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lunes, 22 de junio de 2020

226. EL AMOR PUDO A LA RELIGIÓN (SIGLO XII. GALLUR)


226. EL AMOR PUDO A LA RELIGIÓN (SIGLO XII. GALLUR)

226. EL AMOR PUDO A LA RELIGIÓN (SIGLO XII. GALLUR)


La batalla frente al castillo musulmán de Gallur había sido muy reñida. Realmente no hubo vencedores ni vencidos, pero ese día fue hecho prisionero de los moros un bravo caballero cristiano, vencedor en innumerables gestas militares, quien fue a dar con sus huesos en las mazmorras de la fortaleza, donde estuvo a punto de perder la vida, aunque al fin sanó de manera casi milagrosa. Al poco tiempo, fue rescatado por sus hombres a cambio de una fuerte cantidad de oro.

Regresó el caballero a su hogar con gran alegría por parte de amigos y familiares, pero su alma se sumió en una gran melancolía. La causa no era otra que el recuerdo de la hija del alcaide moro, una hermosa muchacha, de la que se había enamorado en sus días de cautiverio. Durante meses, el cristiano estuvo proyectando cómo acercarse a la joven agarena, hasta que un día reunió a sus hombres y puso rumbo al castillo con ánimo de tomarlo al asalto. 

Todos creyeron que intentaba vengarse de los malos tratos recibidos en la prisión, no de una aventura amorosa. Pero el caso es que tomaron el castillo y desalojaron a los moros, excepto a la bella muchacha que decidió quedarse junto al guerrero cristiano, de quien también se había enamorado.

Los musulmanes expulsados buscaron y hallaron ayuda, de manera que volvieron al castillo al que sitiaron. Los cristianos aguantaron diez embestidas antes de entablarse la definitiva, en la que se luchó cuerpo a cuerpo, y mientras el alcaide moro moría en la lucha, el caballero cristiano caía herido.

En su dolor, comenzó a pedir agua. La muchacha cogió el casco y se dirigió por un pasadizo a la orilla de un pequeño arroyo, a sabiendas de que sería descubierta por los moros. Así fue, y una flecha la hirió de muerte. No obstante, arrastrándose como pudo, llegó hasta su amado y le dio de beber. Inmediatamente, se desvaneció. Pudo, sin embargo, preguntarle el caballero cristiano si quería convertirse a su fe y la mora asintió. Era la hora del crepúsculo.

A la mañana siguiente, el soldado que había disparado la saeta contra la muchacha vio un reguero de sangre en la orilla del riachuelo y siguió el rastro que le condujo hasta una cueva. En su interior, dos cadáveres yacían juntos: eran los del caballero cristiano y la dama mora.

[Datos proporcionados por Rosario Rodrigo, Instituto de Bachillerato de Borja.]

domingo, 21 de junio de 2020

225. LA CUEVA DE LA MORA ENCANTADA, Tarazona


225. LA CUEVA DE LA MORA ENCANTADA (SIGLO XII. TARAZONA)

225. LA CUEVA DE LA MORA ENCANTADA (SIGLO XII. TARAZONA)


En la tarde de una primavera temprana, un grupo de muchachos musulmanes —habitantes de una Tarazona dominada hacía ya algunos años por los cristianos— se hallaba paseando por las inmediaciones de la cueva que estaba próxima a los baños árabes, cuando se vieron sorprendidos por la fantástica aparición de la figura blanca y deslumbrante de una hermosa joven, vestida al modo oriental, enjoyada y envuelta en sedas.

Tras detenerse silenciosa unos instantes ante ellos, la fantasmal y atractiva figura, con la mirada absolutamente perdida en el horizonte, como si no hubiera visto a los muchachos, se adentró de nuevo en la cueva que le servía de cobijo, un antro que sus padres les habían descrito tantas veces como lugar maléfico y siniestro. Todos quedaron preocupados, buscando sentido a aquel episodio, aunque para ninguno de ellos lo tenía.

Intrigados como estaban por lo sucedido, volvieron los muchachos en varias ocasiones más al mismo lugar, repitiéndose idéntica escena tantas cuantas veces fueron al paraje, sin mediar nunca palabra alguna.

Un día, sorprendiendo a todos los demás, uno de los chicos se separó del resto, se acercó decidido a la joven y la abrazó con mucha fuerza. Luego, se tomaron ambos de la mano, y se fueron alejando lentamente y en silencio por la vereda que llevaba a la entrada de la cueva. Una vez allí, se adentraron en ella y desaparecieron. Después, se hizo el silencio más absoluto, sin que el muchacho volviera a dar señales de vida. Tanto por el barrio moro como por el resto de la ciudad cristiana, se corrió la noticia, coincidiendo todos en que la cueva estaba habitada por una mora encantada.

Sólo se sabe que, transcurridos algunos años, en un intrincado escarpe de los aledaños fue encontrada, descolorida y rota, una elegante escarpela carmesí, dentro de la cual se halló una pequeña cruz de plata

[Pérez Urtubia, Teófilo, «La cueva Bayona», Heraldo de Aragón, 10-X-1978.]



sábado, 20 de junio de 2020

208. LA LARGA ESPERA DE LA REINA MORA

208. LA LARGA ESPERA DE LA REINA MORA
(SIGLO XV. RASAL)

Buena parte de las familias de los moros que vivían en la aldea de Rasal
—cuando estas tierras y las de los llanos de Ayerbe y de Huesca, más allá de las montañas, fueron reconquistadas por los cristianos— se quedaron a vivir allí, donde tenían raíces de siglos.

Pero la pequeña comunidad mudéjar de Rasal, a pesar de convivir pacíficamente con la cristiana, fue agostándose poco a poco hasta quedar extinguida, aunque buena parte de sus costumbres y de su léxico fueron asumidos por los conquistadores.

No obstante, es sabido que al final quedó una sola mujer —una reina mora, según nos relata la tradición— que había sido encerrada hacía siglos, en el de la reconquista de Rasal, sin duda. Debió ser encerrada para salvar su vida por el rey moro en el momento de la huida precipitada, esperando volver a Rasal para rescatarla cuando las cosas se calmaran o incluso pudieran recuperar su tierra.

Vivía y vive aún la reina mora en una conocida cueva que se abre muy cerca de la ermita de Nuestra Señora de los Ríos, donde sigue esperando paciente al rey moro al que amaba y del que, sin duda, todavía sigue enamorada.

La reina mora apenas se deja ver a la luz del día, pero todo el mundo sabe en Rasal que un día al año los manantiales que manan cerca de la ermita de la Virgen se secan por completo, sin duda porque la reina mora, desde su cueva y al amparo de la noche, los obstruye con tierra y ramas. Es, sin duda, más que de protesta un recordatorio por la situación secular en la que se encuentra.

Todos saben que el día en que su amor y rey moro regrese para rescatarla y llevarla consigo, porque quedarse a vivir allí no parece probable, dejará de obstruir los manantiales que fluyen en torno a la ermita de Nuestra Señora de los Ríos, donde beben agradecidos quienes se acercan a rezar a la Virgen y a ver si tienen la suerte de intuir siquiera la silueta tenue de la reina mora.

[Recogida oralmente.]



Virgen de Los Ríos, Rasal, parecida a la Moreneta 

En esta imagen muestro la talla sedente de la Virgen de Los Ríos. Es una escultura románica procedente de la arruinada ermita de su mismo nombre ubicada a kilómetro y medio al sur del núcleo de Rasal, remontando el curso del barranco de la Virgen. Las ruinas que restan de dicha ermita son de época muy posterior. "Virgen negra", (collóns, s´assemelle a la Moreneta) que como muchas otras acaso evoque historias de Templarios y ritos encubiertos hacia deidades egipcias. Se custodia en la parroquial de Rasal.