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domingo, 28 de junio de 2020

342. LA PESTE DESPUEBLA NIABLAS


342. LA PESTE DESPUEBLA NIABLAS (SIGLO ¿XV? OTO)

Al decir de las gentes, en tiempos de los moros, es decir, hace muchos siglos, malvivía una pequeña comunidad montañesa en una aldea llamada Niablas, afanados todos sus componentes en arrancar con gran trabajo su sustento diario entre el monte, los pequeños huertos casi robados al arroyuelo, la caza y algún que otro animal doméstico que se alimentara de la propia naturaleza, puesto que ellos apenas tenían para alimentarse a sí mismos.

A pesar de lo apartado y recóndito de este lugar, uno de los muchos brotes pestíferos que asolaron Aragón se llevó consigo a todos los habitantes que vivían en él, que no eran muchos, excepto a dos resistentes ancianas, que se vieron incapaces de poder rehacer sus vidas y vivirlas solas, así es que decidieron abandonarlo todo y marchar a buscar amparo allí donde quisieran proporcionárselo.

Vagaron durante mucho tiempo de pueblo en pueblo buscando ayuda y asilo. Pasaron por Ainielle y Otal; por Basarán, Escartín y Ayerbe; llegaron a Bergua, Sasa, Cillas y Cortillas, entre otros lugares, pero todo su cansancio y su hambre fueron en vano, puesto que nadie les daba cobijo por miedo a ser contagiados. En algunos casos, como ocurriera en Ainielle, ni siquiera les permitieron pasar de la primera borda cercana al pueblo, tras parlamentar en una de las eras.
Ante tan generalizada e insolidaria acogida, decidieron dejar las tierras del Sobrepuerto para tratar de buscar nuevos horizontes donde no pudieran ser reconocidas ni saber su origen, de modo que se encaminaron hacia el valle del río Ara hasta que, por fin, fueron acogidas en el pueblo de Oto.
Las mujeres mostraron su agradecimiento dejando sus tierras a las gentes que les habían acogido, lo cual explica que la pardina de Niablas, mínimo resto de lo que fuera un pueblo entero, haya pertenecido a Oto hasta la actualidad.

[Satué Oliván, Enrique, El Pirineo contado, págs. 86-87.]

martes, 23 de junio de 2020

326. NACIMIENTO DE LOS FUEROS DE SOBRARBE Y DEL JUSTICIA

8. ASPECTOS SOCIO-CULTURALES

8.1. LA JUSTICIA

326. NACIMIENTO DE LOS FUEROS DE SOBRARBE Y DEL JUSTICIA
(SIGLO XII. BARBASTRO)

Todavía no se había tomado a los moros la importante ciudad de Sarakusta y apenas se había sobrepasado el límite del pre-Pirineo, cuando la tradición legendaria hace nacer los fueros de Sobrarbe —origen de las libertades aragonesas y de la constitución política del reino—, y el Justicia de Aragón.

Cuenta la tradición legendaria que, tras una acción bélica rápida y victoriosa contra los musulmanes, unos trescientos caballeros sobrarbenses se reunieron, como era costumbre, para proceder al reparto del importante botín que acababan de conseguir, compuesto por armas, caballos, vestidos y enseres diversos, además de dinero, lo que dio origen a una gran controversia y a encarnizadas disputas, de modo que pensaron en la mejor forma de solventar de manera definitiva tan grave problema que les enfrentaba peligrosamente entre sí.

Después de largas y acaloradas deliberaciones, acordaron elegir un rey de entre uno de ellos, pero también un juez que estuviera entre ese rey y ellos mismos, al que llamaron Justicia de Aragón, y es opinión de algunos que antes eligieron al justicia que al rey.

Asimismo, antes de proceder a ambos nombramientos, como acababan de acordar, redactaron una serie de normas —que se llamarían fueros— que el monarca que saliera elegido debería jurar previamente, de manera que podría ser destronado si no las cumplía. Y, en adelante, cada nuevo rey, para serlo de forma efectiva, debería jurar que guardaría y haría guardar dichos fueros.

En virtud de este acuerdo pactado, los aragoneses han presumido siempre de que en Aragón antes hubo leyes que reyes.

[Ximénez Cerdán, Johan, Letra intimada, en Bonet, A.; Sarasa, E., y Redondo, G.,
«El Justicia de Aragón: Historia y Derecho», fol. XLIX vª. Delgado, Jesús, El Derecho aragonés, pág. 13.]

325. EUROPA BUSCA EL GRAAL


325. EUROPA BUSCA EL GRAAL (SIGLO XV. SAN JUAN DE LA PEÑA)

El Grial —o el Graal, como se le conoce en Europa—, la copa en la que bebió Jesús en la última cena, fue durante muchos siglos una de las reliquias más codiciadas y buscadas.

Casi todo el mundo admite que, una vez en Roma, fue san Lorenzo quien lo envió hacia Huesca y que luego —cuando llegaron los moros— peregrinó por el Pirineo hasta ir a parar a San Juan de la Peña, o sea, a Monsalvat para buena parte de los europeos. A partir de aquí nacen en Europa toda una serie de leyendas muchas de las cuales han cristalizado en obras teatrales, literarias o musicales de fama universal, como los dramas de Wagner, Parsifal o Lohengrín.

Aragón participó de esta corriente legendaria desde el momento que llega a Monsalvat, venido desde la corte del rey Arturo, el joven Parsifal, tras pasar por Huesca y Siresa en busca del Graal.

Ya en Monsalvat, Parsifal estuvo a punto de ver el cáliz —aquel que quien lo veía no podía morir en una semana al menos—, pero el abad pinatense le obligó a que antes hiciera méritos para ello pues, de lo contrario, podría ocurrirle lo que a su tío Anfortas, hijo de Titurel, que por ser indigno cayó fulminado ante el Graal.

Así es que Parsifal marchó de Monsalvat y se enroló con los cruzados, si bien pronto torció su camino al hacer caso a los malos consejos de la bruja Kundrie. Difícilmente hubiera podido ser digno de ver el Graal si un viejo ermitaño no le hubiera aconsejado volver al buen camino por la práctica del amor y de la caridad a su prójimo.

Cuando consideró haber acumulado méritos suficientes y, una vez nombrado «rey del Graal» por el rey Arturo, no sólo consiguió salvar a su tío Anfortas sino que, acompañado por los caballeros que le seguían, logró llevar el vaso sagrado desde Monsalvat a Oriente, donde permanecerá oculto hasta el día del Juicio Final.

[Andolz, Rafael, Leyendas del Pirineo..., págs. 177-184.]

324. EL SANTO GRIAL EN ARAGÓN

324. EL SANTO GRIAL EN ARAGÓN (SIGLO XV. SAN JUAN DE LA PEÑA)

Entre las reliquias más preciadas para los cristianos está, no podía ser menos, la copa en la que bebió Jesús en el transcurso de la última cena, tan preciada que son varias las poblaciones de Oriente y de Europa que se disputan el privilegio de poseerla y como tal la veneran y la muestran.

La legendaria tradición, en cuanto a Aragón se refiere, nos habla de cómo fue a parar la copa a manos de José de Arimatea, quien recogió en ella algunas gotas de sangre de las heridas abiertas a Jesús cuando agonizaba en la cruz. Poco después, ese cáliz fue a parar a Roma, sin duda llevado por el propio san Pedro cuando fundó la primera sede episcopal del cristianismo, y en Roma estaba en el siglo III.

Cuando tuvo lugar una de las más crueles persecuciones contra los cristianos, la ordenada por Valeriano, éste pretendió incautarse de los bienes de la Iglesia, de los que estaba encargado por el papa san Sixto el diácono oscense Lorenzo, quien pagó con su vida la osadía de entregar como bienes reales a varios pobres, lisiados y desvalidos, enviando secretamente el sagrado cáliz a Huesca, donde se hallaba cuando llegaron los moros.

Con la llegada de los musulmanes, al decir de la leyenda, comienza toda una peregrinación del cáliz por el Pirineo (San Pedro de Tabernas, Borau, Yebra de Basa, Bailo, Jaca, Siresa y, finalmente, San Juan de la Peña), aunque también lo reivindique fuera de las montañas pirenaicas el pueblo de Calcena (Cáliz de la Cena = Calcena), situado en las faldas del Moncayo, en cuyo blasón puede verse un cáliz en uno de sus cuarteles.

En San Juan de la Peña, monasterio que se vanagloriaba de poseer importantes reliquias, el Grial —el Santo Cáliz— era la más importante, puesto que había pertenecido al propio Jesús, aunque éste no era el único cáliz precioso que atesoraba el cenobio pinatense, alguno de los cuales sirvieron de moneda de cambio con los reyes aragoneses.

No es de extrañar, pues, que el rey Martín I el Humano pidiera el cáliz a los monjes pinatenses que se lo hicieron llegar a la Aljafería zaragozana. A partir de aquí, hechos históricamente ciertos nos muestran este cáliz en Barcelona, primero, y en Valencia, después, donde fue entregado por Alfonso V y donde todavía se conserva.

[Beltrán, Antonio, Leyendas aragonesas, págs. 131-133.]


320. GARCÍA AZNÁREZ TRAE A ARAGÓN LOS RESTOS DE SAN INDALECIO


320. GARCÍA AZNÁREZ TRAE A ARAGÓN LOS RESTOS DE SAN INDALECIO
(SIGLO XI. JACA)

Cuando comenzó su gobierno Sancho Ramírez, era señor del valle de Tena García Aznárez, querido tanto en la corte como en sus dominios. Pero, por causas desconocidas, un día cometió un homicidio, matando nada menos que a Céntulo de Bearn, personaje francés vinculado al rey. Temiendo la justicia regia, huyó a tierra de moros y ofreció sus servicios al rey de Sevilla al-Motamid.

Mientras esto ocurría, un viaje del abad pinatense don Sancho a Roma motivó que el papa Gregorio VII le pusiera en antecedentes acerca de la tradición existente sobre san Indalecio y los Varones Apostólicos, cuyo paradero se ignoraba, aunque se presumía que los restos de san Indalecio estaban en Urci, cerca de Almería, animándole a que hiciera algo por recuperarlos. Naturalmente, la empresa no era nada fácil, aunque las circunstancias la hicieron posible.

En efecto, pasaban los años y crecía el prestigio de García Aznárez al frente de sus huestes moras, pero también aumentaba cada vez más su nostalgia por la patria perdida. Por fin quiso expiar sus pecados acudiendo como peregrino penitente a San Juan de la Peña, cuyo abad, don Sancho, que era pariente suyo, y éste le encargó la misión de regresar a Andalucía y traer al cenobio pinatense los restos de San Indalecio, que se hallaban en Urci.

El proscrito y arrepentido caballero García Aznárez recibió la ayuda de dos monjes pinatenses, Evancio y García, que le acompañaron en la larga expedición de más seis meses, que se vio dificultada por el hecho de que los reyes de Sevilla y Almería estaban entonces en guerra. Lo cierto es que sólo pudieron dar con los restos del santo cuando un ángel se apareció una noche a Evancio y le reveló el lugar exacto del osario de san Indalecio.

Tras un largo y penoso camino de regreso, un Jueves Santo del año 1084 llegaban los despojos de san Indalecio a San Juan de la Peña, siendo recibidos fervorosamente por la comunidad, por el rey Sancho Ramírez y su hijo, el infante Pedro, así como por una muchedumbre de devotos que allí se congregaron. El proscrito García Aznárez se hacía acreedor al perdón real y el monasterio pinatense ganaba un inmenso tesoro que, cien años más tarde daría origen al «voto de san Indalecio» al que se adhirieron 238 pueblos de las montañas de Jaca.

[Aznárez, Juan F., «San Indalecio...», El Pirineo Aragonés, 5.286, Jaca (1985). Mur Saura, Ricardo, Geografía medieval..., págs. 16-18.]

292. EL MAS DE FERRER, BENABARRE

292. EL MAS DE FERRER (SIGLO XV. BENABARRE)

292. EL MAS DE FERRER (SIGLO XV. BENABARRE)


Siguiendo con la ruta que se había trazado por el Somontano y el Pirineo (Barbastro, Graus y Aínsa), Vicente Ferrer, algo avanzado ya el verano de 1415, fue a parar a tierras de Benabarre. Como en el resto del recorrido, familias enteras, entre enfervorizadas y curiosas, acudieron a oír su palabra. No había camino por el que no llegaran a Benabarre, casi en peregrinación, los habitantes de todos los pueblos aledaños.

En esta ocasión, el fraile dominico se trasladó un día desde Benabarre al cercano Mas de la Pudiola, una de las muchas masadas que hay diseminadas por toda la comarca. Allí fue recibido con grandes muestras de cariño y respeto por sus masoveros, que le sentaron complacidos a comer a su mesa. Cuando al cabo del rato intimaron un poco, Vicente Ferrer les pidió que, en recuerdo de aquella corta pero entrañable visita, cambiaran el nombre que desde siempre había tenido la masada por el de Mas de Ferrer. Lo meditaron sus dueños y por eso se le conoce hoy así.

Este curioso suceso no hubiera dejado de ser una mera anécdota si doscientos setenta y cuatro años después, es decir, en 1689, en vísperas del día de san Vicente, no hubiera fallecido la entonces dueña del mas, doña Felipa de la Casa, devotísima del santo.

Decidieron trasladar el cuerpo de esta mujer desde la que había sido su morada hasta el convento de Nuestra Señora de Linares de Benabarre. Durante la media hora de camino y más de cuatro horas que duró el oficio, ardieron de veinticinco a treinta hachones. Cuando todo terminó, viendo que los hachones permanecían casi intactos los pesaron. Su peso era el mismo que cuando los sacaron de la bodega. Sin duda alguna, el santo valenciano había intervenido en hecho tan portentoso.

[Vidal y Micó, Francisco, Historia de la portentosa vida..., págs. 231-232.]


Benabarre (Benavarri en chapurriau ribagorzano) es una localidad y municipio español de la Ribagorza, en la provincia de Huesca, Aragón. Es la capital histórico-cultural de la comarca y la antigua capital del condado de Ribagorza. Forma parte de La Franja del meu cul, oriental, de municipios aragoneses en los que se habla chapurriau ribagorzano. En algunos textos antiguos aparece como Benabarri.​ Benabarre se encuentra en el Prepirineo, a 90 km de Huesca y 65 km de Lérida, a una altitud de 792 m, en un pequeño sinclinal entre los ríos Ésera y Cajigar. La mayor parte del territorio, no obstante, pertenece a la cuenca del Noguera Ribagorzana. Al norte se encuentra la Sierra del castillo de Laguarres y al sur la Sierra del Montsec. Por su término municipal pasa la carretera N-230 que une Lérida y el Valle de Arán.


Es una población muy antigua, probablemente la "Bargidum" o "Bargusia" de los romanos y se dice que fue adjudicada a los árabes tomando el nombre de su primer señor Aben Avarre (Ibn Avarre). ​Fue conquistada al Islam en torno al año 1062 (aunque no existe documento alguno que acredite la fecha exacta). Lo que es indudable es que se ganó para el Reino de Aragón por su rey Ramiro I de Aragón dentro de la misma campaña militar en la que éste conquista, inmediatamente al norte de esta localidad, las plazas de Luzás, Viacamp, Litera, Tolva, Laguarres y Lascuarre y, justo al sur de la misma y al norte de Purroy y Caserras, la partida de Falces, Falcibus, de una de cuyas casas y sus alodios ese rey concede franquicia a Agila de Falces y sus hermanos el 1 de febrero de 1067 (según se documenta en esa fecha).​ Fue la capital del Condado de Ribagorza hasta que en la Guerra de la Independencia las tropas francesas de Napoleón decidieron hacer de Graus la capital de la región, a modo de represalia contra los habitantes de Benabarre. Después de esto, Benabarre dejó de ser la capital administrativa pero sigue siendo el centro cultural de la Ribagorza. Durante la primera guerra carlista (1833-1840) fue una de las poblaciones que más sufrió de las de la provincia de Huesca.


Núcleos de población del municipio: 

Aler. Término agregado a Benabarre antes de 1930. Situado a 669 metros de altitud y en la cuenca del Río Ésera. 16​ Al noroeste del lugar se encuentra la ermita de Nuestra Señora de las Ventosas.​ Antenza. Situado en la margen izquierda del Río Cajigar. Pertenece a Benabarre desde 1974. El castillo del pueblo fue el origen de la Baronía de Entenza.​ Benabarre (capital del municipio). (Sus calles mantienen una estructura medieval). Situado a 1 km al norte se encuentra el antiguo monasterio dominicano de Nuestra Señora de Linares.​ Caladrones. Está situado en una colina en la margen izquierda del Río Guart. Del antiguo Castillo de Caladrones sólo queda la torre. En 1974, el término municipal de Caladrones junto con sus pueblos: Caladrones, Ciscar y Antenza, se anexionó al de Benabarre. Castilló del Pla. Situado al pie de la Sierra de la Corrodella, a 762 metres d'altitud. Antiguamente formaba parte del municipio de Pilzán.​ Ciscar. Situado a 591 metros de altitud en la margen derecha del Río Cajigar.​ Estaña. Está situado a 716 metros de altitud en la sierra que separa el Río Guart y las aguas de la Sosa (Río Cinca). Pilzán. A 905 metros de altitud sobre el nivel del mar. Hasta 1972 fue un municipio independiente. Las entidades de población que comprendía el término eran: Estaña, Castilló del Pla, los despoblados de Penavera y Cabestany,​ y la quadra d'Andolfa.​ Purroy de la Solana. Situado encima del barranc del Molí. Término independiente hasta 1974.​ El municipio comprendía la ermita de Nuestra Señora del Pla.

270. EL VATICINIO DE SAN VALERO


7.3. LOS SANTOS

270. EL VATICINIO DE SAN VALERO (SIGLO IV. CASTELNOU)

270. EL VATICINIO DE SAN VALERO (SIGLO IV. CASTELNOU)


Es bien conocido por la historia cómo san Valero, enfrentado con las autoridades civiles valencianas, se vio conminado a abandonar la ciudad del Turia y la región levantina, para ser confinado durante el resto de sus días en un pueblecito llamado Anento, perdido en medio del Pirineo, donde debería sobrellevar su ostracismo.

Conminado por las autoridades, preparó el religioso a toda prisa sus escasas pertenencias para iniciar el viaje al que se veía obligado, poniéndose en camino con una limitada comitiva dispuesta para ayudarle a sobrellevar tan largo, incómodo y peligroso desplazamiento. Naturalmente, el viaje constituyó toda una odisea, provocada por la sucesión de numerosas etapas debidas a la enorme distancia y a la lentitud de los medios de transporte de la época.

Una de esas múltiples y agotadoras etapas finalizó en el pueblecito actualmente turolense de Castelnou, donde fue recibido y atendido con cariño por sus habitantes, pesarosos por el destierro que se veía obligado a cumplir el religioso. No se detuvo en Castelnou nada más que el tiempo preciso para descansar hombres y caballerías, pero, no obstante, se ganó la comprensión y el afecto de todos sus habitantes.
Cuando la comitiva estuvo preparada y a punto de despedirse y partir para cubrir la etapa siguiente, Valero, en la puerta de la iglesia y mirando al cielo, profetizó —hablaba sin duda con carácter general— que en Castelnou no habría jamás infieles, teniendo en cuenta, sin duda, las firmes convicciones religiosas de los habitantes de aquel momento, firmeza que con toda seguridad transmitirían a las generaciones venideras.

La leyenda acaba asegurando que, en virtud de este vaticinio y de la protección especial que san Valero siempre le dispensó, el pueblo de Castelnou no fue ocupado nunca por los musulmanes, a pesar de haberse extendido éstos por toda la Península, como es bien sabido.

[Bernal, José, Tradiciones..., págs. 179-180.]




267. LOS PEREGRINOS ESCULTORES, BOLTAÑA


267. LOS PEREGRINOS ESCULTORES (SIGLO ¿XIV? BOLTAÑA)

267. LOS PEREGRINOS ESCULTORES (SIGLO ¿XIV? BOLTAÑA)


Boltaña, cuyas casas se concentraban a orillas del Ara de aguas limpias, era toda quietud. Cada boltañés se dedicaba en paz a su trabajo y las horas se desgranaban lentas. De cuando en cuando, buscando el amparo de su hospital y de su hospedería, llegaban romeros que se detenían para reparar fuerzas antes de proseguir el camino de nuevo. Eran extraños por ser forasteros, pero no eran extrañados. La quietud y la calma de la villa se rompían mientras ellos estaban allí, pues en torno a cada uno de ellos solían arremolinarse sus gentes a la vuelta del trabajo para oír las historias de sus andanzas.

Llegaron en cierta ocasión juntos dos peregrinos de mediana edad, extranjeros ambos, que muy pronto intimaron con los habitantes de la villa. Les llamó mucho la atención —y así lo hicieron notar en las conversaciones— la carencia en la iglesia colegial de un Crucifijo, ofreciéndose ambos a tallar uno si se les proporcionaba el material necesario y se les procuraba un local adecuado para trabajarlo. No pedían a cambio más que lumbre, una pitanza al día, agua y sosiego, accediendo a todo ello los boltañeses, con su cura a la cabeza.

Se encerraron ambos romeros en una cámara que mal iluminaba una pequeña ventana cercana al techo. Transcurrió una semana y pasaron más días sin dar señales de vida, tantos que comenzaron a sospechar las gentes de Boltaña si no habían sido engañados. La inquietud pudo con ellos y, tras deliberar sobre qué hacer, determinaron entrar en la estancia a pesar de lo pactado. Forzaron y abrieron la puerta de par en par, pero la sorpresa fue enorme pues dentro no había nadie: la burla se había consumado.

Sin embargo, cuando las lamentaciones por la astucia y el descaro de los falsos artífices era ya un clamor, un muchacho reparó que, sobre un tronco de árbol que había en un rincón, reposaba un Crucifijo cubierto con un paño y estaba tan hermosamente tallado que parecía haber sido cincelado por las manos de los propios ángeles.

Con sumo cuidado y reverencia, los congregados llevaron a la colegial el Crucifijo, que muy pronto se convirtió en objeto de veneración no sólo en Boltaña sino en toda la comarca. Lo curioso es que nadie se atrevía ni siquiera a nombrar a los romeros que habían sido sus artífices.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 117-118.]


https://www.pasoapalmo.com/sobrarbe-entorno_boltana-boltana-colegiata_san_pedro.htm

Boltaña es uno de esos lugares que invitan al descubrimiento sosegado, sin prisa, envolviéndose el visitante en una cálida aventura que lo lleva a perderse entre calles estrechas, admirando casas típicamente pirenaicas recubiertas de nobles historias, y atravesando el caserío junto a sus hospitalarios y dicharacheros habitantes.
Boltaña se encuentra al final del valle del río Ara, casi cuando éste llega al encuentro del Cinca, confluencia que se produce en Aínsa, población con la que comparte la capitalidad del Sobrarbe.
Parece ser que esta villa era la capital de la conocida como Boletania en época romana, nombre que parece ser raíz etimológica de su denominación actual. (boletus ?)
Como en muchas otras poblaciones del Alto Aragón, al llegar, podemos vislumbrar la historia del lugar sólo por su estructura urbana: una localidad nacida al amparo de una fortaleza defensiva, como parece norma para toda la zona fronteriza entre territorio cristiano y musulmán, allá por los siglos X y XI. Así, observamos cómo el castillo se encuentra ubicado en la zona más alta y abrupta del municipio. Su origen parece ser musulmán pero fue cristianizado tras su conquista en el siglo XI.
El caserío y el entramado urbano de Boltaña, que comprende uno de los cascos históricos más grandes del Pirineo Aragonés, nos trasladan a épocas pasadas gracias a unas calles empinadas que se pierden en un laberinto vial flanqueado por algunas de las casas más singulares y bellas del Pirineo Aragonés. Unas casas de piedra, de poderosas proporciones y de factura sobria que además de poseer gran robustez, transmiten gran calidez en sus interiores. Destacan algunos ejemplos, como casa Simón, con su hermosa aunque transformada torre (siglo XVI), casa Carruesco, casa Núñez, o casa Don Jorge (quizá del siglo XVII), vivienda torreada sita en la calle Mayor de la localidad. No podemos olvidar las características chimeneas troncocónicas que embellecen los tejados, y que se perfilan incólumes cada vez que nos atrevemos a alzar la mirada hacia el cielo.
La colegiata de San Pedro, parroquial gótica de la ciudad, es una de las iglesias más monumentales de Aragón. Aunque sus orígenes se instalan en la Baja Edad Media (siglo XV), la mayor parte de su estructura y decoración corresponde a una serie de mejoras y transformaciones sufridas entre los siglos XVI y XVII. Destaca entre sus muros, el coro, sillería que procede del Monasterio de San Victorián, obra lignea de Pedro de la Guardia.
Uno de los reclamos turísticos más monumentales y bellos de Boltaña es el Monasterio de la Virgen del Carmen, fundado en 1651 sobre la antigua ermita del Espíritu Santo, a las afueras de Boltaña, cerca de Margudgued. Tras la desamortización de Mendizábal, y tras diversos usos a que fue sometido, a finales del siglo XX fue rehabilitado y convertido en hotel de cinco estrellas. Algunos templos religiosos, de carácter popular, que también pueden ser visitados, son las ermitas de Santa Lucía, Santa Bárbara, San Sebastián, San Andrés, San Pablo (desaparecida) y San Gil, todas ellas de entre los siglos XVI y XVIII.
Boltaña posee, además, una zona de baño, o poza, llamada Piscina Natural de la Gorga, una zona refrescante de aguas tranquilas a orillas del río Ara.

Boltaña posee, además, una zona de baño, o poza, llamada Piscina Natural de la Gorga, una zona refrescante de aguas tranquilas a orillas del río Ara.

El turismo es una de las bazas del municipio, contando con numerosas instalaciones acondicionadas como hoteles, camping, el área recreativa de Villaboya, etc. No podemos olvidar los rasgos y costumbres propias de la zona, personificadas en el “palotiau”, danza que se interpreta en actos religiosos y fiestas de la ciudad, o en el conjunto musical más famoso del Pirineo Aragonés, La Ronda de Boltaña.
Celebra sus fiestas el 25 de enero, festividad de la Conversión de San Pablo, el 14 de septiembre, con motivo del Lignum Crucis, y el tercer fin de semana de agosto, convirtiéndose la Plaza Mayor de Boltaña en un hervidero de gente danzando en alegría y fraternidad.

lunes, 22 de junio de 2020

255. ANTECEDENTES DEL MONASTERIO DE TRASOBARES

255. ANTECEDENTES DEL MONASTERIO DE TRASOBARES (SIGLO XI. TRASOBARES)

255. ANTECEDENTES DEL MONASTERIO DE TRASOBARES (SIGLO XI. TRASOBARES)


Estamos en Jaca, capital del reino. Sancho Ramírez, rey de los aragoneses, estima que debe coordinar sus esfuerzos con los cristianos de Castilla para oponer un frente común a los musulmanes que dominan el valle del Ebro. Prepara, pues, un viaje a tierras castellanas, que debe hacerse con toda discreción para no levantar sospechas.

Acompañado solamente por un criado, emprendió el viaje disfrazado de arriero y, tras cabalgar día y noche, ambos se perdieron en el camino. Estaban en tierra de moros y, por lo tanto, temerosos de caer en sus manos. De repente, el canto de un gallo al alborear el nuevo día les indicó que se hallaban cerca de un poblado. Decidieron hacer un alto y redoblaron la vigilancia para no verse sorprendidos por los vigías moros.

El criado, con sumo cuidado, se adentró en la desconocida población y, dirigiéndose a una de las casas de su barrio mozárabe, le proporcionaron las vituallas necesarias para proseguir el viaje y le informaron que el poblado se llamaba Trasobares. Luego, durante el retorno junto a don Sancho que le estaba esperando ansioso, en medio de una intensa y casi cegadora luz, vio una imagen de la Virgen. Se sintió emocionado y sorprendido, y corrió cuanto pudo para contarle al rey lo que acababa de sucederle.

A pesar del peligro que suponía, los dos fueron al lugar de la aparición. Entonces, el rey, con sumo cuidado, tomó y envolvió la imagen entre paños y, tras acomodarla en la silla de su montura, decidió suspender el viaje a Castilla y regresar a Jaca sin dilación para, una vez allí, ir a depositar la imagen en el monasterio de San Pedro de Siresa.

Años más tarde, Alfonso I el Batallador reconquistó Trasobares para Aragón. A petición de los cristianos del pueblo, el rey ordenó devolver la imagen al lugar donde se apareciera, construyendo para ella una ermita, germen del monasterio femenino cisterciense que allí se fundaría, cuya sala capitular sería presidida por la imagen, de manera que pronto se le conocería como Nuestra Señora del Capítulo.

[Bernal, José, Tradiciones..., págs. 78-79.
Sánchez Pérez, José A., El culto mariano en España, págs. 112-113.]


El origen de la villa actual es medieval, y debe su existencia al monasterio de monjas cistercienses o «bernardas» fundado en dicho lugar en el siglo XII. La elección de este apartado lugar, en el somontano del Moncayo y a orillas del río Isuela, para dicha fundación se debe a la aparición de la Virgen María al mismísimo rey de Aragón, Sancho Ramírez, allá por el año 1092, en este lugar. Al parecer, y según la tradición, por estas fechas el rey Sancho Ramírez emprendió una peligrosa expedición desde Aragón a Castilla para entrevistarse con el rey castellano Alfonso VI. Para ello tuvo que atravesar las tierras del poderoso reino taifa de Zaragoza. De incógnito, y con solo unos criados por compañía, Sancho Ramírez emprendió el viaje por «caminos ocultos», según dice la tradición. Ya cerca de Castilla el rey y compañía acamparon para pasar la noche en una hondonada junto al río Isuela, lugar donde encontraron la acogida de tres leñadores cristianos y sus familias que vivían en unas cabañas en este lugar. Aquella noche, mientras el rey dormía un gran resplandor iluminó el lugar, tanto que los gallos comenzaron a cantar. Asombrados, los presentes presenciaron la aparición de la Virgen rodeada de ángeles que la veneraban. Una vez acabado el prodigio, y vuelta la oscuridad, los presentes, al acercarse al lugar donde se había producido el hecho, descubrieron una imagen en madera de la Virgen que el rey Sancho decidió llevarse a Aragón a su vuelta de Castilla. Así la imagen fue trasladada al monasterio de Siresa, en el Pirineo. El rey Alfonso I el Batallador, hijo de Sancho Ramírez, reconquistó toda la zona de Trasobares en fechas posteriores a 1118 y, a petición de la gente que habitaba el lugar, llamado ya «Trium Obantium» o «Tres Obares» —Tres vencedores— en recuerdo de los tres leñadores que habían conservado el lugar para los cristianos, devolvió la imagen a su lugar de origen, fundándose una pequeña ermita para su veneración. Textualmente el privilegio firmado por El Batallador dice: «volo enim ut restituatis supradictam imaginem sindicis vel procuratoribus loci Trium Obantium». La tradición ha conservado incluso el nombre de aquellos «tres vencedores»: Hernando Sánchez, García Aznar y Beltrán Gascón. Son apellidos que históricamente se encuentran en el pueblo, lo que da verosimilitud a la tradición. Posteriormente, sobre 1168, se produjo la fundación del monasterio ya citado, alrededor del cual creció una pequeña villa, que fue Trasobares. Fue una dama noble castellana, doña Toda Ramírez, tercera abadesa del monasterio navarro de Santa María de la Caridad de Tulebras, quien lo fundó tras pedir a la reina Petronila de Aragón el lugar donde se encontraba la pequeña ermita dedicada a la Virgen como sede de este nuevo monasterio para hijas de «ricos hommes» (homnes, homines, etc) de Aragón. Previamente la animosa dama había viajado hasta París para entrevistarse con Bernardo de Claraval, fundador del Císter y futuro santo, para solicitar su permiso para esta fundación. El privilegio de fundación lo concedió el rey Alfonso II el Casto, en 1188. Este privilegio incluía el señorío de la villa de Trasobares, a las que ya a finales del siglo XII se añadiría la donación de los términos de Aguarón y Tabuenca, lo que convirtió a sus habitantes en vasallos del monasterio. También recibió el monasterio otros privilegios, como los de pacer sus ganados en diversos lugares del reino, tal como lo hacían los ganados reales. La iglesia del monasterio quedó dedicada a Santa María de los Ángeles, en alusión a las circunstancias de la aparición de la Virgen a Sancho Ramírez. El monasterio, que nunca fue grande en capacidad —unas treinta monjas, más sirvientes—, quedó sujeto espiritualmente al gran monasterio cisterciense del otro lado del Moncayo, Santa María de Veruela. La llamada Guerra de los dos Pedros, entre Pedro IV de Aragón y Pedro I de Castilla, entre 1356 y 1369, supuso el primer quebranto importante en la vida del monasterio, al estar cerca de la frontera castellano-aragonesa. En 1357 el ejército castellano destruyó las villas de Trasobares y Calcena, teniéndose que refugiar sus habitantes en el cercano castillo de Tierga, aguas abajo del Isuela. Las monjas eligieron retirarse a Aguarón, en tierras de Cariñena, junto a Cosuenda, lugar más lejano y seguro, y que les pertenecía. El Compromiso de Caspe (1412) supuso la inesperada ruina del convento. La abadesa de Trasobares, Violante de Luna, se negó (ja ja ja !!) a aceptar el fallo que nombraba rey de Aragón al castellano Fernando de Antequera, un Trastámara, (descendiente de los reyes de Aragón) ya que los Luna apoyaban al candidato Jaime de Urgel. En una novelesca peripecia la abadesa huyó de Trasobares, refugiándose en el castillo de Loarre junto con su primo, y, dicen, que amante, Antón de Luna, cabeza de los partidarios «urgelistas» en Aragón e instigador del asesinato del arzobispo de Zaragoza García Fernández de Heredia, partidario de Fernando de Antequera. Tras un riguroso asedio que duró un año, y que sobrepasó en duración y tenacidad al que el propio candidato al trono, Jaime de Urgel, (Jayme Darago) llevó a cabo al castillo de Balaguer, la abadesa «guerrera» fue detenida y se dispuso su traslado al castillo de Sora, en las Cinco Villas. Pero nuevamente Violante (Yolanda) volvió a fugarse sirviéndose de un falso salvoconducto. El Papa Benedicto XIII, otro Luna (Papa Luna) y tío de la abadesa rebelde, actuó expeditivamente, tal vez para demostrar al nuevo rey la fidelidad de su familia; excomulgó a la abadesa, que incluso había tenido un hijo con su primo, ordenó a las monjas abandonar el convento de Trasobares, trasladándolas nuevamente a Aguarón, y ordenó su demolición, a excepción de la iglesia. El castigo incluía además la prohibición de que las monjas se llevaran la imagen de la Virgen de Trasobares. Durante el derribo del convento se cuenta que se produjo el milagroso suceso de que al caer un cascote sobre la nariz del niño Jesús que sostiene la imagen de la Virgen, de ella manara sangre. Dicho suceso dicen ocurrió porque la imagen, desde siempre, no se encontraba en la iglesia del convento —que no se derribó—, sino en la sala capitular, lo que le valió a la talla el otro nombre, aparte del de «Nuestra Señora de los ángeles», que ostenta y que es más popular: «Nuestra Señora del Capítulo». Otro hecho prodigioso del que se da noticia sucedió durante la ausencia de las monjas. Un día los habitantes de la villa escucharon el canto de la salve en la iglesia, a la hora en que las monjas lo solían realizar. Al entrar en la iglesia, pensando que las monjas habían vuelto, se la encontraron vacía, por lo que tuvieron por cierto que habían sido los propios ángeles los que habían cantado la Salve. Hasta 1419, por medio de una bula del Papa Martín V, no fueron autorizadas las monjas a regresar al monasterio, reconstruyéndolo en su totalidad excepto la iglesia. La vida de la comunidad monástica, y de la villa, continuó apaciblemente, aunque con sobresaltos como el del 18 de enero de 1810, en plena Guerra de la Independencia, cuando una partida francesa apresó al párroco del pueblo, Manuel Sancho, saqueando el archivo parroquial y desapareciendo varios libros antiguos y dinero. El monasterio pervivió hasta 1837, fecha en que la Desamortización de Mendizábal desalojó a las monjas - quedaban diez - del lugar y las agregó a las del monasterio de santa Lucía en Zaragoza. Sin embargo, unas pocas fueron al monasterio de Tulebras (Navarra), llevándose el rico báculo de plata que el Papa Luna (Benedicto XIII) había regalado a la abadesa Violante de Luna. Actualmente dicho báculo se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Las propiedades del convento pasaron, teóricamente, a manos particulares. Sin embargo, solo un par de edificios fueron adquiridos por estos, quedando el resto abandonado y arruinándose con el tiempo.

250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA

250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA (SIGLOS XIV-XV. PINA DE EBRO)

250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA (SIGLOS XIV-XV. PINA DE EBRO)


Como en tantos y tantos pueblos de Aragón, lo mismo que ocurriera tras la conquista musulmana —cuando los cristianos (los mozárabes) pasaron a ser minoría dominada—, después de la reconquista se volvieron las tornas: la población musulmana (los mudéjares) quedó en franca inferioridad, aunque cuidadosamente protegida por los reyes. No obstante, aunque la tolerancia mutua fue la tónica general, en muchos lugares la convivencia se hizo difícil en momentos concretos. Uno de esos pasajes tuvo por escenario a Pina de Ebro.

Por razones que no vienen al caso, las relaciones entre cristianos y moros se deterioraron con el paso del tiempo. Residían estos últimos en la morería, el actual barrio llamado de la Parroquia, y eran muy aficionados a la lidia de toros, diversión a la que se entregaban de cuando en cuando dentro del recinto de su propio barrio.

Conocedores de esta afición, idearon los cristianos la manera mejor en que la podían aprovechar para lograr su objetivo, de modo que prepararon y anunciaron la lidia de un enorme toro que llevaba fama de ser muy bravo —lidia que, sin duda, es el antecedente del «alarde» actual— y todo el mundo se echó a la calle, incluidos los mudéjares, que no quisieron perderse la ocasión.

Cuando el festejo se hallaba en pleno apogeo, los mozos cristianos hicieron que el toro, magistralmente dirigido con las sogas, cercara y acorralara a los moros hasta obligarles a huir de la población para ponerse a salvo. Luego, apostados en los lugares estratégicos y pertrechados con todo tipo de armas, impidieron que los moros pudieran regresar a sus viviendas.

Ante la gravedad de la situación, optaron los moros por caminar hasta la entonces existente población de Alcalá, cuyas casas se elevaban entre Pina y Gelsa, donde hallaron acomodo entre la mayoritaria población mudéjar. La morería de Pina quedó desierta y sus habitantes vivieron desde entonces en el exilio.

Parece ser que para recordar y conmemorar el día en que sucediera la diáspora mudéjar, los cristianos organizan secularmente el llamado «alarde», en el que el toro es el principal protagonista.

[Datos proporcionados por Pilar Pérez, profesora del Colegio «Ramón y Cajal». Pina.]


Toro de Sogas “24 DE JUNIO: Cuando Josué detuvo el sol: fiesta de la festividad de Juan, hijo de Zacarías…” (año 961) La leyenda del toro de San Juan está algo alejada de la realidad; a veces, es más interesante creer en la historia inventada que en los hechos reales. Según cuentan nuestros mayores, la fiesta se establecía en memoria de la expulsión de los moros que vivían en el barrio de la Parroquia. Para arrojarlos de Pina, los cristianos idearon ensogar a un toro, diversión a la que eran en extremo aficionados, los acorralaron obligándoles a huir, y no se les permitió entrar más. [read more=»Leer más» less=»Leer menos»] Demetrio Brisset nos dice que, si deseáramos conocer la herencia festiva de los Iberos, uno de los emplazamientos claves puede ser junto al accidente geográfico que les impuso el nombre: el padre río Ebro, Iberus antes de Cristo: “…será en el pueblo fluvial de Pina, donde a mediados del siglo XIX aún se celebraba el “alarde de San Juan”, en el que encontramos unidos la mayoría de los elementos que debieron intervenir en las fiestas solsticiales ibéricas: (río, albadas, guerreros, procesión de un toro, diálogo de pastores, pantomima de la bruja, peleles carnavalescos, banquetes, baile), la mezcla es explosiva…” La vieja tradición romana, hacía del toro uno de los animales sacrificados ritualmente. En las fiestas religiosas, se vincula la agricultura con la guerra, realizaban ceremonias tales como las bendiciones de las liones, el adorno del ganado, los lupercales (dos jóvenes disfrazados con pieles de cabras y ungidos con sangre del mismo animal golpeaban con látigos a todas las mujeres que encontraban, tirándolas al suelo de las piernas) y con estos ritos se obtenía la fecundidad. Al asentarse los visigodos en la Península Ibérica y convertirse al cristianismo, vinculan el extendido culto hispano a San Juan con el solsticio de verano, que en sus tierras de origen era uno de los ejes del ciclo anual. El día de San Juan era un día cargado de significado; en esta fecha vencían los contratos de arrendamiento y salían los clérigos en busca de los diezmos, conocedores de que los agricultores cerealistas se hallaban en plena siega. De ahí el origen de la copla: Matutes* de Pina Matutes* serán Que llevan el toro Delante de San Juan * Matutes significa acción de eludir el impuesto de consumos Los cronistas aragoneses de aquella época desestiman tajantemente que un toro interviniese en la expulsión de los moros. La realidad es que la aljama de Pina fue pasada a cuchillo a finales del siglo XVI por montañeses del Pirineo, mandados por Antonio Marton, y empeñados en exterminar a los moros del valle del Ebro para vengar la muerte de un pariente en Codo a manos de un morisco, ayudados por catalanes rebeldes comandados por Barber. La guerra de montañeses y moriscos había comenzado unos años antes con una serie de disturbios. Los cronistas también dan cuenta de éstos hechos y nos hablan del “correr de los toros en Pina” como algo corriente y famoso en el pueblo. “…durante la celebración del correr de los toros en Pina, los moriscos de xelsa y unos pastores llamados los Pintados tuvieron gran pelea por que toro debía ocupar el tercer lugar…”. Fray Marco de Guadalaxara y Xavierre (Memorable Expulsión y justísimo, 1613) La fiesta del toro enmaromado de Pina constituye un eslabón más en la larga cadena de ritos y fiestas en un país donde la figura del toro ha tenido siempre una concepción mágico-religiosa, y donde las antiguas tradiciones en torno a las suertes del toro y a la tauromaquia han sufrido a lo largo de los siglos un proceso cambiante, trocando lo que en un principio fue un rito cargado de simbolismo en una tradición lúdica y festiva. La razón por la que se instituye el festejo ha estado vinculada siempre más a la leyenda que a la realidad. Pero no olvidemos que historia y leyenda, muchas veces caminan juntas. En el siglo XII, durante la reconquista, había una leyenda que decía así: “…La noche de San Juan cuando los cristianos iban a sacar la procesión con el santo titular pero no pudieron hacerlo por la presencia de los árabes. Cuentan que entonces salió un toro bravo que arremetió contra los infieles huyendo despavoridos. Se celebró con salvas y los cofrades de San Juan decidieron que al año siguiente llevarían un toro en la procesión, abriendo camino a la peana del santo para rendirle tributo…” La tradición alcanzó su máximo esplendor en el siglo XVIII. En el año 1722 se renuevan los estatutos de la cofradía y se realizan mejoras en la fiesta. La cofradía siempre fue la encargada de pagar la fiesta de San Juan y suministrar el toro. Sabemos que en 1609 debía estar bastante formada ya que sus ingresos no sólo provenían de las cuotas y penas de sus socios, sino también de su actividad ganadera y agrícola; entre sus ganancias estaban la venta de reses, lana, carne mortecina, etc. Cuando la cofradía pierde sus propiedades para la guerra de la Independencia, sigue costeando los gastos realizando rifas en la localidad. En 1908, durante el reinado de Alfonso XIII, el ministerio de la gobernación dicta una real orden con fecha de 5 de febrero que dice: “…la costumbre arraigada en muchas localidades de organizar capeas o corridas de toros en calles y plazas públicas sin las precauciones necesarias para evitar desgracias personales exige V.S. adopte las medidas indispensables a fin de que no consienta en adelante esos peligrosos espectáculos.”. Don Juan de la Cierva La fiesta deja de celebrarse y la cofradía se disuelve, entregando sus propiedades materiales (portapaz, busto, tallas, etc) a la cofradía de la Dolorosa y los Blancos. “…En Pina, pueblo de la provincia de Zaragoza, existía una costumbre singular: para la festividad de San Juan Bautista se celebraba una procesión en la que abría la marcha un toro. Existía en el término de dicho pueblo una ganadería de cierto renombre, la de Ferrer, y a ella solían acudir para coger el toro que había de tomar parte en el religioso cortejo. En la madrugada de la fiesta se reunían los vecinos en la casa del mayordomo de la Cofradía, quien, siguiendo tradicional costumbre, les obsequiaba con un refresco. La gente moza se dirigía a un corral en el que desde la tarde anterior estaba enchiquerado el toro que se destinaba al singular rito, y que procuraban fuera de libras y buen trapío. Derribaban a la res y la enmaromaban con una fuerte cuerda por el arranque de la cuerna, dejando los dos cabos de ella sueltos y largos, y sujetándola por ellos, se encaminaban al encuentro de la procesión. Tras la bandera de la cofradía salía ésta, y el toro de tal manera sujeto, abría marcha como batidor. Unas veces el toro avanza y abre calle a la procesión, otras se para y la detiene, y no pocas retrocede y la descompone; así entre avances, paradas, sustos, estrujones, gritos, carreras, tiros, risas y tumbos, acaba la procesión su accidentada carrera, durante la cual el santo está guardado como merece y a usanza de real persona por cuatro alabarderos -albarderos les llaman allí- que, provistos de sendas partesanas, defenderían, cuando los puños que sujetan a la res faltasen, la sagrada imagen. También el zaguanete de alabarderos tiene, como toda esta procesión, su detalle original: bajo el sombrero apuntando que lucen asoma el pañuelo del baturro, cuya lazada cae en chillona nota de color, produciendo cómico efecto, sobre la oreja de los espetados guardias. La procesión queda en la iglesia, y en la espaciosa plaza se lidia un rato el toro, mientras los individuos de la cofradía del santo bailan la “caracola”, complicada combinación coreográfica, cuyas evoluciones no logran aterrar ni aún las frecuentes aproximaciones del cornupeto; y acabada la fiesta, se corta la cuerda del toro, que sale en dirección al soto donde pastaba, soliendo repartir al paso algún que otro achuchón al que encuentra en su carrera. La tradición popular asegura que tal costumbre proviene del tiempo de los moros, que como se opusieran a la salida de la procesión, hicieron que los testarudos baturros dispusieran que un toro la abriera calle, con lo que amedrentados los infieles no osaron interrumpir su paso.” ALREDEDOR DEL MUNDO” Don R.Mainar Lahuerta (año 1900) En 1984 el Ayuntamiento al frente de una comisión , se hace cargo de la recuperación con todo el esplendor de antaño, continuando así hasta nuestros días. En 2012 se ha creado la Asociación Cultural Toro de Sogas de Pina de Ebro, cuya misión es difundir y potenciar la fiesta del toro de sogas de Pina de Ebro en colaboración con el Ayuntamiento. PAIROS DE SAN JUAN Antiguamente, «pairo» era una expresión que cayó en desuso, no es que se llamase Pairo al muñeco, se decía cuando lo veían “está al pairo”. Según el diccionario etimológico de la lengua castellana: Pairo es el derivado de pairar “soportar, aguantar, tener paciencia”. En la actualidad hablar de “Pairo” es hablar del muñeco que se coloca por las calles en la fiesta de San Juan, con la finalidad de provocar la distracción del toro en su recorrido, permitiéndole demostrar su bravura, ya que tiene delante un bulto que se mueve al que puede atacar con violencia y agresividad. Aunque el punto de mira a la hora de colocar estos muñecos siempre es el toro, también se persigue que el recorrido resulte más llamativo y atractivo para las personas que acompañan al animal. ALABARDEROS El Real Cuerpo de Alabarderos fue fundado en 1504, su misión consistía en defender al monarca. De los alabarderos de Pina se tienen pocas noticias, se sabe que en 1722 se renuevan los estatutos de la cofradía de San Juan, en ellos se nos explica que antiguamente el traje de “alabardero” lo utilizaban todos aquellos que habían sido “mayordomos”, pero esta costumbre había caído en desuso. Se establece en nuevo estatuto en el que deben llevar riguroso uniforme el mayordomo, cuatro sargentos, un abanderado y un reducido número de soldados. En 1984, cuando se recupera la fiesta vuelve a formarse un grupo de alabarderos.

239. OROSIA MUERE A MANOS MUSULMANAS

6.2. RELACIONES PROBLEMÁTICAS

239. OROSIA MUERE A MANOS MUSULMANAS (SIGLO IX. JACA Y YEBRA DE BASA)

239. OROSIA MUERE A MANOS MUSULMANAS (SIGLO IX. JACA Y YEBRA DE BASA)


Orosia o Eurosia —una de las hijas de los duques (que para otros eran reyes) de Bohemia o de Aquitania, Boribonio y Ludemila, quienes se habían convertido al cristianismo por influencia de san Metodio— era una muchacha joven y de notable belleza, a la que algunos convierten en mujer del último conde aragonés Fortuño Ximénez, mientras otros consideran que era soltera en el momento de sufrir el martirio al que fue sometida, si bien es cierto que estaba a punto de desposarse.

Lo cierto es que en el año 870, acompañada por el obispo Acisclo y por su hermano Cornelio, recorrió las tierras de Francia de norte a sur para venir a reunirse a Aragón con su esposo o su prometido, no se sabe bien. Tras un largo y penoso viaje, atravesó por fin la comitiva el Pirineo para encaminarse hacia Jaca, cuando recibieron noticias de que algunos grupos armados de musulmanes patrullaban por la comarca, así que decidieron guarecerse en una cueva cercana a Yebra de Basa, en espera de que pasara el peligro.

Alertados, asimismo, los musulmanes de la presencia de un grupo de gente cristiana que andaba huida y escondida por los montes, acabaron por encontrar a Eurosia y a todos los suyos, que fueron conducidos prisioneros ante su jefe, Abenlupo, quien quedó impresionado por la belleza de la joven.

El juicio fue sumarísimo y Abenlupo ofreció salvar la vida de la joven y la de los suyos si ésta accedía a convertirse al islamismo, pero la negativa fue tajante. No obstante, para forzarla a cambiar de opinión, hizo matar uno tras otro a su tío, a su hermano y a algunos de los acompañantes y doncellas del séquito, pero la princesa permaneció fiel a su fe. Aquella actitud de firmeza de Eurosia acabó por irritar completamente a Abenlupo, que ordenó también su muerte, haciéndole cortar los brazos, las piernas y la cabeza.

Tuvieron que transcurrir casi doscientos años, según la tradición, para dar con los despojos de Eurosia. Un ángel condujo hasta ellos a un pastor, que acabó hallando la cabeza y el tronco de la joven. Dejó la primera en Yebra de Basa y llevó el tronco a Jaca. A su paso por las aldeas del camino, las campanas tañían solas, lo mismo que ocurrió en Jaca, donde se guarda la reliquia.

[Rincón, W. y Romero, A., Iconografía..., II, pág. 15.]


Interesante ruta en la que destaca el sorprendente número de ermitas que nos vamos a encontrar así como las magnificas vistas durante la ascensión del Valle de Basa, aunque sin lugar a dudas el lugar más espectacular de todo el recorrido lo constituyen el conjunto de ermitas rupestres de San Cornelio y de La Cueva, que se encuentran literalmente encajadas entre grandes paredes de piedra, sobre la cual se precipita desde gran altura las aguas del Barranco de Santa Orosia formando una impresionante cascada conocida como El Chorro.

sábado, 20 de junio de 2020

207. EL TESORO DE LA MORA DE SIRESA


207. EL TESORO DE LA MORA DE SIRESA (SIGLOS XIV-XV. SIRESA)

En uno de los frondosos bosques cercanos al pueblo de Siresa, en el mismo corazón del Pirineo, vivía totalmente apartada y escondida del resto del mundo una mora cuya ilimitada codicia le había llevado a atesorar un importante número de objetos religiosos, entre los que destacaban varios cálices y cruces de oro. Nadie sabía a ciencia cierta dónde estaba el escondite de tanta riqueza acumulada, pues la enigmática mora era muy celosa con sus joyas y nunca se había delatado.

Ocurrió que cierto día un pastor de Siresa que, tras haber dejado a buen recaudo a sus ovejas, regresaba cansado a su casa, encontró perdido en medio del monte un precioso y valioso cáliz. Feliz por el inesperado y bonito hallazgo, metió la copa en su zurrón y se apresuró a llevarlo al pueblo dispuesto a contar a sus convecinos lo que le había sucedido.

207. EL TESORO DE LA MORA DE SIRESA


Cuando estaba ya muy próximo al monasterio de San Pedro de Siresa, el pastor sintió una presencia que lo perseguía a una cierta distancia, así es que apresuró el paso y fue a refugiarse a toda prisa dentro de la iglesia del cenobio entre cuyas paredes se sintió a salvo.

Y así era realmente, pues quien lo perseguía no era otra que la mora solitaria, quien no podía entrar en el templo por ser recinto sagrado, lo cual significaba perder el cáliz. Esta situación le contrarió de tal manera que, convertida en una tremenda serpiente, dio un coletazo en el banco de piedra de la entrada al templo. Tan tremendo fue el golpe que su huella quedó grabada para siempre.

[Gari, Ángel, La tradición pagana..., págs. 36-37.]

El de San Pedro de Siresa, fechado en el año 833, es probablemente uno de los primeros monasterios de Aragón. Del mismo solamente se conserva la iglesia de San Pedro, de planta de cruz latina con un único ábside semicircular muy profundo en la cabecera, el crucero y una nave de tres tramos con tribuna a los pies.


Se cree que fue una abadía carolingia, cuya primera noticia documental data de 808-821, la copia de un diploma en el se habla de la fundación de un cenobio por el Conde aragonés Galindo Garcés, tras una donación de terrenos.

Según la leyenda, en un hueco abierto en el ábside se encontró el Santo Grial que custodió entre los años 815 y 831 y que se supone que también se albergó en el monasterio de San Juan de la Peña, la cueva de Yebra de Basa, la iglesia de San Adrián de SasabeSan Pedro de la Sede Real de Bailo, o la Catedral de Jaca...

En el 848, San Eulogio de Córdoba visitó el monasterio, quedando impresionado por el número de monjes que lo habitaban y la rica biblioteca, que incluso le regaló ejemplares para la escuela de San Zoilo de Córdoba. El edificio actual se considera iniciado en el siglo XI, siendo el viejo monasterio de San Pedro un edificio románico, construido en 1082 a raíz de una supuesta reforma agustiniana de la abadía. En esa fecha, el Rey Sancho Ramírez le concedió el título de Capilla Real e introdujo en ella Canónigos Regulares, reservándose la presidencia del monasterio que delegó en su hermana, la Condesa Doña Sancha. Bajo su tutela se educó en Sirena su sobrino, Alfonso I El Batallador.

Adscrita a la Catedral de Jaca en 1145, en 1252 se encontraba en ruinas y así, en el siglo XIII se llevó a cabo una restauración; en la fábrica original se empleó piedra caliza en hilada bien dispuestas, mientras que la segunda es de mampostería y tosca. En 1345, el padre Huesca refiere un incendio en el que perecieron ornamentos, alhajas y libros litúrgicos.


San Pedro de Siresa

Durante el siglo XX se realizaron varias restauraciones y remodelaciones, siendo en 1991 cuando se realizan excavaciones arqueológicas en las que se descubrió una estructura de tres naves con cabecera cuadrangular. Entre 1989 y 1991 el Gobierno de Aragón promovió una restauración en cuatro fases que afecto a la práctica totalidad del edificio.

Declarada Monumento histórico artístico en 1931, el Gobierno de Aragón completa en 2002 la declaración originaria de Bien de Interés Cultural de la Iglesia del Monasterio de San Pedro de Siresa.

Mobiliario:

Encontraremos retablos góticos, pintados en el siglo XV entre ellos dos tablas laterales y una predela robados por la banda de Erik “el belga” y recuperados. También encontraremos una bella imagen de la Virgen, románica del siglo XIII y un Cristo de la misma época. Éste se halló el 6 de julio de 1995, enterrado bajo la mesa altar. La imagen de San Pedro que preside la iglesia, es del siglo XVII y procede de la Catedral de Jaca.