la ladera).
Tenía el pueblo un cierto sentido defensivo como recinto cerrado y fuerte, tal vez amurallado (aunque esto no parece probable); se accedía por tres puertas de las que se conservan dos: la principal, gótica (siglo XIII), y la otra en la parte baja del pueblo; tenían portalones que se cerraban a una hora determinada, no permitiéndose el acceso al interior del pueblo.
El pavimentado de las calles era mucho más rústico que el actual, a base de gruesos cantos de piedra clavados en el suelo de tierra, sin ningún tipo de argamasa para la unión. Las calles tenían un sistema de desagüe, con vertiente hacia el centro, canalillo por el que discurrían las aguas.
La población de Alquézar era totalmente cristiana, pero abundaban los mudéjares (musulmanes conversos) en la comarca, y éstos serían los alarifes de la mayoría de las casas. De las actuales casas las más antiguas podrían datarse en los siglos XIV y XV, y en la época de esplendor del pueblo, el siglo XVI. Las casas se integran perfectamente con el entorno por el uso de materiales autóctonos, como la Piedra (sobre todo para esquinas, zócalos, marcos de ventanas y puertas), el ladrillo, el adobe o el tapial. Los alarifes mudéjares introdujeron la técnica del ladrillo, más práctico que la piedra, casi de igual resistencia y, sobre todo, mejor conocido por estos alarifes. El buen uso del ladrillo se observa sobre todo en las galerías superiores de arquillos y en los aleros.
Estas casas, o bien son de origen noble o de función ganadera y agrícola, pero todas con un sistema y un esquema básicamente igual en todas: interiormente tienen una planta calle de servicios, con cuadras, lagar, bodegas. Una planta noble de vivienda. Y una falsa o granero. Al exterior, domina la fachada el gran arco de acceso, que puede ser de piedra o de ladrillo (dependiendo del gusto o de las posibilidades económicas). También en la planta calle puede haber una pequeña ventana, que da al lagar. En el planta noble destaca el escaso número de ventanas, así como su pequeño tamaño; puede existir algún balcón (se generalizan a partir del siglo XVIII), sobre todo en las casas más ricas. En las casas destacan las galerías de arquillos de ladrillo, o bien arquitrabadas, mediante vigas de madera con columnas y zapatas talladas. Estas galerías son típicas de la arquitectura civil aragonesa de los siglos XVI y XVII. Rematan las fachadas otros elementos característicos, como son los aleros, muy salientes, que protegían de la lluvia; son en madera o bien en ladrillo, con diferentes combinaciones, sobre todo en retícula y en esquinilla.
Un elemento muy típico del pueblo, y de tradición medieval, son los pasadizos en alto, gracias a los cuales parece ser que se podía pasar por todo el pueblo sin pisar la calle, manteniéndose esta práctica hasta el siglo XVII.
La plaza Mayor era el centro neurálgico del pueblo. En ella se encuentran las casas más nobles de la villa; es como un centro de caminos similar al foro romano o al zoco musulmán. Se concibe rodeada de soportales; la irregularidad de sus porches arquitrabados o con arcos, con columnas o pilares, de piedra o de ladrillo) se debe a las distintas épocas de construcción y al hecho de carecer de normas urbanísticas, haciéndolos cada uno a su gusto.
Los escudos tendrían su origen en los emblemas de las familias nobles. Se colocaban sobre los arcos de entrada de las casas. El de Alquézar es una fortaleza con tres torres, más alta y ancha la central. Este símbolo puede aparecer formando parte de escudos particulares junto a otras figuras: los elementos más habituales son torres, cruces de órdenes militares, flores de lis, barras, el olivo, etc. Estos escudos datan en su mayoría del siglo XVIII, época de renovación de las casa, pero se copiarían de los originales medievales. Están sin estudiar, y el significado de muchos de ellos se ha perdido con el tiempo, al pasar las casas de unas familias a otras.
Varios
sucesos de los Romanos y Cartagineses en España: cóbranse los
rehenes que estaban en poder de Cartagineses, y otras cosas notables
que acontecieron en ella, y muerte de los Scipiones.
No
por haber tenido los cartagineses la rota y pérdida que referimos,
perdieron el ánimo ni los pueblos amigos y confederados suyos les
osaron dejar y pasarse a los romanos; porque los cartagineses, como
hombres astutos y sagaces y que fiaban poco del amor de los
españoles, les habían tomado rehenes y llevado a Cartagena, donde
les tenían en muy buena custodia, y entre otras personas de cuenta
que tenían, eran la mujer de Mandonio y dos hijas de Indíbil, mozas
y muy hermosas; y con tales prendas estaban muy más seguros de los
pueblos y ciudades confederadas, que si les echaran a cada una mil
presidios. Después de la retirada de Mandonio, tuvieron los
romanos varios sucesos en España, que cuentan Livio, Florián de
Ocampo, Medino, Pujades, Mariana y otros muchos autores. Fue entonces
la venida desde Roma de Publio Cornelio Scipion por capitán
en España, hermano de Neyo Scipion Calvo, con treinta
naves y en ellas mil ochocientos soldados romanos, con
muchos bastimentos y vestidos para los soldados que estaban en
España, que necesitaban de ellos. Fue asímismo la venida de Hanon,
capitán cartaginés, con cuatro mil infantes y quinientos caballos
para engrosar el ejército de Asdrúbal. Destruyóse del todo la
población o ciudad que llamaban Cartagovieja, que es
donde hoy está Villafranca del Panadés, pueblo
harto conocido en Cataluña, edificado por los dos hermanos
Scipionés de las ruinas de la antigua Cartago, y
quitándole este nombre en odio y por borrar y perder la memoria de
los cartagineses, le dieron el de Villafranca, por los
muchos privilegios e inmunidades y exenciones con que la
adornaron; pero no bastó esto, porque la industria humana no basta a
borrar memorias viejas, si el tiempo no ayuda a tales diligencias,
antes cuanto más se quiere poner olvido, más se despierta la
memoria de la cosa aborrecida. ¿Quién más aborrecido entre los
gentiles, que aquel Erostrato que quemó el famoso templo
de Diana de Efeso, y puesto en el potro, dijo haber hecho tal
incendio por perpetuar su nombre y fama? y aunque so graves
penas pusieron silencio a todos, mandando que no se le nombrase, no
hay hoy persona de mediocres letras que lo ignore. Barcelona,
ciudad principal de España, tomó el nombre de los Barcinos,
linaje cartaginés, y así era nombrada (Barcino
: Barchinona : Barcinona : Barçilona,
Barcelona,
etc.): no quisieron los Scipiones que nombre para
ellos tan aborrecido como era el de los Barcinos, se
perpetuara en ciudad tan insigne; metieron en ella nuevos
pobladores de Italia, llamados Faventinos, y la
nombraron Favencia, y así la nombra Plinio y otros,
pero no pudo durar tal nombre, antes quedó olvidado, y la ciudad se
quedó con el que le dieron los cartagineses, y el poder de
los romanos, que sojuzgó el mundo y dejó memoria de su
valor, no fue poderoso para hacer olvidar el nombre de un pueblo,
antes bien a pesar de ellos persevera el nombre y memoria del linaje
y familia de su fundador. Aconteció también en estos mismos
tiempos la ruina y destrucción de otra ciudad llamada Rubricada,
que era del bando cartaginés, y estaba al poniente del río
Llobregat (Lubricati), ora sea a la orilla del mar, ora en el
lugar de Rubí, junto al monasterio de San Cugat del
Vallés, del orden de San Benito. (San Cucufato o Cucufate :
Sant Cugat). Puso cerco a la ciudad de Sagunto que tan
valerosamente se había defendido del poder cartaginés, y por no ser
socorrida, se perdió: ésta estaba muy fortificada, y en ella había
mucha riqueza, y la mayor de todas era las arras o rehenes
que tenían en ella guardadas los cartagineses de los españoles sus
amigos y confederados, y esta era la mejor fuerza con que tenían
sujetos los más pueblos de España. La traza que tuvieron los
Scipiones para tomarla fue esta: había un caballero español llamado
Acedux, a quien habían encomendado la guarda de aquella
ciudad, y había * aquel punto seguido el bando cartaginés, y
cansado de sufrir sus violencias, quería pasarse al romano y dar
libertad a todas las personas que estaban por rehenes en aquella
ciudad; porque airados los cartagineses de su mudanza, descargasen su
ira sobre aquellos inocentes que estaban en su poder. Por esto se
salió de la ciudad, y fue a hablar a Bostar, capitán
cartaginés, que con poderoso ejército estaba en la campaña para
impedir que los Scipiones no se llegaran a ella, y le dijo que
convenía mucho dar libertad a los españoles, porque con aquella
hidalguía obligarían a los pueblos a quedar firmes en su devoción,
y les valieran en aquella ocasión que necesitaban de amparo y
socorro, porque el bando cartaginés estaba algo menguado. Pareció
esto bien a Bostar, y asignaron hora para salir de la ciudad, y lugar
donde había de llevar los rehenes. Hecho esto, luego Acedux fue a
decirlo a los Scipiones, y concertó con ellos que a la noche
siguiente pusiesen guardas en el camino, y que él pasaría con
rehenes, y tomarlashian, y con ellas ganarían la voluntad de
toda España, restituyéndolas a sus pueblos. Con este concierto se
efectuó todo puntualmente, y las rehenes fueron tomadas,
y las enviaron a sus tierras, y fue muy grande la alegría de
toda España, y mayor el amor que todos a los Scipiones concibieron;
y era cierto que si los romanos quedaran allí donde estaban, todas
las ciudades que habían cobrado sus rehenes se alzaran y tomaran las
armas en su favor; mas como el invierno era cercano, contentos con lo
hecho, se volvieron a Tarragona, y allá ennoblecieron aquella ciudad
reedificándola con gran cuidado, y circuyéndola de fuertes
murallas y torres, levantando grandes edificios y acueductos y
solemnes templos que aún parecen y queda rastro de ellos, que
designan que tal era aquella ciudad, cuando salió de las manos de
los Scipiones. Llegó por estos tiempos orden a Asdrúbal que,
dejadas las cosas de España a Amilco, capitán cartaginés
que había venido de Cartago, se pasase a Italia,
porque juntado con Aníbal, los dos destruyesen la ciudad
de Roma; pero a lo que Asdrúbal se partía de España,
fue impedido de los Scipiones, que no muy lejos del río
Ebro le salieron al encuentro y dieron batalla, cuya victoria
quedó por los romanos. Esta rota fue presto remediada,
porque llegó poco después de ella Magon Barcino con veinte
y dos mil hombres de a pie, mil quinientos caballos, once
elefantes y muy gran cantidad de plata para hacer
soldados, con que quedara del todo olvidada la pérdida pasada, si no
los lastimara una muy cruel peste que vino a España y mató
gran número de personas, y entre ellas Hamilce, mujer del
gran Aníbal, y Haspar, su hijo; y estas muertes
causaron que muchos pueblos que estaban por los cartagineses, se
pasaron al bando romano. En estos tiempos fue ennoblecida la ciudad
de Barcelona con fuentes, cloacas y otros edificios
que hicieron en ella los Scipiones, cuyos rastros aún duran.
Con estas prosperidades y buena fortuna, que siempre fue compañera
de estos dos hermanos, y valiéndose de los soldados y amigos que
tenían en España, quisieron echar de ella a los cartagineses; pero
no salió como quisieron y pensaban, porque a la postre les vino a
costar a los dos la muerte. Había entonces en España tres
valerosos capitanes cartagineses: estos eran AsdrúbalBarcino, Asdrúbal Gison y Magon. Estos supieron
los pensamientos de los Scipiones; y para mejor resistirles, se
fortificaron todo lo posible, llamaron en su ayuda a Indíbil,
su amigo, y aunque hasta ahora había estado a la mira de todo sin
meterse en las guerras pasadas, no pudo en esta ocasión tan apretada
negar a los cartagineses lo que le pedían, porque, según se infiere
de Tito Livio y veremos en su lugar, sus hijos y su cuñada, mujer de
su hermano Mandonio, estaban detenidas en Cartagena en rehenes.
Deseaba Indíbil echar los romanos de España, y hacer después lo
mismo de los cartagineses, a quienes en esta ocasión prometió todo
su favor y poder, que era mucho (por no poder hacer otra cosa); y
acudió con muchos ilergetes y cinco mil suesetanos,
que eran de una región de Aragón muy cercana a los pueblos
ilergetes; y porque viniesen de mejor gana, les pagó de antemano.
En África buscaban los cartagineses sus favores.
Reinaba un rey llamado Gala en una parte de ella, que era la
más vecina a Cartago de la parte de poniente: era este rey muy amigo
de los cartagineses, y la amistad estaba atada con vínculos de
parentesco, porque Masinisa, hijo suyo, había casado con
Sofonisba, hija de Asdrúbal Gison. Este, para valer a
su suegro, pasó a España con siete mil infantes y quinientos
jinetes, y desembarcó en Cartagena, 209 años antes de la
venida de nuestro Señor al mundo. Fueron grandes estos socorros, y
la parte cartaginesa sobrepujó a la romana: los vecinos del Ebro,
que eran los celtíberos, estaban divididos, los unos por
Roma, los otros por Cartago; y estos acordaron de no
moverse, mientras los que estaban por Roma estuviesen quietos y
sosegados. Serían estos pueblos de la Celtiberia muy
poblados, porque eran más de treinta mil hombres los que se
declararon por los romanos. Deseaban mucho los cartagineses
ocasión de topar con los romanos, porque confiaban de su poder y de
los celtíberos, sus amigos: los romanos no menos confiaban de
su buena fortuna y poder, andando los unos en busca de los otros; y
por mejor comodidad, dividieron sus ejércitos de manera, que
Asdrúbal Gison, Masinisa y Magon tomaron parte del ejército
cartaginés, y Asdrúbal Barcino la otra. Los Scipiones hicieron lo
mismo: Publio Cornelio tomó las dos partes, y NeyoScipion, su hermano, la otra; y con los treinta mil
celtíberos, que era lo mejor que llevaba, se fue en busca de
Asdrúbal Barcino. No pasó mucho tiempo que el uno estuvo en vista
del otro, y solo había entre los dos un pequeño río que les
dividía. Asdrúbal mandó que los celtíberos que llevaba
embistieran a los de los romanos, y por otra parte envió algunos de
los celtíberos de su ejército a los que estaban con Scipion, para
persuadirles que dejasen la amistad romana, y ya que no quisiesen
valer a los africanos, a lo menos no les dañasen, pues Asdrúbal y
sus hermanos eran hijos de española, y casados con
españolas. Esto lo supieron negociar con tal arte que luego
aquellos treinta mil celtíberos dejaron a Scipion y se
volvieron a defender y cuidar de sus casas y haciendas; y por más
que Neyo Scipion se lo rogó que no se movieran, fue su trabajo vano,
porque decían que no querían pelear contra sus naturales y
parientes, ni dejar perder sus casas y haciendas. Quedó Neyo Scipion
muy sentido de esto, y muy flaco su ejército; y con la poca gente
que le había quedado, se retiró, con intención de juntarse con su
hermano. Asdrúbal Barcino ya había pasado el río, y con toda
diligencia iba tras de Scipion, deseoso de pelear con él. Mientras
pasaba lo que queda dicho, Publio Cornelio Scipion caminaba con su
ejército contra Asdrúbal Gison y Magon, sin saber que Masinisa
estuviese con ellos, antes, bien cuando lo entendió, quisiera no
haber tomado tal empresa, y tuvo gran alteración, y esta se le
aumentó, cuando vio que no rehusaban la batalla. Llevaba Masinisa
unos soldados tan diestros, que apenas salía alguno del real de
Scipion para leña, o forraje o por otros menesteres, que luego estos
soldados no le matasen o cautivasen. a lo que estaba con estos
trabajos Publio Cornelio Scipion, llegó Indíbil con siete mil
quinientos hombres, que, como dice Livio los cinco mil eran
suesetanos y que eran
del reino de Navarra, y los demás eran ilergetes. Publio
Cornelio Scipion quiso estorbarles que se juntasen con los demás,
confiando que él era bastante para vencer a Indíbil y sus
ilergetes y suesetanos, y dejando encomendado el real, con alguna
guarnición, a Tito Fonteyo, capitán romano, salió a media noche a
combatir con Indíbil. La caballería africana que corría el campo
tuvo noticia de esto, y luego dieron aviso al ejército cartaginés,
y acudió con tal presteza y diligencia, que llegaron a la que
querían pelear Publio Cornelio Scipion e Indíbil. Fue grande la
matanza que hicieron en los romanos: Scipion, que les iba animando y
exhortando que muriesen como buenos soldados, fue herido con una
lanza en el costado derecho, que le salió al izquierdo,
con que cayó del caballo, y luego le dieron muchas y muy grandes
heridas, con que dio fin a sus días; y los cartagineses que estaban
junto a él, viéndole caer del caballo, mostraron sobradas alegrías,
y publicaban a grandes voces su fallecimiento por toda la batalla,
con la cual nueva no faltó cosa para quedar absolutos vencedores; y
los romanos, abiertamente vencidos, comenzaron a huir, como mejor
pudieron, y parte de ellos acudió al real de Tito Fonteyo,
y muchos a una ciudad llamada Iliturge (I
mayúscula, ele), y otros hasta Tarragona, y fue
doblado más número los muertos en el alcance, que cuantos faltaron
en la pelea. Los españoles suesetanos y su capitán Indíbil
y sus ilergetes fueron tenidos en gran estima, por haber
esperado con tan poca gente a tantos romanos contrarios, no queriendo
retirarse ni desviar la batalla, puesto que lo pudieran muy bien
hacer sin perder algún punto de su buena reputación. Después de
esto y haber refrescado la gente de Indíbil, se juntaron con
Asdrúbal Barcino, que
estaba en un lugar que Livio llama Astorgin (1: Anitorgis,
Alcañiz, según Cortés), donde fueron recibidos con el contento que
tan buenos sucesos como habían tenido podían causar. (Según
el libro del padre Nicolás
Sancho: En ella probamos con gran copia de datos y argumentos el
sitio preciso de aquella Ciudad, y la mucha probabilidad que tiene la
opinión de que la antigua Anitorgis de la Edetania corresponde a
Alcañiz. Con cuyo motivo damos en el quinto Apéndice de la Sección
segunda, muchas y curiosas noticias de las Ciudades, límites y
circunscripciones de la Celtiberia y de la Edetania, según las
respetables autoridades de Plinio, Estrabon, Ptolomeo, Tito Livio, y
otros geógrafos e historiadores de conocida fama y reputación.) La
nueva de tan gran pérdida no había aún llegado a noticia
de los otros romanos, aunque, según dice Tito Livio, había entre
ellos un triste silencio y una secreta divinacion,
(adivinación, presentimiento) cual suele ser en los
ánimos que adivinan el mal que les está aparejado; y los
sobresaltos que daba el corazón de Scipion, y sustos que tenía,
eran indicios ciertos, no solo de lo que pasaba, mas aún de las
desdichas e infortunios que le estaban aparejados, y presto le habían
de venir. Íbase retirando con su ejército, caminando siempre de
noche, hacia el río Ebro, donde hoy es Zaragoza (Caesaraugusta, Sarakusta);
pero apenas fue partido, cuando tuvo sobre si los caballos númidas,
que ya por los lados, ya por las espaldas, le iban picando. Entonces
Scipion, que ya tenía sobre si todo el poder de los cartagineses y
númidas, que con Masinisa e Indíbil le apretaban, se alojó
con toda su gente en un montecillo no muy bien seguro; pero de los
que había alrededor este era el más alto. Subidos aquí, tomaron en
medio cuantos impedimentos y fardaje traían y juntamente los
caballos, y puestos a pie todos sus dueños mezclados con el peonaje,
rechazaban con poca dificultad, y sin tener otro reparo por los
rededores, el ímpetu de los caballos berberiscos y jinetes númidas
que siempre les daban rebato; mas como después llegaron los
capitanes cartagineses con Masinisa e Indíbil, conoció Scipion cuán
vano era trabajar en retener aquella cumbre o montecillo, no poniendo
baluartesal rededor o fosas o vallados, e imaginaba
con gran vehemencia, qué modo tendría para hacer alguna defensa. La
cuesta, de su propiedad era rasa, de suelo pelado, tan duro y tan
desolado, que ni criaba leña ni rama donde pudieran cortar maderos
para los palenques, ni tenía céspedes o tierra de que
hacer paredones ni reparos, ni mostraba disposición a las cavas
o trincheras, y finalmente no hallaron aparejo de poder obrar
algo con que se remediasen. Menos había malezas o pasos o riscos
dificultosos de ganar, de subida trabajosa, cuando los enemigos
llegasen; porque todo aquel montecillo precedía (o procedía, no
se lee bien) llano, sin casi lo sentir, hasta dar en la
cumbre. Queriendo suplir este defecto, comenzó Neyo Scipion a formar
una semejanza de reparo por el circuito, con albardas y líos
de los mulos que traían el fardaje, sobreponiéndolas
muy bien atadas unas con otras, conformes al tamaño que solían
tener en sus baluartes acostumbrados y verdaderos; y donde faltaban
albardas y líos, metían ropas o cualesquier impedimentos que
hiciesen bulto, por no parecer que de ningún cabo les menguaba. Lo
tres capitanes cartagineses, al tiempo que llegaron, guiaban sus
escuadrones contra lo fuerte de la cuesta, muy determinados a lo
combatir, y la gente del ejército respondía con buena voluntad a su
determinación, sino que la nueva manera del reparo, cuando lo vieron
desde lejos, les hizo dudar algún tanto, creyendo ser defensa más
brava. Sus principales y caudillos, viéndoles así parados,
discurrían por las batallas enojados de su detenimiento;
preguntábanles a voces: en qué se paraban; cómo no deshacían con
los pies aquel espantajo romano; pues a mujeres o muchachos no se
podía defender, cuanto más a tan denodados varones cuanto venían
allí; que si bien mirasen los enemigos, que vencidos eran;
escondidos que estaban tras de aquellas albardas pajizas, en llegando
se darían a prisión o serían degollados a mano y sin pelea; que
pasasen adelante, y no se detuviesen ni mostrasen pavor de tanta
vanidad. Estas reprehensiones voceaban los capitanes africanos en
menosprecio del reparo romano; pero verdaderamente venidos al toque,
más difícil hallaron el saltar las albardas y líos, de lo que
publicaban al principio, por estar entre si bien atadas y túpidas
en harto buena alzada, y tras ellas haber hombres valientes y
guerreros que todavía tenían ventaja centra quien llegase por
defuera, como pareció casi luego que fueron acometidos, que
solamente para romper líos y hacer entradas hubo menester grandes
acometimientos, y se tardaron largas horas: mas al cabo, derrocados
los reparos en muchas partes y metida la furia cartaginesa por ellos,
ganaron el real de todo punto, sin poderlo valer Neyo Scipion. Allí
sus romanos, hallándose pocos, atemorizados y confusos, morían
despedazados por diversos lugares a mano de los cartagineses y de los
españoles confederados, que venían muchos en cuantidad,
ufanos y victoriosos con el buen despacho de la batalla pasada.
Pudieron huir algunos romanos en los montes y sitios fragosos que no
caían lejos, y por algunas partes acudían pocos a pocos, fatigados
y heridos, al otro real, que fue de Cornelio Scipion, donde Tito
Fonteyo, su lugarteniente, les amparó con la diligencia que bastaba
su posibilidad, mas no para que dejasen de morir en todos estos
caminos muchos buenos romanos y diestros. Con ellos pereció también
su capitán mayor Neyo Scipion, dado que la manera de su muerte
traten discrepantementeLivio y nuestros cronistas:
unos certifican ser hecho pedazos entre los primeros; allá dentro
del reparo, cuando se rompieron las entradas por los líos y defensas
ya declaradas; dicen otros haberse retraído con unos pocos en una
torre desierta cerca del real, y que los cartagineses al principio,
no pudiendo quebrar las puertas al desquiciarlas a fuerza, las
pusieron fuego por el rededor, y quemándolas, mataron dentro cuantos
en ella quedaban, y también al capitán general. Como quiera que
sea, murió de esta vez Neyo Scipion, según debía morir un
caballero muy excelente, siendo pasados veinte y siete días después
de la muerte de su hermano, y siete años cumplidos y pocos mes
adelante, después de su venida a España. De esta manera tuvieron
fin los dos hermanos Neyo Scipion y Publio Cornelio Scipion,
sin valerles su saber y disciplina militar y la buena y próspera
fortuna que siempre les fue compañera, aunque en la mayor necesidad
se les volvió adversa. Esparciéronse los pocos romanos que de
aquellos encuentros escaparon por España, sin hallar lugar
cierto y seguro donde recogerse, porque como eran tan aborrecidos de
los naturales, y los amigos de ellos se eran vueltos al bando
cartaginés, era peor el tratamiento que se les hacía de lo que
habían padecido en las batallas pasadas, y tantos más murieron en
esta huida que en aquellas. El mejor acogimiento que hallaron fue en
Tarragona y su comarca, donde quedaba Tito Fonteyo con algunos
soldados romanos, el cual, y otro caballero llamado Lucio Marcio
los recogieron, conservando las reliquias del pueblo romano esparcido
por España, que atónito de lo que había sucedido, no sabía qué
consejo tomar: y aquí acaba la historia del diligente historiador y
erudítisimo varón Florián de Ocampo, el cual en cinco libros, por
orden del emperador Carlos V, de buena memoria, recopila la historia
de España, desde el principio del mundo hasta estos tiempos, que ha
sido tan acepta y de tanta autoridad, que casi todos los que la han
escrito después de él le han seguido, por haber este autor tenido
por blanco la verdad; y es tan estimada de todos los varones doctos y
sabios, que no sé cuál ha de ser mayor, el sentimiento de que no
haya proseguido aquella, o el gusto y contento que tenemos de que el
maestro Ambrosio de Morales la haya continuado, pues lo que el
primero dejó imperfecto lo hallamos tan cumplido en este segundo
autor, que parece que en lo que él ha dicho y hecho, ni poderse más
añadir, ni aún los maliciosos que corregir; y así, tomando este
autor por guía, y de los otros lo que fuere a nuestro propósito,
continuaremos lo que se siguió después de la muerte de los
Scipiones, hasta el fin de la obra, según será menester.
La composición que bajo este título ofrecemos al lector, cuyo hallazgo debemos al diligente anticuario D. Joaquín María Bover, no constituye por desgracia más que un fragmento. Sea que el autor dejase truncada o sin concluir la relación de los hechos de la célebre expedición de Don Jaime I, sea que falten hojas en el códice de donde la sacó el Sr. Bover; lo cierto es, que en ella quedan omitidas las principales hazañas que distinguieron aquella grande empresa del siglo XIII, tan dignamente contada por el mismo conquistador, por Marsilio, Desclot y otros muchos cronistas lemosines. Este poema, que tiene por objeto un asunto verdaderamente épico, empieza con una bella introducción en la que recuerda el autor su insuficiencia para relatar la renombrada conquista, echando menos el éstro con que Ovidio cantó los Fastos, y con que Horacio se elevó en alas de su entusiasmo; o la energía y entonación de Bertran de Born, príncipe de los poetas provenzales. Ábrese después el poema, aumentando la medida de sus versos, con la narración del viaje de la numerosa armada hacia Mallorca, sujeta a la sazón al poderío de los mahometanos. Habla de la tormenta que se desencadenara entonces y que estuvo a punto de destruir las naves expedicionarias; de las oraciones con que el rey y la hueste imploraban la ayuda de Dios en tan duro trance; de su feliz arribo a la Palomera; de la entrevista que tuvo Don Jaime I con el moro Alí que le predice sus triunfos; de su desembarco; de la deslealtad del caballero Gil de Alagón; del ardor belicoso del rey y de la batalla en que perecieron los nobles caudillos Guillén y Ramon de Moncada en el terrible encuentro de la Porrasa. Aquí queda sin duda alguna truncada la obra, faltando por consiguiente los detalles de aquel sangriento combate; la relación de los funerales de los Moncadas en el campamento, de las palabras que vertiera el rey en aquellos solemnes instantes, y de las lágrimas que derramó sobre los inanimados restos de aquellos dos héroes; de la marcha del ejército hacia la ciudad, de las operaciones del sitio, de la alianza del moro Benabet, y de tantos y tantos hechos heroicos que en aquella ocasión tuvieron lugar. Después de tan inmenso vacío, siguen algunas estrofas, con las cuales termina el poema. Hácese mención del caudillo moro Infantilla, vencido por los cristianos, pero nada se dice del asalto general de la ciudad y de la entrada en ella de los sitiadores hasta clavar el pendón aragonés en las torres del palacio de la Almudayna.
Mucho sentimos en verdad la pérdida de tan gran parte de este precioso monumento, doblemente importante por su interes histórico al par que literario; monumento desconocido hasta ahora e ignorado de todos cuantos se han desvivido para restituir a Lulio toda su gloria que en días de ignorancia y ciega parcialidad se quiso poner en tela de juicio. ¡Ojalá que las investigaciones que nos proponemos hacer en honra y prez de nuestra patria, nos diesen algún día por resultado feliz el hallazgo de todo lo que nos falta de esta antigua y notable epopeya de los siglos medios.
Duélennos también las adulteraciones que ha debido sufrir el texto, pues se hace necesario suponerlas en vista de las palabras oscuras que en él encontramos, y en presencia de otras, cuyas terminaciones no son propias del siglo en que el poema hubo de ser escrito. Continuamos la obra tal cual la hemos encontrado; y la creemos de Lulio porque así lo expresa el título "De Lulli" que leemos a su frente, y porque hasta en cierto modo nos lo indica su mismo estilo. No sabemos la fecha en que la escribió, mas la cita de un autor provenzal y de dos poetas latinos que observamos en su introducción, nos hace presumir si la escribiría Lulio antes de su conversión, antes de entregar completamente su éstro a la poesía mística y a la didáctica, cuando es muy regular estuviese familiarizado con las epopeyas de la antigüedad y con las producciones de los trovadores provenzales.
Los notables rasgos que en este fragmento descubrimos, no nos hacen posible resistir al deseo de ofrecer a nuestros lectores un ensayo de traducción que colocamos a la vista del mismo original. No pretendemos haber atinado en todos los pasajes la verdadera equivalencia de las palabras; la adulteración y oscuridad que observamos en algunos vocablos, nos lo han hecho a veces poco menos que imposible, sin embargo hemos procurado conservar cuanto nos ha sido dable el verdadero sentido de la frase y hasta la grandiosa sencillez del original.
DE LULLI.
LO CONQUERIMENT DE MAYLORCHA (1).
Si huy xant lo fayt gotjós, Si huy, donchs, ay pausament Per xantar al conquerós En Jacques, l‘ hom portentós, Que mays feu tant en Pelós (2) Ab els mauresesquarment;
Es perque en l‘ esvesiment De Maylorcha, fon trobada, Sa maravela bassent (3), Par la má de Deus scient, En son laus omnipotent, Conquerent yla argentada.
DE LULIO.
LA CONQUISTA DE MALLORCA.
Si hoy canto con placer la grande empresa; si hoy hallo ocasión para cantar al rey Don Jaime el Conquistador, al varón portentoso que siendo terror y escarmiento de los moros, dejó atrás las gloriosas hazañas de Wifredo el Velloso; (Pelós, Pilós; Joffre, Wilfred)
Es porque con la toma de Mallorca fue encontrada una maravilla; maravilla que la sabiduría inmensa de Dios y su omnipotente poder, permitió que se descubriese al conquistarse una isla de plata.
Unitat, donchs, mant levada; Trò qu' eu puscha ben xantar, ¿Dariatzme ben pleguada D' Abú-Soleyman (4) vessada L' ira e la má coretjada Per en ma pensa escampar?
De ferre e de sanch parlar,
Placia a Deus en mon pregon,
En mon pregon consirar;
Vos volria eu donar
Els fayts grans que vá ordonar N‘ Ovide per tot lo mon. (Ovidio)
Unidad, que te sientas en el lugar más elevado; para que mi canto sea digno ¿por qué no reúnes en mí la ira tremenda, y el esforzado brazo de Abu-Soleyman, y haré pensamiento se dilate del uno al otro confín del mundo?
Pluguiese a Dios que me fuese dado hablar en estilo digno del estruendo de las armas y de la sangre que se vierte en los combates; y que extendiéndome en hondas consideraciones, os pudiese ofrecer una obra que rivalizara con la de los Fastos con que Ovidio dotó al orbe.
Mas ya que no son para mi éstro las más grandes conquistas del mundo, dignas tan sólo del numen de Horacio o de Bertrán de Born y tantos otros poetas insignes; recuerdo en mi canto los hechos siguientes.
Mays ja lo stol nient pòt acorrir (leemos stòl, stòl, stol en pocas líneas)
A son desir del gran esvesiment.
IV.
Lavors lo rey endreça a Deus sa pensa,
E plòrs e plants, ab muyta de tristança:
- “Senyor! vuylatz acorrir ma partensa Per vos honrar, com Nabuch e Faruensa (10); Datz lum al cèl, datz a la mar bonança."
I.
Inflamado por el deseo de la conquista, sale el rey Don Jaime a la mar con su armada compuesta de numerosas naves: acompáñanle sus barones, donceles y prelados, los mejores guerreros de su tiempo, los cuales secundan con ardor el bienaventurado deseo de su monarca.
II.
Flotaba la armada de mil galeras, formando sobre las ondas un puente de madera, cuando aquel que tiene en el cielo su esplendente trono, lanzó sobre nuestras riberas y nuestros mares todos los horrores de los vientos desencadenados, del rayo y de la tempestad.
III.
La nave que a su placer conduce el esclarecido rey a la gran conquista, hizo sus señales para reunir la armada que consideraba ya extraviada y perdida; mas la flota no puede favorecer el gran deseo del rey para llevar a cabo la atrevida empresa.
IV.
Dirigió entonces el rey su pensamiento a Dios, y sollozando y vertiendo lágrimas, dijo con mucha tristeza: - "Señor! dignaos prestarme vuestro auxilio en este viaje, que emprendí por honra vuestra, así como protegiste a Nabucodonosor y a Faraon después de haberlos castigado; restituid la luz al cielo y al mar la calma."
V.
*Senyor! placiatz qu' es puscha ben complir Per exalçar la cròtz de vostre axyll; Placiatz, Senyor, qu' es faça mon desir, E que puscatz de Maylorches ausir ' Als infaels, sens que no spectetz nuyll (11)." -
- "A Deus ja plach, guardau, Senyor, guardau El vostre stòl; e si voletz anau
Sens triguá nient, virant vers de mitj dia." -
IX.
Cant viu lo rey lo stòl tant desirats, Dix ab plòrs muytz, ab muyta de tristança:
- “Senyor! lo stòl que vos me havetz tornats
Irá vers vos a metra sotterrats Dins los inferns dels maures l' adunança." -
V.
"Plázcaos que pueda llevar a feliz término el hecho que emprendí, para ensalzar la cruz donde espirasteis en el destierro de este mundo. Plázcaos, Señor, que se cumpla mi deseo, a fin de que no oigáis más a los infieles de Mallorca sin que nada de ellos podáis esperar." -
VI.
Entonces el rey hizo enarbolar en el mástil de su nave el pendón de Jesu-Christo, y en los bajeles apareció la bandera aragonesa. Casi toda la armada había estado a punto de perecer, mas no plugo esto a Dios, que había abierto a las armas de Aragón el camino de la gloria.
VII.
Las ondas del mar que enfurecidas habían desbaratado aquel inmenso escuadrón de naves, recobró su perdida calma. Las cumbres de la isla aparecían ya a los ojos de los conquistadores: y el brazo de Dios que durante aquel día tan adverso se había mostrado, hizo aparecer en el cielo la luz del sol, y la armada toda trocó en alegría su tristeza.
VIII.
Entonces el almirante Bonet que guía la nave mayor, con gritos de alegría se acercó a la galera del rey y le dijo: - "Ya plugo a Dios por fin! Mirad, señor, mirad otra vez reunida vuestra flota, y si es la voluntad de mi rey, dirijámonos sin tardanza hacia la parte de mediodía.” -
IX.
Cuando el rey vio todas sus naves, que en tanto cuidado le habían tenido, dijo pesaroso, derramando lágrimas de ternura: - " Señor! la grande armada que habéis querido restituirme, salva de los horrores de la tormenta, os prometo que irá por vos a lanzar en las profundidades del infierno el coaligado poder de los mahometanos." -
E cant lo gaug de tròp lo stòl estava; En Nono dix, ab sos uyls vers mitj dia: - "Senyor en rey! Si 'us plau bé se poria
Auració fer a la dona María.” - Donchs de Maylorcha lo menaret vessaba (15).
XIII.
Plach a lo rey cant en Nono ha parlat; Pausá senyera d' en Jacques la gran nau; Son ganfaró tot lo stòl ha pausat; Lavors lo rey, e l' avesque (16), e l' abat (17), (vispe, bisbe, obispo, episcopus) Ab dolent còr sa pensa han endreçat, E auració a tot lo stòl fer plau.
Y en tanto que así hablaba el rey, con sus ojos fijos en el cielo, inquieto por el daño que había sufrido su flota, vio al bajel de Don Nuño que hacia él se adelantaba, y díjole el esforzado caudillo con el gozo y la alegría pintados en su semblante: - “Señor rey! plázcaos seguir adelante en vuestro viaje." -
XI.
Entonces la nave real hizo seña, a la cual respondieron todos los bajeles, levantando en alto sus confalones. El mar acabó de serenarse, y la brillante lumbrera del cielo hacía más agradable el camino que la flota seguía; y esta continuó su curso gritando todos: - "Sús! sús! guerra a muerte a los moros!” - (sus, sús : arriba; amunt)
XII.
La flota se desliza rápidamente sobre las aguas sin que apenas lo adviertan los guerreros, entregados todos a la alegría. Don Nuño exclama, fijando sus ojos a la parte de mediodía y distinguiendo los elevados minaretes de la isla: - "Señor rey! si os place, pudiéramos dirigir nuestras preces a la virgen María." -
XIII.
Plugo al rey lo que Don Nuño proponía; la nave real dio aviso por medio de sus señales, y la flota contestó levantando en alto sus confalones. Entonces el rey, el obispo y el abad, con ánimo contrito, dirigieron su pensamiento al cielo y la hueste toda se puso en oración.
XIV.
Y el obispo, con voz trémula, entonó el Ave-Maris en honor de la reina de los cielos, y todos los prelados juntamente con el rey, puestos en fervorosa oración, cantaron devotamente y con voz triste el Kirieleyson. (Kyrieeleyson, kirieeleison)
XV.
- "Senyor en rey! ja poretz desirar, En Nono dix, cant huy se puscha fer Per lo començ, si volets conquerar De maures buckrs, donchs ja deixam la mar, (se lee en textos anteriores leixar, no deixar) E de Maylorches lo pòrt poretz prener.” -
XVI.
Consira en Jacq cant fer huy se poria:
Dix a l' avesque, e dix a lo Guastó (19):
- "Un gualeot si ‘us par eu trametria
Per aguayt far dementre ix lo dia,
E per guardar lo lòchs seretz meyló." -
XVII.
- "Si ‘us plau, en rey, l' avesque li respòs, Pora ‘y anar den Bonet lo navyll, Per enquerir lo lòch meyns perylós,
Hont tot lo stòl pendre puscha redós, E vostras gents entrar sens gran peryll." -
XVIII.
Plach a lo rey e dix a n' en Bonets: - "Alors, alors, ab vostra nau ixquiu, E de Maylorches lo point hon bé porets
Cercats sens triguá nient, e tornarets Per dir si un bon point prest haurets viu." -
XIX.
- "Senyor en rey! li dix a sa requesta L' hom de la mar, cant bé ensercatz havia,
Pendrer no 's pòt lòch nient per aquesta Meytat de l' yla pus brossa e enquesta (20); Si ‘us plau, virar poretz vers de mitj dia." -
XV.
Entonces D. Nuño exclamó: - "Señor rey! puesto que ya dejamos la mar y nos es necesario tomar puerto en Mallorca, pensad en lo que debemos hacer para dar comienzo a nuestra empresa, si os place batallar con la odiosa horda sarracena.” -
XVI.
Reflexiona el rey lo que en tal ocasión conviene hacer, y dice al obispo y a D. Gastón: - "Si os parece, podríamos enviar un galeote hacia la costa para explorarla, en tanto que el día amanece, y elegir el lugar mejor en donde pueda dar fondo nuestra flota." -
XVII.
- "Si lo tenéis a bien, le respondió el obispo, podría prestar este servicio la nave del almirante Bonet, el más apto para inquirir el sitio, en el cual con menos peligro la armada toda pueda guarecerse, y que ofrezca mayores ventajas para el desembarco de vuestro ejército." -
XVIII.
Plugo al rey cuanto propuso el obispo y dijo al almirante Bonet: - "Vamos! vamos! adelantáos con vuestro bajel y buscad sin tardanza el punto de la costa mallorquina más apropósito para nuestro objeto, y volved enseguida a decírnoslo, si habéis conseguido encontrarle." -
XIX.
Cuando con su nave el intrépido marino hubo hecho la exploración que se le había confiado, volvióse a la flota y dijo al rey: - "Señor! por esta mitad de la isla no es posible tomar puerto, porque la costa es brava y escarpada. Si os place podremos dirigirnos hacia la parte de mediodía.” -
XX.
De los barons ab seny lo stòl viraba,
E vench lo rey en vers la Palomera (21);
E cant en Jacq tots sos navyls vesaba,
Las mans e 'ls uyls lavors al cèl levaba,
E dix: - "Aydatzme, Deus, en la quarrera." -
XXI. E vench n' Alí (22) del rey en la galea, E dix an Jacq ab lo ginoyl ficat: - "Cuytatz, senyor, corretz a la ribea,
Vostr‘ es, en rey, cesta yla sens malea: Ma mayre ho dix, ma mayre ho ha trobat (23).” -
XXII.
Ab tant lo rey dix a ceyls dels navils;
- "Façetz camí cant la nuyt será entrada;
Gardatz lo lòch hon exir fora mils." -
E ‘nsemps volgren anar a lo perils
En Nono Sanç e 'n R. De Monchada (24).
XXIII.
E lurs navyls ab muyt de caylament
Tuyta la nuyt faéren lur aguayt;
E cant exí lo jórn vers l' orient,
En Nono dix: - "Senyor, no tembretz nient!
Dessá ví lòch hon l' exir fora fayt (25)." -
XXIV.
E tuyt lo stòl ensemps e sens brugit En vers lo pòrt la lur quarrera féu; Mays li paguá trò ‘l cèl levá lur crit, E ‘n Jacques dix, coratjós e ardit:
- "Tòst, companyon! anem en nom de Deu!" -
XX.
Con acuerdo de los barones y ricos hombres del ejército, la armada cambió de rumbo, hasta anclar en el lugar llamado la Palomera; y cuando el rey vio allí reunidas todas sus naves, elevó sus ojos y sus manos al cielo, exclamando :- "Ayudadme, o Dios, en esta grande empresa!" -
XXI.
Y entonces vino el moro Alí en la galera real, y prosternándose de rodillas ante el rey Don Jaime, exclamó: - "Apresuráos, señor! corred hacia la ribera! vuestra es esta preciosa isla en donde el mal nunca se albergó! Así me lo ha dicho mi anciana madre, que escrito lo encontró en el libro de los destinos." -
XXII.
Mientras esto acontecía, el rey dijo a los marineros: - "Seguid el camino tan luego como entre la noche; y observad cual sea el lugar mejor para nuestro desembarco." - Y émulos en gloria y valor D. Nuño Sanz y D. Ramón de Moncada, quisieron lanzarse juntos al lugar del peligro.
XXIII.
Y sus naves con mucho silencio y cautela exploraron la costa durante toda la noche, y estuvieron en acecho, y cuando el albor de la mañana apareció en el oriente, dijo D. Nuño al rey: - “Señor! nada temáis: por esta parte encontré lugar donde pudiéramos desembarcar felizmente." -
XXIV.
Y la armada entera levó las anclas sin hacer el menor ruido, y se encaminó hacia el punto designado. Mas los paganos no bien de ello se hubieron apercibido, cuando levantaron hasta el cielo su gritería: y entonces el rey Don Jaime dijo, lleno de ardimiento y valor: - "Pronto, compañeros! adelante en nombre de Dios!" -
XXV.
E ‘n Nono Sanç, e 'n Pònç (26) e ‘n Cerveyló (27)
Volgren exir en terra deventers; Et en Guilem (28) de tot son còr hi fó; E lo Ramon son frare (29) e lo Guastó (30), (Guillem, Guillermo y Ramón de Moncada)
E puis lo rey, barons e cavaylers.
XXVI.
Dementre en Jacq de lur navyl ixia,
Los sarrahins ferí lo de Monchada;
E ab los lurs pus fòrt escometia;
E 'spahordit tuyt li maure fugia;
E a negun la vida fon lexada (31).
XXVII.
Cant viu lo rey ja fayta la bataya,
Irat eyl dix: - "Fortment nos en dolem!
Bataya 's féu, e 's féu sens nos! Malhaya!
¡Ah, cavaylers! a nos seguir eus playa;
Dels maures buckrs la sanch veser volem (32).” -
XXVIII.
E 'n son cavayl lo rey bé cavalcant,
Ab mantz dels lurs entrassen en la terra,
De çá e lá de son còr massacrant;
Et enapres ardits, de bò talant,
Vaéren tuyt li maur sus en la serra (33).
XXIX.
Lavors lo rey un maure viu armat,
Et en vers d' eyl ab lança s' endreçava;
E li dixqué lo rey: - Réntte, malvat!" -
E 'l maur respòs:- "Hanc no me só rendat."
E un cavayler, de mòrt lo colpejava (34).
XXV.
Obedientes a esta voz D. Nuño Sanz, D. Ponce Hugo y D. Gerardo de Cervellón quisieron los primeros saltar en la enemiga tierra, y D. Guillén de Moncada lo hizo con la mayor decisión y denuedo, y tras él su hermano D. Ramón con D. Gastón de Bearne, y luego el rey con todo su séquito de barones y ricos hombres.
XXVI.
Y en tanto que Don Jaime saltaba a tierra, D. Ramón de Moncada acometió valerosamente al enemigo, y con los bravos soldados de su mesnada arrolló las contrarias filas. Espantados los moros con el fuerte empuje, huyeron despavoridos y en desorden, y no hubo sarraceno que quedase con vida de cuantos estuvieron al alcance de las armas cristianas.
XXVII.
Cuando el rey hubo puesto pie a tierra y encontró ganado el primer encuentro, dijo enojado: - "Mucho nos duele! Batalla travóse sin que nos estuviésemos en ella! Malhaya! ¡Sús, caballeros! Seguidme, que tengo afán de ver sangre musulmana." -
XXVIII.
Y montando Don Jaime a caballo, entróse tierra adentro con varios de los suyos, persiguiendo a los fugitivos. Peleando a derecha y siniestra, muchos fueron los enemigos que cayeron bajo el filo de su espada. Poco después el monarca y los que le seguían vieron con placer la hueste numerosa de los sarracenos que se había tomado posición sobre un cerro.
XXIX.
Entonces distingue el rey a un moro armado de pies a cabeza que hacia él se dirigía, amenazándole con la punta de su lanza. Al columbrarle el rey, le dijo: - "Ríndete, malvado! " - Y el sarraceno respondió: - "Jamás estuve acostumbrado a rendirme!" - Y en tanto un caballero del séquito del rey le hirió de muerte.
XXX.
E cant lo rey pus luny viu en la terra A Mem-Ladró (35) ab els maures combatre, Dix an en Nono: - "Féu aguayt en la serra
Ab n‘ Alagó (36) e n' Arnau Finisterra (37), Dementr' eu ixq per III maures abatre." -
XXXI.
Mays n' Alagó a lo rey descresent, Ab còlps de mayns nafrá a II maurs lo càp; Lavors lo rey a n' Alagó vinent, Li dixqué: - "Dònchs ¿no sàp l' ordonament De bon donçeyl, l' ordonament no sàp?". -
"Donchs n' Alagó nient vostre servey, E ‘ls maures vos massacraretz, si ‘us platz, Que donçeyl bon il vostre stòl ferrey Lurs guarretjiers, quax n' Alagó porrey." - E lo rey dix: - "Anatz, pelós, anatz! (39)" -
XXXIV.
E ‘n vers lo còyl la hòst aná lavòrs (collado; coll)
Firent li maur, faéntli gran dampnatje;
Entrò de M. lá sus ne foren mòrs,
E 'spahordits ab critz, sospirs e plòrs, Fugiren tuyt en vers de lo boscatje.
XXX.
Y cuando Don Jaime vio más lejos en el campo a Mem-Ladrón que combatía con los sarracenos, dijo a D. Nuño: - "Acechad tras ese collado con Gil de Alagón y Arnaldo de Finisterra, en tanto que voy a vencer aquellos tres moros que más allá distingo.” -
XXXI.
Mas, Gil de Alagón, desobedeciendo las órdenes del rey, se precipitó sobre dos sarracenos, hiriéndoles el rostro con sus puños, y Don Jaime entonces corriendo hacia D. Gil, le dijo: - "¡Qué! ¿Acaso no sabe el de Alagón el ordenamiento de buen doncel?" -
XXXII.
Y D. Gil de Alagón contestó: - "Señor rey! Sabed que aquí vine para matar infieles. Si es otra vuestra voluntad, podéis reprender al mal barón cuando os desobedece, pero no ofender de tal modo al buen doncel."
XXXIII.
"Y sabed también que Gil de Alagón se separa desde ahora de vuestro servicio. Sarracenos matareis vos si os place; y donceles hay que sabrán batir a los guerreros de vuestro ejército, y aun a Gil de Alagón le será dado hacerlo.” - Y el rey le replicó: - "Id, miserable, id enhoramala.” -
XXXIV.
Y la hueste se dirigió entonces hacia el collado cargando sobre los moros, y haciéndoles gran destrozo. Muy cerca de mil de los sarracenos cayeron allí sin vida; y espantados los demás, dando alaridos, huyeron internándose por la selva.
XXXV.
Lo rey torná 's a lo camp ab plaer,
E 'nfaylonit Ramon dix ab raysós:
- "¿E qu' havetz fayt, en rey? ¿voletz perdrer A vos mateix e 'l vostre cavayler? E vos perdut ¿e quí viurá de nos? (40)" -
XXXVI.
E no respós lo rey a lo sermó, E 'n Guilem dix: - "Gran eximpli 'ns donatz De bon guerrer, qu' altre semblant no ‘n fó; Mas foylament vos havetz fayt en ço;
Pus no ho façatz, en rey, pus no ho façatz! (41)" -
Armada havetz ab ferre vostra má, Deus es en vos, e tuyts eus ha per seus; ¡Ah, bons guerrers! feritz ab còlps pus greus, N' haurá lo cèl lo qui de vos morrá (44)."
XXXV.
Y luego el rey volvióse al campo muy satisfecho de la jornada, y al verle Ramón de Moncada le dijo con razón y enojado: - “¿Qué hicisteis, señor rey? ¿Os habéis acaso propuesto perderos y perdernos a todos? Si lanzándoos al peligro sucumbierais, ¿quién de nosotros escaparía con vida de esta tierra?" -
XXXVI.
Guardó silencio el rey a estas palabras, y añadió D. Guillén de Moncada: - "En verdad que nos demostráis ser modelo de caballeros. Sin duda que ninguno hay tan valiente y esforzado como vos; mas con poco seso procedéis exponiéndoos así al peligro. No obréis otra vez así, señor rey, no obréis otra vez así.” -
XXXVII.
Y cuando la noche empezaba a difundir la sombra por el cielo, todos los barones pusieron en el campo sus avanzadas; y en tanto el xeque (jeque; xaíc) de Mallorca salía con toda su hueste de la capital, que hermosa aparecía en lontananza; y allí sobre los cerros de Portopí se preparó para dar la gran batalla.
XXXVIII.
Apresuróse Mem-Ladrón a dar noticia de esto al rey, enviándole desde luego mensajeros. Entretanto vino la luz del alba y con ella se levantó la hueste toda. Llama el rey a los guerreros para que asistan al santo sacrificio de la misa que ordena celebrar; y acabado que fue, dijo el obispo D. Berenguer:
XXXIX.
- "Marchad, barones! puesto que vuestra mano ha empuñado las armas por la honra de Dios, Dios os acompañará en el combate y a todos os tendrá por suyos. Adelante, paladines! herid con golpes fuertes y certeros, que alcanzará el cielo el que de vosotros muera por la fé de Jesu-Cristo." -
Al sarrahi noent, la deventera Ben guerretjá lá sús per son Salvayre (47); E lá 'n Guilem fení la lur quarrera (48), E lo Ramon deffenent lur senyera (49), Et en Desfar (50), e n' Huch lo bòn trovayre (51). (dez Far, Dezfar, Desfar)
De n' Infantyl (53) lo stòl pos abatut, Dels maures buckrs víu d' en Jacques lo ferra Pauchs environ; a lo Deus ha plascut
Donar de mayll lo phloch que fóu digut; E dix lo rey: - "Presem pus prest la terra! (54)" -
****
E d' Aragó se víu prest la senyera, De Mafumet se víu trestot cremat; E' n Nono dix ab gaug pus vertadera:
- "Senyor en rey! acesta es la quarrera De vostra terra, presetzla la primera." - E de Maylorcha rey fó prest cridat (55).
XL.
Y en seguida empezó a moverse la vanguardia, que se componía de los soldados de D. Guillén y D. Ramón de Moncada y de los templarios; y pronto se distinguió tras el collado a la horda sarracena, preparada para el combate; y dada la señal, con pavoroso estrépito se trabó la lid, haciendo cada parte cuanto podía.
XLI.
La vanguardia hizo experimentar grandes daños al enemigo, porque los cristianos peleaban con denuedo por la fé de Cristo. Mas allí acabó peleando D. Guillén de Moncada su gloriosa carrera; allí murió también D. Ramón de Moncada como un héroe defendiendo su estandarte, y con ellos el valiente Desfar y Hugo de Mataplana, el buen trovador.
XLII.
…............. ***
Hallábase ya derrotado y vencido el ejército de Infantilla, y las armas de la hueste del rey Don Jaime apenas encontraban ya enemigos que vencer por aquellos alrededores. Plugo a Dios dar a los infieles el castigo que merecían, y dijo el valeroso monarca: - "Entremos en la ciudad!" - ***
Y pronto se vio tremolar sobre las torres de sus muros el pabellón aragonés, y reducido a cenizas el de Mahoma: y D. Nuño, con muestras de verdadero gozo, dijo a Don Jaime: - "Señor rey! esta es la puerta de la ciudad que ya os pertenece, tomadla ante todo, y sed vos el primero que entre por ella.” - Y en seguida fue aclamado y victoreado por rey de Mallorca.
***
- "Alors! alors! dix en Jacques cant víu De Maylorches la vila mant dampnada, A sos prelats e sos barons; porriu L' esgard haver (56), dònchs huy bé la teniu La vila ferma, e lexatz lo morriu (57); Dònchs plach a Deus, Maylorqu‘ es conquerada (58)." -
- "Adelante! adelante! dijo Don Jaime a sus prelados y barones, cuando vio a la hermosa ciudad llena de escombros, extended vuestras miradas; y pues tenemos segura la posesión de la capital, podéis desceñiros el casco, que con el auxilio de Dios, está ya conquistada la isla de Mallorca." -
***
Y entonces el rey para descansar de las fatigas de aquel día, y para reponerse del daño que había experimentado, se quitó el yelmo, depuso su espada y se desnudó de su armadura. Y luego exclamó: - "Honremos a Mallorca, colmándola de beneficios." -
***
Y ya que el rey, ó Dios mío, ha dejado las armas que con tanto esfuerzo ha empleado en honra y servicio vuestro; ya que las afiladas lanzas están descansando sin que arranquen a los combatientes lágrimas ni lamentos, razón es que suspenda mis versos y dé fin a mi canto.