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domingo, 28 de abril de 2019

LA DEFENSA CRISTIANA DE BORJA


7. LA DEFENSA CRISTIANA DE BORJA (SIGLO VIII. BORJA)

Los ejércitos musulmanes, tras atravesar el estrecho de Gibraltar para apoyar a una facción de los gobernantes visigodos, con una rapidez insospechada para los medios de la época, conquistaron prácticamente toda la Península Ibérica en no más de tres o cuatro años. El valle del Ebro, sobre todo su parte más llana y accesible, no fue una excepción.
Es sabido cómo la mayor parte de las poblaciones hispanas capitularon y entregaron sus llaves a los nuevos políticos y administradores, si bien se dieron ejemplos heroicos de resistencia, aunque ésta sirviera de poco. El de Borja es uno de esos ejemplos. En efecto, llegado el momento, el soberbio castillo roquero de Borja, defendido por los cristianos que pudieron ampararse dentro de sus muros de piedra, fue un obstáculo relativamente molesto para el avance impetuoso de las tropas moras, aunque la población que se asentaba a sus pies hubiera caído ya en sus manos.
Los musulmanes sitiaron la fortaleza y, sin presentar batalla, se limitaron a mantener bien cerrado el cerco en espera de que se acabasen los alimentos de sus defensores, lo que, sin duda alguna, les llevaría a rendirse. Pero los cristianos no se dieron por vencidos y, aunque apenas les quedaban casi víveres con los que mantenerse vivos, idearon una estratagema que inmediatamente pusieron en práctica y que surtió su efecto aunque fuera efímero.

Tomaron la última vaca que quedaba con vida en el fortín y le dieron de comer todo cuanto tuvieron a su alcance, incluida la comida destinada a los propios defensores. Una vez que estuvo bien cebada y, por lo tanto, lustrosa y rebosante, la sacaron del castillo con ánimo de que llegara al campo enemigo. Los musulmanes, ante aquella realidad que no esperaban, creyeron que todavía les quedaban víveres para muchos meses, decidiendo aflojar el cerco y dedicar sus esfuerzos en la conquista de poblaciones aledañas.
Es cierto que la fortaleza acabó cayendo en manos moras, pero la estratagema permitió huir a muchos soldados cristianos, bastantes de los cuales fueron a engrosar la resistencia que, poco a poco, fue fraguándose en las montañas pirenaicas.

[Datos proporcionados por Enrique Lacleta, Javier Sánchez y Daniel Sancho. Instituto de Bachillerato de Borja.]



LA DEFENSA CRISTIANA DE BORJA

Enlaces WIKI:

  1.  Consejo General de Procuradores de España
  2.  Gobierno de Aragón. «Zonas altimétricas por rangos en Aragón y España, y altitud de los municipios de Aragón.»Datos geográficos. Archivado desde el original el 4 de diciembre de 2011. Consultado el 15 de agosto de 2012.
  3.  http://dare.ht.lu.se/places/18323.html
  4.  Al menos 93 militares han muerto en accidentes aéreos en España desde 1980
  5.  Diario El País 1/3/1984
  6.  (en catalán) Joan Iborra: Joan Baptista Roig i l’Origen ilustre de los Borjas. Actes, Núm. 4 (2012-2013), Revista Borja, Simposi Francesc de Borja home del Renaixement sant del Barroc (2010)
  7.  Gracia Rivas, M. y, Pasamar Lázaro, José Enrique - Gracia Rivas, Manuel (2002, págs. 49-70). Los Borja y Borja - El influjo de Juan Vicente de Albis en la formación de un mito (En torno a un documento inédito de la Real Academia de la Historia). Cuaderno de Estudios Borjanos, Nº 45. Borja (Zaragoza). ISSN 0210-8224.
  8.  Gracia Rivas, M. y, López Abasolo, M. (1994). En torno a las armas de la Ciudad de Borja. Cuaderno de Estudios Borjanos XXXI-XXXII. Borja (Zaragoza). ISSN 0210-8224.
  9.  Aguilera Hernández, Alberto: Borja y los Borja: la forja de un mito para enaltecer una ciudad. Revista Borja. Revista de L’iieb, 5: Actes del Congrés Els Borja en L’art. España, 20 p.
  10.  Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas (Gobierno de España). «Treinta aniversario de las primeras elecciones municipales de la democracia». Archivado desde el original el 6 de marzo de 2014. Consultado el 6 de marzo de 2014.
  11.  Alcaldes de Aragón de las elecciones de 2011
  12.  «Alcaldes de todos los municipios de la provincia de Zaragoza»Heraldo.es. 14 de junio de 2015.
  13.  La Vanguardia, Cultura, 24 de agosto de 2012.
  14.  La Vanguardia, Cultura, 23 de agosto de 2012.
  15.  El Mundo, Cultura, 25 de agosto de 2012.
  16.  Un hecho incalificable. Centro de Estudios Borjanos. Martes, 7 de agosto de 2012.

domingo, 30 de junio de 2019

LA VICTORIA NAVAL DE ALFONSO I EL BATALLADOR (SIGLO XII. AMPOSTA)


104. LA VICTORIA NAVAL DE ALFONSO I EL BATALLADOR (SIGLO XII. AMPOSTA)

LA VICTORIA NAVAL DE ALFONSO I EL BATALLADOR (SIGLO XII. AMPOSTA)


Tras la derrota de Alfonso I el Batallador en Fraga después de haber reconquistado casi todo el valle del Ebro, las noticias de su suerte fueron confusas. Unos le daban por muerto en Zaragoza; otros, en San Juan de la Peña o Huesca. Por eso, algunos creyeron que estaba vivo cuando cuarenta años después se presentaba un falso Alfonso I.

Lo cierto es que una narración legendaria, debida al monje normando Orderic Vital, lo mantiene vivo tras el desastre de Fraga pues, una vez repuesto de sus heridas aparece de nuevo, sus guerreros se pusieron gozosos inmediatamente a su disposición. Rehízo como pudo sus tropas, hizo acopio de vituallas para varios días y, por caminos recónditos, se presentó en la orilla del Mediterráneo, donde numerosos sarracenos estaban cargando todavía las naves con el botín que habían ganado tras su victoria en tierras fragatinas. A la vista de las fuerzas enemigas, desde su puesto de observación estudió Alfonso I el Batallador la mejor táctica a emplear en aquella ocasión especial y se lanzó por sorpresa sobre los moros en el momento preciso, causándoles una gran mortandad.
Una de las naves iba cargada con las cabezas de los soldados cristianos derrotados, como presente que Buchar (Texufin ben Alí ben Yusuf) enviaba a África a su padre en testimonio de la victoria. También hallaron los hombres de Alfonso I a más de setecientos prisioneros, hacinados como animales en las bodegas de varias naves, y cuantioso botín capturado en Fraga y durante el camino victorioso de regreso.

Los prisioneros cristianos —tras la sorpresa que supuso la llegada inesperada de los soldados aragoneses, y aprovechando que sus guardianes intentaban repeler el ataque de Alfonso I el Batallador— fueron soltando sus cadenas en sus respectivas naves y, poco a poco, se incorporaron a la pelea. La derrota de los moros fue total.
Pudo Alfonso I enterrar cristianamente las cabezas de los muertos en Fraga, controló a los prisioneros moros para llevarlos a Zaragoza y recuperó multiplicado el botín. Pero la alegría por la victoria naval que acababa de conseguir se vio empañada por la enfermedad del propio rey que, fatigado y exhausto, acabó por morir ocho días después.

[Lacarra, José María, Vida de Alfonso el Batallador, pág. 132.]



Edificios religiosos:


Iglesia Arciprestal de la Asunción. Se empezó a construir en el siglo XVIII y está inacabada, ya que falta uno de los dos campanarios proyectados.
Iglesia de San José, en el barrio del Grao.
Iglesia del Sagrado Corazón en el barrio de Valletes.
Ermita de la Virgen del Montsiá (Mare de Déu del Montsià). Situada a pie de la montaña del Montsianell.

Museos:

Museo de las Tierras del Ebro, antiguo Museo del Montsià, situado en el antiguo edificio de las escuelas públicas. Contiene diversas exposiciones permanentes de arqueología del Montsià, fauna y flora del Delta del Ebro, y también cuenta con algunas salas de exposiciones temporales.
Casa de Fusta (Casa de Madera), cerca de l'Encanyissada, ubicada en un antiguo refugio de cazadores. Contiene una amplia exposición de flora y fauna del Delta.
Patrimonio civil:

Puente colgante de Amposta, construido entre 1915 y 1921, proyectado por el ingeniero José Eugenio Ribera.
Torre de la Carrova, torre defensiva s.XIV situada sobre un montículo en el margen derecho del Ebro a unos 3,5 km de la ciudad.
Torre de Sant Joan, torre defensiva s.XVII-s.XIX, ordenada construir por el rey Felipe II para la protecció de la boca del puerto de los Alfaques de los ataques sarracenos.
Restos del Castillo, s.XIII-s.XV, actualmente sede de la Biblioteca Comarcal y de la Escola d'Art i Disseny.

Enlaces wiki:

http://www.castillosnet.org/espana/informacion.php?ref=T-CAS-103

miércoles, 1 de mayo de 2019

LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO, 1064


2.29. LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO (1064) (SIGLO XI. BARBASTRO)

LA DRAMÁTICA RENDICIÓN DE BARBASTRO (1064) (SIGLO XI. BARBASTRO)


Según el famoso historiador árabe Ibn-Hayyan, a mediados de agosto del año 1064 llegó a la ciudad de Córdoba —en el corazón de al-Andalus— la desgraciada noticia de la caída de Barbastro, ciudad que los musulmanes habían creado de la nada, a manos de los cristianos. Como los musulmanes sitiados sufrían una sed tremenda, esta desesperada situación les había obligado a ofrecer su rendición al enemigo, a cambio de que se respetaran sus vidas. Accedió aparentemente el general cristiano, pero, una vez rendida la plaza, ordenó a sus soldados que mataran a los vencidos con sus espadas, violando así su promesa, muriendo cerca de seis mil moros barbastrenses.

río Vero
río Vero

Tras aquella desleal e ignominiosa matanza, aún ordenó el general cristiano a los habitantes moros que abandonaran la alcazaba donde se habían refugiado durante tantos días de asedio. Tan sedientos estaban todos que muchos ancianos y niños acabaron con sus vidas atropellados al correr la multitud en masa hacia las aguas del río Vero, mientras los más hábiles y fuertes se deslizaban por medio de cuerdas desde lo alto de la muralla. Gran número de mujeres musulmanas perecieron también al llegar al río, pues se echaron al agua bebiendo de manera inmoderada. La ciudad barbastrense era un auténtico y dantesco caos, donde imperaba la muerte.
El guerrero vencedor impuso su propia ley y los soldados cristianos recibieron en recompensa las casas y haciendas de los moros vencidos, incluidas las familias que en ellas moraban. Muchos, ávidos de codicia, sometieron a sus miembros a tremendas torturas para tratar de encontrar las preciadas riquezas que creían escondidas, a la vez que violaban a las mujeres e hijas de sus prisioneros, mientras éstos asistían encadenados a tan brutales escenas con lágrimas en los ojos y con los corazones destrozados.
En Córdoba, la triste noticia corrió rauda, abriendo una tremenda herida en el alma colectiva del pueblo andalusí.
[Turk, Afif, El Reino de Zaragoza en el siglo XI de Cristo (V de la Hégira), págs. 90-91.]

Hégira:

  • Emigración o huida de Mahoma de La Meca a Medina, que tuvo lugar en el año 622 y se toma como punto de partida de la cronología musulmana.
    1. 2.
      Era de los musulmanes, que se cuenta a partir de este año.





    https://www.vinasdelvero.es/

    http://www.bebesomontano.com/es/articulos/29/bodegas-vinas-del-vero.html


    lunes, 22 de junio de 2020

    250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA

    250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA (SIGLOS XIV-XV. PINA DE EBRO)

    250. LA EXPULSIÓN DE LOS MOROS DE PINA (SIGLOS XIV-XV. PINA DE EBRO)


    Como en tantos y tantos pueblos de Aragón, lo mismo que ocurriera tras la conquista musulmana —cuando los cristianos (los mozárabes) pasaron a ser minoría dominada—, después de la reconquista se volvieron las tornas: la población musulmana (los mudéjares) quedó en franca inferioridad, aunque cuidadosamente protegida por los reyes. No obstante, aunque la tolerancia mutua fue la tónica general, en muchos lugares la convivencia se hizo difícil en momentos concretos. Uno de esos pasajes tuvo por escenario a Pina de Ebro.

    Por razones que no vienen al caso, las relaciones entre cristianos y moros se deterioraron con el paso del tiempo. Residían estos últimos en la morería, el actual barrio llamado de la Parroquia, y eran muy aficionados a la lidia de toros, diversión a la que se entregaban de cuando en cuando dentro del recinto de su propio barrio.

    Conocedores de esta afición, idearon los cristianos la manera mejor en que la podían aprovechar para lograr su objetivo, de modo que prepararon y anunciaron la lidia de un enorme toro que llevaba fama de ser muy bravo —lidia que, sin duda, es el antecedente del «alarde» actual— y todo el mundo se echó a la calle, incluidos los mudéjares, que no quisieron perderse la ocasión.

    Cuando el festejo se hallaba en pleno apogeo, los mozos cristianos hicieron que el toro, magistralmente dirigido con las sogas, cercara y acorralara a los moros hasta obligarles a huir de la población para ponerse a salvo. Luego, apostados en los lugares estratégicos y pertrechados con todo tipo de armas, impidieron que los moros pudieran regresar a sus viviendas.

    Ante la gravedad de la situación, optaron los moros por caminar hasta la entonces existente población de Alcalá, cuyas casas se elevaban entre Pina y Gelsa, donde hallaron acomodo entre la mayoritaria población mudéjar. La morería de Pina quedó desierta y sus habitantes vivieron desde entonces en el exilio.

    Parece ser que para recordar y conmemorar el día en que sucediera la diáspora mudéjar, los cristianos organizan secularmente el llamado «alarde», en el que el toro es el principal protagonista.

    [Datos proporcionados por Pilar Pérez, profesora del Colegio «Ramón y Cajal». Pina.]


    Toro de Sogas “24 DE JUNIO: Cuando Josué detuvo el sol: fiesta de la festividad de Juan, hijo de Zacarías…” (año 961) La leyenda del toro de San Juan está algo alejada de la realidad; a veces, es más interesante creer en la historia inventada que en los hechos reales. Según cuentan nuestros mayores, la fiesta se establecía en memoria de la expulsión de los moros que vivían en el barrio de la Parroquia. Para arrojarlos de Pina, los cristianos idearon ensogar a un toro, diversión a la que eran en extremo aficionados, los acorralaron obligándoles a huir, y no se les permitió entrar más. [read more=»Leer más» less=»Leer menos»] Demetrio Brisset nos dice que, si deseáramos conocer la herencia festiva de los Iberos, uno de los emplazamientos claves puede ser junto al accidente geográfico que les impuso el nombre: el padre río Ebro, Iberus antes de Cristo: “…será en el pueblo fluvial de Pina, donde a mediados del siglo XIX aún se celebraba el “alarde de San Juan”, en el que encontramos unidos la mayoría de los elementos que debieron intervenir en las fiestas solsticiales ibéricas: (río, albadas, guerreros, procesión de un toro, diálogo de pastores, pantomima de la bruja, peleles carnavalescos, banquetes, baile), la mezcla es explosiva…” La vieja tradición romana, hacía del toro uno de los animales sacrificados ritualmente. En las fiestas religiosas, se vincula la agricultura con la guerra, realizaban ceremonias tales como las bendiciones de las liones, el adorno del ganado, los lupercales (dos jóvenes disfrazados con pieles de cabras y ungidos con sangre del mismo animal golpeaban con látigos a todas las mujeres que encontraban, tirándolas al suelo de las piernas) y con estos ritos se obtenía la fecundidad. Al asentarse los visigodos en la Península Ibérica y convertirse al cristianismo, vinculan el extendido culto hispano a San Juan con el solsticio de verano, que en sus tierras de origen era uno de los ejes del ciclo anual. El día de San Juan era un día cargado de significado; en esta fecha vencían los contratos de arrendamiento y salían los clérigos en busca de los diezmos, conocedores de que los agricultores cerealistas se hallaban en plena siega. De ahí el origen de la copla: Matutes* de Pina Matutes* serán Que llevan el toro Delante de San Juan * Matutes significa acción de eludir el impuesto de consumos Los cronistas aragoneses de aquella época desestiman tajantemente que un toro interviniese en la expulsión de los moros. La realidad es que la aljama de Pina fue pasada a cuchillo a finales del siglo XVI por montañeses del Pirineo, mandados por Antonio Marton, y empeñados en exterminar a los moros del valle del Ebro para vengar la muerte de un pariente en Codo a manos de un morisco, ayudados por catalanes rebeldes comandados por Barber. La guerra de montañeses y moriscos había comenzado unos años antes con una serie de disturbios. Los cronistas también dan cuenta de éstos hechos y nos hablan del “correr de los toros en Pina” como algo corriente y famoso en el pueblo. “…durante la celebración del correr de los toros en Pina, los moriscos de xelsa y unos pastores llamados los Pintados tuvieron gran pelea por que toro debía ocupar el tercer lugar…”. Fray Marco de Guadalaxara y Xavierre (Memorable Expulsión y justísimo, 1613) La fiesta del toro enmaromado de Pina constituye un eslabón más en la larga cadena de ritos y fiestas en un país donde la figura del toro ha tenido siempre una concepción mágico-religiosa, y donde las antiguas tradiciones en torno a las suertes del toro y a la tauromaquia han sufrido a lo largo de los siglos un proceso cambiante, trocando lo que en un principio fue un rito cargado de simbolismo en una tradición lúdica y festiva. La razón por la que se instituye el festejo ha estado vinculada siempre más a la leyenda que a la realidad. Pero no olvidemos que historia y leyenda, muchas veces caminan juntas. En el siglo XII, durante la reconquista, había una leyenda que decía así: “…La noche de San Juan cuando los cristianos iban a sacar la procesión con el santo titular pero no pudieron hacerlo por la presencia de los árabes. Cuentan que entonces salió un toro bravo que arremetió contra los infieles huyendo despavoridos. Se celebró con salvas y los cofrades de San Juan decidieron que al año siguiente llevarían un toro en la procesión, abriendo camino a la peana del santo para rendirle tributo…” La tradición alcanzó su máximo esplendor en el siglo XVIII. En el año 1722 se renuevan los estatutos de la cofradía y se realizan mejoras en la fiesta. La cofradía siempre fue la encargada de pagar la fiesta de San Juan y suministrar el toro. Sabemos que en 1609 debía estar bastante formada ya que sus ingresos no sólo provenían de las cuotas y penas de sus socios, sino también de su actividad ganadera y agrícola; entre sus ganancias estaban la venta de reses, lana, carne mortecina, etc. Cuando la cofradía pierde sus propiedades para la guerra de la Independencia, sigue costeando los gastos realizando rifas en la localidad. En 1908, durante el reinado de Alfonso XIII, el ministerio de la gobernación dicta una real orden con fecha de 5 de febrero que dice: “…la costumbre arraigada en muchas localidades de organizar capeas o corridas de toros en calles y plazas públicas sin las precauciones necesarias para evitar desgracias personales exige V.S. adopte las medidas indispensables a fin de que no consienta en adelante esos peligrosos espectáculos.”. Don Juan de la Cierva La fiesta deja de celebrarse y la cofradía se disuelve, entregando sus propiedades materiales (portapaz, busto, tallas, etc) a la cofradía de la Dolorosa y los Blancos. “…En Pina, pueblo de la provincia de Zaragoza, existía una costumbre singular: para la festividad de San Juan Bautista se celebraba una procesión en la que abría la marcha un toro. Existía en el término de dicho pueblo una ganadería de cierto renombre, la de Ferrer, y a ella solían acudir para coger el toro que había de tomar parte en el religioso cortejo. En la madrugada de la fiesta se reunían los vecinos en la casa del mayordomo de la Cofradía, quien, siguiendo tradicional costumbre, les obsequiaba con un refresco. La gente moza se dirigía a un corral en el que desde la tarde anterior estaba enchiquerado el toro que se destinaba al singular rito, y que procuraban fuera de libras y buen trapío. Derribaban a la res y la enmaromaban con una fuerte cuerda por el arranque de la cuerna, dejando los dos cabos de ella sueltos y largos, y sujetándola por ellos, se encaminaban al encuentro de la procesión. Tras la bandera de la cofradía salía ésta, y el toro de tal manera sujeto, abría marcha como batidor. Unas veces el toro avanza y abre calle a la procesión, otras se para y la detiene, y no pocas retrocede y la descompone; así entre avances, paradas, sustos, estrujones, gritos, carreras, tiros, risas y tumbos, acaba la procesión su accidentada carrera, durante la cual el santo está guardado como merece y a usanza de real persona por cuatro alabarderos -albarderos les llaman allí- que, provistos de sendas partesanas, defenderían, cuando los puños que sujetan a la res faltasen, la sagrada imagen. También el zaguanete de alabarderos tiene, como toda esta procesión, su detalle original: bajo el sombrero apuntando que lucen asoma el pañuelo del baturro, cuya lazada cae en chillona nota de color, produciendo cómico efecto, sobre la oreja de los espetados guardias. La procesión queda en la iglesia, y en la espaciosa plaza se lidia un rato el toro, mientras los individuos de la cofradía del santo bailan la “caracola”, complicada combinación coreográfica, cuyas evoluciones no logran aterrar ni aún las frecuentes aproximaciones del cornupeto; y acabada la fiesta, se corta la cuerda del toro, que sale en dirección al soto donde pastaba, soliendo repartir al paso algún que otro achuchón al que encuentra en su carrera. La tradición popular asegura que tal costumbre proviene del tiempo de los moros, que como se opusieran a la salida de la procesión, hicieron que los testarudos baturros dispusieran que un toro la abriera calle, con lo que amedrentados los infieles no osaron interrumpir su paso.” ALREDEDOR DEL MUNDO” Don R.Mainar Lahuerta (año 1900) En 1984 el Ayuntamiento al frente de una comisión , se hace cargo de la recuperación con todo el esplendor de antaño, continuando así hasta nuestros días. En 2012 se ha creado la Asociación Cultural Toro de Sogas de Pina de Ebro, cuya misión es difundir y potenciar la fiesta del toro de sogas de Pina de Ebro en colaboración con el Ayuntamiento. PAIROS DE SAN JUAN Antiguamente, «pairo» era una expresión que cayó en desuso, no es que se llamase Pairo al muñeco, se decía cuando lo veían “está al pairo”. Según el diccionario etimológico de la lengua castellana: Pairo es el derivado de pairar “soportar, aguantar, tener paciencia”. En la actualidad hablar de “Pairo” es hablar del muñeco que se coloca por las calles en la fiesta de San Juan, con la finalidad de provocar la distracción del toro en su recorrido, permitiéndole demostrar su bravura, ya que tiene delante un bulto que se mueve al que puede atacar con violencia y agresividad. Aunque el punto de mira a la hora de colocar estos muñecos siempre es el toro, también se persigue que el recorrido resulte más llamativo y atractivo para las personas que acompañan al animal. ALABARDEROS El Real Cuerpo de Alabarderos fue fundado en 1504, su misión consistía en defender al monarca. De los alabarderos de Pina se tienen pocas noticias, se sabe que en 1722 se renuevan los estatutos de la cofradía de San Juan, en ellos se nos explica que antiguamente el traje de “alabardero” lo utilizaban todos aquellos que habían sido “mayordomos”, pero esta costumbre había caído en desuso. Se establece en nuevo estatuto en el que deben llevar riguroso uniforme el mayordomo, cuatro sargentos, un abanderado y un reducido número de soldados. En 1984, cuando se recupera la fiesta vuelve a formarse un grupo de alabarderos.

    jueves, 14 de marzo de 2019

    Libro XX

    Libro XX.





    Capítulo primero.





    De los avisos que el Rey
    tuvo por el gobernador de Murcia de la venida de Abenjuceff sobre la
    Andalucía, y como por la ausencia del Rey de Castilla no había
    quien la defendiese.







    Siendo ya el Infante don
    Alonso
    hijo y nieto del Rey, declarado legítimo sucesor en los
    Reynos de su padre, y jurado Príncipe de común consentimiento de
    todos los Prelados, grandes y Barones, y de los Síndicos de las
    ciudades y villas reales de los tres Reynos que en las cortes se
    hallaron: determinó el Rey en las diferencias que con el Vizconde y
    los demás de su parcialidad tenía, no proceder más con rigor, ni
    fuerza de armas contra ellos, pues se le habían humillado, sino con
    clemencia, y benignidad hacerlos venir a su obediencia. Además de
    haber claramente entendido que mucho antes se le hubieran sujetado,
    si las cartas y palabras de don Fernán Sánchez no se los estorbara.
    Por donde se vio que la muerte del mismo Sánchez fue causa del
    reconocimiento de ellos. Con esto despachadas las cortes pasó de
    Lérida a Barcelona, a fin de convocar de nuevo a los mismos, para
    que de bien a bien se juzgasen las diferencias, porque quedasen para
    siempre asentadas. Pero el mismo día que entró en Barcelona llegó
    a él un correo con cartas del gobernador de Murcia, dando aviso como
    Abenjuceff Miramamolin de Marruecos con poderosísimo e infinito
    ejército que de sus Reynos, y otros había congregado, estaba ya a
    la lengua del agua para pasar al Andalucía, con fin de juntarse con
    el Rey de Granada que ya lo aguardaba: para volver a cobrar toda la
    Andalucía, y según amenazaban, pasar más adelante para hacer lo
    mismo de toda España. Además de esto que estaban los lugares
    marítimos desiertos de gente y de municiones, y sin ningún aparato
    de guerra, y lo peor era, estar por este tiempo el Rey don Alonso
    ausente, y por su ausencia las cosas de todos sus Reynos tan turbadas
    y perdidas, que si con tiempo no se acudía con el remedio, no solo
    sería sojuzgada muy en breve toda el Andalucía pero también
    pasaría el mal adelante a los Reynos de Aragón, Cataluña, y
    Valencia. Porque tomada la Andalucía se tenía por muy creído que
    luego darían sobre Murcia, y por consiguiente se entrarían por el
    Reyno de Valencia, y lo demás quedaría seguro. Por tanto le
    suplicaba se apiadase de aquellos Reynos, y no permitiese quedar
    privados sus propios nietos de todos ellos, y que tuviese cuenta ante
    todas cosas con el Reyno de Murcia, que había de ser el paradero de
    los enemigos. Como el Rey entendió esta nueva, que ya era vieja para
    él, por lo que abajo diremos, no dejó de entristecerse tanto,
    sintiendo mucho la ausencia de don Alonso tan fuera tiempo, que era
    la causa de tantos daños, y de que los moros se atreviesen a pasar
    tan a menudo en España. Pero no por eso perdió un punto de su gran
    generosidad y ánimo: ni eran parte la edad y años para dejar de
    tener todo el tesón contra la fortuna. Y por no perder cosa de lo
    hasta allí ganado en opinión y fama, determinaba de emprender esta
    guerra él mismo en persona. Y así respondió con el mismo correo al
    gobernador de Murcia, como luego sería él mismo en persona con él,
    o enviaría con toda presteza a su hijo el Príncipe don Pedro con
    buen ejército en su socorro. Y entendiendo donde estaba recogido don
    Alonso le escribió, increpándole duramente por la ausencia tan
    fuera tiempo como a sus Reynos hacía, viéndolos puestos en tan
    grande estrecho y necesidad, para que acudiese a valerles que él no
    le faltaría. Pero don Alonso ni respondió, ni acudió al
    llamamiento del Rey, por estar muy recogido hacia las Asturias de
    Oviedo en lugares de si fuertes, temiéndose de las conspiraciones
    que sus hermanos y vasallos querían hacer contra su persona, por la
    muerte de don Fadrique su hermano, y de don Symon Ruyz de Haro, y
    otros caballeros, de que le inculpaban. Por lo cual y su tan extraña
    condición y trato para con los vasallos, vuelto después a Castilla,
    y queriendo señorear como antes, de nuevo fue perseguido por su
    hermano don Manuel, e hijo don Sancho que reinaba, y de los mismos
    vasallos, con tanto rigor que por sentencia le privaron del gobierno
    y administración general de sus Reynos. Cosa rara con haber sido
    este Príncipe además de tan supremo letrado como dicho habemos, en
    la ciencia de Astrología, y que por su mano fueron recopiladas las
    cuatro partidas de la copiosísima y general historia de España, fue
    liberalísimo y muy valeroso y guerrero, y que con haber perdido cosa
    en todos sus Reynos de cuanto el gloriosísimo Rey don Fernando su
    padre ganó: tuvo continua guerra contra el Rey de Granada, y le ganó
    el Reyno de Murcia y lo incorporó en la corona Real de Castilla.






    Capítulo II.
    Por el cual se descubren las causas y antecedentes de la venida de
    Abenjuceff, y como el Rey de Granada fue el
    promovedor
    de esta guerra.









    Antes que vengamos a
    tratar del successo y effectos desta guerra de Abenjuceff, conviene
    descubrir, y que se entiendan las causas y aparatos de ella: por ser
    cosas harto dignas de considerar y poner en memoria. Hallándose el
    Rey de Granada muy acosado de las continuas guerras que don Alonso
    Rey de Castilla le movía, y que apenas le había cogido el Reyno de
    Murcia, cuando ya con el favor del Rey de Aragón su suegro lo había
    cobrado, y por ser ya perdida para los Moros Valencia, de suerte que
    ya no le quedaba en España amigo, ni valedor alguno de su secta para
    poderse valer contra e Rey de Castilla: determinó recorrer al favor
    y amparo de los Reyes de África, que siempre fueron muy voluntarios
    en mover guerra a España, entre otros al gran Miramamolin de
    Marruecos llamado Abenjuceff: por ser mozo gallardo, valiente y muy
    poderoso en gente y dineros, y mucho más deseoso de ganar honra, la
    cual ponían los Moros no tanto en mover guerras y alcanzar victorias
    de ellos entre si, cuanto en sojuzgar a los Cristianos, y por esto en
    mover guerra contra España como contra Cristianos, no había moro
    que no se dispusiese muy de corazón para seguirla, y poner toda su
    felicidad en matar un Cristiano. De manera que pareciéndole que
    Abenjuceff tomaría de buena gana esta empresa: le envió sus
    embajadores con muy buenos presentes de las mejores cosas de España
    para atraerle a su voluntad, y en suma le escribió que si se
    disponía a pasar al Andalucía con el mayor ejército que pudiese,
    estaría aprestado para favorecerle con todo su poder, pues se
    partiesen a medias todo lo ganado, asegurándose que acabaría con
    facilidad esta empresa por muchas causas y razones. Señaladamente
    por la ausencia del Rey de Castilla, que se había ido sin saber
    donde y para muchos días, y que había dejado sus Reynos
    encomendándolos a su hijo, mozo de poca experiencia en cosas de
    guerra, y muy apartado del Andalucía: la cual por la ausencia de su
    Rey, estaba muy desguarnecida de gente y armas, y sin eso toda la
    tierra y gente dividida en parcialidades: porque los grandes y
    Barones del Reyno, no solo estaban mal con su Rey, pero entre ellos
    había muy grandes pasiones: ni obedecían de buena gana a don
    Fernando su Príncipe ya jurado, por el odio del padre, y por ser
    mozo de poca edad, y en las cosas de la guerra, como dicho está, muy
    inexperto: y que no había por qué recelarse del Rey de Aragón, ni
    de su poder y ejército, por hallarse muy ocupado y entretenido de
    sus vasallos, con quien tenía muchas diferencias, y estar todos sus
    Reynos puestos en bandos y parcialidades, y que hallaría más presto
    favor que resistencia en ellos. Cuanto más que le aseguraba de todo
    daño que se le pudiese seguir por la parte de Aragón, porque él
    movería guerra contra los de Murcia y Valencia y los entretendría
    para que con más seguridad y valor pudiese la esclarecida gente de
    Marruecos sojuzgar el Andalucía, demás que en desembarcar él, y
    poner el pie en ella, tenía por muy cierta la rebelión de los Moros
    de Valencia en su favor, y que por esta vía quedaría enredado el
    Rey de Aragón para no pasar adelante a buscarle. Finalmente le
    certificaba que en sabiendo que hubiese desembarcado con su gente,
    acudiría luego a la hora a ser con él con X mil caballos y XXX mil
    infantes. Le cuadró mucho a Abenjuceff la embajada y designo del Rey
    de Granada, y holgándose infinito de tan buena ocasión que se le
    ofrecía para ganar mucha fama y gloria en esta empresa, después de
    haber bien recibido y despedido los embajadores, dando su fé y
    palabra que haría luego su pasaje con todo el ejército y poder que
    tenía, comenzó a imaginar y pensar muy de propósito sobre el modo
    y arte que tendría para tomar a los Andaluces descuidados y de
    improviso, y como ataría mejor las manos al Rey de Aragón, para que
    no pudiese salir de sus Reynos, ni impedirle su empresa.









    Capítulo
    III. De la embajada que Abenjuceff envió al Rey, el cual entendida
    su astucia despidió a los embajadores sin respuesta, y como el Rey
    de Granada se confederó con los
    Arraezes
    de Guadix y Málaga (
    Malega).






    Se siguió que
    para mejor salir Abenjuceff con su intención y designios (
    desiños),
    mandó luego pregonar guerra por todos sus Reynos y señoríos, y los
    de sus amigos, fingiendo ser contra un su vasallo Moro valiente y
    poderoso, al cual había puesto por gobernador en Ceuta ciudad
    marítima, muy fuerte y bien provista de gente y municiones, y se le
    había rebelado y alzado con ella, y porque se sospechaba de él
    tenía trato secreto con los Cristianos del Andalucía para darles
    paso contra los de Marruecos, o con este achaque mantenerse en su
    rebelión. Tras esto con el mismo engaño y ficción envió dos Moros
    principales con muy suntuosa embajada al Rey que estaba en Barcelona,
    con la cual le rogaba que para la guerra y castigo grande que quería
    hacer contra un su vasallo rebelde, por que resultase en muy notable
    ejemplo para Moros y Cristianos, le enviase hasta quinientos caballos
    jinetes de los más escogidos y nobles de Aragón, juntamente con la
    armada de XX naves, y que sabida su voluntad le enviaría luego
    doscientos mil besantes Ceutineses para que más presto se pusiesen
    en orden y aportasen en cualquier puerto de sus Reynos fuera el de
    Ceuta. Con condición, que si el cerco puesto sobre ella se alargase
    por más de un año, solo que la ciudad se tomase, le enviaría
    cincuenta mil besantes, y a los caballeros no solo les daría dobles
    pagas con sus armas y caballos enjaezados, pero aun con otros muchos
    dones los enviaría a sus casas muy aventajados. Lo pensó todo esto
    Abenjuceff no muy fuera de propósito, considerando que estando
    ausente el Rey de Castilla, todo el gobierno y defensa de ella y del
    Andalucía había de venir a manos de su suegro el Rey de Aragón, y
    que según su valor y fuerzas no dejaría de emprenderlo. Y por eso
    le estaba bien socolor de amistad pedirle los quinientos caballeros y
    armada por mar, para que disminuyéndole por esta vía su poder y
    fuerzas, no le sobrasen para valer y defender al de Castilla. Mas
    como después de oídos los embajadores de Abenjuceff, el Rey
    descubriese el engaño y cautela con que venían, y también se
    persuadiese haber sido toda esta máquina y concierto fabricado por
    el Rey de Granada, les oyó bien pero ninguna respuesta les dio, sino
    que hecho muy buen tratamiento a sus personas, mandó se saliesen de
    sus Reynos cuan en breve pudiesen. De esto no se afrentaron los
    embajadores, mas lo tomaron con paciencia, porque conocían el Rey
    había entendido el engaño de la embajada, y se temían de peor
    respuesta. Luego supo esto el Rey de Granada: y temiéndose que los
    Arraezes de Guadix y Malega sus vecinos y enemigos con quien tenía
    treguas, que acabadas estas luego serían inducidos por el Rey de
    Aragón para que le moviesen guerra por una parte, y el Rey por otra,
    se adelantó a confederarse con ellos, notificándoles la venida de
    Abenjuceff con el ejército poderosísimo que traía, para que se
    ajuntasen con él, y todos tres se entrasen por la Andalucía
    adelante, pues él tomaba a cargo de hacer rostro al Rey de Aragón
    si viniese contra ellos por la vía de Murcia. Pues como los Arraezes
    viniesen en lo que pedía y aconsejaba el Rey de Granada, escribió
    luego a Abenjuceff, se diese prisa en pasar el estrecho con su
    ejército, que a la hora le entregaría dos principales villas del
    Andalucía, que eran Algezira y Tarifa muy cercanas al puerto do
    desembarcaría, para su primer alojamiento. Y que tenía ya de su
    parte a los Arraezes de Malega y Guadix que le ayudarían mucho en
    esta jornada.








    Capítulo IV. Como el Rey dio prisa al Príncipe don Fernando de
    Castilla para que saliese con ejército contra Abenjuceff, el cual
    desembarcado ajuntó su campo con los Arraezes y dieron batalla y
    mataron a don Nuño de Lara con su gente.






    Luego que se
    partieron de Barcelona los embajadores de Abenjuceff, y se entendió
    claramente que la guerra que se aparejaba en Marruecos no era contra
    el Gobernador de Ceuta sino contra el Andalucía, y que venía
    Abenjuceff en persona con el mayor poder y número de gente que nunca
    se vio, escribió el Rey al Príncipe don Fernando su nieto que se
    hallaba en Burgos,y le envió un capitán de los más expertos que en
    su ejército tenía, para que después de haberle significado el gran
    peligro en que sus Reynos del Andalucía estaban con la venida de tan
    grande muchedumbre de enemigos como entraban en ella, le animase y
    diese orden en preparar lo necesario para la defensa de ella. Y que
    con la más gente, y diligencia que pudiese, marchase para la
    Andalucía, exhortando de paso a los pueblos, y rogando con cartas y
    mensajerías a todos los grandes y barones de sus Reynos, tuviesen
    por bien de seguirle y acompañarle en esta jornada, de cuyo successo
    dependía el ser y común bien, o mal de toda España. Pues él en
    persona se entraría con su ejército por el Reyno de Murcia, y
    movería guerra contra los de Granada, que eran los promovedores de
    esta guerra, a efecto de divertir al enemigo, para que dividido,
    fuese más fácil el acometer y vencer por si a cada uno. Por este
    tiempo como ya Abenjuceff tuviese congregada toda su gente y no
    pudiese encubrirse más el fingimiento y engaño de la guerra de
    Ceuta con que pensó engañar al Rey con su embajada: hizo de nuevo
    publicar guerra contra la Andalucía, y en recibiendo el último
    aviso del Rey de Granada, luego se embarcó con todo su ejército y
    pasó el estrecho de Gibraltar, y desembarcado tomó luego posesión
    de las dos villas Algezira y Tarifa, como arriba dijimos. Fue tanta
    la gente que pasó con él, que según se entiende por la historia de
    Castilla, fueron XVII mil de a caballo, y la infantería pasaban de
    ciento y treinta mil: como fue del todo desembarcado el ejército se
    alojó en las dos villas y luego llegaron a él los embajadores del
    Rey de Granada con presentes y muchas vituallas para el ejército, y
    entendiendo las diferencias que el de Granada y los Arraezes de
    Guadix y de Malaga tenían entre si, y que andaban en conciertos,
    vino él en persona con poca gente a verse con ellos, y con su venida
    acabó de hacerse el concierto entre ellos. Con esto juntados los
    ejércitos de Granada y de los Arraezes con el de Abenjuceff, se
    partió entre ellos la provincia para que cada uno acometiese y
    emprendiese su repartimiento señalado. A Abenjuceff cupo Sevilla con
    su comarca: al de Granada Iahen con sus contornos. Los Arraezes
    pareció que debían acompañar a Abenjuceff por no ser práctico en
    la tierra, y que le guiasen. Puesto que convinieron en esto, que si
    el Rey de Aragón venía la vuelta de Murcia en socorro de ella, por
    que no se entrase por Granada hallándola sola sin gente de guerra, o
    por Guadix y Malega que estaban cercanos a Murcia, pudiesen el de
    Granada con los Arraezes dejar a Abenjuceff y volver por su casa.
    Pero antes que los ejércitos se dividiesen andando por la provincia
    comenzaron a talar los campos y a destruir y saquear todos los
    lugares y villas que no estaban en defensa, de suerte que iba toda
    ella en muy gran ruina. Era entonces gobernador de Cordoua don Nuño
    Góçales de Lara, el cual luego que entendió que había saltado en
    tierra Abenjuceff dio aviso al Príncipe don Fernando a Burgos, como
    era tan innumerable el ejército de los Moros de África que ocupaban
    toda la Andalucía y la destruían de manera, que si no acudían con
    pronto y buen socorro de a caballo para alancear la gente desarmada
    como venían la mayor parte de los Moros, no se vería más señor de
    ella. Don Fernando que oyó esto, se turbó mucho, y aunque el Rey su
    abuelo (como dijimos) le animó antes con sus cartas y embajada,
    todavía en ver a los enemigos ya dentro de casa, y a su padre
    ausente, y así con pocos años y menos experiencia en las cosas de
    la guerra además de la flojedad y poca afición con que los grandes
    y barones del Reyno se movían a seguirle, perdió algún tanto el
    ánimo. Con todo, hecho un ejército de presto, envió a su hermano
    don Sancho con mucha parte de él, y con toda la caballería la
    vuelta de Córdoba, para socorrer a don Nuño, y luego siguió él
    con la otra parte del ejército. Pero antes que don Sancho llegase,
    sabiendo don Nuño que Abenjuceff marchaba para la ciudad de Écija,
    no muy lejos de Sevilla, juntó la más gente que pudo que fueron
    hasta número de trescientos caballos, y cinco mil infantes, y con él
    se puso primero en ella. Mas como fuese valeroso capitán y
    magnánimo, aunque en esto mal considerado, no sufriéndole el
    corrçon
    de estar encerrado, determinó de salir afuera y meterse en campo, y
    sin aguardar la gente de don Sancho, por si solo con los suyos
    acometió a los enemigos aunque muy aventajados en número y armas,
    lo que fue causa de su rota. Trabada la pelea combatieron los de don
    Nuño tan valerosamente que por muchas horas fue igual y dudosa la
    victoria: pero como Abenjuceff sobrase en gente, y los Arraezes con
    los de Granada que entendían el modo de pelear de los Cristianos les
    hiciesen cruel resistencia, don Nuño quedó muerto, y con él
    doscientos y cincuenta de los de a caballo, y cuatro mil infantes: de
    los cuales no quedara uno solo vivo para traer la nueva, si no fuera
    por una pequeña villa algo fortificada que no la nombra la historia,
    donde se recogieron los que pudieron escapar del campo. En este día,
    si Abenjuceff no consintiera a los suyos detenerse en la presa y
    despojos del campo, sino que prosiguiera la victoria, no hay duda,
    según que la provincia estaba desprovista y atemorizada con la nueva
    que se divulgó de esta victoria, la sojuzgara toda de una vez, y
    saliera con su empresa. Mas el temor que tuvo de la venida de don
    Sancho y don Fernando, y querer contentar a los suyos que tan
    encarnizados estaban en la presa, y pereza que de ahí les tomó para
    pasar adelante: también por haber quedado muchos heridos y muertos
    en la batalla, no le dejó seguir el alcance, y también por no
    dividir el ejército en muchas partes.









    Capítulo V. De la gente
    que el Arzobispo de Toledo hizo contra Abenjuceff, y que por mucho
    adelantarse fue preso de ellos y vencido su ejército, y a la fin
    muerto y cortada la cabeza y las manos.







    En este medio viendo los
    grandes y Prelados de Castilla cuan de veras iba este negocio de los
    Moros luego que supieron el triste suceso de don Nuño de Lara y de
    los suyos, cada uno por si hizo gente de guerra en sus tierras para
    juntarse con el ejército de don Sancho. Entre otros el Arzobispo de
    Toledo don Sancho hijo del Rey, (de quien antes hablamos) entendiendo
    los grandes daños y pérdidas de gente y ganados que Abenjuceff iba
    haciendo por la provincia, no pudiéndolo sufrir como Príncipe
    valeroso, hizo a costa suya un mediano ejército de infantería por
    el Reyno de Toledo. El cual juntado con la caballería de la ciudad,
    y de Madrid, de Guadalajara, y de Talavera de la Reyna, todas villas
    muy principales del Arzobispado, sin tener noticia de la rota de don
    Nuño y los suyos, llevó a toda esta gente hacia la ciudad de Jaén,
    a donde ya era llegado don Lope Díaz de Haro: y todos deliberaron de
    aguardar allí puestos en fortificación al ejército de don Sancho,
    para que juntos diesen sobre los enemigos, que sin duda hicieran
    efecto. Mas el Arzobispo inducido por el mal consejo y lisonjas de un
    Comendador de Vcles, llamado Martosio (que las pagó muy bien
    muriendo de los primeros) diciéndole que trayendo don Lope tan poca
    gente, y él mucha, muy lucida y mejor armada, no se había de
    detener, ni perder la ocasión de tan gloriosa victoria que podía
    alcanzar de los Moros, para poderse atribuir a si solo el haber
    librado la provincia: mayormente andando los enemigos muy gloriosos y
    descuidados por la victoria de don Nuño (que ya había llegado la
    nueva de ello) y que infaliblemente los vencería. Alabó el
    Arzobispo el consejo del Comendador, y le cuadró tanto, que en lugar
    de hacer alto, y por ocasión de la triste nueva, tomar consejo sobre
    lo que debían hacer: luego sin dar razón a don Lope, ni a los demás
    capitanes de su ejército, mandó que le siguiesen todos, y sin hacer
    reseña de la gente, ni mandarles ponerse a punto de pelear, se puso
    delantero, y marchó con tanta prisa hacia donde estaban los
    enemigos, que estaban cerca, que sin esperar que se pudiesen poner en
    orden sus gentes, ni que acabase de llegar la retaguardia, él mismo
    arremetió de los primeros a dar en ellos. Los de Abenjuceff que los
    vieron venir tan sin orden a meterse a pelear con ellos, salieron con
    grande ímpetu muchos juntos de la gente de a caballo, y con sus
    acostumbrados alaridos y estruendo de atambores, los tomaron en
    medio, e hicieron tan horrible estrago y matanza en los pobres
    Cristianos que ninguno escapó de muerto, o preso, hasta la propia
    persona del Arzobispo que fue preso por la gente de Granada, a donde
    querían ya llevarle y presentarle a su Rey. Lo cual visto por los de
    Abenjuceff, levantaron muy grande alboroto sobre ello: y en un
    momento se dividió todo el ejército de los Moros en dos
    parcialidades, contendiendo sobre cual de las dos se había de llevar
    la persona del Arzobispo, o los de Granada que fueron los que
    realmente le prendieron: o los de Abenjuceff que hacían cabeza y
    eran la mayor parte del ejército. Y como después de haber mucho
    debatido de palabras sobre ello, viniesen ya a las manos, el Arraez
    de Málaga viendo el alboroto y juego tan mal parado, y que había de
    suceder en común ruina de todos, llegó con gran cólera do el
    Arzobispo estaba preso en medio del ejército de los de Granada, y
    tirándole una azagaya le atavesó por los hombros de parte a parte
    con tanta fuerza que cayó luego en tierra muerto. Diciendo el
    Arraez, no quiera Mahoma, que por respeto de un perro mueran tantos y
    tan señalados capitanes, y con ellos se pierda todo el ejército, y
    luego le cortó la cabeza y la mano derecha, en que llevaba las
    sortijas y anillos pontificales, y con esto se apaciguaron todos.
    Luego entendieron en despojar los muertos y saquear el Real y bagaje
    de los Cristianos, que iban riquísimos, y pasaron adelante la guerra
    los moros con buen ánimo por haberles sucedido tan prósperamente en
    las dos primeras jornadas que se les habían ofrecido contra los
    Cristianos.







    Capítulo VI. Como
    viniendo el Príncipe don Fernando con el ejército adoleció y
    murió, y don Sancho su hermano se levantó con el Reyno, y como fue
    el Príncipe don Pedro a la defensa de Murcia.







    Por el mismo tiempo don
    Fernando que partió de Burgos y enviada la mitad del ejército
    delante con don Sancho su hermano, venía poco a poco recogiendo la
    gente que de las villas y ciudades se le enviaba, oyendo las nuevas,
    que tuvo juntas de las dos rotas de don Nuño y del Arzobispo su tío,
    y como con todos sus ejércitos habían quedado muertos en el campo a
    manos de los moros, lo sintió tanto que del todo se demudó, y
    entrándose en un pueblo grande que llaman Villareal para hacer allí
    junta de todo el ejército, adoleció de tan recia calentura, que muy
    en breve murió de ella, en la flor de su mocedad y peor tiempo que
    podía ser para sus Reynos. Hizo su testamento, y dejó a don Alonso
    su hijo muy niño heredero universal de todos sus Reynos y señoríos.
    Mas don Sancho hermano del muerto pretendiendo que a él venía la
    sucesión del Reyno, hallándose con el ejército en pie, en muriendo
    su hermano, comenzó a tomar posesión del Reyno, y tratarse como
    Rey. Para más confirmarse en ello, mandó convocar a los grandes y
    principales del Reyno, y a los síndicos de las universidades, y
    congregados, de su voluntad y consentimiento envió capitanes y
    gobernadores con mucha gente de guarnición para ponerla en las más
    principales fortalezas del Andalucía, y él aumentando de cada día
    su ejército, osó pasar a Sevilla. Entrado en ella, y siendo muy
    bien recibido de todos, estableció allí su Reyno, y proveyó muy de
    propósito las cosas de la guerra. Pues ya don Alonso su padre por su
    larga ausencia, o por las causas dichas, no osaba volver a sus
    Reynos. Y así por esto, como porque muy pocos seguían a don Alonso
    hijo de don Fernando, regía libremente don Sancho sin contraste
    alguno. Desde entonces comenzaron en Castilla a levantar la cabeza
    los Cristianos contra los moros: mayormente por lo que ahora diremos.
    Como en este medio el Rey que estaba en Barcelona aderezando la
    armada por mar, y gente por tierra para tomar la vía de Murcia,
    oyese los prósperos éxitos que Abenjuceff había tenido en la
    guerra, por el mal gobierno de los de Castilla, y con el favor de los
    de Granada, habiendo vencido a los Cristianos dos veces, y en la
    postrera prendido y muerto al Arzobispo su hijo con tanta crueldad.
    Además de esto, don Fernando su nieto haber fallecido en tal tiempo,
    y que todo iba derrota, mandó al Príncipe don Pedro que ya estaba
    en el Reyno de Valencia con la gente que halló allí a punto que
    eran mil caballos y V mil infantes, se pusiese dentro en Murcia para
    socorro de los de Castilla, y que juntándose con la gente de Murcia
    hiciese guerra contra el Reyno de Granada señaladamente contra los
    de Málaga: porque de esta manera dividiría el ejército de los
    enemigos.








    Capítulo VII. Como por la guerra que don Pedro movió contra Granada
    y Málaga, se dividió el ejército de los Moros y el Rey emprendió
    la defensa de Castilla.






    Partió luego
    don Pedro con la gente que halló hecha en Valencia, y se fue para
    Murcia, a donde con la que halló de guarnición en las fronteras, se
    entró por el Reyno de Granada, dando el gasto a la campaña y
    saqueando y asolando villas y castillos, llevándolo todo a fuego y a
    sangre: señaladamente en las tierras y aldeas de Malega, pues por la
    muerte del Arzobispo de Toledo hecha por el Arraez de Malega llevaba
    ánimo y orden de asolarlo todo. Luego que supo esto el Rey de
    Granada, que se estaba siempre en su ciudad, viéndose atajado y con
    su perdición al ojo, envió a mandar al general de su ejército que
    había enviado en ayuda de Abenjuceff, y también al Arraez de Malega
    que para resistir al Príncipe don Pedro y atajar sus grandes
    crueldades y destrucción que en lo de Granada y Malega hacía, se
    despidiesen de Abenjuceff, y se volviesen a la hora para Granada. Los
    cuales en recibiendo el aviso se fueron a despedir de Abenjuceff, y
    sin más consulta se partieron con toda su gente y se volvieron a
    Granada. Pues como el Miramamolin así súbitamente se hallase solo y
    desamparado de los compañeros, que con tanta prisa y promesas de que
    no faltarían de ser siempre con él todo el tiempo que la guerra
    durase, le habían hecho venir a valerles: y entendiese que el
    Príncipe don Sancho que estaba en Sevilla mandaba hacer grande
    aparato de armada por mar, para impedirle el paso y vuelta para
    África, y en fin no esperase ya de otra parte socorro: dejó de
    hacer más cabalgadas por la provincia, por mucho que los suyos se
    hubiesen cebado en ellas, y sin atender a tomar una buena tierra para
    fortificarla, y dejar un pie en la provincia, pues con el favor del
    Rey de Granada la pudiera bien conservar, se volvió con todo su
    ejército para Algezira: adonde se detuvo algunos días, hasta que
    don Sancho, con el entretenimiento que don Pedro hizo a los de
    Granada y Arraezes, se rehizo, y pudo con el ejército que le acudió
    de Castilla, y el que ya tenía, haberlas con Abenjuceff, y, o por
    concierto, o como quiera (que no lo toca la historia del Rey) le echó
    de toda la Andalucía. Entretanto el Rey de muy lastimado por la
    muerte del Arzobispo su hijo, confiando se había de vengar de
    aquellos crueles perros, de cada día hacía más gente, y con fin de
    ir él en persona, mandó pregonar guerra contra ellos: pues de ver a
    los Reynos de Castilla tan desamparados tenía obligación por el
    beneficio de sus nietos de emprender la defensa de ellos: también
    porque resultaba de ella la seguridad y conservación de los propios:
    poniendo como sabio su principal fin y estudio, no tanto en
    conquistar Reynos, cuanto en conservar los conquistados. De aquí
    venía que preguntándole algunas veces sus íntimos criados, por qué
    tomaba tan de veras esta guerra contra los moros, no le bastaban los
    Reynos ya ganados? Respondía, qué me aprovecha haber ganado tantas
    y tan gloriosas victorias con los Reynos conquistados, si con el
    continuar la guerra, no conservamos lo ganado? Y si por aniquilar
    (
    anichilar)
    y perseguir a los enemigos de Dios, no empreamos la vida en cuanto
    podemos? Por estas causas, y por no dejar sin venganza la muerte del
    Arzobispo, no se puede creer con el ánimo que se preparaba para
    proseguir esta guerra. Y así escribió a todas las ciudades y villas
    Reales, y a los grandes y Barones de sus Reynos, rogándoles que para
    la fiesta y Pascua de resurrección acudiesen a Valencia con el mayor
    poder de gente y armas que pudiesen. Todo esto pasó antes que se
    dividiese el campo y ejército de los Moros, con la nueva que
    tuvieron del estrago que don Pedro hacía en las tierras de Granada y
    de Málaga, y así como se siguió que Abenjuceff, viendo que se le
    fueron los Arraezes y los de Granada, se recogió, como hemos dicho,
    a Algezira, y se volvió a África, o no salió más en campo, no
    tuvo necesidad el Rey, pues Murcia quedaba en defensa, de ir contra
    ellos.















    Capítulo VIII. De los alborotos populares que se movieron en
    Zaragoza contra los regidores de la ciudad, y lo mismo en Valencia, y
    como se apaciguaron.







    Estando el Rey en
    Barcelona aparejando con gente y armas para proseguir la empresa
    contra los moros, le llegó nueva de Aragón, como en Zaragoza
    súbitamente se habían levantado grandes alborotos llamando al arma
    y libertad, con tan grande ímpetu y furor del pueblo contra los
    regidores, que llaman jurados, de la ciudad, que viniendo con sus
    mazas delante e insignias purpúreas de magistrados a remediar el
    ruido, echaron mano de ellos los alborotadores, y al principal jurado
    en cap, que dicen, que se llamaba Gil Tarin, mataron cruelmente. Como
    lo entendió el Rey, escribió al justicia de Aragón, que hiciese
    tan ejemplar justicia de los delincuentes, que fuese escarmiento para
    todos. El justicia hizo sus diligencias y a muchos que prendió de
    ellos hizo cortar las cabezas. De la misma manera, y en un mismo
    tiempo, se levantó en Valencia otro alboroto y tumulto a manera de
    comunidades, de los populares contra los oficiales Reales y de la
    ciudad, sin que se entendiese, ni se pudiese sacar en limpio la
    ocasión de ello, como tampoco se entendió en lo de Zaragoza, mas de
    un furor y deseada licencia de pueblo, y llegó a tanto que echaron a
    los jurados y oficiales Reales de la Ciudad, y les asolaron las
    casas, siendo el capitán de ellos uno llamado Miguel Pérez que era
    hombre célebre y muy estimado de los del pueblo, siendo uno de
    ellos. Avisado de esto el Rey que había llegado ya de Barcelona a
    Tortosa, mandó a don Pedro Fernández su hijo persiguiese aquellos
    traidores, y que hiciese ejemplar justicia de ellos: el cual puso tal
    diligencia en perseguirlos que luego huyeron todos, y quedaron
    perpetuamente desterrados de la ciudad y Reyno, y los que
    disimuladamente volvieron fueron presos y hechos cuartos. Por este
    tiempo vinieron a Valencia muchos señores y barones de los Reynos
    para seguir al Rey en esta jornada contra Abenjuceff y los de
    Granada, a los cuales recibió muy bien el Rey, y mandó aposentar y
    proveer de toda cosa, y estando poniéndose en orden para ir contra
    Granada, se estorbó la ida, por la nueva que llegó del Andalucía
    como el campo de Abenjuceff se había dividido por las causas arriba
    dichas. Por lo cual, y por las necesidades que en Valencia se
    ofrecían, para atajar las nuevas rebeliones de los moros del Reyno,
    que con la fama de Abenjuceff, y favor de los de Granada se
    levantaron, determinó de no pasar adelante, sino quedarse en
    Valencia, por acudir a los principios de los males.













    Capítulo IX. De las rebeliones que hubo en el Reyno y de la venida
    de Alazarch por caudillo de ellas, y de la del Conde de Ampurias, y
    como se cobraron los lugares rebelados.






    En el tiempo
    que las cosas del Rey de Granada iban prósperas con la venida de
    Abenjuceff, ciertos moros del Reyno, siendo muy solicitados por los
    de Granada, y persuadidos de que ningún tiempo se les podía ofrecer
    en la vida más oportuno que entonces para rebelarse contra los
    Cristianos, se conjuraron, y con el secreto favor y gente de a
    caballo que les enviaron los de Granada, comenzaron a fortalecer
    algunas villas y castillos, echando de allí los Cristianos que
    moraban en ellas. Esto por muy secreto que iba siempre se entendió
    que fue intentado a los principios por Abenjuceff, teniendo por
    averiguado que no podría salir con la empresa del Andalucía, si no
    entreteniendo al Rey con meterle la guerra dentro de casa, y también
    por lo que hicieron los Arraezes y Rey de Granada por divertir al
    Príncipe don Pedro que tanto los aquejaba (
    aquexaua)
    dentro de sus tierras. Y así enviaron ciertas compañías de gente
    de a caballo muy escogidos de los dos ejércitos al Reyno de
    Valencia, con los cuales la rebelión crecía de cada día, y
    cerraban los caminos de manera, que ningún Cristiano dejaba de ser
    desbalijado
    y robado, y si resistía muerto. Entre otros un Moro rico llamado
    Abrahimo, comenzó a reedificar, y fortalecer un castillo llamado
    Serrafinestrat el cual poco antes había el Rey mandado derribar,
    como lugar aparejado para semejantes rebeliones, según el paso y
    asiento áspero y enriscado que tenía. Los primeros que se rebelaron
    fueron los de Tous, y los lugares de las tres valles de Alcalá,
    Gallinera, y Pego, con los de Guadalest, Confrides, y Finestrat, en
    la región de la Contestania. Esto fue antes que los jinetes de
    Granada y de Abenjuceff entrasen en el Reyno. Después de entrados
    ellos, se rebelaron con mayor ocasión los lugares de Montesa y
    Vallada, con otros pequeños pueblos junto a Xatiua: y el mal iba
    creciendo de cada día, porque los de Granada enviaban nuevas
    compañías de gente de a caballo con dinero y armas a los del Reyno.
    Por esta causa estando el Rey en Valencia ajuntó los señores y
    Barones de los tres Reynos que allí se hallaban, de cuyo parecer y
    voto, publicó guerra contra los rebeldes, pues se hallaba con la
    gente hecha y puesta en armas. Para esto se proveyó de vituallas, y
    mandó llamar al Príncipe don Pedro. El cual poco antes, dejando
    buena parte del ejército en guarnición en el Reyno de Murcia en las
    fronteras de Granada, se fue con la otra a Cataluña: y de muy
    sentido y lastimado por lo que el Conde de Ampurias había hecho
    contra su querida villa de Figueras (según arriba dijimos) comenzó
    a hacer cruel guerra a las tierras y vasallos del Conde. Pero no
    embargante todo eso, usó el Conde de un buen ardid contra el
    Príncipe, porque dejando sus tierras muy bien guarnecidas de gente y
    fortalecidas, se vino derecho a Valencia con la gente de guerra que
    pudo a servir al Rey contra los rebeldes y concertar sus diferencias
    entre él y el Príncipe. Cuya venida con tanta y tan bien armada
    gente, fue al Rey tan grata y acepta, que luego mandó pregonar por
    toda Cataluña que ninguno fuese osado de seguir al Príncipe don
    Pedro en la guerra que llevaba contra el Conde de Ampurias, y a quien
    lo contrario hiciese le fuese cortada la cabeza. Finalmente
    determinando el Rey con el ejército que tenía hecho salir en campo
    para dar contra los rebeldes, muchos de ellos que lo sintieron fueron
    luego con mucha humildad y arrepentimiento a reconciliarse con él.
    De estos fueron los primeros los de Montesa y Vallada con otros
    cercanos, a los cuales perdonó fácilmente, porque se reconocieron
    luego, y pidieron perdón, y también porque no se rebelaron antes,
    sino después que la gente de Granada entró en el Reyno, y tuvieron
    alguna más justa causa para rebelarse que los de Tous, Alcalá, y
    val de Gallinera (
    Guillanera)
    con sus
    veziños,
    a los cuales no quiso perdonar el Rey sino hacerles cruel guerra. Con
    esto se partió de Valencia, y vino a Alzira, donde supo como los de
    Thous, que está cerca, fortificaban su castillo, y se habían hecho
    fuertes en él, a los cuales envió un capitán con su compañía
    para decirles se diesen, lo cual dijo el capitán, y añadió de
    suyo, no rehusase de hacerlo, pues tenía bien conocida la benignidad
    y buena gracia del Rey para los que llanamente se le entregaban. Mas
    confiados ellos del socorro que les traía el Capitán Alazarch (el
    que pocos años atrás había sido perpetuamente desterrado del
    Reyno, y ahora volvía con los de Granada para ser caudillo de los
    rebeldes) respondieron que ellos no tenían, ni conocían por Reyes y
    señores sino al Miramamolin Abenjuceff, y al Rey de Granada, que al
    Rey de Aragón le tenían por buen hombre, mas no por propio y
    natural Rey de los moros. Vuelto el capitán al Rey con esta
    respuesta, dijo más, que había, aunque de lejos, reconocido la
    fortaleza, y que no tanto por estar muy fortalecida, cuanto por el
    socorro de Alazarch que aguardaban por horas, había dejado de
    combatirla y tomarla. Entonces el Rey pasó de Alzira a Xatiua, para
    alegrar y dar ánimo con su presencia a los soldados de guarnición
    que estaban repartidos en las dos fortalezas.









    Capítulo X. Como los
    Moros dieron asalto a la villa de Alcoy, y fueron repelidos y
    Alazarch muerto, y que saliendo los de Alcoy tras ellos dieron en una
    celada y fueron degollados.






    En llegando el
    Rey a Xatiua envió parte de la caballería e infantería a Alcoy y
    Cocentayna, dos villas muy principales y ricas de la Contestania, las
    cuales después que el Rey echó los Moros del Reyno, quedaron como
    desiertas, y se poblaron de Cristianos, a los cuales se repartieron y
    establecieron las tierras y campos de ellas, teniendo fin a que los
    moros no se apoderasen más de villas ni pueblos cercados. Y por esta
    causa desde entonces fueron pobladas de Cristianos, y solo quedaron
    los Moros en los lugares pequeños hechos vasallos de los señores, a
    los cuales así el Rey como sus hijos y descendientes Reyes
    repartieron por Baronías todas las tierras que poseían los Moros
    por el Reyno. Pues como después de haber enviado el Rey el socorro a
    las villas para defenderse de los doscientos y cincuenta jinetes con
    el capitán Alazarch que había llegado de refresco de Granada, estos
    con los del Reyno marcharon para batir a Alcoy, y llegados, parte se
    pudieron no muy lejos de la villa en celada, parte arremetieron a dar
    el asalto sobre ella: pero les fue tan mal en el asalto, que se
    hubieron de retirar de veras, con muy grande daño y pérdida suya:
    quedando los más de ellos muertos, o mal parados, y su capitán
    Alazarch cruelmente herido de una saetada de la cual murió allí
    luego: puesto que no tardó mucho a ser vengado. Porque como los
    Moros levantaron el cerco, y se retiraron llevando el cuerpo de
    Alazarch con grandes llantos y alaridos (
    araridos),
    los de Alcoy de muy ufanos por la victoria pasada, salieron con
    grande ímpetu siguiéndolos sin llevar ningún orden, pero los moros
    retirándose medio huyendo los llevaron hasta dar en la celada. De la
    cual salieron tan rabiosos, que juntamente con los del asalto, de tal
    manera revolvieron sobre los Cristianos que los degollaron casi a
    todos.















    Y Capítulo XI. Como los Moros tomaron algunas fortalezas, y de la
    victoria que alcanzaron de ellos los Cristianos en el campo de Liria,
    con otra presa en Beniop, y como los Moros saquearon a Luchent.







    Como se divulgó la nueva
    triste para moros y Cristianos, de la muerte de Alazarch y pérdida
    de los de Alcoy, por arte e industria de los de Granada, sintieron
    mucho los Moros del Reyno la muerte de Alazarch, pero con la victoria
    siguiente tomaron grande orgullo, y comenzaron a combatir algunas
    fortalezas donde había guarnición de Cristianos, con esto volvió a
    cobrar fuerzas la conjuración y rebelión de los Moros. Por donde el
    Rey volvió a Valencia, y de nuevo mandó llamar a todos los señores
    y barones del Reyno que por razón de las tierras establecidas a
    ellos en feudo, estaban obligados a seguirle en la guerra, y estar en
    defensa del Reyno. Los primeros que acudieron al llamamiento fueron
    don García Ortiz de Azagra señor de Albarracín, y el lugarteniente
    del Maestre del Temple (que según afirma Asclot en su historia) era
    don Pedro de Moncada, con algunas compañías de infantería y de
    caballos. Los cuales como entendiesen que había asomado un gran
    golpe de gente de hasta X mil moros de a pie en el campo de Liria a
    cuatro leguas de la ciudad, para saquear algunos lugares, y también
    las cabañas de Cristianos, salieron el lugarteniente y don García
    con hasta mil y doscientos jinetes, y llegados a vista de los Moros
    los acometieron con tan esforzado y varonil ánimo que mataron
    doscientos y cincuenta de ellos, tomando pocos a merced, los demás
    se les huyeron a más andar faltando, de los nuestros solo un
    escudero con cinco caballos que murieron. De este hecho tan singular
    quedó el Rey muy admirado, y alabó mucho el gran valor de estos dos
    caballeros y de toda su gente y compañeros: a los cuales hizo
    mercedes. Luego volvió el Rey a Xatiua por ser su presencia muy
    necesaria en aquella parte para dar ánimo y socorro a los que
    estaban en guarnición por las fortalezas, y hacer rostro a los moros
    que le amenazaban jurando que le habían de quitar a Xatiua. Estando
    allí entendió que muchos de aquellos jinetes de Granada habían
    pasado por el valle de Albayda más arriba de Xatiua en socorro de
    los de Beniop, a donde tenía hasta dos mil de ellos cercados don
    Pedro Fernández. El cual como buen capitán e hijo de tal padre, se
    dio tan grande prisa en prevenir al enemigo, que antes que los de
    Beniop pudiesen fortalecer su castillo, ni llegarles el socorro, les
    dio asalto, y tomó la fortaleza, y entró en la villa y los degolló
    a todos. Por donde los de a caballo que venían en su ayuda sabiendo
    la destroza, y pérdida de ellas volvieron las riendas y se fueron
    para Luchente lugar de Cristianos, el cual como estuviese mal
    provisto de gente y armas fácilmente le tomaron y saquearon.













    Capítulo XII. Como por detener al Rey que no fuese a Luchent, fue
    gran parte del ejército con los de Xatiua vencidos de los moros, y
    lo mucho que el Rey lo sintió.







    Como el Rey supo el saco y
    pérdida de Luchent sintiolo mucho y tomó grande cólera sobre ello.
    Y aunque por su vejez y una grave dolencia que había tenido de la
    cual apenas había convalecido, estuviese muy flaco y debilitado, con
    todo eso determinó de ir en persona a perseguir los Moros con el
    ejército que se hallaba. Mas por mucho que el Vicario del Temple, y
    don Ortiz, y el Obispo de Huesca le rogaron no saliese de la ciudad
    hallándose con tan pocas fuerzas por la dolencia pasada, ni se
    pusiese en medio de tan desesperados enemigos para perder su vida con
    la de todos sus Reynos, no dejó por eso de ponerse a caballo para
    irse con el ejército contra ellos: pero como todos a una mano se
    ajuntasen a impedirle la salida, prometiéndole que todos ellos irían
    en persona contra los enemigos, si se quedaba en la ciudad, porque a
    no hacerlo le desampararían y se irían: a esto decía que él solo
    los acometería: hasta que persuadiéndole los médicos, y
    pronosticándole nueva dolencia que por ser el tiempo tan caliente, y
    el camino tan áspero se le seguiría: ni aun por esas mostraba
    querer quedar. Finalmente como sobreviniesen los Prelados y Teólogos
    que le amenazaban a voces con la ira de Dios y penas del infierno, si
    no evitaba un tan manifiesto y evidente peligro de su persona y vida:
    y tras ellos acudiesen los religiosos con todo el pueblo y mujeres
    con grandes voces y lloros poniéndosele unos y otros amontonados
    delante: se quedó muy triste y angustiado en la ciudad. Y así los
    del ejército por complacerle, luego sin ningún orden tomaron la vía
    de Luchente, sin hacer provisión alguna de tiendas ni bagaje, ni
    tampoco de vituallas, como si ya tuviesen la victoria en la mano: y
    caminaron toda la noche con grandísima fatiga y pesadumbre a causa
    del excesivo calor. Llegando pues a Luchent muy de mañana,
    descubrieron los enemigos que al parecer serían quinientos caballos
    y tres mil infantes, puestos bien en orden, y que de cada hora les
    acudía más gente, a los cuales en llegando arremetieron los
    nuestros tan desordenadamente, sin esperarse los unos a los otros,
    pero con tanto valor y esfuerzo, que no fueron parte los capitanes
    para detenerlos a buenas cuchilladas, ni para que se dejasen de
    trabar tan reñida y cruel batalla. Porque es cierto, según el
    coraje que los nuestros llevaban, si a los enemigos no les creciera
    el socorro de todo aquel valle, sin duda se defendieran de los
    primeros: y no fueran tan miserablemente vencidos, y la mayor parte
    de ellos degollados, con el buen don Ortiz y el hijo de don Bernaldo
    Entensa con la mayor parte de la caballería. Lo mismo fue de los de
    Xatiua que por detener al Rey, se juntaron haciendo cuerpo por si, y
    no llegando juntos con el ejército del Rey, sino con el mismo
    desorden, mezclándose en la batalla, fueron todos degollados por los
    Moros, con tanta presteza, sin escapárseles ninguno a causa que
    luego eran los jinetes con cualquier desmandado, que (según dice
    Marsilio) fue divulgado proverbio entre los de Xatiua de esta rota,
    el martes aciago. Fueron presos en esta batalla algunos caballeros y
    nobles, señaladamente el vicario del Maestre del Ospital, el cual
    fue llevado a Biar, donde se habían ya rebelado algunos Moros del
    pueblo con el favor de los jinetes, mas fue luego liberado por la
    industria de un moro tornadizo que había sido soldado del Rey, y
    amaba mucho al Vicario, y después de la muerte del Rey lo trajo sano
    y salvo al Príncipe don Pedro, y recibió mercedes por ello. Sabido
    pues por el Rey el rompimiento y gran pérdida de su ejército con
    los de Xatiua, lo sintió en el alma, y mucho más cuando entendió
    que por no llevar orden los suyos, sin esperarse los unos a los
    otros, y sin considerar primero el número y puesto de los enemigos,
    se arrojaron a ellos. Y así tanto más se afligía por no haber ido
    en persona con ellos, porque sin duda lo hubiera mejor considerado
    todo, y con el gran orden que tenía en el pelear, con el cual había
    siempre con pocos prevalecido contra sus enemigos, aunque muchos más,
    no se le escaparan estos. Estando en esto llegó el Príncipe don
    Pedro con algunos principales señores de los dos Reynos, al cual
    luego el Rey entregó la parte del ejército que le quedaba con otra
    más gente de guerra que había mandado hacer para que fuese a
    distribuirla por las fortalezas del Reyno a las fronteras de Murcia.
    Lo cual pudo hacer don Pedro pacíficamente, porque luego después de
    la batalla de Luchent, los jinetes, hecha muy buena presa y despojado
    el campo, se retiraron la vuelta de Granada que no parecieron más, a
    causa de estar ya deshecho el campo de Abenjuceff, y con haberse
    retirado el ejército de Granada, cesado la guerra. Por lo cual
    sintió el Rey algún alivio de su gran pesar, pues quedaba el Reyno
    pacífico, y eran muertos los caudillos de los Moros, y los que
    quedaban de muy perdidos y destrozados de las guerras pasadas también
    deseaban mucho reposar. Y lo mismo los Cristianos que de llevar
    siempre las armas a cuestas ya no podían más sufrirlas.







    Capítulo XIII. Como el
    Rey adoleció en Alzira, e hizo general confeßion de sus culpas, y
    llamó al Príncipe don Pedro, y de las cuatro cosas notables que le
    encargó para su regimiento.







    Por mucho que el Rey se
    recreó y alegró su espíritu con ver la guerra acabada, y con la
    ida de los jinetes, y muerte de los caudillos y cabezas de la
    rebelión, quedando el Reyno pacífico y quieto: todavía los
    trabajos pasados, las aflicciones de cuerpo y alma, con la carga de
    los muchos años, fatigaron tanto su persona, que no pudo librarse de
    caer en una muy grave dolencia, la cual le fue ya antes pronosticada
    por los médicos, y así por consejo de ellos, siendo el tiempo
    rezissimo de calores, y ser Xatiua muy subjecta a ellos, se partió
    con mucho dolor de dejarla, porque la amó siempre mucho y
    acordándose de la gran pérdida de gente que por su servicio hizo en
    la jornada de Luchent, se le doblaba el dolor en apartarse de ella.
    Se vino para Alzira, a donde porque se le aumentaba la dolencia,
    después de haber recorrido por su memoria y conciencia sus culpas y
    vida pasada, hizo una confesión general con muy grande
    arrepentimiento de todos sus pecados, ante el Obispo de Valencia, y
    otras personas religiosas que siempre llevaba consigo, y recibió el
    cuerpo de nuestro Señor Iesu Christo con muchas lágrimas y
    manifiestos indicios de verdadera contrición. Mas como después de
    hechos y procurados muchos remedios los médicos desconfiasen de su
    salud, y se lo notificasen, alzó las manos al cielo y dio gracias a
    su criador porque le llamaba en tiempo que tenía todo su corazón y
    pensamiento puestos en él, y por cobrar a él le pesaba muy poco
    dejar el mundo. Y luego mandó llamar al Príncipe don Pedro, con
    cuya vista y presencia se holgó mucho. Al cual el día siguiente por
    la mañana, oída con mucha devoción la misa, en presencia de los
    Prelados, grandes y barones que allí se hallaron, le amonestó mucho
    a que con los ojos del alma, mirase y ponderase muy bien los grandes
    y tan inmensos beneficios que la bondad divina había hecho a su Real
    persona en este mundo por todo el tiempo de su vida, habiéndole
    concedido reinar por espacio de sesenta años y algo más, y a gloria
    suya infinita, y alcanzar victoria de los enemigos de su santo nombre
    en cuantas guerras emprendió contra ellos, además de los Reynos y
    señoríos que tan prósperamente le había permitido conquistar y
    añadir a la corona Real: que por tanto confiase alcanzaría las
    mismas mercedes y mayores de su divina mano, si en todo caso se
    preciase de llevar siempre delante sus ojos y alma cuatro cosas las
    cuales de presente le advertía. La primera, si amase y tuviese a
    Dios por su único y soberano Rey y señor sobre todas las cosas, y
    le temiese, y se encomendase a él con todas las propias muy de
    verdadero corazón y alma. La segunda si mediante justicia, llegase a
    tener sus Reynos y pueblos conformes con mucha paz y concordia:
    porque de aquí se sigue no solo la salud y conservación, pero el
    aumento y ampliación de ellos, y hasta aquí llega la obligación de
    los Reyes. La tercera, si mantuviese firme vínculo de amor y
    concordia con don Iayme su único hermano de padre y madre. Pues no
    por otro fin había dado en segundo lugar a don Iayme el Reyno de
    Mallorca con las demás Islas y estados de Mompeller y Perpiñan tan
    cercanos a sus Reynos de la corona: sino para que juntadas las
    fuerzas y ánimos de ambos hermanos, hiciesen por mar y por tierra
    continua guerra en la costa de África para ser señores del mar. La
    última que no harían cosa más acepta a nuestro señor, ni a si más
    agradable, ni para los Reyes, y Reynos más segura, que echar a
    cuantos Moros había del Reyno: porque estos como de si sean
    capitales enemigos de los Cristianos: jamás tendrán verdadera paz
    con ellos, y ni con ruegos, ni buenas palabras, ni aun obras, se
    doblarán intrínsecamente a estar bien con los Cristianos. Además
    de esto le encargó tuviese mucha cuenta con el Obispo de Huesca, a
    quien había criado en palacio de pequeño, y por haber salido tan
    principal hombre y de tan buen espíritu y letras, le había hecho su
    gran Chanciller de Aragón, y también a su hermano el Sacristán de
    Lerida, y a Vgon Mataplana Arcediano de Vrgel todos personas
    fidelísimas, y de su Real consejo, juntamente con los criados
    antiguos de palacio, a los cuales deseaba tuviese en mucho y los
    aventajase a todos los demás. Finamente recelando que si moría de
    aquella dolencia, el Príncipe con los demás querrían llevar su
    cuerpo fuera del Reyno al Monasterio de Poblete, y que por
    acompañarle y ausentarse del Reyno, se podría levantar alguna nueva
    rebelión, ordenó que si la muerte le tomaba en Alzira, su cuerpo
    fuese depositado en la iglesia mayor de nuestra señora que él había
    mandado edificar en ella. Y si en Valencia, en el templo mayor: hasta
    que acabada del todo la guerra, fuese llevado al mismo Monasterio en
    Cataluña, y allí sepultado.







    Capítulo XIV. Como el Rey
    tomó el hábito de los frailes Bernardos y hecho testamento, se hizo
    traer a Valencia donde murió, y su cuerpo fue depositado en la
    iglesia mayor.







    Dicho esto por el Rey,
    como ya la habla le fuese faltando, paró un rato, y tomando un
    cordial, o sustancia, cobró algún esfuerzo, y queriendo apartarse
    del todo de las cosas de acá, y no pensar en otras que las soberanas
    y perpetuas, renunció libera y absolutamente sus Reynos y señoríos
    conforme a la repartición últimamente hecha y aprobada por todos,
    al Príncipe don Pedro. Porque lo demás del Reyno de Mallorca y
    señoríos de Mompeller y Perpiñan con los demás que en la misma
    repartición están contenidos y cupieron al Infante don Iayme, poco
    antes le había ya puesto en posesión de ellos. Hecho esto, mandó
    que le vistiesen el hábito del glorioso sant Bernardo y orden de
    Cistels, de la cual siempre fue muy devoto, con ánimo de pasar al
    monasterio de su religión y orden de nuestra señora de Poblete, y
    hacer allí profesión de la regla, para dedicarse del todo al
    servicio de Dios y contemplación de las cosas celestiales el tiempo
    que le quedase de vida. De manera que por quererlo así el Rey y
    obedecerle el Príncipe don Pedro, con mucha humildad y lágrimas
    puesto de rodillas le besó las manos, y recibida su bendición, se
    partió luego hacia los confines de Murcia, por si la dolencia y
    muerte del Rey causase algún movimiento en los de Granada, por
    suceder en los Reynos don Pedro, de quien tan lastimados quedaban
    ellos y los Arraezes por la destroza que poco antes habían hecho en
    sus tierras. Llegó a Biar, y cobró luego la fortaleza que con el
    favor de los jinetes de Granada poco antes los de la villa habían
    quitado a los Cristianos, y puso gente de guarnición en ella, y se
    detuvo por allí pocos días aguardando en qué pararía la dolencia
    del Rey. El cual viendo que su mal siempre crecía, se mandó traer a
    Valencia, en una litera, al cual salió a recibir toda la ciudad con
    harto más llanto que alegría, y se aposentó dentro de ella. Luego
    en llegando entregó su testamento sellado al Obispo de Valencia,
    para después de ser muerto publicarlo, y como ya propinquo a la
    muerte la voz y alientos le faltasen, y se le diese el Sacramento de
    la extrema unción, encomendándose muy de corazón y alma a Cristo y
    a su bendita madre, con el ayuda y esfuerzo de los Prelados y
    religiosos que le asistían, y con santísimas palabras le endreçauan
    sus afectos, levantados los ojos y manos juntas al cielo dio el alma
    al Señor que se la había criado y encomendado: a los IX del mes de
    Iulio, año de nuestra redención MCCLXXVI, habiendo llegado a edad
    de LXVIII años, luego fue embalsamado su cuerpo y depositado en la
    iglesia mayor como lo tenía mandado. La sepultura y obsequias se las
    hicieron con mediana pompa y ceremonias por la ausencia del Príncipe
    y de los hermanos, estando todos por mandato del Rey distribuidos por
    diversas partes del Reyno para su defensa, de manera que ninguno de
    ellos se halló presente a la muerte del padre, sino que a ejemplo
    del Príncipe, cada uno acudió a su puesto: hasta que de ahí a poco
    tiempo vuelto el Príncipe y coronado Rey, le hizo llevar con muy
    grande pompa y suntuosidad Real al monasterio de Poblete donde está
    magníficamente sepultado.













    Capítulo XV. Que muerto el Rey se publicó su testamento por el cual
    se entiende los hijos que tuvo y cómo los colocó a todos.







    Muerto el Rey fue abierto
    y leído su testamento, hecho y firmado de su mano, y sellado con su
    sello en Mompeller a XXVI de Agosto, cuatro años antes de su muerte.
    En el cual aprobaba las donaciones y repartimientos hechos de sus
    Reynos y señoríos en favor de don Pedro y de don Iayme hijos
    legítimos de doña Violante, como de su verdadera y legítima mujer
    nacidos: A don Iayme y a don Pedro hijos que tuvo de doña Teresa,
    declaraba también por legítimos. De estos al mayor hizo donación
    de la villa de Xerica con su fortaleza y baronía en el Reyno de
    Valencia con todo su territorio y jurisdicción. Al menor dio la
    villa, castillo y baronía de Ayerbe, con otros lugares en el Reyno
    de Aragón: con condición que el hermano que tuviese hijos sucediese
    al que no los tuviese. Y careciendo los dos de hijos volviesen a la
    corona Real. Y mas que muriendo don Pedro y don Iayme hijos de doña
    Violante sin hijos, sucediesen en todos sus Reynos y estados don
    Iayme y don Pedro de doña Teresa, y estos quiso que fuesen
    preferidos a qualesquier hijas aunque fuesen de doña Violante.
    Puesto que después de hecho este testamento, por causas muy graves
    (como en el precedente libro mostramos) tuvo por nulo el matrimonio
    de doña Teresa, quedando en lo demás el testamento en su fuerza.
    Tuvo otros hijos bastardos, a don Fernán Sánchez de la Antillona,
    que miserablemente fue echado y ahogado en el río Cinca, a quien el
    Rey había dado la casa de Castro, de donde su hijo don Felipe
    Fernández y sucesores se han siempre denominado. Tuvo a don Sancho
    Arzobispo de Toledo. Último a don Pedro Fernández de una nobilísima
    dama Aragonesa llamada Berenguera Fernández, diferente de la otra
    Berenguera hija de don Alonso señor de Molina, de la cual ningún
    hijo tuvo. Dio a don Pedro Fernández la Baronía de Yxar (Híjar) en
    el Reyno de Aragón, de la cual también se denominó él y todos sus
    descendientes, que después han aumentado el estado con haber juntado
    con la casa el Condado de Belchite, y con este es agora una de las
    principales casas y señorías de Aragón. Tuvo cuatro hijas de doña
    Violante, de estas la mayor casó con el Rey don Alonso de Castilla.
    La segunda, Gostança con don Manuel hermano del mismo Rey. La
    tercera, doña Isabel con don Felipe Rey de Francia. La cuarta doña
    María se metió en religión. También llama por herederos y
    sucesores en los Reynos, a los hijos de estas, en caso que los cuatro
    primeros hijos no los tuviesen. Finalmente prohibió que por ningún
    tiempo sucediesen mujeres en los Reynos. De donde se colige, que
    contando las mujeres, y a don Alonso hijo de doña Leonor la primera
    mujer tuvo el Rey XIII hijos, y fueron los más de ellos no solo
    heredados de Reynos y señoríos, pero como salidos de sus entrañas
    generosísimas, y criados al pasto de su ejemplo de vida y hazañas
    esclarecidas, fueron tales, que merecieron ser hijos de tal padre.










    Capítulo último. Donde se hace epílogo y sumaria relación de la
    vida, virtudes y señaladas hazañas de este Rey.





    Para que concluyamos ya, y
    lleguemos al fin de la historia y por remate de ella pongamos ante
    los ojos de todos los Reyes y Príncipes del mundo que presiden en el
    gobierno de grandes imperios, una perfecta imagen y retrato, no solo
    de un sabio Rey y Príncipe para tiempo de Paz, y de un famosísimo e
    invictísimo capitán para tiempo de guerra, pero de un perfecto y
    Cristianísimo varón para todo tiempo, haremos aquí un breve
    sumario como epílogo, así de las aventajadas virtudes, y heroicas
    hazañas de este Rey como de sus intenciones y fines Cristianísimos,
    que siguió toda la vida. Porque si miramos su fé y religión
    Cristiana, hallar las hemos no solo testificadas por su singular
    estudio y devoción con que defendió y amplió la religión
    Cristiana: pero muy confirmadas por la obra, con los dos mil templos
    que por él fueron mandados edificar a gloria de Dios. Si
    consideramos su magnanimidad y valor, desde su niñez tuvo ánimo
    para regir los más principales cargos del mundo de Rey y de gran
    capitán. Si su consejo en el determinar, ninguno oyó más atento el
    ajeno que él, pero con ninguno acertó más que con el propio. Si su
    prudencia, en sus consideradas acciones y tanta igualdad de vida con
    tan prósperos sucesos, descubrimos que fue prudentísimo. Si su
    gobierno de Repub. quién fundó leyes, quién hizo fueros, y reformó
    los antiguos, como pudo discrepar de la buena administración de
    ella? Si su sagacidad y providencia en la guerra, aunque fue
    increíble su celeridad y presteza en prevenir al enemigo: no le
    faltó madurez y tiento para el acometerlo. Si tratamos de su
    admirable persona, su aspecto venerable, salud y disposición
    corporal: ninguno se halló en sus Reynos de mayor, ni más bien
    proporcionada estatura, ninguno fue más valiente, sano, y hermoso,
    ni a quien más por su majestad de persona, suavidad de rostro, y
    afabilidad y trato, se aficionase todo el mundo. Gozó de tanta salud
    que pasó toda la vida sin dolencia grave, sola una fue la que
    lentamente sin perturbar su ánimo le acabó: Si su modestia y
    templanza, no se vio Rey en el comer y beber más templado: ni en los
    deleites y pasatiempos más moderado: ni en el decir y hacer más
    recatado, y ni en fin de regocijos que no fuesen de armas, más
    apartado. Si venimos a su valor y esfuerzo en las empresas de guerra,
    por lo cual alcanzó renombre y título de conquistador: de quien
    entendemos que se halló en treinta batallas, como pudo carecer de la
    esclarecida fortaleza, con las demás virtudes militares? Si su
    admirable constancia, quién ningún hecho grande dejó de emprender,
    ni desistió jamás de la empresa, y que salió siempre con ella, no
    será su blasón de constante? Mas ni pudo perder su natural ser de
    clemente, por mucho que se mostró áspero y severo con un su tan
    desobediente y rebelde hijo: pues para con las demás gentes y
    pueblos, no solo se mostró siempre liberal y clementísimo: pero sin
    perder algo de su autoridad, fue con todos humanísimo. Qué diremos
    de su paciencia, pues demás, que sin caer de su estado, siempre, do
    fue menester la tuvo: ninguna se comparó con la que prestó con sus
    tíos don Sancho y don Fernando, perpetuos émulos y perseguidores
    suyos. Qué no suplirán su liberalidad y magnificencia (propias
    virtudes Reales) pues en las presas y despojos de las ciudades, y de
    reales de enemigos, nunca retuvo cosa para si, todo lo repartió, y a
    todos enriqueció? Finalmente las divinas virtudes de justicia y
    misericordia, así las ejercitó, que no solo alcanzó por ellas ser
    tan amado y como temido de los suyos: pero aun por las mismas fue muy
    estimado y alabado de sus enemigos: y por ellas mereció en el Reynar
    por tan luengo y felice tiempo, ser a todos cuantos Reyes hubo muy
    aventajado. Porque reinó cumplidos sesenta años, y dejó a sus
    hijos y sucesores no solo pacíficos y con doblados Reynos de los que
    heredó: pero les abrió el camino para alcanzar los que después acá
    se han adquirido. Por donde como no sea tenida en más la virtud del
    ganar, que la del conservar lo ganado: Qué cosa pudo ser para este
    Rey más gloriosa, que ni de los Reynos que heredó, ni de los que
    por su mano conquistó, ni en vida suya ni de sus sucesores hasta hoy
    se haya perdido un palmo de tierra? Qué más feliz y dichosa, que
    haber sido él mismo el principio y fundamento (como en el proemio se
    prueba) del inmenso imperio, y de la mayor monarquía que nunca se
    vio en el mundo, cual hoy mantiene nuestra España, rige y administra
    el invictísimo don Felipe segundo de este nombre su gran Rey y señor
    de ella?





    LAUS DEO. 





    Impreso en
    Valencia en casa de la viuda de Pedro de Huete, a la plaça de la
    Yerua. Año 1584.