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domingo, 26 de julio de 2020

CAPÍTULO LVII.

CAPÍTULO LVII.

Vida de don Ponce de Cabrera, XIV conde de Urgel. - Pretende conde don Ponce tocarle el condado de Urgel, y mueve guerra al rey. - De la concordia hicieron el rey y el vizconde sobre el condado de Urgel.

Grande estorbo le pareció al vizconde de Cabrera que le había quitado para cobrar el

condado de Urgel, el hab* muerto sin hijos la condesa Aurembiaix, a la cual por testamento de Armengol VIII, su padre, pretendió sucede* porque muriendo ella sin hijos, había llamado a María Miracle, su hermana, que ya por estos tiempos era muerta, Ponce, que era nieto de ella, pretendía ser preferido a don Guillen de Cardona, primo que era de la condesa Aurembiaix, decía que no había podido disponer la condesa * favor del infante don Pedro del condado de Urgel, y menos transferirle en mano del rey, por ser prohibidas de derecho las transportaciones de cosa litigiosa en mano poderosa. Al principio se persuadió el vizconde, que el rey se lo volvería graciosamente, así como lo había hecho con el padre. Estaba el rey en Barcelona, y fue allá el vizconde a suplicárselo; pero el rey lo iba dilatando, porque no tenía tal obligación, porque no pasaba al vizconde el derecho de su abuela María Miracle, la cual murió sin verse heredera de los bienes de Armengol VIII, su hermano, y que Aurembiaix pudo hacer de ellos a su albedrío; en lo que el rey no se apartaba de lo que era razón y justicia: pero el viconde, que no estaba hecho a estas sutilezas de derecho y debía aborrecer los pleitos, así como su padre, resolvió hacerse él mismo la justicia, y tomar por fuerza la posesión que el rey no le quería dar. Tomó las armas, convocó gentes de guerra, y con ellas se entró en el condado de Urgel, ocupaado los pueblos que podía, y causando grandes daños en los que le resistían, sin reparar en el respeto que se debía al rey, olvidado del rigor con que trató a su padre, cuando no quiso obedecer y estar a lo de justicia con la condesa Aurembiaix, y de todo tenía noticia Ponce, por haberse hallado en todo, y dejado en manos del rey los lugares que tenía en el condado, que eran muchos, cuando el rey llamó a juicio a su padre con la condesa Aurembiaix. Parece que estos condes de Urgel, descendientes de la casa de Cabrera,
siempre quisieron resistir a la voluntad del rey, sin advertir si lo que pretendían era justo o no, guiados por su antojo y propio parecer (y porque eran más tontos que el que asó la manteca); lo que causó grandes daños en sus tierras y vasallos. Estos movimientos tuvieron principio después de muerta la condesa, y uno de los impulsos mayores que tuvo el rey, para concambiar el condado de Urgel con las * de Mallorca y Menorca, fue porque don Ponce no se *derase de dicho condado, desposeyendo de él al infante Pedro. Las quejas que don Ponce tenía era la donación * la ciudad de Lérida en favor del rey, y la deja que * condado de Urgel había hecho la condena en favor del infante don Pedro, y el concambio que él había hecho por * islas con el rey. Estas alteraciones duraron cerca de cuatro años, porque el vizconde tenía buenos valedores, que eran Arnaldo de Castellbó, que era feudatario del condado Urgel, Roger Bernat, sexto conde de Foix, Arnaldo Rog* conde de Pallars, con muchos señores de Aragón y Cataluña * estos se juntaron en Solsona, y allá se confederaron *contra el rey, por parecerles que cualquier disgusto que el rey d*se a uno de ellos redundaba en daño de todos, y podía *suceder lo mismo a cada uno de ellos, y así se solían confederar, hasta que el disgustado quedase satisfecho; pero no * tan grande el poder de ellos, que bastase a resistir al *rey el cual, con numeroso ejército, puso cerco en el castillo * Pons, donde se habían acogido, y les dio batería con las máquinas terriblemente, y taló la campaña de aquel y otros pueblos que, por fuerza o por grado, se habían declarado por el vizconde.
Era obispo de Urgel en esta ocasión Pons de *Vilamur Berenguer de Eril lo era de Lérida, y ambos varones * gran calidad y prudencia, y estaban muy apesarados de estas guerras. Estos, por evitar el daño que recibían sus feligreses y súbditos, se pusieron de por medio, y trataron concierto entre el vizconde y el rey, porque a la * hicieron conocer que era intentar imposibles el tomar armas * contra de un rey que tan poderoso era y bien quisto de todos sus vasallos, por grandes y reales virtudes y merecimientos, que no solo le hacían amable a los suyos, pues aún a los estraños, y hacía ya proceso contra el vizconde, queriéndole castigar por inquieto y revoltoso y usurpador del patrimonio real, según por justicia fuese declarado; y así, aconsejado de los dichos obispos, dejó su porfía y se sometió a la voluntad del rey, el cual, como rey justo, quiso pasar por lo que fuese de justicia, como solía. Esto todo pasó en Barcelona; y después, miércoles, a 12 de las calendas del mes de febrero, que es 21 de enero de 1235, en Tárrega, se hizo auto de este concierto, y fue, que el dicho Ponce de Cabrera voluntariamente se puso a merced del rey, con ánimo de hacer todo lo que el rey le mandase, el cual, aceptando esto, ordenó que las ciudades de Lérida y Balaguer fuesen en propiedad y franco alodio del rey y de sus sucesores, y el rey le dio en feudo los castillos y villas de Linerola, Menargues, Albesa, Albelda, y todo aquello que pudiese cobrar del condado de Urgel, y quiere que lo tenga en feudo del rey, prometiéndole para ello su favor y ayuda, y que las villas de Calasans, Tartareu * Pinsá, Ager y Casserres las tenga francas, y que los conciertos hechos entre el rey y Ramón de Peralta, ya dichos, queden salvos, haciendo él lo que estaba obligado; y el rey en dicho auto le llama conde de Urgel, del cual título usó toda su vida, y el rey se quedó con el mismo, así que, en un tiempo había dos títulos de conde de Urgel, uno en persona del rey, y otro en persona del vizconde, como también había sucedido en tiempo del rey don Pedro, con Guerau de Cabrera, padre de Ponce: y porque el dicho auto viene a propósito, sacado del Archivo Real de Barcelona, le *traigo
aquí por entero, y es el que se sigue:

In Christi nomine: manifestum sit omnibus quod post m* contenliones guerras et placita diutius agitata inter domin* Jacobum Dei gratia regem Aragonum ex una et inter *Pontii
de Capraria
ex altera super comitatu Urgelli et super juri* que comes Urgelli consuevit habere in civitate Illerde et su* guerris et damnis hinc inde datis tandem dictus Pontius *de Capraria per planam suam et spontaneam voluntatem missit * in posse domini regis predicti juramento in forma que infer* continetur. Ego Pontius de Capraria de plana nostra et spontanea voluntate juro per Dominum et hec sancta Evangelia cor* me posita quod de tota querimonia et demanda sive petitio* comitatus Urgelli et de omnibus aliis querimoniis quas *proponebam vel proponere poteram contra vos dominum Jacobu*
regem
predictum vel vos contra me stabo ad bonam mercede* vestram et ad vestrum bonum et legale causimentum et sta* de his omnibus supradictis ad quodcumque mandatum mi* inde facere volueritis. Nos igitur Jacobus rex predictus *recipimus vos dilectum nostrum Pontium comitem Urgelli in nost* posse in forma superius comprehensa exprimentes cons* nostrum bonum et legale causimentum in hunc modum: q* civitas Illerde et jura que comes Urgelli consuevit ibi habere* castrum et villa de Balagario cum terminis et pertinentiis *suis et juribus universis sint semper nostra et nostrorum succesorum per alodium francum perpetuo possidenda imponen* vobis jam dicto Petro comiti (Petro; Ponce, Pontius, Ponç, Pons) et vestris succesoribus silentium perpetuum in premissis. Preterea damus concedimus et *com damus vobis in feudum castrum et villam de Acrimonte et castrum et villas de Linerola de Menarguis de Albesa et de Albelda et ea que vos adquirere et recuperare poteritis de *comitatu predicto ut ea per nos et successores nostros vos et successores vestri habeatis et teneatis in feudum ad fidelitatem nostram * nostrorum successorum et ad bonam consuetudinem *Barchinone et habeamus ibi semper pacem et guerram contra omnes *homines et nullus contra nos et detis nobis et nostris successoribus *irati et paccati potestatem de omnibus et singulis supradictis *quandocumque et quotiesqumque per nos vel per nostras literas *el per nuntium nostrum inde fueritis requisiti: et concedimus *vobis omnes actiones quas habemus contra quemlibet possi* entem aliquid de comitatu predicto et in vestro jure juvabimus * et defendemus et de comitatu predicto et de omnibus pos* vos valere contra omnes homines exceptis semper nobis et successoribus nostris. De Calasantio autem et de Tartareu et * Pinsano et de Ager et de Casserris nunquam potestatem tene*ini nobis dare nec successoribus nostris conventionibus autem *er nos et Raymundum de Peralta habitis in suo robore dura*is ipso faciente vobis justitie complementum. De his omnibus * singulis fideliter observandis recipimus vos in hominem * a vobis juramento et homagio quod juramentum et homagium facietis vos et successores vestri nobis et nostris successoribus per secula cuncta. Nos igitur Pontius comes Urgelli *edictus cum gratiarum actionibus et cum spontanea voluntate recipimus dictam mercedem et dictum vestrum bonum * legale causimentum et tenemus nos pro pacatis bene per * et nostros successores de omnibus supradictis promiten* virtute sacramenti et homagii quod in presenti vobis * per nos et successores nostros quod omnia et singula * superius continetur tenebimus et observabimus et attende*us fideliter ad bonam fidem. Denique omnia placita et deman* quas inter nos possemus demandare vel facere aliqua ratio* usque in hodiernam diem ad invicem perpetuo absolvimus * deffinimus et relaxamus. Datum apud Tarregam die mercurii XII* kalendas februarii anno Domini M.C.C.XXXV. (1235).
Sig+num Jacobi Dei gratia regis Aragonis et regni Majoricarum comitis Barchinone et Urgelli et domini Montis-pessulani.
Sig+num Pontii Dei gratia comitis Urgelli qui hec laudo * et concedo et testes firmare rogo.
Hujus rei testes sunt Gombaldus de Ribelles.- Petrus Cornelii majordomus Aragonis. - Guilelmus de Cervaria.- Petrus de Granyana.- R. de Cervaria. - R. Berengarius de Ager.
- Eximenus de Orrea.- Petrus de Vilamuro. - Frater Ugo de Forcalquerio magister Hospitalis. - Domnus Atorela.
Sig+num Guillermi qui de mandato domini regis et de Pontii comitis Urgelli pro Guillermo de Sala notario domin * gis hanc cartam scripsit loco die et anno prefixis.

Con estas capitulaciones y con lo que el rey le había de * que, mirada su justicia, era harto, quedó el ánimo de P* quieto y sosegado, sin pasarle ni aun por la cabeza *volver a intentar novedades y alterar la paz y sosiego de Cataluña y Aragón, antes bien en unas cortes que dice Zurita celebró en Monzón el rey don Jaime el año 1236, fu* dicho Ponce uno de los que asistieron a ellas, y lo *mismo fue en otras celebradas en Lérida el año 1240, según *parece en el título de la Santa Fé Católica, cap. 3, e* Constituciones de Cataluña; y poco después, que f* 16 calendas de febrero de 1242, le dio el rey, por *na amor y voluntad, el castillo y ciudad de Balaguer, * feudo, a uso de Barcelona, y que siendo requerido, * obligado a darle las tenencias del dicho castillo; y el *conde lo aceptó, y ratificó al rey la donación o título que *vor tenía de la ciudad de Lérida, que, como queda *dicho, se la había dado años atrás la condesa Aurembiaix, y *prometió no pedir nada al rey de lo que él tenía del *condado de Urgel, y en caso que lo haga, quiere que ni Geral*
Cabrera, su hermano, ni Guillermo de Moncada, ni Ramón Berenguer de Ager, ni Ramón de Peralta le valgan ni favorezcan, aunque estaban obligados a ello, por tener a* nos feudos por el conde. Esto se hizo delante de Fernando* infante de Aragón, don Vidal de Cañelles, obispo de Huesca, de H., castellano de Amposta, Berenguer Ramón de Ribelles, Berenguer de Anglesola, Pedro Pérez, *justicia de Aragón, y Berenguer de Finestres; y está este auto en el Archivo Real, armario de Urgel, n°. 188.
Murió el año de 1243, después de haber gozado trece años el título de conde de Urgel: casó con doña María Giron, hermana de Rodrigo González Giron, de quien descienden por recta linea los duques de Viana, condes de Ureña. De esta señora dice el doctor Gudiel, en el árbol de la casa de los Girones, que casó con don Martín Alonso, hijo del rey don Alonso segundo de León; y debió ser así, según lo discurro, pues él lo dice; que lo que yo he hallado, es que casó también con don Ponce, conde de Urgel. Pruebo este segundo casamiento con el dicho de los testigos dados por parte de doña Constanza de Moncada, en el pleito que llevaba con don Álvaro, su marido, y que están en el armario de Urgel, del Archivo Real de Barcelona; y de este matrimonio quedaron cuatro hijos varones y dos hembras: estos fueron Armengol, a quien el padre nombró por heredero, y muerto este sin hijos, como murió, a su hijo Rodrigo, que era el segundo, que se criaba en Castilla, a quien dejó todo lo que tenía allá y le había venido por razón de doña Elo, su madre, y de don Pedro Fernández, su tío, y por cualquier otra causa y razón; muerto este, llamó a Guerau, que era su cuarto hijo, nacido aquel mismo año en que él murió, a quien había heredado de todos los alodios y feudos que tenía en Ribagorza, excepto Albelda, y de mil mazmudinas jusefinas, llamadas así por haberlas batido el rey Jusef, moro, de Granada, y valía cada una …. sueldos; y estas había asegurado sobre la villa y castillo de Algerre; y quiere que el dicho hijo sea canónigo de la iglesia de Tarragona, y ruega al arzobispo y canónigos de aquella iglesia que le acepten con las dichas mil mazmudinas, y que mientras que tardare el heredero a pagar aquellas sean el dicho castillo y villa de Algerre, si ya no ca* sen Jaime de Cervera o Raimundo, su hermano, que *lo habían empeñado al conde; y si muriere antes de ser orde* en órdenes sacros, que las dichas mazmudinas queden * iglesia de Tarragona, y se sustenten de ellas dos clér* que rueguen para siempre a Dios por su alma y de sus *sucesores; y si el dicho don Guerau falleciere sin hijos, ins*ye heredero a Ponce, que era su hijo tercero, a quien * mil morabatines alfonsíes, que era cada uno de valor de * sueldos, y llamaban alfonsíes, por diferenciarse de * que valían siete sueldos; los cuales con su hijo ofrece * iglesia de Santa María de la Seo de Urgel, rogando al *obispo y cabildo le admitan en canónigo, y les da todo aq*
que él recobra, juste vel injuste, de la villa y hombres * Ivars; y si el dicho hijo muriese antes de tener órdenes *cros, queden los dichos morabatines a la dicha iglesia, * sustento de dos sacerdotes, que para siempre rueguen * Dios por su alma; y añade, que si el mismo viniere a *suceder al condado, y por eso no pudiere ver sacerdote, y *tuviere más de un hijo, ofrezca el uno de ellos a la iglesia * Santa María de Urgel, el cual, ocupando el lugar de su padre, ruegue a Dios por su alma; y muriendo don Ponce *sin hijos, llama a doña Eleonor, que era su hija mayor, y *casada con don Ramón de Moncada, a quien manda que *se pague lo que se le queda debiendo de la dote, y cobre * ella el castillo y villa de Oliana, y le dé el de Ayebut; y *muriendo esta sin hijos, llama a doña Marquesa, que era *la hija segunda, y estaba casada con Guillen de Peralta, y * había de ella dos hijos, que eran don Guillermo y don Ramón * y muriendo esta sin hijos varones y legítimos, suceda en el condado de Urgel y vizcondado de Ager su hermano don Guerau de Cabrera, vizconde de Cabrera, y sus hijos varones el uno en pos del otro, y que el que sucediere, así sus hijos como los de don Guerau de Cabrera, su hermano, se hayan de
nombrar y tomar el nombre de Armengol, y lo repite muchas veces y dice ser esta su voluntad; de lo que se echa de ver el caso y estima que hacían de este nombre, así en
memoria de san Hermenegildo, de quien se tomó, como también de san Armengol, obispo de Urgel, el cual nombre, como apuntamos arriba, fue en esta casa tenido por felicísimo y muy próspero, y se llamaban de él, hasta que sucedió en ella don Guerau Cabrera; pero después le volvieron a tomar.
Por albaceas y ejecutores nombró al arzobispo de Tarragona, al obispo de Lérida, al abad de Nuestra Señora de Bellpuig, del orden premostratense, y a sus succesores, a don Guerau, su hermano, vizconde de Cabrera, a Ramón Berenguer de Ager, Ramón de Peralta y Ramón de Anya; y porque quedaban sus hijos pequeños y había muchas deudas, mandó que estos albaceas tomasen por espacio de diez años todos los frutos, réditos y rentas del condado y vizcondado, y las empleasen en sustentar a sus cuatro hijos, y que a cada uno de ellos le fuese dada la renta de un año, y que de los frutos de los tres primeros se paguen a doña María, su mujer, dos mil morabatines, esto es, mil que de ella había recibido, y otros mil que le deja, todos a su voluntad, con que haga difinicion de cualquier pretensión tenga contra sus hijos; y que a Santa María de Bellpuig, monasterio del orden premostratense, fundación de sus predecesores, se paguen quinientos morabatines, y al monasterio de Poblet *otros quinientos, y otras tantas mazmudinas jusefinas al monasterio de San Pedro de Ager, todas por satisfacción y enmienda de muchos servicios que de ellos había recibido; * al Hospital de Jerusalén de Lérida y a los frailes de él quinientos morabatines, con todas sus armas y caballos, y a más de esto la villa de Çaportella de Segriá, con todo el dominio y señorío que tenía en ella, y escoge en él sepultura (* Hospital es la iglesia que hoy se ve junto a la ciudad de Lérida, no lejos del monasterio del Carmen, que llaman Casa Antigua, que es priorato del orden de San Juan; y * dicha villa de Çaportella poseen hoy las religiosas del monasterio de Alguayre, que son de la misma orden); *y lo que quedare de los réditos de los dichos tres años, *quiere que los dichos marmesores y el prior de Santo Domingo *
el guardián de los frailes menores de Lérida y dos *hombres de cada una de las villas del condado lo dividan y *empleen en limosnas a lugares religiosos y píos, y que los frutos *
los siete años que quedan sean distribuidos de esta manera * esto es:
de los cinco primeros se paguen sus deudas y se satisfagan los agravios que él hubiese hecho, y de los * restantes se empleen por el alma de don Guerau de Cabrera, su padre, y se paguen sus obligaciones y lo que él *había ordenado y no se era aún cumplido; y que a los caballeros del Temple y a la casa que tienen en Corbins, y a los hombres de Vilanova de Corbins se paguen mil morabatines * satisfacción y enmienda de algunos daños que les había *do, y correrías había hecho en sus tierras, y que esos *morabatines pague Ramón Berenguer de Ager del precio * la compra que había hecho al conde de la villa de S* Licinia. Pasados los diez años, manda que entre su heredero en posesión del dicho condado, y del castillo de Monmagastre, que poseía Ramón de Anya, y de la villa y vizcondado de Ager, así como lo divide Noguera Ribagorzana hasta Corbins, excepto los lugares de Ayebut y Algerre, de quienes ya había dispuesto, y le encarga que: novos milites faciat omnes scutiferos quos ego quondum receperam ad cavalleriam aut solvat eisdem quingentas mazmutinas josephinas secundum quod plus quod minus valeant eas habeant ad invicem et dividant; y prohíbe a sus herederos que no puedan dar vender o cambiar perpetuamente ningún castillo o villa para pagar lo sobredicho. Y después confirma todos los privilegios, libertades, donaciones y franquezas que sus predecesores hasta aquel día habían concedido a los barones y lugares religiosos y cualquier otras, y aprieta y encomienda esto con grandes veras. Suscribieron a este auto don Pedro, arzobispo de Tarragona, don P., obispo de Lérida, y fray Juan, abad de Nuestra Señora de Bellpuig, y los demás marmesores lo firmaron. Recibióle fray Guillen de Subirats, sacristán de Bellpuig, en la ciudad de Balaguer, a 5 de junio de 1243, y dice que era en ocasión que volebat *pergere ad curiam venerabilium regis Francorum et regis Aragonum
apud Sanctam Mariam de Podio, que quería ir a la corte de los venerables el rey de Francia y el de Aragón, en Santa María del Puig. No nombró curadores; pero fuéronlo su
hermano don Guerau, vizconde de Cabrera, y Jaime de Cervera; y este, por muerte del otro, se encargó de todo, y fue gran privado del conde don Álvaro, y gobernó mucho tiempo sus estados. Fue sepultado en la iglesia del Hospital de Jerusalén, de la ciudad de Lérida,como él lo había mandado.


jueves, 14 de marzo de 2019

Libro cuarto

LIBRO
CUARTO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE
NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.

Capítulo primero. Como el
Rey fue declarado sucesor en las tierras de Ahones, y que don
Fernando se alzó con Bolea, y de las ciudades que le siguieron.


Con la desastrada muerte de don Pedro Ahones quedó casi
postrada del todo la desvergonzada liga y engañosa machina que fue
contra el Rey por sus más propincuos deudos y allegados fabricada.
La cual puesto que el Conde don Sancho la puso primero en campo: y
después la encaró Ahones para que fuese certera, don Fernando fue
el atrevido que osó dispararla (
desparalla).
Mas aunque fue mayor la estampida que el golpe, y más presto tentada
la paciencia Real que vencido su valor, y magnanimidad, no por eso
dejó de haber para los tres, por el atrevimiento, su merecido
castigo y debida pena. Pues ni el Conde don Sancho osó más parecer
ante el Rey en Corte: ni Ahones se escapó de venir a morir en las
manos del Rey: ni en fin don Fernando (que sin duda fuera más
castigado que todos, si el parentesco Real no le librara) pudo pasar
más de la vida quieta, sino con sobresalto y mengua. Pues ni se le
permitió jamás dejar el hábito, ni la dignidad que tenía para
pasar a otra mayor, ni por sus pretensiones del Rey no haber ninguna
otra recompensa. Puesto que por la benignidad del Rey, ni fue echado
de su consejo real, ni jamás privado de su conversación y secretos:
prefiriendo siempre la persona y autoridad de él a la de todos: no
embargante, que por lo que agora y a delante veremos, siempre le fue
don Fernando por su innata inquietud e insolencia, una perpetua
ocasión y ejercicio de magnanimidad y paciencia. Muerto pues Ahones,
y llevado por el mismo Rey a sepultar a Daroca, como no quedase
legítimo heredero de él, declaró el consejo real que en todos sus
señoríos y tierras sucedía el Rey, y que a esta causa fuese luego
a tomar posesión de Bolea villa principal y vecina a Huesca, la
cual por ella sucesión ab intestato le pervenía, y que se hiciese
luego prestar los homenajes, antes que la mujer de Ahones, o el
Obispo de Zaragoza don Sancho hermano del muerto, se alzasen con ella
y le pusiesen gente de guarnición para defenderla: y que podía ser
lo mismo de los dos Reynos de Sobrarbe y Ribagorza: por haberlos
tenido Ahones mucho tiempo en rehenes, por una gran suma de dinero,
que había prestado al Rey don Pedro para la jornada de Vbeda: y
también por el derecho de ciertas caballerías de honor, que por
servicio se le debían. Conformaron todos en que luego fuese el Rey a
tomar posesión de ellos. Al cual pareció lo mesmo, y que sería muy
gran descuido suyo, perder estos reynos, haciendo merced a otri
dellos, antes de tener los demás estados suyos pacíficos:
mayormente por encerrarse en ellos muchas villas y lugares con cuya
confianza Ahones había tomado alas y orgullo para
rebelársele.
Por esto determinó de no más enajenarlos por empeños, ni otras
necesidades sino que volviesen a
encorporarse
en el patrimonio Real para siempre. Señaladamente, por haber visto
en las cortes que tuvo poco antes en estos Reynos, la mucha calidad e
importancia de ellos. Con este fin junto alguna gente de a caballo de
poco número: porque a la verdad pensaba que Bolea se le entregaría,
sin resistencia alguna. Y así fue para ella, enviando delante
algunos caballeros para que tentasen los ánimos de los de Bolea, y
se asegurasen de la entrada. Pero le sucedió (sucediole) muy al
contrario de lo que pensaba. Porque don Fernando que nunca reposaba,
sabida la muerte de Ahones, luego sospechó lo que el Rey haría, y
con gran número de gente y copia de vituallas, se metió en la
villa, confiado de que apoderado de esta, y no hallándose otro
legítimo heredero de Ahones, no solo se haría señor de todas sus
villas y lugares con los dos Reynos arriba dichos, pero aun los haría
rebelar contra el Rey, y esto con el favor del mismo Obispo de
Zaragoza, que podía mucho, y deseaba en gran manera vengar la muerte
de Ahones su hermano. También por lo mucho que confiaba en el poder
de los Moncadas, y de otros señores y barones de Aragón y Cataluña
a quien el Rey había ofendido, y él con muchas dádivas y otros
medios obligado a que le siguiesen. Pudo tanto con esto, que no solo
a los de Bolea, pero aun a la gente de los dos reynos pervirtió de
manera, que se ofrecieron a servirle y seguirle contra cualquiera.
Como el Rey llegase a Bolea, y la hallase muy puesta en defensa, y a
la devoción de don Fernando que estaba dentro, determinó pasar
adelante, y apoderarse de los principales lugares y fuerzas de los
dos reynos, con fin de romperla contra don Fernando. Sabido esto por
don Fernando, de muy amargo y sentido por la muerte de Ahones, y
mucho más por temerse, de que siendo él igual y mayor en la culpa,
no fuese lo mismo de él: propuso de hacer rostro al Rey con abierta
guerra: tanto que osó decir en público, no pararía un punto hasta
que lo hubiese echado del Reyno. Lo cual pensaba él acabar
fácilmente, por tener en poco al Rey así por su poca edad y
experiencia, como por los muchos y muy principales amigos, que en la
gobernación pasada él había granjeado, y sabía que no le habían
de faltar. Por donde le fue muy fácil traer apliego la común
rebelión de los de Zaragoza, con los demás pueblos grandes del
reyno, excepto Calatayud (como dice la historia del Rey) y otros
también escriben de Albarracín y Teruel que fueron fieles. mas no
se contentó con lo de Aragón don Fernando, que tambien escribió al
Vizconde don Guillé de Moncada en Cataluña, que de la guerra pasada
quedaba muy escocido contra el Rey: para que con la más gente que
pudiese viniese luego, y no perdiese tan buena ocasión para vengarse
de lo pasado. De suerte que el Vizconde solicitado del intrínseco
odio y temor que al Rey tenía, no dejó de intentar cuanto contra su
real persona se le ofrecía, en que podelle ofender.




Capítulo II. De la
venida del Vizconde de Cardona en favor del Rey, y de los extremos
que hacía el Obispo de Zaragoza por vengar la muerte de Ahones, y de
la matanza que don Blasco hizo en los zaragozanos.

Sabido por
el Rey lo que pasaba, y que don Fernando se ponía muy de veras
contra él en esta guerra, dejó la del monte, y descendió con su
ejercito que ya iba creciendo a lo llano a la villa de Almudévar, de
donde pasó a Pertusa en el territorio de Huesca. En esta sazón el
Vizconde don
Ramón Folch de Cardona sabida la necesidad y
trabajo en que el Rey estaba, y la junta de gente que el Vizconde de
Bearne con los suyos hacían, para ir a favorecer a don Fernando
contra el Rey, junto con don Guillen Ramón de Cardona su hermano,
una muy escogida banda de hasta 60 hombres de armas. Y partido para
Aragón llegó primero que todos los demás socorros que vinieron, a
los contornos de Zaragoza, donde halló al Rey, al cual se ofreció
con todo su poder y gente para servirle hasta morir en su defensa.
Esta venida del Vizconde con tan principal socorro fue tenida en
mucho por el Rey, así por ser tan a tiempo, como porque con su
autoridad y ejemplo el Vizconde movió a muchos en Cataluña para
seguir y favorecer la parcialidad Real: lo mandó (mandolo) alojar
con toda su gente muy principalmente: y pues se halló con tan buen
cuerpo de guarda, mandó a don Blasco de Alagón, y a don Artal de
Luna fuesen con una compañía de infantería, y una banda de
caballos a hacer guarda en la villa de Alagón contra los
Zaragozanos, que por no haberlos seguido juraron de saquearla:
quedándose con el Rey don Atho de Foces, don Rodrigo Lizana, don
Ladrón, y el Vizconde con su gente. A vueltas de todo esto, el
Obispo de Zaragoza había juntado gran número de soldados de los que
habían quedado de Ahones su hermano, y estaba tan puesto en la
venganza de su muerte, que sin acordarse de su dignidad Pontifical,
ni del respeto que a su Rey debía, demás del escándalo y mal
ejemplo que de si daba, salió a puesta de Sol de Zaragoza
con su
ejército, y marchando toda la noche llegó a la villa de Alcubierre,
la cual por no haber querido poco antes, siendo requerida, juntarse
con los de Zaragoza contra el Rey, la dio a saco: y por ser en tiempo
santo de la cuaresma, para quitar de escrúpulo a sus soldados, decía
voz en grito y con furiosa ira, que era tan santa y justa la
guerra que contra el Rey hacía como contra Turcos, y por tanto
absolvía, armado como estaba, a todos de la culpa y escrúpulo, que
por el saco hecho tenían, y por mucho más que hiciesen. Demás que
no solo afirmaba con pertinacia, que gente que se empleaba contra el
tirano por la salud y libertad de la Repub. podía sin escrúpulo
comer carne en los días prohibidos, pero aun prometía la celestial
gloria a cuantos en esta guerra le seguían. También por otra parte
los Zaragozanos por dar alguna muestra y señal de su mala liga y
rebelión contra el Rey salieron segunda vez para el Castellar, que
está cerca de Alagón, río en medio; el cual pasaron en barcos, y
puestos en celada, enviaron alguna gente delante, porque fuesen
vistos de los de Alagón, a efecto de que, saliendo sobre ellos, se
retirarían con buen orden, hasta traerlos a dar en la celada. Como
don Blasco y don Artal los vieron, sospechando lo que podía ser, se
detuvieron aquella tarde, y los Zaragozanos viendo que no salían a
ellos, se retiraron a la otra parte del río, por estar más
seguros. Dejando pues don Blasco alguna gente de guarda en la villa
salió a media noche con toda la caballería, y pasaron a Ebro con
poco estruendo en los mismos barcos, y al romper del alba, dieron
sobre los Zaragozanos, que los hallaron durmiendo, sin centinelas, y
bien descuidados: y de tal manera los persiguieron que entre muertos
y presos fueron trescientos, huyendo los demás. Esta victoria fue
para el Rey y los de su parcialidad muy alegre, porque se creyó que
todas las aldeas como miembros, entendiendo que la cabeza era
vencida, perderían el orgullo, y se rendirían más presto. Luego
vino el Rey a verse con los vencedores, para hacerles por ello las
gracias, y tratar sobre lo que harían.





Capítulo
III. De los aparatos de guerra que el Rey hacía, para el saco de
Ponciano, y cerco que puso sobre la villa de las Cellas, y como
fue presa.

En este medio que el Rey se detuvo en Pertusa,
distrito de Huesca, mandó armar diversos trabucos e instrumentos de
guerra, y asentarlos sobre los carros para llevarlos de una parte a
otra (aunque con grande dificultad, por ser la tierra fragosa) por lo
mucho que se había de valer de ellos en tan larga y porfiada guerra,
como se le aparejaba. A la cual se preparaba con tanto ánimo, que
como a uso de Vizcaínos, a más tormenta más vela, así cuanto más
crecían los enemigos y rebeldes, tanto más ensanchaba su pecho, y
se disponía a resistirles. Volviendo pues de Alagón para Pertusa, y
llevando consigo al Vizconde con los suyos y la demás gente de
guarda, de paso dieron asalto a la villa de Ponciano, que estaba por
don Fernando: la cual fue luego entrada y saqueada. De allí pasó a
la villa de las Cellas junto a Pertusa, y puso cerco sobre ella, y
aunque estaban la villa y fortaleza muy bastecidas de gente y
municiones, al tercero día que plantaron las máquinas y trabucos
hacia las partes más flacas del muro, y comenzaron a batirlas, el
Alcayde de la fortaleza vino a concierto con el Rey, que si dentro de
ocho días no le venía socorro, le entregaría la fortaleza con la
villa. Aceptó el rey el concierto, y un día antes que se cumpliese
el plazo, dejando allí su ejército, pasó con poca gente a Pertusa,
para dar prisa a juntar los Pertusanos con la Infantería de
Barbastro, y Beruegal que había mandado venir, para que el siguiente
día se hallasen todos en la presa de las Cellas.
En este mismo
punto que el Rey estaba rezando en la iglesia de Pertusa, vieron de
lejos venir hacia la villa al galope dos caballeros armados en blanco
por el camino de Zaragoza, y eran Peregrin
Atrogillo,
y su hermano don Gil. Llegados al Rey le avisaron como don Fernando y
don Pedro Cornel, con ejército formado de la gente de que Zaragoza y
Huesca, venía a más andar en ayuda de las Cellas, y no quedaban
lejos. Como esto entendió el Rey, luego se puso en orden, y se
partió con solos cuatro de a caballo para las Cellas. Mandando a los
Pertusanos con los de Barbastro y Beruegal le siguiesen. Llegado a
los alojamientos do habían quedado el Vizconde y don Guillen su
hermano, con don Rodrigo Lizana, que con todo el ejército no pasaban
de ochocientos hombres de armas, y mil y seiscientos Infantes,
determinó esperar con estos a don Fernando: ni temió los grandes
escuadrones de las ciudades, con ser cuatro tantos más que los
suyos, por más
empauesados
que viniesen, como se decía. Había entonces en el Consejo del Rey
un don Pedro Pomar, hombre anciano, y muy experimentado en cosas de
paz y guerra, el cual considerando el mucho poder del ejército de
don Fernando, que en número y bien armado excedía de mucho al del
Rey, según los caballeros que
truxeron
la nueua
lo
afirmaban
, y que la persona Real
estaba en muy grande y manifiesto peligro, le pareció (pareciole)
exhortar al Rey, mas le rogó que con gran presteza se subiese en un
monte alto, que estaba junto a la villa, adonde con la aspereza del
lugar defendiese su persona, hasta que llegase el socorro de los
pueblos que aguardaba. Al cual respondió el Rey animosa y
varonilmente, diciendo. Sabed don Pedro que yo soy el verdadero y
legítimo Rey de Aragón, y que tengo muy justo y legítimo Señorío
y mando sobre aquellos, que siendo mis verdaderos súbditos y
vasallos toman injustamente las armas contra mí, como esclavos que
se amotinan contra su señor. Por tanto confiando en la suprema
justicia de Dios, y que tengo ante su divina Majestad más
justificada mi causa que ellos, no dudo que con su divino favor podré
con los pocos que tengo, resistir y vencer el grande ejército de los
rebeldes y fementidos que viene contra mí, y así mi determinación
es hoy en este día, o tomar por fuerza de armas la villa, o morir
ante los muros de ella. Por eso vuestro consejo de fiel y prudente
amigo guardadlo (
guardaldo)
para otro tiempo, que aprovechará con más honra que agora. Como
acabó de decir esto, comenzó más animoso que nunca a instruir y
poner en orden los escuadrones, con tanta diligencia y valor, como si
ya estuvieran presentes, y le presentaran la batalla los enemigos:
los cuales, como ni pareciesen, ni llegasen, y el plazo fuese
cumplido, la villa con sus fortaleza se le entregó libremente, y fue
librada de saco.





Capítulo IIII
(IV). Como vino el Arzobispo de Tarragona a concertar al Rey con don
Fernando, y no pudo: y como los de Huesca con astucia hicieron venir
al Rey, y del gran trabajo en que se vio con ellos.

Tomada la
villa de las Cellas, y bien fortificada su fortaleza de gente y
municiones, el Rey se volvió a Pertusa, adonde poco antes era
llegado don Aspargo Arzobispo de Tarragona, hombre muy pío y sabio,
y (como dijimos) pariente del Rey muy cercano: el cual entendidas las
diferencias del Rey y don Fernando, de las cuales cada día se
seguían tan grandes novedades, daños, y divisiones de pueblos en
los dos Reynos: tanto, que ya en Cataluña se iba perdiendo autoridad
y obediencia del Rey, y cada uno vivía como quería, puso todas sus
fuerzas en apaciguar, y concordar tío con sobrino, por divertirlos
de tan escandalosa guerra como se hacían el uno al otro. Mas como el
odio estuviese en ellos tan encarnizado, por estar don Fernando tan
persuadido que había de reynar, cuanto el Rey determinado de no
perder un punto de su derecho, y posesión del Reyno, dexolos: y sin
acabar cosa alguna se volvió a Tarragona, a encomendarlo todo a
nuestro señor, y rogarle por
el estado de la paz. En este medio
los de Huesca que vieron perdidas las Cellas, comenzaron a apartarse
del bando de don Fernando, y a descubrirse entre ellos la parcialidad
del Rey, aunque más flaca que la de don Fernando: pero muchos
deseaban pasarse a ella, sino que con mañas prevalecía siempre la
contraria, porque don Fernando, en aquel poco tiempo que estuvo
recogido en el monasterio, o Abadía de Montaragon, junto a Huesca,
teniendo ojo a lo por venir, tenía corrompidos y atraídos a si los
de la ciudad con presentes, dádivas, y muy largas promesas. De
manera que en los ayuntamientos venciendo la parte mayor (como suele
ser) a la mejor, la de don Fernando prevalecía, y no se hacía más
de lo que él quería, por donde los desta parcialidad en nombre de
toda la ciudad, comenzaron con grande astucia a inventar contra el
Rey cosas nuevas. Porque entrando en consejo trataron engañosamente
con Martín Perexolo juez de la ciudad por el Rey puesto, y con los
de la parcialidad Real, que hiciesen saber al Rey como los de Huesca
le eran muy verdaderos súbditos y fieles vasallos, y deseaban mucho
viniese a verlos y tratarlos, que lo recibirían con grandísima
honra y aplauso del pueblo, y sin réplica harían por él cuanto
les mandase. Como el Rey entendió esto de los de Huesca, y tuviese
el ánimo fácil y sencillo para echar siempre las cosas a la mejor
parte, sin tener ninguna sospecha dellos, dejó el ejército
encomendado al Vizconde y acompañado de muy pocos, por no dar que
temer al pueblo, se partió para Huesca. Llegado a vista de ella le
salieron a recibir veynte ciudadanos de los más principales a la
ermita de las Salas: y como le recibieron con mucha honra y fiesta:
así también el Rey recogió a todos ellos con grande benignidad y
alegre rostro, y porque conociesen por cuan fieles súbditos los
tenía y los amaba, les habló con palabras muy amigables, y de tanta
llaneza como si fuera compañero entre ellos, y trayendo cabe si a
don Rodrigo Lizana, don Blasco Maza, Assalid Gudal, y Pelegrin Bolas,
principales caballeros de su consejo, entró en la ciudad. Por aquel
día el pueblo le recibió con tantos juegos y regocijo, que pareció
dar de si muy grandes indicios de fidelidad: pero en anochecer
tocaron al arma, y se vinieron a poner a las puertas de palacio, cien
hombres armados como en centinela, guardando y rondando por de fuera
el palacio toda la noche. Entendió el Rey lo que pasaba, y
considerando el grande peligro en que estaba, en siendo de día
disimuladamente, y con gran serenidad de rostro envió a llamar los
más principales de la ciudad, y mandó convocasen todo el consejo
allí en palacio, adonde dentro del patio, que era grande, concurrió
toda la ciudad y pueblo, y el Rey puesto a caballo, señalando
silencio, les habló desta manera.





Capítulo V.
Del razonamiento que el Rey hizo a los de Huesca, y como acometieron
de prendelle.

Hombres buenos de Huesca, no creo que ninguno de
vosotros ignora ser yo vuestro verdadero y legítimo Rey, y que poseo
y soy señor vuestro, y de vuestras haciendas por derecho de sucesión
y herencia. Porque xiiij. generaciones han pasado hasta hoy, que yo y
nuestros antepasados por recta linea poseemos el Reyno de Aragón.
Por lo cual, con la continuación de tan larga prescripción, se ha
seguido tan estrecha hermandad de nuestro señorío con vuestra fiel
obediencia y servicio, que ya como natural, y que tiene su asiento y
rayz en los ánimos, ha de ser preferida a cualquier obligación de
parentesco y sangre: porque esta se puede deshacer con el tiempo; y
la otra es tan indisoluble, que antes suele con el mismo tiempo
acrecentarse más. Por esta causa he siempre deseado, que de la
afición y amor que os tengo, naciese la pacificación vuestra, para
mayor honra y utilidad del pueblo, y para mejor ampliaros los fueros
que nuestros antepasados os concedieron: si con la inviolable fé, y
obediencia que siempre habéis tenido con ellos, correspondiese ahora
conmigo vuestra fidelidad y servicio. Por donde ya que con tantos
y tan manifiestos indicios y señales de alegría y contentamiento
habéis solemnizado (solenizado) y festejado la entrada de vuestro
Rey, no debíais (deuiades) agora de nuevo deslustrarla con tanto
estruendo de armas, y aparatos de guerra: porque no
diérades
ocasión alguna para desconfiar de vuestra fidelidad. Mayormente que
yo no he venido sin ser llamado, antes he sido para ello muy rogado
de vosotros, y que de muy confiado de vuestra debida fé y prometida
obediencia, he dejado el ejército, y entrado en esta ciudad, no
cierto para destruirla, sino para más ennoblecerla, y magnificarla.
Como llegó el Rey a este punto, levantose tal murmuración del
pueblo contra los que regían, que no pudo pasar más adelante su
plática. Sino que haciendo señal de silencio, se adelantó uno de
los principales del regimiento antes que los del consejo
respondiesen, y dijo, que los de Huesca siempre habían tenido y
tenían por muy cierto, que su real ánimo era propicio y favorable
para ellos, y que de allí adelante lo ternia mucho más: pues para
más manifestar la buena voluntad que les tenía, les había hablado
con palabras de mucho amor, y con tanta mansedumbre: y así por esto
el pueblo tendría (ternia) su consejo, y harían en todo lo que el
mandaba. Con esto se recogieron los principales del, quedándose el
Rey a caballo en el patio, y se encerraron en las casas del Abad de
Montearagón, adonde sin tener más respeto a la persona del Rey,
tuvieron entre si diversas y largas pláticas con la contradicción
de algunos que defendían la parte del Rey, interviniendo
(entreuiniendo) en ellas muchas voces y porfías: aunque siempre
prevalecía como está dicho, la parcialidad de don Fernando, demás
que por alterar al pueblo, no faltaron algunos malsines, que
sembraron rumores, afirmando muy de veras que el Vizconde de Cardona,
después de haber bien reforzado el ejército Real, venía so color
de librar al Rey a saquear a Huesca. Por donde comenzándose a
alborotar la gente popular, los congregados se salieron a fuera para
tocar al arma. Pero el Rey les aseguró, y mandó se estuviesen
quedos, y volviesen a su consejo, porque estando él presente no se
desmandaría el ejército.
Quietáronse
algo, aunque siempre quedaron los ánimos alterados, y muy puestos en
poner las manos en el Rey, de muy accionados a don Fernando, y
sobornados por él: pero cuanto más miraban su Real persona tanto
más les faltaba el ánimo y fuerzas para hacerlo, y con ello
dilataron el consejo para otro día, diciendo, que por entonces no
había lugar para responder al Rey, y así se despidieron todos,
quedando encargados cada uno, de lo que había de hacer.





Capítulo VI.
Del astucia
que usó el Rey para burlar a los de Huesca, y como se salió libre
con toda su gente de ella.

Sabiendo el Rey por algunos de su
parcialidad lo que había pasado en consejo, y del secreto orden que
cada uno traía de lo que había de hacer, todo por orden de don
Fernando, que siempre llevaba sus malas intenciones adelante,
apeose del caballo, y subiose a su aposento con la gente de guarda,
que ya le había acudido alguna: repartiéndola, parte por las
puertas grandes, parte por la sala y antecámara. Estaban con el Rey
los mismos don Rodrigo de Lizana, Gudal, y Rabaça, hombre de gran
juicio, y (como dice la historia) muy entendido en negocios. Llegaron
en aquella sazón don Bernardo Guillen tío del Rey, y don Ramó de
Mópeller pariente del mismo, y Lope Ximenez de Luesia. Los
cuales poco a poco con razonable copia de gente de a caballo bien
armados se habían entrado en la ciudad, sin que nadie se los
estorbase. Sobresto nació nueva revolución en el pueblo, y se
sintió gran estruendo de armas, ya con manifiesta determinación de
prender al Rey. Porque a la hora atravesaron muchas cadenas por las
calles y pusieron de ciertos a ciertos lugares cuerpo de guarda,
porque no pudiese escapar hombre de a caballo, cerrando con mucha
presteza las puertas de la ciudad. Como entendió esto el Rey usó
con ellos de astucia y ardid admirable. Mandó luego aparejar un
convite opulentísimo, y a gran prisa buscar todo género de
servicios por la ciudad, enviando algunos de ella por las aldeas a
traer terneras y volatería, y convidar los principales del pueblo,
para que se descuidasen y perdiesen la sospecha que tenían de su
ida: lo que el pueblo aceptó de muy buena gana. En este medio echose
el Rey encima una cota de malla, y subiendo en su caballo, y con él
don Rodrigo y don Blasco y tres otros, se salieron por la puerta
falsa de Palacio, y por ciertas calles secretas descendieron a la
puerta Isuela por donde van a Bolea. Mas hallándola cerrada, y sin
gente de guarda, forzaron a los que tenían las llaves a que la
abriesen. La cual abierta, parose el Rey en medio de ella hasta que
llegase toda su gente de a caballo que ya venía con diligencia y
salidos a fuera al punto de medio día, con el fervor del Sol, y a
vista de todo el pueblo, hicieron su camino. hasta que encontraron
con el Vizconde que ya venía con el resto del ejército, y
juntos como paseando se fueron a Pertusa.





Capítulo
VII. Del sentimiento que el Rey hizo por la muerte del Papa Honorio,
y como concertó las diferencias de don Fernando con don Nuño
Sánchez, y del Vizconde de Cardona con el de Bearne.


Estando
el Rey en Pertusa le llegó nueva de Roma de la muerte del sumo
Pontífice Honorio iij. la cual sintió el Rey en extremo. Porque
este Pontífice tuvo siempre por muy proprias sus cosas cuando niño,
y las de la Reyna María su madre, como en el libro 2 se ha dicho. Y
si no fuera por la ocupación y embarazos de la guerra, y falta de
aparatos, le hubiera hecho las obsequias con aquella suntuosidad y
pompa que se debía. Escribió luego al sucesor que fue Gregorio ix.
dándole el para bien del Pontificado. Encomendándole a si y a sus
cosas, y prometiendo en su nombre y de sus Reynos toda obediencia y
servicio a su santidad, y a la santa sede Apostólica. Allí también

supo el Rey de algunos que acudieron de Huesca, la secreta
conjuración que había en ella para prender su persona, por
inducción (inductió) de don Fernando, el cual si acudiera luego, o
hiciera alguna muestra dello, sin duda que se desacataran, y pusieran
en ejecución lo que pensaban. Por donde no acudiendo, quedó su
parcialidad tan afrentada y corrida, que si el Rey entonces quisiera
perseguir a don Fernando todos le siguieran, pero
túvole
el Rey siempre tanto respeto que jamás pudo acabar consigo de
hacerle guerra de propósito, esperando su conversión y
reconocimiento, y que se apartaría del mal uso que tenía de darle
tantas veces con la mocedad en rostro. Puesto que así las malas
palabras, como las peores obras de don Fernando, el buen Rey las
disimulaba, y como hemos dicho, las tomaba como por ejercicio de su
paciencia y magnanimidad: y pudo tanto con estas dos virtudes, que
con ellas no solo confundía a sus enemigos y malévolos, pero
asimismo domaba, templando el ardor de su mocedad, y dando siempre
lugar a que la razón se enseñorease en él, y fuese suave su
reynar. Porque aunque toda la vida se le pasó en guerra, su fin fue
siempre la paz y concordia, y no había cosa en que de mejor gana se
emplease, que en averiguar diferencias, y atajar distensiones entre
los suyos: pues sin quererse acordar de las ofensas de don Fernando,
ofreciéndose ciertas diferencias bien reñidas entre él y don Nuño,
que era persona tal, que si el Rey le hiciera espaldas, sacara a don
Fernando del mundo, no solo no lo hizo, pero mostró querer hacer la
parte de don Fernando, procurando de atraer a don Nuño a la
concordia con un tan formado enemigo de los dos. También tomó a su
cargo de concertar otras semejantes y mayores diferencias y bandos
antiguos entre los Vizcondes de Cardona y el de Bearne. Las cuales
eran de tanto peso, que habían puesto a toda Cataluña en dos
parcialidades, con grande quiebra de la autoridad y jurisdicción
Real. Mas por mandato del Rey, así el de Bearne, como don Guillen
Ramón su hermano, y todos los de su bando, con haber recibido
grandes daños y menoscabos de hacienda en estas distensiones
(dissensiones) fueron contentos de hacer por manos del Rey treguas
por diez años con el Vizconde de Cardona, para que con tan larga
quietud la paz se confirmase entre ellos. Con tal que el de Cardona
diese cinco castillos, con otros tantos hijos de principales en
rehenes, con condición que dentro de cinco años no rompiendo la
paz, pudiese librar cada año un castillo, con uno de los rehenes,
pero si durante aquel tiempo rompía la tregua, o se cometiese algo
de parte del Vizconde contra el de Bearne, los castillos del de
Cardona con las rehenes fuesen perdidos. Y que de los daños por
ambas partes recibidos no se hablase, porque eran iguales, con otras
muchas condiciones que seria superfluo aquí ponerlas. Sino que en
conclusión, anularon, y tuvieron por revocados cualesquier derechos,
pactos, condiciones y promesas, que con cualesquier personas para
esta guerra se hubiesen firmado. Exceptuando solamente los derechos
Reales: y que de nuevo por ambas partes se diese la obediencia y
prestase homenaje al Rey.




Capítulo VIII. De
la unión y conciertos que entre si firmaron las ciudades de Jaca,
Huesca y Zaragoza.

Apaciguadas las arriba dichas diferencias
entre los Vizcondes y los demás, en los dos reynos, de las cuales
pudo mucho valerse don Fernando para perturbar el gobierno del reyno:
mas como ya
le faltasen las amistades, comenzó de allí adelante
a venir muy albaxo su parcialidad, y prevalecer la real. En tanto que
convencido él mismo, no menos de la paciencia del Rey, que de su
propria conciencia, vino a decir que quería públicamente dar la
obediencia al Rey para ejemplo de todos. Puesto que en este mismo
tiempo los de Zaragoza con los de Jaca y Huesca, que seguían la
parcialidad de don Fernando, por sus procuradores y largos poderes,
se juntaron en Iaca, que es una ciudad fuerte de las más
cercanas y fronteras a la Guiayna, en medio de los montes Pyrineos,
aunque en lugar llano fundada: donde hicieron una confederación y
alianza entre si, dándose la fé unos a otros: y entre otras cosas
prometieron, que en ningún tiempo se faltarían los unos a los
otros, y que por el común y particular bien de cada una, se valdrían
contra cualesquier personas de cualquier estado, orden y condición
que fuesen, que por cualquier vía tentasen de perturbar sus repub.
Desta conjuración, o unión se halla que fue la cabeza, e inventora
Zaragoza. Las causas que para hacerla tuvieron, se decía era
primeramente por la división de los Reynos, y el estar puestos
tanto tiempo había en parcialidades: y por atajar los atrevidos
acometimientos de la una parcialidad contra la otra, perturbando el
orden y mando de la justicia, y abusando de la honestidad y religión.
El Rey que oyó se hacían estos ayuntamientos sin su autoridad y
licencia en tiempos tan turbados, túvolos por sospechosos: creyendo
que se hacían, no tanto por algún buen fin, y beneficio público de
las ciudades, cuanto por alguna secreta ponzoña que de nuevo habría
sembrado don Fernando y los suyos. Y que ni fue por defenderse de los
daños que las parcialidades se hacían unas a otras, sino para que
con este color estuviesen siempre en armas para ofender más presto
que para defenderse de otros.





Capítulo IX. Como
don Fernando y el Vizconde de Bearne determinaron entregarse a la
voluntad del Rey, y le enviaron sus embajadores sobre ello.

Cuanto
más iba don Fernando pensando en su comenzado propósito y ánimo de
quererse reconciliar con el Rey, tanto más hallaba le convenía
ponerlo luego en efecto, antes que acabase de incurrir en mayor
ira y desgracia suya. Puesto que las ciudades no dejaban secretamente
de solicitarle, por haberse puesto por él tan adelante en su
empresa, que casi le forzaban a proseguirla. Pero a la postre como se
viese ya cargar de años, y se hallase muy cansado de haber andado
tanto tiempo por el camino de la ambición y nunca llegar al fin
pretendido: considerando entre si, que habiéndole Dios hecho tan
aventajado en calidad, saber, y amigos, la fortuna siempre le
deshacía sus cosas: y por el contrario las del Rey contra toda
fortuna ser tan favorecidas: conoció que obraba Dios en estas, y que
por no incurrir en la ira de Dios era menester renunciar a las suyas
proprias y mal intencionadas obras, y entregarse del todo a la
obediencia y voluntad del Rey. Y así determinó de comunicar esto
con sus amigos, señaladamente con el Vizconde de Bearne, don
Guillén de Moncada, y don Pedro Cornel los principales de su
parcialidad y bando, que también estaban muy en desgracia del Rey
(no hallándose allí don Guillen Ramón hermano del Vizconde que
por cierta ocasión era vuelto a Cataluña) a los cuales de muy
quebrantados de tantos y tan continuos trabajos de la guerra, sin
hacer ningún efecto bueno en ella, fácilmente persuadió lo mucho
que convenía tratar de esta común reconciliación de todos. Y así
para mejor determinarse sobre ello, se fueron juntos a Huesca.
Adonde concluido su propósito, envió don Fernando sus
embajadores al Rey que estaba en Pertusa, haciéndole saber como él
y el Vizconde con todos los principales de su parcialidad se habían
juntado en Huesca, y por gracia de nuestro señor habían determinado
de ponerse muy de veras en sus reales manos, a toda su voluntad y
albedrío, con verdadero arrepentimiento de las ofensas y desacatos
que le habían hecho, para pedirle humildemente perdón de todo. Y
así suplicaban les diese licencia para ir a verse con él fuera de
Pertusa, que la tenían por sospechosa, y la junta fuese con muy
pocos de a caballo que llevarían consigo, con que no fuesen más los
que su real persona trajese, y que habida licencia partirían
luego. Propuesta y oída por el Rey la embajada, luego los del
consejo y principales caballeros que con él estaban, se levantaron
todos mostrando muy grande alegria, y dando voces de placer por
tan felice nueva: entendiendo que de la reconciliación de don
Fernando con el Rey se seguía toda la pacificación y quietud
deseada para los reynos, y se acabada la guerra con el mayor
honor y triunfo del Rey que desear se podía. Habido pues consejo
sobre la embajada, se dio por respuesta a los embaxadores, que se les
permitía a don Fernando, y al Vizconde y los demás, venir a esta
junta a verse con el Rey en el monte de Alcalatén junto a Pertusa,
con solos siete de a caballo, y que los aseguraba, debajo su Real fé
y palabra, que no saldría con más de otros tantos dentro de tercero
día.





Capítulo X.
Como don Fernando y el de Bearne, y otros se entregaron al Rey y les
perdonó, y se siguió de esto la general paz para todos los Reynos.


Expedidos los embajadores y vueltos a don Fernando, como
entendió de ellos la benignidad con que el Rey los
haura
recebido, y oydo su embajada, de más del regocijo y alegría que
toda la Corte sentía, en tratarse de concordia, sintiola don
Fernando mucho mayor, y el Vizconde con él, y luego se pusieron en
camino. Mas no tardó el Rey de acudir al puesto, acompañado del
Vizconde Folch de Cardona y su hermano don Guillé, don Atho de
Foces, don Rodrigo Lizana, don Ladrón, de quien afirma el Rey ser de
muy buen linaje, Assalid Gudal y Pelegrin Bolas, con otro que no se
nombra. Vinieron con don Fernando y el Vizconde don Guillé de
Moncada, don Pedro Cornel, Fernán Pérez de Pina, y otros en ygual
número con los que el Rey traía. Y llegados al monte que tenía en
lo alto su llanura, don Fernando con muy grande acatamiento y
humildad, los ojos en tierra, juntamente con los demás se postró
ante el Rey, el cual los recibió humanísimamente, abrazando a cada
uno, y no sin lágrimas de todos. Y porque tomasen ánimo y
hablasen libremente, les puso en pláticas de placer y regocijo, y
respondieron con las mismas. Puesto que don Fernando, como a quien
más tocaba hablar por todos, endreçaua toda la conversación a que
su Real benignidad tuviese por bien de perdonar a él, y a sus
compañeros, los atrevimientos y desacatos pasados cometidos contra
su Real persona, y admitirles en todo su amor y gracia, como antes.

Pues se le debía como a tío, y deudo tan conjunto como a
Eclesiástico, y que estaba con toda humildad rendido a sus pies,
para que hiciese de él lo que fuese servido. Lo mismo rogó por el
Vizconde que estaba en la misma forma humillados, pidiéndole perdón
y la mano como vasallo suyo, de quien con todo su poder y estado se
podía valer y servir como de un esclavo. A esto añadió el
Vizconde, usando de la misma sumisión y acatamiento, como no
ignoraba su Alteza cuan estrecho deudo tenían los suyos con los
Condes de Barcelona que fueron los fundadores de aquel Principado. Y
que por esto se le debían a él mayores mercedes, y había de ser
restituido en mayor amor y gracia para con su real benignidad. Porque
siendo su estado aventajado a todos los demás,
por el Vizcondado
de Bearne, que era el más principal de toda la Gascuña, podía
mejor y con mayor poder que todos servirle. Demás que cuanto había
hecho antes, no había sido con ánimo de ofender, sino solo por
defenderse de su real ira con que tanto le había perseguido: pero
que si sus cosas se habían echado a mala parte, y a otro fin de lo
que se hicieron, de nuevo pedía (pidia) perdón para si, y a los
suyos: prometiendo que en ningún tiempo, por más ocasiones que se
le diesen, movería guerra contra la corona real, antes se preciaría
tanto de servirle, que merecería muy de veras su perpetua gracia
y alabanza. Como pidiesen y protestasen lo mismo los demás con
palabras humildes haciendo muestras de quererse postrar y besar los
pies al Rey, él los levantó y se enterneció con ellos, y dijo que
habido consejo respondería. Luego de común parecer los del Rey, se
dio por respuesta tres cosas. La primera, que don Fernando, y el
Vizconde de Bearne, con todos los de su parcialidad fuesen admitidos
a perdón, y restituidos en la gracia del Rey.
La segunda, que
las diferencias y pretensiones de ambas partes, por ser negocios
gravísimos, y que consistían en materia de justicia, se remitiesen
a la determinación de los jueces que se nombrarían para ello. La
postrera, cerca de las novedades de las ciudades por haberse de nuevo
conjurado, y hecho unión por si, quedase a solo arbitrio del Rey
declarar sobre ellas. Determinados estos capítulos y notificados a
las partes, y por todos aceptados, don Fernando y el Vizconde con los
demás de su parte besaron con grande afición y humildad al Rey las
manos, el cual con mucho regocijo, de uno en uno los abrazó a todos,
y se entraron en Pertusa, donde el Rey los mandó
aposentar y
regalar esplendidísimamente, con ygual contentamiento y placer de
ambas partes. Pues como luego se divulgase por todo el Reyno la
alegre y tan deseada nueva de esta concordia, los Prelados mandaron
hacer por todas las yglesias de sus distritos grandes procesiones de
gracias, con muchos sacrificios a nuestro señor, por tan felice
pacificación y concordia: los pueblos las celebraron con muchas
fiestas, danzas, y regocijos en señal de universal contentamiento de
todos. Porque aunque las diferencias que de la guerra quedaban
por averiguar entre los pueblos, eran grandes, y los daños de ambas
partes infinitos, y muy difícil la recompensa dellos, el deseo de la
paz, y vivir con tranquilidad cada uno en su casa era tanto, que vino
a ser fácil y suave, lo que antes parecía muy áspero, e imposible.





Capítulo XI.
De las capitulaciones que se hicieron para asentar las demandas que
por ambas partes había, para reparo de los daños por la guerra
causados.

Para que la deseada paz y concordia viniese a
debido efecto, fue necesario capitular primero sobre el asiento que
se había de dar en el reparo de tantos daños, y pérdidas que por
las guerras se habían padecido. Para esto se nombraron jueces
supremos el Arzobispo de Tarragona, el Obispo de Lerida, y el
comendador Monpensier vicario del Maestre del Temple en los reynos de
España. A estos se remitió el examen y declaración de todas sus
diferencias y pretensiones. Y prestado el juramento por ambas partes,
prometieron de estar al parecer y determinación dellos.
Lo más
principal y más difícil de todo era la enmienda y recompensa de los
daños que el Rey había recibido de la primera conjuración de don
Fernando y del Obispo hermano de Ahones, y hecha en su nombre de
Sancha Pérez viuda, y también de don Pedro Cornel, Pedro Iordan, y
G. Atorella. Los cuales daños demandaba el Fisco Real, y se habían
de rehacer: también la
fe
promesas y pactos de los de la parcialidad de don Fernando, que a fin
de llevar adelante la conjuración se firmaron con juramento, se
habían de anular, y deshacer del todo. A lo cual oponía el Obispo,
aunque absente, debían primero restituirle las villas y castillos
que el Rey, muerto Ahones, le había tomado por fuerza de armas, con
una gran suma de dinero prestado, por el cual le habían dado en
rehenes ciertas villas y castillos, sin los que tenía en los reynos
de Sobrarbe y Ribagorza. Finalmente oídas de parte del Obispo, y del
Fisco real sus demandas, Los jueces juzgaron, cuanto a lo primero,
Que don Fernando y los demás de su bando entregasen al Rey todos los
instrumentos de la conjuración, así de los caballeros, como de las
ciudades, como de otras cualesquier personas, en cualquier tiempo
hechos. Que don Fernando y los demás conjurados de nuevo diesen la
fé y obediencia al Rey. Que el Rey no teniendo otro más conjunto
pariente que a don Fernando, le diese para su ayuda de costa en honor
xxx. caballerías, o la renta de ellas, en cada un año, durante su
vida. Que assi mesmo le perdonase muy de corazón, y le absolviese de
cualquier crimen lese magestatis, y de toda otra culpa en que por la
conjuración hubiese incurrido, y le diese su fé y palabra que para
en lo
por venir
podía seguramente, sin ningún recelo entregarse a su mero imperio y
voluntad. Lo mismo se hizo con don Sancho el Obispo, aunque absente,
que había de ser restituido en la gracia del Rey: y también por
haber hecho todo lo que hizo: por el gran dolor que de la muerte de
su hermano tuvo, fuese libre y absuelto de toda culpa, teniendo de
allí a delante al Obispo, y a la sancta cathedral yglesia de
Zaragoza por muy encomendados. Que los castillos y lugares que Ahones
viviendo poseía por mano del Rey, fuesen restituidos al patrimonio
real: mas los que poseía por derecho de sucesión y herencia,
viniesen al Obispo su hermano, a quien también se pagase cualquier
suma de dinero que a Ahones el Rey debiese. De la misma gracia y
clemencia usó el Rey con Cornel, Atorella y Iordán, y con los demás
que siguieron la parcialidad de don Fernando. Demás desto fueron
libres de cárceles y cadenas todos cuantos presos hubo (vuo) por
ambas partes, y también los castillos y villas que se hallaron
usurpadas, se restituyeron a sus propios señores: excepto el
castillo y villa de las Cellas, que por haberlos tomado el Rey por
guerra, quedaban incorporadas en la corona real. Finalmente
declararon que se habían de conceder treguas y salvo conduto por
tiempo de onze años a todos los que serían acusados de comuneros,
para que dentro de aquel término pudiesen alcanzar perdón del Rey.
El cual no dejó entre estas cosas de acordarse de algunos
principales que en el más trabajoso y peligroso tiempo de su vida,
fidelísimamente le siguieron, y en sus tan grandes necesidades le
valieron con sus personas, vidas y haciendas, hallándose siempre a
su lado. Porque a cada uno de estos hizo mercedes, y dio más
caballerías de honor. Señaladamente a don Artal de Luna, a quien
dio perpetua la gobernación de la ciudad de Borja: y a don Garces
Aguilar comendador de la orden de Calatrava en Aragón, la encomienda
mayor de la villa de Alcañiz, y a don Pérez Aguilar la señoría de
la villa de Rhoda ribera de Xalon. A los cuales no solo estas
mercedes, pero muchas caballerías que tenían dudosas se las
confirmó, y dio de nuevo. Es bien de creer que a todos los demás
que le siguieron y sirvieron, aunque no están en su historia
nombrados, hizo el Rey grandes mercedes.








Capítulo
XII. Como sabiendo las tres ciudades que el Rey se había reservado
el concierto con ellas, le enviaron embajadas para entregársele, y
de las condiciones con que fueron perdonados.

Como
los ciudadanos de Zaragoza, Huesca y Iaca, que poco antes como
dijimos, con falso nombre de defensa, tácitamente se eximían, y
alzaban con la jurisdicción Real, entendieron que habiendo el
Rey concertado y restituido en su gracia a don Fernando, y perdonado
a todos los de su parcialidad, y a las demás villas y lugares que le
siguieron, y que a solas ellas excluía del perdón general, y se
quedaban afuera: hicieron otra junta en Iaca: y luego determinaron
hacer embajada al Rey, por certificarse de su deliberación y ánimo
para con ellas. Para esto Zaragoza envió sus cinco jurados, o
regidores, Huesca y Iaca los principales de cada pueblo, con
bastantísimos poderes para tratar de cualesquier partidos y
conciertos, a fin de alcanzar universal perdón para todos. Llegados
pues los embajadores a Pertusa, y entendido que el ánimo del Rey
estaba muy
desabridos
contra las ciudades: que lo colligieron, viendo la poca cuenta y
fiesta que la villa hizo en su entrada, y porque los de palacio, a
cuyo favor y medio venían remetidos, les dijeron que el Rey no les
oiría de buena gana, se fueron para los Prelados Iuezes, a los
cuales mostraron los poderes que traían, que no contenían otro en
suma, que pedir paz y perdón, y que solo fuesen restituidos en la
gracia y merced del Rey, se obligarían a cumplir en su nombre y
de las ciudades, todos y cualesquier decretos y mandamientos, que por
ellos fuesen determinados. Hecha relación de todo esto, y satisfecho
el Rey mandó sentenciar a los jueces. Lo primero que ante todas
cosas las ciudades anulasen y deshiciesen todos y cualesquier pactos,
condiciones, promesas y juramentos de conjuración, por cualesquier
personas y ciudadanos hechos contra la autoridad, jurisdicción, y
persona Real, tácita, o expresamente. Lo segundo que por cada
una de ellas se diese al Rey de nuevo la pública fé y obediencia
con pleito y homenaje. Lo tercero, que todas las injurias,
menoscabos, y daños que hubiesen padecido y recibido del ejército
del Rey, fuesen absolutamente remetidos y olvidados. Lo último
que todos los que fueron presos por haber seguido la parcialidad del
Rey y sus bienes robados, fuesen libres de ellas y que del común, y
propios de sus ciudades les fuesen restituidas todas sus haciendas.
Oídos por los embajadores los decretos publicados por los jueces, y
hallándose con suficientes poderes para venir bien en ellos: demás
de lo que de palabra habían entendido de las ciudades, que solo
alcanzasen perdón del Rey, los condenasen en cuanto quisiesen, los
aceptaron y ratificaron sin excepción alguna. Con esto mandó el Rey
se librasen de las cárceles todos los presos de las ciudades, y se
entregasen a los embajadores. Los cuales con mucha alegría y
hazimiento de gracias besaron las manos al Rey, y fueron admitidos
con sus principales al general perdón, y se volvieron muy contentos
y pagados de la magnanimidad y benignidad del Rey. De lo cual, las
ciudades quedaron muy satisfechas, y fuera de todo recelo, y de allí
adelante le sirvieron y guardaron toda fidelidad.





Capítulo
XIII. Como Avrembiax hija del Conde de Urgel pidió al Rey le mandase
restituir el condado, y de las condiciones con que el Rey se ofreció
de conquistarlo.

Acabados de firmar por el Rey los capítulos
de la paz y perdón general, y de nuevo confirmados todos los fueros,
privilegios y libertades por los Reyes sus antecesores a las villas y
ciudades del reyno concedidas, pacificada la tierra, se partió para
Lerida. Con fin de dar una vista por Cataluña, y con su presencia
reducir los ánimos de algunos señores, y Barones, y aun de los
pueblos que por ocasión de la guerra y parcialidad del Vizconde de
Bearne, estaban muy estragados y enajenados de su amor y respeto. A
donde (para que el fin de una guerra y trabajos fuese principio de
otra) había
llegado Aurembiax hija de Armengol vltimo Conde de
Urgel, a la cual, como dijimos en el libro precedente, el Rey había
mandado reservar su derecho para pedir el condado a don Guerao
Vizconde de Cabrera, que se lo había tomado por fuerza de armas:
pues con esta condición había el Rey permitido al Vizconde poco
antes que retuviese el Condado. Esta petición como fuese justa, y
tocase a la persona Real hacerla buena y cumplirla, por haberlo así
prometido, respondió a Aurembiax que tomaría la empresa por
propria, y con las condiciones que fue entre ellos concertado antes,
la llevaría a debido efecto: si primero ella como a legítima
heredera que era del condado,
renunciase todo el derecho y acción
que contra la ciudad de Lérida podía pretender, por cualquier
derecho y acción que a ella tuviese por los Condes sus antepasados.
Lo segundo que después de hecho el concierto reconociese haber
recebido el condado de mano del Rey por derecho de feudo. Lo tercero
que ella y sus sucesores en el condado, en tiempo de paz, y guerra,
fuesen obligados de recoger al Rey, y a sus sucesores, en las nueve
villas y fortalezas que son Agramonte, Linerola, Menargues, Balaguer,
Albesa, Pons, Vliana, Calasanz y Monmagastre. Obligándose también
el Rey de hacer restituir a la Condesa las villas y castillos que le
había usurpado Pontio Cabrera, hijo de don Guerao. Finalmente
concedió todo lo sobredicho la Condesa, y dio de nuevo por especial
promesa al Rey, que no se casaría sino con quien él le mandase.
Concluidos estos conciertos, el Rey
pmetio
y juró sobre su corona real en presencia de los suyos, y de los que
acompañaban a la Condesa, que no dejaría de emplear todo su poder y
fuerzas hasta poner a la Condesa en pacífica posesión de todo el
Condado.





Capítulo XIV. Como
fue mandado citar el Conde Guerao, y no compareciendo personalmente,
el Rey conquistó muchos pueblos del Condado.


Hecho y
jurado el concierto con la Condesa, mandó el Rey juntar los dos
consejos de paz y de guerra en los cuales se halló presidente don
Berenguer Eril Obispo de Lérida, y se determinó por ellos que don
Guerao Cabrera fuese llamado a juicio, y que dentro cierto término
pareciese ante el
Rey, para que oída la petición de la condesa
respondiese a ella. Pero ni don Guerao, ni Pontio su hijo, aunque
fueron dos veces citados, comparecieron: solo don Guillen hermano del
Vizconde de Cardona se presentó ante el Rey en nombre de don Guerao,
diciendo, que el Vizconde de Cabrera y Conde de Urgel, por ningún
derecho era obligado a comparecer en juicio, porque con justo título

por tiempo de xx. años y más, poseía pacíficamente aquel
estado. Como se opusiese contra esto Guillén Zasala el más famoso
letrado de su tiempo, alegando leyes en favor de los derechos de la
condesa, y propusiese que el Rey forzase a don Guerao restituyese
todas las villas y lugares que le había usurpado, dicen que don
Guillén no respondió otra cosa, sino que el Conde de Cabrera no
había de perder punto de su justicia por la infinidad de leyes
alegadas por Zasala, señalando que
este pleyto no se había de
averiguar ante juez letrado, sino armado: porque era de aquellos que
consisten en la punta de la lanza. Y así con esto se despidió don
Guillen. Cuyas palabras entendió el Rey muy bien, y vista la dureza
y obstinación de don Guerao, y que no con palabras sino con armas se
había de ablandar, escribió a los de Tamarit de Litera villa
principal, que otros dicen de Santisteuá, y es de gente belicosa,
cercana a Lerida, mandado a los oficiales Reales, que con la más

gente que pudiesen, viniesen, trayéndose provisión para tres
días, a la villa de Albesa del Condado de Urgel. También escribió
a don Guillen de Moncada hermano del Vizconde de Bearne, y a don

Guillen Ceruera barones principales de Cataluña, rogándoles que
con toda la gente que pudiesen, suya y de sus amigos, acudiesen a
favorecerle en esta guerra: la cual había determinado hacer en
persona, confiado de su socorro. Partió luego de Lérida con tan
pocos para comenzarla, que trayendo consigo a don Pedro Cornel, que
llevaba la auanguardia, apenas le siguieron xiij. de a caballo. Llegó
a Albesa, a donde aunque no asomaba la gente de Tamarit, hallando
allí a Beltrá Calasans con lxx. soldados bien armados determinó
cerrar con los de Albesa, y espantarlos con su presencia, la cual no
era menos horrible para muchos, que amable para todos. Comenzando
pues a batir la tierra, que era medianamente grande y cercada, los
del pueblo, puesto que pudieran
defenderse de harto mayor
ejército, vista la persona del Rey, se atajaron de arte que el día
siguiente, apenas descubrieron la gente de Tamarit, cuando entregaron
la villa con el Castillo al Rey: confiando de su palabra que serían
libres del saco. De allí pasó el campo a Menargues pueblo
poco
menor que Albesa, el cual luego voluntariamente se le entregó. Allí
llegaron las compañías que se mandaron hacer en Aragón y Cataluña
de ccc. caballos, y mil infantes. Con estos, pareciendo ser bastante
ejército, determinó el Rey conquistar lo que quedaba del condado. Y
así pasó a Linerola, la cual el Conde Guerao había fortalecido, y
estaba harto en defensa. Pero como el Rey sobreviniese de improviso,
y no quisiese ella darse a ningún partido, fue animosamente
combatida por el ejército, y tomada por fuerza: juntamente con los
principales del pueblo, que se habían retirado a una torre muy alta,
y por eso fueron tomados a partido, pero la villa no pudo escapar de
ser saqueada. Adonde se detuvo el Rey tres días para hacer muestra
de la gente que tenía, y dar el orden que se había de tener para
pasar adelante.







Capítulo XV.
Como el Rey fue a poner cerco sobre la ciudad de Balaguer, cuyo
asiento se describe, y de lo que pasó en su combate.

Tomada
Linerola pasó el Rey con su ejército a delante a poner cerco sobre
la ciudad de Balaguer, por donde pasa el río Segre, y es la segunda
cabeza del Condado. En la cual hacía cuenta don Guerao esperar todo
el peso de la guerra: para esto la había mucho fortificado y
abastecido de munición y gente de guerra. Llegado el Rey a vista de
la ciudad, pasado el río, asentó su real sobre un montecillo que
llaman Almatan, que está cauallero a la ciudad, y se descubría de
él la mayor parte de ella con las casas y edificios de manera que no
era posible defenderse de las máquinas y trabucos que en el campo se
armarían. Al mismo tiempo llegaron las compañías de a pie y de a
caballo que el Vizconde de Bearne y don Guillen Cervera habían hecho
por mandato del Rey, y venía por Coronel de ellas don Ramó de
Moncada hermano del Vizconde. Con estos creció el ejército hasta en
número de cccc. cauallos y dos mil infantes, y porque la ciudad
estaba muy fortificada, y no se le podía dar el asalto sin abrir
primero el camino con las máquinas y trabucos, pareció al Rey
plantar dos de ellos en la parte del monte, donde mejor pudiesen
encararlos a las casas, pues se tiraban con ellos noche y día tantas
y tan gruesas piedras, que no escapaba casa, ni
edificio que no
fuese quebrantado dellas, y la gente muy atemorizada. Diose la guarda
de los trabucos y máquinas a don Ramón con tres otros caballeros
principales con poca gente, por no estar muy apartadas del cuerpo del
Real. Como supo esto don Guillen de Cardona que favorecía a
don
Guerao, y como dijimos, compareció por él ante el Rey, y era
gobernador de la ciudad, salió de ella por una puerta pequeña del
muro, al amanecer, con xxv de acaballo, y cc. infantes. Los de
a
caballo que iban con las lanzas enristradas dieron en las guardas y
mataron y atropellaron la mayor parte de ellos: los de a pie fueron
con
achas
encendidas para las máquinas. Pues como el capitán Pomar uno de los
principales de la guarda descubriese esta gente, y viese que de los
de
a pie unos iban hacia las máquinas, otros a las tiendas del
campo a poner fuego en ambas partes, dejó a don Ramón muy en orden
junto a las máquinas, y saltó de presto a despertar al Rey. Mas don
Guillen enderezando su caballería contra don Ramón le acometió con
tanta ferocidad, que pensando ya llevarlo de vencida, le dijo que se
rindiese: pero don Ramón se defendió, y le entretuvo hasta que
llegó el Rey con la caballería. El cual dejando parte de ella en
ayuda de don Ramón, se fue con los demás para las máquinas, que le
daban más cuidado, pues para las tiendas quedaba el cuerpo del
ejército que las defendería. Adonde trabada la escaramuza con los
de a pie los venció: de manera que las tiendas y máquinas en un
punto fueron libres del incendio, y a don Guillen le fue forzado
con
harta pérdida de su gente retirarse a la ciudad.





Capítulo XVI. Como
los de Balaguer visto el gran daño y tala que mandó el Rey hacer en
sus huertas y arrabales se dieron a partido, y se libraron del
saco.

Aguardó el Rey dos días sin batir de nuevo, por ver lo
que la ciudad haría. Y como no daban ningún sentimiento de si,
viendo su pertinacia, y lo poco que les movía el grandísimo daño
que las máquinas y trabucos hacían en las casas noche y día:
asimismo, la pérdida que su gobernador
don Guillen había
hecho: demás del poco, o ningún socorro que esperaban de otra
parte, determinó de arruinarles sus lindas y bien entretejidas
huertas, con los arrabales,y talar todos sus campos a vista de ellos.
Esto sintieron tanto los ciudadanos, que luego se indignaron
gravísimamente contra el Conde Guerao, y de allí comenzaron a
tratar entre si, que sería bueno entregarle a la Condesa Aurembiax,
su natural y verdadera señora, la cual en aquella sazón había
llegado al campo del Rey. Con este acuerdo, secretamente le enviaron
sus embajadores para tratar de darse a partido. En este medio como
alguno ciudadanos de los que estaban repartidos por la muralla
hablasen con alguna gente del Rey que andaba alrededor, descubiertos
por los soldados del Conde Guerao que guardaban el alcázar y
fortaleza, les tiraron muchas saetas, e hirieron a los del muro,
porque hablaban con los enemigos. Con esta segunda ocasión se
conmovieron tanto los de la ciudad, que ya no secretamente sino al
descubierto se rebelaron contra el Conde, y con nueva embajada
ofrecieron al Rey y a la Condesa darles la ciudad con la fortaleza.
Entendido esto por el Conde, escribió al Rey estaba
muy pronto
para entregarle la fortaleza, con condición que se encomendase por
los dos a
Ramón Berenguer Ager, para que la tuviese guardada
hasta tanto que se averiguase a quien tocaba el derecho del condado.
A esto dijo el Rey que le placía lo que pedía el Conde, y como en
el entretanto los de la ciudad le solicitasen, se entregase de ella
dijo a los del Conde que ternia su consejo sobre su demanda, y con
esto, iba dilatando la respuesta. Mas el Conde, o que disimuladamente
hiciese estos tiros, como que no sabía nada de lo que los ciudadanos

trataban con el Rey y Condesa: o como si hubiera aceptado lo que
el Rey mandaba, se salió
secretamente solo de la ciudad, llevando
un gavilán en la mano, y envió un criado llamado Berenguer
Finestrat a buscar a Ramón Ager, para que fuese a guardar la
fortaleza por el concierto hecho. Pero mientras le buscaban, sin
hallarle, los ciudadanos alzaron el estandarte del Rey en la
fortaleza a vista de todos, echando con todo rigor la gente de guarda
que el Conde había puesto en ella. Como vio esto Finestrat, y
entendió lo que había pasado entre el Conde y el Rey para mejor

burlar al Conde, apartose de allí confuso y burlado: y lo mismo
aconsejó a Ramón Berenguer Ager, que ignorando lo que pasaba, venía
ya para entrar en la fortaleza.






Capítulo XVII. Como don Guerao fue echado de
todo el condado de Urgel, y Aurembiax puesta en posesión del, y como
casó con don Pedro de Portugal primo del Rey.


Tomada la
ciudad de Balaguer, don Guerao y su gente se pasaron a Monmagastre, y
a la hora la Condesa por mano del Rey fue puesta en posesión, y
jurada por señora en Balaguer, mudando los oficiales, y dando nuevo
regimiento a la tierra. De allí se fue el Rey con el ejército, y
también la Condesa a Agramunt villa principal del condado, a donde
don Guillen de Cardona había puesto para defenderla. Asentose el
ejército en la subida de un monte llamado Almenara, a vista del
pueblo, lugar más alto y bien acomodado para combatir la villa.
Visto esto por don Guillen la noche antes que diesen el asalto, se
salió con los suyos secretamente del pueblo, el cual luego
essotrodia se dio con la fortaleza a la Condesa. Lo mismo
determinaron hacer los de la villa de Pons, porque llegó de secreto
un embajador al ejército diciendo que luego en viniendo el Rey se le
darían. Pero él no quiso venir a esto, por haber entendido que la
villa estaba por el Vizconde Folch de Cardona, al cual no había
según costumbre, desafiado antes que comenzase contra él guerra.
Por donde quedándose en Agramunt, envió allá a la Condesa y a don
Ramón de Moncada, con todo el resto del ejército, quedándose con
solos xv. caballeros. Como el ejército se allegó a Pons, sin que el
Rey pareciese en él, indignados de esto los del pueblo, por el
menosprecio que en esto mostraba hacer de ellos, salieron de
improviso a dar sobre el ejército: pero fueron del también
recibidos, que trabando la escaramuza quedaron del todo vencidos,y
puestos en huida hacia la villa, se recogieron en ella con muy grande
pérdida suya. Como la Condesa les enviase a decir que aun eran a
tiempo de darse muy a su salvo, que les haría toda merced,
respondieron con la misma obstinación, que a ninguno sino a la misma
persona del Rey se rendirían. Sabido esto por el Rey, luego partió
para ellos, y en llegando le entregaron la villa con la fortaleza, la
cual el Vizconde de Cardona había dejado bien proveída de gente y
munición. Acceptola el Rey salvando al Vizconde sus derechos, si
algunos tenía a la villa. Para esto de parte del Rey y de la Condesa
se dio toda seguridad, y al pueblo se le tuvo tal respeto, que no
dejaron entrar en él al ejército, ni se le hizo ningún ultraje.
Tomado Pons,
Vilana
con las demás villas y lugares de la montaña de Segre arriba,
libremente y sin condición alguna se entregaron al Rey y a la
Condesa. De manera que con el favor y amparo del Rey, la condesa
cobró todo el condado de Urgel y fue puesta en pacífica posesión
de él. Hecho esto casó el Rey a la condesa con don Pedro de
Portugal su primo hermano, hijo del Rey de Portugal, que por aquellos
días era venido desterrado del Reyno a pasar su destierro en la
Corte del Rey, y se hicieron las bodas con muy grandes fiestas y
regocijos. Finalmente don Guerao viéndose echado a punta de lanza de
todo el Condado, hallándose cargado de años y cansado de tantos
reveses de fortuna, entró en la orden de los caballeros Templarios,
dejando a su hijo Poncio el Vizcondado de Cabrera. El cual después
de muerta la Condesa Aurembiax sin hijos, renovando la antigua
pretensión de su padre, tentó de volver a entrar en el condado.
Pero no le sucedió bien la empresa, como adelante diremos. Acabada
esta guerra, y apaciguados todos los alborotos, y distensiones de los
dos Reynos, deshecho el ejército, el Rey se fue para Tarragona, a
donde por orden del cielo, se le abrió una grande puerta para salir
fuera de sus reynos, y entrar a hacer muy señaladas empresas en
tierras de infieles.

Fin del libro quarto.





domingo, 26 de julio de 2020

ÍNDICE , tomo primero, Historia Condes Urgel

ÍNDICE
de los capítulos que contiene este tomo primero de la Historia de los condes de Urgel.
/ Se omiten las páginas, no concuerdan con este formato (doc, html) /

Razón de la Obra.
Capítulo I.- Ed que se describen los pueblos ilergetes.
II. - En que se describe el condado de Urgel.
III. - De las etímologias del nombre de Urgel, y de la ciudad de Balaguer y de su fundación.
IV. - De los primeros pobladores de España, hasta la seca de ella.
V. - Vienen diversas gentes a España, llamadas de las grandes riquezas que descubrieron los incendios de los montes Pirineos, y lo que padecieron los naturales de ella.
VI. - De la venida de los cartagineses a España.
VII. - De la venida de los romanos: sucesos y guerras entre ellos y los cartagineses.
VIII. - De lo que hicieron los romanos en España hasta llegar a los pueblos ilergetes.
IX. - De cómo Asdrúbal llegó a los pueblos ilergetes, y de lo que hizo en ellos.
X. - De los hermanos Mandonio e Indíbil, príncipes de los ilergetes, y de los sucesos tuvieron con Neyo Scipion.
XI. - Varios sucesos de los romanos y cartagineses en España: cóbranse los rehenes que estaban en poder de los cartagineses, y otras cosas notables que acontecieron en ella, y muerte de los Scipiones.
XII. - De la venida de Publio Scipion y presa de Cartagena, y de lo que pasó con las hijas de Indíbil y la mujer de Mandonio, grandes señores de los pueblos ilergeles.
Xill. - De cómo Scipion dio libertad a la mujer e hijas de Mandonio e Indíbil, y de la oración que hizo Indíbil delante de Scipion.
XIV. - De la enfermedad de Scipion, y de cómo Mandonio e Indíbil quisieron echar a los romanos de España.
XV. - De las paces que después de vencidos hicieron Mandonio e Indíbil con Scipion, y de su vuelta a Roma.
XVI. - De cómo Mandonio e Indíbil se volvieron otra vez a levantar, y de la muerte de los dos.
XVII. - Del estado de las cosas de España después de muertos Mandonio e Indíbil, y de Belistágenes, príncipe de los ilergetes.
XVIII. - Estado de las cosas de España, y de los gobernadores que vinieron a ella: presa de Corbins y Arbeca, pueblos ilergetes.
XIX. - De la venida de los cimbrios a España, y del uso de las cimeras que de ellos ha quedado.
XX. - De la venida y hechos de Quinto Sertorio; favores y mercedes que hizo a los españoles, y fundación de un estudio general que hizo en los pueblos ilergetes, en la ciudad de Huesca, y del provecho que dio. (Universidad Sertoriana)
XXI. - Del lenguaje se usaba en España en estos tiempos, y de las cosas que hizo Sertorio hasta su muerte.
XXII. - De lo que hizo Pompeyo en España, y principio de las guerras civiles entre él y Julio César.
XXIII. - Toma César la montaña de Gardeny, junto a Lérida; hácese fuerte en ella, y queda señor de la campaña.
XXIV. - De las incomodidades que tuvo César, lluvias y hambre que hubo mientras estaba sobre Lérida, barcos que mandó labrar para pasar el Segre, y asedio que puso a la ciudad .
XXV. - César va en seguimiento de los pompeyanos, y no para hasta haber vencido a Petreyo y Afranio, sus capitanes.
XXVI. - César, vencidos Afranio y Petreyo, se vino a Lérida, y le quitó el nombre que le habían sobrepuesto, y le volvió el antiguo; y de los sucesos de España hasta la venida del Hijo de Dios al mundo.
XXVII. - Nace Cristo Señor nuestro. Herodes es desterrado a Lérida. Muere Herodías en Segre, y cuántos Herodes ha habido.
XXVIII.- Viene el apóstol Santiago a España, y predica en los pueblos ilergetes: memorias que hay de esta venida, y otros sucesos hasta la muerte del emperador C. Calígula.
- Del imperio de Claudio; venida de los apóstoles san Pedro y san Pablo a España, y cosas notables acontecidas en los pueblos ilergetes hasta la muerte del emperador.
XXIX. - Descúbrense en el Monte Santo de Granada las reliquias y libros de san Tesifonte y de otros santos, discípulos del apóstol Santiago.
XXX. - De la sentencia que dieron el arzobispo de Granada y las personas que juntó para ello, sobre la verdad y certidumbre de estas santas reliquias.
XXXI.- De la venida y predicación de san Saturnino al condado de Ribagorza, y de los apostóles san Pedro y san Pablo a España, y fundación de Fraga en los pueblos ilergetes, y demás sucesos de ellos, hasta la muerte del emperador Domiciano.
XXXII.- Del imperio de Nerva, y de los demás emperadores hasta Diocleciano y Maximiano, y sucesos de los pueblos ilergetes.
XXXIII.- Del imperio de Constantino Magno; cómo lo dividió entre sus hijos, y de los demás emperadores hasta Arcadio y Honorio, y venida de las naciones bárbaras a España.
XXXIV. - Entran los godos en España, y de los reyes que hubo de aquella nación hasta Amalarico; y de san Justo, obispo de Urgel.
XXXV. - Del rey godo Teudio, y del concilio que se celebró en su tiempo en la ciudad de Lérida, de los pueblos ilergetes.
XXXVI. - De los obispos ha habido en Lérida y Huesca, ciudades principales de los pueblos ilergetes.
XXXVII. - De los obispos de Lérida que fueron después de la pérdida de España, hasta el año 1433, en que murió don Jaime de Aragón, último de los condes de Urgel.
XXXVIII. - De los obispos de Huesca, desde el primero de ellos, hasta don Hugo de Urries, que lo era cuando murió don Jaime de Aragón, último conde de Urgel.
XXXIX. - Prosigue la historia de los reyes godos, desde Teudiselo hasta Recesvinto, y los obispos de Urgel que hubo en este tiempo.
XL. - De los últimos reyes godos, y de la pérdida de España.
XLI.- Del estado en que quedaron las cosas en Cataluña. Venida de algunas familias ilustres, y muerte de Otger Catalon.
XLII.- Dapifer de Moncada, por muerte de Otger, es capitán de los catalanes, y venida de Carlo Magno a Cataluña.
XLIII. - De la creación del título de conde de Barcelona, de Urgel, vizconde de Ager y otros.
XLIV.- De Armengol de Moncada, primer conde de Urgel, y vida de san Hermenegildo, de quien deriva este nombre. - De cómo el nombre de san Hermenegildo fue muy recibido en España, y de los muchos nombres que de este se han formado. - Prosíguense los hechos que se saben de Armengol de Moncada.
XLV. - De Sunyer, segundo conde de Urgel.
XLVI. - De la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.
XLVII. - Que contiene la vida de Armengol de Córdoba, cuarto conde de Urgel.
XLVIII. - De Armengol, el Peregrino, quinto conde de Urgel.
XLIX.- De Armengol de Barbastro, sexto conde de Urgel.
L. - Que contiene la vida de Armengol de Gerp, séptimo conde de Urgel. - De la conquista de Balaguer, y descripción de aquella villa.
LI. - En que se escribe la vida de Armengol de Moyeruca, octavo conde de Urgel.
LII. - De Armengol de Castilla, nono conde de Urgel. - Privilegio que dio a la ciudad de Balaguer, en que hace francos en alodio todos sus términos. - Conquista de la ciudad de Almería, y todo lo demás que se sabe de este conde de Urgel, hasta su muerte.
LIII. - que trata de Armengol de Valencia, décimo conde de. Urgel.- De la donación que hizo el rey don Fernando de León al conde Armengol, de los lugares de Almenarilla y Santa Cruz. - Principio del sagrado orden Premostratense, y de un monasterio que edificaron de él los condes de Urgel en su condado. - De la muerte, hijos y testamento del conde.
LIV. - Que contiene la vida de Armengol, octavo de este nombre, y undécimo conde de Urgel.- De cómo el conde Armengol volvió en gracia del rey, so casamiento, y disgustos con Ponce de Cabrera. - Del casamiento del conde, muerte y testamento suyo.
LV. - Que contiene la vida de don Guerau de Cabrera, conde de Urgel. - Pretende don Guerau pertenecerle el condado de Urgel, y con mano armada se pone en posesión de él. - Doña Elvira casa con Guillen de Cervera.- De algunas memorias y testamento de esta señora y de su marido. - Acomete don Guerau el condado de Urgel, quítaselo el rey, y sucede la famosa batalla de Ubeda. - De las cosas que sucedieron en Cataluña durante la menor edad de él, y cómo el vizconde don Guerau con armas se apoderó del condado de Urgel. - El vizconde se reconcilia con el rey; doña Aurembiaix, hija del conde don Armengol, le pide el condado de Urgel. - De la donación que la condesa doña Aurembiaix hizo al rey de la ciudad de Lérida, y del pleito entre la condesa y el vizconde don Guerau.
- Continúa el pleito con la condesa y el vizconde, y de lo que se declaró, y cómo el rey tenía algunos lugares del condado de Urgel. - Cuéntase la presa de la ciudad de Balaguer, y de los ingenios y máquinas de guerra que usaban en aquellos tiempos.
- Prosigue la presa de la ciudad de Balaguer. - De la muerte del vizconde de Cabrera, de su linaje y sucesión.
LVI. - Que trata de la vida de Aurembiaix, XIII condesa de Urgel. - De los casamientos se trataron a la condesa, y de que solo tuvo efecto el del infante don Pedro de Portugal.
- De lo que hizo el infante don Pedro después de renunciado el condado de Urgel, hasta que murió.
LVII.- Vida de don Ponce de Cabrera, XIV conde de Urgel.- Pretende el conde don Ponce tocarle el condado de Urgel, y mueve guerra al rey. - De la concordia hicieron el rey y el vizconde sobre el condado de Urgel.
LVIII. - De don Álvaro de Cabrera, XV conde de Urgel y vizconde de Ager. - Venida de don Álvaro, y cómo por muerte de su hermano heredó de su padre. - Del pleito que se movió entre el conde don Álvaro y doña Constanza, su mujer, sobre la validez de su matrimonio.
- De lo que hizo doña Cecilia de Foix después que el conde volvió con doña Constanza de Moncada; y de lo que declararon los obispos de Francia.

Fin del índice.