Era capitán de ellos Ramón de Perellos (Perellós). Salió esta gente del condado de Urgel, y por las riberas del Segre, marquesado de Aytona y ribera de Ebro, llegaron a Cherta, que está a la orilla de aquel río, una legua de Tortosa. Estando aquí a los 13 de febrero, envió el parlamento al abad de Estañ por embajador al conde de Urgel, para que mandase volver y alzase la mano en dar favor a los bandos de Valencia, y al infante escribieron que hiciese salir del reino de Valencia la gente que tenía en el llano de Burriana, y a don Francisco de Erill enviaron a Cherta, para requerir a don Ramón de Perellós que no entrase en Valencia, sino que se volviese con su gente, y entendiese que aquel parlamento estaba muy ofendido que a vista de Tortosa llegara aquella gente, y lo juzgaban por gran desacato; y él respondió que ni él ni aquella gente irían al reino de Valencia por ofender a nadie, sino para socorrer a los amigos del conde, que allá estaban oprimidos de sus enemigos, y que siendo su viaje por ese fin, no habían de dejar el camino comenzado, pues la defensa era de derecho natural, lícita y permitida a cualquier; y envió * Ramón de Perellós a Juan Jover al parlamento, de parte suya y de los nobles y gentiles hombres de su compañía, para que les dijese que todos ellos habían salido del condado de Urgel, y por orden del conde pasaban a Valencia, al lugar de Castelló de Burriana, (después fue de la Plana), y que el parlamento que le escribiese al conde, porque si él se lo mandaba, luego se volvería con toda la gente que llevaba; y porque tuviesen lugar de escribírselo, él iría poco a poco, sin apresurar de ninguna manera su camino. En el entretanto llegó Ramón de Perellós a Castellón de Burriana, y Juan Fernández de Heredia, con 700 de a caballo, llegó a Murviedro, que era del bando de los Centellas, y con estos caballos y venida del Heredia, quedaron muy reforzados, y luego enviaron un buen número de gente para impedir que aquellos 400 caballos no se juntaran con la gente del gobernador, como, en efecto, sucedió, y sobre ello a 27 de febrero se trabó batalla, y el gobernador quedó vencido y muerto en ella, sin que jamás ni Ramón de Perellós ni su gente le pudieran socorrer, ni aun juntarse con él, porque los Centellas les tenían preso el paso; y con esta victoria, que fue muy grande, quedaron los amigos del conde muy espantados, y de aquel punto adelante siempre fue prevaleciendo la parte del infante; y refiere Laurencio Valla, que dijo Ramón de Perellós, que con aquellos sucesos conoció ser poca la ventura del conde, la cual le había faltado en dos ocasiones, la primera fue cuando, muerto el arzobispo, los Lunas no supieron acometer a los Urreas, que si lo hicieran, los acabaran y quedaran señores en el reino de Aragón; la otra, que si el gobernador excusara aquella batalla y aguardara que los 400 caballos se juntaran con él, no le sucediera la muerte y pérdida de aquella batalla. No quería Dios que aquella corona fuese para la cabeza (de chorlito) del conde, y así erraba en cuanto hacía, faltándole ventura en todo. Cuando de esto tuvo nuevas el infante, quedó tan contento como si con aquella victoria quedara por él declarada la justicia, y a 14 de marzo, escribió al parlamento, que pues cesaban en Valencia los bandos y quedaban vencidos los que con color y capa de justicia la impedían, procurasen lo más presto que pudiesen se declarase el artículo de la sucesión, pues veían cuántos daños resultaban de la dilación. Estaban ya los parlamentos de Cataluña y Aragón muy a punto para nombrar y elegir personas para ser jueces de esta causa, y sobre esto cada día se juntaban para hallar alguna forma y modo, para acertar en aquel punto. El conde de Urgel envió entonces a Sperandeu Cardona, célebre jurisconsulto, que a 24 de febrero entró en el parlamento, y después de haber informado, remató en exhortar que se nombrasen personas al conde no sospechosas, reservándose, si tal se hacía, el derecho de dar las causas de tales sospechas, protestando que por eso que decía entendía someterse a tales personas, sino en cuanto fuese justo; y también les leyó algunas cartas de algunos del reino de Aragón que escribían a algunos amigos suyos, dando por constante y expedito que el infante había de ser rey, y no otro: y el parlamento en aquel día no resolvió nada sobre esto.
A 1 de marzo de este año volvió el dicho Sperandeu
Cardona a protestar lo mismo, pidiendo ser levantado auto de lo
que decía e insertado en el proceso; y la respuesta le dieron fue,
que debía tanto confiar el conde y los demás competidores de la
lealtad y buena conciencia de los de aquel parlamento, que así como
hasta aquel punto habían hecho todo lo posible para el bien y
servicio de la Corona y justicia de los pretensores, harían de
aquella hora adelante lo mismo, y de eso habían de quedar todos muy
satisfechos y contentos.
Con todo, a 13 de marzo dio en el
parlamento un memorial de las personas que eran sospechosas al conde,
y le respondieron que acerca de ello harían lo que sería justo; y
lo que hicieron fue que no tomaron ninguno de aquellos que el conde
había nombrado, deseando darle gusto en esto. Por parte del rey de
Francia se dieron por sospechosas algunas personas; pero el
parlamento, sin hacer caso de las sospechas que por parte de aquel
rey se propusieron, no proveyó *, teniendo siempre ojo a escoger
personas que parecían más justificadas, útiles y provechosas a los
reinos y Principado.
Estas eran las diligencias que
hacían el conde de Urgel y los demás competidores, cuando los
parlamentos de Cataluña y Aragón procuraban en hallar algún buen
modo y forma * unidos con Valencia se entendieran en esta
declaración; * los bandos que había en estos dos reinos estaban tan
* que lo impedían del todo. Tratábanse de juntar los parlamentos en
un lugar acomodado para todos, pero esto no tuvo efecto, porque no
podían concordar sobre quién había de presidir en aquella junta o
congregación, y querían que fuese en Aragón, y el gobernador de
aquel reino pretendía pertenecerle a él la presidencia. Pasaron
sobre esto muchas cosas, y a la postre no se concluyó nada y se
esparcieron todos. En el principado de Cataluña se hicieron muchas
juntas en la ciudad de Barcelona, y aunque en lo que tocaba al bien
común todos estaban unidos y concordes, pero no fue poco lo que
trabajaron en apaciguar algunos bandos y parcialidades que cada día
se suscitaban entre particulares por propios intereses. En el reino
de Valencia era mayor la discordia y estaban más vivas las pasiones,
porque el gobernador y otros ministros de justicia abusaban del cargo
y poder que tenían. Estando las cosas en este estado, sucedió la
muerte del arzobispo de Zaragoza, y fue tal el escándalo que causó,
que todos deliberaron (a lo menos los bien intencionados) de esforzar
que tuviera fin el artículo y duda de esta sucesión, porque no se
podía ya esperar cosa buena, habiendo osado poner sacrílegamente
las manos en aquel prelado, matándole sin causa ni razón. Entonces
el parlamento de Cataluña, que había estado en Barcelona hasta
aquel punto, se prorrogó para la ciudad de Tortosa, porque era más
vecina a Aragón y Valencia. Los aragoneses, después de haber
costado a los bien intencionados y amigos de justicia mucha fatiga y
trabajos, a la postre se convocó el parlamento para el 2 de
diciembre de 1411, para la villa de Alcañiz, que por ser cercana a
Cataluña, era fácil el comunicarse los dos parlamentos; y después
de varios tratados, el parlamento de Cataluña envió seis
embajadores a Alcañiz, para concordar el modo y forma se había de
tener en nombrar las personas que habían de juzgar esta causa y
pleito.
Llegaron un sábado, a 16 de diciembre de este año, y
tuvieron varios tratos: todo lo que pasó refiere Gerónimo Zurita, que lo sacó de los procesos originales de estos
parlamentos; y a la postre se levantó auto del concierto a 15 de
febrero de 1412, que después el día siguiente lo aprobaron con auto
particular los síndicos de Valencia. La suma de lo contenido en él,
era:
Que toda aquella causa se cometiese a nueve personas
de pura conciencia y buena fama, y tan constantes, que pudiesen
proseguir tan arduo y señalado negocio hasta la fin, y que
estos hubiesen de declarar y nombrar la persona a quien, según
justicia, se debía prestar el juramento de fidelidad; y se les
señaló el castillo de Caspe, del orden de San Juan, dándoles
y concediéndoles ampliamente la jurisdicción y posesión del
castillo y pueblo, con autoridad del Sumo Pontífice, * para esto dio
su consentimiento y plena voluntad.
* estas nueve personas
fuesen graduadas de esta manera * tres en primer grado, tres en el
segundo y tres en el tercero; y que no pudiesen llevar más de
cuarenta personas, *mas o sin ellas. A estas nueve personas
cometieron los parlamentos de Alcañiz y los embajadores del de
Tortosa * dieron el poder que dárseles podía, para entender en el
negocio, y que lo que los nueve o seis de ellos decla* con que en
estos seis hubiese de cada nacion, se tu* por verdadero y
firme.
* el tiempo en que se había de hacer esta declaración *
desde 29 de marzo a 29 de mayo, y si parecía a los * se pudiese
prorrogar este tiempo, con que no pasase * de julio de este año
1412.
*e votasen a nuestro Señor y jurasen con gran solemnidad *
después de haber confesado y comulgado públicamente * procederían
en aquel negocio lo más presto que po* y que, según Dios, justicia
y buena conciencia, publi* el verdadero rey y señor, pospuesto todo
amor y odio, * no revelarían antes de la publicación su intención
ni * ni el de los otros.
*e los competidores fuesen oídos así
como vendrían, y * dos juntos, oyesen al que les pareciese.
*e
estando alguno de los nueve impedidos, los ocho *rasen, en su lugar,
otro de la misma nacion.
*e porque estuviese guardado el
castillo, fuesen nom*s dos capitanes, uno aragonés y otro
catalan, y estos *en la jurisdicción y regimiento de la
villa, en nombre de los nueve, haciendo juramento de guardarles y
obedecerles. A cada capitán señalaron cincuenta hombres de armas y
cincuenta ballesteros, y que nadie pudiese acercarse de cuatro
leguas, con gente de armas, de veinte hombres de a caballo arriba,
sino los embajadores de los competidores, y estos no podían llevar
por cada embajada más de cincuenta personas y cuarenta cabalgaduras;
y que los parlamentos durasen hasta la publicación de rey, y que no
revocarían el poder dado a los nueve, y que todos tendrían por rey
al que
los nueve en la forma susodicha publicasen.
El mismo
día que fue firmada esta concordia, se despidieron letras de aviso o
de llamamiento a todos los competidores, no por vía de citación
jurídica, sino de cortés notificación: eran estas casi de un mismo
tenor. La que se envió a don Jaime, conde de Urgel, decía de esta
manera.
EGREGIO DOMINO JACOBO COMITI URGELLI.
Parlamentum generale regni Aragonum et ambaciatores
parlamentii generalis Cathalonie principatus ipsum parlamentum
representantes et ab eodem habentes plenariam potestatem in istis
honorem debitum cum salute. Vobis qui in succesione regnorum et
terrarum regie corone Aragonum subditorum jus habere asseritis
et pretenditis parlamentum et ambaciatores predicti pro se et dictis
parlamentis adherentibus notificant intimant seu denunciant per
presentes quod certe notabiles persone ab eisdem palamentis super
hiis plenum posse habentes in villa de Casp prope flumenIberi in Aragonia constitute pro investigando instituendo
et informando noscendo et publicando cui predicta parlamenta ac
subditi ac vassalli dicte Corone debitum prestare et quem in eorum
verum regem et dominum secundum Deum et eorum conscientias habere
debeant et teneant hinc ad vigessimam nonam diem martii proxime
futuri * continue erunt personaliter congregati procesure ab inde ad
investigationem instructionem informationem et publicationem
predictas. Data in villa Alcanicii sub sigillis reverendissimi
in Christo patris domini Episcopi Oscensis quo dictum parlamentum
Aragonense et reverendissimi in Christo patris domini
Archiepiscopi Tarracone quo dicti ambassiatores utuntur hic
appositis in pendenti XVIII die februarii anno a nativitate Domini
M.CCCC.XII.
Parlamentum generale regni Aragonum et
ambaciatores parlamenti Cathalonie Principatus
honoribus vestris prompti.
Estaban estas letras en pergamino,
y de ellas pendientes los sellos del obispo de Huesca, por el
parlamento de Aragón, y del arzobispo de Tarragona, por los
embajadores del Principado. Diéronse a un caballero llamado
Guillen de Montoliu, para que con título de embajador las llevase al
conde de Urgel, junto con otra que también se escribió a todos los
demás competidores, exhortándoles que los embajadores que enviasen
a Caspe viniesen con hábito honesto, decente y de paz. Llegó a
Balaguer martes a 23 de febrero de este año 1412, y a las tres
horas después de mediodía, en el castillo de aquella ciudad, le
presentó las letras en presencia de Miguel Ribas, escribano, que
levantó auto de ello, siendo testigos fray Juan Ximeno, obispo de
Malta, y fray Guillen Ramón, abad del Estañ, del orden de San
Agustín, y otros. El conde recibió las letras, y dijo al notario
que no cerrase el acto de aquella presentación sin su respuesta,
porque no se las tenía por presentadas ni intimadas, por estar
ausentes sus escribanos.
Después, a 20 del mismo mes y año, al
mediodía, volvió el embajador al castillo para buscar las
respuestas, y un portero le dijo que entrase en un aposento, donde
halló al conde sentado en forma de tribunal, y tenía las dos letras
que se le habían presentado en las manos, y al rededor su consejo; y
un notario requirió al obispo de Malta, a a Berenguer de Barutell,
arcediano de Santa María de la mar de Barcelona, Arnaldo de Alberti,
caballero letrado, el abad del Estañ, Tristán de Luça,
Bernardo Roig y Pedro Ferrer, letrados, que fuesen testigos de lo que
allí pasaría, y fue que el conde le dijo: - Señor Montoliu, cuando
vos me presentastes estas letras estaban ausentes mis escribanos;
ahora que están aquí se hará esté negocio más legítimamente, y
así volvédmelas a presentar delante de ellos y del vuestro, y todos
levantarán auto de ello, y vos tendréis uno, y yo otro. El embajador
le dijo que aquello le estaba bien, con que no engendrase perjuicio a
la presentación le había ya hecho el martes pasado; y al conde le
pareció bien, y dio las letras al embajador, que se las volvió a
presentar.
Después, el lunes siguiente, a 29 del mes, cerca del
mediodía y en la plaza del castillo de Balaguer, presentes el obispo
de Malta, don Antonio de Cardona, don Dalmacio de Queralt, Arnaldo
Despes (Despés, de Espés, d´Espés) y Arnaldo Alberti,
letrados, y T. de Copons, mayordomo y del consejo del conde, dio por
respuesta una cédula que decía.
Jacobus de Aragonia
Comes Urgelli. Visis et intellectis litteris per Guillermum de
Montolivo ei presentatis dicit: Quod successio corone regie
Aragonum est sua et ad eum pertinet et spectat et non ad alium
sibique ut vero et legitimo successori venit * indubitanter est
prestanda obedientia per vassallos et subditos dicte regie Corone non
consentiens presentationi dictarum litterarum nec aliquibus actis
factis et fiendis si et in quantum * vel verti possint in prejuditium
sue indubitate successionis et protestatur quod habita pleniori
deliberatione et informatione de contentis in dictis litteris possit
et valeat illis respondere et providere quandocumque sibi videbitur
expedire pro *ue regie successionis conservatione requirens post
dictarum litterarum presentationem inserti et continuari in
instrumento *per notarios presentes.
Intimáronse
también las mismas letras a Luis, hijo primogénito de Luis, rey de
Nápoles, y de doña Violante, hija del rey don Juan el primero, rey
de Aragón; al infante don Fernando de Castilla, hijo del rey
don Juan el primero, rey de Castilla, y de doña Leonor, hija
de don
Pedro cuarto rey de Aragón; a don Alfonso, duque de
Gandía, hijo del infante don Pedro, conde de Ribagorza, que
fue hijo del rey don Jayme el segundo de Aragón (éste murió
antes de declararse, y por su muerte fueron pretensores don Alfonso,
su hijo, y don Juan, conde de Prades, su hermano) y a don Fadrique
de Aragón (Frederic), conde de *, hijo natural del rey
don Martín de Sicilia y nieto del rey don Martín de Aragón.
Esto
no se intimó ni a la reina doña Violante, mujer del rey Luis, hija
de don Juan, el primero; ni a la infanta doña Isabel, mujer del
conde de Urgel, hija del rey don Pedro, porque daban por constante no
ser capaces de la sucesión, habiendo varones del linaje real; pero a
los nueve pareció debían ser llamados, y así se les enviaron
letras, como a los varones: y porque con facilidad se pueda ver el
grado de cada uno de los pretensores, pongo aquí el árbol
genealógico de ellos (1: Véase el que va continuado al fin de las
actas del compromiso de Caspe, en esta misma Colección.)
Despachadas
las letras a competidores, entendió el parlamento en escoger estas
nueve personas; y aunque había muchas en esta Corona a quien se
podía encomendar este
negocio, pero después de varias juntas y
conferencias, unánimes los parlamentos de Aragón y Cataluña,
concordaron en ellas, a 14 de marzo; y a 16, con auta solemne, las
publicaron en el parlamento de Tortosa, y eran: por Aragón, don
Domingo Ram, obispo de Huesca, doctor en cánones (después
cardenal Ram), Francisco de Aranda, de Teruel, donado de
Porta-celi, del orden de Cartuja, y Berenguer de Bardaxí, insigne
letrado; y por Cataluña, don Pedro de Çagarriga,
arzobispo de Tarragona, licenciado en cánones, Guillen de
Vallseca, doctor en leyes, y Bernardo de Gualbes, doctor en ambos
derechos; y por Valencia, Bonifacio Ferrer, prior general de la
Cartuja, doctor en cánones, san Vicente
Ferrer, (su hermano)
del orden de Predicadores, maestro en teología, Ginés Rabassa,
doctor en leyes, y por su impedimento, Pedro Beltrán.
Eran estas
nueve personas, a juicio y común sentir de toda la Corona, las más
idóneas, justificadas y entendidas de ella; y lo que más era de
estimar fue ser entre ellos san Vicente Ferrer, luz y honor de
España, con cuyo parecer y consejo tenían por cierto que no se
podía errar, por ser pública y notoria su gran doctrina y santidad,
confirmada con infinitos milagros y obras prodigiosas, que cada día
obraba Dios por su mano, y parecía que habíamos vuelto a aquel
felicísimo tiempo de la primitiva Iglesia, pues cada día hacía
maravillas iguales a las que aquellos antiguos santos obraron; y era
tanto lo que confiaban de él el conde don Jaime y sus amigos, que a
24 de marzo el conde de Cardona y otros muchos protestaron al
arzobispo y a micer Bernardo de Gualbes, que el día siguiente habían
de partir para Caspe, no hiciesen nada sin este santo y micer Guillen
de Vallseca.
Luego que fueron publicadas estas nueve personas, se
* envió a notificar de parte de los parlamentos, rogándoles
acudiesen al lugar de Caspe; y a san Vicente, que estaba en Castilla,
enviaron a Miguel Ribes (o Bibes), notario, encargándole que
diese al santo toda la prisa posible.
Con ser esta nominación
tan premeditada y pensada, no * los pretensores vinieron bien en
ella, porque Luis, duque de Anjou, alegó sospechas contra el obispo
de Huesca, que decía haber alegado en derecho en favor de uno de los
competidores; contra Francisco de Aranda, que no era letrado en
derecho canónico ni civil; contra Berenguer de Bardaxí, que llevaba
de uno de los competidores, * quien había aconsejado en este
negocio, una pensión de *inientos florines cada mes, a más de otra
que recibía un hijo suyo, del mismo competidor; y que Bonifacio
Ferrer * declarado en favor de don Fadrique de Aragón, y que él y
el Aranda eran enemigos del rey de Francia, ni * para semejante
negocio, por ser del orden de la Cartuja, y estar más ocupados en la
contemplación de las cosas divinas que no en semejantes materias.
Estas sospechas se *ieron a 15 de marzo, que fue un día entre la
nominación y publicación de ellas, pensando así impedirla; pero
luego el día siguiente declaró el parlamento de Cataluña, donde se
propusieron, que no procedían y que fuesen publicadas las nueve
personas. Estas sospechas no dieron mucho que hacer, ni los que las
alegaron insistieron mucho en ellas. Lo que dio más cuidado fue que
a 23 de marzo Dalmacio Çacirera,
gran amigo del conde de Urgel, dio sus sospechas contra algunos de
los nueve; y fueron de su parecer el conde de Cardona, y los
procuradores del castellan de Amposta, del conde de Prades, de
mosen Berenguer de Cortes, del conde de Quirra, de don Antonio de
Cardona, de don Guillen Ramón de Moncada, de don Dalmacio de
Queralt, de don Guillen Despes, de don Juan Despes, de don Pedro de
Orcau, de don Arnaldo de Orcau, de Dalmacio de Forciá, don Pedro de
Moncada, don Francisco de Vilanova, Galcerán de Rosanes y otros
muchos, que eran deudos y amigos del conde de Urgel. Causó esto gran
alteración y temieron no se desconcertase lo que tanto había
costado de concertar, porque perseveraban en esta su opinión y
sospechas; El parlamento, a 26 del mismo mes, les respondió,
dándoles a entender cuán justa y acertada había sido la nominación
de tales personas, en que habían concurrido los votos y pareceres de
más consideración de los parlamentos, y aunque algunos habían
nombrado otros jueces, pero bien sabían que se había de estar a los
que la mayor parte había nombrado, por estar así concordado antes
de hacerse el nombramiento de ellos.
Con estas y otras razones
que dieron se sosegaron algún tanto, porque no todos sentían bien
de tales recusaciones, y sabían que salían del conde de Urgel, que
pensaba así mejorar su * y deshacer la del infante; y aunque a 30
del mismo mes de marzo, y a 28 de junio, volvieron a protestar lo *
que habían a 23 de marzo, pero a 1 de julio res* el parlamento de
manera, que quedaron desengañados de cuán vana y fuera de lugar era
aquella su pretensión * pero los nueve no por eso dejaban de ponerse
a pun* entender en el negocio que les estaba encomendado * sin hacer
caso de estas recusaciones, se juntaron, lo *más presto que les fue
posible, en Caspe.
* primero que compareció para informar fue el
conde de Urgel, por medio de sus embajadores y letrados, que * con
carta credencial, fecha a 4 de mayo, y eran el obispo de Malta, don
Antonio, hermano del conde de Cardona, Francisco de Vilanova, fray
Juan Nadal, del orden de predicadores, maestro en Teología,
Sperandeu de Cardona, Arnaldo Alberti, Macian Vidal, y Bernardo Roc,
* letrados, todos de su consejo; y el mismo día informó el obispo
de Malta y fray Juan Nadal, a 17 Sperandeu de Cardona y micer Macian
Vidal, y el 19 el mis* Cardona, Arnaldo Alberti y Bernardo Roc; el
día siguiente informaron todos, y los jueces les dijeron que pro*
abreviar como mejor pudiesen, y diesen por escrito lo que habían
dicho, y si más querían decir, los oirían *de buena gana.
*Acabadas las informaciones del conde, el otro día
*comparecieron Garau de Ardevol, caballero embajador de la in* y
Pedro Ferrer, su abogado, y firmaron por ella; a * vez se volvió a
informar por el conde, a la mañana * a la tarde por la infanta, y a
24 también por el * y los jueces les encargaron mucho que diesen por
escrito lo que habían dicho, según ya lo habían ofrecido, y que
fuese presto; y así, a 8 de julio lo hicieron, y a 21 volvieron a
dar otras alegaciones que faltaban, y acabaron de fundar el derecho
de don Jaime; y porque habían hecho en las alegaciones que dieron a
8 algunas protestaciones, el mismo día 21 los nueve respondieron a
ellas, diciendo, que no en nombre propio suyo, sino en virtud de
poder a ellos concedido, habían procedido y procedía y pensaban
proceder acerca de la investigación, información, reconocimiento y
publicación de aquel que habían de tener por verdadero rey y señor,
por justicia, y según Dios y buena conciencia, y mandaron levantar
auto de esto; y después de salidos los embajadores, miraron las
alegaciones que les habían dado últimamente, y hallaron las mismas
protestas y dieron la misma respuesta que habían dado a las de 8 del
mes, y mandaron levantar auto de ello, y que se intimase a los
embajadores.
A 26 de mayo comenzaron las informaciones del
infante don Fernando, y a 28 dieron por escrito lo que de palabra
habían dicho; y lo mismo hizo el embajador y abogados del *
Disputóse
muy a la larga el derecho de los competidores; fundaba cada uno de
los abogados como mejor podía su justicia, y la del conde de Urgel,
decían consistía en la inteligencia del testamento del rey don
Jaime I, que dispuso que en ningún caso las mujeres pudieran suceder
en el reino, repeliéndolas del todo de la sucesión, y en esto
fundaba también el duque de Gandía su justicia, y daban por
ejemplo, que cuando el rey don Pedro quiso hacer jurar a la infanta
doña Constanza, su hija, para que fuese recibida *como primogénita
y sucesora del reino, por no tener el rey hijos varones, se alteraron
de suerte estos reinos, que fue *rio que el rey revocase todo lo
hecho en orden a * el infante don Jaime, conde de Urgel, hermano * lo
contradijo con todo su poder, por pretender y *
la común opinión
y voz, que a él pertenecía el reino * otro, y le dio el rey la
gobernación general, que * daba a los primogénitos y a los que
habían de suceder en el reino, y lo mismo se hizo ahora con el conde
de Urgel, su nieto, a quien el rey don Martín dio el mismo * y
oficio cuando murió el rey de Sicilia, su hijo, y así *tenerlos por
legítimos sucesores, faltando los hijos varones de los reinos, según
la disposición del rey don *
*ábanse también en que, habiendo
de ser llamados a la corona los varones legítimos, y quedando * la
linea directa masculina del rey don Pedro en el rey don Martín,
muerto ab intestato, había de entrar la del infante don *, abuelo
del conde, y de esta sola había el conde de * que necesariamente
había de suceder, como pariente más cercano al último rey muerto
intestado, y ser todos * ascendientes del rey don Alfonso, y de la
infanta doña * de Entensa; y aunque era verdad que el duque de
Gandía, el viejo, estaba en grado igual con el conde de * al rey don
Martín, pero era descendiente el de Gandía * del rey don Alfonso,
sino del rey don Jaime, cuyos ascendientes no habían de ser llamados
antes de ser * toda la linea y descendencia del rey don Alfonso, * el
rey don Jayme, y que esto era tan claro y cierto, * nadie había
puesto duda en ello, y así lo habían firmado muchos letrados de
estos reinos y de Francia y de Italia, que lo habían estudiado con
gran cuidado; y aunque cuando murió el rey don Martín quedó una
hija del rey don Juan, ésta, ni Luis, su hijo, daban poco cuidado,
porque estaba ya una vez excluida de la sucesión y le había sido
preferido el rey don Martín, y le obstaba la renuncia que hizo
cuando casó, la cual después aprobó y ratificó, y así menos
podía ser llamado a la sucesión Luis, su hijo, a quien ella no
había podido transferir el derecho que no tenía, y había ya
renunciado en tiempo que su hijo no era aún nacido ni concebido; y
que en caso que para la sucesión hubiesen de ser llamadas las
mujeres, aquí estaba la infanta doña Isabel, condesa de Urgel y
hermana del mismo rey, y más cercana en parentesco; y decían que de
ninguna manera se podía cumplir mejor la voluntad del rey don Jaime
y demás reyes que quisieron que el reino quedase en los sucesores y
descendientes por línea masculina, continuadamente uno después de
otro, que quedando en los condes de Urgel, pues los dos eran del
linaje de aquel rey y descendientes del rey don Alfonso, y así se
cumplía el general deseo de toda la Corona de Aragón y de los
reyes de aquella, que quisieron que fuese regido el reino por
naturales de estos reinos descendientes de ellos, de padre a hijo, y
se continuase su memoria, rigiendo el apellido, armas, nombradía,
honra y dignidad; lo que no tenían el duque de Gandía ni el infante
don Fernando, pues a más de descender este del linaje de los reyes
de Castilla, que tanto tiempo sustentaron guerra y fueron enemigos
declarados de los reyes pasados y vasallos suyos, era natural de
diverso reino y descendiente de mujer, que, por lo que queda dicho,
estaba del todo excluida de la sucesión de la Corona, y no hacía
linaje, ni habían de tomar un forastero por rey, habiendo tantos
naturales y descendientes, por varón, de los reyes de Aragón.
Pretendieron también que la reina doña Leonor, madre del
infante, cuando casó, había renunciado al derecho le competía y
podía competir en esta Corona, y que supuesto esto, no podía tener
el infante el derecho que su madre había renunciado; y esto hizo
reparar a los jueces, y mandaron que se buscase esta renuncia, y lo
cometieron a los diputados de Cataluña, y después de muy buscada, a
16 de abril de 1412 respondieron que habían hallado todas las
escrituras que se hicieron cuando casó la infanta con el hijo
del
rey de Castilla, que fue en ocasión de paces que hicieron los reyes,
y que por parte del rey de Aragón fueron a tratar estos conciertos
Ramón de Alamany y Bernardo de Monpalau, que aún vivía, y les dijo
que se acordaba que por parte del rey de Aragón se pidió que
renunciase la infanta, y el rey de Castilla no lo quiso consentir, y
así quedó el negocio, y que no había para qué buscarlo, que no
hallarían nada en orden a esto.
Representóse también que los
condes de Urgel estaban en antigua posesión, que siempre que faltaba
la línea de los reyes, eran ellos llamados a la sucesión, y este
condado era a manera de joya reservada para los hijos segundos de la
casa y línea real, de quienes tomaban la sucesión, faltando los
primogénitos, como aconteció cuando murió Vifredo sin hijos, y
heredó Borrell, conde de Urgel, y por la renuncia del infante don
Jaime a la primogenitura, heredó el infante don Alfonso, y lo mismo
había de ser ahora, según ya se había representado en una
escritura que vimos arriba; y fundados los abogados con estas y otras
razones, tenían por rey al conde de Urgel; pero fueron más eficaces
las de parte del infante, pues le dieron el reino, quitándoselo al
conde.
El punto principal y primero que quisieron los abogados
del infante averiguar, era saber cómo le pertenecía al rey don
Alfonso, hijo de la reina doña Petronila, el reino de
Aragón, si por la donación que le hizo la reina, o
por la que hizo el rey don Ramiro, cuando casó su hija,
en favor de su yerno, el conde de Barcelona, y de sus hijos
y descendientes; y dieron todos por cierto que el rey don
Ramiro (el monje, Ramiro II), cuando casó su hija, dio el
reino al conde don Ramón Berenguer y a sus hijos, por lo que eran
vistos ser llamados a la sucesión el rey don Alfonso, su nieto, no
por la madre, ni por donación que ella después le hizo, sino por
propio derecho y por donación del abuelo, que dio por constante que
su hija no era capaz para la sucesión del reino, por estar prohibido
por derecho común, y así aseguró para el nieto, que heredó, no
por la madre, sino por
ser el deudo más propincuo del abuelo;
que, aquella donación que después hizo la reina doña Petronila, 14
kalendas julii anno incarnationis 1164 in archivo regio, in
registro regis Ildefonsi virmiliis cohopertis tacto, folio 8, la
tenía por cosa de ninguna consideración, porque daba al hijo el
reino, que era suyo jure proprio, y de necesidad le pertenecía, sin
que ella se lo pudiese quitar, por ser el más propincuo pariente del
rey don Ramiro, así como lo era el conde de Barcelona, su padre; y
así decían, que el reino se hereda por el derecho que llaman de
sangre, y que fal* la linea de ascendientes y descendientes, que se
hayan *mar los transversales; y entre los tales, puesto que * un
mismo grado de consanguinidad, se debe tener *eracion al sexo de cada
cual y a la edad, a efecto * varón preceda a la hembra, y el más
mozo al de más edad, sin mirar al tronco y a la cepa del cual proce*
esto, a más que decían ser de derecho, se observaba * reino de
Aragón; y por esto heredó el dicho rey don Alfonso los reinos eran
de su abuelo don Ramiro, y no pu*cer lo que hizo de llamar las hijas,
que por esto mu* letrados tuvieron el testamento por inválido.
Confir*e esto porque la reina doña Petronila, en su testamento,
hecho a 2 de las nonas de abril del año de la Encarnación 1152,
llamó solos los descendientes varones, excluyendo las hembras,
diciendo; si autem filia ex utero meo *erit maritet eam honorifice
jam dictus vir meus comes *ictus cum honore et pecunia sicut melius
ei placuerit et *eat viro meo prenominato solide et libere totum
supra* regnum cum omnibus sibi pertinentibus ad omnem vo* suam
perficiendam; así que, estimó más que el reino quedara, no
teniendo hijos varones, en mano de su *marido que de sus hijos, lo
que no hubiera ella hecho, si * hubiese tenido por cosa expedita
y cierta ya en aquellos tiempos, que mujeres no eran hábiles para el reino; y
*edaban excluidas la condesa de Foix, hija primogénita del rey don
Juan, y doña Violante, reina de Nápoles, y * de ser la infanta doña
Isabel, y el derecho del rey Martín pasaba al deudo más propincuo
varón que había * linaje, y este era el infante don Fernando, y
esto * su madre, sino por ser el deudo más cercano del último rey,
no mirando por qué parte era el parentesco, sino en qué grado
estaba; y aunque por repelerle a él de la sucesión, se valían del
testamento del rey don Jaime, que tan favorable era a los varones;
pero hallaban en él que faltando sus hijos, llamaba a los nietos,
hijos de doña Violante, reina de Castilla, y faltando ellos, a los
de doña Constanza, y faltando estos, a los de doña Isabel, reina de
Francia, y después al varón más propincuo de su linaje; y así si
querían seguir la disposición de aquel testamento, estaba el
negocio claro para el infante, pues faltando los hijos varones del
rey don Pedro, habían de ser llamados los nietos varones de hija que
era hermana de padre y madre del último rey.
Estos y otros que
trae el padre Juan Mariana eran los discursos que hacían los
letrados y embajadores de las partes; pero también miraban otra cosa
los nueve jueces, que era buscar una persona de virtud, de valer y
cristiana, y tal que tuviese las partes y méritos dignos de rey,
pareciéndoles que era lo que más importaba y había de corroborar
la justicia de la tal persona, y esto solo resplandecía en el
infante don Fernando; y era tan grande la opinión que todos tenían
de él, que no hacían sino publicar sus virtudes, sobre todo en
haber dejado el reino de Castilla, por no hacer perjuicio al rey don
Juan, el segundo, hijo de su hermano.
El caso fue, que murió el
rey don Enrique de Castilla, y dejó a don Juan, su hijo, de edad de
veinte y dos meses. Estaban las cortes del reino juntas en Toledo, en
la iglesia de aquella ciudad, en la capilla del arzobispo don Pedro
Tenorio, y estaba presente el infante don Fernando, que era entonces
duque de Peñafiel, tío suyo: aconsejáronle algunos caballeros y le
persuadieron que tomara título de rey, pues su sobrino quedaba tan
pequeño, ofreciendo ayudarle en ello, porque a los castellanos les
parecía no ser cosa nueva en aquellos reinos dejar los sobrinos y
tomar los tíos por reyes, y daban en comparación de esto una
muchedumbre de ejemplos. Inclinábanse a esto muchos grandes y
caballeros de los que en las cortes se hallaban, porque veían la
guerra de los moros en las manos, y no sabían qué movimientos haría
el rey de Portugal en guardar
o quebrantar la tregua había entre
los dos reinos; y así pusieron los ojos en don Fernando para que
reinase, porque consideraban que por quedar el sobrino en tan pequeña
edad, podía en los reinos suceder mayores daños y escándalos, que
no en hacer rey al tío y tomar la línea transversal real.
Con
estas consideraciones, estando todos los grandes juntos, dijo en
presencia de todos el condestable Ruy López de Ávalos, que
¿por quién alzarían la voz de rey de Castilla? y esto lo dijo con
acuerdo y concierto de otros caballeros de su opinión, encaminando
las palabras al infante don Fernando, el cual, con único ejemplo,
muy raro y nunca bien alabado, observando al rey, su sobrino, la
fidelidad digna de tan alto príncipe, respondió: que por quien sino
por el rey don Juan, su sobrino, unigénito varon del rey don
Enrique, que en estos días estaba en el alcázar de Segovia, con la
reina doña Catalina, su madre; y dando el infante el pendón real al
condestable, anduvieron por la ciudad, aclamando por rey al sobrino.
Con este hecho ganó tan gran crédito de modesto y templado y justo
el infante, menospreciando lo que los otros tan desordenadamente
codician, que los mismos que insistían a que tomara el reino, no
acababan de engrandecer su lealtad, y parecía ya que por aquel
camino se encaminaba a alcanzar grandes reinos e imperios, que Dios,
por sus virtudes, le tenía reservados; y decían todos que la gloria
de aquel hecho fue tanto más de estimar, por andar el rey, su
hermano, antes que muriese, con él muy torcido, y no mostrársele
muy favorable. Esto y el buen gobierno que había tenido en los
reinos de Castilla, que gobernó durante la menor edad del rey don
Juan, le acreditaron de manera que, si hubieran de tomar rey, por
elección, quedara de aquella vez elegido.
Por estas razones fue
preferido el infante a los demás competidores, y no (como algunos
han dicho) por ver al rey belicoso, armado y con ejército en
campaña, y haber metido mucha gente de armas castellanas en estos
reinos, y estar casi todos los aragoneses y muchos valencianos
declarados en su favor, por lo que los jueces hicieron de grado y con
color de justicia lo que a la fin se había de hacer por otros
medios dañosos a la Corona; porque ni el ejército que pudiera
juntar el infante, aun con el favor del rey de Castilla, podía ser
tal, que con mucha facilidad no fuese resistido, ni la gente que
había por su cuenta en Aragón y Valencia era tal, ni tanta, que
fuese poderosa a tomar un castillo ni sostenerse mucho en la tierra;
porque ya los mismos amigos del infante estaban cansados de ellos, ni
los aragoneses (fuera los deudos y amigos del arzobispo) estaban tan
apasionados por él, que no lo estuviesen más por la justicia, ni
son estos reinos de tal naturaleza, que sufran que naciones y gentes
forasteras los vengan a conquistar, y los que han osado intentarlo,
aun con fuerzas mayores, sin comparación, que las del infante y de
los que le podían ayudar, han salido bien de ello, ni los nueve
jueces eran personas que tales contemplaciones les obligaran a quitar
a Ios otros pretensores lo que era suyo.
Era muy diferente la
opinión en que estaba el infante, de la que estaba el conde, el
cual, a más de ser muy mozo, no tenía aquella quietud y sosiego del
infante, y después de la muerte del arzobispo (en que ni él tuvo
culpa, ni fue sabedor) (JA JA JA !) quedó tan mal quisto
y desacreditado, que todos, y más los aragoneses, le miraban de mal
ojo: añadíase el ser su amigo y consejero don Antonio de Luna, que
era extrañado, como hombre sacrílego e impío. Parecíales que si
el conde reinara con tal amigo y consejero, había de ser su gobierno
violento, cruel y lleno de tiranía, y publicaban que no había de
hallarse rastro de mansedumbre ni modestia en aquel, cuyo mayor amigo
tan mal había tratado a su prelado y pastor; y daban la culpa al
conde que le hubiese amparado y recogido con los demás cómplices de
aquel delito, y que siendo descomulgados y anatematizados y
perseguidos de todos, solo hallasen amparo y refugio en él y en sus
tierras y castillos, y que estuviese tan falto de buenos consejeros,
que no le dijesen cuán mal estaba que favoreciese a un perturbador
de la paz y sosiego común. Sin estos, los mismos aragoneses, que en
vida del rey don Martín le habían hecho contrario, impidiéndole el
ejercicio de gobernador general, temían ser castigados y
perseguidos, si él tomaba la corona. Estas cosas los abogados del
infante las publicaban para mover los ánimos de los jueces, y
aficionarles a las virtudes del infante. (Te dejas las cartas de
pacto con el rey de Granada, que se vería como alta traición)
Además, no fue poco el favor que hizo el pontífice Benedicto al
infante, para que se mirase con buenos ojos su justicia, por quien
siempre trabajó, y se decía comunmente que él era el principal
autor y ministro que hablaba por él, procurando todos los medios
posibles, para que, según justicia, fuese dado por legítimo rey de
Aragón, haciendo así su negocio, por obligar al infante que no se
apartasen de su obediencia los reinos de Castilla y Aragón, que los
unos obedecían al infante, como a tutor del rey don Juan, y estos
esperaba le obedecerían como a rey; y como este su pontificado
estaba tan controvertido, hacía lo posible para asegurar en su
devoción a los que le tenían por legítimo pontífice, y sospechaba
que si él no favorecía al infante, le haría quitar la obediencia
en los reinos que él mandaría, y así le procuró obligar todo lo
posible, no cesando de le favorecer, hasta verlo declarado
rey. Estaban, pues, todos los pretensores y sus abogados y
embajadores a la mira, e inciertos de lo que había de ser.
Pasaron
en aquel cónclave muchas cosas que el secretó las ha sepultado, y
este se guardaba con gran rigor, según lo habían jurado: solo
Martín de Viciana, autor valenciano, cuenta que había sobre
esta declaración gran discordia entre los jueces, hasta que un día
les dijo san Vicente Ferrer: - Mirad no cureis mas de deteneros en
acordar la sentencia, que la justicia da el derecho al infante don
Fernando de Castilla, y esto y no otra cosa se hará, porque de lo
alto procede, y no de la tierra. - Y como san Vicente era persona a
todos acepta y puesto en predicamento de santo, sus palabras fueron
tan eficaces, que no le pudieron contradecir; y así, un viernes, a
24 de junio, día de San Juan Bautista, se votó esta causa y decidió
este pleito, y fue cosa maravillosa el respeto que se tuvo a san
Vicente, porque siendo verdad, por una parte, que entre ellos había
un arzobispo y un obispo, y entrambos muy letrados, y por otra, que,
según la graduación hecha por los parlamentos, tenía san Vicente
el octavo lugar, con todo esto, fue el primero que dio su parecer, el
cual fue de esta manera:
Ego frater Vincentius Ferrarii
ordinis fratrum predicatorum * in sancta theologia magister unus ex
predictis deputatis *lico juxta scire et posse meum quod inclito et
magnifico domino Ferdinando infanti Castelle nepoti sive
net felicis recordationis domini Petri regis Aragonum genitoris
excelse memorie Domini regis Martini ultimo deffuncti propinquiori
masculo ex legitimo matrimonio procreato et utrique conjuncto in
gradu consanguinitatis dicti domini regis Martini predicta parlamenta
subditi ac vassalli Corone Aragonum fidelitatis debitum prestare et
ipsum in certum verum regem et dominum per justitiam secundum Deum et
meam conscientiam habere debent et tenentur et in testimonium
premissorum hec propria manu scribo et sigillo meo in pendenti munio.
Luego firmaron lo propio el obispo de Huesca, Bonifacio
Ferrer, Bernardo de Gualbes, Berenguer de Bardaxí y Francisco de
Aranda; y es cosa de ponderación que siendo estos cuatro de los
señalados y excelentes letrados de sus tiempos, con todo eso,
ninguno de ellos dio razón de su parecer, sino que en todo, y por
todo se conformaron con el del varón de Dios, diciendo cada uno de
ellos de esta suerte:
In omnibus et per omnia adherere volo
intentioni predicti domini magistri Vincentii.
De
los tres que quedaban, el arzobispo de Tarragona dio su voto al que
entre el conde de Urgel y duque de Gandía era más idóneo y útil a
la república, diciendo que, según su entendimiento y lo que
podía alcanzar, era, que puesto que creía que consideradas muchas
cosas el señor infante don Fernando era más útil para el
regimiento de esta Corona, que otro ninguno de los competidores; pero
según justicia, Dios y buena conciencia, creía que el duque de
Gandía y conde de Urgel, como varones legítimos y descendientes
por línea de varón de la prosapia de los reyes de Aragón, eran
mejores en derecho, y que al uno de ellos pertenecía la sucesión de
la corona del reino; pero por ser iguales en grado de parentesco
con el postrer rey, creía que podía y debía ser preferido aquel
que fuese más idóneo y útil a la república. Protestaba que por
esto no pretendía hacer perjuicio al derecho que don Fadrique de
Aragón, conde de Luna, tenía al reino de Sicilia; y siguió su
parecer Guillermo de Vallseca, añadiendo que tenía por más idóneo
al conde de Urgel, y que así le parecía en la primera vista, porque
desde que estuvo en Tortosa, no pudo tan enteramente deliberarlo como
la cualidad del negocio lo requería, por estar impedido de grave
enfermedad de gota y otros dolores; y Pedro Beltrán no lo dio a
ninguno, por no haber tenido, desde 18 de mayo, que llegó a Caspe,
bastante tiempo, a su parecer, para desenmarañar las dificultades
del negocio; y de esta manera el derecho de reinar, que las más
voces se gobierna por la voluntad del pueblo, fuerza, diligencia y
felicidad de los pretensores, se gobernó por las leyes y libros de
juntas.
Todo esto pasó el día de San Juan, secretamente, entre
los nueve jueces; y no se publicó entonces, porque así convenía; e
hicieron de esto tres escrituras de mano de Bonifacio
Ferrer, con su proemio y conclusión: la una se dio al arzobispo de
Tarragona, la otra al obispo de Huesca, y la otra se retuvo el mismo
Ferrer, para que cada uno la guardase en nombre de su provincia; y
acordaron que el otro día, que era a 25 de junio, se hiciese auto de
lo que había prevalecido.
Pero para quitar todo escrúpulo y
dificultad, el mismo día que se había de testificar el auto de esta
sentencia, quisieron los jueces que en el proceso se pusiesen, como
se pusieron, dos autos, en que los del reino de Valencia, que aún
estaba dividido en dos parlamentos, loaban, aprobaban y ratificaban,
y en cuanto menester fuese de nuevo nombraban, las mismas nueve
personas que habían nombrado los aragoneses y los catalanes,
aprobando en todo la concordia hecha en Alcañiz y todo lo que se
había seguido de ella.
El primero de estos dos autos se hizo en
la villa de Morella, a 14 de marzo, que fue el mismo día que fueron
nombradas estas nueve personas, y el otro a 21 de junio, en la ciudad
de Valencia, donde estaba congregado el parlamento de ....: que se
había mudado a aquella ciudad; con que dieron por concluido el
proceso, y poco después, en presencia de Domingo de la Naja,
Guillermo Çaera y Ramón
Fivaller, alcaides del castillo de Caspe, se testificó un
instrumento por seis notarios, dos por cada provincia, por el cual se
declaraba la sentencia dada en favor del rey don Fernando, aunque
estuvo secreta hasta 28 del mismo mes de junio, día señalado por
los nueve para la publicación patente. Este auto traen Gerónimo
de Blancas y Martín de Viciana: a ellos remito al curioso
que lo querrá ver.
Venido ya el día de San Pedro, estaba hecho
un cadalso muy grande y alto de madera, cerca de la iglesia y
castillo: adornóse todo él de paños de oro y seda, y allende de él
había otros tablados muy ricamente aderezados, para los embajadores
de los competidores y otros caballeros. A la hora de tercia estaban
ya los nueve en la sala del
castillo, y bajaron de él con grande
acompañamiento a la iglesia, a cuyas puertas había un altar
adornado maravillosamente, y cerca de él un escaño o banco, en el
más alto y mejor lugar: sentáronse en medio de él el arzobispo
de Tarragona, y a su mano derecha Bonifacio Ferrer y Guillermo de
Vallseca y Francisco de Aranda, y a la izquierda Berenguer de
Bardaxí, san Vicente Ferrer, Bernardo de Gualbes y Pedro Beltrán, y
el obispo de Huesca no se sentó, porque se estaba vistiendo para
decir la misa: díjola del Espíritu Santo, y acabada, subió al
púlpito san Vicente Ferrer, y tomó por tema de su sermón aquellas
palabras del Apocalipsi,19: Gaudeamus et exultemus et demus gloriam
ei quia venerunt nuptiae agni; y después de haber alabado mucho
nuestra santa fé y religión, y dado a entender el cuidado que
tuvieron los nueve en enterarse de la justicia y derecho de sus
pretensores, y declarado el punto en que consistía la justicia de
cada uno de ellos, y después de haber invocado el favor y auxilio
divino, para que aquella
nominación fuese próspera, feliz y
afortunada, leyó el auto de la declaración, nombrando al infante
don Fernando *rey de Aragón, dándole títulos de pío, feliz,
vencedor y *augusto máximo.
Fue grande el contento y muy
universal el aplauso con que fue recibida esta publicación, de los
aficionados y amigos del infante; pero los del conde de Urgel, que
eran muchos, y los neutrales no lo tomaron bien, antes se miraban
unos a otros maravillados, como si lo que habían oído fuera una
representación de sueño, y los más no acababan de dar crédito a
lo que habían oído, y preguntaban los unos a los otros quién era
el nombrado, porque apenas *se entendían los unos a los otros,
porque el gozo y el pe*, cuando son grandes, impiden los sentidos que
no pueden atender ni hacer sus oficios. Luego después de esto,
sosegado el ruido de la gente, los cantores entonaron el *cántico Te
Deum laudamus, prosiguiendo aquel hasta la fin, * gran melodía de
voces y solemnidad.
Tomáronlo mal los amigos del conde, y
quedaban admirados que habiendo tres descendientes de línea
masculina de los reyes de Aragón y naturales de la Corona, fuese
publicado por rey un castellano, descendiente por línea femenina,
quedando estos excluidos; y había muchos que lo *tomaban con tanta
impaciencia, que osaban públicamente *mar a los jueces enemigos de
la patria, desmandándose * palabras muy descomedidas, tanto que
pareció necesario que el día siguiente, que fue el último de
junio, predicase san Vicente Ferrer y consolase a los amigos del
conde, por estorbar el daño que anunciaban; y después de haberles
propuesto muchas razones, con aquel celestial es* que había Dios
comunicado a aquel apostólico y santo varón, les dijo:
-
Hermanos, donde se trata del derecho de la sucesión, no hay porque
hablar de la cualidad de la persona, ni porque preferir por eso al
conde de Urgel, de quien algunos tenéis compasión, que él está tan
Iejos de correr parejas en derecho con el rey don Fernando, que
mediante juramento y en la conciencia de mis compañeros, no las
corre aún con el duque de Gandía: y allende de eso, considerando la
persona, es natural por parte de su madre el rey don Fernando, y el
conde no, sino lombardo, y el rey es hijo de rey de la misma
nación que lo eran los reyes de Aragón, y finalmente de tanta
dignidad de su persona, que parece haber nacido para reinar, porque
en el valor y ánimo, así entre los suyos, como con los enemigos, es
tan excelente, que si se hubiera de seguir la costumbre
de algunos
pueblos, cuyo gobierno se fundaba en mucha prudencia, no menos se
hubiera de hacer en él la elección de rey de Aragón, que
declararlo por juicio de la sucesión, y esta alabanza no se puede
atribuir al conde. -
Pero no bastaron las razones del santo y su
buena diligencia para sosegar los ánimos de los amigos del conde.
Los que más lastimados quedaron de la declaración eran la condesa
doña Margarita, madre del conde, y el mismo conde, y estaban fuera
de juicio, llenos de cólera e ira, determinados a tomar las armas, y
con ellas en la mano, morir o cobrar el reino, que decían ser suyo
del conde. Atizáronles la cólera, dándoles a entender mil
impertinencias, o por mejor decir, engañándoles, los que estaban
con ellos y les aconsejaban, y eran gente que miraban más lo que
ellos podían medrar, metiendo el conde en mal, que no el fruto que
se podía sacar de querer impugnar lo que * consentimiento de los
reinos y Principado habían hecho * jueces y aprobado todos
generalmente.
Estaba el infante, cuando supo la nueva, en Cuenca,
* harto cuidado del fin y remate que los nueve darían a la
pretensión; acudiéronle embajadores de todas partes a darle el
parabién del nuevo reinado y alegrarse con él, y muchos fueron más
por acomodarse con el tiempo, que por *obar lo hecho; y después de
haber dado debido asiento a las cosas del reino de Castilla, se
partió para Zaragoza, * donde había convocado cortes, y a 3 de
setiembre fue *coronado por rey de Aragón, y a 7 el infante don
Alfonso * primogénito e inmediato sucesor, después de los días del
rey su padre. Acudieron a prestar el juramento de fidelidad todos los
prelados y ricos hombres y demás que tenían obligación, excepto
don Antonio de Luna: comparecieron también Gispert de Bellmont,
procurador de la condesa doña Margarita, señora de las baronías de
Antillón y Entenza, y pidió ser admitido a la solemnidad de los
juramentos que se habían de hacer al nuevo rey.
Bien sabido y a
todos notorio era el sentimiento que tenía el conde, su madre, mujer
y hermanas del infeliz suceso que habían tenido sus cosas, y
generalmente, todos le tenían lástima y deseaban consolar en
aquella adversidad, y * desterrara de su consejo hombres desatinados
y vanos, * con sus malos consejos le habían de perder; y había
muchos en el parlamento, que cuidaban de la conservación * aquella
casa y linaje, que la consideraban ya perdida y acabada; pero no
querían que fuese con cargo de ellos, por haber hecho lo posible por
su restauración: y a 4 de *io, que se juntó el parlamento para
hacer las instrucciones para los embajadores que habían de partir
para el rey, en particular les fue dado cargo que, por parte del
Principado, intercedieran por el conde.
El capítulo en orden a
esto dice así:
Item mes ab aquelles paraules pus
honestes que poran e sens denotar alguna particular
affecció tant com puxen recomanaran lo compte de Urgell al senyor Rey suplicantlo que atteses
les grans despeses que lo dit compte ha sostingudes per
la questio de la successio ab consell de grans doctors
e lo gran deute de sang que ha ab ell lo
vulla haver per recomenat.
Sin esto, el mismo
día ordenaron una solemne embajada al mismo conde, y la encomendaron
a Galcerán de Rosanes, caballero, y había el otro día de partir
para Balaguer, con instrucción de decir al conde, de parte del
parlamento del Principado, que pues ya estaba publicado por justicia
su verdadero rey y señor, se gobernase y rigiese con aquella
prudencia y cordura que habían siempre tenido sus pasados y de él
se confiaba, desviándole de cualquier camino o medio desordenado y
singular, siguiendo el parecer común de los reinos y Principado,
conformándose con la voluntad de Nuestro Señor, aprobando lo que la
justicia había hecho; y que le notificase para mayor consolación
suya, como el Principado había encargado a los embajadores que
habían de ir al rey, que le encomendasen su persona, casa y linaje,
y que le rogase muy afectuosamente que se sosegase, olvidando
cualquier empresa o camino escandaloso e inquieto, porque si tal
hacía, el Principado alzaría la mano de interceder por él con el
rey, y que le pidiese por amor del parlamento diese cumplida libertad
a Francisco de Vilamarín, caballero, que días había que tenía
preso.
Partióse el embajador, y halló el conde y toda su casa
desconsoladísimos y medio desesperados, resueltos a perderse del
todo, antes de consentir que les fuese quitada la corona, estimando
aquel su grande estado y demás hacienda que Dios le había dado por
cosa de poco momento, respecto de lo mucho que, según su parecer, le
habían quitado. Consolóle el embajador como mejor supo, pero poco
aprovecharon su embajada y razones, aunque era hombre elegante y
entendido, y siempre había sido apasionadísimo por él; y volvióse
de su mensajería, sin haber concluido nada.
El parlamento, visto
lo poco que había aprovechado aquella embajada, sospechó que aquel
príncipe se había de perder, por estar casi desesperado, y rodeado
de consejeros, ni muy prudentes, ni muy sosegados, y habiendo
todos acudido a dar la obediencia al rey, solo él faltaba, y era muy
conocida su falta, por ser persona tan notable; y así enviaron otra
embajada por don Galcerán de Vilanova, obispo de Urgel, y don Ramón
de Moncada, para persuadirle lo mismo que Galcerán de Rosanes, y más
en particular, para que de buen grado fuese a dar la obediencia al
rey y hacerle reverencia en la forma que todos los grandes eran
venidos, y le volvieron a ofrecer que, venido, todos suplicarían al
rey que le hiciera merced y gracia por los gastos que había hecho en
proseguir su justicia, y confiaban de la gran virtud y liberalidad
del señor rey don Fernando, que le haría muchas mercedes y no
habría a mal el haber trabajado en proseguir lo que pensaba que le
pertenecía por justicia, desengañándole que si no lo hacía, el
Principado alzaría la mano de procurar cosa que le conviniese, como
ya se lo habían enviado a decir por Galcerán de Resanes; pero el
conde estaba ya tan turbado, que ni sabía qué hacer ni qué
responder, y despidió los embajadores y les dijo que él volvería
la respuesta, y con esto se volvieron a Tortosa.
Esta dio por
medio de Ponce de Perellés (Perellós), el cual dijo que a todos era notorio,
que en vida del rey don Martín era opinión de los más que, muerto
el dicho rey, la sucesión de los reinos pertenecía a él, y aún
algunos letrados se lo afirmaban así, y que por esto él hubo justa
causa de proseguir la justicia que le decían que tenía, en lo cual
había hecho muy grandes costas y despesas y había quedado
muy pobre y desheredado, y que haciéndose con él por manera que su
casa fuese tornada en el estado que estaba en vida del rey don
Martín, su tío, y haciéndole alguna enmienda de las despesas
hechas por él, y acrecentándole su casa de lugares y vasallos, que
él haría lo que debía, en otra manera le sería mejor dejar el
reino y tomar otra vía.
Los del parlamento, habida esta
respuesta del conde, enviáronla al rey, que estaba en Zaragoza, y
lleváronla Ponce de Perellós y el oficial o provisor de Balaguer; y
el rey les recibió con mucha afabilidad y alegría, y mandó dar a
Ramón de Perellós dos mulas ya destradas, y al oficial le preguntó
muy en particular de la salud del conde, y él le respondió que al
presente no sabía nada de ella, por haber mucho que no le había
visto, pero lo que sabía de cierto era que estaba muy triste de lo
sucedido, aunque estaba en su mano enmendarlo todo; y el rey
respondió con mucha afabilidad, que si intención no era destruir al
conde, por ser su primo, antes bien quería que fuese la segunda
persona del reino, por merecerlo él; y le rogó, que pues no fue por
él la suerte y ventura, le aconsejaba que no quisiese perderse,
antes bien le prestase la debida fidelidad, pues por mucho que
hiciese, no era poderoso de quitarle el reino; y le prometió que si
acababa esto con él, le daría la primera prelacía que vacase en
sus reinos; y por tomar mejor resolución sobre lo que se había de
hacer, juntó todo su consejo, y mandó a Ponce de Perellós, que
refiriera en él lo que había dicho al parlamento de Tortosa de
parte del conde; y después de salido del consejo, el rey pidió de
parecer sobre lo que había de hacer y responder, y fue opinión de
los más, que el rey debía hacer su proceso contra el conde, por
derecho, como contra desobediente; y como el rey era muy benigno
y naturalmente inclinado a toda virtud, dijo que él quería con el
conde de Urgel haberse benignamente y probar si con mansedumbre y
mercedes podría vencer su malicia, y le envió por el mismo Ponce de
Perellós y don Diego Gómez de Fuensalida, abad de Valladolid, que
quisiese venir a le obedecer y servir, certificándole que si así lo
hiciese, por ser de su linaje y por su grandeza, le haría mercedes y
le daba guiaje para él y para todos los que le acompañasen, con que
no se hubiesen hallado a la muerte del arzobispo, en otra manera él
procedería contra él, como contra inobediente y desleal.
Llegados
los embajadores del rey a Balaguer, el conde les hizo mucha honra, y
les respondió que a él le placía mucho de hacer lo que ellos le
habían dicho, siendo primero certificado de la enmienda y la merced
que se le había de hacer para sostener su estado; y que esto hecho,
él haría su deber; y esto lo dijo en secreto al abad de Valladolid,
porque diciéndolo en público, no pareciese que tenía por rey ni
señor al infante don Fernando, hasta haber hecho lo por él
demandado, que después él haría lo que debía, porque no quería
enojar al rey, ni pedir más sino servirle; y con esta respuesta el
abad se volvió muy contento para el rey. Oída por el rey esta
respuesta, conoció que eran dilaciones que el conde buscaba para
haber tiempo para apercibirse y poderle resistir; y no iba engañado,
en esto, porque le habían ya algunos aconsejado que saliera junto a
Alcolea y diera batalla al rey; pero por estar falto de gente, no
osó, y muchos caballeros a quien el conde lo pidió le ofrecieron
salir, y otros lo rehusaron; y el rey, con acuerdo de los de su
consejo, salió de Zaragoza con dos mil hombres de armas, con
intención de castigar al conde, sino le daba la debida obediencia.
Venían con el rey el almirante don Alonso Enríquez, su tío, Diego
Fernández de Quiñones, su mayordomo mayor de Asturias, Garci
Fernández de Sarmiento, adelantado de Galicia, Juan Hurtado de
Mendoza, mayordomo mayor del rey de Castilla, Rui González de
Castañeda, señor de Fuente Dueña, Ferrán Gutiérrez de Vega, su
repostero mayor, y don Lorenzo Suárez, comendador mayor de Castilla.
Del reino de Aragón venían los siguientes: don Juan de Luna, don
Juan de Ixar (Híjar), mosen Bernat de Centelles, mosen Juan
de Bardexi (Bardají, Bardaxí), Lope de Urrea y otros.
Entrado en Cataluña, mandó el rey que mil lanzas fuesen a hacer
guerra a los lugares que tenía el conde en las riberas de Segre y
Sió, e iban por capitanes Álvaro de Ávila, camarero mayor del rey
de Castilla, y su mariscal Pedro Núñez de Guzmán, su copero mayor,
Ferrán Gutiérrez de Vega, Blasco Fernández de Heredia, gobernador
de Aragón, y Juan Fernández de Heredia; y corrieron toda la comarca
de Balaguer, que es toda muy buena de campear por su gran llanura:
tomaron cuatro lugares del conde, y después se fueron a juntar con
el rey, a una legua de Lérida, y fue recibido en aquella ciudad muy
solemnemente, con gran alegría, juegos y fiestas.
Los ciudadanos
de Lérida y algunos vecinos del condado de Urgel, que no eran
afectos al conde ni a sus cosas, antes cada día tenían encuentros
por razón de los límites y jurisdicciones y pasturas de los
ganados, holgaron no poco de la adversidad suya, y deseaban ver su
casa acabada: habíanse persuadido que si el conde quedaba en paz con
el rey, había de quedar él muy favorecido, así por el parentesco
había entre los dos, como porque se trataba de casar un hijo del rey
con la hija del conde, y añadiéndose este favor a su casa, había
de vengarse de ellos, que en muchas maneras le tenían disgustado,
por razón de sus términos y pasturas, y temían que si el conde
pedía al rey la ciudad de Lérida, que ya había sido de los condes
de Urgel, se la daría, y por eso no deseaban hubiera paz entre
ellos. Por esto hicieron aconsejar a la madre del conde acabara con
su hijo no prestara la obediencia al rey, pues no por esto estaba
cierto de lo que el rey le prometía, y fuera muy posible que el rey
le perseguiría por lo que había hecho, y destruiría su casa, y que
un hombre como él, que había de ser rey, no había de sujetarse, y
más le valía de una vez aventurarlo todo, que no hacer tal sumisión
ni contentarse de los ofrecimientos que le hacían. Por otra parte,
los mismos enemigos del conde fueron a decir a los ministros del rey
todo lo que sabían del conde, y que no era bien le admitiese en su
gracia, porque jamas hallaría en él buen vasallo; y de esta manera
metieron discordia entre los dos, porque de la destrucción del conde
nacería su quietud y aumento; pero el rey, que de su condición era
manso y enemigo de hacer mal a nadie, y deseaba que así lo
entendiese toda la Corona, disimuló aquello, aguardando a ver el
conde qué haría.
Estaba la condesa tan rabiosa y ocasionada,
que no fue necesario apretarle mucho para que se alborotara, y
menospreciados los ofrecimientos del rey, quiso que su hijo pusiera
aquel negocio a las armas, animándole valerosamente y más de lo que
su sexo le permitía: representábale el valor de sus pasados, los
condes de Urgel, (uno de Valladolid, como hemos visto en capítulos
anteriores) que en las ocasiones que fueron perjudicados en sus
preeminencias y prerrogativas, resistieron valerosamente a los reyes,
hasta morir o tomar enmienda de aquello que les había sido
quitado, y que no tenía que buscar sucesos muy antiguos, pues aquí
tenía los del infante don Jaime, su abuelo y suegro de ella, que tan
valerosamente se expuso a la fuerza y sinrazones del rey don Pedro, y
que él no era menos poderoso ni su causa menos justa que la de aquel
infante, que salió con su intención, y por quien, puesto en armas,
se alzó toda Cataluña y mucha parte de los reinos de Aragón y
Valencia, aunque a la postre le hizo quitar el rey la vida con
veneno, por no ser poderoso a resistir a la mucha razón y justicia
suya; y si él se ponía una vez en campaña, muchos de los más
poderosos de la Corona se habían de declarar por él, favoreciéndole
con todas sus fuerzas y poder, que juntado con las compañías de
gascones e ingleses (y cómo se entenderían? Gascón
está claro, es un dialecto occitano, como el catalán, y el conde lo hablaba y
escribía) que aguardaba de cada día, haría un poderoso y
grande ejército contra el rey, sin hacer caso de las gentes
forasteras que había metido en Cataluña, que estaban ya tan
descontentas, y él tan imposibilitado de sustentarlas, que en breve
se había de volver, y más que en Aragón, donde al principio eran
recibidos de buena gana, ahora eran tan aborrecidos, que no había
quien los pudiese sufrir, por ser gente soberbia y arrogante, que por
tener el rey de su nación, tomaban más atrevimiento y osadía que
de antes, y todos deseaban sacudirse el pesado yugo de ellos; y que
le valiera más y ganara más renombre morir en defensa de su
justicia y reino, que no dejarlo en manos del infante; y que había
de ser o rey o nada, y estaba repitiendo de continuo y
diciéndole: Fill, ó rey ó no res. Enojábase contra
él por verle algo considerado en meterse en aquella empresa, y
tratábale con palabras pesadas y descorteses, abusando de la
licencia de madre, como si fuera el conde hombre villano, debiendo
ella, si fuera cuerda y sabia, reprimir sus ímpetus y fogosidades desordenadas y desterrar del rededor de él consejeros violentos y
malos, y más a don Antonio de Luna, que estaba perdido y acabado, y
solo hallaba remedio con la empresa del conde.
Valíase la
condesa, para más animar al hijo, de unos vaticinios y profecías de
un fray Anselmo de Turmeda, que se había pasado a Túnez y
renegado de la fé, y de fray Juan de Rocatallada (Peratallada,
Pera : Pedra : Piedra), de quien habla el padre Martín del Río,
en dos lugares de sus Mágicas disquisiciones, y del abad
Joaquín de Merlín y de una Casandra y otros que habían compuesto
ciertas poesías, y las llamaban profecías, y mudando los hombres a
las personas que en aquella sazón gobernaban el mundo, como eran al
papa, antipapa, reyes de Francia, Nápoles, Aragón y algunas
ciudades, decían cien mil disparates, con términos y frases
amfibológicas y ambiguas, a imitación del oráculo de Apolo; y la
condesa tenía cabe sí hombres que le daban a entender ser muy
entendidos en ellas, y hacíanle mil interpretaciones, todas
dirigidas a que el reino de Aragón había de ser de su hijo y que el
rey había de vivir poco (ahí acertaron), y aunque ella se
veía en trabajos, había de llegar a un estado próspero y feliz y
bienaventurado; y como esto era cosa apacible a sus oídos, se lo
persuadía como si se lo hubiera dicho san Vicente Ferrer u otra
persona tal, y fundada en esto, no quería perder ocasión, y
persuadía a su hijo la tomase, sin aguardar más.
Estos consejos
e importunaciones fueron tan eficaces, que añadieron al conde más
ánimo y braveza que hasta allí había tenido, y resolvió de no
parar hasta verse rey. No se hartaba su corazón con lo que le
concedió la fortuna o el cielo; parecíanle bajas y viles las cosas
que poseía, porque confiaba otras mayores y más altas. Esperaba le
habían de
venir ciertas compañías de ingleses y gascones, que
juntadas con las gentes de don Antonio y suyas, había de ser
poderoso a quitar al rey la corona, en cumplimiento de dichas
profecías; juntó sus consejeros para deliberar lo que se había de
hacer, pero a ellos pareció, que no debía declararse que primero no
tuviese junta la gente que aguardaba, y que en el entretanto que
tardaban, se entretuviese como mejor pudiese, dilatando el juramento
de fidelidad, moviendo conciertos y tratos, sin concluir alguno, y si
el rey mucho apretaba, aconsejaban que se le hiciese el
reconocimiento y homenaje, pero de tal manera, que hubiese en él
alguna nulidad notoria. Nombró embajadores a Ponce de Perellós,
Ramón de Perellós, su sobrino, Francisco de Vilanova y fray
Dalmacio Çacirera; y a 22 de
octubre les hizo la procura, y aconsejado de sus letrados, buscaron
un notario que estaba descomulgado, llamado Francisco de Monçon
(Monzón : Montisono), y no podía tomar el auto, por
obstarle la excomunión. La instrucción que llevaban estos
embajadores era de tratar de algún asiento en las pretensiones que
el conde tenía de las mercedes que el rey le había de hacer, sin
concluir cosa, por dar lugar a que vinieran las gentes que aguardaban
de Gascuña e Inglaterra; pero llegados a Lérida, el rey, que sabía
cuán malos consejeros tenía el conde, les envió a decir por el
obispo de Barcelona y Francisco de Aranda, que no se pusiesen en otro
trato, ni pidiesen cosa alguna, sino que hiciesen luego la debida
obediencia, que en otra manera no podría excusarse de proceder
contra el conde, como a desobediente a su rey y señor.
Cuando
pasaban estas cosas, pidieron los de la ciudad de Huesca al rey, que
revocase un privilegio o gracia, que el rey don Martín había hecho
de 1000 florines cada año, por tiempo de diez años, al conde de
Urgel. El caso fue que había en aquella ciudad muchos bandos y
parcialidades, cuyo remedio dependía de la presencia del rey o de
persona de la casa real, pero como estaba tan pesado de su persona,
no podía ir allá, y por eso nombró al conde de Urgel por protector
de aquella ciudad por tiempo de diez años, con salario de 1000
florines cada año, porque durante el dicho tiempo apaciguara
aquellos odios y discordias y redujera a paz a los vecinos de ella.
Como el conde no era muy quisto en aquel reino, deseaban verle fuera
de él, y con título que habían cesado aquellos bandos, pidieron al
rey revocase la merced hecha al conde, pues era superfluo aquel gasto
y no gustaba el pueblo de tal superintendente; y así a 16 de octubre
de 1812, (1412) en Zaragoza, revocó el rey esta
concesión y merced hecha al conde, de lo que no quedó él muy
gustoso, porque le pareció que aquello más lo hacía el rey para
echarlo de Aragón, que por alivio y favor de los de la ciudad de
Huesca.
Los embajadores, por no enojar al rey, acordaron hacerle
la obediencia, sacramento y homenaje, según uso de Cataluña y poder
les había dado el conde, especial para esto, aunque luego que ellos
se partieron para Lérida, el conde le revocó y anuló; pero esto
fue más público que secreto, y aunque en el proceso criminal se le
hizo al conde cargo de diversos delitos, pero de esto no se habló
palabra; verdad es que lo dijeron dos testigos, el uno por haberle
oído del mismo conde de Urgel que había hecho intimar la revocación
al notario que había tomado la procura, y el otro testigo en su
deposición dijo lo mismo, aunque no dio otra razón de su ciencia,
sino que lo había oído decir, y no dijo a quién.
El auto de la
prestación del sacramento y homenaje fue muy solemne: hízose en el
altar mayor de la Seo de Lérida, a 28 de octubre de 1412, después
de celebrada la misa mayor, y asistieron el obispo de Barcelona, el
abad de Valladolid, el conde de Cardona, el gobernador de Cataluña,
Olfo de Proxida, Rodrigo de Liori, Francisco de Aranda, del consejo
del rey, y otros muchos caballeros y nobles de la Corona. Acabado
este auto, que para todos fue de gran consolación, mandó el rey al
abad de Valladolid, que se llevase a comer consigo los embajadores
del conde, y que la gente de armas que había venido de Castilla, se
volviese.
Los embajadores movieron trato con el abad y otros
ministros reales, de las mercedes que el conde pretendía alcanzar
del rey; y antes de pedir ninguna, para mayor sosiego de todos y que
el conde se asegurase en el servicio del rey, y desengañar a algunos
que decían que el rey nunca le haría merced, propusieron que el rey
casase alguno de sus hijos con la hija mayor del conde, que había de
heredar en falta de hijos todo su estado, y podía por su cualidad y
sangre ser mujer de rey, por descender por parte de padre y madre,
por línea legítima, de reyes. Al abad le pareció bien, y lo dijo
al rey, que lo propuso en su consejo, aunque la respuesta no se dio
luego, porque el rey estaba de partida para Tortosa, para visitar al
papa Benedicto de Luna, que tanto le favoreció y valió para
alcanzar el reino. Estuvo en aquella ciudad quince días, hasta 22 de
noviembre. Procuró el papa asegurar al rey en su obediencia y
devoción, representándole lo mucho que le estaba obligado, por lo
que había hecho por él. Desde Tortosa mandó convocar cortes en la
ciudad de Barcelona, para el primer día de diciembre, para recibir
de los prelados y barones y demás el juramento de fidelidad y
homenaje que, por razón de sus ... y naturaleza, le eran obligados a
prestar, asignando el día 20 de diciembre. A 26 de noviembre
llegaron el rey, la reina y el primogénito don Alfonso al monasterio
de Valldonsella, fuera los muros de Barcelona, y aquí se
alojaron; a 28 entró el rey en la ciudad, y el día siguiente la
reina, don Alfonso y el infante don Pedro, sus hijos; y a 9 de enero
se dio principio en el monasterio de predicadores a las cortes.
Estando aquí, los embajadores del conde, que aún no tenían
respuesta de lo que habían tratado con el abad, pidieron audiencia
al rey y le dijeron: - Señor, parece que el conde está en grande
recelo de vos, é si a vuestra alteza pluguiese que hubiese entre vos
y él algún buen deudo de matrimonio, sería quitado el temor y
vendría mejor a lo que pluguiese a la vuestra merced; por ende,
señor, si a vuestra merced bien visto fuese de darle al infante don
Enrique vuestro fijo, maestre de Santiago, porque casase con su fija,
heredera del condado, sería vuestro servicio, pues, señor, sabedes
como el conde y su mujer son de la casa real de Aragón, y su casa es
la mejor que hay en el reino, y si vuestra merced lo ficiese, el
conde terná (tendrá) que habedes voluntad de le
allegar a vos e de le fazer merced, e devedes lo fazer por el debdo
que con vos han él e la infanta su mujer, y darle alguna enmienda de
lo mucho que ha gastado y quedan disminuidos su casa y estados. - El
rey no gustaba de tal demanda, y le pesaba que quisiese ponerse el
conde a trato con él, y más estando con opinión que todo aquello
era ficción; y notaba mucho siendo el conde llamado a las cortes, ni
viniese ni enviase procurador, y era notada esta falta de todos. Con
todo, el rey no quiso declararse contra él, sino reducirle a su
servicio con beneficios y mercedes. Propuso el negocio en su consejo,
y dio por respuesta, que el conde en lo que pedía no tenía
justicia, porque si se había puesto a demandar el reino de Aragón
y habían hallado los jueces que no tenía justicia, no le había el
rey de pagar las costas, salvo en caso que quisiese hacerle merced.
Érales también muy grave lo del casamiento del infante don Enrique,
que había ya más de cuatro años que era maestre de Santiago, y era
hombre de grandes pensamientos y pretendía casar, como casó
después, con doña Catalina, hermana del rey don Juan de Castilla,
aunque no muy a gusto de la dama, y se le proponían otros grandes
casamientos. Con todo, deseoso el rey de traer a su servicio al
conde, doliéndose que aquel caballero tan mal aconsejado se
perdiera, acordó que era bien hacer lo que pedía, a más de otras
mercedes, y mandó llamar a sus embajadores, y según refiere Fernán
Pérez de Guzmán, les dijo: - Embajadores, como quiera que yo no
haya razón de responder a las demandas y tratos que el conde de
Urgel me envía a demandar, pero porque él y vosotros conozcáis que
he voluntad de le hacer merced, y que no quiero dar lugar a que se
pierda, mi merced es de le dar lo mío y de le otorgar sus
peticiones, por el debdo que conmigo ha y por ser casado con mi tía,
y a mí place de le dar en casamiento a su hija a don Enrique, mi
hijo, maestre de Santiago, y que le habrá por propio hijo; y por
hacer mayor su estado, quiero le hacer merced de la villa de
Momblanc, con título de ducado, porque se llame duque de Momblanc y
conde de Urgel, y quiero le dar más, por rehacer su casa y enmienda
de los gastos que ha hecho, ciento y cincuenta mil florines de
oro, y por hacerle más merced, quiero que haya de mí cada año él
y la infanta, mi tía, su mujer, y la condesa su madre, cada dos mil
florines de oro, que sean seis mil florines cada un año.
Esto
ofreció el rey, según dice aquel autor; pero yo he hallado, que
también le ofreció la villa de Tárrega, pueblo muy rico y numeroso
y confinante con el condado de Urgel, y había en él muchas casas de
caballeros muy principales y ricos; y añade más Laurencio Valla,
que dijo el rey, que le había de dar tanta honra y preheminencia,
que le daría lugar y asiento en medio de sus cinco hijos, con este
orden: que el primogénito y el infante don
Juan estarían
primero, y después el conde y luego don Enrique, don Pedro y don
Sancho, así que, entre sus hijos, el tercer lugar había de ser del
conde.
Parece que cuanto más se mostraba liberal el rey con el
conde y sus madre y mujer, más esquivos estaban y menos caso hacían
de las mercedes y favores que se les proponía, y buscaban
dilaciones, con ánimo de apercibirse para resistir al rey y a sus
ministros; y esto era en ocasión que estaban todos tan confiados de
que el conde quedaría en su servicio, que tenía el rey pensamiento,
acabadas las cortes, de ir a Valencia y de allá pasaría a Castilla,
y así se decía públicamente; pero las cosas sucedieron de manera,
que antes de acabarse las cortes, fue necesario partirse el rey para
Balaguer, para resistir al conde, que tenía inquieta toda aquella
tierra, porque después que su madre y consejeros le dieron a
entender que de ninguna manera se sometiese al rey, buscó todo el
favor posible con los otros príncipes de la cristiandad, y más con
los reyes de Francia y Navarra; pero ellos se excusaron de valerle, y
así envió a don Antonio de Luna y a García de Sesé a
Burdeos, porque en su nombre tratasen y condujesen confederación
con Orthomas, duque de Clarencia, hijo segundo de Enrique IV, rey de
Inglaterra, y con Eduardo, duque de Ayork, que era nieto del rey
don Pedro de Castilla, hijo de Aymon, conde de Cantobrigia, y de la
infanta doña Isabel, tercera hija de aquel rey, y entraba con ellos
a la liga el conde de Orset; pero esta confianza del de Ayork (York)
era vana, y poco el deseo que tenía de meterse en esta guerra, y lo
demostró presto, pues aún estando el rey en el cerco de Balaguer,
le envió sus embajadores para confederarse con él y hacerse muy su
amigo, y esto lo hizo movido de otra embajada que el rey le había
hecho cuando supo que quería valer al conde de Urgel, enviándole a
visitar y requiriéndole de muy estrecha amistad y alianza: y así
desamparó al conde, confiando que por medio del rey se le haría
enmienda de algunos derechos que pretendía tener en los reinos de
Castilla y León, y confiaba con favor y medio del rey alcanzarlos;
pero no le salió como pensaba, ni quedó muy medrado de haber dejado
al conde y haberse confederado con el rey, que le pagó la amistad
con cortesías le hizo, y buenas confianzas que le dio.
Dicen que
antes que el duque de Clarencia entrara en ella, quiso enterarse de
la justicia del conde, y que le envió un famoso letrado que le
informó de ella, de manera que quedó satisfecho. Concordóse por
medio de estos tratadores, que el duque valdría al conde con tres
mil archeros y mil bacinetes y vendría él en persona,
si el rey su padre le daba licencia; y si por algún impedimento
dejaba de venir, enviaría a costa suya quinientos bacinetes y tres
mil arqueros, pagados hasta San Juan; y el conde le prometió dar en
recompensa de este socorro al duque el derecho y título de rey de
Sicilia, y su hermana por mujer: otros decían su hija doña Isabel,
y la heredaba del condado de Urgel y demás títulos, si moría sin
hijos varones.
Concertóse también con Eymerico de Comenge y
Juan de Malleó, capitanes franceses, que habían de ser en Cataluña
por todo el setiembre de 1413, con dos mil caballos, y había de
haber entre ellos ochocientas lanzas y quinientos ballesteros de a
caballo, y quinientos de a pie con ballestas de acero, y habían de
entrar por la parte de Andorra y vizcondado de Castellbó. Había
también enviado el conde a Tolosa, a 21 de agosto de 1413, a
Bernardo de Llorac y Gisperto de Guillaniu, caballeros de su casa,
para hacer que Pedro Ramón de Rapistany, señor de *Camponacho,
hiciese venir toda la gente que pudiese. También don Antonio de
Luna, estando en Burdeos, trató cor Basilio de Génova y Anglot, y
con Gracián de Agramonte o de Vasconia, capitanes de
gentes de armas inglesas, que estaban a gages del rey de
Inglaterra en Burdeos, que entrasen con sus gentes de armas en
Aragón, e hicieran en él guerra.
Habíase llevado don Antonio
algunas acémilas (assémila, ase) de moneda y muchas de las
joyas del conde, y fuélas vendiendo poco a poco: de una cadena le
dieron 150 escudos, y 400 de un collar; y nunca halló quien le
comprase una suntuosísima y costosa cruz que había sido del duque
de Barri (o Berri), que a más del oro y piedras que había en
ella, eran tantas las hechuras, que nadie entendió en quererla
comprar; y como él estaba falto de dinero, puso en almoneda
las demás joyas, y al principio pedía por ellas 25.000 florines, y
después bajó a 10.000, y después a 6.000, y por estos las vendió,
y dio algunas pagas a los soldados, y concertó que no entrasen
juntos en estos reinos, sino cada uno por su parte, por excusar
inconvenientes se podían suceder, si entraran juntos. Hecho esto, se
vino don Antonio de Francia, que no debiera, porque por faltar en
Francia quien diese prisa y calor a la gente que había de entrar, le
vino a faltar al conde el socorro que aguardaba de aquellas partes,
en la ocasión que más necesitaba de él, y podíale más aprovechar
don Antonio estando allá, que no aquí. Luego que fue llegado, para
autorizar las cosas del conde y ganar crédito con aquellas gentes
que habían de venir, procuraba que en Aragón se tomaran algunas
plazas, como fue el castillo de Trasmoz, que está en las
faldas de Moncayo; y este se tomó más por descuido de los que le
guardaban, que por combate; y aunque se alborotó toda aquella
comarca, pero de aquella vez quedó el castillo por don Antonio, que
mandó alzar banderas por don Jaime y aclamarle rey de Aragón, y le
tuvo algún tiempo, aunque después lo dejó por 50.000 florines que
le dieron. Atemorizáronse los aragoneses de manera con esto y con
las nuevas que tenían de los gascones e ingleses que habían de
entrar, que se tuvieron por perdidos, y cada día daban aviso al rey
de lo que sabían, pidiendo socorro y favor.
Sin esto, sucedió a
los postreros de mayo, que entró el capitán Basilio, y con la gente
que llevaba tomó dos lugares de Aragón, que eran Lorbes y
Enbun, e hicieron jurar a don Jaime por rey, y talaron la
campaña y dejaron presidio en ellos, y se pasó al castillo de Loarre, donde estaba don Antonio, para cobrar el sueldo le había
prometido; y don Antonio, que estaba falto de dinero, le remitía al
conde de Urgel, y le decía que fuera a Balaguer, que allá sería
pagado; pero Basilio no quería salirse del castillo de Loarre, que
no fuese pagado. Las nuevas que cada día llegaban a Barcelona
obligaron al rey que enviara a don Francisco de Eril fuese a valer a
los de Zaragoza y Huesca, que habían puesto cerco a los castillos
que don Antonio y Basilio habían tomado, y para que metiese gente
dentro de Huesca, para defender aquella ciudad, si quisiese
apoderarse de ella don Antonio; y él lo más presto que pudo se
partió de Barcelona con algún número de gente, que serían ciento
de a caballo. El conde tuvo aviso de su venida, y mandó salir de
Balaguer doscientos caballos y más de trescientos ballesteros, que
se alojaron en Linyola
y aguardaban a don Francisco, que ya estaba
en Tárrega, con harto temor de la gente del conde, porque los de
aquella villa habían enviado espías y sabían que toda aquella
gente que había salido de Balaguer le aguardaban que saliese de
Tárrega, para dar sobre él, y así se lo enviaron a decir a 29 de
mayo. Estuvo don Francisco y los suyos en ella hasta un lunes, que
era a 5 de junio, que llegó allá Jorge de Caramany, y de parte del
rey le dijo, que se partiese luego para Lérida, que él se ofrecía
llevarle por caminos seguros. Salieron a las once de la noche y
fueron a Bellpuig, y de allá a Vilanova, y de aquí, andando fuera
camino, pasaron los llanos de Miralcamp, y salieron al collado de
Bellfort, y al salir el sol llegaron a Torregrossa y de allí a
Pradell, y de aquí a Margalef, que era lugar despoblado, así como
hoy lo es, y está a una legua de Lérida. Aquí dejó don Francisco
a Jorge de Caramany, * se volviese, porque le pareció ya estar fuera
del peligro; y él, antes de partirse, mandó a sus espías que
corriesen la tierra, y descubrieron los doscientos caballos del
conde, cuyo capitán era Berenguer de Fluviá, y el estandarte que
llevaba era verde, blanco y negro, y sin dar lugar a que los espías
volviesen, dio sobre don Francisco y su gente, y le mató tres o
cuatro hombres y prendió casi todos los demás, y quedaron heridos
muchos, y don Francisco de Eril se retiró a Torregrossa, donde ya
había llegado
Jorge de Caramany, y había hecho abrir las
puertas, para que se recogiesen allí los que escapasen; y estaban *
harto temor que no les cercasen, porque se decía que habían enviado
a Linyola a buscar los trescientos ballesteros que allá habían
quedado, y así lo más presto que pudieron pasaron a Juneda, lugar
del condado de Cardona, y aquí aguardaron orden de lo que el rey
mandaba que hicieran. Holgó la condesa mucho de este suceso, y lo
celebraba, haciendo burla de los vencidos; y de la ropa, bestias y
demás cosas que tomaron, hicieron almoneda en Balaguer, y el conde
llevó la quinta parte, y los presos se rescataron por un marco de
plata cada uno, y los amigos del conde, a quien parecían mal estas
acciones, le disculpaban, diciendo que aquella salida había sido a
contemplación de Juan Despont (d´Es Pont), enemigo de don
Francisco, para vengar la muerte de su padre, en que había sabido.
Sucedió también, jueves a 8 de junio, que salieron del condado de
Urgel algunos ballesteros y entraron en el marquesado de Camarasa,
que ya había sido de los antiguos condes de Urgel, y se llevaron
treinta cabezas de ganado. El día siguiente salió el conde de
Balaguer y fue a Castellón, para ver y animar a la gente de
guarnición que tenía en los castillos del vizcondado de Ager, e iba
muy contento del suceso de Margalef, y confiaba haber de salir muy
bien de su empresa, con el favor y ayuda de las gentes extranjeras
que esperaba; pero había muchos de los que le servían que juzgaban
a locura lo que el conde hacía (y bien juzgaban), y lo que
era de llorar, no había nadie que se lo osase decir, por temor de la
condesa, su madre, que aborrecía sobre todas las cosas a los que
trataban desengaños y decían lo que sentían.
Había el conde
de Urgel, antes de la declaración de Caspe, tomado la palabra a
muchos caballeros de Cataluña, que le habían de valer y favorecer
hasta verle rey; y como la opinión común era pertenecerle a él
la corona, muchos se lo prometieron; pero después de hecha la
declaración y vista la porfía, y que se iba voluntariamente a
despeñar, todos le desampararon y aprobaron lo que la justicia había
hecho; y de esto estaba muy quejoso el conde, y más del de Cardona,
que por ser deudo suyo y muy poderoso, era de quien más había
confiado. Envióle un heraldo, que salió de Balaguer a los primeros
de junio y entró en Barcelona en ocasión que la corte estaba junta:
* entró por la ciudad, a caballo, vestido de su cota de armas, y
llevaba un cartel en que estaban escritas las quejas que el conde de
Urgel tenía del de Cardona, y do quiera que había corrillos
preguntaba por él, y les hacía leer (sabrían casi todos)
aquel cartel de desafío, y les rogaba que le hiciesen sabedor de lo
que leían, y que el conde de Urgel le desafiaba cuerpo a cuerpo.
Esta novedad alborotó no poco a la ciudad de Barcelona, y cada uno
hablaba según el amor que tenía al conde, y todos aguardaban ver al
rey cómo lo tomaría; y fue que mandó prender al heraldo y darle
cien *azotes a caballo, por las mismas calles por do había pasado, y
después lo envió a su señor. Dicen que fue grande el enojo que
recibió el rey de este desafío, y lo juzgó a desacato, y que tal
se hiciese en tiempo que él estaba allá y junta la corte, sin
licencia suya, y quiso que de esta manera quedara satisfecho el
agravio que pudiera haberse hecho al conde de Cardona, y así se
impidió el desafío y puso treguas entre los dos condes, y mandó
despachar letras al de Urgel, que se le presentaron, domingo a 12 del
*; y dice Valla, que estimó más al rey que lo pagara el heraldo,
que no que se encendiera guerra entre aquellos dos príncipes.
Discursa también el autor si el rey hizo bien en esto, por ser los
heraldos, según el derecho de las gentes, inviolables; pero a más
de entenderse esto solamente * respecto de aquellos con quien tratan,
y no de los otros, * esta ocasión el castigo del rey dicen haber
sido justo, porque
con descortesías excedió la licencia que el
oficio le *; Tomólo muy mal el conde, y de aquí infiere aquel
escritor que tomó causa de rebelarse; pero es cierto que muchos
meses había tenía aquel pensamiento.
Estaban persuadidos los
consejeros del conde, que para * buen buen principio a su empresa, le
convenía tomar en Aragón la ciudad de Huesca, y en Cataluña la de
Lérida, por ser muy vecinas, ésta del condado, y aquella de las
baronías de Alcolea y demás de Aragón; Berenguer de Flu*, que era
el inventor de esto, emprendió apoderarse de Lérida, donde había
muchos amigos del conde, particularmente un Bernardo de Torramorell y
T. Belver, y no aguardaban sino ocasión para declararse por él y
entregarle aquella ciudad. Estaba en ella Riambau de Corbera,
lugarteniente de gobernador, que la tenía en defensa y andaba muy
cuidadoso de la guarda de ella. Sucedió que el conde, con motivo de
tomar Arbeca y Juneda, lugares del conde de Cardona, mandaba juntar
muchas armas y municiones en la villa de Menargues, que está entre
Lérida y Balaguer, y esto daba harto cuidado a los de aquella
ciudad, porque sospechaban que todo aquello había de servir
para
ellos. Ponían de día y de noche guardas y estaban muy prevenidos, y
temían que el día de Corpus, cuando todos estarían ocupados en la
procesión, no sucediese alguna novedad; y no iban en ello fuera de
camino, porque sucedió que un hijo de Arnaldo Cuco, letrado de
Balaguer, con ocho o diez hombres de a pie, quiso escalar el
monasterio de San Hilario de aquella ciudad, que está fuera de ella
cuanto son seis tiros de ballesta, y es de monjas Cistercienses; pero
no pudo hacer nada, porque luego fue descubierto, y salieron, aunque
sin armas, el veguer y Francisco San Climent, paer o regidor primero
de aquella ciudad, con alguna gente de a pie y todos sin armas, lo
que fue gran temeridad; y Riambau de Corbera lo tuvo muy a mal,
porque no sabían de cierto si había allá alguna emboscada, y por
eso mandó cerrar las puertas de la ciudad y poner guardas en ellas y
gente por los muros; pero no sucedió más de lo dicho, y el veguer y
demás volvieron poco después, y dijeron haber visto diez hombres
con ballestas, y por estar ellos desarmados no les osaron acometer, y
fue cierto que el conde no supo en ello, antes le pesó, porque aquello no sirvió de otra cosa que de acuerdo para los de
aquella ciudad.
* siguiente se fueron continuando los avisos de
que se ajuntaba mucha gente en Menargues, y la condesa, su madre, y
la infanta y hermanas del conde, habían *do cartas a sus vasallos
para que cada pueblo en* número de hombres a Menargues, y estuviesen *vigilia de San Juan, por importar para una empresa habían de
hacer muy notable. Acudió mucha gente, cuatrocientos de a caballo y
dos mil de a pie, y don *ería ir con ellos; pero no fue, porque se
lo des*, y solo salió hasta Menargues, para concor* disgustos tenían
los aragoneses y catalanes. Lle* gente dos capitanes, el uno era
Berenguer de * era el que puso en la cabeza del conde esta sa* el
otro, Juan de Cortit: hízoles aquí un razonamiento, encargándoles
que hubiesen por capitán a B. de * que entrados en la ciudad, ni la
saqueasen, ni *, y el grito fuese Aragón y Santiago (Jaime,
Jayme); y de aquí, *ado de fray Juan Ximeno, obispo de Malta,
Al*ez y Pedro Pérez de Barbones, de Zaragoza, lle* amanecer, el día
de San Juan, a Albesa; y an* el camino, hablando de la toma de
Lérida, le *ron que la dejase, porque aunque se tomase aque*, había
de ser muy dañoso a él y sus vasallos y * y era cierto habían de
tener todos muchos disgustos de ello; y el conde, algo turbado de lo
que le decían, *: que maldito fuese mosen Fluviá, que le había *do
y le había metido en ello, pero que por estar *io en el punto que
estaba, no era posible dejallo, * resto se vería el suceso con
ciertas humadas y *ue se habían de hacer, si la tomaban. Estaban los
de Lérida con gran cuidado y opinión que todo aquel aparejo de
armas y convocación de gentes se hacía para tomar aquella ciudad, y
así doblaron las guardas y toda la noche fueron rondando por los
muros con un trompeta que continuamente tañía, y enviaron por la huerta algunos espías,
hasta cerca de Noguera. Era la víspera de San Juan, y a media noche
partió R. Berenguer de Fluviá, acompañado de Juan de Fluviá, su
hermano, Berenguer Arnau de
Morell y su hermano, Luis de Meja,
Juan de Olzinelles, Juan Cortit, Dalmau de Alentorn, Andrés de
Barutell, don Pedro de Alagón, Juan de Sesé, T. Vilafranca,
Bernardo de Torramorell, Juan Giménez de Salanova y otros caballeros
y gentiles hombres, con cuatrocientos de a caballo y dos mil de a
pie, para Lérida, con tan grande secreto, que nadie supo dónde iba,
hasta que hubieron pasado el río de Noguera Ribagorzana. Hallaron en
la huerta de Lérida los espías y algunos hombres de la ciudad que
habían salido a cortar rama para la fiesta de San Juan
(hoguera), y les prendieron. Había ya llegado la gente del
conde a la puerta de Picavall, en la huerta de Lérida, y aquí les
amaneció, y llegó a ellos Antonio Robió, de Lérida, y les dijo
que se volviesen, que ya eran descubiertos, y valía más diferir
aquel hecho para otro día; y así lo hicieron, y queriendo atar a un
hombre que habían tomado, les escapó, y aunque corrieron tras él,
no lo pudieron prender, y éste dio aviso de todo lo que había visto
y que habían salido algunos de la ciudad a decir a Berenguer de
Fluviá que se volviesen, de lo que quedó Riambau de Corbera muy
sentido y mandó luego tomar a seis o siete que sospecharon saber en
el caso, y entre ellos un Andrés Vilar, que otorgó que sabía en
aquel negocio, y confesó su delito (le harían cosquillas con una
pluma de ganso), y que si pudiera, hubiera dado una puerta a la
gente del conde, y la justicia le condenó a hacer cuartos
(pero no de albañil, descuartizarlo), y la sentencia se
ejecutó delante * la casa de la ciudad, que llaman la Paheria (de
los paheres, paeres); y fue necesario que la justicia proveyese
de guardas al alguacil y * ejecutor de aquel auto, porque el pueblo
se alborotó mucho, porque a deshora salió uno con un basalart
y decía que muriesen aquellos que entendían en aquella ejecución.
Riambau de Corbera estaba en el castillo, y luego que sintió el
alboroto, bajó a la ciudad y mandó que todos los que miraban
aquella ejecución saliesen de la plaza y fuesen a la muralla, y
aunque mandó buscar el alborotador, fue imposible hallarlo, por
haberse metido entre la gente y haberse puesto en salvo; y los amigos
del conde, que se vieron descubiertos, y que se procedía con tanto
rigor contra Andrés Vilar, se salieron por la puente, porque los
ministros de la justicia no habían acudido a cerrar aquella puerta.
Quedó la ciudad, aunque alterada del sobresalto que tuvieron, quieta
y sin sospecha alguna, porque el castigo de aquel delincuente puso
terror a los demás. Afirmaban algunos que el aviso que tuvieron los
de Lérida de * venida de la gente del conde se lo dio micer
Tristany, *cian haberlo hecho, porque él recibía algunos censales y rentas en Lérida, y temía que si la ciudad era tomada, las
perdiese; pero esto no había fundamento y era calumnia, porque
siempre fue muy aficionado del conde y era cuñado de R. Berenguer de
Fluviá.
Retirada ya la gente del conde y llegados a Corbins,
antes de pasar el río, quiso Berenguer de Fluviá, su capitán, por
mayor disimulación, que fuesen a Arbeca o Juneda; pero no le
quisieron seguir, por estar trasnochados, y así tuvo por bien de
volverse a Menargues. Estando aquí, les vino orden del conde que
nadie se moviese sin orden suya o de B. de Fluviá, a quien vino
aviso que si quería volver a Lérida, podían, que ya no había
peligro y estaban descuidados; y así el lunes siguiente, que era a
26 de junio, partieron todos, y llegaron antes de amanecer al
monasterio de nuestra Señora del Carmen, y cubiertos de una tapia,
pasaron a la casa contigua, que es una iglesia de los comendadores
de San Juan, y por hallar las puertas cerradas, entraron por una
ventana y las abrieron, y se entró dentro toda la gente de a pie que
pudo caber en ella, * que por poco se ahogaron, por ser la iglesia
pequeña y todos querían entrar en ella; y uno que se llamaba
Nicolás Çoreta (o Çareta),
por impedir que no entrasen más, con la espada dio al pavés de uno
que quería entrar, diciendo que se volviese, y los de dentro, que no
sabían lo que era, sino que oyeron las voces y golpes de espada, se
alborotaron y decían que se les había hecho traición, y los que
estaban fuera decían que ya habían sido descubiertos, y se faltó
poco que todos no se volvieran. Después de haberlos sosegado, les
mandó Berenguer de Fluviá que caminasen hacia la ciudad, *temía
que con el rumor que habían movido no fuesen descubiertos, porque
sintieron sonar una trompeta y responder otra que estaba en el
castillo; y esto les causó no poca alteración, y era, según
refiere Laurencio Valla, que un trompeta, fatigado del calor, había
salido de su casa, y por pasatiempo sonaba la trompeta por aquella
parte de la ciudad por donde pensaban entrar la gente del conde.
Había en el castillo otro trompeta, que luego que sintió * primero,
le respondió, y todos tañían a porfía, cosa ya muy usada en
aquella ciudad, y más en tiempo del verano.
La gente del conde,
que no sabía esto qué era, estaba admirada, y pensaban ya ser
descubiertos e hicieron ruido, y * la quietud de la noche fueron
sentidos, y con la claridad de la luna, aunque poca, descubiertos del
trompeta, que luego tocó alarma, y el que estaba en el castillo hizo
lo mismo, y con esto toda la ciudad quedó avisada. Dalmau *
Mur,
caudillo de los estudiantes, bajó con ellos y con * a la plaza, y
cada uno acudió a su puesto. Dice Valla, * cuando fueron
descubiertos habían entrado ya *cuatrocientos hombres en la ciudad;
pero lo cierto es no haber entrado ninguno, porque la puerta por
donde habían de entrar, que era la más cercana de unos molinos que
había *entre la ciudad y el río, no estaba abierta, porque la gente
* más confianza que el conde tenía dentro estaba presa, y *tros
atemorizados con el castigo que habían dado al *Vilar, y así
pasaron a otra puerta llamada entonces del *Mercadal, que yo creo
sería la que hoy dicen del Carmen, y *trataron de tomarla; pero no
hubo lugar, porque hallaron mucha resistencia y el muro lleno de
gente que les tiraban * y saetas, y dispararon una lombarda
que estaba sobre aquella puerta, e hirieron el caballo de Juan de
Fluviá, * gente del conde con ballestas tiraba a los de la ciudad, *
esta manera pelearon cinco horas.
Quedó Berenguer de Fluviá muy
sentido que le hubiese *ido su pensamiento en vano, y mandó meter
fuego en uno de los gavilleros que había en el Mercadal, y fue tan
bien *decido, que quemaron todos los demás había en aquel lugar,
rompieron los molinos, talaron la vega y quisieron quemar otros
gavilleros había cerca de los monasterios de San Francisco y Santo
Domingo, pero desde el muro lo impidieron con lombardas. Como no
habían podido tomar la ciudad, juntaron consejo, y se partieron para
Vilanova de Segriá, que es un pueblo de la priora de Alguayre, y por
el camino metieron fuego a algunas casas que hallaron, y los de
Vilanova, que supieron que la gente del conde venía, desampararon el
lugar y dejaron en él sus haciendas, porque no pudieron recogerlas.
Aquí hallaron muchas gallinas, ánades (comúnmente patos),
bueyes, vino y mucho trigo, y todo lo sacaron, y la condesa había
enviado cabalgaduras para llevarlo a Castellón (de Farfanya),
donde ella estaba, y a Albesa y Balaguer, donde un caballero de casa
del conde, que se llamaba Dalmau Despalau (d´Es Palau), hizo
almoneda de todo lo que se tomó en esta salida. Lo mismo hicieron en
otro lugar llamado La Portella, que es de la misma priora. De aquí
fueron a Alguayre y quisieron tomar el lugar, pero lo dejaron, porque
Dalmau de Çacirera alcanzó del
pueblo que diese setecientos florines, y así pasaron de largo y
llegaron al lugar de Benavent, y mandaron a los vecinos que jurasen
al conde de Urgel por rey, y gritaban todos: Viva, viva el rey don
Jaime! Saquearon el lugar y maltrataron a los vecinos, por haber
jurado al rey, y al cura del lugar dieron tormento para hacerle sacar
dinero, y valió más de mil florines lo que tomaron en este
pueblo.
De todo lo que queda dicho tenía cada día aviso el rey,
porque el lugarteniente de gobernador y Guillermo de *Madonelles, el
veguer y paeres de Lérida, le escribían por menudo todo lo que
pasaba y representaban el daño que le aguardaba a toda la tierra, si
no se daba pronto remedio * esto, encareciendo la necesidad grande
había de él. * avisos tan continuados, y excesos que cada día
cometía la gente del conde, obligaron a que el rey procediese
*contra de él, y guardando los usos y leyes del Principado, *jaron
al rey que mandase hacer proceso contra del conde, como súbdito
rebelde e inobediente y turbador de * pública. Empezóse este
proceso a 3 de junio de * insertáronse en él las cartas de avisos
que el rey *había recibido, y tomóse la deposición
(declaración;
ahora llamamos deposiciones
a otra cosa, que sale del agujero de la franja que tenemos entre los
dos hemisferios del pompis)
de algunos testigos *1 de junio mandó juntar su consejo y les mandó
leer *ceso hecho y lo que había pasado entre él y el conde * pidió
le aconsejasen qué más debía hacer, y los le* dieron por respuesta
esta conclusión:
* dominum regem
per justitiam precedere in vim reme* pro tuitione ipsius reipublice
ad prehensionem civitatis * castrorum et locorum comitatus Urgelli et
vicecomitatus *Agerensis et quorumcumque sibi concomitantium seu
consu* et aliorum de quibus pro tuitione dicte reipublice
vi* expedire.
Aunque
parecía que esto bastaba para proceder contra *del conde y placía
al rey: pero para más justificarle en un *asunto tan grave, mandó
ampliar su consejo, llamando en * arzobispo de Tarragona, los obispos
de Barcelona y * don Juan, conde de Cardona, don Guerau Alamany de
Cervelló, gobernador de Cataluña, Berenguer Arnau de *Cervelló,
Pedro de Cervelló, Francisco de Aranda, donado de Porta-Coeli
(Portaceli, puerta del
cielo), Olfo de Proxida,
caballeros, Berenguer de *, Jaime Desplá (d´Es
Pla), tesorero del rey,
Berenguer Coloma, Gonzalo de Garidell, Francisco Basset, Bernardo
Despont, Pedro Basset, Bernardo Miquel, Aymon Dalmau, y Vicente
Pedris, letrados, y oído el proceso hecho contra del conde, fueron
del mismo parecer que habían sido los demás.
A 26 del mismo mes
mandó el rey juntar otro consejo, y llamó en él al arzobispo de
Tarragona, los obispos de Barcelona y Vich, el abad de Monserrat,
maestre Felipe de Malla, síndico del cabildo de Barcelona, Pedro
Regassol, del de Lérida, al conde de Cardona, al de Pallars, al
vizconde de Illa, mosen Berenguer Arnau de Cervelló, Pedro de
Cervelló, Berenguer Doms (d´Oms,
de Oms), Gregorio
Burgués, Pedro de Sentmenat, el gobernador de Cataluña, Francisco
de Aranda, Berenguer de Bardexí, el vice-canciller, el tesorero Olfo
de Proxida, el doctor Juan González, mosen Juan Fernández, T.
Bisbal, Ferrer de Gualbes, Francisco Busquets, Juan de Ros, Juan
Fivaller, micer B. Colom (o
Colon, Colón), T. Gralla,
micer Gonzalo Garidell, T. Sanceloni, Juan de Ribesaltes, el síndico
de Cervera, mosen Enrique de Centelles, Bernardo de Cruilles, Pons de
Parellos, P. De Zapata, T. de Rexac, Ramón de Vilarasa, Jaime
Pallarés, T. y T. de Cruilles, padre e hijo, micer Bonanat (o
Bononat: bien nacido),
micer Pedro Basset, micer F. Basset, Bernardo Despont, micer Vicente
Pedris, Bernardo Miquel, el síndico de Manresa, micer Juan de
Mombuy, micer Juan Navarro, el abad de Ripoll, mosen Francisco de
Vilanova; y esta es la
orden que están continuados en el proceso. A todos estos refirió el
rey lo que el conde hacía y todo lo que entre ellos había pasado, y
les pidió consejo sobre lo que había de hacer en este caso; y todos
unánimes y conformes fueron del mismo parecer que habían sido los
de la primera junta.
El mismo día en la tarde, estando
junta toda la corte en el monasterio de Predicadores de Barcelona, y
en ella el arzobispo de Tarragona, Alfonso, obispo de Vique.
Dalmacio, abad de Ripoll, Marcos, abad de Monserrat, Juan, abad de
Poblet, Pedro Regassol (lo regachol, regatxol, Beceite),
síndico del cabildo de Lérida, Juan de Prades, síndico del de
Tortosa, Felipe de *Malla, del de Barcelona, Francisco Çacalm,
del de Gerona, Miguel Vernet, del de Urgel, Juan Oller del de Elna,
fray *Galcerán, síndico del prior de Cataluña, por el brazo
eclesiástico;
Juan Folc, conde de Cardona, Pedro de Fonollet,
vizconde de Illa y de Canet, Roger de Pallars, Guillen Ramón de
Moncada, Antonio de Cardona, Pedro de Cervelló, Bernardo de
Cruilles, Galcerán de Cruilles, Bernardo de For*, Francisco de
Vilanova, Pedro de Galliners, procurador del conde de Prades, Juan
Miralles, procurador del conde de Pallars, Felipe de Arany
(Moletes de Arany),
procurador de don Galcerán de Pinós, Berenguer Doms, Juan de
Mombuy, Berenguer *Hostalrich, Francisco de Vilanova, Jaime Marc,
Ramón de *Reixac, Ramón de Cruilles, Jaime Pallarés, Francisco de
*Vilamarí, Francisco de Mombuy, Dalmau de Castellbisbal, *Dalmau de
Rocabruna, Juan de Castellbisbal, por el brazo militar; Francisco
de Gualbes, Juan Ros, Francisco Burgués y Ramón Fivaller, síndicos
de Barcelona, Nicolás Gralla y Berenguer Colom, de Lérida,
Francisco San Celoni, de Gerona, Gonzalo Garidell, de Tortosa, Pedro
Sarta de .... por el brazo real.
Estando, pues, juntos todos y
representando la corte general del Principado, el rey les propuso lo
mismo que a las otras juntas había propuesto, refiriendo los
ofrecimientos había hecho al conde y cuán poco los había
estimado; y la corte, oído esto, dio por boca del arzobispo la
siguiente respuesta.
(Y pudo un castellano entender esto sin
traductor o faraute? Pues claro que sí.)
Senyor molt
excellent: la cort ha sobirana consolacio que vos en aquest acte
hajats proceit e proceiscats axi
justament que vullats ab ella comunicar vostra
justificacio: solament vos suplica que vullats la justicia
acompanyar de clemencia.
Estas juntas y consultas, y tanto
dar razón de lo que había de hacer contra del conde, hacía el rey
por descubrir el ánimo a los de la corte; porque él y los que con
él habían venido se persuadían que los más que estaban juntos en
ella favorecían al conde, aprobaban sus hechos y le daban avisos y
consejos, porque, sin esto, les parecería imposible osara el conde
hacer guerra al rey; y antes de meterse en campaña, quiso ver cómo
lo tomaba la corte, y no fue poco el contento que tuvo cuando vio
cuán unánimes y conformes estaban todos en su servicio, reprobando
los hechos del conde; y así no hallando contradicción en los de la
corte, tomó grande ánimo y conoció por experiencia cuán buenos
y fieles vasallos eran los catalanes (esto para los que dicen
en el siglo XXI, en 2020, que Cataluña no tiene rey. Serán idiotas,
si tienen a Felipe VI de Borbón o Bourbon); y prosiguió contra
del conde en esta orden y modo, que a 27 de junio compareció Dalmau
Desbert, baile general del principado de Cataluña, con una muy larga
*posición (exposición), concluyendo en ella que mandase
ejecutar el rey el consejo se le había dado, mandando prender la
ciudad, *villas y castillos del condado de Urgel y vizcondado de
Ager, * el mismo conde y a todos los que le daban favor y consejo. El
rey mandó luego al gobernador que fuese a ejecutar aquello, juntando
la gente necesaria para aquella ejecución.
Mientras estaban el
rey y la corte entendiendo en esto, llegó la nueva del combate que
habían dado a la ciudad de Lérida, y lo demás que había pasado en
él, que se lo escribieron al rey Riambau de Corbera y los paeres de
Lérida, que como aún estaban turbados y no sabían de cierto * que
había pasado, alargaban mucho la pluma, refiriendo * que sabían
solo de oída. Sin esto, sucedió también que el conde, estando en
Aragón, juntó mucha gente de armas, tomó dos lugares, llamados
Rafal y Spluchs, porque habían recogido dentro de ellos a cien
hombres que habían * un pueblo suyo llamado Albalati; y esta salida
* hecho a contemplación de don Antonio de Luna, que * hombre
bullicioso e inquieto, afeaba mucho al conde * atreviese siempre
retirado en Balaguer y no saliese a correr la campaña, y el conde
por darle gusto, quiso hacer aquella salida, aunque no se vieron él
y don Antonio, porque se había metido muy dentro de Aragón. Este
hecho y el de Lérida no sirvieron sino de irritar al rey, que
a 11 de julio, mandó ser despedidas letras para presentarse al
conde, a los paeres y regidores y singulares de sus pueblos, * los
barones, nobles, caballeros, hombres de paraje y generosos que
estuviesen en compañía y servicio del dicho conde * a él, para que
entregase al gobernador la ciudad, villas y castillos de sus estados;
y a los paeres y regidores, para que no lo impidiesen, sino que
siendo requeridos del gobernador, obedecieran a dichas letras;
mandando a los barones, nobles, caballeros, hombres de parage
y generosos, que se apartasen de don Jaime y no impidiesen al
gobernador la ejecución de lo que iba a hacer, con cominación que
haciendo lo contrario, se procedería contra de ellos y sus bienes
según daría lugar la justicia.
Dentro de pocos días salió
el gobernador, acompañado de don Simón de Mur, Ramonet de Peguera,
Macian Despuig, Jaime Alamany de Bellpuig y otros caballeros.
Llevaban en su compañía a Luis de Torre Morell, escribano del
gobernador, con sus porteros y demás ministros de justicia,
necesarios para aquella ejecución. Llegaron a Lérida, y de aquí,
pasando la puente, tomaron su camino por Termens, y llegaron un
domingo, a 10 de julio a la mañana, a la * de Balaguer, acompañados
de mucha gente que se les había juntado. Don Jaime estaba en esta
ocasión en Albesa, que venía de Aragón; y la condesa, luego que
descubrieron sus atalayas al gobernador, le despachó un correo, y
este le halló junto al monasterio de Nuestra Señora de las
Parrellas, que dista una milla de Balaguer, que venía, y le avisó
cómo habían descubierto al gobernador con mucha gente de a pie y de
a caballo y se había alojado junto a la Rápita, en una cruz que hay
en el camino, y que él que entrase por el portal de Alcoraz,
que le hallaría abierto. Estaban los de la ciudad muy deseosos de
salir y pelear con el gobernador y lo dilataban hasta que el conde
llegase; pero el gobernador que debió de conocer la intención de
los de Balaguer, mientras ellos estaban pensando en esto, se desalojó
y fuese a Lérida; y de allí se partió a media noche para Albesa en
busca del conde y para darle batalla y prenderlo, si pudiera; pero no
le halló, porque ya era en Balaguer.
Algunos de los caballeros
que habían venido con el gobernador se quedaron en la huerta de
Balaguer, con dos trompetas, un portero y Luis de Torra Morell,
escribano del gobernador, para intimar a los de la ciudad de las
letras o fijarlas a la puerta de la puente; pero no osaron, porque
había en una torre, que estaba en guarda de ella, y que las avenidas
del Segre no han dejado rastro de ella, muchos ballesteros, y no
dejaban llegar a nadie a ella, y así un portero tomó una lanza y la
fijó en tierra entre la puente y la casa fuerte de la condesa, que
estaba donde ahora es la capilla de Nuestra Señora de la Horta, y en
ella dejaron las letras que iban dirigidas a los paeres y vecinos de
Balaguer, que las que iban al conde y caballeros no pudo, porque
salieron de la puente algunos con ballestas y lanzas y les tiraron
muchas saetas, e hirieron en las nalgas a don Jaime, a Alemany de
Bellpuig, y a un soldado en la cabeza, y a otro le escalabraron
el caballo. Partidos que fueron los del gobernador, salieron de
Balaguer dos caballeros, que eran Asbert de Vilafranca y Juan Despes,
y tomaron las letras que habían dejado en la lanza, y se las
llevaron a Balaguer, y publicaron ser letras del rey, pero no dijeron
lo que contenían.
Sucedió en este tiempo la rota de Basilio:
éste era ge* y capitán de unas compañías de ingleses, y les hizo
venir don Antonio de Burdeos, para ayudar al conde de Urgel. Estaba
Basilio en Loarre, castillo fuerte de Aragón, y en compañía de don
Antonio, cuyo era aquel castillo, y había ya muchos días que le
daba prisa para que fuese a Balaguer, porque el conde necesitaba
mucho de él y de sus gentes, y también por escusar el gasto que le
hacía en Loarre; y no quería este capitán salir de aquel castillo,
que primero don Antonio no le pagase lo que debía de su sueldo y de
sus gentes; pero esto era imposible, porque don Antonio no había
de qué, y le desengañó ser imposible darle un dinero, que no fuese
a Balaguer. Sobre eso hubo pesadumbre entre los dos, porque Basilio
decía que él le había hecho venir, y don Antonio decía ser
verdad, pero que ya se le había dicho que su venida era por servicio
del conde (y ya pagaremos
cuando sea rey, JA JA !), y que él le había de pagar, y
temía mucho que si Basilio salía del castillo no le hiciese alguna
traición, y dio orden que si Basilio se quería ir del castillo, que
no le dejasen salir, de lo que se sintió muy agraviado; pero a la
postre se reconciliaron, y el uno se aseguró del otro con
juramentos, y quedaron amigos, y al partirse don Antonio le dio un
caballo blanco, diciendo ser pieza que mucho preciaba, por haber
muerto con él a su mayor enemigo; y decíalo del arzobispo de
Zaragoza. Salido de Loarre, tomó el camino del condado de Urgel y
dividió sus gentes, y la una parte de la compañía fue por el Grado
y llegó a Balaguer doce días antes que el rey pusiese el cerco, y
Basilio con la otra parte de la compañía vino por el huerto, y
cuando pasaron por Alcolea y Castellfollit, tropezaron con el
adelantado mayor de Castilla y sus gentes, que ya les habían tomado
el paso: les acometieron bravamente, y por venir cansados del camino,
fueron vencidos y presos, y de doscientos caballos que llevaba y otra
mucha gente de a pie, no quedó ninguno que no fuese preso o muerto:
al capitán, con cuarenta llevaron preso a Lérida; y el rey dio
luego, a 13 de julio, aviso al papa y muchas ciudades y villas, y al
baile general de Valencia, y al duque de Gandía, y a muchos otros,
de este suceso, y en Cataluña solo lo hizo saber a las ciudades de
Gerona y villa de Perpiñan, y algunos ingleses que habían quedado
en Monte Aragón, para venir al condado de Urgel, se retiraron a
Loarre, y de allá se volvieron a Francia, sin poderlo impedir ni don
Antonio ni otra persona alguna; y el conde quedó con aquellos pocos
que llegaron a Balaguer, y por haber tomado * camino diferente del de
Basilio, se salvaron. Estaba el conde, cuando esto pasó, dos leguas
de Alcolea, donde iba para verse con don Antonio; pero luego que
supo esta *, se volvió a Balaguer muy triste y apesarado de
aquel *suceso, no tanto por la destroza hecha, cuanto por lo mucho de
reputación que perdieron sus cosas, porque hasta aquel punto había
sido muy grande el temor que todos tenían a estas gentes forasteras
que don Antonio y el conde metían, pero de allí en adelante no
hicieron el caso que habían hecho de ellos; y luego escribió a don
Antonio, que lo *más presto que pudiese viniese con la gente que
tenía, e hiciese de manera que el de Agramonte y Menaut de Fa*rara
fortificarse y ponerse a punto de guerra, y por esto necesitaba así
de ellos, como también de otros que habían de entrar por los
puertos de Andorra, y no osaban por temor del conde de Pallars y
vizconde de Castellbó, que no querían darles paso, porque eran muy
servidores del rey y podían hacer mucho daño a la gente que el
conde hacía venir de Francia e Inglaterra.
Obligaban al rey las
novedades que cada día sucedían, que con mano poderosa fuera a
resistir al conde de Urgel, antes que le vinieran los socorros que
aguardaba y se declararan por él algunos de la Corona, que para esto
solo aguardaban verle puesto en campaña, y estos eran en gran
número, sin otros muchos que le habían prometido que estarían a la
mira, y si se apoderaba de la corona o estaba en camino de ello, le
recibirían por rey y señor; y esto parecía muy factible, y más en
aquella sazón que el rey estaba muy falto de gente de armas, porque
toda aquella gente que había venido de Castilla se había ya vuelto
y estaban muy descontentos, porque ni se les había hecho merced ni
pagado tan cumplidamente como ellos pensaban, y pesábales a los
castellanos que hubiese el rey metido en su servicio gente de la
Corona y despedido los que había llevado de Castilla; pero el rey,
confiando que puesto en campaña engrosaría su ejército y no le
faltarían socorros de Castilla, apresuró su partida.
El conde,
cuando entendió la deliberación del rey y que venía para él,
estaba muy dudoso de lo que había de hacer, si se pondría con todo
su poder en campaña, aguardando al rey, o si saldría a darle
batalla, o si se encerraría en Balaguer con toda su gente.
Inclinábase el conde, y era lo mejor, a salir en campaña, y
juntándose con él la gente de don Antonio y franceses que
aguardaba, correr el campo, defendiendo y socorriendo a los castillos
fuertes que tenía en su estado, y cuando se viese muy apretado,
pasa* a Francia y salvar su persona, ya que no pudiese su estado.
Deseaba mucho que don Antonio se juntase con él, o al menos le fuera
a ver en Balaguer, pero no se le pudo persuadir ni jamás sacarle de
su castillo de Loarre, donde estaba tan fortificado, que, si no era
por hambre, era imposible rendirle; y aunque él había sido el que
había *ido al conde en aquella empresa, pero jamás quiso po*le al
lado, ni salir de las asperezas de aquellos montes *cercanos a
Loarre, porque conocía el gran peligro en que se metía. La condesa, que era la primera y principal consejera del conde, no quería
que su hijo saliese al campo, * que se estuviese allá con ella y con
su mujer, herma* hijas, y decía que en los cercos era donde se
prueba * esfuerzo y virtud del caballero, y le pesaba que las dejase
solas, y confiaban tanto de la fortaleza de aquella ciudad * puesto,
que les parecía imposible pudiese durar el rey * gentes mucho tiempo
en la campaña; y no erraban *, si la ciudad hubiera estado
abastecida de armas, pólvora y mantenimientos, como era menester,
porque está de tal manera edificada, que con esto y caballería
*ante que hubiera tenido para correr el campo, podía *entarse largos
años contra todo el poder del rey; porque siendo señor de la
campaña o pudiéndola correr, po* confiar de grandes socorros, así
de la gente de don Antonio, como del duque de Clarencia y otros, que
podían venir por tierras de don Antonio, confinantes con *Valencia.
*Mientras estaban en esto, salió el conde de Balaguer con *te
y cinco de a caballo, y fue a reconocer el castillo y villa de Ager y
su valle, y el castillo de Farfanyá y otros *que había en
aquella comarca; y no fue esto tan secreto, que no lo entendiese
el rey, que sospechó que el conde se quería pasar a Francia y
escaparse, y luego que lo supo, escribió, a 1 de agosto, desde
Tárrega, al conde de Pallars y otros, rogándoles tomasen todos los
pasos de Francia * nociesen a cualquiera que pasara, ora fuese en
hábito de fraile, o peregrino, por la sospecha que tenía de que el
conde le escapase; pero no fue menester esta diligencia, porque
siguiendo el parecer de la condesa, que era el más peligroso, se
volvió a Balaguer, encerrándose dentro de aquella ciudad, y con
esto decía que animaba aquella gente que le había valido, pues
mostraba querer seguir una misma fortuna con ellos; pero los más
sabios y experimentados decían que aquello era desesperación,
porque si el rey se apoderaba de Balaguer, el conde quedaba perdido,
porque no tenía recurso alguno ni podía salvar su estado ni
persona, y era imprudencia encerrarse en una ciudad en que, sino era
de un socorro dudoso, forastero y apartado, era imposible poder
confiar de otro alguno, y sino eran los lugares del condado y
vizcondado y algunos pocos caballeros que estaban con él en
Balaguer, nadie se declaraba por él, aunque había muchos que si le
vieran vencedor, lo seguirían; pero era imposible llegar él a tan
feliz estado, porque el rey era muy belicoso, y a más de la mucha
gente que tenía, aguardaba otra que no le había de hacer falta, y
su suerte era feliz, así como *decaída y menguada la ventura del
conde.
Salió a 23 de junio el rey de Barcelona para
Monserrat, y de aquí vino a Igualada, donde halló a Gil de Liori
.... y al adelantado mayor de Castilla, con compañía de gente de
armas, muy escogida y lucida; de aquí vino a Tárrega, donde estuvo
a 1 de agosto; y de allí, con todo su ejército vino a Lérida, y de
allá pasó a Menargues, pueblo muy bien murado, con su castillo
fuerte, y muchas torres al derredor, que era del conde de Urgel y
dista una legua de Balaguer, donde deseaba llegar el rey aquella
noche, pero no pudo, por ir el río crecido, y así se quedó allá.
El día siguiente quiso dar combate al lugar, pero no fue menester,
porque se dio a partido, y el rey encomendó aquella villa y
castillo, con título de capitán, a Hugo de Vilafranca, caballero
catalán; y esto fue a 5 de agosto, como parece en un resgistro del
rey, fol. 47, Curie sigilli secreti; y con esto quedó seguro el
camino real va desde Lérida a Balaguer; y este mismo día, antes que
el rey se partiera para Balaguer, llegó al conde un socorro de cien
hombres, entre de a caballo y de a pie, que enviaba don Antonio de
Luna, cuyo capitán era R. Berenguer de Fluviá.
Salido el rey
de Menargues, pasó el río, y así siguió el camino real va de
Lérida a Balaguer, donde llegó el mismo día 5 de agosto, con todo
su ejército, y había ya enviado delante a Juan Castillo, alcalde
mayor de Toledo, Ruy Díaz de Mendoza, Ruy Dìaz de Quadros, Juan
Carrillo de Ormesa, Sancho de Leyva, Tell González de Aguilar, Aznar
de San Felices y Pedro Marc, y estos corrieron el campo hasta
Balaguer, donde trabaron una escaramuza con alguna gente del conde,
que había salido a resistirles. Mandó el rey asentar su campo a la
mano derecha de la ciudad de Balaguer, de manera que estaba en la
vega, entre el camino y el río. El día siguiente se reconoció el
sitio de la ciudad y se asentaron las tiendas del rey y de su
meznada, en un cerro alto que está a la otra parte de la ciudad y a
la mano izquierda de ella; e hicieron un palenque a la redonda,
porque pensaba la gente del rey que don Jaime saldría, porque había
dicho muchas veces que cuando el rey llegase a la vega, él pensaba
salir y acometerle, confiando de las lombardas que tenía
desbaratarle; pero no se movió de la ciudad.
Está la ciudad de
Balaguer a la ribera del río Segre, cuyas aguas bañan sus muros, y
tendida a la orilla de aquel río y por la parte del poniente tiene
una vega, que se extiende hasta Lérida, poblada de muy hermosas
huertas y jardines y de muy grandes y espesas alamedas, en campo a
maravilla fértil y abundoso. En lo más alto de la ciudad, a la
parte del oriente, había un alcázar muy fuerte y de obra y
artificio muy suntuoso y excelente; y muy cerca, hacia levante, en un
alto recuesto, había un monasterio de monjas franciscas, y entre él
y el castillo una muy honda cava que los dividía. El adarve de la
ciudad se juntaba con el castillo y se derribaba en una honda valle,
donde había un portal, y de aquí subía otra vez por el recuesto
arriba, y circuía la ciudad por un cerro que la rodeaba toda por la
parte del septentrión, y llegaba a una esquina que mira hacia el
camino de Lérida; y había en este discurso de muro dos puertas, una
que llamaban de la Jueria (judería?), y otra que está detrás
la iglesia Mayor. Estaba todo muy torreado, y un poco más alto de la
puerta de la Jueria había una hermosa torre, que hoy llaman la
Gironella, por girarse aquí el muro (quizás
como la Giralda de Sevilla?), y en la esquina que mira hacia
Lérida hay otra torre cuadrada: desde ella se derriba el adarve por
un recuesto muy difícil de subir, y llega a la puente de Lérida, y
de allí se tiende otro muro hasta el río, que hace una esquina y se
tiende hasta la puerta, que estaba *guardada con dos torres, una a la
entrada y otra a la salida; y aquí acaba la ciudad, y desde la
puerta al castillo no había muro, por ser todo el recuesto que subía
desde la puente al castillo de peña tajada.
De esta
manera estaba aquella ciudad y está hoy, aunque el castillo del todo
dirruido, que solo se conoce rastro del muro y torres de él;
y fuera de la puente había un monasterio de religiosos de Santo
Domingo, fundación de don Armengol de Cabrera, conde de Urgel, y
tras de él una casa fuerte o castillo que había edificado la
condesa doña Margarita, y por esto la llamaban la Casa fuerte de la
Condesa, y estaba muy bastecido y pertrechado; y cuando llegó el rey
a sentar su real, ya los monasterios estaban desiertos. En el
monasterio de las monjas que llaman de Almata, que está a la otra
parte del castillo, en lugar alto, sentaron sus tiendas don Bernardo
de Centellas, Gil Ruiz de Liori, el mariscal Álvaro de Ávila y Pedro
Alonso de Escalante, y tenían hasta setecientos hombres de armas, y
estaban expuestos al daño que podían recibir del alcázar, por
estar muy cercanos e inferiores a él y sujetos a la caballería del
conde, que corría toda aquella campaña. El adelantado mayor de
Castilla con seiscientas lanzas puso sus tiendas cerca de la ciudad,
en la valle que está junto a la puerta de la Juería, cercando así
la ciudad por la parte de los recuestos y montecillos que la
circuían: por la parte del río pusieron también sus estancias,
defendiendo todas las salidas y entradas de la ciudad. En el
entretanto que se asentaba el real, Juan Delgadillo y Juan Carrillo,
con cincuenta caballos, fueron a reconocer el lugar de Castelló de
Farfanya, que estaba muy fortalecido y en buena defensa, y aquí
prendieron dos hombres, y supieron de ellos, como en Albesa estaban
muchas mulas, yeguas y vacas de los vasallos del conde, y fueron allá
y las prendieron y las llevaron al real, y hallaron cuatrocientas
cincuenta cabezas de yeguas, vacas y mulas, y el rey les hizo merced
de la parte que de aquella presa le tocaba, y corrieron los lugares
que el conde tenía en aquella comarca. Por otra parte la gente del
conde hacía gran daño a los que venían de Lérida al real, y no
osaban venir por el camino de Lérida a Menargues y de Menargues a
Balaguer, sino que iban por el camino hay desde Lérida a Termens y
de Termens a Balaguer, y cuando llegaban no podían juntarse con la
otra gente del rey, por la dificultad había de pasar el río; y por
esto el rey mandó asegurar el camino hay de Menargues a Balaguer, y
mandaba que los que venían de Lérida fuesen a Menargues, y de
allá el capitán de aquella villa y castillo tenía cuidado de
encaminarles por caminos que no recibiesen daño, y a 10 de agosto
escribió a la reina, que era en Lérida, hiciese venir por Menargues
la gente que le enviaba, y no por otra parte.
A 19 de agosto
llegó don Alfonso de Aragón, duque de Gandía, que había sido uno
de los competidores, con muchos barones y caballeros del reino de
Valencia, a servir al rey en aquella jomada. Cuando llegó, ya tenía
el rey cercada la ciudad. Venían con él trescientos caballos, a su
costa, y estuvo con ellos todo el tiempo que duró este cerco. La
víspera de San Bartolomé mandó el rey al duque que pasara de la
otra parte del río y se alojase cerca del monasterio de Santo
Domingo; y cuando iba a poner sus estancias, le fueron a acompañar
don Pedro Maça de Liçana
con cien caballeros y don Bernardo de Centellas con algunas compañías
de a caballo; y a la que estuvieron cerca del monasterio, salieron de
la ciudad y de las barreras que estaban junto a la puente algunas
compañías de a caballo y de ballesteros y flecheros ingleses,
gascones y de la tierra, y le acometieron, y el rebato fue de manera,
que los del conde le mataron mucha gente. El día siguiente se
juntaron con él don Guerau Alamany de Cervelló, gobernador de
Cataluña, don Borenguer Arnau de Cervelló, don Pedro de
Cervelló, don Antonio, hermano del conde de Cardona, y don Ramón de
Bages, con seiscientos de a caballo, y se alojaron cerca del
monasterio, que era uno de los puestos más peligrosos, porque era
muy combatido de la gente que había en la Casa fuerte de la Condesa,
y de los de la ciudad, que sojuzgaba todas aquellas estancias, y les
fatigaban mucho con las piedras de los trabucos y balas de las
bombardas que de continuo llovían sobre ellos. Entonces quiso el
duque tomar el monasterio; pero halló en la gente que estaba dentro
de él brava resistencia, y el conde le había muy bien fortificado,
y sobre el tomarle hubo muchos heridos de las dos partes, y por no
poderle entrar aquel día, quedó el duque alojado a la campaña. El
día siguiente, que era viernes, a 25 de agosto, al quebrar del alba,
mandó el duque armar toda su gente y dio un gran combate al
monasterio, y le entró a fueza de armas, y murieron muchos del
conde, algunos del duque, y fueron los heridos muchos; y dicen que
don Pedro Maça de Liçana
se señaló mucho en estos encuentros que tuvieron la gente del duque
y la del conde, cuando querían alojarse; y tomado el monasterio, la
gente que estaba dentro de él se acogieron unos a la puente y otros
a la Casa fuerte de la Condesa.
Pasaron muchos días antes que
estuviesen a punto las máquinas, y si no fuera por la gran copia de
madera que cortaban, tardaran mucho más. Labráronse muchos trabucos
de extraña fuerza y grandeza en Lérida, y en su real tenía el rey
muchos maestros de fundir de artillería, que de día y de noche
trabajaban en ello; y de Barcelona, Valencia y Aragón llevaron allá
gran cantidad de metales, y de los pueblos circumvecinos traían leña
y carbón, y así con más facilidad era fundida y puesta a punto,
que si se hubiera de llevar de Barcelona o de otra parte, y labrábase
muy gruesa y de extraordinaria forma. Sin esto, se trabajaba mucho en
hacer gran cantidad de pólvora, y traían el salitre y piedra azufre
de Barcelona, que el infante don Alfonso y el obispo de León, que
estaba con él, cuidaban mucho de esto, y eran muy solicitados del
rey, y cada día les avisaba de la falta que tenía de semejantes
cosas. Sin esto, cada día enviaba el rey a buscar cuerdas de cáñamo
muy fino para los ingenios y máquinas, y con esto se iban aparejando
todos para el combate de la ciudad. Estaba ella toda muy bien murada
y torreada, y con muy mucha y muy aventajada ballestería, y
había algunas lombardas que tiraban de cinco a siete quintales de
bala, y la mayor de ellas habían labrado en Castellón de Farfanya,
y por su grandeza llamábanla la lombarda mayor. Había algunas
treinta de ordinarias, que tiraban una bala más gruesa que una
naranja, y sin esto había muchos otros tiros de pólvora, que aún
el día de hoy hay muchas de estas lombardas en la casa del
regimiento de la ciudad de Balaguer, y están encastadas en madera, y
a lo que se ve no estaban como hoy en carros, sino que puestas en su
lugar, con la mano se volvían a la parte que querían, alzándose y
abajándose, según era menester para hacer el tiro más
cierto y largo;y eran hechas de piezas, de manera que una lombarda de
estas era compuesta de muchas piezas, que juntas unas con otras,
estaban con aros apretadas como si fueran una cuba;
y así,
hechas piezas, podían ser llevadas donde querían con mucha
comodidad. Todas estas lombardas fueron en la mejor ocasión de muy
poco provecho, porque le vino a faltar al conde la pólvora, que tan
necesaria era para la defensa de aquella ciudad, y esto se atribuyó
a poco cuidado de él y de los que le aconsejaban, porque no hay
tierra en España, ni aún en el mundo, que produzca más salitre que
los llanos del condado de Urgel y toda aquella comarca; y así como
el conde tuvo falta de otras cosas que para su empresa le faltaron,
la tuvo y muy grande de pólvora, y toda aquella artillería quedó
antes de tiempo inútil y sin provecho. Armaron los ingenieros del
rey algunos castillos de madera, y los arrimaron al muro que circuye
la ciudad por la parte del septentrión, y de allí daban gran daño
a los del muro y torres, y aún a los que iban por la ciudad, por ser
ellos más altos que los muros y torres que la cubrían, y por estar
superiores no osaban salir de las casas, porque luego que salían,
llovían saetas y piedras en innumerable multitud sobre ellos: Púsose
a punto la batería así de trabucos como de bombardas, y era más
con ímpetu y fuerza, que con combates de escaramuzas y peleas;
aunque los de la ciudad ponían toda la fuerza en dar rebatos sobre
las estancias, acometiéndolas por diversas partes, como gente
plática y diestra y que sabían volverse a la ciudad sin recibir
daño alguno, porque iban siempre advertidos: bien es verdad que el
conde no gustaba de esto, y temeroso ya de indignar al rey, quería
que los suyos no acometiesen, sino que se defendiesen. Pelearon al
principio algunos días de esta manera, porque no estaban cansados
del continuo afán y ejercicio de las armas; y aunque eran combatidos
por diversas partes, pero no por eso desmayaran, si no vieran que de
ninguna parte podían ser socorridos, y cuanto más iba, más
incierto era el socorro que aguardaban de Gascuña e Inglaterra. En
estos aprietos tuvo el conde un alegrón (que no es lo mismo que
en estas alegrías tuvo el conde un apretón), y fue que supo de
cierto que al pie del puerto estaban para entrar en su valimiento T.
de Monbru (Monte Bruno), Juan Ros y Ramonet de la Guerra,
capitanes franceses, con mil doscientos hombres de a caballo, y
habían ya recibido del conde 6000 florines a buena cuenta de lo que
habían de haber por su sueldo, y querían que fuese suyo todo lo que
pudiesen tomar, y a más de esto pidieron 400 florines luego de
contado; y esto lo pedían a un caballero de la casa del conde, que
se llamaba Gispert de Guillaniu, que era el que los guiaba, y no se
los pudo dar porque no los tenía, y del pillaje no les quiso
prometer sino la mitad, y sobre esto tuvieron sus dares y tomares, y
a la fin Gispert de Guillaniu lo vino a decir al conde, su señor,
que le mandó luego volver a ellos, y le dio 2000 florines; pero
cuando llegó, ya no halló ninguno, y se quedaron con los 6000
florines que tenían recibidos, y decían que se habían pasado a
servir al conde de Armeñac, y jamás hubo modo de hacerles venir,
aunque fue allá Gispert de Guillaniu, y no acabó nada con ellos, ni
aún pudo cobrar un maravedí de los 6000 florines. En estos aprietos
y trabajos estaba la condesa tan animosa y confiada, que afirmaba que
había de hacer a su hijo rey, y estaba muy sentida cuando alguno al
ejército del rey llamaba real, porque decía, que donde no hay rey
no hay real, (como los idiotas catalanistas de ahora) porque
don Fernando no era rey, sino infante de Castilla, y así le nombraba
ella y quería le nombrasen los demás; y sobre el poco respeto con
que trataba y hablaba del rey, había cada día disensiones entre
ella y la infanta, su nuera, que era mujer muy cuerda y sabia, y le
pesaba de la imprudencia y desacato de la suegra. Había también un
micer Tristany, cuñado de B. Ramón de Fluviá, que la animaba, y
solía decir que había de trabajar hasta ver el conde rey, y
entonces cesaría y reposaría. Había muchos que estaban acobardados
y les pesaba haberse metido en aquellos laberintos, y con estos se
valía la condesa de unas letras fingidas que escribía un clérigo
de su casa, llamado Pedro Martín: estas se las hacía llevar la
condesa, y daba a entender que eran avisos de los grandes socorros
que le venían al conde, su hijo, y publicaba por cosa cierta e
indubitada que don Antonio de Luna y el duque de Clarencia habían de
entrar con 30.000 (?) de a caballo; y una noche hizo en Castellón de
Farfanya grandes fuegos y luminarias, para dar e entender que había
venido socorro y que así todos se animasen. (Ya lo hizo Jaime I
en el cabo Formentor para asustar a los de Menorca). Publicaba
asímismo que su hijo había sido veinte y un días rey, y que *
personas le habían quitado el reino; pero los vecinos de Balaguer
conocían muy bien que todo aquello que ella decía era mentira, y se
dolían de que queriéndoles ella engañar, quedasen engañados ella
misma y el conde, su hijo. Con todo, los paeres de aquella ciudad,
por ver si era verdad lo que decía la condesa enviaron sus espías,
y supieron que no había rastro de socorro, y se lo hicieron saber al
conde, para que las vanas esperanzas no acabasen de perderle, y le
persuadían que tomase con el rey el mejor partido que pudiese, pues
sus cosas se encaminaban a estado infeliz y miserable; pero él
siempre les decía que se defendiesen valerosamente en el entretanto
que tardaba el rey en cumplirle ciertas promesas que le habían
hecho, y él les prometió alcanzar del rey perdón para todos los
que estaban con él, y que así no había para qué haberse de
espantar, sino defenderse valerosamente.
Por el contrario, a los
del real cada día les crecía la gente, y los unos sucedían en el
trabajo de los otros con gran alivio; pero los cercados, como no eran
tantos que pudiesen por muchos días defenderse de un ejército
tan poderoso, ni eran todos soldados, sino los más gentes de sus
casas, más avezados al labor del campo y labranza que a hechos de
armas, y también que la fatiga de la noche se les continuaba en la
del día, perdieron aquel ánimo y fervor que mostraron en los
primeros acometimientos, y lo que peor era, dejaban sus estancias y
se acogían a lo más seguro, fuerte y menos peligroso, porque el
castigo no era tan riguroso como requiere la guerra, por el respeto
de los vecinos de la ciudad, de quien se tenía mayor desconfianza,
porque estos comunmente tenían a locura el haberse metido el conde
en guerra con el rey, y no haberles pedido consejo, y estaban
lastimados en ver de sus ojos talar sus campos y heredades y cortar
los árboles de ellos, a más de lo que padecían dentro de la
ciudad, en sus casas, que con la batería de las bombardas y trabucos
se hundían las más, sin que bastase reparo ni invencion
contra las piedras que echaban aquellas máquinas, labradas de los
árboles de sus heredades y campos.
Reconocía el conde el gran
peligro en que estaba y la falta de gente que tenía, y acordó de
enviar a Menaut de Favars, capitán francés, que le había venido a
servir, a Francia, para que le trajese las más compañías de gentes
que pudiera, para que con ellas se pudiera defender y librar del gran
peligro en que se había metido; dióle por esto muy gran cantidad de
dinero; y esta idea era traza del mismo Manaut, para salirse del
peligro y llevarse el dinero del conde. Tenía en aquella ocasión la
guardia del real Luis de La Cerda, con sesenta de a caballo, y estaba
entre el camino que va de Balaguer a Lérida y el río; y como los de
la ciudad conocieron que era poca la guardia, salieron por la puerta
de Lérida, y Menaut de Favars por otra que llamaban de la Juería, y
eran todos ciento cincuenta de a caballo, y dieron de improviso sobre
ellos, hallándoles desapercibidos, y el mismo Luis de La Cerda,
desarmado. Lleváronse catorce o quince acémilas y ocho o diez
hombres, que no se pudieron escapar, y los demás se retiraron,
porque no podían resistir el ímpetu y fuerza de los de la ciudad, y
murieron algunos de la gente del rey: Entonces salieron a este
rebato el adelantado mayor de Castilla y Juan Hurtado de Mendoza, con
hasta mil de a caballo, e hicieron retirar a los que habían salido y
meterse dentro. Hubo de los de Balaguer siete u ocho muertos y muchos
heridos, y de allí adelante se puso mejor recaudo en la guardia del
campo, de tal manera, que los de Balaguer pensaban mucho en salir.
Menaut de Favars, mientras estaban los otros en la pelea, se puso en
salvo con el dinero que el conde le había dado para hacer gente, y
jamás volvió ni con ella, ni sin ella, y después supieron que
valiéndose de una carta del conde de Urgel, había cobrado del de
Foix mil florines que le debía, y se quedó con todo este dinero.
Aconteció esta huida de Menaut a los últimos días de agosto, y el
rey luego que lo supo, dio aviso de ella al conde de Pallars y a
Roger Bernat de Pallars y a Jofre de Labracetola, que estaba en
guardan del paso de Francia, para que le detuviesen; pero él
fue más diligente que el que llevaba el aviso, que cuando llegó
allá, ya había pasado y estaba en salvo.
Publicábase cada día
en el real, que venían al conde grandes socorros, y esto daba mucho
cuidado, porque sabían que si llegaran y no les faltaran vituallas,
se podrían muy bien sustentar todo aquel invierno, resistiendo
valerosamente al rey y a todo su ejército; y no era poca la pena y
cuidado que esto daba, porque si aquel cerco se fuera adelantado,
corría riesgo que las cosas no tomaran alguna mudanza y dieran
harto en que entender al rey, y así hacía todo lo posible por
rematar la guerra y tomar la ciudad y al conde. Sentía, por esto,
mucho la dilación que había en labrar los castillos y máquinas
eran menester para aquella presa, y la poca abundancia de
mantenimientos que había para tan grande ejército, y en que había
tantos y tan principales señores, y todo se había de traer de
lejos; y había alguna dificultad en la provisión de ellos, porque
el año era estéril y caro, y todos los de aquella comarca había
mandado recoger el conde en sus villas y castillos fuertes, y había
ya muchos días que había hecho trabajar en esto, y los que habían
quedado eran ya consumidos; y así a los del rey no les quedaba otra
cosa sino ser señores del campo yermo y desnudo, que las otras
incomodidades comunes, eran así a lo del conde, como a los del rey,
y lo habían de ser mayores, si entrara el invierno, por ser aquella
tierra de su naturaleza muy fría y descubierta, y el aire muy
húmedo, por unos vapores que salen del río, que llaman por allá
bromas (bruma, niebla; broma), que de diez pasos no se conoce
un hombre, por la gran espesura de ellas; y esto es tan ordinario
cada año, que dura todo el invierno, y pasan quince días y aún más
de un mes que no ven el sol ni señal de él; y estas incomodidades y
fríos les habían de hacer mayores la falta de leñas, de que
aquella tierra es muy estéril; y todo esto era malo para los de la
campaña, que no estaban hechos a ello, y los de la tierra lo
pasarían harto bien, por estar criados con ello y serles cosa
natural (y la comida dentro del cerco?); y aunque los más
castellanos que tenía el rey eran soldados viejos, estaban
acostumbrados a pelear con los moros, pero no a sufrir las
inclemencias de aquel cielo; y lo que peor era, que había algunos
entre la gente del rey, porque eran de diversas naciones, y había en
el gobierno y regimiento de tanta gente mal orden y gobierno, y a
aquellos les dolía que las cosas del conde de Urgel hubieran llegado
a tal estado, y estaban arrepentidos, que de no, le hubieran valido a
los principios, y holgaban de las incomodidades se padecían y las
sufrían de buena gana, con que el conde de Urgel, que no podía
salir con lo que había emprendido, salvara a lo menos su persona. El
rey era soldado y sabía todo esto, y conocía que en aquel estado el
único remedio era la brevedad y conclusión de la guerra, y que toda
dilación a él le era mala y al conde podía ser provechosa y
mejorar su estado presente, y así resolvió de tomar la ciudad por
combate y a fuerza de trabucos, y esto lo mandó poner luego en
ejecución, porque tenía ya a punto todas las máquinas y municiones
necesarias, y sabía que solo el temor y fuerza de la batería había
de acobardar al conde y sus valedores; y esta no la quiso dar en solo
una parte, sino por todas las que le pareciesen a propósito para
poder rendir aquella tan fuerte ciudad. Por la parte del monasterio
de Almata, que estaba al frente del castillo, a la parte del oriente,
y era por donde el combate tenía más fácil la ofensa, combatían
el adarve del castillo don Bernardo de Centellas y Álvaro de Ávila,
mariscal del ejército; y Pedro Alonso de Escalante, por otra parte,
combatía una torre del mismo castillo; y esta batería se hacía de
lugar más alto que el castillo, con una máquina y dos bombardas que
hacían mucho daño en el adarve y torre del castillo; y con otra
máquina mayor se combatía una esquina de aquella ciudad que mira
hacia el septentrión, y era de tal artificio y grandeza, que lanzaba
una piedra de peso de treinta y cuatro arrobas, y de esta batería y
máquina tenían cuenta Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo mayor del
rey de Castilla, y don Juan de Luna, y estaba cercada con un
palenque, para defender que no saliesen a quemarla, y no había por
do entrasen en él.
Había otro palenque a la parte del camino de
Lérida, en que había tres bombardas que tiraban a las torres y
muros de la ciudad, que están entre el portal de Lérida y el río;
y esta batería cuidaba Diego Hernández de Vadillo, secretario del
rey, y Pedro Álvarez Nieto; y hízose una cava honda entre el
palenque y la ciudad, y entre estas bombardas había una muy grande
de fuslera, que mandó el rey labrar en Lérida, que tiraba una
piedra de cinco quintales y medio, que aún hay muchas en aquella
ciudad en las bodegas y otros lugares, y algunas de ellas tienen más
de siete palmos de rueda; y labróse también en aquel mismo lugar un
castillo de madera, bien alto, donde se pusieron algunas cuadrillas
de ballesteros, que hacían tanto daño, que no se asomaba ninguno
por las torres y almenas, que no fuese herido.
A la parte del
puente, donde estaba el duque de Gandía, se armó en el monasterio
de Santo Domingo un ingenio que llamaban cabrita, y con ella y
una bombarda de cobre que habían llevado de Barcelona, que era
del general de Cataluña y tiraba bala
de cuatro quintales de peso, se batía la primera torre del puente y
la Casa fuerte de la Condesa, que se defendía con mucha ballestería
y tenía muy buena cava y estaba muy fortificada. Pero todo esto se
ponía en orden con mucha tardanza y pesadumbre, y pasaban muchos
días, entretanto que se aumentaban las bastidas y una grande escala
con que se había de llegar a dar el combate por todo el ejército, y
labrábalas un Juan Gutiérrez de *Enso, gran artífice de aquel
menester, que hizo las bastidas con que se tomó Antequera.
Entretanto que se ponían a punto todas estas cosas, mandaba
continuar el rey el proceso que había empezado en Barcelona contra
del conde; y a 10 de agosto mandó que se le hiciesen letras y a los
paeres de la ciudad y vecinos de ella, y a los barones y caballeros
que estaban en servicio del conde, en que mandaba notificarles y
referirles cómo había mandado presentarles otras letras despachadas
en Barcelona a los 11 de julio, que llevó el gobernador de Cataluña
con muchos caballeros y oficiales que le acompañaban, y no fueron
obedecidos; y así de nuevo mandaba despedir estas segundas, en que
mandaba lo mismo que en las primeras. Bien sabía el rey que no
habían de darse * a los que iban dirigidas; pero cuanto más
justificaba su causa con esto, tanto hacía la culpa del conde mayor
y se le aumentaban los motivos había de tener para castigarle.
Despachadas las letras, no hubo portero que las osase presentar,
porque así como se acercaban a los muros, les tiraban balas y
saetas; y el rey mandó hacer un pregón al derredor de la ciudad de
Balaguer y publicarlas, para poder mejor proseguir contra del conde,
como inobediente, según la justicia le daría lugar.
Si las
letras de 11 de julio y el gobernador que las llevó acabaron poco
con el conde, mucho menos obraron estos pregones; pero el rey, que
deseaba proceder en esto con madureza, mandó, a 22 de agosto,
hacer otro, en que refiriendo lo mismo que había dicho en los otros,
dio perdón general a todos y cualquiera delincuentes hubiese en la
ciudad de Balaguer, con que dentro de quince días de la publicación
de aquel pregón saliesen de ella y del todo se apartasen del
servicio y compañía del conde, y no lo haciendo, les declaraba por
traidores. Exceptuaba empero y no quería ser comprendidos en este
perdón los que hubiesen cometido delitos de herejía, sodomía, y
hubiesen sido presentes y consentido en las muertes del arzobispo de
Zaragoza y gobernador de Valencia, porque de los tales delitos no era
su intención conceder perdón; pero dábales guiaje de dos meses,
con que durante aquel no pudiesen entrar en las ciudades de Zaragoza,
Calatayud, Daroca Teruel, Albarrazin, ni Valencia, y los que habían
sabido en la muerte de Sancho Sánchez Domingo no pudiesen, sin su
licencia, entrar en la ciudad de Teruel y sus aldeas, y esto por
quitar escándalos; pero por esta remisión no se remitía la
enmienda civil que eran obligados y debían hacer a aquellos que
estaban ofendidos de los tales delincuentes. Publicáronse estos
pregones junto a los muros de la ciudad, en lugares donde podían con
mayor comodidad ser oídos, y tenían reparo de no ser ofendidos; y
entonces, a 20 de agosto, el abad y oficiales del monasterio de
Nuestra Señora de Bellpuig de las Avellanas se apartaron del conde,
y el rey les concedió perdón general.
Entonces fue cuando hizo
francos a Ios de Os de todo lo que debían a doña Leonor, hermana de
don Jaime, que era señora de aquel lugar y otros que le había
consignado el conde, en pago del legado o manda le había hecho
el conde don Pedro en su testamento, como parece en un registro
Comune del rey, de los años 1414 y 1415, folio 21.
Acabado el
dicho término, a 5 de setiembre del dicho año, mandó hacer en el
monasterio de Almata, en parte que los del castillo lo pudieran oír,
otro pregón en que, de gracia, por ser acabados los quince días,
los dilataba y prorrogaba, hasta 10 del mes, que era domingo, que
este año era letra dominical A.
Entre tanto que se hacían estas
monitorías y se aparejaban las baterías, envió el rey para
combatir los lugares y castillos del conde a don Pedro Giménez de
Urrea, que llevaba las compañías de don Pedro Núñez de Guzmán,
Juan Delgadillo, Garci Fernández de Herrera y Juan Carrillo de
Toledo, guarda mayor del rey, y fueron con ellas las del gobernador
de Cataluña y de Juan de Vilarasa; y cada uno de estos caballeros
iba por su parte a hacerle guerra en el estado del conde. Ganáronse
por combate muchas fuerzas, y otras se dieron a partido: en Aragón,
a 16 de agosto, dieron Alcolea, Almolda, Castellfollit, Albalat, Oso,
Rafols, Puig de Cineu, Estañosa y otros muchos lugares de las
baronías de Entenza; en Cataluña se ganaron por combate y dieron a
partido Albesa, Ivars, Os y las Avellanas: a 20, después de ser
estado muy combatido y precediendo ciertos tratos y convenciones con
el gobernador, se entregó Agramunt. Eran estos pactos, entre otros,
que quedasen ilesos los derechos tenía la infanta sobre Agramunt,
que le fuesen confirmados los privilegios, que no entraran dentro de
la villa sino cierto número de soldados, que fuese cabeza de
veguería y que no pudiese ser enajenada de la corona real, salvo en
favor del conde de Urgel, mujer e hijos suyos, que le diese el rey
elongament para pagar sus censales y deudas, y que fuese
concedido perdón general, salvo en los que sabían en la muerte del
arzobispo de Zaragoza, sodomitas, herejes y fabricantes de falsa
moneda y otros. De esto se recibió auto día 13 de este mes, en
poder de Luis Torremorell, en la iglesia del Santo Espíritu, junto a
la dicha villa de Agramunt: este auto he visto entre los papeles del
archivo del duque de Cardona. Arbeca, Liñola, Castelló de
Farfanya y otras fuerzas se defendieron, y no se quisieron rendir
hasta que se ganó Balaguer. Los del vizcondado de Ager y ribera de
Segre arriba, que están *dos de bravas y ásperas montañas, como
son Pons, Uliana y Tiurana, no se acometieron entonces, hasta ver el
suceso de Balaguer. En este medio se fue el cerco estrechando cada
día, de manera que ninguno podía entrar ni salir de la ciudad, que
no diera en manos de sus enemigos; y los cercados no solo se ponían
a la defensa, pero con gran furor hacían sus arremetidas y ponían
en rebato al ejército. Un lunes, a 4 del mes de setiembre,
acometieron las estancias del duque de Gandía y prendieron veinte
soldados que andaban desmarrados por el campo, y todo el daño que
recibieron estos resultaba de tener los del conde en defensa la Casa
fuerte de la Condesa, que estaba junto a las estancias del duque de
Gandía; y parecía mal consejo no haber primero combatido aquel
fuerte, estando tan cercano a ellos; pero en todo lo que se emprendía
había cada día diversos consejos y pareceres entre los catalanes y
castellanos, y no era de maravillar, habiendo tanta diversidad de
personas principales y gentes de diferentes naciones, que habían
acudido en servicio del rey a aquella empresa. (Cómo se entendían
entre ellos?)
Publicábase cada día que de Francia venía
gente en socorro del conde, y eran mil hombres de armas y mil
ballesteros, y sobre el salirles a resistir y en qué forma y orden,
había diversos pareceres: los aragoneses y catalanes querían que de
tres mil caballos que tenía el rey en su real, salieran mil
trescientos, con la gente que se les pudiese juntar de la tierra,
a resistirles, y que los mil setecientos quedasen en el real; los
castellanos decían, que no era bien se dividiese la gente era sobre
Balaguer, antes que enviase por más reforzarse, y que antes que el
socorro que venía al conde llegase a Balaguer, que el rey saliese a
darles batalla, y sería fácil vencerles, por llegar cansados y con
la fatiga del camino. En esta diversidad de pareceres y discordia de
naciones, salió don Ramón de Bages, caballero catalán, y dijo: que
el rey les enviase un buen número de caballos que viniesen
escaramuzeando con ellos, y cansándolos sin dejarlos divertir a
ninguna parte, y que les reconociese y avisasen al rey del número y
fuerzas de ellos, porque así cansados, pereciesen por el camino, o
llegasen tales que pudiese la gente del rey con facilidad acaballos (acabarlos);
y esto agradó al rey y a todos, pero no fue necesario haberse de
hacer esto, porque ni el socorro vino ni aún pensaban en ello
aquellos de quien el conde más confiaba.
Tenía el rey muchos
albañiles y cortadores de piedra, que en Cataluña llaman moleros,
porque hacen las piedras de los molinos, que llamamos muelas
(mola, moles); y estos habían venido de Barcelona y de los
demás puntos de Cataluña y Aragón, los que cada lugar podía
enviar, y no entendían en otra cosa sino en cortar piedras y
hacerlas redondas para arrojarlas con las máquinas y artillería; y
había mucha falta de estas piedras, porque como la batería era tan
continua, gastaban muchas, y al tiempo que más necesidad había de
estos, casi todos se fueron huyendo, y el rey lo sintió mucho,
porque se eran idos sin licencia y en ocasión que más necesitaba de
ellos, y por su causa hubo de parar la batería, y les mandó ir a la
zaga y los prendieron hasta veinte, y atados con cadenas los
volvieron al real; y envió e rey al infante don Alfonso y al obispo
de León, que estaban en Barcelona, y a muchas universidades, una
letra de 20 de setiembre, en que les encarga le envíen los más
albañiles y cortadores de piedra (picapedrés; picapedrers)
que puedan, por la falta que había de ellos para los trabucos y
bombardas, y también les pedía a ellos y al arzobispo de Tarragona
cáñamos para cuerdas, de que había mucha falta, para el manejo de
los trabucos y máquinas.
Padecíase ya en la ciudad en esta
ocasión gran necesidad, los ingleses se quejaban de que don Jaime no
les daba la comida con la abundancia que solía: ya no se pagaba el
sueldo a la gente de guerra, porque el conde había acabado el
dinero, y aquel gran tesoro que le dejó el conde, su padre, tan
encarecido de Valla, estaba consumido, y era tal la falta de
provisiones, que había muchos que las tomaban de los del real, y se
las vendían de buena gana, y la condesa lo sentía mucho, y decía
que ella antes camiera ratones y gatos u otra cualquier
inmundicia, que lo tomaría de los enemigos de su hijo. En el
castillo y palacio del conde se padecía mucho, porque el pan se les
era ya acabado, y se sentía la falta de él; y llegó a tal punto,
que * noche llegó el conde solo a casa del oficial o provisor *
reside en aquella ciudad por el obispo de Urgel, y le pidió que le
diese pan para comer, porque en su casa ha* ya dos días no se había
comido, y el oficial, llorando y * de los sucesos y reveses de la
fortuna, le dio todo el pan que el conde pudo llevar consigo, que por
no publicar su necesidad y aprieto, él solo fue a buscar, sin fiarlo
* criado ni nadie; y el día siguiente el oficial le envió dos
*costales de harina que tenía y una cuba de vino, y un pa* que lo
subió al castillo lo contaba después, siendo viejo, como notable y
muy lastimosa.
Habían los de la ciudad confiado hasta este punto
del socorro que decía el conde le había de venir de Francia e
Inglaterra, y siempre lo había dado por muy cierto; pero viéndose
sin él y tan apretados del rey, pidieron los paeres de la ciudad
hora para hablarle, y se la dio y salió a la iglesia de San
Salvador. Lo que le dijeron fue, que el rey, en virtud de ley de
Cataluña que dispone que si algún barón o magnate hiciese algo
contra del rey, en tal caso los vasallos no eran obligados a valerle
contra del rey; antes, siendo requeridos, habían de valer y servir
al rey, y si no lo hacían (como no lo habían hecho antes)
eran habidos por traidores, les había requerido con sus letras
reales una y muchas veces y en
pregones que se habían hecho; y
por esto, y porque toda o casi la más gente que tenía le dejaban, y
de cada día se iban saliendo de la ciudad, le aconsejaban buscase
medio y traza como salvar su persona y la de los de la ciudad, y
aunque se lo habían dicho y aconsejado muchas otras veces, pero
ahora más en particular se lo volvían a decir y aconsejar, porque
estaban en términos que, si no respondían a las letras reales,
obedeciéndolas dentro del término señalado en ellas, serían
habidos por traidores, lo que ellos querían escusar; y así que
pocurase salvar su persona y darles licencia para responder a las
letras reales, o a lo menos darles licencia para alcanzar del rey más
tiempo de lo contenido en dichas letras, y dicen que le enseñaron la
constitución que decía esto, y lo que sobre ella habían escrito
los doctores. El conde dicen que les respondió: - Vosotros, no
respondiendo a las letras o requerimientos que os hace el infante de
Castilla, por eso no sois traidores, porque bien sabéis que a él no
le tenéis por rey, sino a mí, porque el derecho y justicia es mía
(el muy idiota); y así ni quiero que le respondáis, ni que
salgáis fuera, sino que espereis * quince días, y dentro de ellos yo
tomaré acuerdo de lo que debo hacer.- Y los paeres replicaron que
esto que el conde quería no lo podían hacer si el rey no les
daba tiempo, y de esto se levantó auto.
Pareció a los
caballeros que el conde tenía cabe sí y a los paeres y personas del
regimiento de aquella ciudad, que se saliera de la ciudad y salvase
como mejor pudiese su persona, porque estaban a punto que era
imposible poderse sustentar muchos días, y cada uno le daba traza y
modo como pudiera escaparse más a su salvo; pero Ramón Berenguer de
Fluviá, que era el que le había metido en estos laberintos, no
aconsejaba que se fuese, porque si le prendieran, no quería que
dijesen que él le había sido traidor; y la condesa, que era del
mismo parecer, decía que la virtud y esfuerzo del caballero se
probaba en los sitios, y que no era bien desamparar a sus estado y
familia, huyendo vilmente, sino que muriese con la espada en la mano,
defendiendo su derecho; y decía que esto lo hacía ella, porque
temía que si el conde se salía, la infanta concertaría con el rey
las cosas a su modo, sin cuidar de ella, y sería muy contingente que
el rey la castigaría por haber aconsejado al conde aquella rebelión,
y toda la ira del rey vendría a descargar sobre ella, porque a la
infanta nunca le había placido aquello, antes estaban muy
encontradas la suegra y nuera sobre estas cosas, y cada día había
disgustos entre ellas. Sin esto, el conde decía que si él se salía
luego, se daría al rey la ciudad; y estaba tan agradado de ella, que
no sabía dejarla. Pero viéndose ya sin remedio y del todo perdido,
quiso huir, pero tomóle tan gran cariño de la infanta, su mujer,
madre, hijas y hermanas, que no tuvo ánimo para caminar cuatro
pasos, sin volverse a la ciudad; y aunque aconsejado de los suyos
tentó algunas veces de escaparse, nunca lo pudo poner en obra, y le
parecía que alguna secreta fuerza le impedía su salida: no faltaron
algunos que lo atribuyeron a maleficio o que estaba ojado,
pero creo que era temor y poco ánimo.
El rey y los suyos estaban
tan de reposo y asiento en este cerco, que mandaron rodear el real de
muros y torres que, aunque derruidas, aún duran detrás de la
iglesia de Almata, donde estaba el rey alojado, y estaban como si
hubiesen de hacer allá perpetua morada, y algunos de los grandes
comenzaron a edificar casas, porque sabían que el rey no alzaría
aquel cerco, que no tuviese primero al conde en su obediencia y
poder, porque de aquí quedaba el reino asegurado para él y sus
hijos y descendientes. Salían cada día muchos de la ciudad, unos
para gozar de la gracia del rey y perdón les concedía, y otros, que
eran los más culpables, del guiaje que el rey había otorgado;
aunque al principio, porque no le desamparasen, habían publicado los
amigos del conde, que el salvoconducto publicado no se guardaba, y
así como salían de la ciudad los prendían y llevaban a Lérida,
donde hacían de ellos rigurosa justicia; pero Luis de La Cerda,
caballero castellano, que tuvo noticia de este vano temor, por medio
de algunos soldados suyos que habían estado presos en Balaguer, tuvo
traza con que les desengañó de este error, y así salieron muchos y
dejaron casi desamparado y solo al conde. Jueves, a 14 de setiembre,
salió don Artal de Alagón, hijo mayor de don Artal de Alagón,
señor de Pina y Sástago, que era sobrino de don Antonio de Luna, y
con él salieron otros cuatro caballeros. En otra ocasión le vino al
rey una compañía de trescientos ballesteros y lanceros, que le
envió la ciudad de Zaragoza. La batería se continuaba con grande
furia, y como aquella máquina que batía el castillo lanzaba tales
piedras que pesaban cada una ocho quintales, y hacía tal estrago que
a donde daba lo hundía todo hasta el primer suelo, la infanta envió
a suplicar al rey que, por su mesura, mandase que no se batiese la
parte del castillo donde moraba ella y sus doncellas, porque estaba
en días de parir; y el rey, movido de piedad de su tía, doliéndose
del estado de sus cosas, mandó a Juan Hurtado de Mendoza y a don
Juan de Luna, cuidaban del combate del castillo, que no permitiesen
tirar donde residía la infanta. Dice Valla que el rey se lo concedió
con tal que no estuviesen juntos ella y el conde, y que la condesa
estimó más pasar por cualquier peligro, que aceptar la tal
condición.
Combatíase también la Casa de la Condesa con gran
furia, y las piedras que tiraba aquella máquina, que llamaban
cabrita, eran tales, que donde hacían el golpe rompían
las vigas tan gruesas como dos grandes pinos, y hundían por lo
alto el primero y segundo sobrado, y de tal suerte eran combatidos y
atormentados los de aquel fuerte, que de allí adelante
recibieron de ellos muy poca ofensa los del duque de Gandía que
tenían las estancias contra la puente. Cegada ya la cava de la Casa
de la Condesa, pareció que se batiese primero la ciudad; y martes, a
26 de setiembre, pasando el rey del real a las estancias del duque de
Gandía, para que se diese orden en apresurar el combate, como iba
vestido de un balandran de escarlata, en un caballo blanco,
fue conocido de los de la ciudad, y armaron una bombarda para
dispararla cuando pasase; y don Pedro de Cervellon, que lo
supo, dio aviso al rey de esto, y mandó que los que iban en su
compañía pasasen de diez en diez, porque así fuese mejor
disimulado; y pasó primero el conde de Cardona, y los de la ciudad
tenían muy buena cuenta al rey, y cuando pasó dispararon la
bombarda que estaba en una esquina de una barrera de la ciudad, y la
pelota pasó por encima de la cabeza del rey, y de aquello
recibió tanto enojo, que deliberó de entrar la ciudad a hilo de
espada.
Valla dice, que a la que el rey pasaba, le tiraron
muchas saetas y con dos hirieron al caballo del rey, que cayó en
tierra, y luego los de la ciudad creyeron que el rey era muerto y a
grandes voces lo publicaron aclamando por rey al conde; pero yo no he
hallado nada de esto que dice Valla en el proceso se hizo contra del
conde, a quien no disimularon ninguna culpa de él ni de los
suyos.
La batería se continuaba con tanta furia, que dice el
mismo autor, que disparaban las bombardas y demás máquinas todas en
un punto juntas, porque así fuese mayor el ruido y más espantoso,
como porque el golpe que daban las piedras y balas fuese más
terrible; y levantaban tal polvo de las casas y torres que
derribaban, que parecía ser todo humo, y no se conocían ni podían
divisar los unos a los otros; y estas baterías se continuaban de tal manera, que no daban lugar
a los de dentro solo un punto; y aquel mismo día hubo muy brava
escaramuza entre los del real y algunos que salieron de la ciudad. En
esta ocasión sucedió, que saliendo del real don Pedro Maça
de Liçana a hablar con R.
Berenguer de Fluviá, dijo este a don Pedro, que si pudiese acabar
con el rey que perdonase al conde, saldría a su merced; y don Pedro
lo comunicó con los del consejo, y el gobernador de Cataluña
aconsejó que no se habían de trabar razones con el conde ni los
suyos, porque todo aquello era para detenerlos, sino que se viniese el
conde para el rey demandándole merced, y que él y los suyos se
pusiesen en su poder, porque ordenase de ellos lo que por bien
tuviese, sin consideración alguna, sin dejarles otra esperanza ni
confianza, sino sola la clemencia del rey; y así pareció bien a
todos, y mandó el rey que esta respuesta se diese a don R. B. de
Fluviá, y se la dio don Pedro. En este medio ciertos almogávares de
Castilla hacían mucho daño en algunos que salían al campo y
acometían los reales para tomar lo que podían para remediar la
hambre que se padecía en aquella ciudad. Hacían también los del
real mucha faena en divertir al agua por debajo de la puente, que no
llegase al molino que tenían los de la ciudad, porque tenían tanta
necesidad de harinas, que sobre el moler había entre ellos muchas
peleas, y sobre el quitar el agua hubo con los de la ciudad muchas
escaramuzas. Sucedió entonces, que viniendo a cierta habla algunos
caballeros catalanes con los de Balaguer, dijeron los de dentro, que
si no estuviesen allí los castellanos, ellos los harían apartar de
las estaciones y puesto en que estaban, y saldrían a pelear con
ellos; de donde nació que se desafiaron, para probarse en hecho de
armas, ofreciéndose los catalanes que pasarían a quitarles un
palenque que tenían los de Balaguer, cerca de una torre que estaba
en lo postrero, cerca de la Juería, arrimada a un recuesto, en lugar
muy oportuno para defenderse. Tomaron esta empresa, que fue
demasiadamente arriesgada y atrevida, un sábado, a 7 del mes de
octubre, cuarenta hombres de a caballo, y había entre ellos muchos
caballeros y gente noble. Los de Balaguer pusieron delante de la
ciudad más de doscientos hombres de armas, entre ballesteros y
lanceros, y hubo entre ellos una muy brava escaramuza, peleando los
unos por deshacer el palenque y los otros por defenderle, y el rey se
lo estaba mirando desde un cerro, y sin duda lo llevaran mal los del
rey, si no mandara a Alvar Rodríguez de Escobar y don Jaime de Luna
que los fuesen a socorrer, y estos con su caballería arremetieron a
los de Balaguer y sacaron a los otros del peligro en que estaban, y
salió herido don Jaime de Luna y el caballo de Alvar Rodríguez de
Escobar.
Mandó el rey un miércoles, a 11 de octubre, que se
diese un combate general a la ciudad por seis partes, y que después
fuese combatida por todo el ejército junto, y era en ocasión que la
bombarda mayor que habían labrado en Lérida había hecho tal
batería, que las pelotas pasaban el adarve de parte a parte, de tal
suerte que en dos días derribó del adarve del muro dos lienzos de
torre a torre, hasta el suelo; pero como la ciudad en aquel lugar
estaba más alta que la parte de donde se batía, y tenía sus cavas,
no se podía entrar. Sin otros pertrechos, tirábase de la ciudad con
bombardas más pequeñas, que eran como tiros de campo, y hacían
harto daño en el real; y el viernes siguiente, que era a 13 de
octubre, fue muerto de un tiro de bombarda Sancho de Leyva, de lo que
tuvo el rey harto pesar. Salíase de la ciudad cada día mucha
gente, y a 15 de octubre salieron treinta y seis ingleses con
licencia del conde y otros sin ella, y entre ellos fue un caballero
aragonés llamado Juan Jiménez de Enbun, y el rey dio a los
ingleses salvoconducto para que pudiesen salir de sus reinos.
Llegaron en esta ocasión a servir al rey un hijo bastardo del rey de
Navarra, llamado don Godofre, y también un primo del rey, hijo de
don Alonso, conde de Gijón, que venían de compañía, y el rey les
recibió con mucho gusto. El duque de Gandía y los que estaban con
él, junto al monasterio de Santo Domingo, recibían cada día mucho
daño de la gente que estaban en la Casa fuerte de la Condesa, y el
rey deseaba mucho haberla. Había un caballero que le llamaban mosen
Luis Carbonell, a quien Alvar García llama Cardona y Zurita Luis de
Carbo, y este dijo al rey como en aquella casa había un hombre que
deseaba recibir merced de él, con quien él había conocimiento, y
que movería con él trato como poderla haber sin peligro; y
concertaron que a cierto día que los más que estaban en guarda de
aquella casa hubieron de salir y pasar el río en una barca, para
traer las provisiones necesarias para la casa, que entonces estuviese
la gente puesta para la ir a tomar; y así se puso en obra, con cien
hombres del duque de Gandía que ganaron la puerta, y los del barco
huyeron río abajo, y aquel soldado que deseaba haber merced del rey
abrió la puerta, según lo había prometido, y de esta manera lo
cuentan Zurita y García Alvar; pero en un registro del rey don
Fernando, Comune sigilli secreti, folio 156, hay una carta del rey,
data a 20 de octubre, que escribe al infante don Alfonso, que estaba
en Barcelona, y dice que este Luis Carbonell había tratado con el
rey de entregarle esta casa, y lo hizo de esta manera, que hizo salir
del castillo, con escusas de buscar leña, a todos aquellos que no
cabían en el trato, y los que quedaron dentro cerraron las puertas y
hicieron señal al gobernador de Cataluña y a otros que estaban
advertidos y que luego acudieron, y cuando los que habían salido a
leñar volvieron, hallaron las puertas cerradas, y como vieron a la
gente del rey, sospecharon lo que era y huyeron al río, y se anegó
uno, y los otros llegaron a la ciudad, y los del rey entraron en el
fuerte y pusieron en él las banderas reales, y el conde y los de
la ciudad quedaron muy caídos y desmayados con aquella pérdida: así
lo dice el rey en su carta. Tomada, pues, la cava y puestos en ella
los pendones del rey y los del duque de Gandía, el rey y los suyos
quedaron muy alegres: entró luego el rey en ella con mucho sonido de
trompetas y atabales, y mandó poner en ella gran recaudo, y lo
escribió al infante don Alfonso y concelleres de Barcelona.
Era
esta casa a modo de una fortaleza, con sus cavas y torres, muy
curiosamente labrada: servía de palacio y casa de campo para los
condes en las primaveras; edificóla la misma condesa doña
Margarita, y estaba muy cerca del monasterio de predicadores, aunque
hoy no queda rastro de ella porque las avenidas del río la debieron
de derribar, por no tener reparo contra él. En una donación que
hizo el rey don Alfonso a 9 de diciembre de 1417; estando en
Valencia, de ella, al monasterio de predicadores, dice, que por la
parte de levante se terminaba in quodam troceo terre Mathei Alios et
a meridie cum eodem troceo terre a septentrionis cum troceo terre
predicto et via qua itur ad civitatem Ilerde; y dice el rey que se la
da en enmienda y satisfacción de los daños que él y su padre
dieron al dicho monasterio, en el tiempo del asedio que pusieron a la
ciudad de Balaguer; y por esto, a 17 de enero de 1419, mandó a su
protonotario que no cobrase derecho de sello, por ser donación pía
y en enmienda de daños dados.
Salido el rey de ella, se volvió
al real, y mandó otra vez combatir la ciudad por todas partes; y los
paeres y vecinos de ella demandaron hablar con Diego López de
Vadillo, y le dijeron que mandase cesar el combate y hablarían en
trato de lo que habían de hacer; y él les dijo que no tenía tal
poder, pero que lo diría al rey; y la respuesta fue, que no quería
otro trato sino que la ciudad se combatiese; y como los caballeros
que con el conde estaban entendieron esto y vieron que la ciudad
estaba encaminada a ser entrada, pidieron licencia para venirse
para el rey, y hubo algunos que sin despedirse del conde se vinieron
entonces. Martín López de La Nuça
(Lanuza), que había sido gran servidor del conde, y tenía
allí su mujer e hija, le dijo ya veía como el rey hacía proceso
contra todos los que allí estaban, y él no quería perderse y ser
habido por malo, y que pues el rey perdonaba a todos los que para él
se fuesen, le diese licencia para irse; de lo que tuvo el conde muy
grande enojo, porque todos le desamparaban; pero como vio que este
caballero tenía razón, le dio licencia, y él se vino para el rey,
un viernes, a 20 de octubre, y con él un caballero llamado Juan de
Sesé, con hasta cuarenta personas.
De cada día se iba el conde
desengañando que no saldría bien de la empresa en que se había
metido, porque le faltaban gente, vituallas y dinero, y estaba cierto
que ni de Francia ni Inglaterra ni otra parte podía ser socorrido; y
con todo se mostraba tan animoso, que decía a los pocos que quedaban
con él, que quería morir con ellos y perder con el reino la vida
con la espada en la mano; pero a lo interior no lo entendía así,
antes quisiera salirse del peligro en que estaba, si pudiera; pero
era imposible, porque el rey, porque no se le escapase, mandó
circuir de tapias toda la ciudad, que se hicieron dentro de seis
días, y a la puerta de las tapias había puesto muy buenas guardas
porque el conde no se le pudiese escapar, y de noche las doblaban y
ponían rondas y sobrerondas; y esto solo se confiaba de don Diego
Gómez de Sandoval, sin fiarse de catalanes ni aragoneses, pensando
de esta manera impedir las huidas del conde, de que había tenido
noticia de los que salían de la ciudad y se venían a su servicio,
que contaban todo lo que pasaba dentro, y aún algo más. Todo esto
atemorizaba mucho a los sitiados, en especial a los ciudadanos, como
gente menos ejercitada en el peligro y más interesada en el daño, y
les parecía temeridad querer más aguardar, y estaban cansadísimos
de tan largo cerco, y temían que la ciudad no fuese entrada y ellos
y sus haciendas perdidos, porque el rey estaba ya muy enojado y la
artillería que había traido de Lérida los tenía acabados, porque
cada vez que se disparaba, pasaba el adarve, derribándoles las
casas, y era tal que para ella no había resistencia, y el pueblö
estaba tan mal contento que ya querían entregarse al rey, antes que
llegar al fin de toda desventura y rompimiento, y cada día pedían
audiencia al conde para tratar concierto con el rey. El conde, que ya
no tenía de quien confiar, ni podía más defenderse, trató de
rendirse, porque ya no podía más, y tomar el partido mejor que
pudiese alcanzar del rey. Salieron un domingo, a 22 de octubre, para
tratar de esto, cuatro caballeros y cuatro ciudadanos, y con ellos R.
B. de Fluviá; y con ellos se juntaron Diego Hernández de Vadillo,
Ruy Díaz de Quadros, Tel González de Aguilar, Suero de Nava y Juan
Carrillo de Ormasa: pidieron los de Balaguer que el rey perdonase al
conde y a los que estaban con él, que ofrecían salir a su merced y
servirle muy bien; la respuesta fue que el rey de ninguna manera se
pondría a trato con el conde, pero que por ser noble y católico
príncipe, si el conde se ponía en su poder y en sus manos, habría
piedad de él, pero si una vez se comenzaba a volver a dar el
combate, por el menor de los suyos que muriese en él, ni perdonaría
al conde ni a los suyos. Dicho esto, no quiso el rey dar más lugar a
esta plática, y mandó apercibir lo necesario para el combate: lo
primero fue mandar que moviesen la bastida y escala mayor que estaba
en Almata. Eran estas bastidas ciertas máquinas a modo de castillos
o torres con que los que tenían cercado algún lugar, allegándolas
cerca de los muros, podían desde allá señorear a los que estaban
dentro y tirarles desde allí saetas y otras armas arrojadizas y
fuegos
artificiales. Díjose bastida, por estar fabricada de
madera basta y grosera, sin labrar ni acepillar; y porque la
llevaban a fuerza de brazos y en hombros, quieren se derive de un
verbo griego que significa lo mismo que porto o bajulo: los latinos
las llamaron turres ambulatorias; a veces las fabricaban en el mismo
campo, lejos de los enemigos, para que no les ofendiesen, y otras
veces las llevaban ya hechas, y no habían de hacer sino encajar la
una pieza con la otra, y trabajando toda la noche, a la mañana
amanecía una torre o castillo hecho que causaba notable terror a
los enemigos. Cuenta César, De Bello Gallico lo que le pasó
sobre esto con los franceses, y dice que viendo estos que él hacía
una torre de estas en lugar muy apartado del muro, se burlaban de la
obra, y decían:
- ¿Porqué tan grande artificio? porqué se
labra tan lejos? y si ha de llegar a estos muros, ¿qué manos y qué
fuerzas han de ser bastantes para llevarlo cerca de nosotros? - y les
parecía imposible, porque los franceses que decían esto eran
hombres ajigantados, y los de César de pequeña estatura;
pero cuando vieron que la torre se movía y acercaba a los adarves,
movidos con la nueva y no usada vista, le enviaron embajadores de
paz, y
dijeron ellos que pensaban que los romanos hacían guerra
con la divina ayuda, pues que podían mover con tanta lijereza
artificio de tan grande altura, y pelear con ellos desdecerca.
Esto lo usaban mucho los romanos y las naciones bárbaras quedaban
admiradas cuando impensadamente veían acercárseles una de estas
torres llenas de hombres armados; y a esto vienen a propósito
aquellas palabras de Séneca, De Vita beata, cuando dice:
Otiosi divitiis *luditis nec providetis earum periculum, sicut
barbari, plerumque inclusi, et ignari machinarum, *segnes labores
obsidentium *spectant, nec quo illa pertineat, quae ex longinque
instrumento intelligunt.
Hechas estas torres, las solían llevar
en hombros otros hombres, o con ruedas pequeñas y fuertes que
estaban dentro del hueco de ellas, porque así la misma torre
guardaba a los que la llevaban y podían ir seguros; otras veces las
tiraban con bueyes y otros animales, pero eran ofendidos de los que
estaban en los muros: así lo hizo Viti*, rey de los godos, cuando
fue sobre Roma, y Belisario, capitán del emperador Justiniano, los
dejó acercar a tiro de ballesta, e hizo tirar tantas saetas a los
bueyes que tiraban aquella máquina, que los mató y la torre quedó
sin poderse mover y no fue de provecho: por eso había algunos
que
solían poner reparos o cubrir las bestias porque no pudiesen ser
ofendidas, ni las tales torres, con fuegos arrojadizos, quemadas.
Cuenta Vitruvio Diogorreto, ingeniero de Rodas, que para volver
inútil una de estas torres, mandó de noche echar agua y estiércol
y mover la tierra por donde había de caminar y donde se había de
asentar; e ignorantes los que la llevaban, de esto, antes de llegar
al muro de la ciudad se encalló en aquella humedad, sin poder volver
atrás ni ir adelante, y los de Rodas quedaron libres, y burlados
los enemigos. Hechas estas bastidas y acercadas al muro, hacían
apartar los que estaban en el adarve, y arrimaban la escalera para
dar el asalto.
Mandó después el rey mover la bastida y la
escala mayor, que todo se había hecho en Almata: sacáronla por lo
llano, y era de tal grandeza y tal pesadumbre, que parecía igualarse
con una muy grande torre, y movíase con harta facilidad y ligereza,
por ser aquel terreno fuerte y firme, y ponía tanto terror y
espanto, como si no hubieran de hallar resistencia las compañías de
ballesteros que iban en ella. Esto pasaba a 27 de octubre: cuando
todos se ponían en armas, salió la infanta por la puente,
acompañada solo de dos doncellas; y el duque
de Gandía salió a hablar con ella, y pidió que el rey
perdonase al conde, su marido, que con su estado se pondría a la
merced del rey, para que hiciese de ellos a su voluntad; pero el rey
no quiso darle lugar a que se moviese ninguna manera de partido, sino
que el conde se viniese a poner en su poder, para que él ordenase de
su persona y estado como bien visto le fuese; y cuanto más trataba
el conde de concertarse con el rey, con tanta mayor priesa se
apretaba el asedio. A 29 volvió a salir la infanta; y envió a decir
al rey que iba para hablarle; y el rey mandó decir por don Enrique
de Villena, que fue maestro de Calatrava, más conocido por el nombre
de nigromántico, que por su calidad y linaje, y por el
adelantado de Castilla, que se volviese, porque no quería escuchar
medio alguno; pero la infanta no dejó de continuar su camino, y
dijo, que el rey le había de perdonar, porque era forzoso llegar
ella a hacerle reverencia; y venía en una litera que la traían en
hombros, porque estaba preñada, y llegada delante del rey, le hizo
reverencia y besó la mano, y él la recibió muy bien y le dio paz,
y salieron con ella, acompañándola, fray Juan Jimeno, obispo de
Malta, y el oficial o provisor ordinario de Balaguer, que reside en
aquella ciudad por el obispo de Urgel. Sentóse el rey en su silla,
para oír la infanta, su tía, que estaba de rodillas; y el rey
porfió mucho con ella que se sentase en unas almohadas que mandó
traer, pero ella jamás quiso estar sino arrodillada, y asímismo los
que con ella venían, y la condesa le dijo:
- Señor, yo no
quisiera que mi habla fuera delante tanta gente como aquí está,
pero pues vuestra merced ha querido que en público sea, daré la
causa de mi venida, como mejor pudiere. Señor, manifiesto es a vos
yo ser hermana de vuestra madre y mis hijos ser vuestros primos, y yo
hasta ahora no he habido lugar de hacer reverencia a vuestra señoría,
ni hasta aquí os he demandado merced, y por estas cosas es razón
que vuestra clemencia oiga mis suplicaciones; y como al presente no
haya cosa que más llegada me sea, que la presura en que está
cercado el señor don Jaime, mi marido, por vos en la ciudad de
Balaguer, en punto de se perder, por ende, señor, vos suplico, por
reverencia de Dios, que quiso perdonar a los que mal le hicieron y
contra él erraron, y por reverencia de nuestra Señora, en quien se
dice que vos, señor, habéis gran devoción, y por seguir ejemplo de
los notables reyes que mucho a Dios se llegaron y le quisieron
parecer en la misericordia, mayormente a los bienaventurados y
gloriosos reyes de Aragón, de quien vos, señor, venís, le
plega haber piedad con don Jaime, mi marido, queriéndole
asegurar de muerte y de lesión y de prisión y de desterramiento
de vuestros reinos; y esto recibiré en la mayor merced que vuestra
señoría me pueda hacer, y ruego a estos señores notables y
caballeros que aquí están, que me ayuden a conseguir esta mi
suplicación. -
Lo cual todo la condesa decía con muchas
lágrimas; y luego el obispo de Malta, en ayuda de la condesa, dijo
al rey: - Muy excelente príncipe, poderoso rey y señor: como quiera
que la señora vuestra tía haya suplicado y dicho a vuestra alteza
la razón porque vino, el ansioso dolor y angustia que tiene no le
dio lugar a que del todo dijese lo que suplicar le convenía; por
ende, señor, yo, continuando su razón en su nombre, por
introducción de mi decir tomaré las palabras del santo David, que a
Dios clamaba cuando mayor culpa contra él
cometió, que le dijo: Miserere mei, Deus, secundum magnam
misericordiam tuam; en las cuales palabras mostraba la grande ofensa
por él a Dios hecha, y demandaba perdón a la grandeza de su
misericordia; y así, señor, la señora vuestra tía no demanda
perdón con pequeño dolor; por ende, señor, sea a ella comunicada
vuestra misericordia, acordándoos, señor, de la gran piedad quehubo David de Absalon, su hijo, que se rebeló contra él, y
perdonólo por suplicación de una viuda, y quitóle el reino.
Quered, señor, ser espejo de clemencia en vuestros tiempos, como lo
han sido algunos emperadores y reyes, cuyas historias hoy hacen durar
sus nombres, y a la señora vuestra tía dad confianza de vuestra
misericordia. La excelente fama de vuestra virtud se predica por todo
el mundo, y de la muchedumbre de vuestras virtudes, de que se
guarnece vuestra corona de piedras preciosas de muy gran valor. -
Desde que el obispo hubo hablado, el oficial de Balaguer dijo al rey:
- Muy excelente señor, aquí es menester que se muestre la clemencia
de vuestra real majestad y temple el rigor de vuestra justicia, como
de tan alto y de tan noble príncipe, cuanto vos, señor, sois, se
espera, como le ha sido suplicado por la señora condesa y por el
reverendo señor obispo de Malta; y haciéndolo, señor, así,
siempre nuestro Señor acrecentará vuestros días y vos dará
victoria de vuestros enemigos, y luengos años perdonará vuestras
culpas, y vos hará rey de los reyes y señor de los señores.
Después que la condesa y los que con ella venían hubieron hecho
sus suplicaciones, el rey respondió de esta manera: - A Dios, a
quien ninguna cosa es escondida, y a todo el mundo es manifiesto, que
yo demandé el derecho de la sucesión de aqueste reino que a mi
pertenecía lo más llamamente que yo pude, dejándolo a la
determinación de aquellos a quien todo el reino dio cargo que
determinasen la verdad y la justicia, para la dar a quien de derecho
pertenecía, y luego a Dios y a la gran fidelidad de aquellos a quien
fue encomendado, que determinaron ser mía la justicia, como lo era;
e yo vine a llamamiento y requirimiento de los de estos
reinos, a recibir corporalmente la posesión de ellos y para usar del
regimiento que nuestro Señor me encomendaba no con tiranía ni con
violencia, mas con la mansedumbre que a los reyes se conviene; y como
supieron de mi venida, todos los grandes de mis reinos, por la mayor
parte y vinieron a mí, a los que los reinos demandaban, como los
otros, y personas eclesiásticas de ciudades y villas, salvo vuestro
marido, a quien no bastó haber puesto muchos estorbos en la justicia
antes de la declaración, más aún, que los embajadores de Cataluña
le amonestaron que viniese a mi servicio, como era tenido, y por
mejor abundamiento, yo le envié al abad de Valladolid y a mosen
Ponce de Perellós, por lo traer a mi servicio, a los cuales
respondió fuera de aquella reverencia que debía, por manera, que
hube de dejar de hacer en el reino algunas cosas que mucho cumplían
y fui forzado de hacer grandes costas en levar gentes de armas
y pertrechos para lo castigar, y vine hasta a Lérida, y allí me
envió a decir vuestro marido que me haría obediencia, por sus
mensajeros; y como quiera que yo pudiera usar de rigor y no recibir
su obediencia, pues la daba fuera de tiempo, usando de piedad y
clemencia recibí su homenaje y fidelidad, que por sus poderes
bastantes me hizo, perdonéle muchos yerros que contra mí en mis
reinos había cometido, entre los cuales había crimen lessae
majestatis, y lo demostró en mi deservicio, y después comenzó de
robar mi tierra y mis caminos públicamente, y dio acogida en sus
lugares a públicos malhechores y a personas que me eran en ira, y
trató de salir contra mi persona con gentes de armas al camino y
damnificar a mí y a los que conmigo venían, y en toda parte
razonaba de mí, no como vasallo, ni como obediente, mas como
enemigo; y todo esto disimulé, pensando tornarlo a bien; y porque
algunos me decían que esto lo hacía con grande menester, yo de mi
largueza real y propio motivo le envié a ofrecer que le daría
ciento y cincuenta mil florines de oro para rehacer su estado, y le
haría duque de Monblanc y le daría mi hijo, el maestre de Santiago,
que casase con su hija, y le pondría en mil libras de merced en cada
año dos mil florines de oro, y otros dos mil para vos, y otros dos
mil para la condesa, su madre; y con todo eso, añadiendo mal a
males, hizo trato y alianzas con gentes extrañas fuera de mis
reinos, para que vinieran poderosamente con él, para ser contra mí
y contra mi señorío, y probó de hurtar la ciudad de Lérida, y
vino ende con pendón real, e hizo correr cierta gente de armas que
yo enviaba a Aragón, y tomó castillos y lugares fuertes míos, y se
hizo jurar por rey de Aragón, y basteció lugares y castillos suyos
para rebelar más claramente contra mí; sobre lo cual hube consejo
con muy solemnes letrados, para saber lo que debía hacer, para
remediar con derecho los males que mis tierras y reinos recibían; y
por todos me fue aconsejado, que debía mandar tomar todas las
fortalezas y tierras de vuestro marido, y que debía de proceder
contra de él como contra de inobediente, en la forma que las leyes
y costumbres de estos reinos lo disponen; y con grande desplacer
que había de su daño, como quier que me había tan gravemente
errado, detúveme en la ejecución, hasta que en pública
audiencia fui requerido por mi procurador fiscal, que luego, sin
tardanza, hiciese mi proceso contra vuestro marido y contra los de su
parcialidad, y no pude buenamente escusarme, pensando la cuenta que a
Dios he de dar de la administración de la justicia que me encomendó;
y por ende mandé a mi gobernador general de Cataluña, que aquí
está, que fuese poderosamente a tomar y ocupar las villas y
castillos que eran de vuestro marido, porque de ellas no viniese daño
a mis súbditos y vasallos; el cual cumpliendo mi mandado, fue a lo
hacer, y halló quien se lo defendiese y todos se rebelaron, como es
notorio, según todo esto parecerá largamente por el proceso hecho
contra él. Por ende me moví a lo cercar por mi persona, donde he
hallado mayor dureza en él, mandando tirar a mi persona con tiros de
pólvora y ballestas, habiéndome conocido, y habiendo acá muerto
muchos buenos caballeros y escuderos, y no curó de mis pregones, ni
llamamientos: pues ¡cómo queréis, vos tía, que tales cosas pasen
sin escarmiento! que esto que vos demandáis, ni es servicio de Dios
ni place a nuestra Señora, por cuya reverencia vos lo demandáis, ni
es mi servicio, mas es gran daño de la cosa pública de mis reinos,
y sería dar materia a que otros se atreviesen a hacer semejantes
crímenes y maleficios, y todos podrían decir que pues perdoné a
don Jaime tan grandes yerros y tan famosos delitos, que bien debo
perdonar los que fuesen menores: por ende yo he determinado de no
hacer trato con vuestro marido, mas que sueltamente se venga a poner
en mi poder y conozca su culpa, que entonces yo haré lo que un buen
rey debe hacer, usando de justicia en uno con misericordia, seyendo
antes movido a piedad que a rigor. - Esto dicho, el rey se levantó
de su silla, y la infanta quedó las rodillas en el suelo,
continuando sus suplicaciones, diciendo, que aunque supiese allí
morir, no se levantaría hasta que el rey le otorgase la merced que
le demandaba.
Entonces el rey llegó a la condesa por la
levantar, y ella no quiso levantarse, y el rey le dijo que se fuese
en hora buena, que era muy tarde y no le entendía dar otra
respuesta, que aquella era su final intención. Entonces la condesa,
por no enojar más al rey, tomó su licencia, y el rey mandó a Diego
Hernández de Vadillo que la llevase a su posada y le hiciese de
comer; y después que el rey hubo comido y dormido, mandó llamar a
los de su consejo y envió a llamar a la condesa, y en presencia de
todos el rey le dijo:
- Tía, mucho he pensado en vuestra
suplicación, y de una parte la conciencia de la justicia me es
encomendada me acusa, y de otra vuestras peticiones muy humildosas
me inclinan a misericordia; y por ende, entendiendo ser convenible,
porque del todo no deseche vuestra suplicación, ni tampoco así
largamente la otorgue como por vos es pedida, quiero que por vuestra
venida se temple en alguna parte la pena que don Jaime, vuestro
marido, merecía, que era capital, la cual le sea perdonada por
vuestro acatamiento, y ruégovos que más sobre esta cosa no me
afinqueis. - Y con esto la condesa partió de allá, por no
enojar más al rey, y volvióse para Balaguer.
Sabido esto, mandó
el conde juntar en la iglesia de San Miguel a los paeres y consejo de
la ciudad y les refirió lo que había pasado con el rey y duque de
Gandía y la infanta, y como le aseguraba el rey de muerte, mas no de
cárcel, y que le aconsejasen qué debía hacer; y ellos le
suplicaron les diese lugar para conferir y tratar el negocio entre
ellos, y después de un buen rato le respondieron: - Señor, vos en
lo hecho hasta aquí no nos habéis llamado ni pedido consejo alguno,
y así, en el caso presente, no sabemos qué deciros; pero parécenos,
que pues el rey y la condesa se han metido en esto, que vos, señor,
hagáis lo que ellos os aconsejaren.
Otro día, lunes, a 30 de
octubre, la condesa volvió al rey, y le dijo que don Jaime, su
marido, estaba aparejado para venir a le hacer reverencia, después
de comer, y le suplicaba le pluguiese asegurar a los suyos, que
por le servir habían hecho su mandato. El rey, por complacer a la
condesa, le dijo que él aseguraba todos los que le habían ayudado,
exceptuando los que habían sido en la muerte del arzobispo de
Zaragoza; y con esto la condesa se volvió a Balaguer, y en tanta
desdicha e infelicidad tuvo el conde algún alivio, pues supo que
él estaba seguro de la vida y los suyos eran perdonados.
El día
siguiente, que fue martes, a 31 de octubre, sucedió en la ciudad de
Balaguer un auto y ceremonia muy triste y lastimoso, y fue el
despedirse el conde de su mujer, madre, hijas y hermanas y vasallos,
con pensamiento de nunca más les ver ni poderse consolar con ellos;
y siguiendo una ceremonia antigua, había muchos días no se había
cortado el cabello, ni barba, y decía no habérsela de quitar hasta
verse rey o nada, que esta era la persuasión ordinaria de la
condesa, su madre, que siempre le estaba diciendo en catalan:
Fill, o rey ó no res; y como había llegado a término
que no era nada, se lo quiso quitar en público. Salió este
día a la plaza mayor de Balaguer, que llaman el Mercadal, y mandó
venir un barbero, y estando todos los de la ciudad presentes, les
dijo: - Yo viendo vuestra gran lealtad y fidelidad, y por el amor
grande que siempre os he tenido, no quiero ver esta ciudad entrada,
ni a vosotros y a vuestras familias y haciendas maltratadas; y así
me quiero meter a mí y mi hacienda en poder del rey y a la merced
suya; y porque yo había hecho voto de no quitarme la barba hasta
verme rey o nada, y sé que soy y seré nada y queda mi voto
cumplido, por esto antes de salir de esta ciudad me la quiero quitar,
y os agradezco a todos lo que por mí habéis hecho en este cerco y
padecido; y dicho esto, el barbero le quitó la barba y cabello en
medio de la plaza. Siendo vencidos los milesios de los
crotonitas y arruinada la ciudad de Sibaris, hicieron
semejante acción en señal de sentimiento, llanto y tristeza. Así
lo hizo Job en sus trabajos, y Alejandro Magno, cuando murió su gran
privado Efestion, y Aquiles en las exequias de su gran amigo
Patroclo.
Movióse en la plaza de Balaguer un lloro y gemido tan
grande, que lo sintieron del real, y aún sospecharon alguna novedad;
y aunque había algunos que decían que no debía rendirse sino que
se defendiese, que todos le valdrían con la espada en la mano, y que
no perdería la libertad, sino con la vida; pero el conde no hizo
caso de estos ofrecimientos, porque ni puestos en ejecución le
podían ser de provecho. Solo les dijo, después de cortada la barba
y cabello: - Hombres buenos, yo os encomiendo mi mujer, madre, hijas
y hermanas: cuidad de ellas, que de mí no hay que hacer, que estoy
acabado y perdido sin remedio. - Y aquí se volvió a despedir de la
infanta, hijas, madre y hermanas, y salió por la puerta que sube a
Almata, que está debajo del castillo, con harto pesar y tristeza de
todos los suyos. Llevaba consigo la carta de la confederación que
había hecho con el duque de Clarencia, * dio a un criado suyo,
llamado Pedro Miron, valenciano, y se la encomendó muy
apretadamente, encargándole la guardase y diese, cuando le fuese
pedida. Salieron con él el obispo de Malta y el duque de Gandía, y
subido en una mula pequeña, salió de la ciudad, siguiéndole la
infanta y dos hijas suyas; y apenas había atravesado los umbrales de
la puerta, que luego salieron veinte y cinco o treinta soldados
castellanos, que le tomaron en medio, atropellando a la infanta e
hijas suyas, y los de la ciudad luego cerraron la puerta, y de esta
manera lo llevaron a la tienda del rey.
Era víspera de Todos
Santos, y el rey había mandado poner su sitial en una sala; pero
como concurrían tantos a este espectáculo, lo mandó sacar fuera en
el campo, a vista de todo el real, y alto. Al avemaría llegó el
conde ante el rey, y puesto de rodillas, le besó la mano y le dijo:
- Señor, yo erré: demándoos misericordia, y pídoos por merced que
vos membreis del linage de donde vengo. - El rey, con
aspecto severo y grave, le respondió:
- Ya os perdoné y hu* de
vos misericordia, y agora por ruego de mi tía, vuestra mujer, vos
perdono la muerte que merecíades por los * que me habéis hecho, y
aseguro vuestros miembros * que no seáis desterrado de mis reinos. -
Y mandóle levantar, y dijo a Pedro Hernández de Guzmán que lo
llevase consigo; y mandó al duque de Gandía y al adelantado de
Castilla y al mariscal Álvaro de Ávila, que le acompañasen hasta
la posada de Pedro Hernández; y la infanta y Ias hijas quedaron
aquella noche con el conde, y el rey les mandó enviar muy bien de
comer, y mandó que les fuese hecho mucho servicio.
Poco después
de esto, salió la condesa doña Margarita, madre del conde,
acompañada de sus dos hijas, doña Cecilia y doña Beatriz; y
llegadas delante del rey, le besaron la mano y él les dio paz, y la
condesa le pidió que hubiese piedad y misericordia de su hijo, y él
mandó a Diego Fernández de Vadillo que las llevase a su posada.
Salido el conde y los demás de Balaguer quedaron los paeres y
vecinos de aquella ciudad muy dudosos de lo que habían de hacer, y
enviaron a Arnaldo de Rollá, paer, al conde, que estaba en una
barraca o choza, y con él Andrés de Barutell y Berenguer de Alos,
caballeros de su casa, y le dijo: - Señor, yo vengo aquí de parte
de la ciudad, y como hemos visto que os habéis puesto en poder del
señor rey, que nos mandásedes qué hemos de hacer de nuestras
personas y de la ciudad; por ende, os rogamos nos aconsejéis, para
bien y pro de nosotros y de ella. - Y el conde les dijo: - Bien
sabéis vosotros que la infanta que está aquí presente os ha de
decir y mahdar lo que habéis de decir y hacer, por estar los
homenajes hechos a ella, que yo estoy como preso aquí, y de verdad
lo soy, y así os mando y quiero que hagáis lo que ella os
aconsejare y mandare, y
os alzo y libro de la obligación de
todos los sagramentos y homenajes y de toda fidelidad y
naturaleza, con que me estáis obligados y a mí se pertenezcan, no
obstante que toda
la jurisdicción y señorío que yo había en
vosotros, por estar yo preso, está transferido en la infanta; y así
haced lo que os mandare y aconsejare.- Y luego la infanta dijo: - Yo
os aconsejo y mando, que siempre que el rey mandare abrir las puertas
de la ciudad, lo hagáis y obedezcáis en todo, y le deis las llaves
de ella, si las pidiere prestándole los sagramentos y homenajes; y
porque lo hagáis mejor, os absuelvo y libro de los que me habéis
prestado a mí o a mi procurador, de aquel modo y manera que mejor
decir
y pensar se pueda. - Y luego el conde les despidió y dijo:
- Hacedlo así como os dice y manda la condesa, que esa es mi
voluntad. - El paer, que quiso que esto constase, les
dijo si
gustaban que de esto se tomase auto; y respondieron que sí, que esa
era su voluntad, porque estuviesen la ciudad y vecinos de ella más
descargados de lo que hiciesen; y así, tomado el auto, ellos se
volvieron a Balaguer.
El día siguiente, que fue de Todos Santos,
mandó el rey se entregase a Fernando Morales el castillo y villa y
lugares del vizcondado de Ager, con todos los bienes que el conde y
sus madre, mujer y hermanas tenían en él, y absolvió a los vecinos
de cualquier juramento y homenaje hubiesen prestado al conde, y
perdonó a todos cualesquier delitos, con que no hubiesen sabido en
la muerte del arzobispo de Zaragoza, y después, a 15 de noviembre de
1417, con ciertos pactos, entre otros de poderlo quitar, lo dio todo
al arzobispo de Tarragona don Pedro Zagarriga (Çagarriga).
Esta donación no he visto ni está registrada en el archivo real,
pero hace mención de ella el rey don Alfonso en un despacho que está
en el registro Gratiarum 3,. fól. 148, en que le nombra señor del
castillo y villa de Ager.
Salió en esta ocasión un caballero
llamado Alonso Jiménez que había muchos años servía a los condes,
y llegado ante del rey, le dijo: - Señor, yo nunca os vi ni conocí
hasta hoy, é há doce años que sirvo a don Jaime, e comí su pan e
tomé aquí la su voz en esta cerca, y sirviéralo hasta la
muerte; y si bien serví a él, bien serviré a vos.- Y besó la mano
al rey, que le admitió en su servicio.
El rey aquella misma
tarde envió un correo a Barcelona al infante don Alfonso, su
primogénito, que estaba en aquella ciudad por orden del rey, su
padre (ordenando y enviándole lo que había menester en aquel
cerco), haciéndole saber como tenía el conde en su poder y su madre
y hermanas, y la infanta doña Isabel, su mujer, como parece en la
misma carta, que se lee en el archivo real de Barcelona, en el
rejistro 3, Curiae sigilli secreti, fol. 135, que dice de esta
manera:
LO REY.
Molt car e molt amat primogenit:
lo rey dels reis possat lo fre en la boca dels
superbiosos lur elevacio conculca en las baxesas e los
corns de aquells elats subjuga a servitut per tal que no posen
lur sedilla en les alteses e no presumescan esser fets
semblants al Altisme. Tant es public que no crehem
ignorets com Jayme de Urgell rompent los
ligams de sa lealtat per la qual a nos axi com a
son rey e senyor es stret quants actes rebelles quantes
iniquitats quants engans e malvades obres ab diabolica
stucia habia concebut parit e abortat offenent
nostra real magestat volent en nostra senyoria sembrar
infidelitat e rebellio de la qual en aquella james
fonch trobada alguna sement. Per lo qual
proveints a la indempnitat de nostra cosa publica nos
ha convingut personalment venir assi e ab propries mans
ministrar salut en tan horrible plaga e havem assetiada
aquesta ciutat de Balaguer e aquella no sens gran renom e fama de
nostre car oncle lo duc de Gandia comptes
barons nobles caballers gentils homens e altres axi
de nostres regnes e terres com dels regnes de Castella assi
presents ab diverses multiplicades invencions e artilleries havem
macerat fins a la jornada de vuy en la qual lo
Fill de la Verge a intercessio de la gloriosa Mare sua en qui
es tota nostra speransa no volent la destruccio del poble de
la dita ciutat ne los grans dans a ella
subseguidors ha humiliat e oppremit lo
cor del dit * que ell ab ses muller mare e
germanes ses vengut a * en nostre poder ab genols
ficats demanant merce e *misericordia confessant sa
gran error: e nos moguts mes de pietat * rigor de justicia al dit
Jayme havem perdonat mort na * utilacio de membres e exili
perpetual de nostres regnes * e a les dites muller mare e
germanes sues les dites * mutilacio e exili e encara presons.
Pero lo dit Jayme * ben guardat nos havem detengut per
tal que purgues la * sos pecats horribles. E per tal
que haurets plaer les * vos notificam ab lo
exhibidor de les presents: e ha* molt car e molt amat
primogenit en la sua santa guarda la * Divinitat. Data
en lo siti de Balaguer sots nostre sagel * a 31
de octubre de 1413.
- REX FERDINANDUS.
* 20 del mes de
noviembre del mismo año, hallo en el * registro, folio 142, otra
carta del mismo rey, en que * al glorioso san Vicente Ferrer dándole
razón de lo * y la escribió en latín, y la trae el padre
fray *Francisco Diago en su historia de la orden de
Predicadores, en * 2, c. 63, donde la podrán ver los que quieran:
*pndré aquí una cláusula de ella, para que se vea, * diremos
abajo, que el rey había prometido al conde, * le sacaría de sus
tierras, desterrándole de ellas. *el rey: Nos autem non vigore
justitiae commoti sed pie*ore ac misericordiae madefacti eidem mortis
naturalis ac *rum mutilationis exiliique severitatem concessimus ac
*xori matri sororibus et populo captionem ultra predicta *imus: ipsum
tamen Jacobum conservari jussimus. Un*des Altissimo exaltantes cujus
sunt hec omnia gloriae des* qui (ut de ejus solita clementia
speramus) sic dexte*nostram diriget quod sedebit populus noster in
pulcritu*acis et tabernaculis justitiae ac requie opulenta.
A
2 de noviembre entregó el rey la persona del conde a Pedro Núñéz
de Guzmán, para que en compañía de Pedro Alonso de Escalante y
doscientas cincuenta lanzas lo llevaran a Lérida, donde le metieron
en una torre del castillo: y la reina, que estaba allí, le dejó
despejado y se pasó al palacio del obispo, y el conde quedó con muy
buena guarda.
Hallo en memoria de estos sucesos que llegó el
conde a la cárcel tan pobre y miserable, que era por mover a
compasión a cualquier que le viera; y el rey le mandó vestir a él
y a sus hijas y hermanas; y a 19 de noviembre de 1413, mandó dar
libranza a Diego Fernández de Vadillo, de doscientos setenta y siete
florines que había pagado, para comprar cuarenta alnas de paño de
Lira para el vestido de ellos, y ciento cuarenta y siete pellejos de
martas por el aforro del vestido del conde y por las hechuras de los
sastres y pellejeros, según parece en un registro Ferdinandum
primo, fol. 66, de este rey.
El rey, pues estaba seguro de la
persona del conde, quiso entrar en la ciudad, y no por ninguna de las
puertas de ella, sino que le fuese abierto un pedazo de muro, por
donde entrase como a conquistador; pero los de la ciudad no lo
quisieron consentir, porque decían que aquella guerra solo había
sido contra el conde y sus bienes, y que la ciudad no había sido
presa, sino que el conde se había entregado al rey, de su voluntad,
y que si el rey quería entrar por la puerta, asegurando sus bienes y
personas, ellos eran contentos de hacer lo que unos buenos y fieles
vasallos debían y eran obligados, y cuando no se les quisiese
aceptar esto, ellos tomarían el camino que mejor y más lícito les
fuese; y el rey vino bien en ello, y a 5 de noviembre entró en la
ciudad, acompañado de todos los señores *on él habían estado en
aquel cerco, y de otros muchos gentiles hombres que allí eran
venidos, pensando ser * los caballeros el día del combate, que
aunque no se * hecho, suplicaron al rey les quisiese armar
caballeros, * rey le plugo. Iban delante dos pendones, el uno con las
armas de Aragón, con la divisa del rey, de su orden de caballería
de la Jarra y lirios y un grifo, que él había *ido, y aunque era
orden militar, según dice fray Ge*o Román, no servían los de esta
orden en la guer* la divisa de ella solo era para premio y adorno de
los *eros que hacían proezas; y el otro pendón era de las armas
reales de Sicilia; y en llegando a la puerta de la * dio con una
espada desnuda encima de los almetes * que habían de ser
caballeros, y fue recibido con * triunfo, metido debajo de un paño
de brocado, según costumbre de meter a los reyes que de nuevo entran
en *a ciudad. Oyó misa en la iglesia mayor, y acabada, * gran
solemnidad, dio la divisa de la jarra y el grifo *enta caballeros y
escuderos de estos reinos y de Castilla * y hecho esto, subió a ver
el castillo y se volvió a co* al real, y dio todos los bienes del
conde, su mujer, *madre, hijas y hermanas a los soldados que le
habían servido * que luego lo saquearon todo, lo que no fue de poca
*cion para los de Balaguer, que temieron que acabado * saco del
castillo, no hiciesen lo mismo de sus haciendas, *aban muy quejosos y
decían que no se les guardaba lo *prometido, y tomaban armas para se
defender; y el rey les * a decir que se asegurasen, que aunque había
dado la *da del conde a los soldados, no había dado la de ellos, que
eran los que quedaban asegurados, pero no el conde.
Otro día,
que era el lunes a 6 de noviembre, partió de Balaguer, y dejó todas
las cosas de su real a los frailes de San Francisco, por ayuda de
reedificar su monasterio que estaba derribado, así como el de Santo
Domingo, para cuyo reparo y reedificación, a 3 de octubre del año
siguiente de 1414, estando en Montblanc, el rey dio dos mil y cien
florines de oro de Aragón, mandando a Fernando de Bardexí, colector
suyo general en el condado de Urgel y vizcondado de Ager, que los
diese. Llevóse el rey toda la gente que allá tenía, y dicen que
había tres mil quinientos hombres de a caballo y .... de a pie;
aunque de estos pocos le siguieron, porque preso el conde y entrada
la ciudad, cada uno se volvió a su casa. Llevaba en pos de sí sus
pendones y las banderas de todos los caballeros que con él estaban,
y entró muy alegre y triunfante en la ciudad de Lérida, donde fue
recibido con grandes juegos y danzas, como se suelen recibir los
reyes que de una conquista vienen victoriosos. Estando aquí, mandó
hacer cuenta con todos los caballeros que allí estaban, y con todas
sus gentes, y mandóles muy bien pagar todo el sueldo que les era
debido, hasta que cada uno llegase a su casa; y allende de esto, les
hizo mercedes proporcionadas a la persona y servicios; y así muy
contentos del rey, se volvieron los de Castilla, y también unas
cuatrocientas lanzas que enviaba la reina doña Catalina de Castilla,
mientras se apercibían cuatro mil lanzas que habían de venir de
aquel reino; pero como supieron la presa del conde, se volvieron. La
infanta doña Isabel siguió al conde, su marido, cuando le llevaron
a Lérida; pero la condesa y sus hijas y nietas se quedaron en
Balaguer, cuando el rey se partió a Lérida, y el mismo día que
llegó a aquella ciudad pidió por la condesa y sus hijas, y supo que
se habían quedado en Balaguer, y que decían que dejaban de seguirle
por falta de dinero. El rey, que de sí era manso y tenía buen
natural y estaba harto lastimado de las desdichas de aquella casa,
les envió por Pedro Mirón (en Pere Miró), que era de la
casa del conde, doscientos florines, y una carta en que les decía:
Comptessa cara cosina: com sia necessari
per alguns affers que vos siats assi pregamvos
affectuosament que ensemps ab dona
Leonor
dona Cecilia e ab vostres nets partiscats e vingats
a nos e siats assi per dijous tot dia: e asso
per res no haja falta car nos vos trametem per
en Pere Miró portador de la present doscents florins de or
de Arago. Dada en Leyda sots
nostre sagel secret a 6 de novembre any 1413.
- REX
FERDINANDUS.
Y así luego se partieron y vinieron a Lérida,
donde las hospedó un deudo suyo, que era arcediano de Santa María
de la Mar y se llamaba Berenguer de Barutell.
Estando el rey en
el sitio de Balaguer, comenzó de hacer proceso criminal contra del
conde, como vasallo reo, desobediente y rebelde a su rey y señor.
Nombró procurador fiscal a don Francisco de Eril, de quien estaba
cierto había de hacer bien su oficio, pues por medio de la justicia
podía tomar enmienda de la rota que la gente del conde le dio junto
a Margalef. Este, a 14 de setiembre, dio petición al rey contra del
conde y de doña Margarita, su madre, doña Leonor su hija, Ramón
Berenguer de Fluviá, Andrés Barutell, Dalmacio Dezpalau, Alfonso
Suárez, Pedro Gravalosa, Juan de Fluviá, Juan de la Torre y Tristany de Luça, fautores
y cómplices suyos. Hacíasele cargo al conde:
Que habiendo
prestado el juramento de fidelidad por medio de sus procuradores y
ratificado por su persona, y pedido por medio de sus embajadores
mercedes y socorro para sus necesidades al rey, como a señor suyo
soberano, escribiéndoselo en una carta; había hecho liga con Tomás,
hijo del rey de Inglaterra, y con el duque de Clarencia para quitarle
el reino, enviando a los dichos a don Antonio de Luna y Garci López
de Sesé, sus embajadores, por cuyo medio se concluyó la liga.
Que
había pagado sueldo a Juan de Mauleó y Eymerico de Comenge y otros,
porque entrasen con armas en el
principado de Cataluña e hiciesen guerra ocupando las tierras del
rey.
Que sus gentes habían tomado los castillos de Trasmoz y
Montearagón y otros, con voluntad y consentimiento suyo, sin que se
lo impidiese o mostrase disgusto de ello, tolerando que le llamasen
rey de Aragón.
Que había hecho venir compañías de ingleses y
que habían tomado algunos castillos en Aragón en las comarcas de la
ciudad de Jaca, capitaneándolas don Antonio de Luna, y habían hecho
jurar y aclamar al conde rey de Aragón, con voluntad y
consentimiento del mismo conde.
Que habiendo sido rompidos
por gente del rey y desbaratados los dichos ingleses y gascones, el
conde los salió a recoger, amparándoles y llevándoselos a la
ciudad de Balaguer.
Que había corrido las partidas y comarcas de
Tamarite de Litera, y preso algunos hombres que se llevó presos a
Balaguer, haciendo gran daño en toda aquella comarca, cautivando
diversas personas, vasallos del rey, y llevándolas a Balaguer, eran
rescatadas, tomando del tal rescate su parte y porción, dando
salvoconductos a los deudos y amigos de los tales presos, para poder
con seguridad tratar del rescate.
Que aconsejado de los dichos
cómplices, había tolerado que en Balaguer públicamente le
nombrasen rey de Aragón, haciéndole juramento y reverencia como a
tal, fortaleciendo con el favor de los dichos cómplices sus
castillos y casas para hacer guerra contra el rey, llamando para ello
a todos sus súbditos y amigos, pidiéndoles socorro, diciendo que
pues contra razón y justicia le había sido quitado el reino, él le
había de cobrar con la lanza en la mano, y que si el rey venía
contra de él, le había de salir al encuentro y darle batalla.
Que
había salido a combatir a don Francisco de Eril, cuando por orden
del rey iba a dar socorro en Aragón contra las gentes de armas que
allí tenía el conde, y le había desbaratado y herido la gente
que llevaba, procurando de prenderle o matarle.
Que había
querido prender la ciudad de Lérida, enviando para esto mucha gente
de armas, que hicieron gran daño en sus contornos, saqueando algunas
casas y pueblos.
Que sufrió que al rey le llamasen infante de
Castilla y no rey de Aragón, y hablasen de él en Balaguer mientras
*duraba el cerco con descortesía y desacato, llamándole tirano.
Que había resistido al gobernador cuando por orden del rey y
según las sentencias reales iba a tomar posesión por el rey de sus
lugares, cerrando las puertas de ellos y tomando las armas.
Que
cuando el rey llegó a Balaguer manteló el muro, y con bombardas y
ballestas y otras armas tiró al real y a la misma persona del rey,
haciendo entrar en Balaguer a Menaut de Favars, para dar traza cómo
meter dentro la ciudad gente para poder mejor resistir al rey.
Que
había hecho salir gentes y escuadras de la ciudad para combatir con
asaltos y escaramuzas la gente del real, haciéndoles daño notable y
matando algunos, en gran deservicio del rey, prendiendo los que
podían haber y dándoles después por rescate.
Que en todos los
dichos delitos habían sido sabedores y aconsejado la madre del conde
y demás personas arriba dichas.
Estos eran los delitos y culpas
que oponía el fiscal contra del conde; y antes de recibir testigos
sobre ello, a 16 del mes, mandó el rey tomar información sobre
dónde estaban los delincuentes; y con cinco testigos quedó probado
que el día antes, que era a 15, estaban en Balaguer, donde los
habían visto, y no habían salido de allá, y mandó que fuesen
citados con término de veinte y seis días para que dentro de ellos
compareciesen, y que les fuesen presentadas letras; pero los porteros
que las habían de llevar dijeron que ellos no osaban ir a la ciudad,
por el gran peligro que había de las saetas y piedras que
continuamente tiraban de la muralla; y el rey mandó que Berenguer
Colom, regente su
cancillería, recibiese información: y de
cuatro testigos que sobre esto se ministraren, que eran el conde de
Cardona, el gobernador de Cataluña, Gil Ruiz de Liori y Ramón de
Bages, quedó probado el gran peligro que había de acercarse a
los muros de la ciudad de Balaguer, por las continuas saetas, balas y
piedras que arrojaban contra la gente y oficiales del rey,
cautivándoles si podían: y el rey mandó que les fuese notificado
con pregones, o del modo que mejor pudiese llegar a noticia de ellos.
A 17 se espidieron letras y se publicaron en Almata y por el
real, en partes que, sin ser ofendidos, podían ser oídas de los que
estaban en el castillo, si querían; y para más justificación de
los procedimientos, quiso el rey, que pues las dichas letras no
fueron presentadas, que fuesen publicadas en Lérida, como a cabeza
de veguería; y después a 19 del mismo mes las fijaron a las
puertas de la casa de Francisco de San-Climent, donde tenía el rey
su audiencia.
Esto pasó antes de haberse puesto el conde en
poder del rey, y llevado a Lérida; pero después que fue preso,
prosiguió el fiscal contra de él el proceso, y se guardó esta
orden: que a 12 del mes de noviembre tomó el rey por su misma
persona la deposición al conde sobre los artículos de la enquesta
y se le hicieron veinte y cinco preguntas o interrogaciones, y
respondiendo en cada una de ellas, vino a decir: que si él había
fortalecido y pertrechado sus castillos, fue por haber entendido que
los de la ciudad de Lérida querían acometer sus lugares y tierras,
y por tener guerra contra del conde de Cardona; y que por no haber
dinero para pagar sus soldados, había bastecido los castillos y
lugares de vituallas, con pensamiento de dar de comer a los soldados
en vez de dineros; y qué él no supo en la correría que hicieron a
don Francisco de Eril, porque los que la hicieron eran enemigos suyos
y no le dieron razón de ella, ni menos supo en la invasión y presa
que quisieron hacer de la ciudad de Lérida, ni él se halló con los
que fueron allí, y que si sus gentes corrieron a las de Rafols y *
fue para cobrar cierto ganado que los de allá le habían tomado; y
que si mosen Cortit había preso hombres de Segriá, fue sin saberlo
él, y que luego que lo entendió les hizo libertar; y que si gentes
extrañas habían entrado en Cataluña, como fueron unos que envió
el conde de Foix, fue por hacer guerra con ellos al de Cardona, con
quien estaba mal, y que si Menaut de Favars entró en Balaguer, era
para cobrar cierto dinero que le debía don Antonio de Luna, que
después con letra suya cobró del conde de Foix mil florines; y que
si de noche unos lugares hacían fuegos a otros, eso no era cosa
nueva en el condado de Urgel y vizcondado de Ager, sino muy ordinaria
en tiempos pasados, y más cuando con presteza querían los unos
lugares avisar a otros; y que si había dado letras de credencia a
don Antonio de Luna, a Basilio y a otros, fue porque hiciesen toda
honra y cortesía a don Antonio; y finalmente, que fuera de lo dicho
no sabía ni tenía más que decir ni responder.
Como de la
deposición del conde no resultaba ni culpa ni cargo contra de él,
fue necesario se recibiesen testigos, y estos fueron cuarenta y
cinco, y entre ellos Basilio, el capitán de los ingleses, con diez
soldados suyos que estaban presos: los demás todos eran gente de
Balaguer y Lérida y de aquellas partes vecinas, y de los que habían
estado con el rey en el real; y aunque no había mejor testigo que el
mismo rey, procedió en el negocio tan sin pasión, como si lo que el
conde había hecho no le tocara a él.
* la recepción de ellos a
28 de noviembre, y *recibíales delante de Bernardo de Gualbes,
vicecanciller del rey, que fue uno de los nueve jueces de Caspe, y
los *examinaba por su propia persona, y el mismo día se publicó la
*questa, presente el conde, y dio por concluido el proceso * y el
rey, que asistió a ello, le dijo si tenía algo que * y el conde le
respondió: - Señor, el día que yo me * en vuestro poder lo hice
confiando de vuestra misericordia, y que tendríades miramiento al
deudo es entre nosotros, y a la sangre y linaje de Aragón de donde
venimos, al parentesco es entre la infanta y vos, por ser hermana de
vuestra madre, y que según esto usaríades de misericordia conmigo,
como rey virtuoso y señor misericordioso, y aunque haya muchos de
los testigos referidos y otros, que * mejor perder la vida por sus
delitos y culpas cometidas, que osar parecer delante vuestra real
presencia, * yo ni les quiero contradecir ni impugnar, sino que me *
debajo de vuestra misericordia y conciencia, confiado en ella,
poniéndome también a todo lo que vuestra real majestad querrá. -
El fiscal, que era don Francisco de Eril, instaba que se acabase
aquella causa, y el rey volvió a decir al conde si quería copia de
los testigos, o que se le volviese a leer los dichos de ellos, y
abogados para defenderse, * él se los daría ; y el conde respondió
que él perseveraba en lo que había dicho. Volvió el rey tercera
vez a decir lo mismo, y el conde perseveró en esta última
respuesta. Con esto se dio el proceso por concluido y se asignó a
sentencia para el día siguiente, que era miércoles a 29 de
noviembre, víspera de San Andrés del año 1413, en el mismo
castillo de Lérida; y allí en presencia de los obispos de Barcelona
y León, del duque de Gandía, del conde de Cardona, don Roger Bernat
de Pallars, del vizconde de Illa, Berenguer de Stalric, Garau Alamany
de Cervelló, gobernador de Cataluña, don Berenguer Arnaldo y don
Pedro de Cervellon, Francisco de Aranda, donado de Portaceli del
orden de Cartuja, Olfo de Proxida, Berenguer Doms, Pedro de
San-Menat, Berenguer de Bardexí, mosen Juan Dezpla tesorero del rey,
Ferrer de Gualbes, T... Gralla y otros, estando el rey en su trono
real, y los infantes don Alfonso y don Pedro, sus hijos, y con ellos
el duque de Gandía y don Enrique de Villena, el conde de *Modler don
Bernardo de Centelles, Gil Ruiz de Liori, Juan Fernández de Heredia,
don Juan de Luna, don Juan de Ixar, Berenguer de Bardexí y los
doctores Juan Rodríguez de Salamanca y Juan González de Azevedo y
otros muchos, sacaron al conde de la torre donde estaba preso, y
presente don Francisco de Eril, que hizo las partes de fiscal, le
dijo el rey estas palabras: - Dios sabe, a quien no se esconde cosa
alguna, que yo quisiera excusar esto por que soy aquí venido, y a
todo el mundo son manifiestos los yerros que vos contra mí hicisteis
y contra la corona de mis reinos, y con todo eso os di lugar para que
os pudiésedes enmendar, y yo vos quise perdonar y hacer mercedes,
como a todos es notorio, y vos continuando vuestro mal propósito, no
dísteis lugar a que yo vos hubiere de perdonar, y a grandes preces y
ruegos de mi tía, vuestra mujer, yo vos perdoné la muerte que
teníades bien merecida, y doy contra vos la sentencia que oiréis,
la cual leyó públicamente Pablo Nicolás, secretario del rey, que
decía así:
Altissimi Dei Salvatoris nostri ejusque Matris
virginis *gloriosissime Marie nominibus humiliter invocati* Nos
Ferdinandus Dei gratia rex Aragonum Sicilie Valentie Majoricarum
Sardinie et Corsice comes Barchinone duy Athenarum et Neopatrie ac
etiam comes Rossilionis et Ceritanie: Visa denuntiatione *
presentatione coram nostra sacra majestate oblata per nobilem et
dilectum nostrum Franciscum de Erillo militem procuratorem nostrum ad
hec specialiter deputatum contra et adversus Jacobum de Urgello
filium egregii Petri quondam comitis Urgelli: Visis etiam articulis
sive capitulis contra dictum Jacobum oblatis: Visis inquam
confessionibus per dictum Jacobum factis: Visis preterea et mature
ponderatia testium depositionibus per dictum nostrum procuratorem
productorum: Visisque productionibus tam instrumentorum publicorum
quam aliarum quarumvis scripturarum: Visa denique publicatione
*tationum ac totius processus dicto Jacobo facta necnon et notitione
contra eundem oblata ac debita animadversione pensatis quibusvis
dictis productis et allegatis tam per dictum procuratorem nostrum
quam dictum Jacobum: Visis postremo et cum solerti diligentia
recensitis predictis et aliis videndis et attentis attendendis
sacrosanctis evangelius coram nobis propositis ac eis reverenter
inspectis ut de vultu Dei nostrum procedat judicium et occuli mentis
nostre videre valeant equitatem: die presenti ad hanc nostram
audiendam sententiam dicto Jacobo assignata pronuntiamus et
sententiamus prout sequitur:
Cum tam per confessionem dicti Jacobi
de Urgello quam per alia merita dicti processus constet clare nobis
predictum Jacobum de Urgello subditum ac ratione originis et
domicilii et alias vassallum ac naturalem nostrum ac vinculis
juramenti fidelitatis jam astrictam cum quibusdam confederationes et
conspirationes ac liantias post juramenti prestationem fecisse causa
occupandi sibi regna et terras nostras et se in regem Aragonum
erigendi extollendi et in regnis et terris nostris se intrudendi in
nostre majestatis offensam: Constet etiam nobis ipsum iractasse et
ordinasse quod civitas Ilerde que sub nostro dominio et obedientia
consistit per gentes suas intraretur et occuparetur ut sibi ea
occupata facilius etiam dicta regna et terras occupare posset que
ordinationes et tractatus quantum in eo et in gentibus suis fuit ad
effectum deducta fuerunt: Constet *inquam nobis quod gentes sue
ipsius *fulte subsidio nonnulla castra sive villas inde ejectis et
depredatis subditis nostris occuparunt *quosque subditos nostros per
violentam rabiem coegerunt * prestandum dicto Jacobo tamquam regi
Aragonum fidelitatis tali casu illicitum juramentum: Constet preterea
nobis nostros subditos et vassallos et alias gentes nostras cuntes
tam per publica itinera et pro nostro servitio quam alias per gentes
dicti Jacobi ejus ordinatione seu permissione depredatos ac
vulneratos fuisse ac de preda predicta dictum Jacobum partem
habuisse: Constet nichilominus nobis Jacobum predictum seu ejus
gentes ipsius ordinatione seu mandato nobis eum *obsessum intus
civitatem Balagarii justitia mediante tenentibus gentes nostras in
dicta obsidione nobiscum existentes hostili animo notorie expugnasse
interfecisse ac etiam vulnerasse et a *montis et aliis lecis dicte
civitatis tam cum balistis bombardis quam aliorum armorum generibus
dictos nostros vassallos continue offendisse nostramque in personam
bombardarum lapides de nobis specialem habentes notitiam specialiter
et publice *dirextisse ac multa alia nostrum honorem sigillantia et
notoriam *resistentiam et offensam sapientia in nos nostramque gentes
et in hostes *comissise: Constet etiam nobis predictum Jacobum passum
fuisse se regem Aragonum nominari et nos infantem Castelle et
non regem Aragonum nominare ac nominari per gentes suis
publice permisisse: Constet postremo nobis eundem Jacobum de Urgello
plura alia et diversa crimina et nostri contemptum sive nostre
majestatis injuriam nostreque reipublice detrimentum
comississe: Ideo predictis et aliis attentis cor nostrum *regum quod
in Dei manu est justissime moventibus per hanc nostram difinitivam
sententiam pronuntiamus et declaramus Jacobum predictum de Urgello
fecisse et perpetrasse omnia et singula supradicta et propterea
crimen lese majestatis comississe. Et *quamvis secundum justitie
rigorem ad penam mortis naturalis *acerrimam dictum Jacobum de
Urgello condempnare merito debemus: considerantes tamen quod a nostra
regia Aragonum *propria trahit originem: inclinati etiam assiduis
supplicationibus inclite infantisse uxoris sue *amiteque nostre
carissime ac nonnullarum aliarum reverendarum venerabilium egregiarum
nobilium ac notabilium personarum: dictam penam mortis acerrimam in
totam tenendum custodiam commutantes eandem penam mortis tollimus et
eum ad standum detentum sub tuta custodia sententialiter condempnamus
ut de comissis per eum aliqualem penam sentiat et de cetero ad talia
aut similia non valeat prosilire: per hoc enim quoas penam
aliqualiter justitie satisfacimus et quoad quietem nostre reipublice
salubriter providemus. Et nichilominus bona sua omnia a tempore
comissionis dicti criminis citra fuisse et esse nobis nostroque
erario aplicata seu confiscata per hanc nostram sententiam
declaramus. Declaramus etiam eundem Jacobum titulo seu titulis
comitis de Urgello ac vicecomitis Agerensis aut aliarum dignitatum et
officiorum quibus se intitulabat et auctoritatum ac honorum civitatis
locorum castrorum bonorum jurium jurisdictionum tam perpetuorum quam
temporalium fore privatum: absolvendo ab omni fidelitate obligatione
servitio promissione ac pacto civitatem predictam Balagarii loca et
castra ipsorum comitatus et vicecomitatus et alia quecumque ac
vassallos seu feudatarios ac alios quoslibet eidem Jacobo
quomodolibet obligatos: salve tamen nobis processu superius dicto
contra alios de quibus in dicta preventione fit mentio contra quos ad
presens ex causa non pronuntiamus. Supplemus etiam omnem deffectum si
quis forsitan fuerit ex solemnitate juris aut alias omissa in
processu memorato de nostre regalis preheminente plenissima
potestate.
Lata fuit hec sententia per nos Ferdinandum Dei gratia
regem Aragonum Sicilie Valentie Majoricarum Sardinie et Corsice
comitem Barchinone ducem Athenarum et Neopatrie ac etiam comitem
Rossilionis et Ceritanie predictum et per fidelem secretarium nostrum
Paulum Nicolay de nostro mandato lecta et publicata in castro
nostro regio civitatis Illerde die vicesima nona novembris
anno a nativitate Domini millessimo quadringentessimo tertio
decimo presentibus dicto nobili Francisco Derill milite
procuratore quo supra ipsam sententiam fieri et promulgari instante
et requirente parte una ac dicto Jacobo de Urgello
delato parte
altera presentibus etiam pro testibus ad hec specialiter adhibitis
vocatis venerabilibus in Christo patribus Francisco barchinonense
Alfonso legionense episcopis egregio Alfonso duce Gandie nobili
Geraldo Alamanni de Cervillone milite gubernatore Cathalonie
Berengario de Bardaxino cujus est locus de Çaydino
et Johanne de Plano legum doctore thesaurario consiliariis nostris ac
pluribus aliis in multitudine copiosa.
Luego que fue leída
la sentencia, dijo el conde en alta voz: - Señor, misericordia os
pido, que confiando en vuestra clemencia me vine a poner en vuestro
poder. - Pero el rey no le respondió cosa alguna, sino que salió
del castillo y se fue a palacio, y al conde le volvieron a la torre
donde solía estar, y estuvo en ella hasta 10 de diciembre de este
año; y cada día era visitado de muchos. Estaba el rey muy dudoso
dónde le llevaría, y sabía que no le convenía que estuviese en
estos reinos, por lo que podía suceder con la mudanza de los
tiempos; y pareciéndole que por ser el conde mozo y de buena gracia
y hermosa compostura y disposición, y a menudo visitado de los de la
corona de Aragón, que le mostraban gran afición y amor, por lo que
tendría más lugar de escaparse de ella y alborotar los
reinos, ordenó que fuese llevado a Castilla; y despedido de su
madre, mujer, hermanas e hijas, para nunca más las ver, pobre y
desamparado de los suyos, y entregado en poder de Pedro Núñez o
Rodríguez de Quemán y Pedro Alonso de Escalante, con buen número
de gente de armas castellanos, fue llevado a la cárcel y reclusión
que había de estar, sin saber dónde, llevándole en una acémila
(como ase catalá que era): y cuando llegó a Zaragoza, pensó
el conde que allí se había de quedar; pero como vio que lo llevaban
camino de Castilla, hubo tan grande enojo, que no los quería seguir,
y se dejó caer de la acémila en que iba, y se quejaba del rey, y
decía que le había prometido que no le sacaría de sus reinos
(tranquilo hombre, que te quedarás en los países catalanes, le
dijo), y que no cumplía ahora su palabra real. Quejábase
también del duque de Gandía, que fue el medianero cuando se puso en
manos del rey, y decía contra él palabras muy pesadas y libertades;
pero fuéle forzoso de seguir a los que le llevaban, porque había
llegado a estado *, en que no había de considerar ni lo que perdía
ni lo * le quitaban, sino que había de tener por ganancia lo único
poco que le dejaban, pues su vida y libertad había estado y estaba
en manos y voluntad del rey. Padeció en este viaje muchas injurias y
pesadumbres, porque los que le llevaban eran muy descomedidos e
inhumanos y hacían escarnio y mofa de él, llevándolo atado de pies
y de manos, y en los mesones y posadas lo enseñaban a la gente como
si llevaran un hombre vil (que lo era) o ladrón público, y
le daban de pescozones, burlándose de él que hubiese tenido a gozar
de pretender el reino en competencia del infante de Castilla, y de
este modo le afligían sin rastro de piedad alguna y le daban mayor
aflicción. Llegó por sus jornadas al castillo de Ureña, en
Castilla, y para mayor seguridad se puso en defensa y poder de Pedro
Alonso de Escalante, caballero de la casa del rey, y le tomaron
grandes juramentos y homenajes de tenerle en buena guarda y
entregarle al rey siempre que le pidiese, o a la persona que él
mandase, con el castillo o fortaleza en que había de estar el conde,
y no a otro alguno.
No estaba el duque de Gandía muy contento de
lo que el rey había hecho con el conde, y muchos había que echaban
a él la culpa y decían que hizo mal en aconsejarle que se metiese
en poder del rey, y de esto hablaban muy libertadamente; y a él
también le sabía mal que siendo de linaje y alcurnia real fuese
tratado de aquella manera y llevado fuera de los reinos de la corona
de Aragón, en que había hartos castillos fuertes donde lo podía
tener muy seguro, sin llevarlo a Castilla ni meterlo en poder de
personas extranjeras, como se lo habían prometido y era público y
cierto, y lo vimos en la carta que escribió el rey al infante
Alfonso el día que el conde salió de Balaguer. Sentíase mucho el
duque, después de llevado el conde a Lérida, no le dieran lugar de
hablarle, por haberlo así mandado el rey: parecíale a la infanta
que aquel rigor se usaba con su marido había de quedar templado
por medio del duque, que era quien más había servido al rey en
aquella jornada, y no había en estos reinos persona de más calidad
ni otro descendiente de la casa real, sino él y el conde su marido,
y era persona de quien el rey hacía mucho caso; y por eso un día
fue a hablarle de la materia y de la necesidad que padecían la
infanta y sus hijas para que la remediase, porque era cosa indecente
que personas de su calidad padeciera la necesidad que padecían
(massa poc, anéu a treballá al cam, a la fruita); y halló
al rey muy disgustado que le metiese en tales materias, y le despidió
con algún despego y severidad; de lo que el duque quedó muy sentido
y dio algunas demostraciones de ello de tal manera, que el rey lo
vino a saber, y un día le llamó y le dijo: que lo que él había
hecho con el conde y su hacienda, era cosa que él y todos sus
vasallos habían de tener a bien; pues era a fin de tener en paz su
reino y librarle de bullicios de guerra, los cuales cualquier buen
rey debe apartar de su casa y tierras; y si es que guste de ellos, es
mejor hacerla lejos de si, que cerca, y en tierras extrañas y no
proprias, por ser el fin della infeliz y dudoso; y que
si el rey de Castilla don Pedro, su tío, lo hubiera hecho así con
don Enrique, su hermano, padre del rey, y asegurádose de su persona,
como él había hecho de la del conde, ni le hubiera metido gentes
extrañas en él, ni quitado el reino ni la vida, y pues de los
escarmentados salen los arteros; él quería hacer de manera que tal
no le sucediese con el conde, a cuya mujer e hijas mandaría dar lo
necesario para su sustento y según su calidad, y de lo demás no
tenía él que cuidar, pues el reino era suyo, y él lo gobernaría
de la manera que fuese mejor.
El duque replicó al rey, y le
dijo: que aunque era verdad lo que él decía, pero le parecía que
su honor y reputación quedaba muy lisiado, porque habiendo él sido
medio que el conde se metiese en su poder, en ocasión que aún había
quien le aconsejaba que no lo hiciese, sino que resistiera, y él le
había aconsejado que fiara de la clemencia del rey; era mal caso a
su reputación que fuese así tratado, y estaba muy cuidadoso qué
razón había él de dar de los tratos que le hacían al conde, si
algún caballero por él la pedía o le desafiaba a batalla; y
estimara él más haber muerto en aquella ocasión, que haber
intervenido en tales haceres, pues sino por él nunca el conde se le
hubiera rendido. El rey le volvió a decir que no se diese pena de
ello, y estuviese cierto que el conde no se quejaría de él, porque
estaría en parte en que tendría harto que hacer de llorar su pecado
y las ofensas que le había hecho y excesos, estando sin rey y señor:
y que le hacía cierto que de aquella hora adelante no habría más
ni conde ni condado de Urgel, y que si nadie le pedía cuenta de lo
hecho, le podía responder que había sido en servicio de su rey y
señor, y si no les quería dar respuesta, que se los remitiese a él,
que él les respondería o haría que otros iguales al duque se la
diesen; de lo que quedó muy sentido, y habida licencia, se ausentó
de la corte del rey.
Acabado ya el proceso contra el conde y
concluida la causa, mandó el rey a la infanta y a sus hijas fuesen a
Jijena y estuviesen allá, hasta que el rey mandase otra cosa:
lo que sintió mucho, porque siempre pensó que el rey le daría
alguna parte de los estados de su marido, equivalente a su dote, y
mostró mucho sentimiento de esto, y así se le dijo al rey en un
largo y lastimoso razonamiento que le hizo; pero no hubo lugar la
pensión, y así se hubo de ir a Jijena; y en esta ocasión parió
una hija llamada doña N... que murió niña, y después el rey le
hizo merced de 5000 florines, que en estos tiempos valía cada uno
once sueldos, duraderos mientras se le tardaban a pagar las 50000
libras de su dote; y se los consignó sobre las rentas de los condado
de Urgel y vizcondado de Ager, y mandó a 1 de mayo de 1414 a
Fernando de Bardexí, colector de las rentas de ellos, se los pagase
con tres pagas, cada cuatro meses una paga; y después, estando el
rey en Igualada a 19 de marzo, poco antes que muriera, se le quejó
la infanta que no podía ser pagada, por no bastar a ello las rentas,
por las muchas donaciones y ventas había hecho el rey de las villas
y lugares del condado, y por faltar la villa y baronía de Pons, que
había vendido el conde don Jaime; y así se mudó la consignación
de dichos 5000 florines de la manera que le dio 500 sobre el condado
de Urgel y vizcondado de Ager, 3500 sobre las rentas de Valencia,
consignándolas sobre el derecho de los tres dineros que
pagaban los florentines e italianos y sobre las lezdas
de Tortosa, mandando al baile general de Valencia se las pagase; y
quinientos sobre las lezdas de Tortosa: y esto duró hasta el octubre
de 1417, que el rey Alfonso le hizo venta de la villa de
Alcolea y su castillo, que era pueblo de trescientos fuegos,
por sesenta mil florines de oro de Aragón, que retuvo ella en su
poder en cuenta de su dote; y más le hizo venta del diezmo de la
lana y animales de las lezdas, quistias y rentas hacía la aljama
de los judíos, y otros derechos tenía en Balaguer el rey y tuvieron
los condes don Pedro y don Jaime, por diez y siete mil libras
barcelonesas, y dice que valían treinta mil novecientos y nueve
florines y un sueldo; y dice que el término de Balaguer, donde se
reciben estas rentas que vende a la condesa, confina con el término
de Menargues, Castelló de Farfaña, Os, Gerp, Merita, Rapita, Çayda,
Trimonial y Termens; y la infanta se retuvo estas diez y siete mil
libras en paga de su dote, y el rey mandó despachar letras a
Fernando de Bardexí, colector de las rentas del condado, para que
diera posesión de la villa y castillo de Alcolea y rentas de
Balaguer a Andrés de Barutell, procurador de la infanta, mandando a
Fernán Díez entregara aquel castillo al dicho Bardexí, para que lo
pueda dar al dicho procurador. Mandó también el rey que lo que
fuese debido de los cinco mil florines consignados por los frutos del
dote de la infanta, se lo pague el dicho Bardexí, hasta 29 de
octubre, que fue el día después de hechas estas ventas.
Sin
esto, no dejaba el rey de ayudarla en sus necesidades con algunas
libranzas le mandaba hacer, como fue a 22 de diciembre de 1417, que
le mandó dar doscientos florines para pasar aquellas fiestas de
Navidad, mandando a Ramón Fivaller, su tesorero, que se los pagase.
Mientras tardaban a llevar al conde a Castilla, mandó el rey
proseguir el proceso contra la condesa doña Margarita, su madre,
que, como dijimos, fue la que puso a su hijo en aquellos trabajos.
Estuvo esta señora detenida por orden del rey en Lérida, aunque no
en tan estrecha prisión como el conde su hijo. A 4 de diciembre le
mandó el rey ir a tomar la deposición; y aunque se le hicieron
diversas preguntas, solo respondió, que ella poseía gran parte del
condado, y que su hijo le había dado posesión de ella, por
seguridad del dote de ella y de doña Leonor su hija, y por habérselo
así aconsejado letrados, porque si el rey hacía proceso contra don
Jaime su hijo, a lo menos lo que ella tuviese estuviera seguro de ser
confiscado, y no quiso responder otra cosa. Pero ya del mismo proceso
hecho contra su hijo resultaba alguna prueba contra de ella, que
había sido cómplice en la rebelión del hijo, de haberle atizado,
compelido y aconsejado en todo lo que había hecho, y de haber
acogido y tomado su parte de las presas que se hicieron en la comarca
de Lérida y Segriá y otros lugares del rey, y haber hablado
desacatadamente y con poco respeto de su real persona, llamándole
infante de Castilla. Pero como esto no quedaba tan bien probado como
era menester, se recibieron sobre ello treinta y seis testigos, cuyo
examen y recepción sometió el rey a Bernardo de Gualbes, su
vicecanciller, el cual fue un día a la posada de la condesa a
tomarle la declaración; y así como le quiso hacer la
primera
pregunta, dijo ella, que no pensaba responder ni a ella ni a otra que
le hiciese, porque ni ella era rea ni tenía culpa alguna, y en caso
hubiese cometido algunos delitos, se los había perdonado el rey;
y así se lo habían certificado don Pedro Maça
y la infanta, antes que su hijo se hubiese puesto en poder del rey: y
en conformidad de eso, cuando ella salió de Balaguer y se metió en
su poder, la trató no como enemiga o persona criminosa, sino como se
pertenecía a mujer de la calidad y linaje que ella, haciéndole muy
buen acogimiento y besándola, y le había dicho que lo pasado fuese
pasado y que él lo había por remitido, y que mirase que de allí
adelante no le hiciese ningún deservicio; y decía que ella no
quería renunciar a tal gracia y perdón, antes entendía suplicar al
rey que le fuese todo muy ampliamente guardado, y rogaba al
vicecanciller y abogado fiscal, que estaban allí presentes, que lo
refiriesen al rey y por su parte le suplicasen, que le diese
audiencia en presencia de la infanta su nuera y de don Pedro Maça,
para averiguar lo que ella decía si era así; y que pues ella no
había culpa ni renunciaba a la gracia y perdón del rey, no había
para qué deponer, cuanto más que sospechaba que la tal deposición
perjudicaría a la gracia y perdón que tenía, y que si el rey
pretende quitarle su hacienda, no era mujer ella que estimase tan
poco a sí misma y su familia, que deje de defenderse, y que pues le
tiene ocupada su hacienda pide le den de comer, y abogados que la
patrocinen.
El jueves siguiente, que era a 14 del mes, volvieron
a ella los mismos canciller y abogado fiscal, y le dijeron que ellos
habían referido al rey todo lo que les había dicho, y parecía que
debía hacer su deposición, porque decía el rey que no había sido
otra su intención sino perdonar a sola su persona, y así que
respondiese. Enojóse la condesa de tal respuesta, y dijo que ella no
quería renunciar a la gracia y merced que el rey le había
concedido, antes quería suplicar se le cumpliese así como se lo
habían dicho la infanta y don Pedro Maça,
y ya el rey le había dado señal de ello con el buen acogimiento le
hizo cuando salió de Balaguer; y que si decía que su intención no
fue sino solo perdonar a su persona, hablando con el debido respeto,
decía, que las gracias de los príncipes se han de interpretar muy
ampliamente, y que si le perdonaba a ella, lo mismo era razón se
hiciese con los bienes, que ni habían hecho mal alguno ni le podían
hacer; y que si delitos se habían cometido, lo que ella negaba,
esos, ella y no los bienes los habían hecho, y volvía a pedir
audiencia delante la infanta y don Pedro Maça,
y abogados, por ser ella mujer que no se entendía en tales negocios.
El vicecanciller le volvió a decir que el rey y otros que se
hallaban en la ocasión que él la perdonó, decían que la intención
del rey fue perdonar a la persona las penas debidas y no más, y que
así, que respondiese y depusiese; pero la condesa siempre estuvo en
lo mismo, y pidió abogados. Entonces el vicecanciller le dijo, que
él le mandaba de parte del rey que respondiese, y si temía ser
perjudicada, fuese con protestación, y le prometía de parte del rey
que la oiría, y que no haría cosa contra ella que no fuese según
justicia, y le daría abogados, y se los pagaría, y lo demás que
hubiese menester para su provisión; y si no quería hacerlo, él
proseguiría su proceso según justicia; pero la condesa siempre
perseveró en lo mismo.
El procurador fiscal, vista su
contumacia, pidió se le publicase la enquesta, y así se
hizo; y aquel mismo día pidió ser declarado haber cometido crimen
de lesa majestad, y que le fuesen confiscados los bienes, y castigada
según justicia.
El día siguiente volvió el vicecanciller y
Pedro Ram, del consejo del rey, Domingo Sánchez, procurador fiscal,
y el escribano de la causa, a tomarle la deposición; pero ella perseveró en lo mismo, pidiendo abogados; y el vicecanciller le
dijo, que la deposición que había de hacer era acto personal, y lo
había de hacer ella sola, sin poder intervenir otro en ello; y ella
perseveró en lo mismo, y pidió a Esperandeo de Cardona y
mosen Maciá Vidal, y que después nombraría los otros; y así
le dieron a éste, y dijeron que mosen Esperandeo de Cardona estaba
ausente, y no se lo podían dar porque esta causa no iba con
dilaciones, y pues estaba en ciudad que había otros letrados, que
escogiese de ellos, que él los compeliría a que la abogasen, y les
haría pagar, y le dio tiempo hasta el día siguiente, y mandó a
mosen Maciá Vidal que pena de mil florines que la abogase.
A 18
de diciembre, por estar ausente su vicecanciller, mandó el rey a
Berenguer Colom, su canciller, que fuese a la casa donde estaba la
condesa, y le pidiese si tenía qué decir; y ella respondió, que no
le bastaba solo un abogado, y que mientras no tuviese más, no le
corriese el tiempo le era concedido para defenderse; y lo mismo
sucedió a 20 del mes, y añadió que dijesen al rey, que ella
perecía de hambre, y no tenía nada, porque él se lo había todo
ocupado. Y volvió después el canciller a ella a decirle si tenía
algo que decir, y ella le respondió que no, sino que estaba muy
afligida, porque le habían dicho que el conde su hijo estaba muy
enfermo, y con todo el rey le mandaba caminar a la cárcel, por donde
juzgaba que sería muerto, y que este pensamiento la tenía muy
enajenada y fuera de sí (como estuvo casi siempre); y que
ninguno le quería valer, ni hallaba quien escribiese por ella una
palabra, ni quisiese ir a ninguna parte, por no caer en desgracia del
rey, y que esta causa no era de solo un abogado; y el canciller (pone
conciller) le dijo que nombrase los que quisiese, que él de
parte del rey les obligaría a abogar por ella; y no quiso nombrar
ninguno. Dióse de término el día siguiente, y respondió, que no
quería defenderse, y que daba el proceso por concluido y lo
dejaba todo a la voluntad y ordinacion del rey. Asignóse a
sentencia para el viernes siguiente, que era a 29 de diciembre; y el
dicho día, a hora de prima, compareció el fiscal para que se
publicara la sentencia, y el canciller asignó la hora de vísperas
en el palacio del obispo, y allá compareció la condesa, y el
procurador fiscal, y Pablo Nicolás, secretario del rey, publicó la
sentencia, que decía así:
Dei eterni et Salvatoris Domini
nostri Jhesu-Christi ejusque Matris beatissime Marie virginis
gloriose auxilio et nominibus humiliter invocatis. - Presidente
rationis imperio in *salmo judicantis sedet in examine veritatis pro
tribunali justitia. Unde Nos Ferdinandus Dei gratia rex Aragonum
Sicilie Valentie Majoricarum Sardinie et Corsice comes Barchinone dux
Athenarum et Neopatrie ac etiam comes Rossilionis et Ceritanie: Visa
denuntiatione seu preventione coram majestate nostra oblata per
nobilem et dilectum nostrum Franciscum de Erillo militem
procuratoremque nostrum ad hec specialiter deputatum contra et
adversus Margaritam uxorem egregii Petri comitis Urgelli et
vicecomitis Agerensis quondam matremque Jacobi de Urgello
*ictorum conjugum: Visisque articulis seu capitulis per *a
procuratorem nostrum oblatis et specialiter quatenus * capitula
dictam Margaritam concernunt que postea fue* continuata et presentata
per Dominicum Sancii procuratorem fiscalem curie nostre: Visis
preterea atestationibus testium *ictum procuratorem fiscalem
productorum ac publicatione *dem facta dicte Margarite ac totius
presentis processus: *inquam nonnulius assignationibus factis dicte
Margarite ad *dum proponendum et allegandum si qua in causa
presen*ere proponere vel allegare vellet et prospectis et cum so* et
matura diligentia recensitis meritis totius processus *issorum de
causa factis: Et visis videndis et attentis atten* divinis et
sacrosanctis quatuor Dei evangeliis coram no*ropositis ac reverenter
inspectis ut de vultu Dei nostrum * procedat judicium et oculi mentis
nostre videre valeant *tem die presenti ad nostram audiendam
sententiam dicte *Margarite assignata pronuntiamus et sententiamus
prout *sequitur:
*n per merita dicti processus constet nobis
dictam Margaritam subditam nostram et domiciliatam in nostri dominio
fore * publicationem et assumptionem de nobis factam in verum *
Aragonum et regnorum ac terrarum predictorum ac * fidelitatem nobis
prestitam per dictum Jacobum de Urgello *us filium nobis et corone
regie notorie rebellem ac reum *nis lese majestatis faciendo cum
quibusdam confederatio* conspirationes ac liantias causa occupandi
sibi regna et ter* nostras et se in regem Aragonum erigendi
extollendi et in * et terris nostris se intrudendi et alias
multipliciter nos * nostram publicam offendendo: Constet nobis etiam
cla*am Margaritam dedisse dicto Jacobo filio suo in premissis * perpetratione dicti criminis opem operam consilium auxi* et
favorem: Constetque nobis eandem Margaritam dicti *criminis lese
majestatis ream fore nostramque regiam majestatem *c nostram rem
publicam multimode offendisse: Eapropter *anc nostram definitivam
sententiam pronuntiamus et de*mus Margaritam jamdictam comississe
crimen lese majestatis
predictum et ream fore dicti criminis et castra loca villas * sua
omnia necnon jurisdictiones perpetuas et temporales ac jura alia
quecumque ipsius Margarite a tempore comissionis dicti criminis citra
fuisse et esse nobis nostroque erario applicanda seu confiscanda
per hanc eandem sententiam declaramus et eidem Margarita fore
totaliter perdita et amissa decernimus ac etiam declaramus:
absolvendo quoscumque vassallos seu feudatarios et alios quoslibet
dicte Margarite quomodolibet obligatos ab omni fidelitate servitio et
obligatione: salvo tamen nobis processu predicto facto ratione
denuntiationis et preventionis predicte et capitulorum in ea
contentorum contra alios de quibus in dicta preventione mentio facta
est contra quos ad presens diferimus. Supplemus etiam omne deffectum
si quis forsitan fuerit ex juris solemnitate aut alias obmissum in
processu predicto de nostre regalis preheminentie plenissima
potestate.
Acabado el proceso y dada la sentencia contra la
condesa, el rey, y por él su procurador, mandaron continuar el
proceso contra doña Leonor de Aragón, hermana del conde, por estar
inculpada de haber dado favor y ayuda de dineros y consejo al conde
su hermano, y haber sido cómplice en sus delitos y culpas, y haber
escrito muchas cartas a vasallos suyos, pidiéndoles acudiesen a
Menargues para ir a la presa de Lérida, y a Balaguer para valer al
conde contra el rey. Habíale dado el conde su hermano, por paga y
seguridad de treinta y cinco mil florines le había dejado el conde
don Pedro, los lugares y castillos de Menargues, Vilbes, Os,
Monmagastre, Collfret, Estañá, Aña, Monterguyl, Durfort y muchos
mansos y aldeas en término de Monmagastre; y cuando el rey
prendió el condado de Urgel y vizcondado de Ager, prendió tambien
estos lugares; y se los había dado el conde con pensamiento que si
el rey le confiscaba sus bienes, a lo menos su hermana quedase segura
de lo que ella tenía en su casa. Prendió también el rey muchos
bienes muebles, como era joyas, paños de oro y seda, vestidos, camas
y más de sesenta cuerpos de libro de mano, que por no haber aún
estampa, eran de gran valor y precio. Valían estas alhajas más de
treinta mil florines, y estaban todas en el castillo de Balaguer; y
pretendió esta señora que todo esto no se le había podido quitar,
porque lo poseía * en los meses de junio y julio, y el rey le tomó
el lugar de Menargues en agosto, con los demás lugares, y esto no *
podía hacer sin citarla, porque cuando ella entró en posesión de
ellos, aún don Jaime no estaba acusado de los delitos que fue
después; y sobre esto quiso dar testigos, alegando estar espoliada
y haber de ser antes de todo restituida. Sobre esto dio al rey, así
en Lérida como en Zaragoza, varias suplicaciones, pidiendo abogados
para defender * causa, y que el rey les pagase, porque ella quedaba
tan pobre y desnuda, que aún para el sustento no tenía. Du*óle
mucho tiempo pedir esto, y a la postre el rey le dio *seis abogados y
tres procuradores que ella escogió para su defensa, y les mandó
pagar de su tesorería. Disputóse mucho la causa del espolio,
pretendiendo que antes de haberse quitado los bienes había de ser
citada y oída; y después de haber dado muchos memoriales e
informado al consejo real, en que intervinieron miser Jaime Calis con
diez * siete otros letrados, se trató esta causa; y a 6 de junio
de 1414 se votó, y el artículo de la dificultad consistía en dos
*puntos: el primero era: Si aprehensio facta per dominum regem de
castris locis et aliis bonis de quibus egregia Eleonor de Urgello
petit restitutionem censeatur juris exequtio *vel spoliatio –
Secundus punctus est: casu quo dicta aprehensio conseatur spoliatio
si exceptio restitutionis opposita predictam Eleonorem in processu
exequtionis facto contra eandem ad instantiam (pone instontiam)
procurationis fiscalis vendicat sibi locum. Facit dobium quia
proceditur per viam inquisitionis et non per viam accusationis:
iterum quia agitatur dicta causa in foro seculari et in
regia audientia et non in foro ecclesiastico.
La
decisión y voto de Jaime Calis, que siguieron cuasi todos,
fue esta:
Quod illa aprehensio fuit facta in vim remedii et
exequtionis juris et justitie et per consequens non potest dici
spoliatio juxta commemorationem Petri Alberti et practicas inde
secutas tam etiam quia audientia regia nec curie seculares non
consueverunt admitere tales exceptiones spoliationis.
Publicóse
esta declaración a 8 del mismo mes, y que fuese pasado adelante en
la causa, no obstante la excepción del espolio opuesta, la
cual dijeron que no tenía lugar en aquel caso, y decían serle
lícito al rey aquel modo de proceder, cuando tiene en tiempo de
guerra sospecha contra algún súbdito suyo. Suplicóse de esta
declaración, y no hallo que se prosiguiese ni hablase más en este
negocio, y el rey se quedó con los bienes de doña Leonor, y viendo
que no podía cobrar su hacienda, se retiró al monasterio de Jijena
(Sigena, Xixena, Sijena) en Aragón, donde tenía su hermana;
y el rey Alfonso, estando allí a 6 de junio de 1417, le dio
trescientos florines de renta sobre la bailía general de Cataluña,
y porque por estar lejos érale trabajoso el cobrarlas, se las
conmutó, a 15 de marzo de 1424, sobre aquellos doce mil sueldos que
el rey recibía con tres tercias en la villa de Sariñena en Aragón,
consignándole doscientas libras sueldos jaquesas pagaderas en el mes
de mayo, y esto durante su vida; y después de haber estado algún
tiempo en Jijena, se retiró en una ermita de Poblet, donde hizo
santa vida y ganó más bienes eternos sirviendo a Dios, que no
valían todos los del mundo, como queda ya referido en la vida del
conde don Pedro, donde hablé más largamente de las virtudes y
santidad y feliz muerte de esta señora.
Había ya el rey antes
de la sentencia contra del conde de Urgel llamado a todos los
prelados y barones y otros de sus reinos, para 8 del mes de enero,
para coronarse en la ciudad de Zaragoza, para donde pasó de
Lérida a 10 del mes. Lo que sucedió en su coronación, las fiestas
se hicieron, y mercedes hizo y todo lo demás, cuentan muy
largamente Alvar García de Santa María, Zurita y otros muchos.
La condesa doña Margarita, que tan perseguida había sido, y tan
acosada y pobre estaba desemparada de todos, tenía confianzas tan
ciertas de volver a su antiguo estado y prosperidad, y ver a su
hijo en libertad, que ninguno de los trabajos que padecía la podían
espantar ni humillar; y si indiscreta y arrojadamente se gobernó
después de la declaración de Caspe, no fue menos agora: solo
había de diferencia, que entonces tenía cabe sí gente de calidad y
noble, pero agora solos algunos criados indiscretos y de poco saber,
ligeros de creer y más fáciles de ser engañados, y gente tan
simple, que a cada uno que les decía lo que ellos deseaban oír
daban crédito, y de él se fiaban. Confiada del consejo, saber y
fuerza de tal gente, luego que el conde su hijo fue llevado a
Castilla, entendió en darle libertad, sin tener paciencia ni
aguardar a ver el rey que haría o cómo se llevaría con él. A uno
de estos criados llamado Pedro Miron, que era natural del
lugar de San Mateo en el reino de Valencia, envió al rey Luis
de Francia y al duque de Clarencia en Inglaterra, y para que se viera
con García de Sesé, de quien hablamos arriba, que en esta ocasión
él Martín de Sesé, y Juan Domenech y otros grandes amigos del
conde de Urgel y de don Antonio de Luna se eran retirados a Francia,
para que alcanzara del duque de Clarencia le diese a ella alguna
villa o lugar de que pudiese sustentarse, pasando la vida y teniendo
donde se recoger, en caso que hubiera de salir del reino; porque
temía que si el rey sabía lo que ella trabajaba por la libertad de
su hijo, no la castigase: y que hiciese que García de Sesé,
valiéndose de aquellos príncipes, entrase con buen ejército por
esta tierra, y entrase por Aragón, y fuese a poner sitio al castillo
de Ureña, donde el conde su hijo estaba, y no se partiese de allí
hasta haberle dado libertad, y que ya que entrase, no fuese con poca
gente, porque no haría sino correrías que serían de poco efecto.
Llegado este hombre a Francia, halló a García de Sesé en un
lugar llamado Sordo, cinco leguas de Bayona, y le explicó la
comisión que llevaba y el fin de este
mensajería; y él le dijo que el duque de Clarencia en aquella
ocasión no podía valer a la condesa, ni con gente ni con hacienda;
pero no contento el Pedro Miron de esto, pasó a Inglaterra a hablar
con aquel príncipe, que fue el que más favoreció las cosas de don
Jaime, y le dio larga noticia de los sucesos de él, y del triste fin
habían tenido sus pretensiones, y le suplicaba que cumpliese con lo
que le había prometido en la liga y confederación entre ellos
hecha, de que * auto público que el conde le dio a él, cuando salió
de Balaguer para meterse en poder del rey, y se lo dio a * que lo
tenía muy bien guardado; y que había muchos * le cargaban a él por
no haberle ayudado, según estaba *entre ellos concordado, y que si
quería volver a emprender * que estaba concertado entre ellos, aquí
estaba mosen García de Sesé, que le daría entrada por Jaca,
donde aún tenía amigos; y el duque le dijo cuanto le pesaba de los
* sucesos del conde de Urgel, y que no le parecía cosa *acertada venir él con armas en estos reinos, estando él preso, porque
viniendo a contemplación suya, y por su libertad, sería muy
contingente que el rey le mandara matar; y parecía mejor y más
acertado, que valiéndose de sus amigos y parientes, les escribiese,
porque los unos suplicándolo y pidiéndolo al rey, y otros (no
alcanzando nada los primeros) ayudando con dinero para dar a las
guardas, se procurase su libertad, que era lo que todos deseaban; y
escribió el duque al rey de Portugal, a la reina de Castilla y a la
duquessa de Berri muy apretadamente sobre *esto, y con esto le
despidió.
A la vuelta pasó a París, y habló con el rey de
Francia, y le hizo acordar que ya García de Sesé le había dicho *
si él quería emprender la conquista de la corona de Aragón, él
tenía poder del conde de Urgel para cederle su derecho; y el rey le
dijo, que él había de venir a Provenza, *trataría con García de
Sesé lo que había en esto, y man* dar a Pedro Miron seis escudos en
una moneda de *vellón llamada blancas, y le despidió.
De aquí
fue a ver a la duquesa de Berri, que era prima del conde don
Pedro de Urgel, y la halló en un castillo de Alvernia llamado
Mancuirol, y le dio las letras que llevaba de la infanta y de la
condesa, y una del duque de Clarencia; y explicada la creenza
contenida en ellas, le pidió alcanzase letras del rey de Francia y
del duque de Berri, y del conde de Armeñac y de otros señores para
el rey, pidiéndole la libertad del conde de Urgel y restitución de
su estado o parte de él, con que, cuando tuviese libertad pudiese
vivir; y que si el rey de Francia por sus ruegos no venía en esto,
que le favoreciese para que con dinero o de otra cualquier manera le
sacase de la cárcel: y la duquesa le dijo, que ella ya tenía letras
del rey Luis, que decían de Nápoles, para el de Aragón, y de otros
señores de Francia, salvo del duque de Berri y del conde de Armeñac,
y tenía por cierto que si con el rey de Aragón no acababan nada
estas cartas, a lo menos senvirían de indignar al rey Luis y demás
señores contra el de Aragón, y de esto siempre se sacaría algún
fruto; y fue fama que estando aquí Pedro Miron, intentaron valerse
de mágicos para sacar a don Jaime de la prisión, y
ofrecieron estos de darle libertad, y pidieron por ello quince mil
escudos, que les fueron prometidos después de libertado, y de
antemano pidieron doscientos (qué listos ellos) para
el gasto de ciertas camisas se habían de hacer, una para don Jaime,
y dos para los que le habían de ir a libertar; y vestido cada uno de
su camisa, irían por el aire donde querrían; pero la duquesa,
aborreciendo tales medios, mandó que en eso de los encantos no se
hablara más. (porque conocía el engaño)
Despedido de la
duquesa, se vino a Morella en el reino de Valencia, donde halló a la
infanta y a la condesa; y les desengañó de las confianzas tenían
de aquellos príncipes, y que sólo había habido letras del duque
de Clarencia para el rey de Portugal y reina de Castilla, en que les
pedía intercedieran con el rey para la libertad del conde de Urgel.
Díjoles también como había hallado a García de Sesé,
Berenguer de Fluviá, Gilabert de Canet, Juan Domenech y otros amigos
del conde, que habían sabido dar mejor cobro a sus personas, y
estaban retirados en aquel reino, y trataban de buscar forma como se
hiciese una buena entrada en estos reinos, cobrando aquellos para el
conde de Urgel; * aún decía le habían dicho que sería luego, que
guardasen las banderas y pendones reales que el conde tenía hechos,
para arbolarlas cuando fuesen entrados, para mover con esto los
ánimos de la gente de esta Corona; y García de Sesé estaba más
animoso que nunca: y la condesa estaba tan contenta de esto, como si
ya tuviese su hijo fuera de
la cárcel y hubiera cobrado sus
estados; pero la infanta tenía pesar de estos negocios, y decía que
todo eran temeridades e imposibles, que mejor le fuera a García de
Sesé hacer que con embajadas y cartas se pidiese la libertad del
conde, y dejarse de meter gentes forasteras; pues el confiar de tales
entradas, nos ha perdido y acabado del todo; y es cierto que si
aquellos príncipes creyeran lo que García de Sesé les decía,
hubieran dado harto qué pensar al rey.
Desde Valencia enviaron a
Pedro Miron al reino de Portugal, y allá dio las cartas que llevaba
del duque de Clarencia, y otras de la infanta y condesa de Urgel,
para el rey, el cual le dijo que volviese otra hora, que él daría
la respuesta; y esta fue, que pues todas aquellas letras eran de
creenza, que la explicase; y así dijo como aquellos señores le
suplicaban que enviase un embajador al rey de Aragón, para pedir la
libertad del conde de Urgel; y que cuando esto no le pluguiese, que
se lo escribiese, que así lo habían hecho el rey Luis y otros
señores de Francia: y el rey de Portugal dijo, que por no hacerse
sospechoso al rey de Aragón, no podía hacer lo que se le pedía.
Entonces le replicó, que pues no podía hacer lo que se le
suplicaba, a lo menos se sirviese, que si el conde, o por trato o de
cualquier otra manera salía de la cárcel, le diese paso y seguro
por sus reinos hasta la mar, para que pudiese meterse en alguna nao y
pasarse a Inglaterra; y el rey, oído esto, quedó algo suspenso, y
después le dijo que la reina de Aragón era su prima, y que entre
los hijos suyos y de ella había muy cercano parentesco, y que él no
daría lugar a tal cosa como le pedía, ni a otra que pudiese causar
tal daño como este al rey de Aragón; antes bien desengañaba que si
don Jaime se salía de la cárcel y pasaba por su reino y él lo
sabía, le haría prender, y preso le volvería al rey de Aragón; y
que sobre esto no se hablase más. Visto lo poco que había acabado
con aquel rey, no quiso dar una carta que llevaba del duque de
Clarencia para la reina de Portugal; y porque estaba sin dinero,
pidió al rey por medio de un criado de su casa, que le favoreciese,
y le mandó dar veinte escudos y un salvoconducto para todos sus
reinos. Visto lo poco que había alcanzado del rey, fue a mosen
Francisco de Vilaragut, caballero catalán que estaba en aquel
reino (y se podía entender con los portugueses hablando en
occitano catalán) , y llegó en ocasión que estaba muy enfermo,
y los médicos no quisieron dar lugar a que le hablasen ni le
metiesen en cosas de negocios; y así se fue a hablar al conde de
Bracelos, y menos pudo, porque estaba entre Duero y Miño: solo halló
a Nuño Sánchez, que era al Algarbe, en un lugar suyo llamado
Portel. Dióle las cartas del duque de Clarencia, y explicó su
creenza y lo que le había pasado con el rey de Portugal; y le dijo
que pues el rey le había dado tal respuesta, él no quería meterse
en aquello ni lo haría por todo el mundo. Quiso saber qué
negociaciones tenía hechas el conde de Urgel; y él dijo que no
había hecho más de que el rey de Francia y otros señores de aquel
reino lo habían escrito al rey de Aragón, y él había de ir
a la reina de Castilla con letra del duque de Clarencia para lo
mismo; y si con estas diligencias no obraban cosa, probarían si
dando dinero a las guardas podrían hacerle escapadizo; y le rogó
que si sobre esto sabía alguna traza se lo dijese, porque era obra
de misericordia, pues daba libertad a un preso injustamente.
Nuño
Álvarez, admirado de la simpleza del tal mensaje, le dijo que
después del rey de Portugal tenía por señor al de Aragón y sus
hijos, y por cuanto había en el mundo no le quería disgustar,
antes le serviría en todo lo que fuese posible, y así le despidió.
Salido de Portugal, se fue para Castilla, para hablar con la
reina, que en aquella ocasión estaba en la villa de Fromesta; y si
no fuera por temor que no le prendieran, hubiera llegado a Ureña a
visitar al conde de Urgel; pero no se atrevió. Antes de hablar con
la reina, se vio con Juan Álvarez de Osorio, que acompañándola
había pasado por Ureña, y había entrado a visitar al conde. Dio
Pedro Miron a Juan Álvarez razón de todo lo que le había pasado, y
la respuesta que le dio el rey de Portugal, y la confianza que tenía
de que el rey Luis lo escribiría al de Aragón; y que era
venido para dar una carta al duque de Clarencia para la reina, porque
por medio de su embajador pidiese la libertad del conde de Urgel; y
no queríéndolo hacer, a lo menos hiciese que el rey de Castilla su
hijo lo pidiese al rey de Aragón, de quien se decía que había de
ir a Castilla; y que cuando el de Aragón por ruegos no lo quisiese
hacer, buscarían otros modos para sacarlo de la cárcel, porque
no le faltaban deudos al conde que daban quince mil escudos cuando le
hubiesen librado de ella: y esto le dijo que no había de ser porque
el conde hubiese de hacer guerra al rey, sino solo porque saliese de
la cárcel; y se lo decía esto en secreto, por saber que él era muy
buen caballero, y no lo había de descubrir, pues era a fin de hacer
una obra tan buena, como era sacar un preso de la cárcel; y aún le
pidió consejo si esto lo diría a la reina; Juan Álvarez le
(pone de) dijo, que pues él llevaba carta de su sobrino el
duque de Clarencia para la reina, que la diese y que la informase,
que tal cosa le diría a él solo, que no diría a otro; y así por
medio de Juan Álvarez tuvo entrada y dio la carta a la reina, y le
descubrió los tratos en que andaba y sus pensamientos; y la
respuesta que llevó fue, que la reina mandó a García Sánchez, su
alcalde, lo llevase a la cárcel, donde se le tomó la deposición de
todo, y se dio aviso al rey, y con esto dio fin a su mensajería.
A más de esta tan bien lograda diligencia,
se hizo otra, y fue enviar un capellán de casa la infanta, que era
su limosnero, llamado Pedro Martín, al papa Benedicto de Luna y al cardenal de San Jorge, porque intercedieran con el rey por la
libertad del conde, y para que les volviese su hacienda y patrimonio;
pero acabó poco con ellos, porque eran más amigos del rey que del
conde.
Mientras se trabajaba en estas embajadas, hacía la
condesa todas las diligencias posibles en hallar un hombre que
quisiese meterse en servicio de Pedro Alonso de Escalante,
castellano de Ureña, porque haciéndose familiar y casero,
alcanzase ser guarda del conde, y parte para que le echasen de la
cárcel, o matando los guardas, o corrompiéndolos con dinero, o del
modo que mejor les fuese posible; y para más facilitar esto, daba
entender que el rey de Portugal, luego que saliese de la cárcel, le
acogería en su reino, y que Bernardo de Forciá, que no sabía nada
de esto, y era tío de la infanta y hermano de la reina doña Sibila,
dejaría una galera que tenía para llevarlo a Monferrat al marqués
su hermano, y que ella pagaría muy bien a todos los que supiesen y
ayudasen en este hecho; y no faltaban algunos que, codiciosos de las
grandes promesas que hacía, quisieron emprenderlo; pero había
tantas dificultades, que era imposible salir con ello, y más siendo
cosa de notable deservicio del rey. La pasión y ceguera de la
condesa era tal, que se fiaba de cualquiera, y solo le jurase
secreto, le comunicaba no solo lo que era posible de hacerse, pero
aún sus íntimos pensamientos y primeros movimientos. Había un
vagamundo que se llamaba N. Amorós, hombre vil y bajo; y de
este fiaba la condesa la libertad de don Jaime su hijo, prometiendo
cien florines, si hallaba hombre que quisiese emprender este hecho;
pero como este era hombre ignorante y grosero, y sabía que no era
para tal empresa, lo comunicó con un bellaconazo disimulado del
reino de Murcia, que se llamaba Alfonso Méndez, que se acaró
con la condesa, y después de haberle con juramentos terribles
prometido el secreto, le prometió de servirla en lo que le mandase,
comunicándole ella todos sus pensamientos; y en particular le pidió
si hallarían cómo dar al rey cierta cosa que le quitaría la vida
dentro de poco tiempo, de lo que él mostró escandalizarse, y dio
entender a la condesa la dificultad había en ello, por estar el rey
con muchas guardas, y tener cabe si servidores que cuidaban mucho de
su salud y vida. La condesa, pues el otro le desviaba aquello, le
metió en otras materias, y fue si sabía el hombre que quisiese ir a
Castilla, para tratar con los que guardaban a don Jaime le hiciesen
escapadizo; y era buena aquella ocasión, porque había sabido ella
por medio de un criado del conde, que había venido de allá, que
estaban cubriendo de madera el aposento donde estaba su hijo, y por
una ventana la subían, y había en ella una cuerda por donde podía
escalarse, y era fácil entrar en el castillo, porque por causa de la
obra había muchos que entraban y salían: y aún daban otra traza,
que era dar yerbas a Alfonso de Escalante, porque turbadas las
guardas con la muerte de él, pudiesen efectuar lo que deseaban. Todo
esto comunicó la condesa, y mucho más, con este hombre, que se
ofreció de hacer lo que ella quería, y decía tener un hermano
bastardo que estaba en guarda del conde; y con este intento se partió
de Zaragoza, donde en aquella ocasión se hallaba la condesa, y
apenas hubo caminado algunas leguas, que temió que aquel Amorós,
que sabía que él trataba estas cosas con la condesa, no fuese
descubierto. Esto pasó en la pascua de Resurrección del año 1414:
y era este Alfonso Méndez de casa del rey, y le había hecho merced
de dos lonjas, y le tenía de espía, según conjeturo y se vio con
lo que hizo, porque pasó a Murcia para comunicar todo esto con
Alfonso Yáñez Fajardo, que era deudo y amigo suyo y vasallo del
rey, y tomar su parecer, y para que hiciese sabedor al rey de los
tratos de la condesa: pero el Fajardo le dijo que no eran cosas
aquellas que sin testigos de lo que él decía se pudiesen decir al
rey, que no era hombre ligero de creer; y el Alfonso le dijo, que no
había otro testigo sino un caballero de casa la condesa, que se
llamaba Ramón Berenguer de Auriachs, que lo sabía todo, pero decía
que no faltaría traza con que todo esto lo supiese la persona que el
rey quisiese. Con todo, les pareció a los dos bien, por evitar el
daño que se podía seguir mientras tardaba esto a llegar a la
noticia de Escalante, que se lo fuese a hacer saber; y así se fue de
camino a Ureña, y lo dijo todo a Alfonso de Escalante, y quedó
admirado, y parecióles escribirlo al rey, el cual luego mandó que
pusiesen buenas guardas al conde, y que Alfonso Méndez se viniese
para él, y llevase algunas de las señales había entre la condesa y
su hijo, que según ella había dicho, eran tres, o escrito de mano
del conde, o lo que le dijo cuando se despidió de él en el castillo
de Lérida, o cierto bolson que le había dado, y Alfonso
Méndez procuró haber el bolsón o escrito de mano del conde. Pero
Alfonso de Escalante le dijo, que esto era casi imposible, porque don
Jaime había hecho propósito, mientras estuviese preso, de no
escribir de su mano a persona alguna, y lo del bolsón era asímismo,
porque él tenía cinco bolsones, y no sabía quien era el del
señal, y era fácil tomar uno por otro. Ofrecióle de darle lugar si
quería hablar con el conde, pero él no lo quiso aceptar, porque
decía, que si después por otra ocasión salía de la cárcel, no le
diesen a él la culpa; y porque no llegase sin señal a la condesa,
le dieron una camisa que élla le había enviado y algunas emprentas
del anillo del conde, que el carcelero tenía en su poder; y con esto
se vino a Cataluña, y llegado a Lérida, donde vivía la condesa, le
dio a entender que había hablado con el conde, y había dado
aquella camisa y aquellos sellos, que él había hecho de su mano en
aquella cera, y que T. Tello y Rodrigo de Vila-Santa, que le
guardaban, lo habían visto; pero a la condesa esto no se le
acertaba, antes le dijo, porqué no había llevado el bolsillo;
y él le dijo que el carcelero le tenía contadas todas las joyas y
demás cosas que tenía, y que si se lo hubiese dado, lo hubiera
hallado menos. Luego dijo ella: - Lo mismo será de la camisa. - Dijo
él: - No, porque delante del carcelero la había dado a Tello, uno
de los guardas, para que se la diese a él. - Y como ella estaba tan
ciega en este negocio, lo creyó todo. Hablaron largamente, y dijo a
la condesa mil mentiras, y ella a él otras tantas, y parecía que
iban a porfía quien más mentiría, y ella lo hacía para más
animarle en que entendiera en la libertad del conde. Certificóle que
el rey de Portugal favorecía al conde de gente y dineros, y que
saliendo de la cárcel le acogería en sus reinos, y que la duquesa
de Bar le valía con doce mil florines, y que su hermano el marqués
de Monferrat, con ayuda del emperador, cuyo vicario general era, le
favorecía para conquistar el reino e islas de Mallorca, que decía
pertenecerle, y que el rey de Portugal quería emprender la conquista
de Sicilia, y otras mil cosas semejantes. Partido de Lérida el
Méndez, se vino a *blanc, donde el rey había de celebrar cortes; y
llegó * día que el rey, y le dio cuenta de todo lo que * dicho, y
el rey al principio no lo podía creer; y * no dudase en ello, le
ofreció Alfonso Méndez, que *aba un hombre de confianza que supiese
hablar *castellano, le daría probado todo lo que queda dicho, y aún
* más. Dióle el rey para esto a Pedro Sorano, que era
escribano de ración de su casa y corte, y le encomendó
*grandes veras que procurase de saber todo lo que le * dicho de su
propia boca de ella, y le tomó juramento * diría verdad de todo lo
que pasaría, y que hiciese * que Alfonso Méndez le diría, que era
el que le ha* instruir en aquel hecho. Partiéronse los dos para *, y
el Sorano se mudó el nombre y tomó el de Juan de Valladolid;
y venidos a Lérida, antes de hablar con la *condesa, se vio con R.
Berenguer de Auriachs, que le dio * de todo lo que él sabía, porque
a más de ser hombre simple, era hablador; y fueron por orden de la
condesa * monasterio de San Agustín, donde Ramón de Auriachs les
tomó el juramento de que guardarían secreto de lo que se les diría:
y lo bueno era, que antes de jurar * había dicho todo aquello que
más había de ser se* y ellos querían saber. Aquella tarde fueron a
visi* condesa, y le dieron una letra de creenza, hacién*eer ser de
Tello y de Rodrigo, que eran los que de*uardar el conde; y Ramón B.
de Auriachs afirmó ser *porque él conocía los sellos de ellos.
Pedro Sorano le * él era sobrino de Rodrigo de Vila-Santa, que le
* a ella para averiguar si era verdad que ella hubiese *ido lo que
decía Alfonso Méndez, si hacía escapadizo a su hijo; porque si era
verdad, él traía orden de asegurarse de ella, o con juramentos o
como mejor pudiese, de que cumpliría con todo efecto lo tratado, que
era dar a Tello 5000 florines y a Rodrigo a su hija doña Cecilia por
mujer; y ella dijo que sí, y le hizo escritura sellada con su sello,
que era una flor de lis en cera negra, y decía que estimaba
más darla a éste, con que sacase a su hijo de la cárcel, que a don
Bernardo de Cabrera, que se Ia pedía por mujer, y era un caballero
muy principal de Cataluña y tenía grandes estados en ella, y aún
le hacía dote; y acordaron que si otro, que a más de estos dos
también guardaba a don Jaime, no quería consentir, que le matasen,
aunque por ser recién casado les daba poco cuidado, porque a las
noches dormía con la mujer, y así solo quedaban dos guardas y no
más. Descubrió la condesa a este Pedro Sorano todos sus
pensamientos y todo lo que había pasado, y le dio letras de creenza
para Rodrigo de Vila-Santa, y un papel sellado, con ciertos polvos
que, bebidos con vino causaban sueño, y los había hecho un Juan de
Calatayud, de quien después hablaremos; y con esto se partieron de
Lérida para Momblanc, a referir al rey lo que habían oído de la
condesa.
Tenía la infanta en su casa un sacerdote llamado
Bernardo Martín, que la servía de limosnero, y era hombre bueno y
sin malicia ni doblez, natural de Ripoll. Con este, en el mes de
abril de 1413, trabó gran amistad un Diego Ruiz de Mendoza, que era
espía del rey y se hacía gran maestro de declarar los vaticinios o
profecías que corrían en aquellos tiempos entre la gente
ignorante, como vimos arriba. Este buen clérigo era muy codicioso de
entenderlas, y así con facilidad trabaron amistad los dos.
Mostrábase este Mendoza muy apasionado por el conde y sus cosas, y
un día le dijo, cómo era posible, siendo él castellano y de casa
del rey, y estando su mujer en servicio de la reina, se apasionase
tanto por el conde de Urgel; si por ventura sería espía, que por
descubrir los pensamientos de la infanta y condesa, se metiese tanto
entre ellas; y él le dio tal satisfacción, que le dejó persuadido
que solo le movía el provecho y honra del conde de Urgel, y no otra
cosa alguna, y vería con la experiencia, que con los avisos que
daría, quedaría el conde avisado de muchos sucesos futuros, y
evitaría algunos infortunios que le amenazaban; y él estaba de esto
tan satisfecho, que los comunicaba con el conde y gustaba de
saberlos, y si no los entendía, pedía se los declarase más, y él
hacía sus declaraciones y glosas, y los daba a este clérigo, que
las llevaba al conde, porque gustaba de ellas, pues le anunciaban
en la resistencia que hacía al rey prósperos fines. Después de
preso el conde, entró por su medio de privanza de la condesa y de la
infanta, y cada día iba en su casa, y las seguía así en Lérida
como en Zaragoza, donde estuvieron algún tiempo, y cabía en todos
los secretos de ellas, y no hacían ninguna cosa que no se la
comunicasen, porque era hombre que en cualquier materia luego
encajaba sus lugares de profecías, y declarándolas a su modo, las
consolaba y aseguraba buenos fines y sucesos, como si dependieran de
su voluntad y no de la providencia divina; y llegó a tanto su
desvergüenza, que dijo a la condesa, que no diese a su hija doña
Cecilia a don Bernardo de Cabrera, porque había de hacer gran
casamiento, según hallaba en sus libros; y ella era tan loca,
que fiando de esto, entretenía a don Bernardo.
Estando la
infanta y condesa en Zaragoza, en febrero de 1414, llegó un servidor
del conde, que venía de Ureña, llamado Juan de la Cambra. Este
comunicó a este Mendoza, por verle tan de casa de la infanta,
todo lo que habían pasado él y el conde, y le dijo le había
encargado que dijese a la condesa, cuidase que el trato de Inglaterra
de cierta gente de armas que había de venir para sacarle de la
cárcel se efectuase, y muchas cosas que se urdían por su libertad;
y como este bellaconazo era tan disimulado, creían en él como si
fuera una persona que mucho tiempo hubieran conocido y experimentado,
procurando en todo su consejo y parecer. Estando en esta buena
reputación y crédito, se les ofreció haber de enviar al emperador
y al marqués de Monferrat una persona, para tratar con ellos que
pidiesen la libertad del conde; y por esto escogieron este Ruiz de
Mendoza, a quien lo dijo de parte de la condesa e infanta mosen
Berenguer de Barutell, arcediano de Santa María de la Mar de
Barcelona, que era pariente de estas señoras, rogándole que
emprendiese aquel viaje, que habían ya antes querido cometer a
Berenguer de Spes (Espés), caballero, y lo habían dejado
porque era hombre noble y había de ir con mucho gasto, y no era
hombre elocuente ni verboso, y que así lo encomendaron a él; y como
era esto lo que deseaba, lo aceptó de muy buena gana, y le dieron
sus instrucciones; y la condesa, para más instruirle, le dijo como
ella había comunicado todos sus afanes con un embajador del
emperador, que había estado en estos reinos poco había por razón
de concertar la cisma,y le había rogado que intercediese con
el rey por la libertad del conde, y él no lo quiso hacer; antes dijo
no serle lícito pedir o tratar más de aquello para que era venido;
pero le aconsejaba que enviase una persona al emperador y su hermano
el marqués de Monferrat, que pidiese la libertad de su hijo y
restitución de sus bienes, que él ayudaría todo lo posible,
haciendo los buenos oficios fuese menester, porque él era muy
servidor del marqués, y tenía un hermano que vivía en tierras
suyas; y si le quería escribir, él daría las cartas, y llevaría
en su compañía a la persona que ella enviase al emperador, y le
aguardaría en Narbona, para que de allí adelante fuesen juntos; y
agradecieron mucho a este Mendoza que emprendiera este camino. Vióse
antes de partir con el embajador del emperador, y le espió su pechó,
y *e metió luego en declaraciones de profecías, y le dio algunos
papeles de ellas con sus interpretaciones, porque le había dicho el
embajador que el emperador gustaba de ellas y tenía buenos
astrólogos en sus tierras. La condesa y la infanta le dieron para el
gasto del camino setenta florines, firmas de ellas en blanco, y
muchas emprentas de sus sellos, para que el marqués su hermano, en
nombre de ellas, escribiese al emperador, y si era menester al papa
Juan y otros a quien fuese conveniente; y en particular le
encargaron que hiciese de manera, que el emperador y marqués de
Monferrat escribiesen al de Inglaterra, que escribiese a la reina de
Castilla, que sacase al conde de la cárcel en que estaba, y lo
enviase a Inglaterra; y que si la reina de Castilla no quería
hacerlo, que enviase sobre esto embajada al rey de Aragón; y no
queriendo hacerlo, a lo menos que alcanzase del rey que restituyese a
la infanta y sus hijas y a ella lo que les había quitado; y sobre
esto hicieron sus ....
(582 y 583 no están)
*rador
le remitió a su canciller y éste se quiso informar de todo, y dijo
que el emperador había de ir a la ciudad de Aberna, y de allí había
de enviar un embajador a Inglaterra, que de su parte trataría el
negocio de la infanta y condesa, y que le siguiese; pero el Mendoza
no quiso, porque no llevaba harto dinero ni sabía la tierra, y así
un hermano del marqués, que iba con el emperador, se encargó de lo
que el Mendoza había de hacer.
El Mendoza, que había ya
descubierto la intención del marqués y visto lo que podía confiar
la condesa del emperador y de su hermano, se despidió de él, y le
dijo que dijese a la condesa su hermana, que no le parecía ni era
acertado saliese ella de los reinos, sino estar en ellos trabajando
por la libertad y honra del conde su hijo, y que él tendría cuidado
de socorrerla con dinero, y le hacía saber como en aquellas partes
se hacían grandes aparatos contra el infante de España y papa
Benedicto de Luna, y que sería acertado que ella enviara el proceso
y alegaciones en que fundaba el conde su justicia, porque visto el
negocio, el emperador deliberaría mejor lo que debiera hacer; y con
esto y letras de creenza que le dio el marqués, se vino a España, y
a 4 de agosto llegó a Morella en el reino de Valencia, donde halló
a las infanta y condesa y al arcediano Berenguer de Barutell, y les
dio relación de lo que había pasado. Quedaron todos muy contentos
de lo que les dijo este socarrón, y creían en él tanto, que le
daban noticia de todo lo que sabían y de lo que Pedro Miron había
hecho en Francia y Inglaterra, y daban ya por hecho todo lo que
él había pedido y deseaban alcanzar de aquellos reyes; y parece que
la condesa quería engañar al Mendoza, y este la engañaba a ella.
Estando en Morella, llegó a ellas un Juan de Calatayud, que
sabía hacer unos polvos de tal virtud, que bebidos en vino, daban un
sueño que duraba dos días; y el conde había enviado a decir por un
criado suyo que venía de Ureña, que buscasen este hombre para que
hiciera estos polvos, y que se los enviasen, porque confiaba que
dándolos a beber a las guardas, se saldría de la cárcel; y aunque
al principio cuando se los pidieron no los pudo hacer, por faltarle
los ingredientes, después los hizo, y la condesa los dio a Pedro
Sorano, escribano de ración y espía del rey, para que los llevase
al conde, con achaque de que metidos en vino se lavaría las piernas,
que de no caminar se le habían hinchado.
Deseaba ya el Mendoza
haber las alegaciones, y daba prisa se las diesen, con todos los
papeles se habían trabajado en favor del derecho del conde, para
llevarlos, según él decía, al emperador y al marqués; y al
principio no los hallaban, porque después de la declaración de
Caspe nadie se curó más de ellos: y aunque los pidieron a los
abogados y a otros que habían intervenido en ellos, era difícil
hallarlos, porque los unos no los tenían, y otros solo tenían
algunos fragmentos, y los que los tenían todos, no los querían dar
por no deservir al rey; así que fue muy dificultoso hallarlos: pero
a la postre supieron que los tenía un religioso de San Domingo,
llamado fray Francisco Nadal, y era varón muy docto y gran
matemático. Éste, por orden de la condesa, los dio a Bernardo Miron
y al Mendoza, que por esto fueron a
Barcelona, donde estaba este religioso; y estando juntos en casa de
Andrés Barutell, que era hermano del arcediano, así como les había
de dar estos papeles, dijo el fray Francisco Nadal, que él hallaba
por su ciencia y arte, que todo aquel trato y las diligencias que la
condesa hacía eran descubiertas al rey; y el Mendoza, le dijo: que
tal ciencia era aquella; y el fraile replicó: que astrología; y el
otro bellaconazo del Mendoza dijo: - No sé cómo puede ser eso,
porque si publicado es, vosotros lo habéis hecho, que de mí bien
seguro estoy que nadie lo sabe. - Pero con todo siempre juzgó fray
Francisco Nadal ser gran locura fiar de tal hombre, porque como este
religioso era sabio, siempre lo tuvo por espía del rey, como lo era,
y parece que ya naturaleza quería se guardasen de él, porque
era señalado de cara, y decía Andrés de Barutell que cuando uno
compraba una bestia, cuidaba mucho que no fuese señalada, y lo mismo
se había de hacer con los hombres que tratamos; y aunque este
les hizo reparar en fiarse de él, pero el abono que dio de él Pedro
Martín, el limosnero de la infanta, porque sabían que la condesa e
infanta fiaban de él y le habían dado razón de lo que les había
sido encomendado, les obligó a que le diesen el proceso, y a la
postre se lo entregaron, y partió con él y con las órdenes que la
condesa o infanta le dieron, que eran, que fuese a la condesa de
Berri y le dijese que ella era contenta que hiciese de sus hijas y
nietas los matrimonios que quisiese, con que se hiciesen grandes
ligas para la conquista de los reinos, hasta librar al conde de la
cárcel y restituir a ella sus estados, y que siguiese en todo el
consejo del marqués su hermano, advirtiéndole que García de Sesé,
que estaba en Francia, tenía procura de su hijo bastante para hacer
todo aquello que fuese menester, a quien, y Berenguer de Fluviá y
Juan Domenec había de decir que lo solicitasen con gran cuidado, y
para esto le dieron firmas y sellos de la condesa e infanta y de su
hija doña Leonor; y más dijo que acabase con el marqués que
enviase una galeota, como ya se lo había enviado a decir por
Gilabert de Canet, a las costas de Barcelona o Valencia, o allá
donde el rey estuviese, con título de llevar mercadería; y que
estuviese allá gente bien armada para que prendiesen los hijos del
rey, que solían salir a menudo a caza con el obispo de León y otros
caballeros, que solo al salir les acompañaban, y luego se volvían,
y el obispo se quedaba debajo alguna sombra, mientras los infantes
cazaban; y ella se ofrecía de dar aviso de esto a los de la galeota,
porque saliesen de ella y los tomasen y llevasen al emperador o a su
hermano, porque así el rey diese libertad a su hijo, y a ella le
volviese su hacienda. Con estas órdenes les despidieron, y él y
Bernardo Martín llegaron juntos hasta Besalú, y aquí se
dividieron, y éste se vino a Ripoll, donde tenía un beneficio, y el
Mendoza dióle entender que él proseguía su camino, y este fue tal
que se volvió a Momblanc, y refirió al rey todo lo que había pasado, y le dio el proceso y alegaciones, y todos los papeles que la
infanta y condesa y doña Leonor le habían dado para llevar al
marqués y al emperador.
Todas estas diligencias y mensajerías
tan poco premeditadas y tan indiscretas, fueron aviso para que el rey
mirase por sí, y mandase guardar con más cuidado la persona de don
Jaime; y aunque ignorante de todos estos tratos, él fue el que llevó
buena parte de la pena de ellos, porque el carcelero, que hasta aquel
punto le había tenido en una cárcel moderada y espaciosa, sin
vedarle visitas, de aquella hora adelante le tuvo tan apretado, y
casi fue maravilla que no pereciera de tristeza y congoja: tanto, que
llegó a punto que perdió la cuenta del día y de la noche, y aún
del tiempo que corría, porque le metieron en lo más hondo de una
escurísima y
lóbrega torre, con grillos, así que ni via ni podía ver
resto ni señal de la luz del cielo. Este fue el fruto nacido de las
diligencias de la condesa, que en todo fue arrojada e indiscreta; y
el rey, que estaba de todo esto informado, no pudo más disimular ni
escusarse de proceder contra de ella y demás, y mandó a su hijo el
infante don Juan que disimuladamente viniese a Lérida, y mandase
prender la condesa y sus hijas, y a Pedro Miron, Juan de Fluviá,
Berenguer de Auriachs y todos los demás criados de su casa que
pudiese haber, que fueron hasta número de quince personas,
juntamente con todos los papeles que les hallase. La persona de la
condesa y sus hijas encomendó a Diego Hernández de Vadillo, y los
demás llevaron a la cárcel; y el rey con letras reales, dadas en
Momblanc a 29 de octubre deste año, mandó a Juan Mongay, de
Lérida, y baile general del condado de Urgel, que recibiese
información contra de la condesa y procurase sacar en limpio la
verdad de todo, para proceder contra ella y Pedro Miron, R. Berenguer
de Auriachs y demás cómplices. Tomó por asesor a Pedro Ram, que
recibió los testigos y deposición de Ramón Berenguer de Auriachs,
Juan de Fluviá, Alfonso Méndez, Pedro Sorano, Diego Ruiz de
Mendoza, espías del rey, de Bernardo Martín, limosnero de la
infanta, y de Pedro Miron, criado de ella. Del dicho de estos y
deposición se tomó a la condesa quedó probado todo lo que queda
dicho en los párrafos pasados, y por más asegurarse de la verdad,
acararon a la condesa y Alfonso Méndez, porque éste decía cosas
increíbles, como era decir que la condesa quería dar tósigo
al rey y hacer prender los infantes cuando saliesen a cazar, y otras
cosas semejantes, pero ella siempre negó, aunque él siempre
perseveró en lo que había dicho. Interrogóla también sobre
diversos papeles habían hallado en su poder, y de Pedro Miron y de
Bernardo Martín, y adminiculados de los testigos, hicieron
prueba contra la condesa. Al principio estuvo presa en Lérida, donde
tenía algunos amigos; y el rey, para más asegurarse de ella y demás
presos, los mandó llevar en el reino de Valencia, a 30 de noviembre
1414, y fueron en su compañía Pedro Ram y Pedro Esplugues, alguacil
real, y llevaron con ella otros culpados del mismo delito, y los
metieron en el castillo de Cullera, y el rey despachó letras al
alcaide de aquel castillo para que los recibiese y guardase, y al
baile general de Valencia para que diese crédito a lo que le dirían
el dicho Ram y Pedro Esplugues, según
parece en un registro del
rey Fernando (Curiae 4, de los años 1414 y 1415). Después la mandó
sacar de este castillo, y le dio por cárcel una alquería llamada
Rascaña, en la huerta de Valencia, que fue de los religiosos de San
Bernardo (Escol. tom. I, fol. 945), donde ya estaba a 12 de marzo del
año 1415; y todo el tiempo que estuvieron allá, el rey les hizo la
costa a ella y sus hijas y demás presos, y según parece en un
registro (2 Pecuniae) del rey Fernando, el cual pagaba el alquiler de
la ropa de camas y mesa, porque esta era alquilada, y asimismo les
daba de comer y vestir; y siempre tuvieron guarda de soldados a costa
del rey: que cierto es un grande desengaño de las cosas de este
mundo y de las mudanzas de fortuna, ver que una señora tan principal
como esta, que venía de linaje de emperadores por línea legítima,
y era suegra de una hija de rey, llegase a tanta pobreza, que se
sirviesen de ropa alquilada ella y sus hijas, y se vistiesen de la
que el rey les daba por mano de un carcelero, y esta muy limitada y
ordinaria. Estando aquí, después de haberle tomado diversas veces
la declaración, según la gravedad del negocio requería, le dieron
tiempo para defenderse: y sobre el darle abogados hubo muchas
diferencias, y a la postre le dieron una nómina de los de la ciudad
de Valencia, y ella escogió cinco y dos procuradores, a quien mandó
el rey a pena de mil florines que la patrocinasen; pero ellos dieron
tales escusas, que el rey las admitió; y mandó a la condesa que
nombrase otros, lo que a ella le supo mal, porque decía que siendo
su causa tan grave y estando ella acusada de delito de mala calidad,
quería ser bien defendida, y no quería otros abogados, sino los que
había elegido, ni sabía, fuera de estos, qué otros tomase. Con
todo, no hubo lugar, y el rey mandó a un alguacil que compeliese a
cualesquier otros que la condesa eligiese para su defensa; y así se
hallaron dos que se encargaron de ella, y a 18 de junio de este año
1415 dieron una escritura en que probaron no ser justa la pretensión
del fisco, en cuanto pedía que la condesa fuese torturada, porque ni
según lo contenido en el proceso había materia para esto, ni su
persona estaba sujeta a ella, y que los testigos padecían muchas
excepciones, y en particular Alfonso Méndez, de quien decían ser
perjuro, traidor, ladrón público, salteador de caminos, homicida,
enemigo de la condesa, y que buscaba testigo contra ella,
instruyéndoles en lo que habían de hacer; y que Diego Ruiz de
Mendoza era infame, vil, perjuro, y que se había mudado el nombre para engañar a sus prójimos, nombrándose Jaime Mestre;
y que estaba descomulgado por tener dos mujeres vivas, y que era
mago, sortílego, invocador de demonios, y que usaba de hurtar
cristianos y venderlos a los moros. Con todo no probó nada contra
ellos la condesa, porque el fisco pretendió que ni
aunque lo
probara relevaban; y así se le asignó a sentencia para un lunes a
29 de julio 1415, y en ese día llegaron a la alquería Jofre de
Ortigas, regente de la cancillería, Luis de Torre-Morell, escribano
del proceso, y otros; y allá sacaron la condesa, y le publicaron la
sentencia, que era del tenor siguiente:
Nos Ferdinandus Dei
gratia rex Aragonum Sicilie Valentie Majoricarum Sardinie et
Corsice comes Barchinone dux Athenarum et Neopatrie ac etiam comes
Rossilionis et Ceritanie: Visa et recognita preventione et
inquisitione facta contra Margaritam olim comitissam Urgelli delatam
et infamatam de nonnullis criminibus et conspirationibus contra
nostram personam et statum pacificum regnorum et terrarum
nostrarum atque reipublice earundem tangentibus: Visis inquam
confessione dicte Margarite et testibus inde productis seu eorum
attestationibus excepto dicto seu attestatione Alfonsi Mendez de quo
noluimus nec volumus aliquam haberi rationem nec respectum ad eum:
Visis etiam et attentis defensionibus et exceptionibus pro parte
ipsius Margarite oblatis totoque processu diligenter recognito et in
nostri consilio examinato et alias procuratoribus et advocatis dicte
Margarite pluries ad plenum auditis: Visisque aliis videndis et
attentis attendendis sacrosanctis evangeliis coram nobis positis et
reverenter inspectis ut de vultu Dei nostrum procedat judicium et
occuli mentis nostre videre valeant equitatem die presenti ad
audiendam sententiam tam parti fisci quam dicte Margarite assignata
non obstantibus in contrarium propositis et allegatis cum de jure non
procedant ad nostram sententiam promulgandam procedimus in hunc
modum.
Cum constet nobis clare ex meritis presentis processus et
alias dictam Margaritam machinasse et de facto conspirasse contra nos
seu personam nostram et contra tranquillum statum reipublice
regnorum et terrarum nostrarum tractando et in quantum in ea
fuit in actum et perfectionem deducendo quod gentes armorum extranae
nationis invaderent et occuparent regna et terras nostras: Tractasse
etiam et quatenus in ea fuit in actum deduxisse Jacobum de Urgello
convictum de crimine lese majestatis et suis demeritis per nos
condempnatum et in carcere detentum ab ipso carcere contra nostrum
intentum emitere et eruere pravis et dampnatis modis exquisitis et
multa alia fecisse attentasse et comississe que directe tangunt
personam nostram et prosperum statum regnorum et terrarum nostrarum
ut perfertur: Attento maxime quod est relapsa seu jam alias de eodem
lese majestatis crimine contra nos et personam nostram ac
totam rempublicam delata et condempnata sententialiter per nos
qui misericordia moti indulseramus eidem penam quam propterea
demeruerat prout est notorium toti *mundo: Idcirco per hanc nostram
sententiam difinitivam pronuntiamus sententiamus et declaramus dictam
Margaritam incidisse ac comississe crimen lese majestatis
eamque ejusdem criminis *ream fuisse et esse.
Lata per Jaufridum
de Ortigiis regentem cancellariam in *quadam camera domus sive
alquerie de Rascanya sita in horta Valentie
die 29 julii 1415 regnique nostri quarto.
Hecha y publicada esta
sentencia contra la condesa se prosiguió el proceso contra Ramón
Berenguer de Auriachs y Pedro Miron, que estaban presos; y el jueves
siguiente, que era el primero de julio, dijo el Auriachs que no
pensaba defenderse de lo que había hecho, pues había sido en
servicio del conde don Jaime y de la condesa su madre, con quienes se
había criado desde niño, y era cierto que pocos servidores hubiera
habido de tales señores como estos, que no hicieran lo que él y que
suplicaba al rey quisiese perdonar a su ignorancia y poco ber; y
así un lunes, a 5 de agosto de este año, declaró el rey haber el
dicho Auriachs y Pedro Miron cometido crimen de lesa majestad, y por
consiguiente ser merecedores de muerte, que de mera gracia y
liberalidad conmutaba en destierro en la isla de Cerdeña; y después
el rey Alfonso se Ia remitió y dio perdón.
De esta manera quedó
acabada la esperanza que podía tener la condesa de ver a su hijo en
libertad, y ella quedó mucho tiempo presa y padeció muchos trabajos
y miserias, porque el rey no le daba nada; pero después el rey don
Alfonso le dio trescientos florines de renta, es a saber: doscientos
sobre las leudas de Tortosa (lezdas) y un derecho que
llamaban de los tres dineros por libra, que se recibía sobre
las mercaderías entraban de florentinos y demás italianos; y los
otros cien florines le dio sobre las questias de Ager, rentas
y emolumentos que recibía allá el rey. Pero esta merced no tuvo
efecto, y a 10 de junio de 1417 se los dio todos trescientos sobre
las leudas de Tortosa y tres dineros del derecho que pagaban los
italianos, y otro tanto hizo con sus hijas doña Cecilia y doña
Leonor, dándoles a cada una de ellas otros trescientos florines; y
mandó que todos estos novecientos florines les fuesen pagados cada
cuatro meses cien a cada una, y que la primera paga fuese por todo el
mes de setiembre de 1417; y porque en el cumplimiento de esto habían
sido algo remisos los oficiales, a 9 de noviembre volvió el rey a
mandar lo mismo a Pedro Baset, baile general de Cataluña; y
con esta renta pasó la condesa su vida hasta que murió; y estos
fueron los sucesos de esta señora, que había llegado a tal punto de
grandeza y majestad, (o rey o no res) que había muy
pocas mujeres que no fuesen reinas que la igualasen, así en
linaje y calidad, por ser descendiente por línea legítima de los
emperadores de Oriente, como en riquezas, títulos y dignidades. Solo
fueron infelices ella y su hijo, en haber cabido en los consejos (de)
hombres violentos e indiscretos, como fue García de Sesé, que fue
el principal de ellos, y de tan peligrosos consejos, que siempre se
perdieron los que les seguían, y por su consejo se perdió don
Antonio de Luna, y después don Fadrique de Aragón, conde de Luna,
que por su causa
dejó lo que tenía en Aragón y se fue Castilla,
donde recibió muchas mercedes del rey don Juan, pero a la postre
murió en la prisión; y él se tomó para sí tales consejos, que
vendió los vasallos que el rey don Juan le había dado, y murió
asaz pobre en la ciudad de Segovia. Cierto que gran ejemplo es este
de los conde y condesa de Urgel, en que todos los hombres deben mirar
que no hagan cosas contra de sus señores, mayormente los grandes,
que cuanto mayores son, más dignos son de reprensión y más
peligrosas sus caídas, y deben siempre de trabajar de tener cerca de
si hombres de honesta vida y graves, que si el conde de Urgel y su
madre los tuvieran, no cayeran en los yerros que cayeron, ni se
acabara una casa y linaje de los más principales y calificados
señores de España; y por no quedar estos señores contentos de lo
que Dios con su liberal mano les
había dado y haberse dejado
llevar de sobrada ambición y soberbia, tuvieron el fin que vemos, y
cuando se pensó el conde ser rey, se halló en un calabozo, su
mujer, madre, hermanas e hijas a la merced del rey, que les tenía
toda su hacienda, y habían de vivir casi de limosna, y aún esa no
se la osaban dar, por no disgustar y deservir al rey.
De quien
más lástima se había de tener, era de la infanta, que en estos
negocios había sabido poco, y le pesaba de las desconcertadas
diligencias de su suegra, que aunque se guardaba de ella todo lo
posible, pero no dejaba la infanta de saber lo que pasaba, y tenía
pesar de ello, y le persuadía que dejase tales medios y confiase de
la clemencia del rey y le buscase intercesores, que de esta manera
había de alcanzarse la libertad del conde y hacienda; porque lo
demás que ella hacía, eran medios desatinados e imprudentes,
que habían de irritar al rey, que a la postre todo lo había de
saber, por los muchos espías que tenía en todo lugar, y por ser
nuevo en estos reinos, andaba muy receloso y más sabiendo que la
condesa de Urgel le deseaba ver muerto, y corría voz que había de
vivir poco, y se confirmaba, porque después de venido en estos
reinos, casi siempre vivió enfermizo.
Quiso el rey
asegurarse de que las hijas del conde casasen a gusto suyo, por
excusar los inconvenientes podían seguirse casando fuera de estos
reinos a disgusto suyo, y más en Francia. Movióse a hacer esto,
porque en los testigos se recibieron contra la condesa, entendió el
rey que García de Sesé y la duquesa de Bar traían planes de casar
a doña Isabel, hija mayor del conde, con el duque de Borbon,
(collons, de la familia de Felip V) y las otras con otros
señores de Francia, a quien querían darlas porque entrasen con mano
poderosa en estos reinos y emprendiesen la conquista de ellos, y por
esto deseaba tenerlas allí la duquesa y darles marido de su mano; y
la infanta venía bien en ello, porque decía, que por no poderlas
sustentar, le era forzoso aceptar lo que le ofrecía la duquesa de
Bar, de tenerlas consigo; y el rey, por excusar todo esto, las quiso
tener en su poder, y por esto a 14 de abril de 1415 había enviado a
Ramón de Empurias, procurador general del condado de Urgel, a la
infanta, encargándole que le enviase sus hijas doña Isabel y doña
Leonor, porque era mengua suya se hubiesen de criar en Francia en
casa la duquesa de Bar, siendo tan deudas suyas y de la casa y linaje
real, y estando él obligado a mirar por ellas; de manera que la
infanta quedóse muy contenta; y en las instrucciones le manda que lo
trajese con toda suavidad y mansedumbre, pero que si la infanta no
quiere venir bien en ello, que se las lleve por fuerza al rey; pero
la infanta, que conocía cuán bien estaba que sus hijas estuviesen
en el palacio real y se criasen con los reyes, holgó de ello, y el
rey las envió luego a la reina doña Leonor, su mujer, y las otras
dos más pequeñas, que eran doña Juana y doña Catalina, quedaron
en poder de la infanta, y tomó seguridad de ella, que no las
llevaría fuera del reino. Después de muerta la infanta su madre, se
criaron con la reina doña María de Aragón, mujer del rey don
Alfonso; y estaba el rey resuelto, si ella rehusaba esto, de
confiscarle su dote y todo lo que tenía, y así había dicho a Ramón
de Empurias que se lo notificase, pero no fue menester, porque todo
salió como el rey quería.
Llevado el conde a Castilla, estuvo
en Ureña todo el tiempo que el rey vivió, sin que se hablase más
de su libertad, por estar muy ofendido de los medios con que la
condesa la procuraba. No vivió mucho tiempo el rey después de esto,
porque falleció un jueves a 2 de abril de 1416, en la villa de
Igualada, en ocasión que iba a Castilla, para probar si
convalecía de una enfermedad que había mucho que le duraba, siendo
de edad de treinta y siete años, y después de tres años, nueve
meses y ocho días que reinaba: y se vio cumplida una hablilla del
vulgo, que no viviría mucho tiempo en estos reinos, y aún decían
que el papa Benedicto de Luna, cuando se despidió de él, se lo dijo
en un papel que le envió, quejándose de que le hubiese dejado,
después de haber ayudado a que fuese rey, favoreciendo su justicia.
Decía el papel: Ex nihilo feci te et pro mutua mercede solum me
dereliquisti in deserto: dies tui erunt pauci et vita tua
abreviabitur illegitimaque tua progenies in nefario incestu concepta
non regnavit usque ad quartam generationem.
Pudo ser que como el
pontífice le vio enfermizo, conjeturando lo que podía ser, acertase
en lo que le dijo. En el testamento que hizo el rey, hallo que en
orden a las cosas del conde, solo ordena que todo lo que se debiere a
los que trabajaron por el rey en el sitio de Balaguer, ora sean sus
vasallos, ora de Castilla, se pague íntegramente, y que lo que
faltare cumplir y pagar del testamento del conde don Pedro, se
ejecute, y asigna las rentas de Tortosa y los tres dineros por libra
que pagan los mercaderes italianos, que eran unos grandes derechos, y
sobre ellos asigna y manda se paguen los cinco mil florines recibía
cada año la infanta por los frutos de su dote y derechos tenía en
casa del conde su marido; y porque había el rey desempeñado muchas
de las joyas de la condesa, que habían empeñado por sustentar el
gasto de sus pretensiones en el reino, manda que las que constare
ella haber empeñado y el rey quitado se le vuelvan, pagando lo que
el rey pagó por el desempeño; pero las que el conde empeñó y el
rey quitó, que eran de la condesa, manda se le vuelvan sin pagar
nada. Este testamento se recibió en Perpiñan a 10 de octubre de
1415 en poder de Pablo Nicolás; y los testigos, que eran ocho, todos
eran castellanos.
Sucedió en el reino su hijo don Alfonso,
llamado el Sabio (como Alfonso X de Castilla); y lo más
presto que fue posible tomó a Alonso de Escalante el mismo juramento
y homenaje que había hecho al rey su padre, sobre la guarda del
conde; y porque convenía, por estar más seguro de él, le llevaron
al castillo de Mora, y de allá, en junio de 1422, al alcázar de
Madrid; y después de muerto Alonso de Escalante, a 4 de setiembre de
1424, el rey lo encomendó a Gonzalo Gómez de la Cámara, escudero
del difunto, y de quien hacía gran confianza; y porque mejor le
pudiese guardar, pidió a la reina doña Leonor, su madre, que
mandase entregarle el castillo de Ureña, que en aquella ocasión
estaba en tercería en poder del rey de Castilla, para llevar allí
al conde; pero Leonor Núñez Cabeza de Vaca, mujer de Pedro Alonso
de Escalante, y Hernando y Pedro Juan, sus hijos, dilataban
entregarlo; y el rey procuró que el de Castilla mandase entregar el
conde a Gonzalo García de Castañeda; pero las cosas sucedieron de
manera, que aquel castillo se quedó en poder del rey de
Castilla, y el conde fue llevado a un castillo llamado de
Castro-Torafe, que era del orden de Santiago, y allá quedó
debajo la guarda de doña Leonor y de sus hijos.
Dice Gerónimo
Zurita, que el conde tuvo gran confianza en la clemencia del nuevo
rey, porque los señores de Italia y Alemania, por amor del marqués
de Monferrat, que era deudo muy cercano del conde, y también el
papa Martín, intercedían con el rey por su libertad; y esto lo
procuraba Berenguer de Fluviá, que estaba por el conde en la corte
del papa; pero no acabaron nada, porque el rey siempre temió que
si el conde salía, le alborotaría sus estados, porque había muchos
a quien no placía la declaración de Caspe.
A 14 del mes de
marzo de 1424, que fue algunos meses antes que muriese la condesa, el
rey Alfonso, estando en Valencia, nombró por tutor y curador de sus
hijas al dicho arcediano Berenguer de Barutell, como a pariente de
ellas muy cercano; y dice que entonces tenía doña Isabel quince
años, y doña Leonor catorce, y estas señoras estaban en Castilla
con la reina doña Leonor, madre del rey; y doña Juana diez años, y
esta con la reina doña María, mujer del rey Alfonso; y después
tuvo el rey cuidado de casarlas con personas de gran linaje y
calidad, como veremos en sus tiempos.
Estando en esta cárcel el
conde, sucedió la muerte de la infanta doña Isabel, su mujer, hija
del rey don Pedro, el cuarto de Aragón, que murió sábado a 7 del
mes de noviembre del año de 1424, en la villa de Alcolea, y luego
fue llevada embalsamada a Barcelona, y se le hizo muy solemne
entierro, y la llevaron descarada a San Francisco, e hicieron
capilla ardiente, y la ciudad de Barcelona dio cincuenta cirios
gruesos de cera bIanca, de cinco libras de cera cada uno, con dos
señales o escudos de las armas de la ciudad; y Bernardo de Forciá,
su tío, y Berenguer de Barutell, arcediano de la Mar, primo hermano
de la infanta, convidaron los conselleres y nobleza de la ciudad, que
con ropas rozagantes de luto, que llaman gramalles,
asistieron al entierro, que se hizo con la solemnidad y aparato de
corte debidos a hija de rey y persona de su calidad. Fue sepultada en
el monasterio de San Francisco de esta ciudad, en la capilla del
Santísimo Sacramento, llamada la Capilla Real, donde están
enterradas otras muchas personas de la casa y linaje real: pasó
mucho tiempo, antes que el conde lo supo, como veremos en su lugar.
El testamento de la condesa se otorgó en Lérida 13 de diciembre del
año 1413, ante .... ; y nombra por ejecutores al conde su marido,
nobilem Bernardum de Fortiano, militem, *materterum nostrum;
Berengarium de Barutell, archidiaconum Beatae Mariae de Mari in sede
Barchinonensi, consobrinum germanum nostrum; et gardianum Sancti
Francisci Barchinonae: y dispone de cuarenta y cuatro mil quinientas
libras de su dote, esto es: veinte y dos mil quinientas a doña
Isabel, primogénita; once mil a doña Leonor, y once mil a doña
Catalina; y si salia el preñado, que llevaba, a luz, si era una hija
o muchas, deja ordenado que doña Isabel tenga veinte mil libras, y
doña Leonor ocho mil quinientas, y ocho mil doña Catalina; y esta
murió, y nació doña Juana, que casó con el conde de Fox, y
después con el conde de Cardona; y de lo que ganaban de la hacienda
de doña Sibilia, su madre, lega a doña Isabel las dos partes, y la
tercera parte que sea dividida con las demás hijas; y si mueren en
pupilar edad, sustituye la una después de la otra, guardando orden
de primogenitura. No he visto sino esta cláusula del testamento, y
aún no dice el que la transuntó ante quién fue otorgado.
Estuvo el conde en este castillo de Castro-Torafe hasta el año
de 1426, en que le pareció al rey más conveniente tenerlo en sus
reinos, que no en el de Castilla, porque según las novedades que en
él había, era más a propósito que un tal prisionero estuviese en
poder suyo, y no de otro ni en reinos extraños; y por facilitar
dificultades, si algunas se ofreciesen al rey de Castilla, le envió
con otros motivos a Francisco de Ariño, su secretario. Encomendó el
traer al conde a Berenguer Mercader, caballero valenciano, camarero y
privado suyo y de su consejo, baile de Valencia y alcalde del
castillo de Játiva, encargándole que sin divertirse a otra parte,
fuese a recibir la persona del conde de Urgel; y le dio las órdenes
necesarias para Leonor de Escalante y sus hijos, para que se lo
entregasen juntamente con el castillo; y proveyó del dinero que era
menester, y se pagó del dote que le había dado la reina su mujer,
que había recibido Vidal de la Caballería: pero esto no pudo ser
tan secreto, que no lo entendiese el rey de Castilla, y por la forma
que se había tenido de apoderarse de la persona del conde, sin orden
ni mandamiento suyo, mostró algún sentimiento, y mandó detener la
persona del conde. Cuando el rey entendió esto, estando en Teruel en
el mes de mayo, hizo gran cumplimiento con el rey de Castilla,
avisándole que había enviado aquel caballero, para que trujese
a Teruel a don Jaime de Urgel, y tenía mucho sentimiento que no le
hubiese informado de la orden que
traía; pero rogábale muy
caramente que por su contemplación, así como él haría por su
honra en su caso, olvidando aquel enojo, mandase alzar cualquier
embargo, si alguno se había hecho de la persona de don Jaime, de
suerte que sin impedimento alguno Berenguer Mercader le llevase a
Teruel: y el rey de Castilla lo mandó proveer así, y llevaron al
conde a esta ciudad, donde estuvo algún tiempo; y de aquí mandó el
rey al mismo Berenguer Mercader que lo llevase al castillo de Játiva,
con facultad y poder, que si le salían al camino a salteársele,
le matase sin más aguardar; y con esta orden, y acompañado de
buenas guardas, le llevó a aquel castillo, donde estuvo hasta que le
mataron.
Dista Játiva de la ciudad de Valencia nueve leguas, y
tiene su asiento prolongado al pie de un monte, y en lo alto un
castillo que iguala en largo a la misma ciudad, con quien viene a
juntarse por medio de dos muros o paredones, que como mangas, bajan
de los dos cabos del castillo por sus vertientes, hasta asirse en la
población. El castillo está partido en dos, mayor y menor: el mayor
es hacia poniente, el menor hacia levante; y ceñidos de un mismo
muro que los cerca a los dos, y por una puerta se entra a los dos, y
por las espaldas son ceñidos de peña tajada de inmensa profundidad.
Después de la primera puerta hay cuatro muy fuertes, puestas a
trecho las unas de las otras, y en ellas solía haber guardas, según
costumbre de castillo de homenaje; y cuando uno quería entrar en el
castillo, llamaba a la primera puerta y daba su nombre a la guarda, y
la guarda de mano en mano avisaba al alcaide, el cual decía si se
había de dar licencia al que quería entrar; y este tal había de
dejar las armas a la primera guarda. En el castillo mayor hay iglesia
so título de María Santísima, y en el pequeño, de Santa Ana,
santísima madre suya (pero virgen no). En el castillo mayor
hay dos torres grandes principales, la una llamada San Jorje,
y la otra Santa Fé. Sin estas dos torres hay veinte de menores, muy
fuertes, que están repartidas por el muro del castillo mayor, y ocho
por el muro del menor, y todo él es capaz de tres mil personas,
y suficiente si está bastecido, a defenderse a sí mismo y a la
ciudad: por lo cual es el castillo de homenaje de más calidad y
cuenta de toda la corona de Aragón. Y aquí han tenido siempre los
reyes la cárcel de más reputación y autoridad, y siempre han
puesto en él alcaides personas ilustres y de confiada fidelidad,
y los presos más calificados de sus reinos siempre han estado
encastillados aquí.
En este castillo y cárcel pasó el conde de
Urgel lo que le quedaba de su vida, y estando aquí en junio de 1431,
quiso el rey que renunciara en favor suyo el derecho que por razón
de la condesa doña Cecilia, su abuela, madre del conde don Pedro, le
pertenecía en el condado de Cominges (Comenges) y
otras tierras que eran de la duquesa de Berri, y había sucedido en
ellas el conde de Cominges, según lo vimos en su lugar, y esto lo
pedía en ocasión que se trataba de casar a doña Leonor y doña
Juana, hijas del conde, la una con el rey de Chipre, y la otra con su
hijo: pero no hallo hiciese el conde tal renuncia, que más era para
comodidad del rey y por asegurar en su servicio los condes de Fox y
de Armeñac (Armagnac) y algunos señores de Francia, que por
provecho de ellos, mayormente que no se efectuaron aquellos
casamientos, sino otros de quien hablaremos en su lugar y tiempo.
Estando aquí el conde, le fue a visitar el rey Alfonso, que
había mucho deseaba verle, ora fuese por consolarle, ora por
curiosidad; y así un día con don Jimen Pérez de Corella, caballero
valenciano, hombre muy elocuente, y con seis o siete caballeros le
fue a visitar, sin que le dijesen que era el rey, sino que unos
caballeros dolidos de sus infortunios le iban a visitar. El carcelero
sacó dos bancos en una sala del castillo, y el conde con algunos de
estos caballeros se sentó en el uno, y frontero de él en otro banco
el rey con los demás; y todos se admiraron de su faz y presencia, y
de la grandeza y majestad que, aunque en tal estado, representaba su
persona. Llevaba la barba larga, y casi mezclado el cabello. Había
mandado el rey que solo mosen Corella le hablase; y siguiendo el
orden del rey, le dijo: que aquellos caballeros y él habían venido
por ciertos negocios a la ciudad de Játiva, y que todos eran de la
casa del rey, y habida licencia del baile general le habían ido a
visitar, y saber de él mismo si le faltaba cosa, y si se le hacía
buen trato; y si quería nada; porque ellos se sentían con ánimo de
alcanzarlo del rey, con que no fuese la libertad; porque de ella, sin
licencia del rey, no podían hablar en aquella ocasión, ni se
sentían con ánimo de poderla alcanzar: solo le certificaban que
estaban muy sentidos de sus infelicidades y desdichas, porque todo le
había venido por falta de ánimo y por poco saber; y esto último
mandó el rey que le dijese,
por ver el conde qué respondería; el cual antes de decir nada, le
dijo, que gustaría mucho saber él quien era y cómo se llamaba,
porque ni de él ni de los demás, ni tenía noticia ni conocimiento
alguno. El Corella le dijo él quien era y los demás: del rey dijo
ser un caballero castellano de casa del rey; y el conde gustó mucho
de conocelles, y mucho más de la visita que le habían hecho,
haciéndoles muchas gracias por ello, y estimándoles mucho que ellos
se doliesen de sus desdichas, de las cuales vivía muy consolado y
aconortado, por haber visto y saber, haber sucedido en el mundo casos
semejantes al suyo; y creía que si la justicia hubiese sido suya,
Dios se la hubiera dado, y no le hubiera puesto en aquel estado en
que se hallaba; y creía que si Dios, que sabe todas las cosas, le
hubiese conocido bueno para rey y útil para regir y gobernar el
reino y cosa pública (república), no se le
hubiera quitado; y tenía por cierto que tomó Dios el más útil
para el bien común y gobierno de la corona, dejándole a él en
aquel estado en que se veía, ignorante e incierto de lo que le había
de suceder: y en lo que le preguntó si tenía lo necesario para su
sustento, dijo que sí, y que estaba muy bien tratado sin faltarle
nada, aunque en Castilla había padecido mucho en uno de los
castillos en que estuvo preso, y que por haberle sucedido un caso de
gran pesar, se lo quiso contar, y fue, que le echaron en un calabozo
que había en lo más hondo de una torre, y allá con grillos y
cadenas estuvo preso muchos días, y era tan oscuro, que vino a
perder el tino del día y de la noche, y del tiempo y del año;
así que ni sabía dónde estaba ni cosa de esta vida.
Cierto día
pidió a un mancebo que le llevaba la comida, y se la echaba como si
fuera un perro, qué día era aquel, y qué tiempo del año: el
mancebo se le dijo. Salido, dijo al alcaide lo que el conde le había
preguntado, y lo que había pasado entre los dos, de lo que se enojó
de tal manera, que hecho un león, bajó donde estaba, y con gran
furor e ira le dijo, porqué había hecho tal pregunta al
mancebo, ni qué le iba a él en saber lo que había preguntado, pues
a un preso como él no le era lícito saber cosas tales; pues su
cárcel había de ser perpetua, sin esperanzas algunas de haber de
salir de aquel horrendo calabozo: y añadiendo palabras muy villanas
y pesadas, tratándole mal con las manos, y aún cercenándole el
sustento necesario, le dejó tal, que lo que hizo con él, no lo
hubiera hecho con un esclavo o bárbaro, homicida o ladrón público:
y que él, aunque en tal estado, sintió aquella injuria tan
gravemente, que jamás le había podido salir del entendimiento, ni
aún perdonarla, aunque había hecho sobre esto su confesor grandes
diligencias, y nunca había podido acabar con él, que dijese: Dios
se lo perdone; habiendo de muy buena voluntad y corazón perdonado a
todos aquellos que habían sido causa de su prisión y destrucción,
pero a aquel castellano jamás había podido, y tenía por cierto,
que si ellos supieran lo que allí le había sucedido, le hubiesen
jamás perdonado, antes según orden y reglas de caballería tomarían
por él la venganza; y dicho esto, le saltaron las lágrimas de los
ojos con gran abundancia, y el rey y los demás quedaron adoloridos
de lo que oyeron. Don Jimén Pérez de Corella tomó la mano por
ellos y dijo al conde, que la venida de ellos no había sido para
darle pena ni acordarle trabajos pasados, que ya sabían tener hartos
al presente, sino solo para darle consolación y alivio; pero no
podía excusarse de decirle para su mayor bien y provecho, que le
parecía que el demonio había tomado ocasión de aquel suceso que
había contado de hacerle perder todo el mérito y ganancia
espiritual de sus oraciones, ayunos, obras penales y otros santos
ejercicios que hacía, y de la paciencia con que sufría sus trabajos
y cárcel, y que por no malograr tanto bien, no había de mirar a la
maldad y humana crueldad de aquel mal hombre, sino solo al
mandamiento de Dios y voluntad suya, que quiere que perdonemos las
injurias por su amor, y que cuanto mayores son las que perdonamos,
tanto mayor es el mérito que nos queda, y más alcanzaría de Dios
con esto, que con todas las buenas obras que hacía.
No quisieron
que les dijese quién era aquel bárbaro que tal maldad había hecho,
sino había de considerar que los alcaides de las fuerzas, a quien
están encomendados prisioneros de su calidad, es bien que estén
siempre recelosos, así como hace el cómitre en la galera, y algunas
veces por estar más seguros de ellos, hacen cosas no debidas y mal
hechas. Y le dijo que les parecía a todos los que allá estaban
debía considerar nuestro buen Dios y Señor, redentor del linaje
humano, cuántas y cuán graves injurias y afrentas sufrió en este
mundo por nuestro amor, hasta parar en una cruz, y que por su amor
había de perdonar no solo a aquel mal hombre, pero aún a cualquier
otro que le hubiese ofendido, por poder alcanzar perdón para si,
pues es cierto que quien al prójimo no perdona, de Dios no es
perdonado; y le rogaron que antes que ellos se partiesen de él, lo
hiciese así por amor de Dios y de ellos que le habían venido a
consolar y ver, y estaban tristes de que su alma y conciencia
estuviese cargada con aquella culpa. El conde no les respondió
palabra, sino que se puso a llorar muy tristemente, y don Jimén
Pérez de Corella le dijo que ellos no habían venido allí para
entristecerle, pero no podían dejarle de decir que estaban muy
lastimados de ver que por tan poca cosa como era aquella estuviese
turbada su alma y en un mal estado, y que se perdiese el bien que
hacía; y que pues no podían acabar con él que por amor de Dios y
de él les perdonase a aquel hombre que le había ofendido, juraba
tan por sí como por los demás caballeros que allí habían venido,
de no salir de la ciudad de Játiva ni quitarse la barba ni comer
sentados ni con manteles, hasta que él hubiese perdonado; y el rey y
demás caballeros pidieron y juraron lo mismo.
Esta acción del
rey y de los demás fue de tal eficacia y movió de tal manera las
entrañas y corazón del conde, que luego se arrodilló y hizo
gracias a Dios de la merced que le había hecho de enviarle tales
consoladores para bien y salud de su alma y espíritu, reputándoles
no por hombres, sino por ángeles bajados del cielo para abrir los
ojos de su entendimiento; y arrepintiéndose de su mala voluntad y
propósito, y por cumplir el mandamiento y voluntad de Dios, le
perdonó de todo su corazón, y no solo a él, mas aún también a
todos los que le hubiesen agraviado, reconociendo que sus pecados
merecían el azote y trabajo que Dios le había enviado; suplicándole
que por su bondad y misericordia infinita le perdonase. Y luego el
rey y los demás le agradecieron lo que había hecho, y quedaron muy
contentos del fruto que habían sacado de su visita, y luego le
mudaron de nuevas y metieron en otras cosas, y le pidieron que dijese
qué era la cosa de que él más gustaba, que tal cosa podría ser,
que la alcanzarían del rey, por ser de él muy favorecidos. El conde
les agradeció el ofrecimiento que le habían hecho, y dijo que tres
cosas eran las que él deseaba: la primera, saber si la infanta doña
Isabel, su mujer era viva; la otra, si su hija mayor, que él mucho
quería, era casada, y con quién, y si la había heredado el rey de
una parte de su patrimonio del conde; la tercera, hallarse delante
del rey, para pedirle perdón, y que le metiese en algún monasterio
de cartujos, en que pudiese loar y bendecir a Dios, y acabar entre
ellos su vida.
Holgaron todos de oír lo que el conde les dijo, y
respondió que las primeras dos cosas era bien que las supiese, y aún
confiaba que la tercera se alcanzaría del rey, pues era cierto que
ni él ni los suyos eran poderosos para quitarle la corona; y que le
era mejor, en vez de reclusión en un monasterio de cartujos, que se
ordenase y el rey le hiciese merced del arzobispado de Zaragoza, que
estaba vacante por muerte o impedimento de don Alfonso de Arehuello,
y con aquella prelacía podría vivir, y aún sustentar estado
conducente a su persona y calidad. No había sabido aún de la muerte
de la infanta, y la conjeturó de estas palabras el conde y la sintió
mucho, y dijo que solo le consolaba considerar que habían tenido fin
sus trabajos: y sabido del estado de sus hijas, agradeció la merced
que el rey le había hecho de casar la mayor, y el favor hacía a
las demás, y esperaba lo haría bien con ellas como de tal rey se
podía esperar, que sangre suya eran; y que él no tenía
pensamientos de arzobispado ni de otras dignidades, porque estaba tan
poco codicioso de regir y gobernar, que si el rey le sacara de la
cárcel y le restituyera todos sus estados, que eran mayores y
rentaban más que tres arzobispados, no los tomara para haberlos de
regir, por no juzgarse digno de gobierno alguno, que a haberlo sido,
no se los hubiera Dios quitado; y solo su gusto y deleite sería
lo que le quedaba de vida pasarlo en un monasterio de cartujos, en
cuya santa compañía pudiese loar y bendecir a Dios.
El rey y
los demás, por ser ya tarde y no quererse meter en otras cosas, se
despidieron y el conde les hizo cortesía hasta la puerta de la sala
donde estaban, porque no le era lícito pasar de ella; y al salir,
con la cortesía que hicieron al caballero castellano, conoció el
conde que era el rey, y lo dijo así al alcalde, aunque él se lo
negó.
Salió el rey tan lastimado de los trabajos del conde, que
determinó de darle el arzobispado de Zaragoza, y lo trató con
algunos de su consejo; pero no faltó uno que le dijo: - Señor:
vuestro padre con gran trabajo y gastos adquirió estos reinos, y los
ha dejado a vos pacíficos y quietos; yo os aconsejo que los
conservéis así como él os los ha dado, y no queráis aventurar a
que salido el conde mueva novedades, que ya que de él se pueda
confiar, pero puede ser que otros por él y en su nombre intentasen
cosa que a vos os pesase. Vos, señor, dadle en la cárcel lo
necesario y mandad que no se le haga descortesía ni disgusto; pero
sed seguro de él, y si quiere rogar a Dios y servirle, hágalo en
ella, que harto lugar y tiempo tiene. - Al rey le pareció esto bien,
y mandó que de las rentas reales le diesen cierta cantidad de dinero
para su comida, y que con licencia del baile general en escritos
le dejase visitar, y que el mismo baile tres o cuatro veces en el año
le fuese a ver, y le diese cierta cantidad de dinero para poder dar
limosna o gastar a su gusto, y esto a más de lo que se le daba para
plato y vestido.
La hija mayor del conde, que estaba casada con el
infante don Pedro de Portugal, y el mismo infante y las otras dos
hijas trabajaban todo lo que les era posible con el rey para que le
perdonase y diese libertad. Estando en esto, sucedió que el infante
don Pedro, a 1.° de julio de 1431, fue preso en la villa de
Alburquerque (quercus albus o alba : roble, quejigo blanco ?)
del reino de Castilla; y deseaba tanto el infante don Enrique, su
hermano, verle puesto en libertad, que deliberó para alcanzalla
dejar todo lo que tenían los dos en los reinos de Castilla, donde
por causa de los hermanos hubo hartas inquietudes y daños, que
refieren todos los que escriben las cosas de aquel reino; y por medio
del rey de Portugal se tomó asiento que fuese librado de la prisión
y llevado en poder del infante don Pedro de Portugal a la fortaleza
de Segura, que dista dos leguas de Alcántara, y que el infante don
Enrique entregase todas las fortalezas que tenía en Castilla, así
las de su patrimonio, como las de Alcántara y Santiago, y así
se hizo. Con esto fue puesto el infante don Pedro en libertad, y de
aquí los dos hermanos y la infanta doña Catalina, mujer de don
Enrique, se fueron a la ciudad de Coimbra, que era del infante don
Pedro, yerno del conde de Urgel, para de allí irse a embarcar a
Lisboa. Estando aquí, el infante don Pedro y doña Isabel, su mujer,
duques de aquella ciudad, movieron trato con ellos sobre la libertad
del conde, y ellos dieron por excusa que no estaba en su mano
dársela, sino del rey su hermano que le tenía preso. Sabía el
infante don Pedro de Portugal, que si ellos querían, era fácil
alcanzarla; y les dijo que no saldrían de Coimbra que primero no
fuese allá el conde, y les aseguraron que ellos no querían otra
cosa sino sola su persona; y porque no dudasen de cosa, les
prometieron que el conde con toda solemnidad necesaria definiría y
renunciaría muy larga y bastantemente, así al reino de Aragón y a
cualquier derecho que le perteneciese en aquel por cualquier causa y
razón, como también al condado de Urgel y vizcondado de Ager,
cualesquier tierras y señoríos tuviese en cualquier parte, que
loaría y aprobaría la confiscación que el rey había hecho,
dándola por justa y legítimamente
y en caso debido hecha; y para mayor seguridad la duquesa doña
Isabel, hija primogénita del conde, haría lo mismo, loaría y
aprobaría y declararía justa la dicha confiscación y emanciparían
los hijos de este matrimonio, y harían que el papa les diese tutores
que loasen e hiciesen lo mismo que el duque, duquesa y conde de
Urgel, porque ellos solo querían la persona del conde y no otra cosa
alguna.
El rey, que supo esto, estuvo muy sentido de la detención
de los hermanos, y más que fuese por aquella causa, porque pensaba
que si el conde saliera de la cárcel moviera algunos humores; y así
desde Italia, donde estaba, envió embajada al infante don Pedro de
Portugal, para que entendiese que él estaba maravillado de la
detención que hacía de los infantes sus hermanos y de lo que pedía,
pues era cosa que solo dependía de la voluntad de él y no de la de
ellos, y que no pensase con fuerza haber a su suegro, que eso no se
había de alcanzar de esa manera, y que si hacer se tenía, él lo
haría de su mera voluntad; y que mientras los infantes estuviesen
detenidos, no haría cosa; pero que les dejase ir, que él haría de
manera que quedaría contento, porque él hacía muy poco caso de su
libertad o prisión: y así por medio de sus embajadores y de algunos
señores del reino de Portugal a quien el rey escribió, se tomó
sobre la libranza de los infantes este asiento, y fue: que los
infantes no fuesen detenidos, y que los embajadores por parte del
rey, y los infantes por su parte, prometieron meter el conde sano y
salvo en poder del infante su yerno, y sobre esto hicieron sus
juramentos, y aún dicen que comulgaron y partieron la hostia, y como
caballeros prometieron que con todo efecto cumplirían lo prometido,
e hicieron ciertas escrituras de su mano selladas con sus sellos, y
embarcados en una galera se vinieron al reino de Valencia.
El
infante don Pedro de Portugal y doña Isabel, su mujer, aguardaban
con gran deseo el cumplimiento de la promesa, y ver al conde entre
ellos; pero pensando que este sería el medio para alcanzar la
libertad, cuando mayores confianzas tenía de ella, halló la muerte:
y fue que el rey don Juan de Navarra, hermano del rey, era por
ausencia de él lugarteniente general en los reinos de Aragón y
Valencia, y le sabía mal que se hablase de dar libertad al conde,
porque por no tener el rey su hermano hijos la corona le pertenecía a
él, y temía que si el conde salía de la cárcel, no le enturbiase
la sucesión, porque él y sus hermanos no eran muy bien quistos en
estos reinos, y había muchos que deseaban ver novedades, que eran
muy contingentes si el rey moría (como murió) en Nápoles, donde de
continuo estaba: y así por quitarse de tales cuidados y asegurar
su sucesión, trató, sin saberlo el rey, con sus hermanos que el
conde muriese, porque decía que hombre muerto no hacía guerra, que
fue lo que dijo el otro mal consejero de la impía Isabel, reina
de Inglaterra: mortui non mordent; y presumía que muerto una vez
el conde (una vez muerto el conde), ni se hablaría de sus
cosas ni del derecho en el reino; y así usando del poder de
lugarteniente del rey, y alcanzándole tras de él para el castellano
de Játiva, en que le mandaba que si el rey de Navarra iba allá,
hiciese todo lo que le mandase así como si él fuese en persona; y
así una mañana, al primero de junio de 1433, el rey de Navarra, don
Enrique y don Pedro, sus hermanos, llegaron al castillo y pidieron al
castellano, qué era del conde, y él les dijo que aún estaba en la
cama: mandáronle le dispertase y que luego se viniese con
ellos, que habían de tratar con él. El castellano llamó al conde y
le dijo que luego se vistiese y saliese allá donde estaban los
infantes, que le aguardaban y le querían hablar, y que saliere
presto, que llevaban grande prisa y se querían ir.
Fue notable
la alteración y susto que tuvo el conde cuando oyó que estaban allá
los tres hermanos, y dijo luego: - Castellano: yo soy muerto; muerto
soy. - Y vistiéndose el jubón, hizo una grande exclamación a Dios
nuestro Señor, lamentándose de sus desdichas e infelicidades y
pidiéndole perdón de sus pecados; y acabado de vestir, siguió al
castellano, que le llevó donde estaban los infantes; y el conde le
siguió temblando como un delincuente que llevan al suplicio, y por
el camino le dijo que le fuese testigo, y se acordase que antes de
cincuenta años había de ser vengada su muerte y sangre, no solo en
los infantes, mas aún en todos aquellos que habían sido causa de su
perdición y daño: y dicho esto, el castellano le dejó en el
aposento donde estaban los infantes, que cerraron el aposento, y el
castellano sintió dentro gran ruido, y en particular tres o cuatro
gritos que dio el conde, diciendo: - No sé tal cosa, no sé nada de
esto. - Y poco después abrieron el aposento, y dejaron el conde
muerto. El castellano entró a buscar al conde; y como le vio tendido
en el suelo, metióse a llorar, y dijo: - Señores, ¿qué habéis
hecho? y qué cuenta daré yo al rey y al baile de Valencia de la
persona del conde? - Y ellos le dijeron, que no cuidase de más, que
esa había sido la voluntad del rey, y mandáronle que tomase el
cuerpo y le volviese a la cama, y dijese que lo había hallado
muerto, y le pusieron graves penas si otra cosa decía; y se salieron
del castillo e hicieron su camino: pero no fue esto tan secreto, que
no se murmurase entre la gente, afeando todos aquel hecho; y lo que
no osaban decir en público los cuerdos y discretos, lo cantaban los
locos; porque sucedió en Barcelona, que un día el infante don Pedro
paseaba por la ciudad en ocasión que había poco que era venido de
Monserrate a dar gracias a la Virgen de la libertad le había Dios
dado, donde ofreció unos grillos de plata, en memoria y
reconocimiento de la merced alcanzada. Un loco le vio, llamado Matas,
de Molins de Retg, en la plaza de las Coles, y dijo a grandes
voces: - Este buen infante viene de Portugal, donde ha estado preso,
y de matar al conde de Urgel; y ahora viene de Monserrate de ofrecer
unos grillos de plata, y pedir a Dios perdón de la muerte que ha
hecho del conde; mas él llevará el pago de su culpa.
El
castellano, luego que hubo metido al conde en la cama, según le
habían mandado los infantes, avisó luego al baile general de
Valencia y a los jurados, justicia y escribanos de aquella, que
llegaron antes que el baile, y les enseñó el cuerpo del conde,
muerto, y tomaron información de testigos y levaron auto de lo que
veían, y poco después llegó el baile e hizo lo mismo para dar
razón al rey como le habían hallado muerto: y hecho esto, le
enterraron en el monasterio del Socós, de la orden de San
Agustín, de aquella ciudad. Fue su muerte, según Martín de
Viciana, que dijo haberlo sacado de los libros de la bailía de
Játiva, a 2 de febrero de 1445; pero según el dietario de la ciudad
de Barcelona y Gerónimo Zurita, lunes al primero de junio de 1433, a
quien sigue el abad Carrillo: y es más verosímil lo que dicen estos
autores, porque en el tiempo que dice Martín de Viciana eran ya
muertos don Enrique y don Pedro, y así creo que debió ser error o
de la imprenta o del trasladar de aquel libro, y no del autor. Duróle
la cárcel diez y nueve años, siete meses y siete días.
Este
fue el fin de don Jaime de Aragón ,conde de Urgel y vizconde de Ager
en Cataluña, señor de las baronías de Antillon y Entenza, y otras
de los reinos de Aragón y Valencia y principado de Cataluña,
descendiente por línea de varón del primer Wifredo, conde de
Barcelona, y por línea de su madre de los emperadores de Alemania;
cuya muerte sucedió después de una muy larga y penosa cárcel, y en
la ocasión que más confianza tenía de salir de ella; y de no haber
querido aceptar el partido que le hizo el rey don Fernando, vino a
perder todo el resto, y quedó en un estado tan infeliz y desdichado,
que de él le quedó el sobrenombre de don Jaime de Aragón, conde de
Urgel, el Desdichado, que esta es la memoria de sus calamidades y
desgracias. Con todo, dice fray Fabricio Gauberto, en su Historia,
que afirmaban que en el tiempo que estuvo en la cárcel hizo tal
penitencia y tal enmienda de su vida, y reconoció tanto a Dios y
murió tan santamente, que ganó mayor corona y alcanzó más alto
reino que nunca el mundo darle pudiera, porque la adversidad lleva
más hombres a los cielos, que el favor de la prosperidad.
Tuvo
el conde de su mujer, la infanta doña Isabel, seis hijas: la primera
fue doña Isabel, que en el año de 1428, casó con el infante don
Pedro de Portugal, duque de Coimbra, hijo del rey don Juan el segundo
de Portugal y hermano del rey don Eduardo, que había casado con doña
Leonor, hija de don Fernando de Aragón y hermana de nuestro rey don
Alonso, que fue el que casó a esta señora, y fue en ocasión que el
infante don Pedro venía de Alemania de visitar al emperador
Segismundo, y a la vuelta pasó por Barcelona, y entró en ella a 2
(el dietario de Cervera dice a 8) de julio de 1428, y fue hospedado
en casa de Juan Fivaller, al lado de la iglesia de San Justo, y de
aquí fue a Valencia, donde entró a 24 del mes, y fue recibido en
estas dos ciudades con muchas demostraciones de alegría, y el rey le
hizo mucha cortesía y entonces se concertó de casarle con esta
señora; y después envió el infante sus embajadores, y eran Gómez
de Silvera y T. Alfonso, su vicecanciller, y todos de su consejo, con
poder de hacer el casamiento, que no nombró la dama con quien se
había de casar; y otorgóse este poder en Valencia, a 2 de agosto de
1428, y después, estando en Valladolid, a 1 de setiembre, la nombró;
y los capítulos matrimoniales se hicieron, en cuanto a la firma del
infante, a 17 de setiembre, en Valencia, y de doña Isabel, a 28, en
el castillo de Alcolea, donde ella estaba, y después aún tardaron a
consumar el matrimonio, porque hallo que el rey, a 4 de marzo de
1829, les confirió un privilegio que el rey don Pedro, a 10
de mayo de 1370, en Tarragona, había dado a la condesa doña
Cecilia, de poner un barco en Cinca, en los términos de
Alcolea, o de Monbru o de Fontclara, y dice: futuris conjugibus
quorum esse dicitur locus de Alcolea. Celebróse el desposorio por
procuradores en el mismo castillo de Alcolea, y fue llevada con gran
acompañamiento a Portugal. Fue la dote el castillo y villa de
Alcolea de Cinca, que el rey había vendido a la infanta
doña Isabel, su madre, por sesenta mil florines de oro de Aragón; y
se los retuvo el infante en satisfacción de parte de las cincuenta
mil libras barcelonesas tenía de su dote, e hízose esta venta en
Valencia a 28 de octubre de 1417, y dióse esta villa y castillo por
cuarenta mil novecientos florines, que valían cuatrocientos cuarenta
y nueve mil y novecientos sueldos barceloneses, y le da facultad al
infante que las pueda vender por satisfacerse de la dicha dote, y
pactaron que lo que valiese más, se reservase para los dotes de las
otras hijas, doña Leonor y doña Juana; y le hizo de esponsalicio
seis mil florines, asegurando aquellos sobre Montemayor y Fontulga,
lugares suyos en el reino de Portugal, junto a Coimbra. En este
negocio, y como a procurador suyo, intervino Berenguer de Barutell,
arcediano mayor de Lérida y de Santa María de la Mar de Barcelona,
tío y procurador de estas señoras, que así le llaman en los
capítulos matrimoniales; y este buen clérigo jamás las desamparó
en su adversa fortuna y la procura se le hizo en Alcolea, a 7 de
agosto de 1428.
Fue el infante hombre muy dado a estudios y
escribió muchas obras en prosa y en verso, y peregrinó gran parte
del mundo, obrando y viendo cosas grandes. Sus cosas y la poca merced
que le hizo el rey don Alfonso, su yerno y sobrino, y su muerte,
escriben los autores portugueses y más en particular Luis Coello, en
sus Reyes de Portugal. Tuvo de su mujer seis hijos: don Pedro,
celebrado entre los portugueses por su hermoso aspecto y linda
gracia, y fue condestable de Portugal, y en tiempo del rey don Juan,
el segundo, vino a estos reinos para defender y amparar a los
catalanes, que estaban muy oprimidos de aquel rey, y vivió poco, y
murió con sospecha de veneno, y fue sepultado en Santa María del
Mar de Barcelona, en el altar o capilla mayor de aquella iglesia,
debajo de una gran losa o piedra de mármol que estaba en medio de
él, y que en nuestros días fue quitada, por la obra del
pavimento nuevo que se ha hecho en aquella iglesia y en la capilla
mayor.
Don Juan, que casó con Carlota, hija de Juan, rey de
Chipre, y por la incapacidad del suegro fue llamado para que rigiese
y gobernase aquel reino, y es contado entre los reyes de Chipre, y no
dejó hijos, y murió en Borgoña con sospechas de veneno.
Don
Jaime, cardenal de San Eustaquio, arzobispo de Lisboa, varón de gran
ingenio, letras y virtud, y tan raro en la continencia, que para
cobrar salud en la enfermedad de que murió, dijeron los médicos
usar de cierto remedio que paraba en ofensa de Dios, y por no manchar
su pureza, dijo que más quería morir mozo que vivir sucio. Dióle
el capelo el papa Calixto III, el año 1456, y no falta
quien dice haberlo hecho por dar pesar al rey don Alfonso, que en
aquella ocasión estaba disgustado con el duque su padre, y por
ensalzar la memoria del conde de Urgel, su abuelo, y por dar a
entender al rey, que aunque muerto, no lo era en la memoria de todos.
Doña Isabel, que casó con el rey don Alonso de Portugal, de
cuyo matrimonio salió el rey don Juan el segundo.
Doña Beatriz,
que casó con Adolfo, señor de Raveste, hijo del duque de Cleves.
Doña Felipa, que fue monja en Odinelas.
La otra hija del
conde de Urgel se llamó Leonor, y casó, aunque muy contra su
voluntad, con Ramón Ursino, que fue príncipe de Salerno, duque de
Amalfi y conde de Nola y Scaphara, y maestro justiciero en el reino
de Nápoles, muy querido y estimado del rey don Alfonso, que fue el
que le dio algunos de estos títulos, sin otros muchos pueblos y
rentas; y por más asegurarte en su servicio, le dio mujer de su casa
y alcurnia real, que fue esta señora, aunque él pensaba casar con
doña Juana, que era la hija tercera, que después casó con el duque
de Cardona. Parece en memorias de estos tiempos, que le pesó
mucho a esta señora pasar a Italia, y no quería firmar el
matrimonio por palabras de presente con el procurador que el príncipe
había enviado a Cataluña, que se llamaba Antonio Mestrella, y se le
había dado el poder a 26 de diciembre de 1437, y había mandado el
rey que se embarcase en las galeras que en aquella ocasión habían
de ir a Nápoles, cuyo capitán era Mateo Pujadas, caballero
catalán; pero doña Leonor rehusaba con gran porfía firmar este
matrimonio, y mandó el rey que en caso que no quisiese ir de buena
gana, la metiesen por fuerza en la galera, sin tenerle respeto; y
esto lo hacía el rey, porque este matrimonio había sido medio
porque el príncipe se redujese a su servicio y obediencia, de que
resultaba de su empresa gran favor, por ser uno de los caballeros más
principales del reino, y era muy emparentado con el príncipe de
Tarento; y esta repugnancia de doña Leonor había llegado a tanto,
que muchos, hasta el rey de Portugal y el infante don Pedro, cuñado
de doña Leonor, habían escrito al rey, que aquel matrimonio no se
hiciese contra voluntad de la dama, de lo que el rey se maravilló no
poco, sabiendo la calidad y grandeza de la casa de aquel príncipe y
su linaje que, según el rey afirmaba, era de los mejores y más
calificados del mundo; y así a la postre vino bien en ello, y se
embarcó a 23 de mayo, o según he visto en algunas memorias, a 28 de
octubre de 1438, en dos galeras, una de Bernardo de Requesens, y otra
del procurador real de Mallorca. El dote de esta señora fue el
ducado de Amalfi.
La otra hija se llamó doña Juana, y casó
dos veces: la primera con Juan, conde de Fox, y vivieron juntos solo
nueve meses, y fue la tercera de tres mujeres que tuvo.
Había
enviudado de la segunda mujer el año 1435, y el siguiente ya murió;
y de este matrimonio no quedaron hijos, y después siendo viuda, se
concertó con Gastón, su entenado, sobre su dote y esponsalicio: he
visto este auto en los papeles del archivo de Cardona, hecho en el
castillo de Maseret a 18 de mayo de 1436: y después estuvo
mucho tiempo en Francia, y le salieron algunos casamientos muy
buenos, y el rey, que lo supo, los estorbó; que por ser mujer de su
linaje e hija de tal padre, quiso que casase de su mano y que
volviese a estos reinos, lo que ella rehusaba; y el rey mandó venir
de Nápoles a Cataluña a don Berenguer Doms, caballero catalán,
para decir a la reina doña María la mandase venir a poder suyo,
y si no lo quería hacer, se procediese a ocupación de sus bienes, y
que en todo caso se embargase Castellón de Farfanyá,
que era suyo, porque se recelaba que no se apoderasen de él
gentes extranjeras; y así se vino. Después, en el año de 1444, en
junio, casó esta señora con don Juan Ramón Folc, conde de Cardona
y Prades, e hijo de otro Juan Ramón Folc, conde de Cardona. En los
capítulos de este matrimonio hallo que se llevó en dote veinte mil libras catalanas, que eran aquellas le había dejado la
infanta doña Isabel, su madre, más dos mil seiscientas sesenta y
seis libras y un tercio, de aquellas ocho mil libras que la infanta
había dejado a su hija doña
Catalina, y por haber muerto, se
dividieron las dichas ocho mil libras con doña Juana y doña Isabel
y doña Leonor, sus hermanas. A más le dio en dote diez mil florines
había de cobrar del conde de Foix por el esponsalicio y screix,
y todo lo demás que hubiere; y el conde de Cardona le hizo aumento
de dote de diez mil florines: y de este matrimonio salieron don Juan
Ramón Folc, primer duque de Cardona, por merced del rey
Católico, hecha en Sevilla a 7 de abril de 1491, y por eso de aquí
adelante tomaron las armas de los condes de Urgel, como hoy las traen
los duques de Cardona, sus descendientes, que son un escudo en
franja, con los palos de Aragón y los jaqueles de oro y negro.
Nació también de este matrimonio don Pedro, que fue obispo de
Urgel y después arzobispo de Tarragona. Hablando de él el
arquiepiscopologio de Tarragona, dice así:
Petrus a
Cardona, non leve *docus antiquissime et perillustris Folcorum
stirpis et familis, ex Urgelensi pontifice Tarraconensis creatus est,
quem sui generis *avitam nobilitatem suis virtutibus multo nobiliorem
reddidisse fatebuntur omnes quibus ea, que pro civili atque ecclesiastica republica cum summa laude gessit, fuerint non ignota.
Nam et cancellarius regius quum multos annos fuisset et cum
magistratum illustrasset, toti provincie regia potestate prefectus,
tanta integritate et prudentia provinciam administravit ut ex
infestissima pacatissimam mirabili dexteritate reddiderit. Jam vero
Tarraconense templum magnificentissimis edificiis exornavit, et
dignitatem multis opibus auxit et locupletavit. Moritur anno 1530,
quo tempore sevissima pestis per universam hanc regionem
grassabatur: prefuit Tarraconensi cathedre annos 15, menses 1,
dies 8.
En Urgel estuvo cuarenta y dos años prelado, segun
parece en los episcopologios de aquella iglesia. Está su cuerpo en
las capillas de los Cardonas, en la Seo de Tarragona, en un sepulcro
de mármol levantado, adornado de varias inscripciones.
Las otras
tres hijas que quedaron del conde murieron sin casar, y se llaman
doña Beatriz, doña Felipa y doña Catalina, a quien la infanta dejó
ocho mil libras de dote, y murió después de muerta la infanta su
madre.
Hallo observado en memorias antiguas, que los infelices
sucesos del rey don Juan y desgraciadas muertes de los infantes sus
hermanos, las atribuyeron los antiguos a las vejaciones y malos
tratos hicieron estos príncipes al conde de Urgel, como que fuesen
en venganza de ellas.
Del infante don Pedro cuentan las historias
del reino de Nápoles y otras, que después de haber perdido todo lo
que había en los reinos de Castilla, por habérselo quitado el rey
don Juan, pasó a servir al rey don Alfonso, su hermano, en Nápoles;
y el infante, que tenía cargo de la artillería, estaba un día
batiendo aquella ciudad, y vio que los genoveses, que tenían en
guarda la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, habían subido al
campanario algunas bombardas que le podían ofender, y por quitarlos
de allá, mandó al artillero que diese fuego a una gran bombarda,
llamada la Mesanesa, que estaba encarada al campanario; pero la bala
dio en el muro de la ciudad, y de allá con gran fuerza surtió
a la iglesia y entró dentro de ella, y rompió un tabernáculo donde
estaba una imagen de Cristo crucificado, y se llevó la corona de
espinas y cabellos de ella, y aún le quitara la cabeza, si la imagen
no la inclinara, dando lugar a que la bala pasase, y dio en el suelo,
junto a la puerta mayor, donde, en memoria del caso, pusieron en el
suelo un mármol redondo; y los napolitanos tuvieron esto a gran
milagro, como en fin lo es; y esto sucedió un jueves, a 17 de
octubre, la hora de tercia. El día siguiente el infante, a la misma
hora, vino al campo para continuar la batería, y mientras estaba
dando prisa al artillero para que tirase, vio venir del campanario
del Carmen una bala de bombarda, que dio tres saltos en el suelo, y a
la que quiso apartarse de ella, dio el cuarto salto sobre la
siniestra parte de la cabeza del infante, y se llevó la mitad de
ella, y el cerebro quedó esparcido por el aire, dejándole muerto
sobre el caballo en que iba. Lleváronle su cuerpo a la iglesia de
Santa María Magdalena y fuéronlo a decir al rey, que oía misa en
Nuestra Señora de las Gracias, y después de haber hecho grandes
lamentaciones por la muerte tan desastrada y dicho palabras de gran
sentimiento, dijo: - Esta mañana le dije yo que, por mi amor, no
hiciese asestar la artillería hacia la iglesia del Carmen, porque
un hombre que había salido de la ciudad me había referido un
milagro que había sucedido en una imagen de Cristo Señor nuestro, y
el infante deseoso de hacer daño en los genoveses que estaban en
aquel lugar, no me respondió palabra, y Dios justo ha querido con la
muerte suya castigar su atrevimiento. - Y por perpetua memoria,
escribieron este caso en una tabla que está en aquella iglesia del
Carmen. Este fue el fin del infante don Pedro.
Don Enrique,
después de haber pasado grandes trabajos y persecuciones de cárceles
y confiscaciones de bienes y privación del maestrazgo de Santiago y
otros, en una batalla
que tuvo con gente del rey de Castilla,
junto a Olmedo, fue vencido y herido en la mano izquierda, y
sobreviniéndole una calentura pestilencial feneció sus días,
martes a 15 de julio de 1445.
Pues del rey don Juan harto sabidos
son los disgustos que tuvo con el príncipe don Carlos su hijo, y las
guerras con sus vasallos, que duraron muchos años, y vino a punto
de perder el reino y corona y a la postre, cuando tuvo la tierra
en paz y gozaba de algún sosiego, perdió la vista y murió ciego; y
fue cosa de notar, que quedando del rey don Fernando cinco hijos
varones, se acabó a la cuarta generación su línea masculina, y
antes de cumplirse cincuenta años después de la muerte del conde,
sucedieron tantos
infortunios y guerras en estos reinos, que se
puede con mucha razón afirmar haberse cumplido lo que él dijo poco
antes de su muerte.
Acabados ya los procesos y confiscaciones
contra del conde, doña Margarita y sus hijos, y enseñorido
el rey de todos los castillos y pueblos de estos príncipes, puso un
receptor o colector general en los condado y vizcondado; y el primero
que nombró fue Juan de Mongay,
que ya era baile general del condado de Urgel, y fue nombrado a 29 de
marzo, estando el rey en Zaragoza; y después nombró a Fernando
de Bardaxí. Este oficio duró pocos años, porque el rey, de
la hacienda del conde, pagó todos los servicios le habían hecho
hasta aquel punto, y tuvo harto que dar a todos aquellos que con él
habían venido de Castilla y le habían servido en la toma de
Antequera y en otras empresas que emprendió el rey siendo infante; y
fuéle muy a propósito esta confiscación, porque tuvo con que
satisfacer servicios que de otra manera se viera muy apretado, porque
estaba rodeado de muchos servidores que habían venido con él, con
pensamiento de recibir en esta Corona el galardón y paga, y era
forzoso, si no sucediera esto confiscado, haberse de volver vacíos;
porque cuando el rey vino, halló tan gastado y consumido el
patrimonio real y tan menoscabado, que parecía, según dice Valla,
que había de ser rey de valde, porque halló tanto enajenado en la
Corona, que quedaba muy poco para sustentarse a si y a sus hijos, a
quienes pensaba dar un gran estado en estos reinos, y fue muy al
revés. Tomaron gran ánimo sus servidores viendo confiscado este
condado de Urgel y vizcondado de Ager y baronías de Antillon y
otras, y solicitaban la enmienda de sus servicios con gran cuidado
sin cesar un punto, y más en particular aquellos que habían servido
en el sitio de Balaguer, que cada uno de ellos se prometía una gran
baronía: y el rey, aunque deseaba remunerarlos, porque le habían
bien servido, gustara más de vender que donar, para poder con esto
remediar sus propias necesidades y pagar lo que debía a los soldados
y gente de armas de Castilla, que había entrado y le habían servido
en los reinos de Aragón; y aunque era mucho lo confiscado, los
pueblos estaban pobres y acabados, así por la guerra, como por
haber sido los años y cosechas estériles y pobres, y haber sacado
el conde don Jaime y la condesa, su madre, ya por vía de servicios,
ya por vía de empréstitos, toda la sustancia de ellos. Había el
rey, de lo que había confiscado, a pagar la dote a la infanta doña
Isabel, y eran cincuenta mil libras, cantidad por aquellos siglos
harto considerable; y a más de esto, las hermanas del conde, doña
Leonor y doña Cecilia, pedían los legados les había hecho el conde
don Pedro, cuyo testamento aún cumplidamente no se había ejecutado,
y el tesoro que dejó estaba ya consumido, y lo fuera aunque hubiese
sido diez veces mayor. Estas cosas y el cisma había en la Iglesia
tenían al rey muy inquieto y melancólico; pero como era príncipe
generoso, no pudo excusar de hacer mercedes a los que le habían
servido, y así distribuyendo los bienes del conde y don Antonio de
Luna y los demás valedores de don Jaime, hallo haber hecho las
donaciones que se siguen.
La primera fue, como vimos, que dio el
castillo y villa de Ager, a 1.° de noviembre de 1412, que fue
después de haber preso al conde, al arzobispo de Tarragona y a su
mesa, que hoy lo posee.
A 15 de agosto de 1414 dio, estando en
Morella, en el reino de Valencia, a Suero de Nava, su armero mayor,
por haberle servido, así con su persona, como también con su
hacienda, en la presa de la cueva de .... que tomó el dicho Suero, y
en el sitio del castillo de Loarre, que había sido de don Antonio de
Luna, y en resistir a los extranjeros que entraron por orden del
conde de Urgel y en el sitio de Balaguer, le hizo merced de los
castillos y lugares de Setcastells (siete castillos), que era
de veinte fuegos, y de Orviergo, que tenía el conde de Urgel en el
reino de Aragón, con todos los derechos y provechos se sacaba de
ellos y con ciertas retenciones.
A 25 de agosto del mismo año
dio a Lope Gurrea, su alguacil, el castillo de Gordun, situado
en la Bardusuela, el lugar de Latiesses, situado junto a las valles
de Aranes, y la casa de Borniela, situada en el canal de Berdun,
dentro del reino de Aragón, que fueron de Pedro de Baduscay y de
Pedro Dombien, que había el rey confiscado, por haber sido valedores
del conde de Urgel.
A 1 de octubre, estando en Momblanc, dio a
Juan de Bardexí, su camarlengo, por haberle bien servido en el sitio
de Balaguer, el lugar y castillo del Grado, que era de setenta
fuegos, y era de las baronías que tenían los condes de Urgel en el
reino de Aragón; y este fue hijo de aquel Berenguer de Bardexí que
fue uno de los nueve jueces, y por muerte del padre heredó la
baronía de Antillon y los lugares de Castellfollit, Almolda y otros,
que fueron del conde de Urgel.
El mismo día hizo merced al dicho
Berenguer de Bardexí, por los servicios, según dice, hechos después
de la declaración de Caspe, y por haberle servido en el sitio de
Balaguer y haber tomado grandes trabajos en cosas se ofrecieron de su
servicio, de los castillos y lugares de Almolda, que era de ciento
cuarenta fuegos, Osó, de treinta, y Castellfollit, de cuarenta, que
eran de las baronías que el conde tenía en el reino de Aragón.
A
8 del mismo mes hizo merced a Mateo Ram, su ujier de armas, por
buenos servicios, y más en particular por haberse hallado en el
cerco de Balaguer, de los castillos y lugares de Sanxicier o
Samitier, que era de diez fuegos, y del Puig de Mercat, que
era de las dichas baronías.
A 18 de julio del dicho año había
hecho merced, estando en Morella, a don Antonio de Cardona, montero
mayor del rey, y de su consejo, que era hermano del conde de Cardona,
del castillo y villa de Oliana, situada en el condado de Urgel, por
servicios hechos, y en particular por haber estado en el cerco de
Balaguer todo el tiempo que duró aquel, con grandes gastos y
costas suyas.
A 6 de octubre de 1414, dio a Nicolás de Biota,
escribano de raciones de su casa, por sus buenos servicios, y más en
particular por haber servido de día y noche en el cerco de Balaguer,
el lugar de Albalatillo, que era de las baronías tenía el conde en
el reino de Aragón, y era de veinte fuegos.
Asímismo dio, a 13
de octubre, a Álvaro de Garavito, scutifero et alumno nostro (así
le nombra el rey), todos los bienes de Martín López de Lanuza, que
habían sido confiscados por haber valido al conde de Urgel; y se los
dio por razón del matrimonio hizo con Violante, doncella, hija del
dicho López de Lanuza y de doña Elvira López de Sesé; y aunque
este caballero no tenía castillos ni lugares, pero según parece del
auto de la tal donación, era un patrimonio grande y rico, y se lo da
por haberle servido en muchas ocasiones, y en particular en el
cerco de Balaguer, como lo vimos cuando tratábamos de él; y a 10 de
julio de 1417 le dio el rey privilegio de naturaleza en Aragón.
A
7 de agosto de 1414 dio a Pedro Blan, doncel y caballerizo suyo, por
haber servido en muchas empresas y a costas y gastos suyos, así en
el asedio de Balaguer, como en otras ocasiones, las villas de Tiurana
y Vilaplana, que eran del condado de Urgel, harto nombradas por los
aventajados y finísimos linos que producen, que hoy posee don Andrés
Blan y Ribera, descendiente suyo.
A 27 de noviembre del mismo año,
en Momblanc, y por las mismas razones y servicios, dio a don Pedro
Maza de Lizana, su consejero y mayordomo, el tugar de Albalate, que
era de las baronías del conde de Urgel en el reino de Aragón, y era
de setenta fuegos.
Asímismo, a 5 de octubre, en Momblanc, hizo
merced y donación a Jofre de Bracerola, caballero y secretario de la
reina, del feudo de los lugares de Cubells, de Mongay y de la Torre
den Bondia, y del feudo del lugar de Camarasa, que, como vimos, fue
de los antiguos condes de Urgel; y estos feudos fueron de Ramón
Berenguer de Fluviá, a quien fueron confiscados por haber sido uno
de los valedores del conde de Urgel.
A 5 de diciembre dió a don
Guerau Alamany de Cervelló, gobernador de Cataluña, por los muchos
servicios de él recibidos en las cosas se ofrecieron contra del
conde de Urgel, y atenta su mucha nobleza y calidad, la villa y
castillo de Liñola, con sus términos, situada en el condado de
Urgel, y las salinas de Ivars, que pretendía el cabildo de la Seo de
Urgel ser suyas y haberlas usurpado los condes don Pedro y don Jaime;
y sobre ello, y el castillo de la Pedra en la sosveguería de
Pallars, que también habían dicho haberlo tomado los dichos condes,
y se quejaban de ello al rey, había mandado tomar información a los
vegueres de Tárrega y sosvegueres de Pallars, a 17 de febrero de
este año; y yo creo que no debieron de probar cosa de consideración,
pues vemos que el rey lo dio a don Guerau, juntamente con los diezmos
del Padriz y las quistias dels Planells y las cenas de Corbins y de
Alguayre, todo en franco alodio.
A 30 de diciembre del dicho año
dio a Luis Ballester, justicia de la villa de Ricla, del reino de
Aragón, los bienes de García López de Cabanyas, que fueron
confiscados por haber sido gobernador del conde.
A 20 de
noviembre de 1414 dio a don Juan de Ixar, por haber servido en el
cerco de Balaguer de día y noche, a sus gastos, los lugares y
castillos de Rafols, que era de veinte fuegos, Mombrú, de diez, y
Fontclara, que era de las baronías del reino de Aragón.
A 23 de
febrero de 1415 dio los bienes de Luis de Cegrany, que fue uno de los
que se hallaron en la muerte del arzobispo y gran servidor del conde
de Urgel, a Nuño de Laguna y García de la Vera.
A 25 del mismo
mes dio a Juan Vivot, caballero mallorquín, por servicios hechos a
los reyes don Martín de Aragón y de Sicilia, con una galera que
sustentó a sus costas por tiempo de un año, y por haber servido en
el cerco de Balaguer y otras ocasiones, el castillo y lugar de Os,
cuyo término toca con el de Castelló de Farfañá, de la Figuera,
de Bellpuig de las Avellanas y de Tartareu, y se lo da en franco
alodio.
A 8 de octubre de 1414 dio a Juan de Mencajó los lugares
y castillos y términos de Clamosa, de diez fuegos, y de Puig de
Cinca, de treinta y cinco; y dijo que terminaba el de Clamosa con el
término de la Penyella y del lugar de Setcastells, y el de Puig de
Cinca con los términos del Panyello, del Graus y de la Penyella, en
el reino de Aragón, y eran de las baronías del conde de Urgel.
A
1.° de julio de 1414 dio la villa de Albesa a Diego Fernández de
Vadiello, por buenos servicios, y en particular por haber servido al
rey en el sitio de Balaguer; la cual villa era del condado de Urgel.
A 19 de junio de 1415 dio a Ramón de Bages, del consejo del rey
y su camarlengo, por servicios hechos en el sitio de Balaguer, el
lugar y castillo de Monmagastre, cuyos términos son Vilves,
Alentorn, Paracolls y Valbebrera (o Valhebrera), y era del
condado de Urgel.
A 8 de octubre de 1414 dio a Antonio de
Bardaxí, su alguacil y capitán de las montañas de Jaca, por haber
resistido a las gentes que fueron en ayuda del conde de Urgel y otros
servicios, el lugar y castillo de Vall de Solana, que era de cien
fuegos, y era de las baronías tenía el conde en Aragón.
A 12
de julio de 1415, en Valencia, dio al duque don Alfonso de Gandía la
villa y castillo de Alcolea, que era de trescientos fuegos, de las
baronías de Aragón; aunque después este lugar y castillo le cobró
el rey Alfonso del duque de Gandía, y lo vendió a la infanta doña
Isabel, mujer del conde, por sesenta mil florines de oro de Aragón;
y la paga de ellos fue que la condesa se quedó con ellos en
satisfacción de cincuenta mil libras de su dote, y después fue dado
a su hija doña Isabel, que casó con el infante don Pedro de
Portugal, por cuarenta mil novecientos florines de oro de Aragón,
que valen cuatrocientos cuarenta y nueve mil y novecientos sueldos
barceloneses, como queda dicho.
A 2 de julio de 1415 dio a
Francisco de Vilamarín, en pago y satisfacción de dos mil florines
de oro de Aragón, que le debía el rey, por enmienda de los daños
había recibido del conde de Urgel y de su gente, que le tuvieron
preso en la torre de Ager, por cuya libertad hizo el parlamento
diversas embajadas y diligencias con el conde, como vimos; los
lugares de Vilves y Collfret, francos en alodio: y dice que
confrontan estos lugares con los términos o castillos de Artesa, de
Grallo, de Tudela, río del Segre, y con el lugar del Toçal.
(Tossal, tozal)
A 15 de agosto de 1414 dio a Pascual Sados,
caballero, por buenos servicios hechos en el cerco de Balaguer, el
lugar de Millá con el feudo de aquel, que fue de Francisco de la
Torre, y le fue confiscado por haber valido al conde de Urgel, cuyo
era el dicho lugar; y dice confrontar con el valle de Ager, la
Noguera Ribagorzana, y con el lugar de Finestres, y era del
vizcondado de Urgel.
A 29 de julio de 1415, en Valencia, hizo
donación a Álvaro de Ávila, su mariscal y criado, por servicios
hechos en la presa de Antequera y encuentros que tuvo el rey, siendo
infante, con los moros, y por haber metido gentes en el reino de
Aragón, en el tiempo de la competencia del reino, y por haberle
servido en el cerco de Balaguer y en otras ocasiones, las villas y
castillos de Sieteaguas, Bunyol, Macastre, Ayatava y Alborraix en el
reino de Valencia, que fueron de los condes de Urgel.
En el mes
de noviembre de 1415, estando en Perpiñan, para las vistas que se
habían aplazado con el emperador Segismundo y el papa Benedicto de
Luna, hizo donación a don Pedro de Urrea, su camarlengo y
consejero, del castillo y lugar de Almonazir (Almonacid,
entre La Almunia y Cariñena) y de Marchs, por buenos servicios
hechos en el cerco de Loarre; los cuales habían sido de don Antonio
de Luna, y le fueron confiscados por haber sido valedor del conde, y
eran en el reino de Aragón.
Sin estas donaciones, vendió mucha
parte de los bienes del conde, y sin duda diera y vendiera mucho más,
si no le atajara la muerte; pero lo que ni dio ni vendió, lo hizo el
rey don Alfonso, su hijo. Entre otras ventas que hizo, hallo en
memorias de estos tiempos, que a 7 de febrero de 1415 vendió a Ramón
de Perellós, consejero y montero mayor del infante don Alfonso, dos
mil setecientos y cincuenta sueldos de renta, por precio de cuatro
mil florines de oro de Aragón, a razón de diez y seis mil sueldos
por mil, y por esto dio por obligación particular y especial las
quistias y pesqueras y otros derechos que tenía el rey en el lugar
de Algerre, que era del condado de Urgel, que después dio, a 15 de
diciembre, a don Juan de Luna.
Sobre las villas de Sietaguas y
las aljamas de los sarracenos de Bunyol, Macastre, Ayatava y
Alborraix, veinte y dos mil florines, para el gasto había de hacer
el infante don Juan en Sicilia.
Sin esto, a 1 de diciembre de
este año 1415, estando en Momblanc, hizo venta, por precio de trece
mil y quinientos florines de oro de Aragón (son ciento cuarenta y
ocho mil quinientos sueldos barceloneses), al abad y monasterio de
Nuestra Señora de Poblet, del castillo y villa de Menargas,
con todas las rentas y derechos tenían en él los condes de Urgel;
más, los diezmos del trigo que recibían los dichos condes en los
términos de Belcayre y de Monsuar, y en la torre llamada den Arau,
situadas en el llano de Urgel; y aquellas cuarenta mil libras de cera
que los dichos recibían cada año en el lugar y término de
Castell-Cerá, y sesenta mil sueldos recibían en el lugar de
Torrada, y otros sesenta mil en el lugar de La Foliola, junto a
Balaguer, y toda la jurisdicción civil y criminal que los
dichos
condes tenían en los lugares de Belcayre y de Monsuar, Torre den
Arau, Castell-Cerá y de Torrada y de La Foliola, y en Balaguer y en
Belmunt, Bursenit, Bolu, Foliola de Urgell, Tornabous, el Tarros, Mas
den Guillot, Muntalt y la Granadella, con toda la plenitud y derecho
que le competía al rey y a los condes de Urgel, de quien habían
sido los dichos lugares y pueblos y jurisdicciones.
A 17 de
noviembre del dicho año, estando en Perpiñan, vendió a don Juan,
conde de Foix, la villa y castillo de Castelló de Farfanyá, situada
en el vizcondado de Ager, con todas las rentas y jurisdicciones, por
precio de treinta y cuatro mil florines de oro de Aragón,
reservándose por tiempo de diez años el dicho castillo y fuerza, y
que pasados aquellos, después de requerido, dentro de cuatro meses
de la requisición, haya de volver y entregarse al dicho conde de
Foix y a los suyos, sin excusa alguna. La paga de los treinta y
cuatro mil florines fue en esta manera: que por ellos le renunció el
derecho que el dicho conde tenía en la baronía de Castellvell de
Rosanes, y en la villa de Martorell, como heredero y sucesor del
conde Mateo de Foix, su tío. En estas concesiones intervinieron
Archimbaudo, señor de Navales, y Mateo de Foix, hermanos de dicho
conde.
A 25 de diciembre del dicho año, vendió a Olfo de
Proxida, consejero y camarero de la reina doña Leonor, el lugar de
Tartareu, por precio de dos mil florines de oro de Aragón; y dice
que terminaba con los términos de Ager, de Bellpuig de las
Avellanas, de Trago y de Castelló de Farfanyá.
Sin estas
donaciones, hallo haber dado el mismo rey don Fernando a Fernando de
Morales, sosveguer, capitán y baile de la Vall de Ager, el lugar de
Artesona en el reino de Aragón; y la carta o auto de la donación,
aunque se otorgó, se perdió, y después pidió al rey Alfonso se
confirmase, como lo hizo a 15 de julio de 1417, estando el rey en
Barcelona.
Después de muerto el rey don Fernando, su hijo don
Alfonso, para pagar servicios y valerse en los gastos se le ofrecían,
se valía también de la hacienda y estado del conde, y lo que
quedaba por vender o dar, poco a poco lo fue distribuyendo de manera,
que antes de pocos años quedó del todo acabado y dividido.
Porque
a 13 de noviembre de 1416 vendió el jus luendi que, como a
sucesor del conde de Urgel, le pertenecía sobre el lugar y baronía
de Pons. El caso fue este: queriéndose don Jaime de Aragón, conde
de Urgel, falto de dinero, por haber ya acabado aquel gran tesoro que
le había dejado el conde don Pedro, su padre, y estando en ocasión
que se quería poner en armas para tomarse la corona, vendió por
nueve mil libras la villa y castillo de Pons, con los lugares de
Oliola, Malavella, Canosa, Claret, Valldau y otros, y un censal de
valor de nueve mil novecientas libras barcelonesas, y de pensión
ochocientas veinte y cinco libras, a Ponce de Perellós, y le dio por
obligación del dicho censal los feudos de Agramunt y Balaguer, que
los tenía en su poder por veinte mil florines había de cobrar y le
debía el rey don Martín, por razón del dote de la infanta doña
Isabel, su mujer, obligando asímismo todas las rentas tenía en la
ciudad de Balaguer y villa de Agramunt. Esta venta fue con facultad
de poderse quitar, que es lo que decimos a carta de gracia. Sucedió
que este Ponce de Perellós, que había comprado todo esto, a 17 de
abril de 1412 vendió a Ramón de Casaldáguila, ciudadano de
Zaragoza, la baronía y lugar de Pons, y el rey que como a sucesor
del conde de Urgel, por razón de la confiscación, había sucedido
en sus derechos, quiso volver a cobrar la dicha baronía y pagar al
Casaldáguila nueve mil libras, el cual deseoso de quedarse con ella,
hizo con el rey este concierto: que de sus dineros quitaría el
censal de nueve mil novecientas libras que el conde había vendido
sobre las
rentas y feudos de Balaguer y Agramunt, dejando
aquellas al rey francas y sin cargo ni obligación alguna por razón
del dicho censal, y a más de esto, que le pagaría seis mil
ochocientas cincuenta libras barcelonesas; y con esto se quedó
el Ramón de Casaldáguila con esta baronía, que después ha
sucedido en ella don Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, que
fue virey de Cataluña.
A 30 de marzo de 1418, dio al
infante don Juan, su hermano, la ciudad y castillo de Balaguer, con
todas las rentas y jurisdicción tenían en ellos los condes de
Urgel; y de allí adelante se intitulaba señor de la ciudad de
Balaguer, con pacto que muriendo sin hijos varones, vuelva a la
Corona, el cual, como dice el obispo de Pamplona, Sandoval, en la
Descendencia de la casa de Sandoval, la dio con licencia del rey, su
hermano, a Diego Gómez, conde de Castro, a 23 de octubre de 1431.
A
30 de mayo del mismo año dio al mismo infante las veguerías de la
dicha ciudad de Balaguer y la de Urgel.
A 10 de junio de 1417
confirmó a Miguel de Torrelles el castillo y lugar de Altes, en el
condado de Urgel, que a 10 de julio de 1416 le había dado el rey
Fernando, su padre.
A 30 de enero de 1417 dio al mismo infante,
su hermano, la villa de Agramunt, estando el rey en Tortosa; y
después, a 24 de julio de 1427, le concedió el rey licencia para
que pudiese empeñarla al conde de Foix.
A 10 de marzo de 1426
vendió el lugar y castillo de Vernet, por precio de quinientos
florines de oro, a Jaime Piquer; y este lugar era en el condado de
Urgel.
A 9 de diciembre de 1417 dio al monasterio de los
Predicadores de la ciudad de Balaguer, en enmienda de los daños y
ruinas que durante el cerco recibió aquel monasterio de la gente del
rey y del conde, la casa fuerte de la condesa doña Margarita, que
estaba muy vecina a este monasterio; y dice que confrontaba, a
oriente, con un pedazo de tierra de Mateo Alios, a mediodía y
septentrión, con el mismo pedazo de tierra y con el camino que va a
la ciudad de Lérida; y manda el rey que de esta donación no tome el
protonotario derecho de sello.
A 28 de octubre de 1417 vendió a
la infanta doña Isabel el lugar y castillo de Alcolea de Cinca, que,
como vimos, había dado al duque de Gandía, y después se lo cobró
el rey don Alfonso, y lo vendió a la dicha infanta.
El mismo día
le vendió por diez y siete mil libras el diezmo de la ciudad y
término de Balaguer, y las quistias y todas las rentas que el rey y
los condes de Urgel tenían en ella, como dijimos arriba.
FINIS:
1650.
APÉNDICE.
Para mayor inteligencia de lo
que dice el autor en las páginas 102-110, acerca de las armas
llamadas de constelacion, y en particular de la famosa espada
de Vilardell, creemos que los lectores de este libro no les
desagradará que transcribamos íntegra la curiosa sentencia de que
se hace mérito en la página 107, y que fue dada por el rey don
Jaime primero, en el pleito seguido en su corte entre Arnaldo de
Cabrera y Bernardo de Centelles. Dice así:
Noverint universi
quandam causam denunciacionis et inquisicionis fuisse agitatam coram
nobis Jacobo Dei gratia rege Aragonum Majoricarum et Valentie comite
Barchinone et Urgelli et domino Montispesulani inter Arnaldum de
Capraria militem et Dalmacium de Costa ejus procuratorem
denunciantes ex una parte et nobilem virum G. R. de Montecateno
(Guillem Ramon de Moncada) et Bernardum de Scintillis
militem denunciatos ex altera super quodam bello et homagio inde
secuto ratione cujusdam feudi quod dictus Bernardus de Scintillis ad
se et ejus nomine dictum Arnaldum de Capraria tenere asserebat et
inde debere esse suum hominem et vassallum. In qua quidem causa dicti
denunciantes denunciacionem suam contra dictos denunciatos nobis
obtulerunt per hec verba. - Cum rex justus sederit supra sedem non
adversabitur sibi quicquid malignum: C. De summa trinitate et fide
catholica I. Inter * . Verba hec sunt Salomonis et confirmata per
legem. Hoc idcirco premissum est quia Arnaldus de Capraria confidens
de justitia regie serenitatis sperat se maximam injustitiam pacientem
in justitiam reformari. Et hoc est quod spectat ad potentiam
majestatem et pietatem vestram dum lex dicit vos a malis eripere
injustitiam pacientes in authent. De defens. *civis. in principio: et
hec: non videamur homines oppressos despicere quos nobis tradidit
Deus in authent. Ut jud. sine quoquo sufrag. cap. XI. Opportet et hac
ratione simili contemplatione cum sit equissimum et justitie debitum
ipse A. venit ad vos por modum denunciationis vel exponens suam
injuriam prosequendo dicit quod Bernardus de Scintillis volens eum
sibi acerba indignacione submittere voluit eum reptare ratione
cujusdam honoris quem dicebat ipsum A. tenere pro eo. Et cum ipse A.
non teneret dictum honorem pro ipso dixit quod non reptaret eum quia
ipse paratus erat illa ratione sibi facere justitie complementum. Ad
quod ipse noluit respondere et processit et firmavit et reptavit eum.
Postea A. de Capraria cum videret predicta fieri in magnum ejus
despectum et quod moris est inter milites quod per bellum habent in
talibus respondere firmavit similiter et venit sibi ad contrasimilem
Bernardus filius Bernardi de Scintillis. Ex qua causa contigit quod
dies fuit assignata ad bellum aliis obmissis que precesserunt in
dicto facto. Et tunc cum fuissent partes ibi accesserunt dictus A. et
Bernardus filius Bernardi de Scintillis ad hostium campi et fuit
juratum per ipsos qui debebant debellare inter cetera quod non
deferebant aliquid quod haberet virtutem. Et hoc sacramentum factum
fuit ad mandatum G. R. de Montecateno: et hoc facto intraverunt
campum et debellati fuerunt alter alterum ad invicens. Deinde ipsis
existentibus in campo tractatum fuit per aliquos quod Arnaldus de
Capraria faceret homagium de dicto honore Bernardo de Scintillis. Et
cum hac ratione comes Impuriarum intrasset campum et petisset a dicto
Arnaldo si illud concederet ipse A. dixit et respondit quod nullo
modo hoc faceret ad quod etiam induci non potuit aliqua ratione. Sed
demum
aliis obmissis venit G. R. de Montecateno qui supra ipsum
potestatem habebat et minantem sibi fervorem inferre poterat et dixit
sibi quod nisi hoc faceret dejiceretur de campo pro victo compellendo
etiam eum et fecit eum per habenas teneri et abstulit sibi scutum et
duos enses et duas clavas et sic compulsus per summam compulsionem
fecit homagium dicto Bernardo. Quare cum dictus A. elegisset sibi
curiam vestram pro legaliori quam ipse invenire posset et curia
vestra sine dolo suspicione et arte debuisset in sua justitia
permanere nec dependere debuisset a dextris sive sinistris sed
unicuique debuisset tribuere quod est suum et per hoc regia majestas
et auctoritas sit contempta cum curia vestra comuni utilitate
servata cuique suam non reddiderit dignitatem immo ex ipsa nate sunt
injurie unde solent jura nasci et cum predicta facta sint publice et
sit notorium sic facta fuisse ut predixit: denunciat vobis A. de
Capraria quod ex officio vestro veritatem inquiratis et inquirere
debeatis petens et suplicans justitie vestre ut quem in hoc nocentem
repererit sublimitas vestra se illi ut justum fuerit terribilem
prebeat et acerbum. Quod autem serenitas vestra vindictam exercere
debeat in premissis hoc in dubium venire non potest quia ubicumque
crimen violencie comititur et acusatio legis Julie publice vel
private vendicat sibi locum et ubi crimen notorium est sicut in casu
isto princeps hoc inquirere debet ut notatur D. Ad leg, jul.
de adult. coerc. I. 1 in glosa que incipit Speciale etc. Item alia
ratione quia in quolibet crimine sola denunciacio sufficit ad hoc ut
princeps ex oficio suo inquirere debeat de comisso ut C. De
accusat. I. Ea quidem et quod ibi notatur. Preterea quia hoc usus est
curie vestre in tota Catalonia consuetudo et
observantia generalis. Item denunciati vobis dictus A.dicens quod contra
sacramentum de quo supra dixit dictus Bernardus filius Bernardi de
Scintillis portavit ensem de Vilardello qui quidem ensis habet
virtutem ut nullus subcumbere vel superari possit qui illum in
bello detulerit et si ponitur in aliquo loco et ponitur verso modo
ille per se vertitur et stat en modo quo poni debuit. Item habet
alias virtutes multas: per quem ensem ipse Bernardus de Scintillis
pater dicti Bernardi obtinuit in sua intencione: qua ratione cum
hoc factum fuerit in contemptum vestre majestatis et auctoritatis cum
sine dolo suspicione et arte dictum prelium fieri debuisset in curia
vestra: et sic dictus Bernardus de Scintillis et filius ejus
Bernardus clam destinis et machinationibus et insidiis fecerunt ut
dictus Bernardus predictum ensem in dicto bello deferret per quod
indecenter vos et curiam vestram fraudarent et in objecto contra
dictum A. criminé obtinerent: et est res mali exempli sic et
digna correctione cum equalitas debellatoribus sit servanda ut C. De
prox. sacr. scrin. I. In sacris scrin. et judicia non debeant
claudicare D. De regul. jur. I. Non debet actori nec privilegio seu
auxilio potiri aliquis concedatur nisi eodem beneficio adversarius
uti possit ut C. De fruct. et lit. expen. I. Cum quidam: et sic cum
dictus A. de Capraria in dicto bello fidem elegerit curie vestre et
in fide curie vestre sit deceptus et defraudatus per suorum
adversariorum calliditatem machinationem et fraudem et regie sit
proprium majestatis ut equalitatis et justitie sit amator ut in
authent. De non eligend. Secun. nuben. cap. V. et lites debeant cum
omni equitate dirimi ut in authent. De mand. princ. cap. III: et in
presenti negotio magna indecens inequalitas inciderit per subjectam
fraudem ex adverso et sic tam enorme fascinus regie justitie non sit
conveniens inultum relinquere ne ludibrio fiat ejus auctoritas et
scrupulosis artibus aliquorum alioquin si aliter esse posset inane et
delusorium esset imperium: D. Ne quid in loc. pub. vel itin. fiat I.
Sicut is: quod esse non debet cum ex justitia descendere videatur ne
ex alterius collusione debeat alterius jus corrumpi ut D. De liberali
causa I. Si pariter et quia scriptum est ut dolus suus nemini
patrocinetur quia non debet honorabiliora jura consequi qui decepit
quam ille qui nihil fecit juxta id deceptis non decipientibus
opitulantur jura: D. Ad senatuscon. velley. I. 2: denunciando idem A.
cum justitia postulat a regia serenitate ut procedat ex officio suo
contra dictos Bernardum de Scintillis et Bernardum de Ferran
et alios plures qui manus levaverunt dictum ensem pro mille et
quingentis morabatinis qui quidem omnes in eodem crimine sunt
impliciti tanquam conscii ejusdem sceleris et reatus et ideo puniendi
ut C. De Nili *agger. non rump. I. 1 et C. De episc. et cler. I. Si
*quemquam. Quod autem de jure procedere ex officio *suo debeat
sublimitas vestra patet per supra proxime dictas rationes quia ad
denunciacionem prosequentis suam injuriam potestit hoc facere et
secunda ratione quia notorium est ipsum Bernardum de Scintillis per
fraudulosam subjeccionem ensis obtinuisse in sua intentione.
Quare
ratione juris cautum invenitur quod si propter adjunctam falsitatem
sententia deficit et reperta falsitate per testes sive per
instrumenta aliquis obtinuisse cognoscitur debet qui subcubuit
restitui de re judicata sententia non obstante: D. De excep. *praesc.
Et praejud. I. Qui *adgnitis et D. De re judicata I. *Divus: etiamsi
a tali sententia non fuerit provocatum: C. Si ex falsis instrumentis
I. 2 et glosa que ibi incipit ut et D. et L. et S. et in glosa que
incipit I scripturam et per totum titulum. A simili ergo in presenti
casu vicio falsitatis reperto super dicto ense submisso cum per ipsum
fuerit obtentum in intentione dicti Bernardi
debet quicquid
factum est in irritum revocari: et hoc probatur per tale simile quia
sicut videmus in sententia quod ipso lata finem controversie imponit
ut D. De re judicat. I. 1 sic et videmus duellum controversie
finem imponere et locum sententie obtinere. Ergo idem jus in duello
statui debet ut D. Ad leg. aquil. I. Illud cum similibus. Item alia
ratione patet quod ex officio suo procedere debet justitia vestra
casu presenti quia in hujusmodi vel quibuscumque delictis curia
vestra inquisitionem facere potest ex usu Catalonie
consuetudine et observantia generali. Qua ratione suplicat
serenitati vestre quatenus ex officio justitie vestre procedat ut de
tanto scelere inquiratis et compertum tam enorme fascinus puniatis et
restituatis dictum A. in eum statum in quo erat tempore quo campum
intravit compellendo adversarium ac si nichil factum esset ut duellum
subeat petens a justitia vestra ut dictum duellum cum omni equitate
procedere faciat et Deum habendo pre oculis in presenti et futuris
negociis sic conetur et statuat cuique reddere quod sit suum ut ex
dolo alterius alter numquam valeat subjacere. Item denunciat
dominationi et excellentie vestre dictus A. quod Bernardus de
Scintillis peciit quandam camisiam a priore sancti Pauli de
Barchinona: que quidem camisia fuit induta cuidam per quendam
archiepiscopum qui celebrat semel in anno tantum in quadam ecclesia
et antequam spoliet se induit illum et quicumque defert talem
camisiam non vincitur in prelio nec superari potest: et ideo suplicat
quod sublimitas vestra interroget dictum Bernardum si habuit a dicto
priore dictam camisiam quando predium debuit fieri et si accepit
camisiam cum devotione et si credebat per hoc juvari et si credebat
quod dicta camisia haberet illam virtutem vel aliam virtutem et quam.
Item interrogentur prior et monachi si quis deposuit illam camisiam
in monasterio. Item si audiverunt ab eo qui eam deposuit si habebat
aliquam virtutem et si ipse Bernardus de Scintillis rogavit eum quod
comodaret seu traderet sibi dictam camisiam. Item si illam camisiam
comodavit ei dictus prior pro prelio quod facturus erat Bernardus
filius suus. Item si accepit dictam camisiam cum devotione dictus
Bernardus de Scintillis major. Item si eam detulit secum seu deferri
fecit in quadam caxia. Item si audivit dici a dicto Bernardo quod
filius suus detulisset dictam camisiam quando fuit in campo vel
prelio. Item hoc idem interrogetur á dicto Bernardo filio suo
et á Gilaberto et
Bernardo filiis suis. Item denunciat vobis quod dictus Bernardus de
Scintillis portavit lapidem seu lapides preciosos in dicto duello qui
habebant virtutem. Quare suplicat quod in hoc inquiratis sicut in
aliis ut superius dictum est ex officio vestro. G. - Super qua quidem
denunciacione vel ejus causa dictos vocavimus denunciatos et testes
quamplures recepimus quorum dicta fuerunt eisdem denunciatis
presentibus publicata et eorundem denunciatorum exceptiones et
defensiones audivimus diligenter et confessiones dictorum
denunciatorum: quibus omnibus vice actis dictis denunciatis
presentibus assignavimus diem ad procedendum in dicto negocio prout
de jure esset procedendum: qui dixerunt nobis palam et publice in
judicio constitutis quod numquam ratione istius negocii essent
coram nobis prout hec omnia in actis inde confectis clarius
continentur. Quare nos Jacobus rex predictus dicta die dictum
procuratorem dicti A. interrogavimus si volebat aliquid novi
proponere in dicto negocio: qui dixit quod non immo renuncians
allegationibus facti et juris et in toto concludens negocio
difinitivam peciit sententiam cum instancia promulgari. In quo quidem
die dicti denunciati non comparuerunt etiam diutius spectati nec
aliquis pro eisdem: quare nos eosdem reputantes merito contumaces
posuimus in defectu. Cumque dictorum denunciatorum prefata
contradiccio in judicio facta nobis edicto equipollet peremptorio
post quod de jure non debet permiti adversarius tergiversari et ob
hoc ab eisdem denunciatis debet haberi pro renunciato et concluso:
Nos visis et auditis denunciatione et defensionibus supradictis et
depositionibus testium predictorum et confessionibus dictorum
denunciatorum diligenter consideratis servato etiam juris ordine in
predictis secundum usaticos Barchinone et specialiter usus
et observantias curie nostre necnon jura canonica et civilia licet
non teneremus quatenus dicto negocio competebant: consideratis etiam
meritis dicte cause et super hiis sapientium virorum comunicato
consilio Deum habendo pre oculis ut de vultu ejus nostrum procedat
judicium utque oculi videant equitatem: quia constat nobis per ea que
acta sunt dictos denunciatos in dicto bello illicite processisse
intromittendo arma illicita et prohibita et etiam
virtuosa ut evidens et publica probat fama videlicet ensem
de Vilardello de cujus introductione nobis constat per
confessionem dicti Bernardi de Scintillis senioris: qui ensis ut
haberetur fuit assecuratus pro septingentis morabatinis: pro
quo etiam ense infans P. filius noster voluit dare
quadringentos solidos Barchinone de terno in redditus
annuales: quem ensem dominus ejus noluit dare aliquo precio
immo expressim prohibuit illum vendi: fuit etiam introductus quidam
lapis preciosus diamas nomine qui patenter habetur
ubique pro virtuoso quia portanti non potest os confringi
prout hec duo nobis constant per confessionem Gilaberti de Scintillis
qui eundem introduxit et virtutem nobis expressit et eum intromissit
in casside ferrea quam portavit in bello frater ejus Bernardonus
debellator: et quod lapides preciosi virtutem habeant eficacem et
herbe et verba prout fides habet hominum et credit per os Domini et
seriem scripturarum naturalium evidentius extat cantum et talia
virtuosa non debent in bello aliquatenus intromitti: et quia hec
omnia facta fuerunt in bello contra ordinationem belli et
consuetudinem Catalonie et contra juramentum quod prestitum
fuit a bellatoribus ne aliquid inmitterent virtuosum: in nomine
Patris et Filii et Spiritus Sancti amen pro tribunali sedentes per
definitivam in scriptis sententiam pronunciamus et restituimus dictum
A. plenarie in eum statum integrum in quo erat tempore quo intravit
campum dictumque facere cepit bellum tam in forma quam in meritis et
etiam in honore et aliis universis: pronunciantes quod homagium et
quicquid aliud fecit in scriptis vel sine scriptis publicis vel
privatis dictus A. de Capraria dicto Bernardo de Scintillis vel
alicui alii ejus nomine vel
occasione vel causa nullius penitus sit momenti et quod universa
scripta predicta occasione facta restituantur plene et integre dicto
A. salvo tamen jure dicto Bernardo de Scintillis quod ei competit vel
potest competere contra dictum A . pro cartis antiquis vel pro bello
vel alia ratione. Item licet nobis constet dictum G. R.
abstulisse ensem dicto A. in predicto campo ipso A. prohibente ne
sibi aufferretur: tamen quia dictus G. R. precibus meliorum aliquorum
utriusque partis et bona intentione fecit dictum bellum cessare et
abstulit dictum ensem et bona intentione ut credimus: pronunciamus
quod dictus G. R. restituat illos trescentos quinquaginta
morabatinos quos habuit et recepit a dicto A. vel ab alio vel
aliis ejus nomine pro pignoribus quia quidquid in dicto bello vel
ejus occasione vel causa factum est quia constat nobis illicite et
indebite factum esse pronunciamus penitus non valere. Lata hec
sententia fuit XV calendas novembris anno Domini M.CCLXX° (1270)
quarto presente dicto Dalmatio de Costa procuratore et presentibus
testibus scilicet P. de Berga Geraldo vicecomite Caprarie Maymono de
Castro Aulino Bernardo Burgeti G. Durfortis F. Geraldi Bernardo de
Matarone (Mataró) G. de Montejudaico (Montjuic)
R. Marcheti (Marquet) et pluribus aliis.
Fin del tomo
décimo de la Colección, segundo de la Historia de
los Condes de Urgel.
ÍNDICE (se omite)