Mostrando las entradas para la consulta iglesia ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta iglesia ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXVIII.


CAPÍTULO XXXVIII.

De los obispos de Huesca, desde el primero de ellos, hasta don Hugo de Urries, que lo era cuando murió don Jaime de Aragón, último conde de Urgel.

La ciudad de Huesca es una de las mejores del reino de Aragón y de los pueblos ilergetes, en cuya región está; y habiendo escrito de ella, de sus grandezas, fundación y excelencias Diego de Aynsa, su hijo y ciudadano, un gran volumen, me parece excusado haber yo de decir de ella. Solo pondré un catálogo de sus obispos, para que se vea claramente la fé cristiana cuán fundada estaba en estos pueblos, pues en los tres más principales de ellos, que eran Lérida, Urgel y Huesca, había ya de tiempo muy antiguo santísimos obispos y prelados, que, como vigilantes pastores, cuidaban de las ovejas del Señor, dándoles pasto de celestial y saludable doctrina.
Vicente fue el primer obispo de quien hallamos memoria: fue monje y discípulo de san Victorián, y condiscípulo de san Gaudioso, obispo de Tarragona. Vivía el año 553.
Pompeyano sucedió a Vicente, y no se sabe más de que era obispo por los años de 570.
Gabinio se halló en el concilio Toledano tercero, y en su tiempo se celebró otro en la ciudad de Huesca, y otro en la de Zaragoza, el año 592.
Ordulfio u Ordulfo se halló en el concilio Toledano cuarto.
Eusebio se halló en el octavo concilio Toledano, año 653.
Gadiscaldo asistió al concilio Toledano décimotercio, el año 683.
Andaberto, abad, asistió al concilio décimosexto Toledano, a 2 de mayo de 693.
Por estos tiempos fue la pérdida de España, y la Iglesia de Huesca quedó sin prelado y pastor, hasta el año 800, que lo cobró, y los obispos se intitulaban obispos de Aragón.
Nitidio presidía el año de 800.
Frontiniano vivió hasta el año de 802.
Ferriol lo era el año de 803.
Eneco se halló en la consagración de San Juan de la Peña: vivía el año 840.
Mancio, primero de este nombre, lo era el de 880, y hace memoria de él Gerónimo de Blancas.
Oriol lo era el año 933, y le encomendó el rey de Aragón la reedificación de muchas iglesias derruidas. (Rey de Aragón en 933 ?)
Degio fue obispo el año 971, y después de él, Mato.
Fortunio era obispo el año de 989.
Mancio fue obispo el año 1022.
Sancio fue obispo cuando se juntó en Jaca el concilio provincial el año 1060, en que se halló don Guillermo, obispo de Urgel: estos se intitularon todos obispos de Aragón, y este último de Jaca, porque Jaca era en tiempo de los godos del obispado de Huesca, y de este tiempo adelante Jaca tuvo obispos propios, y Huesca también, y no como antes, que el de Jaca lo era de Huesca y se intitulaba ya de Jaca, ya de Huesca, ya de Aragón, como mejor le parecía.
Don Pedro fue obispo de Jaca algún tiempo, y después de ganada Huesca, fue transferido a Huesca, y de allí adelante se intituló obispo de Huesca, y murió el año de 1104.
Estévan (Esteban) era obispo el año 1106, y murió el de 1130: le mataron los moros.
Don Arnado o Arnaldo era obispo cuando don Ramiro, monje, fue hecho rey, y murió el año de 1136.
Dodo fue muy estimado del rey don Ramiro, e intervino a tratar el casamiento de doña Petronila con el conde de Barcelona, (Ramón Berenguer IV) y en una donación que hizo, 2 nonas aprilis anno 1152, á preñado tenía en el vientre, le nombra marmesor y ejecutor de algunas pías disposiciones que dejaba en la donación.

Don Martín se halló en las cortes de Huesca que mandó juntar la reina doña Petronila para publicar el testamento del conde, su marido.
Don Estévan fue primero abad de Poblet, y fue obispo el año de 1172, y su signo era este:



esto es, Christus, alpha et omega.

Don Jaime. Este ordenó algunos estatutos en su Iglesia.
Don Ricardo fue gran privado del rey don Alfonso, y uno de los marmesores que dejó en su testamento, e intervino en las cortes que se juntaron en su tiempo en su obispado, el año 1187, y murió el de 1199.
Don Sancho segundo. Este añadió a su dignidad el priorato de Nuestra Señora de Salas, y vivió poco.
Don García fue su sucesor: hallóse en algunas cosas que hizo el rey don Pedro el segundo de Aragón. Algunos ponen después de este obispo otro del mismo nombre; otros dicen no ser más de uno: lo cierto es que fueron o fue gran prelado y pastor, y aún vivía el año 1229.
Don Vidal de Cañellas fue varón muy docto y se halló en la conquista de Valencia, y el rey don Jaime le encomendó el repartimiento de las casas y términos de la ciudad. Murió el año 1252.
Don Domingo de Solá fue su sucesor, y fue gran teólogo y predicador, e hizo algunas fundaciones pías, entre otras la del monasterio de Predicadores, donde está sepultado. 1272.
Don García Pérez, cuarto de este nombre, vivió poco, porque el año 1273 ya había otro prelado en la Iglesia.
Don Jaime Roca, catalán de nación, que había sido sacrista de Lérida, fue hombre de gran consideración y muy estimado de los reyes: el año 1278 ya era muerto, porque hallamos sucesor don Estévan.
Don Estévan, que contados los obispos de Jaca, de que no he hecho mención, es el cuarto de los de este nombre, dio licencia a doña Oria, condesa de Pallars, de edificar el monasterio de Casúas, del orden de san Bernardo, el cual dotó muy magníficamente y escogió en él su sepultura: se conserva el día de hoy, y residen en él, con grande ejemplo de virtud y religión, muchas señoras principales y de lo mejor del reino de Aragón. No sé en qué tiempo murió este prelado.
Don Jaime Carros, de sacrista de Lérida fue nombrado deán de Valencia, y fue el primer dean de aquella Iglesia, y después obispo de Huesca, y coronó al rey don Alfonso el tercero de Aragón, en la ciudad de Zaragoza (donde se coronaban todos los reyes y reinas, en la Seo, San Salvador).
Don Martín de Azlor, natural de Huesca, de noble y antiguo linaje, murió a 26 de agosto de 1291.
Don Aldemaro fue general del orden de santo Domingo: hacen memoria de él Diago y otros: murió en junio del año 1300.
Don Martín, tercero de este nombre, hizo algunos estatutos muy saludables en su Iglesia. Fray Martín Oscabio, cuarto de este nombre, fue fraile del orden de santo Domingo: hizo algunos estatutos en su Iglesia que aún se guardan. Murió el año 1322.
Don Gastón de Moncada fue canciller del reino de Aragón y cuñado del rey don Jaime segundo, que casó con doña Elizen, hermana suya.
Don Pedro de Urrea, de ilustre familia, está sepultado en el presbiterio de la seo de Huesca.
Don fray Bernardo Oliver, del orden de san Agustín, valenciano, fue trasladado de Huesca a Barcelona, y de allí a Tortosa, y últimamente fue creado cardenal del título de san Marcos. Tuvo mano en los negocios muy graves que sucedieron en estos reinos en su tiempo. Murió el año 1348.
Don Gonzalo Zapata hizo en su Iglesia muy provechosos estatutos, y no se sabe cuándo murió.
Don Beltrán de Cornudella vivió poco, y está soterrado en el coro de la iglesia.
Don Pedro, el tercero, fue canciller de Aragón y muy estimado del rey don Pedro, el cual, a petición suya, concedió privilegio de estudio general a aquella universidad. Murió el año de 1360.
Don Pedro Torrellas, canónigo que fue y pavorde de la seo de Barcelona, fue de Huesca mudado a Barcelona, y de aquí a Tortosa. Murió a 16 de febrero de 1379.
Don Jimeno, primero de este nombre, dejó fundados algunos aniversarios, y murió a 26 de abril, no hallo de qué año.
Don Juan, primero de este nombre, asistió a las cortes del año 1374, que celebró en Aragón el rey don Pedro.
Don Hernando asistió a las cortes del año 1381.
Don fray Bastino, siendo obispo, fue a Roma, de donde llevó muchas reliquias.
Don fray Juan de Tauste, del orden de la Merced, fue muy gran teólogo, e intervino en tratar con el papa Benedicto XIII, para que renunciase el pontificado y se adhiriese al que era justo, y fue promovido al obispado de Albarrazin (Albarracín), y murió el año 1427, siendo muy viejo.
Don Domingo Ram, natural de Alcañiz, fue uno de los nueve que declararon rey al infante don Fernando, y después fue obispo de Lérida; y en el catálago de los obispos de aquella Iglesia hemos largamente hablado de él y de sus cosas.
Don Nuño, después de la promoción de don Domingo, fue nombrado obispo de Huesca, y celebró un sínodo diocesano.
Don Hugo de Urres fue gran prelado, y quedan de él muchas memorias en su Iglesia. Murió a 21 de febrero de 1444.
En vida de este prelado murió en el castillo de la ciudad de Játiva, del reino de Valencia, preso, don Jaime de Aragón, conde de Urgel: y porque con su muerte acabo la historia de los condes de Urgel, acabo también ahora el catálago de los obispos de Huesca, de quien, a más de Diego de Aynsa, escriben muy largamente el abad de Monte-Aragón
en la Historia de san Valero, y los dos Gerónimos, Blancas y Zurita, en diversos lugares de sus Comentarios y Anales. (respectivamente).

viernes, 6 de marzo de 2020

Los Códices son un honor de esta Iglesia. Examinándolos se aumenta la fé.

V. 



Los Códices son un honor de
esta Iglesia. Examinándolos se aumenta la fé.

Haciendo
mención otra vez del notable trabajo de los distinguidos archivistas
señores Denifle y Chatelain, su Inventario de los Códices de la
catedral de Tortosa
es de un gran mérito, y revela que los
autores no sólo son muy expertos en esta clase de estudios, sino que
además conocen bien los archivos y principales bibliotecas
de Europa; porque al clasificar algunos de dichos libros,
hacen referencia a los de otras bibliotecas, demostrando con
ello una erudición muy digna de elogio.

Siguiendo,
pues, el mismo orden de dicho Inventario, daremos a conocer los
Códices de esta catedral, tomando por base las clasificaciones de
aquellos archivistas respecto al siglo en que fue escrito cada
Códice. Creemos prestar con ello un servicio a la historia en
general, y particularmente a la de esta iglesia, vindicando además a
los siglos pasados de las falsas imputaciones de, obscurantistas, retrógrados, etc.

Otra observación nos ocurre al hojear
estos voluminosos Códices, escritos casi todos en pergamino,
con caractéres que son verdaderos objetos de arte, y muchos
de ellos adornados con preciosas viñetas y dibujos del
major gusto. Es, que al pensar que todo era para adquirir y propagar
la ciencia, que se exhibía engalanada con tanto lujo y esplendor;
preciso es reconocer la importancia que entonces se daba al estudio,
cuando de tal modo se prodigaban los atractivos a fin de hacerlo más
agradable y honroso.

Y si a esto se añade que la Iglesia,
institución divina y civilizadora, cumpliendo con su elevada misión
de difundir la luz en el mundo, empleaba cuantiosas sumas para
ilustrar al clero, al efecto de que este instruyese después a los
fieles; dígase, si reflexionando esto no es la más negra ingratitud
e injusticia, pretender negar a la Iglesia el título de primera
Maestra de la humanidad, y centro de toda cultura y civilización,
como lo es realmente.

También nos ocurre otra idea al
examinarlos Códices, principalmente los que tratan de asuntos
religiosos o de sagrada liturgia.

Cuando uno observa la
inconstancia de las cosas humanas, y esa tendencia a cambiarlo todo,
de tal manera, que cada época se distingue por sus aficiones y
estilos; y hoy no gusta lo que se admiraba ayer, porque el deseo de
la novedad parece que sea condición inherente al hombre; viendo,
pues, esto, y observando por otra parte que en medio de esta habitual
inconstancia, se levanta majestuosa la figura de la Iglesia, firme en
sus principios y constante en sus ritos y tradiciones, desde luego se
ha de deducir que una mano superior debe dirigirla.

Esta
reflexión se ofrece al ver en un Códice del siglo XI igual
Cánon de la Misa que el que se usa en la actualidad. Lo
propio sucede con los demás Códices que contienen libros de la
Sagrada Escritura, o de los Santos Padres, que habiendo
sido escritos por amanuenses de distintas épocas y naciones,
no aparece en ellos la más leve discrepancia en todo lo que
concierne a la doctrina católica.

Es muy cierto que al
examinar los Códices se aviva la fé. Más de una vez hemos
presenciado en el archivo de esta catedral, que han hecho
manifestaciones en este sentido personas indifentes en
materias religiosas, las cuales comenzando por hojear los Códices
por mera curiosidad, concluyeron admirando los dogmas y
enseñanzas de la religión católica, y la constante
solicitud de la Iglesia al conservar el sagrado
depósito de su doctrina, con la mayor pureza, por medio de
los Códices.

Luego no exajeramos al decir que
examinando estos libros la fé aumenta. Porque si al contemplar
nuestras grandes catedrales, obra de siglos, donde una larga serie de
generaciones empleó sus esfuerzos y recursos para llevarlas a
término, deducimos con fundamento, que tanta constancia y
sacrificios no se conciben sin que la fé guiase los trabajos, y
alentase a todos con la esperanza de eterna recompensa; iguales
reflexiones ocurren al ver un Códice, en el que se empleó un buen
número de años, y donde el escritor se ocupó días y noches en un
trabajo monótono, practicado con tal paciencia que excede toda
ponderación. Ni se concibe tampoco la abnegación de los que pagaban
gastos tan enormes, en épocas de gran penuria, si lo que se escribía
en dichos libros no contuviese verdades y máximas en las cuales se
funda la esperanza de la felicidad en la otra vida.

Todo
influye a mirar con respeto los Códices; ya sea por lo que se
refieren al arte, ya también considerándolos bajo su aspecto
histórico y religioso.






domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXV.


CAPÍTULO XXXV.

Del rey godo Teudio, y del concilio que se celebró en su tiempo en la ciudad
de Lérida, de los pueblos ilergetes.

Por muerte de Amalarico, tomaron por rey los godos a Teudio, que había sido curador de aquel rey, y estando ausente Teodorico, él cuidaba del gobierno de estos reinos.
Murió este rey el año de 547 o 548, en que le mató uno que se fingió loco, después de haber reinado diez y siete años.
Por este tiempo, siendo metropolitano de Tarragona Sergio, y porque la necesidad de reformación de abusos introducidos le debió obligar a ello, en la era de 584, que fue el año de 546 del nacimiento del Señor, y en el séptimo año del pontificado del papa Virgilio y décimo quinto del reinado de Teudio, congregó en la ciudad de Lérida, de su provincia, concilio provincial de nueve obispos, cuyos nombres se pondrán después del modo que ellos los pusieron en sus firmas. Hiciéronse diez y seis decretos; y por el tenor de ellos se entienden los abusos que el concilio quería reformar con ellos.
El sumario de ellos es este:
1. Que los clérigos no cometan homicidios, aunque sean de sus enemigos, y pone penas a los homicidas.
2. Pone penas contra los que hicieren abortar o causaren aborto.
3. Que los monjes guarden lo establecido en los concilios Agatense y Aurelianense, y que sus Iglesias estén sujetas al obispo.
4. Que los incestuosos no sean admitidos a la comunión de las fieles, y que no comuniquen con ellos.
5. Si los que sirvieren al altar cayeren en fragilidad de carne, con larga penitencia sean admitidos a la comunión de los fieles; y si reincidieren, sean privados de sus oficios y de la comunión, si no fuere en el artículo de la muerte.
6. El que hiciere violencia a viuda, virgen o religiosa, sea privado de la comunión y compañía de los fieles.
7. Que el que jurare no hacer paces con el que trae pleito, sea privado de la comunión de los fieles.
8. Que el clérigo que sacare de la iglesia a su esclavo, haga penitencia.
9. Que los que fueren rebautizados hagan penitencia.
10. Que los que no salieren de la iglesia, mandándolo el obispo, se les niegue la entrada por su contumacia.
11 . Que los clérigos que se hirieren unos a otros sean castigados por el prelado.
12. Que los que dan órdenes y los reciben contra los sagrados cánones, sean depuestos.
13. Que no se reciba ofrenda en la iglesia, de aquellos que dieren a sus hijos para que los bautizen los herejes.
14. Que los fieles no comuniquen ni participen con los rebautizados.
15. Que los clérigos no cohabiten con mujeres extrañas.
16. Que ninguno oculte los bienes del obispo difunto.

Firmáronse en este concilio los obispos que se hallaron en él, y por ser notable el modo de firmar, los pongo aquí.
Sergio, en nombre de Cristo, obispo, estas constituciones (que inspirándonos Dios ordenamos con nuestros hermanos) las releí y suscribí.
Este Sergio era obispo de Tarragona.
Justo, en nombre de Cristo, obispo, me hallé a ordenar estas constituciones, y las suscribí.
Este era san Justo, obispo de Urgel.
Casonio, en nombre de Cristo, obispo, me hallé a ordenar estas constituciones, y las suscribí.
Este era obispo de Empurias.
Juan, en nombre de Cristo, obispo, me hallé a ordenar estas constituciones, y las suscribí.
Este era obispo de Zaragoza.
Paterno, en nombre de Cristo, obispo de la Iglesia católica de Barcelona, consentí y suscribí.
Maurelio, en nombre de Cristo, obispo de Tortosa, me hallé a ordenar estas constituciones, y las suscribí.
Tauro, en nombre de Cristo, obispo de la Iglesia agatense, me hallé a ordenar estas constituciones, y las suscribí.
Februario, en nombre de Cristo, obispo de la iglesia de Lérida, me hallé a ordenar estas constituciones, y las suscribí.
Grato, en nombre de Cristo, enviado por mi señor Estafilio, obispo, me hallé a ordenar estas constituciones, y las suscribí.

lunes, 13 de julio de 2020

CAPÍTULO XLIV.


CAPÍTULO XLIV.

De Armengol de Moncada, primer conde de Urgel, y vida de san Hermenegildo, de quien deriva este nombre. - De como el nombre de san Hermenegildo fue muy recibido en España, y de los muchos nombres que de este se han formado.- Prosíguense los hechos que se saben de Armengol de Moncada.

Dapifer de Moncada quedó en el lugar de Otger Catalon, y por muerte de él, le eligieron sus compañeros capitán, cabeza y caudillo, y lo fue toda su vida. Este Dapifer dejó un hijo, que se llamó Arnaldo de Moncada, y por muerte del padre, sucedió en el cargo y gobierno de las poblaciones que había en los montes Pirineos, en nombre del rey de Francia, señor de Cataluña. Murió Arnaldo, y dejó un hijo llamado Armengol, que sucedió en el cargo. Esté vivía cuando Carlo Magno entró en Cataluña, y gobernaba, a más de los montes Pirineos, la tierra de Cerdaña, Pallars, Urgel, Empurias y otras muchas. En su tiempo se edificaron los más de los castillos que hay en aquellos montes, que, como eran guarida y retirada de los cristianos, procuraban todo lo posible que estuviesen con la debida fortificación, para poder mejor resistir a los moros que continuamente les molestaban. Fue esta venida de Carlo Magno el año 791, o el siguiente. Conoció Carlos a Armengol, y le trató y tuvo claras señales de su valor y merecimientos, y vio con sus propios ojos los servicios que de Dapifer y Arnaldo, su padre y abuelo, había recibido, y que el nombre francés se era, por su valor y esfuerzo, conservado en Cataluña. Esto y ser Armengol de gran linaje, le dio motivo para honrarle como lo merecía: dióle título de conde de Urgel, Rosellón, Empurias, Cerdaña y Pallars, y fue el primero que gozó de estos títulos juntos, y con mucha razón, por debérsele a él y a sus ascendientes mucha parte de la conservación y conquista de aquellas tierras; y el título que usaba primero, anteponiéndole a los demás, era conde de Urgel, y así es comunmente llamado. En memoria suya quedó que los condes de Urgel, sucesores suyos, tomaron este nombre de Armengol, que por muchos años duró en aquella ilustre casa y familia. Es forzoso en aquesta historia nombrar infinitas veces este nombre Armengol, el cual era tan propio de los condes de Urgel, que cuando decían el conde Armengol, por antonomasia, se entendía el de Urgel; y eran ellos tan celosos de conservarle, que obligaban los padres a los hijos lo conservaran sus descendientes, y Sunyer, tercer conde de Urgel, a dos hijos suyos dio este nombre, como veremos en su lugar.
Es este nombre y suena lo mismo que Hermenegildo en Castilla, y se toma del glorioso rey mártir san Hermenegildo, honra y lustre de todos los reinos de España, y más de la ciudad de Tarragona, donde padeció martirio y se guarda su cuerpo.
La vida y martirio de este santo escribieron muchos autores antiguos y modernos; pero como no habían llegado a noticia de ellos (porque aún no se eran hallados) los fragmentos históricos de Lucio Dextro y cronicon de Marco Máximo, obispo de Zaragoza, su devoto y contemporáneo; no pudieron escribir con puntualidad igual a la de este autor, que fue testigo de vista; y así, por honra de este bienaventurado santo y por la memoria que de él quedó en los condes de Urgel, y en honra de su nombre, del que, aunque corrompido, cada paso se hace mención en este libro, he querido escribir aquella, como cosa muy de mi propósito e intención.
Fue este santo español de nación, hijo primogénito de Leovigildo o Levigildo, godo, rey de España (Ludwig, Luis), y de la reina Teodora, que fue hija de Severiano, capitán general del rey y gobernador de Cartagena y su distrito, y de Teodora su mujer, varones de gran virtud y santas costumbres. De estos fueron hijos san Leandro, arzobispo de Sevilla, san Fulgencio, obispo de Écija, san Isidoro, que sucedió a su hermano en el arzobispado de Sevilla, y santa Florentina, abadesa y maestra de muchas monjas y vírgenes dedicadas al Señor. Nació el año 562, siendo pontífice romano Pelagio (Pelayo, Pelaya, Pelaia, Pelagia, como el mote de mi abuela Mercedes). Faltóle su madre Teodora a los tres años de su edad y 566 de Cristo, mujer santa y católica, a quien no se apegó ningún contagio de la herejía del rey su marido: murió en Toledo, y fue sepultada con gran dolor y sentimiento de la ciudad y de los suyos en la iglesia de santa Leocadia Pretoriense, en el arrabal de Toledo, sobre el río Tajo. No tardó mucho tiempo en tomar el rey otra mujer, aunque muy diferente en costumbres de la primera; llamábase esta Gosvinta, viuda del rey Atanagildo, su predecesor, mujer astuta, maliciosa e inficionada de la secta arriana, de quien no leemos que quedasen hijos. Deseaba el rey ver casado a su hijo primogénito, y por eso pidió por nuera a Indegunda, hija de Sigiberto o Heriberto, hijo de Clotario primero, rey de Francia, y Brunequilda, reyes de Austrasia. Para esto envió Agila, su tesorero; pero porque la edad de Indegunda era poca, se dilató el matrimonio siete años. El siguiente tomó el rey por compañeros del reino a sus dos hijos Hermenegildo y Recaredo, con que les aseguró la sucesión y excluyó a los godos de elegir rey; y de aquí le quedó el título de rey a Hermenegildo, aunque murió en vida del padre. Creció la novia y vino a España el año 580: era de edad de diez y seis años, hermosa sobremanera, dotada de reales y cristianas costumbres: vinieron en su acompañamiento Eugenio o Epifanio, arzobispo de Toledo, a quien en los arquiepiscopologios de aquella Iglesia llaman Eufimio; Fortunio, obispo Pictaviense; Salviano, Aligense; Frontiniano, Acuense; Beltrinio, Burdegalense; Gregorio, Turonense, y con lo mejor de la nobleza de los reinos de Francia y España. Veláronse los novios en la iglesia de santa María de Toledo. Sintió mucho la novia que el rey su marido estuviese inficionado de la herejía de Arrio, pero confiada del favor del cielo, con sus continuas exhortaciones y ayudada con cartas de San Leandro, tío de su marido, dejó la herejía y confesó la fé católica, admitió el concilio Niceno, y se declaró patrón y amparo de los católicos. Sintióse de esto el padre, y le amonestó que se apartase de ellos y dejase de favorecerles; la madrastra Gosvinta tratábala mal, tomóla un día por los cabellos y arrastróla por el suelo, dejóla toda ensangrentada, y un día la echó en una alberca con gran peligro de ahogarse, y estaba llena de odio y rencor contra de ella, por ser católica y haber reducido a su marido al cristianismo. Los católicos, contentos de tener de su parte al príncipe y sucesor del reino, tomaron las armas: declaráronse por el príncipe y por católicas las ciudades de Córdoba, Sevilla, Murcia, Orihuela, Évora y otras. Movióse cruel guerra; sitió el rey en Sevilla a su hijo, que confiado de algunos pocos romanos que aún quedaban en España, se era fortificado en ella; pero ellos, cual otros Juda,s fueron traidores al príncipe y le entregaron al rey su padre, que le metió en duras y horrendas prisiones en Sevilla, que son las que describe Ambrosio de Morales en su historia, de las cuales salió dando rehenes, y metiéndose so la obediencia del rey su padre las ciudades y pueblos que habían seguido su voz; pero esto duró poco, porque el año siguiente, después de salido de la cárcel el príncipe, el rey le volvió a perseguir. Cercóle en una villa de Portugal, llamada Osset, y le tomó y llevó a Toledo, y allá le metió en la cárcel. Estando el santo detenido en ella, se congregó en aquella ciudad un conciliábulo de obispos arrianos; presidió en él Pascasio, que se intitulaba obispo de Toledo; Vincencio, obispo de Zaragoza; Sumnio y Nepontiano, obispos de Mérida; Hugo, de Barcelona; Murila, de Valencia; Argimundo, Portucalense; y Gardingo, Tudense, y otros de la misma secta. Lo que salió de aquella maldita y execrable junta dice Ambrosio de Morales, libro undécimo, capítulo sesenta y cinco; y porque los obispos católicos y otras personas contradijeron a lo declarado en aquel conciliábulo, el rey los desterró, y en esta ocasión fue el abad Juan de Valclara desterrado a Barcelona, el que escribió muchas cosas de este santo, el cual, librado de la cárcel que había padecido en Toledo, el año siguiente de 583 se retiró a Sevilla, donde le cercó otra vez el rey su padre; y porque debió hallar alguna resistencia, llamó en su favor a Miron, rey de los suevos, que entiendo reinaban en Galicia, y gran copia de gentes, con cuyo favor prendió el rey en Córdoba a su hijo, que de Sevilla se era retirado en aquella ciudad. De aquí le mandó otra vez desterrado volver a Sevilla, y después a Toledo, y de
aquí a Valencia. Duraron estas peregrinaciones algunos meses, y por quitarle el rey su padre de los ojos de los súbditos, cuyos corazones iban tras él, y más los de los católicos, le mandó prender otra vez, y así preso y con ejército que le servia de guarda, le envió a Tarragona y le mandó meter en una cruel y estrecha cárcel. No le faltó aquí la consolación de Dios, que le envió tres santísimos varones, que eran el arzobispo de Toledo, el abad Juan de Valclara, que estaban aquí desterrados, y Eufemio, que fue arzobispo de Tarragona, que le exhortaron y animaron, aunque secretamente, por temor de los arrianos, a sufrir aquellos y mayores trabajos por la fé santa de Cristo señor nuestro. Vivía en aquella ocasión en Tarragona Pascasio, arzobispo intruso de Toledo, hereje arriano, y por mandado del rey, la vigilia de Pascua fue a la cárcel, y allá quiso con su sacrílega mano comulgar al santo príncipe, que indignado del atrevimiento de aquel desvergonzado hereje, no quiso recibir la comunión, antes bien con ira y odio le echó de sí, dándole las razones y reprehensión que dice Ambrosio de Morales, de lo que el padre se sintió mucho, e irado sobremanera, de una vez quiso acabar con el hijo, y mandó a Sigiberto, capitán de su guarda, que le matase. Este obedeciendo al impío rey, que no debiera, fue a la cárcel y con una alabarda o maza de armas, o con un puñal, como dice
Escolano en la historia de Valencia, le hirió de muerte; y debieron ser, sin duda, muchas las heridas que le dio, porque en la sagrada cabeza de este santo, que hoy está en el Escorial, donde fue llevada desde el monasterio de Xixena, del orden de san Juan, en Aragón, tiene un ahujero cuadrado en la coronilla y otros más abajo, a manera de cuchilladas. Con estas y otras heridas salió aquella bendita alma, y coronada con la auréola de martirio voló a su Criador, que para tanta gloria suya y honra de España la había criado, honrándola con una infinidad de milagros, como fueron, en el silencio de la noche oír músicas celestiales sobre su cuerpo y salir una sobrenatural resplandor que, quitadas las tinieblas de la cárcel, la volvió más clara que si el sol diera en ella. Estos y otros milagros enseñaron a los fieles que debían reverenciarle como a cuerpo de mártir glorioso. Asistían en aquella ciudad el arzobispo de Toledo y otros obispos, y el abad Juan de Valclara: estos, juntos con el arzobispo de Tarragona y muchos seglares, con grandes llantos y sentimiento le sepultaron en la iglesia de santa Tecla de Tarragona, como dice Marco Máximo, obispo de Zaragoza, contemporáneo de este santo, y hoy por nuestros pecados y poca devoción de aquellos a quien toca, no sabemos en qué parte, aunque muchos dicen que en aquella iglesia está sepultado un santo, pero ni saben quién es, ni dónde; y yo tengo por cierto que este santo fue sepultado, no en la iglesia catedral, mas en otra que está no muy lejos de ella, de edificio antiguo, que llaman santa Tecla la Vieja, de la cual Luis Pons de Icart, en sus Grandezas de Tarragona, dice estas palabras: «y por esto se dice que, siendo en Tarragona san Pablo, mandó edificar la iglesia de santa Tecla la Vieja so la invocación de la dicha santa, la cual devoción se ha siempre tenido en Tarragona, y de entonces acá la tienen por abogada y protectora;» y he notado yo que está esta iglesia, aunque pequeña, llena de muchos sepulcros antiguos, que denotan mayor antigüedad, sin duda, de la que tiene la iglesia mayor y metropolitana de aquella ciudad, aunque ambas a dos son muy antiguas. La cabeza de este santo y
buena parte de su cuerpo, poco después de muerto, Marco Máximo, obispo de Zaragoza, devoto suyo, la tomó y llevó a Zaragoza, enriqueciendo con tal tesoro la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, y de aquí vino la cabeza a Xixena, de allí al Escorial, por medio del obispo de Vique y de Juan Francisco de Copons de la Manresana, caballero catalán, como lo refiere largamente Alonso Morgado en la historia de Sevilla. Este Marco Máximo fue contemporáneo de este santo amigo y conocido suyo, y le consoló en sus trabajos, esforzándole al martirio, y continuó la omnímoda historia de Flavio Dextro, y refirió lo que queda dicho; y así, como a testigo de vista, se le debe fé y crédito, mayormente no apartándose de lo que escriben san Gregorio, papa, y el Turonense; Juan, abad de Valclara; don Lucas de Tuy, Paulo Emilio, Roberto Gaguino, Adon, arzobispo de Viena en Francia; Ambrosio de Morales, Baronio, Pisa, Alonso de Morgado, Ribadeneira, Villegas, Marieta y otros graves autores, así contemporáneos del santo, como modernos; y dice Marco Máximo, hablando de este santo: quem martirem ego de facie novi, et saepius allocutus sum, cum esset in custodia patris, Hispali, mox Cordubae, rursus Toleti, Valentiae, et postremò Tarraconae, cujus ut devotissimus vitae sanctisimique martirii, carmen hoc ei qualecumque dicavi, quod est index pietatis in eum meae, etc. La mujer del santo se fue a África, y de aquí a Sicilia, donde murió y allí fue sepultada; un hijo que tenía, llamado Teodorico, fue llevado a Constantinopla, donde san Leandro, tío de su padre san Hermenegildo (que estaba allá para negociar con el emperador que favoreciese los católicos de España), cuándo le vio, se entristeció sobremanera. Murió este santo rey y príncipe de España a 13 de abril del año 586 a los veinte y cuatro años de su edad. El año siguiente murió el rey Leovigildo, su padre, a quien Dios hizo mucha merced, pues le dio conocimiento del error en que estaba y de la persecución y muerte que dio al príncipe su hijo, y abominando de los errores de los arrianos, abrazó la fé católica, y en ella murió a 2 del mes de abril del año 587, muy arrepentido del mal que había hecho, y fue sepultado en Toledo, en la iglesia de Nuestra Señora, la Antigua.
Poco después, que fue el año 588, murió también en Constantinopla Teodorico, hijo de este santo príncipe; y Sigiberto, que fue el que le mató no quedó sin pena, porque fue convencido de graves delitos, y el rey Recaredo, hermano de san Hermenegildo, le castigó muy afrentosamente, mandándole raer el cabello, que era gran ignominia entre los godos, y cegarle, y después le subió en un asno, y con la cola en la mano, a manera de cetro, le mandó pasear por la ciudad y llevar al suplicio. A Gosvinta, madrastra del santo, no le faltó su castigo, porque fue acusada de un grave delito que olía a traición contra del rey Recaredo, que le asignó jueces que conociesen de sus delitos, y por voto de ellos, que eran muchos, con un lazo le quitaron la vida.
Ambrosio de Morales, devotísimo que fue de este santo, trabajó en averiguar todo lo que le fue posible lo tocante a su vida y hechos, y es cierto dijera más, sí más hallara. Refiere este grave autor, que en una dehesa llamada Casa Blanca, cerca de Córdoba, donde hay vestigios de edificios antiguos, halló una moneda de oro de este santo: celébrala aquel autor por insigne antigualla, como cierto lo es, y más por la devoción que aquel buen autor tuvo a aquel santo. Tiene esta moneda a la una parte el rostro del santo sobre un trono, con una cruz en medio de él, y alrededor dicen las letras: Hermenegildi; de la otra parte tiene la moneda una victoria, y la letra que está al derredor dice: Regem devita, como que exhortaba el santo a los españoles que se apartasen del rey, porque con la herejía no les inficionase, siguiendo en esto el consejo del Apóstol, que dice: haereticum hominem post unam et secundam correctionem devita; y con este mote justificó el santo la causa porque había tomado las armas contra su padre, y el católico intento que tuvo en aquella guerra. De este mote hace autor Morales a san Leandro o san Isidoro, tíos del santo. Es esta medalla de oro muy fino, lo que no tenían las de los demás reyes godos, argumento de ser ella verdadera y no contrahecha, que la curiosidad en estas cosas se contenta de metal más bajo y no tan costoso como el oro. Don Antonio Agustín, en sus diálogos de las medallas, no parece que la tenga por verdadera; pero yo creo que él no debió de ver la que tenía Ambrosio de Mavales, sino otra diferente, que, aunque de oro, debía estar mal labrada o consumida del tiempo, cuya antigüedad no dejó distinguir en ella lo que Morales en la suya; el cual a buen seguro que no afirmó lo que no era, y más en cosa tocante a este santo, de quien se confiesa muy devoto, y reconoce por su medio haber alcanzado de Dios muchas mercedes.
El nombre de este santo y esclarecido mártir fue muy recibido en España, y mucha gente principal por devoción suya (como se echa de ver en muchas escrituras de los primeros reyes de Castilla después de don Pelayo) le tomaba. En la dotación que el rey don Alfonso, el Casto, hizo a la Iglesia de Oviedo, uno de los testigos se llamaba Hermenegildo: es la data de esta escritura a 16 de noviembre, año 812, y en tiempo del rey don Alfonso, el tercero de este nombre, llamado el Magno, un obispo de Oviedo y un conde de Tuy en Galicia, y otro del Puerto (O porto, Oporto) en Portugal, tuvieron este mismo nombre, como parece en el primer concilio de Oviedo, celebrado el año 879; y en un privilegio que tiene la Iglesia de Santiago de Compostela del mismo rey año 881, confirman tres Hermenegildos, el uno obispo, el otro mayordomo del rey y el otro sin título; y después, en tiempo del rey don Fernando, el primero, después de haberse frecuentado mucho, este nombre, se sacó de él un sobrenombre, que era Hermenegildez, así como de Fernando Fernández, de Gonzalo González, de Rodrigo Rodríguez; y este sobrenombre Hermenegildez era muy frecuente en las confirmaciones de los privilegios de este rey, en que anda un Pedro Hermenegildez que se halló en la confirmación de muchos de ellos: después se fue corrompiendo y abreviando algún tanto, y en privilegios de Alfonso, hijo de doña Urraca, confirma muchas veces un Gutierre Hermildes, que en otros privilegios se llama Gutierre Hermenegildez, do se ve claro ser todo un mismo nombre; y en Portugal había linajes y caballeros que lo tomaban por sobrenombre, como Alonso Ermegic, Estévan Ermiges, Alonso Ermiges y otros.
No fue menor la devoción con que veneraron este santo en Cataluña, donde fue muy ordinario su nombre, aunque algo mudado y corrompido, como vemos cada día que diversos lenguajes mudan más o menos, de una manera y de otra los nombres propios, o desgobernando las letras o añadiéndolas o quitándolas a los vocablos; y de aquí quedaron Armengol o Hermegaudo por Hermenegildo, y todo es un mismo nombre, y en muchas escrituras vemos que los que aquí son Hermengaudos y Armengols, en Francia son Irmingarios y en Castilla los llaman Hermenegildos. De esto hay muchos ejemplos; solo referiré algunos: en la fundación de la antigua Valladolid, que hizo el conde don Pedro Anzures a 21 de mayo, era 1133, y de Cristo señor nuestro 1095, que está en el archivo de aquella iglesia, confirma el conde Armengol de Urgel, yerno del conde
Pedro Anzures, y no se nombra ni firma Armengol, sino Hermenegildus; y en muchos privilegios latinos del rey don Alfonso, hijo de doña Urraca, y en otros que trae el obispo de Pamplona en su historia, firma el conde de Urgel, y no se llama sino Hermenegildo, acomodando su nombre al verdadero y original de Castilla. En unos versos que están en la vida del conde Armengol de Castilla, nieto del conde Pedro Anzures, le llama el poeta Hermenegildus; y no solo tomaron este nombre los hombres, mas aún también las mujeres, y es cierto que el nombre de Ermengarda, Ermisenda, Ermesinda y otros semejantes que vemos en escrituras antiguas, es el de este santo, y se echa de ver esto, en que a las mujeres que en unas partes están nombradas con uno de estos tres nombres, en otras las nombran Hermenegildas, y todo es una misma cosa.
Duró por espacio de trescientos cincuenta años que todos los condes de Urgel, a imitación y ejemplo de Armengol de Moncada, tomaban este nombre; y porque cuando heredaron aquella casa los vizcondes de Cabrera se dejó este nombre, el conde don Ponce de Cabrera mandó en su testamento que sus hijos, que eran cuatro, y otros a quienes venía la sucesión de aquel condado, estuviesen obligados a llamarse Armengoles o Ermengaudos, y lo repite muchas veces, encargándolo con grandes veras, porque sabía y se era observado ser este nombre, en la casa y linaje de Urgel, nombre de fortuna y felicísimo, y tanto cuanto duró en ella, gozó paz, felicidad, buena ventura, aumento de estados, paz con los reyes, amor con sus vasallos, sosiego en sus tierras y señoríos, y de felicísimas victorias de sus enemigos; y así nota muy eruditamente un autor, que hay nombres que tienen fortuna, y otros que son desdichados. El nombre de Antonino fue en Roma felicísimo, y lo daban a los Césares en pronóstico de la virtud y valor se prometían de ellos, hasta que lo tuvo Eliogábalo, que con sus pésimas costumbres le afrentó de manera, que de allí en adelante se tuvo por nombre afrentoso. Judas fue apellido sacrosanto desde el principio de la república hebrea hasta que pereció, y así hubo cuatro de este apellido en el colegio apostólico; pero el uno fue tal, que llenó el nombre de ignominia y su malicia le afrentó en gran manera. Los nombres de Fernando y
Alfonso en Castilla son felicísimos, y desgraciados los Enriques, así como los Jacobos en Escocia (James, Jaime, Tiago, Santiago), Carlos en Inglaterra, y los príncipes Carlos en España.
Tuvo el conde Armengol de Moncada en casa del rey de Francia y emperador Carlo Magno y de Ludovico Pío, su hijo, muchos y muy honrados cargos y dignidades: en el año 800 de Cristo señor nuestro fue nombrado virrey y gobernador de la isla de Mallorca por el emperador Carlo Magno, y años después confirmado por Bernardo, su nieto, hijo de Pepino, a quien dejó Carlo Magno lo de Italia. La causa y motivo para dar este cargo a Armengol, fue porque el año 799, que fue uno antes de coronarse emperador Carlo Magno, los moros de África y España causaban grandes daños en aquella isla y vecinas, y los isleños estaban en continuos sustos y temores por no tener donde acudir, por estar por todas partes rodeados de enemigos. Vivieron con este desasosiego hasta el año 800 que pidieron favor a Carlo Magno, prometiendo que si se lo daba, serían sus vasallos. El emperador aceptó la ofrenda muy contento de ser señor de tan fértiles y pobladas islas, y así les dio el socorro necesario para prevalecer contra los enemigos, dándoles por capitán y virrey a Armengol de Moncada, conde de Urgel, para que les gobernase y tuviese en devoción suya, defendiéndoles de los moros que corrían aquellos mares. Estos, sabiendo el socorro que había venido a los mallorquines, dejaron de molestarles y mudaron sus correrías y pasaron a destruir y * y a la vuelta dividieron su armada, y la una parte fue a la isla de Cerdeña, y otra a la de Córcega, donde hicieron grandes daños, talando los campos y destruyendo los pueblos, y llevándose muchos cautivos con lo mejor de aquella isla, y a la que, ricos de la presa, se volvían a África a gozar de ella, tuvo Armengol noticia y salióles con su armada. Trabóse batalla y quedó vencedor, y tomó ocho naves a los enemigos, y dio libertad a más de quinientos corsos que llevaban cautivos. Con esto se volvió con triunfo a la isla, asegurando con esto todos los mares vecinos.
Tomaron de esto los moros tanta rabia, que por vengarse, volvieron a Italia (que a Mallorca ya no osaban) , y dieron sobre Civitavechia, en la Toscana, y sobre algunos pueblos de la provincia Narbonense (Francia); y en venganza de la pérdida de las ocho naves hicieron gran daño en aquellas tierras, y después que hubieron saciado su crueldad, volvieron a Cerdeña, donde hallaron resistencia, porque los sardos estaban prevenidos y mataron muchos de ellos.
Crecía cada día la fama del conde por todo el mundo, en terror y espanto de sus enemigos, triunfó de ellos en mar y en tierra muchas veces, gobernó con gran prudencia la isla de Mallorca, conservándola en devoción del emperador Carlo Magno, y muerto él, de Bernardo su nieto, hijo de Pepino, que le confirmó el gobierno de la isla, y le duró toda su vida.
Murió Armengol en tiempo de Ludovico Pío, hijo de Carlo Magno, siendo conde de Barcelona Bara, el año no se sabe de cierto, mas por evidentes conjeturas se entiende fue antes del 820. Por su muerte volvieron los condados que él tenía, y en particular el de Urgel, a Ludovico Pío, rey de Francia y señor de Cataluña, no, como dice Tomic, por haber muerto sin hijos, sino porque no eran estos títulos hereditarios, como después lo fueron, y solo se daban durante la vida del proveído, con obligación que no pudiese disponer de ellos en favor de sus hijos o descendientes; y con esto queda respondido a la opinión del dicho Tomic, que quiere que Guifre Pelos dispusiese de estos condados entre sus hijos, lo que no pudo ser, porque Armengol de Moncada a Guifre pasaron más de sesenta años, y antes de Guifre hubo otro conde de Urgel, como diré después, que fue
nombrado por Ludovico Pío, y a Guifre le pertenecieron aquellos condados por haber cedido y renunciado en su favor y de sus descendientes Carlos Calvo, rey de Francia, el derecho y señorío que tenía en Cataluña.
De Armengol de Moncada no hallo hijos, antes en las escrituras de aquel linaje consta haberle heredado Oton de Moncada, hijo de Arnaldo. Este Otón sucedió en el cargo de general, y le hallo con él en la conquista de Barcelona con Ludovico Pío, que se dio por tan bien servido de él, que le remuneró con muchos lugares cerca de aquella ciudad, en el Vallés, a cuya cabeza puso el nombre de su apellido de Moncada, y con la mitad de la ciudad de Vique, que por muchos años poseyeron sus sucesores; y de este desciende la ilustre familia de los Moncadas, de quien ha escrito muy docta y elegantemente don Tomás Tamayo de Vargas, cronista del rey Católico, este año pasado de 1638.
Las armas de este primer conde fueron las mismas que él llevaba, propias, de su linaje, que eran, según dice el doctor Beuter, las de la casa de Baviera, de donde ellos descendían; y despues las dejaron, y tomaron siete panes de oro en campo de sangre, esto es, tres y medio en cada una de las dos tiras, y después dividieron el escudo en palo, y a la mano derecha pusieron los siete panes, y a la otra los palos de Cataluña, por haber emparentado con la casa real de Aragón y los que hoy son bajar de aquella.

domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO XXXII.


CAPÍTULO XXXII.

Del imperio de Nerva, y de los demás emperadores hasta Diocleciano y Maximiano, y sucesos de los pueblos ilergetes.

Después de Domiciano, que murió el año 96 de Cristo señor nuestro, fue emperador Nerva Cocceyo, que vivió un año no más; y de él queda memoria en una piedra labrada a modo de miliario, que estaba entre Vinaxa y las Borjas de Urgel, casi a la raya de los pueblos ilergetes, y decía de esta manera:
IMP. NERVA. C. AUG.
GERMAN. INFERIORIS.
PONT. MAX.
TRIB. POT.
Algunas cosas debieron mover a los que la pusieron, las cuales se ignoran por la antigüedad del tiempo, brevedad de la inscripción y cortedad del imperio, y poca curiosidad de nuestros pasados; pero por estar en lugar donde dije, es conjetura haber sido obra de los ilergetes, que con ella señalaron el término donde llegaba su región.
Trajano fue hijo adoptivo de Nerva: entró en el imperio en el año 99 de Cristo señor nuestro. De sus virtudes, edificios e inscripciones que de él quedan, memorias que aún se conservan, y cosas memorables que hizo, no diré nada, por no haber cosa particular de mi instituto: solo hago memoria de él, por no dejar el orden que traigo de contar los que fueron señores de los pueblos ilergetes. Después de él, fue emperador Adriano, de nación español, gran filósofo e insigne varón, si las cosas buenas que en él había, no quedaran amancilladas, persiguiendo a la Iglesia santa. Entró en el imperio el año de Cristo de 119, y en unas cortes o junta que allá tuvo, donde se hallaron síndicos de todos los pueblos de España, la dividió en provincias, y de cada provincia hizo su división particular: la Tarraconense quedó dividida en catorce audiencias o chancillerías, que los romanos llamaban conventos jurídicos, y estaban en las ciudades más principales, y en ellas se oían los pleitos y causas y se decidían aquellas, porque como había muchos que gozaban de paz y sosiego, la discordia y pleitos se metieron entre los naturales, y se ejercitaban en ellos, así como antes en ejercicios de armas, que donde estas prevalecen, no hay rastro de pleitos ni litigios. En Cataluña nombró dos, que fueron Barcelona y Tarragona: a esta acudían cuarenta y cuatro pueblos principales con sus comarcas, y no menos a Barcelona. En Aragón era convento jurídico la ciudad de Zaragoza, y a ella acudían cincuenta y dos pueblos con sus comarcas: de estos eran la ciudad de Lérida y Huesca, que eran municipios y pueblos más principales de los ilergetes; y así todos los demás pueblos de aquella región eran del convento jurídico de Zaragoza, donde acudían a pedir justicia en sus pleitos y dudas, salvo la villa de Tárrega, pueblo de los ilergetes, que por ser confederado de los romanos, no era de ningún convento jurídico, por privilegio particular; y así no habían de salir de sus muros para pleitear, y tenían entre ellos sus jueces. De los demás pueblos de España y división que se hizo no digo nada, por no ser de nuestro instituto, y haber sobre ello discurrido muy bien el maestro Ambrosio de Morales y otros, que lo sacaron de Plinio.
Hay memoria en tiempo de este emperador de Marco Fabio Paulino, hijo de Marco, de la tribu o familia Galeria, a quien el emperador hizo caballero, y dio privilegio que del dinero público se le mantuviese un caballo; y habiendo los de la ciudad de Lérida recibido de él muchos beneficios, como a varón singular, le pusieron estatua en Tarragona, que era la ciudad más principal de la España Tarraconense, la cual señaló y dio lugar para hacerse esta dedicación, cuya inscripción, sacada de Morales y Pujades, es esta:
M. FABIO M. F.
GAL. PAULINO
EQUO PUB. DONATO
AB. IMP. CAES. HADRIANO. AUG.
ILERDENSES.
CIVI. OPT.
OB PLURIMAS LIBERALITATES
IN REMPUB. SUAM.
LOCO. A. PROVINCIA IMPETRATO
POSUERUNT.
D.D.
Dice fray Francisco Diago, y antes lo había ya dicho micer Gerónimo Paulo, que este Marco Fabio Paulino era de la familia de Calvisio Paulino, barcelonés, de quien habla y da noticia el doctor Pujades, y una memoria de su linaje se halló en Barcelona.
Ea el año 139 murió Adriano: sucedió Antonino *Pio, que murió en el año de 162, y quedaron con el imperio dos hijos adoptivos suyos, que eran Marco Aurelio Antonino, que casó con Faustina, tan nombrados los dos de fray Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, y el otro Lucio Cómodo Vero Antonino; y fueron los dos primeros emperadores que gobernaron juntos. A los nueve años de su imperio murió Cómodo, y quedó solo Marco Aurelio, que vivió hasta el año 182. Sucedióle Cómodo, hijo suyo, muy diferente en costumbres del padre: este murió el año 193, y le sucedió Elio * Pertinae, cuyo imperio duró un año. Tras él vino Didio Juliano, que gobernó pocos meses: matóle Septimio Severo, y fue su sucesor. En tiempo de este emperador se fundó el lugar y Castillo de Albi, en los pueblos ilergetes: dan por fundador a Clodio Albino, ciudadano romano, de quien hacía el emperador mucha confianza, aunque no correspondió como debiera. Murió Severo cerca el año 211 del Señor, y heredó el imperio su hijo Marco Daciano Caracalla. Este murió cerca del año 220, y vino después de él Macrino, cuyo imperio no pasó el primer año, ni el de su sucesor Diadumeno, el cual, por haber vivido pocos meses, no le ponen en el número de los emperadores. Sucesor de este fue Marco Aurelio Antonino Eliogábalo, cuya vida monstruosa, más de bestia que de hombre, escriben Pedro Mejía y otros que él cita: murió cerca del año 225 de Cristo señor nuestro. Sucedió Alejandro Severo, que fue más pío que los demás antecesores suyos, y sintió bien de la santa fé católica: mandó parar la persecución de la Iglesia, y por eso es celebrado de todos los autores y alabada su memoria. Su imperio fue breve y de pocos años: el de 238 murió, y vino Maximino que, olvidando la piedad del antecesor, volvió a perseguir la Iglesia, enviando por el martirio muchas almas a Dios, y dejando en la tierra muchos cuerpos de santos mártires que dieron la vida por la confesión de la fé que él perseguía. Matáronle el año de 240. Fueron por su muerte emperadores Pupieno y Balbino; pero imperaron pocos días, porque su nominación no fue a gusto del ejército romano, el cual eligió a Gordiano, que imperó seis años, y fue después el imperio de Marco Julio Filipo, que fue el primero de los emperadores que profesaron la ley cristiana. Así lo dicen nuestro tarraconés Paulo Orosio, Eusebio y otros. Cesó entonces la persecución que había tenido la Iglesia santa, y respiraron los fieles. En Gerona queda una base de estatua de este emperador, y estaba bajo el ara del altar mayor de la iglesia de san Martín, de religiosos de la Compañía de Jesús, y la trae Pujades en su historia.
En el año 252 murió este emperador: su homicida fue Decio, el cual se quedó con el imperio y persiguió fieramente la Iglesia, y vivió hasta el año 254; y le sucedió Hostiliano, cuyo imperio fue de días, y así lo callan los más de los autores, y todos pasan a tratar de Galo, y después de este de Emiliano, y tras de él de Valeriano, que murió cautivo en poder de Sapor, rey de Persia, y le servía de escaño para subir a caballo, poniéndole el pie en la cerviz, en menosprecio del imperio romano: ¡rara soberbia, y ejemplo de miseria humana y sucesos de fortuna ! Galieno fue su hijo y sucesor, más dado a artes mágicas, que cuidadoso de la libertad de su padre: su imperio fue turbulento e infeliz, y vino casi a quedar perdido y usurpado el señorío romano, por su flojedad; y de esta hora adelante cesó aquella majestad del romano imperio, y fue de día en día declinando y disminuyéndose, levantándose tantos tiranos y viniendo tantos bárbaros, que presto quedó otro de lo que antes era, quedando menguado aquel antiguo esplendor y lustre que tuvo en los siglos pasados. Vino después de él Claudio, cuyo imperio duró algunos dos años, y el de Quintilio, su sucesor, no llegó a un mes, y el de Aureliano, que vino después de estos, duró seis años, y murió el de Cristo 278. Tácito y Floriano, uno en pos de otro, fueron emperadores; pero sus imperios juntos no llegaron a un año. Vino después de ellos Probo, y tuvo por sucesor a Caro y sus hijos Carino y Numerario; y luego, tras de ellos, el imperio de Diocleciano y Maximiano (Maximiliano?), que fueron los más grandes perseguidores que haya tenido la Iglesia y sus fieles, con pensamiento de acabar de una vez la Iglesia santa y religión cristiana: y apenas quedó provincia, ciudad ni pueblo del imperio romano que no experimentase su crueldad, quedando la tierra regada con sangre de ilustres e infinitos mártires que, menospreciando sus tormentos, libremente confesaban la fé católica. Dejo los de otras partes; digo solo de Cataluña. En Barcelona fueron martirizados santa Eulalia, santa Julia, San Cugat o Cucufate, santa Juliana y santa Semproniana, de quienes habla largamente Pujades; en Colibre san Vicente, de quien hace memoria el martirologio romano a 19 de abril; en Gerona padecieron san Narciso, obispo de aquella ciudad, san Feliu, su diácono y san Invento, que llaman san Trobat, con trescientos compañeros, san Román, Vincencio, Oroncio y santa Aquilina, madre de los dos, san Víctor, diácono, san Germán, Paulino Justo y Seilí. Sin estos, dice Flavio Dextro que en Celtiberia fueron martirizados mil doscientos dos españoles; en Tarragona, san Domicio, santa Pelagia, santa Aquila y santa Teodosia; en la villa de Palamós, santa Sotera, virgen; en Roda, pueblo de la Celtiberia, san Dionisio y san Amonio; y en Badalona san Anastasio, natural de la ciudad de Lérida, con sesenta y tres compañeros que, después de haber padecido muchos malos tratos, fueron degollados a 11 de mayo de 305, sin otros muchos de que hacen memoria Ambrosio de Morales, el abad de Monte-Aragón y otros.

domingo, 21 de junio de 2020

219. LOS AMORES IMPOSIBLES DE ZOMA Y MARÍA, Daroca


219. LOS AMORES IMPOSIBLES DE ZOMA Y MARÍA (SIGLO VIII. DAROCA)

219. LOS AMORES IMPOSIBLES DE ZOMA Y MARÍA (SIGLO VIII. DAROCA)
Foto: Julio E. Foster


Conquistada Daroca por Tarik, uno de sus primeros alcaides fue Zoma, al que se le recuerda tanto por la torre de la mezquita que mandara edificar como por sus amores imposibles con la cristiana María. En efecto, cuando un día caminaba Zoma hacia la mezquita, se cruzó en la calle con una muchacha que iba a por agua. A partir de ese momento fue incapaz de orar con recogimiento ni de dormir con sosiego, pensando en la muchacha del ánfora. Al día siguiente, Zoma contó al santón Abú-Amer la promesa que hiciera de edificar una mezquita si Mahoma le concedía la fortuna de hallar una mujer hermosa con la que desposarse, hablándole del encuentro del día anterior y el sueño subsiguiente, en el que el ángel Azrael le presentaba a la joven a la par que unos genios del arte construían una pequeña pero hermosa mezquita.

El santón preguntó a Zoma si la joven era mora o nazarena, contestando éste que cristiana, lo cual dificultaba la posible unión, máxime siendo él la primera autoridad musulmana. No se arredró el alcaide y, confiando en que la podría convencer para que renunciara a su religión, comenzó a edificar la mezquita, que pronto estuvo finalizada junto a su bello minarete. Entre tanto, Zoma y María, sin que jamás mediaran palabra, buscaban todos los días el encuentro fugaz de la calle de la Gragera (Grajera), aunque sabían ambos cuantas cosas les separaban.

Todo continuó así hasta que un día un joven cristiano fue denunciado ante el alcaide de maldecir contra Mahoma. Si era verdad, significaba su condena de muerte, a pesar del levantamiento de la población mozárabe en su favor. El destino quiso que el presunto condenado fuera hermano de María, la joven enamorada de Zoma.

La muchacha, por salvar a su hermano, solicitó audiencia al alcaide, que desconocía el parentesco. Los enamorados se hablaban por primera vez. Zoma prometió a la joven salvar a su hermano si ésta accedía a ser su sultana favorita. La negativa significaba la condena, como así fue. No obstante, María le dijo a Zoma que si él se convertía al cristianismo sería su esposa. A pesar del amor, no podía haber acuerdo. La religión les separaba... Pero cuando María descendía llorosa por la escalinata del palacio, Zoma, que no podía resistir la pena de su amada, la llamó: «No llores más, tu hermano será salvo». Y María, agradecida y enamorada a la vez, cayó en sus brazos.

[Beltrán, José, Tradiciones y leyendas de Daroca, págs. 48-54.]


Nombrada Colegial en el año 1377, es Basílica desde 1890. Su primitiva fábrica fue románica, pero se amplió y remodeló en repetidas ocasiones durante la época gótica, rehaciéndose casi por completo, a la vez que se cambiaba la orientación de su cabecera a fines del siglo XVI. La iglesia actual se hizo entre 1585 y 1592, según trazas renacentistas, pero con tradición gótica y fue su constructor Juan Marrón. La puerta principal es obra de 1603, realizada por los canteros Laroza, Pontones y Aguilera. Es una iglesia de tipo de salón, de tres naves con capillas entre los contrafuertes y cabecera con coro; igualmente se hizo un baldaquino a imitación del que se halla en el Vaticano. El grupo de la Anunciación fue esculpido por el zaragozano Francisco Franco en 1682. El coro y órgano pertenecen a la antigua iglesia y son obra del siglo XV. Este órgano está considerado como de los mejores de España y en él fue maestro el célebre Pablo Bruna. Del edificio románico -posiblemente construido sobre la Mezquita Mayor de Daroca una vez reconquistada la ciudad por Alfonso I en 1120- sólo se conserva el ábside orientado hacia el este, una ventana del crucero y la moldura con ajedrezado del primitivo lado del Evangelio. Su cabecera corresponde con la actual capilla de los Corporales; opuesta a ella, la puerta principal, del Perdón. Es obra de los últimos años del siglo XII y de los primeros del XIII. Llama la atención, al exterior, el particular sistema de montar el tejado, sobre modillones que apean en arquillos. La puerta del Perdón presenta en su tímpano la visión del Apocalipsis: Cristo triunfante entre el sol y la luna, y ángeles que portan los instrumentos de la Pasión; es adorado por la Virgen y San Juan, que interceden por los hombres, los cuales son despertados de sus tumbas por ángeles trompeteros. Es obra del siglo XIV que fue remodelada arquitectónicamente en el siglo XV. La torre es de piedra sillar, obra de 1441, costeada por doña María, la mujer de Alfonso V, y enfunda otra anterior, mudéjar, de los siglos XIII y XIV. CAPILLAS En el interior de la iglesia, comenzando a la mano derecha de la entrada, se suceden distintas capillas. La primera, la capilla del Patrocinio, está cubierta con bóveda estrellada, acogiendo un retablo con mazonería renacentista, obra muy posiblemente de Juan de Palamines, en cuyo interior destacan grupos escultóricos policromados con figuras y relieves en alabastro, representando el Nacimiento de Jesús, la Coronación de la Virgen y la Adoración de los Reyes entre otros, todo obra del s. XV. A ambos lados se encuentran la sepultura en alabastro de una canonesa de Rueda, obra de finales del s. XV, y el sepulcro bajo arcosolio de un caballero yacente en sarcófago de rasgos renacentistas y ángeles góticos. La capilla se cierra con una verja del s. XVI. Sigue la capilla de la Anunciación, mandada construir en 1609 por Pedro Terrer de Valenzuela. El retablo es obra de Juan Miguel de Orliens, concluído el 31 de octubre de 1609 dentro de un estilo romanista. En los muros laterales aparecen pinturas relativas a Melquisedec y Moisés. En las cuatro trompas aveneradas de la capilla se representa a los cuatro Evangelistas en altorrelieve, obra también de Orliens. En el pavimento está la lauda sepulcral de bronce perteneciente al arzobispo Terrer de Valenzuela. La verja que cierra la capilla, de bronce dorado con las armas de los Terrer, es obra del rejero de Zaragoza Juan Blanco con diseño de Juan Miguel de Orliens, quedando manifiesta la colaboración del escultor en la concepción total de la capilla. La tercera, la capilla de los Corporales, es la antigua cabecera de la iglesia románica. Es una afortunada (y rara en España) construcción de tipo franco-flamenco. Toda la capilla forma parte de un conjunto unitario con decoración gótico-flamígera, siguiendo el concepto de capilla-relicario, donde se custodian los Corporales. Parece que se empezó por encargo de Juan II de Aragón y se terminó con el Rey Católico; en ella pudo trabajar el escultor darocense Juan de la Huerta y asimismo Pere Johán, que trabajaba en el retablo de La Seo de Zaragoza. A finales del siglo XVII se abrió el óculo que sirve de ostensorio y se pintaron las figuras con ribetes y lunares dorados. Llaman la atención los relieves que narran la historia del milagro de los Corporales, con un hábil y gracioso trabajo lleno de detalles documentales de la época. Acto seguido nos aparece la capilla de Santa Ana, resto del edificio medieval y lugar por donde se entra a la sacristía. Fue posesión del señor Esteban Lop y sus descendientes. Son de interés las cinco laudas sepulcrales que aparecen en el pavimento. Linda con ésta la capilla de Santo Tomás, edificada en la reforma del siglo XVI y entregada al canónigo Salvador Bádenas. El altar principal es del siglo XVIII. A ambos lados, los retablos de San Juan Evangelista y de San Joaquín y Santa Ana, obras platerescas del s. XVI, este último mandado hacer en 1586 por Francisco Balaguer. La siguiente capilla, hoy dedicada a San Miguel, en un principio fue llamada de Nuestra Señora la Coronada, pues tuvo el retablo y la imagen de la Virgen Goda, trasladada allí en el s. XVII cuando se hizo la capilla de los Terrer. Esta Virgen, obra del s. XIII, se expone en el Museo de la Colegial. Actualmente la capilla la ocupa el retablo de San Miguel procedente de la iglesia del mismo nombre, obra gótica de estilo sienes realizado a fines del siglo XIV. A ambos lados contemplamos el retablo de la Magdalena (siglo XVII) y el lienzo de San Jerónimo en el desierto (siglo XVI). Dejando a la derecha la entrada al Museo, penetramos en la capilla de la Purísima. Su interior acoge un retablo del s. XVII. El muro se abre lateralmente comunicando con el coro, situado en el centro de la cabecera del templo, en el que destaca la sillería capitular de madera, perteneciente al templo gótico, obra del fustero zaragozano Juan Lañes, realizada entre 1494 y 1495. Frente al coro se encuentra el Altar Mayor, de estilo barroco, inspirado en el baldaquino de San Pedro de Roma. Se compone de cuatro columnas salomónicas de mármol negro, colocadas en 1677, sobre las que descansa un entablamento con las imágenes de los cuatro Doctores de la Iglesia, rematado en cúpula calada con linterna similar y armas de la Colegial y del obispo Terrer, mecenas de la obra. El interior se completa con el grupo escultórico de la Asunción, tallado en madera blanca por los zaragozanos Francisco y Pedro Franco en 1682 y quizá no terminado hasta cinco años más tarde. Ya en el lado del Evangelio, comunicada con el coro, aparece la capilla de la Soledad con un retablo del siglo XVII. A continuación se pasa a la capilla del Cristo, que mandó construir mosén Domingo Moros, donándola en 1607. El retablo actual, con esculturas policromadas, data del siglo XVII. Ante él una serie de laudas sepulcrales. Por último, la capilla de San José, entregada a la familia Celaya, en cuyo frontal luce su blasón heráldico. El retablo, en madera dorada, pertenece al siglo XVIII. A ambos lados encontramos varios lienzos, representando uno de ellos a «San Jorge triunfando en la batalla de Alcoraz». Las pinturas de la cúpula las realizó Mariano Miguel en 1897.

lunes, 13 de julio de 2020

Capítulo XLVI.


Capítulo XLVI.

De la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.

Muerto Sunyer, sucedió su hijo mayor. Este en el tiempo que su padre entendía en el gobierno del condado de Barcelona, gobernó el de Urgel. No hallamos, por la antigüedad de los tiempos y faltas de memorias (pone momorias), hechos de consideración suyos, hasta el año de 967, que fue el décimotercio de su condado, en que murió Seniofredo, primo suyo y conde de Barcelona, después de diez y siete años había que gobernaba aquel condado y a los cincuenta y uno de su edad: no le quedaron hijos, porque su mujer doña María, hija de Sancho Abarca, rey de Aragón, era de edad. Los más próximos eran sus hermanos: el mayor era Oliva, conde de Besalú, y el que más derecho parecía tener; pero los barones y gente de Cataluña sintieron lo contrario, excluyéndole de la sucesión. Pondéranse muchas razones: Miguel Carbonell (Pere Miquel Carbonell, archivero real de Juan II y Fernando II el católico) dice que no era buen católico, y lo sacó de una *ria (memoria; página 290 mal escaneada) antigua intitulada Flos mundi, que salió a luz * en tiempo del rey don Martín, y el mismo Carbonell * de ella en muchas partes de su historia: Zurita dice *mo. El padre Diago dice lo contrario, y le alaba * católico y buen cristiano, virtud que jamás hom* mancha en este linaje y prosapia: y en prueba de esto * acciones suyas, muy de buen católico, y que si p* sucesión, no fue por esto, sino por el defecto nat* no poder hablar sin dar primero tres o cuatro veces en * con el pie, a modo de cabra, de donde le quedó el * de Cabreta, y también porque no era derecho de * ni bien agestado, como es bien que lo sean las personas * representan majestad real. No falta quien dice, q* flojedad y descuido que tuvo en el gobierno de* le vino el ser desheredado del de Barcelona, que con * con los de Besalú y Cerdaña eran cosa poca. Esto *ria de su padre el conde Sunyer, la confianza que tenía * le había de imitar, y sus reales virtudes y grandes *mientos, le hicieron conde de Barcelona, añadiendo * título al de conde de Urgel. Fue esta elección c* gusto de toda la ciudad y condado, prometiéndose * mil felices y prósperos sucesos, y certísima espera* de esta vez, habían de quedar expelidos los infieles y *tarse la fé de Cristo en esta parte de la Citerior España *.
Cuando empezaba el nuevo conde a disponer aquello *recía convenir al buen gobierno de sus súbditos, no falt algunos disgustos con el mismo Oliva que, como hijo *de de Barcelona, pretendía ser legítimo sucesor del * de sus padres y abuelos, y últimamente de su herman* parecía no había razón bastante para privarle de ello. Estas pasiones y contiendas encendían ya el corazón y sangre a los primos, y el pleito se iba remitiendo a las armas: no había entonces en España las universidades que después, ni se decidían las sucesiones de los reinos por el Código y Di* como cuando murió el rey Don Martín, estaba el derecho en las armas y no en el parecer de letrados, que entonces eran poco conocidos en esta tierra. Los moros no dormían, y sabían muy bien todo lo que pasaba; animáronse por tomar las armas contra los cristianos, y llamaron en su favor a otros muchos de su nación y casta, que no aguardaban sino el principio de esta guerra civil, de quien dependía todo bien de ellos. No era la intención de aquellos nobilísimos príncipes dar ocasión de que el pueblo cristiano fuese destruído de los paganos, antes deseaban lo contrario, ni Oliva estaba tan ciego de su pasión, que no conociese los daños que podían causarse, así a él mismo como a los demás. Era católico, y como tal, no quería que los de su religión y ley quedasen destruidos, ni que las casas suyas y de su primo, que a costa de sangre cristiana hasta aquel tiempo se eran conservadas y defendidas de infieles, enemigos de la cruz de Cristo, fuesen de todo punto acabadas, dejó sus pretensiones; se reconciliaron los dos primos, quedó contento con lo que Dios le había dado, que es el medio más seguro para la perpetuación de los estados, y las guerras que parecía habían de ser intestinas y más que civiles, cesaron de todo punto, con gran descontento de los infieles, que las estaban aguardando.
Luego que el conde Borrell vio deshecho este nublado, entendió en la reforma de algunas cosas necesitaban de ella.
Lo que más cuidado le daba, era estar la ciudad y * obispado de Tarragona sin prelado y en poder de moros, sin esperanza entonces alguna de poderla cobrar. Consta *los arquiepiscopologios de este arzobispado, que desde el año 693 hasta el de 1091 estuvo yerma y sin prelados, y si algunos hubo, es tan poca la memoria que da de esto que es casi ninguna. El estado eclesiástico padecía mucho en Cataluña por la falta de metropolitano y necesitaba volver a la autoridad y esplendor que estaba en tiempo * los godos; negocio tan grave había de consultarse con el romano pontífice; para tratarle y visitar la iglesia de los * grados apóstoles (devoción muy usada entre los príncipes cristianos de aquellos tiempos) se partió para Roma el año de 971, que era el vigésimo año del condado de Urgel, y cuarto del de Barcelona, siendo obispo de aquella ciud* Pedro.
Gobernaba la sede apostólica Juan XIII, y llegado * el conde, le suplicó con muchas lágrimas que, pues por los pecados de la tierra, estaba en poder de moros la ciudad de
Tarragona y todo su campo, se sirviese de unir aquel arzobispado a la Iglesia catedral de Vique, dando el título * arzobispo a Atton, que era su obispo. El pontífice, movido del celo
del conde y de una petición tan justa, concedió todo lo que le pidió y mandó despachar su bula, y la Iglesia * Vique quedó con título y preeminencia de Metropolitana * Atton, a quien el episcopologio de Vique llama Atto o * fue arzobispo. Duró la sede arquiepiscopal en Vique hasta el tiempo de Urbano II, que la ciudad de Taragona volvió a su antiguo esplendor. Esta bula trae el padre Diago, y la sacó de un registro antiquísimo de las cosas del arzobispo de Tarragona, que está guardado en el archivo real de Barcelona, en el armario de Tarragona, núm. 134, folio 36 (1).
1: Es ahora el núm. 3 de la colección general de registros, y en el folio que se cita está efectivamente continuada la mencionada bula del papa Urbano.
Volvióse luego a Cataluña, y en el mismo año de 971 he hallado que asistió a la dedicación del monasterio de san Benito de Bages, del orden del mismo santo, que entonces habían acabado de edificar dos caballeros llamados Rosarno y Vinifredo, hijos de Salta y Ricarda, su mujer, que le emp*. Eran estos fundadores gente noble y rica, y como tales, convidaron a la dedicación la gente más lucida de esta tierra, entre ellos fueron el conde Borrell, Frugifer, obispo de Vique, Visado, obispo de Urgel, y otros muchos, y todos dotaron aquella iglesia magníficamente, según la costumbre y piedad de aquellos tiempos.
Esta venida del conde fue en muy buena ocasión, porque el rey de Lérida, aprovechándose de su ausencia, convocó todos sus amigos, para talar las tierras de los cristianos y dañarlos todo lo posible, creyendo que nadie supliría su falta. El castillo de Solsona y los demás que hay desde él hasta el mar, tirando una línea derecha, eran frontera o límite entre los cristianos y los moros, y años antes, el conde Sinofredo, predecesor de Borrell, había poblado la villa que está a sombra del castillo, y el conde puso ahora en él gente de guerra, y confirmó los términos que le fueron señalados entonces. Fue esta confirmación en el año 973, y dice Zurita que intervinieron en ella el conde Borrell, la condesa Lutgarda, su mujer, y Ramón, su hijo, la vizcondesa E*esa y Guitardo, su hijo, el obispo de Urgel, que * nombre Salla, de quien diremos en su lugar, cuando tratemos de los obispos de Urgel.
El año siguiente, que fue el de 974, a 11 de las calendas de agosto, y en el año décimonono del rey *L de Francia, el conde Borrell y Guifredo, a quien llama su consanguíneo, dieron a nuestro Señor y al monasterio de san Saturnino, mártir, que está en el condado de Urgel, no lejos de lo que llamamos Seo de Urgel, ecclesias que ab antiquo tempore erant fundatas, et sacris altaribus titul* in extremis ultimos findum marcus, in loco vecitato castrum Lordano no vel in civitate Isauna, quae est destructa a sarracenis * ecclesias quae ibi sunt, scilicet in castro Lordano, vel in civitate jam dicta quam in * qui infra sunt * vel ad futurum erunt constructas quaerum prima in ejus castro Lordan, Sancti Saturnini (Saturnino, Sadurní) est nuncupata ecclesia, alia Santa Maria est nuncupata in ipsa civitate de Isena, quae est destructa, alia Sancti Vincentii, q* fuit monasterium in caput jam dicta villae, juxta fontem quae dicunt Clara (Fuenclara, Font Clara). His praefatas ecclesias concedimus et donamus ad praelibatum caenobium, cum eorum laudibus et possesionibus ac universis adquisitionibus cum illarum decimi et primiciis, seu obligationibus fidelium vivorum ac defunctorum ab integre, etc. Firma el conde Borrell y se intitula Comes et marchio, y después de su signo y firma, están escritos los nombres de Visado, obispo que lo era de Urgel, Vifredo, el pariente del conde, que concurrió con él en la dicha donación; Frugifer, obispo de Vique; Evadallo * que se intitulaba princeps cotorum, y otros que se ignora quienes eran, según todo parece en el dicho auto, que está en el real archivo de Barcelona, en el armario 16 * A núm 86 (1).
(1) Equivócase aquí el autor: la escritura que cita se hallaba antiguamente en el *(mal escaneado) núm 7 de la colección del conde Borrell, y la publicó también Marca, aunque con algunas variantes, copiándola de un ejemplar del archivo de la santa Iglesia de Urgel. En su Marca Hispánica, col. 902, podrán leerla ad longum los curiosos. La escritura del Arm.16, saco A, núm. 86, también es efectivamente una donación al monasterio de san Saturnino; pero otorgada por el conde Ramón Borrell, en el año 11 del rey Roberto.
El padre Diago, que vio esta donación y hace memoria de ella en su historia de los condes de Barcelona, quiere que la iglesia del castillo de Lordan se llamase San Saturnino y que la ciudad de Isauna sea Solsona y que la iglesia de ella fuese Santa María. Yo no quiero im* de que afirma aquel autor tan grave, a quien se debe toda veneración, pero digo que he buscado con cuidado si Isauna es Solsona, y hasta ahora no me ha sido posible averiguarlo, y no hallo razón porque Isona y Isauna hayan de ser Solsona, y no Guisona (Guissona), Osona o Isanta, que le son semejantes. (y también Isábena, Roda de)
Por evitar el * que corrían las monjas que estaban en el monasterio de nuestra señora de Monserrate, desmandándose los moros vecinos de aquellas santas montañas contra los cristianos, y porque la abadesa y monjas no eran bastantes a hospedar tantos peregrinos como acudían allá cada día, llamados de la devoción de la Virgen nuestra señora, las trasladó al monasterio de san Pedro de las Puellas de Barcelona, de donde habían salido en tiempo de Vifredo Peloso, para ir a Monserrate, cuando fue la invencion de la santa imagen. Fue esta traslación el año 976, y aquel monasterio, que hasta entonces había sido de religiosas benitas, de allí en adelante fue de monjes claustrales de la misma orden, que salieron del monasterio de Ripoll, al cual estaba el de Monserrate sujeto, con título de priorato, hasta el año 1410, que el papa Benedicto XIII le erigió, en abadiado, y estuvo así hasta el año 1493, que se unió a la congregación de san Benito el Real de Valladolid.
El año siguiente de 977, Oliva Cabreta, conde de Besalú, dotó el monasterio que, so invocación de Nuestra Señora, había edificado en la parroquia de Serrateix el abad Froylano, con consentimiento del obispo de Gerona, Miron, su hermano, y con consejo de Visado, obispo de Urgel; dióle toda la parroquia de Serrateix, y se reservó para sí y sus sucesores que la elección de abad hubiese de ser con su consentimiento y del obispo de Urgel; y entonces los obispos de Gerona y Urgel concedieran remisión de todos sus pecados a los que eligirían sepultura en la iglesia de dicho monasterio, o darían alguna limosna para él, porque aún no tenían limitada los obispos la licencia de conceder indulgencias.
Por estos tiempos los moros de Mallorca, Tortosa, Lérida y Balaguer, con el favor y ayuda de Hiscen, rey de Córdoba, que era cabeza de todos ellos, se juntaron para tomar la ciudad de Barcelona, que era la cabeza y pueblo más principal de Cataluña, y no estaba tan fortificada y prevenida como era menester. El conde salió con su ejército contra ellos, y les dio batalla en el Vallés, junto al castillo de Moncada, en un llano que llamaban de Matabous, y fue en ella vencido y perdió más de quinientos caballos. Fueron siguiendo
los moros el alcance hasta Barcelona, donde el conde con algunos de los suyos se era recogido. Llegaron a ella miércoles primero de julio, año 986, pusiéronle luego cerco, apretándola y combatiéndola con todo rigor y tomaron las cabezas de todos los caballeros que habían muerto en la batalla, y con un ingenio las tiraron dentro la ciudad, y vinieron a dar cerca la iglesia de san justo y Pastor, que no era muy lejos de los muros antiguos, y allá fueron enterradas. Estaba la ciudad sin fuerzas e imposibilitada de defenderse; el conde y los que con él estaban no eran poderosos para defenderla, y así, habido consejo con los ciudadanos y caballeros que había en ella, escogieron salirse y retirarse a lugar seguro, con confianza de volverla a cobrar, antes que perecer miserablemente en ella. Salido el conde, y pasados seis días después de puesto el asedio, fue entrada de los enemigos: el daño que esta afligida ciudad recibió de ellos fue cual se puede pensar de una muchedumbre de bárbaros enemigos; pasaron innumerable gente a cuchillo, otros cautivaron y llevaron a Córdoba, que era cual otra Constantinopla, y a otras tierras de ellos; lleváronse toda la riqueza que estaba recogida en la ciudad, y lo que no se pudieron llevar, particularmente escrituras, lo quemaron todo. Quedó acabada entonces y consumida la memoria de las casas y linajes de aquella ciudad que habían quedado de tiempo de los godos, y los que escaparon de la tempestad vivos, fueron esparcidos por todos los reinos y tierras de los moros. Tomaron asímismo los moros todos los pueblos que había alrededor de Barcelona y por la costa de la mar, y quedaron solos los castillos de Moncada y Cervellon, (Cervelló, Cervellón) que en esta tan grande calamidad se conservaron por los cristianos. A los moros de Mallorca cupieron las riquezas y todo lo que había en el monasterio de san Pedro de las Puellas, y se alojaron en él; a la despedida, en paga del hospedaje, quemaron todo lo que no se pudieron llevar. Lo que pasó con las religiosas, que constantemente todas resistieron a los torpes deseos de los enemigos, refieren el padre Diago y Domenech en sus historias.
Luego que el conde y los (pone lus) suyos salieron de Barcelona, se retiraron a la ciudad Manresa: acudieron allá el conde de Besalú Oliva Cabreta y muchos caballeros de los más principales de este principado, que nombra Pedro Tomic, y porque sus fuerzas no bastaban a resistir a los enemigos, enviaron sus embajadores al pontífice Juan XVI, y a Lotario, rey de Francia, y a Oton, emperador, para hacerles saber los sucesos y estado de la tierra y pedirles socorro y favor; pero aunque los embajadores partieron luego, no estaba tal el estado de cosas que pudieran aguardar la respuesta, porque en el entretanto podía hacerse más poderoso y grueso el enemigo; y así, sin aguardar más, juntó toda la gente que pudo de Cataluña la Vieja, y para que creciese más el número de la caballería, concedió libertad y franqueza militar a todos aquellos que acudiesen con armas y caballo para seguir la guerra. Fue de tanta eficacia esta concesión, que luego salieron en campo hasta novecientos hombres de a caballo, armados y a punto de guerra, y de allí adelante fueron nombrados hombres de parage, (paraje, paratge) para denotar con este vocablo, que en todas las cosas y honores eran iguales a los demás caballeros de Cataluña, ellos y sus descendientes. Con esta gente de a caballo y con muchas compañías de infantería, puso el conde cerco a Barcelona, y le dio tan recios combates, que en breves días la volvió a cobrar, con todos los lugares vecinos y de la marina que habían tomado los moros. Fue esta recuperación muy pronta, y extraordinaria la diligencia del conde en librarla, porque no había aún pasado un mes de la pérdida de ella. Entrados dentro, hallaron la ciudad tan desolada y perdida y tan otra de lo que pocos días antes la habían dejado, que parecía un campo pacido de langostas o dehesa donde fieras hubiesen invernado. Dice Tomic, que pocos días después de cobrada Barcelona, llegó el socorro que el papa, rey de Francia y emperador habían enviado, y que muchos de los caballeros y cabos recién venidos (que él nombra) se domiciliaron en Cataluña, y de ellos descienden muchas y muy nobles familias. Valiéndose el conde de estos nuevos socorros y de la gente que él tenía, marchó en persecución de los enemigos, y les ganó todas las tierras que tenían desde Barcelona hasta Balaguer y Lérida; y si no fuera que el río Segre les impidió pasar más arriba, así como los había echado del condado de Barcelona, llevaba intento de sacarlos del de Urgel.
Necesitaban entonces mucho reparo los muros de la ciudad de Barcelona, porque de las baterías pasadas quedaban muy flacos, y el castillo de ella quedaba muy derruido: en el que aún dura en la calle que llaman la Call (lo Call, el Call), aunque muy derribado, y está pegado a la cortina del muro viejo de la ciudad. En tiempo del rey don Pedro el Católico sirvió de cárcel a don Carlos, príncipe de Salerno, hijo del rey Carlos de Sicilia, sobrino de san Luis, rey de Francia. Su antigüedad y rastros de su grandeza, y no haber otro tal en Barcelona, es argumento cierto ser este el que fortificó en esta ocasión el conde. Encomendóle, según parece en memorias antiguas, a un caballero de su casa llamado Íñigo Bonfill, (Ignacio, Eneco, Nacho, etc) que cuidó a la fortificación de él; y por esto el conde después a 21 de octubre de 989, le dio muchas heredades y posesiones de diversas personas que habían muerto en las guerras pasadas, y no habían dejado hijos ni descendientes.
En agradecimiento de las mercedes que Dios le había hecho, fue muy pío y liberal con las iglesias. A 2 de las nonas de enero del año primero del rey Ludovico, que es el de Cristo señor nuestro 987, dio a Dios nuestro señor y a san Pedro de la ciudad de Vique la mitad del castillo de Miralles, con todos los diezmos y primicias y ofrendas de los fieles, y dice que le pertenecían por sus padres; y porque se supiese lo que contenía en si dicha donación, declara en el auto de ella los límites y términos de aquel castillo; y esta donación la hace también por las almas de Ramón y Ermengaudo, sus hijos, que le sobrevieron.(sobrevivieron)
Miró mucho por la conservación de la jurisdicción y preeminencias eclesiásticas, y según refiere Diago, habiendo sus oficiales capturado a ciertas personas que eran de la jurisdicción eclesiástica, luego que fue advertido de ello Vivas, obispo de Barcelona, le remitió los delincuentes, para que les castigara según sus culpas.
En el año 991 el obispo Vivas dedicó la iglesia de san Miguel Derdol, que llamaban de Olerdula (Olérdola) junto a Villafranca: asistió el conde a la solemnidad, y le señaló los mismos términos o límites que el conde Suniario, (Sunyer) su padre, cuando la edificó, siendo obispo de Barcelona Teuderico.
Al monasterio de san Pedro de las Puellas solo quedaron las paredes mondas, y el conde, como patrón de aquella casa, la restauró, reedificando la iglesia con gran solemnidad: Bonafilla, (Buena hija) hija del conde, tomó el hábito, fue nombrada abadesa, y con ella vistieron otras doncellas, que eran Ermetruyta, Devota, Ermella, Argudamia y Quiratilla, y con el favor del conde recuperaron todas las propiedades o bienes que tenía el monasterio antes de la guerra, y lo que no pudieron probar por autos, por ser quemados o perdidos, probaron con testigos, fundándose en una ley gótica que disponía que escritura o auto perdido se puede recuperar con testigos oculares y que tengan noticia de ella; y de esta manera volvió el monasterio en posesión de muchas cosas que había perdido.
El monasterio de san Cucufate del Vallés (Sant Cugat) fue muy damnificado, porque entonces aún no estaba murado, y los moros le entraron y quemaron todo lo que no se pudieron llevar y en particular las escrituras, que las había muchas; y el abad Oto, que fue muy señalado varón, de quien después hablaremos, instó al conde Borrell que alcanzase del rey Lotario de Francia renovación de lo que les habían quemado, y el conde con este Oto, que entonces aún no era abad, sino prior de aquel monasterio, fue a Francia, y con buenas pruebas alcanzó que se renovasen los privilegios que los reyes de Francia (que entonces tenían algo del supremo dominio en Cataluña) habían dado al convento.
Ocupado el conde en estos ejercicios, y estando en su obediencia todo lo que es desde Villafranca de Panadés a Rosellón y de Segre hasta el mar, le cogió la muerte en la ciudad de Barcelona, en el año sexto de Hugo Capeto, primero rey de Francia, ascendiente del cristianísimo señor Luis XIV, rey de Francia y conde de Barcelona (1), que era el de nuestro Señor 993, después de haber tenido el condado de Urgel cuarenta y dos años y el de Barcelona veinte y seis, y fue sepultado en el monasterio de Ripoll en el mismo sepulcro de sus padres y ascendientes.

(1) Recuérdese que el autor fue partidario de la casa de Francia, durante la calamitosa guerra que afligió a Cataluña en el reinado de Felipe el Grande.

Casó dos veces, la primera con Letgarda, y de ella tuvo a Riquilda, que casó con Udalardo, vizconde de Barcelona, ascendiente de los señores de la casa de Queralt; a Ermengarda que casó con Miron, señor del castillo de Port, cerca de Barcelona; y a Bonafilla, que fue abadesa del monasterio de san Pedro. La otra mujer fue Aymerudis, y de ella tuvo dos hijos, Ramón Berenguer, que fue conde de Barcelona, y Armengol, que lo fue de Urgel (1), y trataremos de él en el capítulo siguiente. Según parece en su testamento, hecho a 24 de setiembre de 993, usó siempre el título de conde y marqués como consta de las escrituras que se hallan de su tiempo, y fue de los primeros señores de España que tuvieron este título y dignidad. (marqués, marchio, de la Marca Hispánica).
(1) Ramón Borrell, no Berenguer, y Armengol, fueron hijos de Letgarda, y no de Aymerudis.
La muerte del conde cuenta Carbonell (Pere Miquel Carbonell) de otra manera, y sácalo de un libro antiguo manuscrito, intitulado Flos mundi, del cual tomó lo más de su crónica; y como aquel autor, por ser archivero del real archivo de Barcelona, tiene tan grande autoridad, le han seguido casi los demás autores que han escrito después de él, como son Beuter, Diago, Garibay, Menescal, Jorba y otros muchos; aunque Zurita, que averiguó mejor que todos las cosas de esta corona, y el abad Carrillo, y Tarafa, canónigo de Barcelona, conociendo el yerro de los que han seguido a Carbonell, lo cuentan del modo queda referido, siguiendo en esto la genealogía de las constituciones de Cataluña y las memorias del anónimo de Ripoll, y otras memorias más antiguas y ciertas porque aquello que dice Carbonell y los que le siguen, que el conde con quinientos de a caballo, en el Vallés y castillo de *Ganta, cerca de Caldes, embistió a los moros y fue vencido y muerto con todos los suyos, y que luego fueron a poner cerco a Barcelona, y para mayor terror y espanto de los cercados, con ingenios les tiraban las cabezas del conde y de los otros que con él murieron, fue equivocación y atribuir lo que pasó en eI año 986, cuando fue presa Barcelona, a tiempos en que gozaban todos los cristianos de
Cataluña de paz, por estar retirados los moros a la otra parte de Segre y a las orillas del río de Gayá.

En tiempo de este conde, y cuando estaba para cobrar de los moros la ciudad de Barcelona, fue la primera aparición, que sabemos en estos reinos, del glorioso mártir y caballero san Jorge. Cuando el conde, para cobrar a Barcelona, salió de Manresa, ciudad muy vecina a la santa montaña de Monserrate, se encomendaron muy de corazón él y los suyos a Nuestra Señora, por su santa imagen, que no había muchos años la había Dios descubierto, porque sabía que sus fuerzas eran mucho menores de lo que para tantos enemigos era menester; pero así por su fé, como por el peligro que corría la santa imagen de venir a manos de los enemigos, vino a socorrerla san Jorge, patrón y amparo de la tierra, tenido de principio por tal, desde aquellos varones alemanes (Georg, Giorgi, George, Jorge, Jordi, etc.) que comenzaron la conquista y vinieron con Carlo Magno y enseñaron a invocarle en las batallas. Este santo apareció armado en blanco con una cruz colorada en los pechos, encima de un caballo blanco, peleando con braveza por los cristianos, de tal manera, que alcanzando victoria, recobraron a Barcelona y mucho más de lo que habían perdido con gran facilidad; por lo cual agradecido el principado de Cataluña, tomó, en memoria y devoción del santo, por armas la cruz roja en campo de plata, y estas son las del principado de Cataluña, que los cuatro palos de sangre en campo de oro son propias de la casa y linaje de los condes; y la ciudad de Barcelona, que fue la que más experimentó su intercesión,
compuso sus armas en cuartel: en el primero y último puso sendas cruces de san Jorge, y en los otros dos, palos de las armas de los condes, dividiendo los palos, esto es, dos en cada cuartel. La diputación y principado le tomaron por su patrón y tutelar, y en las batallas apellidan su nombre, así como los franceses a san Dionisio y los castellanos a Santiago; y no solo quedó esta devoción en el principado, mas también se comunicó a otras ciudades; y refiere Pedro Tomic, que por asegurarse mejor de los genoveses, les dieron en cierta ocasión la cruz por armas y el nombre del santo por apellido, y les ha quedado después en tanto, que la ayuda que dio el santo al rey de Aragón en la batalla de Alcoraz, un autor valenciano dice que fue por la devoción y compañía de los catalanes, muchísimos de los cuales de ordinario servían a los reyes de Aragón, y en aquella batalla había muchos, porque le tienen ellos por patrón y le invocan. Han experimentado los favores de este santo, después de esta primera aparición, los aragoneses, en Alcoraz; los valencianos, en las batallas del Puig y de Alcoy; los de Menorca, en la conquista de aquella isla, y los mallorquines, en la presa de su ciudad donde, en tiempo de san Vicente Ferrer, celebraban su fiesta con gran solemnidad, en memoria y agradecimiento de la ayuda que dio a los cristianos cuando la tomaron.

Después de Lauderico o Lauberico, obispo de Urgel, ponen los episcopologios de aquella Iglesia a Estéfano, y dicen haber tenido aquel obispado diez y nueve años.
Dotila fue su sucesor, y tuvo la silla seis años; y esta es la memoria que hallo de estos dos prelados, que lo fueron en aquellos calamitosos y desdichados tiempos de la pérdida de España.
Sucesor de ellos fue Félix, que asistió a un concilio que en el año 778 convocó en Narbona Daniel, arzobispo de aquella ciudad, porque Urgel entonces era de aquel arzobispado. Cayó este prelado en algunas herejías; entre ellas era una que Cristo, hijo de Dios, en cuanto a la humanidad era hijo de Dios adoptivo, y no propio y natural, de la cual falsa opinión se seguía necesariamente que en Jesucristo había dos personas y dos hijos, el uno natural, y el otro adoptivo, que fue herejía condenada de muy atrás contra Nestorio. Este error siguió Elipando, arzobispo de Toledo, contemporáneo de Félix; yo creo que todos lo tuvieron por ignorancia más que con pertinacia, porque en aquellos tiempos tan trabajosos había pocas letras en España, y certificados de la verdad, presto se apartaron de él, porque por mandato de Carlo Magno se juntó concilio en la ciudad de Narbona, en el año 778, a 25 de las calendas de julio; y porque todavía perseveraba en sus errores, juntó después otro concilio nacional en Francfort, (Frankfurt) ciudad de Alemania, en el año 794, de casi trescientos obispos de Italia, Alemania e Inglaterra, donde fue este error condenado. Después, según dice Aymonio en el libro cuarto De gestis francorum, convencido ya de su error, le envió aquel concilio al papa Adriano, y en la iglesia de San Pedro Apóstol, presente el sumo pontífice, damnó y dejó aquella herejía y mala opinión, y se volvió a su ciudad. Hacen muy larga mención de este obispo y de su herejía Ambrosio de Morales, el padre Juan de Mariana, el cardenal César Baronio, el doctor Pisa en su historia de Toledo, y otros muchos autores. Bien sé yo que Adon Vienense dice que este obispo fue desterrado de su Iglesia a León de Francia, (Lyon) y murió allá con su error; pero no sé por qué no demos mayor crédito a Aymonio, coronista del emperador Carlo Magno, ante quien se averiguaron las opiniones a Félix y era señor de todas aquellas fronteras de Cataluña, que a Adon Vienense, que escribe las cosas de este obispo como de auditu y muestra estar poco enterado de ellas, pues por llamarle Urgelitanus, le llama Aurelianus, argumento cierto que no estando enterado del nombre de su obispado, menos lo estaría de sus hechos, y en particular de su conversión, pues, tratando de ella, usa de estas palabras:
quem ferunt in eodem ipso suo errore mortuum, como dando al vulgo por autor de esto. Yo he visto unas memorias de los obispos de Urgel, y según lo que en ellas se escribe de este obispo, debió hacer tales demostraciones, que quedó en opinión de santo varón, cosa que es muy ordinaria a la omnipotencia de Dios, de grandes pecadores hacer grandes santos. Vivía este obispo por los años de 792, y gobernó su obispado nueve años.
Sigebuto vino después de Félix, y tuvo la sede doce años.
Visado gobernó veinte y dos años; fue a Francia y recibió muchas mercedes y favores del rey Carlos Calvo, que era señor de esta provincia; y a trece de las calendas de diciembre, año veinte y uno de su reinado, que es el de Cristo 861, le dio la tercera parte de las lezdas y derecho del mercado, y confirmó las donaciones que sus pasados habían hecho a la Iglesia de Urgel.
Después fue obispo Navagico, (plateáo) el cual tuvo la silla veinte y seis años y cuatro meses.
Sucesor suyo fue Nigoberto o Ingoberto: fue gran prelado y muy estimado en Cataluña y provincia Narbonense. En la relación de la vida de san Teodardo, arzobispo de Narbona, sacada de los cartularios de los archivos de San Estévan de Tolosa, hablando de él, se dice: Ejecto de episcopatu ejus sancto et reverendissimo viro, litteris a primaevo et *moribuis benè instituto, Nigoberto, etc. Ordenóle en obispo *Sigebuto o Sigebodo, arzobispo de Narbona, aquel que vino a Barcelona para buscar las reliquias de santa Eulalia. Cuando san Teodardo se hubo de consagrar, entre otros obispos que llamó de Cataluña fue Nigoberto, el cual no acudió por estar enfermo, como ni Frodoyno, obispo de Barcelona, que no pudo dejar su obispado porque los moros amenazaban venir poderosos en sus tierras, ni Teutario, obispo de Gerona, que estaba enfermo; pero todos la confirmaron, así como Ausinto, obispo de Elna, y otros que asistieron a ella. Fue esta consagración domingo día de la Asunción de Nuestra Señora, el año 885 de la Encarnación. En el año que murió Carlomano y le sucedió Oton o Eudo, reyes de Francia, este arzobispo Teodardo fue a Roma a recibir el palio, y allá pidió al papa Estéfano letras apostólicas contra un sacerdote español llamado Selva, el cual, fuera toda razón, se era levantado arzobispo de Narbona, y como tal había echado por fuerza de la Iglesia de Urgel y de su obispado a Nigoberto, y quería sacar de la de Gerona a Deodado, (Deusdat) obispo de aquella ciudad, que había allá puesto el mismo san Teodardo, y meter en ella a Heimemiro. Eran fautores de Selva: Frodoyno, obispo de Barcelona, y Gudmaro, obispo de Vique: llamólos san Teodardo, y ellos rehusaron de ir; vista su inobediencia, convocó a todos sus diocesanos en una villa llamada Porto, entre Mompeller (Montpellier, Montispessulani) y Nismes (Nimes): fue entre ellos Riculfo, obispo de Elna, que Ausinto ya sería muerto, y los obispos de Gerona, Vique y Urgel y muchos otros: allá dieron Ingoberto, obispo de Urgel, y Deodado, obispo de Gerona, sus quejas contra Selva y Frodoyno, y culparon mucho a Gudmaro, obispo de Vique, porque los tres habían ordenado a Heimemiro, y este, entre otras disculpas, dijo que el conde Suario le había obligado a ello, y fue perdonado. No se dice allá quién fue este conde: yo no entiendo que fuese Sunyer, conde de Urgel, porque este aún en el año 912 no era conde, porque vivía su padre. Leyéronse en aquella junta unas letras del papa Estéfano, en que reprendía severamente lo que Selva y otros obispos habían hecho. Frodoyno, obispo de Barcelona, que conoció en que había errado, fue perdonado; a Selva y Heimemiro quitaron las insignias pontificales y privaron de la dignidad episcopal, que indebidamente se habían usurpado, y con esto Nigoberto volvió a su Iglesia de Urgel, después de haberle tenido Selva fuera de ella más de un año; y todo el tiempo del pontificado de Ingoberto fueron diez años. Este obispo en los manuscritos de la Iglesia de Urgel llaman Engilbertus, que en cosas tan antiguas es fácil trocar los nombres.
Nantigiso vivía en el año 899: hay mención de él en un concilio que congregó Arnusto, arzobispo de Narbona, en la iglesia de San Vicente, en la villa de Juncaria, en el territorio de Mompeller: dícelo Catel en la Historia del Languedoc, folios 35 y 733.
Asímismo en el año 940 hubo concilio sinodal en la villa de Foncuberta: juntólo el mismo Arnusto, y en él se determinó una contienda que tenía Nantigiso con Adulfo, obispo de Pallars, por haberle usurpado toda la tierra de Pallars veintitrés años había, y probó que de muy antiguo era de la diócesis de Urgel; y determinó el concilio, que durante su vida Adulfo fuese obispo y tuviese aquel territorio, y después de su muerte se entremetiese en él, y volviese al dominio y ordinacion antigua de la Iglesia de Urgel y de sus prelados. Rodulfo, hijo de Guifre Pelos, conde de Barcelona, tomó el hábito de monje de Ripoll el año 888, cuando fue la primera dedicación de aquel monasterio, y por su causa dio el Conde al dicho monasterio mucho patrimonio; después fue abad, y a la postre obispo de Urgel. Éralo en el año de 913, porque en el archivo del arzobispado de Narbona he tenido en manos una bula del papa Juan X en favor de Agio, arzobispo de Narbona, contra Herardo, que pretendía el dicho arzobispado, la cual era dirigida a los obispos sufragáneos de Narbona, y entre otros que nombra, son: Hugo, de Gerona; Teodorico, de Barcelona; Georgio (En Jordi de Vic), de Vique, y Rodolfo, de Urgel, de donde se infiere que estos obispados eran entonces de la metrópoli de Narbona, así como otros de Francia que allá nombra.