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domingo, 21 de junio de 2020

221. EL NACIMIENTO DE UN MUDÉJAR, Graus

221. EL NACIMIENTO DE UN MUDÉJAR (SIGLO XI. GRAUS)

221. EL NACIMIENTO DE UN MUDÉJAR (SIGLO XI. GRAUS)


A pesar de la muerte del rey Ramiro I en pleno asedio de Graus, los cristianos consiguieron rehacerse del drama que tal desgracia supuso y terminaron por forzar las defensas de la villa, que tuvo que rendirse. Tras el estruendo de las armas, como en tantos otros lugares, se impuso la negociación entre vencedores y vencidos, pactando o imponiendo, según los casos, las condiciones de la transferencia del poder. Gracias a estas negociaciones, buena parte de los moros vencidos optaron por permanecer en los pueblos donde habían nacido.

Cuando Graus pasó a manos cristianas, los aragoneses permitieron que el antiguo alcaide moro permaneciera en la tierra que tanto amaba, aunque con dos condiciones: que accediera al bautismo su hija Zoraida y que ambos vivieran extramuros de la villa. Amaba tanto a su pueblo, en el que deseaba seguir viviendo, que el ex-alcaide transigió. Así fue cómo la joven pasó a ser Marieta y el antiguo alcaide acondicionó y se instaló en una cueva cercana.

Vivía el antiguo alcaide de un pequeño huerto, de unas cuantas cabras y del trabajo de la forja y talla de la madera que dominaba a la perfección. Al cabo de dos años, le permitieron los grausinos que entrara en la población, donde no sólo vendía el fruto de su trabajo, sino que enseñaba tales artes a los cristianos. Él era respetado y querido por moros y cristianos y de la muchacha no había zagal grausino que no estuviera enamorado de ella. 

Cuando las campanas de la iglesia tocaban a retiro cada tarde, padre e hija cruzaban la puerta de la muralla y se retiraban a su cueva.

Un invierno extremadamente frío, una intensa nevada y hielos persistentes hicieron intransitable el camino de la cueva al pueblo. Cuando amainó el tiempo y después de tres días de bonanza, los grausinos echaron en falta a padre e hija y decidieron ir a la cueva. Nadie había en ella, así es que recorrieron todos los rincones, hasta que encontraron los cuerpos helados de ambos al pie del torreón de la Peña del Morral, con la mirada puesta en el pueblo y una amplia sonrisa en la cara.

La muerte del antiguo alcaide moro y de su hija Zoraida, Marieta para todos, consternó a los grausinos, que todavía les recuerdan.

[De Fierro, Lucián, «La Coba los Moros», Programa de las Fiestas. Graus, 1985.]


El Llibré de Graus. Disponible para la venta y consulta de ediciones desde 1970. El Llibré es el tradicional libro de las fiestas de Graus, en honor al Santo Cristo y a San Vicente Ferrer, y declaradas de Interés Turístico Nacional en 1973. En estos libros o llibrés se encuentran los respectivos programas de fiestas, escritos en grausino, artículos diversos, relatos cortos, poemas, publicidad, las fotografías de los repatanes, etc.

miércoles, 1 de mayo de 2019

LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO, 1064


2.29. LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO (1064) (SIGLO XI. BARBASTRO)

LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO (1064) (SIGLO XI. BARBASTRO)


Según el famoso historiador árabe Ibn-Hayyan, a mediados de agosto del año 1064 llegó a la ciudad de Córdoba —en el corazón de al-Andalus— la desgraciada noticia de la caída de Barbastro, ciudad que los musulmanes habían creado de la nada, a manos de los cristianos. Como los musulmanes sitiados sufrían una sed tremenda, esta desesperada situación les había obligado a ofrecer su rendición al enemigo, a cambio de que se respetaran sus vidas. Accedió aparentemente el general cristiano, pero, una vez rendida la plaza, ordenó a sus soldados que mataran a los vencidos con sus espadas, violando así su promesa, muriendo cerca de seis mil moros barbastrenses.

río Vero
río Vero

Tras aquella desleal e ignominiosa matanza, aún ordenó el general cristiano a los habitantes moros que abandonaran la alcazaba donde se habían refugiado durante tantos días de asedio. Tan sedientos estaban todos que muchos ancianos y niños acabaron con sus vidas atropellados al correr la multitud en masa hacia las aguas del río Vero, mientras los más hábiles y fuertes se deslizaban por medio de cuerdas desde lo alto de la muralla. Gran número de mujeres musulmanas perecieron también al llegar al río, pues se echaron al agua bebiendo de manera inmoderada. La ciudad barbastrense era un auténtico y dantesco caos, donde imperaba la muerte.
El guerrero vencedor impuso su propia ley y los soldados cristianos recibieron en recompensa las casas y haciendas de los moros vencidos, incluidas las familias que en ellas moraban. Muchos, ávidos de codicia, sometieron a sus miembros a tremendas torturas para tratar de encontrar las preciadas riquezas que creían escondidas, a la vez que violaban a las mujeres e hijas de sus prisioneros, mientras éstos asistían encadenados a tan brutales escenas con lágrimas en los ojos y con los corazones destrozados.
En Córdoba, la triste noticia corrió rauda, abriendo una tremenda herida en el alma colectiva del pueblo andalusí.
[Turk, Afif, El Reino de Zaragoza en el siglo XI de Cristo (V de la Hégira), págs. 90-91.]

Hégira:

  • Emigración o huida de Mahoma de La Meca a Medina, que tuvo lugar en el año 622 y se toma como punto de partida de la cronología musulmana.
    1. 2.
      Era de los musulmanes, que se cuenta a partir de este año.





    https://www.vinasdelvero.es/

    http://www.bebesomontano.com/es/articulos/29/bodegas-vinas-del-vero.html


    jueves, 14 de marzo de 2019

    Libro séptimo

    Libro
    séptimo.

    Capítulo primero. Como el Rey fue a poner cerco
    sobre la ciudad de Mallorca, cuyo asiento y postura se describen.


    Reducida ya la Isla al bando y devoción del Rey, y puesta
    buena guarnición de gente en los puertos de mar, y otros lugares
    necesarios para la defensa y conservación de ella: convirtió luego
    el Rey todo su pensamiento y cuidado en la conquista de la ciudad, en
    la cual se resumían el poder y fuerzas de Retabohihe con todo el
    peso de la guerra. Partió pues de la Real, adonde poco antes hizo
    alto el ejército, y fuese derecho para la ciudad a poner cerco sobre
    ella. Mas para que mejor se entienda el apercibimiento que hizo para
    cercalla,
    será bien hacer una breve descripción de su asiento y postura. Está
    la ciudad, que mira hacia el mediodía, puesta casi medio de la Isla:
    desta manera, que entre los dos ángulos, como dijimos, de la
    Palomera que mira a Septentrión, y el cabo de las Salinas, que mira
    a medio día, se abre en la mitad de la ladera, la tierra, y entra un
    gran seno de mar de XV millas de largo hacia lo mediterráneo de la
    Isla, por entre los dos cabos que llaman de Capblanc, y cabo de
    Calafiguera, que también distan entre si otras XV millas, el uno del
    otro. El cual seno llega hasta batir con la ciudad, y le sirve de
    puerto seguro de todos vientos, sino del Lebeche, que lo descubre del
    todo. Pero defiende de su fuerza e ímpetu con el Muelle grande que
    está hecho a manos y entra DC pasos dentro en la mar: con el cual: y
    el promontorio, o cabo de Portopi que le responde, no muy lejos hacia
    el poniente, se hace muy abrigado puerto contra todos vientos. Y se
    halla que por las muchas cosechas de la Isla, y mercadurías que
    entran y salen de la ciudad, suele siempre haber en él tan grande
    concurso de naves, que cuando solía estar el mar libre de corsarios,
    se veían (vian) en él, de LXXXX a C naves juntas. Es el asiento de
    la ciudad llano, con algún tanto de recuesto hacia la parte de la
    fortaleza, a donde después por mandado del Rey se edificó la
    iglesia mayor, y la casa obispal, con el paseo, o mirador, del cual
    se descubre tan larga y alegre vista por mar y por tierra, que es
    este el mejor asiento de toda la ciudad. Pasa por medio de ella un
    río que se hace del concurso de muchas fuentes que cerca de allí
    nacen, y aunque luego se mete en la mar, todavía aprovecha mucho
    para la salud y limpieza de las casas, llevándose todas las
    inmundicias de ella: pues para lo que toca al sustento de los
    hombres, y regar las huertas, y también para las comodidades del
    puerto, y aguada de las naves, se vale del arroyo que el capitán
    Infantillo quiso cegar (como está dicho) que pasa por la Real, y
    viene a dar en la ciudad. La cual es harto espaciosa dentro de la
    cerca: pues demás de los jardines y huertas que en si contiene, se
    hallan VII mil casas de población en ellas con tan buena traza y
    labor de edificios así grandes como pequeños: que en su tanto se
    puede comparar con cualquier otra de Europa. Y tanto más por estar
    agora por orden y mandado del invictísimo gran Rey Philippo II,
    cercada y fortalecida de inexpugnable muro, y bastiones (
    bestiones)
    hechos a toda prueba de artillería, el cual se abre por diez
    puertas: aunque en tiempo de la conquista no eran más de cinco, con
    sus torres de guarda fortificadas, con mucha munición de gente y
    armas, y tan puesta, como se verá, en defensa.








    Capítulo II.
    Como el Rey puso el cerco sobre la ciudad y de las diversas máquinas
    que se armaron contra ella, y de la diligencia y obediencia de los
    soldados para con un religioso.


    Llegado ya el Rey con todo
    el ejército a un tiro de ballesta de la ciudad enfrente de la puerta
    que llaman Pintada, y extendiéndose a una mano y otra a igual
    distancia de la ciudad, luego se plantaron las tiendas, y se asentó
    el Real, cercado de un bravo palenque con su foso y cestones por
    todas partes fortificado. Y lo primero que se determinó fue hacer
    reseña general de todo el campo, en el cual se hallaron hasta II mil
    caballos y XXX mil infantes. Porque con la gente que de nuevo pasaba
    de los dos reynos a la Isla, se acrecentaba el ejército de cada día,
    demás de los cautivos Cristianos. Lo segundo, que se comenzase a
    batir la ciudad con las máquinas y trabucos, así por mejor abrir el
    camino para los asaltos, como para con el continuo dispararlos, y
    llover noche y día piedras sobre ella, para más inquietar y
    atemorizar su gente. Por esto sacaron de las naves la materia e
    instrumentos para fabricarlas, de nuevo que estaban todas en piezas,
    y con grandísima diligencia y destreza armaron cuatro de ellas: sin
    la quinta que por si armaron los patrones y Pilotos, de las cinco
    naves, que el Conde Berenguer de la Proença había enviado al Rey su
    primo con mucha munición de gente y armas para esta jornada. Ya que
    él no pudo venir a ella en persona por no tener pacífico su estado,
    y temerse de alguna rebelión en volviendo las espaldas: la cual se
    siguió después, como adelante diremos. Estaban surgidas estas naves
    con la mayor parte de la flota en el puerto de Porraças dentro del
    gran seno de mar que, como dijimos, hace entrada hacia la ciudad, a
    la parte de Poniente. Y así con grandes barcos traían todos estos
    instrumentos a Portopi, donde también había algunas naves surgidas,
    para de allí suplir y proveer las necesidades del campo. Fue también
    por los de la guarda del Rey armada la gran machina que ya antes
    llamamos Foneuol, con mayor arte y grandeza que nunca, como se vio
    por los muchos y desmesurados tiros de piedras que noche y día
    echaba en lo alto, por que cayesen dentro en la ciudad, y que ninguno
    se tuviese por seguro dentro de ella, según la casa y techo sobre
    donde caía la piedra la hundía de alto
    abaxo.
    De donde se tiene por muy cierto destas machinas antiguas, haber sido
    tan importantes y de tanta eficacia para derribar muros y casas
    dentro dellos, y también para amedrentar mucho más la gente que no
    menos fortalezas se tomaban con esta artillería hecha de madera y
    tierra, que se toman agora con la vaciada (
    vaziada)
    de metal: puesto que es esta más penetrante, y que como rayo imprime
    en lo más firme y macizo. También Gisberto Barberán capitán de
    las machinas, y un otro armaron otras dos como mantas que en Latín
    llaman testudines, encarándolas para el muro, porque apegadas a él
    podían muy bien agujerearlo. Acabadas estas machinas tuvieron
    grandísimo trabajo y peligro en el moverlas y pasarlas adelante, por
    lo bien que los de la ciudad desde el muro se encaraban con las
    saetas contra los que las movían y andaban en torno. Pero fue tanto
    el valor destos con ir bien adargados y tanto el daño que hacían en
    los del muro los que iban secretos dentro de las máquinas, que los
    asaetaban uno a uno, que poco a poco llegaron a juntarlas con el
    foso. Con esto ganó el ejército todo aquel espacio de tierra que
    dejaban atrás las máquinas: y pasaron adelante las
    trincheras,
    para que más se allegase a la ciudad todo el campo. Así mismo acabó
    su máquina el Conde de Ampurias: pero sobre todas fue la que el Rey
    mandó hacer como suya: la cual porque en grandeza y fortificación
    se aventajaba a todas las demás, la contrapusieron a lo más
    fortificado de la ciudad. Lo que se acabó con ellas, y su continua
    batería fue, que demás de no quedar casa en toda la ciudad que no
    fuese casi desmantelada, ni persona que no temblase de temor por tan
    grandes y tan continuas piedras como sobre ellos caían: pudo el
    ejército más a su salvo hacer espaldas a las máquinas y fortalecer
    mucho más su Real de muy buena estacada de cestones y terraplenes
    (
    terraplanos)
    para estar tan al seguro como dentro de una ciudad murada. Lo que fue
    muy necesario hacer, a causa de que (según el Rey cuenta) quedaron
    algunos soldados de los que se hallaron en la rota del Vizconde, tan
    atemorizados de los Moros, temiéndose de algunas emboscadas de los
    de la ciudad: que las noches secretamente se salían del campo, y
    acobardados se iban a dormir y estar en centinela en los montes más
    enriscados y cercanos. Y aun de los marineros no quedaba hombre que
    por este recelo no se fuese a dormir a las naves que estaban en
    Portopi. Lo cual se remedió luego con el bando que el Rey mandó
    echar contra los tales, castigando muy bien a los que de nuevo se
    salían del campo. Y así fue cosa admirable ver la diligencia y
    competencia con que los soldados se aplicaban al trabajo y
    fortificación del Real, y la afición y asistencia de los señores,
    barones, y capitanes hasta verla acabada: pero sobre todo la continua
    vigilancia y presencia del Rey a cuanto se hacía. Aunque (según él
    mismo refiere) fue muy más ardiente para encender los ánimos de
    todos, la eficacísima exhortación de un religiosísimo y
    elocuentísimo varón llamado fray Miguel, primer lector nombrado en
    la religión y orden de los Predicadores. El cual tomó el hábito en
    Tortosa por manos de santo Domingo: y después fundó el insigne
    monasterio de su orden en la ciudad de Valencia. Este con la virtud y
    predicación de la palabra de Dios, y su gran ejemplo de vida
    aprovechó tanto en esta jornada y conquista, y para con los
    soldados ganó tanta opinión y crédito, que no solo con su
    presencia y autoridad los movía, pero con su superioridad como a
    religiosos los gobernaba y mandaba, porque muchas veces no pudiendo
    los capitanes a voces y amenazas, ni el mismo Rey con su presencia y
    ruegos, moverlos para los asaltos, y otros acometimientos, en
    acudiendo fray Miguel, con su exhortación, sin más réplica los
    incitaba y se disponían para acometer cualquier hecho por arduo y
    muy peligroso que se ofreciese. Para que se entienda claramente, que
    el omnipotente Dios era el que guiaba esta empresa, y que por su
    palabra y ministros se acababa, lo que con humanas fuerzas no podía.






    Capítulo III. De
    la grande batería que se dio a la ciudad con las máquinas, y de las
    minas y contraminas, y escaramuzas y arremetidas que los Moros
    hacían.

    Puestas ya por orden las máquinas y proveídas
    de infinidad de piedras para continuar su ejercicio, començose a
    batir la ciudad con tanta furia y espesura de tiros, que la pusieron
    en toda confusión y temor: porque no había casa, calle, ni plaza
    segura donde no cayesen como lluvia del cielo las piedras que se
    tiraban. Por donde viendo los de la ciudad tan irreparable daño, y
    que venía todo de las máquinas, comenzaron a salir a escaramuzar
    por divertir del combate a los Cristianos, haciendo sus arremetidas,
    aunque en vano, contra las machinas, por haber gran cuerpo de guardia
    puesto en defensa dellas. En este medio viendo el Rey muy puestos los
    Moros en dar contra las machinas, sin que se temiesen de ningún otro
    daño, determinó secretamente hacer una mina que llegase a
    desquiciar los fundamentos de cierta torre, de donde los nuestros
    recibían daño en las baterías. Y vino a que ya la mina por su
    parte y las machina por otra, llegaron muy junto a ella, que estaba
    muy fortificada de gente y armas. Con todo eso llegada la mina,
    comenzose a dar fuego de alquitrán en los fundamentos, y como había
    en ellos mezclada paja con lodo, se apegó de manera que hizo
    sentimiento la torre y mostró que se abría. A la misma sazón otras
    tres torres batidas de las machinas se iban cayendo. Pero lo que
    impedía a los nuestros para no dar luego el asalto con la ocasión
    de las torres
    caydas,
    era el foso ancho y hondo que cercaba el muro, puesto que estaba sin
    agua, y no impedía a las minas. Por donde con la industria de dos
    soldados de Lerida, hinchieron de presto de tierra, leños y
    faxina
    la cava en los puestos más convenientes para dar el asalto enfrente
    de las torres medio caidas, hasta que se igualase con el suelo de
    arriba, y quedase paso hecho para la arremetida. Lo cual visto por
    los de la ciudad, y descubierto el fin a do tiraba, hicieron con
    mucha diligencia sus contra minas al foso hasta llegar a la fajina, a
    la cual pusieron fuego, y se quemara toda, sino que acudieron los
    nuestros, y con el agua del arroyo que venía a la ciudad, y pasaba
    por allí junto, lo apagaron con diligencia y doblaron la fajina con
    grandes piedras y tierra: y con encarar las machinas sus tiros a los
    del muro, porque no impidiesen la obra a los de fuera, y así el foso
    fue cegado, y quedó hecho paso llano para el asalto. De suerte que
    como a los de la ciudad les salía todo al revés, determinaron de
    hacer otras contraminas para llegar a poner fuego por debajo de las
    machinas. Y para que esto lo hiciesen más a su salvo y que no fuesen
    sentidos, disimuladamente hacían sus algaradas contra las mismas
    machinas, peleando tan valerosamente y con tan gran tropel
    de gente de a caballo, que casi las tenían ya rendidas. Pero
    sobrevino de refresco el Rey delante de todos, y pelearon de manera,
    que se cobró lo que se había perdido, y dio tal apretón a los
    Moros, que fueron forzados a retirarse para la ciudad con gran
    pérdida de gente, muriendo los más a la entrada de ella, por la
    espesura de piedras que la machina mayor encarada a la entrada les
    tiraba.












    Capítulo IV. Como
    por las razones que propusieron los suyos al Rey de Mallorca, trató
    de partidos con el Rey.


    Visto por los
    capitanes y principales de la ciudad la ruina manifiesta de las
    torres y muralla, y que estaba toda quebrantada de los continuos
    tiros de las machinas, y en algunas partes agujereada, y que ni por
    las escaramuzas, ni por el continuo tirar de sus
    contramachinas,
    habían perdido los Cristianos palmo de tierra de lo ganado: demás
    que fuera de la ciudad ya no había en toda la Isla cosa que no
    estuviese por ellos: de común voto, se fueron para su Rey, a quien
    el más anciano capitán de todos habló de esta suerte. Justo es,
    Rey y señor nuestro, que sepáis en cuan grande peligro está
    vuestra ciudad y todos nosotros con ella, cuan en víspera de ser
    entrada y destruyda: así por estar casi por tierra la muralla como
    por tener ya cegado el foso, y hecho paso llano para el asalto de los
    enemigos. Los cuales están contra nosotros tan indignados, que si a
    sus manos venimos, no solo no nos tomarán a merced, pero es cierto
    lo llevarán todo a fuego y a sangre, como nos han
    sobre
    ello
    muchas vezes
    amenazado. De los cuales se puede bien creer tienen sobrado poder y
    fuerzas para cumplirlo: pues vemos que de cuantas escaramuzas y
    batallas hemos tenido con ellos, a una que hemos vencido, nos han
    ganado ciento, hasta que como carneros nos han del todo acorralado.
    De manera que ninguna esperanza de reparo nos queda: ni para huir por
    tierra, pues están ya por los enemigos tomados los pasos: ni para
    escapar por mar, pues no hay en toda la Isla puerto que no esté por
    ellos: ni hay para que esperar el socorro de Túnez, pues cuando no
    pudiéramos valer del no vino ni venga agora, sino para dar en mano
    de los Cristianos. Si confiamos en la Isla, demás de no ser ya
    nuestra, y que del todo se ha rendido al enemigo, en cuanto puede le
    sirve contra nosotros. Pues si esperanza alguna tenemos en el capitán
    Infantillo, no vimos ya su cabeza cortada de sus miembros y a
    nuestros pies derribada? Tampoco hay que confiar del Rey enemigo, que
    desistirá de la empresa. Porque siendo mozo y valiente como es, y
    codicioso de gloria, desengañaos señor, que no dejará de acabar lo
    que con tanta prosperidad ha comenzado: y que no parará hasta
    degollarnos a todos, y poner fuego a la ciudad, por vengar los
    principales de su ejército, que murieron a nuestras manos para que
    sojuzgada la ciudad y Isla, se haga señor de todo. Por estas y
    muchas otras causas que callamos, nos parece que conviene, o que
    ofrezcamos al Rey Cristiano nuestros partidos de paz, o que tomemos
    los que nos diere: que sin duda los dará tolerables, por ser hombre
    piadoso y justo, y muy obediente a su ley: la cual manda perdonar a
    los humildes, y no permite sean perseguidos por armas, sino los
    soberbios y rebeldes, y así a cualquier partido que pidamos nos
    acogerá. Lo cual oído por Retabohihe, conoció ser manifiesta
    verdad, lo que por los suyos se le representaba, y respondió que
    estaría a todo lo que los de su consejo sobre esto determinasen.











    Capítulo
    V. De las treguas que pidió Retabohihe para tratar concierto de paz,
    y como fue don Nuño a la ciudad, y de los diversos partidos que le
    ofrecieron.


    Entró Retabohihe en consejo con los suyos y
    con acuerdo de todos determinó de enviar sus embajadores al Rey,
    rogándole que, otorgadas treguas por tres días, le enviase algunas
    personas de confianza con quien seguramente pudiese tratar de
    concierto entre los dos. Con esta embajada fueron algunos principales
    Moros de la ciudad, a los cuales recibió el Rey con mucha
    benignidad, y entendida la embajada, mandó luego otorgar las
    treguas, y que fuese don Nuño con diez de a caballo a la ciudad,
    llevando, consigo un hebreo Zaragozano llamado Bachiel por faraute,
    que
    entendía la lengua arábiga (
    Arauiga).
    Y como entró en la ciudad,
    hallola
    que estaba muy puesta en orden, y a punto de guerra, cada uno con sus
    armas y caballo, y cómo lo mandó Retabohihe, fue don Nuño llevado
    por toda ella, para que viese y
    hiziesse
    relació al Rey, del aparato de guerra, y tan
    luzida
    gente como para su defensa tenía (
    sudefentenia).
    Hecho por don Nuño el paseo, le entraron en el palacio Real, que
    estaba riquísimamente adornado de paños de oro y seda, con muchos
    pajes
    y eunucos (
    eunuchos)
    ataviados de lo mesmo, y el Rey puesto en una
    bellissima
    cuadra echado sobre una cama tendida en tierra, cubierta de raso azul
    sembrado de estrellas de oro, y hecho su acatamiento, don Nuño como
    llamado, esperó que le hablasen primero: y así comenzó la plática
    Retabehihe.
    Mas aunque estuvieron hablando grande rato, o porque disimulase el
    Rey, o por falta del faraute Bachiel que no entendía bien la lengua
    Arauiga de Mallorca, no se pudo collegir ninguna cosa cierta de su
    plática, sino todo oscuro, y dudoso. Desta manera pasaron tantas
    horas, que viendo el Rey lo mucho que don Nuño se detenía, envió
    allá a don Pedro Cornel, a quien entrado en la ciudad vino al
    delante un Gil de
    Alagó
    Aragones
    , el cual en días pasados
    navegando por aquel mar, fue cautivado por los corsarios
    Mallorquines, y presentado a Retabohihe, y por su desgracia había
    renegado la fé de Christo. Este comprendiendo mejor la intención de
    su Rey, claramente dixo a Cornel, lo que en suma significaban las
    palabras de Retabohihe. Que recompensaría al Rey todos los gastos
    por él, y por los grandes, y barones de sus reinos en esta jornada y
    empresa hechos: con tal que el Rey con todo su ejército saliese
    luego de la Isla, y se volviese a Barcelona. Como Cornel (dejando
    allí a don Nuño) volviese al Real con esta respuesta: mandó el Rey
    se le respondiese, que dejase de hablar cosas tan fuera de propósito,
    y con tan vanos, y
    impertinentes
    medios
    excusarse
    de entregarle libremente la ciudad, con su persona: o pensar en como
    se habían de defender de él, él y los suyos: que por eso había
    ganado toda la Isla, y puesto cerco a su ciudad por tierra: para
    cogerla de paso, y llevarse a él y a ella por mar a Barcelona. Dado
    este recaudo por respuesta y última resolución a Retabohihe, como
    descubriese por ella la determinación, y gran valor del Rey, propuso
    en su ánimo de hacer una cosa bien nueva, pensando atraer de esta
    manera al Rey a su propósito. Y fue que el día siguiente salió con
    grande majestad y Corte de la ciudad por la puerta Pintada que estaba
    enfrente de las tiendas del Rey, y a vista de todo el ejército, hizo
    plantar en medio del campo
    una riquísima y muy grande tienda de
    paño de fina grana, con sus entornos y divisas (
    deuisas)
    de oro y plata, y su guarnición y cubierta de brocado tan hermosa y
    bien compuesta, que en verla luego se enamoraron de ella los
    soldados. Entrado pues Retabohihe con ella, mandó llamar a don Nuño
    pa
    tratar de los conciertos de paz: proponiéndolos (
    proponié
    los)
    Retabohihe, harto más
    tolerables
    que los pasados. Los cuales en suma eran, que partiría
    a medias la Isla y ciudad con el Rey. A esto le respondió don Nuño
    muy a la clara, que se engañaba, si pensaba que su Rey, siendo ya
    señor de toda la Isla, se contentaría con la mitad: ni con otro
    cualquier partido, por aventajado que fuese
    sino con el libre y
    total
    entrego
    de la ciudad con cuanto en ella había, a toda merced suya. Porque no
    era más posible quedar Mallorca con dos Reyes, que el mundo con dos
    Soles. Este dicho lo entendió luego muy bien, y sin faraute,
    Retabohihe: y con despedirse ya don Nuño del, rogó con
    importunidad, se detuviese, prometiendo de mover partido con más
    honestas y apacibles condiciones que las que antes había propuesto.
    Como era, que le dejaría libremente la ciudad y la Isla, con las
    circunvecinas, y se iría de todas ellas, solo que el Rey le prestase
    su armada con la cual pudiese seguramente pasar en África con toda
    su casa y familia, y llevar consigo cuantos seguirle quisiesen,
    pagando por cada uno de los que con él fuesen cinco
    besantes
    (que valía cada uno tres
    sueldos Barceloneses) con que la gente
    que quedase en la Isla fuese bien tratada. Con esto concluyó su
    dicho Retabohihe, y porque se acababan aquel día las treguas, se
    entró en la ciudad y despidió a don Nuño.


    Capítulo VI.
    Como don Nuño volvió al Real y hecha relación de los partidos de
    Retabohihe los abonó mucho, y del razonamiento que hizo don Alemany
    contra ellos.

    Vuelto para el Real don Nuño, mandó el Rey
    convocar todo el consejo de guerra con los Prelados y grandes para
    oírle. El cual relató muy por extenso los primeros, segundos y
    últimos partidos, que Retabohihe le había propuesto, y como por
    remate de todos, ofrecía salirse de la ciudad, y Isla, con toda su
    gente, que según era mucha y bien
    lucida,
    sería salud del ejército no venir a manos con ella,
    con que se
    le prestase el armada para pasarse en África, pagando v. besantes
    por cada uno de cuantos consigo llevaría. Y añadió don Nuño, que
    él siempre sería de opinión que pues la Isla y ciudad quedasen
    libres en poder del Rey se escuchase el partido de Retabohihe, y se
    le hiciese puente de plata, con todas las comodidades que pedía:
    solo que saliese de la Isla. Porque si la ciudad se había de tomar
    por fuerza de armas, supiese que había de ser con tan grande estrago
    y pérdida del ejército, y con tanto derramamiento de sangre: cuanto
    de tanta y tan bien armada gente, que había de pelear en defensa de
    sus personas padres mujeres. hijos, secta y patria, se podía
    esperar. Acabada de explicar por don Nuño su embajada y parecer,
    todos fueron de contraria opinión. Y concluyeron a voces, que ningún
    partido de los propuestos se escuchase. Fueron los que mucho más que
    todos contradijeron el partido el Conde Ampurias don Ramón Alamany,
    Ceruellon y Claramunt, Barones principales de Cataluña, cercanos
    parientes del Vizconde muerto, y Moncadas, que aun los lloraban. De
    manera que había sobre ello grandes alborotos y alteraciones por
    todo el campo, quien por vengar los Moncadas, quien por saquear la
    ciudad, abominaba todo género de partido, y con él a don Nuño por
    que lo había propuesto y esforzado. Entre todos don Ramón Alamany
    hombre de gran experiencia y valor pidió silencio, y vuelto al Rey,
    habló por todos desta manera. Difícil es por cierto, y las más
    veces intolerable (señor y Rey nuestro) la compañía de la venganza
    con la benignidad. Porque la venganza parece que lleva consigo las
    veces y voces de la justicia, y la benignidad el oficio de una simple
    y piadosa equidad, que tira a misericordia: de la cual si se usase,
    señaladamente en la guerra que siempre suele emprenderse con fin de
    alguna venganza: sería muy a la clara pervertir su orden, que sigue
    aunque riguroso de justicia. Pues a no seguir esta, la guerra que se
    había de hacer contra los enemigos, se
    conuertira
    contra los propios. Porque a los ejércitos y su gente, moza,
    insolente y pecadora, ninguna cosa le puede ser más perniciosa, que
    pecando, usar con ella de benignidad, y misericordia: antes que por
    pequeño que sea el
    delicto,
    conviene darle su merecida pena, y castigo. Para que cuanto más
    grave fuere la ofensa, tanto mayor y más irremisible sea la
    punición
    que la justicia pide por la recompensa y venganza de ella. Pues como
    señor? Tan ilustre sangre como la del Vizconde de Bearne, y de don
    Guillé su hermano, y de los otros Moncadas que por vos se han
    derramado, que aun hierve y da voces de bajo tierra, no alcanzara la
    justicia que ante vos pide, con venganza de los derramadores de ella?
    No será más justo que la ocasión que se ofrece para bañarnos en
    la sangre de estos perros infieles, que vertiéronla de tan
    principales caballeros la
    emplemos,
    para librarnos de la perpetua obligación que a todos nos quedara
    para haberlos de vengar cuando ya no podremos? Siquiera para que
    viendo todo el mundo lo bien que vengays las muertes de los vuestros,
    obligueys
    a todos para que con más afición empleen sus vidas en vuestro
    servicio? Dad señor lugar a que la justicia haga su oficio, y no
    tengáis lástima de quien a vos y a todos tanto nos ha lastimado: ni
    escucheys
    partido alguno del, que todo será para más burlaros. Creedme
    (
    crehed me),
    que aquel raposo viejo quiere engañar al león Real, y no sabe cómo.
    Que otro
    pensays
    que fabrica Retabohihe pidiendo que pueda irse, y llevar consigo
    cuantos quisiere, si no dexar desierta y robada la ciudad de todo el
    oro y plata con la demás riqueza, para que la
    halleys
    vazia, y defraudeys
    a vuestros soldados
    del premio que esperan de sus trabajos con el saco de ella? A qué
    fin pide le dejen (
    dexé)
    llevar los soldados y gente que quisiere, sino para escoger la más
    lúcida y valiente, porque juntada esta con la de África, a do tira,
    haga un invencible ejército y revuelva sobre la Isla para cobrarla,
    y echaros de toda ella? Cortad, señor, de raíz esta cabeza de la
    Isla, si queréis pacíficamente gozar del cuerpo de ella. Y pues la
    ciudad está batida, y abierta por tantas partes, y dentro tan llena
    de miedo, como de despojos y riquezas, dejadla entrar y dar a saco a
    vuestros soldados. No temáis el peligro dellos, que las han con
    hombres ya rendidos, pues vemos que han desamparado los muros, y
    andan como encorralados para ser víctimas del infierno.


    Capítulo
    VII. Como ningún medio de paz se tomó con Retabohihe, y de lo mucho
    que sintieron esto los Moros, y del juramento que hicieron los
    Cristianos, y cómo fue armado caballero Carroz señor de Rebolledo.


    Oído con muy grande atención y gusto del ejército, el
    razonamiento de don Ramón Alemany: al Rey y a todos pareció muy
    bien lo dicho, sino a don Nuño, que como dijimos, era de contrario
    parecer. Y hecha la determinación de que no se escuchase partido
    alguno, mandó luego el Rey, sin más ceremonia, sino por un trompeta
    notificarla a Retabohihe. Sintieron esto los de la ciudad en tanta
    manera, que como desesperados se conjuraron de nuevo, o para
    defenderse, o para perder la vida ante su ciudad, con el mayor
    estrago y matanza que pudiesen de los Cristianos: y cobraron tan gran
    coraje y fuerzas de la desesperación animándose unos a otros, para
    tener en poco sus vidas solo que apocasen las del ejército
    Cristiano: que no faltaron muchos de los nuestros después de
    entendido esto, que quisieran harto escusar el asalto: y aun algunos
    de los que más resistieron a don Nuño, cuando a punto la concordia
    (según que estando para dar el asalto se entendió) se
    arrepintieron, y con harto temor se dolieron porque fueron de
    contrario parecer. Pero si mucho creció el ánimo a los Moros, por
    la desesperación, mucho más se aumentó el de los Cristianos con la
    buena esperanza de la victoria, y saco de la ciudad, señaladamente
    en la persona Real, cuyo fin era echar la mala secta de Mahoma de la
    Isla para introducir la religión Cristiana: que por sola esta buena
    intención tenía gran certidumbre de la victoria. Continuando pues
    el cerco, y puestas las machinas y trabucos a punto, todos se
    prepararon para el asalto. Y para que con mayor ánimo y porfía se
    continuase la batería, pareció a los Prelados y principales del
    ejército, que congregados todos hiciesen voto con juramento, que
    durante el asalto, ninguno volvería las espaldas, ni el pie atrás,
    ni perdería un punto del lugar que una vez tuviese ganado: sino
    fuese por hallarse herido de muerte, quien lo contrario hiciese,
    fuese habido por traidor y rebelde. Fue cosa rara y de admirable
    magnanimidad, la del Rey, que fue el primero que alargó la mano para
    jurar lo dicho sobre los Evangelios: pero ni los Prelados, ni los
    demás se lo consintieron. Esto se hizo en el día y fiesta solemne
    de la natividad del Señor, que celebró el Rey con todo el ejército
    muy devotamente. Y en el mismo día un caballero de sangre nobilísima
    llamado Carroz (según lo refiere Asclot) descendiente de los grandes
    de Alemaña, que seguía al Rey en la guerra a su propia costa, fue
    armado caballero por el Rey públicamente, y con muy grande
    solemnidad: al cual por los grandes servicios que al Rey hizo en esta
    guerra, y en la de Valencia, que se siguió, llegó a ser Almirante
    de Mallorca, y en el Reyno de Valencia fue señor de Rebolledo, que
    entonces era villa, y fue fundador de otro pueblo llamado la font den
    Carroz. Cuyos hijos y descendientes que siguieron la guerra deste Rey
    y sus sucesores los Reyes de Aragón, alcanzaron destos muchas
    mercedes en Cataluña, Valencia, y Cerdeña.





    Capítulo VIII. Como los de la ciudad determinaron morir antes que
    darse, y de la diligencia que el Rey hacía en guardar el Real, y las
    causas por que no se dio de noche el asalto.






    Habiendo ya el Rey
    cerrado la puerta a los conciertos que se habían movido, y desechado
    todo género de partido, quedó determinado por todos de dar el
    asalto. Lo cual entendido por la gente de la ciudad, vista su
    perdición al ojo, comenzó de tal manera a obstinarse y embravecerse
    contra los Cristianos, que nunca se vieron ciudadanos más aparejados
    para morir por su patria que estos: confiando mucho en la gente de la
    Isla, que se había recogido por los montes y cuevas, de los que no
    habían querido entregarse al Rey, y eran tantos que casi podían
    hacer ejército por si. Y así creían que en comenzar los Cristianos
    a dar el asalto, bajarían los de la montaña a dar sobre ellos, y
    que los de la ciudad y ellos los tomarían en medio, y los hundirían.
    De donde vino que discurriendo por lo mesmo los nuestros comenzaron a
    temer, y a no tener en poco, como antes, tantos enemigos, como tenían
    delante y a las espaldas, recelando de ser acometidos por ambas
    partes. Considerado todo esto por el Rey, procuró con mayor
    curiosidad de allí a delante reconocer el Real, y poner mucha gente
    de los más fieles y escogidos en guarda del: para lo qual mandó
    estuviesen a punto tres bandas de caballos, de a ciento cada una, que
    anduviesen rondando el Real toda la noche con sus fuegos y estruendo
    de
    atambores,
    puesta la una en defensa de las machinas y artillería: la segunda
    enfrente de la puerta de Barbolet, que está al pie de la fortaleza:
    la tercera a la puerta de Portopi (porque ya no se mandaba la ciudad
    por otras puertas) para entretener el primer ímpetu de los Moros, si
    saliesen, hasta que el campo acudiese, pues para los de las montañas,
    ya tenía puestas sus centinelas y cuerpos de guarda. Mas como fuese
    en lo recio del invierno, y aquel año más frío que otro, no
    pudiendo los de a caballo sufrir el excesivo frío toda la noche,
    dejando uno o dos en el puesto, para que avisasen del rebato, los
    demás secretamente se acogían a sus tiendas. Como el Rey entendió
    esto, lo sintió mucho, y no fiando más dellos, encomendó la
    centinela y guarda a los Almugauares de su guarda Real, que eran
    valientes y fidelísimos, y muy hechos a sufrir calor y frío, como
    adelante diremos. En lo cual estuvo el Rey tan puesto y tan solícito,
    que en los cinco días que señalaron para preparar el asalto, apenas
    le vieron dormir, ni comer, sino muy
    de
    priessa
    , y mucho más porque por el
    mesmo tiempo fue tanta la necesidad y falta que hubo de dinero, que
    le fue necesario, para dar algunas pagas a los soldados, valerse de
    LX mil besantes, que apenas son diez mil ducados de Barcelona, de los
    mercaderes que habían acudido de Cataluña con gran suma de dinero
    para hallarse en el saco de la ciudad, y comprar la presa y despojos
    de los soldados, a ciento por uno, como entonces se usaba.
    Finalmente, en la siguiente noche que fue a los XXX de
    Deziembre,
    mandó el Rey hacer un pregón por todo el campo, que por la mañana,
    oída misa, y recibido devotamente el Santísimo cuerpo de Iesu
    Christo, casa uno estuviese armado y puesto en orden en su lugar,
    para dar el asalto. Pues como viniese la mañana y hubiesen
    comulgado, y después diesen sustento a sus personas, que con el
    deseo de entrar en la ciudad fue todo hecho en un punto, aguardando
    ya la señal para arremeter, don Lope Ximen de Huesca, caballero
    Aragonés y capitán de



    la guarda, vino al
    Rey, y le dixo como él había enviado secretamente a la ciudad dos
    escuderos suyos a saber lo que en ella pasaba, y le referían, que de
    noche había poca gente de guarda por toda ella, y que en todo aquel
    lienzo de muralla de la quinta torre hasta la sexta, a la siniestra
    de la fortaleza, ninguna gente de guardia había. Y más que por las
    plazas y calles todo estaba lleno de cuerpos muertos, y la ciudad
    aunque con mucha gente, pero muy acobardada, que solo las casas
    estaban proveídas de canteras y otras armas defensivas, que por todo
    ello sería mejor asaltarla de noche. Holgó el Rey de entender esto:
    pero considerando prudentísimamente en lo que más convenía a la
    honra y salud del ejército, no determinó de aventurar de noche una
    tan importante empresa. Diciendo que la condición y uso del soldado
    en la guerra, era semejante al del león, que cuando piensa que nadie
    le ve, y siente que los cazadores le buscan, huye a toda furia, y en
    esto no hay más cobarde animal que él: por lo contrario si se sale
    al delante alguno, o muchos, se para y hace rostro a todos, y puesto
    en la pelea es un león. Así
    acahesce
    al soldado, por valiente que sea, peleando de noche: que como no ve
    delante de si al capitán que alabe sus hechos, ni otros soldados a
    quien imite, ni a sus mayores a quien tenga respeto, ni finalmente
    vea a quien le descubra: teme con la oscuridad mucho más, y lo que
    hace es huir cuanto puede del peligro, y anteponiendo sus salud y
    vida a toda honra y juramento hecho, hiere más presto la sombra que
    al enemigo. Y así fue de parecer, y en esto vinieron todos, que
    pasada aquella noche en centinela, luego por la mañana se diese el
    asalto: como se hizo así, y fue el postrero de Deziembre del año de
    la Natividad del Señor MCCXXX.





    Capítulo
    IX. Del razonamiento que el Rey hizo a los soldados antes del
    asfalto, y como se entró en la ciudad con grande estrago de ambas
    partes, y que se vio pelear un caballero extraño y se creyó ser S.
    Iorge.

    Venida la mañana, mandó el Rey que dos ba*das de
    caballos quedaran por guarda del Real por si los Moros de la montaña
    hiciesen algunas correrías contra él, y tomando cada uno su
    refresco, todos volvieron a su puesto, con el mismo orden que el de
    antes para dar el asalto. Con esto se subió el Rey en un lugar algo
    eminente sobre el ejército, de donde vio y entendió cuan ganosos
    estaban todos para dar el asalto: y los caballeros, Barones, y
    grandes, para vengar a los muertos sus deudos. Pero antes de dar la
    señal que todos aguardaban para arremeter, les habló desta manera.
    Valerosos capitanes y soldados míos, aunque conozco muy bien, que
    según los trabajos que conmigo habéis padecido, y las victorias que
    por mano vuestra he alcanzado, si os diese todos mis Reynos, no
    bastaría con ellos a igualar lo mucho que me tenéis obligado, ni
    con lo mucho más que deseo hacer por vosotros: todavía, porque no
    parezca que con sola buena voluntad y palabras os quiero pagar lo que
    debo: veis aquí que os ofrezco a la vista una de las más ricas y
    principales ciudades de cuantas yo poseo: así para que hartéis
    vuestros ánimos con la venganza de vuestros parientes y amigos que
    perdistes, lo que tanto y con razón deseáis, como por el saco que
    haréis, y riquezas que cogeréis en ella, para que os volváis
    prósperos y triunfantes a gozar entre los vuestros. Por donde pasad
    adelante, y con tan buen ánimo y generoso esfuerzo como habéis
    siempre acostumbrado, emplead vuestro valor en este asalto: pues
    demás que tendréis (
    terneys)
    al omnipotente Dios nuestro (de cuyos enemigos tomáis hoy venganza)
    muy de vuestra parte: y lo mucho que a mí me obligaréis por la
    victoria que de ellos espero haber por vuestra mano, también para
    vosotros no solo quedará fama perpetua en la tierra, pero confiad
    muy de veras que en el cielo hallaréis inmortal gloria aparejada.
    Diciendo esto, y dando dos veces con su estoque la señal, a la
    tercera arremetieron todos a una, la gente de a pie primero,
    siguiendo la de a caballo, por las partes que ya de antes estaba
    batido el muro y el foso cegado, y se entraron por el sin hallar
    resistencia, porque ninguno osó quedar en la defensa del muro:
    confiando que con la preparación que había por las calles de
    cadenas y palenques, y dentro y en lo alto de las casas de canteras y
    fuegos artificiales, así hombres como mujeres se defenderían mucho
    mejor. Mas los nuestros divididos por las calles de quinientos en
    quinientos iban poco a poco ganando la tierra con sus
    empavesadas
    sobre las cabezas. Y porque la estrechura de las calles era grande y
    la lluvia de piedras de los tejados muy espesa, se redujeron
    (
    reduzieron)
    a pelear de treinta en treinta y con todo eso la resistencia era
    mucha, y la batalla de ambas partes muy sangrienta, y la victoria
    dudosa: hasta que atravesando los de a caballo por las calles, y
    tomando a los enemigos las espaldas, los atropellaban y hacían meter
    por las casas, y desta manera comenzaron a ganarles las plazas y
    calles, y llevarlos de vencida. Fue fama cierta y confirmada, así
    por el dicho de los Moros, como de los Cristianos, que fue visto en
    esta jornada entre los de a caballo, un caballero armado de armas muy
    resplandecientes, sobre un caballo blanco, de cuya vista y fervor en
    el pelear, los Moros quedaron tan espantados y amedrentados que huían
    de él a toda furia y daban como ciegos y turbados en manos de los
    Cristianos que los hacían pedazos. Creyeron todos (según el Rey
    dice en su historia) que sin duda era aquel caballero el glorioso
    mártir sant Iorge, que como a defensor y patrón antiguo de los
    Reynos y corona de Aragón, apareció aquel día favorable a sus
    soldados Cristianos, contra los infieles moros. Señaladamente para
    los que llevaban su
    deuisa,
    que era una cruz llana colorada. Porque en esta figura de hombre
    darmas, el
    santo apareció no solo en esta batalla, pero en otras como adelante
    mostraremos.


    Capítulo X. Que los Moros de vencidos se
    huyeron a la montaña, y saquearon la ciudad los Cristianos, y como
    fue Retabohihe preso por mano del Rey.

    Ganaba pues de cada
    hora el ejército Cristiano a los Moros las calles y plazas de la
    ciudad, aunque a muy gran costa suya, porque cuanto más ellos se
    encerraban por las casas para mejor defenderse del ímpetu de la
    caballería, tanto mayor guerra hacían, cerrando sus puertas y
    echando por las ventanas y tejados infinidad de piedras, canteras,
    leños, hasta tejas, con muchas saetas de fuego de alquitrán y
    calderas de aceite hirviendo, con las demás armas que su furor con
    la rabia y desesperación les traía a las manos: y con el ayuda de
    las mujeres que hacían en este género de pelea, tanto como los
    hombres. Todo esto pasaban los Cristianos con muy gran peligro y
    pérdida suya, rompiendo puertas y entrando por las casas a robar y
    degollar cuantos encontraban. De manera que los Moros dejaban ya las
    casas, y se salían a las plazas, para hechos un cuerpo mejor
    defenderse. Lo cual era mejor para los Cristianos, que peleaban más
    al seguro que por las calles. Puesto que lo que más entretenía a
    los Moros, no era tanto la muchedumbre dellos, cuanto la vida y
    presencia de Retabohihe su Rey, porque el mismo en persona andaba
    entre los suyos armado sobre un caballo blanco, de los primeros, que
    los animaba, y en tanta manera les movía su presencia que claramente
    decían querer más presto morir ante su Rey, que vivir después de
    él muerto, o vencido. Y así como abejas se amontonaban delante de
    él, y de tal suerte le defendían puestos en el escuadrón, que los
    nuestros no podían llegar a él. En este medio después de haberse
    metido toda la caballería dentro de la ciudad, y tomado todos los
    pasos, comenzando los nuestros a apellidar victoria victoria, luego
    les faltó el ánimo a los Moros y se pusieron en huida con sus hijos
    y mujeres por las puertas de Barbolet, Portopí, sin que los nuestros
    que estaban ya todos en la ciudad, se lo estorbasen, y también por
    ser tanta la gente que huyó, que se halla (según la historia dice)
    que fueron de XXX mil arriba los que entre hombres y mujeres se
    acogieron a la montaña. A los cuales ninguno de los nuestros quiso
    seguir, tan metidos andaban en el saco y despojo de la ciudad. Y así
    fue causa la codicia de los soldados de la cruel y larga guerra que
    después hubo con los de la montaña, por no haberlos seguido y
    deshecho antes que se rehiciesen. Procuraron los Moros al tiempo que
    huyeron, llevar consigo a su Rey, pero no quiso ir, ni desamparar la
    ciudad, antes se recogió en un palacio viejo con solos tres o cuatro
    de sus íntimos privados. A esta sazón entró el Rey en la ciudad,
    porque le fue necesario quedar antes fuera, por defender el Real de
    los de la montaña, y también para hacer rostro a los que huyeron de
    la ciudad, no saqueasen al Real de paso. Entrando el Rey en la ciudad
    con su guarda de a caballo, a la cual permitió ir a saquear con la
    otra gente, y él se fue con pocos para la fortaleza pensando hallar
    allí a Retabohihe, porque entendió de algunos capitanes como se
    había quedado en la ciudad. Y llegando a la fortaleza, halló que se
    habían hecho en ella fuertes algunos principales de la tierra. Estos
    viendo al Rey y conociéndole luego se ofrecieron de rendírsele a
    toda misericordia con la fortaleza, solo que dejase algunos de su
    gente a la puerta de ella para que los defendiese de los soldados que
    saqueaban la tierra. Como el Rey entendió que Retabohihe no estaba
    allí dejoles un capitán con algunos soldados en guarda dellos, y de
    la fortaleza, y llevando consigo a don Nuño, entendió en buscar a
    Retabohihe, al cual halló luego en aquel palacio viejo, que dijimos:
    y por las armas resplandecientes y su buena disposición
    conociéndole, arremetió para él, y le tomó de la barba, según
    que mucho antes lo había jurado, y le dijo. No temas, que pues eres
    mi prisionero, vivirás: y entregándole a su gente de guarda que ya
    era vuelta a él, volvió a la fortaleza, la cual luego se le
    entregó: a donde halló al hijo único de Retabohihe de edad XIII
    años, el cual después fue bautizado y tomó nombre don Iayme, y
    cuando el Rey fue a Aragón le llevó consigo en triunfo, y le hizo,
    como se dirá, largas mercedes. Puesto que de Retabohihe, su padre,
    ni en la historia del Rey, ni en otras se hace de él más mención,
    como no se halle que el Rey lo trajese a España, ni en triunfo ni
    fuera de él. Se tiene por más cierto que le dejó encarcelado en
    Mallorca, a donde de tristeza y pensamiento murió luego. Finalmente
    fue tanta la matanza y estrago que se hizo en los moros de la ciudad,
    que sin los que huyeron, se tuvo por cierto murieron a cuchillo
    (
    guchillo)
    hasta X mil de ellos, y no fue tan a salvo de los nuestros que no
    muriesen también muchos. Y porque se engendraba muy gran corrupción
    y hedor intolerable de los cuerpos muertos por toda la ciudad, mandó
    el Rey hacer muchas hogueras para quemar los Moros muertos, y hacer
    muy grandes hoyos para enterrar los Cristianos en lugares que después
    fueron consagrados para cementerios. Desta manera fue toda la Isla de
    Mallorca conquistada por el gloriosísimo Rey don Iayme, y entrada la
    ciudad en el último del mes de Deziembre del año MCCXXX.











    Capítulo XI. Como por la
    codicia de los soldados en saquear la ciudad no se prosiguió la
    victoria contra los Moros, y de la repartición que se hizo de la
    presa conforme a las capitulaciones.

    Tomada la ciudad, y dada
    a saco a los soldados fue tanta la codicia dellos en coger la presa,
    que hasta pasados tres días no pudo el Rey hacerlos retirar a sus
    banderas. Puesto que por manifiesta providencia de Dios el saco se
    hizo con harto menos ofensa suya, por haberse huído juntamente con
    los hombres las mujeres y niños a la montaña. Porque si en los
    soldados, con la cólera del robar, se juntara el ardor de la
    concupiscencia, no hubiera leones tan fieros, ni más desconocidos
    (como suele) entre si que ellos, y así con no hallarse mujeres, fue
    más pacífico el saco y menos sanguinolento, para que las
    particiones de los despojos después se hiciesen con menos ruido. La
    suma del oro y plata labrada, que se halló, la infinidad de vasos,
    armas, caballos con sus arreos, todo género de jumentos, ganados
    mayores y menores, no tuvo comparación. Demás desto las joyas,
    piedras preciosas, sedas, con otros mil aderezos de palacio, que se
    hallaron en la recámara del Rey y en las mezquitas, con lo cual se
    tuvo gran cuenta porque viniese a manos del Rey, fue cosa
    innumerable, y de increíble estima. Luego el Rey, por cumplir los
    conciertos y capitulaciones que en Barcelona se habían jurado,
    entendió en mandar que de toda la presa, excepto el oro, plata y
    piedras preciosas (cosas que fácilmente se podían esconder, y
    negar, y que no era muy seguro el sacarlas por fuerza del seno de los
    soldados) de todo lo demás se hiciese un montón, y pública
    almoneda. A la cual acudieron muchos mercaderes que aposta vinieron
    de muchas partes, por no perder tan buen barato, y con gran suma de
    dinero rescataron toda la presa. Aunque por venderse en común fue
    más cara de lo que pensaban. Y luego se entendió en hacer la
    división por los capitanes, Barones, y grandes, según los servicios
    y gastos de cada uno hechos en esta guerra, y para los soldados que
    solo un tanto viniese a cada uno. Y porque se repartiese con más
    fidelidad y menos queja de todos, fue el cargo de esto encomendado a
    los jueces nombrados en esta capitulación, los Obispos de Barcelona,
    y Lerida, don Nuño, el Conde de Ampurias, don Ramón Alemany, y
    Berenguer de Ager. Con los cuales don Ximen Vrrea, y don Pedro Cornel
    Aragoneses, en lugar del Vizconde de Bearne y los que murieron,
    fueron nombrados para el repartimiento. Puesto que (como suele
    acaecer en las particiones que casi ninguno queda contento) se
    levantó un súbito motín entre los soldados contra los
    repartidores, y fueron saqueadas algunas casas suyas. Mas luego
    acudió el Rey, y con echar mano de los amotinadores, y castigar
    algunos de ellos se quietó el alboroto y motín. Quiso el Rey que en
    esta división se tuviese gran cuenta con fray Bernaldo Champany
    Comendador de Miravete, y vicario del maestre del Temple en los
    reynos de la corona, por los muchos gastos que en esta guerra
    hicieron él, y los comendadores de su orden, y por eso les dio
    campos, caserías y tierras para fundar un templo junto a la ciudad,
    y dotarlo de tanta renta que pudiesen mantener XXXX caballeros de su
    orden en la isla. Con estas tan justas y bien reguladas
    reparticiones, y otras muchas liberalidades que el Rey hacía con los
    que bien le servían en la guerra, ganaba de cada día mucha
    autoridad para con la gente, y con gran renombre de franco y liberal,
    atraía a si los ánimos y afición de todos, para que en paz y en
    guerra le siguiesen y sirviesen fidelísimamente.


    Capítulo XII. De las
    reparticiones que el Rey hizo de las casas y campos de la ciudad
    entre los soldados, capitanes y oficiales del ejército.






    Demás de los
    repartimientos que se hicieron entre los del ejército de la presa y
    despojos que se cogieron dentro de la ciudad, conforme a lo arriba
    dicho, hizo el Rey otro repartimiento de las casas y habitaciones de
    ella, a efecto que se poblase luego de Cristianos, y se echasen a
    fuera los Moros con su secta. Lo que vino bien para los soldados
    viejos y cansados de seguir la guerra, los cuales por sus antiguos
    servicios que habían hecho al Rey en todas las jornadas pasadas, le
    pidieron por premio los dejase habitar en aquella ciudad, por ser tan
    buen pueblo, y el aire tan templado para pasar su vida, y estar
    siempre en defensa de la tierra. De lo cual fue el Rey muy contento,
    y aun les proveyó de lo que más importaba para más presto poblar
    la ciudad: y fue de mujeres, de las cautivas Cristianas que se
    hallaron en la ciudad, y aunque habían renegado, no quisieron huir
    con los Moros a la montaña, sino que se convirtieron a la fé, y las
    recibió y dio por mujeres a los soldados, que las tomaron de buena
    gana. Y así gozando de los privilegios e inmunidades que el Rey les
    concedió, con algunos gajes para mejor vivir y estar en defensa de
    la tierra, se dieron a edificar a gran prisa,y como hombres prácticos
    que habían ido por el mundo hicieron nuevas trazas de edificios muy
    bien labrados, y con ellos ennoblecieron mucho y ensancharon la
    ciudad, deshaciendo la mala hechura de casas que tenía antes. Assi
    mesmo, para los capitanes, y demás oficiales del ejército también
    hizo repartición de los campos y predios del territorio de la
    ciudad. Así que sobre esto hubo recias alteraciones, y muy grande
    importunidad en el demandar, tanto que según las muchas jugadas y
    cahizadas (
    cahiçadas)
    de tierra que cada uno pedía, conforme al tiempo y servicios que
    pretendía haber hecho, no llegaban con mucho los campos con la
    demanda de ellos. Y se entiende, por lo que después el Rey reveló a
    los que hicieron semejante repartición que esta, en la conquista de
    Valencia (como lo veremos en el libro XII) fue aconsejado, que como a
    nuevo señor y conquistador de la Isla, hiciese nueva ley, y redujese
    las jugadas a la mitad, haciendo de una dos, y así hecho desta
    manera sobró para todos quedando por esto obligados a la defensa de
    la Isla. También se hizo otra repartición de villas y castillos
    para los principales señores que siguieron al Rey, de la cual se
    hablará más adelante.











    Capítulo XIII. De la gran peste que en la ciudad y Isla hubo donde
    murieron los principales del ejército y fue necesario enviar a hacer
    gente en Aragón.






    En este medio don
    Nuño, por mandado del Rey por asegurar la costa de la Isla, y
    descubrir si quedaban algunos enemigos de quien defenderse fuera de
    ella, por lo que a los principios amenazaron los Moros al campo del
    Rey con la venida del de Túnez en socorro dellos, entendió en
    juntar dos galeras bien armadas, y con gente escogida, a efecto de ir
    a correr la costa de Berbería, por ver si algunos Reyes de África
    se aparejaban con gente y armada para venir sobre Mallorca. Pero le
    fue forzado dejar la empresa, por causa de la grandísima peste que
    se había encendido en la ciudad, y de allí por toda la Isla, a
    causa de haberse inficionado el aire por tantos cuerpos muertos como
    por la ciudad y toda la Isla habían quedado sin sepultura, y aunque
    por la Isla fue grande, se engendró mayor en la ciudad: donde no
    solo fue infinita la gente plebeya que murió de ella, pero aun en
    los principales capitanes del ejército, y del consejo real hizo
    cruelísimo estrago. Porque entre otros dentro de un mes murieron los
    capitanes Claramunt, don Ramon Alamany, Perez Mirtaz Aragonés
    nobilísimo, Cerbellón, y el buen Conde de Ampurias con grandísimo
    dolor y sentimiento del Rey, y de todo el ejército. Pues ningunos
    más que estos,y los que murieron antes en la batalla, que fueron el
    Vizconde de Bearne y don Guillé su hermano, con los de su linaje de
    Moncada, ayudaron al Rey en esta jornada. Porque no solo con gente y
    armas y sus personas, pero aun con su consejo y fidelidad fueron muy
    gran parte para el buen éxito (
    successo)
    desta conquista. Por cuyas muertes y falta de tantos capitanes y
    soldados, quedó el Rey tan solo, y tan huérfano el ejército, que
    así por esto, como por hacer guerra a los Moros que se habían
    retirado a las montañas, y hecho allí fuertes, mandó a don Pedro
    Cornel capitán de la caballería que tomando del tesoro del Rey suma
    de cien mil sueldos pasase a Aragón para hacer una compañía de CL
    hombres de armas, y que con ellos volviese luego a la Isla, también
    con alguna gente de Infantería. Y que entre otros trajese a don Atho
    de Foces, su antiguo mayordomo mayor, y a don Rodrigo Lizana, para
    que viniesen con fin de asistir allí por todo el tiempo que durase
    la guerra, pues gozaban de las caballerías de honor y gajes reales:
    y era necesario y muy
    concedente,
    que el Rey acrecentando de reynos, aumentase la guarda de su persona,
    y doblase el ejército. Lo cual hizo Cornel con mucha presteza:
    porque demás de los caballeros ya dichos, pasaron muchos otros con
    él a servir al Rey, por la gran fama que de sus hazañas se
    derramaba por todas partes. Con esto se rehizo el ejército de la
    gran pérdida que se siguió por la pestilencia, y por los muchos que
    hallándose ricos del saco, se habían ido a sus tierras, y con
    achaque de la peste salido de la Isla.











    Capítulo
    XIV. De la nueva guerra que se ofreció al Rey con los Moros que se
    habían hecho fuertes por la Isla: y de las mercedes que hizo a los
    caballeros del
    Ospital.







    Luego que Cornel
    volvió de Aragón con la gente de a caballo, y los demás allegados,
    reforzado el ejército, y aplacada la peste, el Rey movió guerra
    contra los Moros que huyeron de la ciudad, y se recogieron en las
    montañas, y otros lugares en lo llano de la Isla, señaladamente en
    las villas de Sollar, Almaruich, y Bayalbufar, de donde hacían
    muchas correrías, y cabalgadas contra los Cristianos, en sus campos
    y heredades, hasta llegar a las puertas de la ciudad, y cerrar el
    paso y contratación que había de ella con la ciudad de Pollença.
    La cual aunque por entonces era de muy gran trato a causa del puerto,
    de presente está muy perdida y despoblada, por estar ya todo el
    trato de la Isla resumido en la ciudad principal. Por esto partió el
    Rey con el ejército para la val de Buñola a la montaña, donde se
    habían hecho fuertes muchos dellos, y como yendo ya de camino
    entendiese que se habían descubierto ciertos escuadrones de los
    mismos a lo llano, dejó la villa de Buñola, a la mano izquierda, y
    del castillo de Alarò, que (según fama) es de las más
    inexpugnables fortalezas del mundo, por ser naturalmente fortificada:
    de la cual brevemente relataremos las causas de su inexpugnabilidad.
    Porque está hecha una muela de monte altísimo, alrededor todo
    peñatajada: y su cumbre tan espaciosa y llana que se podría un
    ejército formado recoger en ella. Demás que su entrada y subida
    viene a ser tan inhiesta, tan áspera y estrecha, que bastan diez
    hombres a defenderla de 50 mil. Y así fue maravilla de Dios que los
    Moros como se fueron a guarecer en las cuevas, no se recogieron a
    esta fortaleza porque sola la hambre, y no otro fuera bastante a
    rendirla. Tomó pues por la falda de la montaña, y mandó al
    ejército que se detuviese en cierto puesto hasta que él descubriese
    la campaña. Como para esto se subiese a un pequeño monte, el
    ejército no curó de parar en el puesto donde el Rey le ordenó,
    sino irse derecho a una aldea llamada Inca, que agora es una
    principal villa. El Rey que los vio ir desmandados, dejando a don
    Guillen de Moncada hijo de don Ramón (este fue después, como lo
    dice la historia, señor de la villa de Fraga en los confines de
    Aragón y Cataluña) con la retaguardia que le seguía, puso piernas
    al caballo, y con algunos caballeros, pasó de la otra parte del
    monte, dándose prisa por alcanzar el ejército y detenerle, teniendo
    los enemigos a la vista. Mas como el ejército hubiese ya pasado muy
    adelante, y llegado al valle cerca del pueblo para donde marchaba sin
    ninguna orden, no fue a tiempo de tenerle. Por donde los Moros viendo
    de lo alto del monte que los escuadrones de los Cristianos se
    dividían, y que iban desordenados DC de ellos, por no perder tan
    buena ocasión, arremetieron la retaguarda: pero hallándola muy
    apercibida y en defensa, quedaron burlados, y fueron forzados a huir
    por el monte arriba. Entonces el Rey tomó consejo con don Guillén,
    y don Nuño y Cornel, a los cuales pareció que no era bien que su
    Real persona anduviese por lugar tan desierto, y propincuo a los
    enemigos que eran de III mil arriba: y que pues la provisión y
    bagaje del campo estaba ya en Inca, a donde había hecho alto el
    ejército, se debía juntar con él. Con esto pasó casi por medio de
    los enemigos, hacia el pueblo, con solos XXXX de a caballo, tan en
    orden y bien puestos, que no les osaron acometer los Moros. Lo que
    fue por todos más atribuido a temeridad que a valentía: osar tan
    pocos pasar por medio de tantos enemigos. Y aun con todo esto, visto
    el poco ánimo dellos y falta de armas que tenían, no dejara el Rey
    de acometerlos, si los hallase en campaña rasa, fuera de aquellos
    riscos y aspereza de monte adonde se habían recogido, y estaban tan
    fuertes, que era necesario armar nuevos ingenios y artes para
    tomarlos. Llegado a Inca reprendió mucho a los capitanes por el poco
    miramiento, y respeto que a su persona se tuvo. Porque dándoles
    voces para que hiciesen algo, no curaron de él, sino de pasar
    adelante. Mandó pues a todos volviesen a la ciudad con las tiendas y
    vituallas del campo. En este tiempo Vgo Folcalquier maestre del
    ospital en
    Aragón, aportó en Mallorca en una galera con XV caballeros de su
    orden, al cual recibió el Rey con mucho amor, tratando con tanta
    honra a él y a los de su orden, que habiéndose ya hecho la división
    y partición del territorio y campos de la Isla con los del ejército,
    y no quedando nada por repartir: todavía les sacó porción
    (
    portion)
    para XXX caballeros del Ospital, sin tocar en las porciones
    (
    portiones)
    ya dadas y repartidas de la misma manera que poco antes les había
    cabido a los caballeros del Temple. Lo cual le tuvieron a muy sobrada
    y excesiva merced, porque habiendo sido los postreros que llegaron a
    la conquista, y que no se hallaron en la presa de la ciudad, fuesen
    iguales en el premio con los del Temple. También les hizo merced de
    las atarazanas viejas (
    del
    ataraçanal
    viejo) del
    puerto de la ciudad, para que aquí edificasen iglesia, y casa.




    Capítulo XV. De la
    extraña guerra que el Rey tuvo con los Moros en los montes, y
    trabajos que padeció en sacarlos de las cuevas, y de la gran
    fertilidad de las montañas de la Isla.

    Era muy grande la
    pena y afán que el Rey sentía viéndose ya pacífico señor de la
    ciudad, y de toda la costa, con lo llano de la Isla, quedarle por
    acabar la guerra de las montañas, la cual le impedía el paso y
    vuelta para tierra firme, habiendo tanta necesidad de su presencia en
    los reynos de Aragón y Cataluña, para atender a negocios muy
    graves, que sin su persona y decreto, no se podían resolver, y la
    dilación los gastaba más de cada día. De suerte que no tanto se
    holgaba por los enemigos que había vencido, cuanto se dolía y
    afligía por los que le quedaban por vencer. Con esto no sufriendo
    más dilación, juntando el ejército, y hecho general del a don
    Nuño, con el Obispo de Barcelona, don Ximen de Vrrea, y el Maestre
    del ospital, volvieron al mismo pueblo de Inca: a donde, y por sus
    contornos hacia la montaña, se entretenían los Moros. De allí
    subiendo a un collado muy alto llamado Artana, entendieron por
    las
    espías, que los Moros se habían metido en unas cuevas muy profundas
    que estaban en los más altos montes de la Isla no muy lejos de allí:
    señaladamente en una, cuya subida hacia la boca de ella, era de las
    ásperas y enriscadas del mundo, y dentro profundísima y anchísima,
    con muchas cavernas, o bóvedas, de manera que podían de allí los
    cercados fácilmente defenderse de cualquier acometimientos y armas
    que contra ellos se hiciesen, y aun podían ofender a los que
    tentasen la entrada, sin que se viese de quien ni por donde, y a los
    que subiesen a lo más alto derribarlos con saetas por sus secretos
    agujeros y rendijas. De manera que cercada por el ejército la peña
    de todas partes, y subiendo los soldados que apenas podían de dos, o
    de tres en tres, ayudándose los unos a los otros: en llegando a lo
    alto en derecho de los agujeros, no solo eran por los de dentro con
    lanzas y saetas atravesados, pero aun por los de arriba en lo alto de
    la boca eran con muchas canteras derribados y muertos. Pues como en
    este cerco se hubiese entretenido mucho el ejército, y sin hacer
    efecto, gastado el tiempo por algunos días, determinó el Rey con el
    consejo de los capitanes, que se diese fuego en aquellas chozas y
    cabañas que los Moros tenían enfrente de aquellos agujeros. De lo
    cual doliéndose mucho ellos, y fatigándose con el grande humo que
    les entraba: demás que se hallaban todos dolientes a causa de la
    mucha agua que destilaba, de cuando llovía, en la cueva, y estar
    tanto tiempo encerrados: determinaron de salir y darse a merced del
    Rey: pues sabían la misericordia y acogimiento que hacía a cuantos
    se le rendían llanamente. Y así trataron con él que si dentro de
    ocho días, los otros compañeros de los montes y cuevas vecinas, no
    les socorrían, que se entregarían. Les fue (
    fueles)
    concedido el plazo con mucha razón, porque con impedirles el paso y
    socorro de los compañeros, se excusaban los cristianos de perder más
    tiempo y gente en combatir la cueva, cuya conquista tenían por
    imposible. En este medio quedando una parte del ejército sobre la
    cueva para estorbar el socorro, si viniese, don Pero Maza (Maça)
    capitán muy experto, se fue con la otra parte discurriendo por
    aquellos montes, a donde halló otra semejante peña enriscada con
    una grandísima cueva dentro, y muy llena de Moros. La cual como no
    estuviese así bien en defensa como la otra, por tener muchas bocas y
    aperturas grandes por los lados, y muy fácil de acometer la entrada
    con buena empavesada (
    empauesada),
    la tomó con poca dificultad, hallando quinientos Moros dentro, los
    cuales trajo a todos al Rey, con la mucha provisión de pan y carnes
    que halló en ella. Cumplido ya el plazo del entrego, y no les
    acudiendo socorro, se rindieron al Rey los de la primera cueva, y de
    ella salieron mil y quinientos Moros, los cuales echándose a los
    pies del Rey y pidiendo perdón, le ofrecieron dar luego X mil
    bueyes, y treinta mil cabezas de carneros. Tanta era la fertilidad y
    abundancia de la Isla, que en los montes, como en un rincón de ella,
    se pudieron criar y apacentar tan grandes rebaños de ganados.







    Capítulo XVI. Como
    se determinó que los Moros no fuesen echados de la Isla, y venido el
    socorro y gente de Aragón, lo que proveyó el Rey para el gobierno
    de ella.

    Con tan buena presa y jornada que el Rey
    hizo en la guerra de las montañas, se volvió con el ejército a la
    ciudad, y entró en ella triunfando (
    triumphando)
    con muy grande alegría y aplauso de todos. Luego tuvo consejo
    general donde concurrieron, Prelados, grandes, Barones, y los
    capitanes del ejército: ante quien propuso algunas cosas tocantes a
    los Moros de la Isla. Conviene a saber, si sería mejor llevarlos a
    tierra firme, o dejarlos en la Isla. Porque siendo tanta la
    muchedumbre de ellos, podría ser que viniendo en su ayuda los de
    África se rebelasen, y juntos pusiesen en aprieto a los Christianos,
    y fuese ocasión de perderse la Isla. O si convenía más, para
    beneficio y aprovechamiento de la Isla, quedarse en ella, a fin que
    los Christianos se valiesen de ellos como de esclavos para culturar
    las tierras, y trabajar en las obras públicas de la Isla que se
    hacían para fortalecerla. También porque con la falta de
    labradores, no quedase yerma. ni desierta la tierra, para que
    volviese como solía a poder de corsarios. Acabada el Rey su plática,
    fueron de parecer la mayor parte de todo el consejo y junta hecha,
    que los Moros se quedasen en la Isla. Señaladamente aquellos que a
    los principios voluntariamente se rindieron, y ayudaron con toda
    provisión y avituallamiento a los Christianos y se quedaron con sus
    campos y heredades que tenían. Esta determinación se puso en
    efecto, aunque como luego después se siguió la nueva rebelión de
    los Moros contra los Christianos, se halló no haber sido este
    parecer provechoso. A esta sazón aportó a la Isla don Rodrigo
    Lizana
    , trayendo consigo treinta hombres de armas, y dos compañías
    de infantería, con don Atho de Foces y don Blasco Maça, que los
    seguían con otra compañía de soldados. Mas estos por una tormenta
    fueron forzados a volver al puerto de Salou, aunque en siendo mar
    bonanza luego tomaron la derrota a aportaron a la ciudad. Hallándose
    ya el Rey absoluto señor de toda la Isla, acabó de asentar algunas
    diferencias que se ofrecieron acerca de la división de los campos y
    heredamientos, y sobre los suelos y sitios de la ciudad, para
    edificar casas: en todo lo cual se mostró muy liberal y justo.
    Finalmente dejando puesta muy buena guarnición de gente, por toda la
    costa de la Isla, principalmente en la ciudad y puertos, con expreso
    mandato se atendiese a las obras públicas y fortificación de ella,
    determinó embarcarse, y volver a Cataluña, después de solos XIV
    meses que con toda la armada partió de allá, y comenzó la
    conquista de la Isla. En la cual dejó por Visorrey y gobernador
    general a don Bernaldo Sentaugenia, nobilísimo y fidelísimo
    caballero Catalán: mandándole que aparejase todo lo necesario para
    la conquista de Menorca, y de las demás Islas conjuntas y tocantes a
    la señoría y Reyno de Mallorca: porque determinaba volver presto, y
    con el favor divino conquistarlas. Y para más obligarle al buen
    gobierno de la Isla, y aparato de guerra, le hizo merced de otras
    villas y castillos por su vida, sin la villa de Torrella con su
    distrito, que era de lo bueno de la Isla, y le había cabido a su
    parte en el general repartimiento de tierras que el Rey hizo. Proveyó
    también que ni armas, ni caballos, ni máquinas, ni trabucos, ni
    cosa que fuese necesaria para defensa de la Isla sacase de ella:
    considerando lo mucho que importaba conservar lo ganado. Y así se
    vio, que si grande fue su diligencia y cuidado en conquistar la Isla,
    mayor le tuvo en conservarla.










    Capítulo
    XVII. De lo mucho que el Rey se aventajó a todos los conquistadores
    pasados de la Isla, y del largo discurso que de los ingenios y
    costumbres antiguos y modernos de los Mallorquines se hace.

    No
    se puede callar aquí, ni pasar por alto la ventaja que este buen Rey
    hizo a todos los de España, señaladamente a sus antepasados Reyes
    de Aragón y Cataluña
    , en haber sido el primero de todos que
    emprendió salió con la conquista destas Islas, y con ellas añadido
    un tan opulento y esclarecido Reyno a la corona de Aragón, con el
    cual no solo alcanzó el Imperio y señorío absoluto del mar
    mediterráneo Ibérico, pero mereció con esto no menos loor y
    triunfo (
    lohor y triumpho),
    que Quinto Cecilio Merello cónsul Romano, el cual sojuzgó estas
    Islas, y se tuvo en tanto el haber alcanzado la victoria y posesión
    de ellas, que se le concedió por ello triunfé en Roma, y se
    intituló Balearico.
    El cual título harto más se debió a este
    Rey, no solo porque las conquistó, mas porque después de
    conquistadas, las conservó para sus descendientes, y desarraigó de
    ellas la impía secta de Mahoma, e introdujo la verdadera fé y
    religión Cristiana. La cual los nuevos pobladores que puso en ellas,
    y sus descendientes de aquel tiempo acá, han mantenido y conservado
    tan verdadera e inviolablemente, que jamás han desviado ni padecido
    ningunos naufragios de errores en ella: antes ningunos han sido tan
    continuos perseguidores de los Moros como ellos. Lo que se ve
    (vehe),
    por las terribles escaramuzas y batallas que con los corsarios de
    África ha siempre tenido, y tienen de cada día. Y que sin duda les
    ha venido de tan continuo ejercicio de armas ser ellos los más
    belicosos de cuantos hay en las Islas del mar mediterráneo: puesto
    que de aquí les queda ser deseosos de venganza. Porque así como
    para con los enemigos de fuera, en defensa
    (defensión)
    de la patria, ningunos hay más bien avenidos entre si, ni más
    conformes que ellos, así por lo contrario, entre si mismos, ningunos
    solían ser más fieros, ni crueles. Porque de lo mucho que tienen de
    coléricos, fácilmente caen en contiendas y rencillas, de donde les
    nace el odio con el deseo de la venganza, a la cual son naturalmente
    inclinados, y que la ejecutaban no menos que animales fieros. Porque
    como sea natural cosa los hombres siendo ofendidos, como a todos los
    otros animales, apetecer la venganza la cual propiamente señalamos
    con los dientes, que son armas ofensivas y más próximas (
    propincas)
    al corazón donde está la fragua y ardor de la ira, y esta no tanto
    con las manos, cuanto con la boca abierta, levantando el labio, y
    sacando los dientes afuera, la significamos: así los Mallorquines
    antiguamente, la venganza que no podían tomar con sus manos y
    dientes propios, la ejecutaban valiéndose de las zarpas y dientes de
    los animales. De esta manera, que entre otras armas para pelear, y
    defenderse de sus enemigos, criaban unos canes ferocísimos cuales
    los hay en la Isla, que de pequeños los cebaban con sangre humana:
    para que en los hombres como contra lobos y fieras se encarnizasen: a
    fin que viendo con los dientes de estos despedazar sus enemigos, y
    beberles la sangre, aplacasen su rabia e ira contra ellos, y hartasen
    su corazón viendo de sus ojos tan fiera venganza dellos. Y así se
    tiene por cierto que este tan embravecido acometer de los canes, y el
    tan valiente tirar de las hondas (dos principalísimas armas de
    Mallorquines) fueron inventadas por ellos, y que al principio usaron
    dellas y no contra si mesmos, sino contra los corsarios, que muy de
    continuo entraban a robar y cautivarlos en la Isla: porque viniendo a
    las manos, fácilmente eran vencidos y cautivados de los corsarios.
    Por esto ninguno de los Isleños salía por la tierra, que no llevase
    consigo una honda, y un lebrel, o alano destos canes / can alano: catalano, ca alà: català/ por compañero:
    para que en encontrando con algún corsario y no pudiéndole hacer
    retirar con las pedradas de la honda, soltándole el perro, o lo
    despedazase, o lo entretuviese, hasta tanto que su dueño se pusiese
    en cobro. De aquí es que Aristóteles llama a estas Islas en Griego
    Gymnasias que que quiere decir ejercitadas, por el continuo ejercicio
    que los Mallorquines tenían de pelear con los corsarios.
    Puede
    que también los mismos Griegos las llamaron Baleares que significan
    tierras de desterrados, y se prueba, porque según dice Pausanias
    autor Griego, los Cernios, que son gente Griega llaman Balàros a
    los desterrados, y cuadra con la verdad. Porque los Romanos que
    regían a España, y eran enemigos de condenar a muerte a los
    hombres, desterraban a los malhechores, a estas Islas. Los cuales
    puestos en ellas, como gente holgazana que huían del trabajo de la
    agricultura, solo vivían y se mantenían de la caza, ni tenían
    casa firme, sino como fieras andaban por las cuevas, con la honda y
    canes defendiendo a si y a las Islas. Los cuales (como refiere el
    mismo Aristóteles) eran tan dados a mujeres, que si a dicha venían
    a tratar con los corsarios, ninguna otra mercadería les compraban
    sino mujeres, tan inclinados eran a ellas, o por alguna influencia
    del cielo, y ardor de la tierra: o por los alimentos grasos de
    carnes, y de mucho queso,
    azeytuna
    y tocino, de que tanto abundaba. Fueron estas Islas mucho tiempo
    antes que el Rey las conquistase, algunas veces saqueadas y
    destruidas por los Condes de Barcelona, y por los Pisanos de Italia,
    y también por los corsarios de Normandía, que pasaban de la Francia
    occidental por el estrecho de Gibraltar con su armada al mar
    mediterráneo: pero haber sido conquistadas del todo, y con entero
    dominio para siempre retenidas de ningún otro se halla que del
    invencible Rey don Iayme. El cual no solo las conquistó y conservó
    para si, pero las perpetuó para sus descendientes y sucesores Reyes
    de España, que pacíficamente hasta hoy las gozan y poseen.











    Capítulo XVIII.
    Como el Rey se partió de Mallorca, y desembarcando junto a Tortosa,
    pasó a
    Poblete:
    donde se determinó lo de la iglesia y obispado de
    Mallorca.

    Asentados ya por el Rey todos los negocios de
    Mallorca, excepto lo que tocaba a la religión y asiento de las
    iglesias, que por haberse de tratar con el Obispo de Barcelona y su
    cabildo en tierra firme, lo remitió para cuando allá se llegase.
    Con esto salió de la Isla con viento próspero, y a tercero día
    arribó a Cataluña, y tomó puerto en los Alfaches cerca de Tortosa.
    Y aunque su voluntad era desembarcar en Tarragona: pero como después
    de entrado en el puerto, se levantase gran tormenta, no pudo pasar
    adelante, y por esto desembarcó allí, y se fue derecho al
    monasterio de Poblete, para hacer gracias a nuestra Señora por el
    felice
    successo
    que le había dado en la conquista pasada. De donde se envió orden a
    todas las iglesias de los dos Reynos para que se hiciesen las mismas
    a nuestro señor. También visitó los sepulcros magníficamente
    labrados de sus antepasados Reyes que allí estaban sepultados, y se
    holgó mucho del ordinario y continuo sacrificio que los religiosos
    hacían por sus almas. Estando pues allí juntos el Obispo de
    Barcelona, que era venido de Mallorca con el Rey, y los otros
    Prelados de la provincia de Tarragona, que fueron para esta jornada
    convocados, trataron del nuevo Obispo que se había de nombrar para
    la nueva iglesia y distrito de Mallorca, y de las partes y
    suficiencia de ella para ser erigida en iglesia catedral, y obispado.
    A lo cual se opuso el Obispo de Barcelona con su cabildo y canónigos
    que fueron para esto congregados. Diciendo que la iglesia de
    Mallorca pertenecía a su jurisdicción, y que era dependiente de su
    iglesia. Porque un Rey Moro de Mallorca señor de Denia, la había
    dado a la iglesia de Barcelona, y que esta donación se confirmó por
    autoridad Apostólica, a petición del Conde que entonces era de
    Barcelona, de consentimiento del Arzobispo de Tarragona. Con todo
    eso, vista la grandeza de la Isla, y ser ya toda poblada de
    Cristianos, junto con la muchedumbre de gente y comercio de la
    ciudad, pareció que era necesario tuviese propio Obispo por si, para
    que con su autoridad y presencia animase a los Moros de las Islas
    dejasen su mala secta, y se convirtiesen a la fé y religión
    Cristiana, y para apacentar como buen pastor a las almas con su
    doctrina y ejemplo de vida: y para esto tuviese muchos ministros
    hábiles, e idóneos que le ayudasen a predicar la palabra de Dios, y
    fuese el superintendente de todos. Mayormente ayudando el Rey con
    tanta liberalidad a la iglesia, cumpliendo el voto que hizo de dar la
    décima parte de lo que se ganase, o la renta dello para la fábrica
    y sustento de la iglesia mayor de la ciudad, demás de sus diezmos y
    primicias ordinarias, con los cuales tenía competente dote y renta
    así para el sustento de ella, como del Prelado, Canónigos,
    Dignidades y ministros. Por tanto los Abades de Poblete y Santes
    Creus
    , principales conventos de una mesma orden y regla de
    Cistels,
    a los cuales el Rey había nombrado por jueces árbitros en este
    negocio, dieron por sentencia. Que con decreto y autoridad de la Sede
    Apostólica fuese en la iglesia mayor de la ciudad de Mallorca
    fundada la silla cathedral, y se le diese propio Obispo. Cuya primera
    elección, o nominación tocase al Rey, y de los venideros sucesores,
    al Obispo y canónigos de Barcelona, y que fuese del gremio dellos
    escogido, y no hallándose entrellos tal, se eligiese el más digno
    de los canónigos de Mallorca: y que se guardase el mismo orden en
    las iglesias de Menorca, e Iuiça, si
    acaeciesse
    alguna
    dellas
    llegar a ser obispado. Hecho esto el Rey escribió al gobernador de
    Mallorca lo dicho y determinado, y que por eso se diese tanto mayor
    prisa en pasar muy adelante la obra del templo mayor de la ciudad,
    con los demás que había mandado hacer en cada pueblo grande, y
    capillas en los pequeños, valiéndose para la fábrica dellas, de
    las rentas reales, y del ministerio de cada pueblo. Concluido esto se
    partió el Rey del monasterio, y pasando por Lérida llegó a Aragón,
    a donde fue recibido con grandísima alegría, pero mucho más en
    Zaragoza donde le recibieron triunfalmente y con grande regocijo de
    todo el pueblo.


    Fin del libro séptimo.