Capítulo XIII.
De
cómo Scipion dio libertad a la mujer e hijas de Mandonio e Indíbil
y de la oración que hizo Indíbil delante de Scipion.
a
Indíbil, Mandonio y Edesco, nobles españoles, parecía que,
restituyendo los rehenes a los demás, tardaba Scipion más de lo que
debiera en volverles sus mujeres e hijas, y que debieran los
cartagineses rescatarlas, ya que no habían sabido guardar la ciudad
de Cartagena, donde las tenían guardadas. Sobre esto pasaron entre
Asdrúbal y ellos algunas razones y pesadumbres, y el fin de ellas
fue quedar desavenidos y muy disgustados de los cartagineses, que en
ocasión que tanto necesitaban de sus amigos y estaban sin rehenes,
dejasen de corresponder con sus amigos.
Estos disgustos
engendraron en el pecho de los tres españoles pensamientos de dejar
el bando cartaginés, de quien tan quejosos estaban, y volverse a los
romanos, cuyo capitán, después de haberle muerto sus padres y tío,
en vez de hacerles malas obras y tratar a sus mujeres e hijas como de
enemigos, les hizo las honras y cortesías que hemos visto.
Estos
pensamientos de estos caballeros españoles vinieron a deseos: solo
detenía la ejecución el no hallar ocasión; pero un ánimo
determinado presto la toma, y raras veces la deja pasar. Así lo hizo
Edesco, que enfadado ya de tanta superchería como usaban con él los
cartagineses, por cobrar su mujer e hijos, con muchos de sus
parientes y amigos, se declaró amigo de Scipion, y se le vino a
ofrecer por tal.
Mandonio e Indíbil deseaban hacer lo mismo;
pero aguardaban ocasión en que no solo fuesen bien recibidos de
Scipion, sino que el dejar a Asdrúbal fuese en ocasión que más
necesitase de ellos, porque así más claramente conociese lo que
perdía. Asdrúbal quería venir a batalla con Scipion y que esta
fuese de poder a poder, antes que del todo le dejasen los suyos, que
cada día se pasaban a Scipion, y los pueblos y amigos que había
tenido, y de quien confiaba, todos le dejaban. Halláronse los
ejércitos en la Andalucía, y el de Scipion llevaba muchas ventajas
al de Asdrúbal. Un día, con buena disimulación, se apartaron
Mandonio e Indíbil con sus gentes en unos collados altos, de donde,
por ser las alturas de aquellas sierras continuadas con el puesto en
que Scipion estaba, podían sin estorbo y verlo Asdrúbal pasar a él.
Aquí se estuvieron algunos días, asentando su real por su parte con
su gente, hasta que pudieron ya venir a verse con Scipion, en
secreto, ellos con pocos de los suyos. Llegados ante él los dos
hermanos, Indíbil habló por entrambos, y, según dice Tito
Livio, aunque bárbaro, no imprudente, ni neciamente, ni con palabras
mal ordenadas y sin concierto, como de un español
feroz se esperaba, antes
con mesura y gravedad, y de mucho peso parecía en sus razones, que
escusaba muy cuerdamente el pasarse a Scipion como cosa forzosa y
necesaria, y no de ímpetu arrebatado y sin consideración; diciendo,
que bien sabía él que el nombre de los que huían de una hueste a
otra era abominable a los amigos que dejan y sospechoso a los que
toman; que él no reprendía la costumbre de los hombres, si la causa
y la verdad, y no el nombre solo, hacen el aborrecimiento tan dudoso;
y que no culparían a nadie cuando se juzgase de ellos por esta común
estimación, si no pareciesen muy justas las causas de su mudanza,
para la justificación de ellos. Contó por orden Indíbil los muchos
servicios que él y su hermano habían hecho a los cartagineses,
y
la avaricia, soberbia y crueldad que siempre habían hallado en
ellos. « En recompensa de esto, vistas, pues, las injurias, decía
Indíbil, con que los cartagineses trataban a nuestros vasallos y a
nosotros con ellos, con los cuerpos solos les seguíamos, que los
corazones y voluntades acá andaban, Scipion, contigo en tus reales,
donde entendíamos que era estimada y reverenciada la justicia y
lealtad, y el respeto de toda virtud: esto venimos agora a buscar,
acogiéndonos juntamente con humildad a los dioses, que nunca jamás
consienten que las maldades públicas de los hombres queden sin
castigo. Así, Scipion, solo te pedimos, que no atribuyas esta
nuestra venida ni a honra, ni a vituperio, hasta que la experiencia
de nuestras obras te muestre cómo debes juzgar de ellas.» Scipion
les respondió muy humanamente, que así lo haría sin duda, y que no
tenía por desleales a los que no tuvieron por firme la amistad de
quien ningún acatamiento tenía ni a Dios ni a bondad. Mandó luego
Scipion traerles sus mujeres e hijas, y dierónseles libremente,
con un gozo de los unos y de los otros tan grande que no menos que
con lágrimas lo manifestaban. Fueron aquel día huéspedes de
Scipion todos, y el siguiente, asentada la amistad y hechas las
alianzas, se volvieron a donde habían dejado su gente. Vueltos
después con ella, Scipion les mandó aposentar dentro de su real, y
llevándoles por guía, llegó cerca de la ciudad de Bétulo,
que era en la Andalucía, cerca de donde están Úbeda y Baeza,
aunque fray Juan de Pineda dice haber pasado esto en Cataluña,
en el pueblo que hoy llamamos Badalona. Dióse la
batalla, que cuenta muy largamente Ambrosio de Morales, y en ella
Asdrúbal y los suyos quedaron destrozados, vencidos y del todo
perdidos. En esta ocasión dice Polibio, que todos los que allá
estaban y los cautivos en público le aclamaron rey, dándole
de común consentimiento este título, así como se lo habían ya
dado antes a Edesco, Mandonio e Indíbil; pero aunque él lo disimuló
entonces por ser en secreto, esta vez les dijo que el nombre de
capitán, que era el título que sus caballeros le daban, era muy
grande para él, y que el nombre de rey era en otras
partes grande, pero en Roma intolerable; y él tenía
el ánimo real, y que si ellos tenían por gran cosa de él,
que lo juzgasen con sus corazones, mas que no le hablasen con la
boca; de lo que quedaron más admirados aquellos españoles, por
parecerles grande su modestia, pues menospreciaba una honra y título
tal, que con su grandeza suele espantar y poner atónitos a los
hombres, y ya, como escribe Polibio, Edesco, Mandonio e Indíbil,
cuando habían venido a darse a Scipion, le habían saludado
llamándole rey; mas, como dije, no hizo por entonces caso de
esto; agora sí, porque se comenzó a hacer en público y con
consentimiento de todos.
Quedó muy agradecido Scipion de
aquellos señores españoles y de todos los soldados, y dio a cada
uno de ellos los premios según su valor y merecimiento, como lo
tenía de costumbre; y a Indíbil, a quien reconoció aquella
victoria y con nuevos beneficios quería obligar, le dio a escoger
trescientos caballos de los que él quisiese, de los muchos que en el
despojo se habían tomado. Debieron ser grandes los servicios de
Indíbil, pues Livio señala el premio que Scipion le dio.
No
dejaré de notar que el llamar Livio bárbaro a Indíbil,
cuando cuenta el razonamiento que pasó con Scipion, fue porque los
romanos a todas las naciones, excepto a los griegos,
llamaban bárbaros, por parecerles el lenguaje de ellas
áspero, duro, escabroso y poco pulido, preciándose ellos de lo
contrarío. Esta palabra barbari, dice Estrabon que tuvo
principio en Atenas, donde llegaban muchos extranjeros y
querían hablar griego, y como no estaban acostumbrados a
ello, a cada paso tropezaban, pronunciando esta voz: bar, bar
de donde quedó el vocablo barbarus que a solo comprende a los
que tenían ruin y escabroso lenguaje, pero cuando querían
notar a un hombre de ignorante, vil, fiero, cruel y de malas
costumbres, le llamaban bárbaro; y estaban los romanos tan
contentos y pagados de su lengua y de su bello hablar,
que les parecía que ningún extranjero podía llegar al uso de ella,
y cuando un español o de otra nación hablaba latín bien y
pulido, y hacía un razonamiento elegante y bien concertado, lo
tenían por cosa nueva y extraordinaria; y por eso Livio, antes de
describir el razonamiento de Indíbil, hace salva, por parecerle
nuevo ser un español bien hablado: Indilibis et
Mandonius, dice Livio, cum suis copiis occurrerunt: Indibilis
pro utroque locutus, haudquaquam ut barbarus, stolidè
*(no se lee bien) incautèque;
sed potius cum verecunda gravitate: propiorque excusanti transitionem
ut necessariam, etc.