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domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO VIII.


CAPÍTULO VIII.

De lo que hicieron los romanos en España, hasta llegar a los pueblos Ilergetes.

Desembarcados los romanos en España, asentaron sus reales y estancias en el campo, fortificados por todas partes con palenques, fosas y vallados, sin meterse en el pueblo, por escusar los inconvenientes que pudieran suceder entre la gente del ejército y los paisanos, y también porque siempre tuvo costumbre la señoría romana, si le daba lugar el tiempo, alojar sus gentes en la campaña. Luego que los españoles comarcanos de Empurias supieron la venida de los romanos, comenzaron de venir para reconocer sus maneras y pláticas, mostrándoseles muy afables y deseosos de su conversación; y fueron informados muy cumplidamente de la voluntad y deseo que les llevaba a estas tierras, y de la venganza que querían tomar de las injurias que los cartagineses habían hecho a los saguntinos y otros confederados del pueblo romano. Aquí les hicieron sabedores de las amistades y guerras que habían tenido las dos repúblicas romana y cartaginesa, y de todo lo que había pasado entre ellos hasta en aquel punto: hiciéronles muchos ofrecimientos y promesas, certificándoles que les librarían de la opresión y tiranía de los cartagineses y se llevarían de suerte con los españoles, que conocerían la grande diferencia que había de los unos a los otros, como refieren todos los autores que tratan de esta entrada de los romanos, de cuya venida dudaron algunos autores cuáles fueron mayores, o los males o los bienes que de ella resultaron, pues hubo gran abundancia de todo.
Era Neyo Scipion persona muy autorizada y de natural muy esforzado, afable de condición, reposado, diligente, cuerdo y animoso, dulce en las palabras, y en sus acciones bien comedido. Con estas virtudes, en breves días renovó las amistades viejas y ganó muchas nuevas por todos los pueblos cercanos a Empurias, y los tuvo ciertos y ganados a su parcialidad: acudieron muchos saguntinos, que cuando fue la ruina de su ciudad se habían huido y andaban desterrados en diversos pueblos, temiéndose de los capitanes africanos. Estos llegaban cada día a Scipion, guarnecidos de caballos y armas, con intención de seguir aquella guerra, hasta darle fin o morir en ella; y no se puede significar el amoroso recogimiento que Scipion les hacía, proveyéndoles de todas las cosas necesarias, y la grande veneración y respeto con que les acataba, tanto que no se hacía cosa en que los españoles no diesen su parecer y no diesen su voto, y más en
particular aquellos de Sagunto. Este buen trato y estima fue causa de que cuantos lugares había en la marina de Cataluña, desde Rosas hasta Ebro, tomasen abiertamente la voz y parte romana, recibiendo los soldados que Scipion les enviaba para guarda y defensa de sus pueblos. Entonces fue cuando Scipion, certificado de la voluntad de los tarraconenses, hizo pasar a aquella ciudad la armada que estaba en Empurias, abrigándose en el pueblo de Salou, que está al occidente de ella, por ser muy seguro y más cercano al río Ebro, que, en tiempo de la destrucción de Sagunto, había sido mojón y señal entre romanos y cartagineses.
Los cartagineses que en España vivían sintieron mucho aquella venida de los romanos, y más, que los pueblos de Cataluña se hubiesen ya declarado por ellos y recibiesen de buena gana guarniciones de romanos; y por espantarlos y apartalles de la amistad de los romanos, esparcieron nuevas que Aníbal había ganado muy grandes batallas en Italia y que los romanos quedaban rotos y del todo desbaratados; pero los catalanes no hicieron caso de ello ni aun lo creyeron, y como Scipion vio que aquellas nuevas recién venidas habían dañado poco, y que los más de los pueblos catalanes perseveraban firmes y leales en su favor, por conocer en él mucha clemencia y liberalidad, no contento con haberse confederado con las marinas de Cataluña, comenzó nuevas inteligencias con los pueblos montañeses dentro de la tierra, los cuales eran gente feroz y más brava. Súpolo tan bien guiar, que no solo trató paz con muchos de ellos, sino compañía verdadera para serle participantes en cuanto sucediese, tomando los tales catalanes por causa propia la guerra contra cartagineses; y así para confirmación de esto, dieron luego copia de gente, capitanes y armas en notable número, señalando entre sus pueblos mancebos valientes y recios, los cuales cada día traían otros, y siempre crecían en el campo romano con valor y potencia. Todas estas cosas entendía Hanon, el gobernador cartaginés que guardaba los montes Pirineos; y por ser ellas tan públicas no se le pudieron encubrir, ni tampoco pretendía secreto quien las obraba, de suerte, que conoció serle necesario venir en riesgo de batalla con Scipion, antes que lo restante de la tierra se declarase por él; sobre lo cual despachó mensajeros a Asdrúbal Barcino (Barchinona, Barcelona), hermano de Aníbal, pidiéndole que luego saliese de Cartagena (Cartago Nova), donde residía con ejército el más grueso que le fuera posible, para resistir ambos juntos a los romanos. Asdrúbal, oída esta mensajería, hizo juntar sus capitanes y gentes africanas, armados y bastecidos de cuanto conviniese para la jornada, puesto que, como las compañías andaban repartidas por aposentos, no pudieron llegar tan presto como la necesidad requería. Entre tanto Neyo Scipion jamás reposaba ni cesaba de ganar amigos y tomar nuevo conocimiento de ciudades españolas y de personas principales, que le traían gentes y lo metían siempre más adelante, sin perder un solo momento de tiempo, hasta llegar a los pueblos Ilergetes, a quienes Florián de Ocampo da título de poderosos, grandes, y de poblaciones muchas y muy principales, cuya región queda ya descrita en el principio de esta obra.
Viendo, pues, Hanon el ejército romano tan dentro (de) la tierra, sintió claro que no le convenía más dilación, pues en la tardanza pasada iban los negocios casi perdidos; y así con alguna gente de sus confederados, y con la situada que tenía para conservar las comarcas de su cargo, salió contra la parte donde los enemigos andaban, con presupuesto de pelear en topándoles, sin esperar al capitán Asdrúbal ni curar de sus largas. De esta voluntad que Hanon traía holgó mucho Neyo Scipion cuando lo supo, y luego comenzó de caminar a la misma parte donde venían los cartagineses, para abreviar el tiempo de la pelea, considerando serle mucha ventaja romper con Hanon, antes que llegase Asdrúbal; pues al presente los contrarios eran sencillos, y con Asdrúbal serían doblados, y si tuviese ventura de los vencer, quedábale mayor aparejo para revolver sobre los otros a menor peligro, tomándoles cada cual a su parte, y no todos juntos; y así, con aquel deseo que todos tenían y con la diligencia que pusieron, brevemente se toparon muy cercanos a cierto pueblo que Tito Livio llama Ciso y Ocampo nombra Cydo, del que hablaremos después. Llegados aquí los dos ejércitos, Hanon puso luego sus haces (fascis) en el campo regladas a punto de batalla, y lo mismo hizo Neyo Scipion, confiando de las ayudas españolas que tenía, mucho mayores y más aficionadas y más bien armadas que sus enemigos. Entonces sobrevino en favor de los cartagineses un caballero español llamado Andúbal que era muy poderoso en España, aunque no se sabe en qué lugar o pueblo residía, y habían trabado él y Aníbal gran amistad y correspondencia: este acudió con setecientos soldados españoles valientes y determinados, para favorecer a los cartagineses; luego se comenzó la pelea de todas partes, en la cual hubo más denuedo que tardanza, porque Hanon y los suyos, no pudiendo resistir a la braveza del ejército romano, se dejaron vencer, y los que lo pudieron hacer, huyeron a los reales, que con palenques y fosos medianamente tenían fortalecidos, donde creían guarecerse, quedando en el campo seis mil hombres de ellos; pero los reales fueron combatidos y ganados con cuanto tenían dentro, donde también se tomaron a prisión otros dos mil africanos, y con ellos el capitán Hanon y juntamente Andúbal, el español, de quien hablamos más arriba, traspasado de tantas heridas, que vivió pocas horas. El pueblo de Ciso fue combatido sin reposar y saqueado de cuanto le hallaron dentro, puesto que, según sus moradores eran pobres y pocos y en nada viciosos ni delicados, sus halajas fueron de poco valor. Pero fue de mucha consideración la presa del real africano, con la cual todos los vencedores quedaron riquísimos, por se tomar en ellos, no solo la ropa del ejército vencido, sino también del que Aníbal traía consigo por Italia; porque cuando salió de España para pasar a Italia, lo dejó en guarda a Hanon, no queriendo llevar impedimentos ni estorbos en la jomada. Fue de tanta consideración para los romanos esta victoria, que todos los pueblos neutrales se llegaron a Scipion, señaladamente cierto lugar principal de los pueblos Ilergetes, cuyo nombre no declaran las historias; pero Beuter dice ser la ciudad de Lérida, que dio sus rehenes de seguridad; y parecía que con esto mucha gente de la provincia quedaba llana, y sin escrúpulo de revuelta ni contradicción.
Dudan los historiadores y buscan con diligencia qué lugar fuese este de Ciso o Cydo donde sucedió esta batalla, y Florián de Ocampo, diligente historiador, asigna uno de
tres, o Siso, que dice estar en Aragón o Cataluña, según opinión de algunos cosmógrafos modernos; o que sería Sos, en el reino de Aragón, cercano a las fronteras de Navarra; o que sería el lugar de Cabdi, (Zaidín, Çaidí, Saidí ?) pueblo pequeño, a las orillas del río Cinca, (a) dos leguas de Fraga, río arriba; pero no se determina qué tal sería de estos. Auméntasele la duda por no estar ninguno de ellos en los pueblos Ilergetes, donde sucedió esta batalla, y si está alguno de ellos, es muy al estremo. El doctor Gerónimo Pujades no acaba determinarse qué lugar o pueblo sería este; pero tomando el argumento de similitud y consonancia del vocablo, tengo por cierto haber sucedido esta batalla en medio de los pueblos llergetes, junto a la ribera del río Sió, donde alguno de aquellos lugares y pueblos que hoy día están en las orillas de aquel río, tendría el mismo nombre del río; y aunque del tal lugar no se tenga noticia, no se ha perdido la de aquella agua que riega aquellos (pone apuellos) lugares y pueblos, y aun retiene el nombre y se llama Sió, y traviesa por el medio del llano de Urgel, y naciendo en la Segarra, viene a fenecer en el río Segre, después de haber bañado los campos de Agramunt, Puigvert, Praxens, Butzenit, Mongay y otros, entre los cuales debía de estar el de Ciso, si ya no es que fuese el lugar de Serós, que está junto al marquesado de Camarasa, entre dos ríos que son Sió y Bragós; y cuanto a lo que se infiere así de Tito Livio, como de los otros autores que escriben este suceso, es más verisímil ser este lugar que otro alguno, pues en toda aquella comarca, ni aun en los pueblos llergetes, hallo lugar que más se asemejara al de Cydo o Ciso, Sieso o Sciso, que con esta diversidad le hallo escrito (puesto que el sonido de estos vocablos sea casi el mismo), que el de Serós.
Mientras pasaron estas cosas que quedan dichas en las riberas de Sió, venía Asdrúbal con ocho mil peones y mil caballos, con pensamiento de juntarse con Hanon y ambos resistir a Scipion; pero después que supo la rota y toma de Ciso, dejó el camino que llevaba y caminó hacia el campo de Tarragona, donde supo que muchos de los romanos de la armada iban por aquella tierra esparcidos, sin sospecha alguna de que hubiesen de hallar enemigo alguno; y confiando de la prosperidad y buen suceso de Scipion, andaban más descuidados de lo que debían. Llegado aquí Asdrúbal, derramó luego su gente por aquella comarca, que presto hizo tal destrucción en cuantos romanos halló fuera del agua, que pocos de ellos se pudieron recoger en los bajeles, que los más quedaron alanceados y muertos en la tierra. Scipion, que supo esto luego, vino; pero cuando llegó, no pudo hacer cosa, porque ya todos se habían puesto en salvo y habían pasado el Ebro y se habían fortificado de manera, que podían defenderse de otro ejército muy mayor que el de Scipion, el cual, no hallando con quien pelear, metió sus compañías en Tarragona, y pasó con la armada a Empurias, para reposar allí aquel invierno, que ya se venía acercando.

martes, 23 de junio de 2020

305. LAS AVENIDAS DEL EBRO Y DE LA HUERVA


305. LAS AVENIDAS DEL EBRO Y DE LA HUERVA
(SIGLO XIV. MONZALBARBA)

El año 1397 fue un año de muchas nieves y de lluvias abundantes, tanto que las tumultuosas aguas de la Huerva —aparte de anegar las huertas que daban vida a Zaragoza y de derribar un número importante de torres y pequeñas edificaciones— lograron socavar también por los cimientos una buena parte de las sólidas murallas de la ciudad, incluida la puerta llamada Quemada. A causa de estas enormes riadas originadas por río tan pequeño murieron, asimismo, varias personas y animales y buena parte de las cosechas de matar el hambre quedaron arruinadas.

No menos dramáticos y devastadores fueron los efectos del ancho Ebro varias veces desbordado, que se llevó aguas abajo no sólo el puente de barcas de la ciudad, sino también una sólida torre de piedra construida en medio del río, arrasando no sólo huertas y campos, sino también algunos lugares y edificaciones que estaban cercanos a su orilla.

Aguas arriba de Zaragoza, aledaña a la población de Monzalbarba, en la vera misma del Ebro, la piedad de los hombres había levantado una capaz y hermosa ermita en época anterior a la llegada de los moros —la Nuestra Señora de la Antigua, hoy llamada Nuestra Señora de la Sagrada—, que fue un lugar importante de referencia y de encuentro piadoso de los mozárabes zaragozanos durante los muchos siglos que duró la dominación de los musulmanes.

En esta ocasión, la crecida del Ebro fue de tal envergadura que llegó a sobrepasar la altura de la puerta de la ermita de Nuestra Señora de la Antigua, que estaba abierta de par en par, pero sin que ni una sola gota de agua penetrara en su interior. Sin que nadie pudiera explicarse cómo pudo ocurrir, el propio río se constituyó en auténtica muralla, como si se tratara de un sólido dique de contención invisible. Desde ese instante, como empujadas por una enorme fuerza sobrenatural, las aguas comenzaron a descender. Lo que en la ciudad de Zaragoza había sido destrucción y desolación por los efectos devastadores del Ebro y de la Huerva desbordados fue mimo y prodigio en la ermita de la Antigua de Monzalbarba.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 21-22.]

sábado, 29 de junio de 2019

LA MUERTE DE ALFONSO I, UN CASTIGO DE DIOS


99. LA MUERTE DE ALFONSO I, UN CASTIGO DE DIOS (SIGLO XII)

LA MUERTE DE ALFONSO I, UN CASTIGO DE DIOS (SIGLO XII)


Alfonso I el Batallador, rey de los aragoneses, había logrado reconquistar prácticamente todas las tierras que vierten sus aguas al río Ebro, e incluso se hubiera podido adelantar en varios siglos la reconquista peninsular si el matrimonio con la reina Urraca de Castilla no hubiera terminado primero en separación y luego en divorcio, pero el caso es que le llegó su hora en Fraga, cuando se aprestaba a tomar una de las pocas llaves que aún le quedaban por adquirir en su camino hacia Lérida y el mar de Tortosa, salida al Mediterráneo tan anhelada por el rey.

Con cada victoria lograda, su fama en toda la Europa cristiana había ido en aumento y su prestigio era considerable; el mundo musulmán lo tenía como a su principal enemigo y mayor escollo para perpetuarse en la Península. Para los primeros, su muerte tras la derrota de Fraga fue una pérdida irreparable; para los otros, una bendición de Alá.

El caso es que, a la hora de buscar el porqué del desastre fragatino, la realidad y la fantasía se hermanaron. Entre no pocos, sobre todo entre sus muchos opositores castellanos, la causa de la derrota y del subsiguiente desastre había sido un verdadero castigo de Dios.

Eran generalmente admitidas su magnanimidad y su belicosidad pero, a decir verdad, en las cosas tocantes a Dios y a la honra de la religión cristiana, estimaban muchos que había sido negligente, fama que, sin duda, le venía porque muchas veces, cuando estaban en plena campaña guerrera, había consentido que los caballos fueran guarecidos en las iglesias y templos, ocupando él mismo, en ocasiones, lugares sagrados para acampar.

Esta fue para muchos, sin duda alguna, la causa del juicio sumario de Dios hacia Alfonso I, de modo que cayó fulminado ante Fraga, donde, según algunos, no apareció ni vivo ni muerto, aunque otros dicen que lo hallaron tendido en el suelo y que lo enterraron ellos mismos en el monasterio de Montearagón.

[Ubieto, Agustín, Pedro de Valencia: Crónica, pág. 113.]

miércoles, 8 de mayo de 2019

LA RECONQUISTA DE ALAGÓN


2.50. LA RECONQUISTA DE ALAGÓN (SIGLO XII. ALAGÓN)

La ciudad de Zaragoza había caído en manos de Alfonso I el Batallador, pero de nada hubiera servido la gesta si no aseguraba, asimismo, las poblaciones aledañas, todavía en manos de los musulmanes, cual era el caso de Alagón, ubicada entre los ríos Ebro y Jalón.
Si el ejército cristiano había sido capaz de acabar con la resistencia tenaz de Zaragoza, parecía poco probable que el castillo de Alagón pudiera constituir un obstáculo insalvable y hacia allí se dirigió el Batallador con sus huestes. Rodeó la fortaleza para que no pudiera recibir ayuda externa e hizo intentos de forzarla, pero fracasaron. Se vislumbraba, quizás, un asedio más largo de lo previsto, lo cual chocaba con los intereses del rey aragonés, que quería y necesitaba asegurar la capital en el menor tiempo posible.

No obstante, un hecho singular precipitó los acontecimientos cuando cayó aquella noche. Unas luces misteriosas, sólo visibles desde el campo aragonés, guiaron a los conquistadores hasta la puerta del castillo. Aunque la aproximación se hizo con sigilo, cabía esperar que los centinelas estuvieran alerta, pero nadie pareció darse cuenta: estaban dormidos.

Sin oposición alguna, atravesaron el foso circundante, se escaló el muro, fueron abiertas las puertas y se tomó la fortaleza todo ello en un abrir y cerrar de ojos, degollando a los pocos moros que por fin ofrecieron resistencia. La torre del homenaje no tardó en sucumbir también.

En unos instantes, se hizo el silencio. Los soldados cristianos, jadeantes todavía, no daban crédito a sus ojos, pues en una adaraja del lienzo principal del castillo se destacaba majestuosa y envuelta en luces intensas una talla de madera de la Virgen, la que había iluminado su marcha en la noche oscura. No dudaron en llamarla desde ese instante Nuestra Señora del Castillo, tal como la han conocido y venerado los siglos posteriores.


Nuestra Señora del Castillo, Alagón, Zaragoza

El rey Alfonso, tras dar gracias a Dios por la ayuda recibida y dejando al mando de la fortaleza recién tomada a un tenente de su confianza, prosiguió la lucha contra los infieles.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, pág. 35.]

https://www.turismodezaragoza.es/provincia/patrimonio/renacentista/ermita-virgen-del-castillo-alagon.html

http://www.patrimonioculturaldearagon.es/bienes-culturales/plaza-del-castillo-alagon


https://www.flickr.com/photos/momentoscofrades/2841551700


Blasco de Alagón en la historia de Jaime I el conquistador

viernes, 3 de mayo de 2019

LA HUIDA DE UNA REINA TAIFAL


2.42. LA HUIDA DE UNA REINA TAIFAL (SIGLO XI. GALLUR)

Con la llegada de los musulmanes al valle del Ebro, la caída de Zaragoza Sarakusta desde entonces— provocó la toma rápida de todas las poblaciones de su entorno, entre ellas Gallur. El cambio de administración supuso la islamización de la mayor parte de sus habitantes, aunque algunos continuaron fieles a su religión cristiana: eran los mozárabes.
Cuando en el siglo XI el Califato cordobés se fraccionó en multitud de reinos taifales —pequeños feudos regidos por reyes propios, entre los que destacaron los de Sevilla, Badajoz, Toledo o Zaragoza—, Gallur formó parte de esta constelación y, desde su atalaya, dominó un pequeño territorio integrado por siete poblaciones. Era de los pocos, quizás el único, de los reinos de taifa gobernado por una mujer.
La vida de la mayor parte de estos pequeños feudos musulmanes fue efímera, bien por ser absorbidos por otros más poderosos, como el de Sarakusta, bien por sucumbir a manos de los ejércitos cristianos.
Lo cierto es que el reino de Gallur se derrumbó en la práctica sin oposición. Bastó tan sólo para ello que los asaltantes cristianos superaran las barreras artificiales que defendían a la población por el sur y el este. Por el norte, el asalto era casi imposible, puesto que existía la doble defensa natural del río Ebro y de la cantera.
Ante aquel ataque, la reina, que iba acompañada por varios de sus súbditos —cargados con armas, enseres y tesoros— se dirigió a la entrada de un enorme pasadizo, de más de seiscientos metros de longitud, que iba a parar a la cantera y al río, en la parte norte, desde donde se podía huir. Era lo que se conoce como «caño de los moros». Pero lo cierto es nunca llegaron a la salida, pues un accidente les debió dejar atrapados en las entrañas de la tierra junto con tan extraordinario botín.

Durante siglos, al eco de esta noticia, han sido muchos los que han tratado de profundizar en el «caño de los moros», pero nadie ha podido dar con el tesoro que la reina pretendía llevarse.
[Datos proporcionados por J. Ramón Belsué, José A. Navarro y Agustín Sierra, Instituto de Bachillerato de Borja.]

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miércoles, 1 de mayo de 2019

LA MUERTE DEL ÚLTIMO SEÑOR MORO DE MOMAGASTRE


2.32. LA MUERTE DEL ÚLTIMO SEÑOR MORO DE MOMAGASTRE
(SIGLO XI. PERALTA DE LA SAL)

A lo largo del siglo XI, la reconquista cristiana del territorio aragonés, aunque de manera lenta y con altibajos, fue progresando hacia el sur, empujando poco a poco a los musulmanes hacia el río Ebro, que constituía una auténtica barrera natural. No obstante, tanto en tierras del Sobrarbe como de la Ribagorza todavía quedaban algunos pequeños enclaves moros que se resistían de manera enconada, cual era el caso, entre otros varios, del señor musulmán de la fortaleza de Momagastre.

 torre del homenaje, castillo de la Mora, Monmagastre, Peralta de la Sal

No obstante, también este caudillo agareno, cada vez más aislado de sus correligionarios, se vio forzado como tantos otros a desalojar su fortificado y estratégico enclave, desde el que sus antecesores habían dominado durante más de trescientos cincuenta años la comarca circundante. Por lo tanto, no es de extrañar que lo hiciera no sólo entristecido sino también malhumorado, lo que le llevó a apoderarse por ira y despecho, durante la huida, de la imagen de la Virgen que presidía el altar principal de la cercana ermita de Peralta de la Sal.



Mico, Laborda, Valderrobres, piedra, pedrolo, roca, eixecacóduls, rabosí


En su forzado camino hacía el exilio, aún no se había distanciado mucho de la ermita que acababa de expoliar cuando una enorme piedra desprendida de la montaña, no se sabe si empujada o no por los cristianos, lo derribó de su cabalgadura, quedando sepultado bajo su enorme mole y causándole la muerte en el acto; otra piedra algo menor de tamaño hizo lo propio con su hermoso caballo. 

Moncho, Ramón Guimerá Lorente, piedra, pedrolo, roca, eixecacóduls, roquerol

La imagen de la Virgen, sin embargo, de manera inexplicable quedó absolutamente intacta y fue devuelta a su propia ermita por los cristianos que, desde entonces, dieron en llamarla «Virgen de la Mora».


Alejandro Zorrilla, piedra, pedrolo, roca, eixecacóduls, roquerol


Las dos piedras —la grande conocida todavía hoy como la «Piedra del Moro»— pueden verse aún, y es costumbre viva que quienes pasan junto a ambas, en señal de desaprobación, lancen una piedra contra la mayor, aquella que acabó con la vida del último señor moro del castillo de Momagastre, que no se resignaba a tener que abandonar la tierra de sus ancestros.

[Andolz, Rafael, «La piedra del Moro», Cuadernos Altoaragoneses, 103 (1989).]




domingo, 28 de abril de 2019

EL ORIGEN DE CENTENERO


10. EL ORIGEN DE CENTENERO (SIGLO VIII. CENTENERO)

Cuando Muza se adueñó de toda la parte llana del Ebro, un buen número de familias cristianas decidió emigrar precipitadamente hacia las tierras del norte antes que someterse a la nueva administración, buscando el amparo de las montañas y la dificultad de los caminos para hallarse seguros y pensar en el porvenir. Se constituyeron así diversas y minúsculas comunidades que vivían aisladas unas de otras. Uno se estos pequeños grupos de huidos halló acomodo a la vera del Gállego de aguas de nieve, al que con ímprobos trabajos arrancaron huertas para la subsistencia.

No obstante, esta táctica vital de mera subsistencia en libertad no siempre aseguró la tranquilidad a estas pequeñas agrupaciones de cristianos, puesto que los ríos siempre han favorecido el paso, de modo que, de cuando en cuando, los musulmanes del llano se adentraban belicosos por estos valles causando la desolación de sus habitantes, que apenas podían oponerse. Así le ocurrió a nuestra pequeña comunidad.

Aunque la medida que se vieron obligados a adoptar dificultaba sus medios de vida, los habitantes del pueblecito que había surgido junto al río tuvieron que asentarse en la sierra de Santa Isabel buscando una mejor defensa. Ello les obligó a cambiar también sus cultivos y sus ganados. En aquel medio físico ciertamente más hostil, se adaptaron tan perfectamente las semillas de centeno que este cereal se convirtió para ellos en su principal medio de vida y moneda de trueque. Poco a poco, el poblado fue conocido por los cristianos con el nombre de Centenero.

Cuando todos los hombres de estos valles, aglutinados en una organización político-militar cada vez más estable —primero condado y luego reino—, fueron capaces de defender el portillo que el Gállego abre junto a Santa María, y levantaron con gran esfuerzo el castillo de Cacabiello, la comarca ganó en tranquilidad y paz. Eso posibilitó que los habitantes del Centenero alto pudieran abandonar las tierras altas y bajar de nuevo, acercándose a la vera del río, pero el topónimo y el recuerdo quedaron para siempre.

[Brufau, Mª Pilar, «De las leyendas alto-aragonesas», Aragón, 270 (1964), 4-5.]


https://es.wikipedia.org/wiki/Centenero

Centenero (Zentenero en aragonés) es una localidad de la comarca Hoya de Huesca que pertenece al municipio de Las Peñas de Riglos en la Provincia de Huesca. Su distancia a Huesca es de 65 km.

https://cimanorte.com/5-leyendas-del-pirineo/

https://www.huescalamagia.es/blog/10-leyendas-magicas-para-contar-en-la-noche-de-halloween/

http://www.romanicoaragones.com/fortificaciones/990419-Cacabiello.htm