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martes, 26 de octubre de 2021

X. UNA AGALLA DE CIPRÉS.

X.

UNA AGALLA DE CIPRÉS. 

X.  UNA AGALLA DE CIPRÉS.


Dale que dale! Malditas sean las campanas, y el primero que fundió bronce para construirlas. 

- Buen badajo hubiera hecho en la famosa de Huesca el bárbaro de cuya mollera salió tal engendro. 

- Dichosa Stambul! quién pudiera enviarte un cargamento de nuestros campanarios en cambio de una remesa de tus serrallos

- Con sus odaliscas y todo. 

- Esto se da por sobreentendido, Alfredo. Brava especulación fuera si nos llegasen vacíos. 

- Dale! Pues señor, esta noche no hay que esperar interrupción, ni treguas, ni intermitencia, ni pausa, ni... 

- Música más deliciosa! Ni el gong de los chinos. Apuesto mis orejas a que las de Midas serían incapaces de resistirla.

- Ello es que no existe mal alguno que no lleve entreverado algún bien de más o menos cuantía. En la actualidad pudiéramos exclamar: Bienaventurados los sordos

- (Porque ellos no oirán majaderías,) dijo para sus adentros uno que fuera del corro estaba oyendo la conversación. 

- Lo que es. Hoy por hoy tomaría con las dos manos una sordera, como si dijéramos, provisional o interina. 

- Y aunque fuese dando dinero encima, añadió Alfredo. 

- Por mi parte me contentaría de poder cerrar mis oídos con siete candados. 

- Pues hay más que atiborrarlos de algodón, o tapiarlos con cera como los compañeros de Ulises

- Si tanto pudo en ellos el riesgo de las sirenas, qué no haría la realidad de ese atroz campaneo

- Estoy por las sirenas: vengan estas, y abajo las campanas

Merced a estos y otros insípidos chistes, con visos y pretensiones de epigramáticos, mataban el tiempo tres o cuatro mozalbetes sentados alrededor de una mesita, cubierta de tazas vacías y frascos de diversos licores, mientras el melancólico tañido de todas las campanas, como un coro de estentóreas voces, hacía un simultáneo llamamiento a la piedad de los fieles excitándoles a rogar por las almas de sus antepasados. Sucedía esto la víspera del día de difuntos; razón por la cual tan escasamente concurrido se hallaba aquel café, que fuera de los jóvenes indicados no había en el salón más que un caballero algo maduro ocupando la mesa inmediata. Parroquiano indefectible, abonado a prueba de vientos y de lluvias, de truenos y de relámpagos, cotidiano como el pan, y callado como un turco, era tan puntual en sus horas de entrar y salir del café, que habiéndolo observado uno de los concurrentes dijo: Este hombre es un reloj. - De arena, añadió Alfredo, y desde entonces con este mote solían designarle. Porque si bien los rasgos de su noble al par que severa fisonomía eran suficiente aguijón de la curiosidad, poca cosa acerca de él se había averiguado. La inventiva de los ociosos acumulaba suposiciones que al fin y al cabo venían a tierra como faltas de solidez y fundamento. Lo único que se sabía era que todas las mañanas acudía a la misma iglesia, todas las tardes al mismo solitario paseo, y al cerrar de la noche se le veía un rato en el café, donde sentado en el mismo puesto, pedía la misma taza y copa, y entre sorbo y sorbo fumaba un rico habano, sin trabar relaciones con nadie ni mezclarse en conversación alguna. Inferíase de aquí que era un hombre excéntrico y huraño con sus puntas de insociable, exacto como un instrumento de matemáticas, y metódico como un tratado de filosofía. Por lo demás la gallardía de su persona, la viveza y expresión de su mirada, y los marcados lineamientos de sus facciones, singularmente provistas de una belleza varonil, daban claro a entender que en sus mocedades estuvo dotado de pasiones vivísimas, sostenidas por el vigor de su carácter, por los atractivos de su figura, y por la fogosidad y energía de su temperamento. 

Sentado con cierta negligencia en el ángulo más retirado del café, y medio envuelto en la azulada gasa que tejían las sucesivas espirales del humo de su cigarro, no perdía sílaba de la conversación que los jóvenes, sin recatarse de él, continuaban a sus anchuras. 

- Sabéis, exclamó uno, que si ahora tuviese a mano un clerizonte, con una sencilla pregunta iba a meterle en calzas prietas? De qué diablos puede aprovechar a los muertos el romper de este modo la cabeza a los vivos? 

- Y sabe V. ya, de qué puede aprovechar a los vivos cuanto les traiga a la memoria el recuerdo de los muertos

Esta brusca interpelación con que el desconocido, sin preámbulo alguno, se entrometía en el coloquio, cosa tan ajena de sus costumbres y de la cual ningún otro ejemplo se conocía, causó tal extrañeza en aquellos jóvenes, que se quedaron como cortados y mirándose unos a otros, sin saber con qué términos ni en qué tono responder a ella. 

- Caballero, balbuceó el interpelado al cabo de algunos momentos. 

- Supongo que no van a ofenderse Vds. de la libertad que me he tomado. 

- De ningún modo. Es V. muy dueño, replicó el primero ya más animado; pero no podrá menos de convenir con nosotros que es muy cargante, muy destemplada, muy fastidiosa la serenata que nos están dando. 

- A no ser que le parezca a V. música celestial por serlo de tejas arriba? añadió otro de los interlocutores. 

- Es música que si no halaga los oídos despierta los afectos. ¡Cuántas sonatas de célebres maestros aspiran en valde a lograr tal resultado! 

- Perdóneme V. la franqueza, saltó Alfredo, que era el que más presumía de chistoso. ¿Es V. por ventura fundidor o sacristán? 

- Ni lo uno ni lo otro, respondió el desconocido con una amable sonrisa que dio más alas a sus contendientes. 

- Pues no siéndolo es extraño que se haga V. el abogado de las campanas. 

- Y no sólo de las campanas sino de las funestas ideas que excita su clamoreo. ¿Le parece a V. que tan de sobra están en la vida los ratos alegres para que todavía hayan de buscarse medios artificiales de entristecernos? 

De los pueblos cultos deberían desterrarse, a mi entender, todas estas cosas que producen sensaciones repugnantes. ¡Qué afán de contrariar las leyes de la naturaleza, en una época en que la civilización, la ciencia, las artes y la industria se muestran tan solícitas para complacerla! 

- Ya sé que la ciencia echa mano a todos sus recursos para prolongar la vida, y la civilización trata de alejar cuanto sea posible el pensamiento de la muerte; pero es preciso confesar que la muerte se está burlando de la civilización y de la ciencia. 

- Pues entonces, dijo otro de los jóvenes; no hay más sino que cada quisque tenga al canto un monaguillo que le susurre al oído el Hermano morir tenemos de los trapenses. 

Cuando el señor llegue a ministro va a echarnos un proyecto de ley para que todo hijo de vecino cave su sepultura en el jardín, o construya un sarcófago en el desván de su casa. 

- Paréceme que el asunto no se presta tanto a las bromas. Las campanas con su lenguaje simbólico...

- Para lenguaje simbólico el de un reloj de arena. 

A esta inesperada ocurrencia de Alfredo respondió una estrepitosa carcajada de sus compañeros, quienes trataron luego de reprimirla para que no se trasluciera su maliciosa descortesía. 

- No comprendo esta hilaridad, porque de veras no atino con el chiste, continuó después de una breve pausa el desconocido. Decía que las campanas, el reloj de arena, ya que el señor lo ha indicado, y mil otras cosas, quizás pequeñas y de ningún momento, por los usos a que la tradición las ha consagrado, por las aplicaciones que de ellas ha hecho la sociedad, por lo que han intervenido en las alegorías de los poetas, por lo que representan, por lo que recuerdan, en fin por la sola ley de asociación de las ideas, están dotadas de un lenguaje simbólico en que muchas veces no paramos la atención por lo mismo que es vulgar y conocido. Y ya que tocamos esta materia, si Vds. me lo permiten... 

- Caballero, si V. se propone echarnos un sermón nada diré en cuanto al tiempo; pero en cuanto al lugar me permitirá V. la observación de que es muy poco a propósito. 

- No me creo autorizado para tanto, ni he de caer en la inconveniencia de trasformar en púlpito una mesa de café. Me limitaba a referir una historia

- Una historia! esto es otra cosa, exclamaron todos a la vez. 

- Sin duda será una historia propia de este día, lúgubre, romántica,  espasmódica, horripilante. (nota: varios textos de Tomás Aguiló son del romanticismo. Hay muchos autores españoles y extranjeros representantes de esta época literaria o este movimiento literario; citaré sólo dos: Gustavo Adolfo Bécquer, Edgar Allan Poe. Pueden comparar sus escritos, tanto prosa como poesía, con los textos de este libro.)

Edgar Allan Poe, corv, chapurriau


- Una historia de aparecidos, con sus llamas de fósforo y su ruido de cadenas

- Vamos a tener el Convidado de piedra con veinte y cuatro horas de anticipación.

- Nada de todo esto: es una historia más sencilla y más moderna. 

- Mejor que mejor, atención amigos. 

Y encendiendo todos un nuevo puro se pusieron a escuchar con religiosa atención. 

Yo... dijo el desconocido, y deteniéndose un breve rato como para coordinar sus ideas, volvió a decir: Yo tenía un amigo, un amigo intimo, de cuya veracidad estoy tan seguro que me atreviera a prestar un juramento sobre su palabra, con el mismo descanso con que lo prestaría apoyado en el testimonio de mis ojos. Ni su nombre, ni su patria hacen al caso: llamémosle Federico, que lo mismo da este nombre que otro cualquiera. Hallábase en la flor de su juventud, envidiado de muchos, y viendo a muy pocos sobre quienes pudiese recaer su envidia. Pródiga con él había andado la naturaleza, y su brillante posición en la sociedad no le dejaba razón alguna de quejarse. Mozo, rico, de gallarda apostura y no vulgar despejo, reunía todas las prendas que hacen agradable el comercio de los hombres y cautivan la atención del otro sexo. En el concepto del mundo rayaba en el apogeo de la felicidad humana. Dotado de un corazón inflamable con suma facilidad y no menor vehemencia, recorría los senderos floridos del amor, cogiendo cuantas rosas lisonjeaban su vanidad o estimulaban su codicia, sin que se lo estorbasen miramientos humanos ni respetos de más elevada jerarquía. Su fuerza de voluntad, impulsada por un temperamento de fuego, arrollaba cuantos obstáculos se le oponían, pasándoles por encima con el mismo desembarazo de un jinete, que huella los cadáveres de los enemigos que su lanza ha derribado. 

Por su desgracia, o mejor por su fortuna, Federico vino a enamorarse perdidamente de una mujer hermosísima que, si bien compartía su violenta pasión, resistía a sus multiplicadas instancias, agarrándose con la desesperación de un náufrago a las reliquias de su virtud tan duramente combatida. Era esta la esposa de un antiguo amigo de Federico, hombre de alguna más edad, que habiendo hecho un casamiento ventajoso residía la mayor parte del año en una solitaria quinta, distante ocho leguas de la capital de provincia donde tuvieron lugar los sucesos que voy refiriendo. El conde, que este título debía a su mujer, entregado al mejoramiento de unas tierras que acrecentaban su patrimonio, vivía con ella, ya que no embriagado con los transportes de una pasión ardiente, habituado al menos a la calma de una regular armonía, sin que el menor recelo de una infidelidad posible viniese a turbar la paz de sus hogares. Ajeno a toda sospecha de que le cercase el menor riesgo, ningún cuidado había puesto en rodearse de precauciones. Como el muchacho de la fábula dormía sobre la fresca yerba a la orilla del precipicio; pero quizás tampoco le hubiera valido el estar despierto si la Providencia no hubiese velado por él. Porque Federico tenía tanto de sagaz como de emprendedor, y si bien es verdad que metido en una intriga amorosa no le hubiera arredrado el escándalo, también lo es que tomaba con todo esmero sus medidas a fin de impedir que sobreviniesen lances desagradables, y se conducía de manera que siempre quedaban en salvo las apariencias. Nunca había hecho alarde de calavera, y para dar valor a sus triunfos no necesitaba el ruido del aplauso ajeno. Caminaba derecho a su objeto con un aire de estudiada indiferencia, prefiriendo los senderos más tortuosos si eran los más ocultos, y entonces, si puede pasar esta metáfora, diré que ni el indio más perspicaz hubiera distinguido las huellas da sus mocasines. Para quien no le conocía a fondo Federico era una persona tan leal como inofensiva. 

Y uno de los que no le conocían a fondo, de los que ignoraban la historia de sus aventuras, y la fogosidad de sus pasiones era el conde que tan alejado vivía del teatro de sus hazañas. A la solitaria quinta situada en la frondosa y apacible ladera de una montaña no llegaban los sordos rumores que esparcen las auras de las grandes poblaciones, y este silencio monacal no dejaba de ser bastante fastidioso para la condesa que, sobrado joven e inexperta, lamentaba como perdidos en la soledad los atractivos de su hermosura, y echaba (de) menos la vida de animación y de bullicio de la cual fueron mentido presagio sus riquezas y nacimiento. Así cuando Federico llegó por casualidad a la quinta, no sólo se alegró mucho el conde por estrechar de nuevo entre sus brazos a un antiguo amigo, empeñándose en que había de pasar con él unos días, sino que también se regocijó en extremo la condesa, viendo en ello un acontecimiento que iba a proporcionarle ratos de honesta distracción de que tan sedienta se hallaba. 

Lo primero que hizo Federico fue cuidar de que no se trasluciese en su rostro ni en sus palabras la fuerte impresión que causaba en su pecho la singular hermosura que tan sin pensarlo había descubierto. Porque si bien se le encendía el corazón nunca se le desvanecía la cabeza. El amor en él era una gran calentura, pero sin delirio. Así el conde confiado como un niño insistió en que prolongase su permanencia, y le cobraba por instantes mayor afecto, y le refería el estado de sus negocios, y le daba cuenta de sus proyectos agrícolas, y sobre todo le dejaba a sus anchuras con sobra de espacio para ver a la condesa, y admirar sus gracias, y entretenerla con pláticas sabrosas, en que al principio una discreta galantería estaba tan bien entretejida de picantes anécdotas y epigramáticos chistes, que en ellas no hubiera hecho hincapié el ánimo más suspicaz y receloso. Poco a poco en las frivolidades de una conversación amena se entremezclaron cuestiones metafísicas acerca del amor, reflexiones sobre la insustancialidad de los placeres bulliciosos, calculadas lisonjas, poéticos idilios a la soledad de los campos, lamentos sobre el vacío del corazón, de tal suerte que antes de que la condesa llegase a advertirlo ya tenía el pie enredado en el lazo que tan hábilmente se le había tendido. Y no es que este lazo se le hubiese preparado a sangre fría, por mero capricho, por puro pasatiempo: Federico se había herido profundamente con el arma misma que blandía. En sus ilusiones de amante fabricábase a tontas y a locas un porvenir extraño, renunciaba francamente a sus anteriores devaneos, reconocía en su nueva pasión algo de más duradero, y ya no concebía la vida sin el amor de la condesa. Si por un momento la presencia del conde venía a echarle en rostro los preliminares de su alevosía, excusábase con la fatalidad, este Dios de los ilícitos amores. No tardó en quitarse del todo el antifaz; pero la condesa, que ya se había confesado el extravío de sus ideas y afectos, ni se atrevía a retroceder ni quería adelantar en su camino. Quería creerse infeliz, no culpable. Perjura en el corazón temía que le saliese al rostro la vergüenza de su perjurio. Federico repetía sus instancias: la condesa lloraba, pero no cedía. Entonces el astuto amante, adiestrado en esta clase de aventuras, tomó pretexto de lo primero que le vino a mano, fingió un rompimiento, juró un eterno olvido, y se marchó de improviso a la ciudad, no ratificando en su interior el solemne Adiós que sus labios proferían.

Su estratagema dio por resultado lo que él se había propuesto. El simulacro de esa retirada a tiempo le llevó a punto de obtener la victoria que apetecía. Cansado de rogar en vano, se prometió a sí mismo que en breve sería él rogado: y así fue, bien que es preciso convenir en que la casualidad favoreció sus hábiles manejos. A los pocos días de traer en la ciudad una vida cruelmente desasosegada, pero fuertemente asida a sus esperanzas, recibió de la condesa una carta en que, a vueltas de repetidas protestas de permanecer fiel a sus deberes, se confesaba subyugada por la pasión, ponderaba los tormentos de la ausencia, y le conjuraba por todo lo más sagrado que fuese a verla, a hablarla un solo momento, que fuese aquella misma noche, puesto que el conde había salido de la quinta y no regresaría hasta la tarde del día siguiente. Con la satisfacción del cazador que ve puesta a tiro la pieza que con ardor perseguía, Federico leía una y otra vez aquellos torcidos renglones, regados de lágrimas y con trémula mano escritos, aquellas sencillas e incorrectas frases que ponían de relieve los arranques y vacilaciones, las esperanzas y desfallecimientos de una angustiosa lucha, y para sí decía: "Hemos vencido. Ella cree proponerme una capitulación honrosa, y en realidad de verdad se halla rendida a discreción." Por lo mismo sin pérdida de tiempo montó a caballo y se dirigió a la quinta, apretando el paso porque había del todo anochecido cuando la carta llegó a sus manos.

- Perdóneme V. que le interrumpa, dijo Alfredo. Ya que a V. se le ha antojado bautizar al héroe de esa hasta aquí verosímil historia, ¿por qué no le ha puesto el nombre de D. Juan que tan de molde le venía? 

- Pues llámele V. D. Juan si así le parece, que para el caso viene a ser lo mismo. 

- No viene, porque teniendo ya un D. Juan Tenorio más o menos adocenado, copia, imitación o parodia del que figura en la célebre leyenda, de presumir es que más pronto o más tarde tendremos una fantasma habladora, un espectro ambulante, un qué sé yo qué cortado al estilo de la estatua del comendador, dijo otro de los oyentes. 

- No fue la estatua del comendador lo que encontró en su camino, sino el cementerio de una aldea que estaba a sus inmediaciones, prosiguió el desconocido, añudando el hilo de su narración. Por demás fuera advertir que las ideas que entonces hervían en la mente de Federico se hallaban muy poco en armonía con las que de suyo inspiraba aquel sitio, y que en él no hubiera hecho el menor alto a no dar la casualidad de reparar en una de sus paredes interiores una gran mancha de luz, una especie de óvalo de fuego que en medio de una oscuridad completa vivamente destacaba. Picóle la curiosidad, y a pesar de la prisa que llevaba, apeóse para saber de dónde procedía aquella luz en hora tan desusada y que se resistía a toda conjetura. Pero ¿qué le iba ni venía en lo que entonces podía ocurrir en aquel cementerio? Señores, ello es verdad que no pocas veces caemos en semejantes inconsecuencias. Cedemos a pensamientos repentinos, quizás opuestos a las miras que llevamos: pensamientos intempestivos, ilógicos, que por la misma razón de serlo pudieran conceptuarse de pequeños milagros, si a este nombre no cuadrase tan mal el epíteto de pequeños. Los escritores ascéticos dicen inspiraciones divinas, llámenlo Vds. si quieren rarezas humanas, que cavando un poco tal vez coincidirían las diversas explicaciones de este fenómeno. Mas dejando intacta esta cuestión vamos a los hechos. Federico arrendó el caballo, montó una pistola, se introdujo en la mansión de los muertos y descubrió que la luz provenía de una linterna sorda abandonada en el suelo a cierta distancia del muro en que se divisaba una lápida sepulcral. Trataba de levantarla para registrar aquel sitio cuando tropezó con un bulto que sentado en una piedra, envuelto en un capote, y con la frente apoyada en la palma de la mano, estaba o durmiendo o sumergido en contemplación profunda. Al grito de ¿quién va? levantó el bulto su cabeza, y con una voz que revelaba el mayor sobresalto exclamó: 

- Federico! tú? tú aquí? 

- Conde! qué es esto? Te has vuelto loco? Qué diablos te estás haciendo? 

- Y quién te ha dicho que yo me hallaba aquí? 

- Nadie, si ha sido una casualidad. Yo iba... iba al pueblo que está a la falda opuesta de esa colina, y he visto una claridad que me ha llamado la atención. Sobre que es mucha ocurrencia venir a dormirse aquí, a esas horas, con un airecillo que dejaría patitieso a un oso blanco. 

- Yo... yo he venido... balbuceaba el conde. 

- Ya se ve que has venido; pero, a qué? a qué? Mas no, vámonos de aquí, me lo contarás todo. 

- Ah! no me arranques de este sitio. Si tú supieras... no, no conviene que lo sepas. Vete, déjame. 

- Pues mira, conde, o te vienes conmigo, o me planto aquí hasta el día del juicio. 

- El día del juicio! repitió el conde con una inflexión de voz que se parecía a la del que recibe una herida. 

- Dejémonos de pataratas y gazmoñerías. A fé que nada tiene de delicioso el aprendizaje de santo, si tal es lo que estás haciendo. Es hora de dormir en blando lecho. 

- Y crees tú que cada día, que las noches todas pueda reposar tranquilo un asesino? 

- Y dónde está? Quién es este asesino? 

- Quién? Yo. 

- Tú? Válgame la corte celestial! Por dónde andarán esos molinos de viento que se te antojan gigantes? Qué lástima de meollo si se te quedan vacías las seseras!  

- No te burles. Mis víctimas están aquí. Tal vez nos oyen, porque ellas existen todavía. Ah! si la muerte acabase con todo! si fuera del polvo no quedase nada! Mas, ello no es así. Crees tú, Federico, que unos huesos carcomidos podrían 

despertar en mi corazón tan atroces remordimientos? Tendrían ese poder oculto, ese inaudito magnetismo que a intervalos me arrastra, me obliga a venir aquí a pasar la noche en medio de una espantosa lobreguez y de un silencio más espantoso todavía?

- Pero para qué? preguntó asombrado Federico. 

- Para rogar por las almas de aquellos cuya vida en flor he segado, para implorar su perdón, pará atestiguarles mi arrepentimiento.  

- Conde, conde, qué ideas son las tuyas! Es esto superstición o simpleza? 

Mira que todavía te encuentras en tu cabal juicio; mas si no lo remedias se te va la cabeza a toda brida. No te pudras por lo que se está pudriendo. El muerto a la cava y el vivo a la hogaza. Qué diablos! eres joven, eres rico, goza de la vida...

- Y después? 

- Se te ha encasquetado el después. Después será... qué sé yo qué será? Dejémoslo para cuando llegue el caso; pero ahora explícame el motivo de esta excentricidad tan inesperada. Dime qué misterio encierra tu vida. 

Te lo diré todo. Tú eres un amigo de confianza, siéntate a mi lado y escucha.

Entonces aquel desgraciado, con frases si desnudas de corrección y aliño no de sensibilidad y energía, relató brevemente a Federico una historia de amores cuyo trágico desenlace había dado origen a esta especie de trastorno mental 

que de vez en cuando padecía. Traía clavado en su conciencia un aguijón que al removerse le desgarraba el pecho con sus atroces punzaduras, y parecíale encontrar, y encontraba en efecto, pasajero alivio derramando junto a las cenizas de sus víctimas las dolorosas lágrimas de su arrepentimiento.

Esta era la terrible expiación que más adelante se impuso para calmar los accesos de su desesperación sombría. Llevado del ardor de la juventud se había enamorado ciegamente de una señorita de aquellas cercanías, tan rica de candor y de belleza como pobre en bienes de fortuna. Al verse correspondido le prometió sinceramente el casarse con ella, abandonándose a los arrebatos del sentimiento sin reparar en la gravedad de su compromiso. Creían ambos de buena fé en la eternidad de las ilusiones, cerraron los ojos a los tristes ejemplos de la inestabilidad humana, y para saborear con mayor delicia los encantos de su pasión la rodearon con las sombras del misterio. Todas estas circunstancias bastan, señores, para que no extrañéis el que la infeliz doncella atestiguase con una lamentable debilidad su amor y su inexperiencia. La pasión del conde, que todavía no lo era, siguió por algún tiempo su curso ascendente, pero pronto empezó a declinar como el sol después del medio día; porque esto ya se sabe, tras del hervor por alcanzar, viene la tibieza por haber alcanzado. La mujer amada en tanto que resiste es una reina, luego que se rinde abdica, y transformándose en sierva se expone como tal a ser despedida. Esto es lo que aconteció con la pobre muchacha. Su amante descubrió un partido sobremanera ventajoso, y resolvió aprovecharse de las circunstancias que le favorecían. El cálculo reemplazaba a la amortiguada ilusión. Al volver la vista hacia atrás ya no veía más que un capricho juvenil plenamente satisfecho; y halagada su vanidad con la esperanza de un título, tentada su codicia con la perspectiva de la opulencia, y sobre todo deslumbrado por la admirable hermosura de la condesa, que al provocador aliciente de la novedad reunía la perfección más exquisita, ni siquiera titubeó en saltar la valla que se había fabricado con sus juramentos. Estorbábanle sus relaciones amorosas, y se decidió a romperlas completamente. La incauta joven antes que la sospecha tuvo la noticia de su desventura; su amante fue a verla por última vez, y se despidió de ella para marcharse a la ciudad sin ocultarle sus ulteriores designios. Todo estaba consumado. Un rayo que hubiese caído a sus pies no le hubiera producido un sacudimiento moral más espantoso. 

Pasaron algunas semanas, y el futuro conde navegaba viento en popa siguiendo el rumbo que le trazaban sus deseos, cuando se le presentó un apuesto mancebo que esforzándose en disimular su turbación y pesadumbre le dijo: 

- Me conoce V? 

- No tengo el honor. 

- Vengo a decirle que mi hermana se halla gravemente enferma.

- Como no soy médico... 

- Pero por desdicha en la mano de V. está su salud. 

- Verdaderamente es desdicha, porque me es imposible de todo punto obrar tales milagros. 

- Imposible! exclamó el joven con un acento lleno de terror y angustia. 

- No hay que desesperarse por esto, amigo mío, ella curará sin mis auxilios. 

- Y quién sino vos puede volverle su honra? Su honra que es su vida, lo entendéis, caballero? 

El pobre hermano instó, suplicó, reiteró sus argumentos, apuró todos los recursos de su elocuencia, se echó de rodillas, derramó lágrimas; pero todo en valde. Nada pudo ablandar al pérfido amante, que habiendo logrado sofocar un primer movimiento de compasión, y aún si se quiere un recuerdo de tierno cariño, parecía revestido de una coraza impenetrable a todos los tiros. Entonces en el pecho del joven la indignación se sobrepuso al dolor, y estalló en expresiones que lastimaron el orgullo de su antagonista, quien aprovechando la ocasión de dar otro sesgo a la enojosa plática, con aire ceñudo le contestó: 

- Caballero! cuando a mí no me hacen mella los ruegos, creéis que podrán intimidarme las amenazas? Si acudís al amparo de las leyes, dónde están las pruebas? Si preferís otro terreno...

- Dónde están mis armas? vais a decir. Vos conocéis su manejo, y yo no conozco más que el de los libros. Vos sois un excelente tirador, y yo un mero licenciado en jurisprudencia. Pero, porque os ha dotado Dios de fuerza en la muñeca, creéis que ha de seros lícito atropellar a débiles mujeres, a hombres pacíficos e inofensivos? No es verdad que sería un hecho heroico, después de haber ultrajado a mi infeliz hermana, dejarme a mí, su único apoyo, tendido en el campo, o lisiado siquiera para que toda la vida os agradeciese el favor de no haberme asesinado? Ah! bien lo conozco. Seguro de una fácil victoria os gustaría armar un escándalo, para que todo el mundo rastrease el motivo y llegase a ser público lo que sólo ahora vos y yo conocemos. No, no ha de ser así.

Y volviendo de repente la espalda cogió el sombrero y se marchó.

Respiró el conde, y al ver que pasaban días sin que le importunase de nuevo el mancebo, llegó a persuadirse que su hermana se había resignado a su triste suerte, y con esta convicción postiza trató de justificar su dureza y olvido. 

En cuanto a los gritos de su conciencia no tenía tiempo de oírlos embelesado con los suaves acentos de su futura. Pero al cabo de un mes hallándose en un café se le acercó el joven a guisa de aterrador espectro, y sentándose a su lado con sosegado rostro, con ademán indiferente, y con una inflexión de voz que no revelaba la menor emoción le dijo al oído: 

- Mi hermana se encuentra ya moribunda. 

- No será tanto. Sería mucha ocurrencia la de morirse por una cosa de que se tropieza con un ejemplar a cada paso. No le prometí un dote bastante crecido?  

- Oro? 

- Pues qué más quiere? 

- Vuestra mano. 

- Esto nunca. 

- Es vuestra última resolución? 

- La última. 

- Está bien. 

Comprendió el conde que aquella calma aparente era más horrible que la tempestad más deshecha, y para salir del aprieto llamó a un compañero y le dijo: vamos a echar un tresillo? 

- Con mucho gusto, respondió el otro, que era un capitán de artillería. 

- Entonces Vds. me harán el obsequio de permitirme que les sirva de tercero, saltó el letrado. 

- V. no podría menos de honrarnos con ello, repuso el capitán. 

El conde se estremeció conociendo que la buena educación no le permitía negarse a su demanda. 

Solos en un gabinete del café entablaron la partida. El joven jugaba como si a duras penas conociese las leyes del tresillo, cometiendo torpezas inexplicables que después trataba de justificar con argucias incomprensibles, y quejándose a menudo con groseras imprecaciones de la mala suerte que le perseguía. 

El capitán no veía en aquello más que ignorancia del juego, falta de mundo y sobra de apego al dinero; pero el conde, sobre quien recaían las ganancias, creía dar más en el blanco atribuyéndolo al despecho, que naturalmente debía haberle acalorado la sangre y perturbado la cabeza. Hubiera preferido perder para dispensarse de continuar la partida; pero hizo la casualidad que una vez arrastrase de espada, y el joven sirviendo con la mala, que sola se había dejado, se levantó enfurecido y despidiendo chispas de sus ojos exclamó: 

- Me está V. mirando las cartas, y, voto al diablo que no es esta la vez primera. 

- Quién? Yo? respondió el conde desconcertado con aquel apóstrofe tan imprevisto como absurdo. 

- V. ¿Cómo no ganar viendo las cartas del contrario? Se figura V. que me caliento los cascos revolviendo expedientes para que me pillen así el dinero? 

Yo no me valgo de fullerías; pero trato así a los que de ellas se valen. 

Y diciendo y haciendo cogió una baraja y la tiró al rostro de su enemigo. 

- Infame! gritó el conde fuera de sí. 

- V. me llama infame? V.? sería V. capaz de repetir esta palabra clavando sus ojos en los míos? 

El conde inclinó su vista al suelo mientras su adversario, pasando con una rápida e incomprensible transición del furor a la calma, dijo:

- El mal está hecho; pero, oiga V., yo no soy de los que se vuelven atrás. Esta noche mis testigos irán a recibir las órdenes de V. 

- Se entenderán con este caballero y un amigo suyo, dijo el conde con temblorosa voz señalando al capitán, y volviéndose más pálido que la cera. 

- Qué prisa lleva V.! dijo el capitán. 

- Le parece a V. que no hacen daño las cartas? replicó el joven. Y si son de amores! añadió después riéndose de una manera extravagante. 

- Pues si esto no tiene otro remedio, continuó el capitán, sepamos qué armas prefieren Vds. 

- El sable... el florete... dijo el conde con el tono de un sentenciado a quien diesen a escoger el género de muerte. 

- Qué sables ni qué floretes? Sería yo capaz de cogerlos por la punta. Oh! no. 

El juicio de Dios. La pistola, dijo el joven reproduciendo su siniestra carcajada. 

- Sea pues, dijo el conde con voz apenas perceptible. 

Encaminándose la mañana siguiente a un lugar solitario díjole al conde uno de sus testigos: He sabido que este joven hace quince días que desde el amanecer hasta que falta la luz, se está ensayando en el tiro de pistola, y de cada diez 

veces que dispara acierta nueve en el blanco. Es menester ir con cuidado y no pararse en chiquitas. 

Llegado al sitio mientras los padrinos arreglaban los preliminares, acercóse el joven a su adversario y le dijo: 

- Voy a pediros perdón de rodillas, voy a desdecirme públicamente de mi suposición calumniosa, voy a ser tenido por ruin y cobarde, voy a daros mi honra por la de mi hermana, si me prometéis casaros con ella. 

- Es imposible. 

- Pues entonces matar o morir. 

Aproximándose entonces a los padrinos, dijo el capitán: 

- Vamos a ver quién debe tirar primero. 

- Decídalo la suerte, se apresuró a decir el mancebo. 

- Decídalo la suerte, repitió el conde como un autómata. 

El de artillería sacó un duro del bolsillo, y el joven exclamó: Cruz. 

Y tirada al aire la moneda, el capitán miró al suelo y contestó: Cara. 

El joven se llevó la mano a la cabeza, se arrancó un mechón de cabellos, y se plantó como un poste en el punto señalado. El conde empuñó el arma fatal: temblábale el pulso, pero la inminencia del peligro prodújole una reacción bastante poderosa para afianzar el brazo, y disparó a la seña convenida. Su adversario cayó redondo como que la bala le había atravesado el corazón. 

- Fatalidad! murmuró el vencedor arrojando la pistola cual si el fogonazo le quemara la mano. 

- Ha sido una desdicha, pero os habéis batido en regla, dijo uno de los padrinos del letrado. Pobre amigo mío! Aquí no hay más sino cerrar el pico, echar tierra al asunto y meter ese cadáver en el coche para llevarlo a su pueblo, donde mi amigo, que ha muerto como Vds. saben de una apoplegía fulminante, me indicó deseaba ser enterrado. 

Así se hizo. El sangriento drama fue relegado al olvido antes de pertenecer al dominio público, y a los pocos días la abandonada joven yacía al lado de su hermano, y su pérfido amante entre los esplendores de la pompa y las emociones del placer recibía al pie de los altares la mano de la condesa. 

- Diávolo! exclamó Alfredo. Por dónde se nos ha descolgado el D. Juan Tenorio! Quién había de figurarse que tal sería este conde Dirlos, este marido agricultor con todos los síntomas de predestinado! 

- Pues ya que tan liso y llano se confesó con Federico, añadió uno de sus compañeros, es claro que este no dejaría de imponerle la penitencia que de antemano le tenía preparada. 

- Bien merecida tenía la condecoración siquiera por sus hazañas anteriores. Por mi fé que peor librados salieron de sus manos el jurista y su pobre hermana. 

Esta circunstanciada al par que trágica narración, prosiguió el desconocido, a tales horas y en tal sitio hecha, no pudo menos de impresionar vivamente a Federico. La decoración de la escena tenía por fuerza que aumentar el terror del drama. Referida por mí está muy lejos de producir una mínima parte del efecto que debió de causar el oírla de los labios mismos del protagonista. 

Bien comprendió Federico que si algún desconcierto había en el cerebro del conde, que si una extravagancia era lo que estaba haciendo, no dejaba de tener motivo con que disculparla. Comprendió que si las leyes del mundo podían absolverle, podía haber también un tribunal superior menos condescendiente que no confirmase el fallo absolutorio. Comprendió que estaría muy fuera de su lugar un tono de ligereza y de ironía, y por lo mismo con las mejores razones que supo trató de consolarle, y sobre todo de arrancarle de aquel sitio. Ofrecióse a torcer su camino, según decía, y acompañarle hasta la quinta; pero el conde repuso que no quería ir allá hasta sentirse con el espíritu más tranquilo, y que necesitando tiempo para lograrlo pasaría el resto de la noche y todo el día siguiente en la posada de un pueblo cercano, puesto que ya conocía la duración ordinaria de aquellos accesos de fiebre moral que a intervalos le atacaba. 

- Mejor que mejor, dijo para sí Federico, que no había renunciado a sus proyectos. 

Entonces el conde alzando la linterna buscó y cogió una agalla de ciprés que entregó a Federico diciéndole: 

- Toma esto. Los años que te llevo dan cierto derecho a mi amistad para tener algo de paternal con respecto a ti. Te he confiado mi historia; que a lo menos te sirva de lección y escarmiento. Si alguna vez por desdicha te ves acosado de un mal pensamiento, si te empuja alguna pasión desreglada, consulta esta pequeña nuez. Tráigate ella a la memoria no mis crímenes sino mis remordimientos. Llévala siempre contigo: escucha su lenguaje simbólico, que sin duda será la voz de tu ángel bueno. 

Federico no vio en aquello más que una puerilidad supersticiosa, y echándosela maquinalmente en el bolsillo se dirigieron ambos a una encrucijada donde cada uno tomó por diferente camino. 

Impaciente por recobrar el tiempo perdido Federico hincaba la espuela en su cabalgadura; pero su acelerado movimiento no bastaba ya para sacudir las ideas y sentimientos de diverso origen que en su mente se empujaban y revolvían. Pugnaba por fijarse en el objeto de su pasión; pero la seductora imagen de la condesa no ocupaba ya sola su pensamiento. Retratábanse en su fantasía las escenas que había oído y las que acababa de presenciar, y por más que tachase estas de exageración no podía dejar de creer en la existencia de los remordimientos. Y ¿qué significaría el remordimiento en un sistema en que se prescindiese enteramente de las verdades de un orden sobrenatural y religioso? Federico no era un incrédulo: su escepticismo no pasaba de práctico. 

En la disipación de su vida, o a causa de ella, sus creencias estaban profundamente dormidas, pero no muertas. Lo que había visto fue una especie de sacudida que las despertó. Así es que empezaron a asediarle serias consideraciones que por su misma novedad se le presentaban con mayor energía. Y para desembarazarse de ellas saboreaba de antemano los placeres que le prometían sus esperanzas. En tal sazón hubiera querido ser ateo; hubiera querido poder negar a Dios, negar la virtud, negar el alma: hubiera querido ser todo carne y hueso, pero conocía que no lo era. Trabada y encarnizada esta lucha en su interior, llegó a lo alto de una colina, y parándose un momento descubrió a lo lejos una débil luz que brillaba al través de los cristales de la cámara de la condesa. Me espera! me espera! exclamó entusiasmado. Este es mi Rubicón: Jacta est alea. Y como si creyese que arrojaría de una vez todos los pensamientos que le incomodaban arrojando la nuez que en el bolsillo tenía, sacóla con ánimo de hacerlo; al estrecharla temblóle la mano, y las palabras del conde resonaron en su memoria. 

No, dijo: no quiero desoír la voz de mi ángel bueno. Y torciendo las riendas volvióse de espaldas a la quinta, ahogó un suspiro, guardóse la nuez y clavando las espuelas en los ijares del caballo desandó su camino más que nunca cabizbajo y pensativo. 

Un acto de valor no siempre es suficiente para alcanzar una victoria completa. Federico traía dentro de sí a su enemigo, y no había bastante con un solo golpe para vencerle, para destruirle y anonadarle; a mas de que, herirle era desgarrarse con sus propias uñas el corazón. Su lucha era de todos los momentos. Si mil veces se felicitaba, también mil veces se arrepentía de haber cedido a la voz de la maldita agalla, como él decía, revolviéndose contra ella, como el perro contra la piedra que se le ha tirado; pero las escenas cifradas en ella no se despintaban de su memoria, y a favor del tiempo y de la ausencia es preciso confesar que su funesta pasión iba de vencida. Aconteció en esto que por cumplir con los deberes de su jerarquía se vio obligado a concurrir a un sarao, sin que le ocurriese la menor sospecha de que allí encontraría a la condesa. Verla, volverse de cien colores, sentir un estremecimiento nervioso en todo su cuerpo, conocer que se le abrasaban juntos el corazón y el rostro, y perder el dominio que sobre sí mismo ejercía fue todo obra de un momento. Cómo resistir a ese ataque inesperado? La hermosura de la condesa siempre deslumbradora, lo estaba entonces cien y cien veces más por la riqueza y el gusto de sus joyas y atavíos. Federico salió del salón, volvió a entrar, quiso salir de nuevo, se metió entre el concurso, entabló coloquios con sus amigos; pero sus ojos permanecían fijos en el bellísimo rostro de la condesa. La fascinación era completa. Entonces las argucias de la pasión le demostraron como acto indispensable de buena educación el acercarse a saludarla, y lo hizo, y ella le contestaba con monosílabos sin poder disimular la indignación que en su pecho hervía. Comprendió Federico que el afecto de la condesa no se había desvanecido, y esperó de nuevo su codiciado triunfo. Le pidió la primer contradanza, y ella con visibles muestras de disgusto, aunque con voz temblorosa, le dijo que estaba comprometida. Mas al pronunciar Federico las primeras palabras para despedirse, ella le dijo: Ah! no, no es esta, me equivocaba, admito el obsequio. Federico se hallaba en la gloria: creía haber pasado esta vez el Rubicón. Terminada la contradanza oyó a la condesa que en voz baja le decía: “sois un mal caballero, sé que mi carta llegó a vuestras manos, necesito explicaciones." Iba a contestar pidiendo una cita; pero cabalmente su mano rozó con el bolsillo del chaleco donde traía la agalla de ciprés, y acordándose instantáneamente de su historia dijo: "Condesa, no debemos vernos más en la tierra." Y en efecto así sucedió, saliendo Federico inmediatamente del salón del baile, a los pocos minutos de la casa, y a las pocas horas de la ciudad en que esto aconteciera. 

Callaba el desconocido, y al cabo de un rato uno de los jóvenes saltó diciendo: 

- Paréceme que V. será partidario de la filosofía que admite grandes efectos como resultado de pequeñas causas? 

- No he parado mientes en la filosofía de esta historia. Si algo probase sería una vulgaridad, la del simbolismo que cabe en cosas tan pequeñas e insignificantes como esta. Y sacándola del bolsillo, echó sobre la mesa una seca y resquebrajada nuez, que cogieron y miraron aquellos jóvenes con respeto como si fuese una reliquia santa. 

- Ya lo veis, señores, continuó el desconocido, esto, prescindiendo ahora de más elevadas consideraciones, preservó a mi amigo de crueles remordimientos, o de una desgracia peor todavía, que es la de no sentirlos habiendo dado motivo para ello. 

- Y cuál es la gracia de V.? preguntó Alfredo. (Cómo se llama?)

- Blas de Valdivieso para servir a Vd.? (hay interrogante)

- Blas! nombre poco poético. Ahora comprendo... 

- Bah! ignora V. el proverbio francés: Le nom ne fait rien a la chose? repuso el desconocido a quien ya podemos llamar D. Blas, o si se quiere Federico. 

Y recogida la nuez saludó cortésmente, salió del café, y puesto el pensamiento en aquella pequeña bolita, de la que el Señor se había valido para romper su cadena de liviandades, y preservarle de nuevas y graves culpas, exclamó en su interior: Bendita sea! quia eripuit animam meam de morte, oculos meos a lacrymis, pedes meos a lapsu. 

(el autor escribe este latinajo con tildes: quia erípuit ánimam meam de morte, óculos meos à lácrymis, pedes meos à lapsu)

domingo, 17 de octubre de 2021

LA POESÍA CONTEMPORÁNEA EN MALLORCA.

LA
POESÍA CONTEMPORÁNEA


EN
MALLORCA. (*)



(*)
El autor escribió este artículo en el año 1861; y si bien en
aquella época los poetas que menciona lograron colocar su nombre en
elevadísimo puesto, no habían dado a luz todavía las obras que
después han robustecido su fama, extendiéndola muy merecida por el
continente; ni los trabajos de la nueva pleyada (pléyade)
con que se honra el país, enriquecían a la sazón el repertorio de
la poesía balear.
Tomás Forteza, hoy Maestro en Gay saber, no
dotaba aún la literatura indígena con ninguna de las composiciones
que más tarde le han valido el honroso título que le expidiera el
Consistorio de los Juegos florales de Barcelona. Dedicaba, sí,
Antonio Frates con fruto sus ocios al cultivo de la poesía, pero sus
versos, escritos por vía de pasatiempo, no pasaban al dominio
público. Si Pedro de Alcántara Peña se distinguía por su
perseverante afición a las letras, las justas literarias del
principado catalán no le habían una y otra vez proclamado vencedor.
Tampoco eran conocidas las robustas odas con que Gabriel Maura ha
acreditado su rica y poderosa imaginación; ni daba a la estampa
Bartolomé Ferrá (BARTOLOME FERRA en el original) sus donosas
concepciones en un volumen que el pueblo saborea con avidez por el
gracejo de su frase natural y gráfica y el vivo colorido de sus
pinturas. De RAMON PICO, tan ventajosamente juzgado en Barcelona por
sus poesías líricas, como aplaudido en el teatro catalán, no era
sabido el nombre siquiera: y tantos jóvenes distinguidos como Juan Alcover, Miguel Zavaleta, Miguel Costa, José Tarongi (Taronjí en
el libro editado por mí Lo trovador mallorquí)
, Gerónimo Forteza, Mateo Obrador, Juan Bautista Enseñat, Juan Luis Estelrich y
otros, no tenían aún demostrado lo mucho que Mallorca puede esperar
de su aplicación y de su talento (todo lo contrario a Gabriel Bibiloni). - Los más de los poetas de la
isla han tomado una parte muy activa en el renacimiento de las
letras catalanas
, y con tan buena fortuna, que han compartido
con los vates del principado los honores del triunfo, no sólo en los
juegos florales, sino en los demás certámenes celebrados en
Cataluña, cabiéndoles no poca gloria en la resurrección de la
patria lengua.

(En los textos de Guillermo Forteza
leemos varias veces lemosín, lemosin, lemosina. El catalán siempre fue un dialecto occitano, y para decir sí afirmativo usaban las
variantes OCcitanas: hoc, oc, òc, och
)

Creemos, pues, que si
favorable es el juicio que formara nuestro autor, en 1861, de la
poesía contemporánea en Mallorca, lo fuera doblemente hoy, que
nuevos poetas de valía y nuevas obras de los ya entonces conocidos,
colocan a la provincia entre las más aventajadas en literatura. Mas
ya que nuestro malogrado autor, arrebatado tan prematuramente a su
país, no ha podido adicionar este su artículo, como requería el
incremento de la poesía en el suelo balear, véase siquiera lo que
estampa el distinguido literato catalán D. Joaquín Rubió y Ors en
uno de sus más notables trabajos sobre el renacimiento de las letras
en Cataluña
:
- De Mallorca, dice, cuyos hijos debían algunos
años más tarde poner a tanta altura la bandera donde en campo
rojo y amarillo
ostentase la hermosísima divisa de nuestros
juegos florales, nos llegaron los primeros y, por ser de fuera, más
estimados refuerzos. A la manera que se cruzan en medio del ancho
canal que los separa las miradas que parecen mútuamente dirigirse el
elevado Puigmajor y el riscoso Montserrat, cruzáronse los cantos que
allí exhalaban sus poetas con los acordes que de sus liras
arrancaban los nuestros.” - En suma, para formarse una idea más
cabal de lo que va apuntado, puede verse la colección titulada Flors de Mallorca, publicada en 1873 por Gerónimo Rosselló, que
contiene la mayor parte de las poesías mallorquinas premiadas por el
Consistorio barcelonés desde su institución, y notas biográficas
de cada uno de los poetas que en ella figuran.
- N. del E.
(Gerónimo Rosselló también aparece como autor, poeta:

FLORS DE MALLORCA. POESÍES DE AUTORS VIVENTS, PREMIADES LES MES EN LOS JOCHS FLORALS DE BARCELONA. ESTAMPA
DE PERE JOSEPH GELABERT.
1873. En esa época de
Renaixença, la catalanización de estos autores baleares es bien
tangible. También se propagó esta enfermedad nacionalista a otros
autores españoles, y a los franceses del Felibrige, con Frederic Mistral como cabeza).





I.


Si
espectáculos hay siempre antiguos y siempre nuevos que levanten el
ánimo a la más soberana alteza del pensar y del sentir, que le
hagan saltar las murallas del tiempo y espaciarse por las regiones
del infinito, morada eternal de toda luz para el espíritu, de toda
serenidad y contentamiento para el corazón; uno de ellos es, sin
duda, el de la naturaleza no domeñada por la mano avasalladora del
hombre. Lejos está la primera impresión que este espectáculo nos
causa, de lisonjear nuestro orgullo, pues el alma, bajo la pesadumbre
de una sublime y temerosa emoción, siente flaquear sus fuerzas, la
conciencia de nuestra tiránica personalidad, suelta temblorosa el
cetro de su señorío, y la materia frágil que nos aprisiona se
anonada ante la inmensidad de la materia universal, gloriosa,
triunfante. Pero la esencia divina del espíritu no le permite
prolongar su homenaje a la materia, por ostentosa que se presente; la
majestad perecedera de la naturaleza le rememora la suya inmortal, y
ambas le avivan el seso para encaminarla derechamente al principio y
fin de todo lo grande, al asiento de toda majestad. Entonces dos
serafines purísimos toman sobre sus alas al serafín prisionero, la
gratitud у el amor elevan al alma, y rotas las cadenas que a la vida
real la sujetaban, pronto deja atrás a las alondras, a los cóndores,
a las águilas caudales, piratas de los espacios y amigas del sol, y
atravesando los mundos como flecha disparada, sólo se detiene a las
plantas bendecidas del Hacedor supremo.


Uno de
los países en donde puede a sus anchuras saborear el alma
este linaje de fruiciones altísimas, es en la Isla de Mallorca,
paraíso de sus naturales y admiración de cuantos la visitan. Bajo
la sonrisa tutelar de un cielo trasparente, sonríe también al
viajero esta ondina del Mediterráneo, atrayéndole ya desde lejos
con sus virginales aromas y convidándole a gozar la apacibilidad de
su clima, la hermosura de sus vergeles y regadíos y el accidentado
panorama de sus paisajes. Enriscados montes la ciñen, sus cumbres
enlazadas entre sí por los fraternales brazos de mil ondulosas
colinas, ora dibujan la gentileza de sus azulados perfiles en el
fondo de un azul más claro, ora envueltas en el misterio de nieblas
plomizas, engañan el deseo de la impaciente mirada. Bosques y
encinares las coronan, y sólo en las faldas se atreve el humildoso
cultivo a desplegar el modesto lujo de sus almendros, la ufanía de
sus viñedos, el fruto sacro de sus olivos, las estrellas de plata y
las pomas (“Taronjí: Esclatar en esmelts de noves
pomes.
”) de oro de sus opulentos y codiciados naranjales (ver
ses teronges en youtube, de Miguel Montero, y los poemas de Taronjí:
Sóller “
Ab los
taronjerals enjogassada”
y la mort dels taronjers: “Desde´ls horts de taronjes y de pomes).

El caserío trepa unas veces de loma en loma
cual si afanoso buscase aires más puros y más pintorescas atalayas,
otras se desbanda por las laderas, en vistoso desconcierto, como
rebaño de ovejas asustadizas, o ya despeñándose se agrupa en
hondos valles como familia bien avenida que no acierta a vivir
separada.
(Al voltant d´un caseríu, A dins la vall recolzada... Joseph Taronjí, A la vila de Valldemossa.)


Si
no conociésemos por experiencia propia lo mucho que el hábito
amengua el hervor de nuestros más entrañables afectos y el alcance
de nuestras más vivas sensaciones, imposible nos fuera comprender
como el perenne aspecto de una naturaleza llena de original y salvaje
poesía, no ha infundido en el carácter general de los mallorquines
algo del tinte poético que avalora las bellísimas tradiciones de
sus montañas y aldeas, el ritmo fundamental de sus cantos populares
llenos de grave o tierna melancolía y no escasa parte de sus
costumbres. La imaginación popular de estos bienhadados isleños,
lejos de brillar por la exuberante fecundidad y volubilidad
chispeante de otros países meridionales, parece siempre
contrapesada por el lastre de una reflexión instintiva y de un
cariño nada platónico a la vida material en el círculo angosto en
que acostumbran concebirla y practicarla. Medianamente inclinados a
idealizar la realidad, cifran (Cifre es apellido corriente en ses
illes, como el de mi amiga desde Paderborn: Na Malena de Pollentia :
Pollença, Pollensa
) en ella la mayor suma de felicidad asequible
acá en la tierra. Por esto un vago instinto de repulsión les hace
rechazar todo carácter anovelado, toda aspiración que tienda a
trastornar el mezquino y rutinario orden de cosas que satisface por
completo sus necesidades morales. Tal vez la raza árabe que
tanto tiempo fue dominadora de la isla, ya que no hizo herederos a
sus naturales de los tesoros de su oriental y prodigiosa
fantasía, logró embalsamar para siempre su carácter y perpetuar en
él su somnolencia moral, su
retraimiento, su silencioso quietismo y todo el seráfico conjunto de
sus virtudes sociales. De otra parte una invencible timidez, no
desnuda de modestia ni destituida de recelo, enfrena los
esfuerzos expansivos del corazón. Acallemos con férrea mano las más
apasionadas simpatías del nuestro y digamos toda la verdad. El
carácter general de los mallorquines, no sólo carece de poesía, no
sólo se identifica sobradamente con la realidad, no sólo tributa un
culto interno a las pequeñeces de la vida práctica, sino que carece
de iniciativa colectiva y es hasta cierto punto refractario a todo
progreso social.


Veamos
ahora cómo se destaca de ese carácter general el de los poetas
contemporáneos de Mallorca
.




II.


Pocos
pero de valía son los poetas con que hoy puede enorgullecerse
Mallorca. Por un elevado sentimiento de justicia, todos ellos
conceden el puesto de preferencia a Mariano Aguiló (Marian,
Marià
). Como esos árboles avaros de hojosas bizarrías que,
engañando por algún tiempo las dulces esperanzas de su dueño y
nada cuidadosos en halagar su deseo con la vana ostentación del mal
sazonado y primerizo fruto, en día memorable lo desplegan
riquísimo y bello y abundoso, después de haber ajuntado en la
oscuridad tesoros de fecunda savia, así el nombrado poeta apareció
de repente a los ojos de sus conciudadanos.


Ignorada
de todo el mundo y apenas rastreada por algún amigo, creció y se
fortificó su vocación poética en el misterioso cenáculo de un
alma tan pura como de recio temple, sin ninguna de esas influencias
académicas más o menos legítimas, pero que lejos de prestar un
amoroso arrimo a la inspiración juvenil, suelen arrancarle su
espontaneidad, desnaturalizarla y falsearla. El sentimiento intuitivo
de la verdadera poesía que, desde sus más verdes años, ardía
esplendente en el pecho de Mariano Aguiló, pudo así conservar
intacta esa aureola de pudor y de dignidad que una pureza ejemplar de
costumbres, envidia y admiración de cuantos le conocen, ha concluido
por hacer ordinaria, habitual, inestimable. Por su fortuna como
hombre y como poeta, desde las santas fruiciones del hogar doméstico,
desde la dulce tutela de una familia, dechado de honrados procederes,
desde la influencia angelical de una madre tan inteligente como
tierna, pasó al trato intimo, a la confraternidad intelectual más
estrecha con D. Pablo Piferrer. Al calor de este espíritu
sublime, gloria insigne de Cataluña, regaladamente se desarrolló la
irresistible vocación poética de nuestro paisano; cobró bríos su
sentimiento artístico, se acrisolaron sus aficiones y simpatías
literarias, y tomó un carácter definitivo de originalidad su ya
entonces robustísima inspiración.


Precozmente
encariñado por la poesía popular, largo tiempo hace que cifra en
ella sus más escondidos y nobles deleites. Cazador infatigable de
tradiciones y cantos populares, va a sorprenderlos en el fondo de las
rústicas aldeas, en lo alto de los más encumbrados montes, y con
sabroso recogimiento las escucha y trascribe de boca misma del niño,
de la aldeana, de las viejas, del hosco y casi salvaje pastor. Las
incomodidades de penosas excursiones, el desvío montaraz con que la
gente rústica acoge no pocas veces las insinuaciones y súplicas del
poeta, la codicia de unos, el desdén de otros, la fría y estúpida
indiferencia de muchos, nada le retrae del objeto constante de sus
fatigosos desvelos. De tan difícil y aun arriesgada manera y al cabo
de años y a fuerza de inquebrantable celo ha podido Mariano Aguiló
acopiar una colección de romances lemosines verdaderamente
asombrosa, y cuyo valor histórico, literario y filológico es
incalculable. Los sinceros amantes de la poesía popular en Alemania,
en España, en Portugal, en Francia, aguardan con el más vivo
interés la publicación de tan inmenso tesoro. En él ha sabido
encontrar Mariano Aguiló un auxilio natural y poderoso de sus
propias concepciones, y un manantial de vida para comunicarla
fecundante a su numen. Dotado de una imaginación lírica tan
esplendorosa como la de Moore y de Heyne, nunca la tiene exuberante y
manirrota como la mayor parte de los líricos españoles modernos.
Tampoco se entretiene, como muchos de ellos, en atestar de adornos
baladíes la trivialidad jactanciosa, o la enfermiza raquitiquez
de concepciones mal nacidas y peor alimentadas. Esta intuición
infalible, que es el carácter supremo de las inteligencias
extraordinarias, lo hace ser sabiamente avaro de su patrimonio
poético. Además, una razón siempre en alto, sabe moderar como
habilísimo jinete a un corcel árabe rebosando fogosidad, los
arranques de una fantasía lozaneadora. El lirismo de Mariano Aguiló
encarna en lo vivo del corazón humano, es psicológico, profundo,
trascendental. Esta sobriedad resplandece más todavía en las
poesías exclusivamente populares del poeta balear. Quien haya leído
las pocas composiciones que ha publicado, todas versificadas en el
más clásico lenguaje lemosin, A Dios, El entendimiento y el
amor, Don Alfonso de Castelnegro, A un ciprés, A la traslación del
Archivo de la corona de Aragón, Una visita a los muertos, y
Esperanza, más aún si ha leído sus composiciones inéditas, no
encontrará ciertamente desmesurados nuestros elogios: sólo él,
dechado de veraz modestia, podrá encontrarlos inmerecidos. (*)


(*)
Si justos son los elogios que tributa el autor a este poeta de
privilegiadísimas dotes, hoy es poco cuanto se diga para encomiar
sus trabajos literarios, asiduos sobre toda ponderación, y
encaminados a colocar la literatura catalana
(Guillermo
Forteza usa:
lenguaje
lemosin, varias veces, 8 líneas más arriba, p.ej.
Gerónimo
Rosselló publica las obras rimadas de Ramon Lull, sí, con L al
principio y ll al final, en “idioma catalan-provenzal”
)

en el alto pedestal que le corresponde (un dialecto occitano
en un pedestal; cuándo estará la lengua manchega, o la lengua
extremeña, o la lengua gaditana, etc, en el mismo pedestal? Cuando
tengan tanto dinero como los catalanistas para gastarse en su
promoción
).
A pesar de que son más que suficientes las
composiciones que tiene publicadas para concederle puesto, y no poco
elevado, entre los mejores líricos de España, es sensible que lo
que inédito conserva, así permanezca, en menoscabo de su gloria y
de la literatura, y más aún del renacimiento de la catalana,
que necesita obras en que aprender y modelos que imitar.
Mariano Aguiló es en realidad un ardiente entusiasta por la
lengua de los almogávares
, y a ella puede decirse tiene
consagradas todas sus facultades, toda su existencia, dedicándose a
tan perseverantes estudios y a investigaciones filológicas
tan detenidas, emprendiendo trabajos de tal magnitud, que sólo con
largos años de vida alcanzara llevarlos a término. Es por todos
conceptos importantísima la colección de romances populares
de que habla el autor (Guillermo Forteza), y que a fuerza de
diligencia y de penosas excursiones, tiene recogida en las diferentes
provincias
que formaron la nacionalidad catalana. (Los
paísus cagaláns, PPCC actuales
)

El extenso y razonado
catálogo de las obras impresas en catalán desde la invención
de Guttemberg (la imprenta) hasta nuestros días, premiado por
el gobierno, es una obra cuya impresión, empezada ya, debiera
concluirse, porque es realmente la mejor clave, la guía más segura
para emprender el estudio de la lengua. El Diccionario, que
tan adelantado tiene y tan rico promete ser, que representa dilatados
años de trabajos ímprobos, (no es el DCVB de Alcover) no
debiera hacerse esperar más, por lo mucho que ha de contribuir a la
restauración gloriosamente empezada, y a fijar el mismo idioma
a cuyo cultivo tantísimos se dedican. Y por fin sus colecciones de
refranes, de cantares, de navidades, de cuentos populares y otras
muchas, forman un inapreciable caudal que es lástima no puedan
saborear y estudiar todavía los amantes de la literatura patria.
Hoy es Aguiló Maestro en Gay saber, por haber alcanzado los tres
primeros premios de reglamento en los Juegos florales de Barcelona,
(año 1866) y ocupa el cuarto lugar entre los que han obtenido este
título; dirige además la Biblioteca Catalana, preciosa
colección de obras clásicas de nuestra literatura
indígena
, en la que colaboran los catalanistas Amer
y Rosselló, y el entendido bibliotecario Bartolomé
Muntaner
; y por último publica en caracteres góticos un
precioso cancionero que, por su especialidad y condiciones
tipográficas, forma a la vez las delicias de los literatos, de los
anticuarios y de los bibliófilos. Es de desear que estas
publicaciones se terminen, y vean pronto la luz tantos trabajos
inéditos, para que todo constituya la copiosa fuente en que pueda
beber nuestra juventud estudiosa, (sobre todo los de “jovent”)
ávida de conocer las cosas de su país y lo que nos ha legado
el genio de nuestros abuelos. - N. del E.

Tres cuerdas
principales tiene la lira de Tomás Aguiló: tristeza, amor,
aspiración cristiana (falta la cuarta, el dinero catalán).
Víctima resignada de injusticias sociales (Espanya ens roba)
que debe rechazar altamente todo pecho noble, ha reconcentrado en el
suyo un caudal de infecundas lágrimas (els pluramicas catalans)
que ha ido derramando en sus versos quejumbrosos. El carácter
sigiloso del poeta, ha contribuido a hacer crónica esta pasión en
sus composiciones poéticas, pues sin este desborde tan higiénico
como literario, no es dudoso que se hubiese convertido en sauce
llorón (ploramiques), aumentando así la ya pingüe colección
de las metamorfosis mitológicas. Esta tristeza desnuda de energía y
dignidad, fatiga y aburre en lugar de despertar simpatías generosas.
Sólo cuando el sentimiento religioso la ilumina con la luz de sus
consolaciones inefables, logra interesar y conmover. Así acontece
con su bellísima poesía Resignación, que aparte de algunos lunares
de forma, es una elegía deliciosa. El amor tal como lo concibe el
autor de las Rimas varias, podrá ser recomendable bajo el punto de
vista moral, pero mucho dudamos que sea poético. Una frase benévola
del objeto amado le hace el más feliz de los mortales, sólo lo que
pide es una mirada, una sonrisa. De todo podrá tacharse a este amor
menos de exigente, y a fé no comprendemos cómo la Dulcinea o
Dulcineas de nuestro contentadizo amador hayan podido regatearle, a
no ser tigres de Hircania, unos favores tan sencillos y ortodoxos. No
sabemos qué admirar aquí, si el recato de ellas, o la humildad de
él. Por lo demás, el egoísmo de una pasión individual, para
entrar en los dominios de la poesía más sujetiva, tiene
necesidad de grandes condiciones artísticas para ser con verdad
estética y cautivar los corazones. Presentar al mundo las emociones
de un amor tan pueril, tan mísero, tan pordiosero, tan apocado, no
sólo es desconocer el alto fin de la poesía lírica, sino las leyes
más rudimentarias del corazón humano. El mismo Petrarca necesita
deslumbrar a sus lectores con las riquezas, a menudo baladíes, de su
exornación poética, para no cansarles con su eterna donna.

(Esta palabra se parece a la “catalana” dona, ¿a que sí?
Pues viene de Domina: dómina, domna; la que domina; señora,
senyora; mulier : muller.
Señor con ñ, eñe, ya lo escribe
Ramon Lull circa 1300, anno a nativitate Domine MCCC: don; señor,
senyor. Se puede leer en un libro de Geroni Rosselló.
)

Adivinando este escollo los más grandes líricos, han procurado
objetivar la esencia eminentemente subjetiva del lirismo y con
especialidad el amor. Es preciso que el poeta, cuando canta himnos al
objeto de sus adoraciones, no olvide que los canta en alta voz, y que
si no logra cautivar con la novedad y beldad de sus cantos a los que
les prestan oído, corre riesgo de encontrarse a lo mejor sin
oyentes. Más feliz ha sido Tomás Aguiló en la expresión de sus
efectos religiosos, de sus cristianas aspiraciones. La voz de Dios,
Abdiel y Los siglos ante
Jesucristo, a ser menos artificiosa su versificación, y a dejarse
traslucir menos el antipoético afán de rebuscar consonantes
difíciles (defecto general de casi todas las composiciones en verso
de Tomás Aguiló), son joyas de buenos quilates. (Ya Ramon Lull
construía versos rimados muy forzados para explicar su Arte y su
Idea y que a la gente se le quedase en la memoria.
)
No
ocasionado a fantasear fuera de los límites del dogma, como
Lamartine, hace justamente gala de creyente sincero, y nunca pierde
de vista el norte de la fé.
Esta cualidad, que hace honor a sus
acendradas creencias, da nuevo aprecio a sus poesías, por lo difícil
que es moverse con brío y desembarazo en esfera tan restringida.
Otras que no pertenecen a los tres caracteres señalados dan a Tomás
Aguiló un envidiable puesto en la literatura balear. Tales son El
numen, Aridez, Tristeza, y Los claustros de San Francisco, y sobre
todo sus baladas mallorquinas, que son el florón más
preciado de su corona poética. (*)


(*)
Con sobrada severidad juzgó ciertamente el autor a Tomas Aguiló,
que, además del título honroso de patriarca y decano
(¿Este
editor sabe quién fue Ramon Lull, por poner un ejemplo? O sólo se
refiere a los alucinados catalanistas de la Renaixença?
Taronjí
sí que lo conocía:
“¡Ah! sòls una esperança conceb que
m´enamora:
La dolça poesía renaix y té espiray.
Ramon, de
los poetes vindrá ta nova aurora;
¿Nosaltres oblidarte, Ramon?
¡Jamay, jamay!”
)
de los poetas mallorquines, reúne
el de ser, en unión de D. José María Quadrado, iniciador y padre
del renacimiento literario en la mayor de las Baleares.
Sus poesías castellanas son realmente modelos de buena forma
y de esmeradísima dicción, habiendo conseguido ser un poeta
severamente gramático sin que nada perdiesen en la expresión sus
acendrados sentimientos ni su inspiración levantada. En los tres
tomos que forman sus Rimas varias hay composiciones que no desdeñaría
ninguno de los primeros vates españoles. Cierto es que sus poesías
mallorquinas
exceden en mérito a las Rimas; y si en 1861 ya las
consideró el autor del artículo que anotamos como el florón más
preciado de la corona del poeta, hoy que el precioso ramo ha sido
aumentado con nuevas e inextimables flores, podemos decir, que
el volumen que dispone Aguiló para la impresión, comprensivo de
todas sus poesías escritas en lengua materna, será una obra
de mérito superior y digna de figurar entre lo mejor que ha
producido nuestro renacimiento literario.
Su leyenda
Constança d‘ Aragó, que alcanzaba en 1867 uno de los tres
primeros premios en los Juegos florales de Barcelona, es una
composición de primer orden, impregnada de un sentimiento religioso
profundísimo, y tan bien pensada como correctamente escrita (“...L'
esposa del rey en Pere: Que som reyna vertadera”...La reyna dona
Constança, La muller del rey en Pere...
). No obstante, Tomas
Aguiló no ha dejado de cultivar la poesía castellana, y en 1871 dio
a luz un reducido tomo de Escenas episódicas en verso, relativas a
la pasión de Jesucristo, que no son de escasa valía. La obra
titulada A la sombra del ciprés, aunque escrita en castiza prosa
castellana
, revela los grandes recursos de su imaginación y el
esplendor de su fantasía. - N. del E.

(Añado el poema de
Aguiló en su versión mallorquina. En el libro Flors de Mallorca
está traducido también al castellano
.
CONSTANÇA D'ARAGÓ.


1284.


-
Respira, cor meu, respira,


Que
prest del foch que 'l turmenta


No
romandrá ni una espira:


Un
broll de sanch no 'm retgira


Si
de sanch las taques renta.


De
ta llarga malaltía


Remey
será aquexa sanch.


¿Qu'importa
que noble sia?


Mes
ho era la qu'un dia


Feu
vermell mon manto blanch.


En
mitx de tanta grandesa


Qu'als
pesars consol no dona,


De
cruels inimichs ofesa,


Per
enganar ma tristesa


Duya
d'òr una corona.






Mes
fins ara 's pot dir qu'era


Reyna
solament de nom


L'esposa
del rey en Pere:


Que
som reyna vertadera


Ben
prompte ho veurá tothom.


Res
em fa que pugan creure


Que
de bronzo un cor abrich.


No
'm quedarán res a deure:


Del
cálzer que 'm feren beure


Ne
beurá mon inimich.


Que
plor. Si. Qu'ensaboresca


Aquell
glop d'amarch verí.


Per
ágre que li paresca,


Com
las gotes d'una bresca


Els
seus plors serán per mí.


Y
¡cóm s'engana si espera


Que
podrá la compassió


Fer
tornar mon bras arrera!


L'esposa
del rey en Pere


Arrera
no torna, no.


Primer
daria a mans plenes


Les
joyes de mon tresor,


Mon
manto faria benes,


Sanch
treuria de mes venes,


Trossos
faria mon cor.


Que
totes les nits encara


Quant
estich mitx condormida,


M'arriba
una veu ben clara,


La
triste veu de mon pare,


Que
“mort y venjança” crida.






Venjança,
dolsa venjança,


Anys
fa qu'envers tú m'empenyen


El
desitx y l'esperança;


Pero
avuy mon bras l'alcança,


Avuy
mos brassos l'estrenyen.


No
'l' deixaré. No m'espanta,


No
'm gela 'l cor el nom teu:


Quant
ets justa també ets santa,


Ets
un cástich qu'adelanta


L'invisible
má de Deu.


Me
venjaré a tota ultrança:


Qu'el
botxí son ferro esmol,


Y
axí veurán còm s'alcança;


Qu'aquesta
avorrida França


En
sentir mon nom tremol. -






Axó
's deya a sí matexa


La
reyna dona Constança,


La
muller del rey en Pere,


Qu'en
la Sicilia comanda.


En
son palau de Messina


Tanta
de gent s'ha aplegada,


Que
en sa cort, mes no 'n tendría


L'emperatriu
de Alemanya.


En
son trono está la reyna


Ab
la corona posada,


Ab
lo pom d' òr y lo sceptre,


Distintius
de soberana.


Dels
infants que tant estima


Un
ne vol a cada banda,







en Frederich a má esquerra,


A
má dreta l'alt en Jacme.


Y
sols ells tres allá séuen


En
les cadires daurades,


Sobre
vistosa catifa


De
flors vermelles y blaves.
-----


Ornament
que sembla impròpi,


Del
costat la paret tapan


Una
folgada cortina


Y
un dosser de negre llana.






De
Jesucrist la figura


Imponent
allá destaca,


Coronat
el cap d'espines,


En
la creu les mans clavades,


Devant
ella resplandexen


De
cera groga sis atxes


Que
ab la seua llum recordan


Les
de trista funeraria.


Y
prop d'allá per lo sèries


De
terror el pit conglassan


De
set rigurosos jutges,


Vestits
de negre, les cares,
___






Ni
se miren, ni sonríuen,


Ni
se parlan ab veu baxa,


Y
aquella cambra está plena


De
cavallers y de dames;






De
patges y de donzelles,


De
barons de antich paratge,


De
prelats que duhen mitra,


De
guerrers qu'han guanyat fama;


De
valents que compartexen


Ab
el gran Rotger de Lauria


Lo
domini de les ones,


Els
perills de les borrasques.


Hi
há nobles de Sicilia,


De
la Grecia, d'Alemanya,


Catalans,
aragonesos...


Sols
un de francesa rassa.
____






En
Carles príncep de Nápols,


Del
tronch d'Anjú noble rama,


Que
a n'en Rotger sens afronta


Rendí
sa vensuda espasa,


N'es
aquest qu'allá se troba


Presoner
y en mitx de llançes,


Aguardant
que decidesca


De
sa vida una paraula.


Ni
la tem, ni la provoca.


De
sos ulls tranquils no saltan


Ni
de fel amargues gotes,


Ni
espires d'encesa rábia.


Sabent
a qué está sotsmesa


La
cega sòrt de les armes,


Ni
l'orgull son front axeca,


Ni
'l dolor son front acala.






Mes
fort que son bras de ferro


Quant
feria en la batalla,


Un
cor té que no 'l doblegan


De
la mort les amenasses.


Prou
coneix qu'ella s'acosta,


La
remor sent de ses ales,


Y
la sent com grossa alzina


Els
bramuls de la ventada.


____


Fit
a fit la reina 'l mira,


Y
llavores sí que ratja


Sanch
mes viva y mes bullenta


De
son cor l'antiga llaga!


Del
color de les roselles


Enceses
mostre les galtes,


Y
del foch qu'en son pit cova


Respiran
p'els ulls les flames.


___



Rompent
aquell llarch silenci:


-
¿Sabeu, oh jutges, esclama,


Que
del Rey Manfré som filla?...


Som
la filla desditxada! -


Y
sa passió rencorosa


Cedint
a la pena amarga,


Son
esperit li flaquetja,


Y
sos ulls en plors esclatan.






-
No ploreu, aquells responen,


Senyora,
seréu venjada.


Del
rey Manfré la memoria


Lo
temps no ha esborrat encara.


Del
rey Coradí l'afronta


Hem
pesat en la balança:


Cap
per cap es la justicia,


Mort
per mort la lley demana. -


-
Demá...! y s'atura. - Reyna!


Diu
el príncep ab gran calma,


Si
fòs encara possible


Demanaria
una gracia.


-
No hi há mercé. - Es tan petita!


-
Y es? - Morir quant la campana


Tòqui
a las tres del capvespre


La
tercera batayada.


-
Per qué axí?... - Demá 's divendres,


Mon
calvari es una plassa,


Y
en el seu en aquesta hora


Mon
Redemptor espirava.
___




Commoguda,
com si fossen


Tan
poques y humils paraules


Ferest
tró d'una centella


Que
reventás dins la cambra,


La
reina s'axeca dreta,


Gira
el cap, y ses mirades


En
la figura 'n tropessan


Que
baix del dosser ressalta.






Gran
batech el cor li dona,


Mut
gemech son pit eczhala, (exhala)


Y
ab sa veu que li tremola,


Pero
veu ben estil-lada:


-
Barons, diu, en Catalunya


Lo
Rey mon espòs s'encuantra,


A
ell li pertany fer sentencia


De
tal príncep en la causa.


Si
mon perdó necessita,


Lo
té ja, qu'a mí no 'm bastan


Els
llorers que se mostian,


Els
llorers qu'ab sanch se guanyan. -






Com
estorats tots se quedan


Mentres
qu'ella s'adelanta,


Al
príncep besa en la boca


Y
sa ma dreta li allarga.


Y
ningú 's tem que sa esquerra


Comprimint
son pit estava,


Y
que 's deya a sí matexa:


-
¡Calla, cor meu, calla, calla!


No
'm recordis que som reyna,


Recórdem
que som cristiana,


Que
Jesucrist es mon mestre,


Que
Jesucrist es mon pare. - )











Gerónimo
Rosselló, más que por la novedad y grandeza de sus concepciones, se
distingue por la delicadeza de sus conceptos y la tersura primorosa
de su versificación. Los numerosos sonetos que encabezan sus Hojas y
flores son acabados modelos de un género en que tanto han brillado
Lope de Vega, los dos Argensolas, y Arguijo, y tan desdeñado o mal
entendido por nuestros poetas actuales. Si el soneto es una cajita
adornada de riquísima labor, y en el cual se encierra una piedra
preciosa, Rosselló sólo merece elogios en lo que atañe al
exquisito mosaico de esta cajita, por más que alguna vez la joya en
ella guardada pudiese ser de más levantado precio. Tiene odas de
robusta entonación, romances llenos de gallardía, y traduce
felizmente a varios poetas alemanes. Lástima que por lo
general sus producciones extremen la dulzura que las caracteriza y
deslían con exceso ideas pobres de suyo, y afectos demasiado
comunes. (*)


(*)
Cuando el autor emitió este juicio, Gerónimo Rosselló era conocido
como poeta sólo por el volumen titulado Hojas y flores, impreso en
1853; colección de poesías escritas todas en edad muy temprana, y
puede decirse que las más en la adolescencia. A poco de haberlas
publicado, dedicóse asiduamente al estudio de la lengua materna,
y dio a luz, en 1859, (aquí ya era mayor de edad) las Obras
Rimadas De Raimundo Lulio, con una extensa biografía y numerosos
artículos críticos;
(OBRAS RIMADAS
DE
RAMON
LULL,
ESCRITAS EN
IDIOMA CATALAN-PROVENZAL,
PUBLICADAS
POR PRIMERA VEZ
CON UN ARTÍCULO BIOGRÁFICO, ILUSTRACIONES Y
VARIANTES,
Y
SEGUIDAS DE UN
GLOSARIO - 145
páginas dinA4, arial 12 - DE VOCES ANTICUADAS
POR
GERÓNIMO
ROSSELLÓ.
PALMA.


IMPRENTA
DE PEDRO JOSÉ GELABERT.
AÑO 1859.
Editado por Ramón Guimerá
Lorente, disponible en regnemallorca.blogspot.com; en Amazon quizás
lo tenga que publicar con el glosario aparte, sinó es demasiado
grande y Bezos no me deja. Además, lo tengo que publicar como
“catalán”, es lo que tiene la política, ya sea lingüística,
de izquierdas, de derechas o de centro
);

y en 1860 dio
fin a su Biblioteca Luliana, no impresa todavía, existente en
la Biblioteca Nacional en virtud de Real orden. Estos trabajos
fueron apreciados por el profundo literato D. José Amador de los
Ríos
, al ocuparse del gran pensador del siglo XIII, (escribe
también unos años del XIV
) estampando en el tomo 4.° de su
Historia crítica de la literatura española las siguientes palabras:

–«D. Gerónimo Rosselló, concienzudo escritor mallorquín,
con una diligencia que le honra por extremo, ha recogido muy curiosas
noticias sobre la vida y obras del beato Raimundo, así en la
esmerada edición de sus poesías hecha en 1859, (Palma - Imprenta de
Pedro José Gelabert) como en el interesante trabajo bibliográfico
que con el título de Biblioteca luliana presentó a uno de
los últimos concursos celebrados por la Biblioteca Nacional. El Sr.
Rosselló restituye a Lulio muchas obras que le habían sido
arrebatadas sin causa, y le descarga de la responsabilidad de haber
escrito otras que se le atribuyen sin criterio. No creemos que se
haya pronunciado en el particular la última palabra; pero es, sí,
deber nuestro, manifestar que el Sr. Rosselló ha prestado, en uno y
otro concepto, señalado servicio a la historia de las letras
patrias, siendo su ejemplo altamente digno de ser imitado por cuantos
se interesen en su cultivo.” - Robustecido el poeta con estos
asiduos estudios de la lengua de su país, absolutamente
necesarios para semejantes trabajos, presentó en los Juegos florales
de 1861 un romance histórico escrito en lenguaje catalán del
siglo XIII, (como el catalan-provenzal de Ramon Lull o el lemosín,
lemosin que vemos en los textos de Guillermo Forteza
) que le
valió un premio extraordinario; y en el año siguiente obtuvo los
dos primeros ofrecidos por el Consistorio, que le expidió en
consecuencia el codiciado título de Maestro en Gay saber; distinción
solamente alcanzada entonces por D. Víctor Balaguer, siendo por
tanto el segundo, en el orden cronológico, de los honrados con tan
alto premio. En el mismo año dio a la estampa un volumen de romances
históricos con el nombre de Lo Joglar de Maylorcha que fue saludado
en Barcelona con las siguientes frases: - «Lo Joglar de Maylorcha es
una colección de poesías que podría firmar cualquiera de los
primeros poetas, así nacionales como extranjeros. Más bien que un
libro es una historia soberbiamente escrita en verso sobre los hechos
más notables acontecidos en el antiguo reino de Mallorca.
(regnemallorca.blogspot.com) Compónese la obra de diferentes
romances, dos de los cuales alcanzaron premio en los Juegos florales.
De los otros podemos asegurar que son tan excelentes como los
premiados. No hay para que desear vientos favorables a la nave en que
nos ha venido Lo Joglar, porque la brisa que la impelió a nuestras
playas fue la brisa de la gloria, y no dudamos que ella la llevará
por otros mares, hacia otras tierras.” - Desde entonces ha
alcanzado nuevos lauros, y no ha dejado de publicar poesías
catalanas y castellanas en los periódicos literarios
de Cataluña y Mallorca; y hace algún tiempo que tiene anunciada la
impresión de las líricas en catalán con el pseudónimo de
Lo Cançoner de Miramar.
(A ver si saben de quién es
este fragmento:
“...Plorau, Senyor, que mos uylls plorarán,


E
ab dolrós plant vos farán compaynia:


Senyor,
plorau, que a Miramar irán


Faels
servents, que per vos penarán,


Portant
silicis, dejunant cada dia... ”
)

Prefiriendo consignar
aquí el voto de los extraños, para que el nuestro no
parezca apasionado
, he aquí cómo juzgaba recientemente a
Rosselló el sabio profesor de la Universidad literaria de
Barcelona
D. Joaquín Rubió y Ors, en uno de sus últimos
y más interesantes opúsculos: – «En 1843 comenzaba sus estudios
de derecho en esta Universidad literaria otro hijo de Mallorca que
debía ser, andando el tiempo, uno de los que más honrasen con sus
obras poéticas y sus trabajos críticos aquella hermosa isla. La
lectura de un volumen de modernas rimas catalanas, dadas a la
estampa dos años antes, que llegó a sus manos, si es que no
determinó su vocación para la poesía, encendió en su pecho el
amor, que aún dura y durará en él lo que su vida, al dulce idioma
que aprendió en el regazo de su madre (mallorquí siempre que su
madre fuese mallorquina; yo soy aragonés, de Beceite, y mi lengua
materna es la lengua castellana
).
Tres o cuatro años
después, y a los veinte o veinte y uno de su edad, daba ya a luz en
los periódicos de Palma algunos de sus versos mallorquines.
Aquel joven, ganadas las tres joyas que dan derecho al honroso
título de Maestro en Gay saber,
(gaya scientia; lengua
Occitana con sus variantes o dialectos, “catalan
comprès”, escribe Loís Alibèrt en su grammatica occitana segon
los parlars lengad
ocians, después de Pompeyo
Fabra y su gramática en castellano; Loís escribe Pompeu.
)
era
proclamado tal en la fiesta poética de 1862: con el pseudónimo de
Lo Joglar de Maylorcha entregaba a la prensa en aquel mismo año un
tomo de romances históricos; y modestamente oculto tras el de Lo
Cançoner de Miramar, ganaba una buena joya en los Juegos florales de
1864. El nombre de Gerónimo Rosselló es hoy un timbre de gloria
para la isla que le dio el ser, y para Cataluña, donde aprendió
a amar la poesía
, a la cual debe, principal pero no
exclusivamente, el renombre de que goza dentro y fuera de su querida
patria.» - N. del E.






José
María Quadrado, pensador eminente, inteligencia gemela de la del
malogrado e ilustre Balmes, distinguido publicista y buen
historiador, se ha dedicado poco a la poesía, pero con éxito feliz.
Su Aspiración, Armadans y Espanyols y El último rey de Mallorca,
son magníficos partos de una inspiración vigorosa. (*)
(*) En
los periódicos La Palma y La Fe publicados respectivamente en
1840 y 1844, insertó el Sr. Quadrado excelentes composiciones
poéticas que revelan así el alma y el temple del poeta, como la
inteligencia del pensador. Tiene inéditos algunos trabajos de un
valor literario inapreciable, y obras dramáticas en las que
resplandecen, al par que el brillo de su fantasía, un conocimiento
profundo de los resortes de la escena. Es preciosa su novelita
titulada Ausias March. La extensa colección Ensayos
religiosos, políticos y literarios es de lo mejor que puede leerse
de buena doctrina, sagaz polémica y crítica concienzuda. Como
historiador raya a grande altura; y los tomos que lleva publicados en
la magnífica obra Recuerdos y bellezas de España, le acreditan de
vigoroso y correcto prosista, al mismo tiempo que de arqueólogo de
vastísimos conocimientos. Sería necesario un volumen entero para
juzgar al SR. Quadrado como merecen su múltiple talento y las
diversas obras con que ha enriquecido el mundo científico, artístico
(artís-ico) y literario. - N. del E.






Miguel
Victoriano Amer, sólo ha necesitado rimar los latidos de su corazón
para despertar en los ajenos dulce y tierna consonancia. Con dos alas
de oro se eleva su musa a las regiones de luz, con la caridad y con
la esperanza. Blando, apacible, resignado, sus versos son, por
decirlo así, la tranquila respiración de su alma. ¡Feliz quien la
tiene tan hermosa como Miguel Victoriano! ¡Feliz quien, como él, no
sabe cantar sin mirar el cielo, ni mirar el cielo sin cantar! (*)
(*)
Desde que el autor escribió este juicio, Miguel Victoriano Amer ha
ido publicando poesías que le han valido honrosísimos premios en
los Juegos florales de Barcelona, en donde tiene adquirida una
envidiable reputación literaria. Fue laureada su bellísima
composición Redempció en el certamen del año 1865, y en 1867
obtuvo el primer accésit la titulada Fé, Esperança y
Caritat (como pueden ver los catalanistas, y los que no lo son,
con una y griega más bonita que el Parc Güell
). Es uno de los
más fervorosos amadores de la Gaya ciencia, y de los
catalanistas más concienzudos que cuenta el actual
renacimiento. - N. del
E.



Victoria
Peña ha escrito composiciones que revelan un bello corazón y una
fantasía bastante lozana. (**)
(**) El amor de madre y el amor de
la patria, juntamente con el sentimiento religioso más acendrado,
han sido verdaderos manantiales de poesía para la simpática y
tiernísima Victoria Peña: Recordando esta que ya en el primer año
de la restauración de los Juegos florales había conseguido
premio su poesía Anyorament, (añoranza : “añoramiento”
: enyorament
) presentó en el certamen de 1865 la inspirada
composición Amor de mare (¿esto es catalán? Amore, de,
Mater, lo entendería cualquier orphanus del imperio romano, Julio
César, Virgilio, y hasta Homero que hablaba y escribía en griego.
Lo entiende cualquiera de Madrid, de Cádiz o de Porriño de Abajo
)
que obtuvo una joya extraordinaria. Parecidos lauros han
conseguido en otros certámenes de Cataluña algunas de sus
poesías religiosas; y en el año 1873 fue premiada por el
consistorio barcelonés otra composición dedicada a Mallorca.
Dignas compañeras de esta poetisa son Manuela de los Herreros,
Margarita Caimari y Angelina Martínez, cuyos versos, verdaderamente
sentidos, merecen tenerse en cuenta cuando se trata de la poesía
contemporánea en Mallorca. Distínguense las poesías de la primera
por el candoroso gracejo que generalmente en ellas abunda, así como
las de las últimas por los delicados sentimientos que las inspiran.
- N. del E.

La gota de agua bendita de José Luis Pons es una
poesía en la cual compiten la novedad y suma delicadeza del concepto
con la belleza de la forma. (*)


(*)
A la poesía que el autor cita de José Luis Pons (y Gallarza)
podría añadirse la dedicada a la muerte tan profundamente sentida
del eminente literato catalán
D. Pablo Piferrer
, que es
una composición de esmeradísima forma y que entraña elevados
conceptos y rasgos felices. Mas si en la poesía castellana ha
sabido Pons concebir obras como las indicadas, en la catalana
raya a la altura de los más notables. La llar es una
composición de una forma clásica perfecta. La Montanya catalana
es de un colorido notable, y está impregnada de verdadero espíritu
catalán
. (No hay nada mejor para ganar en unos jochs florals
de Barchinona
)
Estas poesías y otras varias han sido
premiadas en los Juegos florales de Barcelona, y le valieron
el título de Maestro en Gay saber que le fue expedido en el año
1867, ocupando el quinto lugar entre sus compañeros. El Sr. Pons
tiene una dicción correcta y una frase artísticamente culta. Merece
ser citado como uno de los más distinguidos prosistas catalanes. -
Nota del E.






Joaquín
Fiol, dotado de una sensibilidad tan exquisita como inagotable, será
un poeta distinguido el día que versifique con más facilidad y
corrección. Le sobran condiciones, le falta voluntad. (*)
(Le
falta voluntad de lamer el prepucio de los jueces de los juegos
florales.)


(*)
Este poeta coleccionó sus versos en un volumen no muy extenso
publicado en Palma, año 1868. El mismo Forteza en una carta
que escribió para figurar al frente de la colección, se ocupa del
numen poético de Joaquín Fiol en los siguientes términos: -
«Hablemos algo de tus composiciones. No las tengo en este momento a
la vista, pero las conozco, y conozco largo tiempo hace, los
sentimientos que te las dictaron y tu manera general de darles
rítmica forma. Tu Musa no es si se quiere una matrona de gallarda
robustez y de laureles eternos coronada, de mirar centelleante y
altivo; enamorada de bosques bravíos y enriscadas cumbres, a quien
el bramar de las tempestades deleita, y que huelga de cantar lo
grandioso y sublime en la naturaleza y en las pasiones, con voz
resonante y solemne. Modesta, humilde, sencilla tu Musa prefiere
cantar lo tierno y delicado; y sobre todo derramar lágrimas y flores
sobre dos tumbas: la de tu madre y la de tu hija. Sí, amigo del
alma, estas dos tumbas te han hecho poeta. Tus inspiraciones
consagradas a aquellos dos ángeles son las más bellas, porque son
las más hondamente sentidas: en casi todas las demás que he visto
tuyas, resuena una cuerda de dolor reconcentrado, se descubren
aquellas dos imágenes adoradas, como asoman entre flores dos
epitafios. Pero tu dolor es resignado y tiene fijos siempre los ojos
en el cielo, lo cual lo hace simpático y consolador. Tal vez una
crítica ceñuda pedirá a tus afectos más variedad, a tus formas
poéticas más riqueza, a tu lenguaje más colorido; pero, quien
estime como yo, en lo que vale la constancia de un sentimiento
verdadero y purísimo, no echará de menos ciertas galas que podrían
prestarle más hermosura en su expresión no más intensidad en su
esencia. Por mi parte sólo te aconsejaría que no descuidases tanto
el noble cultivo de tus poéticas dotes, regalo exquisito de Dios,
que de seguro no te ha dado para que lo tuvieras escondido en un
rincón de tu alma. N. del E.






Juan
Palou y Coll, autor renombrado de La campana de la Almudaina, es el
único poeta dramático con que cuenta por ahora la isla. Su obra fue
objeto de una ovación que difícilmente se borrará de la memoria de
sus compatricios. ¡Ojalá no se borre de la suya para que siga
trabajando con fé y constancia, ya que tantos laureles ha obtenido
en los primeros pasos de su carrera dramática, que deseamos no sean
los postreros! (*)
(*) Con posterioridad a la representación de
La Campana de la Almudaina ha dado Juan Palou y Coll a la escena La
espada y el laúd, drama representado por primera vez en el teatro
del Príncipe el día 25 de Enero de 1865. No tiene esta obra las
interesantes situaciones, ni produce los grandes efectos de la
primera, pero en cambio, según nuestro modo de ver, ostenta mayor
corrección en el lenguaje y más esmero en la forma y la
versificación. Véase el artículo que Forteza publicó en los
periódicos de Madrid juzgando la segunda producción del tan
extraordinariamente aplaudido en la primera. Pocas poesías ha dado a
luz el Sr. Palou, pero es muy notable, por más de un concepto, la
que con el título de Miramar leyó en el certamen verificado en 1877
para solemnizar el sexto centenario de la fundación del Colegio de
Miramar por Raimundo Lulio. - Nota del E.






III.


Una
provincia que tan estimables poetas cuenta, (**) tiene derecho a
reclamar un asiento distinguido en la poesía nacional. Además, los
literatos mallorquines han sabido utilizar en pro de sus medros
intelectuales la bienhadada tranquilidad de que anchamente disfrutan
en el foreciente paraíso que habitan. Inclinados a las
solitarias fruiciones del estudio, lejos del odioso palenque do
tantas ambiciones guerrean, do tantas personalidades liliputenses
se afanan por escalar el cielo de los honores y del poderío, han
podido conservar esa regalada serenidad de espíritu, fuente
inagotable de la vida moral. No les pese la oscuridad en que viven:
no son menos olorosas las margaritas y violetas porque en agrestes
lomas exhalen sus virgíneos perfumes. No en lujoso y visitado
jardín, sino en la soledad umbría del bosque, trinan a sus anchas
los ruiseñores.
(**) El autor, que debe contarse también en el
número de los escogidos, ha escrito poquísimas poesías en
castellano. Las catalanas no dejan de ser notables. La
titulada Lo que diu l‘ oreneta obtuvo un premio extraordinario el
primer año de la restauración de los Juegos florales de Barcelona,
y otro L‘ orfanet saboyart en los de 1867. Las demás no son menos
dignas de encomio. En conclusión, como comprobante de lo mucho que
se han distinguido los poetas mallorquines en el actual
movimiento de la literatura catalana, de los honrosos lauros
que han conquistado en las anuales justas poéticas que
celebra la ciudad condal desde el año 1859,
continuamos la lista de los que desde aquella fecha han obtenido el
título de Maestro en Gay saber, por el orden de su
proclamación:


En
1861. - D. Víctor Balaguer.


En
1862. - D. Gerónimo Rosselló.


En
1863. - D. Joaquín Rubió y Ors.


En
1866. - D. Mariano Aguiló.


En
1867. - D. José Luis Pons.


En
1868. - D. Adolfo Blanch.


En
1869. - D. Francisco Pelayo Briz.


En
1871. - D. Jaime Collell.


En
1873. - D. Tomás Forteza.


En
1874. - D. Francisco Ubach y Vinyeta.


En
1875. - D. Federico Soler (Pitarra.)


En
1877: - D. Ángel Guimerá.


De
los cuatro mallorquines que han obtenido el expresado título, tres
de ellos han presidido la fiesta de los Juegos florales; el Sr.
Rosselló en 1873, el Sr. Aguiló en 1867, y el Sr. Pons en 1871. -
N. del E.






Las
poco lisonjeras apreciaciones que hemos formulado sobre el carácter
general


de
los isleños, han brotado del fondo mismo de nuestro amor al país
que nos vio nacer. Pero el verdadero amor no se desalienta nunca: el
suave influjo de la esperanza, en sus decepciones le anima, en sus
desmayos le sostiene. La juventud actual de Mallorca comprende todas
las ideas nobles y abriga en su seno todos los sentimientos
generosos. Enemiga cordial de preocupaciones infames, detesta la
complicidad, no por pasiva menos perniciosa, que la rancia sociedad
de su país les presta, y se halla dispuesta a combatirlas de frente.
Mucho esperamos de sus bellas intenciones, mucho de su entusiasmo por
la libertad, de sus arraigados instintos de justicia, de su profundo
cariño a la moderna civilización. ¡Juventud mallorquina! No cejes
en tu benemérito empeño; enarbola con decisión y brío la gloriosa
enseña de la regeneración de tu adorada isla; lucha y vencerás; no
lo dudes, vencerás.
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