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martes, 23 de junio de 2020

315. GRAUS SALVADA DE LA INUNDACIÓN


315. GRAUS SALVADA DE LA INUNDACIÓN (SIGLO XV. GRAUS)

De todos es conocida la veneración que el pueblo de Graus profesa a san Vicente Ferrer, el famoso fraile predicador, al que los grausinos nombraran
—en recuerdo de su estancia en la villa— su patrón y guía, y del que quedan múltiples evocaciones y testimonios.

Entre los recuerdos más imborrables está un hermoso crucifijo que el santo predicador donara a la iglesia de San Miguel en testimonio de las muchas homilías en ella ofrecidas a los fieles, un Cristo que llevaba siempre consigo allá adonde fuera.

Es creencia generalizada que este crucifijo propiedad del santo salvó en cierta ocasión de la catástrofe a su villa preferida. Ocurrió que, tras un invierno muy crudo y largo, durante el cual estuvieron completamente cubiertas de nieve las cumbres pirenaicas, la primavera fue tumultuosa para los ríos Ésera e Isábena. El prolongado deshielo provocó constantes avenidas, arrastrando enormes piedras, haciendo variar los cauces, derribando antiguos puentes y anegando las huertas de la subsistencia.

Una noche de un mes de abril, el nivel de las aguas de los dos ríos amenazó con anegar por completo toda la villa, a la que entonces la abrazaban ambos, quedando sitiada y sin posibilidad de socorro exterior. Un palmo más de agua y las calles de Graus serían brazos incontrolados del Ésera y del Isábena. No se veía posibilidad humana de poderlos contener y mucho menos de dominarlos. Morirían, sin duda, muchos hombres y animales.

Los grausinos, desesperados y temerosos, recurrieron entonces al santo cristo que el fraile les donara, poniendo el pie de la cruz en contacto con las aguas desbordadas. Al instante, como si de un verdadero sortilegio se tratara, el nivel de ambos ríos disminuyó, y, más asombroso todavía, el cauce del Isábena desvió su trayectoria de siempre, para unirse al Ésera aguas abajo de Graus, como ocurre en la actualidad. Desde entonces, la villa dejó de temer al deshielo, por muy abundantes que sean las nieves del invierno.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 134-135.]

lunes, 22 de junio de 2020

248. GALIANO GALINÁS ROBA UN CÁLIZ A LOS MOROS


248. GALIANO GALINÁS ROBA UN CÁLIZ A LOS MOROS
(SIGLO XIV. CHÍA Y SOS)

248. GALIANO GALINÁS ROBA UN CÁLIZ A LOS MOROS  (SIGLO XIV. CHÍA Y SOS)


En Chía, un pequeño y bonito pueblo del valle de Benasque, vivía un campesino cristiano, de mediana edad, llamado Galiano Galinás, acostumbrado desde muy pequeño a oír contar a los mayores, en repetidas ocasiones, rumores e historias sobre las supuestas riquezas que solían atesorar y esconder los moros que aún vivían en aquellas tierras. El pobre Galiano, que a duras penas podía vivir con lo que el cultivo de la tierra le daba, soñaba con llegar a alcanzar algún día parte del oro que se atribuía a aquellos infieles y poder salir así de la miseria en la que permanentemente vivía.

Un día llegó hasta sus oídos la noticia de que en Sos, la aldea vecina, los moros que allí vivían habían escondido celosamente un cáliz de oro en una cueva y, pensando que aquella presa podría sacarlo de sus penurias, decidió hacerse con el tesoro a toda costa. Así es que se dirigió andando a la cueva y, con menos esfuerzo del que esperaba, logró hacerse con tan preciado botín pensando de qué manera convertiría su valor en dinero efectivo.

Los moros de Chía, avisados por un correligionario suyo, se dieron cuenta enseguida del robo del que habían sido objeto y organizaron con rapidez una cuadrilla para perseguir al ladrón. Galiano, que se dio cuenta del acoso, corría con todas sus fuerzas, pero los agarenos se acercaban cada vez más. Cuando ya casi estaba agotado, se encontró con un obstáculo que le exigía un gran esfuerzo, el río Ésera. Cruzó a duras penas la corriente impetuosa, pero al llegar a la otra orilla cayó totalmente extenuado.

Entre tanto, los moros habían llegado también al río disponiéndose a cruzarlo. En ese momento, el fatigado Galiano Galinás se encomendó a la virgen de la Encontrada, imagen muy venerada en toda la comarca, y, como por obra de encantamiento, las aguas del Ésera crecieron de manera tan rápida y considerable que sus perseguidores no pudieron vadearlo. Como no había puente aguas abajo del río, estaba salvado.

No obstante, los moros, impotentes ante lo acababa de suceder, le gritaban con todas sus fuerzas desde la otra orilla: «Galiano Galinás, mala fin farás», pensando, sin duda, en buscarlo en otra ocasión para recuperar el cáliz que les había robado.

[Beltrán, Antonio, Leyendas aragonesas, pág. 168.]