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lunes, 22 de junio de 2020

250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA

250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA (SIGLOS XIV-XV. PINA DE EBRO)

250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA (SIGLOS XIV-XV. PINA DE EBRO)


Como en tantos y tantos pueblos de Aragón, lo mismo que ocurriera tras la conquista musulmana —cuando los cristianos (los mozárabes) pasaron a ser minoría dominada—, después de la reconquista se volvieron las tornas: la población musulmana (los mudéjares) quedó en franca inferioridad, aunque cuidadosamente protegida por los reyes. No obstante, aunque la tolerancia mutua fue la tónica general, en muchos lugares la convivencia se hizo difícil en momentos concretos. Uno de esos pasajes tuvo por escenario a Pina de Ebro.

Por razones que no vienen al caso, las relaciones entre cristianos y moros se deterioraron con el paso del tiempo. Residían estos últimos en la morería, el actual barrio llamado de la Parroquia, y eran muy aficionados a la lidia de toros, diversión a la que se entregaban de cuando en cuando dentro del recinto de su propio barrio.

Conocedores de esta afición, idearon los cristianos la manera mejor en que la podían aprovechar para lograr su objetivo, de modo que prepararon y anunciaron la lidia de un enorme toro que llevaba fama de ser muy bravo —lidia que, sin duda, es el antecedente del «alarde» actual— y todo el mundo se echó a la calle, incluidos los mudéjares, que no quisieron perderse la ocasión.

Cuando el festejo se hallaba en pleno apogeo, los mozos cristianos hicieron que el toro, magistralmente dirigido con las sogas, cercara y acorralara a los moros hasta obligarles a huir de la población para ponerse a salvo. Luego, apostados en los lugares estratégicos y pertrechados con todo tipo de armas, impidieron que los moros pudieran regresar a sus viviendas.

Ante la gravedad de la situación, optaron los moros por caminar hasta la entonces existente población de Alcalá, cuyas casas se elevaban entre Pina y Gelsa, donde hallaron acomodo entre la mayoritaria población mudéjar. La morería de Pina quedó desierta y sus habitantes vivieron desde entonces en el exilio.

Parece ser que para recordar y conmemorar el día en que sucediera la diáspora mudéjar, los cristianos organizan secularmente el llamado «alarde», en el que el toro es el principal protagonista.

[Datos proporcionados por Pilar Pérez, profesora del Colegio «Ramón y Cajal». Pina.]


Toro de Sogas “24 DE JUNIO: Cuando Josué detuvo el sol: fiesta de la festividad de Juan, hijo de Zacarías…” (año 961) La leyenda del toro de San Juan está algo alejada de la realidad; a veces, es más interesante creer en la historia inventada que en los hechos reales. Según cuentan nuestros mayores, la fiesta se establecía en memoria de la expulsión de los moros que vivían en el barrio de la Parroquia. Para arrojarlos de Pina, los cristianos idearon ensogar a un toro, diversión a la que eran en extremo aficionados, los acorralaron obligándoles a huir, y no se les permitió entrar más. [read more=»Leer más» less=»Leer menos»] Demetrio Brisset nos dice que, si deseáramos conocer la herencia festiva de los Iberos, uno de los emplazamientos claves puede ser junto al accidente geográfico que les impuso el nombre: el padre río Ebro, Iberus antes de Cristo: “…será en el pueblo fluvial de Pina, donde a mediados del siglo XIX aún se celebraba el “alarde de San Juan”, en el que encontramos unidos la mayoría de los elementos que debieron intervenir en las fiestas solsticiales ibéricas: (río, albadas, guerreros, procesión de un toro, diálogo de pastores, pantomima de la bruja, peleles carnavalescos, banquetes, baile), la mezcla es explosiva…” La vieja tradición romana, hacía del toro uno de los animales sacrificados ritualmente. En las fiestas religiosas, se vincula la agricultura con la guerra, realizaban ceremonias tales como las bendiciones de las liones, el adorno del ganado, los lupercales (dos jóvenes disfrazados con pieles de cabras y ungidos con sangre del mismo animal golpeaban con látigos a todas las mujeres que encontraban, tirándolas al suelo de las piernas) y con estos ritos se obtenía la fecundidad. Al asentarse los visigodos en la Península Ibérica y convertirse al cristianismo, vinculan el extendido culto hispano a San Juan con el solsticio de verano, que en sus tierras de origen era uno de los ejes del ciclo anual. El día de San Juan era un día cargado de significado; en esta fecha vencían los contratos de arrendamiento y salían los clérigos en busca de los diezmos, conocedores de que los agricultores cerealistas se hallaban en plena siega. De ahí el origen de la copla: Matutes* de Pina Matutes* serán Que llevan el toro Delante de San Juan * Matutes significa acción de eludir el impuesto de consumos Los cronistas aragoneses de aquella época desestiman tajantemente que un toro interviniese en la expulsión de los moros. La realidad es que la aljama de Pina fue pasada a cuchillo a finales del siglo XVI por montañeses del Pirineo, mandados por Antonio Marton, y empeñados en exterminar a los moros del valle del Ebro para vengar la muerte de un pariente en Codo a manos de un morisco, ayudados por catalanes rebeldes comandados por Barber. La guerra de montañeses y moriscos había comenzado unos años antes con una serie de disturbios. Los cronistas también dan cuenta de éstos hechos y nos hablan del “correr de los toros en Pina” como algo corriente y famoso en el pueblo. “…durante la celebración del correr de los toros en Pina, los moriscos de xelsa y unos pastores llamados los Pintados tuvieron gran pelea por que toro debía ocupar el tercer lugar…”. Fray Marco de Guadalaxara y Xavierre (Memorable Expulsión y justísimo, 1613) La fiesta del toro enmaromado de Pina constituye un eslabón más en la larga cadena de ritos y fiestas en un país donde la figura del toro ha tenido siempre una concepción mágico-religiosa, y donde las antiguas tradiciones en torno a las suertes del toro y a la tauromaquia han sufrido a lo largo de los siglos un proceso cambiante, trocando lo que en un principio fue un rito cargado de simbolismo en una tradición lúdica y festiva. La razón por la que se instituye el festejo ha estado vinculada siempre más a la leyenda que a la realidad. Pero no olvidemos que historia y leyenda, muchas veces caminan juntas. En el siglo XII, durante la reconquista, había una leyenda que decía así: “…La noche de San Juan cuando los cristianos iban a sacar la procesión con el santo titular pero no pudieron hacerlo por la presencia de los árabes. Cuentan que entonces salió un toro bravo que arremetió contra los infieles huyendo despavoridos. Se celebró con salvas y los cofrades de San Juan decidieron que al año siguiente llevarían un toro en la procesión, abriendo camino a la peana del santo para rendirle tributo…” La tradición alcanzó su máximo esplendor en el siglo XVIII. En el año 1722 se renuevan los estatutos de la cofradía y se realizan mejoras en la fiesta. La cofradía siempre fue la encargada de pagar la fiesta de San Juan y suministrar el toro. Sabemos que en 1609 debía estar bastante formada ya que sus ingresos no sólo provenían de las cuotas y penas de sus socios, sino también de su actividad ganadera y agrícola; entre sus ganancias estaban la venta de reses, lana, carne mortecina, etc. Cuando la cofradía pierde sus propiedades para la guerra de la Independencia, sigue costeando los gastos realizando rifas en la localidad. En 1908, durante el reinado de Alfonso XIII, el ministerio de la gobernación dicta una real orden con fecha de 5 de febrero que dice: “…la costumbre arraigada en muchas localidades de organizar capeas o corridas de toros en calles y plazas públicas sin las precauciones necesarias para evitar desgracias personales exige V.S. adopte las medidas indispensables a fin de que no consienta en adelante esos peligrosos espectáculos.”. Don Juan de la Cierva La fiesta deja de celebrarse y la cofradía se disuelve, entregando sus propiedades materiales (portapaz, busto, tallas, etc) a la cofradía de la Dolorosa y los Blancos. “…En Pina, pueblo de la provincia de Zaragoza, existía una costumbre singular: para la festividad de San Juan Bautista se celebraba una procesión en la que abría la marcha un toro. Existía en el término de dicho pueblo una ganadería de cierto renombre, la de Ferrer, y a ella solían acudir para coger el toro que había de tomar parte en el religioso cortejo. En la madrugada de la fiesta se reunían los vecinos en la casa del mayordomo de la Cofradía, quien, siguiendo tradicional costumbre, les obsequiaba con un refresco. La gente moza se dirigía a un corral en el que desde la tarde anterior estaba enchiquerado el toro que se destinaba al singular rito, y que procuraban fuera de libras y buen trapío. Derribaban a la res y la enmaromaban con una fuerte cuerda por el arranque de la cuerna, dejando los dos cabos de ella sueltos y largos, y sujetándola por ellos, se encaminaban al encuentro de la procesión. Tras la bandera de la cofradía salía ésta, y el toro de tal manera sujeto, abría marcha como batidor. Unas veces el toro avanza y abre calle a la procesión, otras se para y la detiene, y no pocas retrocede y la descompone; así entre avances, paradas, sustos, estrujones, gritos, carreras, tiros, risas y tumbos, acaba la procesión su accidentada carrera, durante la cual el santo está guardado como merece y a usanza de real persona por cuatro alabarderos -albarderos les llaman allí- que, provistos de sendas partesanas, defenderían, cuando los puños que sujetan a la res faltasen, la sagrada imagen. También el zaguanete de alabarderos tiene, como toda esta procesión, su detalle original: bajo el sombrero apuntando que lucen asoma el pañuelo del baturro, cuya lazada cae en chillona nota de color, produciendo cómico efecto, sobre la oreja de los espetados guardias. La procesión queda en la iglesia, y en la espaciosa plaza se lidia un rato el toro, mientras los individuos de la cofradía del santo bailan la “caracola”, complicada combinación coreográfica, cuyas evoluciones no logran aterrar ni aún las frecuentes aproximaciones del cornupeto; y acabada la fiesta, se corta la cuerda del toro, que sale en dirección al soto donde pastaba, soliendo repartir al paso algún que otro achuchón al que encuentra en su carrera. La tradición popular asegura que tal costumbre proviene del tiempo de los moros, que como se opusieran a la salida de la procesión, hicieron que los testarudos baturros dispusieran que un toro la abriera calle, con lo que amedrentados los infieles no osaron interrumpir su paso.” ALREDEDOR DEL MUNDO” Don R.Mainar Lahuerta (año 1900) En 1984 el Ayuntamiento al frente de una comisión , se hace cargo de la recuperación con todo el esplendor de antaño, continuando así hasta nuestros días. En 2012 se ha creado la Asociación Cultural Toro de Sogas de Pina de Ebro, cuya misión es difundir y potenciar la fiesta del toro de sogas de Pina de Ebro en colaboración con el Ayuntamiento. PAIROS DE SAN JUAN Antiguamente, «pairo» era una expresión que cayó en desuso, no es que se llamase Pairo al muñeco, se decía cuando lo veían “está al pairo”. Según el diccionario etimológico de la lengua castellana: Pairo es el derivado de pairar “soportar, aguantar, tener paciencia”. En la actualidad hablar de “Pairo” es hablar del muñeco que se coloca por las calles en la fiesta de San Juan, con la finalidad de provocar la distracción del toro en su recorrido, permitiéndole demostrar su bravura, ya que tiene delante un bulto que se mueve al que puede atacar con violencia y agresividad. Aunque el punto de mira a la hora de colocar estos muñecos siempre es el toro, también se persigue que el recorrido resulte más llamativo y atractivo para las personas que acompañan al animal. ALABARDEROS El Real Cuerpo de Alabarderos fue fundado en 1504, su misión consistía en defender al monarca. De los alabarderos de Pina se tienen pocas noticias, se sabe que en 1722 se renuevan los estatutos de la cofradía de San Juan, en ellos se nos explica que antiguamente el traje de “alabardero” lo utilizaban todos aquellos que habían sido “mayordomos”, pero esta costumbre había caído en desuso. Se establece en nuevo estatuto en el que deben llevar riguroso uniforme el mayordomo, cuatro sargentos, un abanderado y un reducido número de soldados. En 1984, cuando se recupera la fiesta vuelve a formarse un grupo de alabarderos.

35. LA CONVERSIÓN DEL ALFAQUÍ ZARAGOZANO


235. LA CONVERSIÓN DEL ALFAQUÍ ZARAGOZANO (SIGLO XIV. ZARAGOZA)

235. LA CONVERSIÓN DEL ALFAQUÍ ZARAGOZANO (SIGLO XIV. ZARAGOZA)


En tiempos del arzobispo don Alonso de Arhuello, ocurrió en Zaragoza un hecho singular en el que anduvieron mezclados cristianos y mudéjares pues aunque éstos habitaban en un barrio aparte, el de la Morería, las relaciones entre miembros de ambas comunidades era algo habitual.

El caso es que una mujer cristiana y casada que vivía en Zaragoza, ante el mal trato que habitualmente recibía por parte de su marido, y no encontrando solución a sus males, decidió consultar a un alfaquí mudéjar la forma en que podría conseguir que aquél cambiara su actitud hostil hacia ella. El moro, que le había recibido en su propia casa, le contestó que sería suficiente con que le presentara al marido una hostia consagrada.

La mujer, aunque algo confusa por tan extraña recomendación, fue a confesarse a la iglesia de San Salvador y pasó a comulgar a continuación. Rápidamente salió del templo catedralicio y sacó la Sagrada Forma de su boca, colocándola con sumo cuidado en un pequeño estuche que llevaba preparado mientras se encaminaba hacia su casa. Una vez allí, al descubrir el estuche para que su marido viera la Hostia consagrada, tal como le había indicado el alfaquí moro, aquélla se había convertido, no se sabe cómo, en un hermoso niño, de minúsculas proporciones.

Asombrada y temerosa por lo sucedido, la mujer regresó a la Morería y consultó de nuevo al alfaquí qué hacer ante tal portento, ordenándole éste que regresara a su casa y quemara el cofrecillo y su contenido. Ardió el cofre de madera vorazmente, pero el Niño no sólo resultó intacto, sino que comenzó a despedir una intensa y cegadora luz.

Regresó de nuevo la mujer a casa del alfaquí que, ante el prodigio que observaba, quedó atónito. Rendidos ambos, fueron a la catedral, confesándose ella arrepentida y pidiendo el alfaquí el bautismo al vicario general, entre lágrimas de contrición.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 12-14.
Dormer, D.J., Disertación del martirio de santo Dominguito de Val. Roma, 1639.]

230. EL TESORO ESCONDIDO DE MUSTAFÁ


230. EL TESORO ESCONDIDO DE MUSTAFÁ (SIGLO XII. MONREAL DEL CAMPO)

230. EL TESORO ESCONDIDO DE MUSTAFÁ (SIGLO XII. MONREAL DEL CAMPO)


El empuje de las tropas cristianas amenazaba con apoderarse de las tierras turolenses donde está enraizada la actual población de Monreal. El entonces alcaide moro de este enclave —que en realidad era un alquimista que pasó gran parte de su vida intentando hallar, como tantos otros, la piedra filosofal— vivía completamente solo y la gente murmuraba que lo que en realidad hacía era amasar oro en grandes cantidades para enterrarlo, en previsión de lo que parecía avecinarse, pues las noticias que llegaban desde la frontera no eran nada halagüeñas.

Todos los días, Mustafá recorría pausadamente con su caballo el camino que le llevaba a un abrevadero de aguas limpias situado en las afueras de Monreal, en el que gustaba refrescarse y dar de beber al animal. Mas sus convecinos moros pudieron observar cómo detrás del abrevadero había una loma que, aunque de manera imperceptible, iba creciendo de volumen poco a poco. El hecho cierto, en efecto, era que Mustafá se valía de una piel de toro para ir transportando oro a la loma donde lo enterraba y cubría diariamente para que no fuera descubierto.

No tardó mucho el día en el que las tropas cristianas, tras una pelea muy disputada, se apoderaron de Monreal. El ex-alcaide Mustafá no huyó al exilio, como hicieron muchos de sus correligionarios, sino que decidió permanecer en su casa, acogiéndose a la legislación que los reyes aragoneses dispusieron para amparar a los mudéjares. Por supuesto, como la vuelta al pasado parecía imposible de momento, tanto Mustafá como sus correligionarios jamás hablaron ni revelaron nada acerca de la existencia del montículo, esperando que llegaran tiempos mejores.

No es de extrañar, por lo tanto, que en Monreal se oiga de cuando en cuando cantar una jota que dice:
«De brillantes, plata y oro
hay un entierro en Monreal,
el de la «Guasa del Moro»,
que sólo es un pedregal».

[Datos proporcionados por Pablo Marco, José Martínez, Luis Moreno y Jesús Valenzuela. Colegio de «Ntra. Sra. del Pilar». Monreal del Campo.]




229. LA CONVERSIÓN DEL MORO TOCÓN


229. LA CONVERSIÓN DEL MORO TOCÓN (SIGLO XII. DAROCA)

229. LA CONVERSIÓN DEL MORO TOCÓN (SIGLO XII. DAROCA)


Tras la reconquista de Sarakusta por Alfonso I el Batallador, pasó a poder de los cristianos aragoneses un importante número de poblaciones, entre las que se encontraban Daroca y las aldeas aledañas de su término. Entre éstas se hallaba el cercano pueblecito de Langa, habitado tras la reconquista por mudéjares que se entregaron fundamentalmente al cultivo de la tierra y al pastoreo de unas cuantas ovejas. De entre esos mudéjares, la providencia dispuso que uno, conocido por el nombre de Tocón, pasara a la posteridad.

Por aquel entonces, aparte de la guerra abierta y permanente entre musulmanes y cristianos, cuyo escenario principal se había desplazado hacia el sur y el Levante, en el reino aragonés fueron habituales y constantes las rencillas y los enfrentamientos entre los propios seniores o nobles cristianos, conflictos que muchas veces tuvo que cortar de raíz el propio monarca.

Así es que, poco tiempo después de la reconquista de Daroca y su término, tuvo lugar una de estas sangrientas disputas y uno de los nobles, acosado por los hombres armados de su rival, fue a refugiarse en una pequeña ermita que, levantada en medio del monte, estaba dedicada a la Virgen. De nada le sirvió al fugitivo acogerse a este recinto sagrado, de modo que fue asesinado y su cuerpo sin vida abandonado.

La imagen de Nuestra Señora, al ver profanada su propia mansión, decidió dejar el templo profanado y fue a buscar cobijo en una humilde cabaña propiedad de un moro de Langa llamado Tocón, un hombre de recta e intachable conducta aunque su Dios fuera otro que el de los cristianos que se mataban de manera tan ignominiosa.

Los cristianos de Langa, ahora dominadores, no podían consentir que la imagen continuara en poder de Tocón, un moro en definitiva, y arrebatándosela la depositaron en la nueva iglesia del pueblo, mientras levantaban una ermita en el lugar donde la Virgen había elegido. El moro Tocón, sintiéndose llamado por aquella señal del cielo, se convirtió al cristianismo y se hizo bautizar, y la Virgen que le distinguiera con su elección recibió desde entonces el nombre de Nuestra Señora de Tocón, denominación por la que todavía se le conoce.

[Faci, Roque A., Aragón..., II, págs. 35-37. Bernal, José, Tradiciones..., págs. 152-153.
Sánchez Pérez, José A., El culto mariano en España, pág. 405.]

sábado, 20 de junio de 2020

213. EL MONASTERIO DE SAN MIGUEL DE FOCES, ASALTADO (SIGLO XIV. ALQUÉZAR)


213. EL MONASTERIO DE SAN MIGUEL DE FOCES, ASALTADO (SIGLO XIV. ALQUÉZAR)

213. EL MONASTERIO DE SAN MIGUEL DE FOCES, ASALTADO (SIGLO XIV. ALQUÉZAR)


El siglo XIV tenía siete años de vida y nos hallamos en Alquézar. En una calle empinada como tantas otras, la de San Gregorio, vivía y abría su tienda un modesto mercader judío llamado Leví, un hombre viudo, cuyo único tesoro era su hija Esther.

La joven hebrea, de extraordinaria hermosura y suave voz, estaba permanentemente invadida por la tristeza sin que nadie supiera el motivo de la misma, excepto ella. Pero guardaba celosamente su secreto, sin compartirlo ni con su mejor amiga, otra muchacha hebrea.

Sólo Esther y nosotros sabemos que aquella perenne tristeza se debía a la ausencia del joven trovador provenzal que un día llegara a Alquézar y se enamorara de él. Desde que se marchó a su tierra, sólo pensaba en el momento de volver a verle. La imagen de Manfredo siempre estaba en su mente, lo que hacía que presentara ese semblante entre ido y triste.

Procuró el padre aplicar cuantos remedios estaban a su alcance para paliar el mal que desconocía, pero todo fue en vano. Así es que se decidió por un último intento. Para lograrlo, contrató Leví a unos desalmados forajidos sin decir nada a nadie, y les encomendó la tarea de traerle a su presencia al comendador de San Miguel de Foces, hombre versado en misteriosas ciencias. Con toda seguridad, él tendría la solución.

Los hombres contratados, armados con espadas y puñales, asaltaron el convento sanjuanista. El caos se apoderó del ambiente mientras las llamas comenzaban a devorarlo todo. Los frailes de San Miguel rodearon a su comendador para tratar de defenderle, aunque fue en vano. La barbarie fue tal que pudo con la vida de todos, excepto con la del comendador, cuyos secretos y artes mágicas ansiaban los salteadores.

San Miguel de Foces quedó destruido; Manfredo no regresó de su tierra; Leví pagó con su vida el resultado de tan desproporcionado amor paterno; y al rostro de Esther no le llegó la sonrisa.

[García Ciprés, Gregorio, «Los Foces, ricos-hombres de Aragón», Linajes de Aragón, VI (1915), 423-425.
Ayerbe, Salvador Mª de, A través del Somontano..., págs. 119-127.]



El topónimo árabe "Alquézar" (al-Qasr) significa fortaleza, y hace clara alusión a su origen militar. Es un pueblo surgido a la sombra de un castillo, poblando la falda de la montaña. Fue una de las principales fortalezas de la Barbitania, protegiendo el acceso a Barbastro.

Según los cronistas musulmanes, perteneció primero a los Banu Jalaf y sería conquistada en el 893 por Ismail ibn Muza, de los Banu Qasi de Zaragoza, y tomada más tarde por al-Tawil. En 938, Abd al-Rahman III nombró a su hijo Yahia gobernador de Barbastro y Alquézar.

Jalaf ibn Rasid levantó a comienzos del siglo IX esta fortaleza como enclave defensivo frente a los núcleos de resistencia pirenaicos cristianos, en este caso, frente al condado autóctono de Sobrarbe.

En torno a 1067 es conquistada por Sancho Ramírez (hijo de Ramiro I) y se convierte en fortaleza cristiana -"Castrum Alqueçaris"- frente a los musulmanes, constituyéndose en punto clave para posteriores etapas de la Reconquista. Se dotó la fortaleza con guarniciones militares asistidas por una comunidad agustiniana. En 1099, se consagró como capilla real la iglesia de Santa María.

A medida que el proceso de la Reconquista avanza hacia tierra baja (Barbastro, Huesca,...) pierde importancia como fortaleza militar estratégica y se convertirá en una institución religiosa y centro comercial de la comarca, conocida como "priorato alquezarense".

La población primitiva residía dentro del recinto amurallado del castillo. El aumento de población en el siglo XIII, gracias a las mejoras sociales y económicas, hará que se comience a edificar fuera de la fortaleza; la población se irá trasladando gradualmente al "Burgo Nuovo Alquezaris", dejando el castillo prácticamente deshabitado, ocupado solamente por algunos religiosos.

El pueblo tiene una fisonomía totalmente medieval que muy poco ha cambiado, al menos en lo que se refiere al trazado de las calles: un trazado sinuoso con un evidente sentido práctico, facilitándose la comunicación (una red de calles bien enlazadas mediante otros callejones más pequeños) y resguardando de las inclemencias del tiempo (del sol y del viento). Es un trazado típicamente musulmán, de callejuelas estrechas y altas, pero es ésta una disposición típica de los pueblos de montaña más antiguos, adaptados a la topografía (las casas se apiñan en la ladera).

Tenía el pueblo un cierto sentido defensivo como recinto cerrado y fuerte, tal vez amurallado (aunque esto no parece probable); se accedía por tres puertas de las que se conservan dos: la principal, gótica (siglo XIII), y la otra en la parte baja del pueblo; tenían portalones que se cerraban a una hora determinada, no permitiéndose el acceso al interior del pueblo.

El pavimentado de las calles era mucho más rústico que el actual, a base de gruesos cantos de piedra clavados en el suelo de tierra, sin ningún tipo de argamasa para la unión. Las calles tenían un sistema de desagüe, con vertiente hacia el centro, canalillo por el que discurrían las aguas.

La población de Alquézar era totalmente cristiana, pero abundaban los mudéjares (musulmanes conversos) en la comarca, y éstos serían los alarifes de la mayoría de las casas. De las actuales casas las más antiguas podrían datarse en los siglos XIV y XV, y en la época de esplendor del pueblo, el siglo XVI. Las casas se integran perfectamente con el entorno por el uso de materiales autóctonos, como la Piedra (sobre todo para esquinas, zócalos, marcos de ventanas y puertas), el ladrillo, el adobe o el tapial. Los alarifes mudéjares introdujeron la técnica del ladrillo, más práctico que la piedra, casi de igual resistencia y, sobre todo, mejor conocido por estos alarifes. El buen uso del ladrillo se observa sobre todo en las galerías superiores de arquillos y en los aleros.

Estas casas, o bien son de origen noble o de función ganadera y agrícola, pero todas con un sistema y un esquema básicamente igual en todas: interiormente tienen una planta calle de servicios, con cuadras, lagar, bodegas. Una planta noble de vivienda. Y una falsa o granero. Al exterior, domina la fachada el gran arco de acceso, que puede ser de piedra o de ladrillo (dependiendo del gusto o de las posibilidades económicas). También en la planta calle puede haber una pequeña ventana, que da al lagar. En el planta noble destaca el escaso número de ventanas, así como su pequeño tamaño; puede existir algún balcón (se generalizan a partir del siglo XVIII), sobre todo en las casas más ricas. En las casas destacan las galerías de arquillos de ladrillo, o bien arquitrabadas, mediante vigas de madera con columnas y zapatas talladas. Estas galerías son típicas de la arquitectura civil aragonesa de los siglos XVI y XVII. Rematan las fachadas otros elementos característicos, como son los aleros, muy salientes, que protegían de la lluvia; son en madera o bien en ladrillo, con diferentes combinaciones, sobre todo en retícula y en esquinilla.

Un elemento muy típico del pueblo, y de tradición medieval, son los pasadizos en alto, gracias a los cuales parece ser que se podía pasar por todo el pueblo sin pisar la calle, manteniéndose esta práctica hasta el siglo XVII.

La plaza Mayor era el centro neurálgico del pueblo. En ella se encuentran las casas más nobles de la villa; es como un centro de caminos similar al foro romano o al zoco musulmán. Se concibe rodeada de soportales; la irregularidad de sus porches arquitrabados o con arcos, con columnas o pilares, de piedra o de ladrillo) se debe a las distintas épocas de construcción y al hecho de carecer de normas urbanísticas, haciéndolos cada uno a su gusto.

Los escudos tendrían su origen en los emblemas de las familias nobles. Se colocaban sobre los arcos de entrada de las casas. El de Alquézar es una fortaleza con tres torres, más alta y ancha la central. Este símbolo puede aparecer formando parte de escudos particulares junto a otras figuras: los elementos más habituales son torres, cruces de órdenes militares, flores de lis, barras, el olivo, etc. Estos escudos datan en su mayoría del siglo XVIII, época de renovación de las casa, pero se copiarían de los originales medievales. Están sin estudiar, y el significado de muchos de ellos se ha perdido con el tiempo, al pasar las casas de unas familias a otras.

210. EL CID EXPULSA A LOS JUDÍOS DE TAMARITE


5. EL MUNDO JUDÍO

210. EL CID EXPULSA A LOS JUDÍOS DE TAMARITE de Litera
(SIGLO XII. TAMARITE)

210. EL CID EXPULSA A LOS JUDÍOS DE TAMARITE


Toda la comunidad cristiana, que había vivido como mozárabe en Tamarite, estalló en una auténtica fiesta para celebrar la liberación de la villa y del castillo del dominio musulmán por el empuje imparable de los ejércitos del rey aragonés. Absolutamente todos se lanzaron alborozados a las calles, que eran recorridas una y otra vez por grupos de jóvenes que danzaban cruzando palos entre sí recordando tantas luchas pasadas entre cristianos e infieles. Esta manera de festejo y de rememorar aquel difícil pasado perduró durante siglos entre la población tamaritana, aunque luego se perdiera.

Tras la liberación, poco a poco se fue organizando la vida del nuevo Tamarite, el cristiano. Al principio, con cierto temor, como es lógico, pues todavía quedaba en pie, densamente poblado y amenazante, el importante enclave moro de Lérida, que estaba demasiado cercano y era los suficientemente poderoso como para poder estar tranquilos.

Por deseo expreso de los reyes de Aragón, los cristianos tuvieron que aprender a convivir con los moros que desearon permanecer al cuidado de sus antiguas tierras —los ahora llamados mudéjares— aunque es cierto que muchos de ellos prefirieron emigrar junto con sus correligionarios a Lérida pensando en su fuero interno en regresar algún día no muy lejano. Y también permanecieron entre los vencedores algunos miembros de la comunidad judía, vistos y sentidos en aquellos momentos de incertidumbre y temor como miembros de una raza maldecida.

Temían todavía los cristianos tamaritanos que estos judíos —aunque no eran muy numerosos pero, en general, bien acomodados económicamente merced a su tradicional actividad mercantil— se rebelasen contando con la ayuda de los hebreos de Lérida, por lo que intentaron hallar solución a sus temores buscando y hallando la ayuda del famoso Rodrigo Díaz de Vivar, el renombrado Cid Campeador, terror de la morisma, quien, en efecto, redujo y echó fuera de Tamarite a todos los judíos que en ella había, acción todavía más que sorprendente cuando era notorio que para entonces el Cid ya había fallecido.

[Moner, Joaquín M., Historia de Tamarite, págs. 105-106.]

205. EL AMOR DE ZORAIDA Y LOS ALARIFES DE TERUEL


205. EL AMOR DE ZORAIDA Y LOS ALARIFES DE TERUEL
(SIGLO XIV. TERUEL)

A principios del siglo XIV, los cristianos turolenses decidieron adosar una torre a las iglesias de San Martín y San Salvador y para ello se convocó un concurso entre alarifes cristianos y musulmanes. Tras presentar los proyectos, se decidió encomendar cada una de ellas a sendos alarifes mudéjares turolenses, Omar y Abdalá, amigos entre sí, y cuyos proyectos tenían grandes semejanzas. Sin embargo, la amistad que les unía se convirtió en odio puesto que un día, cuando caminaban juntos, vieron en una ventana a Zoraida, una bella muchacha mora, que cautivó a ambos. Ninguno cedió en sus pretensiones y, cada uno por su lado, fue a hablar con Mohamad, su padre, mientras ella estaba indecisa sobre a cuál de los dos elegir para marido.

Torre de San Martín, Teruel
Torre de San Martín, Teruel

Torre de San Salvador, Teruel
Torre de San Salvador, Teruel

Las obras comenzaron el mismo día. Omar, las de la torre de San Martín; Abdalá, las de San Salvador. Dadas las divergencias que ahora les separaban a causa de Zoraida, cubrieron las torres con andamiajes,

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de modo que ninguno viera lo que el otro hacía. Mientras presionaron a Mohamad quien, ante el dilema, resolvió entregar la mano de su hija a aquel que finalizara antes su torre, siempre que reflejara la perfección y belleza mostradas en el proyecto respectivo.

Abdalá estableció relevos, incluso en horas de comer; Omar, burlando la vigilancia policial, organizó turnos de noche. La actividad era frenética, pero nadie conocía los progresos de ambos, hasta que un día Omar anunció el término de sus obras. Había ganado la carrera y, con ella, la mano de Zoraida.

Ante la población concentrada a sus pies, se quitaron los andamiajes que cubrían la torre: lacerías, columnillas, estrechas ventanas, azulejos y ajedreces iban mostrándose a los admirados turolenses. Omar gozaba de su obra y de su triunfo. Sin embargo, cuando la torre se mostró al completo, su autor lanzó un grito de angustia y desesperación: en lugar de erguirse recta hacia el cielo azul, creyó que la torre aparecía a la vista ligeramente inclinada, un oprobio que no podía admitir su orgullo de maestro alarife. Las prisas parecían haber sido malas consejeras de modo que ascendió a lo alto de la torre y se lanzó al vacío, prefiriendo la muerte a una vida sin amor y sin honor.
Pocos días después Abdalá entregó su torre y ganó la mano de Zoraida.
Teruel incorporaba para los siglos venideros dos joyas auténticas.

[Caruana, Jaime de, «Las torres de Teruel», en Relatos..., págs. 57-68.]

domingo, 14 de junio de 2020

194. EL TORO DE ORO QUE ESPERA OCULTO


194. EL TORO DE ORO QUE ESPERA OCULTO (SIGLO XI. AYERBE)

Avanzado ya el siglo XI, el empuje de los ejércitos cristianos, apoyado en los cercanos e inexpugnables castillos de Marcuello y de Loarre, obligó a los musulmanes a abandonar su tradicional fortaleza de Ayerbe, que había servido durante tres siglos de vigía frente al paso natural que el río Gállego abre hacia el corazón del viejo Aragón.
Como el empeoramiento de la situación fue progresiva, la preparación de la huida o de la rendición (pues muchos musulmanes optaron por quedarse) no fue precipitada. Se discutió entre todos qué hacer y, entre las decisiones adoptadas antes de emigrar, una llama poderosamente la atención: la de fundir todos los tesoros y objetos que llevaran oro y modelar un hermoso y grande toro dorado, que decidieron ocultar en uno de los pasadizos subterráneos del castillo ayerbense, en espera de que, una vez que mejorara la situación, volverían a recuperarlo.
Lo cierto es que el castillo moro de Ayerbe pasó unos meses después a manos de los cristianos para siempre y el paradero del toro de oro celosamente escondido se convirtió en un secreto. Su existencia estaba fuera de toda duda, y la noticia despertó la codicia de los nuevos señores cristianos, que contrataron a varios adivinos para que les indicaran el lugar exacto de su ubicación, pues los moros que permanecieron en la villa jamás dieron pista alguna sobre el paradero exacto del toro dorado.
Se contrataron, asimismo, jornaleros para que excavaran por turnos en el aljibe donde habían vaticinado los augures que se hallaba la res dorada.
Y aparecieron armas, utensilios varios y bellos vasos de cerámica, pero del toro de oro no había ni rastro, y eso que se había profundizado más de treinta metros. Tras varias semanas de ahondar en la tierra, se abandonó al fin la búsqueda con la burla de todos y la satisfacción íntima de los nuevos mudéjares ayerbenses.
El caso es que todavía en la actualidad, de cuando en cuando, surge alguien que trata de huronear en torno al derruido castillo que fuera de los moros, buscando un toro de oro que los musulmanes ayerbenses enterraron en espera de tiempos mejores.
[Proporcionada por Anusca Aylagas, Manuel Bosque y Juncal Mallén, del Colegio Nacional «Ramón yCajal». Ayerbe.]

jueves, 14 de noviembre de 2019

EL MAL «SEÑOR» DE FABARA

152. EL MAL «SEÑOR» DE FABARA (SIGLO XV. FABARA)

Mausoleo romano de Lucio Emilio Lupo.


Mucho más lentamente de lo que los mozárabes que habitaban en ellas esperaban, los ejércitos cristianos aragoneses fueron reconquistando una tras otra las poblaciones hasta entonces moras del Bajo Aragón. Como en casi todas ellas una buena parte de la población musulmana optó por permanecer en sus casas y por seguir cultivando los campos de siempre, había que organizar y asegurar la defensa de las plazas recién reconquistadas, así como la administración de su territorio. Así es como el rey confió los distintos castillos a hombres de su confianza, los llamados tenentes o seniores.

En el caso de Fabara, fue nombrado para regirla un comendador perteneciente a una orden religioso-militar, al que se le conocía con el nombre del «señor». Este personaje, en lugar de granjearse el respeto y el cariño de sus subordinados, gobernó de manera tiránica, llegando su despotismo al grado sumo de imponer la costumbre de poseer a las muchachas recién casadas, mofándose sarcásticamente de aquellas que eran menos agraciadas físicamente. Como es natural, la tensión alcanzó cotas insospechadas de deseos de venganza entre los habitantes del pueblo.

Así es que el vecindario en pleno, ante la persistencia de tan vejatoria y tiránica actitud, se aglutinó para defenderse costara lo que costara. No obstante, antes de adoptar una actitud más beligerante, encomendaron al alcaide que fuera a hablar con el «señor» para trasladarle sus quejas. Pero éste, en lugar de escucharle como cabía esperar, lo mandó asesinar vilmente e hizo que su cadáver fuera llevado por una mula desde el castillo a la plaza de la iglesia, donde esperaban anhelantes los vecinos.

Con su alcaide muerto, sus peticiones desoídas y airados por todo lo que acababan de vivir, todos los pobladores cristianos de Fabara —apoyados por la comprensión de los mudéjares— decidieron hacer frente al comendador de modo que, pertrechados con todo tipo de armas y objetos contundentes, asediaron el castillo. El «señor», al verse perdido, huyó por un pasadizo secreto y nunca más se volvió a saber nada de él.

[Aldea Gimeno, Santiago, «Cuentos...», C.E.C., VII (1982), pág. 58.]


Hay constancia de asentamientos de población epipaleolíticos desde el año 5000 a. C. El Roquizal del Rullo, dentro del término municipal de Fabara, es considerado el yacimiento de la Edad de Hierro más importante de Aragón.



Testigo de la romanización de la península ibérica, la localidad conserva uno de los mejores ejemplos de arquitectura funeraria del Imperio romano, el mausoleo de Lucio Emilio Lupo, o mausoleo de Fabara, declarado monumento nacional en 1931, y más conocido en el pueblo como "caseta dels moros".

A pesar de la presencia poblacional continua, el nombre de Fabara revela raíces bereberes (tribu de los hawara), apareciendo constancia de él por primera vez en el siglo XIII, lo que hace pensar que el asentamiento actual tuvo su origen en la llegada de los musulmanes a la península ibérica a partir del año 711.

Con la reconquista por parte del Reino de Aragón, la localidad pasaría la mayor parte del tiempo, hasta 1428, en manos de los Caballeros Calatravos de Alcañiz.

Yacimiento arqueológico de Roquizal del Rullo (Lo Roquissal del Rullo): restos de un poblado ibérico. Ubicado a 4 km del casco urbano, en el cruce de La Vall dels Tolls con el río Algars.
Mausoleo romano de Lucio Emilio Lupo
Ayuntamiento de Fabara, alzado sobre parte del palacio de la Princesa de Belmonte.
Iglesia Parroquial de San Juan Bautista: s.XIII-XIV, estilo gótico mediterráneo.
Ermita de Santa Bárbara.
Folklore autóctono: Danza del Polinario y la Jota de Fabara.
Semana Santa del Bajo Aragón: procesiones y rompida de la hora con bombos y tambores.
Fiesta de Quintos y su Hoguera característica el primer fin de semana de marzo.

Museo de Pintura Virgilio Albiac, dedicado a este pintor fabarol, contiene unas 40 de sus obras.
Espacio Expositivo del Mausoleo Romano.
Biblioteca pública y hemeroteca.
Cine municipal.


martes, 14 de mayo de 2019

LA FUNDACIÓN DE TERUEL


2.70. LA FUNDACIÓN DE TERUEL (SIGLO XII. TERUEL)

Teruel, viaducto, acueducto


Octubre del año 1171. Los cristianos, acaudillados por Alfonso II, llegaron a Cella y prosiguieron su marcha hasta acampar en las cercanías de lo que hoy se llama Villa Vieja, en Teruel. Era tarde y el monarca decidió esperar al nuevo día. Mas cuando se hallaban descansando de la dura jornada, llegó al campamento un mensajero. Según sus noticias, se requería con urgencia al rey en otros lugares del Reino, de modo que éste ordenó replegarse a sus tropas para que esperaran su regreso, negando a varios de los seniores la posibilidad de continuar ellos solos la expedición.
Sin embargo, acabó atendiendo la propuesta de dos caballeros Blasco Garcés de Marcilla y Sancho Sánchez Muñoz— quienes proponían la fundación de una villa a la que el rey concedería el fuero que estimara conveniente, de manera que su autoridad sobre ella no quedara menguada.

Accedió Alfonso II y avió monturas y pertrechos para regresar Reino adentro.
Entre los señores y adalides que iban a acometer lo convenido con el rey surgieron las dudas acerca de dónde ubicar la villa nueva. Como no lograban ponerse de acuerdo, al final decidieron que el emplazamiento se ubicaría allí donde alguna señal de la providencia les marcara.
Hallándose en estas disquisiciones, supieron de la emboscada que les preparaban las tropas moras que merodeaban por los contornos y decidieron hacerles frente. Los musulmanes habían reunido una gran cantidad de toros a los que les colocaron en las astas y en el testuz materias inflamables (como en el actual toro embolado) y los lanzaron contra el ejército cristiano, al que creían descuidado. Pero no fue así, y lanceros, arqueros, ballesteros e infantes se parapetaron en trincheras. Más lejos esperaba para actuar la caballería.
Los toros fueron dispersados y los moros acosados y perseguidos hasta vencerles, de manera que las muelas, cerros y llanos de la margen izquierda del río quedaron libres de enemigos. Fue entonces, al amanecer, cuando, sorprendidos, los cristianos vieron en lo alto de la Muela un magnífico toro superviviente de la manada. Entre su cornamenta, lucía una lucecilla, restos, sin duda, de la materia inflamada que encendieron los moros, pero que desde lejos parecía una estrella. Era la señal que esperaban. Aquel sería el lugar del asentamiento de la nueva villa, la de Teruel. (Terol, Turolio)
[Caruana, Jaime de, «Alfonso II y la conquista de Teruel», Teruel, 7 (1952), 97-140.]



Teruel es una ciudad española situada en el sur de Aragón, en la zona centro-oriental de la península ibérica. Es la capital de la provincia homónima y posee un importante patrimonio artístico mudéjar (parte del cual ha sido reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad). Con 35 484 habitantes (INE 2017), es la capital de provincia menos poblada del país. Se encuentra en la confluencia de los ríos Alfambra y Guadalaviar, aguas abajo de la ciudad conocido como Turia. Situada a una altitud de 915 msnm, su clima se caracteriza por presentar inviernos fríos y veranos cálidos y secos.


Entre sus atractivos turísticos se encuentran sus edificaciones mudéjares, el mausoleo de los Amantes de Teruel, El Torico y el centro paleontológico Dinópolis. Los monumentos mudéjares más destacados son la iglesia de Santa María, catedral de la diócesis de Teruel, y las torres de El Salvador, San Martín y San Pedro, a cuyos pies se encuentra la iglesia que recibe el mismo nombre, también de arte mudéjar.

LA FUNDACIÓN DE TERUEL (SIGLO XII. TERUEL), torico



Para los fenicios su nombre era Thorbat o Thorbet, palabra que podía proceder del hebreo Thor y bat, que significa Domus tauri (señor dios toro). 

Para los celtíberos era Turba,​ y para los latinos Túrbula; así la llamaba Ptolomeo.

Teruel estuvo poblada desde los tiempos de los celtíberos, los cuales llamaban al lugar Turboleta. El topónimo Turboleta podría venir del término vasco-íbero itur + olu + eta (lugar de fuente, manadero), según la teoría del vascoiberismo. Hay restos en el yacimiento del Alto Chacón. La zona fue ocupada posteriormente por los romanos, quedando restos en poblaciones cercanas, como los de Cella.

Algunos autores aseguran que en el mismo emplazamiento de la actual ciudad de Teruel (concretamente en el barrio de la Judería), se asentaba Tirwal, nombre que procedería del árabe, con el significado de "torre", enclave musulmán citado en el año 935. Sin embargo, aunque se ha detectado arqueológicamente la presencia de ocupación islámica de este espacio, los restos localizados no pertenecen a un núcleo de población, sino más bien a una construcción defensiva.

El 1 de octubre de 1171 el rey aragonés Alfonso II tomó Tirwal con la intención de reforzar la frontera meridional de su reino, que consideraba amenazada por la toma de la ciudad de Valencia por los almohades. Y en ese mismo año fundó la ciudad de Teruel, dotándola de fueros y privilegios para facilitar de este modo la repoblación de la zona.

Hay que destacar por su importancia histórica que, en el torreón del Cubo, junto a la desaparecida puerta de Zaragoza, se encuentran las más antiguas barras de Aragón que se conservan, significando así Alfonso II el Casto, al esculpir sus cuatro barras de gules en piedra al amurallar Teruel, que era una villa de realengo.

La fundación de Teruel supone un cambio sin precedentes en la estructura política y territorial del sur de Aragón, ya que el predominio del Albarracín y la Alfambra de época musulmana será sustituido por el de la nueva fundación, Teruel en especial, en detrimento de Alfambra, que quedará en un segundo plano bajo la fórmula jurídica de señorío.

Según una leyenda, para fundar la nueva ciudad los sabios y las gentes principales de la villa se reunieron y buscaron diversas señales y presagios, encontrando favorable el que un toro mugiera desde un alto (que se correspondería con la plaza principal actual, la del Torico) y que sobre el toro brillara una estrella. De este encuentro toma, según algunos autores, su nombre la ciudad, ya que provendría de juntar en una palabra el vocablo "toro" y el nombre de la estrella, "Actuel", formando de este modo la palabra "Toroel", y después "Toruel". De este fortuito encuentro procedería también el símbolo del toro y de la estrella, que se puede observar tanto en la bandera como en el escudo de la ciudad, además de en el monumento de la Vaquilla (en el que se observa a un vaquillero enfrentándose a un toro y a un ángel situándole la estrella al toro).

Tras su fundación y repoblación, se constituyó la comunidad de Teruel, conjunto de aldeas del entorno de la localidad.

Los habitantes de Teruel intervinieron en la conquista de Valencia, que estaba en poder de los musulmanes, y en la guerra de los Dos Pedros contra Castilla, siéndole otorgada a la población el título de ciudad en 1347 por Pedro IV de Aragón, por su colaboración en las guerras de la Unión. Hay que destacar la considerable importancia que alcanzaron las comunidades judía y mudéjar dentro de la vida social y económica de la ciudad, desde que se consolidaran sus aljamas hacia finales del siglo xiii. Es notable el caso de la Judería de Teruel, que conserva todavía su topónimo, y de la que se han localizado abundantes restos arqueológicos.

Uno de los hechos más relevantes de su historia se produjo en las llamadas Alteraciones de Teruel y Albarracín. Durante el reinado de Felipe II, el Tribunal de la Inquisición cometía constantes contrafueros, por lo que no fue aceptado por estas poblaciones, provocando frecuentes algaradas populares, a veces con violencia hacia los inquisidores. En el año 1572 se produjeron tales altercados que el rey, ejerciendo su autoridad, mandó un ejército castellano al mando del duque de Segorbe a invadir Teruel. Hubo combates durante varios días al estar la ciudad fortificada, pero finalmente la plaza se rindió el Jueves Santo de aquel año. Durante una semana se ajustició a los cabecillas en los jardines del Barón de Escriche, actual plaza de San Juan. Este hecho desacreditó enormemente la foralidad aragonesa.

En el municipio de Teruel se encuentran, además de la capital provincial, las localidades de Aldehuela, El Campillo, Castralvo, Caudé, Concud, San Blas, Tortajada, Valdecebro, Villalba Baja y Villaspesa.



EL ORIGEN DE ALCORISA


2.69. EL ORIGEN DE ALCORISA (SIGLO XII. ALCORISA)

EL ORIGEN DE ALCORISA (SIGLO XII. ALCORISA)


Parece ser que la actual villa de Alcorisa se debió llamar antiguamente Acol, de manera que, en algunos antiguos edificios de la misma, podía verse en el escudo de armas, junto a las tradicionales barras de Aragón, un grumo de col, del que derivaría el topónimo actual. Sin embargo, voces se levantan para defender que el nombre inicial de la villa fue el de «Alcoriza» y mantienen, por lo tanto, un origen toponímico algo distinto.
Es bien sabido cómo los núcleos de población de todas estas tierras bajoaragonesas, como tantos otros del reino de Aragón, estuvieron habitados y regidos por musulmanes, quienes, por cierto, en buena parte, permanecieron en sus casas de siempre tras la reconquista, que tuvo lugar en el siglo XII. Y, aunque tras la victoria el gobierno de estas poblaciones pasó a las nuevas autoridades cristianas, la influencia mora permaneció durante siglos en las costumbres y modos de vida de los nuevos dominadores.
Una vez reconquistada la zona bajoaragonesa, ocurrió que un valiente cristiano, hijo de la villa, organizó a sus expensas un nutrido y selecto grupo de guerreros para ponerse con ellos a disposición de su rey. Este auténtico capitán adiestró a sus hombres, hasta rayar en la perfección, en el manejo de la ballesta, de modo que muy pronto se convirtieron en un grupo de élite y destacado dentro del ejército aragonés.
Tanto en sus ejercicios de adiestramiento como en el campo de batalla, los ballesteros de Acol respondían como un solo hombre a la voz de mando de «al-cor hiza» dada por su jefe, vocablo, sin duda alguna, de origen moro. Muy pronto, aquellos guerreros singulares, reclutados todos ellos en una villa del Bajo Aragón, no sólo comenzaron a ser conocidos como los ballesteros de «Alcoriza» —como Juslibol derivaría de «Deus lo vol»—, sino que su jefe fue armado caballero por el rey aragonés, concediéndole el derecho a utilizar en su escudo de armas una ballesta. Y pronto se extendió por todas partes el nombre de «Alcoriza» como el de la villa de la que eran oriundos aquellos admirados guerreros que obedecían a la voz de mando de «al-cor hiza».
[Gil Atrio, Cesáreo, Alcorisa y sus tradiciones, págs. 4-5.]





Alcorisa es un municipio de la provincia de Teruel en Aragón, España. Cuenta con 3313 habitantes (INE 2017) y tiene una extensión de 121,20 km². Comprende la entidad de población de La Vega.


Alcorisa se sitúa a 632 m s. n. m. en la parte nororiental de la provincia de Teruel, en el extremo oeste de la histórica comarca del Bajo Aragón. Igualmente pertenece a la actual comarca oficial del Bajo Aragón con capital en Alcañiz, que se encuentra a 33 km. Encrucijada de caminos, equidista aproximadamente 120 km de Zaragoza, Teruel y la costa mediterránea, cuya influencia se deja sentir en el paisaje que le circunda.

Está situada al pie de monte ibérico, escalón hacia las tierras altas del centro y sur de la provincia de Teruel. El río Guadalopillo, afluente del Guadalope, discurre encajonado en la plataforma calcárea a través de hoyas terciarias excavadas. La mezcla de sierras calizas y hoyas arcillosas, donde los estratos que aún asoman forman un rosario de complicados montículos, es el componente esencial del suelo alcorisano.

Su temperatura media anual es de 12,6º C y tiene una precipitación anual de 510 mm.

El olivo es el árbol emblemático de la zona. Los nuevos cultivos han borrado casi en su totalidad las antiguas viñas y los almendros han sustituido parcialmente a los olivares. En la zona de vega, los cultivos de huerta se mezclan con choperas. En los altos pueden encontrarse pequeños bosques de pinos mediterráneos. También hay enebros y restos de viejos encinares, junto con sinfín de arbustos y plantas aromáticas.

El poblamiento conocido más antiguo en esta localidad se remonta hasta el Neolítico final o Eneolítico, habiéndose encontrado algunos talleres de sílex como los de Estancos y Cabezo de la Vega. No obstante, el poblamiento más abundante tuvo lugar en época ibérica —cuando esta región estaba habitada por los sedetanos— como lo demuestran el gran número de emplazamientos, destacando entre todos ellos el del Cabezo de La Guardia. De la época romana también hay importantes yacimientos, como el existente al pie del mismo Cabezo de La Guardia.

Durante el dominio musulmán, Alcorisa formó parte de la Marca Superior Musulmana, con centro en Zaragoza. Originalmente el municipio recibió el nombre de Alkol, del árabe Al-Kura, en referencia a «las alquerías». No está tan claro el origen de su actual topónimo, Alcorisa, aunque parece derivar de «alcor», en alusión a los numerosos cerros de la zona. Tras la reconquista, la localidad formó parte de una donación que hizo Alfonso II a la Orden de Calatrava (1179) y estaba incluida, en 1263, en el distrito de Alcañiz.

En la Edad Moderna dos fechas marcan la historia de Alcorisa: el 14 de marzo de 1601, cuando Felipe III concede a la aldea de Alcorisa el título de «Villa Real», y el 23 de mayo de 1738, al otorgarle Felipe V el título de «Fiel y Muy Ilustre», junto con la flor de lis, símbolo que ocupa uno de los cuarteles de su actual escudo. Esta última concesión premió la adhesión de Alcorisa a la causa borbónica durante la Guerra de Sucesión. Dicho apoyo estuvo dirigido por Don Pedro Cebrián Ballester, conocido como «El reyecico de Aragón», que organizó fuerzas populares para la lucha a favor de Felipe V.

El siglo XVIII trajo consigo una etapa de prosperidad para la villa, como atestigua una importante actividad alfarera y un aumento de la población. No obstante, las Guerras Carlistas produjeron grandes estragos en la localidad. En mayo de 1834, partidarios de Carlos María Isidro de Borbón al mando de Quílez no pudieron penetrar en Alcorisa sino a costa de un considerable número de bajas; atacada nuevamente el 29 de junio de 1836, la población opuso tan tenaz resistencia, que no consiguieron rendirla, pero habiéndola incendiado, más de 300 casas fueron quemadas, y muchas entregadas al robo y al pillaje. Años más tarde, Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España de 1845, describe a Alcorisa «en un llano al pie de dos enormes masas de piedra de almendrilla... Cuenta 400 casas de mediana elevación y poco gusto en su arquitectura, de las cuales están arruinadas por efecto de la guerra civil cerca de 120... No obstante lo dicho, forman una vistosa población».

Durante la Guerra Civil Española, los alcorisanos sufrieron el efecto de dos represiones: mientras que al inicio de la guerra, milicias antifascistas libertarias se cobraron la vida de 77 personas afectas al «bando nacional», la posterior ocupación franquista de la población (17 de marzo de 1938) conllevó una represión de signo opuesto encabezada por el jefe de la Falange local.

A lo largo del siglo XX, Alcorisa se convierte en un punto de comunicación que enlaza el Bajo Aragón con el sur de la provincia de Teruel. Las posibilidades económicas derivadas de la minería en la comarca, convirtieron al municipio en un centro de servicios, lo que propició la transformación sustancial de la economía e impulsó el incremento demográfico.

También se puede visitar el yacimiento de Cabezo de la Guardia, emplazado sobre un pequeño cerro cercano a la confluencia de los ríos Alchoza y Guadalopillo.

Los restos descubiertos corresponden a viviendas y espacios de planta rectangular, así como a un gran torreón de planta circular; también se conservan vestigios de un posible recinto defensivo. Asimismo, en los campos de labor de su base se excavaron parte de unas termas romanas. Los restos de la época ibérica datan de los siglos V-VI a. C. y el siglo I d. C.; los restos de la ocupación romana en la base del cerro se han fechado en el siglo III d. C.

La Iglesia parroquial, dedicada a la Virgen de la Asunción, fue construida en varias fases, comenzando a edificarse a finales del siglo XIV.

Pero su actual fábrica es obra, fundamentalmente, de la ampliación que se inició en 1688. Es un edificio de tres naves con capillas laterales y cabecera recta. El presbiterio, configurado como prolongación de la nave central, está cubierto con bóveda estrellada. Al exterior, la portada se sitúa a los pies del templo; es barroca y probablemente es obra de canteros franceses. Por desgracia, el retablo original, obra del afamado escultor Damián Forment, fue destruido y quemado en los tumultos de la Guerra Civil, al igual que el resto de iglesias y ermitas. Sobresale la monumentalidad de su torre campanario —del siglo XVIII—, de reminiscencias mudéjares. El conjunto fue declarado Bien de Interés Cultural en 2002.

La Iglesia de San Sebastián es un templo del siglo XVIII, de limpia y austera fachada. Actualmente acoge el Centro de Interpretación de la Semana Santa, el Museo de la escuela rural y el Centro de visitantes de la Ruta de los Iberos —véase más abajo—. Otra iglesia, la de San Pascual, perteneciente a un antiguo convento de alcantarinos y posterior seminario, data también de la misma época, estando inspirada en la Iglesia del Santo de Villarreal (Castellón).

Alcorisa posee numerosas ermitas, como las de San Juan y San Bernabé. Estrecha relación con la Semana Santa tiene la Ermita del Calvario, templo del siglo XVII que se alza en la cota más alta del municipio. De arquitectura barroca, consta de una sola nave con dos capillas laterales; la fachada, el zócalo y las esquinas del edificio son de cantería, mientras que el resto es de ladrillo. Además, el entorno posee un gran interés paisajístico.

En cuanto a arquitectura civil, como conjunto arquitectónico destaca la plaza porticada del Ayuntamiento, aunque de éste solamente se conserva la portada. A la izquierda de la Casa Consistorial se encuentra la casa de los Daudén, con el escudo más antiguo de la población. La calle Mayor cruza parte del casco antiguo y en ella se sitúa la Casa-palacio del Barón de la Linde, edificio de estilo popular aragonés, con arquerías en la parte superior y fábrica de mampostería y ladrillo.

Alcorisa cuenta también con una particular plaza de toros, construida entre colinas.

El Centro de visitantes de la Ruta de los Iberos es un espacio museístico dedicado a la cultura ibera en donde se ha recreado un horno ibérico a tamaño natural con piezas cerámicas en su interior preparadas para su cocción. Asimismo se expone una reproducción exacta del conocido kalathos (pieza de cerámica) de La Guardia.

En las cercanías de Alcorisa se encuentra el pantano de Gallipuén, encajonado entre barrancos y cañones, y desde donde se pueden apreciar interesantes vistas. Concluido en 1927, fue construido para el riego. No obstante, en él es posible bañarse, pescar o realizar deportes acuáticos.

En la misma localidad se encuentra el jardín de rocas autóctonas «Geólogo Juan Paricio». Una muestra al aire libre de la geología de la zona, a través de una selección de rocas y fósiles realizada por el geólogo Luis Moliner Oliveros, con la colaboración del ayuntamiento y el geoparque del Maestrazgo. Pueden verse 14 rocas distintas, de origen marino o continental, algunas con fósiles, que representan la historia geológica de la región desde hace 210 millones de años, y los correspondientes paneles explicativos.

Entre los platos típicos de Alcorisa están las judías con chorizo y morro, magras con tomate, conejo, ternasco, los diversos embutidos del cerdo o el típico «fulladre» (bollo con tomate y pimiento).

De las pastas destacan los «misterios» y las «tortas de alma», rellenas de cabello de ángel. Entre los dulces cabe citar la «cazuela de Reyes» (guirlache en forma de olla rellena de bizcocho borracho y merengue), así como las «piedrecicas del Calvario» (guirlache con almendras enteras forradas de chocolate con leche).

Personajes ilustres:

Pedro García Ferrer (1583 - 1660). Pintor barroco que marchó en 1640 a México, acompañando a don Juan de Palafox y Mendoza, quien había sido nombrado obispo de Puebla. Allí trabajó como arquitecto y pintor en la Catedral de Puebla.
Valero Lecha (1894 - 1976). Pintor que emigró a El Salvador, considerado por algunos como el padre de la pintura salvadoreña.
Andrés Álvaro García (n. 1947). Arqueólogo e historiador.
José Félez Bernad (n. 1952). Escultor.




  • Ayuntamiento de Alcorisa



  • El historiador Pascual Madoz, en 1845, refirió cómo Alcorisa contaba con 5 calles, 3 travesías y 5 plazas, todas espaciosas y bien empedradas.