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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro primero

LIBRO
PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE
NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR

LIBRO PRIMERO DE LA HISTORIA DEL REY DON JAIME DE ARAGÓN, PRIMERO DE ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR.





Capítulo primero. De las
causas y razones que movieron al Autor para escribir esta historia.


La vida y hechos del Rey don Jaime de Aragón primero de este
nombre llamado el Conquistador,
con los extraños acaecimientos
de su tiempo, pretendo escribir en estos veinte libros, para que sus
heroicas virtudes, que (guiadas per la soberana mano) levantaron su
nombre hasta los cielos, e hicieron raya y ventaja a las de toda
España, salgan de nuevo a luz: y pueda con el favor divino nuestra
lengua y estilo gloriosamente divulgarlas por todas las partes a do
llegó su fama. En lo cual no pienso hacer pequeño servicio a los
nuestros, pues entiendo mostrar muy a la clara, que las principales
virtudes de guerra, que particularmente florecieron en los
Emperadores y famosísimos capitanes Alejandro magno, Pyrrho, y Iulio (Julio) César, de quien tanto se admiraron los antiguos, todas
ellas
juntas concurrieron en este Rey, y por su valor y manos fueron de
nuevo al mundo representadas: según que por el discurso de la
historia se verá, y las razones que aquí se siguen, nos inducen a
creerlo. Porque haberse hallado en treinta batallas campales, y
alcanzado victoria de ellas: haber domado a cuantos se le rebelaron,
y a ninguno que se le humilló, negado su perdón y gracia: y en
sesenta años que reinó, ninguno haber pasado sin guerra: finalmente
los Reynos que conquistó, no solo haberse conservado por él, pero
aun por sus descendientes hasta en nuestros tiempos poseído.
Todo
esto no excede, o por lo menos iguala, con las hazañas de cuantos
Reyes hubo, y con las de los ya nombrados, se escribieron?
Por
tanto me pareció no era justo que tales y tan señalados hechos, que
hasta aquí la historia escrita por el mismo Rey, y por los de su
tiempo tenían como encerrados debajo su corta lengua Lemosina,
dejasen de comunicarse a las gentes, y por ser las dos más
extendidas y comunicables lenguas la Latina y Castellana escribirlos
en ellas.

resposta, oc o no, Catalunya, 1461, los deputats del General, Principat de Catalunya


Y aunque la grandeza y majestad de la historia acobardaron
mi flaco ingenio, y casi me retiraba de la empresa, la hermosura de
su argumento me hizo aficionar tanto a ella, que mediante el amor
(del cual se dice que no hay cosa más ingeniosa) me atreví a
proseguirla: confiando que con la perseverancia, o vencería la
opinión de muchos, o si no diese perfección a la obra al menos
(alomenos) mostraría el grande ánimo que tuve para emprenderla.
Señaladamente por ser muy mayores y más graves razones las que me
mueven a pasar a delante, que a volver atrás lo comenzado.
Primeramente por la verdad, que hace perpetua cualquier historia y
ser esta escrita por el mismo Rey, y de su mano, con tanta curiosidad
y diligencia, que se entiende por relación de algunos de su tiempo,
que muchas veces, andando en la batalla, echaba la lanza a la
siniestra, y con la diestra tomaba la pluma para apuntar lo que
después en sus comentarios dilataba. Y aunque con duro y poco
elegante estilo (según el barbarismo de aquellos tiempos) pero con
tan cumplida verdad escrita, que de cuantas historias otros de él
escribieron se duda haya alguna más verdadera que la suya: y esto es
lo que a mí más me ha movido a emprenderla. Porque teniendo para
escribir, la verdad por guía, y el ánimo e inteligencia del mismo
Rey que la escribió por compañera, si la diligencia ayudare, confío
saldrá esta historia más clara que las otras, y que será de todos
muy bien recibida. Pues ansí como en las leyes escritas, cuya ánima
(según se dice muy bien) es la razón, y hallada esta se facilita la
declaración de ellas: de la misma manera en las historias militares,
si las secretas razones y causas que tuvo el capitán para dar luego,
o diferir la batalla, que son de grande peso y que solo él las
alcanza, el mismo las declara, es cierto que este tal, y quien le
siguiere, no solo ilustrará con más autoridad sus historias, pero
sin duda las dejará más fieles y verdaderas, que los demás, que
sin esta curiosidad, aunque con mejor estilo y elegancia las
escribieron. Demás de esto, no menos me anima, y lleva adelante mi
empresa la sencillez y llaneza de aquellos tiempos y la buena fe que
entre si trataban las gentes de guerra cuyo principal fin era
adquirir fama con honra: no con feas mañas, ni afrentosos ardides,
sino con verdadero esfuerzo de ánimo y abierta guerra. De aquí era
que pelear de cerca brazo a brazo, y encontrar escudo con escudo, se
tenía por mayor valentía que pelear de lejos, con menos honra y más
al seguro. Por donde era muy fácil a los escritores de los mismos
hechos, que se veen, colegir los ánimos e intenciones, que no se
parecen y con esto encomendar a la pluma la verdadera relación de
ellos. Vino deste tan continuo uso de pelear, y tener todo el ingenio
puesto en el ejercicio de las armas, que en aquella era las gentes
preciasen poco las letras, y mucho menos el artificioso y elocuente
modo de hablar: pues no solo carecían de la buena lengua Latina,
pero aun en la suya propia eran poco curiosos: y así la mezcla y
confusión de lenguas, que entonces había en los reynos de la
corona, hacía confuso y bárbaro el propio lenguaje de cada uno. De
donde al tratar
de las escaramuzas, para animar los soldados, usaban los Capitanes de
muy breves, aunque sentenciosas pláticas. Porque de estar tan
intentos en las cosas y mover las manos, hacían poco caso de las
palabras. Puesto que la brevedad de ellas con otra moderación de
cosas se recompensaba: pues no con tan excesivos y casi infinitos
gastos como en los tiempos de ahora, sino con harto moderados,
acababan muy grandes empresas de guerra, a manera de los
Lacedemonios, cuyo admirable valor y milicia tanto más crecía,
cuanto más en sus ejércitos y Reales se conservaba la templanza de
mantenimientos, con el sabio callar y brevedad de palabras, Y así
puede creerse, que de la mucha abundancia y demasiado hablar que
entre soldados se usa, y del mucho thesoro y vituallas que en el
campo sobran, nace no solo la flojedad de los soldados, pero se
acrecienta la avaricia de muchos Capitanes que miden la honra con el
tesoro, y no hay más fervor de guerra, de cuanto sobra el dinero.
Finalmente lo que más favorece para no dejar lo comentado, es la
verdadera religión y cristiandad de tan poderoso Rey como este, y su
total fin e intento que tuvo para destruir, y desarraigar de sus
reynos la perversa y detestable secta de los moros, por introducir el
santísimo nombre de Cristo, y su fe católica en ellos. Lo cual
mostró bien a la clara, así con la conquista de tres grandes
reynos, que sacó de poder de infieles, como con los dos mil templos
que mandó edificar en diversas partes, y dedicarlos a Christo y su
bendita madre: que solo esto obliga, a cualquier siervo de Dios, y a
mí su humilde sacerdote, a escribir su vida y hechos, como de un Rey
bueno y santo. Habiendo pues brevemente colegido el modo de tratar
las armas y uso de pelear de aquellos tiempos (lo que no sin causa se
ha dicho para mayor luz e inteligencia de lo que se sigue) vuelvo a
certificar al lector, como lo que aquí se contare, se ha sacado no
solo de la historia que el mismo Rey escribió de su mano, y de los
que en vida suya, como testigos de vista, escribieron de ella: pero
también nos hemos valido de la que los diligentes escritores de
nuestros tiempos han recopilado de los Archivos reales, que han
revuelto
en
los tres reynos de la corona
todo
para más declarar la verdad de esta historia, prefiriendo siempre la
mano del Rey a la de todos los demás:

por una principal razón
que a mi parecer es concluyente. Que si está por ley prohibido,
mentir delante del Príncipe, no se puede creer de un tan Cristiano y
católico como este, quisiese dejar los comentarios, que hizo para
fundamento de su eterno renombre y fama faltos de verdad, y para
siempre mentirosos. Mas porque vengamos al caso, antes que comencemos
a tratar de su admirable concepción y nacimiento: conviene
brevemente declarar lo que de sus ínclitos aguelos don Guillen de
Mompeller, y su mujer la Princesa Matilda hija del Emperador de
Constantinopla, y de sus célebres bodas se ofrece, con otros muy
grandes y extraños casos que a la sazón a los mismos acontecieron,
porque de este casamiento como de un honesto y gracioso repudio que
de Matilda hizo el Rey don Alonso de Aragón, comienza el Rey su
historia.




Capítulo
II, como el Rey don Alonso de Aragón habiendo enviado (imbiado) a
pedir por mujer la hija del Emperador de Constantinopla se casó con
la hija del Rey de Castilla.

Don Alonso el segundo
(comenzando de don Iñigo Arista) xii Rey de Aragón, y Príncipe de
Cataluña
(los cuales
dos
estados
comprenden gran parte de la
España citerior, luego que por muerte de su padre el Príncipe Don Ramón sucedió en ellos, queriéndole ilustrar con matrimonio y
parentesco de los más principales del mundo, envió sus embajadores
a Constantinopla al Emperador Manuel que entonces reinaba, haciéndole
saber como deseaba casar con su hija la Princesa Matilda fin más
dote que su valor y persona. Pareciendo al Emperador bien la demanda,
por tener ya mucho antes entendido lo que Don Alonso valía, y la
grandeza de sus reynos y señoríos, junto con las esclarecidas
hazañas de sus Reyes antepasados, aceptó la embajada, y prometió
dar su hija por
mujer
al Rey. Asentadas pues por ambas partes las promesas y capitulaciones
matrimoniales que se acostumbran, quedando a cargo del Emperador
poner la esposa dentro de la raya de España: los embajadores se
volvieron muy contentos, teniendo por muy concluido el matrimonio. En
este medio Don Alonso Rey de Castilla, llamado Emperador de España,
entendida la embajada que para casar con hija de Emperador había
hecho el Rey de Aragón a Constantinopla, no teniendo en menos su
Imperio que el de otros, le despachó sus embajadores, rogando le
tomase por mujer a su hija doña Sancha, pues en linaje, valor y
hermosura no había su par en el mundo. Y porque no desechase este
matrimonio por cualquier otro que se le ofreciese, le advirtió que
este mismo ya antes le había tratado el Príncipe don Ramón su
padre con el suyo, y por haber sucedido guerra entre ellos, había
sido antes diferido que deshecho: y así convenía que se efectuase
para más confirmar, y poner el sello en la concordia que poco antes
entre los dos se había hecho. Oída por el Rey de Aragón esta
embajada, olvidándose de lo que poco antes había tratado con el
Emperador Manuel, aceptó su ofrecimiento, y así fue luego traída
doña Sancha muy acompañada de Prelados y grandes de Castilla a la
ciudad de Zaragoza (çaragoça), cabeza del reyno de Aragón; adonde
fue muy suntuosamente recibida, y celebraron sus bodas con grandes
fiestas y regocijos lo cual se divulgó luego por todas partes, no
sin grande admiración de los que sabían de la primera embajada.




Capítulo
III. Que habiendo llegado la hija del Emperador a Mompeller, supo
como el Rey era casado con otra y lo que hizo el Señor de Mompeller
por casar con ella.

A esta sazón el Emperador Manuel, sin
tener alguna nueva de esta novedad y mudanzas del Rey de Aragón,
encomendó la Princesa su hija a dos principales Arzobispos de la
Grecia, con otros dos grandes del Imperio, para que acompañada con
mucha familia la llevasen a España a concluir el matrimonio con el
Rey: y puestos en camino, andadas ya diez provincias con muy grandes

trabajos y fatigas pasada toda la Francia hasta el Lenguadoque,
que dicen la Guiayna, llegaron a la insigne ciudad de Mompeller, que
llama Caesar Nitiobriga, y dista xxx millas de la raya de España, a
donde fue la Princesa con todos los suyos muy principalmente recibida
y hospedada por don Guillen Príncipe y señor de Mompeller y su
estado. El cual porque sospechó luego la causa de su venida, el día
siguiente significó a los Arzobispos y grandes Griegos como habían
llegado tarde, porque ya el Rey don Alonso de Aragón se había
casado públicamente y celebrado bodas con Doña Sancha hija del Rey
de Castilla, y que en la ciudad había muchos que se hallaron en
Zaragoza presentes a las bodas. Los Arzobispos y grandes que oyeron
tan triste nueva para su señora, quedaron extrañamente espantados,
y como atónitos de tan increíble novedad, y mucho más confusos de
verse tan apartados de sus tierras, y metidos en las extrañas, y con
esto muy faltos de consejo. Y así acudieron al mismo Príncipe, como
a fiel huesped, a quien después de haber contado las causas de su
trabajoso y largo camino; con tan triste suceso, que no sabían el
paradero de tanta calamidad y desventura, le rogaron que en tan
súbito y desastrado caso les aconsejase lo que convenía hacer: si
pasarían adelante a dar en rostro con la presencia de la primera
esposa,
a un tan inconstante y fementido Rey, o si seria mejor
dejarlo todo a Dios y volverse al Emperador: por cuanto estaban con
juramento solemne obligados que siempre que el matrimonio por algún
caso se estorbase, volverían su hija sana y salva a su presencia.
Como Don Guillen oyó esto, tomole muy grande la estima de la
desgracia de la Princesa, y comenzó a consolarlos y ofrecerles muy
de veras su persona y estado, más luego después en la misma plática
puso los ojos en la Princesa, imaginando entre sí, como de la mala
suerte de ella sacaría alguna buena para si, y respondió con grande
cautela, diciendo que se dolía mucho de la desgracia de su señora,
viéndola no solo desterrada tan lejos de su patria, pero muy
desamparada y burlada, maravillándose mucho de la inconstancia
humana, pues siendo la más principal virtud de los Reyes la
constancia, esta con la fe y palabra, se habían perdido en el Rey de
Aragón, cosa harto nueva. Y lo qué más sentía era quedar el
negocio tan enredado y confuso, que no se le descubriría ninguna
buena salida.
Mas porque hay muchas cosas que dado que de suyo
estén muy revueltas, las desenvuelve el consejo pidió se le diese
tiempo para pensar el remedio de ellas, consultándolo con los de su
consejo. Con esto se despidió de ellos, y convocó los más
principales hombres de la ciudad, y juntado el Senado, haciendo
entrar en él algunos principales mozos hijosdalgo (a los cuales
había secretamente descubierto su pecho y fin que llevaba, para que
lo esforzasen) puesto en medio de todos, refirió la plática que con
la Princesa su
huéspeda,
y los suyos había tenido representando la
agonía y trabajo en
que estaban puestos; por la triste nueva que les había dado del
anticipado matrimonio y burla que el Rey de Aragón les había hecho,
después de tan largo y trabajoso camino que debajo su real fé y
palabra habían emprendido: y que por hallarse en tierras extrañas y
tan apartadas de las suyas no pedían socorro de dinero, sino de solo
consejo para aliviarse, y dar un honesto desvío a tan miserables y
nunca vistos infortunios: que para esto les había ofrecido dar todo
favor y consejo. Así que a todos los que allá estaban congregados
rogaba mucho le diesen consejo tal en este caso, que a su huéspeda
fuese útil y provechoso, y para él honroso: porque no dejaría de
emplear la vida con todo su estado por sacar de trabajo a una tan
principal señora. Aunque si del mismo hecho naciese alguna buena
ocasión que le conviniese tomar, con el consejo y favor de ellos, no
la perdería ni faltaría a su propia honra en proseguirla.





Capítulo IIII (IV)
Respondieron al señor de Mompeller los de su
consejo.

Oída por el Senado de Mompeller la proposición
hecha por el Príncipe don Guillé, con alguna inteligencia que con
las postreras palabras dio de su intención y ánimo, pareció a
todos, antes que ninguno declarase su parecer y voto en público,
platicar unos con otros sobre cosa tan nueva y ardua: pero temiéndose
Don Guillen que los Senadores viejos votarían muy al contrario de su
opinión y fin, mandó que votasen primero los mozos: cuyo parecer
fue en suma, que el consejo de Don Guillen pedía para su huéspeda,
lo tomase para si, porque parecía orden del cielo, que esta real
doncella, siendo enviada de su padre de tan apartadas tierras para
casar con el Rey de Aragón, fuese desechada de él, y que en esta
coyuntura Don Guillé se la hallase en casa. Y por tanto que sin más
consulta casase con ella: pues le era tan inferior en linaje y sangre
Don Guillen, que no descendiese de los Reyes de Francia sus
progenitores, y que con ser mozo de gentil edad y grandes fuerzas,
junto con su bella disposición de cuerpo, majestad de persona, y
hermosura de rostro, no representase un gran Príncipe y señor, y
con sus heroicas virtudes, no igualase con Príncipes y Reyes: ni
tampoco por desigualdad de señoríos y estado: pues estos no se ha
de medir, ni tener en más, por la grandeza y anchura de tierras, que
por su buen sitio fértil, alegre y deleitoso, cual es el de la
ciudad de Mompeller con todo su distrito: cuya benignidad de cielo, y
fertilidad de suelo, con la vecindad y trato del mar, iguala con las
más principales tierras del mundo. Demás que si esta señora se vee
cuan sola está, cuan desamparada, y sin ninguna dote y desechada,
hallará que en este matrimonio se le habrá trocado su mala suerte
en buena, y por tanto no se le debería dar lugar para hacer lo que
quisiese; sino claramente significarle como en solo aceptar este
matrimonio consiste toda su libertad, y reposo. Y en fin, con ruegos,
o con honestas amenazas, se procurase su consentimiento. Acabado de
decir este parecer por uno de los mozos más nobles que allí se
hallaba, fue por todos los de su edad y estado dado por bueno,
ofreciéndole todos juntamente a poner sus vidas y personas por la
ejecución de él. Con esto mandó Don Guillé que dijesen los demás.
Luego se levantó en pie uno del consejo, hombre anciano y de gran
prudencia, el cual no tanto por refutar, como por confirmar los
buenos motivos y razones del mozo, enderezado su plática a Don
Guillen, dijo de esta manera. Esclarecido Príncipe nunca yo pensara
que la acelerada deliberación de los mozos hubiera tan fácilmente
convenido con el maduro y bien pensado consejo de los viejos: porque
no solo no entiendo apartarme de su parecer y voto, pero ni por
ninguna vía contradecirlo, pues veo que una tan grande hazaña como
esta, que por consejo de los de vuestra edad emprendéis, aunque de
suyo sea atrevida y dudosa, por otra parte es tan señalada y
memorable, que por muchas causas os incita a emprenderla, y por muy
pocas, o ninguna debéis dejar de perseguirla. Porque si hay una sola
eficaz razón que os deba apartar de ella, por lo que sois por
derecho divino y humano obligado a amparar, y enviar el huésped que
habéis recogido en vuestra casa, de la suerte, y con la misma
salvedad que le recogisteis, ni es lícito a persona alguna
quebrantar la fe del hospedaje: con todo eso la ocasión de violarla,
por causa de reinar, es tanta, que no hay otra mayor: por ser casi
iguales con el reinar, los sucesos que de esta empresa se esperan.
Porque si deseáis señor llegar de
mediano Príncipe a supremo,
e igualaros con Reyes y Emperadores, ninguna tan buena ocasión como
esta se os puede ofrecer porque si casáis con esta hija del
Emperador, haced cuenta que tomáis como por esposa la esperanza del
Imperio, pues faltado Alexio sucesor de él, y único hermano de
esta, como es fácil, por el derecho de ella, venir a vos el Imperio:
así viniendo él, por su parentesco mereceréis ser tenido por uno
de los Príncipes del mundo, y por los hijos que tendréis
de
ella, emparentar con Reyes y Emperadores. Y si por ventura os
receláis de la injuria que en esto pensáis hacer al Emperador su
padre quiero que tengáis buen ánimo, y no penséis en tal:
pues
si la comparáis con la notable afrenta que ha recibido del Rey Don
Alonso, creedme que la vuestra será ninguna. Porque entre el
repudiado y aceptado matrimonio hay tanta diferencia, que cualquier
que toma por esposa la mujer repudiada por otro, no mira tanto por la
fama de la esposa,
cuanto por la honra de los padres de ella:
y
por esta causa los pone en muy grande obligación de reconocer tan
buena obra. Y ansí vos señor, no solo no ofenderéis mas aun
obligaréis muy mucho al Emperador con este casamiento. Por donde
valeroso Príncipe, esforzaos a proseguir lo comenzado: porque si la
fortuna ciega, e imprudente suele favorecer a los atrevidos
acometedores, teniendo vos de vuestra parte el maduro parecer y voto
de todos los de este ayuntamiento y Senado, como si fuese del cielo,
será bien que dejéis de acabar tan señalada empresa? Como el viejo
se encendiese en su decir, y con ardor más que de mozo, quisiese
pasar adelante su plática, fue luego con general conformidad del
senado atajado, ofreciendo todos a una una voz a Don Guillé de
servirle con cuanto valían y podían para proseguir tan señalada
hazaña.










Capítulo
V. Que resolviendo el Consejo casase el Señor de Mompeller con la
Princesa, se trató con ella y los suyos, y siendo contentos se
celebraron las bodas y parió una hija.

No se abrió la
puerta del consejo hasta que se determinó que la voluntad del
Príncipe, y deliberación del Senado, se pusiesen en ejecución; y
cerrada y puesta en armas la ciudad, dos principales del consejo
diesen por respuesta a la Princesa lo que se había determinado. Los
cuales se fueron para ella y los suyos, y después de haberles
relatado la consulta, concluyeron su embajada con decir, estaban el
Príncipe Don Guillen y el Senado tan firmes en su deliberación, que
ya no había lugar para escapar de sus manos, ni salir de la ciudad,
sino tomando por único remedio el casamiento; para que todos
quedasen en libertad. Como oyeron esto la familia y criados de la
Princesa, dieron grandes voces con extraños alaridos por ello,
diciendo, que cómo se podía sufrir entre Cristianos cosa tan fea,
tan bárbara, y tan inicua? Habiéndose hospedado su señora debajo
la buena
fee
y palabra del Príncipe de la tierra, tratar contra ella uno de los
más feos y atrevidos casos que se podía intentar entre Alarabes?
Empero como aprovechasen poco sus voces, ni tuviesen forma para
librarse de las manos del Príncipe y gente armada, que ya los tenían
rodeados; y ni les diesen lugar, ni tiempo para consultar con el
Emperador; tuvieron entre si consejo, y determinaron de dos males
escoger el menor y salvar la honra de su señora por vía de honesto,
aunque desigual, casamiento, por no dar lugar a que con violencia y
fuerza se le siguiese alguna desgracia, y así habido el
consentimiento de ella, acordaron de tratar con Don Guillen, al cual
por tan atrevido acometimiento, ya le tenían en mucho más y por
hombre de hecho, y pues se había de venir a negocio de matrimonio,
pidieron que prometiese por si, juntamente con el Senado y pueblo de
Mompeller, y se hiciese decreto por todos, que cualquier hijo, o hija
que naciese de este matrimonio sucediese por heredero de la ciudad de
Mompeller con todo su distrito. Aceptado el concierto por Don
Guillen, y loado por los demás, fue luego trocada la tristeza y
lágrimas en muy grande regocijo y alegría, y con la gracia del
Spiritu sancto se celebraron las bodas llenas de toda honra y
concordia, y se hicieron muchas justas y torneos por la caballería
de Mompeller y de otros pueblos y ciudades comarcanas, que
concurrieron a ver la hija del Emperador, y gozar de tan insignes
fiestas y regocijos, con mucho contentamiento de los grandes y gente
Griega, pues por lo que veían (vian), ya no pensaban haber mal
negociado. Los cuales despidiéndose con muchas lágrimas de su
señora la Princesa, se pusieron en camino para Constantinopla;
adonde llegados ante el Emperador, le contaron muy por entero los
grandes trabajos, peligros, e infortunios que con la Princesa habían
hallado, junto con el suceso de todo. De lo cual el Emperador quedó
muy alegre y satisfecho, por la buena relación que del valor y
persona de don Guillé y de su estado le dieron, y más por quedar
contenta la Princesa. Por todo alabó mucho a Dios, y a los Prelados,
y grandes agradeció mucho su trabajo y prudencia, de la cual entre
tantas variedades y mudanzas de fortuna, tan cuerdamente se valieron.
Tuvo al cabo del año cartas de la Princesa como había parido una
hija, la cual por capitulación hecha y firmada por el Senado y
pueblo de Mompeller, había de suceder en el estado.





Capítulo VI. De la poca fé que el señor de Mompeller tuvo con la
Princesa su mujer, y como viviendo ella se casó con otra.


Después
de pasado el regocijo de las bodas, y de haber parido la Princesa una
hija que llamaron doña María, la cual con mucha gracia de todos los
vasallos fue aceptada por sucesora, y
señora del estado: diremos
lo que hizo don Guillen contra la Princesa su mujer, y lo mucho que a
sí mismo faltó; porque se vea la inconstancia y poca fe humana
adonde llega, junto con el abominable vicio de la ingratitud, que usó
contra su propria carne y heredera. Y asimismo el desordenado
apetito, y disoluta vida que de allí adelante tuvo Don Guillen:
siguiendo la natural condición de los hombres carnales: los cuales
cuanto más apetecen la cosa, y con más codicia la desean, tanto más
después de alcanzada la desprecian, y por la hartura que de ella
tienen, buscan la variedad dejándose llevar tras ella. Ansí acaeció
a don Guillen, a quien, siendo de mediano estado, no le bastó haber
casado con hija de Emperador, que venía a casar con Rey, y tener
hijos de ella: sino que vencido de su apetito, no solo se apartó de
su mujer, pero en vida de ella se casó con otra que llamaban Ynes de
España, de quien tuvo tales hijos, que acometió el mayor de alzarse
con el estado, y excluir de la
herencia a doña María su hermana,
siendo verdadera señora de ella:y sobre esto formó gran pleito
delante del sumo Pontífice contra la misma, la cual compareció
luego por su procurador y (como después diremos) fue en persona a
Roma a defender su causa, hasta haber tenido sentencia del mismo
Pontífice por la cual fue dado el estado a ella, y al Príncipe don
Iayme su hijo: como más adelante contará su historia, la cual pues
nos llama para hablar de él, digamos con brevedad por agora las
cosas que en este medio pasaron en Aragón, y Cataluña, pues son a
propósito de la misma historia.





Capítulo
VII. De la muerte del Rey don Alonso, y de los hijos que tuvo, y cómo
dejó a don Pedro los Reynos de Aragón, y Cataluña, el cual salió
en favor del Rey de Castilla contra los Moros, y cobró a Cuenca.


Pasados muchos años después que el Rey Don Alonso de Aragón
con mucha concordia hizo vida con doña Sancha su mujer, y tuvo de
ella al Príncipe don Pedro con otros hijos (como aquí diremos)
acaeció que visitando sus Reynos, hallándose en Perpiñan pueblo
muy principal del Condado de Rosellón, adoleció de una grave
enfermedad, de la cual murió, y fue llevado su cuerpo con pompa real
al monasterio de nuestra señora de Poblet, de la orden de los
Bernardos, que está cerca de la ciudad de Lérida, a medio camino de
la de Tarragona, y es hoy una de las más ricas y
principales
casas de la Europa: la cual había fundado el Príncipe don Ramón
padre de don Alonso, y magníficamente dotado de muchos campos, y
lugares, de joyas y riquezas grandes, por hacer
en él sepultura
para si y para todos los Reyes de Aragón sus descendientes, como a
la verdad se sepultaron en él, hasta que pasaron a reinar a
Castilla. Celebráronle sus exequias con grande pompa, y
lamentaciones en la ciudad de Zaragoza: como lo mereció por su gran
valor y heroicas virtudes, tanto que por su continencia de vida le
llamaron el casto. Dejó tres hijos de doña Sancha, don Pedro, don
Alonso, y don Fernando, con cuatro hijas. Don Pedro que fue el mayor,
sucedió en el Reyno de Aragón, y Principado de Cataluña, con los
Condados de Rosellón, y
Pallâs,
los cuales no de principio, sino con el tiempo, por testamento se
juntaron con la casa real. Don Alonso sucedió por testamento en el
Condado de la
Proença
de la Aquitania, que llaman Guiayna. Don Fernando, el más pequeño
fue por su padre dedicado a religión en el monasterio de Poblet. De
las hijas la mayor que fue doña Constanza casó con Emerico Rey de
Hungría (Vngria), el cual muerto, volvió a casar con Federico
Emperador y Rey de Sicilia. Doña Leonor, y doña Sancha casaron con
los Condes de Tolosa padre e hijo. La última llamada doña Dulce,
entró en Religión en el monasterio de monjas de Xixena, de la orden
de sant Iuan del Hospital de Hierusalem, edificado y dotado por los
mismos Reyes don Alonso y doña Sancha, junto a la insigne villa de
Sariñena del Obispado de Huesca. No se puede dejar de hacer especial
mención de las mujeres en las historias, porque mejor se entiendan
las afinidades, y parentescos que por ellas vienen a las casas
Reales. Sucediendo pues Don Pedro el II en los Reynos de Aragón y
Cataluña, con los demás estados (salvo el condado de Rosellón, que
con ciertos pactos quedó en don Sancho hijo del Príncipe don Ramón,
y hermano del Rey don Alonso) siendo jurado por Rey con grande
aplauso de todos sus vasallos: y jurados por él todos los fueros y
privilegios concedidos por sus antepasados a los dos Reynos: tuvo
nueva como los Moros de Granada, y Andalucía, habían entrado por la
Carpetania adelante, que agora es el Reyno de Toledo, y tomado y
saqueado de presto algunos pueblos del Rey de Castilla, que
confinaban con el Reyno de Aragón. Por donde antes que pasasen más
adelante, juntó su ejército con el de Castilla, y dando sobre los
Moros, hicieron tan grande estrago en ellos, que no solo les quitaron
la presa que habían hecho, pero los echaron de la tierra, y cobraron
de ellos a Valeria, antigua ciudad de los Carpetanos, que agora
llaman Cuenca. De donde se volvió el Rey Don Pedro con grande
triunfo de esta victoria para Zaragoza.




Capítulo
VIII. De las causas porque se fue a la Provenza donde él y el Conde
su primo se casaron hubieron sendos hijos.

Residiendo el Rey
en Zaragoza, juntamente con la Reyna doña Sancha su madre, a quien,
o por su viudedad (biudez), o por haberlo dejado así en testamento
Don Alonso su marido, le quedaba cierta manera de mando y presidencia
en los Reynos, acaeció que con esto la Reyna iba

a la
mano al Rey en las cosas del
gobierno.
Lo cual fue ocasión para haber alguna rencilla entre ellos. Pues
como ayudasen a encender el fuego los criados por sus particulares
intereses, vino a tanto el negocio, que si no se interpusieran los
señores y principales del Reyno a concertarlos, hubiera el Rey
acometido de echar a su madre fuera de él (
fuera
del)
. Mas por quitarse de tan mala
ocasión y enojos, se partió para la Provenza, a ver al Conde Don
Alonso su hermano, al cual halló puesto en bandos contra el Conde
Folcalquier sobre ciertas diferencias antiguas que había entre
ellos, y los concertó, restituyéndolos en toda buena amistad y
alianza. Hecho esto, el Rey y el Conde como mozos de poca edad, y que
conformaban mucho en las intenciones y costumbres de vida, por ser
muy dados a mujeres, escogieron sendas doncellas de las que hay en la
Provenza hermosísimas, señaladamente en la ciudad de Marsella,
mujeres de mediana condición, y de tal manera se enamoraron, que se
casaron clandestinamente con ellas, y luego les nacieron sendos
hijos, el primero fue del Rey, al cual puso nombre Ramón Berenguer,
como el Príncipe su abuelo, y este con su madre murieron luego. De
cuyas muertes al Rey no pesó mucho, por lo que entendió había
hecho en Aragón muy gran sentimiento los pueblos por este
casamiento, y nacimiento de Príncipe: y mucho más los grandes del
Reyno: pero sobre todos lo sintió más la Reyna su madre, la cual
por esto propuso en su ánimo de en volviendo el Rey conformarse con
él, para mejor poder entender en casarle de su mano. Finalmente Don
Alonso el Conde puso al suyo el mismo nombre de Ramón
Berenguer.
Este sucedió después a su padre en el Condado aunque
fue desgraciado como se dirá adelante.









Capítulo IX. Como el Rey pasó a Roma y se coronó por mano del
Pontífice, y del Tributo que impuso sobre sus Reynos en favor de la
sede Apostólica.



Viéndose
el Rey libre del inconsiderado matrimonio, con la muerte de la mujer
e hijo, como fuese valeroso, y muy codicioso de honra, y también muy
rico, por la mucha suma de dinero que a la sazón le habían traido
de sus Reynos: determinó de ir a Roma a coronarse Rey, por mano del
summo Pontífice. Lo cual con muy grande aparato y suntuosidad puso
luego en ejecución, llevando consigo algunos principales de sus
Reynos, los cuales llamados vinieron a acompañarle muy en orden,
como se requería para tal jornada. Partido del puerto de Marsella
con diez galeras que hizo venir de Barcelona, arribó a Genoua, y de
ahí continuando su viaje por la costa de Italia, llegó al puerto de
Ostia,
doce
millas de la ciudad de Roma, y subiendo con las galeras por el río
Tiber arriba, fue honrosamente
recebido
de algunos Señores de Italia que residían en Roma. Llegó allí el
Senador con el pueblo Romano, y le entraron por
la
puente
, que agora llaman de Sixto, en
la ciudad, y fue llevado como en
triumpho
a sant Ioan de Letran, a besar el pie al Papa Innocencio tercero, del
cual fue muy amorosamente recibido, y opulentísimamente aposentado.
El día siguiente, como ya el Rey hubiese suplicado al Pontífice y
Collegio de los Cardenales por su real coronación, el Papa vino a la
iglesia de sant Pancracio fuera de los muros de Roma, adonde, según
el antiguo uso y
cerimonia,
recibió de nuevo al Rey con mucha pompa y
solennidad,
acompañado como antes del Senador y pueblo Romano. Fue en este
templo por Pedro Obispo y Cardenal de
Portu,
(de cuyo
districto
se dice es la iglesia de sant Pancracio) ungido con el olio santo, y
la corona real impuesta en su cabeza por manos del Pontífice, con
las insignias reales. Luego con juramento solemne se obligó, y
prestó la obediencia por si y sus reynos al Pontífice, y a la
Sancta Sede Apostólica. De allí vuelto al Vaticano donde está el
sumptuosisimo
y devotísimo Templo de sant Pedro, dejó las insignias reales, y
tomando la espada de la mano del Pontífice, fue armado caballero
(cauallero). Esta fue la causa porque el Rey Don Pedro hizo al reyno
de Aragón tributario a la sede Apostólica, y prometió por si y sus
descendientes los Reyes, dar cada año en nombre de tributo
doscientos y cincuenta
mahozemutos
de oro: teniendo en mucho más la merced que el summo Pontífice le
había hecho, en darle la corona real de su mano, con el título de
católico. Esta moneda fue batida en España por Iuceff Mahozemuto
gran Almanzor, que quiere dezir Emperador de los moros de España, y
valía cada
mahozemuto
seis sueldos, como tres reales. Entonces concedió el mismo Pontífice
a los Reyes de Aragón privilegio, para que de ahí (
de
a y
) adelante pudiesen tomar la corona
real por mano de los Arzobispos de Tarragona, en la ciudad de
Zaragoza: con pacto y condición, que siempre se diese a la sede
Apostólica el tributo por el Rey Don Pedro prometido. De esto se
sintieron mucho, y se quejaron al Rey los grandes y ricos hombres del
reyno, y también las ciudades y villas reales, porque de libres y
exemptos
los había hecho
pecheros,
según hace de todo esto larga relación el cronista (coronista)
Gerónimo Zurita (çurita) en sus annales Españoles e Índices
latinos.




Capítulo
X. Como volvió el Rey de Roma a Zaragoza, y de los modos que la
Reyna su madre tuvo para casarle con la señora de Mompeller, y como
fue allá.

Acabadas ya las fiestas de su coronación, el Rey
se despidió del Pontífice y Cardenales, y con mucha gracia del
pueblo Romano, con quien el día de su coronación se mostró muy
liberal y magnífico se volvió con la misma armada por mar, y
desembarcó en el puerto de Colliure en Cataluña. De allí se fue a
Zaragoza, donde con grande triunfo fue recibido. Luego los
principales de su consejo propusieron, que para beneficio y quietud
de sus reynos convenía mucho casarse, y dejar sucesor y heredero: y
para esto considerase la gran dignidad de su persona real, y que no
se
sufría
tomar mujer sino de
ygual
sangre y digna de tal marido. De lo cual la Reyna Doña Sancha, que
ya se había confederado con el Rey, tenía muy grande cuidado, y
había pensado en la que le convenía escoger por nuera, pues aunque
se ofrecían algunos buenos matrimonios con hijas de Reyes, y con
sucesión de reynos, como el de Chipre, y otros: a ella no le parecía
bien ninguna, teniendo puestos los ojos y el alma en Doña María
Princesa de Mompeller. La cual poco antes, muerto Don Guillen su
padre había quedado legítima heredera, y absoluta señora de la
ciudad y estado, a esta deseaba la Reyna por nuera, y mujer del Rey
su hijo, no tanto por su valor y estado, ni por ser de sangre
imperial, cuanto por algún escrúpulo de conciencia que la
atormentaba, acordándose del agravio pasado, hecho por Don Alonso su
marido contra Matilda hija del Emperador de la Grecia, madre de Doña
María: y de los desacatos y mal tratamiento que su marido Don
Guillen usó con ella, que todo lo refería la Reyna a su propria
culpa, y pensaba repararlo con este casamiento de los hijos de ambas:
puesto que en publicarse este matrimonio, no faltó quien
secretamente dijo a la Reyna mirase muy bien lo que hacía: porque
había muy grande sospecha de Dona María, era secretamente casada
con otro marido, y que tenía dos hijas de ella. La Reyna como fuese
magnánima, y muy porfiada en llevar adelante lo que pretendía, no
solo no dio fé a lo dicho, pero mandó a los que se lo habían
revelado, lo tuviesen muy secreto, y comenzó a dar más
priesa
a lo comenzado, temiéndose, que andando este rumor por la Corte, los
grandes, y los del consejo real, no
diuertiesen
al Rey de este casamiento. Por eso procuró con
mucha
arte
y maña de atraerlos a todos a su
parecer, mandando sembrar por el pueblo muchas razones, con las
comodidades provechosas en favor del matrimonio que convenía mucho
al Rey aceptarlo, aunque poco después de concluido, la Reyna padeció
mucho, y pagó la pena de su apresurado deseo: o por el
descontentamiento que del matrimonio el Rey tuvo, o por causas
antiguas, con las cuales se renovaron los enojos y rencillas pasadas
contra la Reyna: en tanta manera, que hasta que murió le duraron.
Así que viniendo bien el Rey en el concierto, los grandes, y
aficionados a la Reyna, por contentarla, loaban el matrimonio con
cuantas razones podían, diciendo que sucediendo el Rey en el
Principado de Mompeller, con ser tierra fuerte y gente belicosa, no
solo aprovecharía mucho para la confederación del condado de
Rosellón su vecino, pero también a los pueblos comarcanos de la
Provenza, y que convenía mucho más por el grande lustre del
imperial parentesco, que con este matrimonio ganaba la casa real de
Aragón, por ser Matilda hija del Emperador de la Grecia, y madre de
doña María: la cual como hija de Emperador, se podía llamar
Augusta (que es título de las Emperatrices) siendo Reyna de Aragón,
para mayor honra y decoro de sus hijos y descendientes. Estas y otras
razones sembradas por el pueblo movieron tanto los ánimos de todos
(por ventura por lo que Dios obraba en este matrimonio) que después
de haberlo consultado con doña María de Mompeller, y en venir bien
ello, el Rey partió muy acompañado de prelados y principales del
reyno para Mompeller, y siendo con grande triumpho recibido de los
Regidores y pueblo, celebró sus bodas con doña María con muy
grande solemnidad y fiestas, para que de aquí saquemos, que no fue
por artificio, ni saber humano, sino por especial obra de la divina
mano, que lo rige y dispone todo suavemente, que con un mismo acto,
no solo la injuria hecha al Emperador, pero la afrenta de su hija,
por la inconstancia del Rey don Alonso, quedasen recompensadas: y con
solo el matrimonio de los hijos de ambas partes, enteramente
restituida la honra a cada cual de ellas. Mas porque el fruto
verdadero de las bodas, y matrimonio, es la generación y
descendencia, digamos de la nunca pensada, y milagrosa concepción de
nuestro gran Rey don Iayme.




Capítulo XI.
De la notable invención y arte que la Reyna doña María usó
viéndose tan despreciada del Rey, para concebir de él.

Conforman
todos los historiadores antiguos y modernos en contar la extraña
concepción y nacimiento del infante don Iayme: puesto que en el modo
y discurso de cada cosa, y como
ello paso, discrepan en algo,
pues los unos lo pasan breve y sucintamente, por más honestidad,
como la propria historia del Rey: otros cuentan muchas y diversas
cosas sobre ello, porque son amigos de pasar por todo, y es cierto
que convienen todos con el Rey, y como está dicho, en solo el modo
difieren. Por tanto tomando de cada uno lo más probable y menos
discrepante, nos resolvemos en lo siguiente. No mucho después que el
Rey celebró sus bodas con doña María su mujer, y se partió con
algún descontento de ella. o porque ya tuviese alguna noticia de su
primer casamiento, o porque de ser el Rey de su costumbre aficionado
y perdido por mujeres la
menospreciase, o en fin porque fuese
Dios servido, que por los mesmos trabajos que pasó la madre pasase
la hija, padeció con él grandes fatigas, y vivió siempre con
sobresaltos y angustias, pues aun con ser ella hermosa y honestísima
no solo la despreciaba, pero así desenfrenadamente se enamoraba de
otras, y le volvía el rostro, que por no hacer vida con ella se iba
de pueblo en pueblo, y cuando le acontecía estar con ella, nunca de
sus doncellas y damas partía los ojos hasta que con grandísima
afición los puso en una hermosísima y honestísima viuda, a quien,
muerto su marido en Mompeller los parientes, que eran gente muy
noble, la encomendaron a la Reyna, para que debajo su amparo y
recogimiento conservase su buena fama y persona. Sintiendo esto la
Reyna y considerando lo que de aquí se podía seguir, para quedar
ella perpetuamente sin hijos, y en desgracia de su marido, y que de
la misma manera que a su madre se le daría repudio y aun peor,
determinó de mirar por si, y salir de Mompeller a una aldea cerca,
que se decía Mirauall, lugar ameno y deleitoso, a la ribera de la
Garona, y llevó consigo a la viuda para mejor guardarla del Rey, y
pasar su ausencia en aquella soledad con paciencia. Pero como temiese
que aquella ausencia, no fuese lazo y ocasión del repudio, determinó
de ganarle por la mano, y en aquellos mismos enredos se le aparejaban
tomar al Rey, mayormente por tan buen medio como halló para ello, en
un criado del Rey muy su privado, y tercero en los amores de la
viuda, que la solicitaba muy disimuladamente.
Pues como la Reina
un día hallase a este criado en un rincón de la sala hablando muy
en puridad con la viuda, llegada a ellos, con voz baja, aunque muy
airada, le dijo. Tengo tan grande ira contra ti, traidor malvado, que
si la maldad que agora tratas de hacer contra la honra de palacio, no
fuese mayor contra mí que contra el Rey mi marido, días ha que ante
sus ojos, por muy privado suyo que seas, te hubiera mandado hacer mil
pedazos, porque pasases por el merecido castigo de tu desordenado
atrevimiento; con todo esto, pues tú eres mandado, y osas an
aventurar la vida por servir a tu Rey mi señor, aunque en ello me
haces notable injuria, digo que por no darle disgusto yo me olvidaré
de ella, y seguiré en todo su voluntad y apetito, y que pues te veo
tan puesto en los amores de esta viuda, (pues así lo quiere mi
fortuna ) no le contradiré: antes tomaré los hijos que hubiere de
ella, por míos propios, como de criada mía, y de mi marido, y me
los prohijare: solo que se tenga cuenta con la honra de esta viuda
por ser mujer principal y bien nacida, a la cual ni ha de ver el Rey,
ni ser visto de ella, y me prometas de tener muy secreto lo dicho y
hecho, y que por
ninguna vía se entienda haber yo consentido en
ello. Como oyó esto el criado del Rey, cuyo camarero era, holgose en
extremo, por ver a la Reyna tan súbitamente de muy airada vuelta en
su favor, y también encaminados los amores del Rey. Con esto se
partió a la hora para Latès pueblo pequeño, donde el Rey estaba a
dos leguas de Miravall, y le contó por orden todo lo que con la

Reyna había pasado: lo cual al Rey plugo mucho: y más de que el
concierto fuese para luego.





De manera
que el Rey, o solicitado por el camarero, o rogado por un principal
barón de Mompeller, a quien la historia Real nombra Guillé Alcala,
fue a prima noche a Mirauall a verse con la Reyna, llevando consigo
al mismo Alcalá, y llegando, fue con grandísima alegría recibido
de la Reyna; a quien también se mostró él con rostro muy afable y
alegre, y se puso a cenar y a conversar muy regocijadamente con ella:
no consintiendo la Reyna que
otri
que sus damas les sirviesen a la mesa, la cual levantada, comenzó el
Rey a mirar una a una, como solía, a todas las damas, y como no
viese su amada viuda entre ellas, creyendo estaría retirada para
mejor prepararse y hacer bueno el concierto, fingió sueño, e hizo
señal al camarero que le guiase a la cama, y puesto en ella, aguardó
muy atento, hasta que vencido del sueño se
adurmió,
y a la hora la Reyna su verdadera y casta mujer fingiendo ser la
viuda, entró en la cama con su propio marido, y por la mañana antes
que el Rey se levantase mandó abrir las ventanas y llamar a Guillen
Alcala, que aguardaba ya en la antecámara, entrase dentro, para que
pudiese en algún tiempo testificar como había visto en una cama
juntos al Rey y a la Reyna. De donde se levantó el Rey con alguna
cólera, y luego se fue para Lates, y con todo lo hecho, siempre
estuvo muy esquivo y diferente de la voluntad y bien querer de la
Reyna, tanto que poco después hizo público divorcio con ella como
adelante diremos.




Capítulo
XII. De la batalla de Úbeda (Vbeda) donde Vencieron los Reyes de
Castilla, Navarra y Aragón a doscientos mil Moros.

A esta
sazón que el Rey salía de Miravall, fue llamado para acabar el más
alto y más esclarecido hecho de armas que nunca se le ofreció, para
ganar con él mayor fama y gloria, que todos sus antepasados. Porque
partiéndose para Cataluña en llegando a Barcelona recibió cartas
de los Reyes de Castilla y de Navarra, avisándole como había pasado
de África a la Andalucía innumerable ejército de Moros, los cuales
juntados con los de Granada, Portugal, y Valencia llegaban a
doscientos mil, con ánimo, según publicaban, de conquistar de nuevo
toda la España. Por lo cual le rogaban que por el bien común suyo y
de toda la Cristiandad, no dejase de venir luego con el mayor
ejército que pudiese a Toledo, donde los hallaría ya puestos en
orden con todas sus gentes para la general defensa de España.
Entendido esto por el Rey, luego mandó publicar guerra contra moros
por todos sus reinos y señoríos, mayormente por Cataluña, donde se
le ofrecieron todos con gente y armas, y más con el tributo del
bouage que
era como después declararemos. Un tanto por cada cabeza de ganado.
De manera que siendo pregonado sueldo contra moros, sacó de los
reynos


de
Aragón, Cataluña, Mompeller, y la Provenza un ejército
poderosísimo de hasta veinte mil infantes, con tres mil y quinientos
caballos entre hombres de armas y caballos ligeros, los cuales
llegados a Toledo, y juntados con los ejércitos de Castilla y
Navarra, fue fama que llegaron a cien mil infantes y diez mil
caballos. Con esta gente y tan formado ejército fueron a buscar al
de los moros en la Andalucía hacia el barranco Mariano: a las navas
de Tolosa, que dicen, donde los Moros habían asentado su real: y sin
más aguardar, les dieron la batalla, la cual duró muchas horas, y
fue dudosa por ambas partes hasta que con las fuerzas e industria del
ejército Aragonés que servía
de retaguardia (según el
Arzobispo Don Rodrigo lo cuenta en su Historia) la victoria vino a
declararse por los Cristianos, y fue en ella herido el Rey don Pedro,
aunque no de muerte. En esta batalla, conforman todos los que
escribieron de ella haber sido muertos cien mil moros y
que los
demás con el Miramamolin huyeron desamparando el real, el cual fue
dado a saco por los Cristianos, y tomadas las riquísima tiendas del
Miramamolin, con infinitos despojos. Esto fue todo por la liberalidad
y magnificencia del Rey de Castilla don Alonso el
viii,
repartido
entre los ejé
rcitos de Aragón y
Navarra que con grande gloria y triunfo de esta victoria se volvieron
a sus reynos: y por los milagros en ella vistos, se instituyó por
toda España la fiesta y solemnidad del triunfo de
la Cruz.




Capítulo
XIII. Del nacimiento del Príncipe don Iayme, y de los extraños
misterios que en su bautismo acaecieron.

En este medio la
Reyna doña María, a quien dejamos en Miravall, deseando que llegase
a bien la real esperanza que del Rey su marido se hallaba en su
vientre depositada, se encomendaba muy de corazón a Dios nuestro
Señor, y a su bendita madre, con sus santos Apóstoles, acrecentando
su devoción con muy grandes obras de caridad y religión, siendo muy
larga y liberal para los pobres, y muy magnífica con las iglesias y
monasterios de religiosos, para que por todos se encomendasen sus
cosas a Dios: tomando con grande paciencia la extrañeza y crueldad
del Rey, y consolándose con el fruto de bendición que esperaba, en
quien tenía puesto todo su descanso hasta que llegó el tiempo del
parto, para lo cual se preparó muy de propósito, como menester era,
para hacer fé y testimonio del buen suceso. Por esto partió de
Miravall y entró en Mompeller, y se aposentó en el palacio de los
Tornamiras,
por ser casa grande, y de muy ricos aposentos: a donde mandó juntar
todos los principales ciudadanos con sus mujeres, para asistir y
hallarse presentes a su parto: del cual con el favor divino nació un
infante muy formado y bellísimo, el primer día de
Hebrero
en la noche, año del virginal parto (como dice la historia Real) M.
cc viii, que era día celebrado con ayuno y vigilia de la fiesta y
purificación de la virgen y madre de Dios nuestra Señora.

Cuando
comúnmente por todas las iglesias de la Cristiandad, con mucha
solemnidad se bendicen las velas de cera para ilustrar los
sacrificios divinos. Esa misma noche del nacimiento, el recién
nacido niño fue por mandato (mandado) de su devota madre llevado a
la iglesia mayor de la ciudad, acompañado de todo el pueblo que no
cabía de regocijo, para solo hacer infinitas gracias a nuestro
Señor, y a su gloriosa madre por tan próspero parto, y acaeció
entrar el Infante por la iglesia, pasada la media noche, al punto que
los Canónigos celebraban los maitines, y entonaban en voz alta el
cántico
Te Deum laudamus,
a donde hechas gracias, y pasando a otro templo que llaman de sant
Firmin, en el cual así mismo celebraba los maitines, se siguió (lo
que también se tuvo a milagro) que llegó a entrar, al tiempo que en
alta voz comenzaban el cántico Benedictus Dominus
Deus Israel.
Mas determinando la Reyna que el mismo día de la Purificación fuese
el niño bautizado, y pensando sobre cual de los doce Apóstoles le
daría su nombre, mandó traer doce velas de cera blanca de igual
peso, y una misma hechura, las cuales ofreció a los doce Apóstoles,
en cada una escribiendo el nombre de uno, y encendidas todas juntas,
con propósito de que si alguna durase más que las otras, fuese el
nombre del Apóstol, a quien la vela estaba dedicada, impuesto al
niño, y allí acabadas de consumir las otras, la del Apóstol sant
Iayme, o Santiago (que todo es uno), quedó encendida, y luego fueron
al templo, y bautizado el niño le fue como del cielo impuesto el
nombre de Iayme, para que a imitación del glorioso Apóstol patrón
de España, que echó de ella la gentilidad con la introducción de
la ley Evangélica: así don Iayme echase la secta Mahometica de los
reynos por él conquistados, y los sujetase al Evangelio y nombre de
Cristo. Todas estas cosas maravillosas que acaecieron en el
nacimiento del Príncipe don Iayme, como señales de un gran Rey
causaron en doña María su madre grandísima admiración para que a
imitación de la soberana María Reyna de los Ángeles las observase,
como misterios, y en su alma confiriese lo que de tan altos
principios se podía esperar. Porque no era muy diferente de la
tiranía de Herodes en la persecución del niño Iesus, y de su madre
bendita, lo que a don Iayme acaeció, cuando siendo muy tierno,
estando en la cuna (como el mismo lo escribe) le cayó una gran
piedra sobre ella (no se sabe si acaso o echada por alguno que
pensara muerto él, reinar) y aunque con grande estruendo rompió la
cuna quedó el niño sano, y sin lesión alguna. también por lo que
fue después perseguida la madre de sus hermanos, puesto
pleyto
contra ella, por quitarle el estado, y que por esto, como se dirá,
fue forzada huir a Roma, y sufrir tan gran dolor como padeció
dejando a su queridísimo (carísimo) hijuelo tierno, de cuatro años,
tan apartado de sí, y que después viniese a poder de sus enemigos,
aquellos que le mataron al padre: de los cuales tanto más se había
de recelar no matasen al hijo, por que faltase quien vengase al mismo
padre.



Capítulo
XIIII (XIV). Como el Rey puso divorcio con la Reyna, y del pleito de
sus hermanos contra ella, y como fue a Roma y hubo sentencia en favor
contra todos.

Desde que el Rey se partió de Mirauall, nunca
después hallamos que volviese a verse con la Reyna, ni bastó su
felicísimo parto, ni su gran paciencia, para ablandar tan duro
pecho, y que dejase de perseguirla tan a la descubierta, que vino a
hacer divorcio con ella. Y no paró hasta que la causa del divorcio
se remitió a Roma al mismo Pontífice Innocencio III, dando por
suficientes causas que doña María antes que casase con él había
consumado matrimonio con el Conde de Comenge en Guiayna, y tenido dos
hijas de él y que siendo este mismo
vivo,
sin haber sido apartada de él por autoridad de la iglesia ni dado
por
nullo
el matrimonio había contraído el postrero. Mas añadió por causa
de nulidad de su parte que antes de haber consumado el matrimonio con
doña María había carnalmente conocido una prima hermana de ella.
Lo cual entendido por el summo Pontífice cometió luego el
conocimiento de la causa a los principales Prelados de la Guiayna
reservando a si la decisión y sentencia que se había de dar sobre
ella. Pero prevaleciendo el poder y favor del Rey, y conociendo doña
María que su causa iba mal, determinó de recurrir (recorrer) al
mismo Pontífice, y declararle las causas que en descargo suyo y
firmeza del matrimonio tenía, las cuales en suma fueron. Como
forzada ella y amedrentada por las amenazas de muerte que don Guillen
su padre le hizo, hubo secretamente de contraer matrimonio con el
Conde de Comenge, con el cual tenía parentesco y que no se hubo
jamás gracia ni dispensación del Papa para poder legítimamente
casar con él. Y también que era muy notorio como el mismo Conde, al
tiempo que se casaron, estaba ya públicamente casado con dos
mujeres, ambas viudas (biuas), la una llamada Guillerma Barcen: la
otra hija del Conde de Bigorra, y que de las dos tuvo hijos. Toda
esta verdad del hecho bastantemente probada, se envió a Roma muy
autenticada y sellada, a darse en proprias manos de su Santidad. Pero
pareciendo a doña María, que tenía otras más justas causas para
impedir el divorcio,
las cuales no se podían descubrir sino a
sola la persona del Pontífice y también porque el favor del Rey
prevalecería en Roma, ausente ella, determinó de ir allá en
persona, para más bien de su carísimo hijo, el cual dejó
encomendado al gobernador de Mompeller para que hiciese de él a
voluntad del Rey: y ella bien acompañada llegó a Roma, a donde fue
muy honradamente recibida y tratada como Reyna, del Pontífice y
Cardenales y de todo el Senado y pueblo Romano. Y luego después de
oída su información particular, con las demás ya dadas, y muy bien
examinada la causa en contradictorio jvicio con los procuradores del
Rey: de consejo y voto del sacro Collegio de los Cardenales, y
auditores de rota, y habida consulta con los mayores letrados de
Italia, diose por sentencia. Que don Pedro Rey de Aragón estaba
legítimamente casado con doña María hija de don Guillen señor de
Mompeller, por haber sido pública y solemnemente in facie Ecclesiae
contraído el matrimonio: que no se podía deshacer por la objeción
por él hecha de parentesco que había trabado antes del matrimonio
con la parienta de Doña María. Lo cual era de ninguna fuerza y
valor, porque esto nunca se probó: y menos lo que se oponía del
primer matrimonio de doña María con el Conde de Comenge el cual fue
nulo, no solo por el parentesco que doña María tenía con el Conde,
pero mucho más, porque siendo este casado ya antes públicamente con
la hija del Conde de Bigorra, y habido hijos de ella, encubriéndolo
clandestinamente hizo el segundo con doña María que no lo sabía. Y
más porque con violencia de su padre fue forzada a consentir en
ello. Por donde no había lugar de divorcio por ser el matrimonio
legítimamente contraído. Esta fue la sentencia que contra el Rey en
favor de doña María se publicó en Roma, en el mes de Hebrero del
año, M. ccxiij, y quedó registrada en el libro de los decretales
Pontificales como la historia del Rey lo afirma. La cual sentencia
fue luego remitida por el Pontífice al Rey Don Pedro, juntamente con
un
rescripto,
por el cual su Santidad le amonestaba y rogaba aceptase y tuviese por
buena la sentencia en favor del matrimonio, pues se había
pronunciado después de haber sido muy mirada y examinada por el
sacro Collegio de los Cardenales y comunicada con los más célebres
Doctores de toda Italia, y que era como de la mano de Dios, por
quietar su conciencia y atajar tantas revoluciones y alborotos
de
sus reynos que fácilmente podrían seguirse de la división y
divorcio, mayormente por la honra de doña María, mujer (como lo
mostraba) prudentísima y Cristianísima: y también de su hijo don

Iayme común prenda de los dos. De cuya sucesión no podía
esperarse sino gran beneficio y pacificación para todos sus reynos.
Mas dudando el Pontífice que el Rey pasase por lo juzgado, cometió
la ejecución de la sentencia a los Obispo de Auiñon y Carcassona,
para que con censuras eclesiásticas compeliesen al Rey, no
admitiéndole apelación alguna, a obedecer la sentencia. Con todo
esto el Rey endurecido en su obstinación y pertinacia, no quiso
obedecer. Por esta causa la
Reyna, a efecto de librarse de la ira
del Rey, y por ver más al seguro el éxito (suceso) de sus negocios,
determinó quedarse en Roma, hasta que con la muerte del uno, o del
otro, le diese fin a tantos males. también por ver concluida la otra
causa y pleito que como dijimos, estaba contestado ante el mismo
Pontífice, entre su hermano y ella. En la cual también se dio
sentencia, y declaró el Papa, que Guillen
pretenso
hijo de don Guillen señor de Mompeller, como bastardo, nacido y
procreado en vida de la primera y legítima mujer de don Guillen
fuese inhabilitado para la sucesión y herencia del estado; y que
Doña María su hermana como única hija de don Guillé de legítimo
matrimonio nacida, era la verdadera y universal heredera, que sucedía
en los estados de su padre:
y por la misma causa declaraba como
la sucesión de Mompeller pertenecía al Príncipe don Iayme su hijo.
Con esta sentencia se dio final al pleito, y doña María quedó
pacifica señora de todo su estado.





Capítulo XV. Que el Príncipe don Iayme fue encomendado por el Rey
su padre al Conde Simón de Monfort, y como fue condenada la herejía
que se levantó en la ciudad de Albi.

Al tiempo que esto
pasaba en Roma, movido el rey por la furia y mala intención de
algunos, y por
la sentencia contra él dada, tenía tanta ira
contra la Reyna, que por su respecto mostraba del todo aborrecer a su
propio hijo don Iayme, ni curaba de hacerlo criar como quien era, ni
aun permitía se lo trajesen (truxesen) delante, puesto que debajo de
aquella tierna edad el niño, así con la presencia y dignidad de
rostro, como con la bella estatura y proporción de cuerpo, daba de
si grandes señales de su valor y magnanimidad real: de manera que
siendo de todos muy amado y respetado, a solo el Rey desplacía.
Hallábase a esta sazón en la corte del Rey un caballero principal
llamado Simón de Monfort Conde de Carcassona y Besiers, pueblos
principales de la Guiayna, vecinos a Mompeller, hombre hecho para paz
y guerra, y en armas muy señalado, y que estaba tan obligado al Rey,
que por su intercesión el mismo Pontífice Innocencio III le había
dado en feudo el Condado con otros pueblos. Este teniendo grande
lástima del niño don Iayme, y de la poca cuenta que de él se tenía
para criarlo como a hijo y sucesor en los reynos, rogó al Rey se lo
diese, que lo criaría en su casa, y tendría (ternia) especial
cuidado de enseñarle la disciplina y costumbres reales, y mirar por
él como quien era. No le pesó al Rey de la demanda del Conde,
porque pensaba era su fin prohijárselo para casarle con su hija
única, y hacerle sucesor en sus estados, por esto tuvo por bien que
se lo llevase. Horrible y miserable cosa, que se encomendase y diese
a criar el hijo, a quien antes de cumplir el año había de ser
homicida del padre que se lo encomendó. Era pues este Conde muy
valeroso caballero y capitán famosísimo de aquel tiempo, cuando el
mismo Pontífice mandó juntar grande ejército en Guiayna, y le hizo
general de él, contra los Condes de Tolosa, de Foix y de Comenge,
por ser autores y defensores de la herejía de los Albigenses que
poco antes se habían levantado en la ciudad de Albi en Guiayna,
renovando la aborrecible secta de los Manicheos, Arrianos, y
Vualdenses.
Uno de los que más impugnaron y persiguieron estos
errores con su continua predicación, y públicas disputas, fue santo
Domingo Español, que entonces era Canónigo reglar del orden de S.
Agustín, y fue después por él fundada la religiosísima orden de
Predicadores (como en el libro siguiente diremos) hasta que por el
dicho Pontífice se tuvo el celebérrimo Concilio Lateranense en
Roma, en el cual concurrieron los dos Patriarcas de Ierusalen y
Constantinopla, lxx. Arzobispos, cccc. Obispos, xj. Generales de
órdenes, y ccc Abades, y Priores de monasterios principales, además
de los Embajadores de todos los Reyes y Príncipes Cristianos: por el
cual fue condenada y confundida esta herejía, y los defensores de
ella condenados a privación de sus estados y señoríos,
aplicándolos al fisco de la iglesia, y cámara Apostólica. Para la
ejecución de esto el Conde Monfort por general del ejército, y
antes de todo esto comenzó ya a perseguir a los Condes. Por esta
causa el Rey, siendo cuñado suyo el conde de Tolosa, tuvo gran odio
al Conde Monfort, y entendió en perseguirle.






Capítulo XVI. Como el Rey movió guerra al Conde Monfort, el cual se
le humilló, y no queriendo aplacarle, le dio batalla campal, y mató
su real persona.

Crecía de cada día el rencor y enemistad
que el Rey tenía contra el Conde Monfort, con la nueva
ocasión
que para ello dieron los pueblos de Carcassona y Besiers, por
industria, como se sospechó, del mismo Conde en menosprecio y
notable afrenta del Rey, al cual los pueblos enviaron con engaño sus
embajadores, quejándose del Conde, que los maltrataba y regía
tiránicamente, que le suplicaban los tomase debajo su amparo y
defensa, porque a la hora se le entregarían todos con sus
fortalezas. Lo que siempre se creyó fue hecho con maña y arte del
Conde, para descubrir el ánimo del Rey si escucharía el
ofrecimiento hecho por sus pueblos, para con esta ocasión apartarse
de su amistad. Pues como el Rey viniese con poca gente a los pueblos
del Conde para tomar posesión de ellas y hacer luego venir gente de
guarnición para defenderlos como se lo habían pedido, salían sin
orden al camino, diciendo a voces que ellos emplearían sus vidas y
personas por su alteza, y que esto bastaba para tenerse por obligado
a defenderlos. Con estas palabras fingidas, juntamente con muchas
danzas de mujeres hermosas, que al Rey tanto agradaban, le
entretenían, sin dársele ni permitir pusiese guarnición de gente
en sus tierras. Entendida por el Rey la burla manifiesta, y que era
por invención del Conde ordenada, determinó hacerle abierta guerra
hasta coger su persona.
A lo cual se adelantó el Conde, y (como
dice la historia real) vino a una villa llamada Muret en el campo de
Carcassona, muy cerca de donde el Rey estaba con su ejército que de
presto había mandado hacer, y venir con algunos principales de
Cataluña. Trajo (truxo) el Conde para su defensa mil caballos
ligeros los más escogidos de la tierra, y se puso en orden, así
para acometer, como para defenderse del Rey: el cual como lo supo
movió su ejército, y se fue allegando para cercar la villa y
cogerle dentro. El Conde, que entendió esto viendo su peligro tan
manifiesto por la mucha gente que de cada hora aumentaba el ejército
del Rey, enviole a pedir treguas, y tentó con honestos partidos de
entregársele, queriendo antes hacer experiencia de la clemencia del
Rey, que por armas probar su fortuna. Como el Rey no quisiese
escuchar concierto alguno, antes con la sobrada cólera e ira hiciese
marchar el ejército contra la villa, sin aguardar la demás gente de
Cataluña que para otro día se esperaba, determinó luego en
llegando dar el asalto. Como el Conde vio la dureza del Rey, medio
desesperado, animó de nuevo a los suyos, protestando ante todos,
como se había rendido al Rey, ofreciéndole cuantos medios y modos
de paz había podido, por no venir con él a las manos: pero que pues
no había sido escuchado, ni podido sacar al Rey de su obstinación
sería muy gran mengua suya y de tan valerosa y lucida caballería
como allí se hallaba, rehusar la batalla.
Por tanto les rogaba,
que pues con haberse humillado al Rey, había mejorado su querella,
se esforzasen, y le ayudasen a salir con ella.

Y así
encomendándose todos muy de veras a nuestro Señor, y recibiendo su
santísimo cuerpo en el sacramento, como lo acostumbraban siempre
hacer al entrar en las batallas, salió al amanecer con sus mil
caballos de la villa, y fuese para el ejército del Rey, que ya se
había extendido en dos alas para cercar la villa, dejando aquella
parte, donde el Rey estaba, muy abierta, y mal guarnecida de gente.
Conociendo pues el Conde el pendón del Rey, que suele siempre guiar
la persona real, hizo un cuerpo de todo su escuadrón, mandando a
todos que a ningún enemigo, aunque se rindiese, otorgasen la vida, y
que no perdonasen a grandes ni a pequeños, ni a la misma persona del
Rey. Hecha la señal, arremetió con grande ímpetu con todo el
escuadrón contra el estandarte real, y fue tanto su ardor y
presteza, que antes que los del Rey, que andaban por el campo
esparcidos se pudiesen juntar para defenderle, los del Conde dieron
en el cuerpo de guardia, y los mataron a todos con el mismo Rey. Pues
como se publicase luego por el ejército la muerte del Rey, a la hora
desampararon el campo todos. Lo cual hecho, mandó el Conde recoger
su gente, y sin consentir se saquease el Real, ni entrar en las
tiendas, se volvió con toda la caballería a sus tierras: aliviando
su dolor y tristeza que de la muerte del Rey sentía, con la alegría
y gloria de la victoria.





Fin del libro
primero.



Continuar con el segundo libro

martes, 10 de diciembre de 2019

Colección corona Aragón, tomo IV


Colección de documentos inéditos del archivo general de la Corona de Aragón,
publicada de Real Orden
por el archivero mayor
D. Próspero de Bofarull y Mascaró.

Tomo IV.

Procesos de las antiguas cortes y parlamentos
de Cataluña, Aragón y Valencia,
custodiados en el archivo general de la corona de aragón,
y publicados por Real Orden por el archivero mayor
D. Próspero de Bofarull y Mascaró.
Tomo IV.
Barcelona.
En el establecimiento litográfico y tipográfico de
D. José Eusebio Monfort.
1849.

/Ortografía actualizada en los textos escritos por Bofarull/

Documentos relativos a la unión del condado de Barcelona con el reino de Aragón, al gobierno y casa real de sus monarcas, institución y régimen de sus municipalidades, y celebración de sus cortes.

Introducción.

Después de publicados en la primera serie de la Colección general de documentos inéditos de este Archivo todos los que hemos juzgado conducentes para ilustrar el gran negocio de los parlamentos de Cataluña, Aragón y Valencia, y del Compromiso de Caspe, desde los últimos años del reinado de don Martín de Aragón, hasta los primeros de la nueva dinastía del electo don Fernando de Antequera, infante de Castilla, y muerte de su antagonista, el conde de Urgel, don Jaime el desdichado, daremos a luz en esta segunda serie otros monumentos históricos, que pueden servir, en nuestro concepto, a los escritores públicos para esclarecer las instituciones políticas de los Estados de que se componía esta corona, y particularmente sus antiguas cortes, objeto principal de nuestro propósito, a tenor de las Reales disposiciones.
Y como para formar la verdadera idea de estos congresos o cuerpos legislativos, que convocaba y presidía el monarca, con asistencia del clero, nobleza y pueblo de los respectivos reinos, sea indispensable tenerla anticipada del tiempo y modo como estos se unieron y engrandecieron, hasta llegar a su apogeo en los siglos medios, a beneficio de tratados y conquistas, y de sus buenas instituciones políticas, tanto reales como municipales; dividiremos la materia en cuatro partes, insertando en cada una de ellas, a la letra y por su orden cronológico, documentos que más puedan ilustrarla.

En la 1.a, bajo el epígrafe: unión del Condado de Barcelona con el reino de Aragón, presentaremos todos los documentos interesantes y curiosos que custodia este Archivo, referentes a la época, y enlace del conde de Barcelona don Ramón Berenguer IV con doña Petronila de Aragón, hija de don Ramiro el monje, desde el testamento del conde don Ramón Berenguer III en 1131, hasta la abdicación de la reina a favor de su hijo don Alfonso el Casto en 1173, después de la muerte del padre; pues no cabe duda que a esta dichosa unión, y al poderío, talentos, política, relaciones y victorias de este esclarecido conde, debió la España Oriental su completa restauración cerca de tres siglos antes que la Occidental, en tiempo de los Reyes Católicos.
En efecto, con la mayor representación y fuerza que adquirieron entonces estos reinos, y las rápidas y simultáneas conquistas de todas las plazas fuertes de las márgenes del Cinca, Segre y Ebro, y especialmente de las de Fraga, Lérida, Mequinenza y Tortosa, hasla el puerto de los Alfaques, abrió este conde a su magnánimo bisnieto don Jaime I los mares para la conquista de Mallorca, y las puertas del reino de Valencia hasta más allá de la ciudad de Murcia, donde tuvo que hacer alto, acaso por no violar los tratados que mediaban con sus deudos, los reyes de Castilla, o por otras razones que pueden dilucidarse con el examen de su crónica y con el de los documentos del reinado de este gran monarca, que a su vez figurarán en esta misma Colección.
En la 2.a parte, bajo el epígrafe: Gobierno y Casa Real de los monarcas de Aragón, daremos a luz otros muchos documentos, bastantes, en nuestro concepto, para dar a conocer la forma de gobierno, tanto público como doméstico, de estos soberanos en los siglos medios, en que la perfeccionó el talento y perspicacia de don Pedro IV de Aragón con tantas y tan acertadas ordenaciones, estatutos y reglamentos políticos, militares y de etiqueta, que con razón le merecieron el singular dictado de Ceremonioso, con que se le distinguió en su tiempo; y cuando ya sus estados se estendian no solo a la porción de península española que tocara a estos monarcas en sus repartimientos con los de Castilla, si que también a diferentes puntos de Asia, África e Italia; y mientras sus numerosas escuadras señoreaban el Mediterráneo, y las barras de Aragón ondeaban desde la antigua Bizanzio, hasta las columnas de Hércules, como puede verse en nuestros más clásicos historiadores, y particularmente en las Memorias sobre la marina, comercio y artes de la antigua ciudad de Barcelona del erudito e infatigable investigador don Antonio Campmany.
En la 3.a parte, y bajo el epígrafe: Municipalidades, publicaremos en seguida y con el mismo orden algunos privilegios, estatutos y reglamentos que los monarcas de Aragón, descendientes del conde don Ramón Berenguer IV y de la reina doña Petronila, fueron concediendo parcial y progresivamente, después de sus gloriosas conquistas, a las ciudades, villas y lugares de sus dominios, para erección y régimen de los cuerpos de la administración civil y económica, con denominación de paheres, conselleres, jurados o cónsules de los comunes, luego que el cúmulo de negocios que les ocasionó la vasta estension de Estados, la mayor cultura de sus súbditos, el aumento de vecindario en las poblaciones antiguas y en las que de nuevo se fundaron, y finalmente el acrecentamiento de la agricultura, artes y comercio, les precisaron a ceder o confiar a los mismos pueblos su gobierno interior, y a despojarse de una regalía que habían ejercido desde los primeros siglos de la restauración, por sí solos o por el corto número de sus oficiales reales, sin intervención alguna del pueblo, sino cuando el soberano autorizaba las juntas o reunión de los padres de familia para tratar de los asuntos comunales que les interesaban.
Con tan sabias y adelantadas instituciones municipales y con el estímulo de privilegios, libertades, cartas-pueblas y otras mercedes, lograron con el tiempo aquellos previsores monarcas encender el patriotismo y captarse el amor y adhesión de los pueblos, que a competencia les facilitaron sumas inmensas, en cuotas de frutos y otras voluntarias imposiciones, para su reincorporación a la Corona, y a fin de cubrir los grandes gastos que necesitaron hacer para el feliz éxito de sus continuas espediciones y empresas. Entretanto las más señaladas ciudades, villas y lugares merecieron en recompensa de estos servicios el inestimable privilegio de sentarse en los escaños de las cortes, donde, con denominación de Brazo Real y al pie del mismo trono, le defendieron más de una vez de los ataques del feudalismo.
En la 4.a y última parte de la serie, y con el epígrafe: Cortes, daremos finalmente un sucinto estracto del formulario de los procesos de la clase que custodia este Archivo, insertando en sus respectivos lugares, al pie de la letra, todos los documentos que consideraremos interesantes y dignos del examen de los literatos que gusten dedicarse a esclarecer una institución tan acatada, como poco controvertida, ya sea por las circunstancias de los tiempos pasados, o ya por no haberse formado hasta los presentes una compilación de actas de aquellos célebres congresos, que han sido en todos tiempos y hasta nuestros días el paladion de los españoles en los grandes apuros del Estado.
Si la irreparable pérdida de los archivos de Zaragoza en los gloriosos pero asoladores sitios que sostuvo aquella heroica ciudad, durante la alevosa guerra de la Independencia, no lo imposibilitara, el ilustrado gobierno de S. M. se aprovecharía de aquella malograda riqueza, reuniendo a la compilación de este Archivo que damos a luz, los muchos procesos y escrituras de la misma cuerda que, según Blancas y otros sabios escritores, existían en aquellos preciosos depósitos, con lo cual se completaría esta colección y quedarían enteramente satisfechos los deseos de la Reina N. S. (q. D. g.); pero ya que esta medida sea irrealizable, podrán aprovecharse otros muchos procesos de las cortes de estos reinos de Aragón, que se hallan diseminados en los archivos de Simancas, Valencia, Tarragona y otras poblaciones, y darán materia para algún apéndice.
Debemos advertir, que, aunque Carbonell, Peguera, Zurita, Blancas, Diago, Marca, el malogrado don Pablo Piferrer y otros escritores hayan dado noticia y copias de documentos de este Archivo, sobre las mismas cuestiones que principalmente nos proponemos ilustrar en esta segunda serie de la Colección general; no por esto dejaremos de continuar en ella todos los que existen en este depósito de fé pública, sin reparar en que uno ú otro haya sido publicado aisladamente por los citados escritores; pues a más de ciertas variantes que hemos notado en alguna de sus copias, nos obliga a no omitir las nuestras la poderosa consideración de que no todos los aficionados que acudan a esta Colección general para ilustrarse tendrán a mano las obras de los citados escritores. Sin embargo, como en estas se encuentran también diferentes copias de escrituras sacadas de otros archivos, que no existen en éste, y son al mismo tiempo muy necesarias para ampliación de las pruebas históricas que pueden necesitarse, no debe descuidarse su detenido examen.
Con esta serie de documentos, y otros muchos de igual clase que en casos particulares podrá facilitar este Archivo a las personas que los necesiten, creemos que tendrán los escritores públicos suficientes pruebas para ilustrar la constitución política de los diferentes Estados de que se componía la antigua Corona de Aragón en los siglos medios, y para la aclaración de otros puntos históricos que de ellos se desprenden, y son igualmente objeto de esta Colección.


unión condado Barcelona reino Aragón

jueves, 14 de marzo de 2019

Libro XIX

Libro XIX.





Capítulo primero. Como
partió el Rey para el Concilio a la ciudad de Leon de Francia, cuyo
asiento y excelencias se describen.






Como el Rey
fuese de nuevo rogado por cartas del sumo Pontífice abreviase su
venida para el Concilio de Leon, a donde ya era llegado con los
Cardenales y toda la corte de Roma, y por esto muchos de los Obispos
Abades y Priores de España que estaban convocados para él,
aguardasen en Barcelona su partida por no perder la ocasión de tan
alta compañía: diose toda la prisa que pudo hasta ponerse en
camino, y llevando consigo algunos señores principales de los dos
Reynos partió de Barcelona. Y pasando por Perpiñan, llegó a
Mompeller, donde se detuvo ocho días, y recibido el servicio que la
ciudad le hizo para ayuda de costa de su viaje, pasó adelante hasta
llegar a Viana en el Delfinado villa muy principal por su hermoso
templo y bien labrados edificios, y más por la vecindad del río
Ródano, uno de los mayores de la Europa que le pasa por delante y
estar ella a media jornada de la ciudad de Leon. Donde como entendió
haber llegado el Rey, fueron luego a Viana los embajadores del
Pontífice a rogarle se entretuviese en sant Saforin a tres leguas de
Leon, porque no solo de los Prelados del Concilio y cortesanos del
Papa: pero también por mandato del Rey Philipo su yerno había de
ser el Senado y pueblo de Leon muy suntuosa y realmente recibido.
Tuvo también cartas del mismo Philipo y de la Reyna su hija
excusando su venida para bien hospedarle, por importantísimos
negocios del Reyno, a causa de ciertos alborotos populares en la
Picardia a los confines de Flandes, a los cuales había de hacer
rostro con su persona, pero que la ciudad de Leon haría muy bien lo
que debía, y le era mandado para todo servicio y regalo de su Real
persona y de los suyos: como lo mostró muy bien en este recibimiento
y entrada. Es Leon una de las más poderosas y bien pobladas ciudades
de toda la Francia en el extremo de la Gallia céltica, hacia el
oriente situada, la cual es de su propio sitio y asiento naturalmente
fortificada. Porque tiene un monte al poniente con su alcázar
fortísimo y muy puesto en defensa. De la otra parte al levante la
cerca el Ródano que con su gran profundidad de aguas le defiende la
entrada, pues no hay otra de la que hace una muy fuerte y hermosa
puente de piedra. Está por todas partes no solo ceñida de muralla
fortísima, pero también la atraviesa por medio el río Araris, que
vulgarmente llaman la Sona, y viene de hacia el Septentrión del
ducado de Borgoña, por el cual está de toda cosa abundantísimamente
prouehida.
Es este río muy grande y navegable y se junta al cabo de la ciudad
con el Ródano: y así dicen que por el grande concurso de aguas el
nombre de Leon está corrupto, y se llamó vulgarmente Leau que
significa las aguas. De manera que la corriente de la Sona, en
encontrar con la corriente del Ródano se vuelve tan lenta y mansa, y
la hace como regolfar de arte, que realmente viene a ser tan
navegable río arriba como río abajo. Pero puesto que parece que no
se mueve el agua (como lo notó Iulio Cesar en sus comentarios) en el
moler muestra bien su brava corriente. Por estas comodidades, así
por la parte de arriba con las dos riberas: como por la oportunidad
del mar Mediterráneo río abajo, es la ciudad muy fácil de proveer
de toda cosa, y para el comercio de la mercaduría más acomodada de
cuantas hay en toda la Francia. Además que por su propio campo, que
es fertilísimo y bien cultivado, la ciudad tiene muy grande hartura
de pan y vino, de carnes y volatería con la mucha cogida de cáñamo
y lino. Lo cual ajuntado con el incomparable trato de la mercaduría,
y expedición de ella, muestra que fue entonces Leon lo que ahora es,
una de las más opulentas ciudades de la Europa. Como se vio por la
experiencia, pues por todo el tiempo que duró el Concilio, que fue
poco menos de dos años, pudo a la fin mantener con igual abundancia
que al principio, al summo Pontífice y collegio de Cardenales con
toda la Corte Romana, a los Patriarcas, Arzobispos y Obispos de toda
la Cristiandad con su gente y familia, Abades, Generales, y Priores
de todas las órdenes con los Embajadores de Príncipes y síndicos
de todas las iglesias Catedrales. Finalmente el mismo Rey de Aragón,
con otros muchos señores de la Francia, sin las demás gentes, que
no solo por el Concilio general, mas aun por ver en él la persona
del mismo Rey, movidos por su gran fama y renombre, acudieron de toda
la Galia, Inglaterra, Italia, y Alemaña.



Capítulo II. De la
solemnísima entrada y recibimiento del Rey en Leon, y como se vio
con el Papa, y de las tres grandes cosas de que mucho se maravilló.






Como el Rey
por orden del Papa se detuviese dos días en san Saphorin donde le
tuvieron muy ricamente hospedado los de Leon, llegaron allí muchos
señores de los grandes de Francia por mandato del Rey Philipo a
visitarle y ofrecerle el mando y señorío de toda Francia y a poner
en sus manos el absoluto tribunal de la justicia, de la cual se valió
para librar a muchos de las cárceles y salvar la vida a algunos
condenados a muerte, y perdonar a otros desterrados, que no había
quien no perdonase a su contrario por complacer al Rey que con tanta
benignidad se los rogaba. Llegado pues a una legua de Leon, encontró
con un grande escuadrón de gente de a caballo armada muy a punto de
guerra con sus caballos encubertados, y sus trompetas y añafiles:
los cuales se dividieron e hicieron delante de él una bien
concertada escaramuza que al Rey pareció muy bien, y fueron muy
alabados por ella. Luego llegaron los del regimiento y Senado de
Leon, y por su orden besaron las manos al Rey y fueron de él con
grande afabilidad recibidos. Tras ellos llegaron todos los Prelados
Arzobispos Obispos, y Obispos del Concilio con los Embajadores de los
Príncipes Cristianos que asistían en él excepto los Cardenales. Al
embocar una puente salieron gran muchedumbre de doncellas con sus
dorados cabellos y guirnaldas puestas sobre ellos, danzando muy a
compás y haciendo su acatamiento con cierto presente al Rey: cuya
recompensa bastó para casar todas las doncellas pobres y huérfanas
que se hallaron entre ellas. Al entrar de la puerta volvieron a salir
los del regimiento, y le ofrecieron las llaves de la ciudad con muy
graciosa ceremonia y entrado dentro halló al Arzobispo de Leon con
toda su clerecía y religiones que le recibieron y prestaron la
obediencia y ceremonia como a Rey jurado. De allí yendo por la
ciudad que estaba toda entoldada riquísimamente con muchos arcos
triunfales y otras invenciones adornada, causó en la gente grande
admiración su presencia con tan extraña grandeza y tan bien
proporcionada compostura de su persona, con su barba larga y de
venerables canas esparcida, su aspecto y rostro, no solo suave y
alegre, pero muy grave y lleno de majestad: iba sobre un grande y
hermoso caballo blanco ricamente aderezado y él tan bien puesto en
la silla que no le estorbaba la grandeza de su persona y años para
seguir con todos sus miembros el compás de los
corcobos
y gentilezas que el caballo hacía, como aquel que por cincuenta años
y más, con las armas a cuestas se había en ello bien ejercitado. De
esto venía a decir la gente que cierto no era indigna su persona de
la grande fama y renombre que de sus hechos y valor corría por todo
el mundo. Con el mismo acompañamiento fue llevado hasta la iglesia
mayor para dar gracias a nuestro Señor, como tenía de costumbre, y
de allí pasó al palacio Pontifical donde apeado fue recibido por el
colegio de los Cardenales y subió con ellos a la sala del Concilio
donde estaba el Pontífice: el cual se levantó de su Silla y llegó
a la puerta a recibirle, y el Rey se postró a sus pies y le besó el
derecho, mas el Pontífice lo levantó y abrazó y bendijo muchas
veces. Y luego para el día siguiente, para el cual se había
publicado sesión del Concilio, fue con muy grande ceremonia
convocado. Y pasada de pies alguna plática con el Pontífice, se
despidió de él para irse a reposar ya noche: y fue llevado por los
del regimiento y señores con infinito concurso de gente al palacio
real de la ciudad y en él con todos los suyos aposentado y regalado
como si fuera su propio Rey. El siguiente día por la mañana
acudieron a palacio los mismos gobernadores y regidores de la ciudad,
con los señores y grandes de Francia, y todos los Embajadores de los
Reyes y Príncipes como el día antes, y lo acompañaron al palacio
pontifical hasta dejarlo en la gran sala del Concilio. Le salieron a
recibir a la puerta de palacio los Priores, Abades, Obispos, y
Arzobispos, Patriarcas, y Cardenales por su orden hasta que subido a
la sala y hecho su debido acatamiento al Pontífice le fue dado
asiento por el maestro de ceremonias y puesta allí su silla la más
propinca de todas a la Pontifical. Salidos fuera los señores con los
del regimiento y los demás que le acompañaron, cerrada la puerta de
la sala y vueltos a sentarse cada uno de los del Concilio por su
orden: estuvo el Rey muy admirado de ver un tan principal y nunca por
él visto espectáculo. Y hecha ante él la sesión que por aquel día
fue breve, aunque con igual ceremonia que las otras: fue por el
Pontífice preguntado qué le parecía de aquel tan bien ordenado
ejército y real de Ecclesiásticos, a esto respondió el Rey, que de
tres cosas quedaba sumamente maravillado. La primera de la persona y
tan encumbrada majestad Pontifical. La segunda del espectáculo de
tantos Cardenales vestidos de púrpura, como de muchos Reyes juntos.
La tercera de la congregación de tantos prelados la mayor que nunca
vido
ni creyó. Porque (según él mismo refiere en su historia) entre
Cardenales, Patriarcas, Arzobispos, Obispos, Abades, y Priores con
los generales de las órdenes, pasaban de Quinientos. Mas porque fue
este uno de los muy célebres Concilios que hubo en la iglesia de
Dios, y para las mayores y más importantes cosas que se podían
ofrecer, congregado en aquella ciudad, no será fuera de propósito
de nuestra historia, si quiera por haberse hallado el Rey presente en
él, contar brevemente la ocasión y causas que hubo para celebrarle:
pues no fueron menos que para la reducción de la iglesia Griega, y
hacer concordancia de ella con la Latina. Y más sobre la empresa y
conquista de la tierra santa, con la admisión de los Tártaros a la
fé Catholica.








Capítulo III. De las
causas por que se congregó el Concilio, y de la gran embajada que el
Emperador Paleologo envió a él con título de reducir la iglesia
Griega a la obediencia de la Romana.







Como el valeroso capitán
Miguel Paleologo, tuviese muy perseguida y oprimida la gente y
familia de los Lascaras, a la cual de derecho pertenecía el Imperio
de la Grecia, y hubiese echado de él a Baldouino Emperador, cuyos
antepasados le poseyeron hasta Philipo su hijo que le había sucedido
en él: para que más a su propósito pudiese, después de haber ya
echado a Philipo, gozar tiránicamente del Imperio, y quitar de sobre
si por mar y por tierra los ejércitos y armadas de Gregorio
Pontífice, del Rey de Francia, y de Carlos de Anjou Rey de Nápoles,
y de Sicilia el cual por haber casado con hija de Philipo había
emprendido con más calor esta guerra contra Paleologo: usó de este
admirable, perverso, y nunca visto artificio, mezclando la fé Griega
con el color y achaque de religión, y de reducir la iglesia Griega a
la obediencia de la Latina, siendo todo falso y fngido, con fin de
engañar a todos por hacer su hecho como aquí se dirá: pues al fin
sucedió en cruel y bien merecido azote de toda la Grecia. Porque
cuanto a lo primero sobornó Paleologo a ciertos Príncipes del
Imperio y Prelados más principales de la misma iglesia Griega, para
que en nombre suyo fuesen a Roma con suntuosísima y muy pomposa
embajada al sumo Pontífice Clemente IV, a notificarle, como prometía
reducir la iglesia Griega, que de algún tiempo antes se había
apartado de los sagrados Cánones e institutos de la iglesia católica
Latina, y había degenerado de la verdadera religión de sus
antepasados, a fin que conviniese en un mismo sentido y verdad con la
sacrosanta iglesia Romana, y que en todo obedeciese a sus canónicos
decretos y sanciones. Para certificación y seguridad de lo cual
interponía su fé con la del Patriarca de Constantinopla, y de la de
todos los demás Prelados Eclesiásticos y de los Príncipes y
pueblos del Imperio: si se congregaba Concilio general para hacer en
él pública profesión de todo lo propuesto. Y más para que
entendiesen el fruto que de esta reducción había de nacer, se
ofrecía de favorecer con todo su poder y fuerzas del Imperio la
empresa de la tierra santa para la cual entendía se aparejaban los
Príncipes de la iglesia Latina. Esta embajada y promesa del
Emperador tan autorizada, oída en Roma, levantó en grande manera
los ánimos del Pontífice y Cardenales con los de toda la iglesia
Latina, para dar gracias a nuestro Señor, y suplicar trajese a
perfección obra tan felizmente comenzada. Porque mayor beneficio y
consuelo no se podía alcanzar por entonces, de que habiendo estado
tantos años la iglesia Griega (siendo tan principal miembro del
cuerpo místico de la universal iglesia) separada de la cabeza
Romana, se volviese a juntar con ella. Por donde el Pontífice de
parecer y común voto de todos los Cardenales, después de consultado
con todos los Príncipes y Reyes Cristianos, publicó luego Concilio
general para la ciudad de Leon en Francia. Pero antes de comenzarlo,
ni partir de Roma para hallarse en él, quiso que esta profesión de
la fé, que ante todas las cosas habían de hacer el Emperador con el
estado Eclesiástico y pueblo de los Griegos, se notificase por
escrito en forma y con las cláusulas que se requerían. Y así puso
por expresa resolución y condición en este convenio, que para venir
a tratar de esta reducción que los Embajadores pedían, lo primero
que se había de hacer era, quitar todas las superfluas y
contenciosas disputas de la religión: y que por los Griegos se
hiciese una pura y expresa profesión de la fé, en la cual
conviniesen todos, conforme a la fórmula que se enviaba. Juntamente
con la santa admonición del Pontífice dirigida al Emperador
Paleologo, la cual sacada de la bulla que sobresto se le escribió,
vuelta en Romance dice de esta manera:






Capítulo IV.
De la respuesta y exhortación que el Pontífice envió al Emperador
y como por la muerte del Pontífice no pudo por entonces pasar la
reduction
adelante.








La purísima, certísima y
solidísima verdad de la fé santa, que en todo cuadra con la
doctrina Evangélica cual nos han dejado escrita y declarada los
santos padres doctores de la iglesia, y tan confirmada con la
definición y decretos de los sumos Pontífices en sus Concilios
generales por ellos celebrados, decimos que por estas y otras causas
no es cosa decente sujetarla a nueva disputa ni definición, ni
someterla contra toda razón, a que se pueda dudar sobre ella. Y así,
puesto que por la bula de la convocación del Concilio que se publicó
antes, parezca que se da lugar a disputas, y dado que por vuestras
letras imperiales habéis pedido que el Concilio se convocase dentro
de vuestras tierras, nosotros no determinamos de convocar Concilio
para reducir la sobredicha verdad a nueva definición y disputa, no
porque nos espante el venir a ella ni porque recelemos que la santa
iglesia Romana ha de ser suprimida por el gran saber de la Griega,
sino porque sería cosa muy indecente y de perniciosísimo ejemplo,
poner en disputa, como en duda, la verdad de la fé, pues la tenemos
por tantos lugares de la sagrada escritura probada, por tantas
autoridades y sentencias de doctores santos declarada, y finalmente
por definición y decretos de los sumos Pontífices y de los sagrados
Concilios confirmada. En cuya defensión, si necesario fuere, estamos
aparejados a poner nuestra persona y miembros a cualquier suplicio y
pena de martirio. Y así no determinamos por ahora ayudar a esta
santa verdad con autoridades de la divina escritura, que se nos
ofrecen muchas al propósito: sino que con verdadera simplicidad,
pura y claramente explicada, os la enviamos: para que por vuestra
Imperial persona y por vuestros súbditos sea enteramente creída y
profesada.


Pero como en este medio
que se enviaba esta exhortación juntamente con la forma y cédula de
la profesión de la fé al Emperador Paleologo, muriese el Pontífice,
paró este negocio, y de muchos días no se habló más en él, ni se
comenzó el Concilio.













Capítulo V. Como Paleologo volvió a solicitar los Príncipes
Cristianos porque se tuviese el Concilio, y congregado que fue por
Gregorio Papa volvió a enviar sus embajadores, los cuales hicieron
la profesión de la fé.






Visto por
Paleologo que por la muerte del sumo Pontífice Clemente IV había
parado su negocio y traza, y que su
inica
y secreta máquina en gran perjuicio suyo se deshacía, y sus
adversarios a gran prisa entendían en su aparato de guerra para ir
contra él, determinó de solicitar de nuevo a algunos Príncipes
Cristianos (mucho antes que el Concilio se congregase) con diversas
embajadas diciéndoles, como se maravillaba mucho de ellos, y del
poco celo y cuidado que del servicio de Dios, y del aumento y honra
de su iglesia tenían. Pues ofreciendo él tan grandes ocasiones para
la reducción de la iglesia Griega, con todo su imperio, al gremio de
la Latina, y habiendo para esto hecho sus embajadas a los Pontífices
Romanos, a quien más este negocio tocaba, para que congregasen
Concilio universal, a efecto de dar salida a una cosa tan deseada, y
tan dedicada al servicio y honra de Dios y de su iglesia, se curaban
tan poco de ello, y ni le daban la mano para proseguirla, ni
solicitaban a los Pontífices para acabarla. Entre otros a quien dio
parte de su queja fue al Rey Luys santo de Francia, poco antes que
falleciese en la guerra y campo que tuvo sobre la ciudad de Túnez en
África, cuya santidad de vida y celo Cristianísimo era por aquel
tiempo muy celebrado (según en el libro XV habemos hecho mención de
su vida y muerte) a este pues envió Paleologo embajada formada,
rogándole, con encarecimiento, no dejase de favorecer esta su
empresa, y reducción de la iglesia Griega, la cual pues tan
felizmente había comenzado a tratarse por el Pontífice Clemente IV
y por su muerte paraba el negocio que en todo caso exhortasen al
nuevo Pontífice para que lo pasase adelante. Que de cobrar esta
oveja perdida se serviría más nuestro Señor que de ir a buscar las
que no son suyas. Por donde el buen Rey percibiendo las palabras que
eran muy santas, y creyendo que la intención de Paleologo conformaba
con ellas, envió luego su embajador a los Cardenales, que por la
sede vacante, y distensiones que había entre ellos, sobre la nueva
elección, estaban por la mayor parte retirados en la ciudad de
Viterbo a una jornada de Roma, rogándoles no perdiesen la
oportunidad grande que se les ofrecía para el aumento de la
universal iglesia con la reducción de la Griega, siendo el mismo
Emperador de Grecia el que sobre ello tanto les solicitaba. Y así
acabó con ellos que pasarían este negocio adelante por haberle ya
felizmente comenzado el Papa Clemente por cuya muerte había parado.
Para este efecto eligieron con mucha
digencia
personas muy doctas y de santa y moderada vida, las cuales
reconociendo de nuevo las memorias y diligencias por Clemente hechas,
y los términos a que había llegado este negocio: después de estar
muy bien instruidos de todo, fueron por el sacro colegio enviados a
Constantinopla al Emperador, para que en presencia de ellos, así por
él, como por todos los prelados de la Grecia, se hiciese público y
solemne acto de la profesión de la fé, conforme a la minuta o
fórmula que en escrito había dejado trazada el mismo Pontífice,
según que arriba se ha referido. Pues como luego después de
partidos estos fuese electo Pontífice Gregorio X, volvió a convocar
el Concilio para la misma ciudad de Leon, del cual hablamos. Y así
viendo la mucha constancia de Paleologo que en estos negocios
mostraba, entendió en procurar muy de veras se hiciesen treguas por
algunos años entre Philipo y Carlos Rey de Nápoles y Sicilia, con
el Emperador Paleologo, las que él tanto deseaba, por echar fuera el
armada y ejército de Sicilia, que andaba ya por el Archipiélago, y
comenzaba a poner en estrecho las tierras del Imperio. De manera que
pudo tanto la exhortación y persuasión del Papa Gregorio con
Philipo y Carlos, que mandaron retirar su ejército y armada de
Grecia por tiempo de un año. Entendido esto por Paleologo, con la
seguridad de las treguas llevó adelante su entretenimiento: y envió
cuatro embajadores de los más principales señores de la Grecia,
personas de muy gran cuenta y autoridad, al Concilio de Leon, donde
congregados ya todos los llamados por el Pontífice, comenzaba a
celebrarse. Llegados estos fueron muy principalmente recibidos del
Papa y Cardenales, y de todo el Concilio. Y luego uno de ellos, así
en nombre del Emperador, como de Andronico su hijo y sucesor del
Imperio, como de XXVI iglesias Metropolitanas Arzobispales sujetas al
Patriarca de Constantinopla, con infinitas otras sufraganeas
catedrales, y de todo el orden y estado Eclesiástico de la Grecia,
abjuró públicamente en medio de todo el Concilio, la Cisma
(
Schisma),
palabra por palabra, conforme a la fórmula escrita que el Papa
Clemente ya antes les envió, de esta manera.
Yo Gregorio
Acropolita, y gran Logotheta, embaxador de nuestro señor el
Emperador de la Grecia, Miguel Angeli Príncipe de Commini Paleologo,
teniendo poderes suyos suficientes para esto, abjuro todo Schisma, y
la suscrita verdad de la fé según que cumplidamente se ha leído,
fielmente reconozco, y confieso en nombre del dicho nuestro Emperador
y señor, ser la verdadera santa católica y recta fé, y por tal la
acepto, y de corazón y boca la profeso: según que verdadera y
fielmente la tiene, enseña y profesa la sacro santa yglesia Romana.
Así prometo que el dicho Emperador inviolablemente la guardará, y
que en ningún tiempo se apartará: ni en modo ninguno declinará, ni
discrepará de ella. También, según en la dicha escritura se
contiene, en nombre suyo y mío, y de las iglesias de la Grecia
confieso, reconozco, y acepto por supremo de todos el Primado de la
sacrosanta iglesia Romana, para mayor obediencia de ella, y que el
dicho señor nuestro observará todo lo dicho, así en lo que toca a
la verdad de la fé, como en reconocer por supremo al primado de la
iglesia Romana, y que hará siempre bueno este su reconocimiento,
aceptación, y observancia perseverando en ello, y jurándolo
corporalmente en su alma y la mía lo prometo y confirmo. Así Dios a
él y a mí ayude, y estos santos Evangelios. Añadió el embajador,
a lo profesado, el pío y grande ánimo que el Emperador su señor
tenía, para que acabada la reducción de la iglesia Griega, se
entendiese en la conquista de la tierra santa de Hierusalé: para lo
cual ofrecía de valer con todo su poder y fuerzas del Imperio,
siempre que por los Príncipes, o Reyes de la iglesia Latina fuese
comenzada la empresa. Oída la pública profesión hecha por los
embajadores de Paleologo, juntamente con la larga y magnífica
promesa para la conquista de la tierra santa, fue por el Papa y todo
el Concilio muy alabada y bien recibida esta embajada. A esta sazón
ya después de hecha la abjuración, hizo su entrada en la ciudad de
Leon y en el Concilio nuestro Rey, como está dicho. Mas porque se
entienda lo que adelante pasó acerca del Concilio, con las engañosas
máquinas de que usó Paleologo para hacer su hecho, sin que se
efectuase cosa de lo que había prometido, contaremos en el capítulo
siguiente el sucesso y fin infelice de la comenzada reducción de los
Griegos.













Capítulo
VI. De la
abiuracion
personal que hizo Paleologo, y de las excesivas demandas que propuso,
y que por no poderlas cumplir el Concilio se salió de lo prometido,
y de la abjuración hecha por los Tártaros.






Después de
haber hecho los embajadores de Paleologo la abjuración y profesión
de la fé arriba puesta, tuvo su primera sesión el Concilio. Y se
determinó en ella, que no bastaba la profesión hecha por los
embajadores para asegurar al sacro Concilio del verdadero propósito
y ánimo del Emperador Paleologo que por eso requerían que el mismo
Emperador y su hijo y sucesor Andronico, la hiciesen de nuevo por si
mismos, y de su propia boca la profesase. De lo cual avisado
Paleologo, vino bien en ello, por llevar más su disimulación
adelante, y gozar de las treguas hechas con sus enemigos. Y así no
en el Concilio, como algunos autores dicen (porque nunca vino a él
ni estaba tan confirmado en el imperio, que osase apartarse de él)
sino en Constantinopla públicamente, y en presencia de los
embajadores que sobre esto le envió el Papa, y de los prelados
Griegos, hizo la abjuración con aquellas mismas palabras que su
embajador la había hecho en el Concilio, y también confirmó la
promesa por él hecha para la empresa de la tierra santa. Como
después abjurasen los prelados con todo el estado Eclesiástico,
solo el Patriarca de Constantinopla no quiso abjurar: puesto que se
dice por algunos, que abjuró después. Hecha por el Emperador y los
demás la abjuración, con el cumplimiento que dicho habemos, luego
envió a proponer ante el Papa y Concilio una muy terrible demanda y
requerimiento, con expreso protesto que si no se lo otorgaban y
ofrecían de mandar tener y cumplir, haría lo contrario de lo que
había abjurado y prometido. El cual fue que antes que se acabasen
las treguas que tenía firmadas por un año con Philippo, y Balduino
su hijo, y con Carlos Rey de Sicilia, se obligase el Papa a recabarle
perpetua y universal paz con los dichos, y con todos los Príncipes
Cristianos de la iglesia Latina, a fin que con toda libertad gozase
de su imperio, y pudiese acabar los dos negocios tan importantes que
había prometido de la reducción de la iglesia Griega, y conquista
de la tierra santa: donde no, que se apartaba de todo. Como el Papa
oyó esta demanda, in pleno Concilio, la cual era imposible cumplir:
porque ya antes lo había procurado de alcanzar, y aunque en los
demás Príncipes Cristianos se hallaba facilidad, pero en Philipo y
Balduino, no había remedio de acabarse conoció el inicuo y doblado
ánimo de Paleologo, y descubrió su dañado intento y fingida
religión, que no tiraba a otro que atar las manos a sus enemigos
para más establecerse en el imperio y permanecer en su tiranía. Y
así con la
proteruia
y
renitencia
del Patriarca de Constantinopla, y falsedad del Emperador volvió la
tierra y nación Griega a su antiguo ingenio y naturaleza, revocando
todas las promesas y sumisiones que en el Concilio ante el Papa, y en
Constantinopla con su Emperador y prelados había hecho. De donde
envuelta de nuevo en los errores de su
inueterada
malicia, y en los torpísimos (
turpissimos)
vicios de la concupiscencia, permitió Dios que con el tiempo se
acabase de perder, juntamente con la estirpe y prosapia de los
Paleologos, y con ellos el imperio de la Grecia entrase so el impío
yugo, y cruel servidumbre de los pérfidos Mahometicos, debajo de la
cual vemos, siglos ha, que vive miserablemente. Por este tiempo antes
que el Concilio se concluyese, vinieron a él algunos principales
hombres de la Tartaria. Los cuales delante del Pontífice, y de todos
los padres del sacro Concilio de parte de su nación y suya abjuraron
sus errores en la forma que se les dio y profesaron la verdadera fé
Cristiana, y con gran contento y alegría de todos recibieron el agua
del santo bautismo (
baptismo).














Capítulo VII. Como se trató en el Concilio con el Rey sobre la
conquista de Jerusalén, y lo que ofreció para ella, y como se
confesó con el Papa, y de la penitencia que le dio, y por qué no
quiso coronarlo Rey.







Volviendo pues a nuestra
historia, como el Rey hubiese llegado al Concilio, antes que la mala
intención y ánimo de Paleologo fuese descubierto, y se tratase de
la conquista de la tierra santa, y guerra contra Turcos que se habían
apoderado de ella, por las grandes ofertas que Paleologo hacía para
proseguirla, y también el Emperador de los Tártaros, como sus
embajadores que allí estaban y se bautizaron lo ofrecían: también
el Rey por su parte prometió de estar a punto y en orden siempre que
fuese llamado para seguir la empresa: como aquel que ya antes la
había emprendido, y puesto por obra por si solo, si la tormenta
(como está dicho) no se lo estorbara. Pues como sobre ello fuese
consultado del Pontífice, dio en ello su parecer y consejo tal, que
a todos pareció muy sano, y bueno, y añadió a lo dicho, que así
viejo como era, no faltaría con su persona de acompañar al
Pontífice, yendo personalmente a la conquista y le seguría con buen
ejército. Y no yendo su Santidad enviaría mil caballos
escogidísimos para la jornada, pagados por todo el tiempo que durase
la guerra. Asimismo pues Dios le había puesto en parte donde pudiese
gozar de tan deseada oportunidad, dijo determinaba confesar sus
pecados al mismo pontífice por alcanzar su bendición y absolución
generalísima. Pues como hincado de rodillas se hubiese confesado y
fuese por el Pontífice plenísimamente absuelto, diole en señal de
penitencia, dos cosas. La una que se apartase de lo malo, la otra que
siguiese lo bueno, y en esto perseverase. Finalmente tratando ya de
su partida, pidió al Pontífice que pues él no había hecho menos
servicios a la sede Apostólica que todos sus antepasados, antes bien
procurado con su vida y persona el aumento de la religión Cristiana,
habiendo conquistado tres Reynos de Moros e introducido la fé de
Cristo en ellos, le hiciese favor de darle las insignias y corona
Real por sus sagradas manos. Respondió el Pontífice que las daría
de muy buena gana, con que primero saliese de la obligación que por
semejante negocio tenía puesta sobre sus Reynos, confirmando de
nuevo el tributo que por el Rey don Pedro su padre les fue impuesto,
cuando fue coronado Rey en Roma por el Pontífice Innocencio su
predecesor, y ante todo pagase el tributo corrido de muchos años,
que no se había pagado. Diciendo que era cosa muy indigna de la
magnanimidad y conciencia de un tan alto Príncipe como él,
defraudar de su derecho, y deuda a la santa sede Apostólica, que tan
liberalmente honró a su padre con las insignias de majestad Real.
Mas el Rey como esperase mayores gracias y retribución del
Pontífice, por sus servicios hechos a la sede Apostólica (como
arriba se ha dicho) y viese que sin tener cuenta con ellos aun le
pedían el tributo de su padre: determinó más presto desistir de la
demanda, que disminuir en nada la inmunidad y franqueza de sus
Reynos. Solamente rogó al Pontífice por la libertad de don Enrique
hermano del Rey de Castilla, a quien Carlos Rey de Nápoles y Sicilia
tenía preso por negocios del mismo Pontífice, el cual prometió que
lo haría.













Capítulo VIII. Como se despidió el Rey del Papa y volvió a
Perpiñan, y de lo que pasó con el Vizconde de Cardona y de la
guerra que el Príncipe movió contra don Fernán Sánchez su
hermano, y otros.







Pasados XXII días después
que el Rey entró en Leon y asistió en el Concilio sin concluir cosa
alguna de las que trató, se despidió con mucha gracia del Papa y
Cardenales y los demás de todo el Concilio, y haciendo particular
agradecimiento al senado y pueblo de Leon por el magnífico y
regalado servicio que le hicieron, se volvió a Perpiñan: donde de
nuevo mandó notificar al Vizconde de Cardona, que por lo ya antes
determinado le entregase la principal fortaleza de Cardona, dentro de
cierto término donde no, entendiese que se la tomaría por fuerza de
armas. Como entendieron esto los señores y barones de Cataluña, se
congregaron en la villa de Solsona. Y porque el negocio era común y
no menos tocaba a cada uno de ellos que al Vizconde, respondieron al
edicto del Rey, que no solo al Vizconde pero a todos los señores y
Barones de Cataluña tocaba defender la fortaleza de Cardona, que por
eso le rogaban todos juntos tuviese por bien de no hacer esta fuerza,
ni abusar de la tan probada y conocida fidelidad del Vizconde, y de
todos ellos, para con su real persona. Entonces el Rey se vino a
Barcelona a donde hizo publicar guerra contra el Vizconde y sus
secuaces, con apellido que el Vizconde receptaba y defendía en sus
propios lugares a Beltrán Canelian que había cometido un gravísimo
crimen lesae magestatis, por haber muerto a Rodrigo de Castellet
justicia de Aragón, sin tener cuenta con aquella poco menos que real
dignidad del Reyno. Y así para mejor perseguir al Vizconde el Rey se
pasó a la villa de Terraça, a donde luego fueron con él don
Berenguer Almenara Vicario del Maestre del Hospital, y Mauniolio
Castelauli, los cuales le rogaron que prorrogase el día del Plazo al
Vizconde y los demás. Lo cual hizo el Rey de buena gana por
contentarles. Pero como pasado el último término no compareciese
ninguno, sino que iban alargando la venida de día en día, hasta que
concertasen con don Fernán Sánchez hijo del Rey de rebelarse todos
a un tiempo: entonces el Príncipe don Pedro movió guerra manifiesta
contra todos los barones de Cataluña, y contra su hermano, que se
había hecho cabeza y caudillo de ellos. Puesto que por entonces fue
necesario disimular con ellos, por la nueva ocasión que se ofreció
de la ida para Navarra, por la nueva que tuvo de la muerte de don
Enrique Rey de ella.







Capítulo IX. De la muerte
de don Enrique Rey de Navarra, y lo que se siguió de ella, y como
fue el Príncipe don Pedro allá y de la plática que tuvo con los
principales hombres de Navarra.







Tuvo el Rey nueva estando
en Terraça como don Enrique Rey de Navarra era muerto y que a lo
último de su vida, hizo testamento por el cual dejaba heredera del
Reyno a doña Iuana única hija suya de edad de dos años la cual
hubo de la hija de Roberto Conde de Artues (Artois) hermano del Rey Luys de
Francia: y acabó con los Navarros la jurasen por sucesora. De manera
que muerto don Enrique, como hubiese contienda entre los Navarros,
los unos pedían que a doña Juana por su menor edad la encomendasen
al Rey de Castilla, otros que la llevasen a Francia al Rey Felipe su
tío: los más que se entregase al Rey de Aragón para que por tiempo
casase con su nieto sucesor en los Reynos de la corona: y con esto se
cumplirían las obligaciones del prohijamiento hechas por el Rey don
Sancho, y el Reyno quedaría defendido, como hasta allí lo había
sido siempre por los Aragoneses. Estando en esto la Reyna viuda,
considerando que de estas contiendas se le podía seguir algún daño
a su hija, determinó pasarse con ella en Francia a entretenerse con
el Rey su tío. Por donde estando juntados los Navarros en la villa
llamada la Puente de la Reyna, para tratar sobre el asiento y quietud
de las cosas del Reyno, que estaba con la muerte del Rey, e ida de la
Reyna con su hija alterado, vino el Príncipe don Pedro a Tarazona
con buena parte de su ejército, y de allí envió sus embajadores a
los congregados para notificarles, como venía por el Rey su padre a
pedir el derecho del Reyno, que por la adopción y prohijamiento del
Rey don Sancho hecho de consentimiento de todo el Reyno le
pertenecía, sin otros más derechos que por los pactos y condiciones
tratados entre el mismo Rey su padre y la Reyna doña Margarita mujer
de Tibaldo y madre de Enrico se le había recrecido: y mucho más
porque todas las veces que el Rey de Castilla hacía entradas en
Navarra con fin de echar a doña Margarita y a Theobaldo del Reyno,
acudiendo con su persona y ejército los defendía: en tanto que por
valerles a ellos se olvidaba de su yerno el Rey de Castilla y lo
echaba a punta de lanza de toda Navarra. También porque en estas
defensas el Rey había gastado de su hacienda hasta sesenta mil
marcos de plata: pero que ninguna otra cosa les pedía, sino que doña
Juana hija del Rey Enrique casase con don Alonso su hijo y nieto del
Rey que había de heredar todos sus Reynos.







Capítulo X. De la
respuesta que dieron los Navarros al Príncipe don Pedro: y de la
conjuración de don Sancho con otros de Aragón y Cataluña.







Oída la demanda del
Príncipe don Pedro por los Navarros, habido acuerdo sobre ello,
respondieron harto tibiamente, que ellos trabajarían cuanto en si
fuese, casase doña Juana con don Alonso nieto del Rey. Y que si por
ser ella tan niña, no podían doblar a ello la voluntad de su madre
por haberse puesto debajo la potestad del Rey de Francia, a cuyo
amparo madre e hija se habían recogido, procurarían casase con una
sobrina del Rey Enrrico. Más adelante prometieron que por los gastos
hechos en la defensa del Reyno le pagarían los sesenta mil marcos, y
que más de treinta principales barones de Navarra, además de los
procuradores y síndicos de las villas y ciudades reales se
obligarían a cumplir lo sobredicho. Los cuales pactos y promesas
fueron vanas y de ninguna fuerza, por la industria del Rey Philipo a
quien luego la Reyna entregó las principales fortalezas de Navarra,
y fue puesta en ellas buena guarnición de gente y armas, y también
la niña sucesora antes de tiempo casada con el hijo del mismo Rey
Philipo, y poco a poco vino de esta manera a apoderarse de todo el
Reyno de Navarra. Sabido esto por don Pedro, le pareció disimular
por entonces, y no hacer sentimiento de ello, antes agradeció mucho
a los Navarros su buena voluntad y bien compuesta respuesta. Y
teniendo aviso que los negocios de Cataluña se iban de cada día
gastando, partió con prisa para salir al encuentro a la conjuración
de don Sánchez su hermano con muchos otros contra el Rey y él,
porque se conjuraron con él en Aragón casi todos los nobles, con
muchos aficionados suyos que tenía en el pueblo: a quien también se
allegaron los que en vida del Príncipe don Alonso le siguieron por
estar todos estos mal no con el Rey, sino con don Pedro. Finalmente
se rebelaron el Vizconde con la mayor parte de los Barones de los dos
Reynos, a quien era muy pesado el nuevo dominio de don Pedro, y
también la demasiada codicia del Rey, por enriquecerle y
engrandecerle. Y porque (como todos decían) mostraba querer juntar
con la corona real todas las villas, tierras, y estados de los
señores y barones de los Reynos, de donde procedía el estar todos
tan unidos y confederados en sus conjuraciones.













Capítulo XI. Que don Pedro fue sobre las tierras de don Sánchez y
como los señores de Cataluña se apartaron del Rey, y que el Conde
de Ampurias saqueó y quemó la villa de Figueres, y el Rey otorgó
treguas para tratar de concierto.







No le espantaron a don
Pedro las conjuraciones de Aragón y Cathaluña, y así para comenzar
a dar por las cabezas determinó de ir con ejército formado a
conquistar ciertas villas fuertes de don Sánchez las cuales con el
ayuda y favor de don Pedro Cornel suegro de don Sánchez, que con
sobrada afición seguía la parcialidad de su yerno, se pusieron en
defensa. En este tiempo el Vizconde con don Vgo Conde de Ampurias, y
casi todos los señores y barones de Cataluña se apartaron del
servicio del Rey, y osaron conforme a la costumbre de la tierra,
desafiarle. Pero al Rey, a quien no faltaba el servicio y favor de
las ciudades y villas con todo el pueblo, y secreto socorro de
algunos señores, además de su ejército bien fiel y formado, no se
le daba mucho de ello. Con todo eso procuraba de venir a honestos
partidos por excusarse de proceder con todo rigor contra ellos, como
aquel que no ignoraba los inconvenientes y desatientos que de
semejantes discordias suelen seguirse en los Reynos. Pero todavía
perseveraron ellos en su mal propósito y dañada intención. Y como
fuese mucho mayor la ira y rencor de los Catalanes contra don Pedro
que contra su padre, después que el Conde de Ampurias acabó de
fortificar su villa y fortaleza de Castellon junto a Ampurias y de
tenerla muy bien avituallada y guarnecida de gente y armas, tomó
algunas compañías de infantería y fuese para la villa de Figueres
pueblo mediano de buen asiento a media jornada de Girona, el cual el
Príncipe don Pedro preciaba mucho y era todo su regalo y recreación:
y así para más ensancharlo y ennoblecerlo, había hecho venir gente
de otras partes a vivir en él, concediéndoles muchas más
libertades y franquezas que a ningún otro pueblo de Cataluña. Llegó
pues el Conde con su gente y cercando el pueblo de improviso le entró
y no hallando resistencia lo saqueó, y asoló la fortaleza hasta los
cimientos, y no contento de eso le taló los campos. Finalmente dando
lugar a la gente para que se fuese, mandó quemar todas las casas sin
dejar una en toda la villa. Esto hizo el Conde con tanta celeridad y
presteza, que con llegar ya el Rey a Girona, no fue a tiempo de poder
defender la villa, ni para coger al Conde, porque luego con toda su
gente se recogió en Castelló. Entre tanto que el Rey estaba en
Girona, también Pedro Berga principal barón de Cataluña, de la
manera que los otros, le envió sus cartas de desafío, y otros
barones hicieron lo mismo. Porque, o lo desafiaron, o se apartaron de
servirle, y así llegó Cataluña a estar toda en armas, con
alborotos y confusión de toda la tierra. Lo mismo era en Aragón, y
el mal iba poco a poco tomando fuerzas de cada día. Entendido esto
por el Rey, se partió para Barcelona, donde el Obispo juntamente con
el gran Maestre de Vcles, que allí se hallaba, viendo puesto el
Reyno en tanta confusión y aparejo de perderse, se pusieron muy de
propósito a entender en remediarlo, procurando de atraer a los
señores y barones a nuevo trato en que todas las diferencias y
pretensiones de ambas partes se dejasen al juicio y determinación de
los Prelados, y de algunos barones menos apasionados para que
juntamente las juzgasen con ellos. Le pareció esto al Rey bien, y
dio comisión al Comendador de Montalbán, y a Vgon Mataplana
Arcidiano de Vrgel, que en su nombre otorgasen treguas por tiempo de
diez días al Vizconde y a Berga con sus secuaces, porque se
entendiese en tratar de concierto.













Capítulo XII. Como en Aragón se rebelaron muchos de los señores y
barones, y el Rey concibió ira mortal contra don Fernán Sánchez su
hijo, el cual con otros enviaron a desafiar al Rey y de lo que
respondió.







En tanto que en Barcelona
se entendía en lo del concierto, llegaron al Rey cartas de Zaragoza
con aviso que las cosas de Aragón llevaban el mismo camino que las
de Cataluña: y que la tierra estaba toda en armas y parcialidades.
Porque don Fernán Sánchez su hijo había juntado gente de guerra
con muchos señores y barones que le hacían espaldas y favorecían
su empresa. Y que su apellido ya no era por solo defender su persona
de las manos de don Pedro su hermano, sino por ofenderle y
perseguirle muy de veras: y que con esta querella se allegaban a él
muchos que también se quejaban del Rey y le llamaban cruel y
quebrantador de fueros y leyes, que no cumplía con ninguno lo que
prometía. Sintió muy mucho el Rey ser notado e infamado de esto, y
mucho más que su propio hijo fuese cabeza y receptador de los
infamadores. Y así desde aquel punto que entendió tal, acabó de
agotar de su pecho todo el amor paternal que le tenía como a hijo, y
en su lugar le hinchió de muy justa ira y terrible odio y
aborrecimiento. Por esto determinó de ser presto en Aragón, y
convocar cortes para satisfacer en ellas con buenas razones a las
quejas que de él había, antes de venir a las manos con los suyos.
Pero como el término de las treguas se acabase, y se había de dar
audiencia al Vizconde con los barones, fue necesario detenerse, y
cometer a don Pedro las fuese a tener por él: y que se celebrasen
dentro de los límites de Aragón, para que le pudiesen obligar a
estar a juicio conforme a los fueros. De manera que el mismo día que
se acababan las treguas otorgadas al Vizconde, despachó sus patentes
y poderes para que don Pedro tuviese las cortes (la historia no dice
dónde) y todas las quejas de don Fernán Sánchez y de los otros
resolviese y echasen a un cabo los convocados, teniendo el Rey fin de
pasar por lo que ellos ordenasen, solo que los Reynos se apaciguasen.
Mas los negocios sucedieron muy al revés de lo que el Rey pensaba,
porque don Fernán Sánchez con sus secuaces, se recelaban de cada
día tanto de don Pedro (por lo cual tanto más determinaban
perseguirle) que por esta causa se concertaron en enviar al Rey un
gentil hombre Provenzal llamado Ramon Andres, para que en nombre de
don Sancho, de Ferrench, Iordan, Pina, don Ximen de Vrrea, don Artal
de Luna, y don Pedro Cornel principales señores de Aragón,
propusiese ante él las quejas y agravios particulares que de él y
de don Pedro tenían: y que en haber hecho la proposición, en nombre
de todos se despidiese y apartase de su obediencia y mando. Pues como
Ramon Andres despachado por todos llegase a Barcelona ante el Rey, y
dada audiencia, públicamente en presencia de muchos declarase todas
estas querellas, y concluyese con que si no le daba cumplida
satisfacción de ellas, luego en nombre de sus principales se
apartaría de él y de su obediencia y mando. Respondió el Rey muy
cuerda y mansamente, que él nunca se apartaría de lo justo y
razonable, puesto que podría fácilmente y con mucha razón, las
quejas que de él tenían atribuirlas a cada uno de ellos. Mas como
la principal de ellas era, porque él y don Pedro se encaraban contra
la persona de don Fernán Sánchez al cual todos seguían, supiesen
que no era sin justa causa, por la mucha culpa que don Fernán
Sánchez en esto tenía. La cual había de cada día con nuevas
ocasiones aumentado en tanta manera, que no solo le había incitado a
muy justo y perpetuo odio contra él: pero aun a su hermano había
provocado a mayor enemistad, por lo que en muchas maneras como
enemigo mortal contra los dos había intentado. Por tanto les decía
que en sus quejas, o estuviesen al juicio y deliberación de los
Prelados y buenos hombres del Reyno, o por fuerza de armas se
averiguasen todas sus diferencias: porque estaba tan aparejado para
lo uno como para lo otro, y que en ninguna manera faltaría a si
mismo. Como oyó esto Ramon, y no se le dio lugar para replicar,
volvió a Zaragoza e hizo cumplida relación a Fernán Sánchez y a
los demás, de todo lo que había pasado con el Rey.













Capítulo XIII. Como los de la parcialidad del Vizconde vinieron a
pedir perdón al Rey, y que nombrase árbitros para sus diferencias,
y los nombró, y como por la venida del Rey don Alonso celebró la
fiesta de Navidad solemnísimamente.






En este medio
que andaban las cosas del Rey y Reynos tan turbadas, el Obispo de
Barcelona y el Maestre de Vcles (como arriba dijimos) procuraban por
todas vías, en que antes que las cosas de Cataluña se revolviesen
con las de Aragón y se doblasen los males, se concertase el Vizconde
con el Rey, y se atajasen las diferencias. Y como el Rey partiese de
Barcelona para Tarragona a recibir al Rey don Alonso su yerno con la
Reyna su hija, que ya estaban en Villafranca de Panades a medio
camino, don Ramon de Cardona, y Berenguer Puiguert con otros Barones
de la parcialidad del Vizconde, vinieron al Rey a pedirle perdón con
mucha humildad, y le rogaron muy de veras que nombrase jueces
árbitros que juzgasen las diferencias de ambas partes. Agradó al
Rey su demanda, y por que conociesen su benignidad y sana intención,
y también el deseo que tenía de contentarles, les nombró por
jueces árbitros al Arzobispo de Tarragona, y a los Obispos de
Barcelona y Girona y al Abad de Fontfreda, con sus amigos y parientes
de ellos don Ramon de Moncada, Pedro Verga, Ianfrido Rocaberti, y
Pedro Cheralt, y así pasó adelante su camino. Y como le pidiesen
del tiempo y lugar para juzgar de esto, respondió que en el mes de
Março por quaresma, y asignó el lugar en Lérida, a donde por solo
este negocio mandó convocar cortes, para que en presencia del
Príncipe don Pedro se pronunciase la sentencia. De esta manera se
quietaron por entonces las cosas de Cataluña: proveyendo nuestro
Señor en que quando más se encendían las cosas de Aragón se
apagasen y quietasen las de Cataluña, como lo merecían las buenas
intenciones del Rey. El cual por la venida del Rey don Alonso y la
Reyna su hija a Barcelona, celebró la fiesta de Navidad con mayor
solemnidad que nunca, porque esta con la Pascua de Resurrección, y
día de Santiago celebraba con muy grande regocijo y Christiandad:
saliendo en público de púrpura y brocado, haciendo mercedes junto
con muchas limosnas, asistiendo con mucha devoción a los oficios
divinos, y convidando a comer a los Prelados y grandes del Reyno,
donde quiera que se hallaba: sin eso mandaba adereçar y henchir los
aparadores y mesas de riquísimas vajillas (
baxillas)
de oro y plata, y tener abiertas las puertas de palacio, y de sus
recámaras para que entrase todo el pueblo con sus invenciones y
fiestas, y todos se alegrasen y regocijasen con ver el rostro y tan
graciosa presencia de su Rey y señor. El cual se comunicaba también
con mucha afabilidad y humanidad con todos: por lo que entendía que
no había cosa que tanto se ganase y conservase la voluntad y ánimo
de los súbditos, como ver y contemplar la alegre cara y presencia de
su Rey.














Capítulo XIV. Pone las causas de la venida del Rey don Alonso de
Castilla, a verse con el Papa en la Guiayna.






Como el Rey y
toda su corte estuviesen admirados de la repentina y tan improvisa
venida de don Alonso Rey de Castilla con la Reyna su mujer, y
deseasen mucho saber las causas de ella, y el Rey se las pidiese:
serviría de respuesta, la breve relación que aquí haremos de lo
que antes pasó para bien entenderlas. Y porque son varias y dignas
de saber, no será fuera del caso el referirlas aquí con toda
brevedad. Muerto el Emperador Federico, y convocados los electores
del Imperio para hacer primero la elección de Rey de Romanos,
viniendo a dividirse los votos en dos partes, la una que eligió a
Richardo Conde de Cornubia y hermano del Rey Enrrico III de
Inglaterra, procuró luego coronarle en la ciudad de Aquisgran donde
se acostumbra recibir la primera corona del Imperio. La otra parte
eligió a don Alonso X Rey de Castilla que también era descendiente
de los duques de Sueuia. Por donde teniéndose cada uno de los
elogios por verdadero Rey de Romanos, alegando sus causas y razones
para ello: como a esta sazón muriese Richardo, todos los electores
excepto el Rey de Bohemia volvieron a juntarse, y sin consultar, ni
dar parte de lo que determinaban hacer, a don Alonso, eligieron a
Rodolfo Conde de Aspurch, hombre de gran suerte y merecedor del
Imperio: al cual luego coronaron en Aquisgran. Como entendió esto
don Alonso, envió sus embajadores a Roma para requerir al Papa y
Cardenales diesen por nula la elección de Rodolfo, y confirmasen la
suya que fue primera. Y como en este medio se hubiese convocado el
Concilio para Leon de Francia, por las causas al principio de este
libro referidas, y el Papa Gregorio X, que le convocó viniese a él,
envió nuevos embajadores para solicitar la misma causa. Entonces el
Pontífice que estaba muy bien informado por las dos partes, después
de haber muy bien consultado los mayores letrados de Italia y con los
Cardenales y Prelados del Concilio, pronunció que la elección de
Rodolfo, que últimamente se hizo de común voto de todos o de la
mayor parte de los electores, no se podía anular ni invalidar, por
haber sido legítima y canónicamente hecha, y por eso se había de
preferir a la primera elección, como dudosa y litigiosa. Por lo cual
volviéndose los embajadores de don Alonso con esta sentencia, luego
el mismo Pontífice envió tras ellos por embajador a Fredulo Prior
de Lunel, para que en todo caso procurase de sacar al Rey don Alonso
de la pretensión del Imperio, y que apartándose de ella le
ofreciese la décima parte de las rentas Eclesiásticas de Castilla
por tiempo de tres años para ayuda de la guerra de Granada. Pero don
Alonso no mirando que la sentencia del sumo Pontífice y de los
Cardenales se había dado con tanto acuerdo y consejo, respondió
harto flojamente, que tenía por buena la sentencia del Pontífice,
pero que en ella no se había tenido cuenta con su honra,
determinando una cosa de tanto peso con tanta facilidad y brevedad, y
que sobre esto se vería muy presto con su Santedad en Mompeller, o
en otro pueblo de la Proença. Con esta sola palabra que entendió el
Papa de don Alonso, sin más consultar con él, aprobó con la
autoridad del Concilio que para ello interpuso, la elección de
Rodolfo, y la confirmó, y envió la bula áurea de esta confirmación
a Alemaña al electo, y electores del Imperio. Esta tan prompta y
repentina sentencia y determinación del Pontífice, sin haber sido
de nuevo llamado ni oído sintió tan de veras don Alonso, y tomó
tan recio, que aunque se le había pasado la ocasión por no haber
acudido con tiempo para decir y alegar: determinó ir en persona a
verse con el Pontífice, pareciéndole que con la presencia
negociaría mejor, y que con su mucha ciencia (porque fue doctísimo
en todo) espantaría al Concilio, y revocarían la sentencia dada
contra él. Y así prosiguió su viaje, sin dejar bien asentadas las
cosas de sus Reynos, ni apaciguados los grandes y Barones, por las
diferencias que ellos entre si, y todos contra él tenían: ni
tampoco dejando orden para las necesidades de la guerra, teniéndose
ya por muy cierta la pasada de Abenjuceff Miramamolin Rey de
Marruecos con mayor ejército que nunca se vio sobre el Andalucía
(como en el siguiente libro se contará) pareciéndole que
pus
dexaua

a don Fernando su hijo el mayor, aunque muy mozo, por general
gobernador de sus Reynos quedaba todo a buen recaudo. Y con esto se
puso en camino con la Reyna y don Manuel su hermano, y los demás
Infantes pequeños: y así llegó de paso a verse con el Rey en
Barcelona con quien pasó lo que hasta aquí se ha dicho.








Capítulo XV. De la muerte
y sepultura de fray Ramon de Peñafort, y de su gran doctrina y
santidad de vida.






Estando los
dos Reyes en Barcelona, acaeció que el día de la Epiphania del
Señor, murió fray Ramon de Peñafort tercer maestro general de la
orden de santo Domingo. Este fue varón de tan grande ser, que no
hubo en aquella era otro de mayor erudición y doctrina, ni de más
entera santidad de vida y religión. El cual siendo de nación
Catalan, y perirísimo en ambos derechos y Theologia, llegó a tanto
su autoridad y favor con los sumos Pontífices de su tiempo que fue
confesor del Papa Gregorio IX, también doctísimo, y fue por el
hecho sumo Penitenciario. Por cuyo mandado emprendió la recopilación
del libro y orden de las Decretales, que son el verdadero directorio
y gobierno de la iglesia de Dios: y que no solo fue valentísimo
defensor de la libertad Cristiana contra los judíos que en su tiempo
la impugnaban y ponían en disputa: pero también perseguidor
acérrimo de los herejes que en el mismo tiempo se levantaron por
toda la Guiayna y parte de la España. De este confesaba el Rey que
siguiendo su consejo y parecer, siempre le sucedieron bien sus
empresas, y se libró de muchos inconvenientes y peligros, por los
muchos avisos, con advertimientos y secretos que le descubría para
la salud de su persona y ejército. Finalmente fue tan santo en la
vida, que partido de ella para la gloria fue muy esclarecido en
milagros. Tanto que a instancia de dos Concilios Tarraconenses, se
pidió a los sumos Pontífices, que atentos sus milagros fuese
canonizado por santo. Lo cual puesto que no se alcanzó, o por
ventura se dilató para otra ocasión: es cierto que en nuestros
tiempos Paulo III Pontífice en el año 1542, concedió a los frailes
Dominicos de la Provincia de Aragón,
viue
vocis oraculo, que le venerasen con solemne
ritu
de santo, De suerte que se hallaron en sus obsequias Reyes y
Príncipes con muchos señores de título y Prelados y pueblo
infinito que concurrió a ellas.








Capítulo XVI. Que no
siendo el Rey parte para estorbarlo, pasó don Alonso a verse con el
Papa, y de cuan mal despachado se partió de él, y de lo que hizo
vuelto a Toledo.







Hechas las obsequias de
fran Ramón de Peñafort luego entendió el Rey don Alonso en
despedirse del Rey para proseguir su camino a verse con el Pontífice
en la Guiayna, de lo cual procuró mucho el Rey divertirle y
estorbárselo, porque entendidas las causas de su empresa con las
razones frívolas que alegaba para más abonarlas, todavía le
parecía muy superfluo llegar a tratar más de ello con el Papa, por
haber ya con todo el Concilio declarado contra él, y dada por nula
su pretensión y demanda: y así quedó el Rey muy sentido de esto, y
de que en tiempos de tantas revoluciones y alborotos como en Castilla
había, y ser tan cierta la venida del Miramamolin con infinito
ejército quedase tan desamparada. Pues como todavía insistiese el
Rey en divertir a don Alonso de su viaje con muy buenas razones,
poniéndole delante estos y mayores inconvenientes que se podrían
seguir ausentándose de sus Reynos, y ningunas aprovechasen: porque
él siempre abundaba de réplicas, y más razones por salir con la
suya, le dejó ir a toda su voluntad, y envió a mandar a todos los
pueblos por donde había de pasar hasta Mompeller, se le hiciese toda
fiesta y recogimiento que a su propia persona, y aunque quiso detener
en Barcelona a la Reyna doña Violante su hija no lo pudo acabar con
él: que la quería llevar consigo hasta Leon: puesto que de paso la
dejó en Perpiñan, como luego diremos. Causaron todos estos
despropósitos el ingenio y terrible condición de don Alonso, que
fue siempre en sus deliberaciones muy precipitado, y pertinaz en
proseguirlas por hallarse más sobrado de ciencias que de
consideración y asiento para el gobierno de sus Reynos. Y así no
queriendo regirse por los avisos y consejos del Rey, porfió de pasar
a tratar con el Papa, del cual no alcanzó cosa de cuantas le pidió,
y dio mucho que decir de si a las gentes. De manera que partido de
Barcelona llegó a Perpiñan donde le pareció dejar a la Reyna con
sus hijos, y a don Manuel con ellos. De allí envió un embajador por
notificar al Papa su llegada a la Guiayna, que le suplicaba mandase
señalarle lugar y jornada donde pudiese besar el pie a su Santidad y
haber audiencia para sus negocios: le fue respondido que le aguardase
en la villa de Belcayre de la misma Guiayna y que en saber era
llegado a ella sería luego con él. Con esto se partió luego don
Alonso, y pasando por Narbona, fue allí por mandado del Papa por el
Arzobispo espléndidamente aposentado. El cual acompañó con mucha
gente de lustre hasta Belcayre, no lejos de Aviñón, y luego fue el
Pontífice con él, a quien don Alonso besó el pie, y fue recibido
de él con muy gran fiesta y alegría. Se detuvo allí don Alonso
casi dos meses, sin que pudiese con sus razones doblar al Pontífice
para revocar cosa de lo hecho y pronunciado cerca lo del Imperio. Y
sin duda que debía don Alonso tomar aquello por pasatiempo, y gustar
mucho de no tener más de un negocio, y que le sobrase ocio para
entender en su ejercicio, y ordinario estudio de Astrología. Y aun
es de creer que el Papa gustaría mucho de tan docta conversación
pues se detuvo con él allí el tiempo que dicho habemos, hasta que
le fue forzado volver al Concilio. Lo cual como entendió don Alonso,
se resolvió en perdirle cuatro cosas. La primera que el Ducado de
Sueuia, que por la muerte del Emperador Conrradino le pertenecía de
derecho, y se lo había ocupado Rodolfo el electo competidor suyo, le
fuese restituido. La segunda, que el derecho que tenía al Reyno de
Navarra, que se lo había usurpado el Rey Philipo de Francia,
reteniendo cabe si a doña Juana hija del Rey Enrique, y jurada
Reyna, se le estableciese. La tercera, que don Enrique su hermano a
quien el Rey Carlos de Sicilia tenía preso, fuese puesto en
libertad. La postrera, que una gran suma de dinero que le debía el
mismo Rey Carlos se la hiciese pagar. De todo lo propuesto, como de
cosas que no tocaban al Pontífice, ni tenía porque poner mano en
ellas, tuvo mal despacho don Alonso. De suerte que entendida con
buenas razones la negativa del Pontífice, se despidió, y partió
muy desabrido de él. Vuelto a Perpiñan se vino con la Reyna y sus
hijos a Barcelona, donde se detuvo poco y se volvió para Castilla.
Mas luego que entró en Toledo volvió a usar de las mismas insignias
y sello de Emperador, o Rey de Romanos, que acostumbro después de
ser electo, y con el mismo título Imperial también mandó divulgar
todos los edictos, decretos, y fueros que hacía. De donde han
pensado algunos, que de ahí le cupo a la ciudad y Reyno de Toledo
tener por blasón y armas un Emperador con su corona y cetro
Imperial, por haber sido uno de sus Reyes electo Rey de Romanos.
Puesto que lo más cierto es que don Alonso VIII abuelo de este, dio
estas armas a Toledo para significar que fue siempre esta ciudad el
solio principal de los Reyes de España, y así fue llamada Imperial.
Finalmente no contento don Alonso con esto de tratarse como Rey de
Romanos, escribió a los Príncipes de Alemaña e Italia sus amigos,
como determinaba de pasar adelante su demanda y derecho al Imperio, y
que había de salir con ella. Como supo esto el Pontífice escribió
al Arzobispo de Sevilla acabase con don Alonso dejase de gloriarse de
cosas tan indignas de su autoridad y persona: y que si le complacía
en esto, le concedería otra vez la décima de las rentas
Ecclesiasticas de Castilla para la misma guerra de Granada por seis
años. Con esta concesión cesó don Alonso entonces de proseguir su
demanda y negocios del Imperio.













Capítulo XVII. Como se intimó al Rey la sentencia de Roma dada en
favor de doña Teresa, y se apeló de ella, y de lo que por mandato
del Papa dio a ella y a sus hijos.







Por este tiempo que ya el
Rey entraba en años, pasando de los sesenta, y se hacía pesado para
seguir las empresas, deseando dejar sus Reynos pacíficos, por
heredar al Príncipe don Pedro, al cual amaba tanto que por él
aborrecía a los demás hijos, determinó a solo él con el Infante
don Iayme hijos de doña Violante, declarar por sus hijos legítimos
y de legítimo matrimonio procreados, excluyendo a todos los otros y
dándolos por bastardos e inhábiles para heredar. Y así se entendió
luego, que por hacer esto bueno dejaría de condescender con la
pretensión de doña Teresa Vidaure, de quien hemos hablado. La cual
como poco antes hubiese alcanzado de la sede Apostólica sentencia en
favor, con declaración que muerta doña Violante, casase el Rey con
ella, tuvieron ánimo sus hijos don Iayme y don Pedro de hacerla
intimar públicamente al Rey en la ciudad de Barcelona: lo cual no
dejó de sentir mucho el Rey, y habido consejo sobre ello, determinó
por justas y necesarias causas que concernían a la quietud y
pacificación de sus Reynos, de apelarse de la sentencia, y suplicar
de ella al sumo Pontífice. Por cuanto declarando por legítimos a
los hijos de doña Theresa, se podía claramente seguir cruelísima
discordia, y de ahí perniciosísima guerra de hermanos contra
hermanos para total destrucción y pérdida de todos sus Reynos y
señoríos: por haber de dar, a causa de esto, en bandos y
parcialidades, y volver por cabezas a dividirse los Reynos, y
apartarse de la unión y corona real. Y mucho más porque habiendo ya
sido admitido y jurado Príncipe y sucesor en los Reynos don Pedro, y
estar tan apoderado de ellos, había porque recelar de su valor y
grandeza de ánimo, no dejaría de defender muy bien su parte, y
morir, o hacer morir cualquier de sus hermanos que en su tan pacífica
y confirmada posesión le tocase, y que ser esta razón, aunque
universal, muy sana, y eficacísima, por evitar grandes y muy
evidentes males, prevalecía a las demás en contrario, estando las
cosas en los términos que estaban: y por esto se había de seguir, y
tomar como de dos males el menor por mejor: pues a doña Teresa y a
sus hijos les dejaba competente estado para vivir como señores. De
manera que el Rey, o porque en conciencia supiese que doña Teresa no
estaba tan adelante en su pretensión y derechos, como ella pensaba,
interpuesta la apelación, difirió el negocio. Además que por las
mismas razones le pareció no tener cuenta con el testamento que hizo
antes en Mompeller, después de muerta doña Violante, por el cual
declaraba ser legítimos los hijos de doña Teresa, pues a ellos y a
ella por mandato del Pontífice, que también consideró los
inconvenientes arriba dichos, había ya hecho donación de las
baronías de Xerica en el Reyno de Valencia, y la de Ayerbe en el de
Aragón, con otras villas y castillos, como en el siguiente libro se
dirá. En lo demás solo contentó a doña Teresa, en que de allí
delante, ni se casó más el Rey con otra mujer, puesto que se le
ofrecían Princesas para ello, ni estorbó el respeto y honra que
todos a doña Teresa hacían como a Reyna, y a los hijos acogió
siempre en su familiaridad y jornadas de guerra.













Capítulo XVIII. Como el Vizconde y los de su parcialidad vinieron a
las cortes de Lérida, y de lo que pasó en ellas, y que don Pedro
fue con ejército contra don Fernán Sánchez.






Llegado el
término de la cuaresma mediado Marzo, para cuando prometió el Rey a
los del Vizconde que tendría cortes en Lérida para los dos Reynos,
vinieron a ellas el Arzobispo de Tarragona, con los Obispos de
Girona, Zaragoza, y Barcelona con muchos otros señores y barones de
los dos Reynos, y los síndicos de las ciudades de Zaragoza,
Calatayud, Huesca, Teruel, y Daroca. Llegó también el Rey con don
Pedro a Lérida, y se aposentaron en la fortaleza de la ciudad. Los
postreros de todos fueron el Vizconde de Cardona, y los Condes de
Ampurias y de Pallàs, y don Fernán Sánchez, don Artal de Luna, don
Pedro Cornel, y otros sus allegados. Los cuales llegando cerca de la
ciudad, no quisieron entrar en ella, por no tenerse por seguros, y
temerse del Rey y de don Pedro: por esto se recogieron en una aldea
de Lérida llamada Corbin: ni fiaron del Rey, aunque les daba por
salvo conducto su palabra. Enviaron estos sus embajadores a las
cortes ya comenzadas, a Guillè Castelaulio, y a Guillen Rajadel,
para que de parte y en nombre de todos requiriesen al Rey, que ante
todas cosas, restituyese a don Fernán Sánchez su hijo todas las
villas y castillos que don Pedro le había tomado por fuerza de
armas. A lo cual satisfizo el Rey, tratándolos de alevosos y
quebrantadores de fé, pues prometiendo él y humanándose a querer
tratar por vía de compromiso todas las diferencias hubiesen debajo
de esta fé desafiado a don Pedro, y
tomadole
ciertas villas suyas, las cuales tenía don Fernán Sánchez, y no se
las restituía. Por donde declarando los árbitros de las Cortes, no
ser legítima, ni conforme a derecho, la excepción puesta por los
embajadores, y estos reclamando de la declaración, y juntamente
apelando para cualquier otro juez superior, comenzaron a despedirse
las cortes, y don Pedro se fue de la ciudad con buena parte del
ejército, porque halló que don Fernán Sánchez rompió primero las
treguas entre ellos hechas, perjudicando a sus vasallos, sin haberlas
querido tener por firmes. De manera que despidiendo ya el Rey a los
convocados, en nombre suyo y de don Pedro hizo avisar al Vizconde que
las treguas hechas con él y los suyos de allí adelante las tuviese
por deshechas. Y entendiendo muy de cierto que de don Fernán Sánchez
nacía todo el daño que se le hacía, y era la causa de la rebelión
del Vizconde y de los demás para no cumplir lo que le prometían,
mandó a don Pedro que se metiese dentro de Aragón con el ejército,
e hiciese guerra a fuego y a sangre a don Fernán Sánchez con todos
sus amigos y valedores. Ordenó que Pedro Iordan de Pina con parte
del ejército se pusiese en los confines de los dos Reynos, para
acudir a cualquier necesidad y revuelta que de ambas partes se
ofreciese: y él se quedó en Lérida, y luego envió a rogar a los
concejos de las villas, y a los señores y barones que no habían
entrado en la parcialidad de don Fernán Sánchez ni del Vizconde, le
acudiesen con la gente a cada uno asignada para cierto día, porque
determinaba hacer toda guerra contra los arriba dichos con los demás
rebeldes.














Capítulo XIX. De lo que dijeron al Rey los buenos hombres de Lérida
por estorbar la guerra contra don Fernán Sánchez y de los avisos
que el Rey envió a don Pedro.







No faltaron algunos buenos
y desapasionados hombres de Lérida, que viendo al Rey tan indignado
y puesto en arruinar la persona de don Fernán Sánchez su propio
hijo, movidos de un celo bueno, procuraron con vivas razones
divertirle de tan cruel propósito: poniéndole al delante, que para
el beneficio y conservación de los Reynos, y para que ellos tuviesen
el respeto debido a los Reyes, era necesario más presto aumentar el
número de los hijos, y dilatar la real estirpe y generación suya,
que no disminuirla. Y que estando los hijos entre si diferentes, su
propio oficio de padre era reconciliarlos y pacificarlos. Porque si
el padre es el que los divide, y con tan horrible ejemplo siembra
discordias entre ellos, qué harán los hermanos entre si, sino
concebir común odio contra el padre? Qué hará aquella mala
simiente, muerto el padre, sino producir entre los hermanos una
miserable mies de cizaña? Por esto le suplicaban dejase de ser no
menos cruel contra si mismo que contra sus hijos, enviándolos a ser
verdugos los unos de los otros, y que la clemencia con que siempre
había tratado con los extraños, usase ahora con los suyos: para que
de este buen ejemplo de concordia naciese la universal paz para todos
sus vasallos. Mas como el Rey tuviese el pecho muy llagado, y se le
representasen de cada hora las justas causas que para perseguir a don
Fernán Sánchez tenía, aprovecharon poco las buenas razones de los
de Lérida: antes envió a mandar a don Pedro que lo persiguiese, y a
las villas y castillos de sus amigos y valedores los saquease y
asolase del todo, y a ninguno perdonase la vida: mas que llevase esta
guerra con tanta celeridad y presteza, discurriendo de una en otra
parte de manera que en el cerco de las villas y fortalezas no se
detuviese mucho en un lugar, no pareciese que esperaba, sino que
burlaba al enemigo. También le encargó que mandase luego por horas
a doña María Ferrench madre de don Lope Ferrench uno de los mayores
amigos de don Fernán Sánchez que se recogiese a Zaragoza, y su
villa de Magallón la secuestrase en manos del Tesorero general del
Reyno. También envió patentes con su sello y mano firmadas a las
ciudades y villas de Aragón, mandando que a don Pedro le acudiesen
con gente, armas y vituallas como a su propia persona: ni se puede
encarecer con cuanto cuidado y solicitud procuraba pasase adelante
esta guerra por vengarse de don Fernán Sánchez más que de todos
los otros rebeldes.










Capítulo XX. Como don Pedro fue contra don Fernán Sánchez, y le
cogió y mandó ahogar en el río Cinca, y del gran contento que el
Rey tuvo de esta nueva, y causas para tenerla.






No se vio
jamás de ningún capitán saliendo a dar batalla a los enemigos que
tan animosamente exhortase a sus soldados por la victoria, cuanto el
Rey y común padre animó en esta guerra al hijo contra el hijo y
hermano. Puesto que había necesidad de pocas espuelas para don
Pedro, que deseaba tintarse en la sangre de don Fernán Sánchez: y
así fue que saliendo a visitar ciertos castillos suyos don Fernán
Sánchez para poner en ellos gente de guarnición y armas, por
defenderlos de don Pedro, teniendo nueva que venía con ejército
formado contra sus tierras, y fuese avisado don Pedro de esta salida,
y que venía al castillo de Antillon hacia el término de Monzón,
hizo una emboscada de cien caballos ligeros por donde había de pasar
don Fernán Sánchez: el cual de paso dio en mano de ellos, y se
escapó a uña de caballo, metiéndose en otro castillo suyo llamado
de Pomar: adonde llegó luego don Pedro con su gente y puso cerco
sobre él, tomando todas las entradas y salidas: para luego ese otro
día dar asalto y cogerle allí. Y así desconfiado don Fernán
Sánchez de poderse defender (según lo cuenta Asclot) no habiendo
lugar para escaparse: determinó por no venir a manos de don Pedro,
salirse del castillo disfrazado. Y
pa
esto dijo a su escudero, ven acá, ármate con mis armas, y lleva mi
divisa y caballo, y échate por medio del ejército como que huyes, y
defiéndete cuanto pudieres, hasta que yo vestido como pastor pase
por medio de ellos, y los burle. El escudero hizo lo que su señor le
mandó, y en asomar fue luego cogido por los de don Pedro, y visto no
ser él, fue compelido por tormentos a descubrir do quedaba su señor,
del cual dijo le seguía a pie en hábito de pastor. Luego fueron en
seguimiento de él, y descubierto fue preso y traido a don Pedro: el
cual no le quiso ver: sino que preciando más de incurrir en fama de
cruel, que no de piadoso con un tan impío y público enemigo suyo y
de su común padre, de presto mandó cubrirle el rostro, y meterle
dentro de un saco y echarle en el río Cinca, aguardando hasta que
fuese ahogado. Sabido esto luego se rindieron todas sus villas y
castillos a don Pedro. Pues como llegase la nueva de esta infeliz
muerte al Rey, no se pudiera creer, si él mismo no lo relatara en su
historia, como no solo no se dolió de ella, pero que se holgó y
regocijó tanto, que con la grande ira que le tenía quedó
naturaleza vencida, y el amor paternal con la impiedad y rebelión
del hijo contra el Padre, del todo sobrepujado del odio su contrario.
Quedó un hijo de don Fernán Sánchez y de doña Aldonça de Vrrea
pequeño, llamado don Felipe Fernández, que después cobró todas
las villas y lugares con toda la demás hacienda que fue del padre,
del cual descienden la Ilustre familia de los Castros, que tomaron la
denominación de la casa de Castro que hoy poseen en Aragón.







Capítulo XXI. Que sabida la muerte de don Fernán Sánchez el
Vizconde y los suyos desafiaron al Rey, el cual fue sobre ellos, y
los sojuzgó, y perdonó, y cómo juraron al Príncipe don Alonso
nieto del Rey.







Venido el Rey, ya cortada
una de las dos cabezas de la rebelión, se dio grande prisa por
cortar la otra que era el Vizconde con el Conde de Ampurias. Estos
fueron los que viendo lo sucedido en don Fernán Sánchez, de nuevo
desafiaron al Rey públicamente. El cual tomando parte del ejército
de don Pedro que le quedaba en Aragón, con la gente que el Infante
don Iayme había hecho en el condado de Lampurdan y se entretenían
en el cerco puesto sobre la Rocha villa muy fuerte del Conde de
Ampurias, fue a juntarse con él, y comenzó a talar los campos y
saquear las tierras del Condado. De donde fue a Perpiñan por más
armas: y al tiempo que salía de él para dar sobre el Condado, le
llegaron las compañías de infantería que había mandado hacer en
Barcelona. Con estas puso cerco sobre la villa de Calbuz, a la cual
mandó dar asalto, y aunque con algún daño de los suyos, a la
postre fue tomada, y no solo saqueada pero también asolada del todo:
por corresponder a lo que el Conde hizo en Figueras. De ahí a poco
llegando de Barcelona el otro tercio del ejército con las galeras,
puso cerco por mar sobre la fortaleza de Roda, que hoy llaman Rosas,
puerto famosísimo que estaba muy fortificado de gente, y por estarse
el Conde a la mira de lo que el Rey haría, se había retirado en
otra villa suya llamada Castellón, que tenía muy bien proueyda de
gente y armas para semejantes necesidades: a donde también se
retiraron el Vizconde y Berga. Como fue de esto avisado el Rey, mandó
alzar el cerco de Rosas, y marchar con todo el ejército para
Castelló. Lo cual entendido por el Conde y Vizconde viendo cuan a
las veras tomaba el Rey esta guerra, y que no pararía hasta
cogerlos, por ejecutar su ira en ellos mejor que contra don Fernán
Sánchez: tuvieron su acuerdo y determinaron de no provocarle a mayor
ira contra si mismos. Pues había llegado a tal extremo que a su
propio hijo no había perdonado: y siendo la culpa igual, la pena y
castigo contra ellos como extraños sería doblada. Por donde de
común parecer se vinieron todos a Rosas muy pacíficos antes que el
Rey levantase el cerco. Y como tuviesen muy conocida su natural
benignidad y Clemencia para con los que voluntariamente, y con
humildad se le rendían, mayormente cuando se hacía libremente y sin
condición alguna, se atrevieron a entrar en forma de paz por la
tienda del Rey, y se le echaron a los pies, entregándosele a toda
merced suya. Solo le rogaron que mandase convocar cortes en Lérida
para Catalanes y Aragoneses, y se tratase de asentar de una todas
cuantas diferencias había entre ellos, y que lo determinado por las
Cortes fuese sentencia definitiva, sin más réplica, ni facultad de
apelar de ella. Esto pareció bien al Rey, y las mandó luego
publicar para la fiesta de todos Santos siguiente. Admirable
magnanimidad con invencible paciencia de Rey: pues ni por mucho que
los grandes y barones sus vasallos, con palabras falsas le burlaron,
ni por lo que tomando armas contra él, y revolviéndole sus Reynos
le ofendieron: ni por haberle obligado a poner su persona en trabajo
y peligro de guerra para perseguirlos: no por eso quiso, cuando muy
bien pudo, prenderlos y castigarlos: sino que preció más hacerles
guerra con la razón y derecho, y con esto sojuzgarlos: de arte que
los trajo poco a poco a su voluntad. Porque llegado el plazo de las
cortes, hallando en ellas congregados al Vizconde y conde con algunos
Prelados de Cataluña, y algunos señores y Barones con los Síndicos
de las ciudades y villas Reales de los dos Reynos, y también con los
de Valencia que seguían con el ejército al Rey, vinieron a tratar
de sus diferencias: y puesto que no se concertaron del todo en el
asiento de ellas: pero en proponer el Rey que don Alonso su nieto
hijo del Príncipe don Pedro fuese declarado por sucesor en los
Reynos y señoríos del Rey (fuera lo asignado al infante don Iayme)
le aceptaron y juraron todos sin discrepar ninguno con mucho aplauso
y contentamiento.







Fin del libro XIX.