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martes, 23 de junio de 2020

291. LA PALABRA DE VICENTE FERRER EN AÍNSA

291. LA PALABRA DE VICENTE FERRER EN AÍNSA (SIGLO XV. AÍNSA)

Si el mes de junio de 1415 había llevado a Vicente Ferrer a Barbastro y Graus, en julio se trasladó a la villa de Aínsa, donde se detuvo once días. Como en todos los pueblos por los que pasaba, el recibimiento aquí también fue cálido y multitudinario. La iglesia, en la que predicó el primer día, se hizo pequeña, de modo que tuvieron que habilitar un estrado en la plaza; de esta manera, dicen que pudieron oírle más de diez mil personas, llegadas de toda la comarca. Y lo cierto es que los jurados y los oficiales de la villa se las veían y deseaban para poder defenderle de las auténticas turbas piadosas que pretendían tocarle o besar las manos del fraile.

En medio de esta enorme expectación, en un momento de máxima audiencia, llegó una tarde a la tribuna una mujer que decía estar endemoniada. Entre el calor, que era sofocante, y las contorsiones y gritos de la mujer, ésta era una especie de animal sudoroso.

Un familiar suyo intercedió por la pobre señora y, en medio de un silencio sepulcral, al conjuro de las palabras de Vicente Ferrer, parece ser que el demonio abandonó su cuerpo. Tras unos instantes de sorpresa, todos los asistentes desfilaron para ver y hablar con la pobre señora, que no tenía ojos nada más que para mirar a su salvador.

Pero si la curación de la endemoniada, un ser racional enfermo, hizo crecer la credibilidad en el fraile, mayor fue todavía la admiración cuando, estando en plena plática Vicente Ferrer, un jumento comenzó a rebuznar en un corral cercano a la plaza.

LA PALABRA DE VICENTE FERRER EN AÍNSA

Los rebuznos del animal eran tan agudos, constantes y molestos — tanto que inquietaban a los asistentes y no dejaba oír la palabra del fraile — que éste decidió intervenir. Con voz cortante y decidida, mandó al animal que callase. De repente, como si el jumento tuviera uso de razón y entendiera la palabra humana, el animal enmudeció completamente.

Si los argumentos que predicaba el dominico no hubieran sido suficientes para tenerlo como por un santo, que lo eran, aquel hecho hizo que su fama llegara al último rincón regado por el Cinca y por el Ara, de modo que aún se recuerda por estas tierras el silencio repentino del jumento quejumbroso.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., pág. 231.]

290. VICENTE FERRER INSTITUYE LA PROCESIÓN DE LA DISCIPLINA


290. VICENTE FERRER INSTITUYE LA PROCESIÓN DE LA DISCIPLINA
(SIGLO XV. GRAUS)

Una vez más Vicente Ferrer, el dominico valenciano, había entusiasmado con sus sermones a los barbastrenses, a los que, por cierto, salvó de una espantosa tempestad mientras estaban oyendo misa en la catedral. Luego, cuando creyó que su misión había concluido en la ciudad del Vero, se encaminó a Graus. Era el verano de 1415, y los grausinos le recibieron también con los brazos abiertos, en olor de multitudes, acudiendo gentes de todos los pueblos de las riberas de los ríos Ésera e Isábena.

En Graus inició una línea nueva filosófico-religiosa, de manera que una buena parte de los argumentos mantenidos por el santo fraile dominico se basó en una defensa apasionada de la disciplina de la carne como medio eficaz de santificación y de penitencia, puesto que si sangrar al cuerpo mortal para buscar su curación era sano —se refería, sin duda, a las sangrías que los galenos recetaban en no pocos casos—, más lo sería para sanar el alma.
La palabra de Vicente Ferrer era escuchada en sermones diarios, bien en la iglesia bien en la plaza, a los que acudía con recogimiento prácticamente toda la población. Lo cierto es que sus argumentos calaron muy hondo entre los grausinos, de modo que, siguiendo prácticamente al pie de la letra sus pláticas, accedieron a establecer la penitente procesión de la disciplina, de la que el santo valenciano se puede considerar su inventor y Graus uno de los lugares pioneros de esta práctica piadosa, que llegaría a alcanzar su máxima expresión durante los actos procesionales de Semana Santa.

Como es natural el predicador tuvo que abandonar Graus para proseguir su andadura pastoral, pero fue tal la semilla que el valenciano sembró en Graus que la villa determinó adoptarle como patrón, distinción que perdura hasta la actualidad.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., pág. 231.]

289. VICENTE FERRER APLACA UNA TEMPESTAD


289. VICENTE FERRER APLACA UNA TEMPESTAD
(SIGLO XV. BARBASTRO)

Es conocido que el fraile dominico Vicente Ferrer se hallaba en el mes de junio de 1415 en Barbastro, donde había llegado para profundizar en la palabra de Dios ante los feligreses, pero, fundamentalmente, para —como hiciera en tantos otros lugares— tratar de atraerse a los judíos de la aljama barbastrense, reacios a abandonar su religión.

Llegó el día de la festividad de san Pedro y san Pablo y la catedral barbastrense se abarrotó de fieles para asistir a la celebración de la misa, tal como solía ocurrir cuando se anunciaba la presencia del santo valenciano

Cuando había comenzado el oficio, las nubes que habían cubierto a Barbastro durante la noche dieron paso a una tremenda tempestad de truenos y rayos, como no recordaba ninguno de los allí presentes. El miedo se apoderó de todos, temiendo incluso que se hundiera la techumbre de la iglesia.

Se percató Vicente Ferrer del miedo colectivo que se había apoderado de quienes habían acudido a oír sus palabras e interrumpió momentáneamente la celebración de la misa. Se encaró a los fieles, les dirigió palabras de tranquilidad y tras hacer la señal de la cruz con su mano derecha, a la vez que salpicaba con agua bendita al aire, el temporal amainó en el acto.

Cuando llegó el momento del sermón, con el susto todavía metido en el cuerpo de todos, comunicó el fraile a los fieles que san Pedro y san Pablo habían mediado por su intercesión para que aquella tempestad no acabase con los árboles y los frutos de su subsistencia, y que, si no fuera por ellos, el castigo por los pecados cometidos por la comunidad barbastrense no hubiera sido sólo de piedra y granizo, sino de piedra y fuego.

Antes de finalizar el sermón, predijo ante los todavía asustados y temerosos fieles cómo antes de transcurrido un año vivirían otra tempestad semejante si no enderezaban sus vidas, advertencia que no debió surtir demasiado efecto a la larga, pues parece ser que una tormenta infernal se desató a los once meses justos.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., pág. 231.]

288. VICENTE FERRER IMPIDE QUE LOS DIABLOS SE ACERQUEN A CASPE


288. VICENTE FERRER IMPIDE QUE LOS DIABLOS SE ACERQUEN A CASPE
(SIGLO XV. CASPE)

Nos hallamos en Caspe. La ciudad es un hervidero de gente, congregada en torno a los nueve compromisarios que tenían la encomienda de elegir un rey para Aragón entre los diversos aspirantes. Dentro de la sala de sesiones, las discusiones entre los representantes aragoneses, catalanes y valencianos se alargan; asimismo, en las calles y plazas, es casi imposible de dejar de hablar del problema sucesorio. No obstante, de cuando en cuando se producen intervalos de merecido descanso.

Entre los muchos y variopintos personajes congregados en torno al debate oficial, había un invocador del diablo que presumía constantemente de poder saber quién iba a ser denominado rey y, para demostrarlo, invocó públicamente a Satanás preguntándole el nombre que él y los asistentes que le rodeaban deseaban saber. El diablo, sin dudar lo más mínimo, le dijo un nombre y el hechicero le dio publicidad, corriéndose como reguero de pólvora no sólo por Caspe, sino por todos los confines del reino aragonés y aledaños. No obstante, los nueve compromisarios —argumentando y contraargumentando— continuaban los debates.

Pocos días después, en medio de un gran corro de gente, volvió a repetir la representación, pero en esta segunda ocasión el nombre proporcionado fue el de otro aspirante distinto. Ante tal contradicción, el hechicero le preguntó al diablo por qué un día le daba un nombre y días después otro. Satanás, que conocía y mantenía relaciones desde hacía tiempo con el hechicero, se sinceró, diciéndole: «Sabe que de tres leguas al contorno no me puedo acercar a Caspe, por un hombre que hay allí», haciendo referencia a Vicente Ferrer. Naturalmente, las contradicciones del hechicero le desacreditaron ante la concurrencia y tuvo que abandonar el lugar. Por el contrario, la fama y el crédito del fraile todavía se cimentaron más.

Algunos días después, influidos definitivamente los compromisarios por los argumentos del fraile valenciano, eligieron rey al infante castellano don Fernando, que muy pronto supo de aquella decisiva intervención. Fernando I, en agradecimiento, le nombró su confesor, aunque lo fue sólo por muy escaso tiempo, pues el ministerio de su apostolado no le permitía asentarse de manera definitiva en corte alguna. Así es que, una vez aclamado el nuevo monarca, Vicente Ferrer se trasladó a Alcañiz.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., libro II, pág. 188.]

287. LOS FALSOS FRAILES, Daroca


287. LOS FALSOS FRAILES (SIGLO XV. DAROCA)

Predicaba un día el fraile valenciano Vicente Ferrer en Zaragoza en la catedral de San Salvador. En un momento de su plática, comentaba a los fieles cómo esta ciudad podía presumir de ser una de las que más limosnas
aportaba para la atención a los menesterosos, e incluso destacaba que vivía en ella un comerciante de paños que vestía gratis a quien acudiera en nombre de Dios para tomar el hábito dominico. Era aquella la parte positiva de su argumento.

Sin embargo, advertía que, por otro lado, se había descubierto a muchos truhanes que, bajo ese pretexto, intentaban estafar a tan altruista comerciante, pues eran ladrones sin conciencia ni escrúpulos. Y denunciaba que le constaba que ese mismo procedimiento engañoso se estaba dando en otras ciudades y pueblos de Aragón, así es que alertaba a todas las gentes de buena fe para que los denunciaran a las autoridades.

Ahondando todavía más en el asunto, dijo haber recibido un correo de Daroca, que había hecho el trayecto en menos de veinte horas, y le puso de manifiesto que un hombre llamado Bernat Aguiló se había presentado en nombre del propio Vicente Ferrer pidiendo socorros. Contando con tan acreditada recomendación, accedieron en la tienda a darle los paños precisos para que se vistiera, mas el interfecto dijo preferir mejor dinero contante y sonante.

Aquello levantó las sospechas del dueño y de los dependientes y decidieron ponerlo en conocimiento de los agentes municipales que optaron por retenerlo mientras se aclaraba si pertenecía o no a la orden dominica. Como resultara ser mentira, fue encarcelado.

De la misma manera, continuó el predicador, existen mujeres rameras que utilizan engaños parecidos, así es que todo el mundo debe estar alerta y no hacerles caso, y aun denunciarlos a todos si no van acreditados por un regidor de la Orden.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., pág. 227.]

286. VICENTE FERRER PREDICA EN CALATAYUD


286. VICENTE FERRER PREDICA EN CALATAYUD (SIGLO XV. CALATAYUD)

286. VICENTE FERRER PREDICA EN CALATAYUD (SIGLO XV. CALATAYUD)


Aquella no era la primera vez que el dominico valenciano Vicente Ferrer iba a predicar en la ciudad de Calatayud, población en la que tenía verdaderos y numerosos adeptos entre los cristianos. Hay tradición de que en las ocasiones precedentes, buscando un espacio adecuado para que cupieran todos cuantos querían oírle, se había tenido que dirigir a los fieles en cuatro lugares distintos al menos, pues como la gente anhelaba escucharle no cabía ni en las iglesias ni en la plaza del Mercado.

Con estos antecedentes, en la presente ocasión se precisaba un lugar mucho más capaz, por lo que para evitar posibles problemas de aglomeración las autoridades pensaron en habilitar los cerros inmediatos que se elevan en los extremos de la población, uno tras la puerta llamada de Zaragoza y otro más allá de la Peña.

Trabajaron en el acondicionamiento del lugar elegido varios hombres y se preparó cuanto mejor se pudo el cerro cercano a la puerta de Zaragoza. Bastante antes de que llegara el momento señalado, que había sido anunciado por los alguaciles por toda la ciudad, los fieles fueron ocupando las laderas del cerro, pero su pendiente hacía sumamente peligroso el lugar. Solventados los problemas como mejor se pudo comenzó la plática.

Cuando había transcurrido un rato sin incidentes dignos de mención, un muchacho cayó despeñado desde lo alto del cerro. La altura era tan considerable que todos los asistentes contaron con la muerte segura del infortunado, así es que se aprestaron a bajar para recoger su cadáver. Pero aún no habían comenzado el arriesgado descenso cuando vieron con asombro que el joven se levantó sano y salvo, sin ninguna magulladura ni rotura, como si nada hubiera ocurrido, intentando volver a subir al mismo lugar de donde cayera.

No lo pudieron evitar y todos volvieron enseguida sus admiradas miradas hacia el fraile que tenían delante de sus ojos, convencidos de que gozaba de poderes extraordinarios como para haber salvado a aquel muchacho de una muerte segura. La plática continuó.

[Fuente, Vicente de la, Historia de Calatayud, págs. 287-288.]

285. VICENTE FERRER VATICINA LA DESTRUCCIÓN DE TERUEL


285. VICENTE FERRER VATICINA LA DESTRUCCIÓN DE TERUEL
(SIGLO XV. TERUEL)

285. VICENTE FERRER VATICINA LA DESTRUCCIÓN DE TERUEL  (SIGLO XV. TERUEL)


Viajaba cierto día el dominico Vicente Ferrer en compañía de otros frailes de su congregación de paso hacia Alcañiz o Caspe —donde se iba a incorporar a las deliberaciones que habrían de conducir a solventar la crisis dinástica aragonesa— cuando a punto de caer la tarde llegó, dispuesto para hacer un alto obligado por la avanzada hora, a la ciudad de Teruel, donde su congregación tenía casa e iglesia abiertas.

Estuvo unos días entre los turolenses y, dada su excelente fama y reconocimiento de predicador que siempre le precedía, la población cristiana le recibió con cierto entusiasmo cuando se enteró de su presencia, como era normal en cuantos lugares visitaba, acudiendo en masa a sus sermones, siempre objeto de reflexión fructífera.

Sin embargo, entre la población judía turolense —a pesar de los esfuerzos de las autoridades cristianas de la ciudad para que los pobladores de la aljama fueran a escucharle— no alcanzó los resultados que esperaba, puesto que no sólo no consiguió ni una sola conversión, sino que tampoco logró que ni siquiera fueran a oírle predicar.

Aquel lamentable e inesperado resultado debió molestar sobremanera al fraile valenciano, tan poco acostumbrado al fracaso, de forma que se sintió muy dolido e incluso enojado con la actitud de los hebreos, el principal objetivo de sus palabras siempre en cuantas poblaciones visitaba.

Cuando llegó el día de la partida, al salir de la ciudad, nada más cruzar la puerta de la muralla, se quitó las sandalias que llevaba calzadas y, batiéndolas fuertemente una contra otra, lanzó al aire hasta la más mínima brizna de polvo de las calles de Teruel.

Cuando hubo acabado con tan simbólico gesto, levantó la vista a lo alto del muro y, con voz potente para que pudiera ser oído, anunció que la ciudad sería destruida por un terremoto y la gente hecha cautiva por el enemigo.

[Beltrán Martínez, Antonio, Introducción al folklore aragonés, I, pág. 109.]

284. VICENTE FERRER SE APIADA DE LA MADRE TRASTORNADA


284. VICENTE FERRER SE APIADA DE LA MADRE TRASTORNADA
(SIGLO XV. MAELLA)

284. VICENTE FERRER SE APIADA DE LA MADRE TRASTORNADA  (SIGLO XV. MAELLA)


El fraile valenciano Vicente Ferrer no sólo fue muy conocido, sino también muy admirado por sus contemporáneos cristianos en el reino de Aragón, en muchas de cuyas localidades predicó en ocasiones varias, sobre todo intentando la conversión de los judíos aragoneses al Cristianismo. Una de esas poblaciones fue Maella, donde el predicador acudió invitado por un vecino del pueblo con el que tenía vieja y duradera amistad. Una vez en la villa, el amigo rogó a Vicente que dirigiera la palabra al vecindario, que en aquellos días festejaba alborozado las fiestas mayores.

El santo valenciano se alojó, como era natural, en casa del citado amigo, que trató de obsequiarlo con lo mejor de su despensa y con manteles y sábanas de hilo. Para el día central de la fiesta, recomendó a su mujer —algo desequilibrada mentalmente por haber padecido cierta enfermedad hacía poco tiempo— que cocinara un guiso de arroz, plato típico de Valencia, y que lo aderezara con los mejores alimentos de que pudiera disponer.

La mujer —llevada por su incipiente locura y por el desmedido afán de obsequiar lo mejor posible a tan célebre amigo de su marido— descuartizó a su propio hijo, un niño de pocos meses de edad, mezclándolo con los demás ingredientes y el propio arroz.

Durante la comida, en el plato del marido apareció un dedo, lo que motivó su sorpresa. Al preguntar a su mujer por la causa de aquello, respondióle ésta que lo mejor que tenía en casa para obsequiar al amigo ilustre era su propio y querido hijo. La desesperación del marido, ante la tragedia que acababa de descubrir, fue enorme.

El santo Vicente, haciéndose cargo de la situación, sobre todo de la enfermedad de la dueña de la casa que había provocado tal tragedia, tomó el dedo del niño y, estirando de él, sacó de la paellera, envuelto en arroz, al niño entero que, por fortuna, aparecía sano y salvo.

[Recogida oralmente.]





283. VICENTE FERRER SALVA SU PROPIA VIDA , Caspe


283. VICENTE FERRER SALVA SU PROPIA VIDA (SIGLO XV. CASPE)

283. VICENTE FERRER SALVA SU PROPIA VIDA (SIGLO XV. CASPE)

Las tensas sesiones y las acaloradas deliberaciones que habían conducido por fin al nombramiento de don Fernando de Antequera como rey de Aragón acababan de finalizar. Tras un merecido descanso de pocos días, los componentes de todas las delegaciones comenzaron a marchar. Caspe volvió a ser una población tranquila.

El fraile valenciano Vicente Ferrer, principal artífice de la solución dinástica caspolina, preparó como todos los demás su viaje y decidió poner rumbo a Peñalba, población situada en plenos Monegros, donde tenía previsto hablar a los judíos para tratar de convertirlos a la religión cristiana. El camino, como no podía ser menos, estaba polvoriento y seco.

Comenzó su andadura y aún no habrían transcurrido dos horas desde que saliera de Caspe cuando, en un recodo del accidentado camino, tuvo que detenerse al cortarle el paso un numeroso grupo de hombres a caballo. Iban todos vestidos de blanco.

El jefe de la partida increpó a Vicente Ferrer acusándole de ser el principal culpable de que su señor, el conde de Urgell, no hubiera sido elegido para ser rey de los aragoneses. Junto con la arenga, amenazó con matar al fraile dominico. Éste, no obstante —con gran serenidad y aplomo a pesar del peligro que estaba corriendo— replicó: «¿Podía ser buen rey y señor quien fue causa de la cruel y sacrílega muerte de un príncipe de la Iglesia?». Se refería Vicente, sin duda, al asesinato del arzobispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, a manos de los hombres del conde de Urgell.

Ante el arrojo del fraile dominico, el capitán y los hombres de armas que le increpaban y le tenían a su merced no reaccionaron. Se vieron subyugados por su valor, sustentado sólo en su palabra y en la convicción de sus ideas. Además, el tono acusatorio de la pregunta les dejó moralmente desarmados.

Aunque profiriendo insultos al fraile, abrieron un pasillo por el que atravesó Vicente Ferrer, que nunca estuvo tan cerca de morir. Lentamente, sin mirar atrás, continuó camino de Peñalba.

[Salas Pérez, Antonio, Caspe y la historia del Compromiso. (2ª ed.), págs. 51-52.]

282. EL CRUCIFIJO DE SAN VICENTE FERRER


282. EL CRUCIFIJO DE SAN VICENTE FERRER (SIGLO XV. MUNÉBREGA)

282. EL CRUCIFIJO DE SAN VICENTE FERRER (SIGLO XV. MUNÉBREGA)


Más que por la belleza y la finura de su talla, que por otra parte no eran nada despreciables, el Crucifijo de la iglesia parroquial de Munébrega fue célebre por tratarse de una imagen que, según la tradición y la leyenda, había pertenecido al fraile predicador Vicente Ferrer, quien —en agradecimiento a las atenciones recibidas por sus habitantes en una de sus giras evangelizadoras para tratar de convencer y convertir al cristianismo a los judíos de la localidad— decidió donarlo al pueblo y dejar así testimonio de su paso, como ocurriera en tantos otros lugares de Aragón.

Por razones que nos son desconocidas e inexplicables —aunque quizás fuera para preservarlo de los atesoradores de enseres y pertenencias del famoso fraile valenciano que proliferaron por todas partes— el bello Crucifijo fue secreta y celosamente guardado en el hueco de uno de los brazos de un enorme facistol que había en el coro de la iglesia, hasta que un día fue hallado y puesto a la vista de todos, habiéndose perdido la noción y las vicisitudes de su origen.

Algunos años más tarde, cambió Munébrega de párroco y el nuevo decidió hacer limpieza de enseres y de ornamentos de la iglesia. Abrillantó patenas y cálices, reparó casullas, arregló bancos... Y se llevó a su casa el gran facistol del coro para restaurarlo con calma. Cuando lo manipulaba una tarde para liberarlo del polvo acumulado, vio en el hueco de uno de sus brazos que había un pequeño pergamino. La curiosidad natural le llevó a leer en él que «aquest Sant Christ lo fiz San Vicente Ferrer». Sin duda, el pergamino había pasado desapercibido cuando se rescató la imagen.

Desde entonces no sólo no cabía duda de la pertenencia inicial de aquella sagrada imagen, sino que, además, quedaba fehacientemente testificado que su autor material había sido el propio predicador valenciano, tan querido y recordado por estas tierras.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, pág. 108.]



281. LA ENDEMONIADA DE PIEDRA


281. LA ENDEMONIADA DE PIEDRA (SIGLO XV. PIEDRA)

281. LA ENDEMONIADA DE PIEDRA (SIGLO XV. PIEDRA)


Muchos de los pueblos por los que pasó Vicente Ferrer en sus giras evangelizadoras están plagados de múltiples recuerdos materiales suyos. Un pañuelo, una capa, unas medias, un sombrero o un bonete los hay guardados en muchos sitios. Era tal su fama que, en cuanto se descuidaba el santo, alguien hacía desaparecer alguna pertenencia suya para conservarla cuidadosamente como recuerdo de la ocasión y del hombre. En el monasterio de Piedra, por ejemplo, quedaron como testimonio de la estancia del fraile dominico un bonete milagroso y un par de medias de lana, como recuerdo y consecuencia de un curioso y portentoso hecho.

En efecto, se hallaba Vicente Ferrer de paso en el convento cisterciense de Piedra cuando le pusieron ante su presencia a una pobre señora poseída por los demonios, a la que habían traído de un pueblo cercano con la pretensión de que la liberara del mal, tan corriente en aquellos tiempos, como les constaba que había hecho en otros muchos casos semejantes. Hablaron a solas el fraile y la desdichada y atribulada mujer, quien le refirió con todo tipo de detalles que le atormentaban permanentemente las almas del rey don Pedro, de un caballero que no alcanzaba a describir y de un médico.

Se tomó san Vicente un tiempo para meditar acerca del difícil caso que le acababan de exponer, pues no todos eran de igual naturaleza, y creyó tener la solución precisa para resolverlo. Cuando estuvo seguro de los pasos a dar, tomó su propio bonete y se lo puso a la endemoniada en la cabeza y la vez que le calzaba también sus medias de lana. Apenas habían transcurrido unos minutos cuando el demonio liberó a la mujer, saliendo corriendo a la vez que gritaba: «¡Oh, Vicentillo, cómo me abrasan tus medias y bonetillo!».

Se puede imaginar la alegría de la mujer curada y la de sus familiares y amigos. Oyeron todos Misa y rezaron ante la imagen de la Virgen en acción de gracias. La fiesta y la celebración del acontecimiento hicieron que todos se olvidaran pasajeramente del bonete y de las medias, pero cuando Vicente los buscó para recuperarlos habían desaparecido. El fraile estaba tan acostumbrado a ello que no se inmutó, esbozando una sonrisa de complacencia.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., pág. 315.]


280. VICENTE FERRER, PREDICADOR EN MORA DE RUBIELOS


280. VICENTE FERRER, PREDICADOR EN MORA DE RUBIELOS (SIGLO XV. MORA DE RUBIELOS)

280. VICENTE FERRER, PREDICADOR EN MORA DE RUBIELOS (SIGLO XV. MORA DE RUBIELOS)


Todo el mundo sabe en Mora de Rubielos y su comarca cómo, a comienzos del siglo XV, el famoso dominico valenciano —cuya opinión tanto pesara en la solución dada en Caspe tras la muerte de Martín el Humano—, visitó la villa, en la que fue recibido con enormes muestras de entusiasmo y alegría por todo el vecindario. Aunque todos querían tenerle en su casas, se decidió al final alojarlo en la mejor posada de la localidad, una hermosa mansión gótica, de la misma factura que el templo parroquial.

Aunque sólo se encontraba de paso, ante la solicitud de los vecinos
—que deseaban escuchar la palabra elocuente y sabia de quien ya era considerado como un verdadero santo en vida— accedió Vicente Ferrer a complacerles y, desde una de las ventanas de la posada, convertida en improvisado púlpito, se dirigió a todos en una encendida y fervorosa plática que jamás podrían olvidar.

En medio de su arrebatado discurso, a consecuencia de la constante agitación de sus brazos, cayó a la calle el pañuelo que el orador llevaba en la mano. Al advertirlo la gente, se precipitó a cogerlo, pero no con intención de devolvérselo a su dueño, sino para conservarlo como recuerdo y testimonio de tan importante visita y visitante.

Dado el tropel de oyentes, pues la calle estaba totalmente abarrotada, no se supo quién o quiénes lo habían cogido y guardado, mas transcurridos algunos días, y una vez que el predicador valenciano había abandonado Mora, apareció el pañuelo depositado al pie del altar mayor de la iglesia colegiata, sin saber quién lo había dejado.

Comunicó el sacerdote el hecho a sus feligreses y acordaron custodiarlo en una arqueta construida al efecto, cerrada con tres llaves, como era costumbre en aquella época guardar los auténticos tesoros, y el pañuelo de un hombre considerado como santo, sin duda lo era.

[Recogida oralmente.]


275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO


275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO
(SIGLO XIII. ZARAGOZA)

275. SANTO DOMINGO PREDICA LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO  (SIGLO XIII. ZARAGOZA)


La llegada a Zaragoza, en 1219, del fraile predicador Domingo fue todo un acontecimiento. Coincidió ésta con la fundación del convento de Predicadores en el lugar que ocupaba la ermita de Nuestra Señora del Olivar, y muy pronto comprobaron los zaragozanos que la fama que le precedió estaba justificada, de modo que llenaron todos los días la iglesia del nuevo convento para oírle predicar.

En cierta ocasión, los zaragozanos quedaron admirados por el poder de persuasión del fraile Domingo, capaz de enderezar la vida de Pedro, un convecino importante, conocido por su maldad y su disipada vida, al que su propia mujer y criados rehuían atemorizados. Coincidió que el tal Pedro, movido por la curiosidad, entró en el templo cuando predicaba Domingo. Iba dispuesto a enfrentarse a él. En aquel instante, el orador estaba pronunciando la frase evangélica de que «quien hace pecado, siervo es del pecado». Los fieles temían cualquier cosa de aquel depravado.

Don Pedro razonaba internamente sobre su falta de remedio y estaba dispuesto a seguir gozando de sus vicios. Nada más penetrar en el templo, Domingo adivinó las tribulaciones de aquel hombre y, fijando su mirada en el recién entrado, enderezó los argumentos del sermón hacia él. La tensión entre los fieles era enorme, pero afortunadamente no ocurrió nada. El caso es que don Pedro volvió un día y otro, hasta que Domingo —sin haber mediado palabra directamente con aquel pecador— le envió a través de fray Bernardo unas cuentas del Rosario de Nuestra Señora, rogándole que usase aquel remedio antes que Dios ejecutase en él los rigurosos castigos que usó con Datán y Abirón.

Por fin, una mañana Pedro accedió a hablar directamente con el fraile Domingo. La pugna había terminado y el hombre pidió confesarse. Eran tantos los pecados que expiar, que no sabía el predicador qué penitencia imponerle, decidiéndose porque rezara diariamente el Rosario, lo que hizo de manera pública para dar satisfacción a los escandalizados por sus públicos pecados, aconsejándole que se inscribiese en la recién creada Cofradía del Rosario. La fama del predicador Domingo se acrecentó y el rezo del rosario se generalizó en Zaragoza y Aragón.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 29-31.]



La presencia de los dominicos en Zaragoza data oficialmente del 1219, y cuenta una tradición respetable que su fundación fue obra personal de santo Domingo a su paso por la Ciudad del Pilar y fruto de su predicación en ella. Ubicados en un principio en la evocadora ermita conocida como del Olivar, llamada la del milagro, se asenta­ron definitivamente a orillas del Ebro, junto a las murallas que protegían el nuevo barrio cristiano, puesto bajo la protección de san Pablo, donde construyeron el que fue célebre convento de Predicado­res, representación genuina del gótico dominicano dentro del gótico aragonés. Su vitalidad se proyectó en otras fundaciones, como la de Calatayud en 1253 y Huesca en 1254. Ya en tiempos de Xavierre se fundó la institución universitaria o colegio de San Vicente Ferrer en 1584, y siendo Maestro de la Orden tuvo lugar la célebre fundación del convento de San Ildefonso.

Desde el mismo siglo XIII compartieron la actividad evangelizadora y catequética con otras órdenes mendicantes, como agustinos ermita­ños y franciscanos. En conjunto se distinguieron por su intensa labor popular como pacificadores en movimientos antifeudales y frente a tumultos populares, más frecuentes de lo que cabría desear. La vida de los frailes discurría al ritmo que marcaba la sociedad de cada época. Vivieron y sufrieron los días luctuosos y gloriosos de la invasión francesa, forjando ideales cuya consecución supuso el sacri­ficio de muchas vidas en la defensa del sagrado don de la libertad. Sólo el hachazo de la supresión de las órdenes religiosas en España, en 1835, pudo yugular una trayectoria histórica, que prometía, aún, muchas y grandes cosas. Los Frailes Predicadores tuvieron que espe­rar hasta el año de 1942, en que, gracias a incansables gestiones, constancia de fibra aragonesa, y nunca desmentida esperanza, pu­dieron volver a ocupar un lugar en una Zaragoza abierta a otros muchos campos, que ofrecían amplias posibilidades de instaurar glorias pasadas en tiempos presentes.
Actualmente contamos con un Colegio de Enseñanza infantil, media y superior, así como un Colegio Mayor Universitario. Puedes visitar nuestra página web pinchando aquí.

lunes, 22 de junio de 2020

266. EL PEREGRINO ANÓNIMO, ALCOLEA DE CINCA


266. EL PEREGRINO ANÓNIMO (SIGLO XIV. ALCOLEA DE CINCA)

266. EL PEREGRINO ANÓNIMO (SIGLO XIV. ALCOLEA DE CINCA)


El castillo de Alcolea, un enclave verdaderamente estratégico entre los ríos Alcanadre y Cinca, a orillas de éste, había constituido un refugio seguro para Alfonso I el Batallador en sus incursiones por las tierras moras de Fraga y Lérida, por lo que no es de extrañar que el rey sintiera una especial predilección por esta villa, cuya iglesia reconstruyó y puso bajo la advocación de san Juan Bautista. Es precisamente esta iglesia depositaria de un célebre santo Crucifijo cuyos orígenes están envueltos por la leyenda.
Corrían días del año del Señor de 1376, aquel en que el predicador valenciano Vicente Ferrer pasaba de Aragón a Cataluña por estas feraces
tierras para transmitir la palabra de Dios. Siguiendo el camino que abre de manera natural el curso del caudaloso Cinca, solían hacer un alto en Alcolea bastantes peregrinos que, venidos de los lugares remotos, andaban buscando la ruta principal del Ebro en su caminar hacia Santiago.

Arribó a Alcolea un día de aquellos un peregrino de mediana edad que, tras intimar con los miembros de la familia que le había dado cobijo en su casa, se ofreció para tallar una imagen de Cristo crucificado, puesto que aseguraba dominar la técnica de la escultura. Consultaron los anfitriones al sacerdote y a éste le pareció bien la idea.

Tras proporcionarle los materiales que precisaba, algunas velas y viandas suficientes para varios días, se retiró el peregrino a una estancia apartada para mejor concentrarse en el trabajo. Pasaron los días, más de los previstos, y el romero no daba señal alguna de vida, tanto que la quietud que se sentía desde el exterior alarmó a los vecinos. Así es que, después de llamar de manera insistente en la puerta del cuarto y no recibir ninguna respuesta, decidieron forzar la cerradura de la puerta.

Dentro de la estancia no había nadie: el peregrino había desaparecido sin dejar el más mínimo rastro. El gua y la comida estaban intactos, la vela no había sido encendida y los materiales entregados para cincelar la imagen no habían sido tocados siquiera. Sin embargo, sobre la mesa de la estancia, destacaba la más maravillosa imagen de Cristo que nadie recordara.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 135-138.]


domingo, 21 de junio de 2020

221. EL NACIMIENTO DE UN MUDÉJAR, Graus

221. EL NACIMIENTO DE UN MUDÉJAR (SIGLO XI. GRAUS)

221. EL NACIMIENTO DE UN MUDÉJAR (SIGLO XI. GRAUS)


A pesar de la muerte del rey Ramiro I en pleno asedio de Graus, los cristianos consiguieron rehacerse del drama que tal desgracia supuso y terminaron por forzar las defensas de la villa, que tuvo que rendirse. Tras el estruendo de las armas, como en tantos otros lugares, se impuso la negociación entre vencedores y vencidos, pactando o imponiendo, según los casos, las condiciones de la transferencia del poder. Gracias a estas negociaciones, buena parte de los moros vencidos optaron por permanecer en los pueblos donde habían nacido.

Cuando Graus pasó a manos cristianas, los aragoneses permitieron que el antiguo alcaide moro permaneciera en la tierra que tanto amaba, aunque con dos condiciones: que accediera al bautismo su hija Zoraida y que ambos vivieran extramuros de la villa. Amaba tanto a su pueblo, en el que deseaba seguir viviendo, que el ex-alcaide transigió. Así fue cómo la joven pasó a ser Marieta y el antiguo alcaide acondicionó y se instaló en una cueva cercana.

Vivía el antiguo alcaide de un pequeño huerto, de unas cuantas cabras y del trabajo de la forja y talla de la madera que dominaba a la perfección. Al cabo de dos años, le permitieron los grausinos que entrara en la población, donde no sólo vendía el fruto de su trabajo, sino que enseñaba tales artes a los cristianos. Él era respetado y querido por moros y cristianos y de la muchacha no había zagal grausino que no estuviera enamorado de ella. 

Cuando las campanas de la iglesia tocaban a retiro cada tarde, padre e hija cruzaban la puerta de la muralla y se retiraban a su cueva.

Un invierno extremadamente frío, una intensa nevada y hielos persistentes hicieron intransitable el camino de la cueva al pueblo. Cuando amainó el tiempo y después de tres días de bonanza, los grausinos echaron en falta a padre e hija y decidieron ir a la cueva. Nadie había en ella, así es que recorrieron todos los rincones, hasta que encontraron los cuerpos helados de ambos al pie del torreón de la Peña del Morral, con la mirada puesta en el pueblo y una amplia sonrisa en la cara.

La muerte del antiguo alcaide moro y de su hija Zoraida, Marieta para todos, consternó a los grausinos, que todavía les recuerdan.

[De Fierro, Lucián, «La Coba los Moros», Programa de las Fiestas. Graus, 1985.]


El Llibré de Graus. Disponible para la venta y consulta de ediciones desde 1970. El Llibré es el tradicional libro de las fiestas de Graus, en honor al Santo Cristo y a San Vicente Ferrer, y declaradas de Interés Turístico Nacional en 1973. En estos libros o llibrés se encuentran los respectivos programas de fiestas, escritos en grausino, artículos diversos, relatos cortos, poemas, publicidad, las fotografías de los repatanes, etc.

217. LA CONVERSIÓN DEL JUDÍO DORMIDO


217. LA CONVERSIÓN DEL JUDÍO DORMIDO (SIGLO XV. ZARAGOZA)

Estaba el famoso fraile valenciano Vicente Ferrer predicando un día de tantos —parece ser que en Zaragoza, ante una gran multitud, pues su palabra y su figura siempre atraían a gran cantidad de gentes llegadas de todos los confines— cuando un rabino quiso oírle para estudiar sus argumentos con el fin de poderlos rebatir si llegaba el momento. Eran días aquellos en los que los monarcas cristianos, incluido naturalmente el de Aragón, estaban haciendo esfuerzos para lograr la conversión de los judíos, tarea a la que se entregó en cuerpo y alma el dominico valenciano.

Tratando de no ser visto ni advertida su presencia, el rabino buscó y halló la casa de unos amigos que, situada a espaldas del estrado elevado que se había preparado al efecto en un lado de la plaza, permaneciendo oculto en una de sus habitaciones, de modo que nadie pudo verle ni saber que estaba allí oculto. Al poco rato de haber comenzado la plática, el rabino sintió un profundo sopor y se quedó dormido.

La verdad es que no se sabe cómo, pero Vicente Ferrer, dotado al parecer de una fuerza y una luz interiores que sólo algunos elegidos poseen, supo lo que estaba ocurriendo detrás de él aunque era imposible que lo hubiera visto. Así es que —ante la total incomprensión de todos los asistentes a la plática— levantó todavía más la voz y dijo: «¡Oh, tú, judío que a mis espaldas duermes, despierta y oye estos testimonios de la Sagrada Escritura, que convencen haber ya venido el Mesías, Dios y Hombre verdadero...!».

Ante aquel vozarrón que se alzó de pronto desde la plaza, despertó el rabino totalmente sobresaltado. El fraile continuó abajo con su plática y el rabino, sin escuchar lo que aquél continuaba diciendo, se puso a meditar acerca de lo sucedido. Así permaneció durante mucho tiempo sin dar crédito a lo sucedido, porque más que por la convicción de las palabras quedó asombrado por lo extraordinario del caso, de manera que, pasados unos días, decidió convertirse a la fe de aquel predicador. Con él lo hicieron también otros muchos judíos.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., pág. 315.]

216. LA CONVERSIÓN DE LOS JUDÍOS DAROCENSES (SIGLO XV. DAROCA)


216. LA CONVERSIÓN DE LOS JUDÍOS DAROCENSES (SIGLO XV. DAROCA)

Discurría un día del mes de junio de 1444. La fama de los Corporales era ya tal que el Papa había concedido un jubileo, que fue pregonado a los cuatro vientos, tanto que a Daroca llegaron gentes de todo el mundo. Había cristianos, moros y judíos; gentes sencillas y guerreros; reyes, prelados, caballeros...
Las calles eran un auténtico hervidero, un constante ir y venir.

Aquel día llegó también un enigmático peregrino, que logró hospedaje en la casa de una linajuda familia darocense, la del barón Francisco de Ezpeleta. En sus estancias, reinaba la alegría, pero la dueña de la casa, al ver al joven romero, que estaba totalmente callado, quedó entristecida dado el parecido que el muchacho tenía con su hijo desaparecido. Notaron sus huéspedes el cambio de humor de la dueña de la casa e inquirieron el porqué. Contó la dueña cómo su hijo —enamorado de la hija de un potentado judío, llamado Manasés y no pudiendo soportar el confinamiento y la muerte de ésta por su padre— mató al joven hebreo que deseaba casarse con ella, por lo que tuvo que huir. Ahora, el joven romero que se hospedaba en su casa, que permanecía en silencio, le recordaba a su hijo Alvarado. Todos volvieron los ojos hacia él, pero el peregrino siguió callado.
Francisco de Ezpeleta, para romper la tensión creada, invitó a todos a salir a la calle y escuchar la palabra del fraile Vicente Ferrer, en una de sus múltiples intervenciones para tratar de atraer a los judíos al cristianismo. En la plaza, la voz majestuosa y los argumentos del dominico valenciano lograron que ciento diez judíos solicitaran la conversión, destacando entre ellos Manasés.

Naturalmente, cuando regresaron todos a casa, todo lo visto y oído fue objeto de nueva y animada conversación. Más que nunca la anciana y el barón estaban pendientes del peregrino, cada vez más triste, tanto que no pasó desapercibido para todos los demás. Le invitaron a hablar, y el joven, entre lloroso y emocionado, se confesó ser un gran pecador. Poco a poco fue contando la historia de la bella hebrea muerta por su padre, el asesinato de su rival y su huida y peregrinar como romero.

Alvarado se abrazó a su madre y todos celebraron el reencuentro.

[Beltrán, José, «Los cien mil peregrinos», en Tradiciones y leyendas..., págs. 105-113.]

sábado, 20 de junio de 2020

215. EL AUGURIO DE VICENTE FERRER (SIGLO XV. CALATAYUD)

215. EL AUGURIO DE VICENTE FERRER (SIGLO XV. CALATAYUD)

El famoso fraile y predicador valenciano Vicente Ferrer —cuya intervención en la reunión caspolina para elegir rey de Aragón a la muerte de Martín I el Humano fuera tan decisiva— recorrió constantemente todos los caminos de Aragón predicando la palabra del Evangelio, labor evangelizadora dedicada fundamentalmente a la conversión al cristianismo de una población judía que, en mayor o menor número en cada caso, habitaba en la mayor parte de nuestras ciudades, villas y aldeas.

En cierta ocasión, Vicente Ferrer creyó necesario salirse de la ruta que llevaba trazada y decidió acudir a Calatayud, acompañado por alguno de sus discípulos, para tratar la conversión de los judíos bilbilitanos, pues le constaba que seguían absolutamente ternes en sus creencias, pero la población entera, incluida la cristiana, estimó improcedente la medida, llegando inclusive a apedrear al predicador y a sus acompañantes, tal como parece que le ocurriera en el mismo Valencia y en otras ciudades, según relatos similares.

Ante aquella actitud no sólo amenazadora sino real de los bilbilitanos, puesto que tuvo que soportar un auténtico vendaval de piedras y lodo, el fraile y sus acólitos se pudieron poner a duras penas a cubierto hasta que amainó el temporal, pues los guardas de la ciudad dispersaron a sus perseguidores. 

Cuando se decidió a salir de la casa donde se había cobijado, se dirigió a los pocos viandantes que aún quedaban por la calle y predijo que la ciudad de Calatayud se vería inundada por los ríos Jalón y Jiloca que confluían a las puertas de la muralla, como castigo divino a la oposición recibida.

Viniendo de quien había venido tan terrible profecía, es natural que el miedo se apoderara de las gentes de Calatayud, que temían por sus casas y haciendas. Pero fue entonces cuando san Íñigo, a la sazón patrón de la ciudad, hizo saber a todos sus habitantes que tal desastre no ocurriría mientras los bilbilitanos siguieran profesándole a él la debida devoción, como así ocurrió.

[Recogida oralmente.]

https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%8D%C3%B1igo_de_O%C3%B1a

215. EL AUGURIO DE VICENTE FERRER (SIGLO XV. CALATAYUD)

San Íñigo, de origen mozárabe, nació en Calatayud en los primeros años del siglo XI (tradicionalmente se acepta el año 1000). Desde su juventud se retiró al monasterio de San Juan de la Peña. Después de ordenado sacerdote se escondió en las montañas de su tierra, en Tobed, para vivir como anacoreta.

Sin embargo, al parecer fue descubierto por sus extraordinarias virtudes y sus milagros. El mismo Sancho III el Mayor de Navarra fue a buscarlo para que se convirtiera en abad del Monasterio de Oña (Burgos), que rigió hasta su muerte el 1 de junio de 1068. Fue consejero de Sancho III el Mayor de Pamplona y confesor de su hijo, el rey Don García Sánchez III de Pamplona, a quién atendió en sus últimos momentos al morir en la Batalla de Atapuerca. Es autor de Observaciones singulares en la aritmética y Sistemas astrológicos sobre la natividad de algunos príncipes y de varias personas conocidas.

domingo, 8 de marzo de 2020

21-25




21. SALTERIO. Un volumen en folio en
pergamino, de 414 páginas. Es del siglo XV. Al principio hay un
Calendario, en el cual después de expresarse los días que tiene
cada mes, y los días de la luna, también se expresan las horas que
en aquel mes tiene el día y la noche.
Algún escritor ha
supuesto que este Códice es del siglo XIV; pero no es así, porque
en el Calendario se halla la fiesta de San Vicente Ferrer, y
este Santo no fue canonizado hasta el siglo XV.

En el Códice que nos ocupa también está el oficio de difuntos.
Merece mencionarse una nota que hay al final, que era peculiar del
aniversario que se celebraba por cada Canónigo, a los treinta días
de haber ocurrido su fallecimiento.
Son dignos así mismo de
notarse los dos Himnos que hay en las últimas páginas, y se
rezaban entonces en el oficio de San José, los cuales
son totalmente distintos de los que se usan en el actual rezo.
Los
tipos tan grandes de este Breviario, y el mucho uso que al
parecer se hizo del mismo, manifiestan que sirvió largo tiempo en el
coro para los señores Capitulares, cuando los Maitines eran a
media noche.

22. LECCIONARIO. Un volumen en folio en
pergamino, de 260 páginas. Es del siglo XIV. Al principio le falta
una hoja, que se ha suplido con unas líneas de letra más moderna
que se ven al comenzar la primera página.
En este Códice así
como en otros de esta iglesia que tratan de liturgia, se observan
algunas diferencias entre los ritos de aquella época
y los de la actual; así es que las lecciones del rezo
canónico
de algunos Santos son diversas de las que ahora
se usan.
Consiste esto en que según la disciplina de aquel
tiempo, cada iglesia, o cada diócesis, tenía sus
ritos propios; lo cual fue derogado por Bula del
Sumo Pontífice San Pío V
, en la que se dispuso que todos los
rezos de los Breviarios y Misales se conformasen
con el rito Romano.

23. EL EVANGELIO DE SAN LÚCAS Y
EL DE SAN JUAN. Un volumen en folio en pergamino, de 318 páginas. Es
del siglo XIV. Al principio de cada uno de estos dos Evangelios
hay un prólogo y una viñeta alusiva de muy buen gusto. Además de
los Comentarios de Rábano Mauro, que están en el margen, hay
entre las líneas del texto curiosas notas o glosas,
escritas por el mismo que escribió el Códice. Posteriormente se
pusieron más notas de otra mano.
Este Códice también es
de los notables del archivo, por el buen gusto del escrito, y
por las diversas combinaciones que se observan entre la letra
del texto y la de los comentarios. Todo está con una
perfección admirable. Llaman la atención los grandes
márgenes
de las páginas, tan extensos, que ocupan mucho más
que el escrito; lo cual prueba el lujo con que hacían estos
trabajos, y la importancia que se les daba hasta en la parte
material.
Nótase así mismo que este Códice contiene tan
sólo dos Evangelios; y es porque atendido el gran precio que
tenían entonces los libros, a veces se subdividían los de la
Sagrada Escritura, y otros, para facilitar más su estudio.

24.
ARISTÓTELES. Un volumen en folio en pergamino, de 570 páginas. Es
de últimos del siglo XIII o de principios del XIV. Contiene ocho
libros de la obra que se titula Physicorum. Tratra del cielo y
del mundo, de la generación y de la corrupción. Hay cuatro libros
de los metèoros. Tres del alma, del sentido, de la memoria,
del sueño y de la vigilia, de la longevidad y de la brevedad de la
vida, de la juventud y de la vejez.
Son muy abundantes las notas
de este Códice, puestas en el margen con diversas letras, que por la
forma con que están, indican ser de épocas posteriores al tiempo en
que se escribió el libro.

25. COMENTARIOS SOBRE LOS
PREDICABLES DE PORFIRIO. PREDICAMENTOS Y PERIHERMENIAS
DE ARISTÓTELES. Un volumen en 4.° mayor prolongado, de 312
páginas. Es del siglo XIV. Está escrito su mayor parte en papel
cartulina, pues sólo cada unas doce hojas hay dos folios en
pergamino; no pudiéndose comprender el motivo de tal distribución,
que también se nota en algunos otros Códices.
Al principio del
que nos ocupa hay un prólogo, de letra sumamente pequeña, cuyas
primeras líneas traducidas del latín dicen así: «Al nobilísimo
Sr. D. Juan, nacido de Real linaje, hijo del Ilustre
Rey de Aragón, su humilde subdito, Benedicto de Undis.
Maestro en artes, que las enseña en Tolosa, etc.» Después,
al comenzar los comentarios de otra de las partes de este libro, pone
otra dedicatoria a dicho don Juan, hijo del Rey de Aragón.






sábado, 7 de marzo de 2020

Catálogo 11-15

11. Misal. Un volumen en 4.° en
pergamino, de 280 páginas. Es del siglo XII. De este Misal histórico
hacen mención varios escritores.
Martorel lo cita en su
Historia de Tortosa. También se ocupan del mismo el P. Risco en su
«España Sagrada» y el P. Villanueva en su «Viaje literario.» 



Describiendo Martorel este Misal dice: «Está con cubiertas de
finísima plata, y en ellas un Cristo pintado con esmalte de
finísimos colores, clavados los dos pies en la Cruz con dos clavos,
señal evidente de grande antigüedad, y a la otra parte un Salvador,
y al derredor de él muchas piedras finas.» Hasta aquí
Martorel.
Dichas piedras actualmente no están en el Misal. Es de
creer que se sacaron por temor de que fueran robadas en algún sitio
o guerra, dándoles después otro destino, pues antiguamente había
mucha afición de adornar con piedras finas los ornamentos sagrados.

Las figuras de las cubiertas a que alude Martorel son de estilo
bizantino, y están sobre una plancha de metal dorado. En una
cubierta hay un Crucifijo, que tiene esta inscripción con
abreviaturas: Iesus Nazarenus Rex Iudoeorum; a un lado está
la imagen de la Santísima Virgen, con esta inscripción: María; y
al otro la imagen de San Juan, con esta inscripción. Ioannes. En los
ángulos superiores hay dos figuras de ángeles. Al lado de uno de
ellos se lee: Sol; y al del otro: Luna.
En la otra cubierta hay
una imagen del Salvador, que tiene en las manos un libro donde se
lee: Ego sum qui sum. A los lados del Salvador están las
iniciales de las palabras griegas Alpha et Omega; y en los
ángulos de esta cubierta hay las figuras alegóricas de los cuatro
evangelistas.
Los extremos o bordes de las dos cubiertas están
circuidos con una plancha de plata. En la de una cara se lee:
Sum Deus, et vendor. Sum Rex, et in hac cruce pendor. Y en la
plancha de la otra cara dice: Adstans altari, pia mens gaude
lacrimari
.
Esta última inscripción se halla mutilada;
lo que no es de estrañar atendidas las muchas vicisitudes que
ha pasado este Misal, y las distintas veces que ha estado escondido,
tal vez fuera de la catedral, para poder salvarlo.
En las
crónicas y notas antiguas de esta iglesia se designa este Misal con
el nombre de Misal de San Rufo, únicamente porque en él se
halla la oración propia de dicho Santo. Pero conviene advertir, y lo
hace constar el P. Villanueva en el tomo V de su «Viaje literario»,
que al encuadernarse hubo el descuido de truncar algunos folios,
resultando que la oración propia de San Rufo no está en el lugar
que corresponde
, sino en el folio 61. Y lo mismo sucede con el
Cánon de la Misa, como está allí anotado.
Es de creer que el
Misal que nos ocupa debía destinarse para los Pontificales de
los Prelados, y por eso se adornó con tanto lujo. Hay en el
texto viñetas de muy buen gusto, según el estilo de aquel tiempo.
Antes del Cánon se ven reproducidas las dos figuras del Cristo y del
Salvador que están en las cubiertas; pero las del Cánon son de un
dibujo más perfecto.
A propósito de estas figuras, se comprende
que en aquella época debían estar muy en uso, al menos en esta
iglesia; pues según veremos al reseñar otros Misales, casi todos
los de aquel tiempo las tienen, con la particularidad de que aunque
sean de dibujos más vulgares, todas concuerdan en el fondo, o sea en
el Salvador, en el Cristo, y en las alegorías que tienen a los
lados.

12. LAS CARTAS DE SAN PABLO. Un volumen en folio
grande, en pergamino, de 626 páginas. Es del siglo XIII. Contiene
las cartas del Santo, y los comentarios de Rábano Mauro. Este sabio
escritor, a quien ya hemos citado en el Códice de número 2, nació
en Maguncia por los años de 776, y fue Arzobispo de
dicha ciudad. Comentó la Sagrada Escritura, y por ello en algunos
otros Códices que contienen libros de la Escritura, hacemos mención
de sus comentarios. También escribió un Martirologio,
Homilías, y Poesías religiosas, entre las cuales está
el Himno Veni Creator Spiritus.
El Códice que nos ocupa
como objeto de arte caligráfico es de los más notables del archivo.
Está escrito en tres tipos o letras distintas. En
medio, con caracteres muy grandes, se hallan las cartas de San
Pablo
; y a los lados circuyendo el texto, hay dos
clases de comentarios; unos inmediatos al
texto, y otros
más separados de letra muy diminuta y escrita con suma
perfección
.
Así en este Códice como en algunos otros de la
misma época, se observa en el escrito una circunstancia que merece
notarse. Las líneas de lápiz que suelen servir de pauta,
no están al pie de las letras, sino entre una y otra línea o
sea en el medio. No se sabe el motivo de colocarlas en esta
forma.
De todos modos revela un gran pulso en el escribiente,
el hacer las líneas con tanta rectitud, sin que las letras lleguen
hasta el lápiz. Al principio y al fin de este Códice faltan
algunas hojas destruidas sin duda por la acción del tiempo.


13. ORACIONES DE LAS MISAS DE TODO EL AÑO. Un volumen en
folio en pergamino, de 286 páginas. Es del siglo XIII. También hay
un Calendario. Ante todo está el rito referente a la celebración
del Sacramento del matrimonio. Se dice allí en primer lugar,
que los matrimonios deben celebrarse públicamente, y
que está prohibido celebrarlos: Desde el Adviento hasta la octava de
Reyes. Desde Septuagésima hasta después de la octava de
Pentecostés. Pero esto fue modificado posteriormente por el Concilio
de Trento.

En los antiguos Códices solía ponerse alguna
nota referente a hechos históricos. En el que reseñamos al final
del folio 4.° se lee lo siguiente, que traducimos del latín.
«Año 1352. El día primero de Agosto fue consagrado el Altar
(o Ara) de San Esteban, por D. Bernardo, Arzobispo
de Galatea
» Este altar ahora no existe, y debió ser substituido
por otro.
Después del folio 72, antes de los Prefacios de la
Misa
, hay una figura del Cristo y otra del Salvador, semejantes a
las del Códice n.° 11, aunque el dibujo es de menos mérito, y los
colores ya están muy deteriorados.

14. CAPÍTULOS Y
ORACIONES DE TODO EL AÑO. Un volumen en 4.° mayor, en pergamino, de
368 púginas. Es del siglo XIV. Está escrito con caracteres
muy grandes, pues se comprende que este libro servía para el
Canónigo Semanero, y entonces los Maitines y Laudes
eran por la noche. Llama la atención una oración
propia, del rezo de Nuestra Señora de la Cinta, que
está en una hoja de pergamino suelta, dentro de este Códice, al
folio 173, escrita en letra que se conoce es de aquel mismo siglo.
Esto manifiesta que ya se rezaba entonces dicha oración; lo cual
confirma la tradición relativa a la aparición de la Santísima
Virgen
en esta catedral, y entrega de su Santa Cinta.
Por ser un documento de mucho interés histórico lo copiamos
literalmente. Dice así:

«Deus, qui Ecclesiam Dertusensem
Beatissimae Virginis Maríae Visitatione et Cingulo
decorasti; ejus nobis intercesione concede, ut cingulo fidei
et puritatis accinti, a cunctis peccatorum nexibus eruamur . Per
Dominum...»

En el Códice núm. 81 de que trataremos más
adelante, y que también es del siglo XIV, se halla esta oración en
el mismo Capitulario, sin estar añadida en hoja suelta.
Son
de notar así mismo las oraciones de Santo Tomás de Aquino y
de San Vicente Ferrer, que están al margen con diferente
letra; y es porque cuando se escribió este Capitulario dichos Santos
aún no habían sido canonizados.

15. DIÁLOGOS DE
PEDRO ALFONSO, ex Iudeo Christianus.
Así consta en una nota
antigua que hay al principio de este libro, lo cual indica que el
autor era Judío antes de su conversión. Está en 4.°
mayor prolongado, y tiene 232 páginas en papel cartulina. Es del
siglo XIII. Hállase dividido en 12 títulos, que tratan de diversos
puntos de la religión cristiana. Al principio el autor pone
lo siguiente, que traducimos del latín: «La gracia del Espíritu
Santo nos asista. Amen.» Y después añade: «En nombre de la
Santísima y Divina Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
principia el proemio de Pedro Alfonso, de Judío
Cristiano.» Al fin del libro repite esto mismo, e invoca otra vez la
divina gracia.