2. LA CONQUISTA DE SARAKUSTA POR
CARLOMAGNO (SIGLO VIII. ZARAGOZA)
La Historia nos cuenta que varios
prohombres de la Sarakusta musulmana, entre ellos el influyente
Sulayman ben Yaqzan ben al-Arabí, decidieron solicitar ayuda y
entregar la ciudad y su distrito (en realidad la parte central y más
rica del valle del Ebro) a las tropas de Carlomagno, en el año 777.
Pero lo cierto es que cuando llegaron a sus puertas éstas no se
abrieron, teniendo que retirarse a Francia, aunque no sin antes ser
humillados en el valle de Siresa, donde moriría el caballero Roldán.
Sin embargo, la leyenda que recoge la «Canción de Roldán» es bien
distinta.
Carlomagno no sólo creó un imperio
históricamente cierto basado en toda la Galia y parte de Germania,
sino que la mente humana le hizo dueño de todo el valle del Ebro, en
Hispania. La Zaragoza mora no pudo impedir su paseo triunfal aunque
lo intentó.
En efecto, Sarakusta —un auténtico
vergel para los sitiadores francos— era gobernada por el walí (rey
para los francos) Marsilio, que se negó a entregar las llaves de la
ciudad, por lo que Carlomagno tuvo que sitiarla, cerco en el que
moriría el legendario Roldán.
Ante la amenaza del gran Carlomagno, el
rey Marsilio fue capaz de reclutar más de cuatrocientos mil hombres
armados, aunque una buena parte se vio pronto acorralada entre las
filas francas y un caudaloso Ebro que no pudieron atravesar, muriendo
ahogados o cayendo prisioneros. El propio Marsilio era herido en el
combate y tenía que guarecerse en la ciudad, que estaba a punto de
sucumbir.
Únicamente la llegada de los refuerzos
del emir de Babilonia, Baligante, con sus tropas que remontaron el
Ebro en chalanas y galeras retrasó la rendición, pero sólo fue una
simple demora, pues Carlomagno mataba a Baligante y sus hombres
derribaban la puerta principal de la ciudad. / Puerta Cinegia /
Sarakusta fue saqueada, las mezquitas y
sinagogas destruidas y los infieles que se negaban a recibir el
bautismo eran ajusticiados, aunque se convirtieron más de cien mil.
Carlomagno había salvado a la Cristiandad occidental con la toma de
Sarakusta.
33. Expediciones
musulmanas conquistadoras (siglo VIII) 34. Dominación
musulmana del valle del Ebro (siglo VIII) 35. Los
Banu Qasi en el siglo VIII 36. Dominios
de Musa ibn Musa (mitad del siglo IX) 37. El
Pirineo aragonés hasta 920 38. El
Pirineo aragonés, en la órbita de Navarra (siglo X) 39. Incursión
de Abd al-Malik en 1006 40. Los
dominios de Sancho III 41. La
obra aragonesa de Sancho III el Mayor de Navarra
(1004-1035) 42.Aragón,
de condado a reino: Ramiro I 43. En
Aragón actual a mediados del siglo XI 44. Los
reinos de taifas (siglo XI) 45. Taifa
de Albarracín (1085) 46. La
taifa zaragozana de al-Muqtadir (1046-1082) 47. La
amenaza a los grandes núcleos musulmanes del valle del Ebro (siglo
XI) 48.Conquistas
aragonesas en Levante (1093) 49. Navarra,
repartida entre Aragón y Castilla (1076) 50. La
Península en 1100 51. Significado
de Alfonso I el Batallador (1104-1134) 52. Origen
de la ayuda externa a Aragón 53. La
obra de Alfonso I el Batallador 54. Final
de la reconquista y configuración territorial aragonesa (siglos
XII-XIII) 55. La
formación de la Corona de Aragón y su expansión
peninsular 56. Configuración
de la frontera entre las Coronas de Castilla y Aragón 57. Zonas
de influencia en el Norte de África 58. La
expansión mediterránea catalano-aragonesa 59. La
frontera navarro-aragonesa 60. Tierras
que dependieron de Aragón 61. El
sistema de tenencias (siglos XI-XII) 62. Las
tenencias aragonesas al este del Cinca (siglos
XI-XIII) 63. Poblaciones
donde corría la moneda jaquesa (1279-80) 64. El
condado de Ribagorza desde 1322 65. La
guerra de los dos Pedros 66. Transitoria
ampliación de Aragón (1706) 67. Las
provincias actuales 68. Los
monasterios (siglos IX y X) 69. Los
monasterios (siglo XI) 70. Los
monasterios bajo-medievales 71. Dominicos
y Franciscanos 72. Las
Comunidades aragonesas 73.Sobrecollidas
y peajes (siglos XIV-XV) 74. Sobrejunterías
aragonesas a finales del siglo XIII 75. La
posesión de la tierra a comienzos del siglo XVII 76. Los
fueros aragoneses en el siglo XII 77. El
fuero de Jaca y su difusión 78. Los
fueros de "extremadura" y su difusión 79. Los
fueros de Zaragoza-Aragón en Valencia 80. Ciudades
y villas con representación en Cortes (baja Edad Media) 81. Lugares
donde se reunieron Cortes medievales 82. Los
principales productos agrarios y su distribución (baja Edad
Media) 83. Materias
primas y especias (baja Edad Media) 84. Minería
(baja Edad Media) 85. Industria
(baja Edad Media) 86. El
comercio en la baja Edad Media 87. La
población mudéjar y judía (baja Edad Media) 88. Las
veinticinco poblaciones más habitadas en 1495 89. Densidad
de población en 1495 90. Los
caminos de Santiago en España 91. El
camino aragonés de Santiago 92. Límites
diocesanos orientales 93. Las
diócesis actuales 94. Difusión
del arte románico 95. Expansión
del arte mudéjar 96. Expansión
del arte gótico
I.
CUANDO ARAGÓN NO ERA ARAGÓN
1. Restos
del Paleolítico y Epipaleolítico 2. Yacimientos
neolíticos 3. Poblados
eneolíticos 4. Arte
rupestre 5. Sepulcros
megalíticos 6. Edad
del Bronce: yacimientos 7. Edad
del Hierro 8. Restos
griegos y fenicios 9. Los
pueblos prerromanos 10. Cecas
ibéricas 11. Origen
de las monedas ibéricas halladas en Azaila 12. Expansión
de las monedas ibéricas de Bolscan (Huesca) 13. Grandes
etapas de la conquista romana 14. El
Aragón actual pasa a poder de Roma 15. División
provincial de Hispania 16. Sertorio
domina el valle del Ebro (77 a.C.) 17. División
administrativa de Augusto (7 a 2 a.C.) 18. División
administrativa de Diocleciano (293 d.C.) 19. Convento
Jurídico Cesaraugustano (División de Augusto) 20. Restos
de la civilización romana 21. Expansión
del Cristianismo (siglos III-V) 22. Restos
paleocristianos 23. Los
pueblos germánicos entre 409-429 24. Europa
Occidental en 476 25. Hispania
en 476 26. El
reino visigodo en la época de Leovigildo (573-586) 27. Límites
provinciales del reino visigodo (586) 28. Restos
visigodos 29. Sedes
episcopales visigodas 30. Asistencia
de los obispos hoy aragoneses a los concilios
visigodos 31. Zaragoza,
confluencia de invasiones (siglos V-VII) 32. Los
"territoria" premusulmanes (siglo VIII)
NOTA
IMPORTANTE.La
versión electrónica de la obra de Agustín Ubieto ArtetaCómo
se formó Aragón que
figura en esta página web es una reimpresión digital de la edición
original realizada en 1982. No se trata de una actualización ni de
una segunda edición, simplemente se han transformado las
diapositivas en archivos de imagen digital y el texto en texto html
para que el conjunto de materiales pueda ser consultado a través de
Internet y empleado en el aula mediante los actuales cañones de
proyección.
104. LA VICTORIA NAVAL DE ALFONSO I EL BATALLADOR (SIGLO XII.
AMPOSTA)
Tras la derrota de Alfonso I el
Batallador en Fraga después de haber reconquistado casi todo el
valle del Ebro, las noticias de su suerte fueron confusas. Unos le
daban por muerto en Zaragoza; otros, en San Juan de la Peña o
Huesca. Por eso, algunos creyeron que estaba vivo cuando cuarenta
años después se presentaba un falso Alfonso I.
Lo cierto es que una narración legendaria, debida al monje normando Orderic Vital, lo mantiene vivo
tras el desastre de Fraga pues, una vez repuesto de sus heridas
aparece de nuevo, sus guerreros se pusieron gozosos inmediatamente a
su disposición. Rehízo como pudo sus tropas, hizo acopio de
vituallas para varios días y, por caminos recónditos, se presentó
en la orilla del Mediterráneo, donde numerosos sarracenos estaban
cargando todavía las naves con el botín que habían ganado tras su
victoria en tierras fragatinas. A la vista de las fuerzas enemigas,
desde su puesto de observación estudió Alfonso I el Batallador la
mejor táctica a emplear en aquella ocasión especial y se lanzó por
sorpresa sobre los morosen el momento preciso, causándoles una gran
mortandad.
Una de las naves iba cargada con las
cabezas de los soldados cristianos derrotados, como presente que
Buchar (Texufin ben Alí ben Yusuf) enviaba a África a su padre en
testimonio de la victoria. También hallaron los hombres de Alfonso I
a más de setecientos prisioneros, hacinados como animales en las
bodegasde varias naves, y cuantioso botín capturado en Fraga y
durante el camino victorioso de regreso.
Los prisioneros cristianos —tras la
sorpresa que supuso la llegada inesperada de los soldados aragoneses,
y aprovechando que sus guardianes intentaban repeler el ataque de
Alfonso I el Batallador— fueron soltando sus cadenas en sus
respectivas naves y, poco a poco, se incorporaron a la pelea. La
derrota de los moros fue total.
Pudo Alfonso I enterrar cristianamente
las cabezas de los muertos en Fraga, controló a los prisioneros
moros para llevarlos a Zaragoza y recuperó multiplicado el botín.
Pero la alegría por la victoria naval que acababa de conseguir se
vio empañada por la enfermedad del propio rey que, fatigado y
exhausto, acabó por morir ocho días después.
[Lacarra, José María, Vida de Alfonso
el Batallador, pág. 132.]
Museo de las Tierras del Ebro, antiguo Museo del Montsià, situado en el antiguo edificio de las escuelas públicas. Contiene diversas exposiciones permanentes de arqueología del Montsià, fauna y flora del Delta del Ebro, y también cuenta con algunas salas de exposiciones temporales.
Casa de Fusta (Casa de Madera), cerca de l'Encanyissada, ubicada en un antiguo refugio de cazadores. Contiene una amplia exposición de flora y fauna del Delta.
Patrimonio civil:
Puente colgante de Amposta, construido entre 1915 y 1921, proyectado por el ingeniero José Eugenio Ribera.
Torre de la Carrova, torre defensiva s.XIV situada sobre un montículo en el margen derecho del Ebro a unos 3,5 km de la ciudad.
Torre de Sant Joan, torre defensiva s.XVII-s.XIX, ordenada construir por el rey Felipe II para la protecció de la boca del puerto de los Alfaques de los ataques sarracenos.
Restos del Castillo, s.XIII-s.XV, actualmente sede de la Biblioteca Comarcal y de la Escola d'Art i Disseny.
250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA
(SIGLOS XIV-XV. PINA DE EBRO)
Como en tantos y tantos pueblos de
Aragón, lo mismo que ocurriera tras la conquista musulmana —cuando
los cristianos (los mozárabes) pasaron a ser minoría dominada—,
después de la reconquista se volvieron las tornas: la población
musulmana (los mudéjares) quedó en franca inferioridad, aunque
cuidadosamente protegida por los reyes. No obstante, aunque la
tolerancia mutua fue la tónica general, en muchos lugares la
convivencia se hizo difícil en momentos concretos. Uno de esos
pasajes tuvo por escenario a Pina de Ebro.
Por razones que no vienen al caso, las
relaciones entre cristianos y moros se deterioraron con el paso del
tiempo. Residían estos últimos en la morería, el actual barrio
llamado de la Parroquia, y eran muy aficionados a la lidia de toros,
diversión a la que se entregaban de cuando en cuando dentro del
recinto de su propio barrio.
Conocedores de esta afición, idearon
los cristianos la manera mejor en que la podían aprovechar para
lograr su objetivo, de modo que prepararon y anunciaron la lidia de
un enorme toroque llevaba fama de ser muy bravo —lidia que, sin
duda, es el antecedente del «alarde» actual— y todo el mundo se
echó a la calle, incluidos los mudéjares, que no quisieron perderse
la ocasión.
Cuando el festejose hallaba en pleno
apogeo, los mozos cristianos hicieron que el toro, magistralmente
dirigido con las sogas, cercara y acorralara a los moros hasta
obligarles a huir de la población para ponerse a salvo. Luego,
apostados en los lugares estratégicos y pertrechados con todo tipo
de armas, impidieron que los moros pudieran regresar a sus viviendas.
Ante la gravedad de la situación,
optaron los moros por caminar hasta la entonces existente población
de Alcalá, cuyas casas se elevaban entre Pina y Gelsa, donde
hallaron acomodo entre la mayoritaria población mudéjar. La morería
de Pina quedó desierta y sus habitantes vivieron desde entonces en
el exilio.
Parece ser que para recordar y
conmemorar el día en que sucediera la diáspora mudéjar, los
cristianos organizan secularmente el llamado «alarde», en el que el
toro es el principal protagonista.
Toro de Sogas
“24 DE JUNIO: Cuando Josué detuvo el sol: fiesta de la festividad de Juan, hijo de Zacarías…” (año 961)
La leyenda del toro de San Juan está algo alejada de la realidad; a veces, es más interesante creer en la historia inventada que en los hechos reales.
Según cuentan nuestros mayores, la fiesta se establecía en memoria de la expulsión de los moros que vivían en el barrio de la Parroquia. Para arrojarlos de Pina, los cristianos idearon ensogar a un toro, diversión a la que eran en extremo aficionados, los acorralaron obligándoles a huir, y no se les permitió entrar más.
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Demetrio Brisset nos dice que, si deseáramos conocer la herencia festiva de los Iberos, uno de los emplazamientos claves puede ser junto al accidente geográfico que les impuso el nombre: el padre río Ebro, Iberus antes de Cristo:
“…será en el pueblo fluvial de Pina, donde a mediados del siglo XIX aún se celebraba el “alarde de San Juan”, en el que encontramos unidos la mayoría de los elementos que debieron intervenir en las fiestas solsticiales ibéricas: (río, albadas, guerreros, procesión de un toro, diálogo de pastores, pantomima de la bruja, peleles carnavalescos, banquetes, baile), la mezcla es explosiva…”
La vieja tradición romana, hacía del toro uno de los animales sacrificados ritualmente. En las fiestas religiosas, se vincula la agricultura con la guerra, realizaban ceremonias tales como las bendiciones de las liones, el adorno del ganado, los lupercales (dos jóvenes disfrazados con pieles de cabras y ungidos con sangre del mismo animal golpeaban con látigos a todas las mujeres que encontraban, tirándolas al suelo de las piernas) y con estos ritos se obtenía la fecundidad.
Al asentarse los visigodos en la Península Ibérica y convertirse al cristianismo, vinculan el extendido culto hispano a San Juan con el solsticio de verano, que en sus tierras de origen era uno de los ejes del ciclo anual. El día de San Juan era un día cargado de significado; en esta fecha vencían los contratos de arrendamiento y salían los clérigos en busca de los diezmos, conocedores de que los agricultores cerealistas se hallaban en plena siega.
De ahí el origen de la copla:
Matutes* de Pina
Matutes* serán
Que llevan el toro
Delante de San Juan
* Matutes significa acción de eludir el impuesto de consumos
Los cronistas aragoneses de aquella época desestiman tajantemente que un toro interviniese en la expulsión de los moros. La realidad es que la aljama de Pina fue pasada a cuchillo a finales del siglo XVI por montañeses del Pirineo, mandados por Antonio Marton, y empeñados en exterminar a los moros del valle del Ebro para vengar la muerte de un pariente en Codo a manos de un morisco, ayudados por catalanes rebeldes comandados por Barber. La guerra de montañeses y moriscos había comenzado unos años antes con una serie de disturbios. Los cronistas también dan cuenta de éstos hechos y nos hablan del “correr de los toros en Pina” como algo corriente y famoso en el pueblo.
“…durante la celebración del correr de los toros en Pina, los moriscos de xelsa y unos pastores llamados los Pintados tuvieron gran pelea por que toro debía ocupar el tercer lugar…”. Fray Marco de Guadalaxara y Xavierre (Memorable Expulsión y justísimo, 1613)
La fiesta del toro enmaromado de Pina constituye un eslabón más en la larga cadena de ritos y fiestas en un país donde la figura del toro ha tenido siempre una concepción mágico-religiosa, y donde las antiguas tradiciones en torno a las suertes del toro y a la tauromaquia han sufrido a lo largo de los siglos un proceso cambiante, trocando lo que en un principio fue un rito cargado de simbolismo en una tradición lúdica y festiva. La razón por la que se instituye el festejo ha estado vinculada siempre más a la leyenda que a la realidad. Pero no olvidemos que historia y leyenda, muchas veces caminan juntas. En el siglo XII, durante la reconquista, había una leyenda que decía así:
“…La noche de San Juan cuando los cristianos iban a sacar la procesión con el santo titular pero no pudieron hacerlo por la presencia de los árabes. Cuentan que entonces salió un toro bravo que arremetió contra los infieles huyendo despavoridos. Se celebró con salvas y los cofrades de San Juan decidieron que al año siguiente llevarían un toro en la procesión, abriendo camino a la peana del santo para rendirle tributo…”
La tradición alcanzó su máximo esplendor en el siglo XVIII. En el año 1722 se renuevan los estatutos de la cofradía y se realizan mejoras en la fiesta.
La cofradía siempre fue la encargada de pagar la fiesta de San Juan y suministrar el toro. Sabemos que en 1609 debía estar bastante formada ya que sus ingresos no sólo provenían de las cuotas y penas de sus socios, sino también de su actividad ganadera y agrícola; entre sus ganancias estaban la venta de reses, lana, carne mortecina, etc. Cuando la cofradía pierde sus propiedades para la guerra de la Independencia, sigue costeando los gastos realizando rifas en la localidad.
En 1908, durante el reinado de Alfonso XIII, el ministerio de la gobernación dicta una real orden con fecha de 5 de febrero que dice:
“…la costumbre arraigada en muchas localidades de organizar capeas o corridas de toros en calles y plazas públicas sin las precauciones necesarias para evitar desgracias personales exige V.S. adopte las medidas indispensables a fin de que no consienta en adelante esos peligrosos espectáculos.”. Don Juan de la Cierva
La fiesta deja de celebrarse y la cofradía se disuelve, entregando sus propiedades materiales (portapaz, busto, tallas, etc) a la cofradía de la Dolorosa y los Blancos.
“…En Pina, pueblo de la provincia de Zaragoza, existía una costumbre singular: para la festividad de San Juan Bautista se celebraba una procesión en la que abría la marcha un toro. Existía en el término de dicho pueblo una ganadería de cierto renombre, la de Ferrer, y a ella solían acudir para coger el toro que había de tomar parte en el religioso cortejo.
En la madrugada de la fiesta se reunían los vecinos en la casa del mayordomo de la Cofradía, quien, siguiendo tradicional costumbre, les obsequiaba con un refresco. La gente moza se dirigía a un corral en el que desde la tarde anterior estaba enchiquerado el toro que se destinaba al singular rito, y que procuraban fuera de libras y buen trapío. Derribaban a la res y la enmaromaban con una fuerte cuerda por el arranque de la cuerna, dejando los dos cabos de ella sueltos y largos, y sujetándola por ellos, se encaminaban al encuentro de la procesión. Tras la bandera de la cofradía salía ésta, y el toro de tal manera sujeto, abría marcha como batidor.
Unas veces el toro avanza y abre calle a la procesión, otras se para y la detiene, y no pocas retrocede y la descompone; así entre avances, paradas, sustos, estrujones, gritos, carreras, tiros, risas y tumbos, acaba la procesión su accidentada carrera, durante la cual el santo está guardado como merece y a usanza de real persona por cuatro alabarderos -albarderos les llaman allí- que, provistos de sendas partesanas, defenderían, cuando los puños que sujetan a la res faltasen, la sagrada imagen. También el zaguanete de alabarderos tiene, como toda esta procesión, su detalle original: bajo el sombrero apuntando que lucen asoma el pañuelo del baturro, cuya lazada cae en chillona nota de color, produciendo cómico efecto, sobre la oreja de los espetados guardias. La procesión queda en la iglesia, y en la espaciosa plaza se lidia un rato el toro, mientras los individuos de la cofradía del santo bailan la “caracola”, complicada combinación coreográfica, cuyas evoluciones no logran aterrar ni aún las frecuentes aproximaciones del cornupeto; y acabada la fiesta, se corta la cuerda del toro, que sale en dirección al soto donde pastaba, soliendo repartir al paso algún que otro achuchón al que encuentra en su carrera.
La tradición popular asegura que tal costumbre proviene del tiempo de los moros, que como se opusieran a la salida de la procesión, hicieron que los testarudos baturros dispusieran que un toro la abriera calle, con lo que amedrentados los infieles no osaron interrumpir su paso.”
ALREDEDOR DEL MUNDO” Don R.Mainar Lahuerta (año 1900)
En 1984 el Ayuntamiento al frente de una comisión , se hace cargo de la recuperación con todo el esplendor de antaño, continuando así hasta nuestros días.
En 2012 se ha creado la Asociación Cultural Toro de Sogas de Pina de Ebro, cuya misión es difundir y potenciar la fiesta del toro de sogas de Pina de Ebro en colaboración con el Ayuntamiento.
PAIROS DE SAN JUAN
Antiguamente, «pairo» era una expresión que cayó en desuso, no es que se llamase Pairo al muñeco, se decía cuando lo veían “está al pairo”. Según el diccionario etimológico de la lengua castellana: Pairo es el derivado de pairar “soportar, aguantar, tener paciencia”.
En la actualidad hablar de “Pairo” es hablar del muñeco que se coloca por las calles en la fiesta de San Juan, con la finalidad de provocar la distracción del toro en su recorrido, permitiéndole demostrar su bravura, ya que tiene delante un bulto que se mueve al que puede atacar con violencia y agresividad. Aunque el punto de mira a la hora de colocar estos muñecos siempre es el toro, también se persigue que el recorrido resulte más llamativo y atractivo para las personas que acompañan al animal.
ALABARDEROS
El Real Cuerpo de Alabarderos fue fundado en 1504, su misión consistía en defender al monarca. De los alabarderos de Pina se tienen pocas noticias, se sabe que en 1722 se renuevan los estatutos de la cofradía de San Juan, en ellos se nos explica que antiguamente el traje de “alabardero” lo utilizaban todos aquellos que habían sido “mayordomos”, pero esta costumbre había caído en desuso. Se establece en nuevo estatuto en el que deben llevar riguroso uniforme el mayordomo, cuatro sargentos, un abanderado y un reducido número de soldados. En 1984, cuando se recupera la fiesta vuelve a formarse un grupo de alabarderos.
Una vez restablecidos de la sorpresa
inicial que supuso la invasión musulmana, varios grupos de
cristianos huidos de la parte baja del valle del Ebro, unidos a los
montañeses, comenzaron una ardua, lenta y peligrosa tarea de
desgaste en las tierras quebradas del norte pirenaico aragonés. Los
escasos pobladores cristianos de estas tierras altas lograron poco a
poco el apoyo de las gentes del otro lado de los Pirineos, temerosos
también de que los musulmanes intentaran atravesarlos para extender
hasta allí su dominio.
Fruto evidente de esta ayuda franca fue
el retroceso de los agarenos, que debieron dejar libres muy pronto
los valles de los ríos que vierten sus aguas claras en el Aragón.
Sin embargo, una reina mora del valle de Echo, enamorada de estas
bellas y altas tierras, decidió refugiarse y hacerse fuerte con su
escaso séquito y su pequeña escolta en el hermoso valle de
Guarrinza, en espera de mejores tiempos que nunca llegaron.
Construyeron sus hombres con notable
esfuerzo una «dachera» o pequeño poblado y, durante un corto
espacio de tiempo, la reina mora y los suyos pudieron seguir
comunicándose con sus hermanos de religión y raza por el que se
llamaría, desde entonces, Puerto de la Dachera. Los muchos túmulos
de tiempos prehistóricos que hay diseminados por el territorio se
convirtieron en improvisadas almenaras para sus propios rezos a Alá,
desde los que entonaban en la orilla del «oued» (del pequeño
valle) sus «rinzas» (u oraciones fúnebres). Así es como surgió,
al parecer, el nombre de Guarrinza.
A las riquezas que la reina mora ya
poseía se unieron los muchos tesoros hallados y arrancados a la
Mina, de modo que la reina mora de Guarrinza era inmensamente rica,
pero le servían de poco estando como estaba aislada del mundo y de
los suyos por seguir viviendo en las montañas que amaba.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo
finalizó la historia de aquel minúsculo enclave de la reina mora de
Guarrinza.
[Brufau Sanz, Mª Pilar, «El tesoro de
la reina mora», en Aragón, 276 (1965), 6.]
149. LA MUERTE DEL CONDE ARTAL, SEÑOR
DE MEQUINENZA (SIGLOS XIV-XV. MEQUINENZA)
Estamos en Mequinenza. Era señor del
castillo el conde Artal, hombre tan temido como odiado por su
crueldad y licenciosas costumbres. Entre sus aficiones, destacaba la
caza, que solía practicar de manera asidua por los campos y montes
de la comarca. En cierta ocasión, cuando perseguía con encono a una
piezapor los alrededores, vio por el camino a Alicia, hermosa y
recatada muchacha, hija de un honesto campesino de la localidad.
Dirigió hacia ella su caballo, a la par que el padre de la joven se
encaminó, asimismo, hacia el lugar temeroso de lo que pudiera
pasarle a su hija.
Molesto el conde por la actitud
defensiva y desconfiada del campesino, arreó a su caballo para
alejarse al galope, pero no sin antes conminar a la muchacha a que
acudiera al castillo, sin excusa alguna, a la hora de oración. Alicia, temerosa por lo que
pudiera sucederle si no obedecía al conde, tuvo que ser consolada
por su padre.
Cuando caía la tarde, cubierto el
cielo por negruzcas y amenazadoras nubes, padre e hija —temerosos
por cuanto pudiera suceder en él— ascendieron al castillo, puesto
que no podían negarse a la petición de su señor natural sin caer
en desgracia. Llegados a la fortaleza y avisado el conde, su alegre
semblante al llegar a la sala cambió al ver al padre de la muchacha,
que fue conminado a marcharse. Ante su negativa, fue apresado por la
fuerza y conducido a las mazmorras, donde quedó confinado y cargado
de cadenas.
A solas ya en la estancia el conde
Artal y Alicia, ésta no sólo se negó a brindar con la copa de vino
que aquél le ofreciera, sino que tiró su contenido por el suelo.
Hubo forcejeo entre ambos y la joven, en un instante de sorpresa, se
dirigió corriendo hacia la amplia balconada, arrojándose al vacío
para ir a caer en la balsa que había junto al castillo. A la vez que
esto sucedía, el mismo rayo que iluminó el salto mortal de la joven
cayó sobre la torre en la que se hallaba el conde Artal, cuyo cuerpo
quedó totalmente carbonizado y sepultado entre los sillares
arrancados de los muros.
A costa del sacrificio personal de
Alicia y de su padre, aquellos que les sobrevivieron en el señorío de Mequinenza aliviaron, en parte, su condición servil.
[Aldea Gimeno, Santiago, «Cuentos...»,
C.E.C., VII (1982), 9-74, págs. 59-60.]
El castillo de Mequinenza es un palacio-castillo intacto en lo alto de una colina dominando la confluencia de los ríos Ebro, Segre y Cinca, ubicado en la localidad homónima de Aragón (España). Fue construido por los Moncada, señores de la baronía de Mequinenza. Data de los siglos XIV y XV, aunque en 1959 lo reformó considerablemente el arquitecto Adolf Florensa. Señala el punto fronterizo entre Aragón y Cataluña, y entre las provincias de Zaragoza y Lérida.
Pese a que actualmente es una propiedad privada que pertenece a la Fundación ENDESA, el régimen de visitas al Castillo permite hacerlo los martes no laborables por la mañana. Para ello, hay que ponerse en contacto con la Oficina de Turismo del Ayuntamiento de Mequinenza.
En origen el castillo se ha identificado con la fortaleza musulmana descrita por el cronista árabe Edridi con el nombre de Miknasa que decía de ella que era “pequeña, de fuerte aspecto y se halla en las fronteras del Andalus”.
Alfonso II de Aragón cedió a Armengol VII de Urgel en 1192 la villa de Mequinenza y el castillo, pasando a partir del siglo XIII a dominio de la familia Moncadas que en 1581 recibió el título de marquesado de Aytona y en 1722, por extinción de su línea directa, sus señoríos recayeron en el ducado de Medinaceli.
Durante la rebelión contra Felipe IV fue una fortaleza de primera línea donde pudo refugiarse el ejército real, derrotado por el franco de Charcot (1644). En la guerra de la Independencia española el castillo fue atacado por tropas francesas a lo largo de 1808 y 1809 y capituló ante el general Suchet tras una larga lucha en 1810. El nombre de Mequinenza aparece en el Arco de Triunfo de la plaza L’Etoile y figura entre los nombres de las plazas fuertes: Nápoles, Plaisance, Madrid y Mequinenza. En 1816 el rey Fernando VII reincorporó Mequinenza y su castillo a la Corona como acuartelamiento militar. Tras la guerra civil, en 1939, el castillo quedó sin guarnición y se abandonó. En la actualidad pertenece a la Fundación Endesa y solo es visitable los martes previa llamada al ayuntamiento. Se encuentra en muy buen estado de conservación.
Castillo gótico de finales del siglo XIV y principios del XV aunque al haber estado en uso hasta la primera mitad del siglo XX, las fortificaciones exteriores atienden a características de la arquitectura militar moderna.
Hasta la llegada de los tiempos modernos, la villa y el castillo de Mequinenza formaron un conjunto único. Las murallas del castillo no se limitaron a circunscribir o cobijar las construcciones militares ubicadas en la cima escarpada sino que, como indicaba Quadrado "los muros de su mole se desprenden y bajan hacia el Ebro para abrazar holgadamente a la población". En aquel entonces, cabe pensar que la población se ubicaba entre murallas y después de la desaparición de éstas, creció y se expansionó considerablemente siempre a orillas del Ebro. Las luchas que debió sufrir constantemente el castillo y la población hicieron que éstos no pudieran expansionarse y embellecerse, siendo ambos víctimas de incendios y saqueos, durante las invasiones sarracenas, durante las luchas medievales y durante el asedio francés en la Guerra de la Independencia.
El castillo-palacio es de forma cuadrangular irregular, con seis torres rectangulares y una séptima que pentagonal que es fruto de una reforma del siglo XVII. Dos de las torres guardan la entrada. El castillo se encuentra sobre un espolón de 185 m de desnivel divisando la confluencia de los ríos Segre, Cinca y Ebro. Está protegido en la vertiente sur por una escarpada ladera en la que son visibles los restos de una muralla que desciende buscando hacia el río y en el lado norte la protección proviene de un foso artificial.
El acceso al castillo se realiza por su flanco meridional, a través de una puerta con arco de medio punto protegida por dos torres. En la puerta se conserva el blasón de los Moncada. El interior se organiza alrededor de un patio descubierto sobre el que se articulan las dependencias y con aljibe excavado en la roca. En el sur tiene tres arcadas apuntadas y en el ala norte conserva una escalera que conduce a la segunda planta, donde está la Sala de Armas cubierta por bóveda de cañón apuntado. En el ala oeste está la gran sala, que conserva los macizos arcos diafragmas que sustentaban la techumbre de vigas, siendo el lugar donde se ubicaba la antigua capilla.
En el año 1133 la población, en manos de los árabes, es conquistada por Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. Nuevamente, la población es reconquistada por los sarracenos y finalmente fue conquistada definitivamente por Ramon Berenguer IV en 1185. Alfonso II de Aragón al casarse con doña Sancha dió a esta como prenda de su real estimación la villa de Mequinenza. Más tarde, en 1192, el mismo rey la cede a Armengol, conde de Urgel. Del Dominio de los Condes de Urgel pasó el castillo y la villa de Mequinenza al de Ramón Guillén de Moncada y por sucesión hereditaria, pasó a los Marqueses de Aytona y después a los Duques de Medinaceli.
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En 1212, Pedro II prometió a su hija legitimada (contraída fuera de su matrimonio) Constanza de Aragón, al noble Guillén Ramón de Moncada en una fiesta celebrada en Tauste. La dote que aportaría la infanta serían los señoríos de Mequinenza, Aytona, Albalate de Cinca, Serós y Soses con todos sus derechos, castillos, villas y términos. Se iniciaba así la rama de Aytona del linaje de Moncada, que toma el nombre del más importante de los señoríos que Constanza recibió. A partir de este momento, los descendientes del linaje de los Moncada serán los señores de Mequinenza.
Año
Señor
1212 (año de la dote) - 1250
Constanza de Aragón, I señora de Aytona
1243/1245 - 1266
Pedro Ramón de Moncada, II señor de Aytona
1266?-1285
Guillén Ramón de Moncada, señor de Serós y Mequinenza
1253 - 1266?*
Constanza de Moncada
1285-1313
Berenguela de Moncada, señora de Serós y Mequinenza
1313-1320
Elisenda de Moncada, Señora de Serós y Mequinenza
1320-1322
Oto de Moncada "el Viejo", IV señor de Aytona
1322-1327?
Elisenda de Moncada, Señora de Serós y Mequinenza
1327?-1341
Oto de Moncada "el Viejo", IV señor de Aytona
1341-1354
Oto de Moncada y Moncada, V Señor de Aytona
1354-1371
Guillén Ramón de Moncada, VI Señor de Aytona
1371-1421
Oto de Moncada, VII señor de Aytona
1421-1455
Guillén Ramón de Moncada, VIII señor de Aytona
El castillo de Mequinenza fue mansión en 1288 de Carlos II de Anjou Príncipe de Salerno, hijo de Carlos de Anjou, rey de Nápoles y Sicilia, dado en rehenes por Alfonso III a sus barones.
Alfonso III hizo prisionero al citado Príncipe de Salerno cuando el padre de éste disputaba a aquél la Corona de Sicilia, después que había estado desposeído de ella en las famosas vísperas sicilianas y atribuido aquel reino a la Casa de Aragón. Alfonso encerró a aquel preso, inicialmente en el castillo de Monclús, pero viendo la poca seguridad que ofrecía por la proximidad con Francia, lo trajo al castillo de Mequinenza hasta que fue puesto en libertad en 1288 en cumplimiento del tratado de Canfranc. Una de las condiciones impuestas era que la Provenza caería bajo el vasallaje de Alfonso III si Carlos de Anjou incumplía aquello a lo que se le obligaba. Fray Miguel de Salas indicaba la importancia del Castillo de Mequinenza ya que "a un príncipe tan grande no se le daría Palacio que no fuera proporcionado a la grandeza y soberanía de su persona".
El Castillo de Mequinenza sufrió diversos embates al comienzo de siglo XIX con la Guerra de la Independencia y la invasión napoleónica. En aquel momento, Madoz destaca que la población formó "compañías enteras con su juventud que se hallaban en los memorables sitios de Zaragoza". Los franceses, después de haber tomado Lérida quisieron hacer lo mismo con Mequinenza cuya posesión ansiaban por considerarla la "llave estratégica del Ebro" y estar situada en una altura dominante sobre la desembocadura de los tres ríos. El mariscal Suchet, que mandaba en aquella zona encomendó al general Musnier aquella misión. Pero Mequinenza y su castillo resistieron heroicamente durante tres embates acometidos por el ejercito francés durante el año 1808. El ataque se reanudó en junio de 1809 nuevamente con derrota francesa. Musnier, viendo que la operación era muy difícil por la situación estratégica defensiva del castillo decidió que abriría un camino desde Torrente de Cinca que conduciría hasta el poniente de Mequinenza para hacer llegar a sus hombres y su artillería al castillo. La dura operación puso se puso en marcha el 15 de mayo de 1810 y se alargó hasta el primero de junio, tiempo en el cual los franceses ocuparon las posiciones más importantes a orillas del Ebro y del Segre.
El Castillo se hallaba en ese momento defendido por 1.200 hombres al mando del coronel Carbón. En la noche del 2 al 3 de junio se abrió la brecha y en la del 4 al 5 el ejército francés logró penetrar en la villa, saqueando y prendiendo fuego a muchas casas. Tres días después, destruidas las principales defensas del castillo y sin abrigo alguno, la guarnición española se rindió, quedando prisionera de guerra. La conquista del Castillo de Mequinenza supuso una de las grandes victorias en el valle del Ebro, por lo que debido a su gran importancia decidieron inscribirla en el Arco del Triunfo de París inmediatamente debajo del nombre de Madrid.
La fortaleza siguió prestando posteriormente sus servicios hasta época reciente. Después de la rendición francesa, mantuvo guarnición durante el siglo XIX y se vió afectado por nuevos avatares políticos y militares que sucedieron en la historia de España y especialmente durante las guerras carlistas. Ya había perdido ya su posición de palacio residencial de los Moncada y los Marqueses de Aytona y sus dependencias se habían adaptado a las necesidades de la guerra incluyendo nuevos dormitorios, la residencia del gobernador, almacenes de artillería, almacenes de fortificación, calabozos, dormitorios de artilleros, horno de pan, cementerio o varios polvorines.
En 1816 hay constancia de una R.O. dictada por el rey Fernando VII con fecha de 31 de mayo de 1816 que expone que la villa de Mequinenza solicita al rey ponerla bajo su real dominio. El dia 10 de enero de 1819 el corregidor de la ciudad de Fraga pasó a las Casas del Ayuntamiento y a su Sala Capitular para hacer cumplir la Real Orden a través de la cual la villa y su plaza pasaban a ser incorporadas a la Real Corona. El Duque de Medinaceli, anterior propietario, exigió a la corona diversas compensaciones como dar posesión de un horno de pan de cocer, de varias dehesas, treudos, derechos a participaciones de frutasy diezmos, señalando que el señorío sobre la villa de Mequinenza y el Castillo no pertenecían más que a la Corona. El Castillo de Mequinenza había quedado en un estado de abandono importante con el derrumbe de sus techos y parte de sus murallas.
Una de las primeras referencias que se encuentran del castillo es en la obra "Aragón" de José María Quadrado que en 1844 describe así su ubicación:
"Sobre la frontera misma de Aragón, ríndele el Segre sus caudales recién confundidos con los del Cinca, y en el amenísimo confluente, en aquel trifinio, por decirlo así, de las tres provincias aragonesas que por poco no viene a coincidir con el de los tres reinos que formaban la coronilla, asiéntase una antigua y noble villa colocada en medio de tres grandes ríos, como para hacer al principal los honores de la despedida". (Los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca, patria del autor Quadrado, distan bastante. Creo que el cabeza cuadradase refería al tercer reino como Cataluña, despreciando el propio de Mallorca).
Juan de Mariana, en su famosa "Historia de España" describe Mequinenza como "la que César llamó Octagessa, Pueblo fuerte por su sitio y por las murallas, está asentada en la parte que los ríos Cinca y Segre se juntan en una Madre".
Fray Miguel de Salas recoge en su obra "Vida de Sta. Agathoclia, Virgen y Mártir, Patrona de la Villa de Mequinençaen el Reyno de Aragón" publicado póstumamente en 1697 ya se apuntan diversos asentamientos anteriores "porque con los varios sucesos de los tiempos se ha perdido la memoria de quién fué el que asentó para su fundación la primera piedra".
Pascual Madoz apunta a que el castillo se asienta "en la cima de una montaña aislada, que sirve como barrera a los ríos Ebro y Segre, en el punto de su confluencia. Consiste en una casa fuerte o palacio antiguo que fue del Marqués de Aytona, cuya figura es irregular en todos sus lados, siendo el mayor de treinta y cuatro varas y media, el menor de veinte y siete y su altura de nueve con torres en todos sus ángulos y en la longuitud de los lados mayores que miran al S. y O., estando la puerta en aquel". Como curiosidad Madoz apunta a que el Castillo de Mequinenza recibe el nombre de "el Macho" o "el Mocho" (refiriéndose a aquello que falta la punta o la debida terminación, ya que en el Castillo no había ninguna torre destacada por encima de las otras) y describe su estado como "miserable y reducido".
De cómo Asdrúbal llegó a los pueblos Ilergetes,
y de lo que hizo en ellos.
No era bien salido Neyo Scipion de
Tarragona, cuando Asdrúbal dio la vuelta segunda vez, y pasado el
río Ebro se entró en la región de los llergetes, que no
tenían la provisión de gente romana que era menester para
resistirle; y el primer acometimiento fue sobre la ciudad de Lérida,
que era la que había dado rehenes de seguridad a Neyo Scipion; y
tales cautelas y diligencias tuvo con sus vecinos Asdrúbal, así de
temores que les puso, como de blanduras y promesas amorosas, que no
solamente le dieron el pueblo, sino que, viéndose favorecidos con
él, tomaron sus mesmos vecinos las armas, y juntos con ellos
los cartagineses, comenzaron a correr y a destruir las tierras y
pueblos comarcanos, parciales y fieles al pueblo romano; y para
desacreditar a Scipion y sus gentes, esparció fama entre los del
campo de Tarragona y los pueblos llergetes, que los
vecinos de los Pirineos habían bajado contra los romanos y
sus amigos y les tenían muy apretados: y estas nuevas dañaron mucho
a los romanos; porque los llergetes, que de su natural eran
belicosos y generosos, luego se levantaron contra los romanos
y se declararon por Asdrúbal, y lo mismo hizo Amusito, hombre
principal y poderoso en la comarca o región de los Acetanos.
Imitóle en lo mismo otro caballero de los llergetes, llamado
Leónero, que se hizo fuerte y alzó con una ciudad muy
principal de ellos, llamada Athanagria (1), que, según la más
común opinión, sería Lérida; porque, según se infiere de
Tito Livio, era la cabeza de aquellos pueblos; y juntos estos con los
cartagineses, corrieron y talaron las tierras comarcanas parciales y
fieles al bando romano, en venganza de las demasías y daños que los
días pasados habían recibido. Scipion, que tuvo aviso de todo esto,
no quisiera haber de meter en campaña sus gentes, que ya estaban
repartidas en aposentos y deseaba tomaran algún descanso, por ser
aquel invierno riguroso, y porque con mejor vigor pudiesen llegar al
verano, para pelear con los cartagineses de poder a poder, y de esta
manera dar fin a la guerra;
(1) Athanagria o Athanagia, como
se halla en todas las ediciones de Tito Livio, dice Cortés que no
pudo ser Lérida, como supuso Marina, ni menos Manresa, cuya última
opinión impugnó ya Pedro de Marca: antes bien era Sanahuja
(no se ve bien) nombre derivado de Azanagia, quitada
por aféresis la primera letra, y convertida la g en j; cuya villa
conserva aún muchos indicios de su antigüedad, y se halla en la
raya divisoria entre los lacetanos y los ilergetes.
pero
como cada día le llegaban avisos de los estragos que recibían sus
amigos y que Asdrúbal se iba haciendo más poderoso, sacó las
gentes de sus estancias y caminó contra los cartagineses, muy
apesarado por la mudanza de los ilergetes.
Asdrúbal, que supo la venida (de) Scipion, fingió ignorarla,
y publicando que no hallaba mala voluntad ni contradicción con los
ilergetes, dio vuelta y pasó otra vez el río Ebro, y dejando
todos los pasos muy fortificados, se fue a Cartagena,
imaginando que los romanos, viéndole tan lejos, se volverían a
Tarragona o Empurias, y la región de los ilergetes quedaría
sin daño alguno; pues él no se ponía en parte de donde pudiese
causar nuevas alteraciones y sospechas. Scipion, que ya tenía las gentes en campaña y
estaba para marchar, no dejó de proseguir su camino con grande
prisa, recogiendo de paso muchos catalanes amigos suyos que le
acudieron; y metido con ellos en la región de los ilergetes,
no hicieron menos daño que los cartagineses habían hecho primero
por la tierra del bando romano, tanto, que todas las personas
principales y nobles que había en aquella comarca desampararon sus
casas y se retiraron en la ciudad de Athanagria, con harto
temor que no hiciese con ellos Scipion lo que los cartagineses habían
hecho con Sagunto. Estando retirados en esta ciudad, fueron cercados
y combatidos tan a menudo y por tantas partes, que dentro de pocos
días se rindieron, y murieron en este sitio Leónero y
muchos caballeros principales; y con esta victoria los demás pueblos
del derredor quedaron obedientes a Scipion, el cual se tomó la
jurisdicción de aquellos lugares, y recibió mayor número de
rehenes que había antes recibido, y le pagaron cierto tributo para
el gasto de la guerra, que, según dice Ocampo, serían ganados (a
quien Tito Livio llama peccunia, porque los romanos al dinero
y ganado todo lo comprendían debajo de este vocablo peccunia),
metales y otras preseas, y no moneda, porque en aquellos
tiempos, que era 200 años poco más o menos antes de la venida de
Jesucristo señor nuestro al mundo, no la usaban.
Esta
victoria puso algún temor en los cartagineses y acreditó la buena
fortuna de Scipion, el cual, por no perder tiempo, quiso perseguir a
Amusito, caballero español y señor de los pueblos Acetanos.
Este, en tiempos pasados, había favorecido mucho a los ilergetes,
por serles muy amigo y haber liga y confederación entre ellos; y
después de la pérdida de Athanagria, se había retirado
a su tierra. Pero Scipion no por eso dejó de perseguirle, en odio de
los cartagineses; y dejadas a buen punto las cosas de los ilergetes,
dice Livio, que movió su campo hacia estos pueblos Acetanos,
que son los que están entre los dos ríos Segre y Ebro, y eran
confinantes con los ilergetes. a estos, la impresión
de Tito Livio llama ausetanos, y es manifiesto error del
impresor, ponderadas las palabras de aquel autor, el cual dice: In
Ausetanos propèIberum, socios et ipsos p*orum,
procedit; utque urbe eorum obsessa. Lacetanos, auxilium
*finilimis ferentes, nocte haud procul jam urbe, cum intrare *vellent
excipit, insidiis; y esto no pudo ser, porque los ausetanos,
que son los de la plana de Vique, ni están junto al Ebro, ni
de muchas leguas se llegan a él, y los acetanos están muy
cerca, pues viven en las orillas de aquel río y del de Segre; y así,
ni Amusito, como dicen algunos, fue señor de Ausa, que
es Vique, (obispado de Ausonia, Vich, Vic) sino de un
pueblo o ciudad, que era el pueblo más principal de los Acetanos
y que no sabemos el nombre, por callarlo Livio, aunque Florián dice
llamarse Acete, sobre el cual puso sitio. Avisado Amusito
de los intentos de Scipion, llamó en su favor a los lacetanos, que
son los pueblos que hay desde el río Llobregat hasta
Gerona, cuyo pueblo más principal era Barcelona, y
según opinión de Beuter, llamó, no a los lacetanos,
sino a los jacetanos, que en esto corrige también la
impresión de Tito Livio, que dice lacetanos (I
mayúscula, no L (ele), Iacca, Iaccam, Jaca, Jacca, etc.),
habiendo de hacer de la l, j, equivocación muy fácil del que
traslada manuscritos antiguos: y es más verisímil haberse
valido de los jacetanos, que son los de la ciudad y comarca de
Jaca, que le eran vecinos; que no de los lacetanos, que
le estaban más apartados y habían de pasar más tierra para
juntarse con él. Sin estos, también llamó a los ilergetes
que viven en la Seo de Urgel, porque a estos aún no había
llegado Scipion, por estar más remotos, y les pidió Amusito
que, según las conveniencias y ligas que había entre ellos,
le valieran en aquella ocasión. Juntáronse más de veinte mil
hombres que salieron de las montañas que hay desde la Seo de
Urgel hasta Aynsa (Aínsa) y Sobrarbe (Superarbe),
en el reino de Aragón, gente valerosa y armada. Estaba
concertado entre estos montañeses y los cercados, que saliesen a
meter fuego en el real de los romanos, y mientras estarían
ocupados en matar el fuego, darían sobre ellos antes que estuviesen
advertidos del socorro que les venía de los montañeses.
No pasó esto tan secreto que lo ignorase Scipion, por medio de
unas espías que cogió; y por evitar este daño, puso gente
de a caballo en guarda de su real y cuidó que no tuviesen lugar, ni
los de la ciudad a los del socorro, ni estos a los de la ciudad, de
darse algún aviso, y él con un buen número de gente se puso en un
paso, por el cual habían de venir estos montañeses que enviaba
Amusito, que ignorantes de lo que estaba aparejado, venían de noche,
sin capitán ni caudillo, y se metieron por un valle, donde toparon
con la gente de Scipion, que al principio pensaron eran gente de
Amusito, que les venían a encaminar a la ciudad y al real de los
romanos. Presto vieron el engaño; porque les apretaron de manera los
romanos, que mataron de ellos más de doce mil, y los que quedaron
huyeron con el resplandor de la luna, procurando salvarse cada uno de
ellos como mejor pudo. Amusito, con la tardanza de los montañeses,
conoció que alguna desgracia les habría sucedido, por lo que no
dejó salir a nadie de la ciudad, esperando nueva de lo que había
sido. Con esta suspensión estuvo hasta la mañana, que vio a los
romanos muy alegres y regocijados, y entendió lo que había pasado.
Sintió mucho esta pérdida; pero no desmayó, confiando de la
esperanza del tiempo, y de la nieve que continuamente caía, y de la
falta de mantenimientos que habían de tener los romanos, y que por
eso habían de salirse de aquellas tierras; porque donde menos nieve
había pasaba de diez pies en alto. Scipion, por estas incomodidades
y rigores de tiempo, no se apartó de su empresa y apretó la ciudad
cercada; y aunque no la nombra Livio, no pudo ser Vique, como
han querido algunos, sino otra que Ocampo llama Acete, cabeza
de los pueblos acetanos, donde pasó todo esto. Duró el cerco
treinta días; y aunque salieron Amusito con buen número de los
cercados a meter fuego en las trincheras e ingenios de batir de los
romanos; pero fue en vano, que por estar verdes y helados del tiempo,
no prendió el fuego en ellos, y así no fue de provecho la salida.
Scipion conoció que los cercados se cansaban; apretó más el cerco;
y Amusito, después de haberle sufrido trienta (treinta)
días, secretamente salió de su ciudad y pasó a la otra parte del
Ebro, donde estaba la gente de Asdrúbal, y de allí se retiró a
Cartagena. Los de la ciudad se dieron a Scipion, que les recibió sin
quitarles nada de sus libertades y honras, con que pagasen veinte
talentos de plata, que declarando qué eran, dice Ocampo ser mil
seiscientas libras de plata fina de las libras antiguas, que cada
cual de ellas tenía doce onzas de nuestro tiempo, de manera que
montaban tanto como ahora dos mil cuatrocientos marcos de plata, que
valen, reducidos al precio de moneda castellana, cinco cuentos
y setecientos mil maravedís
de la moneda menor de Castilla, cuyo marco se vendía, cien años ha,
por dos mil y cuatrocientos maravedís. (1). (1) Florián de
Ocampo, lib. 5, c. 8.