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jueves, 23 de septiembre de 2021

EL LLANTO DE LA VIRGEN. PLANT DE NOSTRA DONA SANTA MARÍA.

EL
LLANTO DE LA VIRGEN.


Esta composición poética no es la
primera que escribió Raimundo Lulio después de su conversión.
Antes que poeta místico, abandonado que hubo las quimeras del mundo
y su estro de trovador, se ejercitó en la poesía didáctica,
rimando un tratado de Lógica que citan D. Nicolás Antonio en su
Biblioteca antigua española, el P. Pascual en sus Vindicias lulianas
y otros autores. El mismo Lulio nos habla de este poema en su
Doctrina pueril, de cuya obra al parecer formaba aquel un apéndice.
Después de inducir a su hijo, para quien escribió la Doctrina, a
que se dedicase al estudio de la lógica para venir en conocimiento
de la verdad, le dirige las siguientes palabras. - "Antes de
estudiar la lógica en latín, apréndela en lengua vulgar y
en rima, así como se contiene al final de este libro, lo cual te
aconsejo para que de este modo la puedas después entender mejor,
mediante la ayuda de Dios."



Lulio
a imitación de los árabes, que tanto estudiaba, se aficionó a la
didáctica, y así como ellos hacían objeto de sus poemas todas las
ciencias por sutiles y abstractas que fuesen, nuestro autor no se
arredró ante la dificultad de emplear su numen, en rimar una Lógica
y más tarde unas Reglas para la aplicación del arte general,
materias de suyo aridísimas para la poesía. Mas nada podemos decir
con respecto al mérito de la primera porque no ha llegado a nuestros
días; pero a juzgar por lo demás que de poesía didáctica nos ha
dejado Raimundo, nos inclinamos a creer que no sería sin duda la
mejor hoja del lauro poético del autor.



Hacia
la misma época empero, o sea en el espacio que media entre los años
de 1275 a 1282, en que escribió Lulio el tratado de Lógica en
verso, parece que trazó también su elegía titulada Llanto de la
Virgen
. Durante este tiempo pasó Raimundo retirado en el colegio de Miramar cuya fundación había promovido, los días más sosegados de
su existencia: calma breve sí, pero fructífera, y a la que debemos
excelentes libros. En la tranquilidad de aquel retiro fue pues donde
Raimundo, al mismo tiempo que escribía el precioso opúsculo de
Oraciones y Contemplaciones, elevada su alma en alas de su devoción,
trazaba el canto elegíaco de que nos ocupamos, dirigido a pintar la
desolación de María al presenciar la angustiosa pasión y muerte de
su divino hijo.



Esta
composición está escrita con pureza, y sus versos son muy sentidos.
Bellos son los apóstrofes que dirige la madre del Salvador a Judas
que tan traidoramente vendió a su maestro; bella la queja que dirige
al Eterno Padre por la deslealtad de los judíos.
- "Cómo a
tanto te atreviste? dice al Iscariote. ¿Cómo tu boca asquerosa se
atrevió a besar a mi hijo, tan cumplido en todo, y cuyos labios
manan el aroma de la verdad, y la dulzura de los buenos consejos?
¡Cuánto le has ofendido con tu repugnante contacto!” - No son
menos notables las exclamaciones de María al verse desamparada de
todo el mundo, y las que le inspira la negación de San Pedro: -
Preso está mi hijo, dice; llévanselo los judíos sin que nadie
levante una palabra en su defensa; sin que yo, pobre y desvalida
mujer, pueda estorbarlo. ¿Y no hay uno siquiera entre vosotros que
le ayude?" - "Amedrentado por los judíos ha negado San
Pedro a Jesús. ¿Y cómo no hubo más temor de mi hijo, que es su
Dios y Criador? Y eres tú, Pedro, aquel a quien confió el cuidado
de su rebaño, y a quien hizo pastor de sus ovejas! Tan atribulada me
tienes por el poco amor que a tu maestro has demostrado, que no cesa
de plañir mi boca, ni mis ojos de llorar." - Después se dirige
a la muchedumbre y dice: - “ ¿No hay nadie entre vosotros que
tenga compasión del que tanto nos ha dado, y que tanto sufre por
nosotros?" - Al ver escarnecido a Jesús a quien escupían los
judíos en el rostro, exclama: - "Oh cara gloriosa, cuya vista
tanto placer me daba! ¡cuánto me holgaría de poder enjugarte
siquiera! " - Y en otra parte se plañe de este modo: -
“Desnudado han a mi divino hijo. Aquel que señor es de la tierra y
de los mares, no tiene un miserable harapo con que cubrirse! Ay
triste! Cuando veo caer sobre él tantos vituperios, mi razón se
desvanece y mi pecho estalla de dolor. Señor, tomad ese mi velo para
cubrir vuestras carnes, ya que vuestros enemigos escucharme no
quieren." - Y al espirar (expirar) el Salvador, vueltos
los ojos al cielo, exclama (esclama) fuera de sí: - “Miguel,
Querubín, Serafín, Gabriel y Rafael, bajad y horrorizaos de la
muerte que dan los infieles a su Salvador! Mirad como espira
sediento, sin más refrigerio en su boca que hiel y vinagre! ¡Ni
Caín fue más impío con
Abel que estos malvados!" -



La
elegía que nos ocupa abunda en bellezas y es una de las del autor
escritas con más pasión. Hubiéramos de traducirla entera para
indicar todos los pasajes que nos parecen notables: mas consideramos
inútiles las citas cuando puede quien quiera formar su juicio con la
lectura del original que transcribimos.




PLANT
DE NOSTRA DONA



SANTA
MARÍA.







I.







Anava
ab gran gaug la verge María



A
veser (1) son Deu fill que haút havía,



Per
lo Sant Esperit sens d' home paría,



E
car son Deu fill e home sabía



Lo
gran gaug, e' l plaer que per éll sentia



No
es quil pogués dir; mas gens no sabía



L'
íra n’ el desconort en qu' esdevenia,



Car
Judas Schariot concebut havía



En
trahir Jesu-Christ qui morir volía



Per
nosaltres a salvar, e per donar vía



Com
mays l' hom servescha e que cascun sia



Seu
per compra de mort, car per nos moría.







II.





-
Judas Schariot! tú has mon fill venút,



Lo
qual mays val que tot quant n' has haút;



Donat
has per argent lo senyor de virtud;




eres per mon fill e per mí molt volgut;




has fals enganada e tú n' est deçebut:



E
si eu ne son trista, tú ne serás perdut.



Fals!
¿com has pogut vendre cell qui es mays temut



Qui
en home e Deu, e rey es de salut?



Jo'
n romanch dolorosa: e tu n' est abatut!



¡Judas
fals e traydor! mon cor has combatut



Ab
ira e dolor aytant com has pogut,



Perqu'
en serás en infern combatut e vençut.



III.

Senyor!
a tuyt mi clam de la gran trayció
Que han fayt a mon fill li
fals jueu falló,
Qui en mí ses fayt home per lur salvació,
E
tots temps ha fayt bé e falliment nó (2).
Ara lo m' han trahit,
e l' han mes en presó.
Ah jueus traydors! ¿per qual intenció
(3).
Avets trahit mon fill que del linatge fó
De Davit e
Moyses segon profeció?
D' aquest tan gran trayment, lassa,
irada' n só
Tan fort, que tota' m sent en consumació,
E tot
quant ha en mí tot está en passió;
D' aquest mal qui n' es
fayt ¿qui 'n trobará perdó?



IV.



Judas!
fals enemich de tot defalliment!
¿Com fuyts hanc tan ardit?
¿qual boca tan pudent
Basist mon Deu fill e amich de compliment,

Qui ha boca olent ab tan bell parlament
Que hanc mays no
mentí n' en perlá ‘n falliment,
Ans en diu veritat tan
virtuosament,
Que null hom viciós ne qui' n sia mintent
No
la deuria baysar per negun trayment?
E tú fals, ergullos, has
donat baysament
A mon fill qui es Deu e home exament,
Lo qual
soven baysaba tan amorosament!
Ah fals! ¿com l' has trayt per
ton vil tocament?



V.


Judas! tú has donat un bays per senyal fal
Per portar a
mort lo meu fill que tant val,
E qui encresía de persona leal,

Enemich de virtud e en tot ple de mal,
Car has fayt fals
senyal, tú n' haurás tal trebal
Que tostemps n' estarás en lo
foch infernal:
Trista hanc mays no fó segons dret natural
Que
ab falsa semblança hom visques en l' hostal
Mostrar veritat de
nulla re corporal,
E aysó mateix es de causa spiritual;
E
tú, fals mostrador, has mostrat hom vidal
Qui en cuant es Deu no
pòt esser mortal.

VI.



Dolenta
marrida, lo meu fill está pres;
Menenlosen jueus sens qu' éll
no es defes
Ne eu que som fembra no y poria fer res.
¿Há
negú entre vos qu´ ajudar y pogues?
Anava la puella pres son
fill e espes
Demandava ajuda e tirava ses manes,
Sos cabells e
sa cara rompía, e no es
Qui li donás ajuda, com si res no
valgués
Ella ne son Deu fill, perque pietat es
Ausir lo
desconort en lo qual ella s´mes:
E com foren ves ella, vilá e
descortes
Tuyt li seu companyón el juden mal apres (4). -



VII.


Estava la regina molt fortment irada
Com per los seus si
era desamparada,
Car sino Sant Johan per tots fó lexada;

Cridava la donçella: - Lassa! ¿on es anada
La nostra
companya qui m' ha deshonrada,
Car m' han jaquida sola ab tant
vil maynada?
Maynada del demoni, e qui m' ha donada
Tanta de
pressura, e tanta de bocada
Que apenas mi sostench, tant fort son
cascada. (5)
Lassa! e ja era per los meus aviada:
E si que
hanc no fui en vers ells errada,
¿E per qual raysó m' han
donchs exoblidada?



VIII.


Negat ha Sant Pere lo meu fill per pahor,
La qual hac
dels jueus: ¿e no la hac major
De mon fill glorios qui es son
creador?
E tú, Pere, qui eres un pobre pescador,
¿Has negat
lo meu fill qui t' es honrat Senyor
E qui tú ha elet esser
procurador
De totes ses ovellas, de qui t' ha fet pastor?
-
Pere, dix la regina e dona de valor,
Tant fort mi has treballada
per la pauca amor
Que aguist a mon fill per pauca de temor
De
presó o de mort, per qu' em planch e' m plor,
…........



IX.



Estava
lo meu fill entre´ els jueus cluchat;
Cascún colps li donava,
dient: - ¿qui t' ha tochat?
Pus que tu 't fas profeta, devina
veritat. -
Estava lo meu fill pacient e sanat
Per donarnos
eximpli de gran humilitat
E de gran paciencia; perque fá gran
pecat
Qui no pren son eximpli qui tant li ha costat
E qui no
fá ço que pòt com él sia honrat.
Ah senyors! com son trista
com tant pauch es amat
Lo meu fill Deus, qui nos ha tant donat,

E que per nosaltres es tan fort avilat.
¿Ha negun entre vos
qui n' haja pietat?



X.



Pres
es estat mon fill e per villania;



En
la sua cara cascun li escopía;



Cara
de Deu e home e on tot bé havia



En
que veig escopir si ella podía



En
ella escopir negú no y jaquía



E
tant estava gran la inmundicia



Qu'
en ella pausaven, que com la vesía



D'
ella no‘m venia lo gaug que solía;



E
car a ella, lassa, venir no podia



E
que la denejás un pauch no moria.



Ah
cara gloriosa, d' on joy me venia!



E
com gran gaug hauria si tocar vos podia!



XI.



Per
la cara e' l coll veig lo meu fill ferir
Ab las mans, e no 's
mou, tant ama soferir
E seu trista e esper quant s' en volrán
jaquir.
¡Ah cara a qui tany honrament e servir
E que hom vos
deman perdó de son fallir,
Que en axí vos veig colpejar e´scarnir
Per tant malvat jueu! ¿com se pòt abstenir
Que no
plor e no faça mant amargós sospir?
Ah coll tan pacient! ¿com
podets sostenir
Tan spés feriment, ni eu com puch vivir

Vesentvos per tant hom tan fort envilanir,
Ni los malvats
jueus no ugar de ferir?



XII.


Ah trista de mon fill! ¿e con es deshonrats
Entre los
mals jueus e homens armats
Qui l' escarnexen com si hagués
peccats!
Ah jueus plens de mal e no escarniscats!
Aquel per
qui serets jutjats e flastomats
Lo dia del judici per ço col
deshonrats
Quant adonchs vos dirá: - Anats, malavirats,
En
lo foch infernal, on tots temps estiats,
Car mi encolpavets de ço
d' on sots nafrats!
Ah fill! per piétat un pauc mi esguardats,
E
ab vostre veser a ma pena ajudats,
Car en vos scarnir es mon cor
treballats.



XIII.



Despullat
es mon fill e tot quant ha li par,
Cell qui es ver Senyor de
terra e de mar,
No ha un petit drap de qu' es puscha abrigar.
Ah
lassa! tant lo veig en aysi nutz estar,
E per los fals jueus tant
fort vituperar,
Ab pauch no pert lo seny e' l cor vòl esclatar;

- Senyors! aquest meu vel placiaus en él pausar:
Cells com a
enemichs no´m volen escoltar.
Ah fill gloriós! pus vos lexats
despullar,
De vostra ignocencia nos vullats adossar:
Car eu
no payria l' escarns qu' eus veig far (6),
Ne car eu, lasseta,
nous puch abraçar. -



XIV.


Trista fui e marrida quant viu lo meu fill ligat,
Fill
qui está Senyor de tot quant es creat;
Fill que hanc mays no feu
falliment ni pecat;
En aysi com anyell que hom ha degollat,
Qui
en res no ´s defen e 's mon fill sanujat
Per pendre e ligar a la
lur volentat,
Los braços tant forts ab un filet delgat: (7)
Mas
açó éll sofería per sa humilitat
La divina natura qui tant l'
ha exalçat,
Que tot quant ha creat a éll ho ha donat
E ab
éll ajustada es hom e deytat. -




XV.


Estaba Jesu-Christ a un pilar ligat
E per dos forts
ribaúts fortment era açotat,
Que lo cuyr dels costats n' havian
tot levát.
Cridava la doncella: - ¿Ahont es pietat?
Ah
jueus traidors! e com es gran crueltat
En lo vostre coratge ple
de gran falsedat! -
Cridava la regina en alts crits a Pilat,
Que
falsament havia son fill a mort jutjat:
Car en null falliment no
l´havia trobat.
- Ah fill! dix la doncella, e com sots malmenat!

E com lo meu cor ab qu' eus he tant amat
Está en gran dolor
e per vos treballat!



XVI.



De
dos grans fusts fo fayt un molt greu bastiment
Per ço que lo meu
fill en éll sofris turment,
Fayta' n fó la crotz on pren
reperament
Trastot l' humá genre (8), e per avilament
Sobr´
el coll de mon fill lo posaren vilment,
Com si éll fos bastax li
feren manament
Que éll portás la crotz qui pesa malament,
E
per lo greu pes e per lo greu bastiment
Del seu cors glorios de
tot mal ignocent.
E eu, lassa, qu´havia fort gran pesament

Cridava als senyors: - Fayts li 'n tost acorriment!



XVII.



Com
mon fill fó al loch on fó crucificat,
E en subines ells l'
hagueren envessat,
E ab tres claus en la crotz forment
lagron clavat
E de cascuna part cascú clau rebavat
Per ço
que la pena fos en majoritat,
Car envers la terra estaba regirat
(9),
La sanch qui' s decorría tot era calcigat,
Cascun son
peu torcava e era despagat,
Com a la sanch de mon fill l´havia
acostat,
Sanch qui de font exia de home deytat,
E quant eu lo
volia baysar era' m vedat;
Ah lassa! ¿com no muyr o no m' est
ajudat?



XVIII.



Per
ço que al meu fill fos donat gran turment



E
que fos escarnit per trastota la gent,



Ab
corona d' espinas e cascuna punyent



Coronaren
mon fill quax qui fá honrament



A
rey per son regisme com pren honrament;



E
cascuna espina entrava tant fortment



Per
lo cap de mon fill que tot era sanguent,



E
per tota la cara era decorriment,



Del
cap tro als peus, mas la angoxos turment



Que
eu, lassa, havia no es home vivent



Qui
lo pogués pensar, car sols l' esguardament



Que
mon fill me fasía m' era quax foch ardent.



XIX.



Com
dreçaren la crotz e mon fill pendut vi
En aquell punt un gran
colp en mon cor sentí
De tant gran dolor que un pauc no ´m
morí:
E la sanch e suor que d' aquell cors exí
Reguá lo
payment, perqu' eu adonchs n' haguí
E bayselo molt car, mes per
ço nos pertí
La ira ne dolor, ans tota me scarní
Quant
sentí aquell sanch que Deus volch pendre en mí.
De mentre que
mon fill penjava (¡O) en axí,
Cascun lo deshonrá e cascun lo
escarní;
E' l meu fill callava, é ´l cap tenia clí
E al
peu de la crotz Sant Johan era ab mí. -



XX.



Esguardá
Jesu-Christ sa mayre e Sant Johan,



Ab
esguart angoxós com a hom engoxán,



E
dix a Sant Johan: - Ma mayre te comán;



Ella
sia' n ta guarda duy may en aván:



E
vos, mayre e dona, prenets per fill Johan. -



Trista
quant eu viu que de mí feu comán



Cell
qui no' m lexava nulla hora en quan,



Adonchs
mi sentí sola e pensí en están



Que
lo meu fill moría e que en gran afan



En
aquest mon viuría, on visquí beneran



E
´n estar ab mon fill al qual dix en plorán,



-
¡Ah fill! menem ab tú, per mercé t´ho demán! -



XXI.



De
mentre Jesu-Christ en la crotz pendía
En alts crits cridá que
gran sed havía,
Car tota humiditat de son cors exía,
En
sanch e en suor e per villanía;
Beuratje molt amar que sed no 'n
havía
De sutja e de fel vinagre on metía
En la sua boca que
mal no desía,
Boca douça d' amor e qui no mentía.
Ah,
lassa marrida! ¿com tanta aygua sia,
Que es aço que mon fill,
pus tant lo volía
No 'n pogué gens haver pus creada l' havía?

Trista fui quant no li 'n poguí dar aquell dia!



XXII.



Sentia
Jesu-Christ en la crotz gran turment
Per las nafres dels peus, e
per lo posament
De la sua persona, car en dislungament
Era de
sos nirvis è p' el coronament
De cascuna espina que era
trop punyent
En cara que havía aytant gran sentiment
De pena
e dolor, com fó lo falliment
De tot l' humá linatge e de li
primer parent,
Per ço que en fos fayt nostre reperament,
Altre
dolor havía Christ en son pensament
Quant vesia sa mayre en tan
gran languiment,
Encara que son cors mays fort n' era sintent.



XXIII.



Sentia
nostra dona per son fill grans dolors,
Tant que tota estava en
sospirs e en plors:
E en axí temblava com fembra per pahors (11)

Lo seu cors sant verge tot era 'n grans suors,
E lo cor se
depertia per força de langors,
Tant gran dolor havía que hanc
no' n fó majors.
Las suas mans torcía, e cridava: - Senyors!

Volentera morría, car les grans deshonors
E la pena que dats
a mon fill, qui amors
Lo fan morir en crotz per tuyts li
peccadors,
Mi costrenyen tant fort mon cor ab amargors
Que
tot se desleya e´s baxa en dolors (12).



XXIV.



Levava
nostra dona les mans e´ls uyls al cel,
En altes votz cridava: -
L' arcangel Sant Miquel, (13)
Cherubin, Seraphin, Gabriel é
Raphael,
Avallats e vejats esta mort tan cruel,
La qual fan a
mon fill li malvat infael,
Sens que éll no ha colpa, ans es
estat feel
Al payre qui 'l tramés en mí per Gabriel:
Veus
com mor de séd e donenlí de fel
Ab sutja e
vinagre, pus contrari a mel
Que no es foch ardent a pluja ni a
gel.
Ah Senyor! ajudats, car hanc Cayn d' Abel
No hac mes
crueldat com han aquest infael.



XXV.


Cridava lo Senyor qui morí en la crotz
Al seu payre Deu,
e gitava sanglotz
Per angoxa de mort que soferia per tots:
-
Oh Sant Pare, mon Deu! Vos qui tan bell sots
Pren lo meu esperit
car mudar lo pòts
D' Adam e los prophetes e desligaralnots
Del
pecat original qui estava en tots.
Ah Payre gloriós! vullats
ausir ma vots
E perdonats est layre qui pres mi es en crotz,
Car
en mí se confia que eu lo guart de lots
Hon estan li demoni en l'
abís mays de sots,
Los quals tracten ma mort e fan d' ira fals
mots.



XXVI.


Extremis Jesu-Christ è reclamet Ely, (Elí, Elí, lemá sabakhtháni?)
Qui es entrepetat: "Tú qui est Deu de mí,
(14)
Deus de l' humanitat la cual el relinquí,
En lexarla
morir mas d' ella no' s partí (15),
Mas volch que morís per ço
que hagués fí
L' original peccat que per sa mort delí."

E adonchs Jesu-Christ espirá e morí.
En lo punt de la mort
lo sol s´escuray
E si 's feu la luna, e 'l temple s´estomí;

Morí en quant hom, no en quant era daví:
Sa mayre qui´l
viu mori al soll casi se jaquí,
E dix a la mort: - Ah mort!
portatsne a mí!



XXVII.




Al
cors de Jesu-Christ estava restaurat



Un
fort petit de sanch per ço que calcigat



No
fos per els jueus; mas Longí al costat



Lo
ferí ab la lansa e ha lo cor trancát



D'
on exí aygua e sanch que ha Longí tocat



En
los ulls perque ha son vesér recobrat,



E
d' aygua e de sanch fó lo payment rosat.



Maravellás
Longí quant vi la claredat,



E
de la mort de Christ hac molt gran pietat,



E
penedís molt fort com lo hac nafrát,



E
eu, lassa, com viu que Longí fo sanát,



Dix
als jueus: - Vejats com havets trop errat!







XXVIII.



Quant
viren los jueus que Christ fo trespassats,



Cascun
lo lexá, e fó acompanyats



De
sa mayre e Johan e no d' altre home nats.



Lo
dól qu' abdos fasien no pòt esser comptats:



De
mentre axí ploraven e mitg jorn fo passats



Joseph
d' Arimatias qui era molt privats



De
Jesu-Christ, demaná a Pilats



Lo
cors de Jesu-Christ e ha li atorgats:



Si
qu' éll e Sant Johan de la crotz l' han levats



E
la douça puella prenlo en los seus brats,



E
‘n un nou moniment l' han tots tres pausats,



Ab
una nova tela en éll l´han soterrats.




XXIX.



Maria Magdalena vench al moniment



On
trobá la regina en desconsolament,



E
si' s feu Sant Johan e pregá humilment



La
puella d' amor que vingués mantinent,



Al
hostal e prengués un pauch de recreament (16).



-
Ah! dix la regina, tan greu depertiment



Es
aquest que eu fas de mon fill, car no sent



Virtut
ne força en anant ne en sient. -



E
adonch la regina donant baysament



A
la peyra del vás ab tal suspirament,



Que
pauch no fó son cor ab gran esclatament,



Vench
ab Magdalena en ella sustinent.

XXX.

Quant abdos
foren vengudes a maysó,
Maria Cleofé e María Salomó
Estaven
en la cambra en desconsolació;
Quant veren la regina que no‘ls
dix oc ni no (17),
Car quax morta estava, mudaren lo sermó

Que elles li dixeren, no doná responsó,
Car pres era de
mort per la greu passió
Que membret de son fill que a greu tort
mort fó,
E' sguardá la regina ça ella enviró
Si veuria
son fill rey de la mar e l' tro...............



XXXI.



De
mentre nostra dona estava en plorar
E en torcer ses mans e en
suspirs gitar,
A l´hostal vench Johan e volc la consolar.
La
regina que plorava hanc no ´s pòt star (18)
Que ab ella no
plorás e si volch esforçar;
Dix a la regina que no volgués
membrar
Lo seu fill e sa mort per ço que repausar
Poguessen,
car no ho poría molt durar.
- Ah Johan! dix la donçella, no
sabs be consolar
Car en membrar mon fill mort no‘m pòt sobrar
(19)
E si lo oblidava fallir mi ha amar,
Perque eu te prech
fill qu' em vulles d' éll perlar.



XXXII.



Finit
es aquest plant qui es tan dolorós,
De la Verge regina mayre de
peccadors,
Lo qual vòl que canten los grans e los menors
La
douça doncella qui es dona d' amors;
Perque eu Ramon Lull
qui del cant ay dolors
Do als uns e als altres per ço qu´ els
langors
Membren de nostra dona e la gran deshonors
Qu' es
fayta a son fill per Prelats e Senyors,
Car en la Terra Sancta no
fan dir lausors;
E si nostra dona hagués ara dolors
Quant
tant pauch honren son fill, les hagrá majors.
A vos Verge regina
coman est cant d' amors.



VARIANTES.




(1)
En veser son Deu fill que haút havia,



(2)
E tots temps ha fayt bé é falliment no fó.



(3)
Ah Judas traidor! ¿per qual intenció



(4)
Tuyt li seu companyon e 'l jueu mal apres.



(5)
Que apenas mi sostench, tan fort son castada,



(6)
Car eu no poria l' escarns qu' eus veig far,



(7)
Los braços tant forts ab un filet ligat.



(8)
Trastot l' humá linatje, é per avilament



(9)
Car envers la terra estava regitat,



(¡O)
De mentra que mon fill pendia en axí,



(11)
E enaxí semblava com fembre per pahors



(12)
Que tot se desfasia e 's baxa en dolors.



(13)
En altas votz cridava: - L' angel Sant Miquel,



(14)
Qui es interpretat: "Tu qui est Deu de mi



(15)
En lexarse morir mas d' ella no parti,



(16)
Al hostal é presés un pauch de recreament.



(17)
Quant vereu la regina que no' ls dix oc, no,



(18)
La regina que plorava mic no' s pòt estar



(19)
Car en membrar mon fill, la mort no ‘m pòt sobrar,



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Las
estrofas VIII y XXX están incompletas en los dos códices que
tenemos a la vista.

martes, 21 de septiembre de 2021

RAIMUNDO LULIO, II.

II.

Expuestos
y bosquejados en resumen los hechos principales de la vida de
Raimundo Lulio, séanos lícito, antes de entrar en el examen de sus
obras poéticas, pagar el tributo de admiración que es debido a sus
virtudes, y que se merece la utilidad que el mundo ha reportado de su
celo, de su laboriosidad у de su ciencia: tributo que es de tanta
más justicia, cuanto ha sido tenaz la insistencia con que se atacara
su doctrina por sistemáticos y violentos adversarios, y con que se
ha herido su grande reputación por enconados detractores. Así como
la fama de sus virtudes vuela más alta que el espíritu depresor de
irascibles enemigos; las saludables máximas, los elevados preceptos
de la moral más pura, y el sentimiento evangélico más acendrado
que a raudales brotan de sus numerosas obras, le ponen a cubierto de
los tiros que la maledicencia y la pasión de escuela, bañados no
pocas veces en el veneno de la calumnia, han querido dirigirle.
No
acudiremos para vindicar a Lulio de las diatribas de sus
perseguidores a los elocuentes testimonios de sus coetáneos, a la
deferencia con que le trataron no pocos príncipes, al respecto
que infundió a los sabios, y a la veneración que inspiró a los
pueblos, sino al trasunto de su corazón que donde quiera encontramos
en las páginas de sus inmortales libros, al reflejo de aquella alma
grande que llevaba por compañeras a la fé para creer en sus
artículos y vencer a las tentaciones y a la ignorancia; a la
esperanza para confiar en la fuerza y ayuda del Omnipotente; a la
caridad para poderlo todo y todo vencerlo; a la justicia para verse
obligado a dirigirse siempre a Dios; a la prudencia para conocer y
menospreciar al mundo caduco y engañoso y anhelar la bienaventuranza
eterna; a la fortaleza para dar aliento al corazón en sus
penalidades y trabajos, y a la templanza para hacerla señora de su
apetito (1). (1) Blanquerna, libro 1.° capítulo 8.



En
efecto, la fé resplandeció viva e incontrastable en el espíritu de
Raimundo; ella estuvo a prueba no sólo de las riquezas, de los
honores y de todas las seducciones del mundo que en más de una
ocasión le ofrecieron por precio vil de su apostasía, sino de los
más crudos tormentos y afrentas con que fue perseguida su invencible
firmeza. A la exaltación de la fé católica hizo el sacrificio de
su vida entera; por ella abandonó los bienes de la fortuna que le
era próspera, hizo las peregrinaciones más dilatadas y penosas,
pasó largas horas en profunda meditación, hizo correr su pluma con
una actividad inaudita y se expuso a toda clase de derisiones y
desengaños; por ella combatió sin descanso el cisma, las herejías,
y todas las sectas enemigas del nombre cristiano, ya con la
elocuencia de sus palabras, ya con la magia de su pluma, ofreciendo
siempre el más palpitante ejemplo de abnegación y heroísmo; por
ella en fin derramó su sangre y padeció martirio. Y ciertamente que
abrasado en la fé había de estar quien la consideraba como
principio de la sabiduría y como escala por donde sube el
entendimiento a penetrar los secretos de Dios (1 : Libro del amigo y
del amado, vers. 297.); quien con tanta elevación la comprendiera en
los místicos vuelos de su alma al, exclamar: - "Entró el amigo
en un prado ameno en donde una multitud de donceles hollando las
flores del suelo, corrían en pos de un enjambre de mariposas; y
observó que cuanta era su porfía en cogerlas a tanta mayor altura
volaban. Esto hizo pensar al amigo que así les acontece a los
atrevidos que con sutilezas creen haber comprendido a su amado, sin
ver que este abre las puertas a los sencillos de corazón y las
cierra a los presumptuosos, y que la fé es quien le hace visible en
sus secretos por la ventana del amor (2 : Idem, vers. 70.).”



La
esperanza de Raimundo no tenía límites, ni bastaron para agostarla
todos los contratiempos que en varias ocasiones se conjuraron contra
sus heroicos intentos. Las persecuciones bárbaras de los infieles,
los desprecios y las burlas de los cortesanos, los peligros y las
enfermedades que experimentó en sus viajes, en vez de infundirle
pavura y desaliento, no hacían más que fortalecer su corazón, y
aumentar los tesoros de su confianza en el poder supremo. Así no nos
maravilla oírle exclamar, que en Dios había misericordia y
justicia, y que por esto quiso hospedarse entre el temor y la
esperanza, porque la misericordia le obligaba a esperar y la justicia
a temer; que la misericordia y la esperanza multiplicaban el perdón
en la voluntad de Dios; que el amor le enseñaba a tener paciencia y
que la sencillez de corazón es la que encomienda confiadamente a
Dios todos los hechos. (3). (3) Idem. Vers. 98, 205, 335.
Y en
otro, lugar al preguntarse: - "Dime, hombre perdido por amor,
¿Tienes dinero? ¿Tienes villas, castillos, ciudades, reinos,
honores y dignidades?" su esperanza le hacía responder: -
“Tengo a mi amado; tengo en él mi amor, mis pensamientos y mis
deseos, por él lloro, sufro y padezco, y todo esto vale más que
poseer reinos e imperios (1)."
(1) Libro del amigo y del
amado, vers. 178.



La
caridad, esa virtud sublime exclusivamente hija del cristianismo,
resplandeció en grado heroico en el alma de Raimundo, y fue el móvil
principal de todos sus actos y sus pensamientos. Ella le hacía
llorar amargamente la muerte de los que mueren en el error, en la
ignorancia y en la culpa, y le daba aquella invencible y enérgica
resolución que arrostraba todos los peligros y triunfaba de todos
los obstáculos. Abrasado en su llama repartía su fortuna entre los
pobres, esquivaba en sus peregrinaciones la morada de los poderosos
para tomar asiento entre la indigencia y en los hospitales, y
consagraba su existencia a los más asiduos trabajos para enderezar
los pasos de los extraviados, guiar a los ignorantes, abrir los ojos
del alma a los que vivían ciegos a la luz de la verdad, o pedir el
perdón de Dios para los obstinados en sus errores. Su vida no fue
más que un continuo suspiro por el amor de los hombres, así como
sus libros son en el fondo un ferviente tributo pagado a la más
eminente de las virtudes cristianas.
El amor divino encendió su
corazón en santa llama elevando su espíritu a la mansión serena de
los más dulces transportes. Desde la altura en que su alma se cernía,
contemplaba el mundo, y veía en él un espejo en donde se reflejan
la majestad y la grandeza de Dios, ante cuyos resplandores, dice,
aparecen manchas en el sol (2).
(2) Idem, vers. 307 y 273.
En
la profundidad de los mares veía la del amor del amado; en la
blancura de los lirios su pureza, y en el mayor encanto de las rosas
entre las demás flores su hermosura sobre todo lo que existe; en las
virtudes de las criaturas los más altos misterios de su divinidad y
las perfecciones de su ser; y en el canto armonioso de las aves el
dulcísimo idioma de su amor (1). En la soledad hallaba la compañía
de Dios, y en el bullicio del mundo la soledad; y poseído de místico
ardor parecíanle lecho de rosas las espinas en que caía por las
sendas que andaba pensando en su amado (2). Con señas de temor,
pensamientos, lágrimas y llanto correspondía al amor de su amado y
le refería las angustias de su corazón; y al preguntarle qué haría
sin su amor, contestaba que le amaría para no morir puesto que el
desamor es muerte y el amor es vida (3).
Decía que la
bienaventuranza era una tribulación padecida por amor; que los
suspiros y las lágrimas son mensajeros entre el amigo y el amado,
para que en los dos haya consuelo y compañía, amistad y
benevolencia; que el amor ilumina el nublado interpuesto entre ambos
y hace al amigo resplandeciente como la luna en la noche, como la
estrella en la alborada, como el sol en el día, como el
entendimiento en la voluntad (4).
Tenía por las tinieblas
mayores la ausencia de su amado; manifestaba que como no podía
ignorarle no le era posible tenerle en olvido; que acordándose de él
olvidaba todas las cosas; que crió Dios la noche para que en sus
noblezas se pensara; y que si vestía tosco sayal, su alma iba
adornada de agradables pensamientos (5). Si queréis fuego, añadía
con dulzura, venid a mi corazón y encended en él vuestras lámparas;
si queréis agua venid a las fuentes de mis ojos, que en lágrimas se
deshacen; si queréis pensamientos de amor venid a tomarlos de mis
recuerdos (6).




(1)
Libro del amigo y del amado, vers. 311, 266, 315 y 26.
(2) Idem,
vers. 55 y 33.
(3) Idem, vers. 47 y 62.
(4) idem, vers. 65,
105 y 123.
(5) Idem, vers. 134, 131, 137, 149 y 151.
(6)
Idem, vers. 174.



Regaba
el huerto del amor con cinco ríos y con ello le hacía fertilísimo,
y plantaba en él un árbol cuyo fruto sanaba todas las enfermedades;
morir quería para los deleites de este mundo y los pensamientos de
los malditos que ultrajan a Dios, de cuyos pensamientos nada quería
puesto que no estaba en ellos el amado; aprendía del amor a tener
paciencia, de la misericordia a esperar, de la justicia a temer, y a
creer de la fé y todas estas virtudes le enseñaban a amar; tenía
vendido su deseo a su amado por una moneda cuyo valor bastara para
comprar el mundo entero; bebía amor en la fuente de su amado у
embriagaba de amor y lavábase en ella las manchas de la culpa;
llamaba a Dios luz irradiante en todas las cosas, como el sol en todo
el mundo, que retirando su resplandor lo deja todo en las tinieblas;
y explicaba el amor diciendo que es muerte de quien vive y vida de
quien muere, alegría en la vida y en la muerte tristura, deleite y
consuelo en la patria y melancolía en la peregrinación, ausencia
suspirada y presencia alegre y sin fin, dulzura amarga y amargura
dulce; y que sus lágrimas eran testimonio de que aún para él no
había amanecido el día, sino que guiado por el amor caminaba hacia
su celeste patria en donde no puede haber noche (1). Respondiendo al
llamamiento de Dios, dice con toda la efusión de su ternura - "¿Qué
es lo que te place, amado mío, ojo de mis ojos, pensamiento de mis
pensamientos, cumplimiento de mis perfecciones, amor de mis amores, y
más aún principio de mis principios? Por tu virtud soy, y por tu
virtud vengo a tu virtud de donde tomo la virtud (2)."
(1)
Libro del amigo y del amado, vers 239, 259, 285, 287, 291, 313, 380 y
331.
(2) Idem, vers, 304 y 305
Agotando por último las
palabras para expresar el amoroso incendio que devoraba su corazón,
decía:- "Mi amante me ha robado la voluntad; yo le he dado mi
entendimiento y sólo me queda la memoria para acordarme de él"
y contestándose a las preguntas que



a
sí mismo se dirigía, exclamaba:- "¿De quién eres? Del amor.
¿Quién te ha engendrado? El amor. ¿Dónde naciste? En el país de
amor. ¿Quién te crió? El amor. ¿De qué vives? De amor. ¿Cómo
te llamas? Amor. ¿De dónde vienes? De amor.
¿A dónde vas?
Hacia el amor. ¿En dónde habitas? Donde está el amor, y todas mis
riquezas las poseo en el amor (1)."



Ofreció
también al mundo nuestro heroico mártir el más sublime ejemplo de
humildad; y de ella son otros tantos testimonios su poesía titulada
Canto de Raimundo, el poema el Desconsuelo, muchos pasajes de los
diálogos del Amigo y del Amado, el libro Phantasticus que ya en otro
lugar llevamos citado, el de Contemplación que es también el de sus
confesiones y otros muchos. No reparando en hacer públicos sus
juveniles desvíos dice haber merecido por ellos la ira de Dios (2);
confiesa la vanidad que en otro tiempo le ensoberbeciera, el mal que
hizo, las culpas que cometió (3) y los desprecios con que sus
proyectos más tarde se recibieron (4). Recordando con dolor los años
en que había llevado una vida disipada y licenciosa, no reparaba en
llamarse hombre mundano, y amigo de la liviandad (5); en considerar
el poco fruto que había alcanzado de sus penosos trabajos, como
castigo de las ofensas que en la disipación había hecho a Dios (6),
ni en exclamar que no había hombre en quien cupiese mayor falsedad y
vileza; que se admiraba de que en tan reducido cuerpo se encerrase
tanto mal (7); que eran sin número las horas en que se rebelara
contra Dios y se alejara de su servicio (8), e infinitas las injurias
hechas a sus amigos (9); aseguraba que había sido el más grande
pecador de su pueblo (10),



(1)
Libro del amigo y del amado, vers 54, 98 y 202. (2) Canto de
Raimundo, estrofa 1.a
(3) Desconsuelo, estrofa 2.a (4) Idem,
estrofa 16. (5) Phantasticus, prólogo. (6) Idem.
(7) Libro de
Contemplación cap. 5. (8) Idem cap. 22. (9) Idem, cap. 23. (¡O)
Idem, cap. 17.




nadando
en el mar de la falsedad y la culpa como la rana en el agua (1); que
su cuerpo, infecto por la inmundicia de las malas acciones (2), había
encerrado un alma enferma y llena de pecados (3); que fue tan grande
la maldad en que la soberbia le tenía postrado, como lo era el
tesoro de la humildad y misericordia de Dios; que a tanto exceso
había llegado su desvío que aun las cosas más imposibles las
acometiera y las tenía por fáciles (4); y dirigiéndose a Dios
exclama: - "Grande esperanza pueden tener los humildes que



sienten
en sí el fuego de la caridad y de la justicia, porque si hasta a mí
descendiste humildemente, Señor, que soy el más pecador y miserable
de los mortales, otorgándome las gracias que te pedí ¿quién ha de
desconfiar de tu misericordia? (5)."

Persuadido de sus
flaquezas, decía que le era imposible vencer en la lucha que por
honra de Dios emprendiera, a no ayudarle el amado y a no haberle
enseñado sus noblezas y significado su voluntad (6); y por último
añadía:- "Si ves a un amante cubierto de galas, honrado por
vanidad y obeso por comer, beber у dormir, no encontrarás en él
sino la condenación y los tormentos (7)."



Tanto
como habían sido deplorables los mundanales extravíos a que entregó
Raimundo los más bellos días de su juventud, fueron ásperas las
penitencias y las mortificaciones que después se impuso y amargas
las lágrimas de arrepentimiento que lloraron sus ojos. Gimiendo
pedía a Dios sin consuelo que le diese fuerzas para sostener en el
mundo una penitencia que fuese proporcionada a sus grandes agravios,
que de tantos modos debía hacerla cuantos fueron los en que había
delinquido (8).



(1)
Libro de Contemplación, cap. 68. - (2) Idem, cap. 126. - (3) Idem,
cap. 132. -
(4) Idem, cap. 142. - (5) Idem, cap. 92. - (6)
Libro del amigo y del amado, vers. 140.
- (7) Idem, vers. 145. -
(8) Libro de Contemplación, cap. 86.



Rogábale
que ya que por sus culpas había convertido en criatura despreciable
su humana naturaleza, le redujese a tal estado que por las obras
pudiese alcanzar otra vez a ser tan noble como lo había sido por la
creación (1): porque sin su auxilio y sin su amor temía perecer en
el mar de sus culpas, como la nave combatida por la fuerza de las
olas y la tempestad (2); con lágrimas en sus ojos le adoraba, le
alababa y le bendecía, confiando en el auxilio con que conforta a
los pecadores al emprender el camino de la penitencia (3); y pedíale
que, así como armaba con la espada el brazo del caballero para
defenderse de los enemigos, diera virtud y fuerza a su alma para
defenderse de los suyos que sin cesar pugnaban para que le fuese
infiel y desobediente (4). Decía que las sendas por donde se quiere
encontrar a Dios son largas y peligrosas, llenas de consideraciones,
lágrimas y suspiros: que para honrarle es necesario menospreciar el
cuerpo y las riquezas, dejar las delicias del mundo y arrostrar la
derision de las gentes: que le tenía sin consuelo la pérdida
del tiempo pasado, porque era irreparable: que las vestiduras de su
cuerpo eran de llanto y penalidades: que se entregaba a la soledad y
agolpábanse pensamientos en su imaginación, lágrimas en sus ojos,
y en su cuerpo aflicciones y ayunos: que volviendo a la compañía de
las gentes, desamparábanle pensamientos, lloros y penas, quedando
solo entre la muchedumbre: y que en el amante con pobres vestidos,
desdeñado de los demás, pálido y macilento por los ayunos y
vigilias, se ve la bendición y la bienaventuranza eterna (5). Tanto
le consolaba la mortificación que llamábala fragancia de flores
suaves; a lo cual añadía, que en los trabajos se encuentra la vida,
la muerte en los placeres y en el martirio la gloria; y ensalzando
los frutos de la mortificación, exclama: - Sembraba el amado en el
corazón del amigo deseos, suspiros, virtudes y amores, y regábalos
este con lágrimas: sembraba el amado en el cuerpo del amigo
trabajos, tribulaciones y enfermedades, y el amigo sanaba con
esperanza, devoción, paciencia y consuelo" (6).



(1)
Libro de Contemplación, cap. 30. - (2) Idem, cap. 35. - (3) Idem,
cap. 86. - (4) Idem, cap. 112. - (5) Libro del amigo y del amado,
vers. 2, 11, 148, 151, 235, y 145. -
(6) Idem, vers. 58,
197, 4 y 96.



Raimundo
vivió también completamente desprendido de lo terreno. Sin más
norte que la voluntad divina, se mostraba indiferente a los caprichos
de la suerte. Considerándose como peregrino en el mundo, no se dolía
de los males que la adversidad hacinaba sobre su cabeza; no le tentó
nunca la ambición de las humanas riquezas, ni suspiró jamás para
que le fuese próspera la fortuna: antes al contrario, renunciando al
bienestar y al sosiego que se le ofrecían, quiso ser necesitado y
pobre, y consintió en pasar por todas las penurias de la indigencia,
ya mendigando hospitalidad en sus largas peregrinaciones, ya
arrostrando todas las privaciones y peligros imaginables. Así es que
adquirió aquella resignación perseverante que le hacía exclamar,
que entre los trabajos y los placeres que Dios le daba no conocía
diferencia; que las penas y los goces se unían en él para ser una
cosa misma en su voluntad; que no tenía otro albedrío que el de
obedecer a su Criador, y que no teniendo poder en su voluntad no
podía ser impaciente (1). A esto añadía que de la paciencia nace
la paz, que no tenía por pobre, sino aquel que lo era de virtudes; y
que las riquezas no consistían sino en las buenas costumbres y en la
caridad (2).
Y considerándose rico en la posesión del afecto de
Dios, decía que no anhelaba otra fortuna que los trabajos que por su
amado padeciera, ni otro descanso que el desfallecimiento que su amor
le ocasionaba; que su médico era la confianza que en Dios tenía
puesta, y su maestro las significaciones que las criaturas le daban
de su amado: y por último, exclamaba: - "Vestido estoy de vil
sayal; mas el amor viste mi corazón de plácidos pensamientos (3)."



(1)
Libro del amigo y del amado, vers. 7, 197, 221 y 222. - (2) Libro de
los mil proverbios (provorbios), cap. 31, 50, 49 y 18. - (3)
Libro del amigo y del amado, versículos 57 y 151.



De
la oración a que por tan largas horas Raimundo se entregaba, decía
que era nuncio veloz, diligente, sabio y fuerte entre Dios y el
hombre; que quien ora está con Dios y Dios con él; que es la senda
perdurable de la beatitud; que ella da al hombre sabiduría y
fortaleza, amor y alegría, consuelo y resignación, diligencia y
sobriedad, devoción y riqueza, contrición y castidad y todas las
virtudes juntas, al paso que aleja del alma todos los vicios (1). La
consideraba como el puerto de la salud y como la alegría de los
tristes, añadiendo que ella es quien ahuyenta la muerte, inspira
amor a los que amar no saben, lava y purifica las manchas del pecado
y hace al hombre desprendido, elocuente, audaz y fuerte contra sus
mortales enemigos; exalta la memoria, el entendimiento y la voluntad;
impulsa al agradecimiento y a honrar y bendecir a Dios, amarle y
servirle; proporciona la paz y la quietud, y da ánimo para emprender
el bien y diligencia para evitar el mal; despierta el amor hacia los
pobres, y es en fin la raíz, origen y ocasión de todos los bienes y
perfecciones (2). Asegura que la oración tiene más poder que el
infierno junto; que vale más que todos los bienes y las riquezas del
orbe; y que es el consuelo más dulce del pecador (3). Y por último,
dando a comprender hasta donde se elevaba su espíritu en la
contemplación, exclama: - "La luz del aposento del amado vino a
iluminar la estancia del amigo, alejando de ella las tinieblas y
llenándola de placeres, deliquios y pensamientos de amor: y el amigo
echó fuera de la estancia todas las cosas para que en ella
descansase su amado (4)".
(1) Libro de Contemplación, cap.
360. - (2) Idem, idem. - (3) Libro de los mil proverbios, cap. 30. -
(4) Libro del amigo y del amado. vers. 101.



En
los escarnios y vilipendios de que su celo infatigable le hacía
blanco, y en las bárbaras persecuciones de que muchas veces era
víctima, daba muestras de la más bondadosa y pacífica tolerancia,
hasta el punto de cantar con suavísimo plectro en medio de sus
penalidades y trabajos: - "Los poderosos, los medianos y los
pequeños se complacen en escarnecerme, y el amor, las lágrimas y
los suspiros hacen languidecer mi corazón; mas al recordar el alma
mía sus firmes propósitos, siente gozosa acrecer en sí su celo, su
inteligencia y su voluntad, lo cual le hace siempre gozar en el santo
servicio de Dios (1)." ¿Y cómo no había de estar adornado de
esta tolerante suavidad quien amaba a su enemigo por la sola
circunstancia de ser hechura del Todo-poderoso (2)?



La
verdad fue siempre la estrella que le guió en sus hechos, y para que
ella se propagara por todos los ámbitos del mundo, hizo el
sacrificio de su bienestar y de su vida. Profesándole un culto
constante, decía que ella no muere nunca; que quien la vende, vende
a Dios; que constituye el mayor y más precioso tesoro; y que el
Eterno ayuda a quien la defiende (3). De la conciencia, decía que
punza el alma como la espina en el pie: de la devoción, que da
llanto a los ojos y alegría al corazón; que si debilita el cuerpo,
robustece el alma, que es la mayor enemiga de la culpa y el mejor
amigo que es dable encontrar (4); y de la piedad que eleva en sí
misma el amor y convierte el llanto en un raudal de dulzura (5).
Decía que el consuelo no es nunca pobre, que no sabe amar quien no
se consuela, y que no hay para que estar inconsolable como no sea por
la pérdida de Dios (6). De la obediencia aseguraba que es compradora
de voluntad: de la perseverancia que es camino que conduce a lo que
se desea; y de la cortesía que os signo de amables pensamientos (7).



(1)
Véase la oda inserta en el capítulo último del libro Blanquerna. -
(2) Libro de los mil proverbios, cap. 12. - (3) Idem, cap. 19. -
(4) Idem, cap. 29. - (5) Doctrina pueril, cap. 36. - (6) Idem, cap.
32. - (7) Idem, cap. 33, 36 y 37.



Inducía
a su hijo con su elocuente ejemplo y su persuasiva palabra a ser
limosnero para que se acostumbrase a esperar en Dios, a ser laborioso
para alcanzar el bien inestimable de la salud, a ser obediente para
no ser orgulloso, y a que hablase y tratase siempre con los ánimos
nobles para adquirir audacia de noble corazón: y con toda la ternura
de un padre añadía: - “Ten firmeza de ánimo, hijo mío, para
que no hayas de arrepentirte; ten mesura en tus manos para que no
seas pobre; escucha para oír, pregunta para saber, da para que
después encuentres, cumple tus promesas para ser leal, mortifica tu
voluntad para que no llegues a ser sospechoso, acuérdate de la
muerte para que no te entregues a la codicia, ten siempre la verdad
en tus labios para que no seas impúdico, ama la castidad para que tu
alma sea cándida, sé temeroso para no perder la paz, y ten
ardimiento para que no te prendan (1)."



Tanto
como eran hermosos y vivos los colores con que Raimundo sabía pintar
las virtudes y hacer agradables los sentimientos elevados y piadosos,
eran terribles los rasgos con que anatematizaba los vicios y
delineaba el abismo de la culpa y el mar revuelto de los desvíos
humanos. Atacando la vida de los sentidos, exclamaba: - "Aspiró
el amigo las flores y se acordó del hedor del rico avariento, del
viejo concupiscente y del soberbio desagradecido: probó manjares
dulces y encontró en ellos la amargura de los bienes temporales y la
de la entrada y salida de este mundo: se entregó a los goces
terrenos y apercibióse de lo fugaz de la existencia y del breve
tránsito de la criatura sobre la tierra, y vino a su pensamiento el
castigo eterno que ocasionan los materiales deleites; y de aquí el
desprecio con que el amigo miraba todo goce sensual y mundano (2). Y
mirando por último las cosas terrenas como medios, no de dar
satisfacción y placer a sus sentidos, sino de elevar más su
pensamiento hacia el Dios que las criara, cantaba en otro pasaje:
-
“Preguntaron al amigo: ¿qué es el mundo? y respondía: Es un gran
libro para los que en él saben leer. Preguntáronle si en él se
encontraba al amado, y dijo que de igual manera que se encuentra el
escritor en el libro. Y añadieron. ¿En quién está el libro? En el
amado, respondió el amigo, porque en él se contienen todas las
cosas, y así es que el mundo está en el amado y no el amado en el
mundo (3)".
(1) Doctrina pueril, cap. 93. - (2) Libro del
amigo y del amado, vers. 328. - (3) Idem, vers. 307.



Hubiéramos
de ser más difusos de lo que conviene a nuestro propósito, si
cuando los actos mismos de la agitada al par que laboriosa vida de
Raimundo no nos demostrasen el sublime temple de aquella alma
verdaderamente extraordinaria, nos hubiésemos de detener en
delinearla al trasluz con los rasgos mismos que dejó esparcidos en
tantos y tan variados volúmenes. Arraigada profundamente en el
iluminado doctor la verdad santa del dogma cristiano, y teniendo
siempre a Dios por centro de todas sus aspiraciones, a la honra y
servicio de este y a la mayor exaltación de aquella consagraba sus
facultades todas, conquistando por una parte con el poderío de su
inteligencia los corazones a quienes no bastaba el heroico ejemplo
que sus hechos ofrecían, y dando por otra a su siglo el doble
espectáculo de la más alta y sublimada virtud y de la más
inconmensurable sabiduría. Así, cuando consideramos en Raimundo
Lulio al hombre y al sabio, no sabemos si debe sorprendernos más el
conjunto de los hechos de su vida heroica y de continuada abnegación
y sacrificio, o el parto prodigioso de su vastísima inteligencia.



Si
correspondiesen nuestras fuerzas al entusiasmo y admiración que el
genio del gran Lulio nos produce, hubiéramos ensayado dar siquiera
una idea aunque breve de la ciencia de tan célebre como quizás mal
juzgado maestro; mas el círculo inmenso que abarcó su saber, y el
tacto, detenimiento y profundísima comprensión que para ello se
requiere, cuando no fuese el fin concreto y limitado que nos hemos
propuesto, nos harían desistir de semejante empresa; si bien
juzgamos harto necesaria ya una razonada y digna vindicación de los
inmerecidos ataques de que ha sido objeto la doctrina del insigne
mártir, unida a una sencilla y fundada exposición de lo que acaso
tenga de apasionado y fanático el encomio que sus apologistas han
hecho hasta de los defectos de que su sistema adolece. Quizás de un
concienzudo análisis de las extensas obras de Raimundo, vendríamos
a deducir que ni uno ni otro bando ha juzgado sin pasión, y que si
por una parte llegara el encono hasta el extremo de suponer a Lulio
autor de proposiciones heréticas y absurdas, y de permitirse
adulterar y tergiversar los originales textos que se buscaban como
comprobantes de sus asertos, se ha pecado por la otra por el lado
opuesto de considerarle como infalible en sus opiniones. Pero en
honor de la verdad sea dicho, en los encomiadores y apologistas de
Lulio generalmente hemos observado un indisputable conocimiento del
sistema sobre que discuten, al paso que no pocas veces en las
diatribas de sus adversarios, vemos inexactitudes e inconsecuencias
de tanto bulto, que más presuponen el espíritu de secta o de
escuela, que un estudio profundo de los escritos del maestro cuyo
mérito tratan de anular.



Pocos
autores ha habido quizás en el mundo con más ligereza y
encarnizamiento censurados. A veces la lectura de uno solo de los
compendios del esclarecido doctor, ha sido suficiente para que
críticos, que en otras ocasiones dieran pruebas de sensatez y
excelente juicio, se hayan creído autorizados para fulminar el
anatema sobre la generalidad del arte de Raimundo; cuando los varones
más doctos en la ciencia luliana aseguran y con mucha razón, que no
es posible formarse una idea exacta y cabal de semejante sistema, sin
el estudio detenido de las extensas obras de su autor que vienen a
formar como su gran comentario; y menos todavía sin un conocimiento
perfecto del particular lenguaje que creó y adoptó para
desenvolverle. Así pues, muy frecuentemente, en los pasajes de
difícil comprensión o de harta sutileza, han preferido sus
adversarios ver más bien embrollados dislates que entretenerse en
desentrañar o sondear el hondo pensamiento del filósofo, al mismo
tiempo que sus admiradores se han valido de su misma oscuridad para
dar a sus ideas más visos de profunda. De todos modos, ni los
primeros habían de haber olvidado en sus apreciaciones, que nunca el
hombre, por muy elevado que sea su entendimiento, deja de pagar un
tributo al carácter, circunstancias y preocupaciones de su siglo, ni
los segundos de que no hay sistema humano que no esté sujeto a
errores crasos que una generación más adelantada llegue después a
conocer y señalar.



Lulio
apareció en el mundo literario en la época de los mayores delirios
de la escolástica; época en que la argumentación dialéctica y las
aristotélicas sutilezas estaban entronizadas en todas las clases, y
en que triunfaban hasta de la misma verdad la sofistería lógica y
las cabilaciones de la metafísica; época en fin en que,
según expresión de Condillac, las escuelas no eran sino torneos, en
los que la gloria estaba en el disputar y vencer a trueque de
ensalzar el error. En medio de esta baraúnda de la ciencia, y
satisfaciendo su ardiente sed de saber en el abundante manantial de
los autores arábigos que le apasionaron a sus misteriosas
combinaciones y a la cábala, amén de la astrología y de la
química, y que le condujeron también a toda la sutileza del
escolasticismo, nada tiene de extraño que su entendimiento, aunque
de suyo claro y penetrante, se inficionase con los defectos de su
época, y que en el afán de hacerse invencible en la argumentación
o en la polémica, su vigorosa y rica imaginación buscase y
concibiese aquel instrumento universal de la ciencia, que si no en
todos los casos podía dar satisfactoria solución a las cuestiones
que se propusiesen, coordinaba al menos, robustecía y facilitaba las
diferentes operaciones de la inteligencia, y subministraba palabras y
conceptos para discurrir sobre ellas sin salir del rigorismo de la
lógica que era a la sazón el arte supremo.



No
seremos nosotros empero quienes nos convirtamos en ciegos apologistas
del arte de Raimundo, ni en obcecados detractores de su admirable
disposición. Creemos un delirio reducir el entendimiento humano a
semejante mecanismo, pero no nos cabe duda de que, con ayuda de su
invención brotaron de la mente de Raimundo principios fecundos en
resultados, ideas grandes y luminosas, que si bien no han sido
estudiadas como merecen, no han podido menos de llamar la atención
de grandes pensadores (1): y vivimos en la persuasión de que si se
procediera al estudio analítico de los escritos del insigne mártir,
prescindiéndose de la forma y del espíritu escolástico que reina
en muchos de ellos, y dejándose a un lado los errores científicos y
las varias creencias y preocupaciones propias de la época, no se
vacilara en conceder a Raimundo Lulio uno de los primeros puestos
entre los hombres que más han influido en la marcha progresiva de la
humanidad.



(1)
Entre los filósofos y sabios modernos que han estudiado con
muchísimo aprecio y veneración varios tratados de Lulio, merecen
especial mención Leibnitz, Boherave, Hoffman y algunos otros.



Sin
embargo, no se negará que alzándose en atrevido vuelo a una altura
que nadie antes que él había osado trepar, fiado únicamente en sus
propias y gigantescas fuerzas, y abarcando la ciencia, no por partes,
sino formando un todo indivisible, puso, para admiración de los
siglos posteriores, los vastos cimientos de una enciclopedia; y que
cultivando a fondo todos los ramos de la inteligencia humana, dejó
consignados sobre cada uno de ellos descubrimientos importantísimos,
máximas imperecederas o ideas generales, cuyo sello de grandeza
envidiaran sin duda hasta los primeros sabios de nuestros tiempos.

La teología o sea la verdad absoluta, era la cima a que le
conducían de grada en grada, como al Dante, todas las demás
ciencias; y en tan inmenso campo admira verle recorrer con firme y
seguro paso y con su extraordinaria fuerza de pensamiento, los
incomprensibles misterios de nuestro dogma, hasta el de la Concepción
inmaculada de la Virgen María, cuya reciente declaración ha venido
a ser un triunfo póstumo para tan consumado teólogo. Y la copia de
luz con que discurre en largos tratados sobre los artículos de la fé
católica, y las célebres disputas con los averroístas, con los
judíos, con los sarracenos y con todos los cismáticos y herejes de
su tiempo, demuestran el caudal de ciencia teológica que atesoraba,
cuan a fondo comprendía su entendimiento el espíritu de cada secta
en particular, y cuan adiestrado había de estar en la polémica para
sacar incólume y triunfante el catolicismo de la contundente
argumentación de sus adversarios (1). (1) Es inmenso el número de
obras teológicas que nos ha dejado Lulio, pues además de las que
van enumeradas en la relación biográfica que hemos trazado, hay
muchísimas otras que, por no constarnos la época en que el autor
las escribió, no las comprendemos en la expresada relación. El
curioso que desee enterarse del largo catálogo que forman las obras
de Lulio, podra verlo en la Biblioteca antigua de D. Nicolás Antonio
y en la edición que de varios tratados de Raimundo, publicó en
Valencia en el año 1515 Alfonso de Proaza y dedicó al cardenal
Ximenez de Cisneros
.



Como
escritor místico se elevó Raimundo a una altura que pocos han
podido alcanzar. Dotado de un alma superlativamente contemplativa y
dada al ascetismo, no podía mirar y discurrir sobre el orden
majestuoso del universo o sobre las maravillas del mundo, sin
abismarse con íntimo y poético trasporte en la más profunda y
devota meditación: así es, que hasta en sus obras científicas no
pocas veces le vemos levantarse en alas de su inspiración sagrada a
las regiones más encumbradas del misticismo. El gran tratado de
Contemplación, el precioso opúsculo de Oraciones y contemplaciones,
el de Alabanzas a la Virgen María, el del Nacimiento del niño
Jesús, el devocionario que escribió para los reyes de Aragón,
algunas de sus poesías, y el nunca bastantemente celebrado cántico
del Amigo y del Amado, son otros tantos testimonios de la
superioridad de su talento en la literatura mística, que le colocan
en la esfera de San Juan de la Cruz, de Fr. Luis de León, y de Santa
Teresa.



Raimundo
Lulio brilla también con viva luz como maestro en la predicación.
Su Arte magna de predicar que contiene un número crecido de
sermones, es un excelente tratado, que si no se hace notar por su
elocuencia, es provechoso por el orden y buen método con que trata
de todas las materias predicables; a cuyo libro pueden añadirse los
Sermones sobre los diez preceptos, el tratado sobre el Padre nuestro,
el del Ave María y otros.

En
la jurisprudencia tuvo miras metódicas y elevadas que le ponen en un
lugar distinguido entre los juristas de su tiempo; y nos persuadimos
de que las obras que sobre la materia dejó escritas acrecentaran su
fama como maestro en la ciencia de la justicia, si fuesen aquellas
más leídas y analizadas; así como sus tratados sobre la medicina,
tanto en su parte especulativa como en sus operaciones prácticas, le
han valido altísimos elogios de eminentes profesores así antiguos
como modernos que en su estudio se han detenido, considerándole no
sólo como un consumado maestro en este ramo del saber humano, sino
como uno de los escritores a quienes la ciencia debe importantes
descubrimientos y señalados servicios. Sus Principios sobre el
derecho, su Ars juris, su Derecho natural, su Arte de aplicar la
nueva lógica al derecho y a la medicina; y por otra parte los libros
titulados Principios de la medicina, de la Levedad y peso de los
elementos, de la Región de la salud y de las enfermedades, el
tratado sobre la Fiebre, el de la Medicina teórica y práctica, el
Arte curatoria y otros muchos, bastan para conocer lo que se
distinguió como jurisperito y como médico.



En
la filosofía fue incomparable, dejando en su dilatado campo rayos de
clarísima luz. En efecto, la lógica y la metafísica fueron
tratadas por su fecunda pluma bajo un sistema nuevo y exclusivamente
suyo. Sus libros de moral, entre los cuales van comprendidos el Félix
de las maravillas del mundo, el Arte de confesar, el del Régimen de
los príncipes, el del Orden de caballería, el otro del Orden
clerical, el de los Proverbios y el Blanquerna, le ponen al lado de
los primeros moralistas que haya tenido el mundo. Con respecto a la
física, mientras los escolásticos divagaban en cuestiones
embrolladas y estériles, es notabilísimo ver a Lulio establecer
sobre la observación y la experiencia el estudio de la naturaleza, y
entrar con toda la fuerza de su saber en las más profundas
investigaciones sobre las causas de los fenómenos naturales, y
extenderse en juiciosas observaciones sobre la electricidad y el
magnetismo; hablando ya en su libro de Contemplación, escrito más
de treinta años antes que Flavio Gioja perfeccionase la brújula con
la rosa náutica, y en otras muchas obras, de la dirección polar de
la aguja tacta á magnete; y tratando de este asunto, antes
que otro lo hiciese, de una manera verdaderamente científica
(1).
(1) Véanse sobre el particular las disertaciones sobre el
descubrimiento de la aguja náutica que publicó en Madrid en 1793 el
P. Antonio Raimundo Pascual, monje cisterciense. Como matemático y
astrónomo es sin disputa de los primeros de su tiempo, y son dignos
de ser estudiados sus especiales tratados sobre estas materias, entre
los que se notan la Geometría nueva, la Geometría magna, el Arte de
la aritmética, la Astronomía nueva, el libro sobre los Planetas y
otros muchos, sin contar lo que dejó esparcido con referencia a las
mismas, en las obras que se ocupan del Arte general. Y por último la
química es quizás el mejor título de la gloria y la inmortalidad
de Raimundo. Impulsado al estudio y a las operaciones de esta ciencia
por su contemporáneo Arnaldo de Vilanova, durante la permanencia de
ambos en Nápoles, hacia el año de 1293, y aficionado a la misma por
la lectura de Geber y otros alquimistas árabes, pudo colocarse en
mejor lugar tal vez que su propio maestro y que cuantos le habían
precedido. Bajo este punto de vista, que es indudablemente el en que
ha sido más y mejor estudiado por los extranjeros, Lulio aparece
como una gran figura, pues mucho es lo que la ciencia le debe en
sentir de todos. El descubrimiento del ácido nítrico, de cuyo
reactivo describe la preparación, las importantes observaciones
sobre el aguardiente, sobre las sales y sobre la calcinación y la
destilación, y los experimentos notables que dejó consignados en
sus escritos, son hechos que le acreditan como el primer químico de
su tiempo. El célebre Boherave le cita como uno de los que mejor han
explicado la índole de los cuerpos naturales; y para concluir
trascribiremos lo que estampa un autor francés al hacerse cargo de
los conocimientos de nuestro autor en el ramo que nos ocupa. -
"Citaré entre otras, dice, dos ideas generales que son
sorprendentes. La ciencia tendía en aquella época a buscar la
quinta esencia en todas las materias, que era una especie de
principio sutil, ajeno de toda mezcla, y arquitipo (arquetipo),
por decirlo así, del cuerpo que representa y del cual posee todas
las propiedades o las virtudes, según la expresión de aquel tiempo,
en una intensidad absoluta. Raimundo Lulio buscó esta quinta esencia
ontológica en todos los cuerpos, no sólo en los minerales, sino en
los vegetales y animales. Curioso es ver como la ciencia actual
aplica en pequeño, en sus terapéuticas aplicaciones de la química
vegetal-animal, la idea fecunda, aunque quimérica, que la ciencia
del siglo XIII, tan poética en su cuna, se creía en estado de
aplicar desde luego al conjunto de los fenómenos de la naturaleza.
Nada más parecido a la quinta esencia de Raimundo Lulio, que esas
modernas operaciones de la química farmacéutica, que anda buscando
la morfina en el opio, la quinina en la quina, el yodo en las plantas
marinas, etc., como arquetipos que encierran en muy pequeño volumen
las más visibles propiedades y las acciones más intensas." -
"Otra idea hay de Raimundo Lulio que no es menos notable. De
algunos pasajes, quizás algo difusos y algún tanto oscuros, se
puede inferir claramente que según él la forma es la cualidad más
esencial de la materia, y que ella influye mucho en la composición
química. La ciencia actual no está acorde con esto; mas de cada día
alcanza resultados que no dejan de tener alguna analogía con la
opinión de Lulio. Hace ya mucho tiempo que los fisiologistas han
notado, que en la organización el elemento de la forma tiene más
importancia que el de la composición, cosa que se comprende muy
fácilmente: basta en efecto considerar cuan poco varía en cada
especie la forma vegetal o animal, por muchas que sean las
modificaciones a que se ve sometido el ser organizado según el
clima, la estación, la alimentación, el aire y demás
circunstancias que influyen sobre la composición química. Un hecho
análogo se observa en la química mineral. Se sabe en efecto que el
cristal de una sal, por ejemplo, de forma determinada, persiste en
ella en muchos casos, aun cuando vaya mezclada con otras sustancias
análogas y aunque sean estas a veces en porción bastante
considerable. La nueva teoría de las sustituciones, introducida
recientemente en la química, da también este singular resultado: en
una composición de muchas sustancias puede un cuerpo en cierta
manera ser sustituido por su análogo, sin que las propiedades
físicas y químicas de la composición se alteren en lo más mínimo
(1)."
(1) Delecluze. Revue des deux mondes. Nov. De *1840.



Raimundo
Lulio ocupa también un puesto muy distinguido en la ciencia de la
estrategia (estratéjia) militar, y en la de la navegación.
Para convencerse de sus admirables disposiciones en la primera, no
hay sino leer su libro sobre la Conquista del Santo Sepulcro y otro
sobre el mismo objeto que intituló del Fin; y prueba son de sus
inmensos conocimientos en la segunda y de los sólidos principios en
que fundaba el estudio de la náutica, lo que dejó sentado en varias
de sus obras, y entre ellas en su Geometría y en su Arte general
última, ya que su precioso libro titulado Arte de navegar
desgraciadamente se ha perdido. El acierto con que discurre,
estudiando prácticamente sobre los terrenos, acerca del modo como
había de operar un ejército para apoderarse de la Siria, es digno
de los mejores y más experimentados capitanes; y en cuanto a los
conocimientos náuticos de Lulio, bastará que trascribamos lo que
manifiesta en una de sus excelentes memorias el concienzudo escritor
D. Martín Fernández de Navarrete.
- "Para evitar o minorar
en lo sucesivo tales acontecimientos, reduciendo a un sistema de
doctrina náutica las prácticas usadas y las observaciones hechas
por los marinos de levante y del océano, combinándolas con los
principios de las ciencias exactas, especialmente de la astronomía,
que tanto habían cultivado los árabes y rabinos españoles,
escribió el portentoso Raimundo Lulio varios tratados científicos,
y entre ellos un Arte de navegar, que citan D. Nicolás Antonio y
otros escritores. Si esta obra hubiese llegado a nuestros días,
pudiéramos examinar y conocer el método con que trató ciertos
puntos fundamentales de la navegación, o averiguar si acaso fue un
mero recopilador de lo que dejaron escrito los antiguos. Pero
juzgando por la doctrina que vertió en otras misceláneas y
matemáticas, no podemos dejar de admirar los sólidos principios en
que fundaba el estudio de la náutica. En una de ellas, publicada en
1286, trató de los vientos y de las causas que los producen: en otra
del año 1295, dio excelentes documentos sobre la necesidad que tenía
el marinero de considerar el tiempo para navegar, los puertos a donde
debía refugiarse, y sobre la estrella y el imán, los rumbos y
distancias que andaba, y finalmente sobre cuanto correspondía a su
profesión. Dijo en su Geometría, que de ella depende la náutica, y
entre sus figuras se nota un astrolabio para conocer las horas de la
noche, que dice es de mucha utilidad para los navegantes; y en su
Arte general última, no sólo puso un compendio de ciertas
instrucciones para que los marineros ejecutasen con arte lo que
obraban por pura rutina y experiencia, sino que trató expresamente
de la navegación (1), sentando que desciende y procede de la
geometría y aritmética; y en comprobación de ello traza una figura
dividida en cuatro triángulos y constituida en ángulos rectos,
agudos y obtusos a semejanza de los quartieres, que hoy sirven tanto
para la práctica de la navegación, declarando por medio de esta
invención, cuanto anda una nave según el viento que sopla y el
rumbo que sigue respecto a los cuatro puntos cardinales, de lo cual
deduce el lugar o paraje del mar en que se halla a una hora o momento
determinado; y trata además en aquella obra, de los vientos y de las
señales para pronosticar su dirección.



(1)
Ars generalis ultima, obra que empezó en 1305 y acabó en 1308,
part. X, cap. 14, art. 96 De navigatione.



Si
por esta muestra y otras semejantes que ofrecen los voluminosos
escritos de Lulio, hemos de juzgar del mérito de su tratado de
náutica y de sus conocimientos en esta materia con relación a su
siglo, no podremos menos de maravillarnos de su instrucción cuasi
universal, de su ingenio original y penetrante, y de su talento vasto
y combinador en descubrir las relaciones que tienen entre sí todas
las ciencias y aplicarlas recíproca y oportunamente para dar un
impulso favorable a sus adelantamientos y facilitar los métodos de
su enseñanza (1).
(1) Nicol. Ant. Bibl. vet., tom. II, pág. 122
y sig. - Pascual, Aguja náutica, pag. 5, SS. 1, 3 y 4. - Fr.
Bartolomé Fornés, Apolog. contra Feijóo, Dist. 3, c. 6.
De aquí
puede inferirse naturalmente que si el primer tratado de náutica en
la media edad se debe a un español, fue también consecuencia de lo
mucho que este peregrinó entre las naciones de Europa, Asia y
África, con motivo de promover las cruzadas; cuyas expediciones
anteriores, fomentando la navegación e ilustrando la geografía, al
paso que multiplicaron los intereses y las relaciones de los pueblos
entre sí, hicieron también recíprocos sus conocimientos,
principalmente los que se dirigían a facilitar más estas
comunicaciones por mar, disminuyendo los riesgos y peligros que la
ignorancia hacía tan comunes y repetidos."



Contra
los que cultivaban la astrología judiciaria y la nigromancia,
escribió Lulio también excelentes tratados, siendo de notar lo que
en el tantas veces citado cántico del Amigo y del amado expresa con
referencia al particular, para confusión de los que confundiendo al
filósofo con el impío escritor de su tiempo llamado Raimundo de
Tárraga, le han supuesto autor de las heréticas blasfemias
que este estampó en sus libros. - "Encontró el amigo, dice, a
un astrólogo adivino, y preguntóle qué cosa era su astrología; a
lo que contestó que era ciencia que enseñaba a leer el porvenir.
Errado vas, le replicó el amigo, que lo que tú dices no es sino
engaño, ciencia de fingidos, fatídicos y mentirosos profetas, que
infaman la obra del soberano maestro; ciencia reprobada por la
providencia de mi amado, que promete dar el bien y no el mal con que
aquella amenaza.” - “Con altas voces iba el amigo diciendo: ¡Oh
qué vanos son muchos hombres que se dejan dominar por la curiosidad
y la presunción! Por la curiosidad caen en la mayor de las
impiedades, abusando del nombre de Dios, invocando con encantos y
deprecaciones los espíritus malos, y profanando las cosas santas con
caracteres, figuras e imágenes: por la presunción se han esparcido
tantos errores como hay en el mundo. Con vivas lágrimas lloró el
amigo las muchas injurias que cometen los hombres contra su amado
(1)".
(1) Libro del Amigo y del amado, vers. 347 y 348.



En
las letras fue también Raimundo notabilísimo. Además de sus varias
obras sobre gramática que le acreditan de muy sabio en el arte, como
preceptor o humanista escribió un libro de Retórica, que ha sido
muy encomiado por los inteligentes; al paso que su estilo es puro, y
su dicción expresiva y elegante, quedando sin disputa el primer
hablista lemosín entre sus contemporáneos. La ignorancia de
muchos que sin antecedentes se han creído bastantemente autorizados
para tratar a su manera del gran maestro, ha tachado de bárbaro el
latín de sus obras; mas tales críticos debían haber tenido
presente que es muy dudoso que Lulio escribiese en latín ninguno de
sus libros, y que el defecto que le censuran no es suyo, sino de sus
traductores, que no daban en escribir muy correctamente el idioma de
Marco Tulio en la época de su mayor corrupción.



Por
último, hasta en la música fue Raimundo en extremo hábil y perito
tratando de ella con la ciencia y fijeza con que discurría siempre
sobre todos los ramos de la inteligencia. Varias son las obras en que
se ocupó, aunque no exclusivamente, de este arte delicioso, y mucho
nos engañamos si no es de su mano el excelente libro manuscrito
titulado Arte de cantar, que hemos tenido ocasión de ver, aunque no
le encontramos continuado en ninguno de los largos catálogos de las
obras de nuestro autor.



No
acabaríamos nunca si hubiésemos de hacer mención expresa de todo
lo que fue objeto de los profundos estudios o de las continuas
meditaciones de Raimundo. Ninguna ciencia humana de las que estaban
al alcance de su época, dejó de encontrar su lugar en el gran
círculo que abarcaba su genio; ningún fenómeno de los que se
presentaron a su siglo con el incentivo de la novedad, dejó de ser
objeto de las hondas investigaciones del 
gran
filósofo. Su talento eminentemente combinador y universal forma
época en la historia del progreso humano. La fecundidad de su pluma
asombra, como asombran los numerosos viajes que emprendió, las
multiplicadas aventuras que le acontecieron, las continuas
diligencias que hizo para la realización de sus santos proyectos, y
las predicaciones asiduas que llevaba a cabo para la conversión de
los infieles. Un hombre de grande ingenio con dos siglos de
existencia no hubiera podido hacer lo que Lulio en los cincuenta años
que mediaron desde su conversión hasta su glorioso martirio. Con la
relación sola de su vida podría haber llenado volúmenes enteros;
sus escritos forman
diez tomos de gran tamaño en la edición
moguntina
, ordenada desde 1721 hasta 1749 por su admirador el
esclarecido
Ibo Zalzinger, si bien ella no llega a comprender
la mitad de las obras de Raimundo. Muchos tratados permanecen todavía
inéditos, otros se han perdido por desgracia de la ciencia y de las
letras.



Además
de tanta inteligencia, tan vasto saber, y tantas virtudes juntas,
reunía Raimundo una fuerza de ánimo invencible que le hacía
arrostrar todas las dificultades para la divulgación y enseñanza de
su Arte que consideraba como destinado a entronizar la verdad en
todos los ámbitos del mundo, y triunfar de todos sus adversarios. Y
con esa firmeza, a la que se unía la novedad que su sistema ofrecía,
logró que el orbe todo se llenara al punto de su ciencia, de su
doctrina y de su nombre. Mas no se contentaba solamente con el fruto
que podía dar la propagación de su sistema en las escuelas, sino
que para estirpar los errores que se multiplicaban en el mundo en
medio del cual vivía, ofreció por una parte a la Santa Sede y al
colegio de cardenales su Arte general, y emprendió por otra largos
viajes para desempeñar el más penoso apostolado. En medio de estas
tareas no olvidaba el negocio de la conquista de los Santos Lugares,
que fue el pensamiento que a todas horas le dominaba, y para cuyo
objeto agotó todos los recursos de su pluma y todo el tesoro de su
infinita paciencia, ya trazando planes y proyectos para facilitar la
empresa, ya interesando en ella a los grandes poderes de la tierra; y
si unas veces logró el placer de ser escuchado y en parte secundado
en sus miras, otras tuvo que sufrir con toda la resignación de un
cristiano la mofa y el desprecio en recompensa de sus laudables
afanes. ¡Cuánto hubiera cambiado quizás la faz del mundo a haberse
llevado a feliz término los vastos proyectos del gran pensador de su
siglo! ¡Y cuántos beneficios no hubiera reportado con ello la causa
del catolicismo! Mas Raimundo halló tibios a sus contemporáneos, y
sus exhortaciones se estrellaron contra la irresistible fuerza de las
circunstancias que le fueron siempre adversas.



Aunque
fue mucho empero el celo y la firmeza con quo Lulio ponía en
ejecución sus ideas, duélenos tener que confesarlo, no anduvo
siempre acertado en los medios que escojitaba para llevarlas
adelante, ni eran siempre tan oportunas como convenía. Y no dejó de
contribuir ciertamente a esta falta de tacto con que en determinadas
ocasiones procediera, atención que prestaba por desgracia a los
acontecimientos políticos de su tiempo, en los cuales no se instruía
lo bastante, extraño como se mantuvo siempre a toda asociación
civil o religiosa, y ocupado como estaba tan asiduamente en sus
estudios y combinaciones científicas.



Mas
en vano se han levantado envidiosos contra la santidad y heroísmo de
la vida del eminente mártir, y contra la doctrina del célebre
filósofo. En vano el vehemente y bilioso inquisidor Nicolás de
Aymerich, que hubo de ser expulsado del reino de Aragón por
sus demasías, lanzó contra Lulio las diatribas más furibundas,
tildando de heréticas muchas de sus máximas que adulteraba a su
antojo, y suponiendo condenados sus libros por una bula pontificia
cuya autenticidad no pudo nunca justificar; la fama del mártir ha
quedado ilesa, y los merecidos elogios que de sus actos y de su
ciencia han hecho millares de sabios, son un elocuente, y magnífico
contrapeso a las decepciones que solo la ponzoña de las malas
pasiones ha podido dictar contra el más celoso de los apóstoles у
el más esclarecido de los sabios de la edad media, radiante sol en
la ciencia y espejo purísimo de todas las virtudes.