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lunes, 13 de julio de 2020

CAPÍTULO LII.


CAPÍTULO LII.

De Armengol de Castilla, nono conde de Urgel. - Privilegio que dio a la ciudad de Balaguer, en que hace francos en alodio todos sus términos. - Conquista de la ciudad de Almería, y todo lo demás que se sabe de este conde de Urgel, hasta su muerte.

Hasta estos tiempos todos los condes de Urgel habían vivido en Cataluña, ahora ya iban mudando de tierra y por muchos años los hallaremos en Castilla. Armengol de Moyeruca dejó un hijo de su mismo nombre, y por ser niño, nombró para su gobierno y educación a su suegro, el famoso conde Pedro Anzures, señor de Valladolid, varón de gran prudencia y gobierno. Este se encargó de las cosas del nieto, que prefería a los de otras hijas, y todo el restante de su vida entendió en la buena administración de ellas.
A los sarracenos del condado de Urgel no fue poco el ánimo que se les acrecentó, cuando entendieron que los almorávides habían muerto al conde Armengol de Moyeruca; y teníanse persuadidos que su casa habría dado al través, porque el conde Pedro Anzures estaba en Castilla, y en Cataluña lo gobernaba un vizconde, como era costumbre hacerlo cuando los condes se ausentaban de sus condados.
Conquistó Armengol de Gerp la ciudad de Balaguer, mas no pudo sacar los moros del todo, porque su poder era grande: contentóse de concederles todo lo que le pidieron, con que quedasen súbditos y vasallos suyos; y ellos lo aceptaron con los tributos y parias que queda dicho cuando fue la presa de Balaguer, y estaban con esperanza de alzarse cuando posible les fuese, y sacar los cristianos de la ciudad, porque aún les había quedado parte de esta y del castillo, con obligación de pagar ciertos derechos a los condes; pero viendo las mudanzas habían sucedido en aquella ilustre casa de Urgel, y que había buena ocasión de levantarse, por ser el conde niño, se alzaron con los castillos y fuerzas que tenían en el condado, y los de Balaguer intentaron de echar fuera de la ciudad a los cristianos, sin hacer caso ni del vizconde que estaba allá, ni del conde Pedro Anzures, ni de otra persona alguna a quien debieran respetar. De todo esto tuvo aviso el conde Pedro Anzures, que estaba en Castilla, para que en nombre de su nieto acudiera a remediarlo. Aconteció este levantamiento el año de 1106, que fue poco más de tres años después de muerto Armengol de Moyeruca, y cuando menos se pensaba en ello, porque era grande el valor de Berenguer, conde de Barcelona, que reprimía el orgullo de ellos y aseguraba toda Cataluña; Pero por estar ocupado en otras empresas lejos del condado de Urgel, tomaron osadía de hacer este levantamiento. !Qué daños no causa una niñez o ausencia de un príncipe!
El conde Pedro Anzures, luego que entendió todo esto, dejó los estados y negocios de Castilla encomendados a doña Elo o Luisa (Eloísa, que todo es uno), su mujer, y llegó con la presteza posible a este principado, y con lucido ejército se presentó ante la ciudad de Balaguer, que estaba casi señoreada de los moros. Estaba la ciudad muy fortificada y proveida, y el ejército no era tal que pudiera tomarla. No osó probar fortuna, porque se acordaba cuán mal había salido a algunos condes de Urgel, que habían tomado en presas (empresas) mayores que sus fuerzas: pidió favor al conde Ramón Berenguer de Barcelona, que se dio muy grand* y entonces acometió la ciudad, y aunque pertrechada * arte y naturaleza, ayudando sus ciudadanos, en breves *días se vio el conde señor de ella y de muchos castillos de aquella comarca y de otros estaban a las orillas del Segre, donde se habían retirado una infinidad de moros, de *quienes alcanzó una grandiosa victoria, a los postreros días del mes de octubre del año cuarenta y seis de Felipe, rey de Francia, que es de Cristo señor nuestro 1106. Conquistada la ciudad de nuevo, se limpiaron los templos que la bárbara impiedad había sacrílegamente profanado, y el conde Pedro Anzures, con alguno de los caballeros más ancianos d* el condado, dividieron los despojos ganados. Hízose esta división el 1° de noviembre y reconociendo el favor recibido de Ramón Berenguer, conde de Barcelona, que con * mano les había socorrido, de común acuerdo le adjudicaron un castillo que a la parte meridional de Balaguer estaba, llamado Niummur, a un cuarto de legua. Este castillo es el que al día presente decimos Rápita, que en lengua arábiga es lo mismo que casa de devoción o mezquita que está fuera de poblado. Otro edificio del mismo nombre había junto a Tortosa, (San Carlos de la Rápita) en los Alfaques (donde se fundó un monasterio de monjas de la orden de san Juan), en que vivían los alfaquíes, de quienes tomaron el nombre los Alfaques, puerto harto conocido (sobre todo en la conquista de Mallorca por Jaime I).
Nota etimológica: Alfaque cast. y port., alfac mall., alfách cat. y val. Banco de arena que se hace en las costas del mar y en las bocas de los ríos. Acad. Acaso de alfacc, "fauces" en Raimundo Martín. Es de notar que la voz lat. usada en pl. vale, según Nebrija, "per translationem," las entradas estrechas de algunas cosas, como de valles, ríos, etc., estrechura. Así las palabras "fauces portus," que se encuentran en los Comentarios de Julio César, significan "la entrada de un puerto," que, en mi humilde sentir, es la verdadera acepción de la palabra alfaque, y no la de banco de arena. Creo que la circunstancia de aglomerarse esta en las entradas de los puertos y de los ríos (ejemplo: el delta del Ebro) ha sido parte para incurrir en tal equivocación. De no satisfacer esta congetura (conjetura) habría que buscar el origen de alfaque en alfalaq (alfaq, sincopada la sílaba la) "montón de arena," a no considerar la voz cast. como metátesis de alcoffa, "ora arenarum" en Freytag, "bande longue de sable" en Kazimirski.

Dieron también al dicho Ramón Berenguer la mitad de la azuda de Balaguer, que * el palacio real de los moros, que esto significa el vocablo Azuda (çuda, Zuda). En el auto de esta división, sacado del real archivo de Barcelona, del primer libro de los Feudos, verá el lector la llaneza del conde Pedro Anzures y el estilo de sus tiempos, y las cláusulas o cautelas con que se aseguraban las partes, en los instrumentos, y dice así:
(texto casi ilegible por mal escaneado) Hec est convenientia quam facio ego comes Petrus et nos seniores de Urgello vobis domino Raymundo Barchinonensi comiti et * vestre. Colligimus vos * Dei adjutorio la medietate de tota ipsa Zuda de Balaguer et donamus vobis ipsum castellum de Niummur vel de Rabita (Rapita, Rápita) ad totam vestram … hereditatem ad facere quidquid volueritis vos et posteritas vestra vel cui illud donaveritis: * donat Raymundus comes ad comitem Petrum et ad nepotem suum Ermengaudum illam medietatem de Zuda ut teneat eam per suam * sie quod per quantas vices ibi comes Raymundus fuerit et voluerit demandare inde potestatem ille aut homo per illum cui ille mandaverit quod donet et inde potestatem per fidem sine malo ingenio in tali convenientia quod comes Raymundus non tollat eam * comitem Petrus et ad Ermengaudum nepotem suum neque ad posteritatem eorum nisi tale forfactum fecissent quod illi emendare voluerint non potuissent infra quadraginta dies quod ille eas demandasset nisi fuerit per tale uncumbro quod habeat sine ullo enganno illo encumbre passato infra quadraginta dies quod eis illud fa* et ei illud adresent. Et convenit comes Petrus per se et per Ermengaudum quod illam partem de civitate Balegarii et de terminis suis comiti Raymundo donatam habent quod nec illi nec *orum fortia ne poder ne conser non eam illi tollent nec lin tollent et quisquis eam tollere quesierit quod illi per fidem ei inde valeant. Quod similiter convenit istam ipsam convenientiam quod eam attendat comiti Raymundo ille vicecomes Geraldus per fidem et sine malo ingenio: et si evenerit causa de illis comitibus aut de Geraldo vicecomite qui istam partem tenderit quod non sint in illis partibus aut in illis terris sic *endaquod de illis deveniat quisquis unquam istam medietatem de illa Zuda tenuerit quod ad comitem Raymundum inde respondeat et fidelis inde comiti predicto sit per fidem sine ullo malo ingenio sic quod comes Barchinonensis Raymundus totum suum talentum et totam suam voluntatem possit ibi facere. Et convenit Barchinonensis comes ad comitem domnum Petrum et Ermengaudum quod illam medietatem de ipsa Zuda et illam aliam partem de Balaguer et de omnibus suis terminis et castellis scilicet Lautens et Gerp et Castello et Algerre et Os cum tinentiis suis quod ille nec consulto suo non eis tollat et nullus christianus qu* eis hoc tollere querat quod comes Barchinonensis inde eis valeant e de hoste palatina de moros. Et convenit ille predictus comes et ill* vicecomes Geraldus predicto Raymundo Barchinonensi comiti quod quando Ermengaudus fuerit crescut et grandis quod faciet hoc ipsum sacramentum (sacramento, jura) et illum ipsum hominiscum (homenaje) comiti Barchinonensis qualem habet factum ille comes Petrus per illam suam partem de illa Zuda: quod si hoc non facere quesisset predictus comes Petrus et predictus vicecomes Geraldus tornent illam suam medietatem de illa zuda Barchinonensi comiti poderosam et sine ullo *encombro et sine ullo embargo (sin embargo) per totam suam voluntatem et suum talentum facere:et quisquis de illis vivus fuerit aut quisquis per eos illam medietatem comitis de illa Zuda tenuerit sicut supra scriptum est si* illud attendat sine arte et sine malo ingenio per directam fidem sine ullo engan. Et ego Raymundus comes Barchinonensis dono *uxor (mujer) mee Almodi et filiis quos de ea habuero omnia que acaptavi in Balagario. Actum est hoc quinto nonas novembris anno XXXXV* regnante Philippo rege. (Felip de França, los condes eran sus vasallos, no independientes como quieren hacer creer).

Alcanzada esta victoria y dejadas las cosas del condado de Urgel en buen estado, se volvió el conde don Pedro a Valladolid, donde, como uno de los más principales señores le ocupó el rey don Alonso en el gobierno de sus reinos y estuvo allá hasta el año de 1109, cuando por haber caído en desgracia de la reina y haberle ella despojado de su patrimonio y estado, se volvió al condado de Urgel, donde fue muy favorecido del conde de Barcelona y del rey de Aragón, el cual le dio para él y su mujer, con diez criados otros tantos caballos, lo que hubiesen menester para su comida y tres mil sueldos para gastos extraordinarios, que por estos tiempos, en que había tanta falta de dinero, era una gran cosa. El conde don Pedro, agradecido de esta y otras mercedes, que de aquel rey había merecido, le hizo donación de la mitad de la zuda (digo del castillo) de Balaguer, que la otra mitad la tenía el conde de Barcelona, con las tres partes de la ciudad y sus términos, con la mitad de los castillos de Laurens, Montaron, Buaso, Castellon, Algerre y Albesa, que aún estaban en poder de infieles; pero colígese que era grande la confianza de tomarlos, pues estando en poder ajeno, ordenan de ellos como de cosa propia: ya la otra parte de la ciudad de Balaguer, que era la cuarta, se la retuvo en su poder para si y para la condesa, su mujer, y Armengol, su nieto; y el rey vuelve a dar a dicho conde Pedro Anzures y a Armengol, su nieto, la misma mitad de la zuda o castillo que había recibido de ellos, para que de aquella hora en adelante lo tengan por el rey y en feudo suyo, y que esto mismo guardara el conde Armengol cuando fuere mancebo y se hubiere armado caballero, y no queriéndolo observar, que en tal caso pueda el rey cobrar la mitad de la zuda que él había dado en feudo al conde Pedro Anzures y la cuarta parte de la ciudad de Balaguer. A mas de esto, dice Zurita que el conde hizo homenaje y le juró fidelidad por los castillos, tierras y fortalezas que en Castilla le habían sido restituídas por orden del rey de Castilla, y antes se las había quitado la reina doña Berenguela, por disgustos que pasaron entre ellos, de que hacen larga memoria las historias de aquel reino. Las palabras de Zurita, en sus índices latinos, son estas: Petrus Azurius, comes, qui ex castellanis proceribus in magna potentia erat, Balagueria se cum Elone uxore recipit, uts Ermengaudi pueri nepotis ditionem, mauris oppositam, tueretur ac sustineret. Balagueris *arcem Azudam nominant, ac tres urbis regionis regi condonat; et cum castella propugnaculaque suae ditionis Castellae regni à rege suscepisset, se regi ea, irato aut pacato, traditurum sacramento spondet.
Siendo el abuelo del conde varón tan sabio y experimentado, es de creer que debía haber grandes conveniencias que le obligaron a meter dueños extraños en la hacienda del nieto; pero como después han pasado tantos siglos, ignoramos lo que le obligó a esto. En el libro primero de los Feudos del archivo real de Barcelona se conserva el auto, el cual está sin día ni año, como era costumbre no meterlos en los autos de esta calidad, y dice de esta manera:
In Dei nomine. Hec est convenientia quam facio ego comite don Pedro Azuris ad vos seniori meo regi Adefonso Aragonensium et Pampilonensium regi filio Regis Sancii et Regine Felicie: id est dono vobis tota illa Zuda de Balaguer ingenua libera cum illas tres partes de tota illa civitate et de totos suos terminos et totos suos dretaticos et cum omnibus suis pertinentiis qui pertinent ad illas tres partes de illa civitate et de suos terminos similiter. Adhuc dono vobis tota illa medietate de illos castellos unde moros sunt adhuc tenentes qua hora Deus Omnipotens illos dederit ad *Christianismo pro nomine Laurens et Montoron et Buasso et Castilgon et Agerre (Algerre) et Albessa (Albesa): et si ego comite don Petro potuero illos prendere antequam vos quod vobis inde donem illa medietate et si vos domino *meo regi illos potueritis prendere antequam ego quod similiter mibi *in donetis illa medietate: et de istos castellos si nobis inde voluerit *i aliquo tornare per habere dedero ad mille solidos quod ego comes don Petro mittam in ea medietate et vos domino regi illa altera medietate: et de mille solidis in suso quod vos ibi mittatis quantum ad vos se asimilaverit quoniam ego non inde ibi ponam nisi quingentos. Et hoc donativum supra nominatum dono et concedo vobis et quod illud habeatis ingenuum et liberum ad vestram propriam hereditatem per facere inde totam vestram voluntatem et * omnis generatio et posteritas vestra vel ad cui vos eam dederitis extra illos castellos quos francos prendiderint antequam vos illos prendissetis illa Zuda de Balaguer. Et convenit illo comite don Petro ad regem pro se et pro Ermengaudio suo nepto (nieto, antes sale nepotem) quod istam partem supra scriptam quam habet donata ad regem quod illos nec jure concilio nec jure forcia quod non eum ei tollat: et quisquis eum ei tollere voluisset quod illos inde ei valeant per fidem sine malo ingenio. Et ego comite don Petro retineo me ibi per ad meam propriam alodem (alodio) et de mea muliere et de Ermengaudo meo nepte illa quarta parte de illa civitate cum tota illa quarta parte de totos suos terminos de totos suos dretaticos et de omnibus suis pertinentiis qui pertinent ad illa quarta parte de illa civitate et de suos terminos. Et rex donat ad illo comiti don Petro et ad Ermengaudo suo nepto illa medietate de illa Zuda quo modo in antea eam tenebunt per fevum (feudo) et quod contineat pro sua manu et illam agnoscat per eum illos homines de rege qui tenuerint illa Zuda salva quod inde sedeant homines de illo comite don Petro et de Ermengaudo suo nepto pro illa medietate de illa Zuta salva illi fidelitate de rege: et quando ibi voluerint intrare illo comite don Petro aut sua muliere aut Ermengaudo in illa Zuta cum tantos homines illos ibi colligant quod tota hora sedeant unde plus poteras illos homines de rege pro illa Zuta tenere de tale guisa quod ille comite nec suos homines quod non inde possint sacare de illos homines de rege. Et quando fuerit Ermengaudo illo mancepo tan grandis et fuerit cavallero si quesierit atorchare conveniencias quod habet factas illo comite eum rege et fecerit illos juramentos ad regem quod ei fecit illo comite don Petro et in convenio attendat Rex ad Ermengaudo istos convenios quod habet factos cum illo comite don Petro pro illa quarta de Balaguer et pro illa medietate de illos castellos: et si tantum quod non illud quesisset facere Ermengaudo quod se retineat illa quarta parte de illa civitate et de illa medietate de illa Zuta quod per eum tenebat post obitum de illo comite et de sua *muriere et rex quod fuisset absolutum de illo sacramento quod fecit. Et venit rex ad illo comite don Petro pro illa media Zuta quam ei habet donata per fevum et pro ista quarta parte de Balaguer et pro illa medietate de illos castellos qui sunt supra scriptos per ad alodem ille nec suo concilio neque sua forza quod non eam illi
*ullat et quisquis illud ei tollere voluisset quod rex inde ei valeat per fidem sine malo ingenio. Et rex donat ad illo comite don Petro et ad sua muliere in lurs dies tamdiu vivos fuerint et prendere illud quesierint pane et vino et carne per decem homines et cibaria (cebada, para cebar; civada; sivada, sibada) per ad decem caballos et pro lure sollata tres mille solidos de dineros.

Residió el conde don Pedro Anzures en el condado de Urgel con su mujer y familia, hasta el año de 1108, que ya era vuelto a Castilla, porque las cosas de la reina doña Urraca, (Berenguela escribe antes) que le obligó a salirse de aquellos reinos, tenían muy diferente estado del que él las dejó cuando se vino. Lleváronse también el nieto, el cual aún era muy muchacho: pruébase esta ida, porque en el dicho año y al último día del mes de marzo, él y la condesa Elo o Luisa, su mujer, dotaron la iglesia catedral de Valladolid, que en el año de 1095 habían fundado; y por haber estado allá tantos años el conde, hay de él muchas memorias en las escrituras antiguas de aquellos reinos, y en los privilegios (que) concedían aquellos reyes, en que era costumbre confirmarlos los caballeros que residían cabe de los reyes. Por memorias antiguas parece que la primera confirmación o firma del conde Armengol, de que tenemos noticia, fue en un concilio provincial se tuvo en lar ciudad de Oviedo el año 1111, en que presidió Pelagio (Pelayo) obispo de ella, y se hicieron en él muchos decretos contra los sacrílegos y violadores de las inmunidades eclesiásticas. Fueron los confirmadores la reina doña Urraca, sus hijos, hijas y hermanos, y muchos señores de aquellos reinos, y entre ellos el conde Armengol.
Murió por estos tiempos la condesa doña Elo, abuela del conde, como parece por una escritura otorgada en 9 de enero, año 1117, en que el conde don Pedro dio parte de unas heredades al monasterio de san pedro de Dueñas, y dice que la da por el alma de la condesa doña Elo, su mujer. Muerta ella, volvió otra vez el conde Armengol a Cataluña, para ayudar al rey don Alfonso en la conquista de Zaragoza, donde llevó mucha gente del condado de Urgel; y el autor del antiguo libro llamado Flos mundi, que otras veces he alegado, dice que fueron en ella muchos caballeros de Cataluña, y los que nombra después del conde de Urgel, fueron: Hugo, vizconde de Cardona, Guillermo de Anglesola, Bernardo de Anglesola, T. de Bellpuig, Tomás de Cervera, Gombaldo de Ribelles y Ot de Moncada; y dice que todos se volvieron muy remunerados a sus casas, argumento cierto de la mucha parte que tuvieron en la conquista de aquella ciudad, la cual con tanta gloria de los conquistadores fue restituída a la santa fé católica, y echados de ella los moros, que impíamente habían profanado los lugares sagrados de ella.
Algunos años después, reconociendo el conde los grandes servicios que él y sus antecesores habían recibido de los ciudadanos de Balaguer, en las batallas pasadas y aún en la presa de la misma ciudad, y que, por su valor y piedad, nunca cesó en ella el culto divino y ley cristiana, ni menos sufrieron otro señor que los condes de Urgel, les concede en franco alodio ciertos términos y parte de tierra en el dicho auto o privilegio contenidos, el cual fue hecho a 3 de las calendas de julio del año diez del rey Ludovico, (Lluís, Luís, Loís, Luis, Luisico el gabacho, Ludwig, que no era señor de los condes, qué va, aparece en los textos para hacer bulto) que es el de Cristo señor nuestro 1120. Firmáronle Oton, obispo que era entonces de Urgel, y el vizconde Geraldo o Guerau, de quien ya en uno de los autos arriba nombrados hay hecha memoria; y éste, que durante la menor edad del conde había gobernado aquella tierra, le dio entera y cierta noticia de los servicios había hecho a sus pasados y a él aquella ciudad, de lo que movido el conde, les * este privilegio. (cortadas las palabras de la derecha)
In nomine Sancte et Individue Trinitatis Patris et Filii et *Spi Sancti Amen. Ego Ermengaudus gratia Dei Urgellensis comes cum consensu et voluntate Geraldi vicecomitis et domini *Ott episcopi decrevimus facere cartam donationis quam et facimus alode ad homines commorantes in Balagarium quod damus eis proprium alode. Isti sunt per nomina illi qui a principio *steter in supradicto Balaguer qui portarunt pondus et aestus fa*sitis captivitatem et rancuras multas et tenuerunt Balaguer ad *norem Dei et christianitatis et ad honorem et servicium suorun *niorum in fide. Hii sunt per nomina Bernardus de Guadal et Bernardus Guirt Girbertus et Bernat Bernardi Fortes et Izarnus *Raimundus Mir et Mir Arnald Radulfus presbiter et Pontius de Gradan *Guillelmus Rayner et Atto Guitardus et Arnaldus Guerrer Guillelmus *bater et Corvin Bernardus Cucuz et Arnaldus Mir Petrus Bernar* Bernardus Gerunt Petrus Guillelmi et Arnaldus Petri Arnaldus *fret et Petrus Mir Pontius Mayol et Amer Bernardus Selva et *Guillelmus Compayn. In primis damus illis ad hortos habendum su* Monsfavar unde habeant hortalia sic determinatum per qua* partes: Prima de illu orto Sancte Marie secunda de illa acechia *tia illa sorte sancti Petri de Osca quarta Sicoris (Segre). Deinde damus in illa plana de Vilanova de illa sorte de Miro Arnaldi de Concal* usque ad illum terminum de illo prestinguo et de illa margine que ad Sicorim (Segre). Hic vero quantum concludunt istas quatuor pa* excepta illa turrim de Bernardo Bigeri. Item damus illis aliam versam ad Trencavias sic determinata de illa sorte Senelasco *tagnones usque in illo villare antiquo de alia parte de illo * usque in Sicorim quantum concluditur in istis quatuor partibus * integro. Item damus in illa parte de Castelione sic determinata quatuor partes: prima pars de ipso muro usque in ipso safaregio *tia pars de illa porta de Castelione ipsa via usque in illa via pergit ad Albesam quantum concludunt istas quatuor partes *tegro. Igitur damus illis de illa parte de Cione alia division* determinata a parte orientis ipsam marginem usque in Cione * tertia parte ab illa torre de Berengario Beccu de quarta parte Sicoris: quantum inter istas quatuor partes omnia concluduntur damus similiter concedimus ad integrum. Ego vero predictus Ermengaudus cum dicto Geraldo vicecomite et episcopo Ottone facimus hec predicta scriptura et concedimus istis supramemoratis hominibus de Balagario ut habeant et possideant quantum in ista carta resonat illis et omnis posteritas eorum ad proprium allode et ad facere suam voluntatem: si quis tamen quod minime facere credimus ut nullus propinchus vel extraneus contra hunc nostrum scriptum insurrexerit et dirrumpere voluerit sub anathema sit et in futurum non possit inde aliquid condemnare. Facta carta hereditaria sive donationis notum diem quinta feria quod est tertio calendas julii epacta XI coé VI luna XXII indictione XV regnante Lodovico rege in anno suo decimo eodem comes Ermengaudus in Balagario et in Urgellum.
Ego igitur supradictus comes Ermengaudus qui hanc cartam scribere jussi et legentem audivi manibus meis Sig+num infixi.
Ego vicecomes Geraldus similiter ad confirmandam hanc cartam Sig+num infigi.
Ego episcopus Otto in hac carta Sig+num confirmationis injeci. Sig+num Arnaldi Berengarii. Sigi+num Petri Berengarii.
Arnaldus Berengarius testis. Berengarius Artaldus testis. Raymundus Arnaldus testis.

De este auto se infiere: que los condes de Urgel ponían vizcondes en su lugar y ausencia, así como el conde de Barcelona; que este vizconde se llamó Geraldo, de quien, en uno de los dos autos del conde Pedro Anzures, que pusimos arriba, queda hecha mención; que el culto divino no faltó aun en tiempo de los moros en aquella ciudad, aunque ellos fuesen dueños de ella, y este se conservó por el buen cuidado y piedad de sus vecinos; y que el conde de Barcelona y el rey de Aragón no tenían parte en ella, (pero sí el rey de Francia) por cuanto, así como firmaron el vizconde y el obispo de Urgel, es infalible hicieran lo mesmo el conde y el rey, si en aquella ciudad y territorio tuvieran algún interés; a lo menos en dicho auto se hiciera alguna memoria de ellos. Es este privilegio una de
las antiguas concesiones tiene aquella ciudad, y prerogativa grande de que posean sus tierras y heredamientos en franco alodio.
Por estos tiempos casó Armengol con Arsende, hija que era de los vizcondes de Ager: el nombre del padre no he podido averiguar, por la poca memoria o continuación hay de esta casa y linaje. Zurita es el que afirma ser esta señora de aquella casa, y así está comunmente recibido.
Pocos años después, que fue el de 1126, hubo una muy sangrienta batalla con los moros delante del castillo de Corbins, y se perdieron en ella muchos cristianos, y las cosas estuvieron en gran peligro, y el rey don Alfonso de Aragón tuvo vistas con el conde de Barcelona y con sus hijos, para dar favor a la guerra contra los infieles. El anal de Ripoll dice, hablando de este encuentro: Hoc anno ante castrum Corbins incursu mohabitarum multi christianorum perierunt; y dice también, que murió Bernardo, conde de Pallars; pero no especifica si fue su muerte en esta batalla. Después tuvieron algún remedio las furias de los moros, y dieron lugar al conde para ir a Castilla, donde era, para los estados tenía en aquel reino, muy necesaria su presencia, porque era muerto su suegro, y él quedaba heredero de Valladolid y de grand* estado en los reinos de Castilla y León. Fue sepultado en la iglesia mayor de Valladolid, que él había fundado, y en el sepulcro puso el conde su nieto sus armas, digo los jaqueles (jaque, del ajedrez) de oro y negro, porque los caballeros castellanos no usaban entonces de escudos de armas, como usaron después. Por nueva sucesión, hubo de residir allá algunos años, y fue muy estimado del rey don Alonso, hijo que fue de la reina doña Urraca, porque favorecía (aunque secretamente) la pretensión de aquel rey, el cual, por haber fallecido el de Aragón (Alfonso I el batallador) sin hijos, aspiraba a la sucesión del reino, por ser don Ramiro, hermano del muerto, sacerdote (Ramiro II el Monje) y obispo e incapaz de contraer matrimonio. Entróse con gran ejército por el reino de Aragón y tomó muchos lugares y pueblos de don Ramiro, que ya se intitulaba rey: éste, porque no podía resistir, se retiró con los suyos a las montañas, y el de Castilla entró en Zaragoza, usando del título de rey de Aragón, afirmando privilegios antiguos y concediendo otros nuevos. Estaban con él Ramón Berenguer, conde de Barcelona, y Armengol de Urgel, Alonso Jordán, señor de san Gil y de Tolosa, primo del rey y los condes de Fox, Pallars y Comenge, y muchos caballeros catalanes, franceses, castellanos y de Aragón. El rey don Ramiro estuvo retirado al castillo de Monclus en las montañas de Sobrarbe, hasta el noviembre del año 1135, y se intitulaba rey de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. Algunas personas trabajaron por la paz, y la concluyó san Olegario, arzobispo de Tarragona, de nacion catalan, natural de Barcelona. Vino este santo a Zaragoza, y después de varios tratos, quedó concordado que el de Castilla por toda su vida quedara con la ciudad de Zaragoza y sus apendicios, y por ellos hiciese reconocimiento al rey don Ramiro, y que después de muerto, viniese todo a don Ramiro y a sus sucesores. Vino esta paz muy bien al conde de Urgel, por ser su condado muy vecino a aquel reino y poseer en él muchos lugares y, entre otros, la villa de Bolea. Los aragoneses también holgaron mucho de este trato, por no meter rey estranjero, (el de Castilla) mientras había hijo y hermano de sus últimos reyes. Después de dado asiento a las pretensiones de los dos reyes, volvió el conde al reino de Castilla, y fue confirmador de muchos privilegios y escrituras reales de aquellos reinos. Las que han venido a mi noticia son: la que a 2 de junio de 1135, estando el rey en Valladolid, otorgó al conde don Rodrigo Martínez Osorio, de toda la heredad que el rey tenía en Famusco y en el infantado de san Pelayo, en Castilla. Asímismo confirmó a 2 de octubre de 1136 una donación que el rey de Castilla y Berenguela, su mujer, hermana de Ramón Berenguer, conde de Barcelona, hacen a la iglesia catedral de Astorga de unos lugares que doña Urraca, madre del rey había dado; y fue este uno de los primeros privilegios de Castilla que llaman rodados, de que habla la ley segunda, título 8.° de la tercera Partida, cuando dice; que «en la carta del privilegio rodado, después de haberse puesto la fecha, se escriban los nombres de los reyes e de los infantes e de los condes que fueron sus vasallos que le confirman, también de otro señorío como del suyo, e después deben facer la rueda del signo de scrivir, en medio el nombre del rey aquel que el da, y en el cerco maior de la rueda deven scrivir el nombre del alférez e del maiordomo, como le confirman, e de la una parte e de la otra deven scrivir los nombres de los arzobispos e de los obispos e de los ricos hombres de los reynos, e después destos sobredichos deben scrivir los nombres de los merinos mayores e de aquellos que deven fazer justicia, e de los notarios que son en reglas que son juso de la rueda.”
Esto dice la ley, y en el real archivo de Barcelona hay uno de estos privilegios.
El año siguiente de 1137, estando el conde en Cuenca con el rey, confirmó otro privilegio concedido a todos los cristianos que tenían hijos, casa y mujer en Toledo, para que no paguen portazgos ni otro tributo en todo el reino, por razón de ninguna mercadería.
En el año 1144 ya estaba el conde Armengol en Cataluña, y con Ramón Berenguer el cuarto pasó a Francia a socorrer al conde Berenguer Ramón, hermano del de Barcelona, que era conde de Prohenza (Provenza, Provincia, Provintia, Provence, Provença, etc), a quién Ramón de Baucio y sus hijos le habían movido guerra, pretendiendo algunos intereses en el dicho condado; y con los Condes de Urgel y Barcelona pasaron muchos caballeros de Aragón y Cataluña. Del condado de Urgel fueron Guillermo de Anglesola y Bernardo de Anglesola y Gombau de Ribelles. Ganóse la villa de Mompeller (Montpellier, Montispessulani) dejaron con gran sosiego las cosas de Berenguer Ramón y victoriosos se volvieron a Cataluña.
Estando en Castilla, confirmó en el año 1146, a 10 de las calendas de mayo, una donación que el rey Alonso y Berenguela, su mujer, hacen pro redemptione animae suae et parentum suorum a la iglesia de Santiago de Mezeruela de la villa de Manzanares; y en el mes de enero del año 1149, confirma la donación que el dicho rey de Castilla hace al arzobispo de Toledo y canónigos de aquella catedral, de la mejor y más principal mezquita de la villa de Calatrava, con sus viñas y todo lo que poseía en tiempo de los moros.
Movió entonces el rey de Castilla la conquista de la ciudad de Almería, en que trabajó mucho y se señaló el conde Armengol. Es Almería ciudad marítima y muy principal en el reino de Granada. Los latinos la llamaron Urgi, y al seno hay allá llamaron Urgitanum: es muy antigua en España y los primeros pueblos que tuvieron obispos; en ella fuélo san Indalecio, discípulo del apóstol Santiago. Era por estos tiempos esta ciudad de grande contratación y riqueza, y tenían en ella acogida todos los piratas que corrían aquellos mares e infestaban las costas del Mediterráneo: acogíanse allá algunas veces más de ochenta bajeles de ellos. Al rey de Castilla y el conde de Barcelona, que tenían muchas leguas de mar y sus vasallos frecuentaban la navegación, convenía más que a otros príncipes quitar de ella aquella cueva de ladrones. Antes de empeñarse en esto, fue muy conveniente apaciguar algunas alteraciones entre el rey de Navarra y Ramón Berenguer, conde de Barcelona; fueron las vistas en san Estévan de Gormaz, donde interviniendo también por medianero el conde de Urgel, se concordaron y entendieron a la conquista de Almería.
El primero que salió en campaña fue el rey de Castilla, el cual, de camino, tomó muchos pueblos de moros, y entre ellos la ciudad de Córdoba, que era el más principal pueblo que tenían los moros en España; pero halló grande dificultad en conservarla, y sin detenerse en ella, por la falta que podía hacer a la empresa de Almería, la dejó a Aben Gami o Aben Ami, moro, gobernador o rey que era entonces de ella, el cual le prometió fidelidad, con juramento que hizo sobre el Alcoran. Entretanto el conde de Barcelona, con su armada naval, aguardaba otra de genoveses, que venía a sueldo del pontífice Eugenio III. Las dos armadas fueron a Almería, y juntas las fuerzas de mar con las del rey de Castilla, se puso asedio a la ciudad por mar y por tierra, y por esta parte ganaron algunas torres, y derribaron buena parle del lienzo del muro. Atemorizados los de dentro, ofrecieron algunos partidos, que no quisieron aceptar los cristianos; apretaron el cerco ya, y a 17 de octubre de 1147 la entraron por fuerza: fue el saco grande; porque era la más rica ciudad de toda la marina.
La joya más notable que se tomó, fue un plato o escudilla de esmeralda, de inestimable precio: de este se contentaron los genoveses por la parte les cabía en aquellas victorias.
Consérvase en el día de hoy en Génova, por haber servido a Cristo nuestro señor en el jueves de la cena: es de inestimable valor, y afirman los lapidarios, que partiéndole en partes del tamaño que suelen ser comunmente las otras esmeraldas, no habría riqueza ni dinero con que poderlo pagar; trajéronle los godos a España, según se piensa, y créese piadosamente, que cuando Cristo señor nuestro se sirvió de él, que no era de aquella materia, sino que, por milagro, se convirtió en esmeralda, mandándolo así el que crió el cielo y todas las cosas de él y de la tierra. Jayme Ferrer, catalán de nación y lapidario famoso, en un tratado escribió sobre la comedia del poeta Dante, describe muy por menudo esta piedra, y considerando su quilate y valor; dice que si se dividiera en piedras menudas, valiera un grande tesoro: está hecho con seis ángulos o puntas, y tiene de ruedo cuatro palmos y medio catalanes. Fueron con el conde de Barcelona muchos caballeros, que se señalaron notablemente en esta conquista. El obispo de Pamplona refiere unos versos que trae el autor de la historia de Toledo, a la fin de su obra, en que, aunque bárbaros y mal concertados, como mejor supo, cuenta esta conquista de Almería, y la orden que el rey de Castilla tuvo en llevar sus gentes, y los sucesos de ella; porque era costumbre de los reyes antiguos de España, para animar a los caballeros que se señalasen con hechos de inmortal memoria, llevar en sus ejércitos poetas que en metro ...

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*daria al de Urgel la tercera parte de las parias, o tributos que le diesen los de la dicha ciudad, y si no valiesen mil morabatines, promete pagar y suplir lo que faltase; y por todo el tiempo se tardaría en tomar Lérida, le prometió mil morabatines, esto es, quinientos a Pascua y quinientos el día de san Miguel.
A 18 de setiembre del año 1148, confirmó en Toledo la donación que el rey don Alonso y Berenguela, su mujer, hicieron de la villa de Alvires, en el reino de León, junto a Majorica, de que arriba hablamos, en favor de Martín Díaz de Prado, criado de aquellos reyes.
Asímismo, a 24 de marzo del año siguiente, confirmó ciertas leyes o fueros que otorgó el rey a cierta aldea que estaba junto a Burgos. Había entonces en la corte de aquel rey grandes lutos, por ser muerta, a los primeros de febrero, la reina doña Berenguela, que fue hija de Ramón Berenguer, tercer conde de Barcelona, y hermana del cuarto, y tía de Dulce, que fue nuera del conde Armengol.
Por estos tiempos se efectuó la conquista de Lérida y otros pueblos de aquella comarca: emprendióla con grandes veras el conde de Barcelona, juntando todas las fuerzas que pudo del principado de Cataluña y reino de Aragón. El conde de Urgel, como más interesado, por razón de la vecindad tenía con la ciudad de Lérida, y por lo que estaba tratado con el conde de Barcelona, dejadas las cosas de Castilla, acudió con cuatro mil infantes y ochocientos caballos. Había entre ellos muchos caballeros que tenían castillos y lugares en su condado de Urgel; estos fueron Berenguer de Anglesola, Galceran de Pinós, Pons de Ribelles, Oliver de Termens, Ramon de Peralta, Berenguer Despes, Gombau de Besora, Pere Sbert de Mediona, Guillen de Alentorn, Pons de Oluja, Guillen de Pinel, Ramón de Caldes y otros. No faltaron los condes de Pallars y Ampurias, ni el vizconde de Cardona, que en su compañía llevaron a Guillen de Cervera, Pedro Alamany, Ramón de Anglesola, Guillen de Bellera, Berenguer de Eril y Artal de Mur. Del reino de Aragón acudió mucha nobleza. Acaecieron grandes cosas en este cerco, porque los moros echaron el resto en la defensa de esta ciudad: los de las riberas de Ebro, Segre y Cinca daban continuos socorros y por estorbarlos, envió el conde de Barcelona algunas compañías de almugávares que lo impidieron. En el mes de setiembre se puso muy de propósito el cerco a la ciudad, y porque había gente para todo, le pusieron también a Fraga, que eran los dos pueblos mejores de toda aquella comarca. Todo el tiempo que duraron estos medios fue notable el daño que las continuas baterías dieron a los cercados: cada día había asaltos; el más recio fue a 24 de octubre, que la ciudad fue entrada por la parte de la puerta de san Antón. Fue muy celebrada esta presa de los cristianos, por haber ganado un pueblo de los mejores y más fuertes y abastecidos tenían los moros en esta parte de la España Tarraconense. Rindióse asímismo en el dicho día la villa de Fraga. En el mes de enero del año 1149 de la encarnación, el conde de Barcelona y el de Urgel, el cual dice en el auto que abajo citaré per manum comitis Barcinone Ilerdum habet, conceden aquella ciudad en franco alodio a los vecinos de ella, y ordenaron algunas leyes eran menester para su buena policía y aumento. Otorgóse este auto en el mes de enero del año 1149 de la encarnación, y firmáronle Alfonso, hijo primogénito del conde de Barcelona, el cual fue rey de Aragón; Armengol, hijo primogénito del conde de Urgel; Arnaldo Mir, conde de Pallars; G. R. Dapifer, Ramón de Pujalt, Bernat de Belloc, G. de Jorba, G. de Cervera, G. de Castellvell, Berenguer de Anglesola, Gombau de Ribelles, Arnaldo de Pons y B. de Torroja; y los vecinos de la ciudad se obligaron tenere et conservare civitatem et villam Ilerde secundum posse suum, prometiendo ayudarles a los condes todo lo posible.
El conde de Barcelona con gran liberalidad dividió premios a los que lo habían merecido; y porque el de Urgel fue a quien más le debía el buen suceso de esta victoria, cumplió con él lo que antes de la conquista se le había prometido, y le dio también, según dicen algunos autores, los lugares y castillos de Aytona, Albesa, y la conquista de los lugares de aquella comarca, que son Alguayre, Almenar, Algerri, Alfarras, Corbins, Tamarit de Litera, Alcarraz y otros que estaban a las riberas de Segre y Noguera Ribagorzana, que después se fueron poco a poco conquistando y se añadieron algunos de ellos al condado de Urgel. El conde Armengol, agradecido del servicio había recibido de sus amigos y vasallos, les hizo parte de la victoria: a Gombau de Besora, que en la presa de Lérida se señaló notablemente, le dio una calle entera y dos torres de la ciudad, que por mucho tiempo les quedó las torres de Besora, y estaban muy vecinas al castillo, y una de ellas, que terminaba por tres partes con la costa del castillo real, y de otra parte cum via publica fue en el año 1328, a 5 de los idus de diciembre, vendida a Ferrario de Lilleto, baile general, por treinta libras jaquesas, el que la compró para servicio del rey don Alfonso, y, a lo que yo conjeturo, para unirla y aplicarla al castillo real. Vendiéronla los herederos de Raimundo de Penafreita, como parece en un auto que estaba en el real archivo, el cual hace larga designación de las terminaciones de la torre, y dice: quae est juxta castrum domini regis et afrontatur ex duabus partibus in carraria publica qua itur de Sede Ilerdensi (la Seo, Seu) usque Predicatores et ex alia parte in carraria per quam itur ad turrim predictam per portam superiorem et alia in platea terre que est juxta dictum castrum et turrim predictam et ex alia in loco qui dicitur la Devesa domini regis; y conquistada mucha parte de la tierra que le dio el conde de Barcelona y unida a su casa, hizo también merced a muchos de los caballeros habían ido con él. A Oliver de Termens dio la villa de Corbins, a Galceran de Pinós, la villa de Albesa en feudo; y porque este caballero se señaló mucho en esta ocasión, el conde de Barcelona le remitió el alodio directo que tenía en la villa de Alguayre, de que, por sus grandes merecimientos, le había hecho merced en esta ocasión; y dice Tomic, que el de Urgel fue muy liberal en dar muchas villas y castillos de los que había ganado, a aquellos que le habían servido; y esa es la razón porque había antiguamente tantas familias nobilísimas en estos condados, porque estos condes de Urgel siempre fueron muy liberales con la gente noble que les sirvió y se preciaron de tener en su condado muchos caballeros y barones. Dice Garibay que de esta vez ganó también a los moros un lugar llamado Curiana, aunque después se lo volvió, y sin estas ganó otras tierras y fortalezas, en el año de 1150.
No dejaré aquí de advertir para los curiosos el estilo y modo tenían en este tiempo en confirmar los privilegios, diferente del de ahora, que el privilegio confirmado se mete o inserta en el confirmante: entonces no era así, sino que cada rey, cuando confirmaba, metía su firma después de la del que le había concedido, y si otro confirmaba después, metía asímismo su firma, de suerte que en un mismo privilegio hay firmas del padre, hijo, nieto y otros descendientes, que en el tiempo se concedió el tal privilegio ni eran conocidos, ni aún nacidos en el mundo. Esto ha causado admiración a algunos y descrédito de los tales privilegios, no siendo sino muy grande crédito y autoridad de todos ellos; y así muchas veces estos privilegios están registrados con una firma sola en unos registros, y en otros con dos o más. Sea ejemplo el privilegio arriba calendado hecho en enero del año de la encarnación 1149, el cual, en el fol. 152 del libro 1.° de los Feudos, está sin la firma del rey don Pedro, y en en el saco A, núm. 34 del armario 3, está con la firma del dicho rey y de otros magnates que le firmaron; y la razón es, porque en el libro Feudorum se escribió antes de ser confirmado de este rey, y en el dicho saco A se metió después de la confirmación; y esto basta por ejemplo, aunque, si quisiera, pudiera traer otros muchos.
El año siguiente de 1150, el conde Armengol, con mucha caballería e infantería catalana, pasó a Castilla, en favor del rey Alonso, que quería cobrar la ciudad de Córdoba, que, como queda dicho, había tomado cuando fue a Almería, y por no poderse detener en ella, la dejó a Aben Gami, moro, que la tuvo algún tiempo por el mismo rey de Castilla, no porque hubiese amistad entre los dos, sino porque el rey no pudo hacer otra cosa. Sucedió que un numeroso ejército de gente africana, que llamaban musmitas, feroz y guerrera, después de conquistar el reino de Marruecos y gran parte del África, pasaron a España, y se hicieron señores de todas las ciudades que los moros tenían en ella, y ejecutaron grandes crueldades contra los pocos cristianos que entre los mismos moros españoles, con sus clérigos y obispos, vivían, desde la pérdida de España. Aben Gami, que de cualquier manera quería ser señor de Córdoba, se allegó a estos musmitas, negando el vasallaje al rey Alonso, el cual pasó allá, el verano de este año, con poderoso ejército, y en una batalla campal venció y destrozó los enemigos, quebrando poderosamente sus fuerzas; puso cerco a Córdoba, donde estaba fuerte el moro, y ganó gran parte de la ciudad con su mezquita mayor, la cual entró y saqueó, haciendo grande destrozo en los enemigos. En esta batalla y conquista de Córdoba hizo el de Urgel grandes hazañas, y vengó la muerte de Armengol de Córdoba, su antecesor, y fue
dichoso en esta conquista, que aquel en su empresa. En batalla se halló Ramón Berenguer, conde de Barcelona, el cual, cuando el rey de Castilla fue allá, estaba en su reino, y no pudieron él y los suyos faltar a su cuñado. Fueron en esta batalla con el rey de Castilla, Garci Ramírez, rey de Navarra, el conde don Fernando de Galicia, Fernán Joanes, el conde don Ponce, mayordomo del emperador, y otros muchos señores y caballeros. De todo esto da noticia un privilegio que trae el obispo de Pamplona, hecho a 23 de julio de este año, en que dicho rey de Castilla hace merced a un caballero llamado Pelayo, cautivo, de ciertas heredades y posesiones en el término de Astorga, y se la hace por los servicios que de él había recibido en las guerras que había tenido contra los moros; y dice que se dio este privilegio o carta en el tiempo que dicho rey tenía cercada a Córdoba, y peleó sobre ella contra treinta mil musmitas y con otros andaluzes, y les venció. Es la fecha de esta carta el dicho día, y está confirmada por los arriba nombrados. Sin esto, consta de otro privilegio concedido por este rey a 13 de marzo del año 1151, en favor del monasterio de San Isidro de Dueñas, en que le da los lugares de Baños y Ontoria, en Castilla, y dice el dicho rey, que peleó en Córdoba con los musmitas y les venció, y se hallaron con él sus hijos y el conde de Urgel, el conde Ramiro Flores, y Nuño Pérez, alférez del rey: tráelo el obispo de Pamplona.
Por otro privilegio hecho a 2 de enero 1153 consta, que en este tiempo estaba en Salamanca con los reyes Alonso de Castilla y Sancho, su hijo, quien ya se daba título de rey, y con los arzobispos de Toledo y otras muchas personas que, con el conde Armengol, fueron confirmadores.
Estaba ya por estos tiempos muy viejo y falto de salud, y con dificultad podía asistir a los reyes ni seguir la corte, por la edad le tenía trabadas las fuerzas; y así ya no se halla en los privilegios otorgados por estos tiempos confirmación suya, impedido de sus enfermedades, de las cuales murió en Castilla, a 28 de junio del año 1154, según el anal de Ripoll y la más común y corriente opinión. El padre Mariana dice que murió a 23 de agosto; el obispo de Pamplona, en la era 1193, que es año 1155 de Cristo señor nuestro. Está sepultado en el monasterio de nuestra señora de Valbuena, del orden del Cistel, ocho leguas junto a Valladolid, el cual monasterio pocos años antes había fundado doña Estefanía, su hermana, mujer que fue del conde don Pedro González Girón. Llamó esta señora para dicha fundación monjes del monasterio de Verdones, en Francia, que vinieron de allá con su abad, y ha sido uno de los más famosos monasterios que de esta sagrada orden ha habido en España, cuya fundación se atribuyeron a si muchos reyes de Castilla, preciándose de fundadores y bienhechores de esta casa, dotándola muy magníficamente, y concediendo muchas y muy grandes prerogativas, de que goza, muy debidas a la santidad y religión de los monjes, de ella.
De su mujer Arsende, que era del linaje de los vizcondes de Ager, tuvo dos hijos y tres hijas: los hijos fueron Armengol; que llamaron de Valencia, y fue conde de Urgel, y Galceran, que llamaron de Salas, por haber nacido y ser señor de un pueblo llamado así, en el marquesado de Pallars; las hembras fueron Isabel o Sibilia, que casó con Ramón Folc, (Folch) vizconde de Cardona, que llamaron el Prom, y Estefanía, que casó con Arnaldo Mir, conde de Pallars, y después con Bernardo Roco, gobernador y capitán general de las Asturias por los reyes don Fernando segundo y don Alonso, su hijo, de León. Era este linaje de los Rocos muy antiguo en aquel reino y estimado de los reyes: el hijo de este Bernardo Roco y de doña Estefanía, que también se llamaba Bernardo, tomó por armas quince escaques o jaqueles (del ajedrez, schachs, scacs, etc) de los condes de Urgel, y eran siete negros y ocho de oro. Yo he visto, entre otros, un privilegio del rey Alonso de León en favor de este Bernardo, que, por ser cosa del conde y testimonio cierto de la cuenta en que eran tenidos sus parientes, lo pongo aquí, sacado del archivo real de Simancas, que no es de menor autoridad que el de Barcelona, y dice así:
In nomine Domini Amen. Ego Alfonsus Dei gratia rex Legionis et Galletie etc. Per hanc cartam notum facio omnibus tam presentibus quam futuris quod do Bernaldo Roco duci et signifero ac successoribus suis ut possit facere in fluvio Tago quod est juxta opidum qui dicitur Alcantara molendina et piscaria in eo loco quem signaverit donus Hernandus magister de Calatrava cui ego heri dedi per meum privilegium castrum et villam predictam cum omnibus pertinentiis suis intus et exira cum suis directis postaticis molinis et aqueductibus eorum canalibus piscationibus et aquis earum pasquis pratis et cum quanto ibidem ad prestitum hominum esse videtur de quibus omnibus oro et jubeo magistro ut cum faciat partitionem cum fratibus et militibus suis ut det dicto Bernardo Roco bonam ac meliorem partem tam de canalibus quam de piscationibus et de ceteris omnibus supra contentis. Hoc autem do pro bonis et grandis servitiis que mihi fecit et etiam pro illis que fecit Armengol comes Urgelli avunculus ejus illustrissimo patri meo et eo quod sit nobilis ex genere comitum et principum natus. Quicumque hanc cartam donationis mee contrahire presumpserit sit maledictus et cum Juda Domini proditore et Datan et Abiron quos vivos terra absorbuit penas luat in perpetuum in inferno. Facta carta apud Cauriens quinto calendas junii era M.CC.LI.
Ego Alfonsus rex Legionis et Galletie hanc cartam quam fieri jussi roboro et confirmo.
P. Compostellanus archiepiscopus - P. Ovetensis episcopo. - Roderico episcopo Legionis.
- San Astoricensis episcopo (Astorga?). - Gumsalvo Salmanticensis episcopo. - Girardo Cauriensis episcopo. - Ego Infans dona Sancia regis Legionensis filia confirmo. - Ego Infans dona Dulcia regis Legionensis filia confirmo. - Dono Sancio Fernandez regis signifero tenente Legione Zamora Stremadura et Transserra et de manu ejus Fernandez Sancii signifer confirmo. - Comite dono Alvaro regis maiordomo et pro eo Petrus Marinus confirmo. - Dono Roderico Gomez Transtamar Montenigrum de Monterosum confirmo.
- Dono Roderico Fernandez Astoricam et Benaventum confirmo.- Presentibus Garcia Joanne Petro Pelagii Gunsalvi et multis aliis.
Abbas Arvensis de mandato domini regis propia manu scripsit.

Dura aún esta familia de los Rocos, y por haber dado el maestro Garci Fernández, maestre de Alcántara, a Diego Roco, nieto del hijo de doña Estefanía, unos heredamientos de gran consideración en un teritorio o término que llaman Campofrío, donde tenían su casa solariega, les quedó el nombre de Roco y Campofrío, y desde entonces acá se han nombrado así. Tienen por armas quince jaqueles, y están en algunas de sus sepulturas, que denotan la antigüedad de este linaje. De los últimos que yo he tenido noticia, son don Francisco Roco, que llaman de Córdoba, y de aquí quisieron algunos decir, que tomó este nombre por descender de Armengol de Córdoba, conde de Urgel, de quien descendía doña Estefanía, mujer de Bernardo Roco; pero no por esto tomó el apellido de Córdoba, sino por haber emparentado sus pasados con personas del linaje de Córdoba. Es este don Francisco del consejo del rey de Castilla, su oidor en Sevilla, Veinte y cuatro de Córdoba, y en el año 1639 fue procurador a cortes, y tiene hijos. También hay un caballero en aquellos reinos, que se llama don Pedro Roco y Campofrío, que desciende por línea de varón del hijo de doña Estefanía. Ha habido en este linaje personas de gran talento y consideración, y siempre han casado noblemente, y se hace en Castilla mucho caso de ellos. El ser esta familia sangre y descendencia de la casa de Urgel, me ha dado ocasión de hacer de ella esta memoria, porque, fuera de los
reyes de Castilla y duques de Cardona, hallo pocos que, con certeza, puedan afirmar que sean descendientes de aquella casa.
De sus estados dejó heredero a Armengol, su hijo mayor: a este, muriendo sin hijos, sustituyó a Galceran, y muriendo sin ellos, a Estefanía, su hija; y faltando ella sin hijos, hace heredero suyo a Guillen Ramon Dapifer, y después de él, a Pedro, su sobrino, hijo de Teresa, hermana del mismo Ramon Dapifer.
Estimó mucho la ciudad de Balaguer y sus vecinos, y les otorgó diversos privilegios y exenciones, en pago de los buenos y grandes servicios había recibido de ellos, confesando debérseles la conquista y conservación de la ciudad. Dejó mucho y muy grande estado, así en Cataluña, como en Castilla y reino de Aragón, y en su tiempo estuvo su casa en mayor grandeza y autoridad que no había estado hasta entonces, y su fama corrió por todo el mundo. Poseyó el condado cincuenta y tres años.

sábado, 20 de junio de 2020

207. EL TESORO DE LA MORA DE SIRESA


207. EL TESORO DE LA MORA DE SIRESA (SIGLOS XIV-XV. SIRESA)

En uno de los frondosos bosques cercanos al pueblo de Siresa, en el mismo corazón del Pirineo, vivía totalmente apartada y escondida del resto del mundo una mora cuya ilimitada codicia le había llevado a atesorar un importante número de objetos religiosos, entre los que destacaban varios cálices y cruces de oro. Nadie sabía a ciencia cierta dónde estaba el escondite de tanta riqueza acumulada, pues la enigmática mora era muy celosa con sus joyas y nunca se había delatado.

Ocurrió que cierto día un pastor de Siresa que, tras haber dejado a buen recaudo a sus ovejas, regresaba cansado a su casa, encontró perdido en medio del monte un precioso y valioso cáliz. Feliz por el inesperado y bonito hallazgo, metió la copa en su zurrón y se apresuró a llevarlo al pueblo dispuesto a contar a sus convecinos lo que le había sucedido.

207. EL TESORO DE LA MORA DE SIRESA


Cuando estaba ya muy próximo al monasterio de San Pedro de Siresa, el pastor sintió una presencia que lo perseguía a una cierta distancia, así es que apresuró el paso y fue a refugiarse a toda prisa dentro de la iglesia del cenobio entre cuyas paredes se sintió a salvo.

Y así era realmente, pues quien lo perseguía no era otra que la mora solitaria, quien no podía entrar en el templo por ser recinto sagrado, lo cual significaba perder el cáliz. Esta situación le contrarió de tal manera que, convertida en una tremenda serpiente, dio un coletazo en el banco de piedra de la entrada al templo. Tan tremendo fue el golpe que su huella quedó grabada para siempre.

[Gari, Ángel, La tradición pagana..., págs. 36-37.]

El de San Pedro de Siresa, fechado en el año 833, es probablemente uno de los primeros monasterios de Aragón. Del mismo solamente se conserva la iglesia de San Pedro, de planta de cruz latina con un único ábside semicircular muy profundo en la cabecera, el crucero y una nave de tres tramos con tribuna a los pies.


Se cree que fue una abadía carolingia, cuya primera noticia documental data de 808-821, la copia de un diploma en el se habla de la fundación de un cenobio por el Conde aragonés Galindo Garcés, tras una donación de terrenos.

Según la leyenda, en un hueco abierto en el ábside se encontró el Santo Grial que custodió entre los años 815 y 831 y que se supone que también se albergó en el monasterio de San Juan de la Peña, la cueva de Yebra de Basa, la iglesia de San Adrián de SasabeSan Pedro de la Sede Real de Bailo, o la Catedral de Jaca...

En el 848, San Eulogio de Córdoba visitó el monasterio, quedando impresionado por el número de monjes que lo habitaban y la rica biblioteca, que incluso le regaló ejemplares para la escuela de San Zoilo de Córdoba. El edificio actual se considera iniciado en el siglo XI, siendo el viejo monasterio de San Pedro un edificio románico, construido en 1082 a raíz de una supuesta reforma agustiniana de la abadía. En esa fecha, el Rey Sancho Ramírez le concedió el título de Capilla Real e introdujo en ella Canónigos Regulares, reservándose la presidencia del monasterio que delegó en su hermana, la Condesa Doña Sancha. Bajo su tutela se educó en Sirena su sobrino, Alfonso I El Batallador.

Adscrita a la Catedral de Jaca en 1145, en 1252 se encontraba en ruinas y así, en el siglo XIII se llevó a cabo una restauración; en la fábrica original se empleó piedra caliza en hilada bien dispuestas, mientras que la segunda es de mampostería y tosca. En 1345, el padre Huesca refiere un incendio en el que perecieron ornamentos, alhajas y libros litúrgicos.


San Pedro de Siresa

Durante el siglo XX se realizaron varias restauraciones y remodelaciones, siendo en 1991 cuando se realizan excavaciones arqueológicas en las que se descubrió una estructura de tres naves con cabecera cuadrangular. Entre 1989 y 1991 el Gobierno de Aragón promovió una restauración en cuatro fases que afecto a la práctica totalidad del edificio.

Declarada Monumento histórico artístico en 1931, el Gobierno de Aragón completa en 2002 la declaración originaria de Bien de Interés Cultural de la Iglesia del Monasterio de San Pedro de Siresa.

Mobiliario:

Encontraremos retablos góticos, pintados en el siglo XV entre ellos dos tablas laterales y una predela robados por la banda de Erik “el belga” y recuperados. También encontraremos una bella imagen de la Virgen, románica del siglo XIII y un Cristo de la misma época. Éste se halló el 6 de julio de 1995, enterrado bajo la mesa altar. La imagen de San Pedro que preside la iglesia, es del siglo XVII y procede de la Catedral de Jaca.


domingo, 24 de noviembre de 2019

SELIMA, LA PRETENDIDA DE IBN ABDALÁ DE ZARAGOZA


189. SELIMA, LA PRETENDIDA DE IBN ABDALÁ DE ZARAGOZA
(SIGLO VIII. DAROCA)

SELIMA, LA PRETENDIDA DE IBN ABDALÁ DE ZARAGOZA


Esta historia tuvo lugar en pleno territorio musulmán, en la época del llamado emirato independiente de Córdoba, cuando Sarakusta (Zaragoza) era gobernada, en nombre y representación del emir cordobés, por un tal Ibn Abdalá. El moro en cuestión se vio obligado a buscar la ayuda de Carlomagno para afianzar su tambaleante poder por todo el valle del Ebro, pues no debemos olvidar que toda la Marca Superior de al-Andalus era un enrevesado entresijo a modo de pequeñas cortes tribales, difícilmente controlables desde la lejana Córdoba y casi tampoco desde Sarakusta.

Entre los territorios que, más en la teoría que en la práctica, dependían políticamente del sarakustí Ibn Abdalá estaban los que se administraban desde Daroca, que era una importante plaza fortificada.

Vivía en Daroca Selima —una sobrina del mismísimo Muza y a la sazón esposa de un tal Ahmar—, bella mujer de la que gobernador Ibn Abdalá se había enamorado y pretendía hacer suya, si bien se vio rechazado de manera reiterada en sus pretensiones.

La providencia quiso que Ahmar falleciera por aquel entonces y la bella Selima, ahora viuda y, por lo tanto, libre, rechazó una vez más los galanteos del gobernador, que visitaba con cierta frecuencia Daroca para poder verla. Mas si en vida de Ahmar la prudencia le hizo actuar con cautela, ahora tomó muy a mal la pertinaz negativa de Selima, de modo que, despechado y abusando de su poder, mandó prenderla y enterrarla viva en lo más profundo de las mazmorras del castillo darocense.

Desde entonces, de cuando en cuando, hay quienes oyen extraños ruidos y lastimeros lamentos que surgen de la oscuridad y, en ciertas ocasiones, se puede ver cómo una sombra vaga y casi difuminada recorre la muralla y los restos del castillo de Daroca, portando unas tenues luminarias en su mano invisible. Se trata, sin duda alguna, de la sombra quejumbrosa y errante de la fiel y hermosa Selima que pide venganza.

[Beltrán Martínez, Antonio, Leyendas aragonesas, pág. 120.]


domingo, 28 de abril de 2019

ABEN AIRE, EL BUEN VALÍ DE SARAKUSTA


12. ABEN AIRE, EL BUEN VALÍ DE SARAKUSTA (SIGLO X. ZARAGOZA)

Abd al-Rahmán III al Nasir —el primer gran califa de Córdoba, que gobernó entre 912 y 961— dio unidad al mundo musulmán hispano, eliminando para ello a los distintos focos disgregadores existentes en la Península cuando él se hizo cargo del emirato. El valle del Ebro constituía uno de esos focos de disensión de modo que decidió acabar con ella, para lo cual organizó un poderoso ejército con el que acudió a Zaragoza alarmado por las noticias de que un musulmán, con ansias de independencia, conocido como Muhammad ben Maxin, pretendía gobernar como independiente en la ciudad y sus tierras aledañas.
La expedición del gran califa cordobés fue absolutamente victoriosa, de modo que tras apoderarse sucesivamente de Calatayud, Alcañiz, Híjar, Belchite y Fuentes de Ebro, entre otras plazas importantes, entró también en Sarakusta, tomando posesión solemne (dice la leyenda) del palacio de la Aljafería, donde ordenó celebrar extraordinarias fiestas, en las que «se corrieron cañas y sortijas, se lancearon toros y se organizaron zambras populares».
Tras conquistar, pacificar y reorganizar la comarca, y antes de regresar victorioso a Córdoba, el califa Abd al-Rahmán III decidió nombrar valí de Sarakusta a Aben Aire, un capitán de su ejército y hombre de su entera confianza, quien, con su acertado y ponderado gobierno, dejó un gratísimo recuerdo en la ciudad. En efecto, a él se atribuye, por ejemplo, la construcción del que sería gran palacio de la Zuda, así como importantes mejoras urbanísticas, a la par que fue muy tolerante tanto con los judíos como con los cristianos, a quienes permitió vivir aislados en barrios propios, estos últimos congregados a la vera de la iglesia de Santa María la Mayor.
La fama y el aprecio de Aben Aire alcanzaron a ser tales, que cuando Sarakusta pasó a manos de los cristianos, la Zaragoza cristiana le dedicaría una calle, a la que vulgarmente se le denominó de Bonaire o Buenaire.
[Sánchez Pérez, José Augusto, El Reino de Aragón, pág. 99.]

palacio de la Aljafería
palacio de la Aljafería
Torreón, Zuda, Zaragoza
Torreón de la Zuda, Zaragoza

https://es.wikipedia.org/wiki/Torre%C3%B3n_de_La_Zuda




http://www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=11344

https://csic-primo.hosted.exlibrisgroup.com/primo-explore/search?query=creator,exact,%20S%C3%A1nchez%20P%C3%A9rez,%20Jos%C3%A9%20Augusto,AND&sortby=rank&vid=34CSIC_VU1&lang=es_ES&mode=advanced&offset=0

miércoles, 1 de mayo de 2019

LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO, 1064


2.29. LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO (1064) (SIGLO XI. BARBASTRO)

LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO (1064) (SIGLO XI. BARBASTRO)


Según el famoso historiador árabe Ibn-Hayyan, a mediados de agosto del año 1064 llegó a la ciudad de Córdoba —en el corazón de al-Andalus— la desgraciada noticia de la caída de Barbastro, ciudad que los musulmanes habían creado de la nada, a manos de los cristianos. Como los musulmanes sitiados sufrían una sed tremenda, esta desesperada situación les había obligado a ofrecer su rendición al enemigo, a cambio de que se respetaran sus vidas. Accedió aparentemente el general cristiano, pero, una vez rendida la plaza, ordenó a sus soldados que mataran a los vencidos con sus espadas, violando así su promesa, muriendo cerca de seis mil moros barbastrenses.

río Vero
río Vero

Tras aquella desleal e ignominiosa matanza, aún ordenó el general cristiano a los habitantes moros que abandonaran la alcazaba donde se habían refugiado durante tantos días de asedio. Tan sedientos estaban todos que muchos ancianos y niños acabaron con sus vidas atropellados al correr la multitud en masa hacia las aguas del río Vero, mientras los más hábiles y fuertes se deslizaban por medio de cuerdas desde lo alto de la muralla. Gran número de mujeres musulmanas perecieron también al llegar al río, pues se echaron al agua bebiendo de manera inmoderada. La ciudad barbastrense era un auténtico y dantesco caos, donde imperaba la muerte.
El guerrero vencedor impuso su propia ley y los soldados cristianos recibieron en recompensa las casas y haciendas de los moros vencidos, incluidas las familias que en ellas moraban. Muchos, ávidos de codicia, sometieron a sus miembros a tremendas torturas para tratar de encontrar las preciadas riquezas que creían escondidas, a la vez que violaban a las mujeres e hijas de sus prisioneros, mientras éstos asistían encadenados a tan brutales escenas con lágrimas en los ojos y con los corazones destrozados.
En Córdoba, la triste noticia corrió rauda, abriendo una tremenda herida en el alma colectiva del pueblo andalusí.
[Turk, Afif, El Reino de Zaragoza en el siglo XI de Cristo (V de la Hégira), págs. 90-91.]

Hégira:

  • Emigración o huida de Mahoma de La Meca a Medina, que tuvo lugar en el año 622 y se toma como punto de partida de la cronología musulmana.
    1. 2.
      Era de los musulmanes, que se cuenta a partir de este año.





    https://www.vinasdelvero.es/

    http://www.bebesomontano.com/es/articulos/29/bodegas-vinas-del-vero.html


    jueves, 14 de marzo de 2019

    Libro décimo quinto

    Libro décimo quinto.






    Capítulo
    primero. De lo mucho que el Rey sintió la muerte del Rey don
    Fernando de Castilla
    , y murmurando de esto los suyos, las vivas
    razones que dio para abonar su sentimiento.






    Al
    tiempo que acabada la guerra y conquista del Reyno de Valencia el Rey
    se retiraba a la ciudad para entender en la ampliación y ornato de
    ella: le llegó nueva, como el Rey de castilla don Fernando el III,
    su consuegro, después de haber gloriosamente conquistado de los
    Moros e incorporado en sus Reynos la mayor parte de la Andalucía,
    habiendo adolecido de una recia calentura, era muerto de ella como un
    santo dentro de la ciudad de Sevilla. Sintió el Rey tan gravemente
    esta nueva, que luego se retiró a lo íntimo de palacio, y por
    algunos días no fue visto en público, pasándolos con mucho
    sentimiento y tristeza, por haber perdido, como él decía, un tan
    principal consuegro de quien tan buenas obras había recibido y a
    quien por sus maravillosas hazañas de valeroso y pío, había tenido
    santa envidia de continuo (
    cótino).
    Maravilláronse mucho de esto los criados y domésticos del Rey,
    señaladamente los capitanes que fueron y vinieron con él del Reyno
    de Murcia, y se habían hallado en la defensa de los extremos del
    Reyno de Valencia contra el Príncipe don Alonso hijo del muerto,
    para reprimir las entradas y daños que hacía en ellos. Y así
    murmuraban mucho del Rey porque se dolía tanto de la muerte de quien
    tan poco bien le hizo, o permitió que se le hiciese mal. Mayormente
    porque mientras
    durò
    la guerra y conquista de Valencia, con ser contra Moros, no solo no
    ayudó al Rey con gente y armas: pero se creyó que supo del secreto
    favor y socorro que el mismo don Alonso su hijo envió a los Moros de
    Xatiua, al tiempo que tenía el Rey puesto cerco sobre ellos: porque
    no era posible que ignorase el padre los acometimientos que el hijo
    hacía. Y así concluían su murmuración con decir, que quien
    pudiendo no vedaba, mandaba. Estas palabras fueron recitadas al Rey
    por los mismos de palacio, y por esto mandó luego llamar algunos de
    los que sobre esto más largo hablaron: a los cuales dio mano por
    ello, y les habló de esta manera. No puedo dejar de maravillarme
    mucho de vuestro poco saber y falta de discurso: pues del amor y
    amistad grande que yo he siempre tenido con el buen Rey don Fernando
    mi consuegro, juzgáis tan
    iniquamente,
    y tan al revés de lo que entre los dos ha pasado. Porque habiéndole
    yo amado como a mi propio hermano, y él a mí valido con su favor y
    armas en cuantas guerras he movido contra Moros, pensáis vosotros
    que mientras vivió me fue contrario. Mas porque descubráis como de
    lejos vuestro error con la lumbre de la razón, quiero yo ser ahora
    el fanal de ella: para que consideréis de este buen Rey, como las
    guerras y conquistas que llevó tan adelante en la Andalucía contra
    los Moros que estaban apoderados de ella, todas ellas me valieron y
    ayudaron grandemente para poder yo alcanzar las victorias y triunfos
    que gané de los Moros de Mallorca y Valencia. Porque mientras él
    entendió en ganar por fuerza de armas los dos tan poderosos reynos
    de Córdoba y Sevilla, y de tal manera perseguir a los de Granada con
    todo su poder, que los hizo arrinconar en su Reyno: no fue en esto
    gran parte para que la infinidad de enemigos Moros que habían de dar
    sobre nosotros, la entretuviese, y nos defendiese de ellos? No os
    parece que en ocuparlos, y divertirlos de acá, se ha habido con
    nosotros, de la manera que nosotros para con él? Pues con hacer
    guerra contra los de Mallorca y Valencia los entretuvimos de suerte,
    que ni por mar, ni por tierra pudieron valer, ni socorrer contra él
    a los del Andalucía? Porque quién duda de ellos, que si los dos no
    los ocupáramos allá y acá, que por su bien común, convirtieran
    sus odios particulares contra cualquier de nosotros: y que juntadas
    sus fuerzas debilitaran las nuestras, y del todo las postraran? Para
    que veáis claramente, como vino de la mano de Dios, que en un mismo
    tiempo juntamente emprendiésemos nuestras conquistas: él la de
    Córdoba (
    Cordoua)
    y Sevilla (
    Seuilla)
    y yo la de Mallorca y Valencia: no solo para echar de ellas la
    perversa secta de Mahoma, pero mucho más por introducir en ellas
    nuestra verdadera fé y religión Cristiana. Y pluguiese a Dios que
    mi yerno don Alonso su hijo y sucesor, heredase aquella buena
    intención y ánimo, aquella misma afición y diligencia que en
    perseguir los Moros su tan buen padre tuvo. Porque no dudo, que los
    dos juntos en voluntad y armas, seríamos parte para echarlos, y no
    dejar Moro en toda España. Por eso, habiéndonos Dios juntado a los
    dos en edad y costumbres, en una voluntad, y buenas intenciones, y
    con igual aparejo de armas encaminado nuestros ejércitos contra sus
    infieles enemigos, para que alcanzásemos tantas victorias de ellos:
    no queráis vosotros juzgar que habemos tenido formada enemistad
    entre los dos: antes: pensad de mí que he sido siempre envidioso
    imitador de su fama y gloria: y de él tened tal fé y crédito, que
    por las causas ya dichas, ha sido participante, y como autor de todos
    mis triunfos y victorias. Con esto os persuadiréis y creeréis muy
    de veras, que en mi vida he sentido cosa tanto como su muerte. Como
    los suyos oyeron al Rey estas palabras, concluidas con mucha pasión
    y sollozos, no solo se maravillaron muy mucho de su Cristianísimo
    razonamiento: pero considerando su grande equidad y modestia que
    guardaba en todas sus acciones, quedaron como pasmados de ver, que
    con tan gentil y cortesana plática, quisiese sus propias victorias y
    triunfos atribuirlos al rey don Fernando: habiéndole sido por si, o
    por los suyos, realmente contrario, y por tal tenido. Mas no contento
    con esto, mandó hacerle las obsequias con tanta pompa, trofeos,
    música, y alabanzas, como las hiciera por el propio Rey don Pedro su
    padre.











    Capítulo
    II. Como el Rey envió a consolar al Príncipe don Alonso, y de la
    poca estima que hizo de los embajadores, y que tentó hacer divorcio
    con doña Violante, enviando a pedir la hija del Rey de Noruega por
    mujer, y otras cosas.






    Hechas
    las obsequias del Rey don Fernando, envió el Rey sus embajadas a don
    Alonso su yerno, heredero universal y sucesor en los Reynos de
    Castilla y de León, y en los conquistados de la Andalucía: para
    consolarle por la muerte de tan buen padre y hermano como habían los
    dos perdido: prometiéndole de su parte todo el poder y fuerzas para
    valerle como a propio hijo en cuanto se le ofreciese: exhortándole
    mucho a que no dejase de proseguir la guerra tan prósperamente
    comenzada por su padre: porque en ser contra Moros no dejaría de
    hallarse siempre a su lado. Mas don Alonso aunque valeroso y
    belicoso, como fuese mozo vario y mudable, y de haberse dado tanto a
    los estudios y variedad de ciencias (como adelante diremos) no muy
    amigo de lo que convenía para el buen gobierno del Reyno, sino muy
    desapegado de negocios, tomó esta embajada muy al revés de lo que
    debiera: mostrando al parecer que se holgaba de los buenos
    advertimientos del Rey su suegro, siendo en lo demás muy corto de
    respuesta: diciendo que le hacía muchas gracias por tan buenos
    ofrecimientos como le hacía: y que en su lugar y caso haría la
    recompensa. Vueltos los embajadores, no quedó el Rey tan descontento
    de la corta respuesta de don Alonso, cuanto de lo que entendió del,
    que en verse heredado de tantos Reynos, luego se hizo con grande
    suntuosidad y pompa coronar Rey en Sevilla, intitulándose don Alonso
    el Christianísimo, y no se curó más de continuar la guerra contra
    los de Granada, que la pudiera muy bien acabar con el favor y ayuda
    del Rey su suegro, por hallarse entonces desocupado de la guerra de
    Valencia: antes por gozar del ocio de las letras, luego entendió en
    hacer treguas con el de Granada (no quedando ya otro Rey Moro en
    España) sin consultarlo primero con el Rey: y esto todo por el
    rencor que le tenía, de no haberle querido dar a Xatiua, y que vino
    a tanto, que tentó de repudiar a doña Violante su mujer, y so color
    de estéril, hacer divorcio con ella. Y así llegó el negocio a
    término que con gran diligencia envió sus embajadores al Rey de
    Noruega, pidiéndole por mujer a su hija la infanta Christina. Por
    esta causa se cree que en este tiempo comenzó a renovarse la guerra
    entre los dos Reyes en los confines de los Reynos de Valencia y
    Murcia con ejércitos formados de ambas partes, enviando al Rey un
    buen escuadrón de gente de a caballo y de a pie, para solo defender
    los términos del Reyno: donde por las entradas y cabalgadas que
    habían hecho en él los Castellanos, entraron e hicieron otras
    tantas en el Reyno de Murcia los del Rey. Pero como se pusiesen de
    por medio algunos Prelados y señores de Aragón y de Castilla,
    vinieron a parar los unos y los otros en este concierto y concordia.
    Que los daños, presas, y robos que los del un Reyno habían hecho en
    el otro se recompensasen, y que los términos y límites de la
    conquista, según las antiguas divisiones, de nuevo se amojonasen: y
    los derechos que cada uno sobre ellos tenían, se renovasen.
    Determinado esto, y hechas las revistas de los términos, y dejadas
    las guarniciones por los lugares convenientes a entrambas partes,
    cesó por entonces la guerra pública entre ellos, pero no el secreto
    odio y rencor que el de Castilla al Rey tenía.






    Capítulo
    III. Como vino la hija del Rey de Noruega, y por hallarse preñada
    doña Violante, cesó el divorcio, y como casaron a la infanta con
    don
    Felippe
    hermano de don Alonso.







    Por
    este tiempo que se hicieron las treguas, vino la Infanta Christina
    hija del Rey de Noruega, muy acompañada de los suyos para efectuar
    el casamiento prometido con el Rey don Alonso. Pero fue en vano su
    esperanza y venida, porque a ese tiempo se sirvió Dios que doña
    Violante la Reyna se hiciese preñada, y con esto se apartó don
    Alonso de hacer divorcio con ella. El cual hallándose muy confuso
    sobre lo que haría de doña Christina, no se dijese que había
    burlado de ella y de su padre, y de tan principales personas que de
    tan lejos habían venido con ella, determinó decir lo que pasaba.
    Como con la nueva preñez de la Reyna doña Violante cesaba la
    esterilidad que había de dar por causa para el divorcio: que se
    contentase de tomar en su lugar por marido a don Felippe su hermano
    segundo, Abad que entonces era de
    Valladolit,
    y electo Arzobispo de Sevilla, aunque sin ningunos órdenes.
    Comunicado esto con ella y con sus criados y compañía, a ninguno
    dio gusto el cambio, antes se sintieron tanto de ello, que dieron muy
    grandes voces, quejándose de la burla hecha a la Infanta su señora
    hija de un tan principal Rey, sobre la Real palabra de don Alonso, y
    con esto hinchieron todo el palacio de gritos, quejas, lloros, y
    lamentaciones conforme a su bárbara costumbre y meneos, y fueron
    tantos los extremos que sobre esto hicieron, que se hubieron de poner
    los Prelados y grandes del Reyno muy de propósito en
    quietarlos,
    prometiéndoles de parte del Rey, que daría un grande Principado y
    estado a don Felippe su hermano: y luego de presente le haría
    Adelantado de Galicia, y más que muriendo el Rey sin hijos, sin duda
    ninguna vendrían a heredar los hijos de doña Cristina todos los
    Reynos y estados de Castilla. Se apaciguaron con esta promesa la
    Infanta y los suyos: y hechas sus capitulaciones, casó Cristina con
    don Felipe, y se celebraron sus bodas en el palacio del Rey con toda
    la solemnidad y grandeza que por el mismo Rey se hiciera. De lo cual
    los criados con la demás gente que acompañaron a la Infanta
    quedaron muy contentos, y con las mercedes y joyas que el Rey les
    repartió se volvieron muy alegres y satisfechos a Noruega. Puesto
    que después con la mala condición y poca fé de don Alonso, ni a
    don Felipe se le dio el gobierno de Galicia, ni a la Infanta Cristina
    la honra y acatamiento Real que se le debía, ni aun lo necesario
    para su Real sustento. De donde nacieron grandes discordias entre don
    Felipe y el Rey, y se apartó de él, y se pasó al Rey de Navarra
    contrario del Rey su hermano, como se dirá más adelante.











    Capítulo IV. De la muerte de Tibaldo Rey de Navarra, y que el Rey
    visitó a la Reyna viuda, y de los conciertos que hicieron, y como
    vino el Rey de Castilla sobre Navarra, y la defendió el Rey.






    Estando
    el Rey en el camino de Valencia para Zaragoza, le dieron nueva que
    Tibaldo sobrino del Rey don Sancho, de quien hablamos antes que
    reinaba en Navarra, era muerto en Pamplona, ciudad principal y cabeza
    de aquel Reyno: dejando dos hijos pequeños Theobaldo y Enrrico con
    su madre la Reyna Margarita tutora (
    tudora)
    de ellos y gobernadora general del Reyno. Certificado de esta nueva
    el Rey, juntó algunos señores de título de Aragón, y con poca
    gente de a caballo se fue para Tudela a visitar a la Reyna, que
    estaba allí muy triste y desconsolada con sus dos hijos. La cual se
    consoló mucho con su venida, por estar ya muy determinada de poner a
    si y a sus hijos con todo el Reyno debajo su Real protección y
    tutela, para poderse defender del continuo adversario que tenían en
    el Rey de Castilla. Esto lo emprendió el Rey de muy buena gana. Y
    luego con la asistencia de don Alonso su hijo, y del Obispo de
    Tarazona, y muchos otros señores de Aragón y de Navarra, y de los
    Síndicos de las ciudades y villas Reales, el Rey, y la Reyna viuda
    hicieron entre si estos conciertos. Que Theobaldo heredero del Reyno
    tomase por mujer a doña Constanza (
    Gostáça),
    o a doña Sancha hijas del Rey, luego que fuesen de edad para
    casarse. Que el Rey diese todo su favor y ayuda a Theobaldo, y a la
    Reyna su madre contra el Rey de Castilla que siempre los perseguía
    por haber para si el Reyno de Navarra. Estos conciertos, no solo
    ellos, pero los prelados y señores de los Reynos con el mismo
    Príncipe don Alonso juntos, se obligaron con juramento solemne de
    guardarlos. Como el Rey con la Reyna viuda, y los conciertos que
    habían hecho, persuadiéndose que todo era por hacerle tiro, y en su
    menosprecio, mandó por toda Castilla pregonar guerra contra Navarra,
    y con grande ejército llegó a la frontera de ella, con ánimo de
    entrarse por toda ella como por su tierra, no solo para alzarse con
    el Reyno, pero aun para echar a la Reyna y a sus hijos fuera. Lo que
    sin duda pudiera muy bien hacer, si nuestro Rey no se lo impidiera,
    que luego le salió al encuentro con otro ejército no menos poderoso
    que el suyo. Porque temiéndose de esto, luego que partió de
    Zaragoza para Navarra, dejó secreto orden a las ciudades de Iaca,
    Huesca, y Zaragoza, pusiesen en orden su gente para cuando tuviesen
    segundo aviso. Y así se metieron muy en breve dentro de Navarra, y
    tras ellas, todas las demás villas de Aragón acudieron a
    defenderla. Quedaron los Castellanos tan maravillados de tan prompto
    y bien armado socorro, que hicieron treguas con el Rey, y se
    Vieron.











    Capítulo V. Que el Príncipe don Alonso fue con el Rey a Barcelona,
    y aprobó las divisiones de tierras hechas a sus hermanos: y como
    volvió el de Castilla sobre Navarra, y el Rey volvió a defenderla.






    Defendida
    Navarra y hechas treguas con el de Castilla, el Rey y el Príncipe
    don Alonso su hijo (que por entonces mostraban estar muy concordes)
    se fueron juntos a Barcelona, a donde congregados en palacio los
    Prelados y señores más principales del Reyno, con los Príncipes
    don Pedro y don Iayme, fue así que don Alonso en presencia de todos
    pública y solemnemente aprobó, sin excepción alguna, las
    donaciones y asignaciones hechas por el Rey, así del Principado de
    Cataluña, como del Reyno de Valencia, en favor de don Pedro y don
    Iayme sus hermanos, besando las manos al Rey, y abrazando con mucho
    amor a sus dos hermanos. Y con esto pareció haberse restituido en
    total gracia de ellos, y del Rey su padre. También tuvo por rato y
    grato lo que el Rey había decretado en la división de Lérida y su
    distrito, del Reyno de Aragón, que poco antes había sido
    dismembrada de Cataluña por las causas arriba dichas. Además de
    esto soltó a todos los señores y ciudades de Cataluña la fé que
    le había dado de guardar los primeros términos. Mas se obligó con
    juramento de tener por rato y firme todo lo prometido conforme a la
    costumbre y uso antiquísima del Reyno, que se hacía, atando el Rey
    muy fuerte los dedos pulgares al Príncipe. El cual con este solemne
    pacto y rito prendó su fé y palabra para siempre. Halláronse
    presentes a esto, y fueron testigos, los Prelados arriba dichos, y
    entre otros señores, Vgo Conde de Rosas, y don Ramon Folch Vizconde
    de Cardona, con otros nueve caballeros principales de Cataluña.
    Hecho esto, como entendiese el Rey que los Castellanos viéndole
    ausente con mayor ejército que antes movían guerra de nuevo contra
    Navarra, sin tener cuenta con los conciertos hechos, hizo su camino
    para allá, y habló con el Rey Theobaldo en la villa de Montagudo,
    donde renovaron su confederación y amistad contra qualesquier
    enemigos de los dos, o de cada uno dellos, y se dieron el uno al otro
    ciertas fortalezas en rehenes. De estos pactos y consideraciones el
    Rey no quiso excluir a otri que a Carlos de Anges Conde de la
    Provenza hermano del Rey de Francia, por lo que tocaba al Conde
    Berenguer su primo, que estaba excluido del Condado por rebelión de
    sus vasallos y el Carlos se le había entrado en el estado. Este
    mismo fue después Rey de Sicilia (como adelante diremos) y tuvo
    grandes guerras con el Príncipe don Pedro sobre el mismo Reyno,
    según en su historia se dice. Theobaldo eximió solamente al Rey de
    Francia y a sus hermanos. Los cuales conciertos algunos señores de
    Aragón que con el Rey se hallaron, y los principales de Navarra
    (
    Nauerra)
    prometieron guardar en cuanto les sería posible (
    ppssible).
    Y como los dos Reyes estuviesen muy determinados de salir contra los
    Castellanos, se siguió por buenos medios que firmaron treguas de
    nuevo con ellos, y con esto Navarra estuvo algunos años libre de
    guerra. Y el Rey se volvió al Reyno de Valencia.











    Capítulo VI. Como se rebelaron los Moros de Valencia con el capitán
    Alazarch, del cual se cuenta la gran privanza que tuvo con el Rey, y
    de la traición que urdió.






    Con
    la larga ausencia que el Rey hizo del Reyno de Valencia, andando
    metido en las cosas de Aragón y Cataluña, los Moros de Valencia que
    se le habían sujetado con condiciones que pudiesen vivir a su modo,
    y quedarse en la secta de Mahoma, no contentos con esto, como les
    fuese natural la infidelidad, descubrieron su malicia. Y viendo al
    Rey envuelto en guerras fuera de sus tierras, secretamente comenzaron
    a tomar armas y se alzaron contra él. Para esto tomaron por su
    caudillo y capitán a un Moro dicho Alazarch que tenía fama de muy
    valiente y diestro guerrero entre ellos, al cual poco antes el Rey
    había perpetuamente desterrado del Reyno, y se había pasado a los
    de Granada. De donde le hicieron venir, y llegado, se rebeló la
    mayor parte de la región de allende el Xucar contra el Rey. Era este
    Alazarch nacido de padre Africano y madre Granadina en los confines
    del Reyno de Murcia y criado allí mismo. Y aunque de color moreno, y
    rostro feroz, pero de buena y agraciada disposición, y muy diestro
    en las armas. Era en hacienda de mediano estado muy afable, porque no
    solo entendía y sabía muy bien la lengua Castellana como la propia
    Arauiga, pero era muy elocuente en las dos, y también muy astuto y
    disimulado: porque en la conquista del Reyno se juntó con el Rey, al
    cual con la familiaridad de la lengua prometió todo buen servicio y
    fidelidad: y fue creído: por haber muchas veces descubierto al Rey
    los secretos y
    desinos
    de los Moros, y por esto comunicaba también el Rey los suyos con él.
    Llegó a tanto la familiaridad, que el Rey muchas veces le persuadía
    se hiciese Cristiano que le haría grandes mercedes, a lo cual
    respondía el Moro sonriéndose, yo bien me haría Cristiano, si me
    diesen por mujer a la hermana de Carroz señor de Rebolledo. Era esta
    la más hermosa dama que en aquel tiempo se hallaba. Con esta
    privanza y conversación del Rey era tenido en mucho de toda la
    morisma: y entendiendo muy bien nuestros tratos y modo de pelear, y
    regir un campo, se había engreído mucho: y así imaginaba de cada
    día como haría un buen salto contra los Cristianos: como a la
    verdad lo hizo tan alto cuanto se podía, si le sucediera a su
    propósito. Porque faltó muy poco, por fiarse mucho el Rey del, de
    caer una vez en sus manos, y de los Moros. Y fue cuando los años
    antes andaba el Rey conquistando el val de Bayrén, yendo muy deseoso
    de tomar el castillo de Reguart, el cual estaba muy fuerte y
    enriscado, y abastecido de gente y armas, y le impedía el paso para
    entrar en lo más hondo del valle. Mas Alazarch que entendió este
    gran deseo del Rey, se vino para él, y prometió dar el castillo en
    sus manos, con que él mismo en persona viniese a la media noche con
    pocos a entrar en él, por no ser sentido de otros castillos cercanos
    al de Reguart, también porque así lo tenía concertado con el
    Alcayde de que era muy aficionado a su persona Real. El Rey
    creyéndole, se holgó mucho de esto, confiado de su larga
    familiaridad y amistad. Pues como llegase la hora, el Rey salió con
    los XXV de a caballo, enviando delante otros tantos escuderos hacia
    el castillo. Luego que Alazarch sintió venir gente, pensando que el
    Rey sería con los delanteros, salió de la celada que tenía puesta
    junto al castillo en tres partes, con trescientos Moros: y con
    grandes alaridos, y estruendo de trompetas y atambores, arremetió
    para los escuderos, y tomándoles en medio sin matar ninguno,
    mientras buscaban entre ellos con gran contento al Rey, que venía
    más atrás y se escapó de ellos, tuvo lugar para retirarse a los
    suyos que le seguían de lejos con todo el cuerpo de guardia. Con
    esto quedó Alazarch burlado con muchas pérdidas acuestas, de la
    familiaridad y favores del Rey, y de la opinión de los Moros, y
    también de la tierra, porque tuvo necesidad de salirse de ella a más
    que de paso. Y así fue, que el día siguiente, considerando él
    mismo, que el Rey no desearía tanto tomar el castillo cuanto a él
    para hacerle pedazos por la traición usada, desamparó el castillo
    con toda su gente y se fue al Reyno de Murcia: y el Rey se entró
    luego en él y puso gente de guarnición. Desde entonces Alazarch se
    ausentó del todo de Valencia, y se entretuvo con los de Murcia y de
    Granda. Por eso fue luego condenado a muerte por el crimen Lesae
    Magistatis, o a destierro perpetuo de todos los Reynos de la corona
    de Aragón, y confiscados todos sus bienes. De manera que siendo como
    decíamos, Alazarch llamado para caudillo de los rebeldes, vino al
    Reyno, y tomó ciertas villas y castillos que estaban por los
    Cristianos en el val de Gallinera, no lejos del de Bayrén, donde
    tenía el Rey algunas guarniciones de gente de guardia. Pues como
    todo esto llegase a noticia del Rey, que por entonces residía en
    Calatayud, recogió su gente ordinaria de guerra, e hizo alguna más,
    y con ejército formado se vino para Burriana. Donde entendió como
    Alazarch había venido con muchos Moros a la villa de Penaguila,
    pueblo fuerte y de extraño sitio en las montañas de la Contestania,
    y que a medio día a escala vista había tentado de dar asalto a la
    fortaleza, o castillo de ella: pero que había sido valerosamente
    rebatido de los que estaban en guarnición dentro.






    Capítulo
    XII. De la llegada del Rey a Valencia, y que entendida más en
    particular la rebelión de los Moros, determinó echarlos del Reyno a
    todos, y de las personas que mandó convocar para tratar de ello.






    Entendiendo
    el Rey más por extenso el atrevido acometimiento del Capitán
    Alazarch sobre el castillo de Penaguila, partiose con gran presteza
    de Burriana, y llegó a Valencia. Donde informándose mejor de la
    conjuración de los Moros, y de los primeros que la comenzaron, y
    eran más culpados en ella: halló que dessotra parte de Xucar, casi
    todas las villas y castillos de aquella región, (excepto Xatiua y
    Alzira con algunas villas de las montañas, que ya eran de
    Cristianos) se habían rebelado muy a la descubierta: y tomado por su
    general y Caudillo a Alazarch, como está dicho, y que desta parte de
    Xucar algunos pueblos secretamente favorecían a los rebeldes, y aun
    ellos habían intentado de hacer lo mismo. Por esta tan manifiesta
    infidelidad, y poca seguridad que de los Moros se esperaba para con
    los Cristianos, y que mientras hubiese Moros en el Reyno, siempre
    habría (
    auria)
    rebelión y sobresaltos, por ser ellos casi infinitos, y los
    Cristianos pocos: propuso en su ánimo de echarlos a todos del Reyno:
    para que su tan pretendido fin de introducir en él la fé y religión
    de Cristo pudiese venir a efecto. Lo cual determinó de consultar
    primero con el Prelado y otros. Para esto mandó convocar los grandes
    y Barones del Reyno, y a todos los demás que en esto podían
    pretender interés, o perjuicio alguno. A don Andrés de Albalate
    Obispo de Valencia con los del estamento Ecclesiástico: a don Pedro
    Fernández de Azagra, don Pedro Cornel, don Guillem de Mócada, don
    Artal de Luna, don Rodrigo Liçana, don Ximeno de Vrrea (este fue
    hijo de aquel valerosísimo Ximeno, que se halló en las conquistas
    de Mallorca, y Burriana, y tuvo en ellas los más principales cargos
    de la guerra, y con su fama y memorables hechos acrecentó y
    ennobleció mucho la ínclita y esclarecida familia de los Vrreas, y
    a quien fue hecha merced después del Condado de Aranda en Aragón,
    del cual gozan hoy sus descendientes, y sucesores) y a otros
    principales señores, y Barones de Aragón y Cataluña, que estaban
    ya heredados de lugares y vasallos en el Reyno: Y también a los
    Iusticias y Iurados con los demás principales de la ciudad, que
    representaban el estamento Real. Para que habiendo de ser su
    proposición y demanda muy poco menos importante y ardua, que si de
    nuevo se hubiese de conquistar el Reyno, y que por haberse de
    atravesar el interés (
    interesse)
    de muchos, había de ser muy impugnada, y contradicha, no faltasen
    ninguno de los tres estamentos, para que le ayudasen a esforzar lo
    bueno, y que por el interés particular no se perdiese el bien
    universal de todos. Iuntados pues en la iglesia mayor, y oída con
    mucha devoción la Missa del Espíritu santo, que celebró el Prelado
    con gran solemnidad, encomendándose todos a nuestro Señor para que
    les inspirase el consejo recto y deliberación santa de su mano,
    sentados por su orden, y el Rey en su trono más alto, les habló de
    esta manera.











    Capítulo VIII. Del grave razonamiento que el Rey hizo y los
    convocados, significando su determinación y causas, para echar todos
    los Moros del Reyno.






    Prelado,
    Grandes, y Barones prudentísimos, a vosotros que habéis sido
    compañeros y participantes en todas nuestras empresas y guerras,
    damos por testigos de los grandes trabajos y fatigas que habemos
    padecido en la conquista de esta ciudad y Reyno, y de los que hoy en
    día padecemos por llevarla adelante: no tanto por sojuzgar las
    villas y lugares con las personas de los Moros: cuanto por ganar para
    Cristo nuestro Redemptor, y su religión Cristiana, las almas de
    todos ellos. Lo cual puesto que dentro la misma ciudad y por sus
    arrabales lo habemos medianamente acabado, porponiéndoles que, o se
    hiciesen Cristianos, o se saliesen de la ciudad y sus contornos: y
    con esto, junto con la solicitud del Prelado en instruirlos en la fé
    nuestra, se han convertido algunos: no ha sido posible acabar lo
    mismo en los otros lugares del Reyno: ni aun cuando estábamos sobre
    ellos con las armas en las manos: sino que para atraerles a que a
    buenas se nos entregasen, fue necesario permitirles se quedasen en su
    secta. Porque a compelirles la dejasen antes de entregarse, era muy
    cierto que se determinaran a morir por ella, para más alargarnos la
    conquista, y hacemos la victoria más dudosa y sangrienta. Mas aunque
    el perder nuestras vidas en tal demanda fuera ganarlas, para más
    consagrarlas a Dios, y a la eternidad: pero las almas de ellos, que
    por ventura pudieran salvarse, matarlas juntamente con los cuerpos,
    nos parecía cosa horrible, y muy contraria a nuestra religión. Y
    así po esto pareció mejor el disimular entonces con ellos, y
    encomendar este negocio a Dios, como cosa suya: esperando, si con el
    tiempo y buen tratamiento nuestro, poco a poco
    arrostrarían
    a su conversión. Pero que siendo acabada la conquista, y echada la
    guerra fuera, con tanta ventaja de ellos, quedándose en sus villas y
    lugares, con sus casas y posesiones, y lo que más es, en su secta,
    con mayor libertad, y más tolerable yugo de lo que jamás tuvieron
    que no contentos de esto, se nos hayan (
    ayan)
    rebelado, y tan desvergonzadamente tomado armas contra nosotros:
    verdaderamente que han descubierto del todo su natural infidelidad y
    pérfida malicia, claramente señalando, que ni a Dios, ni a nos
    serán en ningún tiempo fieles, y que siempre viviremos entre ellos
    con recelo, como en medio de nuestros capitales enemigos. Demás de
    lo que con su conversación y trato se puede de su infidelidad y
    abominable modo de vivir, apegar algo a los Cristianos, en gran
    ofensa de nuestro Señor: según que el Padre santo de Roma por sus
    patentes letras Apostólicas nos ha advertido muy bien de ello, y de
    nuevo animado a llevar adelante nuestro propósito. Por donde, para
    que arranquemos de raíz una tan perniciosa cizaña (
    zizania),
    y que nuestra mies Cristiana limpia de tan mala yerba crezca mejor
    para el cielo, nos determinamos en lo siguiente. Que puesta, cuanto a
    lo primero, buena gente de guarnición en las dos fortalezas de
    Xatiua, y bien guardado el paso de Alzira, y fortificados para
    defensa de la ciudad los Castillos de Murviedro, Almenara, Enesa, y
    Chiva, echemos del Reyno esta infiel canalla de Moros, y en lugar de
    ellos le poblemos de Cristianos de los dos Reynos, para habitar y
    cultivar la tierra que dejarán ellos: pues ella es tal, y la fama de
    su gran fertilidad tan divulgada por todas partes, que no habrá
    persona que no trueque de buena gana su tierra natural por la de
    Valencia. Y así os rogamos a todos muy encarecidamente tengáis por
    buena y acepta esta nuestra determinación. Pues demás del gran
    servicio que haremos a nuestro Señor en quitar de medio de nosotros
    sus enemigos, y blasfemos, para mayor puridad y conservación de
    nuestra fé y religión: en lo demás estad de buen ánimo, y tened
    por muy cierto, que no serán tantos los daños, cuanto mucho mayores
    los beneficios y provechos (
    puechos)
    que para la buena cultura de la tierra y seguridad del Reyno, se
    seguirá con echar tan infiel y perversa gente de entre (
    détre)
    nosotros.











    Capítulo IX. De la aprobación que el Prelado, Ecclesiásticos, y
    braço Real hizieron de la proposición del Rey, y de la
    contradicción de los Señores de vasallos, con las razones de ambas
    partes, y como se publicó el edicto.






    Como
    acabó el Rey su razonamiento con la demanda propuesta, luego el
    Prelado en nombre suyo, y de todo el estado Ecclesiástico respondió,
    que tenía por muy santa y como inspirada del Espíritusancto la
    proposición y determinación hecha por su Real alteza, por los
    grandes bienes espirituales junto con los temporales que de ella se
    seguirían, y que no embargante qualesquiere daños y pérdida
    (
    pdida)
    de intereses que de esto se le podía seguir, la aprobaba, y se
    suscribía en ella, de común voto suyo, y de todo el estamento
    Ecclesiástico. Oído esto, quiso el Rey antes que los Grandes y
    Barones profiriesen el suyo, certificarse del parecer de los del
    brazo Real y Ciudadanos. Los cuales por mano de los jurados y
    consejeros se firmaron en el mismo parecer y voto del Prelado. Luego
    se volvió el Rey a los del brazo militar, que eran los señores y
    Barones en quien había repartido las rentas y vasallajes de Moros,
    para que declarasen el suyo. Los cuales en oír que se habían de
    echar los Moros del Reyno, comenzaron a murmurar y alborotarse tanto
    sobre ello, que en suma declararon, eran de contrario parecer: pues
    aunque las razones que el Rey daba
    pa
    echar los Moros en lo espiritual eran concluyentes: pero que para el
    beneficio de la tierra, eran muy perjudiciales, diciendo que los
    Cristianos que vendrían a poblar sus tierras dejadas por los Moros,
    no serían tan hábiles como se requiere para cultivarlas, y ni el
    provecho y renta de ellas sería tanto como solía, para poder
    cumplir con el feudo y obligación con que se las había dado, de
    seguir a sus propias costas la guerra. Y sobre esto hacían grandes
    extremos, mezclados con algunas amenazas. Mas como el Rey tenía ya
    al Prelado con todas las órdenes y estamento Ecclesiástico,
    juntamente con la ciudad y brazo Real, de su parte, determinó de
    llevar adelante su propósito, y mandó publicar el edicto de
    destierro contra la morisma del Reyno. Y así para más sanear su
    conciencia, hizo publicar la bulla, o rescripto del Pontífice
    Innocencio IV, que mucho antes le había enviado: por el cual le
    exhortaba en grande manera echase los Moros del Reyno, por lo mucho
    que convenía apartar a los católicos del continuo concurso y
    conversación de los infieles (según que en el libro de los Índices
    de los Annales de Geronymo Surita Latinos, está este rescripto, o
    bulla largamente contenida). De manera que estando el Rey muy firme
    en su deliberación, mandó poner nueva guarnición de gente en las
    fortalezas y castillos arriba dichos, y distribuir el ejército por
    la ciudad y villas por donde habían de pasar los Moros. A los cuales
    se mandaba so pena de la vida que dentro de un mes saliesen del Reyno
    con todas sus
    ahinas
    las que llevar pudiesen, y no parasen en todo él. Con este edicto,
    no se puede creer cuan grande alboroto y mudanza de cosas se
    siguieron por todo el Reyno, pensando que había de nacer de aquí la
    total ruina y pérdida del. Por parecer a algunos, que con la ida de
    los Moros, siendo como eran infinitos, el Reyno se despoblaría del
    todo, y ni Aragón, ni Cataluña juntos bastarían a henchir el vacío
    de ellos, y que por esto padecería la cultura: y la tierra, aunque
    de si es fértil, se convertiría en bosque, y de ahí como yerma
    sería desamparada: para que los mismos Moros que la conocían, con
    el favor de los de África volviesen a cobrarla. Sin eso porfiaba que
    no se esperaba otro de echar tan grande infinidad de Moros juntos,
    sino que llegados a los Reynos de Murcia y Granada para do se
    encaminaban, con el favor de ellos revolverían sobre el Reyno, y que
    hallándolo vacío, lo oprimirían en un día todo. Por lo contrario
    otros tenían por más cierto, que en sabiendo que los Moros eran
    idos, vendrían como lluvia gentes de toda España a poblarle,
    señaladamente de las montañas y lugares ásperos de Aragón y
    Cataluña: viendo que por una sola mies, y miserable cosecha de pá,
    que para todo el año dejarían, cogerían en el Reyno tantos y tan
    varios géneros de frutos dentro del mismo año, y donde no habían
    de pelear más con la tierra dura que sacude y escupe los arados (
    las
    rejas
    )
    y azadones (
    açadones)
    como la suya: sino con la fertilísima y benigna, que no rehúsa
    imperio, ni sujeción alguna del labrador. Lo cual averiguaban con
    manifiesto ejemplo de lo que pasaba en la vega y huertas de la
    ciudad. Pues se hallaba que en el arte de cultivar la tierra, en
    ninguna cosa excedían los Moros a los Cristianos. Porque luego que
    la ciudad fue tomada, y emprendida la vega de ella por los
    Cristianos, se halló que ningún campo del Reyno cultivado por los
    Moros igualaba con el de los Cristianos. Además que los Moros por
    darse mucho a la cogida de granos menudos, de que suelen mantenerse
    no tenían cuenta con el trigo, ni en criar ganado de ovejas, ni
    vino, ni tocino, que son los cuatro más principales alimentos de la
    vida, ni curaban del provecho grande, que de los cueros y lanas que
    sale de esto para el vestido del hombre se siguen: lo que no se puede
    suplir con sola la crianza de cabrío que los Moros usaban, por ser
    esta carne desabrida para muchos, y el cuero de ella deslanado.
    Finalmente concluían que los señores y Barones no solo aventajarían
    sus rentas y estados con mejores y más ricas granjerías: pero aun
    mejorarían en calidad de vasallos, y que siendo todos Cristianos,
    gozaría el Reyno de mucha paz y tranquilidad, y en ocasión de
    guerra mucho mejor se defendería. Con estas y otras razones se iba
    por el vulgo ventilando, si era justa, o no, la salida de los Moros,
    y no dejaba de haber muchos indiferentes, y otros que decían se
    echasen, pero no todos, ni de una juntos: y esto parecía mejor a los
    más. Pero aunque de todo esto era sabedor (
    sabidor)
    el Rey, y a todos escuchaba, siempre perseveraba en su propósito, y
    el término del edicto corría.






    Capítulo
    X. Como don Pedro de Portugal fue el que más contravino al edicto, y
    como el Rey le ablandó, y de las crueldades que los Moros rebeldes
    hicieron en las tierras del Rey, sin tocar en las de los señores y
    Barones.






    Publicado
    el edicto por todas las villas y lugares principales de los Moros,
    hubo secretas congregaciones entre los señores y Barones del Reyno,
    con fin de hallar modos tales con que poder contravenir a él, sin
    dar disgusto al Rey, sino por vía de ruegos, o de buenas razones,
    acompañadas de buena justicia. Pero quien las hizo públicas, y más
    que todos se sintió del edicto, fue don Pedro de Portugal, que como
    tan conjunto pariente, y allegado al Rey, osaba contradecirle muy a
    la clara. El cual vuelto de Mallorca, habiendo renunciado el Reyno
    (como dicho habemos) y tomado la recompensa en tierras de Moros
    dentro el Reyno de Valencia, y que a la sazón se hallaba en
    Murviedro una de ellas: vino a Valencia: donde comenzó a bravear y
    hablar muy largo contra el edicto, abusando de la paciencia del Rey,
    la cual nunca fue vencida. Pues como los Señores y Barones le vieron
    tan puesto en impugnar el edicto, y que el Rey, no podía dejar de
    tenerle muy grande respeto, por ser su tan allegado deudo, osaron con
    el amparo suyo emprender muy de propósito la causa, y defensa de los
    Moros, y así rogado de ellos don Pedro ofreció muy de buena gana de
    tomar este negocio por propio, por lo mucho que también a él le
    tocaba. Porque esperaba gozar muy presto de cuatro principales
    pueblos del Reyno, Murviedro, Almenara, Segorbe, Castellón de la
    Plana, que fueron los que se le consignaron en recompensa de las
    Islas de Mallorca y Menorca. Puesto que aun estaban como secuestrados
    en manos de los Jueces, por el concierto que arriba en el precedente
    libro notamos, pero se trataba ya como a señor de ellos. Y así por
    esto, como por ser la gente de estos pueblos la más belicosa del
    Reyno, don Pedro los animaba mucho más a no obedecer el edicto, y de
    aquí muchos del Reyno teniéndole por caudillo, así los Moros como
    los Cristianos de parte de los señores y Barones, se habían ya
    puesto en armas. Esto le llegó al Rey mucho al alma, y le dio muy
    grande molestia y pesadumbre: y vio claramente que si don Pedro no
    desistía de la demanda, él no saldría con la empresa. Y así,
    mandado llamar, y venido ante él, se le quejó mucho, diciendo que
    adrede en cuantas cosas emprendía para el beneficio y buen gobierno
    de sus Reynos se preciaba de contradecirle. Pues habiendo emprendido
    ahora cosa tan necesaria para la pública tranquilidad y quietud de
    los Reynos, la quería impedir por sus particulares intereses: que le
    rogaba por el beneficio común, y buenas obras que le debía, se
    apartase de tan mala querella: y si tenía alguna cosa contra él,
    por la cual pretendiese enmienda, se lo dijese, y se cometiese al
    arbitrio de los Prelados, y grandes, que pasaría sin falta por lo
    que ellos juzgarían. Fue contento de esto don Pedro, y nombrados
    Jueces por ambas partes, y oídas sus pretensiones: determinaron dos
    cosas. Lo primero, que pagase el Rey a don Pedro luego cierta
    cantidad de dinero. Lo segundo, que en tanto que durase la guerra
    movida por los Moros, fuese obligado el Rey a su costa, fortalecer, y
    poner gente de guarnición, a elección de don Pedro, en las cuatro
    villas suyas nombradas. Como esta sentencia contentase a las dos
    partes, y se quietasen los ánimos de entrambos, el Rey se valió de
    don Pedro, y él se le ofreció de buena gana para la ejecución del
    edicto. Pero como poco antes, con el favor del mismo don Pedro, se
    hubiesen muchos de los Moros demasiadamente animado para impugnar el
    edicto, movieron crudelísima guerra en las villas y lugares, que
    estaban por el Rey, sin tocar en las de los señores y Barones, por
    haber echado fama que contra el voto y opinión de ellos, y no más
    de por solo quererlo el Rey, se había determinado el echarlos fuera
    del Reyno. De donde se siguió, que los Capitanes del Rey, que
    estaban en los presidios, por querer contentar a los Señores, o por
    el descuido, e insolencia que de las victorias pasadas les quedaba,
    se descuidaron de tal manera, que los Moros les tomaron hasta doce
    villas y fortalezas de las que estaban por el Rey, y en los soldados
    de guardia ejecutaron bárbaras crueldades.






    Capítulo
    X. Como no embargante la rebelión, pasó el edicto adelante, y de lo
    que ofrecían los Moros por que les asegurasen la salida, y del
    infinito número de ellos, y como fueron rescatados en el Reyno de
    Murcia.






    Por
    mucho que Alazarch, hecho de simple soldado Capitán de LX mil Moros,
    maquinó, y se esforzó a impedir el edicto, y que los Moros quedasen
    en el Reyno, no pudo en esto resistir a la magnanimidad y poderío
    del Rey, o por mejor decir, a la voluntad de nuestro señor Dios, que
    parece milagrosamente mostró en esto su omnipotencia: porque con
    todo el favor y ayuda que los Moros tenían en el ejército de
    Alazarch, se siguió, que siendo tan inmenso, y casi infinito el
    número de la gente que determinaba salir del Reyno (pues realmente
    con las mujeres y niños pasaban de cien mil) fue tanto el miedo y
    vileza de ánimo que les comprendió con el edicto, que en el mismo
    día que se cumplía el término, y habían de salir, los principales
    de ellos hablaran a don Ximen Pérez de Arenos camarero mayor del
    Rey, y como temblando le dijeron, que darían al Rey la mitad de
    todos sus bienes y haciendas, por solo que les diese salvo conducto,
    y gente de guardia con que pudiesen seguramente, y sin lesión alguna
    salir del Reyno. Como supo esto el Rey rió mucho de ello, y no
    permitió que se les tomase nada, antes dio licencia en confirmación
    del edicto, para que se llevasen de sus haciendas cuanto quisiesen y
    pudiesen llevar: y envió con ellos mucha gente de guerra que los
    acompañase hasta ser fuera del Reyno, y pusiese en el de Murcia, por
    donde ellos deseaban pasar a Granada. Fue tan innumerable la gente
    que salió, que refiere el Rey en su historia, que de los delanteros
    a los postreros, con ir bien juntos, cubrían XV mil pasos de camino:
    y fue fama, que fuera de la guerra de Vbeda, en ningún otro tiempo
    se había visto en España tan grande número de Moros juntos. Por
    eso con mucha razón tan grande empresa como esta de echar los Moros,
    quedó reputada por una de las más insignes hazañas que el Rey hizo
    en su vida. Porque no solo mostró su incomparable valor y fuerzas
    para echarlos a pesar del grande ejército de rebeldes que estaban
    puestos en defenderlos: pero aun fue mucho más la necesidad que tuvo
    de echarse el escudo a las espaldas para recibir en él los
    encuentros de amenazas, quejas, y maldiciones que los señores y
    Barones le echaban por la pérdida de tantos vasallos. Pues como los
    Moros fuesen guiados hasta Villena primer pueblo del reyno de Murcia,
    don Federique hermano del Rey de Castilla fue luego con ellos, y les
    compelió a que pagasen un besante por cabeza, y pasando de allí,
    parte de ellos se quedaron en los Reynos de Murcia, y de Granada,
    parte se repartieron en el campo de Cartagena, llamado Esparthario
    que en Arauigo llaman Manxa, parte se pasaron con sus mujeres e hijos
    en África, y algunos se volvieron al Reyno juntándose con los
    rebeldes.











    Capítulo XI. Que los Moros rebelados se hicieron fuertes en las
    montañas, con su Capitán Alazarch, al cual favoreció el Rey de
    Castilla, y de lo que sobre esto pasó.






    Por
    mucho que se procuró de echar todos los Moros del Reyno, y que
    fueron como está dicho innumerables, los que salieron, todavía
    quedaron tantos, que se pudo formar ejército de ellos, y subieron a
    las montañas de la Contestania a ponerse debajo la compañía de
    Alazarch, con el cual se rehicieron, y tuvieron muchas escaramuzas
    con los Cristianos y ejército del Rey, y se entretuvieron tres años:
    así por la astucia de su Capitán, como porque don
    Federique y don
    Manuel hermanos del Rey de Castilla que vivían en Villena
    secretamente le favorecían y daban ánimo para entretener la guerra:
    consintiendo en ello el mismo Rey, pues sin tener cuenta con las
    treguas les ayudaba, disimulando, como quien hace por todos, a fin de
    tener en pie un perpetuo enemigo contra el Rey su suegro. Llegó a
    tanto su desconocimiento, que envió sus embajadores a Valencia, a
    rogar al Rey otorgase treguas por un año a Alazarch. Las cuales
    otorgó el Rey por solo contentar a su yerno, puesto que sabía muy
    bien el mal ánimo con que las pedía. De donde comenzó el capitán
    Moro a tenerse en mucho, y a ensoberbecerse con el favor de los
    Castellanos, amenazando que había de poner las banderas y armas del
    Rey de Castilla su señor por todas las villas y castillos por él
    ganados. Todo esto sabía el Rey, y disimulaba, recociendo su cólera
    para emplearla contra Alazarch, luego que fuesen acabadas las
    treguas. Por esto determinó, con enemigo vanaglorioso y artero,
    tratar artificiosamente. Y así habló con un Moro familiar suyo
    grande amigo de Alazarch, le indujese a vender el trigo y panes que
    le sobraban, porque a la sazón valían a bien alto precio, y haría
    muy gran suma de dinero: pues no tenía por entonces guerra, ni la
    tendría después, porque estaba en mano del Rey de Castilla su señor
    alcanzarle, no solo más treguas, pero aun perpetua paz del Rey de
    Aragón, siempre que la quisiese. Entretanto el Rey dio cargo a don
    Ramón de Cardona, y a don Guillé Angresola con otros principales
    capitanes de Aragón y Cataluña que para la Pascua siguiente de la
    Resurrección del Señor, que era el término de las treguas,
    estuviesen muy a punto con el ejército de los dos Reynos puesto en
    Valencia. El Moro hizo su oficio, y creyéndole Alazarch vendió todo
    su trigo, y como se vio tan rico de dinero, y descansado con las
    treguas, deseando gozar de la ociosidad sin ningún cuidado de
    guerra, se descuidó tanto, que apenas se acordó de confirmar las
    treguas con el Rey, ni de escribir al de Castilla le hubiese la
    prórroga (
    porrogació)
    de ellas, hasta medio mes antes que se cumpliese el año. Y así el
    de Castilla envió su embajador, rogando al Rey tuviese por bien de
    renovar, y alargar las treguas hechas con Alazarch para otro año.
    Respondió el Rey, que se maravillaba mucho del Rey su yerno, fuese
    tan amigo y favorecedor de un su vasallo traidor y enemigo, que
    tantas veces había acometido de quitarle la vida, y alzado se le con
    tantas villas y castillos, y que dentro de su propio Reyno de
    Valencia se lo quisiese defender y amparar, para que no pudiese como
    señor castigar a su esclavo. Con esta respuesta, sin ninguna otra
    resolución despidió a los Embajadores, y se volvieron a Castilla.











    Capítulo XII. Como el Rey persiguió a Alazarch, y cobró todo lo
    que había tomado, y se le huyó, y el Rey acomodó sus parientes
    del, y de la embajada que envió al de Castilla.






    Venida
    la Pascua de Resurrección, y celebrada en Valencia por el Rey, se
    partió la última fiesta para Xatiua con solos cincuenta de a
    caballo, donde tomando muchos más, subió a la montaña, y llegó a
    la insigne villa de Cocentayna, que ya estaba medio poblada de
    Cristianos. Porque a causa de haber salido tanta infinidad de Moros,
    había quedado el Reyno como desierto, señaladamente las villas de
    las montañas: pues aunque los Alcaydes y oficiales Reales con otros
    muchos que las poblaban eran Cristianos: pero se quedaban muchos
    Moros en ellas, de los cuales echados todos por el edicto, mandó el
    Rey que así para poblarlas, como para que estuviesen en guarnición
    y guardia del Reyno, se estableciesen las casas y campos a los que
    quisiesen venir a habitarlas. Y por esta causa muchos soldados viejos
    fueron en ella, y en las otras villas heredados, y se quedaron para
    defenderlas, con los demás que vinieron de muchas partes a vivir en
    ellas. Lo cual se hizo en muy breve tiempo: y las fortalecieron de
    muro y barbacana: como fueron Alcoy, Penaguila, Ontiñena, y la
    Ollería, que nombra la historia, con las demás que de entonces acá
    se han fundado, y aumentado, que son muchas y grandes, y aunque
    algunas dellas son muy ásperas, pero las vemos muy ricas y
    abundantes de panes y ganados con otras cosas. Holgose pues el Rey
    mucho en Cocentayna viendo su buen asiento tan aparejado para ser de
    los principales pueblos de las montañas, como lo es en nuestros
    tiempos, hecha Condado que le posee la ilustre y antigua familia de
    los Corellas. Allí pues tuvo nueva como la gente que mandó hacer en
    Aragón y Cataluña era llegada, y se había juntado en Valencia, de
    lo cual se alegró mucho. Y luego saliendo de Cocentayna dio vuelta
    por la marina, y tomó de paso las fortalezas de Planes, Castell, y
    Pego. El siguiente día, oída Missa, se fue para la villa de Alcalá,
    a donde Alazarch de ordinario residía. Pero el buen capitán como de
    ninguna cosa menos curase que de pelear (porque luego que vendió el
    trigo despidió el ejército) saliose de Alcalá con muy poca gente,
    y pasando por el val de Gallinera, de un lugar en otro iba huyendo
    del Rey que le perseguía. Por donde cobrado por el Rey parte del
    valle, con Alcalá y su fortaleza,
    acabò
    de cobrar los xvi castillos que Alazarch le había tomado: no
    hallando en ellos resistencia alguna. Entendiendo pues el moro que el
    Rey no cesaría de perseguirlo hasta que le tuviese en su poder, y
    quitase la vida: procuró con buenos medios hacer concierto con él,
    prometiendo que para siempre se apartaría del Reyno, solo que el Rey
    perdonase a los de su casa y familia, y que no echase a sus parientes
    del Reyno. Como Alazarch lo cumplió y se fue, así el Rey usó de
    toda liberalidad con su sobrino hijo de hermano, a quien hizo merced
    por su vida del Castillo y villa de Polope a la marina, que está
    cerca del Promontorio Yfachs, o cabo de Calpe, al medio día. Hecho
    esto, y desterrado del Reyno un tan porfiado y mañoso enemigo,
    cesaron también con él las disimuladas astucias del Rey de
    Castilla: al cual envió el Rey sus embajadores, como para dar razón
    de la guerra que entonces acababa, y que le dijesen como él se había
    dado estos días a la caza, y dentro de ocho días había cazado xvi
    castillos. Con este dicho quiso el Rey aludir a otro semejante que
    pocos días antes Alazarch había dicho en presencia, y con muy
    grande gusto del Rey de Castilla, cuando preguntado Alazarch, si era
    dado a caza de fieras, no cierto, dijo él, sino de hombres, si ya no
    queréis que sea vuestro cazador de los castillos del Rey de Aragón.
    Lo cual fue muy reído, y celebrado por el Rey de Castilla, y los
    suyos.











    Capítulo XIII. Por qué causa dio el Rey la gobernación de Aragón
    y Valencia al Príncipe don Alonso, y de la venida del señor de
    Albarracín, y don Diego López de Haro, y del acogimiento y mercedes
    que a los dos hizo.






    Por
    este tiempo don Alonso Príncipe de Aragón, que aun no estaba libre
    de la encendida codicia de reinar, atizado y conmovido por la
    persuasión de malsines, de cada día sembraba nuevas quejas contra
    el Rey, por el descontento que tenía de la donación, o asignación
    que de consentimiento suyo hizo a don Pedro su hermano del Reyno de
    Cataluña, y también del Reyno de Valencia, y de Mallorca a su otro
    hermano don Iayme, declarándolos por verdaderos sucesores en ellos:
    lo cual cedía en muy grande perjuicio suyo, por ser estos Reynos de
    la conquista de Aragón, y debidos a él como a primogénito y
    Príncipe de Aragón, y que este derecho no le podía renunciar él,
    si bien en Barcelona, por contentar al Rey su padre, hubiese hecho
    muestra de renunciarle: esto lo hablaban los Aragoneses a boca llena.
    Lo cual llegando a oídos del Rey lo sintió muy mucho. Mas por
    librarse de tan importunas y pesadas quejas, a consejo de los suyos,
    dio la gobernación de los dos Reynos de Aragón y Valencia a don
    Alonso. Esta gobernación de Reynos, puesto que por los fueros
    antiguos de Aragón se debía al Príncipe primogénito del Rey, a
    ninguno fue en algún tiempo dada hasta don Alonso, y con darle este
    cargo pararon un poco tiempo sus quejas. A esta sazón llegó don
    Aluaro Perez Azagra, que por la muerte de don Pero Fernádez su padre
    había sucedido en la señoría de Albarracín, para ofrecerse con su
    persona y estado al Rey: del cual fue muy bien recibido, y
    acordándose de la gran amistad que tuvo con su padre, y de tan
    buenos servicios como en todas sus empresas le hizo, no pudo sin
    mucho sentimiento celebrar su memoria y nombre, diciendo mil bienes
    de él. Y así para más testificar la gran voluntad y afición que
    le tuvo, consintió que pasasen en don Álvaro, y se continuasen las
    mismas mercedes que el padre tuvo y poseyó de la casa Real, que
    fueron cincuenta Caballerías, y otros gajes. Entendió de ahí a
    poco el Rey, que los Castellanos de nuevo asomaban con mano armada en
    los confines de Murcia y Valencia, y conociendo sus mañas, partió
    luego la vuelta de Biar con el ejército que se hallaba, y les
    presentó batalla. En esta villa el Príncipe don Alonso prometió en
    presencia de muchos al Rey, que por ningún tiempo tendría tratos
    con el Rey de Castilla, ni se confederaría con él en ninguna
    manera. Los Castellanos que vieron al Rey tan en orden para
    resistirles, se volvieron luego, deshecho su ejército, para
    Castilla, y el Rey también tomó la vuelta pa Zaragoza, donde
    pasados pocos días después de llegado, se partió para Estella
    villa muy principal del Reyno de Navarra: a donde llegó también don
    Diego López de Haro señor de Vizcaya: el cual apartándose del Rey
    de Castilla por ciertas ocasiones, se vino para el Rey a ofrecerle su
    servicio con todo su poder y estado, del cual fue muy bien recibido,
    y prestado su fé y homenaje, también le hizo mercedes, mandándole
    asignar cincuenta caballerías. De esto fueron testigos los Prelados
    y Grandes de los reynos de Aragón y Cataluña que allí se hallaron,
    con la más gente hidalga que don Diego trajo consigo de Vizcaya, que
    también se aplicaron con sus gajes al servicio del Rey. No era cosa
    nueva para los Señores de Vizcaya, siempre que por algunas
    desgracias se salían de Castilla, hallar principal acogimiento y
    mercedes en los Reyes de Aragón, como lo halló don Diego padre de
    este mismo don Diego Señor de Vizcaya, siendo mozo, cuando después
    de haber ido en servicio del Rey don Alonso VIII de Castilla a la
    guerra contra los Moros en aquella gran batalla de Vbeda a las Navas
    de Tolosa, (de la cual hablamos en el primer libro) acaeció que
    después de vueltos a Castilla, don Diego fue desterrado de ella por
    el mismo Rey, y pasó su destierro en Aragón en servicio del Rey don
    Pedro padre de nuestro Rey.











    Capítulo XIV. Como el Rey fue muy inquietado del de Castilla, y de
    los grandes que se apartaron del, y fueron a vivir en Aragón con el
    Rey, y de los nuevos conciertos que los dos Reyes hicieron en Soria.






    Dice
    pues la historia, que como en este medio las treguas hechas entre el
    Rey y el de Castilla se acabasen, y por la poca constancia del de
    Castilla determinase el Rey, que de una vez se averiguasen por fuerza
    de armas las diferencias entre ellos, y se pusiese muy de propósito
    en salir con ello: quiso Dios que con la buena diligencia y medio de
    los Prelados y personas religiosas de ambos Reynos se atajó la
    cólera de los dos Reyes: señaladamente con la destreza de Bernad
    Vidal Besalù, caballero Catalán, que procuró se viesen los dos
    entre Ágreda y Tarragona, adonde fue concordado entre ellos, que el
    Reyno de Navarra, que era la simiente de estas discordias, viniese a
    la tutela y amparo del Rey de Aragón. Pero con la inconstancia de
    don Alonso luego fueron renovadas las diferencias y vueltos a la
    antigua distensión: aunque no se vino a las manos. Además de esto,
    cuando poco antes el Rey estuvo en Estella, don Enrique hermano de
    don Alonso de Castilla, y don López Díaz de Haro señor de Vizcaya,
    hijo de don Diego, que ya era muerto, vinieron al Rey de Aragón por
    apartarse del mal trato del de Castilla, y fueron de él muy bien
    recibidos, mayormente don Enrique, tratándole como a persona Real, y
    ofreciéndosele muy de veras, hasta que se remediasen las diferencias
    que con el Rey su hermano tenía. También se ofreció al de Haro,y
    tuvo en mucho la venida del mozo: el cual por imitar a su padre,
    seguía muy de corazón, y de hecho el bando de Aragón, y venía a
    servir al Rey con otros xx hidalgos vasallos suyos de los más
    principales de Vizcaya, también sus parientes. Los cuales dieron su
    fé al Rey por el don Lope mozo, y por su parte prometieron que no
    volvería a la obediencia del Rey de Castilla, hasta que las
    diferencias de los dos Reyes suegro y yerno fuesen acabadas, y
    defenecidas por sentencia de don Sancho Salzedo, y don Lope Velasco,
    a los cuales como a personas muy principales, y mayores letrados de
    aquella era, fue remitida la causa. Después llegaron a Zaragoza dos
    principales señores de Castilla que se pasaron al Rey, llamados don
    Ramiro Rodríguez, y se le ofrecieron por vasallos, y porque fueron
    despojados de todos sus bienes y haciendas por don Alonso, el Rey les
    hizo mercedes de campos y posesiones, y de cien caballerías. Venían
    de cada día de Castilla y Navarra tantas personas de cuenta, que a
    la fama de la liberalidad del Rey, se pasaban y se le avasallaban,
    que por mantenerlos casi consumía su patrimonio Real. A los cuales
    recibía tan de buena gana, no tanto por hacer tiro a don Alonso,
    cuanto porque no se pasasen a Reyes extraños, mayormente al de
    Granada, para de allí maquinar la ruina de don Alonso con la de toda
    España. Además que fue la justicia de este Rey tan mezclada con la
    liberalidad, que en sabiendo que poseía algo injustamente, luego lo
    restituía a su verdadero dueño liberalísimamente, por muy
    incorporado que ya estuviese en la corona Real. Porque en aquella
    sazón dio a don Guillem de Moncada hijo de don Ramón, y a su
    sobrino hijo de hermano, en feudo la villa de Fraga a la ribera de
    Cinca, en recompensa de ciertos censos, y campos que junto a Lérida
    los suyos habían poseído, y con el tiempo y guerras los habían
    perdido, y entrado en la corona Real: con condición que faltando
    legítimos herederos, volviese Fraga a ser del patrimonio Real, como
    por tiempo volvió. Finalmente procurándolo don Alonso, que por
    entonces llevaba mayores designos en su pensamiento, y creía llegar
    a ser Emperador de Alemaña (por haber sido nombrado Rey de Romanos
    por la mitad de los Electores del Imperio) fue él mismo en persona a
    verse con el Rey en la villa de Soria, cabeza (como dijeron algunos)
    de los Celtíberos. Allí se renovaron los conciertos y
    confederaciones antiguas, hechas entre los Reyes de Aragón y de
    Castilla, y prometió don Alonso que entregaría ciertas fortalezas
    en rehenes de la confederación hecha. Y de esta manera asentadas las
    diferencias entre ellos, pasaron mucho tiempo sin guerras.











    Capítulo XV. Que murió la Reyna de Navarra, y fue el Rey a
    pacificar los movimientos de ella, y también a verse con el Rey Luys
    de Francia
    , y de los matrimonios que hicieron, y otras cosas.






    Por
    este tiempo murió doña Margarita mujer que fue de Tibaldo Rey de
    Navarra
    , y madre de don Theobaldo, fue sepultada en el monasterio de
    Claraval de Navarra. La cual mientras vivió y Theobaldo fue menor de
    edad, rigió el Reyno con mucha prudencia y tranquilidad. Pero
    después de muerta comenzaron a levantarse muchos alborotos en el
    Reyno. Los cuales se apaciguaron hechas treguas con don Iaufredo de
    Beamont
    Senescal de Navarra. El cual pro intercesión del Rey que se
    halló en Navarra, se concordó del todo con Theobaldo nuevo Rey de
    ella: y con la misma sombra y favor del Rey poseyó a Navarra muy
    pacíficamente. Esto hecho el Rey se vino para Valencia, donde
    recibió cartas del Rey de Francia (este fue el Rey Luys el santo, de
    quien hablaremos más largo) que le rogaba se hallase dentro de un
    mes en la Guiayna, que le aguardaría en la villa de Carbolio cerca
    de Mompeller, para tratar negocios importantes al beneficio común de
    los Reynos, y para dar asiento a otras cosas que a la vista
    entendería. Respondió el Rey, que sería con él dentro del plazo.
    De estas idas tantas a Francia señaladamente para la Guiayna recibía
    el Rey poco fastidio, por la ocasión que juntamente se le ofrecía
    de visitar a Mompeller, por ser su propia patria, donde extrañamente
    se recreaba. Y así partió luego para allá: dejando a don Ximen de
    Foces nobilísimo caballero Aragonés, hijo de don Atho, por
    gobernador del Reyno de Valencia: porque don Alonso su hijo no hacía
    lo que debía en el gobierno. Puesto ya en camino, le vino al
    encuentro don Pedro Alonso, hijo bastardo de don Pedro de Portugal,
    que era comendador de Alcañiz, adonde confirmada la donación hecha
    en su favor de ciertos campos y heredades, pasó adelante, hasta que
    llegó a Mompeller. Y como entendió que el de Francia era llegado a
    Carbolio luego se fue para él, y abrazándose los dos con mucha
    alegría, antes que tratasen del asiento de las diferencias que se
    ofrecían, concordaron en que doña Ysabel hija menor del Rey casase
    con don Felippe Príncipe de Francia que llaman ahora Delphin:
    precediendo la gracia y dispensación Apostólica por el parentesco
    de consanguinidad que entre ellos había. Y en razón de dote y arras
    se había de asignar a la Infanta, según el antiguo uso y costumbre
    de Francia, la cuarta parte del Reyno del esposo: entregándose las
    villas y castillos incluidos en la dicha parte. Concluido el
    matrimonio, los dos se concordaron, y se remitieron el uno al otro,
    todos los derechos y pretensiones que ellos y sus predecesores
    tuvieron de los estados que ahora se dirá. Porque el de Francia
    había puesto en demanda los señoríos de Barcelona, Besalù, Vrgel,
    Rossellon, Ampurias, Cerdaña, Confluent, Girona, Osona, con sus
    villas y castillos. Y el Rey de Aragón por el de Carcassona,
    Carcasses, Roda, y Rodes, Lauraco, y Lauragues: Y por Beses y su
    vizcondado. Leocata, Albiges, Ruent, y por el Condado de Foix,
    Cahors, Narbona, y su Ducado, Mintrua, y el Mintrués, Fenolleda,
    tierra de Salto, Perapertusa, y por el Condado de Aimillá, y
    Vizcondado de Crodon, Gaualdan, Nimes, y Solòs, y sant Gil, con
    todos sus derechos. Hizo también entonces el Rey donación a
    Margarita Reyna de Francia, del derecho que le pertenecía en los
    Condados de la Proença, y Folcalquier, y en todo el Marquesado que
    también llaman de la Proença, y en el señorío de las ciudades de
    Arles, Auiñon y Marsella, que fueron del Conde don Ramon Berenguer
    que fue echado de su estado por los mismos Proençales sus vasallos,
    con ayuda de los Condes de Tolosa, y se apoderó después del estado,
    Carlos de Anjous hermano del Rey Luys, que casó con Beatriz la menor
    de las hijas del Conde de la Provenza y se quedó con él: con grande
    contradicción y descontento de la Reyna Margarita que fue hija mayor
    del Conde de la Provenza. Esta donación hizo el Rey en favor de la
    Reyna Margarita por excluir a Carlos, pero valió poco: porque fue
    muy favorecido y mantenido por los Reyes hermano y sobrino. Y no solo
    dejó aquel estado pacífico a sus sucesores, pero quedó muy formada
    enemistad por esto, y por lo que se siguió de Sicilia, con la casa
    de Aragón











    Capítulo XVI. Donde se cuenta en breve la vida y muerte del SantoRey Luys de Francia, y como fue canonizado.






    Esta
    concordia que entre si hicieron los dos Reyes, con la cual remataron
    todas las diferencias y pretensiones que hasta allí tuvieron sus
    Reyes antepasados, y las que sus descendientes podían tener en algún
    tiempo, pareció cosa del Espíritu santo, por ser tan manifiesta
    obra de paz, y para quietar de raíz toda mala ocasión que de
    distensión y guerra se podía mover entre dos tan principales Reynos
    vecinos, en donde resplandeció siempre y se mantuvo la fé y
    religión Cristiana también como en todos los demás Reinos de la
    Cristiandad
    . Señaladamente en la feliz era de estos Reyes: pues en
    un mismo tiempo gozó la República Cristiana de tres los mejores que
    jamás tuvo: uno en Francia que fue este Luys sancto, otro en Aragón
    valentísimo, que fue nuestro don Jaime, otro en Castilla don
    Fernando III, valerosísimo, del cual al principio de este libro
    hablamos, y a quien este título de santo le quedó después de
    muerto hasta hoy. Pero como entre los tres, la verdadera opinión de
    santo, y de vida religiosísima, la alcanzó el Rey Luis por la
    aprobación que la universal Iglesia con el supremo pastor y
    Pontífice hizo de su santidad y vida, y le canonizó por santo: será
    justo que para la edificación y ejemplo de todos, brevemente
    contemos la vida, y señalados hechos suyos: junto con lo admirable
    que antes de su nacimiento acaeció en el casamiento de sus padres.
    Lo cual por hallarse curiosamente escrito en las historias Francesa y
    Castellana, tocaremos con brevedad lo que más hace a nuestro
    propósito. Como el Rey de Francia llamado Philipo II, quisiese casar
    a su hijo Luis Príncipe y sucesor del Reyno, que fue Luis VIII,
    envió tres embajadores al Rey don Alonso VIII de Castilla, con
    poderes bastantísimos para tratar y concluir matrimonio de su hija
    la mayor con el Príncipe de Francia. El Rey los recibió muy bien, y
    fue contento de la embajada: y aunque los embajadores pedían la hija
    mayor, mandó venir ante ellos las dos Infantas sus hijas muy
    apuestas, sobre ser de si hermosísimas. Las cuales vistas por ellos
    se pagaron mucho de ellas, y pidiendo los nombres de ellas, fueles
    dicho que la mayor se llamaba doña Urraca (Vrraca), y la menor doña
    Blanca. Como en oír Urraca se ofendiesen mucho del nombre, dijeron
    que les contentaba más doña Blanca. Y así no embargante el orden
    que traían, capitularon con ella, y fue llevada con muy grandísimo
    acompañamiento de Castilla a la ciudad de París, donde se hicieron
    las bodas de ambos. Y finalmente nació el Príncipe Luis con mucha
    alegría de todos. Al cual la Reyna doña Blanca su madre quiso criar
    a sus pechos con su propia leche, y afirma la historia que fue esta
    Reyna tan santa y temerosa de Dios, que todas las veces que le había
    de dar leche, lo bendecía antes, y le decía estas palabras. Hijo
    ruego a Dios que antes te vea muerto, que caído en pecado mortal.
    Fueron estas palabras como prenuncias de su santidad. Porque se
    refiere en la misma historia, que no le vieron jamás pecar
    mortalmente. Y así se entiende que desde que comenzó a reinar, fue
    Rey pacífico, pío, y religioso, tan temeroso de Dios y apartado de
    hacer guerra contra Cristianos, que jamás la emprendió sino contra
    Moros, por ser tan enemigos de nuestra santa fé católica. Y que por
    sacar de poder de infieles la tierra santa de Jerusalén, pasó la
    mar con grandísimo ejército, y llegado a ella en el primer
    encuentro desbarató y venció un muy grande ejército de Moros: y la
    ganara sin duda, sino que para probar su paciencia Cristiana,
    permitió nuestro Señor la grandísima pestilencia que se siguió en
    su ejército, donde murieron tantos, que revolviendo los infieles
    sobre él fue vencido de ellos, y (como su historia lo refiere) fue
    presa su Real persona con la de su hermano Carlos de Anjous, (de
    quien arriba dijimos). Mas concertándose con ellos, y rescatándose
    los dos con grandísima suma de dinero que le enviaron de Francia
    (como Dios guiase sus cosas) le dejaron ir libre con todo el ejército
    que le quedó. Y pasando por la Asia menor, por la ciudad y puerto de
    Acon, que era de Moros, se detuvo en ella algunos días, para reparar
    su armada para el pasaje y con su buen ejemplo de vida, y
    exhortaciones por medio de buenos intérpretes convirtió a la fé
    Cristiana a los principales, y de ahí a toda la ciudad. También
    reparó y favoreció con su dinero de paso, algunas ciudades
    marítimas de Cristianos Griegos que estaban perdidas y arruinadas
    por las entradas que hacían en ellas los Turcos corsarios, adonde le
    llegó nueva de la muerte de la Reyna su madre, que en su ausencia
    regía y gobernaba sus Reynos. Y por esto le fue forzado volver a
    Francia. Llegado a ella y siendo muy bien recibido, luego se ocupó
    en asentar las cosas generales del Reyno, y en las particulares
    guardar su justicia y razón a cada uno, ejercitando su persona en
    los oficios espirituales, y de caridad para con los pobres, visitando
    y proveyendo los Espitales, para edificar con su gran ejemplo de
    humildad y vida santa a los de su Reyno, y con la fama de estas
    virtudes a los otros Reyes de la Cristiandad. En lo cual se
    entretuvo, hasta que se ofreció nueva ocasión de guerra contra
    Moros, y pasó en África contra los de Túnez, adonde habiendo
    llegado con grande ejército, y puesto su Real a vista de ellos,
    encendiose tan gran pestilencia en el ejército, que fue herido de
    ella, y sin poderse remediar murió luego. Por esto el ejército
    habiendo perdido tan principal caudillo, volvió a embarcarse, y
    trayendo su cuerpo con grande veneración, con la misma fue llevado
    hasta la ciudad de París: a donde fue muy llorado, y
    solemnísimamente sepultado. Y como de cada día se descubriesen muy
    grandes milagros sobre su sepultura, constando de ello al sumo
    Pontífice Bonifacio VIII, fue canonizado por santo. A este imitó
    nuestro Rey don Jaime en perseguir los Moros continuamente, y
    persiguiera mucho más, si no fuera impedido por sus émulos, y
    guerras domésticas que siempre le distrajeron y estorbaron muchas
    buenas empresas que contra infieles hiciera.






    Capítulo
    XVII. De las distensiones que se renovaron por el Príncipe don
    Alonso contra el Rey, y del odio que de allí adelante le tuvo, y de
    lo que don Artal de Alagón pasó (
    paßó)
    con el Príncipe.






    Asentados
    los negocios y diferencias entre los dos Reyes por ellos y sus
    sucesores, de despidieron con mucho amor, y el Rey vuelto a
    Mompeller, tuvo nueva de Aragón, como el Príncipe don Alonso volvía
    a sus revueltas antiguas, con el favor de muchos señores y barones
    del Reyno, que tomaban por propia la injuria que pretendían le había
    el Rey hecho, privándole de la herencia y universal sucesión de
    todos sus Reynos que de derecho le pervenían: y mucho más por haber
    separado no solo a Cataluña de la Corona Real, pero aun a Valencia,
    con las Islas de Mallorca y Menorca, que siendo de la conquista de
    Aragón, las dio a don Jaime menor de los hermanos. Con estos
    apellidos comenzaron a despertarse nuevos alborotos entre algunos
    principales del Reyno, y también entre algunos señores de título
    de Cataluña. Para resistir a esta nueva conjuración que se
    levantaba, determinó el Rey ocurrir a ella, y por contentar a los
    Aragoneses, juntar el Reino de Valencia con el de Aragón, y hacer de
    los dos señor a don Alonso. Pero esto como el Rey lo hizo muy contra
    su voluntad y forzado: así de ahí adelante don Alonso quedó muy
    excluido y privado de su amor y gracia, y ni le quiso ver más, ni
    comunicarse con él, ni tratar cosa que no fuese como de extraño.
    Porque concediéndosele a don Alonso en el término de Huesca la
    villa de Luna, y enviando un Gobernador para tomar posesión, y
    presidir en ella: don Artal de Alagón, uno de los principales del
    Reyno, que tenía la villa, y pretendía que el Rey le había hecho
    merced de ella por vía de feudo, echó al Gobernador, que ya se
    había entregado de ella, muy ignominiosamente, sin tener respeto
    alguno a la patente del Rey, ni a la de don Alonso, por más que
    fuese general Gobernador del Reyno. Por lo cual envió luego don
    Alonso un embajador al Rey a Mompeller, para dar queja de la injuria
    y menosprecio de don Artal. Oída la embajada, respondió el Rey a
    ella con mucha flema, diciendo que de buena gana castigaría a don
    Artal por el desacato, y tendría cuenta con todo lo que le convenía,
    y le dio cartas para don Alonso: en las cuales respondía a sus
    quejas contra Artal, oscura y dudosamente, ni bien se dejaba
    entender: mas de que no innovase cosa alguna, que volvería presto a
    Zaragoza, y castigaría a don Artal: pero ni volvió luego, ni
    tampoco proveyó, ni mandó a don Artal entregase la villa a don
    Alonso.











    Capítulo XVIII. Que estando el Rey en Mompeller entendió de la
    rebelión de los de Turín contra su señor el Conde Bonifacio, y de
    lo que hicieron contra él los de Aste, y como por lo que el Rey les
    envió a amenazar lo libraron.






    En
    este medio que el Rey se detenía en Mompeller, oyó decir que los de
    la ciudad de Turín en el Piamonte, a la ribera del Po, mayor río de
    Italia, rebelándose contra Bonifacio su señor Conde de Saboya le
    pusieron en prisión: y que sabiendo esto los de Arte del mismo
    Condado, ciudad potente, con arte y maña que tuvieron le sacaron de
    las cárceles de Turín, y lo pusieron en las de su ciudad con buena
    guardia, y luego fueron los deudos y criados de Bonifacio a pedirle.
    Mas entendiendo de ellos que no lo librarían sin rehenes, o muy
    grande suma de dinero, les llevaron a los hijos del Conde, con otros
    principales hombres del Condado, que los de Aste habían señalado.
    Los cuales venidos y retenidos, antes que pusiesen en libertad a
    Bonifacio, no contentos con esto, tomaron por fuerza de armas algunas
    villas y Castillos del estado que estaban sin defensa: y después de
    bien fortificadas, y puesta su guarnición de gente, pusieron en
    libertad a Bonifacio, y a los principales: reteniéndose los hijos.
    Mas Bonifacio de tan quebrantado de los hierros (yerros) y trabajos
    que había padecido en las dos prisiones, murió luego. Por donde los
    de Aste viendo el Condado de Saboya como desamparado, y sin señor,
    movieron guerra de nuevo contra todo el estado. Como esto contasen al
    Rey ciertos Capitanes que de Italia pasaran a España, se encendió
    en tanta cólera contra los de Aste, que a la hora envió un
    embajador para que denunciase a toda la ciudad guerra cruel, y los
    desafiase de su parte, si dentro de un mes no libraban de las
    cárceles, y ponían en toda la libertad a los hijos de Bonifacio,
    restituyéndoles todas las tierras que les habían tomado. Con estas
    amenazas del Rey, los de Aste quedaron tan amedrentados y confusos,
    viendo sus pocas fuerzas para resistir a las del Rey, y por otra
    parte lo mucho que les convenía quedarse con las tierras que se
    habían usurpado del Condado, que ni sabían qué responder, ni cómo
    despedir al embajador. Como esto supo Pedro de Saboya tío de
    Bonifacio, valiéndose de tan buena ocasión, con la sombra y nombre
    de él movía guerra contra los de Aste, diciendo que la hacía por
    orden y mandado del Rey, y pasándola adelante, llegó a ponerlos en
    tanto aprieto, que no tuvieron fuerzas ni ánimo para defenderse, y
    así cobró a despecho de ellos las villas y Castillos que habían
    tomado, y libró los hijos de Bonifacio, y sin eso hizo muchos robos
    y presas en la campaña de ellos. Conociendo los de Saboya que todo
    este buen suceso, se debía al nombre y buen favor del Rey con el
    fiero que mandó hacer a los de Arte, le enviaron sus embajadores a
    dar las gracias por la merced y amparo que les había hecho, lo cual
    en su tiempo reconocerían. Pues como el Rey entendió que la guerra
    había
    succedido
    a toda satisfacción de los Saboyanos, y lo que había aprovechado
    haber interpuesto su nombre y autoridad en esto holgose mucho del
    buen succeso, por haber en aquella guerra acabado con sola su fama,
    cuanto pudiera con la persona, y armas.












    Capítulo XIX. Como el Rey vuelto para Aragón, concertó de paso a
    don Artal de Luna, con el señor de Albarracín, y ayudó al Rey de
    Castilla, y del Príncipe don Alonso como se casó y murió.






    Partió
    el Rey con mucha prisa de Mompeller para Aragón, y entrando en él,
    le salieron al encuentro don Artal de Luna, y el señor de Albarracín
    para que averiguase y asentase ciertas diferencias que entre ambos
    (
    entràbos)
    tenían sobre el Castillo y villa de Codes, en la comarca de
    Albarracín. Y entendiendo que don Artal
    había
    muchos años que poseía el Castillo y villa pacíficamente, y sin
    habérsele puesto demanda, se la aplicó para siempre. Llegando a
    Zaragoza halló que le aguardaban los embajadores del Rey de Castilla
    para pedirle, que por cuanto le había ya movido guerra el Rey de
    Granada, diese lugar para que los nobles, e hidalgos de Aragón
    fuesen a ayudarle en ella, pues así lo habían poco antes asentado
    en la consulta que tuvieron en Soria. Condescendió a ello el Rey,
    exceptuando los hidalgos que no tenían de él tierras, ni
    caballerías: porque se había capitulado así. Recelando el Rey con
    justa causa, que según las cosas de Aragón andaban turbadas con los
    movimientos del Príncipe don Alonso, no tentase el de Castilla con
    la inteligencia de los nobles de Aragón que llevaría consigo, hacer
    alguna secreta liga contra él, so color de favorecer al Príncipe su
    primo: con todo eso permitió que los Caballeros de Aragón que eran
    vasallos de señores de título, o los acompañaban, tomando gajes de
    ellos, pudiesen ir a servir en aquella guerra al Rey de Castilla. De
    la cual también exceptuaba al Miramamolin de Marruecos, y al Rey de
    Túnez: con los cuales había hecho treguas, por el mucho trato y
    negociación que los mercaderes de Cataluña y Valencia tenían en
    los Reynos de ellos. En este tiempo el Príncipe don Alonso daba
    mucho que decir de si y de sus cosas a todo el mundo, viéndole tan
    desgraciado y corto de ventura a respecto de la del padre y hermanos.
    Pues siendo ya de edad cumplida para casar, que pasaba de los xxxii
    años: y jurado Príncipe de tan insigne Reyno como el de Aragón, no
    se le ofreció casamiento alguno: siendo así que al Rey su padre,
    con no tener aun doce años cumplidos, se le ofreció tan principal
    con doña Leonor de Castilla madre del mismo Príncipe. Le vino todo
    esto por estar de él muy olvidado el Rey, y en su desgracia: como se
    podía muy bien entender del antiguo odio que doña Violante su
    madrastra le tuvo, y de la envidia y rencor de los hermanos. Lo cual
    todo junto le deslustró de manera que ningún Rey se aventuró a
    darle su hija por mujer, pues el Rey no la pedía, mayormente por ser
    muy notorias a todos las diferencias que entre él y el Rey su padre
    y hermanos había: hasta que de importunado consintió se tratase de
    casarlo con doña Gostança de Moncada, hija mayor del Vizconde de
    Bearne hijo de aquel ínclito y valeroso Vizconde don Guillen, que
    murió en la guerra y conquista de Mallorca, como en el libro vi se
    ha contado. De manera que hechos los capítulos matrimoniales, doña
    Gostança fue traída de Bearne muy acompañada de la familia y
    linaje de los Moncadas, a la ciudad de Calatayud: donde las bodas,
    que en muy breve se hicieron, quiso la desgracia que muy más en
    breve se deshiciesen. Porque apenas se cumplieron los días de la
    fiesta y bodas, cuando el Príncipe de muy descontento y quebrantado
    de espíritu por verse en tanta desgracia de su padre, y
    aborrecimiento de sus hermanos, que se excusaron todos de hallarse en
    sus bodas, adoleció de tan cruel enfermedad, sin poderse hallar
    remedio alguno de los Médicos que
    secándole
    la tristeza, con muy grande dolor y lágrimas de muchos pasó de esta
    vida, sin dejar hijos, ni aun hacer testamento. Al cual se le
    hicieron allí mismo sus obsequias Reales con toda la pompa y
    solemnidad que a Príncipe jurado de debía: y fue sepultado en el
    monasterio de Veruela de la orden de Cistels, en tierra de Calatayud.
    De donde poco después fueron trasladados sus huesos a la ciudad de
    Valencia, y puestos en un sepulcro muy bien labrado dentro de la
    iglesia mayor en la capilla de sant Iayme, donde está fundada la
    cofradía de los Caualleros, y nobles de Valencia, por el mismo Rey
    don Iayme. Fue don Alonso Príncipe harto modesto, provechoso y de
    buen conocimiento: si las persecuciones de los suyos, y malos
    consejos de algunos no le pervirtieran para perder, y nunca cobrar la
    gracia de su padre.




    Fin
    del libro XV